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EL OFERTORIO

No es la primera vez que se nos pide una reflexión entorno a los ritos del llamado ofertorio de la misa.
Algunas veces hemos reflexionado ya sobre este rito, tanto antes de la promulgación del Misal de Pablo
VI, cuando el libro aún se estaban gestando 1, como unos pocos años después de su promulgación 2. No
quisiéramos, pues, repetir hoy simplemente lo que ya hemos dicho -aunque sí nos reafirmamos en la
mayoria de limitaciones que, precisamente con referencia concreta al llamado ofertorio vertimos ya en los
estudios anteriores, sino reflexionar sobre alguno de los aspectos de esta parte de la misa, de su
configuración en el actual misal romano y de los modos como se interpreta y se vive por parte de los
fieles y se lleva a cabo en la práctica de nuestras comunidades postconciliares.

1. ¿Ofertorio o preparación de las ofrendas?

He aquí un interrogante que puede iluminar nuestra cuestión desde sus raíces. El Misal
de S. Pío V, ya desde su editio princeps en 1570, hasta su últime deción en 1962, al
referirse a los ritos ubicados entre la liturgia de la Palabra y el inicio de la anáfora, los
llama Ofertorio, tanto en el Ritus servandus introductivo como en el cuerpo del misal 3.
El nuevo misal de Pablo VI, en cambio, aunque no abandona del todo este vocablo 4, en
los lugares más significativos por lo menos, o deja sin título propio esta parte de la
misa5, o la llama Preparación de los dones6. Este, que puede parecer sólo un pequeño
detalle, tiene su importancia y sobre todo una larga historia de dudas y controversias.
Quienes prepararon los esquemas del actual Ordinario de la Misa insistieron en la
necesidad de que se suprimiera toda alusión a ofertorio de dones a Dios -a cualquier
traza de oblación del pan y el vino7- en el momento de colocar los elementos sobre la
mesa eucarística, pues la verdadera y única ofrenda que la Iglesia -el único ofertorio- es
el del Cuerpo y Sangre de Cristo a quien se une y con quien8 se ofrecen la Iglesia y cada
uno de los fieles.

1
Cf. v, gr. Phase, VII (1968)160-173
2
Cf. v. gr. Teología Espiritual, XXXIX (1975) 457-564; reproducido en FARNES-BOROBIO-BERNAL
Y OTROS, El Misal de Pablo VI, Madrid, Edibesa 1996, pp. 15-46.
3
Cf. SODI-TRIACCA, Missale Romanum, 26*.1413
4

V. gr. IGMR 133, 166. El vocablo ofertorio se usa preferentemente (no exclusivamente) para el canto
que puede ejecutarse mientras discurre la procesión de las ofrendas y se disponen sobre el altar que para
los rotos que realizan los ministros en este momento
5

V. gr. 100-102; Ordinario de la Misa, n. 21


6

IGMR 49
7

Cf. nuestro comentario en Oración de las Horas XX (1989) 45-49; DE CLERK en Vicolo di carità,
Edizioni Qiqajón 1995, pp. 162-168
8

Si los fieles en la misa deben ofrecerse a sí mismos a Dios por Cristo y con Cristo (Cf. Sacr. Conc. 48),
este ofrecimiento no cabe antes de la Consagración, es decir, antes de que la Víctima principal esté
presente y haya actualizado su propia ofrenda. Un verdadero ofertorio no cabe, por tante, antes de la
anáfora sino únicamente en el interior de la misma.
2

En el Misal de Pablo VI, por tanto apenas si figura una parte de la misa que pueda
llamarse propiamente ofertorio y si algún vestigio de ofertorio persevera, hay que decir
que ha quedado bien a pesar de quienes proyectaron la reforma.

2. El Ofertorio en la institución de la Eucaristía y en las fuentes primitivas

Por más que una cierta teología (?) posterior -y sobre todo la catequesis, la piedad y la
pastoral de los últimos tiempos incluso por lo que se refiere a los primeros momentos
del movimiento litúrgico- hiciera especial incapié en los ritos llamados ofertorio, es
preciso decir que éstos son un añadido posterior que tiene muy poco que ver con la
verdadera naturaleza de la celebración eucarística. En efecto, tanto históricamente como
teológicamente, es insostenible continuar con la presentación común de hace solo unos
pocos años según la cual la misa consistía en tres como partes o momentos: ofertorio,
consagración y comunión.

La Eucaristía, en efecto, aparece de manera muy diversa en los documentos fundantes


de la misma -tanto por lo que atañe al Nuevo Testamento como por los que se refiere
a la antigua literatura de la Iglesia. En estas fuentes es absolutamente imposible
encontrar ninguna alusión a ritos de ofrecimiento de dones en la celebración
eucarística. El Señor, nos dirán los diversos relatos del Nuevo Testamento, tomó pan,
dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos y lo propio hizo con la copa del vino. En
la más antigua descripción de la Eucaristía -la apología de S. Justino (+ ca 160) la cosa
no ha variado: después de la liturgia de la Palabra, el que preside toma pan y una copa
de vino mezclado con agua y pronuncia una larga acción de gracias. En el siglo
siguiente la Tradición Apostólica presenta el mismo cuadro: después de la oración
universal el que preside recita inmediatamente la anáfora sin que se aluda a ningún rito
ni de procesión ni de ofrecimiento de dones. Podemos estar ciertos, pues, de que los
ritos llamados posteriormente de ofertorio no existen en los siglos primitivos.

Es verdad que hay dos antiguos indicios que, situados en un contexto muy diverso al
que se vivió posteriormente cuando se desarrollaron los ritos posteriores del ofertorio
podrían hacer creer que las antiguas comunidades ofrecían también sus dones al
celebrar la Eucaristía: S. Ireneo, por una parte y algunos pocas afirmaciones de Padres
antiguos. S. Ireneo a finales del s. II, en efecto, habla de que a través del pan y vino
eucarísticos se ofrecen a Dios las primicias de la creación; pero esta afirmación hay
que situarla en su verdadero contexto contexto: Ireneo está luchando contra ciertas
tendencias exageradamente espiritualistas que rechazan la bondad de la creación
material -hubo quienes incluso querían celebrar la eucaristía con agua porque
condenaban el vino como algo radicalmente material y por ello malo- y para
revalorizar los bienes materiales de la creación recurre al argumento de que la misma
Eucaristía del Señor se celebra con pan y vino materiales 9. Nada más ajeno, pues, a
Ireneo que pretender que con sus palabras se refiera a un ofrecimiento autónomo de
estos dones, nada que pueda tener ni la más remota referencia a un gesto de ofertorio
del pan y del vino. Encontramos también algunas alusiones a ofrecer oblaciones en
diversos autores antiguos, como Tertuliano10 o S. Cipriano11, pero sus alusiones a las

9
Adversus haer. IV, 18, 1 (PG 7, 1024)
10
De exhortatione cast. c. 11 (CSEL 70, 14 ss)
11
De opere et elemosyna, c. 15 (CSEL, 3, 334)
3

propias ofrendas parecen tener referencia a una participación genérica en la eucaristía


o a los dones ofrecidos a la Iglesia para los pobres o para el sostenimiento de los
ministros12 .

12

Sin podernos extender en estas explicaciones recordaremos que ya Justino alude a estos dones
presentados al que preside, pero no como rito de ofertorio sino cuando ya ha terminado la celebración
(Apología I, 67, 6 (Cf. RUIZ BUENO, Padres Apologistas griegos, BAC, Madrid 1954, p. 258), o la
costumbre bizantina antigua según la cual los fieles aportan sus dones depositándolo en un lugar
apropiado antes de empezar la celebración.

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