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ITINERARIOS FORMATIVOS

1. ¿Qué es un itinerario formativo?

Queremos reflexionar en este primer momento en torno al concepto de "itinerario


formativo". El término "itinerario" es acertado, en el sentido de que indica un camino,
implica movimiento, pasos en ese camino. Todos hemos tenido la experiencia de planear
un itinerario de viaje. Entran en juego una serie de componentes: la variedad de
actividades, la satisfacción de los objetivos o expectativas de cada uno de los que viajan,
el conocimiento del lugar, las comidas, etc. Todo con el fin de facilitar una buena
experiencia al turista. Como la misma palabra lo dice, se trata de establecer una serie de
pasos o momentos formativos a través de los cuales los seminaristas puedan caminar con
mayor certidumbre hacia el objetivo de la etapa formativa correspondiente.
Hay que dejar bien claro que el itinerario no puede ser elaborado democráticamente
por los alumnos, porque constituye la propuesta pedagógica del equipo forma-dor. Pero
tiene no sólo como destinatarios, sino como principales agentes a los mismos
seminaristas, porque lo que más interesa es que cada uno de ellos acepte la propuesta
formativa haciendo un proceso libre e intencional hacia el fin de la misma, donde su
participación activa y su responsabilidad es esencial. Esta característica permite que los
alumnos puedan evaluar por sí mismos sus avances y retrocesos.
El itinerario formativo aglutina, en torno a unas líneas maestras, todo el contenido
de la formación sacerdotal. No se trata de una mera estrategia, sino de proponer un
modelo probado y coherente que el alumno puede transitar en su camino de formación.
Modelo que cada seminario debe elaborar y probar a través de su aplicación a distintas
generaciones, e ir afirmando poco a poco hasta construir una tradición y un método.
Volviendo a la comparación con el viaje, no es lo mismo tener previstos los traslados en
autobús, que dejar al azar los traslados. El itinerario da seguridad, claridad y objetividad
a los alumnos, y también al equipo formador, en el proceso formativo que van realizando.
Los documentos sobre la formación, suelen dejar clara una finalidad para cada una
de las etapas formativas. Gracias a Dios se ha hecho un notable esfuerzo en este sentido.
La encíclica sinodal Pastores dabo vobis y las ratío para la formación, especialmente las
tres versiones de la Ratío mexicana, son preciosos ejemplos de este esfuerzo. Pero al
mismo tiempo se deja al equipo formador la definición de los medios pedagógicos para
que se vaya consiguiendo dicha finalidad en un lugar concreto, en una cultura y
circunstancias muy definidas.
Por otro lado, nos encontramos con un problema grave en la formación: muchos de
los seminaristas, que aspiran al sacerdocio como vocación específica, no tienen aún bien
afirmada su iniciación cristiana. Surge así el fenómeno del seminarista no convertido y,
lógicamente, la confrontación con quien ha conseguido una mejor definición de su
identidad como discípulo del Señor. La formación en el Seminario Mayor es estrictamente
sacerdotal, sin embargo, debe trabajar en los tres planos: el humano, el cristiano y el
sacerdotal, porque la persona que se forma es una sola. La
Itinerarios formativos 6 ¿Qué es un itinerario?

insistencia del documento de Aparecida en torno a la formación de todos los discípulos y


misioneros es un reflejo de esta realidad. Por ello la iniciación cristiana ha de ser
inspiradora del itinerario y a la vez un objetivo prioritario a conseguir, sobre todo en las
primeras etapas de la formación sacerdotal. De este modo, las primeras etapas pondrán
el acento en lo humano-cristiano y las últimas, en lo específicamente sacerdotal, aunque
los tres niveles estén presentes siempre.
En el ámbito del seminario diocesano, hay que decir que no es suficiente con dar al
Curso Introductorio un contenido en esta línea. Toda la Etapa Filosófica, unida al Curso
Introductorio, apenas podría ofrecer un fundamento suficiente. Cuando el Código de
Derecho Canónico exige en el canon 235 un mínimo de cuatro años de formación en el
seminario, se refiere a la formación específica para el sacerdocio, suponiendo
precisamente una iniciación cristiana previa. Por ello se identificará la etapa filosófica
como una etapa discipular.
Más adelante se explicitará todo lo que se refiere a las etapas de la formación, pero
ahora interesaba dejar constancia de la gran importancia que tiene el establecer unas
bases desde la iniciación cristiana en la formación de las vocaciones y de que, si llegara a
faltar esta iniciación, sería muy difícil intentar dar pasos más concretos en la formación de
la vocación específica.

Definición y características del itinerario


El itinerario formativo es el conjunto de pasos que se proponen pedagógicamente a
los seminaristas para que consigan, de una manera intencional y libre, el objetivo que se
pretende en la etapa correspondiente. Tiene contenidos propios y propone una
metodología. El itinerario tiene unas características:
■ Es espiritual. El núcleo de la formación es espiritual. Éste es el eje en torno al cual
debe girar toda la formación. Se propone al seminarista un camino propiamente
espiritual, semejante ai catecumenado para el bautismo, en el que va a ir
consiguiendo un crecimiento más objetivo en su vida cristiana y vocacional. Por
eso el itinerario implica a todo el equipo formador, y a todos desde el punto de
vista de la formación espiritual. El itinerario exige una orientación precisa de los
medios espirituales en la etapa, y en especial de los ejercicios espirituales, los
retiros mensuales, la oración personal y comunitaria, ía lectura espiritual. Sobre
todo interesa el paso que cada muchacho pueda dar en la maduración de su
imagen de Dios, su conocimiento de la Palabra, su vivencia de! misterio de Cristo.
■ Es integral. A la vez implica las demás dimensiones de la formación, de modo que
se proponga un desarrollo de toda la personalidad, especialmente de los aspectos
humanos que entran en juego en el proceso vocacional y fundamentan el camino
espiritual que se ha emprendido. Es importante que el itinerario establezca los
nexos entre los estudios, ia formación humana y comunitaria, la actividad
apostólica y la dimensión espiritual. Todo está
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conectado para hacer un solo proceso. Los alumnos identifican bien el camino
que se les propone y logran esta integración de todos los medios formativos. No
existen actividades yuxtapuestas, sino profundamente complementarias entre sí,
ordenadas en su conjunto a un fin.
Es propositivo. Invita constantemente al seminarista a comprometerse en su
formación en momentos bien definidos de su proceso vocacional. No establece
más normas disciplinares, no pretende coaccionar, sino proponer un camino de
crecimiento personal y comunitario que puede ser evaluado así como es
propuesto de manera pedagógica. Pretende fijar la atención del alumno en un
objetivo concreto, unificador de su momento formativo. El estilo propositivo
supone dos actitudes formativas: se cuenta con la inteligencia y la voluntad del
alumno, es decir, con su capacidad de comprender lo que se le propone y de
asumirlo personalmente; pero sobre todo se propone con el propio ejemplo de
vida, con la participación en el proceso del mismo equipo formador.
Es gradual. Propone pasos consecutivos, en donde un elemento lleva a otro de
modo dinámico, bien organizado, incluso experimentado a lo largo de los años.
Da el tiempo suficiente para que el muchacho comprenda lo que se le pide,
consulte sus dudas, se determine y dé los pasos correspondientes. Por ello no
debe ser agobiante para el muchacho. Al contrario, hay que seleccionar bien lo
que se le propone para que pueda realizarlo con serenidad, respetando el ritmo
de crecimiento de cada uno.
Implica un acompañamiento personal y grupal. Este camino pedagógico debe ser
explicado a cada grupo de seminaristas con detalle, en reuniones amplias en las
que se va proponiendo el camino a seguir y los medios formativos. Pero también
exige que las entrevistas, se realicen en sintonía con los objetivos que se van
planteando y que esto lo hagan todos los que intervienen en el proceso. El
itinerario es orientación para diversos elementos formativos como son los
ejercicios espirituales, las celebraciones litúrgicas, los paseos comunitarios, la
organización del deporte, la formación complementaria o práctica, etc.

Resonancias psicoafectivas
Si estas son las características objetivas y pedagógicas del proceso formativo, no
dejan de tener importancia las resonancias psicológicas del mismo. Proponer a los
alumnos itinerarios bien diseñados es:
■ Alentador. Tener un rumbo fijo, bien definido, es fuente de aliento, un verdadero
estímulo para el formando. No tiene la sensación de caminar sólo o de ir a la
deriva, o de vivir sujeto al capricho de los formadores. Su esperanza de ir
avanzando en el camino se ve afirmada por la experiencia concreta de pasos que
se le van proponiendo y por el ejemplo de otros compañeros que ya han
transitado por la propuesta. Hay que reconocer que muchos de los
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seminaristas llegan a una situación de desaliento que viene provocada por la falta
de calidad de los procesos formativos.
■ Exigente. Un itinerario bien elaborado plantea exigencias concretas para los
seminaristas en cada uno de los momentos de su formación. Así como van
cambiando los objetivos y el carácter de cada etapa, así el muchacho va descu-
briendo exigencias para cada momento formativo. De modo que no es un clima
que acoja a personas que no trabajan sobre sí mismas o que se refugian en la
pereza mental. En un ambiente verdaderamente formativo no es posible
permanecer pasivamente, sino que cada uno debe afrontar la exigencia de una
verdadera perseverancia. Aquí conviene distinguir entre la mera permanencia de
una persona, que está como un mueble, sin plantearse objetivos de crecimiento,
y la perseverancia de quien formula y replantea continuamente objetivos para su
formación.
■ Confrontador. La confrontación es una regla fundamental del clima que forma. El
alumno se acostumbra a recibir confrontaciones porque sabe que es la única
manera de progresar en la ¡nternalización de los valores cristianos y vocacionales.
La relación con los formadores, sin perder en nada su sentido fraterno, es
reconocida por el alumno como una referencia indispensable y como una
inestimable ayuda para llegar a ser él mismo. No solamente soporta la
confrontación, sino que aprende a abrirse a ella de corazón, experimentando de
un modo muy vivo que no se puede caminar sólo en la vida de fe. Se sabe amado
en la confrontación.
■ Cuestionante para los formadores. Tampoco el formador puede estar fácilmente
en un clima como el que estamos describiendo. El solo hecho de proponer
itinerarios a los jóvenes hará que los formadores se vean cuestionados en su
propio camino de conversión y de formación permanente. Para ellos el ministerio
presbiteral ejercido en la formación se torna en invaluable oportunidad para
retomar los retos pendientes de su propia formación. Esto provoca que no tengan
lugar las actitudes de orgullo y de altanería que muchas veces han padecido
nuestros formandos cuando se tropiezan con formadores que no están en
camino, y por ello no tienen verdadera autoridad para proponerles un camino de
fe.

Justificación Es conveniente elaborar


un itinerario formativo por las siguientes razones:
■ Las normas establecen solamente el fin. Se necesita una mediación pedagógica
de los objetivos de la etapa, de modo que el formando tenga una idea clara
sobre qué pasos concretos debe dar en cada momento de cara a conseguir el
objetivo. Con el itinerario respondemos metodológicamente a la pregunta que
el muchacho se hace con la mayor espontaneidad: ¿Cómo se consigue el fin de
la etapa?
Itinerarios formativos 9 ¿Qué es un itinerario?

■ Cada etapa de formación persigue objetivos difíciles de conseguir. Sólo se


caminará hacia ellos con planteamientos específicos, acompañados muy cer-
canamente. Por ejemplo, al terminar la etapa filosófica en el seminario se pide
que el alumno tenga una decisión firme por el sacerdocio. Conviene que nos
preguntemos: ¿Cómo se consigue esa decisión firme? ¿Qué cuestionamientos hay
que provocar para que esto realmente se consiga? ¿Qué criterios pueden ayudar
a evaluar si esto se ha conseguido o no?
■ Los jóvenes en la actualidad tienen dificultades para plantearse objetivos a largo
plazo, piden satisfacción en el corto plazo. Su perspectiva es la del pequeño
fragmento, la del momento presente. Esta condición de la posmodernidad
plantea una exigencia grande a los formadores. Es necesario proponer objetivos
y medios específicos al menos para cada curso, e incluso para períodos de tiempo
más breves, dentro de una visión orgánica, para que el muchacho tenga criterios
de autoevaluación en cada uno de ellos y note verdaderos avances en la línea de
los objetivos propuestos.
■ Algunas de las etapas pueden ser percibidas como un requisito para pasar a la
siguiente. Conviene presentar objetivos claros para cada curso, de modo que la
etapa se justifique por el proceso espiritual que se lleva a cabo. El itinerario
compensa cierta dificultad que puedan encontrar en otras dimensiones como, por
ejemplo, la de los estudios. Un ejemplo clásico es el de la etapa filosófica. Hay
alumnos a quienes la filosofía les parece un túnel oscuro que tienen que pasar
para llegar a la tierra prometida de la teología. Si se identifica a esta etapa como
discipular, los estudios filosóficos se integran en torno a un fin mayor, de carácter
específicamente espiritual.
■ Los formandos necesitan tener criterios más objetivos para su propio discerni-
miento vocacional, el itinerario los va proponiendo poco a poco. De modo que se
hace posible la autoformación y la autoevaluación. Dependen menos de las
situaciones coyunturales que se dan en toda casa de formación y de los
momentos afectivos por los que van pasando y más de criterios sólidos de
discernimiento.
■ Cada vez se percibe con mayor claridad que la propuesta formativa debe ser
mejor perfilada, pues la falta de definición en esto es una causa importante de las
deserciones en el proceso vocacional. No suele ser defecto de los jóvenes, ni del
ambiente, sino de nuestra propia propuesta como equipo formador.
■ El itinerario ofrece materia abundante para las entrevistas, tanto con el director
espiritual como con el asesor o prefecto, e implica una formación más detallada
y exigente.

Salto de calidad en la formación

El itinerario es, sobre todo, una guía y un estímulo para los mismos seminaristas. Se
comprende más como guía para los alumnos que como acuerdo del equipo formador.
Itinerarios formativos 10 ¿Qué es un itinerario?

De modo que ellos puedan conocer los pasos que objetivamente es necesario dar en su
proceso y tengan criterios de autoevaluación. Evidentemente el itinerario es para quien
emprende el viaje. Sería poco estimulante que la agencia de viajes guardase en secreto
los detalles del trayecto. Al contrario, se esfuerza por darlo a conocer a los viajantes para
que se sientan confiados durante el recorrido y estimulados para llegar a la meta.
Crear los itinerarios formativos implica un salto de calidad en la formación, que se
puede describir de la siguiente manera:
■ El paso de una formación que obedece a la improvisación y a la inevitable falta de
experiencia de los formadores, a una formación que propone un método bien
reflexionado por el equipo, probado y mejorado a lo largo de los años y en
circunstancias reales. El itinerario no sólo exige acuerdo del equipo formador,
también conlleva el estudio, la preparación detallada de la propuesta misma y de
los diversos momentos formativos. Exige también un esfuerzo de continuidad
entre los formadores que se van sucediendo en la responsabilidad formativa sin
que esto vaya en detrimento del proyecto.
■ El paso de la transmisión automática e inconsciente de las deficiencias forma-tivas
de los mismos formadores a los alumnos, hacia un cuidado más objetivo y
armónico del equilibrio entre las diversas dimensiones de la formación. Esto se
puede dar porque la estructura de la formación depende de un plan y no sólo de
unas personas. El equipo formador se ve exigido, por el propio itinerario, a cultivar
un mayor equilibrio, a caminar hacia una formación más integral.
■ El paso de los desacuerdos y las rupturas entre los criterios de un formador que
sucede a otro, a la continuidad del proyecto formativo apoyada por las distintas
generaciones de formadores. Los nuevos miembros que llegan al equipo
formador, reciben los materiales que concretan la experiencia y el aprendizaje de
los anteriores. Más allá de las personas prevalece el proyecto.
■ El paso de la experiencia del alumno en un "régimen" formativo o de internado,
donde muchos de los elementos que teóricamente apoyan su formación no son
comprendidos por el sujeto y por ello no son aprovechados, a quien vive
apasionadamente un camino de crecimiento personal en torno a los valores
evangélicos que ha comprendido y ha aceptado como buenos para sí en el camino
de su vocación específica y contempla cómo se constriyen en su vida espiritual.
■ El paso de una casa en la cual la disciplina, comprendida como norma exterior,
ocupa el centro, a una casa en la que la autodisciplina es vivida como camino de
exigencia y vía de plenitud personal y comunitaria. Desde una formación que
consiste en sobrevivir en una estancia cronológica a una formación kairológica, es
decir, donde el hoy del encuentro con el Señor ocupa el centro.
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■ El paso de la dolorosa experiencia de grupos de seminaristas que se van desmembrando
poco a poco, según van teniendo dificultades de distinto orden en su proceso, creando toda
una situación de desaliento, a grupos que tienen el gozo de culminar como tales las etapas
formativas y donde todos cubren los objetivos que se les propusieron, más allá de su
perseverancia o no en este camino vocacional. De ver la ordenación como único objetivo a
considerar la formación como un proceso de crecimiento en la fe y en el discipulado.
■ El paso del desequilibrio entre las dimensiones formativas, que nos lleva a darles nombres
que privilegian una de ellas en detrimento de las otras, como "etapa filosófica", "facultad
de teología", etc., a una propuesta integral de la formación en la cual el eje identificador y
unificador del proceso está en la línea de la identidad espiritual y vocacional del alumno.
Este segundo modelo se plasma en nombres como "etapa discipular", "etapa
configuradora", "cenáculo", etc.
■ El paso de una formación rutinaria, en la que es frecuente la desconfianza y la falta de
transparencia, a una formación impregnada por el sentido místico y ascético propio de los
procesos de maduración en la fe.
■ El paso de alumnos que cultivan miras humanas desde su formación como el prestigio y la
competitividad, a alumnos que polarizan sus energías en torno a objetivos específicamente
formativos y por ello pueden vivir en libertad, más allá de estas ambiciones de cargos y
privilegios.

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