Está en la página 1de 10

Taller “Sobreviviendo a mi hijo adolescente”

Impartido por: M. C. Carlos A. Carrillo Carreón


Antología
14 de abril de 2018

Erik Erikson (1902-1994) es uno de los autores que más ha escrito sobre el desarrollo de la
identidad desde la infancia hasta la vejez, con especial énfasis en la adolescencia, a través
de un enfoque psicoanalítico. A lo largo de los estadios del ciclo vital aborda diferentes
aspectos, siendo los más relevantes las crisis psicosociales, el radio de relaciones
significativas y las fuerzas básicas. Según Erikson el desarrollo humano sólo se puede
entender en el contexto de la sociedad a la cual uno pertenece. Cada una de las ocho
etapas del desarrollo implica una dificultad o crisis emocional con dos posibles soluciones,
favorable versus desfavorable, siempre avanzando etapa por etapa sin poder saltarse
ninguna. Las cinco primeras etapas corresponden a la infancia y adolescencia. Son varios
los factores que influyen en el desarrollo psicosocial de las diferentes etapas:
1. Dimensión comunitaria. Para que un joven se encuentre a sí mismo es
necesario que haya encontrado su dimensión comunitaria. Se creará una
unión entre lo que más o menos le viene dado (fenotipo, temperamento,
talento, vulnerabilidad) y determinadas decisiones o elecciones que toma
(opción de estudio, de trabajo, valores éticos, amistades, encuentros
sexuales), y todo ello dentro de unas pautas culturales e históricas.
2. Dinámica del conflicto. El adolescente suele tener sentimientos
contradictorios, pasando de sentimientos de vulnerabilidad exacerbado a
tener grandes perspectivas individuales.
3. Período evolutivo personal. Cada individuo tiene su propio período
evolutivo que dependerá tanto de factores biológicos, psicológicos, como
sociales.
4. Modelos recibidos. Ningún yo se construye de forma aislada. Primero
recibirá el apoyo de modelos parentales, y posteriormente de modelos
comunitarios.
5. Aspectos psicohistóricos. Toda biografía está inexorablemente entretejida
por la historia que a uno le toca vivir. Sin duda no es lo mismo vivir en
época de paz que en época de guerra.
Según Erikson hay períodos en la historia vacíos de identidad debido a tres formas
básicas de aprensión humana:
a) miedos despertados por hechos nuevos, tales como
descubrimientos e inventos que cambian radicalmente la imagen del
mundo, la forma de interactuar, trabajar, pensar, etc.
b) ansiedades despertadas por peligros simbólicos percibidos como
consecuencia de la desintegración de las ideologías anteriormente
existentes.
c) temor a un abismo existencial desprovisto de significado e
spiritual.
6. Historia personal. Diferentes situaciones personales estresantes pueden
tener una influencia negativa en la construcción de la identidad, como por
ejemplo: a) tener que emigrar a otro país, sobre todo si ocurre en la
adolescencia, pero también en la infancia; b) pérdida de un ser querido
referente en la vida del adolescente; c) dificultades económicas impor-
tantes; d) sufrir maltrato, abusos o abandono.
En ocasiones, en algunos jóvenes o en algunos períodos de la historia, la crisis de la
adolescencia es escasamente percibida, sin ningún ruido, pero en otras ocasiones es muy
marcada, claramente señalada como un período crítico, como una especie de “segundo
nacimiento”. La formación de la identidad puede poseer algún aspecto negativo que en
ocasiones puede permanecer a lo largo de la vida como un aspecto rebelde de la
identidad total. Lo deseable es que la identidad negativa no se vuelva dominante. La
identidad negativa es la suma de todas aquellas identificaciones y fragmentos de
identidad que el sujeto tuvo que interiorizar como indeseables.
La etapa de la Adolescencia (12-20 años), es cuando la crisis psicosocial, tal como
se ha mencionado anteriormente, es alcanzar la identidad en contraposición a la con-
fusión de roles (desenlace desfavorable). El radio de relaciones significativas en este
periodo son el grupo de amigos, grupos externos y modelos de liderazgo. Muchas veces el
adolescente está más preocupado por lo que él puede aparentar en los ojos de los demás,
o sea la imagen que proyecta, que en cómo él realmente se siente. En la búsqueda de la
identidad pueden necesitar repasar las crisis psicosociales vividas previamente, siendo la
más relevante la primera, la de confiar en los demás y en uno mismo. Luego está el
segundo estadio en el cual debe haber adquirido la cualidad básica de la voluntad, que le
permitirá buscar oportunidades para decidir libremente en cada momento. El adolescente
suele tener un miedo atroz a quedar en ridículo, prefiriendo actuar sin pudor, de forma
libre, contradiciendo sus superiores antes que realizar una actividad que pudiera parecer
vergonzoso ante sus ojos o los de sus pares. Necesitan sentir la afirmación de sus iguales.
De la misma forma, el adolescente puede ser muy intransigente y nada tolerante con las
diferencias culturales, sociales, físicas o raciales, de aptitudes o características
individuales, siendo una forma de defensa ante el sentimiento de pérdida de identidad. La
fuerza básica de este estadio es la Fidelidad.
Más allá de la identidad del adolescente está la crisis de intimidad que aparece en la
juventud (20-25 años). Solo cuando la formación de la identidad es sólida puede
aventurarse con la intimidad (desenlace favorable) que consiste en una fusión de
identidades, siendo la fuerza básica el Amor. El joven que no se siente seguro con su
identidad rehúye las relaciones interpersonales íntimas para ir en busca de actos íntimos
más bien promiscuos, sin una verdadera fusión y entrega. El joven, o adolescente tardío,
que no es capaz de superar favorablemente este estadio desarrolla un sentimiento de
aislamiento (desenlace desfavorable).
De acuerdo con Iglesias Diz (2013) en el desarrollo psicosocial valoraremos cuatro
aspectos de crucial importancia: la lucha dependencia-independencia en el seno familiar,
preocupación por el aspecto corporal, integración en el grupo de amigos y el desarrollo de
la identidad:
1. La lucha independencia-dependencia: en la primera adolescencia (12 a
14 años), la relación con los padres se hace más difícil, existe mayor recelo y
confrontación; el humor es variable y existe un “vacío” emocional. En la
adolescencia media (15 a 17 años) estos conflictos llegan a su apogeo para
ir declinando posteriormente, con una creciente mayor integración, mayor
independencia y madurez, con una vuelta a los valores de la familia en una
especie de “regreso al hogar” (18 a 21 años).
2. Preocupación por el aspecto corporal: los cambios físicos y psicológicos
que acompañan la aparición de la pubertad generan una gran preocupación
en los adolescentes, sobre todo en los primeros años, con extrañamiento y
rechazo del propio cuerpo, inseguridad respecto a su atractivo, al mismo
tiempo que crece el interés por la sexualidad. En la adolescencia media, se
produce una mejor aceptación del cuerpo pero sigue preocupándoles
mucho la apariencia externa. Las relaciones sexuales son más frecuentes.
Entre los 18 y 21 años el aspecto externo tiene ya una menor importancia,
con mayor aceptación de la propia corporalidad.
3. Integración en el grupo de amigos: vital para el desarrollo de aptitudes
sociales. La amistad es lo más importante y desplaza el apego que se sentía
hasta entonces por los padres. Las relaciones son fuertemente emocionales
y aparecen las relaciones con el sexo opuesto. En la adolescencia media,
estas relaciones son intensas, surgen las pandillas, los clubes, el deporte; se
decantan los gustos por la música, salir con los amigos, se adoptan signos
comunes de identidad (piercing, tatuajes, moda, conductas de riesgo),
luego (18 a 21 años) la relación con los amigos se vuelve más débil,
centrándose en pocas personas y/o en relaciones más o menos estables de
pareja.
4. Desarrollo de la identidad: en la primera adolescencia hay una visión
utópica del mundo, con objetivos irreales, un pobre control de los impulsos
y dudas. Sienten la necesidad de una mayor intimidad y rechazan la
intervención de los padres en sus asuntos. Posteriormente, aparece una
mayor empatía, creatividad y un progreso cognitivo con un pensamiento
abstracto más acentuado y, aunque la vocación se vuelve más realista, se
sienten “omnipotentes” y asumen, en ocasiones, como ya dijimos,
conductas de riesgo. Entre los 18 y 21 años los adolescentes suelen ser más
realistas, racionales y comprometidos, con objetivos vocacionales prácticos,
consolidándose sus valores morales, religiosos y sexuales así como
comportamientos próximos a los del adulto maduro.
De acuerdo con Ruiz-Lázaro (2013), las metas a conseguir durante la adolescencia
son: adaptarse a los cambios corporales, afrontar el desarrollo sexual y los impulsos
psicosexuales, establecer y confirmar el sentido de identidad, sintetizar la personalidad,
independizarse y emanciparse de la familia, y adquirir un sistema de valores respetuoso
con los derechos propios y ajenos. Para alcanzar estas metas, el adolescente tiene que
afrontar cuatro duelos o pérdidas:
• El duelo por el cuerpo infantil perdido. En no pocas ocasiones, el
adolescente contempla sus cambios como algo externo frente a lo cual él es
un espectador impotente de lo que le ocurre a su cuerpo. De ahí las muchas
horas que se pasa ante el espejo. Ha de despedirse de su cuerpo infantil,
que hasta ese momento mantenía toda su imagen psicológica.
• El duelo por el rol y la identidad infantil. Debe renunciar a la dependencia
de sus padres y asumir responsabilidades que muchas veces desconoce.
• El duelo por los padres de la infancia. Tiene que despedirse de la imagen
idealizada y protectora de sus padres para obtener, si todo va bien,
autonomía.
• El duelo por la bisexualidad infantil perdida.
La adolescencia es un periodo de riqueza emotiva y de intensa sensibilidad. La
gama de emociones del adolescente se amplía, se diferencia, se enriquece de matices, se
hace más interior y, gradualmente, más consciente. La sensibilidad avanza en intensidad,
amplitud y profundidad. Mil cosas ante las que ayer permanecía indiferente harán patente
hoy su afectividad. En este proceso influyen, entre otros, factores fisiológicos (cambios
hormonales) e intelectuales (el pensamiento racional hace posible la aparición de nuevos
sentimientos). La esfera sentimental es, por tanto, más rica y multiforme que en la
preadolescencia, pero también es menos equilibrada y más reprimida. La dependencia en
la escuela y en el hogar obliga al adolescente a rechazar hacia su interior las emociones
que lo dominan. De ahí la viveza de sus reacciones emocionales: ante el menor reproche,
a menudo se mostrará rebelde o colérico; por el contrario, una manifestación de simpatía,
recibir un cumplido, hará que se sienta radiante, entusiasmado y gozoso. Así, es natural
que el adolescente sea muy sensible a los juicios que se formulan sobre él. En cada uno de
estos juicios halla un motivo de aliento o de inquietud. Propenso a los extremos, valora en
exceso todo lo que proviene de los adultos. Por eso éstos deben sopesar bien sus
palabras, cuyas repercusiones reales en el ánimo del adolescente ignoran a menudo en la
vida ordinaria. Esta ignorancia de los adultos se ve facilitada porque el adolescente, al
mismo tiempo que muestra atención a los juicios que se formulan sobre él, manifiesta
expresiones de independencia y de oposición que llevan a creer en una perfecta
indiferencia. Desconocer esta ambivalencia puede causar malentendidos o, lo que es peor,
hacer que los adultos se muestren también indiferentes, cuando en realidad el
adolescente necesita más que nunca ser animado y estimulado. El factor social Para
comprender la vida emotiva del adolescente también es preciso tener en cuenta el papel
que ha de asumir en la sociedad y las nuevas adaptaciones que deberá realizar para llegar
al estado adulto. Numerosas circunstancias son capaces de provocar una descarga
emotiva intensa, o al menos una cierta ansiedad, entre ellas los obstáculos que encuentra
en la familia y en la escuela, el deseo cada vez mayor de independencia, la adaptación que
debe realizar en relación con el sexo contrario, las mayores dificultades de la enseñanza
secundaria, los compromisos no siempre fáciles entre el deseo de ser uno mismo y el de
vivir con los demás, la elección de una profesión.
El desarrollo de la personalidad incluye la afirmación de sí mismo. La adolescencia
es clave para la afirmación de uno mismo, para el descubrimiento reflexivo del yo y del
mundo (el no yo); es la época más clara de oposición al ambiente. El adolescente tiene
ante sí tres problemas vitales fundamentales: el trabajo, la vida social y el amor. Y, por
encima de ellos, el problema de sí mismo. Las respuestas del adulto ya no lo satisfacen; es
preciso llegar a una respuesta personal, a una toma de conciencia reflexiva y personal
ante la vida. La personalidad se afirmará de forma negativa o positiva: en el primer caso,
oponiéndose a otros, sobre todo padres y maestros, o mostrándose susceptible cuando
siente que no se respeta su dignidad o no es “tomado en serio” o comprendido; en el
segundo caso, manifestando su singularidad cuando menos de forma superficial en la
indumentaria y el cuidado del cuerpo, en el gesto y en el andar, en el modo de hablar, en
las costumbres y la conducta.
El desarrollo de la identidad comprende los cambios físicos, intelectuales y sociales
que suscitan en el adolescente una crisis de identidad («¿quién soy yo realmente?»). Para
resolverla, tiene que desarrollar tres vertientes de su nueva identidad: a) la sexual, que no
debe confundirse con la masculinidad o feminidad, adquirida mucho antes y que exige a la
vez una buena concepción de su rol sexual y una cierta comprensión de su propia
sexualidad; b) la vocacional, y c) la ideológica, basada en un sistema de creencias, valores
e ideas. En cierto sentido, el adolescente debe imaginar el papel que tendrá que
desempeñar en la edad adulta. Si no llega a definir un rol apropiado, a concebir un sistema
de vida, permanecerá en un estadio que Erikson llama de “dispersión de roles” o de
“difusión de la identidad”. Para Marcia, hay dos elementos clave en el desarrollo de la
identidad, la crisis y el compromiso: “crisis se refiere al periodo que pasan los
adolescentes intentando elegir entre alternativas significativas para ellos; el compromiso
se refiere al grado de implicación personal que muestra el individuo. Una identidad
madura se logra cuando el individuo ha experimentado una crisis y se ha comprometido
con una ocupación o una ideología. Según este autor, existen cuatro estados en la
evolución de la identidad:
• Identidad difusa. Los sujetos no han experimentado un periodo de crisis ni
se han comprometido con una ocupación, una religión, una filosofía
política, con roles sexuales o con opciones personales de conducta sexual.
No han experimentado una crisis de identidad en relación con cualquiera de
estos puntos ni tampoco han pasado por el proceso de reevaluación,
buscando y considerando alternativas. La difusión expresa o bien un estadio
precoz de formación de la identidad (la persona no ha conocido un periodo
crítico de puesta en cuestión), o bien un fracaso al término de la
adolescencia (ha conocido una crisis pero no ha tomado ningún
compromiso).
• Moratoria. Se caracteriza por el conflicto sin toma de decisión. La persona
está comprometida en la crisis pero no toma decisiones, no hace
elecciones.
•Identidad prestada o «forclusión». Es lo opuesto a la moratoria. El
individuo no ha conocido crisis ni periodo de cuestionamiento, pero ha
tomado decisiones y compromisos; simplemente ha asumido los valores de
sus padres sin cuestionar los valores personales.
• Identidad realizada. La persona ha conocido un periodo de conflictos y ha
asumido compromisos personales. Ha experimentado una moratoria
psicológica, ha resuelto sus crisis de identidad evaluando detenidamente
varias alternativas y elecciones, y ha llegado a conclusiones y a decisiones
por sí misma. Está altamente motivada hacia el logro y es capaz de alcanzar
el éxito, no tanto por su gran competencia como por haber logrado altos
niveles de integración intrapsíquica y adaptación social. Los adolescentes
que han desarrollado su identidad o se hallan en el estado de moratoria son
más autónomos, logran mejores resultados escolares y tienen una mejor
autoestima que sus iguales que se hallan en los estados de forclusión o de
difusión.
El estado de identidad prestada de los adolescentes es con frecuencia un
síntoma de dependencia neurótica. Estos sujetos, muy dados al
autoritarismo y la intolerancia, muestran un alto grado de conformidad. Se
sienten satisfechos con su formación; sin embargo, en situaciones de estrés
tienen un bajo rendimiento. Su seguridad consiste en evitar cualquier
cambio o estrés. Al adolescente que no alcanza completamente el estado
de identidad realizada, le resulta difícil entablar una verdadera relación
íntima, lo que puede conducirle a replegarse en una forma de aislamiento
social. Para Erikson, la llave de la verdadera intimidad es la apertura total, la
capacidad parcial de abandonarse al sentimiento de ser separado del otro y
la voluntad de crear una nueva relación dominada por la idea de “nosotros”
antes que por la de “yo”. Un estancamiento prolongado en un estado de
identidad difusa, sin mayor desarrollo, puede conducir a la desintegración
de la personalidad y propiciar un trastorno psicopatológico que puede
conducir a la esquizofrenia o al suicidio.

En resumen, de acuerdo con Marcia existen niveles de identidad que se basan en la


presencia o ausencia de crisis y compromiso, relacionando estos niveles de identidad con
características de la personalidad con ansiedad, autoestima, razonamiento moral y
patrones de comportamiento; Marcia clasificó a las personas en una de cuatro categorías:
EXCLUSIÓN: (compromiso sin ninguna crisis) nivel de identidad descrito por Marcia, en el
cual una persona que no ha dedicado tiempo a considerar alternativas, es decir, que no ha
estado en crisis, se compromete con los planes de otra persona para su vida.
MORATORIA: (crisis sin compromiso) nivel de identidad descrito por Marcia, en el cual una
persona considera alternativas (está en crisis) y parece dirigirse hacia un compromiso.
LOGRO DE LA IDENTIDAD: (crisis que lleva a compromiso) nivel de identidad descrito por
Marcia, que se caracteriza por el compromiso con opciones tomadas después de un
período de crisis, un tiempo dedicado a pensar en alternativas.

CONFUSIÓN DE LA IDENTIDAD: (sin compromiso, crisis incierta) nivel de identidad descrito


por Marcia, que se caracteriza por la ausencia de compromiso y al cual, puede seguir un
período de consideraciones de alternativas.

Referencias

Erikson E. H. (2011) El ciclo vital completado. Ed. Paidós: Barcelona.

Erikson E. H. (1968) Youth and Crisis. W.W. Norton & Company: New York.

Iglesias Diz, J.L. (2013) Desarrollo del adolescente: aspectos físicos, psicológicos y sociales.
Pediatría Integral. XVII (2): 88-93.

Ives, Eddy (2013) “La identidad del Adolescente. Como se construye”. Adolescere
Revista de Formación Continuada de la Sociedad Española de
Medicina de la Adolescencia.
Volumen II MAYO 2014 Nº2. 14-18.

 Marcia, James. E. Life transitions and stress in the context of psychosocial


(2010) development. En: T. W. Miller (Ed.), Handbook of Stressful
Transitions Across the Lifespan. Springer: Londres. 19-34.

Marcia, James E. “Development and validation of ego-identity status”. Journal of


(1966) Personality and Social Psychology 3(5). 551-558.

Ruiz-Lázaro, P.J. (2013) Psicología del adolescente y su entorno. Siete Días Médicos. 852
(septiembre-octubre): 14-19.

También podría gustarte