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El título Hechos de los Apóstoles, que no fue impuesto al texto por su propio autor sino por la
iglesia del s. II, no responde en todos sus aspectos al contenido de la narración. En efecto, el
libro solo ocasionalmente se ocupa del grupo de los Doce (contado ya Matías, de acuerdo con
1.26). Su atención no se dirige a los apóstoles en general, sino en particular a determinados
personajes, especialmente al apóstol Pedro y, sobre todo, a Pablo.
Los trabajos y discursos de Pedro y de Pablo son los principales centros de interés de Lucas. Su
propósito es documentar los primeros pasos de la difusión del evangelio de Jesucristo y el
modo en que el Espíritu de Dios impulsaba en aquel entonces el crecimiento de la iglesia «en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra» (1.8).
Pero más interesado aún se muestra Lucas en la figura de Pablo, el misionero, el hombre que
fue capaz de renunciar a sus antiguos esquemas mentales y religiosos para, de todo corazón,
proclamar a Jesucristo ante cuantos quisieran escucharlo (Hch 13.46; véase Ro 1.16; 1 Co 9.20;
Gl 2.7–10). La fe y la vitalidad de Pablo representan para Lucas la energía interna del evangelio,
que muy pronto e irresistiblemente habría de alcanzar el corazón del imperio romano. La
llegada de Pablo a Roma (28.11–31) pone punto final a Hechos de los Apóstoles, un drama
velozmente desarrollado que arranca de la Jerusalén de pocos años antes.