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7 de abril de 2007
22 de julio de 2009
28 de enero de 1994
22 de julio de 2009
14 de febrero de 1994
—¡Seifert!
Me encontraba al lado de la
fotocopiadora, en el pasillo, cuando el
inspector Menkhoff me llamó desde el
despacho que compartíamos.
—¡Aquí! —respondí con
precipitación poniéndome en
movimiento de inmediato. Los
despachos de los inspectores de la
policía criminal se hallaban situados a
ambos lados del pasillo enladrillado del
tercer piso. La mayor parte de aquellas
puertas de color verde rara vez se
cerraba.
Menkhoff estaba de pie junto a su
mesa, guardándose una nota en el
bolsillo de sus pantalones.
—Venga, tenemos que salir. Hemos
recibido cierta información de uno de
los vecinos que quizá nos pueda hacer
avanzar en el caso. Al parecer, un
individuo le había estado ofreciendo a
la pequeña algunos dulces con cierta
frecuencia.
Cogí al paso mi gruesa chaqueta del
perchero situado al lado de la puerta y,
nervioso, corrí tras Menkhoff.
Habían transcurrido ya dos semanas
desde el descubrimiento del cadáver de
Juliane Körprich, pero hasta la fecha no
habíamos progresado mucho en la
investigación. Para ser más exactos, nos
hallábamos completamente perdidos, y
aquello ocurría precisamente en mi
primer caso de asesinato. Mientras
cruzaba junto a Menkhoff el
aparcamiento en dirección a nuestro
vehículo oficial, sentí que se despertaba
en mí una curiosa excitación y,
simultáneamente, cómo me invadía el
temor de estar, de nuevo, comprobando
el delirio de algún lunático.
—¿Qué le ha dicho exactamente ese
informador, Menkhoff? —consulté con
cautela.
—Se trata de una informadora,
Marlies no-sé-qué. Vive en el
vecindario, justo al otro lado del parque
infantil.
—¿Una vecina? ¿Y no se le había
tomado declaración antes?
—Claro que sí. Los compañeros han
estado hablando con todos los vecinos.
—Y hasta ahora no se ha acordado
de que…
—Yo tampoco sé qué ha ocurrido.
Esperemos a ver.
Habíamos alcanzado ya el Opel
Omega y me situé tras el volante. Puesto
que era el más joven de los dos, eso me
convertía automáticamente en el
conductor del vehículo. Menkhoff se
ajustó el cinturón.
—Dice que ha podido observar en
un par de ocasiones cómo un hombre le
ofrecía chocolate a la niña en aquel
parque.
—¿Y ha reconocido al hombre? —
pregunté—. Por supuesto que no. ¿O sí?
Sería demasiado…
—Sí, e incluso parece que vive
también en el barrio. —Aunque
mantenía la mirada fija al frente pude
percibir cómo me observaba mi
compañero—. Bien, ¿qué se le viene a
la memoria ahora, Seifert?
Sabía qué estadísticas pretendía
recordarme.
—En los asesinatos de niños, en un
cincuenta por ciento, los criminales
proceden del núcleo familiar, y en otro
treinta y cinco por ciento pueden
encontrarse en su entorno más
inmediato.
Bernd Menkhoff asintió en silencio y
yo me salté un semáforo en rojo.
Cuando, muy poco después, estacioné el
vehículo delante de la casa, me
encontraba tan alterado que me
temblaban las manos. Albergaba la
esperanza de que Menkhoff no lo
advirtiera. Él permaneció muy quieto al
bajar del coche y sacó lentamente de su
bolsillo la nota que antes había
guardado.
—Se llama Marlies Bertels.
La anciana nos abrió la puerta en el
mismo instante en el que Menkhoff
apoyaba su pie en el primero de los
cinco escalones que conducían hasta la
casa. Marlies Bertels era una mujer
pequeña y descarnada. Su cabello corto,
cuidadosamente arreglado, presentaba
un tono a medio camino entre morado y
azul.
—Ustedes deben ser los señores de
la policía —nos saludó con una voz muy
fina—. Por favor, pasen.
A través de un angosto pasillo que
acusaba la falta de ventilación, Marlies
Bertels nos introdujo en su hogar. Mis
abuelos, que poseían una casita en
Richterich, también contaban con una
estancia como aquella que finalmente
alcanzamos, un lugar que sólo se
utilizaba para las visitas. Todo estaba
pulcramente ordenado, y tras la vitrina
del pesado aparador de roble se había
expuesto la mejor vajilla de la abuela.
Cuando nos sentamos ante la mesa
comedor de madera oscura, la señora
Bertels nos sonrió.
—¿Puedo ofrecerles a los señores
policías un licorcito? De frambuesa, lo
hago yo misma.
Menkhoff negó con un gesto.
—Gracias, pero no. Estamos de
servicio. Señora Bertels, ¿qué nos puede
contar acerca de ese hombre al que ha
visto ofrecerle dulces a la pequeña
Juliane? ¿Dice que le conoce?
C A P Í T ULO
22 de julio de 2009
14 de febrero de 1994
22 de julio de 2009
14 de febrero de 1994
«Doctor en
medicina
Joachim
Lichner
Médico
psiquiatra y
psicoterapeuta
Horas de
consulta
Lu, ma, ju:
8.00-12.00h y
13.30-16.30h
Mi, vi: 8.00-
12.00h».
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«Eynatten 07.08.2007. En la
cabaña».
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«… constatado, una
sobrecarga emocional de la
paciente puede provocar
reacciones imprevisibles. Como
consecuencia de su trauma
infantil se detectan en la paciente
N. K. asimismo serios daños
cerebrales que se traducen en
una inmadurez tanto cognitiva
como emocional. (Ver historial
de la paciente en 112/1993).».
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