Está en la página 1de 352

indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page I

Revista de Psicoanálisis
EDITADA POR LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA

Voces del
pluralismo

Tomo LXVIII | Junio–Septiembre | 2011


Número 2/3
Buenos Aires, República Argentina

ISSN 0034-8740
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page II

Secretaria Administrativa
SILVINA RICHICHI
revista@apa.org.ar

Responsable de la Indización
SARA HILDA FERNÁNDEZ CORNEJO
Corrección
VALERIA MUSCIO
Diagramación y Armado
MIGUEL ANGEL GRAMAJO
Imagen de Tapa
Técnica: Tinta // Título: Salón Butacas
Autora: Hilda Clelia Catz
www.hildacatz.com

Esta revista está incluida en el


Catálogo LATINDEX, la Base
de Datos LILACS y la
Base de Datos PSICODOC

Registro de la Propiedad
Intelectual N° 56.921
Hecho el depósito
que marca la ley 11.723
CENTRAL (B)
ARGENTINO

SUC. 10 (B)

INTERÉS GENERAL
CORREO

Concesión N° 1.510
FRANQUEO PAGADO
Concesión N° 13513

© Esta publicación es propiedad de la Asociación Psicoanalítica Argentina,


Rodríguez Peña 1674, (C1021ABJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Argentina.
Teléfono: (5411) 4812-3518 / Fax: (5411) 4814-0079
Suscripciones: revista@apa.org.ar / Home page: http://www.apa.org.ar

Queda prohibida, sin la autorización escrita de la Asociación Psicoanalítica


Argentina, la reproducción total o parcial de los artículos publicados en la
REVISTA DE PSICOANÁLISIS por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la
reprografía y el tratamiento informático.

Impresión: Cosmosprint, E. Fernández 155, (1870) Avellaneda,


Buenos Aires, Argentina, en marzo de 2010.
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page III

Revista de Psicoanálisis
PUBLICACIÓN TRIMESTRAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA
FILIAL DE LA ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA INTERNACIONAL (API)
SOCIEDAD COMPONENTE DE LA FEDERACIÓN PSICOANALÍTICA DE AMÉRICA LATINA (FEPAL)

Comité Editor

Directora
CLAUDIA LUCÍA BORENSZTEJN

Secretaria
LILIANA NOEMÍ PEDRÓN MARTIN

Miembros del Comité Editor


DARÍO ARCE
SILVIA BEATRIZ BAJRAJ
JEANETTE DRYZUN
JUDITH GOLDSCHMIDT DE SCHEVACH
EDGARDO ADRIÁN GRINSPON
FERNANDO FÉLIX IMERONI
JUDITH KONONOVICH DE KANCYPER
GRACIELA MEDVEDOFSKY DE SCHVARTZMAN
MARÍA LOURDES REY DE AGUILAR
MARCELO DANIEL SALUSKY
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page IV

Miembros del Consejo Editor Internacional

Eduardo Agejas (Buenos Aires), Lucía R. Martinto de Paschero (Buenos


Alcira Mariam Alizade (Buenos Aires), Aires),
Madeleine Baranger (Buenos Aires), Norberto Marucco (Buenos Aires),
Elias M. da Rocha Barros (San Pablo), Robert Michels (Nueva York),
Carlos Basch (Buenos Aires), Thomas Ogden (San Francisco),
Ricardo Bernardi (Montevideo), Cecilio Paniagua (Madrid),
Jorge Canestri (Roma), Ethel Person (Nueva York),
Guillermo Carvajal (Santa Fe de Andrés Rascovsky (Buenos Aires),
Bogotá), Owen Renik (San Francisco),
Fidias Cesio (Buenos Aires), Lía Ricón (Buenos Aires),
Horacio Etchegoyen (Buenos Aires), Romualdo Romanowsky (Porto Alegre),
Antonino Ferro (Pavia), Anne-Marie Sandler (Londres),
Glen Gabbard (Houston), Gabriel Sapisochin (Madrid),
Leonardo Goijman (Buenos Aires), Fanny Schkolnik (Montevideo),
André Green (París), Evelyne A. Schwaber (Brookline),
Aiban Hagelin (Buenos Aires), Marianne Springer-Kremser (Viena),
Charles Hanly (Toronto), Jaime Szpilka (Madrid),
Jürgen Hardt (Wetzlar), David Tuckett (Londres),
Max Hernández (Lima), José Luis Valls (Buenos Aires),
Paul Janssen (Dortmund), Juan Vives Rocabert (México DF),
Juan Jordán Moore (Santiago de Chile), Robert Wallerstein (Belvedere),
Otto Kernberg (Nueva York), Daniel Widlöcher (París),
Rómulo Lander (Caracas), Paul Williams (Londres).
Jean Laplanche (París),

Comisión Directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Presidente: Dr. Andrés Rascovsky


Vicepresidente: Dr. Federico Luis Aberastury
Secretaria: Lic. Mónica E. Hamra
Secretario Científico: Dr. Eduardo E. Agejas
Tesorero: Lic. Enrique M. Novelli

Vocales: Lic. Justa Paloma Halac, Dra. Victoria Korin,


Lic. María Gabriela Goldstein, Dra. Lidia Bruno de Sittlenok,
Dr. Gustavo Dupuy, Lic. Emma N. Realini de Granero, Dr. Daniel Schmukler
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page V

Índice

Editorial
• Voces del pluralismo
Comité Editor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VII

• Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso.


Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
• El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico.
André Green . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 283
• Validez y validación del método psicoanalítico. Alegato sobre la
necesidad de pluralismo metodológico y pragmático en psicoanálisis.
Juan Pablo Jiménez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
• Leyendo a Harold Searles.
Thomas H. Ogden . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325
• Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit.
Haydée Faimberg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347
• André Green: pasión clínica, pensamiento complejo. Hacia el futuro
del psicoanálisis.
Fernando Urribarri . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365
• Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier.
Luis Hornstein . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395
• Análisis, pulsión y uso de objeto en D. W. Winicott.
Julieta Bareiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415
• De la torre de Babel a los senderos fundadores. Algunas premisas
para investigar en el proceso psicoanalítico.
Controversias entre Marcelo Viñar y Ricardo Bernardi . . . . . . . . . . . . . . 427
• El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky.
Jorge L. Ahumada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 461
• Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis.
Ana María Viñoly Beceiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 477
• Los cuatro niveles de observación en el método de Esther Bick.
Didier Houzel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 495
• Acerca de la situación actual de la APA en relación a la teoría
psicoanalítica.
Willy Baranger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 507
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page VI

• Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo.


Madeleine Baranger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 515
• APA: una experiencia científica institucional.
Eduardo Agejas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 525
• ¿Puede ser neutral un psicoanalista? Reflexiones sobre el
pluralismo teórico.
José E. Fischbein . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 531
• Acerca del pluralismo. El Pluralismo en APA.
Amada Lloret . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 541
• Psicoanálisis y Pluralismo. La institución herética.
Gustavo Enrique Dupuy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 549
• El (des) encuentro de los tiempos.
Paola Machuca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 559

Revista de libros
• Hacer camino con Freud, Eduardo Braier
Por Norberto Marucco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 585
• Pulsión de vida y pulsión de muerte, Cordelia Schmidt–Hellerau
Por Juan Carlos Weissmann . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 589

Revista de revistas
• Revista Docta. Asociación Psicoanalítica de Córdoba
Por Mirta Noemí Cohen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 593
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page VII

VII

Voces del pluralismo


Cien hombres, juntos, son la
centésima parte de un hombre
Antonio Porchia, Voces1

En el libro editado por la APA con motivo del 40 aniversario de su funda-


ción realizado por el departamento de Historia dice el prólogo de Jorge Mom
que “la institución se constituyó alrededor de un proyecto aperturista; si se
quiere de un pluralismo de proyectos que incluía naturalmente, un pro-
yecto pluralista”. El pluralismo es entonces la marca en el orillo y fuente de
debate en nuestra institución mucho antes que el tema apareciera con fuerza
en la comunidad psicoanalítica internacional alrededor de los años 90.
Por eso no es de extrañar que haya sido justamente de APA el trabajo
premiado por IPA, a Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld, “Sobre la
cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso”, en el que los au-
tores desarrollaran esta idea de lo riguroso, cuya construcción se basa en
poner a trabajar los conceptos teóricos, delimitar convergencias y divergen-
cias, en articulación con la actividad clínica, los estudios empíricos y los datos
interdisciplinarios. Algunas preguntas que se plantean son si es posible lo-
grar discusiones que generen avances en la cultura psicoanalítica. ¿Cuáles se-
rían las capacidades que debería desarrollar un analista en su formación
para que los procesos argumentativos sean fértiles y el pluralismo riguroso?
En el año 2002 se realizó un encuentro internacional en Frankfurt. Los
trabajos que allí se presentaron fueron publicados en el libro Pluralismo y
Unidad, editado por la IPA. Uno de los textos es el de André Green: “El
pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico”. En él plantea
que el pensamiento clínico es dialógico dado que se ocupa de la relación
paciente-analista y siempre hay una brecha teórica que es fuente de difi-
cultades. La investigación del psicoanálisis se basa en el estudio de lo in-
consciente en la sesión analítica y Green presenta su divergencia con Peter
Fonagy en otra versión de sus controversias. Critica, lo sabemos, la inves-
tigación en psicoanálisis con métodos directos (como la observación de
lactantes), ya que entiende que exploramos el mundo interno por métodos
indirectos a través del pensamiento, el lenguaje, los sueños, el juego, las fan-

1 Hachette Ediciones. Novena edición, 1973. Buenos Aires - Argentina


indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page VIII

VIII

tasías. Dice Green que si el material es simbólico, el instrumento debe po-


seer características simbólicas. Aboga por la Teoría de la Hipercomplejidad
de E. Morin para sostener la idea de un pensamiento plural.

Otro autor que se ha ocupado de este tema y que la Revista de Psicoanálisis


ha publicado anteriormente es Juan Pablo Jiménez. En “Validación del mé-
todo psicoanalítico. Alegato sobre la necesidad de pluralismo metodoló-
gico y pragmático en psicoanálisis”, con estilo claro presenta su visión de
la problemática epistemológica que enfrenta el psicoanálisis en la actuali-
dad. Propone desarrollar contextos de validación distintos al clásico mé-
todo clínico, limitado a la situación analítica. Define la apariencia caótica
del psicoanálisis moderno como efecto de la fragmentación teórica actual
y aboga por el desarrollo de un pluralismo metodológico y pragmático
donde propone la utilidad del conocimiento como criterio de verdad. Esto
implica considerar los factores de cambio y éxito terapéuticos como crite-
rio de validación.

Hasta aquí la sección teórica donde el pluralismo es abordado como tema


usando los calificativos que lo llenan de múltiples sentidos: riguroso, prag-
mático, crítico, mítico, en algunas de las voces que lo enuncian. En la sección
que continúa veremos cómo autores nos hablan de otros autores, los piensan,
los conectan, los hacen trabajar entre sí. Un pluralismo que vive, un plura-
lismo en construcción donde cabe la expresión: “Pluralismo, Work in Progress”.
Thomas H. Ogden en “Leyendo a Harold Searles” nos contagia el entu-
siasmo que despierta la lectura de un autor de inigualable destreza en la trans-
misión de la experiencia psicoanalítica, describiendo con sutileza los estados
emocionales tanto del paciente como del analista. Searles lleva la atención
flotante y la libertad de pensar hasta las últimas consecuencias, no lo detie-
nen los supuestos teóricos, lo guía la búsqueda de una experiencia auténtica
y genuina. Percibe y desnuda en profundidad su propia experiencia en los
bordes de la intimidad, como terapeuta, padre, hijo y esposo. Odgen nos
muestra el pensamiento de Searles y sus ideas sobre el complejo de Edipo que
difieren de las de Freud. En estas observaciones subvierte en parte lo esta-
blecido en la teoría hasta ese momento. Para finalizar descubre la comple-
mentariedad de la obra de Searles y la de Bion, mostrando cómo Searles
otorga vitalidad y forma a los aportes teóricos y las abstracciones de Bion.

Haydée Faimberg en “Alegato en favor de la ampliación del concepto de


Nachträglichkeit”, presentado en el Congreso internacional realizado en
Praga (2006) como tributo a Freud, revisita el concepto en Freud, Lacan,
Laplanche y Pontalis, para fundamentar su propia elaboración y propone
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page IX

IX

el concepto de temor al derrumbe de Winnicott como paradigma de su con-


cepto ampliado de Nachtraglichkeit. Ejemplifica con el conmovedor re-
lato de Kardiner sobre su análisis con Freud. Su propuesta cumple un im-
portante papel en el proceso de “asignar nuevo sentido” – mediante
interpretaciones – e incluso en el proceso de “asignarlo por primera vez”
– mediante construcciones – a lo que “el analizado dice” y a lo que “no puede
decir”. Su aporte nos ofrece un marco conceptual vinculado con la tempo-
ralidad psíquica inconsciente, que nos permite explorar y comprender cómo
produce el psicoanálisis el cambio psíquico.

Fernando Urribarri en “André Green: pasión clínica, pensamiento complejo.


Hacia el futuro del psicoanálisis”, hace un recorrido de su obra dividiéndola
en tres etapas, los comienzos, los años de madurez y finalmente lo que no-
mina como “el giro del año 2000”. Green es capaz de integrar el modelo
Freudiano de la transferencia, el postfreudiano de la contratransferencia,
con el de encuadre, verdadero fundamento para el despliegue de los otros
dos. Partiendo del modelo implícito de la estructura encuadrarte como in-
terfaz de lo intrapsíquico y lo intersubjetivo llega al modelo del encuadre in-
terno del analista como matriz terciaria capaz de sostener un encuadre poli-
sémico con posibilidades de entender diversas lógicas concomitantes entre
sí. Si el encuadre clásico no es viable para un gran número de pacientes, Green
propone que cuando el paciente no es capaz de asociar libremente y hay po-
breza de simbolización, el encuadre ya no es un concepto compartido entre
analista y paciente y deviene una noción interna del analista.

Con “Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier”, Luis Hornstein


re-vitaliza el aporte brillante de una autora cuya fidelidad a sus antecesores no
le impidió producir sus propios desarrollos. Una autora que apela constante-
mente a la clínica para interrogarse acerca de sus límites y seguir avanzando.
A través de sus “cuestiones fundamentales” elabora lo recibido de sus proge-
nitores, especialmente Freud y Lacan y logra también su desasimiento. Su con-
cepción, lejos de ser dogmática, invita a la reflexión y a la creatividad del lec-
tor. Hace una defensa de la pasión, de la pulsión de saber: “cuando nos
identificamos con ese Freud dispuesto a cuestionar lo dado, nunca sentado en
los laureles”.

Julieta Bareiro en “Análisis, pulsión y uso de objeto en D. W. Winnicott”,


reflexiona sobre la pulsión, la agresividad, el uso del objeto y la clínica psi-
coanalítica. Se refiere a la destructividad potencial que no sería producto
de la pulsión sino un punto de partida. En la relación analítica describe la
cuestión del objeto de uso que se relaciona con la agresividad potencial y
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page X

señala que el hecho de que el analista se preste para ser usado denota una
operatoria que posibilita la transferencia; tiene que ver con su ética y las po-
sibilidades del fin de análisis.

Muchos debates sobre el pluralismo se han conectado con el tema del psi-
coanálisis como ciencia y como investigación. Por eso retomamos esta po-
lémica, en este caso en las voces de Viñar y Bernardi.
El trabajo de Viñar “De la Torre de Babel a los senderos fundadores.
Algunas premisas para investigar en el proceso psicoanalítico” poéticamente
cuenta una historia a partir de la cual se pregunta el autor cuál es el con-
cepto de ciencia que nos proponemos. La multiplicidad de teorías es un
hecho en Psicoanálisis. El reconocimiento y revelación del Inconsciente
que cada uno ha vivido alguna vez en su vida es punto princeps de la expe-
riencia analítica. Nuestra práctica es un quehacer científico reglado, pero
el objeto a aprehender es efímero, singular y a reinventar. El momento
creativo se acerca más a la creación poética que al experimento científico.
El intento de validez es a posteriori. Bernardi, que discute estas ideas, ha
escrito una addenda 20 años después, para este número.

Jorge L. Ahumada en “El pluralismo de las ciencias. En homenaje a


Gregorio Klimovsky”, revisa coincidencias y diferencias de Klimovsky res-
pecto del refutacionismo ingenuo de su maestro Karl Popper. Partiendo
del hecho innegable de que en la práctica de los científicos la pluralidad de
métodos y de los aparatos conceptuales en las distintas disciplinas se da
por descontada. Detalla luego el autor sus discrepancias respecto de ambos
en cuanto a la validez general de la postura hipotético-deductivista que
Popper y Klimovsky consideran válida para toda ciencia.

Ana María Viñoly en “Algunas reflexiones sobre el carácter científico del


psicoanálisis”, revisa los conceptos de ciencia y psicoanálisis y considera que
en ambos campos del saber, tanto uno como el otro constituyen fenóme-
nos históricos que ocurren en un determinado marco social según las co-
rrientes epistemológicas dominantes en cada época. Plantea que la inves-
tigación psicoanalítica se desarrolla en zonas de frontera, privilegiando el
espacio transferencial en el cual el “texto” pasa a ser objeto de investiga-
ción. El psicoanálisis se basa en el campo bipersonal en el cual la práctica
se articula con la teoría y la técnica y pone el acento en la necesidad de de-
bates que aseguren un autentico pluralismo.

Publicamos la participación de Didier Houzel en un panel del Congreso


de observación de lactantes realizado en Buenos Aires en 2008, “Los cua-
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page XI

XI

tro niveles de observación en el método de Esther Bick”, es una reflexión


sobre la práctica de este método y su utilidad para el psicoanalista. El autor
menciona diferentes métodos de observación y señala lo específico de la ob-
servación psicoanalítica en el método que incluye al observador participante
como fundante de una ciencia de la subjetividad.

La sección que comienza con el texto de Willy Baranger, “Acerca de la si-


tuación actual de la APA en relación a la teoría psicoanalítica” es un trabajo
inédito expuesto en el año 1980 que describe la situación teórica en APA, la
evolución del pensamiento freudiano y la influencia de Melanie Klein con
sus importantes aportes teórico/ clínicos y sus excesos dogmáticos. En esa
época la lectura de Lacan traía aires de renovación a la teoría psicoanalítica
en la institución pluralista. Sin embargo, el dogmatismo no es privilegio de
una teoría, ya lo sabemos. Es interesante leer ahora el trabajo de Willy, más
de 30 años después y si cambiamos los términos kleiniano o lacaniano, por
otros que cada uno elija, se aprecia su vigencia conceptual.

Madeleine Baranger actualiza su pensamiento en “Lo intrapsíquico y lo


intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo”. Este escrito es parte de
una exposición realizada en el Congreso de Atenas en 2010, en el cual es-
boza ideas acerca de los peligros del crecimiento y convivencia de nuevas
ideologías y prácticas “psicoanalíticas”. Señala que cada una de las diferentes
escuelas pone el acento en un punto de la comprensión psicoanalítica y re-
aliza una descripción de la teoría del campo y del baluarte como modelo
intersubjetivo, con las modificaciones y precisiones de los últimos años.

Eduardo Agejas en “APA: una experiencia científica institucional”, relata


una experiencia de diálogo entre colegas como secretario científico de APA.
Explican el dispositivo que consiste en trabajar con un material clínico para
exponer y contrastar los efectos del pluralismo teórico sobre el quehacer
clínico del analista para investigar cómo el analista piensa teóricamente un
proceso terapéutico durante y después de la sesión, cómo se ubica frente a
las teorías y frente al material del paciente, cómo convergen y/o divergen
los esquemas referenciales.

José Fischbein en “¿Puede ser neutral un psicoanalista? Reflexiones sobre


el pluralismo teórico”, nos invita a repensar la neutralidad del analista en
el contexto histórico actual dentro del ámbito de una institución plura-
lista. Plantea que el analista no puede ser neutral, ni receptor pasivo de las
asociaciones del paciente, sino que participa activamente en la selección,
puntuación y significación del material desde sus esquemas teóricos que
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page XII

XII

guían invisiblemente su accionar y que las distintas teorías generan dife-


rentes campos en el trabajo clínico.

Amada Lloret en “Acerca del pluralismo. El pluralismo en APA”, consi-


dera que el concepto de pluralismo en APA se define en el terreno de lo
ideológico político. Para desarrollar estas ideas parte de la historia institu-
cional de la Asociación Psicoanalítica Argentina tomando como eje el mo-
vimiento de escisión de los grupos Plataforma y Documento del año 1971
y el llamado Manifiesto del 1974. Ello se relaciona con datos que ubican
al lector respecto de la realidad histórico política de nuestro país.

Gustavo Dupuy en “Psicoanálisis y pluralismo. La institución herética”,


ofrece una reflexión acerca del pluralismo en las instituciones psicoanalíti-
cas. Para ello parte del proceso de la aceptación y la posible incorporación
de las ideas del otro en cualquier ámbito. No obstante, la disposición al in-
tercambio de ideas con aquel que no comparte las nuestras requiere la re-
nuncia a las certezas que otorgan protección y seguridad para ubicarnos en
la soledad de la búsqueda de la verdad “aún conociendo los límites de su
logro”. Esa sería la apuesta del pluralismo.

Publicamos la monografía premiada de Paola Alejandra Machuca, “El


(des)encuentro de los tiempos”. El escrito transmite con claridad cómo el
sujeto en cada etapa del proceso evolutivo – por ejemplo, el pasaje del
narcisismo al Ideal del yo – tiene lugar dentro de un encuadre temporal
que lo enmarca pero también lo construye.

Finalizamos esta nota citando el párrafo con el que concluye el prólogo men-
cionado al comienzo: “En estos últimos años y atravesando diversas crisis la
APA ha recreado el proyecto pluralista bajo el cual se fundó esta Asociación.
El problema futuro – desde una perspectiva histórica – es el mantenimiento
institucionalizado del mismo y su caracterización como movimiento original.”

Creemos que este camino, quizás no el más transitado pero sí el más crea-
tivo, es el que elegimos.

Comité Editor de la REVISTA DE PSICOANÁLISIS


Claudia Lucía Borensztejn
Editora
indice-revista2/3-2011_Índice APA 2/3 2011 10/14/11 6:47 AM Page XIII

XIII

Dos caminos divergieron en un bosque amarillo,


Y afligido porque no podría caminar ambos
Siendo un solo viajero, estuve largo tiempo de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la maleza.

Entonces tomé el otro, imparcialmente,


Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y agradable de caminar;
Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente,


¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo la inexorable manera en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debí haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro


Que en alguna parte envejece y hace envejecer,
Dos caminos divergieron en un bosque y yo,
Yo tomé el menos caminado,
Y eso ha representado toda la diferencia.

The road not taken, by Robert Frost


1874 -1963

Two roads diverged in a yellow wood, And sorry I could not travel both And be one
traveler, long I stood And looked down one as far as I could To where it bent in the
undergrowth; Then took the other, as just as fair, And having perhaps the better
claim, Because it was grassy and wanted wear; Though as for that the passing
there Had worn them really about the same, And both that morning equally lay In
leaves no step had trodden black. Oh, I kept the first for another day! Yet knowing
how way leads on to way, I doubted if I should ever come back. I shall be telling this
with a sigh Somewhere ages and ages hence: Two roads diverged in a wood, and I— I
took the one less traveled by, And that has made all the difference.
Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por
un pluralismo riguroso1

* Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

1. INTRODUCCIÓN: SOBRE EL PLURALISMO, SUS LENGUAS Y ARGUMENTOS

Es una locura –conviene decirlo– lo que se puede


hacer con el lenguaje: no solamente decir lo mismo de
otro modo sino también decir otra cosa que lo que es.
Paul Ricoeur Sobre la Traducción,2004, pag. 56

1.1. El psicoanálisis ha influido notablemente sobre la cultura y la subjetividad


contemporánea ya que todas las producciones culturales han sido en cien
años conmovidas por sus descubrimientos. Pero como señala André Green
(2005) con precisión: “ la vocación universalista del psicoanálisis freudiano
no lo dispensa de prestar atención a lo que ocurre puertas adentro, antes de
lanzar un mensaje general que termine jaqueado por las diferencias culturales
registradas en el seno de la comunidad psicoanalítica” (pág.100). Esto quiere
decir que existe una comunidad y cultura psicoanalítica que entendemos como
las producciones diversas de los psicoanalistas de diversas regiones e ideolo-
gías, sus vínculos, sus costumbres y sus instituciones, gran parte de las cuales
devinieron en lo que se conoce como “movimiento psicoanalítico”. Hoy en
día es observable un cierto detrimento del poder transformador del psicoa-
nálisis y es sorprendente que cien años después se siga utilizando exhortati-
vamente la noción de movimiento, que en su inicio ya era criticada por uno
de sus fundadores. Así es que Ernest Jones (1954), en su famosa biografía de
Freud, refiriéndose al nacimiento de la Asociación Psicoanalítica Internacio-
nal, del cual participó, escribe: “En esos años [1910] se inició lo que se dio
en llamar el “movimiento psicoanalítico”, nombre este no muy feliz, pero em-
pleado a la vez por amigos y enemigos” (pág.79, la cursiva es nuestra).

1 Versión ampliada del trabajo ganador del Premio Especial Creación de la IPA (1910-
2010) “Cien Años de Psicoanálisis: Subjetivación y Cultura” APA-Octubre 2010.
* errezeta@fibertel.com.ar / Argentina
** Agradecemos los aportes bibliográficos de Nicolás Zukerfeld y Gilda Zukerfeld.
258 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

Por otra parte, es conocido que el momento fundacional estuvo plagado


de rencillas entre los primeros grupos de psicoanalistas, como queda expre-
sado en la carta que Freud envía a Ferenczi el 10 de Agosto de 1910, después
del Congreso de Nuremberg de Marzo de 1910, que Jones transcribe:

Las relaciones personales entre la gente de Zurich son mas satisfac-


torias que la de aquí en Viena, donde se hace forzoso preguntarse a me-
nudo qué se ha hecho de la influencia ennoblecedora que el psicoanálisis
ejerce sobre sus partidarios Con el reichstag de Nüremberg se cierra la in-
fancia de nuestro movimiento; esa es mi impresión. Ahora tengo la es-
peranza de una juventud esplendorosa y feliz (pág. 82).

Esta expectativa de juventud “esplendorosa y feliz” atravesó muchas vi-


cisitudes hasta instalarse en la cultura del siglo XX y en su madurez debe
enfrentarse con los desafíos del siglo XXI. Pero cual marca de nacimiento
de su propia constitución, la cultura psicoanalítica se desarrolló plena de
rupturas y fragmentaciones que en las últimas décadas fueron caracterizadas
como pluralismo. Su aspecto loable es la valoración de la diversidad, pero
el rasgo preocupante del llamado pluralismo es cuando deviene en una suerte
de racionalización benévola para aludir a una fragmentación abarcada por
una “causa” común y vehiculizada a través de un “movimiento”. Es intere-
sante saber que según la investigación histórica de Baños Orellana (2001),
Max Eitingon –quien presidió dieciocho años la Comisión Didáctica Inter-
nacional, fijando los standards a todas las asociaciones– no tenía suficiente
práctica clínica. Su importante influencia en el círculo alrededor de Freud
provenía de su actividad económica-administrativa y de su actitud reverencial
hacia el maestro, y no de sus aportes científicos. Pero a partir de aquí se des-
arrolla la “causa” que al tener un sesgo evangelizante en realidad favoreció las
rupturas y le hizo perder algo de su “influencia ennoblecedora” y poder re-
volucionario dentro de la cultura contemporánea. Esta es una situación que
ha evolucionado pese a los “libros negros” pero ha quedado un remanente
de fragmentación que tiene efectos negativos en el desarrollo de la cultura
psicoanalítica y en su poder transformador de la subjetividad contemporánea.

1.2. Y así es que surge la pregunta ¿es normal que la teoría y práctica analítica
se encuentre fragmentada en escuelas, grupos y subgrupos que tienden –
con cierto etnocentrismo – a considerarse a sí mismos el verdadero psico-
análisis? Si así fuera este trabajo intenta parafrasear en su título al del célebre
libro de Joyce McDougall (1982) Alegato por cierta anormalidad. Anormalidad
que titulamos “pluralismo riguroso” porque pensamos que los problemas
son tanto la normalidad “normopática” de la fragmentación como la inten-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 259

ción de normalizar mesiánicamente la diversidad en la unidad del dogma.


Juan Pablo Jiménez (2004) también ha propuesto un alegato sobre la nece-
sidad de un pluralismo integrativo donde plantea que: “En psicoanálisis, más
que pluralismo – en realidad una descripción eufemística de la situación –
existe una mera pluralidad o, peor aún, una fragmentación teórica, pues ca-
recemos de una metodología que se aplique sistemáticamente a la confron-
tación de las diferentes teorías y posiciones” (pág. 665).
En realidad, una metodología que confronte teorías y posiciones sería
posible en la medida que la investigación sistemática (clínica y extraclínica)
se incorpore naturalmente a la revisión crítica de las teorías y prácticas psi-
coanalíticas. No es casual que en el libro publicado por IPA (2003) sobre la
problemática del pluralismo, la mayoría de sus artículos se ocupen de las
distintas controversias sobre el valor de la investigación en psicoanálisis. En
particular pensamos que la fragmentación teórica se vería mejorada a partir
de la investigación conceptual, definida por Úrsula Dreher (2003) como
“la investigación sistemática de los significados y usos de los conceptos psi-
coanalíticos, incluyendo sus cambios, en relación con los contextos clínicos
y extraclínicos” (pág. 110, la cursiva es de la autora, la traducción es nuestra).
Pero también cierta tendencia a un dogmatismo que descalifica pensa-
mientos distintos y aplasta diferencias es parte de la “normalidad” del psi-
coanálisis actual y conspira contra lo que desarrollaremos en este trabajo
como “pluralismo riguroso”. Creemos que su construcción depende enton-
ces de poner a trabajar los conceptos teóricos, delimitar donde hay conver-
gencias y divergencias2 y luego desecharlos o legitimarlos en articulación
con la actividad clínica, los estudios empíricos y los datos interdisciplinarios.
En verdad, la pluralidad de teorías y la variedad de recursos técnicos que
hoy en día se ponen en juego en la clínica psicoanalítica provocan una enorme
cantidad de problemas cuando deben comunicarse entre sí psicoanalistas de
distintas culturas, estilos de formación o corrientes de pensamiento. Así es
que se suele considerar ‘pluralismo’ a la convivencia más o menos pacífica
con escaso intercambio. Por otra parte, los nuevos desafíos psicopatológicos
y los desarrollos de otras disciplinas sobre problemáticas afines a las teorías
y clínica psicoanalítica implican un permanente atravesamiento interdisci-
plinario. De este modo se ha producido – después de Freud y sus contem-
poráneos – más que una pluralidad, una fragmentación del conocimiento
(Fonagy, 1999). En cierta forma es como si desde una “lengua materna freu-
diana” y algunos de sus “dialectos” iniciales (Vg. Abraham, Ferenczi) se hu-

2 El último Congreso Internacional de Psicoanálisis IPA (Chicago, 2009) tuvo justamente


como tema central las convergencias y divergencias en psicoanálisis.
260 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

biera producido una diáspora que resulta en la convivencia de distintas len-


guas (kleiniana, kohutiana, winnicottiana, lacaniana, etc.) y multitud de nue-
vos dialectos más o menos consolidados. Todas estas lenguas tienen sus tér-
minos teóricos, sus prácticas, sus autoafirmaciones como psicoanalíticas y
sus códigos terminológicos de pertenencia. Así es que resulta difícil deter-
minar en una discusión entre psicoanalistas cuándo se trata de diferencias en
la apreciación de hechos clínicos de cuándo lo que se debate son diferentes
interpretaciones teóricas de los mismos o lo que se pone en cuestión son sus
intervenciones derivadas. Inclusive se torna muchas veces muy dificultoso
establecer primero cuáles son los hechos, teorías e intervenciones para en un
segundo momento plantear los acuerdos y desacuerdos con las mismas.

1.3. Estos problemas constituyen – a nuestro modo de ver – una cuestión


epistemológica que ha sido tratada por diversos autores que oscilan entre
actitudes amigables hacia la teoría y clínica psicoanalítica, pasando varios
de ellos a críticas estimulantes y llegando otros, en muchos casos, a críticas
descalificadoras que llegan hasta el rechazo absoluto3.
No es nuestra intención describir esta historia sino intentar puntualizar
que en definitiva las dificultades y malos entendidos producidos en las discu-
siones intra e interdisciplinarias pueden provenir de la necesidad de diferenciar
qué se entiende por hecho, clínico o extraclínico (área empírica), qué se en-
tiende por teoría (área teórica) y qué se entiende por intervención (área tec-
nológica). Es sabido que aquí se ponen en juego los entrecruzamientos entre
el relato positivista, el relato hermenéutico y en la últimas décadas el llamado
paradigma de la complejidad. De todas maneras, y con la intención de plantear
un punto de partida, se puede pensar que existe cierto consenso en que los
hechos – es decir lo fáctico – constituyen el conjunto de datos de la realidad
accesibles a distintos dispositivos perceptuales y pasibles de ser descriptos o
inferidos con suficiente verosimilitud. Se trata de los observables empíricos
que mantienen su existencia independientemente del observador y que pueden
describirse, compararse y eventualmente generalizarse. Las teorías constitu-
yen, en términos generales, los conjuntos de nociones y conceptos que expli-
can, interpretan o construyen los hechos, creando generalmente modelos y
reglas de correspondencia para comprenderlos. Finalmente es comprensible
considerar que las intervenciones sean el conjunto de acciones destinadas a
producir algún efecto sobre los hechos. Se trata de las técnicas, es decir, lo
que incumbe a todos los procedimientos que derivan de las dos áreas anteriores
destinados a transformar o generar algo en una realidad determinada.

3 Ver por ejemplo el llamado Libro Negro del Psicoanálisis.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 261

1.4. Por otra parte, es importante señalar que en la forma de expresar acuerdos
y desacuerdos, tanto en el citado mundo interno como en relación al mundo
externo al psicoanálisis, pueden utilizarse tanto argumentos que describan y
fundamenten la propia opinión, como otros donde predomine –a veces con
un particular estilo persuasivo– la calificación de la opinión del otro, gene-
rando niveles de discusión diferentes. Es conocido el papel que juegan aquí
las disputas narcisistas en el sostenimiento de identidades o en el manteni-
miento de cierto poder en detrimento de la producción de conocimiento. Es
entonces necesario puntualizar que –como escribe Ricardo Bernardi (2003)–
argumentar “ implica rechazar las certezas dogmáticas tanto como la incerti-
dumbre universal o el ‘cada cual con su verdad’” (pág. 252). Y es sabido –como
cita dicho autor– que existen argumentos con correspondencia con la expe-
riencia empírica o que se fundamentan en su coherencia interna o valor heu-
rístico, y otros que se sustentan solamente en la autoridad o prestigio.
En este sentido, al primer tipo de argumentación lo entendemos como
estipulativo ya que establece y fundamenta opiniones alternativas para ex-
presar acuerdo o desacuerdo, con el sustento que da el dato empírico y/o
la coherencia lógica. En cambio, categorizamos al segundo tipo de argu-
mentación como calificativo ya que la autoridad y el prestigio suele implicar
valoraciones y/o adjetivaciones que pueden llegar a ser ad hominem, tanto
para expresar acuerdo como desacuerdo con la opinión del otro. Cuando
se da este último caso con cierta intensidad o frecuencia, pensamos que en
una discusión se corre el riesgo de que el proceso argumentativo quede en
el Grado 0, donde, como escribe Bernardi4 (2003): “No hay controversia
real: no hay puntos de debate que interesen a ambas partes o existen premisas
que limitan el campo, quedando excluida a priori una de las posiciones (por
ejemplo, cuando se dice “eso no es psicoanálisis”). Ya en el Grado 1 “[…]
se parte de diversas posiciones todas ellas legítimas, […] pero este contacto
es impreciso debido a dificultades u oscuridades en la comunicación”. Es
recién en el Grado 2 “[…] donde los puntos en controversia están expuestos
con claridad y existen posiciones diferentes acerca de ellos, pero los des-
arrollos argumentativos no pueden llevarse hasta el final por razones de
orden práctico o porque se trata de cuestiones que resultan indecidibles por
el momento”. Finalmente el mayor grado del proceso argumentativo
(Grado3) es aquel “[…] donde el discurso argumentativo avanza lo suficiente
para permitir una exploración adecuada de los fundamentos de cada posición
y para lograr un cierto consenso sobre el estado de la cuestión y sobre los
puntos de acuerdo y desacuerdo” (pág. 266).

4 Inspirado en la ideas de Toulmin.


262 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

El propósito general de este trabajo es entonces intentar dar respuestas


provisorias a las siguientes preguntas:
a) ¿Es posible lograr discusiones que generen avances en la cultura psi-
coanalítica teniendo en cuenta su enorme pluralidad? ¿Es la pluralidad exis-
tente una ventaja o un obstáculo para la comunicación interdisciplinaria?
Y, como pregunta Bernardi, (2007): “[...] ¿cuándo funciona el pluralismo como
factor de riesgo y cuándo de protección?” (tomado de www.aperturas.org)
b) ¿Cuáles podrían ser las competencias o capacidades que un analista
debería desarrollar en su formación y en su práctica para que los procesos
argumentativos se tornaran fértiles y el pluralismo fuera entonces riguroso?

2. SOBRE HECHOS, TEORÍAS E INTERVENCIONES: UNA EXPERIENCIA SUGESTIVA

“Estoy convencido de mi opinión, pero se que


el convencimiento subjetivo no es una demostración
de peso acerca de la corrección de una opinión”
Ángel Garma.
Carta Nº 8 a Otto Fenichel, Setiembre de 1941

2.1. En el contexto de seminarios sobre epistemología5 e investigación en psi-


coanálisis se les propuso a los 30 analistas participantes (veinte de ellos per-
tenecientes a instituciones de IPA) opinar y expresar sus acuerdos y desacuer-
dos con lo realizado por un analista en una primera entrevista con un paciente.
La reseña de esta entrevista – que era parte de una supervisión – incluía la opi-
nión del analista interviniente acerca de lo que él entendía que habían sido
los hechos significativos de la misma, su teorización o interpretación y la in-
tervención realizada. El material clínico, que constituyó el instrumento de
esta investigación, era el de un paciente con una conflictiva bastante habitual
(ver 2.1.1) y la consigna que se les planteó a los 30 analistas participantes fue
que expresaran si estaban o no de acuerdo con lo que el analista interviniente
denominaba ‘hecho’, ‘teoría’ e ‘intervención’, y que fundamentaran sus opi-
niones. El método utilizado de evaluación de las respuestas consistió en di-
ferenciar ocho posibilidades de opinión: estar de acuerdo con lo que el analista
denominaba hechos y en desacuerdo con sus teorías, estar en desacuerdo con
los hechos y de acuerdo con su teoría o interpretación, estar de acuerdo con
lo que denominaba hechos y teorías o estar en desacuerdo con ambos aspectos.
Además cada una de estas cuatro opiniones posibles se subdividió en relación

5 Clase de la Dra. Alicia Gianella en la Maestrría de Psicoanálisis APA-USAL

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 263

al acuerdo o desacuerdo con la intervención realizada. Por otra parte, para


categorizar los fundamentos y comentarios se los clasificó en argumentos es-
tipulativos y calificativos de acuerdo a los criterios planteados en 1.2.

2.1.1. RESEÑA DE LA PRIMERA ENTREVISTA DEL ANALISTA X CON EL SEÑOR Y

El analista X – en el marco de una supervisión – describe la primera entre-


vista con el Sr. Y de la siguiente manera:

“El Sr. Y me llega derivado por un colega quien me comenta que es una persona
que necesita analizarse porque –según dicho colega– no ha elaborado la separación
de su mujer. Se trata de un hombre de 55 años, ingeniero, quien parece estar en
una buena posición económica. Está vestido con un traje con corbata que le queda
algo holgado y apenas se sienta me dice. “vengo por recomendación pero – discúl-
peme – yo no creo mucho en los psicólogos”. Posteriormente, a medida que le voy
preguntando, me describe que está “muy cansado” y que le cuesta mucho levantarse
a la mañana para ir a trabajar a la empresa constructora. Relata que es el mayor
de tres hermanos y que todos trabajan en la empresa que fundó el padre, quien
falleció hace cinco años. Desde ese entonces él debe hacerse cargo de otras funciones
“y hace un tiempo se generaron problemas que no me dejan dormir”. Me describe
entonces episodios de insomnio con angustia que atribuye a las exigencias laborales.
En un momento de la entrevista le pregunto por su familia actual y los ojos se le
llenan de lágrimas: “Discúlpeme doctor, ¿o licenciado?, pero me cuesta hablar de
mi separación. Ella tuvo razón en dejarme porque la verdad, ¿quién puede estar
con alguien como yo?...”. Le pregunto cuándo se produjo la separación y a qué se
refiere con su comentario y entonces dice: “Nos divorciamos hace dos años: ella se
fue con su hijo de otro matrimonio. Decía que estaba cansada de alguien tan rígido.
Yo me quedé solo...pero estaba bien. Ahora no se que me pasa, no tengo hambre;
en realidad no tengo ganas de nada, a veces pienso que lo mejor sería morirse....”.
Me relata que su madre falleció cuando él tenía cinco años y su padre se volvió a
casar y que sus hermanos son hijos del segundo matrimonio de su padre: “Él no
tuvo mas ganas de vivir, no se cuidaba. Hizo bien, cuando uno no quiere vivir
¿por qué tiene que seguir?”. En ese momento sentí que había cambiado el tono
de su voz y su mirada, y le pregunté si tenía “pensamientos negativos”. Me res-
pondió: “¿usted quiere saber si yo me quiero suicidar? Hoy no sabía si venir aquí
o irme con el auto por la autopista...” .
Le dije que lo veía muy deprimido, lo cité para una próxima entrevista y le sugerí
que sería bueno pensar en consultar también a un psiquiatra para ver si es ne-
cesario que tome una medicación antidepresiva”.
264 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

Interrogado el analista X acerca de cuáles considera que son los hechos (H)
de la entrevista, cuales sus teorías o interpretación de los mismos (T) y cuales
sus intervenciones (I), responde:

(H):”Se trata de un paciente con una depresión”


(T): “Pienso que, además de los duelos, debido al tono general, la anorexia
y el insomnio, puede haber algo biológico
(I) “Para hacer un análisis tiene que tomar un antidepresivo”

2.2. Los resultados mostraron en primer lugar que las opiniones de los ana-
listas participantes abarcaron las ocho posibilidades diferentes con distintas
prevalencias y se pudo constatar que casi el 30% estaba en desacuerdo con
todo lo declarado por el analista que realizó la entrevista y el 75 % estaba
en desacuerdo con su intervención. Por otra parte los argumentos utilizados
por los analistas en sus comentarios sobre esta última fueron en un 60 %
calificativos, 30% no hicieron comentarios y solo un 10% planteó argumen-
tos que consideramos estipulativos. Ejemplos de argumentos calificativos
fueron: “el analista se asustó”, “estuvo apresurado” o “reedita sus propias pérdidas”.
Ejemplos de argumentos estipulativos fueron: “pienso que los hechos signifi-
cativos son la anorexia y el insomnio”, “creo que la depresión es un diagnóstico teórico
y no un hecho”, y también “la muerte de la madre es el hecho principal”, “mandado
por otro es el hecho a tener en cuenta”.
Estos resultados sugieren en principio la existencia de una diversidad im-
portante de opiniones con un predominio del desacuerdo con el analista que
realizó la entrevista. Es interesante señalar que el caso clínico correspondía
a una situación bastante habitual en la práctica y estaba encuadrado en lo
que puede llamarse ‘problemática depresiva’ (Winograd, 2005). En este sen-
tido existe un contraste entre la variedad de argumentos de los psicoanalistas
frente a cierta tendencia a la unanimidad que se supone tendrían los psi-
quiatras, en especial en cuanto la intervención psicofarmacológica.
Por lo general sucede que, como es sabido, la aplicación técnica de un
conocimiento implica una articulación entre el área empírica y el área teórica
(ver Figura 1). Pero las prácticas clínicas muestran cierto sesgo hacia el do-
minio de lo empírico en la psiquiatría “ateórica”6 y otro sesgo equivalente
hacia el dominio de lo teórico suele ser propio de la perspectiva psicoana-
lítica. Se desprende del simple esquema de la figura 1 que el progreso de
una disciplina implica que su tecnología o método de desarrollar acciones
sobre sus problemas siga el vector 1.

6 Cuyo ejemplo paradigmático es la serie DSM.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 265

Fig. 1 Tendencias disciplinarias en salud mental

Área Empírica (Hechos) Área Teórica (Interpretación


de los hechos)

Área Tecnológica

1. Tendencia científica general 2. Sesgo psiquiátrico 3 Sesgo psicoanalítico

Esto implica también una metodología de recolección de los hechos para


lo cual estos tienen que estar adecuadamente definidos. La fuente del pro-
blema, como señala Peter Fonagy (2003), “reside probablemente en cómo
recabamos nuestra información. Como ya sabemos, la palabra datos no es el
plural de anécdota” (tomado de www.aperturas.org). Por otra parte, el des-
arrollo de la noción de ‘evidencia’ problematiza aún más la intervención psi-
coanalítica en el campo de la salud mental. Esta noción se apoya fundamen-
talmente en la prueba empírica de modo que frente a ciertas manifestaciones
clínicas un psicoanalista puede aferrarse a sus convicciones7 frente a las evi-
dencias en contrario del modelo médico-psiquiátrico. En estas condiciones
las preguntas que caben son: ¿Puede haber discusión interdisciplinaria? ¿Es
razonable que en una discusión intradisciplinaria entre “lenguas psicoanalí-
ticas” queden claros los fundamentos del acuerdo y del desacuerdo? ¿Es po-
sible que dada una diversidad de pensamiento los argumentos utilizados en
la discusión provoquen un cambio en el pensamiento del otro?
Bernardi (2003) señala que : “[...] pluralismo es por tanto algo más
que la simple convivencia de distintas ideas en una misma institución. Im-
plica una interacción entre estas ideas (pág. 259)”. Pero ¿cómo se consigue
una interacción fecunda? ¿Cómo se resuelve el narcisismo de las peque-
ñas diferencias freudiano, si a veces no está claro si existen tales diferen-
cias o si éstas son inconmensurables?

7 Aquí vale la pena señalar la diferencia entre convicciones, es decir, creencias firmes pero
modificables, y certezas, que implican el problema del fundamentalismo.
266 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

Creemos – y este es un aspecto central de este trabajo – que son necesarias


metodologías conversacionales que apelen a la racionalidad como asimismo
cambios en las actitudes hacia el pensamiento del otro y hasta en rasgos per-
sonales. En el primer sentido es lícito esperar que de una conversación entre
analistas sobre un determinado tema, se cumpla mínimamente con el prin-
cipio cooperativo de Grice (1995). Este principio señala que en el intercam-
bio es importante cumplir con las máximas de cantidad de información (ni
más ni menos de la necesaria), de calidad (decir lo que se considera verda-
dero), relevancia (“ir al grano”) y modo (ser claro y con orden). Muchas
discusiones entre analistas son en realidad largos monólogos llamados “apor-
tes” que violan la regla de cantidad, de relación y de modo cuando practican
la asociación libre fuera de contexto. Inclusive pueden violar la de calidad
cuando se describe la clínica propia de acuerdo a las teorías oficiales sin con-
siderar lo que –desde Sandler (1983) – se conoce como teoría implícita.
Pero este trabajo se ocupa en particular del segundo sentido del problema,
es decir de cómo se valora al otro en tanto diferente de uno, con una lengua
o dialecto diferente y cómo puede adquirirse y desarrollarse la mejor compe-
tencia comunicativa. Pensamos que esto requiere un trabajo en la comprensión
del otro y su lengua, lo que demanda un proceso de aprendizaje y también un
esfuerzo en adquirir la capacidad plástica de modificar el propio pensamiento.

3. SOBRE LA COMPRENSIÓN DEL PENSAMIENTO DEL OTRO: RICOEUR, BABEL Y


LA TRADUCCIÓN

“Por eso la llamó Babel: porque allí embrolló


Yahvéh el lenguaje de todo el mundo”
Génesis 10,31-32.
(En Ricoeur, P.,Sobre la traducción, pág.45)

3.1 Aslan (2006) escribe que “es relativamente fácil señalar los límites entre
la rigidez y la flexibilidad. Pero es más difícil señalar los límites entre la flexi-
bilidad y el desorden”.Y además agrega que “el pensamiento subyacente a la
idea del pluralismo psicoanalítico es que la verdad no es monolítica y que as-
pectos de ella pueden estar en otros esquemas referenciales”, pero que los pe-
ligros son el “Escila del babelismo” y el “Caribdis del dogmatismo cuasi-re-
ligioso” (pp.259-260) Este último monstruo es de fácil detección cuando utiliza
permanentemente argumentos y citas de autoridad, pero también se esconde
en la tarea imposible de unificar el lenguaje psicoanalítico en una suerte de es-
peranto de aspiración científica. Sin embargo, el “Escila del babelismo” cons-
tituye un problema más complejo: una cuestión es la diversidad de lenguas psi-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 267

coanalíticas que intercambian y otra cuestión diferente es la incomprensión


entre las mismas con sus hablantes inmersos en sus sectas y sus propias con-
traseñas. De allí que Jiménez (2008), citando a Tuckett, comente la necesidad
de desarrollar nuevos enfoques y argumentaciones razonadas, pues si no la al-
ternativa es la Torre de Babel. Poland (2008), al estudiar los distintos problemas
del aprendizaje institucional, señala que existen fundamentalismos donde “la
vanidad supera a la curiosidad de una mente abierta” y que “tal vez el lenguaje
sea el mayor invento de la humanidad, pero es también el más diabólico”
(pág.727). Y citando a Boesky señala “la imposibilidad de encontrar una piedra
de Rosetta para nuestra Babel pluralista (pág. 729)”. Jiménez (2005) en su tra-
bajo sobre “búsqueda de integración” señala que el origen de esta Babel puede
ser triple: “1) se utilizan las mismas palabras para referirse a diferentes con-
ceptos; 2) a conceptos idénticos se le han dado nombres diferentes; y 3) existen
numerosos términos que pueden ser validados sólo en el contexto de un marco
teórico determinado” (tomado de www.aperturas.org).
Es interesante observar cómo lo que señala Jiménez para el psicoanálisis
es semejante a lo que describe Ricoeur para el lenguaje en general en el epí-
grafe inicial de este trabajo. Es claro entonces en los distintos autores la con-
notación negativa de la historia mítica de Babel. Pero en este trabajo creemos
que este mito podría tener, además, otro sentido.

3.2. Paul Ricoeur en su texto Sobre la Traducción se ocupa del “desafío y fe-
licidad de la traducción”, de “traducir lo intraducible” y de su tesis principal
sobre el paradigma de la traducción. Es aquí donde planteará al menos varias
cuestiones que entendemos útiles para el estudio del pluralismo en psicoa-
nálisis y las discusiones intra e interdisciplinarias. La primera de ellas es di-
ferenciar la traducción externa “en su sentido estricto de transferencia de
un mensaje verbal de una lengua a otra” de lo que en un sentido amplio es
una traducción interna como “sinónimo de interpretación de todo conjunto
significante dentro de la misma comunidad lingüística” (pág 31).
En el primer caso Ricoeur plantea el trabajo del traductor como una tarea
de riesgo donde se sirve a dos amos, “al extranjero en su obra, al lector en su
deseo de apropiación” (pág.19) y donde se debe atravesar lo que Antoine Ber-
man (1981) llama “la prueba de lo ajeno”. No hay una traducción perfecta
porque no hay una lengua originaria o pura que sea “horizonte mesiánico del
acto de traducir” (pág. 39). Hay, eso sí, un deseo de traducir y un trabajo que
Ricoeur compara con las descripciones freudianas del trabajo del duelo o del
recuerdo. La diversidad de las lenguas, lejos de ser un castigo como supone
el mito de Babel, está presente para que podamos atravesar la prueba y la ex-
periencia de lo extranjero. Ricoeur señala con claridad que la interpretación
tradicional del mito de Babel “[...] hace soñar hacia atrás, en dirección de una
268 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

presunta lengua paradisíaca perdida” (pág. 33). Plantea entonces que no se


trata de “una catástrofe lingüística infligida a los humanos por un dios celoso
de sus logros” (pág. 42). Y demuestra su hipótesis estudiando el texto bíblico
donde dice “Ea, pues bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que
no entienda cada cual el de su prójimo y desde aquel punto los desperdigó Yahvéh por
toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (pág. 45). Y Ricoeur entonces
señala: “Vemos que no hay ninguna recriminación, ningún lamento, ninguna
acusación [...] Es así como le gustaba decir a Benjamin. A partir de esta realidad
de la vida, ¡traduzcamos!” (pag.45). Y remarca: “La traducción es entonces
una tarea, no en el sentido de una obligación restrictiva, sino en el de lo que
hay que hacer para que la acción humana pueda simplemente continuar, como
afirma Hannah Arendt” (pag. 44). Se trata en realidad de un proyecto ético
desde el momento en que ya no es más natural tener la misma lengua, pues
ahora hay que convivir con la diversidad, con el otro diferente. Según Ricoeur
esto es similar al asesinato de Abel “que hace de la fraternidad un proyecto
ético y ya no un simple hecho de la naturaleza”. O sea, ya no es nunca más
natural que hablemos-pensemos como el otro ni que lo veamos como un her-
mano-igual. Traducir es un trabajo y un deseo inscripto en el reconocimiento
del otro como otro semejante y distinto.
Pero hay resistencias a la traducción sobre las que Antoine Berman (1981)
escribe:

[...] toda cultura resiste la traducción, aún si tiene una necesidad esencial
de ésta. La meta de la traducción –abrir a nivel de lo escrito una cierta re-
lación con el Otro, fecundar lo Propio por la mediación de lo Extranjero–
golpea de frente la estructura etnocéntrica de toda cultura, o esta especie
de narcisismo que hace que toda cultura quiera ser un Todo puro y no mez-
clado” (pág 125, la cursiva nos pertenece, las mayúsculas son del autor).

¿Es posible que la cultura psicoanalítica pretenda ser “un Todo puro” y que
resista entonces tanto el valor de la diversidad en su seno como la fecundación
de otras disciplinas? Creemos que no y que además los intentos de hacerlo
serían contraproducentes. No existe una “lengua [freudiana] paradisíaca per-
dida” ni ninguna otra que se entronice como el “verdadero” psicoanálisis.
Existe – eso sí – una disciplina en movimiento con avances y retrocesos y la
metáfora de Babel podría aplicarse a la fragmentación que implica la compe-
tencia de los narcisismos, pero no a la diversidad comunicable, es decir a la
comprensión del otro. Por eso pensamos que la intención ética de comprender
al otro y hacerse comprender por el otro es un núcleo duro de toda disciplina
que se sustente sobre una mínima base racional. Y esto es viable porque, tal
como escribe Ricoeur, “siempre es posible decir lo mismo de otra manera”

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 269

que es lo que sucede “cuando reformulamos un argumento que no ha sido


comprendido” (pág. 52). Por otra parte, es necesario renunciar al ideal de la
traducción perfecta, aceptando la equivalencia sin adecuación, es decir, hacer
un duelo que a su vez “va de la mano de la felicidad de traducir”. Y es así que
se practica lo que dicho autor denomina “hospitalidad lingüística” que consiste
en “el placer de habitar la lengua del otro, compensado por el placer de recibir
en la propia casa la palabra del extranjero” (pág. 28).

3.3. En el segundo caso – el de la traducción interna – Ricoeur la define


junto con Steiner bajo el lema “comprender es traducir”, eje conceptual de
su libro Después de Babel. Desde esta referencia Ricoeur plantea que “[...]
ninguna lengua universal puede lograr la reconstrucción de la diversidad in-
definible” (pág. 51). La diversidad existe al punto tal que en realidad “hay
algo extranjero en todo otro” y además con “otras definiciones, reformula-
mos, explicamos, buscamos decir lo mismo de otra manera” (pág. 53). Esto
implica un proceso de traducción intrínseco a la comunicación humana,
cuyo efecto es comprender el pensamiento del otro. De acuerdo a esta pers-
pectiva la lengua freudiana – con sus polisemias e idiosincrasia alemana –
sería una “lengua prebabélica” en tanto fundacional e idealizada.
El estudio indispensable de la obra freudiana con todas sus diferentes lec-
turas y traducciones permitió comprender, por ejemplo, el mecanismo del
duelo y su relación y diferencias con lo que hoy la psiquiatría denomina de-
presión mayor. En la viñeta presentada en 2.1 se plantean distintas maneras
de comprender lo que relata el analista X sobre el señor Y. ¿Pueden dialogar
entre sí el analista A que considera que lo significativo de la entrevista es la
“muerte de la madre”, con el analista B que considera que el analista X “se
asustó”? ¿Podrían ambos dialogar con un psiquiatra que, evaluando síntomas
como anorexia e insomnio, probablemente indicaría psicofármacos?
Es posible – y necesario – que existan pensamientos diferentes pero que
puedan articularse, como cuando un traductor conecta entre sí a hablantes
de lenguas distintas. La clínica pone en evidencia, como señala André Green
(1975), “que no sabemos lo que ocurre en el interior del paciente como no
sea a través de lo que él nos comunica “[...] “pero podemos sortear nuestra
ignorancia de este espacio interno por la observación del efecto de la comu-
nicación en nosotros” (pág. 71). Y además que “no podemos pretender, es
verdad, que eso sea lo que ocurre en el paciente, sino sólo que lo que ocurre
en nosotros proporciona un homólogo, un análogo de aquello” (pág. 71). Y
agrega que “la comunicación del paciente – diferente de lo que él vive y siente
– se sitúa en el espacio transicional que se extiende entre él y nosotros” (pág
72). En este sentido la traducción funciona como un ‘tercero’ al modo de un
‘fenómeno transicional’, como ese campo intermedio que Winnicott describió
270 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

tanto para el juego como para la creación científica. La traducción, entonces,


deviene una puesta en relación que no toma partido: no hay un pensamiento
o lenguaje “madre” y una lengua “niño”, sino un campo de producción de
conocimiento sosteniendo la diferencia. Se trata de una tarea creativa que se
produce en un vínculo cuyos resultados los perciben ambas partes.
Sin embargo, para desarrollar esta comprensión –ahora entre diferentes ana-
listas – no basta con tener la información de las distintas ideas teóricas y técnicas
del [otro] analista o de la [otra] disciplina o corriente analítica. Se puede estar
muy informado – hasta en el nivel de erudición exegética – y no poder tradu-
cir-comprender-intercambiar con el otro. El trabajo de traducir se aprende, se
adquiere con cierto esfuerzo y con una intencionalidad de conocimiento y en
ello se puede ser más o menos fiel al pensamiento del otro. A veces la traduc-
ción-comprensión es errónea, simplificadora o reduccionista; a veces es impo-
sible traducir-comprender, imposibilidad que Ricoeur plantea con claridad.
Pero un pluralismo de riguroso intercambio, generado en ese espacio transi-
cional de comprensión del otro, necesita además de una actitud que se exprese
como un rasgo personal con algo de lúdico. Y este término alude aquí al valor
creativo que implica la discusión como juego intelectual en lugar del rígido mo-
delo bélico de ataque-defensa8. Y esta posibilidad – pensamos – es solo factible
si el pensamiento propio posee la suficiente plasticidad y es capaz de variar, es
decir, de cambiar de acuerdo a lo que se percibe del pensamiento del otro.

4. SOBRE LA PLASTICIDAD DEL PENSAMIENTO PROPIO: TODOROV, CORTÉS Y


LA IMPROVISACIÓN

Aquellos que no puedan comprender


morirán. Aquellos que comprendan vivirán
Libro Maya de Chilam Balam.
(En Todorov,T, La conquista de América, pag.95)

4.1. Freud le escribe a Fliess el 1° de Febrero de 1900: “No soy en absoluto,


un hombre de ciencia, ni un observador, ni un experimentador, ni un pen-
sador. Por temperamento, no soy más que un conquistador, un aventurero,
si quieres traducir esta palabra, con toda la curiosidad, la osadía y la tenacidad

8 Condición habitual de las presentaciones de tesis en los ámbitos académicos. Es inte-


resante señalar que en una encuesta reciente de IPA sobre su funcionamiento al cumplir
su centenario, existen varias preguntas que aluden a que dicha institución se ocupe de
la defensa del psicoanálisis.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 271

de este tipo de hombres” (En Gay,1988, pág.16).


Y es importante señalar que el término en itálica corresponde al original,
que fue escrito en castellano, y que por tanto invita a pensar inequívocamente
en el conquistador español, en la conquista de América.
Tzvetan Todorov (1982) titula La Conquista de América. El problema del
otro, a un libro cuya finalidad es, según su autor:

“que no caiga en el olvido este relato, ni otros miles más del mismo tenor.
A la pregunta acerca de cómo comportarse frente al otro no encuentro más
manera de responder que contando una historia ejemplar: la del descubri-
miento y conquista de América. Al mismo tiempo, esta investigación ética
es una reflexión sobre los signos, la interpretación y la comunicación: pues
la semiótica no puede pensarse fuera de la relación con el otro” (pág. 14).

Y ese otro es aquí el indio y su figura estelar, Moctezuma, que tantos interro-
gantes ha generado a los historiadores: ¿Por qué triunfó Hernán Cortés con
sus centenares de hombres frente al imperio más poderoso de América y sus
cientos de miles de guerreros aztecas? ¿Qué sucedió en este choque de culturas
para que unos hombres ávidos de riquezas destruyeran a un pueblo entero
que poseía una organización y adelantos culturales extraordinarios? El pro-
blema es complejo y no debiera simplificarse, pero la tesis de Todorov cuya
fundamentación es exhaustiva consiste básicamente en señalar que:

“de este choque entre un mundo ritual y un acontecimiento único resulta


la incapacidad de Moctezuma para producir mensajes apropiados y eficaces.
Los indios, maestros en el arte de la palabra ritual tienen por ello menos éxito
ante la necesidad de improvisar, y esa es precisamente la situación de la con-
quista. Su educación verbal [la del indio] favorece el paradigma en detri-
mento del sintagma, el código en detrimento del contexto, la conformidad
al orden en vez de la eficacia del instante, el pasado en vez del presente.
Ahora bien, la invasión española crea una situación radicalmente nueva,
enteramente inédita, una situación en la que el arte de la improvisación importa
más que el del ritual. Es bastante notable, en ese contexto, ver que Cortés
no solo practica constantemente el arte de la adaptación y de la improvisa-
ción, sino que también es consciente de ello, y lo reivindica como el principio
mismo de su conducta” (pág. 107, las cursivas nos pertenecen)

Cortés, el conquistador, es entonces un improvisador9, es decir alguien que

9 La improvisación tiene además aquí el sentido que posee en el jazz. PeeWee Rusell, un
eximio clarinetista de un conjunto de Louis Armstrong, cuando un estudiante de música
es capaz de cambiar de acuerdo a lo que comprende del mensaje del otro10.
De este modo se abre a lo nuevo y busca respuestas nuevas para hechos di-
ferentes. Como vemos, Todorov señala que Cortés es también consciente de
su propio estilo de pensamiento y acción, y cita el propio relato del español
cuando éste escribe “hay necesidad que a nuevos acontecimientos haya nue-
vos pareceres y consejos” (pág 107). Los aztecas, en cambio, viven en un rí-
gido determinismo donde el sentido final de un hecho está dado desde el
principio y los argumentos decisivos son de autoridad, no de experiencia. Es
así que Todorov señala que “los aztecas están convencidos que las profecías
se cumplen. El mundo se plantea de un modo sobredeterminado, todo es
previsible y todo está previsto” (pág. 80). La relación del indio es con el
mundo y toda su estructura ritual aspira a comprenderlo y a seguir sus de-
signios. Pero Cortés, el conquistador, es especialista en relaciones entre hu-
manos, y lo que le interesa es conocer al otro. Y tiene “la preocupación cons-
tante de la interpretación que darán los otros – los indios – a sus gestos”. Por
otra parte es notable que “lo primero que quiere Cortés no es poseer, sino
comprender; lo que le más le interesa son los signos, no sus referentes. Su
expedición comienza por una búsqueda de información, no de oro” (pág.121).
La diferencia con el otro estimula la curiosidad y la intención de compren-
derlo para lo que es necesario modificar la rigidez del pensamiento propio.

4.2. Al contrario, el caso de Colón, el colonizador, es distinto. A él no le im-


porta el valor intersubjetivo de la palabra porque el otro diferente es consi-
derado un inferior al que hay que evangelizar y dominar. Su rigidez etnocén-
trica se manifiesta por ejemplo cuando aprende la palabra “cacique”: trata de
buscar qué significa en la lengua española por fuera del sentido que tiene para
el indio. Es decir que no tiene en cuenta al otro, su lengua no posee la “hos-
pitalidad lingüística” de Ricoeur, simplemente busca imponerse. No hay en
este acto nada que se modifique en su pensamiento, no hay en él plasticidad
al igual que Moctezuma, a pesar de ser de culturas distintas.
De este modo es posible pensar la noción de “conquista” desde la pers-
pectiva semiótica de Todorov aludiendo a la existencia de una posibilidad
plástica de cambiar el pensamiento propio en función de una percepción
empática del otro. Implica tanto convencer como dejarse convencer para lo

le muestra la transcripción escrita de uno de sus solos improvisados dice: “Yo no toqué
eso. Además no sabría como tocarlo” (En Hentoff ,1982).
10 Gabbard y Ogden (2010) señalaron recientemente, en un trabajo sobre educación psi-
coanalítica, que hay que “atreverse a improvisar” porque la vitalidad del analista “puede
depender de la voluntad y habilidad para improvisar y [...] dejarse improvisar por lo in-
consciente de la relación analítica” (pág. 236).
Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 273

que es imprescindible primero comprender/traducir la lengua/pensamiento


del otro. Este planteo es independiente de la intencionalidad, de modo que
es conveniente aclarar aquí que el sentido de comprender al otro y poseer
suficiente plasticidad puede tener las mas diversas intenciones: el dominio
de un pueblo, la seducción amorosa, la venta de un producto, la apuesta co-
rrecta en un partido de póker… o lograr una discusión científica entre ideas
diferentes para producir conocimiento para ambas partes. Como se com-
prenderá, lo último constituye el sentido principal de este trabajo. Pensamos
entonces que para que la pluralidad no sea mera fragmentación es necesaria
la articulación de dos dimensiones de la comunicación: la capacidad de tra-
ducir que, en el sentido de Ricoeur, significa comprensión, y el arte de la
improvisación que, en el sentido de Todorov, significa plasticidad.

5. SOBRE LOS CAMINOS HACIA UN PLURALISMO RIGUROSO

Una vez que un hombre empieza a


reconocerse en otro ya no puede considerar a
esa persona un extraño. Quiera o no, se ha
establecido un vínculo.
Paul Auster, La música del azar,1990, pág.62
Cuando uno toca con alguien que tiene algo
que decir, aunque los dos difieran mucho
estilísticamente, hay algo que se mantiene
constante. Y ese algo es la tensión de la
experiencia [...] un sentido de elevación [...]
que los hace feliz.
John Coltrane, (En Hentoff,N., 1982)

5.1. Eduardo Braier (2009) ha utilizado la noción metafórica de “camino”


señalando su abundante uso en la obra freudiana (caminos de la terapia
analítica, vía regia, caminos de las mociones pulsionales, etc.) citando la
idea de Maldavsky que esta noción constituiría una metáfora más cercana
a la aventura que a la rutina. En este sentido hemos señalado en 4.1 la des-
cripción de Freud de sí mismo como conquistador/aventurero. Es legítimo
pensar que en la historia del psicoanálisis hubo varios “aventureros” que,
probablemente identificados con Freud, abrieron y recorrieron distintos
caminos y de hecho generaron el pluralismo psicoanalítico. Pero éste se
transforma en un problema relevante a partir de la ya legendaria obra de
274 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

Wallerstein (1988, 1990) sobre la existencia de uno o muchos psicoanálisis


y sobre la existencia del common ground. En realidad la historia de las ins-
tituciones psicoanalíticas muestra en principio que el pluralismo fue un
logro importante para el desarrollo del psicoanálisis. Es conocida la ne-
cesidad histórica y fundacional de la instalación de una única lengua oficial
que definiera el territorio y la identidad del psicoanálisis. Pero sus efectos
administrativos y normatizadores en la formación y en la transmisión hi-
cieron que otras lenguas fueran marginales o proscriptas y que se demo-
raran ciertos desarrollos. Desde este punto de vista, lograr la aceptación
de la existencia de ideas diferentes convirtió al pluralismo en un vehículo
de la libre expresión sin temor a ser descalificado, generando un efecto
progresivo. Por otra parte, las particularidades y la expansión de la acti-
vidad clínica generaron la articulación de ideas de distintos autores – se-
leccionados por necesidad o gusto personal – para explicar e intervenir en
distintos problemas clínicos. Un ámbito pluralista favoreció dicha posi-
bilidad poniendo a trabajar distintas teorías como un componente natural
de muchas prácticas actuales.
Sin embargo, existe un aspecto preocupante del llamado pluralismo que,
en definitiva, parece una suerte de racionalización benévola para aludir a la
fragmentación abarcada por una “causa” común y vehiculizada a través de
un “movimiento”. En este sentido Garza Guerrero (2002) señala que “nues-
tra disciplina psicoanalítica nace, evoluciona y, aún se inserta, en un entra-
mado congregacionista que mezcla y ata en forma inextricable prerrogativas
y funciones propias de movimientos y causas (Vg. cuasi-religiosas, ideoló-
gicas, societario-políticas), con prerrogativas y funciones propias de ciencias
y profesiones académicas” (tomado de www.aperturas.com).

5.2. La citada mezcla ha tenido efectos generacionales en la formación de


psicoanalistas. Es así que lo que se propone en este trabajo es el desarrollo
de un pluralismo al que no se puede renunciar, pero sobre el que es posible
construir cierta consistencia y rigurosidad de modo que el movimiento de-
venga en disciplina científica. En la medida que ya no sea necesario defender
una causa sino generar conocimiento sobre el sujeto humano y sus produc-
ciones, el pluralismo adquirirá otro sentido. Pensamos que desde esta pers-
pectiva no son necesarias convergencias artificiosas: no se trata de que todos
los caminos conduzcan a Roma. Hay diversos caminos que conducen a dis-
tintos aspectos de la teoría y la clínica psicoanalítica y rumbo a diferentes
articulaciones interdisciplinarias tanto con las disciplinas de la subjetividad
como con las neurociencias. Pero lo que pensamos que es crucial es que se
construyan senderos y puentes entre esos caminos que permitan ir y venir,
con el confort que brinda el vínculo y con la felicidad del traductor de Ri-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 275

coeur y del improvisador de Coltrane. Esta vincularidad permite definir al


pluralismo riguroso como:

a) La posibilidad de comprender el pensamiento del otro y flexibilizar o


modificar el propio (traducción y plasticidad)
b) La posibilidad de discutir dentro de un proceso argumentativo en grado
2 ó 3, lo que implica el predominio de argumentos estipulativos sobre
los calificativos.

Es obvio que a veces son inevitables los argumentos calificativos como


parte del compromiso emocional en una discusión apasionada, pero es con-
veniente diferenciar la firmeza de los argumentos propios de la descalificación
de los argumentos del otro. Por otra parte, el predominio de argumentos ca-
lificativos también obstruye el proceso argumentativo cuando son excesiva-
mente elogiosos, práctica vincular muchas veces aplacatoria o hipócrita. A su
vez, la descalificación puede adoptar diversas formas como puede observarse
en el ejemplo que describe Bernardi (2003) en una presentación de Serge Le-
claire. Este analista francés interroga en forma directa a su audiencia en estos
términos, invitando a la controversia: “¿Se representan Uds. al cuerpo de otra
forma que la de un recipiente provisto de algunas aberturas? [...] Si yo les
planteo esta pregunta, es porque pienso que esta representación es ingenua
en demasía y que, sobre todo, ella no corresponde a los datos psicoanalíticos
de nuestra experiencia” (pág. 29, la negrita nos pertenece).
Bernardi plantea que el primer argumento de Leclaire es el de la inge-
nuidad de la otra posición, lo que puede aludir tanto a falta de sofisticación
como a insuficiente reflexión crítica sobre el tema. Por otra parte Leclaire
no brinda los datos de la experiencia aludida con lo que – a nuestro parecer
– la calificación tiende a obstruir la discusión pues el eje de la misma no es
confrontar dos argumentos de igual nivel, sino a caracterizar a uno de ellos
como inferior por su supuesta ingenuidad. En el mismo sentido – en el
marco de una supervisión – Green (1994) le señala a la analista que presenta
su material clínico11 el “[....] miedo que sintió cuando la paciente puso en
evidencia la estructura de su conflicto fundamental, porque le presentó un
Edipo grande como una montaña” (pág. 52, las cursivas nos pertenecen). Pen-
samos que independientemente del grado de verdad que pudiera tener esas
afirmaciones – al igual que las de Leclaire en otro contexto – se tornan
poco discutibles, no solo por la autoridad de quien las emite sino porque
al ser calificativas suelen generar defensa o sometimiento. En el ejemplo

11 Caso Andrea presentado en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.


276 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

que presentamos en 2.2. hay que recordar que el 60% de la argumentación


utilizada para expresar desacuerdo con la intervención del analista fue con
argumentos calificativos. No sabemos si frente al analista que ofreció su
material estos argumentos serían los mismos, es decir, que no podemos pre-
decir el grado de traducción y de plasticidad que se desarrollaría en una
discusión personal sobre la entrevista del señor Y. Suponemos que si pre-
dominaran los argumentos estipulativos el proceso argumentativo proba-
blemente evolucionaría a los grados 2 y 3. En la figura 2 puede observarse
una reseña de lo desarrollado en este trabajo. Consiste en presentar la de-
finición de pluralismo riguroso como la articulación de dos dimensiones,
traducción (T) y plasticidad (P), que implican un gradiente que va desde
la ausencia de ambas hasta su máxima expresión. De este modo se confi-
guran cuatro zonas que se corresponden con los grados del proceso argu-
mentativo (grados 0,1, 2 y 3) que representan el grado de evolución o in-
volución de la articulación entre la capacidad de traducir/comprender (T)
y la plasticidad y capacidad de improvisación (P) en una discusión intra o
interdisciplinaria. Asimismo, el gráfico permite mostrar que el predominio
de argumentos calificativos tiende a descender la controversia al grado 0,
mientras que los argumentos estipulativos la ascienden a los grados 2 y 3.
Por otra parte, es importante destacar la existencia de los puntos (A) y (B)
que representan dos desfasajes en la capacidad T y en la capacidad P. El
punto (A) representa una condición cuya expresión teórica extrema sería
T sin P, es decir una actitud de erudición rígida y exegética que descarta
el pensamiento del otro sin intercambio. El punto (B) representa una con-
dición cuya expresión teórica extrema sería P sin T, es decir una actitud
amorfa y sobreadaptada al pensamiento del otro sin intercambio tampoco.
En ambos puntos (A) y (B) predominan los argumentos calificativos (des-
calificadores y aduladores) y el proceso argumentativo no podrá pasar del
grado 0 al grado 1. Desde una perspectiva vincular A y B serían comple-
mentarios y corresponden a la problemática del narcisismo, donde un “amo
traductor” que lo comprende todo es idealizado por un “acólito obediente”
sin identidad propia, es decir una estructura de fascinación donde no hay
comunicación posible.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 277

Fig. 2 Evolución e involución del pluralismo

GR 3

GR 2

Argumentos
GR 1 Estipulativos

A
GR 0

Argumentos
Calificativos
B

REFLEXIONES FINALES: PUENTES HACIA UN PLURALISMO RIGUROSO

A un caballero, en una discusión teológica o


literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El
agredido no se inmutó y dijo al ofensor: “Esto,
señor, es una digresión, espero su argumento”.
Jorge Luis Borges (1933) Arte de Injuriar,, pág. 423

Es indudable que tanto el problema de la fragmentación como el del intento


de integración forzosa tienen influencia en la actividad clínica y ambos as-
pectos constituyen tensiones permanentes en el seno de la cultura psicoa-
nalítica. Es también indudable que el análisis personal, el autoanálisis y el
análisis de la contratransferencia suelen impedir que el analista “arroje un
vaso de vino al paciente”. Esta es justamente una cuestión que Joyce McDou-
gall (1998) señala cuando plantea “[...] el respeto que tenemos por el sistema
de valores personales de nuestros pacientes”, actitud que “[...] no practica-
mos necesariamente en nuestra relación con nuestros colegas” (pág. 301).
Se trata, entonces, de que la relación analista-paciente por lo general man-
tiene ciertas reglas que a veces no se cumplen en la relación entre analistas.
Muchas veces se tiene una mejor escucha del relato y de la asociación del pa-
ciente que de la opinión del colega al que se califica. Y es sencillo deducir
que la capacidad de traducción/comprensión del material clínico y la plasti-
278 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

cidad para modular la intervención sea más habitual en el vínculo terapéutico


que en el profesional. A veces es más fácil lograr que un paciente diferencie
sus fantasías de ciertos hechos en el proceso analítico, que lograr que un ana-
lista diferencie sus teorías de determinados datos empíricos en una discusión.
La noción de pluralismo riguroso se funda entonces en la necesidad de
construir puentes entre pensamientos y lenguas distintas, valorando la diver-
sidad como algo enriquecedor que reduce la tendencia al dogmatismo (Co-
derch, 2006, Bernardi, 2007). No se trata de integraciones o consensos po-
líticos, ni de “todo vale igual”. Se trata de un alegato en procura de una actitud
equidistante de la búsqueda de una unidad paradisíaca y del mantenimiento
de islas autovalidadas, que suelen ser las condiciones “normales” del movi-
miento psicoanalítico. Por otra parte pensamos que la construcción de puen-
tes12 necesita de modelos de investigación clínica, conceptual y empírica para
generar argumentos que se puedan discutir, y fundamentalmente requiere
la capacidad de comprender el pensamiento del otro y poder modificar el
propio. Estos puentes serán posibles cuando se puedan decir las cosas de otra
manera (Ricoeur), cuando se pueda estar convencido de algo sin creer que
eso significa demostrarlo (Garma), cuando sea fácil reconocerse en otro di-
ferente (Auster), cuando se adquiera la capacidad borgeana de diferenciar
una digresión de un argumento, cuando, finalmente, se descubra –como en
el jazz– la tensión y la felicidad de trabajar en la diferencia.

RESUMEN

La pluralidad de teorías que hoy en día existen en la clínica psicoanalítica provoca


una enorme cantidad de problemas cuando los psicoanalistas deben comunicarse
entre sí. Resulta difícil determinar en una discusión si se trata de diferencias en la
apreciación de hechos clínicos o si lo que se debate son diferentes interpretaciones
teóricas de los mismos o sus intervenciones derivadas. Se presenta una investigación
donde treinta psicoanalistas expresaron sus opiniones sobre el relato de una entre-
vista hecha por otro analista en una supervisión, donde se establecieron dos tipos
de argumentos: estipulativos y calificativos. Se plantea que este último tipo de ar-
gumento favorecería la fragmentación y/o las posturas dogmáticas. Se propone que
son necesarios dispositivos de investigación sistemática y cambios en actitudes en
el propio pensamiento y hacia el pensamiento del otro. Se desarrolla la noción de
traducción/comprensión “post–babélica” de Ricoeur y la de improvisación/plasti-

12 Es asimismo la respuesta de Fonagy (2003) a las críticas de Green sobre las investiga-
ciones en la primera infancia, señalando que estos investigadores desean trazar puentes
hacia el psicoanálisis.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 279

cidad de Todorov. Se define al pluralismo riguroso como la posibilidad de compren-


der el pensamiento del otro y de modificar el propio (traducción y plasticidad), y
de discutir con el predominio de argumentos estipulativos. Se ilustra con un gráfico
la evolución e involución del pluralismo de acuerdo al grado de traducción y plas-
ticidad en las discusiones entre psicoanalistas.

DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / PLURALISMO / INVESTIGACIÓN / PENSAMIENTO / TRA-


DUCCIÓN / COMPRENSIÓN / FRAGMENTACIÓN

SUMMARY
About psychoanalytic culture: a plea for a rigorous pluralism

The plurality of theories that nowadays exists in the psychoanalytic clinic brings
about a large amount of problems in the communication among psychoanalysts. It
makes it difficult to determine, in a discussion, if the debate is based on differences
in the appraisal of clinical facts or in different theoretical interpretations or its de-
rivative interventions. It is presented a research in which thirty psychoanalysts ex-
pressed their opinions on the report of an interview done by another analyst in a
supervision. The arguments were of two types: stipulative and qualifying. The latter
would favor the fragmentation and / or the dogmatic attitudes. It is suggested that
devices of systematic investigation and changes in attitudes in the own thoughts and
towards the other’s thoughts are necessary. The notion of “after Babel” translation
/ comprehension of Ricoeur and the concept of improvisation / plasticity of Todorov
are developed. The rigorous pluralism is defined as: the possibility of understanding
the thought of the other and modifying the own (translation and plasticity), and of
using mostly stipulatives arguments in discussions. The evolution and regression
of the pluralism, according to the degree of translation and plasticity in the discus-
sions among analysts, is represented in a graph.

KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / PLURALISM / INVESTIGATION / THOUGHT / TRANSLA-


TION / UNDERSTANDING / FRAGMENTATION.

RESUMO
Sobre a cultura psicanalítica: em defesa de um pluralismo rigoroso

A pluralidade de teorias que hoje em dia existem na clínica psicanalítica gera uma
enorme quantidade de problemas quando os psicanalistas têm que comunicar-se entre
eles. Em uma discussão é muito difícil determinar se se trata de diferenças ao se con-
siderar os fatos clínicos, ou se o que se debate são diferentes interpretações teóricas
280 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

dos mesmos ou das intervenções decorrentes. Apresenta-se uma pesquisa em que trinta
psicanalistas deram seu parecer sobre o relato de uma entrevista feita por outro analista
em uma supervisão, estabelecendo-se dois tipos de argumentos: estipulativos e quali-
ficativos. Constata-se que este último tipo de argumento poderia favorecer a fragmen-
tação e/ou as posturas dogmáticas. Propõe-se que são necessários dispositivos de in-
vestigação sistemática e mudanças nas atitudes do próprio pensamento e do pensamento
do outro. Desenvolve-se a noção de tradução/compreensão “pós–babélica” de Ricoeur
e a de improvisação/plasticidade de Todorov. Define-se o pluralismo rigoroso como
possibilidade de compreender o pensamento do outro e de modificar o seu próprio
pensamento (tradução e plasticidade), e de discutir com o predomínio de argumentos
estipulativos. Acompanha um gráfico sobre a evolução e involução do pluralismo de
acordo com o grau de tradução e plasticidade nas discussões entre os psicanalistas.

PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / PLURALISMO / PESQUISA / PENSAMENTO / TRADUÇÃO


/ COMPREENSÃO / FRAGMENTAÇÃO.

Bibliografía

Aslan, C.M. (2006). Freud, lenguaje metafórico, vicisitudes biográficas y destinos


del pluralismo. Revista de Psicoanálisis, LXIII, N°2, pp. 255-262.
Auster, P. (1990) La música del azar. Barcelona, Anagrama, 2008, pag.62.
Baños Orellana, J. (2001) Los pequeños oficios de la escritura del psicoanálisis.
Imago Agenda, 49, Mayo, www.imagoagenda.com
Bernardi, R. (2003). ¿Qué tipo de argumentación utilizamos en psicoanálisis? Psi-
coanálisis APdeBA, Vol. XXV , Nº 2/3.
—— (2003 b) La necesidad de verdaderas controversias en psicoanálisis. Los debates
sobre M.Klein y J.Lacan en el Río de la Plata. Revista Uruguaya de Psicoanálisis,
97:113-158, 2003.
—— (2007) El concepto de la acción terapéutica hoy: luces y sombras del plura-
lismo. Aperturas Psicoanalíticas, 31, www.aperturas.org, Marzo 2009.
Berman, A. (1981). El lugar de la traducción. Revista Sitio, N° 1, pp 124-127.
Borges.J.L. (1936) Arte de injuriar, en Historia de la Eternidad. Obras Completas,
Buenos Aires, Emece, pag.423.
Braier, E. (2009). Hacer camino con Freud. Buenos Aires, Lugar.
Coderch, J. (2006). Pluralidad y diálogos en psicoanálisis. Barcelona, Herder.
Dreher, A.U. (2003). What does conceptual research have to offer? En Leuzinger-Boh-
leber,M., Dreher,A.U. & Canestri,J., (Eds.) Pluralism and unity?. Methods of research
in psychoanalysis. International Psychoanalysis Library, IPA, Londres, pag.110.
Fenichel, O. y Garma, A. (1941). Intercambio epistolar entre Otto Fenichel y Ángel

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Sobre la cultura psicoanalítica: alegato por un pluralismo riguroso. | 281

Garma. Revista de Psicoanálisis, LII, 4, 1995.


Fonagy, P. (2003). Genética, psicopatología evolutiva y teoría psicoanalítica: el ar-
gumento para terminar con nuestro (no tan) espléndido aislamiento, Aperturas
Psicoanalíticas, 15, www.aperturas.org, Noviembre.
Fonagy P, Kächele H, Krause R, Jones E, & Perron R .An open door review of outcome
studies in psychoanalysis. Report prepared by the research committee of the IPA at the
request of the president. London: University College, London,1999.
Gabbard,G.O. y Ogden,T.H. (2010) Sobre volverse psicoanalista, Libro Anual de
Psicoanálisis, XXV, 227-238
Garza Guerrero,C. (2002) Impedimentos internos, organizacionales y educacionales
del psicoanálisis: desafíos contemporáneos. Aperturas psicoanalíticas, 16,
www.aperturas.org, Marzo 2004.
Gay, P. (1988) Correspondencia Freud.Fliess en Freud, una vida de nuestro tiempo,
México, Ed. Paidós, p.16
Green, A. (1975). De locuras privadas. Buenos Aires, Amorrortu,1990, pp.71-72.
—— (1994). Diálogos clínicos con Andre Green. Supervisión caso Andrea, Psicoa-
nálisis APdeBA, Vol XVII,1, pp.35-57.
—— (2005). La causalidad psíquica. Entre naturaleza y cultura, Buenos Aires, Amo-
rrortu, p.100
Grice, HP. (1995). Lógica y conversación. En Valdés Villanueva, L (ed.) La Búsqueda
del Significado. Lecturas de filosofía del lenguaje. Murcia, Tecnos.
Hentoff, N. (1982).Jazz. Buenos Aires, Pomaire.
Jimenez, J.P. (2004). Validez y validación del método psicoanalítico. Alegato sobre
la necesidad del pluralismo metodológico y pragmático en psicoanálisis. Aper-
turas Psicoanalíticas, 18, www.aperturas.org, Noviembre.
—— (2005) La búsqueda de integración o cómo trabajar como psicoanalista plu-
ralista. Aperturas Psicoanalíticas, 23, www.aperturas.org Agosto 2006.
—— (2008). Aprehender la práctica de los psicoanalistas en sus propios méritos.
Revista de Psicoanálisis, LXV,4, pp. 663-685.
Jones, E. (1954) Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo II, Buenos Aires, Nova-
APA,1960, pp.89-72.
McDougall, J. (1982). Alegato por cierta anormalidad. Barcelona, Petrel.
—— (1998). Las mil y una caras de Eros. Buenos Aires, Paidós, p.301.
Meyer, C. (2007) El Libro Negro del Psicoanálisis, Buenos Aires, Ed. Sudamericana
Poland, W.S. (2008). Problemas del aprendizaje institucional en psicoanálisis: nar-
cisismo y curiosidad. Revista de Psicoanálisis, LXV,4, pp. 715-733.
Ricoeur, P. (2004) Sobre la traducción. Buenos Aires, Paidós, 2005.
Sandler, J. (1983) Reflections on some relations between psychoanalytic concepts
and psychoanalytic practice. Int. J. Psycho-Anal. 64: 35-45.
Todorov, T. (1982) La conquista de América. El problema del otro. Buenos Aires, Siglo
Veintiuno, 2008.
282 | Rubén Zukerfeld y Raquel Zonis Zukerfeld

Wallerstein, R. (1988). One psychoanalysis or many?” Int. J. Psycho-Anal. 69: 5-21,


—— (1990). Psychoanalysis: the common ground. Int. J. Psycho-Anal. 71: 3-20.
Winograd, B. (2005). Depresión: ¿Enfermedad o Crisis? Buenos Aires, Paidós.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el
pensamiento psicoanalítico1

* André Green

Es un gran honor para mí que se me haya solicitado dar una charla pública
en el marco de esta excepcional y notable conferencia acerca del pluralismo
de las ciencias, sobre la cual, como investigador, no se me escaparon algunos
detalles. Por un lado, se me ha concedido el privilegio de ser el primer y
único orador –como si se esperara algún mensaje de mí– en vísperas del sim-
posio propiamente dicho, que comienza mañana. Por otro lado, frente al
anuncio de mi charla hay una fotografía de Freud. Algunos pensarán que
lo que está junto a mi nombre es mi retrato; o bien, si identifican a Freud,
¡tal vez piensen que hemos intercambiado nuestros nombres!
Ésta es sólo a medias una broma. Cuando traté de comprender cómo es
que se me había concedido este honor, tal vez di la impresión de que mi po-
sición reflejaba la que podría haber ofrecido Freud si hablara desde la
tumba... lo cual no es más que una pura expresión de deseos.
No resistí la tentación de abrir el volumen 24 de la Standard Edition de
sus obras completas, donde aparece el “General Subject Index”. Lo que
encontré no me sorprendió. En ese repaso terminológico de la obra de
Freud no se menciona la palabra research (investigación).2 Se me ocurrieron
dos respuestas para esto, de las cuales la primera es de lejos la más impor-
tante. Freud no habló de investigación porque estaba seguro de que toda
su obra era una investigación, y de que ni siquiera alguna ínfima porción
de ella escapaba a ese rótulo. No sentía la necesidad de aplicar otro método
a sus investigaciones. De ahí que no me sorprenda el título del trabajo de
Alain de Mijolla, “Freud y la investigación psicoanalítica”. La segunda po-
sible respuesta es que, en la época de Freud, esa investigación de la actividad

1 Este trabajo forma parte del libro Pluralism and Unity. Methods of Research in Psycho-
analysis, editado por la IPA en 2003 con las presentaciones de la Conferencia Interna-
cional que sobre este tema se realizó en Frankfurt en septiembre de 2002.
* andregreen@wannadoo.fr / Francia
2 Sin embargo, figura la entrada “scientific research”, que remite a algunas páginas del volumen
17 y a varias del volumen 22 de las Obras completas. (N. del T.)
284 | André Green

psíquica era prácticamente inexistente. Veamos qué dice en el Esquema del


psicoanálisis (1938):

De lo que llamamos nuestra psique (vida anímica), nos son consabidos dos
términos: el primer lugar, el órgano corporal y escenario de ella, el encéfalo
(sistema nervioso) y, por otra parte, nuestros actos de conciencia, que son
dados inmediatamente y que ninguna descripción nos podría transmitir. No
nos es consabido, en cambio, lo que haya en medio; no nos es dada una re-
ferencia directa entre ambos puntos terminales de nuestro saber (pág. 143).

Cuando se publicó el Esquema, tanto en alemán como en inglés fue acom-


pañado por fragmentos de otro trabajo de la misma época, “Algunas leccio-
nes elementales sobre psicoanálisis”. Allí menciona el “efecto perturbador
[que] produce el hecho de incluir nuestra ciencia algunos supuestos”, y
agrega: “uno no sabe si contarlos entre los resultados de nuestro trabajo o
entre sus premisas”. Esta observación sigue siendo de gran valor en la ac-
tualidad. La palabra que usó Freud para “premisas” es Voraussetzungen, que
puede traducirse como “hipótesis”, “suposición” o “condición”. El Oxford
Compact Dictionary da para hypothesis la siguiente definición: “1) Proposición
tomada como base de un razonamiento. 2) Suposición tomada como punto
de partida de una ulterior investigación basada en los hechos conocidos. 3)
Premisa infundada (del griego hypothesis, fundamento)”.
Una hipótesis está ligada a la conjetura, la deducción, la inducción o los
“temas” (themata). Este último término, bastante inusual, requiere ser de-
finido. En el artículo correspondiente del Dictionnaire d’Histoire et de Philo-
sophie des Sciences, leemos: “Desde hace unos años se acepta cada vez más que
las presuposiciones, que nada tienen que ver con los fenómenos y que en
principio no son demostrables ni rebatibles, cumplen un papel determinante
en la fase preparatoria de la investigación en las ciencias experimentales o
humanas” (Gerald Holton, “Themata”). Así opinaban Albert Einstein, y
también Heisenberg y Schröder. También podemos hallar este punto de
vista en Kepler, Newton, Bohr o Steven Wainberg. Si atendemos a lo que
manifestó Einstein – a saber, que sus convicciones eran más fuertes que los
hallazgos de la ciencia de su tiempo, incluso al punto de negarse a reconocer
otros hallazgos de la física que contradecían su teoría – nada nos impide
poner esas mismas palabras en boca de Freud.
Al comenzar sus “Trabajos sobre metapsicología”, Freud escribe:

Muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que una ciencia debe cons-
truirse sobre conceptos básicos claros y definidos con precisión. En realidad,
ninguna, ni aun la más exacta, empieza con tales definiciones. [...] Ya para

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 285

la descripción misma es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas


que se recogieron de alguna otra parte, no de la sola experiencia nueva. Y
más insoslayables todavía son esas ideas –los posteriores conceptos básicos
de la ciencia– en el ulterior tratamiento del material. Al principio deben
comportar cierto grado de indeterminación; no puede pensarse en ceñir con
claridad su contenido. Mientras se encuentran en ese estado, tenemos que
ponernos de acuerdo acerca de su significado por la remisión repetida del
material empírico del que parecen extraídas, pero que, en realidad, les es
sometido. [...] Pero el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna,
tampoco en las definiciones (1915, p. 113)

La riqueza de lenguaje es incomparable, y en eso coinciden los psicoa-


nalistas. La palabra “hipótesis” puede tener distintas acepciones: proposi-
ción, suposición, premisa infundada. En esto radica todo el debate. Por un
lado, los psicoanalistas consideran que necesitan enunciados básicos que no
pueden en sí mismos ser probados, suposiciones como punto de partida para
el desarrollo de la investigación, mientras sus opositores consideran que se
apoyan en premisas infundadas. En rigor, lo que actualmente se debate es
el valor de la investigación clínica, entendida “una y otra vez” como la única
base confiable. Se nos pide que probemos nuestras hipótesis, nuestras con-
ceptualizaciones, y el resultado del tratamiento.
He abogado por otro punto de vista y para ello he introducido el con-
cepto de “pensamiento clínico”. En mi opinión, es erróneo considerar lo
clínico como una suerte de aplicación de otros factores básicos que podrían
ser investigados científicamente y alcanzar estatus teórico; entiendo que el
término “clínico”, proveniente de la medicina, debe ser reexaminado al ha-
blar de psicoanálisis. Resumiendo, creo que en el pensamiento clínico hay
un tipo de causalidad específica y que no puede ser reducido a otras mo-
dalidades de pensamiento, más estrechamente ligadas a la ciencia. El tipo
de desarrollo de los síntomas clínicos que se configura en las constelaciones
psicoanalíticas indica una especie de racionalidad y de evolución que les
son propias. Esta racionalidad fue el fundamento de la comunicación entre
los psicoanalistas, que compartían una misma experiencia y también la con-
vicción de que el llamado razonamiento científico objetivo no era apropiado
para comprender la génesis, desarrollo, resultado, complicaciones y com-
plejidades de lo que denominamos neurosis, psicosis, perversión, depresión,
etc. El pensamiento clínico crea conceptos relacionados con los motivos
de lo inconsciente y sus parámetros, la diversidad de las respuestas que estos
parámetros provocan, su extensión, sus transformaciones, su racionaliza-
ción, bajo la influencia de la contrainvestidura que, en ciertos casos, genera
una desinvestidura. Una de las principales características del pensamiento
286 | André Green

clínico es que es dialógico; vale decir, no sólo se ocupa del paciente que pa-
dece, sino también de la persona –el analista– cuya tarea es escuchar ese
padecimiento en la pareja que ambos forman, gracias a una clase muy par-
ticular de escucha y empatía. Hoy sabemos que es imposible tratar las cues-
tiones vinculadas con la transferencia sin tomar en cuenta la contratrans-
ferencia; tal es lo que nos dicen, cada una en su propio contexto, la teoría
de las relaciones objetales y la de la intersubjetividad.
Por otra parte, no importa la diversidad y profundidad con que respon-
damos a las preguntas y enigmas clínicos, siempre habrá una “brecha teó-
rico-práctica” (Donnet) que será fuente de dificultades. Quiero decir que,
según nuestra experiencia, ninguna teoría será capaz de abarcar el campo
íntegro de la práctica psicoanalítica, y ninguna práctica psicoanalítica se
amoldará total y exactamente a los límites de cualquiera de las teorías exis-
tentes. La causa reside en la naturaleza de la actividad psíquica. “Límites del
alma: No podrás salir y encontrarlos, por más que el camino te lleve a ellos. El alma
incluye un Logos profundo” (Heráclito, en Bisch, vol. 45). Éstas son las limi-
taciones aceptadas de nuestra disciplina, y promueven nuestra necesidad de
saber algo más acerca de ella.
Tal vez en muchos de los problemas que enfrentamos haya cierto grado
de confusión. El psicoanálisis fue descubierto dentro del marco de la me-
dicina. Fue un médico, que también poseía una avanzada formación cien-
tífica, quien descubrió el inconsciente; y lo descubrió porque las ense-
ñanzas de la ciencia eran desalentadoras, y el pensamiento clínico, muy
limitado. Todos los psicoanalistas conocen el intento inicial de Freud de
incorporar el pensamiento biológico en su “Proyecto de psicología” (1950
[1892-99]), que escribió (¡en su mayor parte mientras viajaba en tren!)
para ayudar a Fliess a comprender, en su propio lenguaje, lo que Freud
quería transmitirle, ya que sintió que Fliess tenía mucha reticencia al res-
pecto. Y los psicoanalistas saben también que su próxima medida fue
negar lo que había escrito (se opuso a que fuera publicado). Le volvió la
espalda al “Proyecto” y, años después, escribió La interpretación de los sueños
(1900), obra que reflejaba su auténtico pensamiento analítico. Incluso
hoy, muchos científicos lamentan que Freud haya pasado de la fisiología
a la psicología. Quisieran que corrigiéramos este error retrotrayéndonos
a 1895, año de inspiración del “Proyecto”. Son incapaces de ver la dife-
rencia que existe entre este último y el libro de 1900, y además critican
las ideas de Freud sobre los sueños (Allan Hobson, M. Jouvet). Por suerte,
otros científicos están mejor capacitados para entender lo que Freud quiso
decir (Kustadt, 2001). Pero en lo concerniente a los psicoanalistas, La in-
terpretación de los sueños es el primero de los libros de Freud, y quizá el
más importante.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 287

No obstante, cuanto más avanzó Freud y cuanto más progresó la disci-


plina después de su muerte, mayor fue la conciencia de que los psicoanalistas
tenían que apartarse de la medicina: aunque el psicoanálisis era una terapia,
debía definírselo en sus propios términos. Obviamente, la medicina se basa
en el progreso de la ciencia; vale la pena plantearse si también el psicoanálisis
depende del progreso de la ciencia. Algunos de los principales autores psi-
coanalíticos (Bion, Winnicott, Lacan) han cuestionado que el modelo mé-
dico sea adecuado para el psicoanálisis.
Siguiendo a Freud, los psicoanalistas a menudo se enorgullecen de lla-
marse “científicos”. Esto me recuerda una anécdota sobre un individuo que
decía que iba a casarse con una hija de la familia real, y que el asunto ya
estaba a medias formalizado. Cuando se le preguntó qué quería decir con
eso, respondió: “Ya convencí a mi familia. ¡Ahora necesito convencer a la
de ella!”. Por lo que yo sé, no son muchos los científicos que consideran a
los psicoanalistas sus pares: en la mayoría de los casos, preferirían no tener
ningún contacto con éstos. Aun en las mejores circunstancias posibles, hay
un pluralismo científico. Tenemos investigación clínica, conceptual y em-
pírica; el asunto es si estas diversas disciplinas, en el caso de no ser ciencias,
están en un pie de igualdad con ellas, o si algunos psicoanalistas distinguen
secretamente entre la ciencia auténtica, la investigación empírica, y otros
campos – la investigación clínica y quizá también la conceptual – que serían
pura “cháchara”.
Si tomamos el caso de Freud, me parece obvio, como demostró hace
mucho Jean Starobinski, que el psicoanálisis es una especie de águila de dos
cabezas, una de las cuales nace de la medicina, la psiquiatría, la ciencia, en
tanto que la otra tiene sus raíces en la cultura: la literatura, el arte, la historia
de la civilización, etc. Recordemos que el descubrimiento del complejo de
Edipo se debió no sólo a los pacientes a los que Freud analizó, sino también
a su profundo conocimiento de la tragedia griega y a su familiaridad primero
con Sófocles y después con Shakespeare. En términos actuales, podríamos
pensar que esta distinción implicaría una complementariedad, dentro del
enfoque psicoanalítico, entre las ciencias exactas y las ciencias humanas. La
cuestión es muy compleja y el problema debe ser abordado. La primera con-
clusión que se extrae de estas observaciones –y es el sentido de este simpo-
sio– es que tenemos gran necesidad de... ¡investigar la investigación! No re-
pitamos en nuestra disciplina lo que le ocurría a ese sujeto que buscaba las
llaves de su casa, y que para eso se cruzó a la acera de enfrente, porque estaba
iluminada, aunque sabía que las había perdido en la acera opuesta, donde
era inútil buscarlas porque no se veía nada.
Con el objeto de presentar algunas hipótesis de trabajo, debemos primero
formularnos las siguientes preguntas:
288 | André Green

1. ¿Es tan seguro que el psicoanálisis es una ciencia?


2. Si no lo es, ¿a qué grupo de disciplinas pertenece?
3. ¿Qué clase de descubrimientos científicos pueden incorporarse
al psicoanálisis?
4. Si ciertos avances científicos indican que determinados con-
ceptos psicoanalíticos son indemostrables o aun falsos, ¿es esto
condición suficiente para rechazarlos y descartarlos?
5. ¿Qué ciencias podrían servir como modelos para el psicoaná-
lisis?
6. ¿Qué relación hay entre el psicoanálisis clínico y otras aplica-
ciones del psicoanálisis?
7. ¿Cómo debemos abordar la multiplicidad de teorías que han
proliferado desde la muerte de Freud?
8. ¿Qué beneficios podemos extraer de los conceptos de la epis-
temología?
9. ¿Qué lugar ocupa el psicoanálisis en el estado actual de los co-
nocimientos?

Estoy bastante convencido de que todas estas preguntas son legítimas. Sin
embargo, coincidirán conmigo en que la ouverture de hoy no puede abarcar
todas las perspectivas que ellas abren.
En septiembre de 1997 se llevó a cabo en el University College de Londres
una conferencia presidida por Joseph Sandler en la cual Daniel Stern y yo
expusimos nuestras opiniones sobre la investigación psicoanalítica clínica y
observacional. Cuando Sandler decidió publicar una monografía para dar
a conocer nuestra polémica (Sandler, Sandler y Davies, 2000), incluyó en
el mismo volumen la controversia que yo había mantenido con Robert Wa-
llerstein en el Newsletter de la Asociación Psicoanalítica Internacional (Green
y Wallerstein, 1996). Supongo que mi presencia hoy aquí se debe a mis apor-
tes a estos dos debates. No retomaré mis opiniones en detalle, porque se su-
pone que son conocidas, y no he cambiado de modo de pensar. Peter Fonagy,
estaba fuera de Inglaterra y no pudo asistir a la conferencia de 1997; esta
vez está con nosotros y podrá decir cuánto discrepa conmigo, como lo ha
hecho en anteriores ocasiones. Pero la semana pasada ambos nos encontra-
mos en Munich y, cosa muy sorprendente, ¡estuvimos casi completamente
de acuerdo!
Tomaré sólo algunos de los nueve puntos que he enumerado y trataré de
responder a ellos lo mejor que pueda.
Los autores de la introducción a esta conferencia señalan correctamente
que los temas que vamos a discutir son, en gran medida, el producto del
Zeitgeist, del espíritu de la época. Al siglo XVII, del cual puede decirse que

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 289

Freud fue el heredero, se lo llamó la Edad del Iluminismo; es posible que


al siglo XX se lo conozca en el futuro como la Edad de la Ciencia. Sería
ridículo cuestionar los beneficios que ha obtenido la humanidad gracias al
avance de la ciencia, por más que también hayamos padecido sus defectos.
Pero esto no basta: debemos ser conscientes de que los científicos no siem-
pre han mantenido una postura clara. Con frecuencia practican un doble
juego, y hay un especial ajuste de cuentas con el psicoanálisis: muchos de
ellos piensan que los psicoanalistas son unos sinvergüenzas, y que Freud
se lleva el Primer Premio entre todos ellos. (En esto comparten la opinión
de M. Borch-Jacobsen, Frederick Crews, Peter Swales). ¿Por qué hablo de
doble juego? Por un lado, los científicos no tienen ningún reparo en admitir
que la ciencia es incapaz de abarcar todo lo que debe investigarse, y que
sólo se aplica a una porción muy limitada de la realidad. Sin embargo, pese
a aceptar esto, consideran que no existe ninguna forma de conocimiento
salvo la que ofrece el método científico. En otras palabras: lo demás es pura
ignorancia. Y por supuesto, en lo que a ellos atañe, el psicoanálisis es en el
mejor de los casos la ilusión de un conocimiento, que trata de ocultar su
verdadera ignorancia.
Otra de las estrategias de los científicos consiste en admitir que lo que
sabemos con certeza en la actualidad es lo que las ciencias han llegado a co-
nocer hasta ahora, y el resto espera ser descubierto en el futuro. Ahora bien:
en algunos campos, cuando el futuro no aporta ningún nuevo conocimiento,
con suma frecuencia la reacción del científico es sostener que aquello que
se ignora carece de importancia y puede soslayarse. Podemos hablar, pues,
de una pretensión ilegítima de la ciencia de monopolizar ese conocimiento,
considerado como cierto. Recordamos a Karl Popper y su The Logic of Scien-
tific Discovery (1934), donde planteó sus ideas sobre la falsación. Tres hechos
deben subrayarse: 1) Luego de que Popper declarara que el psicoanálisis no
era falsable, Grünbaum aseveró que no sólo lo era... ¡sino que era falso!
Grünbaum fue saludado con entusiasmo por los científicos y también por
algunos psicoanalistas que compartieron sus críticas, pese a que todo lo que
ha escrito sobre el psicoanálisis revela un flagrante desconocimiento de lo
que yo llamo la “modalidad psicoanalítica de pensamiento”. 2) La reacción
de ciertos científicos a la obra de Popper fue notable. Kuhn, Lakatos y Fe-
yerabend, luego de analizar las opiniones de Popper, concluyeron que, en
rigor, los científicos no trabajan como él aseguraba. Todos recuerdan todavía
el provocativo enunciado de Feyerabend: “anything goes” (todo vale) (1975).
3) Debemos diferenciar tres procedimientos distintos: el pensamiento re-
lativo al descubrimiento, el relativo a la demostración y el relativo a la ve-
rificación. Un análisis psicológico muestra que esos tres tipos presentan di-
ferencias significativas. De todos modos, hay una generalizada convicción
290 | André Green

de que el único conocimiento digno de ese nombre es el de la ciencia. ¡Ol-


vidémonos del arte!
La idea de que distintos tipos de conocimiento puedan coexistir resulta
para muchos inaceptable. Se piensa que el conocimiento que deriva de la
cultura es entretenido o divertido, pero poco confiable. Si uno realmente
quiere saber algo sobre la mente humana, es inútil leer a Shakespeare, y en
cambio siempre será provechoso leer libros sobre la inteligencia artificial.
Me doy cuenta de que mi opinión puede parecer exagerada, pero no estoy
seguro de que, en última instancia, no sea esto lo que piensan los científicos.
En un trabajo anterior (Green, 1991), publicado entre las ponencias de
un Simposio sobre el Inconsciente y la Ciencia llevado a cabo en 1988 con
los auspicios de la UNESCO, proponía distinguir entre el sujeto de la ciencia
y el sujeto de la psique. El sujeto de la ciencia es el que puede encontrarse
en el método científico; según Lacan, data desde Descartes. El sujeto de la
psique contiene lo que pertenece al sujeto de la ciencia pero incluye también
lo que no puede ser sujeto de la ciencia. Si un científico al que se le otorga
el Premio Nobel cree, en su vida privada, en la religión (en cualquier reli-
gión), la tarea del sujeto de la psique es comprender cómo pueden coexistir
en la misma persona ambos aspectos (el científico y el no científico) y ser
parte de la estructura de su personalidad. Me sorprendió que muchos neu-
rocientíficos se refirieran en dicho libro a William James, por quien tenían
el mayor de los respetos; pero nadie recordó que el autor de The Stream of
Consciousness [El fluir de la conciencia] y de The Psycho-Physiological Parallelism
[El paralelismo entre la psique y la fisiología] fuera también el autor de Me-
mories of an Occultist [Recuerdos de un ocultista], obra sobre la comunicación
con espíritus a través de un médium, practicada por personas sentadas en
torno de una mesa en la oscuridad. Su hermano, el novelista Henry James,
era algo escéptico al respecto. Estas opiniones de William James no invali-
dan, a mi entender, sus interesantes conceptos sobre la conciencia; pero,
como psicoanalista, no puedo menos que tratar en su conjunto estos dos as-
pectos de un filósofo que primero apoyó a Freud, pero terminó formulando
la endeble declaración de que Freud tenía una obsesión sexual.
Me viene a la mente un comentario de Bion que data del 28 de febrero
de 1960:

El recelo del científico ante el esfuerzo intelectual humano tiende a hacerlo


anhelar la máquina, que tan a menudo parece un instrumento ideal de re-
gistro, con sus escalas rígidas, sus indicadores, sus pesos inmodificados, etc.
Esta actitud, que en sí misma podría ser elogiable, nos lleva a especular si
no estará trasuntando una sospecha frente a todo lo que tiene vida. ¿Cómo
vamos a encontrar la verdad, a adquirir conocimientos, si por un lado los

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 291

hechos sólo pueden ser registrados por un objeto incapaz de formular un


juicio o algo semejante a un pensamiento, y por el otro sólo puede pensar
un objeto incapaz de registrar hechos?
Tal vez esta dificultad no sea real en ningún sentido significativo, pero
lo parece porque el método que se emplea para establecer el conocimiento,
la verdad y la realidad lleva a la exageración falaz de algunos elementos del
problema, con exclusión de otros. El progreso encuentra menos obstáculos
si consideramos que el “conocimiento” remite a una relación, y que la verdad
y la realidad remiten a ciertas características de los fenómenos mentales que
son indispensables para mantener la salud mental (1992, pág. 146).

Pero por incuestionable que sea la autoridad de Bion, para un científico no


basta. Afirmaría que lo cité únicamente porque comparto con Bion una
misma ideología. No obstante, los científicos no parecen percatarse de que
también ellos comparten una ideología.
Por fortuna, no todos los científicos son igualmente estrechos de miras
con respecto al psicoanálisis. Por ejemplo, Gerald Edelman, ganador del
Premio Nobel, trata de explicitar en su libro Bright Air, Brillant Fire [Aire
resplandeciente, fuego fulgurante] (cuyo título fue tomado de un verso de
Empédocles), los supuestos subyacentes en cualquier teoría que se proponga.
Examina el supuesto físico, el supuesto evolutivo, y lo que él llama el su-
puesto “de las qualia”. Debo citarlo en detalle porque sus observaciones son
importantes:

Las qualia son el conjunto de sensaciones, sentimientos y experiencias per-


sonales o subjetivos que acompañan el acto de conciencia. Son estados fe-
noménicos: indican “cómo nos impresionan las cosas” a los seres humanos.
Por ejemplo, la “rojez” de un objeto rojo es una qualia. Las qualia son partes
discriminables de una escena mental que tiene, empero, una unidad general.
Varían en intensidad y claridad, desde “sensaciones elementales” hasta dis-
criminaciones sumamente finas. Cuando acompañan las experiencias per-
ceptivas, dichas sensaciones pueden ser muy precisas: en ausencia de per-
cepción, permanecen más o menos difusas, no obstante lo cual son
discernibles como “visuales”, “auditivas”, etc. En general, durante el estado
de la vigilia normal, las qualia son acompañadas por un sentido de conti-
nuidad espaciotemporal. A menudo, la escena fenoménica incluye asimismo
sentimientos o emociones, por más que sean tenues. Pero la secuencia efec-
tiva de las qualia es sumamente individual y se basa en una serie de ocu-
rrencias de la historia personal o de la experiencia inmediata. Dado que las
qualia sólo son experimentadas en forma directa por individuos singulares,
nuestra dificultad metodológica se torna evidente. No es posible construir una
292 | André Green

psicología fenoménica que pueda compartirse como se comparte la física. Lo que


un individuo experimenta directamente como qualia no es compartible con
otro individuo en calidad de observador. Un individuo puede describir su
experiencia a un observador, pero dicha descripción será siempre parcial,
imprecisa y relativa a su propio contexto personal. Además de que las qualia
son fugaces, cualquier intervención destinada a examinarlas puede modi-
ficarlas de manera imprevisible. Por otra parte, en la experiencia subjetiva
de cada persona influyen simultáneamente muchos procesos conscientes
y no conscientes. Cada individuo puede tener una teoría personal sobre la
totalidad de sus experiencias conscientes individuales, pero estas teorías
jamás pueden ser científicas, ya que los demás observadores no tienen ac-
ceso adecuado a medios de control experimental que las afecten. Es una
aguda paradoja: para hacer física, recurro a mi vida consciente, a mis per-
cepciones y a las qualia; no obstante, en mis comunicaciones intersubjetivas,
las dejo fuera de mi descripción, seguro de que otros observadores, dotados
de su propia vida consciente, podrán llevar a cabo los procedimientos pres-
criptos y alcanzar resultados experimentales comparables a los míos.
Cuando por alguna razón las qualia afectan las interpretaciones, se modifica
el diseño experimental de modo de excluir tales efectos: se aparta la mente
de la naturaleza. Sin embargo, al investigar la conciencia, ignorar las qualia
es imposible (1992, pág. 114).

Estas ideas son absolutamente fundamentales para orientar la investigación


psicoanalítica. Podríamos decir que la situación analítica ejemplifica el su-
puesto de las qualia en su forma más pura. Más aún: como psicoanalistas po-
demos ir más allá de lo observado por Edelman, ya que no sólo estamos in-
teresados en una psicología fenoménica, sino en la actividad psíquica
inconsciente. Para comprender el cuarto supuesto (el nuestro) –me refiero
al supuesto del inconsciente– el analista debe confiar no sólo en lo que infiere
del inconsciente del paciente, sino también del suyo propio en relación con
aquél. Nos resulta claro, pues, que la investigación cuantitativa está muy
lejos de ser adecuada para el estudio de lo inconsciente psíquico. No que-
remos decir con ello que se abandone la investigación cuantitativa relacio-
nada con el psicoanálisis, sino que es periférica y tiene poca importancia,
ya que el núcleo central de lo que se desea investigar es lo inconsciente. Por
otro lado, cabe afirmar que la única condición indispensable para el estudio
de lo inconsciente es la experiencia analítica, más específicamente, la sesión
analítica (Green et al., 1997). En tal sentido, cabe afirmar que toda la práctica
analítica es investigación permanente, aunque este tipo de investigación no
se amolde a los criterios habituales del método científico.
Sabemos que no es ésta la posición de Peter Fonagy, presidente del Co-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 293

mité Permanente de Investigación de la IPA. Más concretamente, él no coin-


cide conmigo ni con otros cuando sostenemos que cualquier investigación
debe tomar en cuenta la especificidad del método analítico (Fonagy, 2001).
A menudo se dice que la ciencia no se caracteriza por su objetivo sino por
su método. ¿No sería lógico confrontar el método científico con el psico-
analítico antes de decidir si son o no compatibles?
En mi polémica con Robert Wallerstein, destaqué que lo más importante
en la investigación psicoanalítica es lo que denominé la modalidad psicoa-
nalítica de pensamiento. Algunas personas me preguntaron qué quise decir
con esa frase. Sin pretender definirla en una enunciación concisa, me refiero
a la experiencia que acontece en la mente de todo psicoanalista que escucha
a un paciente asociar libremente y procura comprender, mediante el método
analítico, lo que aquél quiere transmitirle. Gracias a la atención libremente
flotante, el analista deja de lado el contenido manifiesto (que puede equi-
pararse al contenido observable) y, por un lado, establece vínculos mentales
entre los elementos internos de ese material comunicativo que llamamos
“contenido latente intrapsíquico”, mientras por el otro examina sus comu-
nicaciones, que llamamos “intersubjetivas”, con el paciente. Además, merced
a ese material, el analista puede hacer referencia a lo que él escucha, piensa,
siente, y a lo que se desplaza desde ese interior, a fin de establecer conexiones
y relaciones entre distintas áreas: el lenguaje, la memoria, las fantasías (cons-
cientes e inconscientes), los afectos, los estados corporales, las puestas en
acto y acting out, las somatizaciones, etc. Cuando Fonagy afirma: “La mente,
ya sea en un diván o en un laboratorio, sigue siendo la mente”, yo le pre-
guntaría si cree que el descubrimiento de lo inconsciente pudo haberse pro-
ducido en un laboratorio. La mente del laboratorio es esencialmente distinta
de la mente del diván, así como ésta es distinta de la mente del que se dedica
al arte, la ciencia, la filosofía, la religión, etc. Esta posición es congruente
con la hipótesis de los vértices de Bion.
Hasta ahora, debemos admitir que en su trabajo y en la comprensión
de sus pacientes, lo que ayudó a los psicoanalistas han sido los escritos de
los principales autores de la literatura psicoanalítica: aparte de Freud, y li-
mitándome a los que ya no están vivos, todavía podemos leer con provecho
a Abraham, Ferenczi, Melanie Klein, Anna Freud, Bion, Winnicott, Ma-
rion Milner, Piera Aulagnier, Jacques Lacan, por nombrar sólo unos pocos.
Por otra parte, la investigación –que sólo recientemente ha sido desarro-
llada en gran escala– no ha contribuido de ningún modo significativo a la
práctica o la teoría psicoanalíticas. Si no coinciden conmigo sobre esto,
hay una manera muy simple de probarlo. Tomen, por ejemplo, la lista de
referencias bibliográficas de los artículos publicados en los últimos diez
años en International Journal of Psycho-Analysis y cuenten cuántas obras de
294 | André Green

investigación psicoanalítica son citadas por los autores. O, a la inversa:


¿cuántos trabajos sobre investigación psicoanalítica encontramos en las
revistas de nuestra disciplina? ¿Dónde aparecen, quién los lee, con qué
consecuencias? La cuestión no es saber si debe haber o no investigación
psicoanalítica: la respuesta a eso es obvia. La pregunta es más bien: ¿Qué
tipo de investigaciones deberíamos tener?¿Qué métodos tenemos que pro-
mover para equiparar la investigación psicoanalítica con la científica? Pa-
rece ineludible la siguiente conclusión: No existe una respuesta única, por-
que hay un pluralismo de las ciencias. A mi juicio, este pluralismo no está
referido solamente a la investigación clínica, conceptual y empírica, sino
que abarca además otras disciplinas.
Empecemos por la investigación clínica. En vez de abogar por la primacía
que debería tener esta clase de investigación, relataré la experiencia de un
grupo de investigación de la IPA que he dirigido en los dos últimos años,
el cual se ocupó de la contratransferencia en los trastornos de personalidad
fronterizos. Con el fin de tener una visión amplia del problema, el grupo
incluyó a dos colegas norteamericanos (Otto Kernberg y William Gross-
man), dos de América Latina (Jaime Lutenberg y Fernando Uribarri), dos
del Reino Unido (Elizabeth Spillius y Gregorio Kohon) y dos de Francia
(Jean-Claude Rolland y yo). Deliberadamente, a fin de que la comunicación
entre nosotros fuera lo más amplia posible, el grupo incluyó a personas ex-
pertas en el tratamiento de los trastornos de personalidad fronterizos, al-
gunas de las cuales trabajaban con pacientes internados y otras en su con-
sultorio privado; había también colegas más centrados en las neurosis, entre
los cuales algunos tenían experiencia con niños y otros no. Normalmente
nos reuníamos dos veces por año durante todo un fin de semana; en cada
reunión escuchábamos la presentación de un caso que previamente nos había
sido enviado en forma escrita por su autor. Entre los integrantes del grupo
había kleinianos, miembros del Grupo Independiente de la Sociedad Bri-
tánica, colegas ligados a la teoría de las relaciones objetales o de la psicología
del yo, freudianos franceses, etc. La gama de opiniones era muy vasta. Al
poco tiempo de iniciar nuestros intercambios nos dimos cuenta de que nos
dividían discrepancias significativas. Algunos opinaban que debía hacerse
un diagnóstico y un pronóstico precoces para confirmar que estuviera in-
dicado el tratamiento analítico, en tanto que otros pensaban que era prefe-
rible iniciar el tratamiento y ver cómo se podía comprender la problemática
del paciente antes de desarrollar cualquier idea preconcebida. Sin embargo,
al discutir el material de los casos, con frecuencia coincidíamos, en líneas
generales, sobre la actitud técnica adoptada por el analista. En muchos otros
casos teníamos grandes dificultades para comprender en qué se fundaba la
interpretación del analista y su manejo del caso. Todos tuvimos oportunidad

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 295

de explicar las razones de nuestra manera de pensar, y resultó obvio que ésta
sólo podía comprenderse examinando las tradicionales psicoanalíticas de la
Sociedad a la que cada cual pertenecía. Y aun siendo ciudadanos de un mismo
país, los analistas diferían en sus enfoques, no sólo como consecuencia de
la personalidad de cada uno, sino además por su formación y por el modo
en que habían aprendido a reflexionar sobre los problemas que enfrentaban.
Algunos consideraban que era muy urgente llegar a un consenso, en tanto
que otros, por el contrario, pensaban que no debíamos alcanzarlo demasiado
pronto. En definitiva, diré que la tarea de este grupo, más que una investi-
gación sobre pacientes fronterizos, resultó ser una investigación sobre nos-
otros mismos. La contratransferencia, al interponerse entre el paciente y el
analista, era un buen tema. En mi opinión, el grupo evolucionó de una forma
tanto o más promisoria de lo que se previó en un principio. Y me convencí,
una vez más, de que antes de dirigir cualquier investigación sobre los pa-
cientes como objetos, los analistas deben empezar por saber más de sí mis-
mos en comparación con los otros. Para que una investigación tenga éxito,
como sabemos, es muy importante que se realice con un corpus homogéneo.
En otros términos, me parece que antes de ponernos a investigar cómo son
los pacientes tiene prioridad que conozcamos con claridad cómo somos re-
almente nosotros, ya que vemos, comprendemos y tratamos a esos pacientes
de diferentes maneras.
Esto nos lleva, naturalmente, a examinar la utilidad de la investigación
conceptual. Nuestro Presidente, Daniel Widlöcher, ha resuelto abrir un
nuevo campo de investigación. Concuerdo en la necesidad de la investiga-
ción conceptual, pero, nuevamente, tenemos que preguntarnos cuál será su
punto de partida. Considero imposible una investigación conceptual que no
tenga sus raíces en la historia del psicoanálisis. Formularé la siguiente hi-
pótesis para su discusión: sería interesante examinar toda la bibliografía psi-
coanalítica no sólo como un conjunto de libros, escritos, artículos, etc., sino
como un organismo humano, por así decir, compuesto de cuerpo y mente,
que nació con Freud pero ha cambiado en forma constante desde entonces
y mucho más desde que él murió. Comprenderíamos entonces que los nue-
vos movimientos no surgieron de la nada sino que la mayor parte de las veces
fueron una reacción de discrepancia con la corriente ortodoxa anterior. Por
ejemplo, podríamos decir, muy esquemáticamente, que la teoría de las re-
laciones objetales nació para combatir la teoría freudiana de las pulsiones,
a la que consideraba solipsista y centrada en sí misma. En otra dirección, la
psicología del yo creía en la existencia de un yo autónomo en un área libre
de conflictos, con lo cual se escapaba a la gravitación de las pulsiones y se
cumplían a la vez fines adaptativos. Después de estos dos movimientos, re-
nació el narcisismo con la psicología del self, de Kohut, que allanó el camino
296 | André Green

a la escuela intersubjetiva. El campo de batalla se trasladó luego a Europa


y tras las controversias entre Anna Freud y Melanie Klein en Inglaterra, sur-
gieron nuevas tendencias, promovidas por Bion –quien, partiendo de ideas
más próximas a las de Freud, corrigió a Melanie Klein a su modo– y por
Winnicott, quien introdujo el pensamiento paradójico y superó la diferen-
ciación entre lo interno y lo externo. Para concluir este breve panorama,
Jacques Lacan, en Francia, trató de encaminar el psicoanálisis por la senda
del estructuralismo francés, conducido por la lingüística.
Vemos que en esta esquemática historia que he trazado para ustedes hay,
pese a la gran multiplicidad de orientaciones, una suerte de coherencia. Pero
si bien no podemos dictar a la historia el curso que ha de seguir, al menos
podemos tratar de comprender retrospectivamente sus movimientos. De-
bería ser tarea de la investigación conceptual indagar los diferentes signifi-
cados que han tenido, para distintos grupos y en distintas épocas, las nocio-
nes básicas del psicoanálisis. Por ejemplo, ¿acaso la transferencia se entiende
igual en todas partes? ¿Qué es, para la teoría psicoanalítica, un “objeto”?
¿Hay una concepción psicoanalítica del tiempo? El psicoanálisis, ¿es una
psicología? En caso contrario, ¿qué es? Éstas son preguntas apremiantes que
están a la espera de un conocimiento integrador.
La investigación conceptual tiene que ser realmente conceptual, no sólo
descriptiva. Tal vez tengamos aquí una oportunidad para crear una auténtica
epistemología del psicoanálisis.
Una vez aceptado que tanto la investigación clínica como la conceptual
son prioridades importantes, paso a un tercer enfoque, que versa sobre los
campos que merecen ser investigados. Veo diferentes opciones. Una de ellas
–que tiene su origen en Freud, como hemos recordado al citar el Esquema–
es el tradicional problema del cuerpo y la mente. ¿Es posible en la actualidad
vincular entre sí los hallazgos sobre los procesos cerebrales y las actividades
psíquicas? ¿O entre el aparato psíquico de Freud y el cerebro, como propone
la concepción neuro-psicoanalítica de Mark Solms? Un intento de esta ín-
dole, ¿es pura ilusión, una utopía, o una hipótesis de trabajo? Al contrario
de lo que opinan muchos colegas, creo que tiene enorme importancia estar
bien informado sobre los descubrimientos de la neurobiología y, más aún,
sobre la tentativa de construir una nueva epistemología, que abarque el saber
de distintas disciplinas. Volveré a ocuparme de esto más adelante.
Llegamos así al importantísimo y muy polémico problema de la inves-
tigación empírica y, más específicamente, de la investigación con niños. Es
sobre este punto que Peter Fonagy y yo tenemos las mayores divergencias.
Pero antes de continuar, me gustaría aclarar algo. Para mí, hay por lo menos
tres Peter Fonagys. El primero es el hombre institucional; sobre este aspecto
no diré nada, ya que no se presta al debate científico. El segundo Peter Fo-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 297

nagy es el investigador. Admiro su vasta información y conocimientos, pero


tengo algunas dificultades con sus ideas. Suelo discrepar con él en sus afir-
maciones, elecciones y opciones, y criticar muchas de sus posturas, por ejem-
plo, cuando nos asegura firmemente que, según hoy “sabemos”, muchos de
los factores que solíamos considerar creados por el medio tienen en verdad
su origen en la herencia. Cuestiono esta posición con muchos fundamentos:
Peter Fonagy se basa en una concepción de la herencia que no menciona el
papel de la epigénesis, mientras que todos los pensadores interesantes de
este campo procuran discriminar entre ambas. Además, confía en estudios
cuantitativos, como los realizados con gemelos, en los que se examinan muy
superficialmente los rasgos de carácter. La cuestión parece mucho más com-
plicada y exige un examen más profundo. Si partimos de datos “conductua-
les-genéticos”, deberíamos señalar que la conducta no es un concepto de los
psicoanalistas, sino de los conductistas. Se diría que Peter Fonagy II quiere
estar en todas partes: en los genes, en las células, en el cerebro, en la con-
ducta, y también, si es posible, en la transferencia. Ahora bien: ese espectá-
culo unipersonal no existe. La buena ciencia implica contar con un número
limitado de parámetros controlables. Esta perspectiva, demasiado amplia,
procura alcanzar una síntesis imposible. No veo relación alguna entre estas
opciones teóricas y el material del paciente. Utilizando la expresión de Paul
Whittle, estamos aquí ante dos placas tectónicas. Para un analista, el pro-
blema no es “herencia vs. medio”, sino “cómo opera la mente del paciente
en la situación específica del tratamiento y qué reacciones (pensamientos,
sentimientos) provoca en la mente del analista”. El problema que nos inte-
resa no es el origen de las influencias, sino el resultado para la vida psíquica
del individuo y la forma en que éste se relaciona con su vida interior.
Fonagy, como muchos otros, cree en la teoría del vínculo. Quisiera ex-
presar, en pocas palabras, mis reservas al respecto. El bebé no está vinculado
con la madre, ni la madre está vinculada con el bebé. Ambos están enamo-
rados uno del otro. ¿Para Peter Fonagy es lo mismo estar vinculado y estar
enamorado? Estar enamorado no es estar vinculado: es estar irresistible-
mente atraído, lo cual es algo muy distinto.
Otro ejemplo de que se confía demasiado en la biología es el rechazo total
de la pulsión de muerte que propuso Freud, por considerarla incongruente
con el estado actual de nuestros conocimientos biológicos. En verdad, con
el descubrimiento del fenómeno de la apoptosis, hoy sabemos que en algunos
casos las células pueden recibir la orden de morir, o sea, de autodestruirse,
cometiendo el llamado “suicidio celular” (Ameisen, 1996). Por lo tanto, no
nos impacientemos; lo que hace un tiempo era una prueba en contra de un
concepto psicoanalítico demuestra, años después, ser falso y se convierte en
un elemento que lo avala.
298 | André Green

Pero lo que más le interesa a Peter Fonagy es el estudio del desarrollo.


Aquí deben recordarse al menos dos hechos. En el estado actual de nuestros
conocimientos, no hay acuerdo respecto de la teoría del desarrollo. El bebé
observado por Spitz, Margaret Mahler, Daniel Stern, Esther Bick, Levobici,
Emde o Winnicott no es el mismo bebé, y de un investigador a otros los
hallazgos difieren en grado significativo. Las ideas de Winnicott sobre el
objeto transicional y el fenómeno transicional, que constituyeron un avance
fundamental no limitado al desarrollo, describieron rasgos importantes de
la actividad psíquica del adulto.
El segundo hecho es que en el psicoanálisis de Freud el concepto del
tiempo es muy complejo y articulado, como he mostrado en mi libro sobre
el tema (Green, 2002). La perspectiva del desarrollo es una entre diez, que
aquí apenas puedo mencionar: la doble orientación de la actividad psíquica
como progresión y regresión, la atemporalidad de lo inconsciente, la “pos-
terioridad” o après coup (que Laplanche traduce al inglés como afterwardness),
el efecto de las fantasías primordiales en la categorización de las experiencias,
las teorías sexuales infantiles, la compulsión de repetición, el concepto de
verdad histórica, etc. Parecería que después de Freud, en lugar de construir
y articular el concepto psicoanalítico del tiempo –algo que Freud no hizo–
algunas escuelas psicoanalíticas lo han reducido y simplificado a una con-
cepción del desarrollo que ha empobrecido mucho la teoría de Freud.
Por todas estas razones, no creo que la investigación orientada a este
campo pueda ser muy útil para los psicoanalistas. No discuto el valor de
estos hallazgos para la psicología infantil; pero el psicoanálisis no es bio-
logía ni sociología, y menos aún psicología. Como percibió Charles San-
ders Peirce hace mucho tiempo, psíquico no es sinónimo de psicológico.
Y aunque uno recuerde que Freud equiparó el psicoanálisis con una psi-
cología profunda, aquí estamos más bien ante una psicología superficial.
La psicología profunda, o sea, el estudio de la actividad psíquica relacio-
nada con lo inconsciente, no tiene prácticamente ningún vínculo, a mi
modo de ver, con la psicología. Sé que esta declaración encontrará muchas
objeciones, pero, como decía Freud, “no hay remedio”. La observación
no es algo muy apropiado para el psicoanálisis. La observación de la re-
lación entre la madre y el bebé, o cualquier otra observación, sólo puede
ver las manifestaciones externas de cada partícipe. Lo que se expresa ex-
teriormente y puede observarse no es una traducción de lo que sucede in-
teriormente, en el mundo inconsciente interno. Lo único que podemos
“observar” son fenómenos psíquicos. Para explorar el mundo interno no
tenemos instrumentos directos, sino sólo medios indirectos como el len-
guaje, la expresión de los pensamientos, los sueños que se nos relatan, las
fantasías que podemos conjeturar, los juegos que comprendemos o com-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 299

partimos. En otras palabras, como el material es simbólico, el instrumento


debe poseer características simbólicas.
Llegamos así al Peter Fonagy III: el psicoanalista clínico, mi colega. A
este colega lo respeto y he podido mantener con él intercambios muy fruc-
tíferos, ya que concuerdo con la mayoría de sus comprensiones e interpre-
taciones. Pero para decir la verdad tal como yo la veo, aún no entiendo la
conexión que hay entre Peter Fonagy II y Peter Fonagy III. Confío en que,
a medida que transcurra el tiempo, este último evolucione en forma tal que
Peter Fonagy II se aproxime cada vez más a Peter Fonagy III.
En alguna medida, mi posición, que formulé tiempo atrás (Green, 1996),
no es aislada. Más específicamente, coincide con las reservas manifestadas
por muchos psicoanalistas franceses. En 2002, el Bulletin de la Sociedad de
París (Perron, 2002) dio a conocer la opinión de doce colegas que expresaban
sus divergencias con las normas y decisiones de los comités de la IPA. De-
searía concluir esta conferencia con algunos comentarios finales que no he
visto citados en nuestros círculos. Debemos tener conciencia de que en el
último medio siglo el saber científico ha sufrido una revolución. No me re-
fiero a las computadoras, la inteligencia artificial o el cognitivismo, sino a
las áreas más generales de la epistemología. Un grupo de biólogos –entre
los cuales mencionaré a G. Edelman, H. Atlan, H. Von Foerster, J. Didier-
Vincent, F. Varela, A. Prochiantz– han promovido o defendido la teoría de
la hipercomplejidad. Puede agregarse a esta lista al matemático R. Thom,
y E. Morin ha estudiado extensamente el tema en los cinco volúmenes de
The Method (1997-2001). Luego de leer su obra, pienso que Freud podría
ser considerado un precursor de esta nueva tendencia.
Morin distingue diferentes niveles: el vivir–el individuo humano–lo so-
cial–la especie. Las herramientas del pensamiento hipercomplejo presentan
un carácter triple. Son:

1) hologramáticas: La parte está en la totalidad, que está en la parte.


2) recursivas: Las causas producen efectos, que retroactúan sobre
las causas.
3) dialógicas: Unen entre sí los términos de una relación que es al
mismo tiempo complementaria y antagónica.

Estas herramientas organizan un pensamiento plural regulado por las leyes


de la organización y la desorganización. Los niveles más altos de complejidad
entrañan una estrategia más que un programa, la promoción de la creativi-
dad. El resultado pone el acento en el pluralismo, la autonomía, las comu-
nicaciones múltiples, una jerarquía de niveles de organización.
La organización compleja incluye incertidumbre, libertad, desorden, an-
300 | André Green

tagonismo, competencia. Morin termina proponiendo que el individuo es


el centro de la conciencia en y para la sociedad. “El cerebro-mente del in-
dividuo es más complejo que la sociedad, más complejo que la Tierra, más
complejo que la galaxia” (Morin, 2001, pág. 107).

En el fin está mi principio (T. S. Eliot)

Traducción de Leandro Wolfson

DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / PENSAMIENTO / CLÍNICA / CIENCIA / INVESTIGACIÓN.


KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / THOUGHT / CLINICAL WORK / SCIENCE / INVESTIGATION.
PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / PENSAMENTO / CLÍNICA / CIÊNCIA / PESQUISA.

Bibliografía3

Ameisen, J. G. (1996) The origin of programmed cell death, Science, 272: 1278-1279.
Bion, W. R. (1992) Cogitations, Londres: Karnac.
Edelman, G. M. (1992) Bright Air, Brilliant Fire: On the Matter of the Mind, Nueva
York, Basic Books.
Feyerabend, P. (1975) Against Method: Outline of an Anarchistic Theory of Knowledge,
Londres, New Left Books.
Fonagy, P. (2001) “Saisir les orttes a pleines mains, ou pourquoi la recherche psycha-
nalytique est tellement hesitante”, Revue Francaise de Psychanalyse (Courants de
la psychanalyse contemporaine), págs. 265-283.
Freud, S. (1900a) The Interpretation of Dreams, S.E., vols. 4-5. [La interpretación de
los sueños, Buenos Aires, Amorrortu, T IV y V]
—— (1915c) Instincts and their vicissitudes, S.E., vol. 14. [Las pulsiones y sus des-
tinos, Buenos Aires, Amorrortu, T XIV]
—— (1940a [1938]) An Outline of Psycho-Analysis, S.E., vol. 23. [Esquema del psi-
coanálisis, Buenos Aires, Amorrrotu, T XXIII].
—— (1950a [1887-1902]) The Origins of Psycho-Analysis, Nueva York: Basic Books, 1954.
Green, A. (1991) “Meconnaissance de 1’inconscient”, en R. Dorey (ed.), L’inconscient
et la science, París, Dunod.
—— (1997). The Fabric of Affect in the Discourse of Psychoanalysis. Madison, Interna-
tional Universities Press.

3 Nota de la correctora: Al traducirse el trabajo de Green, las citas de los textos de Freud
en su versión castellana fueron obtenidas de las Obras Completas de Sigmund Freud
traducidas desde el alemán por José Luis Etcheverry, Ediciones Amorrortu.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias y el pensamiento psicoanalítico | 301

—— (2002). Time in Psychoanalysis, trad. al inglés por Andrew Weller, Londres: Free
Association Books.
—— y Wallerstein, R. (1996) “Controversy”, Newsletter of the International Psycho-
analysis, 5: 10-21.
—— Botella, S., Botella, G., y Guignard, F. (1997) Pulsions, representations, langage:
Theorie et clinique psychanalytiques, ed. por M. Pinol-Douriez, París: Delachaux
et Niestlé.
Kuhn, T. S. (1962) The Structure of Scientific Revolutions, Chicago, University of Chi-
cago Press.
Kustadt, L. (2001) “Ongoing discussion of Allan Hobson”, Neuro-Psycho-Analysis,
3: 85-100.
Lakatos, I. (1976) Proofs and Refutations: The Logic of Mathematical Discovery, Cam-
bridge, Cambridge University Press.
Morin, E. (1977-2001) La methode, Vols. 1-5, París: Le Seuil.
Perron, R., et al. (2002) “La question de la recherche en psychanalyse/sur la psycha-
nalyse”, Bulletin de la Société Psychanalytique de Paris, 64, 147-190.
Popper, K. R. (1934) Logik der Forschung, Tubinga: J. C. Mohr. (Trad. al inglés: The
Logic of Scientific Discovery, Londres: Hutchinson, 1959).
Sandler, J., Sandler, A.-M., y Davies, R. (eds.) (2000) Clinical and Observational Psycho-
analytic Research: Roots of a Controversy, Londres: Karnac.
Solms, M. y Saling, M. (eds.) A Moment of Transition: Two Neuroscientific Articles
by Sigmund Freud, Londres: Karnac, 1990.
Validez y validación del método
psicoanalítico1
Alegato sobre la necesidad de pluralismo metodológico
y pragmático en psicoanálisis.
* Juan Pablo Jiménez

INTRODUCCIÓN

La actitud adecuada para indagar sobre los fundamentos del método psico-
analítico es la escéptica, en el sentido original del término griego. Σκεπτιο-
μαι significa “mirar cuidadosamente” (una cosa, o en torno), “vigilar”, “exa-
minar atentamente”. Entonces, “escéptico”, originariamente significa “el
que mira o examina cuidadosamente” antes de pronunciarse sobre algo.
Freud hablaba de una exposición genética –en oposición a una dogmática–
cuando en su discurso iba argumentando y fundamentando sus dichos. En
mi presentación me restringiré sólo a algunos aspectos del tema de la rela-
ción del método con la realidad que se trata de conocer (o de modificar),
asunto que se inscribe dentro del problema general de la validez (y de la va-
lidación) del método psicoanalítico. Dejaré sin tocar otros importantes tó-
picos como, por ejemplo, el candente asunto de la extensión de la aplicabi-
lidad del método. Tampoco me adentraré en la discusión de si el psicoanálisis
es o no es una ciencia, o de las condiciones que debería cumplir para poder
ser considerado como tal (véase Strenger 1991; Wallerstein 1993).
Antes de entrar en materia, debo referirme brevemente a dos cuestiones
generales. Se tiene un método cuando se sigue un cierto “camino”, οδοσ,
para alcanzar un cierto fin propuesto de antemano. Este fin puede ser el co-
nocimiento o también el logro de algún bien determinado (p.ej., la “verdad”
personal o la curación). Un método es, ante todo, un orden manifestado en
un conjunto de reglas. Por definición, el método debe poder ser usado y apli-
cado por cualquiera que siga las reglas. Esta condición fue establecida por
Descartes, cuando en su Discurso del método indicó que las reglas metódicas

1 Publicado en Aperturas Psicoanalíticas Revista Internacional de Psicoanálisis Nº 18 - 2004


y en la Revista Chilena de Psicoanálisis Vol. 21, Nº 2 - 2004
* jpjimenezd@gmail.com / Chile
304 | Juan Pablo Jiménez

propuestas eran reglas de invención o de descubrimiento (reglas heurísticas)


que no dependían de la particular capacidad del que las usara. Por cierto que
un método dado puede ser usado mejor o peor, pero eso tiene poco que ver
con el método mismo. Este punto cobra importancia cuando se considera la
relación entre training analítico y aplicación del método. A veces pareciera
que la aplicabilidad y la validez del método psicoanalítico se hace depender
demasiado del hecho de haber sido “bien” analizado – lo que significa: lar-
gamente analizado por un analista didáctico reconocido por la IPA.
En segundo lugar, hay que distinguir entre la heurística, esto es, el “mé-
todo de invención o descubrimiento”, y la demostración de la verdad de lo
descubierto (verificación). Esta última consiste en hallar la razón por la cual
una proposición es verdadera. El método, en cambio, trata de hallar la pro-
posición que se supone verdadera. Si bien el asunto de la verificación es un
problema no simple que ha ocupado a muchos filósofos, es algo pertinente
de plantear aquí, pues, en psicoanálisis, se tiende a confundir la heurística
con la verificación de los enunciados y, a mi entender, existen fundadas ra-
zones para afirmar que esta confusión ha mantenido al psicoanálisis estan-
cado durante décadas en su progreso.

PRÁCTICA CLÍNICA Y CONOCIMIENTO PSICOANALÍTICO

Un amplio consenso sustenta la afirmación de que los conocimientos psi-


coanalíticos surgen de la llamada situación psicoanalítica y desde ahí hay
que entender la definición que Freud dio en 1923 en el artículo de enciclo-
pedia: “Psicoanálisis es el nombre: 1° De un procedimiento para la inves-
tigación de procesos anímicos apenas accesibles de otro modo. 2° De un
método de tratamiento de trastornos neuróticos que se funda en esta inves-
tigación y 3° de una serie de conocimientos psicológicos logrados por tal
vía que poco a poco crecen hasta amalgamarse en una nueva disciplina cien-
tífica” (1923a GW, p.211; la traducción es mía).
Lo primero que llama la atención aquí es que la definición de método se
aplica tanto al procedimiento de investigación de los procesos inconscientes
en la situación clínica, como al tratamiento mismo. Para Freud entonces, el
carácter bifronte del método (hermenéutico y terapéutico) es único y específico
del psicoanálisis. Sin embargo, si en un momento esta “preciosa conjunción”
fue considerada “una ganancia científica” y el “rasgo más preclaro y promisorio

2 “La solución de los conflictos y la superación de sus resistencias sólo se logra si se le han
dado las representaciones-expectativas que coinciden (tally en la S.E.) con su realidad interior
[del paciente]” (Freud 1916-1917 p.412; la cursiva es mía).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 305

del trabajo analítico”, desde que Adolf Grünbaum (1984, 1993) criticara agu-
damente el uso del así llamado “argumento de la coincidencia” (2) para fun-
damentar la unión inseparable entre interpretación y cura, la afirmación del
Junktim requiere de urgente reconsideración.

“En psicoanálisis existió desde el comienzo mismo una yunta (1) entre curar
e investigar; el conocimiento aportaba el éxito (terapéutico), y no era posible
tratar de enterarse de algo nuevo, ni se ganaba un esclarecimiento sin vivenciar
su benéfico efecto. Nuestro procedimiento analítico es el único en que se
conserva esta preciosa conjunción... Esta perspectiva de ganancia científica fue el
rasgo más preclaro y promisorio del trabajo analítico.” (Freud 1927a AE, p.240;
la cursiva y la traducción son mías).

Es fácil ver que en la definición dada por Freud se establece un encade-


namiento triangular estrecho entre el procedimiento interpretativo, –psico-
análisis como hermenéutica–, el método de tratamiento, –psicoanálisis como te-
rapéutica– y la serie de conocimientos psicológicos (y psicopatológicos)
–psicoanálisis como ciencia. En este triángulo, la hermenéutica conduce a la te-
rapéutica y ambas a la teoría; a su vez, la teoría se constituye en teoría de la
técnica la que, en una suerte de circularidad, codetermina, ahora como heu-
rística, a la hermenéutica y a la terapéutica. Toda la discusión posterior a
Freud sobre la validez del método psicoanalítico como método clínico, se
relaciona con el grado de autonomía –versus heteronomía– epistemológica
que se le asigne a este encadenamiento.
Freud tenía la fuerte convicción de que la observación clínica sola poseía
la confiabilidad y la validez necesaria para sustentar el marco teórico y téc-
nico del edificio psicoanalítico. Considérese la siguiente respuesta de Freud,
en 1934, a Saúl Rosenzweig, quien le había enviado varios reprints de inves-
tigaciones experimentales basadas en hipótesis psicoanalíticas: “Estimado
señor, he examinado con interés sus estudios experimentales para la verifi-
cación de proposiciones psicoanalíticas. No puedo dar mucho valor a tal
confirmación porque la abundancia de observaciones confiables sobre las que
tales proposiciones descansan las hace independientes de verificación expe-
rimental“ (citado Talley y cols. 1994, p.XIX; la cursiva es mía).
Esta respuesta parece también mostrar que la distinción entre método
de descubrimiento y procedimiento de demostración o verificación no era
particularmente relevante para Freud. El fundador del psicoanálisis tampoco

1 Strachey tradujo el término alemán (del ámbito jurídico), Junktim, por “unión inseparable”.
306 | Juan Pablo Jiménez

parece haber considerado seriamente las diferentes exigencias metodológicas


que surgen de la distinción entre método de descubrimiento de la verdad y
demostración de la misma, por un lado, y utilidad de ese conocimiento, por
el otro; es decir, las complejidades de lo que actualmente se llama investi-
gación de la relación proceso y resultados.
En las últimas décadas, sin embargo, el método clínico tradicional como
la fuente única de conocimiento analítico ha sido objeto de muchas críticas,
tanto desde fuera como desde dentro del movimiento psicoanalítico. Esto
llevó a Wallerstein (1993, p.96) a afirmar que “el método... clínico ya no es
suficiente como la única avenida para acrecentar el conocimiento psicoa-
nalítico. Él debe ser suplementado con esfuerzos más rigurosos y sistemá-
ticos de investigación sobre el proceso psicoanalítico según se despliega re-
almente, si es que hemos de tener una base de credibilidad para nuestros
reclamos por el estatuto de ciencia”.
En el mismo sentido, para Thomä & Kächele una teoría de la técnica
psicoanalítica bien fundada exige distinguir entre los siguientes componentes
independientes: Curación, obtención de nuevas hipótesis, prueba de las hipó-
tesis, exactitud de las explicaciones y utilidad del conocimiento (1989 p.428).
En este punto quisiera entregar mi opinión diciendo que la relación entre
método interpretativo, terapia y ciencia psicológica es mucho más compleja
de lo que Freud pensó. Creo que, de hecho, tanto el cambio terapéutico
como la construcción de la teoría surgen también de otras fuentes, además
de aquellas reconocidas por el modelo triangular descrito más arriba. En
suma, sostengo que la técnica es más que la aplicación de la teoría y, al revés,
que la teoría tiene también otros orígenes, más allá del diván. Más aún, creo
que en la misma obra de Freud es posible mostrar que la definición de la
enciclopedia es demasiado esquemática e ignora otros factores que influen-
cian la práctica del cambio terapéutico y la construcción de la teoría psico-
analítica (Esman 1998).
El punto crucial de los problemas epistemológicos del psicoanálisis pa-
rece estar precisamente en la compleja relación de la teoría con la práctica.
Este fue un problema descuidado históricamente y al que actualmente se
le da creciente importancia (Thomä y Kächele 1985 cap. 10; Fonagy &
Target 2003 cap. 13). Fonagy & Target (2003 p.284) plantean cuatro con-
diciones que debiera cumplir la acumulación de observaciones clínicas para
fundar adecuadamente la teoría psicoanalítica. Estas son: a) Una vincula-
ción lógica entre la teoría y la técnica; b) un razonamiento deductivo en
vez de inductivo en relación con el material clínico; c) un uso no ambiguo
de los términos y conceptos, y d) la disposición a exponer más el trabajo
clínico al escrutinio público. Por cierto, como espero que quede claro al
final de esta presentación, ninguna de estas condiciones es cumplida ade-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 307

cuadamente por nuestra disciplina.


En relación con el punto a), Fonagy & Target ofrecen seis argumentos
a favor de la tesis de que la práctica psicodinámica no es lógicamente dedu-
cible de ninguna teoría clínica psicoanalítica. Estos argumentos son:

1. La técnica psicoanalítica se desarrolló en base al ensayo y error.

2. Los psicoanalistas reconocemos no entender cómo funciona el trata-


miento

3. En cien años, la técnica de tratamiento ha cambiado mucho menos de


lo que lo ha hecho la teoría.

4. Como sucede con el resto de las orientaciones terapéuticas, hay poca evi-
dencia de que la efectividad del tratamiento analítico resida en sus inter-
venciones específicas.

5. La misma teoría puede generar diferentes técnicas, del mismo modo


como la misma técnica puede ser justificada desde diferentes teorías.

6. Más que una teoría de la técnica, el psicoanálisis es una teoría general


sobre el funcionamiento psicológico aplicado a la comprensión de los
trastornos mentales y, en menor medida, a otros aspectos de la conducta
humana (literatura, artes, historia, etc.)

De este modo, la tesis general que constituye el trasfondo de mi presen-


tación es que a lo largo del siglo veinte el método psicoanalítico sufrió un
proceso de idealización que comenzó con el mismo Freud. En los últimos
treinta años, sin embargo, esta idealización empezó a colapsar siendo pro-
gresivamente reemplazada por una cierta perplejidad, la que hace algún
tiempo llevó a Robert Wallerstein (1988, 1990) a preguntarse si había uno
o varios psicoanálisis y si acaso había un terreno común que unificara las di-
ferentes escuelas de pensamiento psicoanalítico en los finales del siglo (véase
Jiménez 2000).

VALIDEZ Y VALIDACIÓN DEL MÉTODO PSICOANALÍTICO

Concentrémonos ahora en el problema de la validez del método psicoana-


lítico. Desde un punto de vista epistemológico, “validez” se refiere al hecho
de que una proposición sea aceptada como verdadera; por “validación” en-
308 | Juan Pablo Jiménez

tiendo el proceso según el cual se establece la validez de una proposición.


En términos generales, es conveniente distinguir (como ya propuso Kant),
entre la validez de un conocimiento y el origen de este conocimiento pues,
aun cuando se admita que los conocimientos proceden de la experiencia,
puede aceptarse que no todos los conocimientos son válidos en virtud de su
origen en la experiencia. Aquí nos encontramos nuevamente con la perti-
nencia para el psicoanálisis de la distinción, introducida por Reichenbach
(1938), entre el contexto del descubrimiento o generación de hipótesis y el con-
texto de justificación (verificación, demostración, validación) de las mismas,
proceso que exige ir más allá de la mera validación clínica. Para Rubovitz-
Seitz, la “validación interpretativa durante el tratamiento de pacientes de-
pende de estrategias para detectar y corregir el error: chequear, revisar, com-
parar y seleccionar construcciones alternativas. [Con todo], –agrega–, una
validación postanalítica definitiva, requiere de un registro del proceso ana-
lítico que el analista pueda estudiar sistemática y retrospectivamente tan de-
talladamente como sea necesario” (Rubovits-Seitz 1992, p.162). Esto sig-
nifica que no basta afirmar que una teoría psicoanalítica o un enfoque técnico
determinados surgieron de la experiencia clínica para aceptarlos como vá-
lidos. Más aún, desde un punto de vista actual, la afirmación de Freud de
1934 de que “la abundancia de observaciones confiables sobre las que tales
proposiciones descansan las hace independientes de verificación” puede ca-
lificarse de dogmática. Es necesario insistir en este punto, pues el panorama
actual del conocimiento psicoanalítico se caracteriza por su extrema plura-
lidad. A lo largo del último siglo, “el campo parece haberse movido desde
una posición monista relativamente unificada dominada por Freud hacia
una posición diversificada que acomoda diferentes perspectivas de otras fi-
guras carismáticas” (Hamilton 1996, p.310).

FRAGMENTACIÓN DEL CONOCIMIENTO Y PLURALISMO TEÓRICO

En todo caso, existe un grave problema en los procesos de acumulación de


conocimiento clínico –el tercer pilar de la definición freudiana de psicoa-
nálisis– que, de acuerdo con Freud, deberían “amalgamarse” hasta constituir
una disciplina científica. A diferencia de otras ciencias, en psicoanálisis los
conocimientos, más que acumularse ordenadamente, parecen “amonto-
narse” sin mucha “disciplina”, hasta el punto de que Fonagy (1999) habla
de fragmentación del conocimiento psicoanalítico y Thomä de la “apariencia
caótica del psicoanálisis moderno” (2000, p.821). En psicoanálisis, más que
pluralismo –en realidad una descripción eufemística de la situación–, existe
una mera pluralidad o, peor aún, fragmentación teórica, pues carecemos de

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 309

una metodología que se aplique sistemáticamente a la confrontación de las


diferentes teorías y posiciones. Este desarrollo no parece haber sido previsto
por Freud ni por la primera generación de psicoanalistas. Considérese esta
cita de Ferenczi, escrita en el contexto de la introducción del análisis didác-
tico a fines de la década de los veinte: “En la técnica psicoanalítica ha habido
mucho, y todavía hay, que ha creado la impresión de que implica un factor
individual... Esto se ha debido principalmente a que en psicoanálisis parecía
haber una “ecuación personal” que parecía ocupar un lugar mucho más im-
portante del que corresponde aceptar en otras ciencias... A partir del esta-
blecimiento [del análisis didáctico], la importancia del elemento personal
que corresponde al analista ha ido decayendo cada vez más... Tengo la im-
presión definida de que desde la introducción [del análisis didáctico] las diferencias
en la técnica psicoanalítica tienden a desaparecer” (Ferenczi 1966 [1928], pp.78s,
la cursiva es mía). La historia se encargó de desmentir esta predicción –que
demostró no ser más que otra idealización.
En la última década se han agregado importantes argumentos en contra
de la posibilidad de construir una ciencia psicológica sobre la base de la acu-
mulación y de la puesta en común de datos logrados a partir de la “escucha”
de analistas individuales en sesión (véase Jiménez 1994). Al introducir la
regla de la “atención parejamente flotante”, Freud pensó en un inicio en
que era posible una “lectura” imparcial del “material” apoyado en las aso-
ciaciones libres del paciente. Sin embargo, poco después cayó en cuenta de
la existencia de “puntos ciegos” que introducían un sesgo sistemático en la
escucha analítica. La introducción del análisis didáctico debía entonces re-
solver ese problema. En palabras de Ferenczi: “Todo aquel que ha sido ca-
balmente analizado... llegará inevitablemente a las mismas conclusiones ob-
jetivas en la observación y el tratamiento del mismo material psicológico
‘crudo’ y adoptará, en consecuencia, los mismos métodos y técnicas para ma-
nejarlo” (Ferenczi 1966 [1928] p. 78; la cursiva es mía). Sin embargo, a finales
de siglo existen buenos razones para afirmar que el núcleo “duro” con el
que se topó Freud en sus Recomendaciones de 1912, a saber, los complejos re-
sistenciales del analista o “puntos ciegos”, son estructuras cognitivas irre-
ductibles, aún al análisis didáctico más largo y exitoso. Por razones de prin-
cipio entonces, es imposible una escucha homogénea que conduzca al
consenso colectivo.
La razón última de esto parece estar en el hecho de que, aparte de lo que
el paciente dice y hace en sesión –y que puede ser directamente observa-
ble–, todo el resto es inferido y pertenece a la esfera de la hermenéutica, del
conocimiento interpretativo. Toda certeza en psicoanálisis y toda la teoría
psicoanalítica, está entonces basada en tales inferencias, depende de inter-
pretaciones.
310 | Juan Pablo Jiménez

En todo caso, la falta de consenso entre analistas parece haber sido un


problema ya en los inicios. A fines de los años veinte se pensó que el análisis
personal obligatorio mantendría la unidad teórica y técnica del psicoanálisis,
y desde entonces el sello de calidad pasó a llamarse “identidad analítica”.
Por cierto, la institución psicoanalítica también “ayudó” delimitando los lí-
mites de la disidencia. En vez de buscar la solución del disenso en la reflexión
epistemológica y en la aplicación sistemática de métodos externos de vali-
dación, se lo hizo depender demasiado del factor individual (y del análisis
personal obligatorio). Todo esto lleva a pensar que en psicoanálisis predo-
minó durante mucho tiempo una concepción monista, es decir, el supuesto
de la existencia de una verdad psicoanalítica “única”. Este monismo parece
continuarse hasta nuestros días a través de los incontables intentos –por
cierto fallidos– de describir de manera unívoca la llamada “especificidad”
del psicoanálisis. La misma argumentación se puede aplicar al concepto de
“identidad psicoanalítica”. No es necesario agregar que, en psicoanálisis, la
ilusión monista sólo puede sostenerse desde una postura dogmática, sea ésta
entendida en cualquiera de las siguientes dos acepciones: (1) como la con-
fianza absoluta –que no deja lugar a las dudas razonables– en el conocimiento
logrado a través del método psicoanalítico clínico y en la efectividad de tal
conocimiento en el trato diario y directo con los pacientes y (2) como la com-
pleta sumisión –sin examen personal– a unos principios o a la autoridad que
los impone. Desde luego, el dogmatismo sólo se puede sustentar desde po-
siciones teóricas totalizantes. En su tiempo, Joan Rivière dijo de Melanie
Klein: “Ella ha producido algo realmente nuevo en psicoanálisis, ... una te-
oría integrada que, aun cuando está en sus comienzos, da cuenta de todas
las manifestaciones psíquicas ... y no deja ninguna brecha insuperable o fe-
nómenos pendientes sin establecer su relación inteligible con el todo” (citada
por Jordán, 2004). No parece temerario sospechar detrás del entusiasmo
idealizador de esta analista, por lo demás, notable, un estado mental monista
y dogmático, que adhiere con absoluta confianza a una teoría “integrada”
(¿debiera decir “totalitaria”?) que pretendidamente lo ilumina todo.
La confianza absoluta –y excluyente– en el método clínico como forma
de validación ha tenido importantes consecuencias para el desarrollo de la
teoría y de la práctica psicoanalítica, las que se pueden resumir en una sola
palabra: aislamiento. El aislamiento auto impuesto, tanto de las ciencias mé-
dicas como de las psicológicas, es quizás el mayor obstáculo para que el psi-
coanálisis se haga un lugar en la mesa de la academia del siglo veintiuno. El
desarrollo del psicoanálisis, independiente de los progresos de las ciencias
neurocognitivas, ha conducido a una pérdida considerable de la validez ex-
terna de las teorías psicoanalíticas. Las dificultades de integración con las
disciplinas vecinas y la splendid isolation (Freud) se ha visto reforzada por la

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 311

idealización del método psicoanalítico y del uso del estudio tradicional de


caso único como medio exclusivo para lograr conocimientos.
Si el psicoanálisis está basado en teorías y datos clínicos que se supone
son inferidos de los eventos que se despliegan entre paciente y analista en
el consultorio, entonces los informes sobre casos clínicos deberían formar
el núcleo de la literatura científica psicoanalítica. Sin embargo, éste no es
el caso: publicaciones de relatos más o menos completos sobre tratamientos
analíticos escasean. De hecho, los datos clínicos de nuestra literatura tienden
más y más a consistir en viñetas o instantáneas más que en relatos completos.
Éstas sirven de apoyo a las más diversas y contradictorias teorías, las que,
desde luego, se dan por fundamentadas antes de siquiera plantearse la pre-
gunta de si son o no compatibles con afirmaciones surgidas en disciplinas
vecinas o, por lo menos, en otros enfoques psicoanalíticos.
La multiplicidad de escuelas psicoterapéuticas y orientaciones psicoana-
líticas ha complicado enormemente el asunto de la validez del método psi-
coanalítico y abruma al clínico con una cierta presión a tomar posición frente
a las corrientes de pensamiento. Basta presenciar una discusión basada en
material clínico para comprobar que analistas de diferentes orientaciones lle-
gan a conclusiones muy diferentes respecto de los contenidos mentales de
sus pacientes. Esta tendencia a la fragmentación del conocimiento psicoa-
nalítico va más allá de los límites de la Asociación Psicoanalítica Internacional y
no tiende a disminuir sino, al revés, se amplía y colorea cada vez más: la plu-
ralidad teórica y práctica en psicoanálisis es así una realidad incuestionable.
Sesenta años después de la muerte de Freud, la diversidad dentro de la
IPA es un hecho reconocido. Las diferencias de opinión ya no son zanjadas
expulsando a los disidentes, como solía ser el hábito. La lucha del fundador
y de sus discípulos por preservar la “unidad” del movimiento psicoanalítico
es historia. Naturalmente, en la etapa de extrema pluralidad en que nos en-
contramos, la institución psicoanalítica debe enfrentar la tarea de encontrar
métodos que puedan clarificar tanto las similitudes que definen el common
ground como las diferencias entre las distintas posiciones. Uno de los límites
del pluralismo está definido, precisamente, por la pregunta acerca del im-
pacto de las teorías sobre el cambio terapéutico, pregunta cuya respuesta
exige la aplicación de metodologías adecuadas.
Esta observación es válida, pues, para muchos, el psicoanálisis se entiende
como una empresa de auto conocimiento que se justifica a sí misma. La cu-
ración podrá llegar entonces “por añadidura”. Más aún, algunos opinan que
el psicoanálisis ganó mucho al quitarse de encima el peso de la curación.
Desde luego, tal postura tiene cierta legitimidad como regla heurística, pues
cuando se trata de descubrir nuevas significaciones, es necesario desapegarse
de las representaciones conscientes y mantener un estado mental de abertura.
312 | Juan Pablo Jiménez

Pero, no importando lo que se diga, no es imaginable que un analista analice


sin algunas expectativas de cambio en su paciente. Más aún, concuerdo con
Gunderson & Gabbard en que “el establecimiento de metas terapéuticas claras
es importante si se quiere que las terapias psicoanalíticas se desarrollen y mantengan
su credibilidad”. En mi experiencia como supervisor también he observado
tratamientos que serpentean interminablemente. “Algunas veces –agregan
estos autores – tales tratamientos suelen justificarse recurriendo a la distinción entre
metas ‘analíticas’ y metas ‘terapéuticas’”.
Con todo, que el psicoanálisis no pueda desentenderse de su carácter y
de su vocación terapéutica se debe también a motivos estrictamente episte-
mológicos. Hasta Paul Ricoeur, uno de los defensores del paradigma herme-
neuticista en psicoanálisis, considera que el éxito terapéutico constituye un
criterio autónomo de validación. Y esto es así, porque cada una de estas es-
cuelas y orientaciones reclaman éxitos terapéuticos. Todas ellas alegan tener
éxito en remover síntomas, en empatizar con sus pacientes y en entender la
etiología de los trastornos que los llevaron a consultar. Además, la llamada
“paradoja de la equivalencia” –según la cual hasta el momento no ha sido po-
sible demostrar la superioridad terapéutica de algún tipo de psicoterapia –
refuerza la afirmación de Grünbaum de que el psicoanálisis no ha aportado
ninguna prueba de que sus resultados terapéuticos se deban a la verdad de
las interpretaciones dadas a los pacientes y no al efecto placebo.
Frente al hecho innegable de la pluralidad de teorías psicoanalíticas, nos
queda la alternativa del pluralismo. En psicoanálisis, las distintas ideas rara
vez entran en un contacto verdadero de modo de poder discernir la parte
de verdad que cada una contiene, las teorías más bien parecen yuxtaponerse
sin modificarse o, cuando sí se tocan, suelen mezclarse de manera idiosin-
crática y caprichosa. A mi modo de ver, un psicoanalista pluralista –y prefiero
decir pluralista y no ecléctico, porque en español eclecticismo tiene un sen-
tido peyorativo– es aquel que en su trabajo clínico integra aspectos plausibles
de distintos orígenes, pero intentando –con una actitud reflexiva– mantener
la coherencia, lo que de ninguna manera es tarea fácil. En un trabajo reciente,
Jordán (2004) sugiere que la capacidad del analista de descubrir nuevas co-
rrelaciones trabajando en la sesión con su paciente, y con ello de analizar
con “sentido común” (Bion), depende de su capacidad de “moverse” men-
talmente entre dos o más sistemas teóricos. Por cierto, un psicoanalista plu-
ralista no cree que una proposición pueda ser falsa y verdadera al mismo
tiempo, o que todas las teorías sean equivalentes –no es un relativista– sino
más bien asume que ciertas teorías no son mutuamente compatibles desde
el momento en que describen diferentes realidades con supuestos y enfoques
diferentes. Pero, precisamente, la capacidad de sostener en la mente distintas
perspectivas teóricas sin cancelarlas prematuramente, crea las condiciones

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 313

para que surjan interpretaciones novedosas frente al emergente clínico.


No es infrecuente que en las discusiones psicoanalíticas se plantee la cues-
tión de si acaso las diferentes teorías no pudieran haber surgido del trata-
miento de diferentes tipos de pacientes. Si este fuera el caso, entonces las di-
ferencias teóricas e interpretativas podrían ser atribuidas a descripciones de
realidades diferentes, manteniéndose así a salvo la posibilidad de que exista
una única interpretación posible frente a una situación clínica particular (mo-
nismo). Esto podría ser parcialmente verdadero; sin embargo, hay signos que
apuntan a que el problema del consenso es mucho más profundo pues en la
última década se ha confirmado que aún en el caso de material proveniente
de un mismo paciente las interpretaciones varían considerablemente (Pulver
1987 1987; Bernardi 1989). Naturalmente, esto plantea la duda de si, en prin-
cipio, es posible alcanzar un consenso clínico mínimo. Entonces, más que
hablar de “pluralismo” en el panorama psicoanalítico actual, habría que hablar
de pluralidad, diversidad o de fragmentación del conocimiento (Fonagy). El
punto relevante para nuestra discusión reside no sólo en constatar la diver-
sidad de teorías y enfoques psicoanalíticos, sino en preguntarse por la posi-
bilidad de diálogo o articulación entre ellos pues, si el psicoanálisis pretende
constituir una disciplina, la confirmación de que el conocimiento psicoana-
lítico está en un proceso de fragmentación creciente y sin vuelta atrás, lo con-
dena a la dispersión y a su eventual desaparición.
En cualquier caso, por razones de principio, en psicoanálisis el monismo
no es sustentable y el dogmatismo debe dar paso a un moderado y sano es-
cepticismo. Victoria Hamilton, en su fascinante libro sobre los procesos pre-
conscientes del analista, afirma que “para hacer su trabajo, los analistas pre-
sionan en contra de lo desconocido, tanto en sus analizandos como en ellos
mismos. Ellos no pueden desentenderse y tomar un respiro del compromiso
emocional” –agregando que– “quizás más que cualquier otro profesional,
los analistas deben llegar a ser maestros en el manejo de la incertidumbre”
(1996 pp.312 y 311). Esto significa que, no importando la amplitud o la
fuerza explicativa de las teorías que el analista pueda utilizar, siempre habrá
áreas de escepticismo: “Nadie sabe realmente –afirma Hamilton–, incluso
los pensadores más consistentes practican inconsistentemente y de maneras
que son más personales e idiosincráticas. Hay demasiadas incertidumbres”
(1996 p.317; cursiva en el original). Rubovits-Seitz (1992) describe 15 fac-
tores que contribuyen a las dificultades, limitaciones e incertidumbres de
la interpretación clínica. Estos factores potencian el formidable problema
del sesgo de confirmación, según el cual el analista se termina topando con lo
que busca, creyendo que lo ha encontrado. Este es también el tema de la
circularidad y de las profecías auto cumplidas, el problema del así llamado
círculo hermenéutico (Thomä & Kächele 1975).
314 | Juan Pablo Jiménez

Para Fonagy (1999), problemas relativos al razonamiento inductivo ex-


plican la sobreabundancia de teorización y la fragmentación del conoci-
miento psicoanalítico y son, en última instancia, responsables del aislamiento
secular del psicoanálisis de las dos ramas mayores de actividad científica que
pertenecen al mismo campo: la neurobiología y la psicología.
La estrategia básica de construcción de teoría en psicoanálisis calza dentro
del llamado “inductivismo enumerativo” (esto es, la acumulación de ejem-
plos consistentes con una premisa). Al tratar un paciente tenemos acceso a
un conjunto de observaciones que surgen de la evaluación y evolución del
proceso terapéutico. A partir de esta muestra, relevamos ciertas observacio-
nes como “hechos seleccionados” y, en base a ellas, extraemos conclusiones
sobre cómo se comporta generalmente nuestro paciente y sobre las razones
de por qué lo hace de esa manera. El analista estará así predispuesto a fijarse
en aquellos aspectos de la conducta del paciente y de la relación con él que
hacen sentido en términos de los propios constructos teóricos privilegiados.
Desde luego, estos últimos también han surgido de observaciones formu-
ladas en las “teorías clínicas” de otros analistas, construidas a propósito de
otros casos clínicos (Fonagy 2003, p.287). Klimosky nos enseña que el pro-
blema planteado por el método inductivo “es el de cómo es posible establecer
leyes científicas, puesto que son proposiciones universales, en tanto que los
datos que en cualquier momento poseemos son en número finito... La única
solución consiste en admitir que cuando los datos son en número suficien-
temente grande y no hay ningún caso en contra, entonces es legítimo pasar
a la ley y a la generalización. ... En la práctica científica hacemos inducciones,
pero más bien para pasar de los datos a las hipótesis generales. Hacer una
inducción –continúa Klimosky– no tiene valor probatorio, puesto que la
muestra de datos, por grande que sea, no agota la población. Y es bien posible
que fuera de la muestra esté escondida la oveja negra, el contraejemplo que
invalida la generalización. En realidad, no hay ninguna inferencia correcta
que permita verificar una generalización a partir de un número finito de
datos. El método inductivo –finaliza Klimosky– pertenece al contexto del
descubrimiento, ya que en sus aplicaciones lo que realmente se obtiene es
una hipótesis, que no pasa de ser una conjetura que habría que investigar
[por otros métodos] para saber si es o no válida” (2004, p. 67).

COHERENCIA Y CORRESPONDENCIA COMO CRITERIOS DE VERDAD EN PSICOANÁLISIS

En psicoanálisis es posible encontrar enfoques hermeneuticistas –que de-


fienden el punto de vista de la coherencia– en competencia con enfoques
constructivistas –que sostienen la correspondencia como criterio último de

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 315

verdad (Hanly 1990). De acuerdo con la noción de coherencia, la verdad de


las hipótesis interpretativas reside en el establecimiento de una “constelación
confirmatoria” (Ricoeur, 1977) que junte los criterios de coherencia, con-
sistencia interna e inteligibilidad narrativa. Carlo Strenger hace notar que
de los escritos de los autores defensores del paradigma hermeneuticisma no
es posible extraer más especificación de aquello en lo qué consiste la cohe-
rencia narrativa.
Debo introducir aquí un breve excurso para entender más sobre la con-
cepción hermeneuticista en psicoanálisis. El término se deriva de la palabra
griega hermeneuo (yo explico mis pensamientos con palabras, expongo, in-
terpreto, aclaro, traduzco). La palabra hermeneuo descansa sobre una raíz
que aproximadamente significa “hablar”. El término “hermenéutico” fue
acuñado a comienzos del siglo XVII para describir el procedimiento de la
interpretación de textos. El desarrollo de la hermenéutica fue esencialmente
influido por la exégesis de la Biblia. Las disputas de los teólogos con los ex-
pertos en hermenéutica queda documentada, por ejemplo, en el principio
de Schleiermacher según el cual lo que se logra primero no es un entendi-
miento, sino más bien un malentendido. De este modo, el entendimiento
como problema queda circunscrito a la epistemología: es necesario saber
algo, tener un preconocimiento, antes de poder investigar algo. Hirsch ex-
pone así el problema del “círculo hermenéutico”:
Sin embargo, si bien este modelo constructivo-correctivo sirve para guiar
la validación en el trabajo clínico cotidiano, es decir, para el proceso inter-
pretativo dentro de la sesión, de acuerdo con la estrategia de ensayo y error
descrita por Rubovitz-Seitz, la coherencia narrativa no es suficiente como
criterio de verdad para la validación de la teoría psicoanalítica como cono-
cimiento nomotético. Además de demostrar coherencia interna, las propo-
siciones teóricas deben ser consistentes con el conocimiento generalmente
aceptado, incorporado en disciplinas vecinas, y ser coherentes con él (Stren-
ger 1991, p.186 ss). Por lo demás, desde el punto de vista del sentido común
epistemológico este es un requisito estándar para cualquier teoría científica.

“El círculo hermenéutico está basado en la paradoja de que debemos conocer


el todo, de manera general, antes de conocer una parte, en tanto que la naturaleza
de la parte como tal está determinada por su función en el todo más amplio.
Por supuesto, desde que podemos conocer el todo sólo a partir de sus partes,
el proceso de interpretación es un círculo. Las experiencias que interpretamos,
deben, por compulsión lógica, seguir el modelo circular. Pero, desde el mo-
mento en que debemos, en algún sentido, preconocer el todo antes de que co-
nozcamos una parte, entonces, toda experiencia está preconstituida por el con-
texto total en que es experimentada. En este modelo, es imposible poner entre
316 | Juan Pablo Jiménez

paréntesis una parte de la experiencia y separarla del total de la vida experimen-


tada. Lo que en un momento dado conocemos, lo conocemos “preconceptual-
mente” y está constituido por la totalidad de nuestro mundo y, ya que el mundo
cambia en el tiempo, así también los objetos (para nosotros) cambian lo que el
mundo preconstituye” (Hirsch 1976, vol. 1, p.5 cursiva en el original).

En contraposición con este círculo hermenéutico, como un círculo vi-


cioso, Hirsch propone un nuevo modelo, sacado de la moderna investigación
psicológica y psicolingüística, con cuya ayuda puede quebrarse el círculo,
de tal manera que sea posible la validación. Esta es, según Hirsch, posible,
cuando se parte de la idea de esquemas corregibles, en el sentido de Piaget:

“Toda cognición es análoga a la interpretación, al basarse en esquemas corre-


gibles, un término muy útil que he tomado de Piaget. El modelo de los es-
quemas corregibles es, creo, un modelo más útil y exacto que aquel del así
llamado círculo hermenéutico. A diferencia de un preconocimiento inalte-
rable e inescapable, un esquema puede ser radicalmente alterado y corregido.
Un esquema plantea un rango de predicciones o expectativas que, si se rea-
lizan, confirman el esquema y, en el caso contrario, llevan a su revisión. El
que este proceso constructivo-correctivo, de composición y de comparación,
sea inherente a la recepción de habla, es algo que ya ha sido demostrado por
los psicolingüistas, quienes han mostrado, por ejemplo, que las expectativas
basadas en un esquema dado (una palabra), no sólo influencian la interpre-
tación de los fonemas, sino que pueden causar que éstos sean radicalmente
malinterpretados. Sin embargo, los fonemas inesperados pueden también
conducir a revisar o corregir la palabra que esperamos. Aquí tenemos una evi-
dencia muy fuerte de que los aspectos más elementales de la interpretación
verbal siguen las mismas reglas básicas que nuestra percepción e interpreta-
ción del mundo, la cual ha recibido poca atención de la hermenéutica [en su
teoría de la interpretación]. La universalidad del proceso constructivo-co-
rrectivo y de los esquemas corregibles en todos los dominios del lenguaje y
el pensamiento, sugiere que el proceso mismo de comprender, en sí mismo, es un
proceso de validación” (Hirsch 1976, cit. por Thomä & Kächele 1985, p. 23;
cursiva en el original)

Parece ser entonces que la aplicación exclusiva del criterio de coherencia


es el factor que ha conducido a la fragmentación del conocimiento en psi-
coanálisis. Entonces, si se quiere detener este curso no deseado, los procesos
de validación de hipótesis psicoanalíticas exigen moverse hacia la búsqueda
de una “coherencia ampliada” o correspondencia externa, esto es, de la va-
lidación en un contexto distinto de la situación analítica. Además, una in-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 317

terpretación amplia de la consistencia incluye la validación convergente y


predictiva (Holt, 1961). El objetivo de ésta es expandir el “círculo herme-
néutico” dando un paso más allá del texto, para encontrar consistencia con
observaciones hechas en un “con-texto” diferente de aquel en el cual las hi-
pótesis fueron generadas (Wallerstein 1993, Main 1995). El cambio de con-
texto está dado aquí por el uso de un método de investigación que no es el
método psicoanalítico clínico (Thomä & Kächele 1975). El supuesto que
subyace a esta búsqueda es que hay “algo ahí fuera” que, aun cuando seamos
incapaces de aprehenderlo total y homogéneamente, actúa como un refe-
rente y como una condición a priori del diálogo psicoanalítico, tanto entre
el paciente y su analista, dentro de la comunidad psicoanalítica, como tam-
bién entre el psicoanálisis y el mundo académico y científico.
En el mismo sentido, Fonagy (1999) propone algunas estrategias de va-
lidación. De entre ellas, sólo menciono la primera, titulada “fortalecimiento
de la base probatoria (evidence base) del psicoanálisis”, de acuerdo con la cual
el psicoanálisis “debería desarrollar vínculos más cercanos con métodos al-
ternativos de recolección de datos, disponibles en las ciencias sociales y bio-
lógicas modernas”. De esta manera, “la convergencia de pruebas desde varias
fuentes de datos (clínica, experimental, comportamental, epidemiológica,
biológica, etc.) proveerá el mejor apoyo para las teorías de la mente pro-
puestas por el psicoanálisis” (p.45). Recientemente Fonagy & Target han
revisado las teorías psicoanalíticas más importantes y comparándolas siste-
máticamente con los de investigación empírica en psicopatología evolutiva.
Esta naciente rama de la psicología evolutiva promete ser un buena pers-
pectiva de comparación (desde el “bebé observado”) para delimitar los al-
cances del llamado (por Stern) “bebé clínico”.

LA UTILIDAD DEL CONOCIMIENTO COMO CRITERIO DE VERDAD

Si bien la estrategia de la correspondencia no puede ser subvalorada, la con-


sideración del psicoanálisis como método de tratamiento –cuyo objetivo es
el cambio terapéutico– nos exige recurrir además a otro criterio de valida-
ción, que sugiero considerar junto a los presentados por Hanly en 1990.
Este es la utilidad del conocimiento como criterio de verdad.

El psicoanálisis no puede ignorar su naturaleza y vocación terapéuticas (San-


dler & Dreher 1996), no sólo por la necesidad de dar cuenta a la sociedad
de sus resultados, sino también por razones estrictamente epistemológicas.
Incluso Ricoeur, uno de los campeones de la defensa de la coherencia como
criterio último de verdad y de la validez del paradigma hermeneuticista en
318 | Juan Pablo Jiménez

psicoanálisis, considera que “el éxito terapéutico... constituye... un criterio


autónomo de validación” (Ricoeur 1977, p.868).
El criterio de utilidad que propongo tiene sus antecedentes en una cierta
tendencia de la filosofía contemporánea que se aproxima a una noción de ver-
dad que, sin caer en un completo irracionalismo, procura evitar los problemas
que suscitaba una concepción meramente intelectualista de la verdad. Esta
concepción contemporánea de verdad se acerca a la noción bíblica de emunah,
según la cual la verdad de las cosas no es un asunto de la relación entre la re-
alidad y su apariencia (adequatio), sino de su fidelidad frente a su infidelidad.
Entonces, lo verdadero se define en un contexto interpersonal, verdadero es
quien es fiel, quien cumple sus promesas. Richard Rorty (2000, p.81), prag-
matista moderno, plantea que “la contribución central [del pragmatismo] es
su crítica a la idea que el conocimiento y la verdad deben ser entendidos en
términos de conformidad con, o de representación exacta de las maneras como
las cosas realmente son”. Rorty entiende esta crítica como un movimiento
orientado a sustituir la razón, entendida como la facultad de monitoreo de la
verdad que gradualmente conforma nuestras mentes a los contornos de lo re-
almente real, por la imaginación, como la habilidad de encontrar descripciones
nuevas y más aprovechables de nosotros mismos y de nuestro entorno.
Dentro de esta tendencia general, William James afirma que sólo hay
cosas verdaderas que a la vez son principios prácticos y que se confirman
como verdades por sus consecuencias: “La prueba última de lo que significa
una verdad es, sin duda, la conducta que dicta o que inspira” (en “Philoso-
phical Conceptions and Practical Results” [1898], citado por Ferrater Mora,
1969). La verdad resulta así de toda noción y de todo acto dirigido hacia el
bien, es una forma o especie del bien. En contraste con la concepción de la
verdad como correspondencia (más cercana al realismo) y a la verdad como
coherencia (más cercana al idealismo y al racionalismo), la orientación vi-
talista y pragmática postula que una proposición es verdadera cuando “fun-
ciona”. Que una proposición “funcione” significa que nos permite orien-
tarnos en la realidad y llevarnos de una experiencia a la otra. Así, ninguna
proposición es aceptable como verdadera si no posee valor para la vida con-
creta. La verdad se concibe como algo esencialmente abierto y también
como algo en constante movimiento. La verdad, en suma, no es nada
“hecho” o “dado”, es algo que continuamente “se hace” dentro de una to-
talidad a su vez en proceso de “hacerse” constantemente. En esto, los prag-
matistas siguen a Hegel, padre de la concepción dinámica, al afirmar que
debemos concebir nuestro progreso moral e intelectual no como un acer-
carse progresivo a un objetivo preexistente, sino como un proceso de auto-
creación, que logra síntesis dialécticas siempre mayores y mejores, incor-
porándolas a nuestra autoimagen y ampliando de este modo el horizonte de

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 319

nuestro propio ser. En el mismo sentido, para Nietzsche, “la verdad no es


un valor teórico, sino tan sólo una expresión para designar aquella función
del juicio que conserva la vida y sirve a la voluntad de poderío.” “La falsedad
de un juicio no es una objeción contra ese juicio. La cuestión es hasta qué
punto estimula la vida, conserva la vida.” (Citado por Hessen 1938, p.49).
Aun cuando Rorty sugiere que “el uso principal que la filosofía pragmática
puede tener para el psicoanálisis es ayudar a detener la tendencia casi obsesiva
de los psicoanalistas de plantearse cuestiones como “¿es el psicoanálisis un
ciencia?”, “¿fue Freud un científico o un literato?” o “¿es posible verificar ob-
jetivamente los supuestos psicoanalíticos?” (Rorty 2000, p.822), lo que hace
pensar que la posición pragmática pudiera desincentivar los intentos de au-
mentar la base probatoria del psicoanálisis, creo que la concepción pragmática
de verdad es adecuada para describir la experiencia de cambio a lo largo del
proceso psicoanalítico y, por paradójico que suene, para estimular la investi-
gación empírica en proceso y resultado. La idea fundamental es preocuparnos
más de los problemas que nos traen los problemas y de las soluciones a éstos,
es decir, del asunto de la utilidad del conocimiento en psicoanálisis.
En nuestra práctica clínica –sea en el encuadre psicoanalítico clásico o
en amplio espectro de las psicoterapias psicoanalíticas– trabajamos con pa-
cientes, a veces por largo tiempo y, a pesar de los fracasos terapéuticos in-
evitables, comprobamos que ocurren cambios positivos. Este proceso de
cambio no parece ser tan sólo el producto del establecimiento de una buena
relación terapéutica, sin perjuicio de lo importante que ésta pueda ser. Los
psicoanalistas trabajamos con la asunción, que nos parece ver confirmada
una y otra vez, de que en el curso del tratamiento toma lugar un proceso
gradual de descubrimiento y de formulación de la “verdad” más íntima de
nuestros/as pacientes. Analista y paciente sentimos que el progreso de este
último se relaciona con una creciente comprensión de su vida mental y de
su biografía. Esta es la experiencia que subyace a la creencia de que la cura
no está basada en la creación de un útil mito ad hoc. Más bien, tendemos a
pensar que la cura es la combinación de experiencias emocionales intensas
inducidas por el trabajo interpretativo y por el logro de una coherencia na-
rrativa que refuerza la plausibilidad de las interpretaciones.
Al mismo tiempo, a mi modo de ver, tal concepción pragmática de verdad
da apoyo a la investigación empírica contemporánea en psicoanálisis. En la
etapa en que ahora se encuentra el psicoanálisis –de pluralismo extremo–
debe enfrentar la tarea de encontrar metodologías que puedan clarificar
tanto las similitudes que definen la base común como las diferencias entre
las diversas posiciones. “Al formularnos nuevas preguntas, nos vemos en-
frentados a los mismos antiguos problemas de cómo las teorías influencian
el pensamiento y la acción terapéuticos” (Thomä 1999, p.821). En este sen-
320 | Juan Pablo Jiménez

tido, los límites del pluralismo están definidos, precisamente, por la cuestión
acerca de los factores curativos, cuya respuesta exige investigación empírica
en proceso y resultados (Thomä 2000).
Sin embargo, Carlo Strenger nos recuerda que, en psicoanálisis, “la com-
paración entre teorías y prácticas alternativas... es... más complicada de lo
que un no pluralista pudiera suponer. Ésta incluye diferentes tipos de ope-
raciones intelectuales. Por cierto, una de ellas puede ser la investigación em-
pírica sobre la eficacia relativa de los enfoques terapéuticos. Sin embargo,
aún aquí, entra a jugar una complejidad adicional. Dado que las formas de
terapia pueden estar guiadas por perspectivas diferentes, pudiera no ser po-
sible traducir la terminología de las unas en los estándares de salud mental
de las otras. Por lo tanto, la comparación empírica directa debe estar pre-
cedida por la investigación conceptual cuidadosa de la cuestión acerca de
los puntos en los que los enfoques son conmensurables (3). La posición plu-
ralista implica que el resultado de tal investigación puede ser bastante frus-
trante y hasta es posible que no se pueda encontrar alguna base común de compa-
ración” (1991, pp.160f; la cursiva es mía).
A pesar de los riesgos y las dificultades, sugiero que el psicoanálisis con-
temporáneo no tiene otra elección más que asumir una posición pluralista
que aplique estrategias de validación basadas no sólo en la coherencia y en
la correspondencia, sino también en la utilidad del conocimiento como cri-
terio de verdad.

RESUMEN

El método psicoanalítico ha sido idealizado desde los tiempos de Freud como un


instrumento válido y confiable de conocimiento y eficacia terapéutica. Sin embargo,
en las últimas décadas esta idealización ha colapsado y, desde un punto de vista
epistemológico, se hace necesario diferenciar entre el valor heurístico del método
clínico y los procedimientos de validación de las hipótesis generadas a través de la
aplicación del mismo. El conocimiento psicoanalítico contemporáneo muestra una
enorme pluralidad de posiciones teóricas y prácticas. Se sugiere para el psicoanálisis
contemporáneo asumir una concepción pluralista que aplique estrategias de vali-
dación que, además de la coherencia y la correspondencia, combinen la utilidad
del conocimiento como criterios de verdad.

DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / PLURALISMO / MÉTODO PSICOANALÍTICO / VALIDACIÓN


/ VERDAD.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 321

SUMMARY
Validity and validation of the psychoanalytic method. A plea for methodologi-
cal and pragmatic pluralism in psychoanalysis

Since Freud’s time, the psychoanalytic method has been idealized as a valid and re-
liable instrument of knowledge and therapeutic efficacy. However, this idealization
has collapsed in recent decades and, from an epistemological viewpoint, we need
to differentiate between the heuristic value of the clinical method and procedures
of validation of the hypotheses generated by its application. Contemporary psycho-
analytic knowledge exhibits an immense plurality of theoretical and practical posi-
tions. The author suggests that contemporary psychoanalysis needs to accept a plu-
ralistic conception that is able to apply strategies of validation that would combine
coherence and correspondence with usefulness of this knowledge as criteria of truth.

KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / PLURALISM / PSYCHOANALYTIC METHOD / VALIDATION


/ TRUTH.

RESUMO
Validez e validação do método psicanalítico. Em defesa da necessidade do pluralismo
metodológico e pragmático na psicanálise.

O método psicanalítico foi idealizado como um instrumento válido e confiável de


conhecimento e eficácia terapêutica ainda no tempo de Freud. Entretanto, nas últimas
décadas esta idealização colapsou e, do ponto de vista epistemológico, é necessário
fazer uma diferença entre o valor heurístico do método clínico e dos procedimentos
de validação das hipóteses geradas através da aplicação do mesmo. O conhecimento
psicanalítico contemporâneo mostra uma enorme pluralidade de posições teóricas
e práticas. Sugere-se que a psicanálise atual assuma uma concepção pluralista que
aplique estratégias de validação que, além da coerência e da correspondência, com-
binem a utilidade do conhecimento como critérios verdadeiros.

PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / PLURALISMO / MÉTODO PSICANALÍTICO / VALIDAÇÃO


/ VERDADE.

Bibliografía

Bernardi R (1989) The role of paradigmatic determinants in psychoanalytic unders-


tanding. Int. J. Psycho-Anal. 70: 341-357.
322 | Juan Pablo Jiménez

Dreher AU (2000) Foundations for conceptual research in psychoanalysis. London &


New York: Karnac Books.
Esman AH (1998) What is ‘applied’ in ‘applied’ psychoanalysis? Int. J. Psycho-Anal.
79: 741-756.
Ferenczi S (1928) La elasticidad de la técnica. En Problemas y métodos del psicoanálisis.
Paidós, Buenos Aires, 1966, pp.77-88.
Fonagy P & Target M (2003) Psychoanalytic theories: Perspectives from developmental
psychopathology. New York: Brunner-Routledge.
Fonagy P, Kächele H, Krause R, Jones E, & Perron R (1999) An open door review of
outcome studies in psychoanalysis. Report prepared by the research committee of the IPA
at the request of the president. London: University College London.
Ferrater Mora J (1969) Diccionario de Filosofía I y II. Buenos Aires: Editorial Sud-
americana.
Freud S (19216/17) Conferencias de introducción al psicoanálisis AE XV-XVI.
Freud S (1923a) Dos artículos de enciclopedia. AE XVIII pp 227–254.
Freud S (1927a) Epílogo a ¿Pueden los legos ejercer el análisis?. AE XX pp 165-234.
Grünbaum A (1984). The foundations of psychoanalysis. Berkeley: Univ. Calif. Press.
Grünbaum A (1993) Validation in the clinical psychoanalysis: A study in the philosophy
of psychoanalysis. Madison-Connecticut: International University Press.
Hamilton V (1997) The analyst’s preconscious. Hillsdale NJ: The Analytic Press, Inc.
Hanly C (1990) The concept of truth in psychoanalysis. Int. J. Psycho–Anal. 71: 375-383.
Hessen J (1939) Teoría del conocimiento. Buenos Aires: Losada.
Holt RR (1961) Clinical judgment as a disciplined inquiry. J. Nerv. Ment. Dis. 133:
369-382.
Jiménez JP (1994) The Psychoanalyst as an Artisan Thinker: An exploration of the
mental processes of the analyst. In The analyst’s mind: from listening to interpre-
tation. International Psychoanalytical Association. London pp.53-65.
Jiménez JP (2000) El método clínico, los psicoanalistas y la institución. Aperturas
psicoanalíticas. Nº 4, pp. 1-19.
Jordán JF (2004) Commonsense and nonsense in psychoanalytic practice. Presentado en
el 43er. Congreso Psicoanalítico Internacional. New Orleans, 2004.
Klimosky G (2004) Epistemología y Psicoanálisis: Problemas de Epistemología. Buenos
Aires: Biebel.
Main M (1995) Discourse, Prediction, and recent studies in attachment: Implica-
tions for psychoanalysis. En: Th Shapiro & RN Emde (eds.) Research in psycho-
analysis. Process, development, outcome. International Universities Press., Madison
Connecticut pp.209-244.
Pulver SE (1987a) How theory shapes technique: perspectives on a clinical study.
(Prologue) Psychoanal. Inquiry. 7: 141-145.
Pulver SE (1987b) How theory shapes technique: perspectives on a clinical study
(Epilogue) Psychoanal. Inquiry. 7: 289-299.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Validez y validación del método psicoanalítico. | 323

Reichenbach H (1938) Experience and prediction. Chicago: Univ. of Chicago Press.


Ricoeur P (1977) The question of proof in Freud’s psychoanalytic writings. J. Amer.
Psychoanal. Assn. 25: 835-871.
Rorty R (2000) Pragmatism. Int. J. Psycho–Anal. 81: 819-823.
Rubovits-Seitz PFD (1992) Interpretive methodology: Some problems, limitations,
and remedial strategies. J. Amer. Psychoanal. Assn. 40: 139-168.
Sandler J, & Dreher AU (1996) What do psychoanalysts want? The problem of aims in
psychoanalytic therapy. London New York: Routledge.
Strenger C (1991) Between hermeneutic and science. An essay on the epistemology of psycho-
analysis. Madison Connecticut: Int. Univ. Press, Inc.
Talley PF, Strupp HH, & Butler SF (1994) Psychotherapy research and practice. Bridging
the gap. New York: Basic Books.
Thomä H (1999) Zur Theorie und Praxis von Übertragung und Gegenübertragung
im psychoanalytischen Pluralismus. Psyche. 53: 820-872.
Thomä H (2000) Gemeinsamkeiten und Widersprüche zwischen vier Psychoanaly-
tikern. Psyche. 54: 172-189.
Thomä H, & Kächele H (1975) Problems of metascience and methodology in cli-
nical psychoanalytic research. Annu Psychoanal, vol III. Int Univ Press, New
York, pp 49–119.
Thomä H, & Kächele H (1989). Teoría y Práctica del Psicoanálisis. Vol I. Barcelona:
Herder.
Wallerstein R (1988) One psychoanalysis or many? Int. J. Psycho-Anal. 69: 5-21.
Wallerstein R (1990) Psychoanalysis: the common ground. Int. J. Psycho-Anal. 71:
3-20.
Wallerstein R (1993) Psychoanalysis as science: Challenges to the data of psycho-
analytic research. En: N.E. Miller, L. Luborsky, J.P. Barber & J.P. Docherty
(eds.) Psychodynamic treatment research. Basic Books, New York pp.98-106
Leyendo a Harold Searles1

* Thomas H. Ogden

En mi opinión, Harold Searles no ha tenido rivales en lo que concierne a su


capacidad para transmitir en palabras las observaciones relativas a su reacción
emocional frente a lo que ocurre en la relación analítica, y a su empleo de
dichas observaciones para comprender e interpretar la transferencia-contra-
transferencia. Aquí haré una lectura detenida de algunos fragmentos de dos
de sus artículos, “El amor edípico en la contratransferencia” (1959) e “Iden-
tificación inconsciente” (1990), con el propósito de describir (en su esencia,
según creo) no sólo qué piensa Searles sino la manera en que piensa y la forma
en que trabaja dentro del contexto analítico.2
Según Searles, ser receptivo ante lo que sucede en un análisis en un mo-
mento dado exige una exquisita sensibilidad con respecto a las comunica-
ciones inconscientes del paciente, y dicha receptividad a las comunicaciones
inconscientes demanda que el analista desnude, en cierto modo, su propia
experiencia inconsciente. La manera en que Searles se utiliza analíticamente
a sí mismo entraña, con suma frecuencia, un desdibujamiento de la distinción
entre su propia experiencia consciente e inconsciente, así como entre su ex-
periencia inconsciente y la del paciente. Como consecuencia, los comenta-
rios que le hace al paciente (y al lector) acerca de aquello que, según entiende,
está sucediendo entre él y el paciente suelen ser sorprendentes para el lector,
pero casi siempre resultan útiles a los fines del trabajo psicológico consciente
e inconsciente tanto del paciente como del lector.
Al examinar “El amor edípico en la contratransferencia”, me centraré en
la forma en que, para Searles, una observación clínica inexorablemente pre-
cisa genera una nueva teoría clínica3 (en este caso, la reconceptualización
del complejo de Edipo). Al leer “Identificación inconsciente”, sugeriré que
Searles tiene una forma particular de pensar y de trabajar analíticamente,

1 Publicado en The International Journal of Psychoanalysis, 353-369 - Vol. 88, N° 2, 2007.


* togden68@aol.com / Estados Unidos
2 Este artículo es el quinto de una serie en la que he ofrecido lecturas minuciosas de al-
gunos aportes analíticos fundamentales. Con anterioridad, me ocupé de obras de Win-
nicott, Freud, Bion y Loewald (Ogden, 2001, 2002, 2004a y 2006, respectivamente).
3 Cuando hablo de teoría clínica, me refiero a propuestas de comprensión cercanas a la
experiencia (formuladas en términos de pensamientos, sentimientos y conductas) de los
326 | Thomas Ogden

que podría equipararse al proceso de “volver externa la experiencia interna”


como quien da vuelta un guante. Con esto quiero decir que Searles trans-
forma lo que fue una presencia invisible aunque sentida, un contexto emo-
cional, en un contenido psicológico sobre el cual el paciente puede pensar
y hablar. Lo que fue una característica innombrable, aterradora y presu-
puesta de los mundos interno y externo del paciente es transformada por
Searles en un dilema emocional verbalmente simbolizado, sobre el cual la
pareja analítica puede entonces reflexionar y dialogar.
Por último, me ocuparé de la complementariedad que existe, a mi juicio,
entre la obra de Searles y la de Bion. He comprobado que la lectura de Se-
arles brinda un vibrante contexto clínico para entender los trabajos de Bion,
y que la lectura de Bion ofrece un valioso contexto teórico para entender la
obra de Searles. En especial, me centraré en la “conversación” (creada en
la mente del lector) mutuamente enriquecedora entre el trabajo clínico de
Searles y los conceptos de Bion sobre continente y contenido, sobre la ne-
cesidad humana fundamental de verdad y sobre la reconceptualización de
la relación que existe entre la experiencia consciente e inconsciente.

1. EL AMOR EDÍPICO EN LA CONTRATRANSFERENCIA

En las primeras páginas de su artículo acerca del “amor edípico”, Searles


brinda una concienzuda reseña de la bibliografía analítica relativa al amor
contratransferencial. Tower enunció lo que en su época era el consenso
acerca de este tema: “Casi todos los autores que se han ocupado del tema
de la contratransferencia [...] establecen en forma inequívoca que no debe
aceptarse ningún tipo de reacción erótica frente al paciente” (1956; citado
por Searles, 1959, pág. 180). Teniendo como trasfondo esta manera de sentir,
Searles presenta una experiencia analítica que ocurrió hacia el final de un
análisis de cuatro años (que él realizó en los comienzos de su carrera). Nos
dice que, en un principio, la feminidad de la paciente había estado “consi-
derablemente reprimida” (1959, pág. 182), pero que en el último año de este
análisis “descubrí que yo tenía [...] grandes deseos de casarme con ella y fan-

fenómenos que se dan en el contexto clínico. Por ejemplo, la transferencia es una teoría
clínica según la cual algunos de los sentimientos del paciente por el analista tienen su
origen, sin que el paciente lo sepa, en otros sentimientos, que aquél vivenció en sus re-
laciones objetales reales e imaginarias, por lo común infantiles. Otras teorías psicoa-
nalíticas, en cambio, que implican niveles más altos de abstracción (v. gr., el modelo to-
pográfico de Freud, el concepto kleiniano de mundo objetal interno y la teoría de Bion
sobre la función ) proponen, para pensar la forma en que opera la mente, metáforas
espaciales y de otra índole.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 327

tasías de ser su marido” (pág. 183). El reconocimiento franco de esos pen-


samientos y sentimientos era muy poco habitual en 1959 y aún hoy es poco
corriente en la literatura analítica. Una palabra tan común como “casarse”
es extrañamente poderosa a raíz de sus connotaciones: enamorarse, querer
formar una familia, querer compartir la vida cotidiana con el ser amado. Me
parece sumamente significativo que las fantasías que describe Searles nunca
incluyeran el coito (o cualquier otra clase de relación sexual explícita) con
la paciente. Creo que esta característica de las fantasías searlianas es un re-
flejo de la índole de la vida de fantasía, consciente e inconsciente, del niño
en el período edípico. Queda librado en gran medida al lector trazar este
paralelo entre la experiencia analítica y la infantil, pero a mi juicio lo que
nos sugiere Searles es que para el niño edípico la idea de “casarse” con su
madre y ser su “esposo” es equívoca, misteriosa y excitante. “Casarse” con
la madre/paciente de uno no equivale a tenerla como compañera sexual, sino
más bien a tenerla toda para uno mismo toda la vida, a tenerla como la mejor
amiga y la “esposa” hermosa y sexualmente excitante, a quien uno ama pro-
fundamente y por quien se siente amado del mismo modo. El texto de Searles
no nos aclara en qué medida estos sentimientos y fantasías son conscientes,
ya sea para Searles o, por extensión, para el niño edípico. A mi entender,
esa falta de claridad es deliberada y refleja un aspecto del estado emocional
de Searles (y tal vez del niño edípico) cuando es presa del amor edípico.
En éste, su primer ejemplo clínico, Searles nos comenta que sintió turbación,
culpa y angustia a raíz de este amor por su paciente. Cuando ella le dijo que
estaba triste por el inminente final del análisis, él le respondió que se sentía

... más o menos como la Sra. Gilbreth en Más barato por docena,4 quien
cuando el menor de sus hijos estaba llegando al final de su lactancia le
dijo a su marido: “¡Sin duda va a ser muy raro no despertarse, por primera
vez en dieciséis años, para darle de mamar a un bebé a las dos de la ma-
ñana!” (pág. 183).

La paciente pareció “sorprendida, y murmuró algo en el sentido de que


pensaba que había crecido un poco más que eso” (pág. 183). En retrospec-
tiva, Searles comprendió que al centrarse en las necesidades infantiles de su
paciente, se estaba escapando, angustiado, de sus sentimientos amorosos
hacia ella, como “mujer adulta que nunca sería mía” (pág. 183). El temor
de Searles de reconocer ante sí mismo (e indirectamente ante la paciente)

4 Se refiere al libro biográfico de Frank Bunker Gilbreth y su hermana Ernestine Gilbreth


Carey, Cheaper by the Dozen, llevado al cine en dos oportunidades. (N. del T.)
328 | Thomas Ogden

su amor edípico –por oposición al amor de un padre por su hija– provenía,


principalmente, de que lo aterraba que el reconocimiento franco de dichos
sentimientos generara ataques de sus mayores analíticos, tanto externos
como internos: “Por mi formación, había llegado a sospechar sobre todo de
cualquier sentimiento intenso del analista por su paciente, y estas particulares
emociones [sus deseos románticos y eróticos de casarse con la paciente] me
resultaban especialmente ilegítimas” (pág. 180).
En su manejo del amor edípico en el marco analítico, pese a que en este
caso fue sólo parcialmente exitoso, Searles plantea en forma implícita im-
portantes cuestiones relativas a su propia experiencia de amor edípico por
una paciente. ¿Qué es el amor “contratransferencial”, por oposición al “no
contratransferencial”? El primero, ¿es menos real que el segundo? Si es así,
¿en qué sentido lo es? Por el momento, estas preguntas no tienen respuesta.
Con el tiempo, al experimentar el amor edípico en la transferencia-contra-
transferencia como parte permanente de su labor analítica, Searles declaró que:

... fui preocupándome cada vez menos por estas reacciones mías, sintién-
dome menos constreñido a ocultárselas al paciente; y cada vez estaba más
convencido de que ellas no eran un mal augurio sino uno bueno en cuanto
al desenlace de nuestra relación, y de que aumentan la autoestima del pa-
ciente si percibe que él o ella es capaz de suscitar tales reacciones en su
analista. He llegado a creer que existe una correlación directa entre la in-
tensidad afectiva con que el analista experimenta en sí mismo la conciencia
de dichos sentimientos –y su imposibilidad de concretarlos– y, por otro
lado, la maduración profunda que logra el paciente en el análisis (pág.
183; el subrayado es del autor).

Este pasaje ilustra la importancia de aquello que Searles deja sin decir en
sus trabajos. No menciona para nada la idea central del artículo: a fin de
analizar con éxito el complejo de Edipo, el analista debe enamorarse del pa-
ciente, al par que reconoce que nunca podrá realizar sus deseos. Por exten-
sión, para ser exitosa, una experiencia edípica infantil exige que el padre o
la madre edípicos se enamore profundamente del niño edípico sin dejar de
ser consciente de que ese amor no puede sobrepasar el ámbito de los sen-
timientos. (En fragmentos como el citado, Searles genera, sin solución de
continuidad, una teoría clínica a partir de la descripción clínica de la trans-
ferencia-contratransferencia).
La presentación que hace Searles de su primer ejemplo clínico nos señala
que en el amor edípico sano subyace una paradoja esencial: tanto en la in-
fancia como en la transferencia-contratransferencia, el matrimonio anhelado
es considerado a la vez real e imaginario. Se lo cree posible, pero al mismo

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 329

tiempo se sabe (y lo confirma el afianzamiento de los padres/analistas en sus


respectivos roles) que nunca ha de suceder. En el mismo espíritu con que
Winnicott (1953) concebía el vínculo con el objeto transicional, la pregunta
“¿Realmente quiere el analista casarse con su paciente?” no se plantea jamás.
El amor edípico de paciente y analista implica un estado mental que se halla
suspendido entre la realidad y la fantasía.5
Los ejemplos clínicos que ofrece Searles en el resto de este artículo fueron
tomados en su totalidad de su labor con esquizofrénicos crónicos. Sobre la
base de su amplia tarea psicoterapéutica en Chestnut Lodge, creía que el aná-
lisis de esquizofrénicos (y de otros pacientes que sufren enfermedades psíquicas
originadas en su temprana infancia) proporcionaba una manera particular-
mente fructífera de aprender la índole de la experiencia común a toda la hu-
manidad. Searles declara que el trabajo analítico exitoso con tales pacientes
conduce a una relación analítica en la cual no sólo se experimentan y verbalizan
los aspectos más maduros del desarrollo (incluida la resolución del complejo
de Edipo), sino que se lo hace con una claridad e intensidad transferencial y
contratransferencial que es poco común al trabajar con pacientes más sanos.
Al comentar el análisis de una esquizofrénica, Searles reconoce que le re-
sultó desconcertante, en las últimas etapas del análisis, sentir en sí mismo fuer-
tes deseos de casarse con una mujer “a quien sus propios compañeros de in-
ternación consideraban gravemente enferma, y para nada atractiva” (pág. 183).
Pero precisamente lo que se requería de Searles era que fuese capaz de ver a
esa paciente como una mujer hermosa y muy deseable. Searles pensaba que
el hecho de abordar frontalmente sus sentimientos románticos por esta mujer
(sin dejar de tener bien en claro que era su terapeuta) contribuyó a

... resolver una situación que se había vuelto estereotipada, en la que la


paciente no cesaba de formularle al terapeuta demandas incestuosas, de
un modo tal que estaba frustrando el examen de las dificultades de esta
paciente por parte de ambos. [...] Cuando un terapeuta no se atreve, no
digamos a expresarle al paciente estas reacciones suyas, sino ni a recono-
cerlas siquiera en sí mismo, la situación tiende mucho más a estancarse
en ese nivel (pág. 184).

Lo que Searles sugiere es que al permitirle al paciente ver “francamente”


(pág. 184) que suscita en el terapeuta el deseo de casarse con él o ella, no se
exacerban las implacables “demandas incestuosas” de éste; más bien, el re-

5 Para un examen y elaboración concienzudos de esta concepción del amor transferen-


cial-contratransferencial, ver Gabbard, 1996.
330 | Thomas Ogden

conocimiento del “amor romántico” por el paciente contribuye a “resolver”


el estancamiento (el carácter repetitivo e inexorable de las demandas inces-
tuosas) y a “liberar”, tanto en el paciente como en el terapeuta, sus respectivas
capacidades para la labor analítica. Searles no se detiene en los fundamentos
teóricos de sus hallazgos, pero al parecer el efecto terapéutico de que el te-
rapeuta reconozca el amor que siente por su paciente no es concebido por
él como una experiencia emocional correctiva, sino como la satisfacción de
una necesidad evolutiva del paciente, la de reconocer quién es él o ella (por
contraste con la satisfacción de un deseo erótico). Esto último llevaría a una
excitación sexual creciente, en tanto que lo primero fomenta la maduración
psíquica. Implícitamente –y sólo implícitamente– Searles postula que existe
la necesidad evolutiva humana de amar y ser amado, y de ser reconocido
como una persona individual cuyo amor se valora.
Más adelante, Searles profundiza su examen del papel que cumplen los sen-
timientos de amor edípico del analista hacia el paciente partiendo de una com-
pleja situación emocional que cobró relieve un año y medio después de que
comenzara el análisis de un esquizofrénico paranoide a quien describe como
un hombre “sensible, muy inteligente, físicamente apuesto” (pág. 185). Searles
comenzó a sentirse inquieto ante sus sentimientos afectuosos por este indivi-
duo, que llegaron a alarmarlo en una sesión durante la cual “una radio no muy
distante transmitía una canción romántica” (pág. 185). Comenta su súbita con-
ciencia de que “le tenía más cariño a este hombre que a cualquier otra persona
en el mundo, incluida mi esposa”, y agrega: “A los pocos meses, logré encontrar
motivos ‘reales’ que me impedirían continuar indefinidamente con esta terapia,
y el paciente se mudó a una zona lejana del mismo país” (pág. 185).
Su hipótesis era que había podido soportar el sarcasmo y menosprecio del
paciente, que reproducía en la transferencia su experiencia infantil de haber
sido odiado por su madre, y a su vez odiarla. Lo que Searles no pudo “afrontar
con valentía” (pág. 185) fue el amor generado en la transferencia-contratrans-
ferencia, cuyo origen era el amor prevaleciente [entre el paciente y su madre]
detrás de una pantalla de rechazo mutuo” (pág. 185). En particular, fue este
amor romántico por un hombre lo que aterró a Searles en ese temprano pe-
ríodo de su carrera, tanto que fue incapaz de continuar trabajando con él.
Nunca dejó de conmoverme esta descripción de Searles sentado junto al
paciente mientras una radio emitía una canción romántica. Searles no le
cuenta simplemente al lector lo que entonces ocurrió, sino que le muestra lo
que pasó recurriendo a la experiencia de la lectura: recrea la ternura de esa
música mediante el sonido de las palabras que usa.6 La frase “while we were”

6 En lo que sigue, el autor no reproduce ninguna oración completa en inglés, sino sólo

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 331

(tres monosílabos en los que se reitera el sonido suave de la “w” inglesa) es


seguida por “sitting in silence” (unión de dos palabras bisílabas que comienzan
ambas con el suave y sensual sonido de la “s”). La oración prosigue con un
eco de las tres “w” de “while we were” en las palabras “away”, “was” y “when”,
y finaliza con una frase de tres palabras que, unidas, explotan como una gra-
nada de mano: “including my wife”. En el núcleo de este desenlace está la pa-
labra “wife”, la cual, con su propia “w” suave, transmite la sensación de que
es la palabra presagiada todo el tiempo, la que estaba a la espera acechando
en todo lo anterior. El suave movimiento sonoro crea, en la experiencia del
lector, la sensación de calma que posee el amor mutuo de Searles y su paciente,
en tanto que el pensamiento en que esa calma desemboca, “including my wife”,
pone fin tajantemente a la serenidad ensoñadora de la escena.
Así pues, en la propia experiencia de la lectura Searles recrea su súbita e
inesperada alarma ante la coyuntura que se había presentado en el análisis.
El lector no está preparado para esto y se pregunta si verdaderamente Searles
habrá querido decir lo que dijo: que quería más a ese paciente que a su esposa.
El carácter compacto de la frase “including my wife” colabora para que la res-
puesta a esa pregunta sea inequívoca: sí, eso es lo que quiso decir. Y la si-
tuación lo aterró tanto que precipitó un final prematuro del tratamiento.
Creo que las alarmantes sorpresas, como la descripta, que Searles le re-
servaba al lector dan cuenta en buena medida de la intensa ira que tuvo
fama de provocar en aquellos ante quienes presentaba sus trabajos. Searles
se niega a quitarle a una experiencia sus bordes más filosos. Por eso, leer
sus trabajos no significa llegar a comprender algo, sino ser brutalmente
sacudido por algunas verdades desconcertantes sobre lo que uno siente
por sus pacientes. Para Searles, las sucesivas experiencias de “despertar”
a lo que uno siente en la relación analista-paciente son aspectos esenciales
de la experiencia analítica misma. Cuando el terapeuta no es capaz de des-
pertar ante lo que ocurre, suelen aparecer (tanto en el paciente como en
el analista) las actuaciones internas y externas. También en este caso, estos
fragmentos de teoría clínica están implícitos en las descripciones que hace
Searles de su labor clínica.
Otra experiencia analítica (unos años posterior a la que acabamos de co-
mentar) implicó, asimismo, un amor edípico por un hombre, un esquizo-
frénico paranoide grave. Aquí Searles habla de la mezcla de ternura y de
odio asesino que sintió hacia ese individuo:

las siguientes frases y palabras aisladas: “while we were” (mientras nosotros estábamos),
“sitting in silence” (sentados en silencio), “away” (lejos), “was” (era), “when” (cuando),
“including my wife” (incluida mi esposa). (N. del T.)
332 | Thomas Ogden

Entre el tercero y el cuarto año de nuestro trabajo conjunto, él comenzó


a decir que nosotros dos estábamos casados.[...] En una ocasión, tuve que
llevarlo en mi auto para una de las sesiones, y me asombré [amazed] de
abrigar hacia él una fantasía y unos sentimientos encantadores, a saber,
que éramos dos amantes a punto de casarnos y que ante nosotros se abría
todo un mundo maravilloso. Tuve visiones de que íbamos a comprar mue-
bles juntos (pág. 185).

Ese detalle final de que iban “a comprar muebles juntos” transmite agu-
damente el entusiasmo que provoca, no la excitación sexual, sino planear una
vida con la persona que uno ama. En el amor edípico, estos sueños –tanto del
hijo con su madre o padre, como del paciente con su analista, o viceversa– no
pueden concretarse con el objeto actual de amor: “Me colmaba el agudo per-
catamiento de que los deseos de este hombre, que llevaba internado catorce
años, eran total y trágicamente irrealizables” (pág. 185). En este segundo ejem-
plo de amor edípico por un hombre, el amor que siente por el paciente no
aterra a Searles, pero lo entristece. A esta altura de su artículo, me sorprende,
pero no me conmociona, que Searles trasladara en su auto a un paciente por
quien sentía amor y con quien tenía fantasías de casarse. Para usar la misma
palabra que Searles, su capacidad para reinventar el psicoanálisis con este pa-
ciente me “asombró” [amazed], pero no me conmovió ni me horrorizó (ver
Ogden, 2004, 2005). No sólo Searles creció emocionalmente en el curso de
los trabajos que nos ha presentado hasta ahora, sino que tal vez yo mismo,
como lector, haya madurado durante esta lectura.
A mi entender, el artículo de Searles tiene un punto culminante cuando,
hacia el final, habla de su experiencia como padre y marido. Citaré estos párrafos
en su totalidad porque ninguna paráfrasis o conjunto de fragmentos pueden
transmitir el efecto que crea el vigor de sus palabras, cuidadosamente elegidas:

No solo mi labor con los pacientes, sino también mi experiencia como


marido y padre, me ha convencido de la validez de los conceptos que aquí
ofrezco. Con mi hija, que hoy tiene ocho años, tuve innumerables fan-
tasías y sentimientos de amor romántico, perfectamente complementarias
de su comportamiento seductor hacia el padre y de la manera romántica
en que con frecuencia lo adoró desde que tenía dos o tal vez tres años de
edad. A veces, cuando ella mostraba suprema confianza en sus coqueterías
conmigo, el hecho de sentirme atrapado en sus encantos me preocupó
un poco; pero luego, hace un tiempo, llegué al convencimiento de que
esos momentos de nuestra relación no sólo eran encantadores para mí,
sino que eran un alimento para su personalidad en desarrollo. Si una niña
pequeña no se siente capaz de conquistar el corazón del padre, de ese

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 333

padre que la conoce tan bien y desde hace tanto tiempo, y con quien está
ligada por lazos de sangre, razonaba yo ¿qué confianza en el poder de su
feminidad podrá tener cuando crezca y sea una joven mujer?
Tuve también la fuerte impresión de que los deseos edípicos de mi
hijo, a la sazón de once años, encontraban una respuesta singularmente
vivaz y sin reservas en mi esposa; y estoy igualmente convencido de que
su franca y profunda atracción mutua es buena para él y enriquecedora
para ella. Para mí tiene sentido afirmar que, cuanto más ama una mujer a
su marido, más amará, análogamente, a ese muchachito que, al menos en
un grado considerable, es la versión más joven del hombre a quien ella
adoró tanto como para casarse (págs. 185-86; el énfasis es mío).

En este pasaje, Searles no hace sino enunciar, basándose en su experiencia,


lo que “tiene sentido” para él en cuanto a los efectos emocionales mutuos de
las personas. Expresar simplemente lo que “tiene sentido” sobre la base de la
propia experiencia: no imagino una mejor manera de transmitir el núcleo del
pensamiento analítico de Searles y de su forma de practicar el psicoanálisis.
El movimiento del artículo en su conjunto, y de este pasaje en particular,
transmite la sensación de una serie de fotografías, cada una de las cuales ha
sido creada con más habilidad que la anterior, y capta mejor la esencia del
tema que se desea fotografiar: la relación analítica. Las palabras e imágenes
de este pasaje que más vívidas me resultan –y que a menudo me acuden a
la mente durante las sesiones– son aquellas que utiliza para describir de qué
manera su hija podía cautivarlo: “Si una niña pequeña no se siente capaz de
conquistar el corazón del padre [...] ¿qué confianza en el poder de su femi-
nidad podrá tener cuando crezca y sea una joven mujer?”. Pero a la vez que
su hija lo enamora, su esposa, que antes había quedado en las sombras frente
al amor que Searles sentía por uno de sus pacientes, ahora recobra su lugar
en el amor que Searles y ella sienten el uno por el otro, fuente del amor edí-
pico que ambos sienten por sus hijos. En la misma experiencia de escribir
este artículo y de leerlo, hay un movimiento que va del hecho de ser cauti-
vado por la persona que uno ama (edípicamente), a la “restitución” (Loewald,
1979, pág. 757) del amor adulto entre los padres como contrapeso o lastre
que hace posible la experiencia edípica.
A medida que avanza el artículo, el lector cobra creciente conciencia de
las diferencias entre las concepciones del complejo de Edipo de Freud (ex-
plícita) y de Searles (en gran medida, implícita). Searles señala que, en su
primera descripción del complejo de Edipo, la de La interpretación de los
sueños (1900), Freud “reconoce más plenamente la participación de los padres
en la fase edípica de la vida del niño” (1959, pág. 186) que en cualquiera de
sus escritos posteriores. “Es regla que la preferencia sexual se imponga ya
334 | Thomas Ogden

en los propios padres; un impulso natural vela por que el hombre halague
a su pequeña y la madre favorezca al varón” (Freud, 1900, págs. 257-58, ci-
tado por Searles, 1959, pág. 186). Pero aun esta declaración del amor edípico
de un progenitor por un hijo no es más que una pálida versión de lo que,
en manos de Searles, es algo vibrante y vívido, que constituye gran parte de
la riqueza de la vida humana, tanto para los niños como para sus padres.
No obstante, el núcleo de la diferencia entre las concepciones freudiana
y searliana del complejo de Edipo no radica aquí. Para Freud (1910, 1921,
1923, 1924, 1925), la historia del complejo de Edipo sano es la de un deseo
sexual y un amor romántico triangular de un niño por uno de sus progeni-
tores, y la de los celos, rivalidad intensa y deseos de muerte que le provoca
el otro. Es la historia de la renuncia del niño, temerosa y culpógena, pro-
vocada por las amenazas de castración, a esos deseos sexuales y románticos,
así como la historia de la internalización de esos padres edípicos amenaza-
dores y punitivos en el proceso de formación del superyó.
Para Searles, en cambio, es la historia de la experiencia que tiene el niño
de un amor romántico y sexual recíproco con uno de sus progenitores (el
deseo de “casarse”, de tener un hogar y una familia con él). Cierto es que
hay rivalidad y celos hacia el otro progenitor, pero todo está mucho más
apaciguado que en la concepción freudiana de los deseos de muerte del niño
hacia éste. En la versión de Searles, la experiencia edípica del niño no cul-
mina con sus sentimientos destruidos por las amenazas de castración, con
sentimientos de culpa, renuncia obligada y vergüenza ante esos deseos se-
xuales y románticos que tiene que esconder. Por el contrario, el complejo
de Edipo sano es una historia de amor y de pérdida, de un amor romántico
recíproco entre el progenitor y el hijo, puesto a resguardo por el firme pero
compasivo reconocimiento, por parte de ambos padres, de sus roles como
tales y como pareja. Dicho reconocimiento ayuda al niño (y a los padres mis-
mos) a aceptar el hecho de que es preciso renunciar a esa relación amorosa:

Creo que también esta renuncia es, tanto para el niño como para el pro-
genitor, una experiencia mutua, generada por la aceptación y reconoci-
miento de una realidad limitativa mayor, una realidad que no sólo incluye
el tabú preservado por el progenitor rival, sino además el amor que el
progenitor edípicamente deseado tiene por su esposo o esposa –amor an-
terior al nacimiento del niño y al cual éste debe, en un sentido, su exis-
tencia– (pág. 188).

De esta versión del complejo de Edipo el niño emerge con el sentimiento


de que su amor romántico y sexual es aceptado, valorado y correspondido,
y con el firme reconocimiento de la “realidad limitativa mayor” en la que

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 335

debe vivir. Ambos elementos –el amor y la pérdida– lo fortalecen psicoló-


gicamente. El primer elemento –el amor edípico correspondido– realza sus
sentimientos de autovaloración. El segundo –la pérdida implícita en el final
del romance edípico– contribuye a su reconocimiento de una “realidad li-
mitativa mayor” (pág. 188). Esto último entraña una mayor capacidad del
niño para reconocer y aceptar que sus deseos son irrealizables. Esta etapa
de maduración tiene mucho más que ver con la consolidación del examen
de realidad y de la capacidad para diferenciar la realidad interna de la externa,
que con la internalización de una versión amenazadora y punitiva de los pa-
dres (o sea, con la formación del superyó). Para Searles, el “heredero” del
complejo de Edipo no es el superyó, sino el sentimiento de que uno mismo
es una persona capaz de amar y ser amada, que reconoce (con una sensación
de pérdida) las restricciones impuestas por la realidad.
En este pasaje encontramos una respuesta parcial a una pregunta antes
formulada: para Searles, ¿el amor contratransferencial es menos real que
otras clases de amor? La respuesta es, claramente, negativa. Lo que diferen-
cia al amor contratransferencial de otras clases de amor es que el analista
tiene la responsabilidad de admitir que el amor que siente por su paciente,
o de parte de él, es un aspecto de la relación analítica, y que su habilidad ra-
dicará en hacer uso de tales sentimientos en la tarea terapéutica en que par-
ticipa junto al paciente:

Estos sentimientos [de amor por el paciente] le acuden al analista como


todos los demás, sin indicadores que señalen de dónde proceden. Y sólo
si está relativamente abierto a ellos y acepta que surjan en su conciencia
tendrá posibilidades de averiguar [...] la importancia que puedan tener
para su trabajo con el paciente (pág. 188).

La noción de que los sentimientos le acuden al analista “sin indicadores”


es central en la concepción searliana del amor edípico en la contratransferen-
cia, así como en su concepción general del psicoanálisis. La tarea del analista
consiste, ante todo, en permitirse vivenciar en toda su intensidad emocional
todo cuanto siente en el aquí y ahora de la experiencia analítica. Sólo entonces
estará en condiciones de hacer uso analítico de sus estados anímicos.

2. IDENTIFICACIÓN INCONSCIENTE

Pasaré ahora a “Identificación inconsciente” (1990), un importante pero poco


conocido trabajo de Searles, publicado junto con un conjunto de 14 artículos
de analistas más de tres décadas después que el que hemos visto sobre el amor
336 | Thomas Ogden

edípico. Este segundo trabajo pone de relieve el pensamiento clínico de Se-


arles en su forma más desarrollada. No hay duda de que en el artículo de
1990 habla la misma persona que en el de 1959, sólo que ahora es más sabia,
más habilidosa en su trabajo y más consciente de sus limitaciones. En el ar-
tículo de 1990, Searles prescinde aún más que en el otro de la teoría psico-
analítica vigente. Por lo que pude discernir, sólo recurre en él a dos teorías
analíticas: el concepto de “inconsciente dinámico” y el de la transferencia-
contratransferencia. El efecto de este despojamiento de la teoría hasta un
grado mínimo es que al leerlo genera una experiencia similar a la provocada
por la lectura de la buena literatura: en ella se presentan situaciones emo-
cionales en las que los personajes pueden hablar por sí mismos.
El artículo se inicia con una metáfora:

Mi objetivo principal en este capítulo es presentar una generosa variedad


de viñetas clínicas en las cuales es dable detectar identificaciones incons-
cientes que se ramifican por debajo y por detrás de una identificación
consciente relativamente simple y obvia, más o menos como sucede con
las plantas marinas, que se extienden muy lejos, por debajo y por detrás
de las pocas hojas que vemos en la superficie (1990, pág. 211).

En esta primera oración, Searles establece cómo concibe el vínculo entre


las experiencias conscientes y las inconscientes en la relación analítica. La
experiencia consciente es “relativamente simple y obvia” si uno ha desarro-
llado su atención lo suficiente para notarla en sí mismo y encuadrarla; “por
debajo y por detrás” de ella se halla la experiencia inconsciente, que forma
una continuidad con la anterior, así como las ramificaciones de la planta ma-
rina forman una continuidad con “las pocas hojas que vemos en la superfi-
cie”. Tal como yo la leo, esta metáfora implica que no es necesario ser un
biólogo marino para notar algunas características de dichas plantas, pero
cuanto más refinada sea nuestra percepción sensorial y mental, más probable
será que logremos comprender cómo funciona la planta, y cómo ha llegado
a funcionar de ese modo. Además, seguramente una persona con el ojo en-
trenado va a sentir más curiosidad, intriga y asombro ante lo que observa.
Sin embargo, confío en demostrar, en mi repaso de este texto de Searles,
que su empleo de dicha metáfora no consiguió captar lo más importante
acerca de la manera en que piensa y trabaja.
En su primer ejemplo clínico, Searles describe el tratamiento de una
mujer de edad avanzada que durante muchos años no había tenido noticia
alguna de su hija. Recibió una carta de ésta (que a la sazón tenía más de cua-
renta años) y la trajo a sesión porque no sabía qué contestarle, entregándosela
a Searles para que la leyera. Searles lo piensa un instante, y le responde:

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 337

“Siento que, como en realidad yo no soy usted, no me siento cómodo en


cuanto a la manera de responderle” (pág. 214). Poco más adelante, se dirige
al lector en estos términos:

Lo más memorable de esta interacción fue, en realidad, que en el preciso


momento en que iba a tomar la carta entre mis manos, sentí muy inten-
samente que no era correcto que la leyera, ya que no había sido dirigida
a mí; teniendo en cuenta que la paciente me lo había pedido, la fuerza de
esta inhibición me sorprendió.
Seguimos hablando con ella y se me ocurrió decirle: “Pero me pregunto
si, del mismo modo, usted siente que no es la persona a quien fue dirigida
la carta”. Reaccionó confirmándomelo rotundamente y agregó que, a lo
largo de los años, había hecho mucha terapia desde que se involucrara en
la clase de cosas que expresaba la carta. En esencia, me corroboraba que
mi sensación de no ser, en realidad, el destinatario de la carta tenía su con-
trapartida en una sensación análoga de ella. Aquí su confirmación se expresó
con sentimientos tan contenidos, que inferí que había necesitado esa in-
terpretación mía para poder conocer y expresar con toda claridad tales sen-
timientos (págs. 214-15; el énfasis es del original).

El suceso analítico aquí presentado gira en torno de la conciencia que tuvo


Searles, un momento antes de tomar la carta, de que como no le había sido
dirigida a él, la idea de leerla lo incomodaba. Basándose en este senti-
miento/pensamiento, Searles hizo con esta situación algo que para mí es
sorprendente: en su propia mente “volvió externa la experiencia interna”
como quien da vuelta un guante, y así logró averiguar algo que le pareció
auténtico para él, para el paciente, y para mí como lector. (Con respecto a
mi metáfora de volver externo lo interno, importa señalar que, como ocurre
en una cinta de Moebius, lo interno está continuamente en proceso de vol-
verse externo, y viceversa). Searles tomó su sentimiento de que no era co-
rrecto leer una carta no dirigida a él (lo “interno”, en el sentido de que fue
su propia reacción personal) y lo volvió “externo”. Con esto quiero decir
que lo colocó en contexto, en la realidad emocional más amplia dentro de
la cual vivenciaba lo que estaba sucediendo entre él y la paciente, y, por ex-
tensión, dentro de la cual la paciente se vivenciaba a sí misma en relación
con su hija. Es precisamente esta clase de inversión la que más llama la aten-
ción y a menudo sorprende cuando uno lee a Searles: se produce un abrupto
tránsito de la vida interior de Searles (su reacción emocional, extraordina-
riamente perceptiva, ante lo que está ocurriendo) al contexto psicológico
invisible en el cual el paciente se vivencia a sí mismo.
Quiero destacar que la inversión a la que me refiero no es equivalente a
338 | Thomas Ogden

volver consciente lo inconsciente. Lo que hace Searles es mucho más sutil.


En este ejemplo, la experiencia de la paciente de no ser ya la persona que
su hija imaginaba no es un pensamiento o sentimiento inconsciente repri-
mido; más bien forma parte del entorno emocional interno en el que vive
la paciente. Esa matriz, hasta entonces no nombrada, de su self pasó a cons-
tituir, en gran parte, lo que ella verdaderamente es ahora. En la interacción
descripta, era preciso, en primer lugar, que Searles ejecutara en sí mismo
una operación por la cual el contexto [context] se volvió contenido [content]:
el contexto “invisible” de la percepción que Searles tenía de sí (por el hecho
de no ser el destinatario de la carta) pasó a ser el contenido “visible”, pen-
sable. En el proceso de pensar en voz alta, Searles alcanzó el sentimiento o
la idea de que la paciente tampoco creía ser la persona a la que había sido
escrita esa carta (“Seguimos hablando con ella y se me ocurrió decirle... ”,
pág. 214), Aquí, Searles no estaba diciendo lo que pensaba, sino pensando
lo que decía. O sea, en el propio acto de hablar, lo interno se volvía externo,
el pensamiento se volvía habla, el contexto impensable se volvía contenido
pensable, la experiencia se daba vuelta como un guante.
Pasaré ahora a otro ejemplo en el cual Searles da vuelta análogamente la
experiencia. Más adelante en el mismo artículo, comenta que en varias oca-
siones alguno de sus pacientes lo saludaba al llegar diciéndole “¿Cómo
está?”, y él solía sentir

... que me hubiera encantado poder descargarme y contarle [...] detalles


sobre los miles de aspectos de cómo me sentía en ese momento; pero
sabiendo que, dada nuestra verdadera situación allí, eso era imposible,
yo reaccionaba a medias divertido, a medias con amarga ironía, di-
ciendo “Fantástico” o haciendo meramente algún gesto de asenti-
miento (pág. 216).

Con el tiempo se le ocurrió, siempre en forma espontánea e impensada, que


el paciente podía sentir algo similar, o sea, que en las circunstancias de ese
momento le era imposible contarle a Searles cómo se sentía. Y ello debido
a que “él [el paciente] siente que supuestamente tiene que ayudarme a mí”
(pág. 216; el énfasis es del original), como sucedía en la relación que tuvo
en su infancia con los padres. Al arribar a esta comprensión de la situación,
Searles permanece en silencio, pero capta que lo que está ocurriendo “me
habilita, pese a todo, a fomentar la creación de una atmósfera en la que el
paciente pueda sentir que se lo trata con más paciencia y empatía auténticas
que en el pasado” (pág. 216).
En esta situación, Searles advierte que un aspecto decisivo del contexto
de su experiencia emocional de ser el analista de ese paciente es que en re-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 339

alidad él (Searles) desearía ser el paciente en análisis. Al escuchar el tono


amargo de su propia voz cuando responde a la pregunta/saludo del paciente,
convierte un contexto impensable en un contenido pensable. Esta transfor-
mación lo habilita a comunicar (de modo no verbal) que ha comprendido
la amargura invisible (callada) del paciente por el hecho de que no se siente
con derecho a ser el paciente en su propio análisis. Nuevamente, emprende
aquí la tarea psicológica de transformar su propio contexto emocional “in-
terno” (su deseo de que ése fuera su análisis, como paciente) en pensamientos
y sentimientos “externos” (pensables, simbolizados verbalmente). Esto con-
tribuye a modificar la atmósfera de la relación analítica. El contexto antes
impensable de la experiencia del paciente (su sensación de que ése no era
su análisis) ingresa en un proceso en el cual es pensado conscientemente por
Searles e inconscientemente por el paciente.
Tomaré una porción del autoanálisis de Searles como último ejemplo de
que su manera de pensar se caracteriza, en gran medida, por su singular pro-
cedimiento para volver externa la experiencia interna:

Hace muchos años que disfruto cuando debo lavar los platos, y más de
una vez tuve la sensación de que es una de las tareas en las que me siento
totalmente cómodo e idóneo. Siempre supuse que, al lavar platos, me
identificaba con mi madre, que cuando yo era niño lo hacía en forma de
rutina. No obstante, en los últimos años [...] se me ha dado pensar que
no sólo me identificaba con ella en la forma de lavar los platos, sino tam-
bién en el espíritu con que lo hacía. Antes no me había permitido consi-
derar la posibilidad de que también ella pudo haberse sentido crónica-
mente abrumada, sobrepasada más allá de sus fuerzas, a punto tal que esa
actividad de lavar platos era el aspecto de su vida que la hacía sentirse per-
fectamente idónea y capaz de actuar con soltura (pág. 224).

Nadie más que Searles pudo haber escrito este párrafo, en parte porque re-
vela un dominio exquisito del arte de penetrar en una experiencia consciente
aparentemente común. Él sabe, como pocos analistas lo han sabido, que sólo
hay una conciencia, y que el aspecto inconsciente de la conciencia no está
detrás o debajo de ella, sino en ella. Paradójicamente, aunque lo sabe en su
práctica y hace uso de ese saber en casi todos los ejemplos clínicos que pre-
senta, jamás ha examinado en sus escritos (hasta donde estoy enterado) esta
concepción de la conciencia. Por otra parte, en la primera oración del ar-
tículo de 1990, contradice expresamente esta idea sobre la relación entre la
experiencia consciente y la inconsciente, al afirmar que las identificaciones
inconscientes están “por debajo y por detrás” de las identificaciones cons-
cientes. Sin embargo, creo que esta concepción (y la correspondiente me-
340 | Thomas Ogden

táfora de la planta marina) no concuerda con la comprensión del vínculo


entre la experiencia consciente y la inconsciente que tan magníficamente
ilustra Searles en este artículo. A mi juicio, si se quisiera reflejar con más
precisión lo que Searles demuestra en su labor clínica, debería decirse que
la experiencia consciente y la experiencia inconsciente son cualidades de una
conciencia unitaria, y que para tener acceso a la dimensión inconsciente de
la experiencia no debe buscarse “por debajo y por detrás” de la experiencia
consciente, sino en ella.
Al describir su estado psíquico mientras lavaba los platos, Searles comenta
el disfrute que experimentó durante años y su sensación “de que es una de
las tareas en las que me siento totalmente cómodo e idóneo”, como una
identificación con la forma, pero no con el espíritu, con que su madre lo
hacía. El lector (y el propio Searles) es tomado por sorpresa cuando él se
interna más hondamente en esa experiencia de lavar platos. Toma conciencia
entonces de lo que ya “sabía”, pero no sabía: que su experiencia de lavar pla-
tos tiene lugar dentro de un poderoso, aunque invisible, contexto emocional
de sentimientos de profunda insuficiencia. Searles transforma ese contexto
antes impensable en un contenido emocional pensable:

Antes no me había permitido considerar la posibilidad de que también


ella pudo haberse sentido crónicamente abrumada, sobrepasada más allá
de sus fuerzas, a punto tal que esa actividad de lavar platos era el aspecto
de su vida que la hacía sentirse perfectamente idónea y capaz de actuar
con soltura (pág. 224).

La verdad (y aun la belleza) de esta nueva comprensión que alcanza Searles


con respecto a sí mismo y a su madre no le es sólo descripta al lector, sino
que le es mostrada mediante imágenes y todo lo que ellas evocan. La imagen
de Searles viendo de niño a su madre frente a una pileta de cocina llena de
platos tapados por el agua jabonosa no sólo capta la experiencia de la vida
diaria de un niño con una madre deprimida, sino que transmite una sensa-
ción de superficialidad emocional (marcada por la poca profundidad de una
pileta de cocina) que su madre no se atrevía, o no podía, superar.

3. SEARLES Y BION

Concluiré examinando brevemente la complementariedad entre el pen-


samiento de Searles y el de Bion, complementariedad que “descubrí” para
mi sorpresa mientras escribía este artículo. Por su temperamento, Searles
no se sentía inclinado a formular sus ideas en un nivel de abstracción que

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 341

fuera más allá de la teoría clínica (o no era capaz de hacerlo). En agudo


contraste con él, Bion, centrado en el desarrollo de la teoría psicoanalítica,
le transmite muy poco al lector sobre la forma en que utiliza sus ideas en
el marco del análisis. Muy sumariamente, abordaré tres aspectos de la obra
de ambos con los que el lector debería familiarizarse si pretende apreciar
cabalmente la de uno o el otro.

CONTINENTE Y CONTENIDO

Al examinar el proceder de Searles cuando una paciente le pidió que leyera


una carta escrita por su hija, introduje la idea de que el pensamiento de Se-
arles podría considerarse una manera de “volver externa la experiencia in-
terna”: lo que al principio es un contexto vivencial invisible e impensable
es convertido por él en un contenido experiencial sobre el cual él y el pa-
ciente pueden pensar y hablar. Sin que yo lo advirtiera, mi descripción me-
tafórica del proceder de Searles se apoyó en el concepto de Bion (1962) del
continente y el contenido.7 Este concepto permite reflexionar sobre la forma
en que un contenido psíquico (pensamientos y sentimientos) puede avasallar
y destruir la propia capacidad de pensar (el continente). La paciente de Se-
arles tal vez experimentó sentimientos de culpa tan intensos que la limitaron
en su capacidad de pensar cuánto había cambiado, y le impidieron someter
tales pensamientos a una tramitación psíquica inconsciente. Searles pudo
pensar (contener) algo parecido a los pensamientos impensables de la pa-
ciente, referidos a su propia culpa e incomodidad (la de Searles) por tener
que leer una carta que no le había sido dirigida. Al comunicarle a la paciente
que tampoco ella era la persona a la que la carta había sido dirigida, Searles
la ayudó a contener/pensar sus propios pensamientos y sentimientos antes
impensables sobre el crecimiento psíquico que había logrado.
Al formular de este modo la manera de trabajar de Searles, estoy creando
una perspectiva que falta en su obra, a saber, la concepción de la forma en
que la interacción analítica exige en todo momento el vigoroso juego mutuo
de los pensamientos de ambos partícipes y la capacidad de pensar los pen-
samientos propios. Al mismo tiempo, la extraordinaria habilidad de Searles
para describir sus vaivenes emocionales en la transferencia-contratransfe-
rencia vuelve vívido el nivel experiencial del continente-contenido, de una
manera que, a mi entender, no logró Bion en sus propios escritos.

7 Examino este concepto en Odgen, 2004c.


342 | Thomas Ogden

LA NECESIDAD HUMANA DE VERDAD

Las elucidaciones de Searles sobre su labor clínica están impregnadas de una


aguda sinceridad (para consigo mismo y el paciente). Vienen de inmediato a
la mente algunos ejemplos comentados en este artículo: Searles reconoce para
sí (pese a las presiones internas y externas que obran en sentido contrario),
en medio de densas experiencias edípicas transferenciales-contratransferen-
ciales, su intenso deseo de casarse con una de sus pacientes; cobra conciencia,
alarmado, de que siente cariño por un paciente esquizofrénico, un cariño
mayor que el amor que sentía por su esposa; reconoce su amargura por el
hecho de no ser él el paciente que estaba analizando, y en consecuencia no
tener derecho a decirle sin tapujos lo que sentía. Vale decir: sin lugar a dudas,
Searles creía que enfrentar con franqueza la verdad de lo que ocurre en la re-
lación analítica es un elemento indispensable del análisis. No obstante, le tocó
a Bion formular esta conciencia clínica en un nivel más alto de abstracción,
cuando afirmó que el principio fundamental de la motivación humana es la
necesidad de saber la verdad sobre la experiencia emocional vivida. “El bien-
estar del paciente demanda un suministro constante de verdad, en forma tan
ineluctable como su supervivencia física demanda alimento” (Bion, 1992, pág.
99). Searles es inigualable en su forma de demostrar en qué consiste esa ne-
cesidad de verdad en la transferencia-contratransferencia, y de qué manera
ella plasma la experiencia analítica; Bion puso esta idea en palabras, la situó
dentro de la teoría psicoanalítica en su conjunto, y generó una comprensión
de la condición humana que tenía como núcleo dicha necesidad de verdad.

RECONCEPTUALIZACIÓN DE LA RELACIÓN ENTRE LA EXPERIENCIA CONSCIENTE Y


LA INCONSCIENTE

En la descripción que hace Searles de su labor analítica se torna evidente


que concibe la relación entre la experiencia consciente e inconsciente del
analista de un modo muy distinto al corriente. Aunque no lo enuncia en
forma explícita, le muestra al lector qué significa hacer uso de la conciencia
en su totalidad, o sea, crear en el marco analítico las condiciones para que
el analista perciba lo que ocurre en la transferencia-contratransferencia me-
diante un tipo de conciencia que se caracteriza por la falta de solución de
continuidad entre la experiencia consciente y la inconsciente. Bion reconoció
en sus escritos lo que Searles demostró en sus relatos clínicos, y aplicó ese
reconocimiento para revolucionar la teoría analítica modificando de modo
radical el modelo topográfico. La alteración que produjo en dicho modelo
fue pasmosa; para mí, al menos, habría sido imposible imaginar el psicoa-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 343

nálisis sin la idea de una mente inconsciente que, de algún modo, estaba se-
parada de (“debajo de”) la consciente. Las mentes consciente e inconsciente
de Bion no son entidades aisladas, sino dimensiones de una conciencia única.
La separación aparente entre ambas es, según Bion (1962), un mero artificio
creado por la perspectiva desde la cual observamos y pensamos la experiencia
humana. En otras palabras, lo consciente y lo inconsciente son aspectos de
una entidad única vista desde distintos vértices (ver Ogden, 2004). Lo in-
consciente es siempre una dimensión de la conciencia, ya sea que se lo pueda
percibir fácilmente o no, así como las estrellas están siempre en el firma-
mento, ya sea que las oculte o no el brillo del sol.
Bion (1962) desarrolló su concepto de “ensueño” (reverie) –un estado de
receptividad ante la experiencia consciente/inconsciente propia y del pa-
ciente– al mismo tiempo que Searles hizo sus primeras descripciones (escritas
en las décadas de 1950 y 1960) de su labor con esquizofrénicos crónicos,
donde recurrió a un estado mental que desdibuja la diferenciación entre los
aspectos consciente e inconsciente de la experiencia. Es imposible decir hasta
qué punto influyó Searles en Bion o Bion en Searles. Searles sólo hizo refe-
rencia a los trabajos relativamente iniciales de Bion sobre la identificación
proyectiva; Bion no lo menciona en absoluto en toda su obra. Sin embargo,
espero haber demostrado que la obra de Searles se enriquece conceptual-
mente cuando se conoce la de Bion, así como la de este último cobra mayor
vividez experiencial cuando se está familiarizado con la de Searles.

Traducción de Leandro Wolfson

RESUMEN

Mediante una lectura detenida de dos artículos de Searles, “El amor edípico
en la contratransferencia” (1959) e “Identificación inconsciente” (1990), el
autor explora no sólo qué piensa Searles sino la manera en que piensa y la
forma en que trabaja dentro del contexto analítico. Searles aplica una forma
de respuesta emocional sensible a la transferencia-constratransferencia que
supone una continuidad fluida de receptividad y de pensamiento consciente
e inconsciente. Sus descripciones, inexorablemente sinceras, sobre los pro-
cesos concernientes a la transferencia-contratransferencia parecen generar
en sí mismas una teoría clínica original; por ejemplo, implican una recon-
ceptualízacíón de lo que significa el análisis exitoso del complejo edípico.
Searles expone su propia forma característica de pensamiento e interpreta-
ción analíticos, que el autor describe como “volver externa la experiencia
interna” como quien da vuelta un guante. En cada uno de sus ejemplos clí-
344 | Thomas Ogden

nicos, transforma lo que había sido el contexto emocional invisible e innom-


brable de la experiencia del paciente en un contenido psicológico verbal-
mente simbolizado que se convierte en pensable y del cual se puede hablar.
En la sección final del artículo el autor examina una importante (y para él
inesperada) complementariedad entre la obra de Searles y la de Bion. La
obra de Searles aporta forma clínica y vitalidad a las construcciones a me-
nudo teóricas y abstractas de Bion, tal como el concepto continente-con-
tenido, la necesidad humana de verdad, y la relación entre la experiencia
consciente y la inconsciente. A su vez, la obra de Bion sitúa la de Searles
dentro de un contexto teórico más amplio.

DESCRIPTORES: AMOR / EDIPO / CONTRATRANSFERENCIA / IDENTIFICACIÓN / INCONS-


CIENTE / EXPERIENCIA EMOCIONAL / CONTINENTE / CONTENIDO / VERDAD.

SUMMARY
Reading Harold Searles

In a thoughtful reading of two articles by Searles, “Oedipal love in countertrans-


ference” (1959) and “Unconscious identification” (1990), the author explores not
only what Searles thinks but also the way he thinks and the way he works in the
analytic context. Searles applies a mode of emotional response sensitive to transfe-
rence-countertransference involving a fluid continuity of receptivity and of cons-
cious and unconscious thought. His descriptions, inexorably sincere, of processes
concerning transference-countertransference seem in themselves to generate an
original clinical theory; for example, they involve a re-conceptualization of the me-
aning of successful analysis of the Oedipus complex.
Searles discusses his own characteristic mode of analytic thinking and interpretation,
which the author describes as “making internal experience external” as if turning a glove
inside out. In each of his clinical examples, he transforms what had been the invisible
and unspeakable emotional context of the patient’s experience into a verbally symbolized
psychological content that becomes thinkable and about which it is possible to talk.
In the last section of his article, the author examines an important (and for him
unexpected) complementarity between the works of Searles and of Bion. The work
of Searles contributes clinical form and vitality to Bion’s often theoretical and abs-
tract constructions, such as the concept of container-content, the human need of
truth and the relation between conscious and unconscious experience. At the same
time, Bion’s work situates the work of Searles within a broader theoretical context.

KEYWORDS: LOVE / OEDIPUS / COUNTERTRANSFERENCE / IDENTIFICATION / UNCONS-


CIOUS / EMOTIONAL EXPERIENCE / CONTAINER / CONTENT / TRUTH.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Leyendo a Harold Searles | 345

RESUMO
Lendo a Harold Searles

A partir de uma leitura detalhada de dois artigos de Searles, “O amor edípico na con-
tratransferência” (1959) e “Identificação inconsciente” (1990), o autor explora não
só o que pensa Searles, mas também a maneira como pensa e a forma em que trabalha
dentro do contexto analítico. Searles aplica uma forma de resposta emocional sensível
à transferência-contratransferência que pressupõe uma continuidade fluida de re-
ceptividade e de pensamento consciente e inconsciente. Suas descrições, inexoravel-
mente sinceras, sobre os processos inerentes à transferência-contratransferência pa-
recem gerar em si mesmas uma teoria clínica original; por exemplo, implicam uma
reconceitualízação do que significa uma análise bem sucedida sobre o complexo edí-
pico. Searles expõe a sua própria forma característica de pensamento e interpretação
analítica, que o autor descreve como “tornar externa a experiência interna”, algo pa-
recido com virar pelo avesso uma luva. Em cada um de seus exemplos clínicos trans-
forma o que havia sido o contexto emocional invisível e que não pode ser descrito
sobre a experiência do paciente, em um conteúdo psicológico verbalmente simbo-
lizado que se transforma em algo que pode ser pensando e do qual é possível falar.
No final do seu artigo, o autor examina uma importante (e inesperada para ele) com-
plementaridade entre a obra de Searles e a de Bion. A obra de Searles dá uma forma
clínica e vitalidade às construções, muitas vezes teóricas e abstratas de Bion, como
por exemplo, o conceito continente-conteúdo, a necessidade humana da verdade, e
a relação entre a experiência consciente e inconsciente. Ao contrário, Bion situa a
obra de Searles dentro de um contexto teórico mais amplo.

PALAVRAS CHAVE: AMOR / ÉDIPO / CONTRATRANSFERÊNCIA / IDENTIFICAÇÃO / INCONS-


CIENTE / EXPERIÊNCIA EMOCIONAL / CONTINENTE / CONTEÚDO / VERDADE.

Bibliografía

Bion, W. R. (1962) Learning from Experience, Londres: Heinemann.


—— (1992) Cogitations, ed. por F. Bion, Londres: Karnac.
Freud, S. (1900) The Interpretation of Dreams, S.E., vols. 4-5.
—— (1910) “A special type of choice of object made by men” (Contributions to a
Psychology of Love, I), S.E., vol. 11, págs. 163-75.
—— (1921) Group Psychology and the Analysis of the Ego, S.E., vol. 18.
—— (1923) The Ego and the Id, S.E., vol. 19.
—— (1924) “The dissolution of the Oedipus complex”, S.E., vol. 19, págs. 173-82.
—— (1925) “Some psychical consequences of the anatomical distinction between
the sexes”, S.E., vol. 19, págs. 241-60.
346 | Thomas Ogden

Gabbard, G.O. (1996) Love and Hate in the Analytic Setting, Nueva York: Aronson.
Loewald, H. (1979) “The waning of the Oedipus complex”, Journal of the American
Psychoanalytic Association, 27: 751-75.
Ogden, T.H. (2001) “Reading Winnicott”, Psychoanalytic Quarterly, 70: 299-323.
—— (2002) “A new reading of the origins of object-relations theory”, International
Journal of Psychoanalysis, 83: 767-82.
—— (2004a) “An introduction to the reading of Bion”, International Journal of
Psychoanalysis, 85: 285-300.
—— (2004b) “This art of psychoanalysis: dreaming undreamt dreams and interrup-
ted cries”, International Journal of Psychoanalysis, 85: 1349-64.
—— (2004c) “On holding and containing, being and dreaming”, International Jour-
nal of Psychoanalysis, 85: 1349-64.
—— (2005) This Art of Psychoanalysis: Dreaming Undreamt Dreams and Interrupted
Cries, Londres: Routledge (New Library of Psychoanalysis).
—— (2006) “Reading Loewald: Oedipus reconceived”, International Journal of
Psychoanalysis, 87: 651-66.
Searles, H. (1959) “Oedipal love in the countertransference”, International Journal
of Psychoanalysis, 40: 180-90.
—— (1990) “Unconscious identification”, en L.B. Boyer y P. Giovacchini (eds.),
Master Clinicians: On Treating the Regressed Patient, Nueva York: Aronson, págs.
211-26.
Tower, L.E. (1956) “Countertransference”, Journal of the American Psychoanalytic
Association, 4: 224-55.
Winnicott, D.W. (1953) “Transitional objects and transitional phenomena. Study of
the first not-me possession”, International Journal of Psychoanalysis, 34: 89-97.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del
concepto de Nachträglichkeit1

* Haydée Faimberg

INTRODUCCIÓN

Este ensayo es un tributo a la concepción subversiva que propuso Freud sobre


la temporalidad y la causalidad psíquicas. Tengo el convencimiento de que
la noción de Nachträglichkeit subvierte realmente el concepto que tiene de
la temporalidad psíquica el “sentido común”.
Como sabemos, Lacan (1963, 1965) fue el primer autor que, al repasar el
caso del Hombre de los Lobos, llamó la atención sobre la particular concep-
ción de la temporalidad que tenía Freud, y que sintetizó en su concepto de
Nachträglichkeit. En ese entonces, Lacan lo consideraba un mecanismo psí-
quico que sólo operaba en las psicosis. Laplanche y Pontalis (1964, 1967,
1985) pusieron de relieve la importancia de este concepto (traducido al fran-
cés como après-coup) como mecanismo psíquico general en el psicoanálisis.
En este artículo retomaré algunas ideas sobre este tema expuestas en
trabajos míos anteriores. Me he inclinado –al principio en forma implícita
(Faimberg, 1985, 2005a) y luego de manera más explícita (Faimberg, 1993,
2005) – por utilizar un concepto más amplio de la Nachträglichkeit, que no
coincide con el formulado por Freud al ocuparse de este tema. Creo, em-
pero, que este concepto más amplio está presente en la labor clínica de
Freud como base de un modo particular de interpretación que él llamaba
construcción (Freud, 1937). Me propongo desarrollar esta idea en este ar-
tículo por primera vez. A tal fin, citaré un fragmento del relato que hizo
Kardiner (1977) acerca de su análisis con Freud en 1921-22, y brindaré
una reelaboración de mis puntos de vista que no había sido expuesta hasta

1 Publicado en The Psychoanalytic Quarterly Vol. LXXVI, 2007 Nº 4, 1221 – 1240. Société
Psychanalytique de Paris. Este trabajo fue presentado el 6 de mayo de 2006 como tributo
a Sigmund Freud en un congreso internacional realizado en Praga, República Checa, para
conmemorar el 150º aniversario de su nacimiento. La autora agradece a tres comentaristas
anónimos de The Psychoanalytic Quarterly su atenta revisión y sus sugerencias relativas a una
versión anterior de este artículo.
* h.faimberg@orange.fr / Francia.
348 | Haydée Faimberg

ahora. Mediante el examen a fondo de una viñeta tomada de este caso clí-
nico, confío mostrar que esa conceptualización más amplia del concepto
no sólo es pertinente sino que además es fiel a la idea original que tenía
Freud sobre la temporalidad psíquica.
Mi alegato en favor de la ampliación de este concepto surge de mi propia
experiencia clínica.2 También la he aplicado al reexaminar las comunicacio-
nes de Winnicott (1974) sobre su labor clínica. Aquí volveré a una tesis mía
anterior (que, por lo que sé, nadie formuló antes) según la cual el “temor al
derrumbe” de Winnicott (1974) es paradigmático de este concepto ampliado
de Nachträglichkeit (Ver Faimberg, 1998).
La conceptualización más amplia que postulo desempeña un importante
papel en la asignación retroactiva de un nuevo sentido (por lo común, mer-
ced a una interpretación) –o incluso a la asignación de un sentido por primera
vez (por lo común, merced a una construcción) – a lo que el analizando dice
y a lo que no puede decir. De este modo, en su significado amplio, la Nach-
träglichkeit es una operación propia de la situación clínica en el proceso psi-
coanalítico, gracias a la cual es posible explorar y comprender de qué manera
el psicoanálisis produce el cambio psíquico. Se muestra así en primer plano
la eficacia del psicoanálisis.
¿En qué momento del proceso psicoanalítico entra en acción la Nachträ-
glichkeit? Lo hace en la situación clínica, foco del presente ensayo. O sea,
siempre tiene lugar en el presente de la sesión y da valor retroactivo a una
experiencia anterior. Ambos momentos temporales están ligados por una
relación de sentido.

EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO

Aunque el adjetivo nachtraglich (posterior) es corriente en alemán, el con-


cepto de Nachträglichkeit (no como término en sí, sino como el concepto
que en francés llamamos après-coup)3 no cobró la misma importancia en la
cultura psicoanalítica alemana que en la francesa, donde la propia traducción
llevó a reflexionar sobre él. ¡Por una vez, puede ser que algo no se haya per-

2 En otro lugar (Faimberg, 2005) he ofrecido más detalles sobre mi manera de trabajar
en la clínica. Allí mostré cómo se articula el après-coup con la escucha de la escucha del
paciente, la reconstrucción de las identificaciones narcisistas inconscientes enajenadas
en las que se superponen tres generaciones, y otros temas.
3 Para comprender cabalmente cómo genera cambios estructurales, este concepto debe
integrarse a otros conceptos psicoanalíticos. Esta integración merece, en sí misma, que
se le dedique un ensayo. Expuse mis opiniones al respecto en Faimberg (2005).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit | 349

dido en la traducción!4 Repitámoslo: para traducir Nachträglichkeit se ha op-


tado en francés por après-coup, que, dicho sea de paso, también es de uso co-
rriente en francés. Freud no escribió ningún artículo dedicado a este con-
cepto y su primer uso de él es anterior a su descubrimiento esencial de la
sexualidad infantil.
En una conferencia de la Asociación Psicoanalítica Internacional sobre
el diálogo intra e intercultural, llevada a cabo en París en 1998, se puso de
relieve el papel central del après-coup en el psicoanálisis francés, a la vez que
se destacaba que, en contraste, está ausente o tiene una importancia menor
en otras culturas psicoanalíticas. He notado que desde dicha conferencia la
cantidad de trabajos publicados sobre el après-coup aumentó.5 Bien pudo
ocurrir que la conferencia fomentara el interés por el après-coup tanto entre
los psicoanalistas que lo consideran un concepto fundamental para su pen-
samiento y práctica clínica, como entre aquellos otros que están compara-
tivamente poco familiarizados con él.6

EMMA: UN CASO DE NACHTRÄGLICHKEIT

Freud apeló por primera vez al concepto de Nachträglichkeit en el caso de


Emma.7 Al describir la “proton pseudos histérica”, Freud (1895) señala que Emma

está hoy bajo la compulsión de no poder ir sola a una tienda. Como funda-
mento, [dio] un recuerdo de cuando tenía doce años (poco después de la pu-
bertad). Fue a una tienda a comprar algo, vio a los dos empleados (de uno
de los cuales guarda memoria) reírse entre ellos, y salió corriendo presa de
algún afecto de terror. Sobre esto se despiertan unos pensamientos: que esos
dos se reían de su vestido, y que uno le había gustado sexualmente. [...] La
exploración ulterior descubre un segundo recuerdo [...]. Siendo una niña de
ocho años, fue por dos veces a la tienda de un pastelero para comprar go-
losinas, y este caballero le pellizcó los genitales a través del vestido. No obs-
tante la primera experiencia, acudió allí una segunda vez. Luego de la se-

4 Aquí me refiero, desde luego, a la obra de Hoffman (1989).


5 Entre los autores que se ocuparon de él antes de 1998 cabe señalar a Lacan (1953), La-
planche y Pontalis (1964, 1967, 1983), Le Guen (1982), Cournut (1997), Neyraut (1997)
y Sodre (1997). Entre los que lo hicieron en la mencionada conferencia, estuvieron La-
planche (1998), Green (1998), Roussillon (1998) y Faimberg (1998).
6 Agreguemos que la conferencia psicoanalítica para especialistas de habla francesa rea-
lizada en 2009 estuvo enteramente dedicada al concepto de après-coup.
7 Este caso ha sido estudiado y discutido en detalle por Laplanche y Pontalis (1964), Le
Guen (1982) y Neyraut (1997).
350 | Haydée Faimberg

gunda, no fue más. Ahora bien, se reprocha haber ido por segunda vez, como
si de ese modo hubiera querido provocar el atentado. De hecho, cabe re-
conducir a esta vivencia un estado de “mala conciencia oprimente” (p. 400-
1, el subrayado está en el original).

Aquí Freud aún veía la sexualidad como algo que le sobrevenía al individuo
desde afuera y constituía una primera escena. A esa altura –es decir, en la época
de su teoría sobre la “proton pseudos histérica”– no pensaba que hubiera sexualidad
en el niño; en cierto sentido, consideraba que éste era “inocente”.8 9 Freud en-
tiende que la segunda instancia de este episodio, la segunda escena, tiene que
ver con la pubertad, a la que Emma sentía como algo ajeno a ella. En cierta
forma, el “desprendimiento sexual” (según las palabras de Freud) que el hecho
despierta en ella también le provoca displacer; y atribuye este displacer al re-
cuerdo del primer suceso, de la primera escena, cuando dicho desprendimiento
sexual no era posible. La conclusión de Freud es la siguiente:

... la alteración de la pubertad ha posibilitado otra comprensión de lo recordado.


[El subrayado es mío (H.F.)]. Pues bien: este caso es típico de la represión
en la histeria. Dondequiera se descubre que es reprimido un recuerdo que
sólo con efecto retardado [nachträglich] ha devenido trauma. Causa de este es-
tado de cosas es el retardo de la pubertad respecto del restante desarrollo
del individuo (p. 403].

Esto significa que la escena de la pubertad (escena 2) confiere un sentido


retroactivo a la escena de la niñez (escena 1).
Así pues, en la primera versión del trauma, la escena de la niñez estaba
dormida o inactiva, porque Freud todavía no había descubierto la sexualidad
infantil. Sugiero, sin embargo, que luego de haberla descubierto juzgó apro-
piado considerar la primera escena como un momento anticipatorio, en el
cual dicha escena estaba activa, pero en forma inconsciente.
La primera etapa del mecanismo de la Nachträglichkeit es un suceso que
deja una huella. Esto es lo que Laplanche y Pontalis (1964, 1967, 1985) lla-

8 Uno o dos años más tarde modificaría su manera de pensar, al postular su teoría de la
sexualidad infantil. Ver la nota al pie de Strachey en Freud (1895, 403, n. 21].
9 En mi opinión, cuando Ferenczi (1932) habla de la “confusión de lenguas” (o sea, la
confusión entre la sexualidad del adulto y la búsqueda de afecto del niño), se refiere a
esta teoría, aunque sólo en cierto sentido. Al igual que Ferenczi, Laplanche y Pontalis
(1964) avalan la teoría freudiana de la seducción, a la que no juzgan incompatible con
el concepto de realidad psíquica inconsciente, y proponen conservar ambas formula-
ciones. Como sabemos, Freud creó el concepto de realidad psíquica inconsciente una
vez que hubo abandonado su teoría de la “proton pseudos histérica”. Ver Freud (1895).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit | 351

man un dejà la (ya allí), lo cual es algo que queda excluido de la psique pero
permanece en su interior. Lo esencial aquí es que la segunda etapa, que su-
cede en un momento cronológicamente distinto, da sentido retroactivo a
lo que ya estaba allí. Eso que “ya estaba allí” es lo que Freud denominaba
las “reminiscencias que padece el histérico” (Freud y Breuer, 1895, p. 33].
Como señalaron con acierto Laplance y Pontalis (1967), sin ese “ya allí”, el
mecanismo de la Nachträglichkeit no sería diferente del concepto de Jung
sobre la fantasía del adulto atribuida en forma retroactiva a un momento de
su niñez. El concepto junguiano de fantasía retroactiva (Zuruck-phantasieren)
desconoce el descubrimiento de la sexualidad infantil, que como sabemos
fue decisivo en la teoría de Freud.
Resumiendo: en el funcionamiento de la Nachträglichkeit hay una etapa
que llamo anticipatoria (la etapa del “ya allí”) y una etapa de asignación de
un sentido retroactivo. Ambas etapas son necesarias y cuando me refiero a
la Nachträglichkeit las tengo presentes a ambas. Volveremos a encontrar esta
estructura en el concepto ampliado de Nachträglichkeit que deseo proponer.

AMPLIACIÓN DEL CONCEPTO DE NACHTRÄGLICHKEIT

En 1896, Freud le escribió a Fliess: “... de tiempo en tiempo, el material


preexistente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento según
nuevos nexos, una retranscripción” (p. 274]. Por lo tanto, si se adopta este
punto de vista, estrictamente freudiano, la Nachträglichkeit debería defi-
nirse exclusivamente como “la asignación de un nuevo sentido a las huellas
mnémicas”.10
En vista de que lo que a mí me interesaba era explorar los lazos narci-
sistas entre diversas generaciones, llegué a dar un nuevo sentido (y aun a
asignarle un sentido por primera vez) a aquello que está en el origen del
funcionamiento psíquico narcisista del analizando. Este sentido, conferido
gracias a la Nachträglichkeit, me permitió escuchar al paciente y modificar
su situación como sujeto respecto de algo que había acontecido en su psi-
que en un período muy anterior, a veces incluso anterior al habla. De ahí

10 Modell adopta este concepto, y señala lo siguiente: “La profunda intelección de Freud
según la cual la memoria se retranscribe de acuerdo con la experiencia posterior ha sido
confirmada en un ámbito imprevisto. Gerald Edelman, que recibió el Premio Nobel por
sus trabajos sobre inmunología, ha vuelto su atención a las neurociencias y ha propuesto
una teoría revolucionaria de la memoria basándose en avances recientes en dicho campo.
Según él, la memoria no es un registro del sistema nervioso central de carácter isomórfico
con la experiencia del pasado, sino una recategorización de la experiencia” (pág. 16).
352 | Haydée Faimberg

que a mi entender dar un sentido retroactivo por primera vez no es, por
definición, una “retranscripción” (como le dice Freud a Fliess). Vengo
utilizando, pues, el concepto de la Nachträglichkeit con un significado más
amplio que el que le dio Freud. Creo, empero, que este sentido ampliado
es congruente con la idea que tenía Freud de la temporalidad y de la cons-
trucción, según he examinado en otro lugar (Faimberg y Corel, 1989), y
según confío en demostrar en este trabajo para el caso de Kardiner, ana-
lizado por Freud.
En lo que sigue, repasaré algunos aspectos de la labor clínica de Freud y de
Winnicott a la luz de la noción ampliada de la Nachträglichkeit que propongo.

EL CONCEPTO AMPLIADO DE LA NACHTRÄGLICHKEIT Y EL «TEMOR AL DERRUMBE»11

El fenómeno que Winnicott (1974) denominó “temor al derrumbe” puede


considerarse paradigmático de la Nachträglichkeit, siempre y cuando no res-
trinjamos el concepto a una retranscripción. Al referirse a la conferencia
antes mencionada de 1998, en la que presentó su tesis, Rossi señaló:

La ponencia de Haydee Faimberg [sobre Winnicott y el “temor al de-


rrumbe”] fue un ejemplo perfecto de estilo de pensamiento intercultural,
ya que articuló el concepto de après-coup con la premonición winnicottiana
de un derrumbe que ya se ha producido. A partir de lo cual, en el análisis
[esto equivale a] la construcción de un pasado que antes no existía como tal
(1998, págs. 634-635).

Podría parecer inapropiado considerar que el “temor al derrumbe” sea


un paradigma del concepto ampliado de la Nachträglichkeit, como lo hago,
ya que Winnicott nunca se refirió a la Nachträglichkeit. Y en lo que atañe a
la formulación explícita de Freud (la de que constituye una “retranscrip-
ción”), la noción de Winnicott no parece tener cabida. ¿Por qué insisto, en-
tonces, en trazar este paralelismo? Como describí en obras anteriores (Faim-
berg, 1998, 2005), creo que el concepto ampliado nos permite considerar
esta clase de temporalidad como una forma de funcionamiento que revela
sucesos psíquicos tempranos y les da un sentido retroactivo. Esto es exac-
tamente lo que hace Winnicott. A mi juicio, tales sucesos psíquicos tempra-
nos son una presentación (Darstellung)a la que se le dará, por primera vez,

11 Por lo que yo sé, la Nachträglichkeit no había sido vinculado conceptualmente con el


“temor al derrumbe” de Winnicott antes de la presentación de mi trabajo anterior
(Faimberg, 1998).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit | 353

un sentido, una representación (Vorstellung). Indicaré a continuación por


qué pienso que esto es justamente lo que hace Winnicott.
Como sabemos, Winnicott escribió que algunos pacientes temen un
derrumbe que, están convencidos de ello, ocurrirá inexorablemente en el
futuro; y afirma que ese derrumbe que el paciente cree venidero ya tuvo
lugar, en un momento en que no había, propiamente hablando, ningún
sujeto que lo experimentara. Winnicott subraya la vivencia concomitante
de desvalimiento (Hilflosigkeit) cuando habla de agonía primitiva. Establece
un nexo temporal al decir que aquello que el paciente teme que sucederá
ya ha sucedido. Propone una construcción según la cual esta agonía pri-
mitiva, cuyas huellas mnémicas son inaccesibles, se constituye como pa-
sado. En un trabajo anterior señalé:

Lo que acontece en el presente (temor al derrumbe) está ligado con lo que


ya aconteció (agonía primitiva) mediante una relación de sentido. Y esta re-
lación se establece como proceso de la Nachträglichkeit mediante una cons-
trucción. Considero que este proceso corresponde a la Nachträglichkeit en
el sentido más amplio que propongo, y no en el que le da Freud en su carta
a Fliess (1998).

En otras palabras, tal como yo entiendo el “temor al derrumbe”, para


comprender la construcción de Winnicott y su concepción implícita de
la temporalidad psíquica es indispensable este concepto ampliado de la
Nachträglichkeit. La agonía primitiva es una presentación (Darstellung) de
huellas inaccesibles; Winnicott le da un sentido retroactivo por primera
vez, o sea, le da representación (Vorstellung). Reitero, entonces, lo dicho:
mi concepto de Nachträglichkeit, que incluye el nexo con el “temor al de-
rrumbe” winnicottiano, no se ajusta al concepto original de Freud de re-
transcripción.

EL CONCEPTO AMPLIADO DE LA NACHTRÄGLICHKEIT Y LA CONSTRUCCIÓN

Veamos ahora la concepción freudiana de la temporalidad psíquica desde


otro punto de vista. Se recordará que, según Freud, los sueños no predecían
el futuro, aunque puede parecer que lo hacen debido a la particular relación
que existe entre el deseo inconsciente y la temporalidad. En sus palabras:
“En la medida en que el sueño nos presenta un deseo como cumplido, nos
traslada indudablemente al futuro; pero este futuro que al soñante le parece
presente es creado a imagen y semejanza de aquel pasado por el deseo in-
destructible” (1900, p. 608).
354 | Haydée Faimberg

Desde mi perspectiva, la temporalidad psíquica abarca lo que ocurre en la


psique con el transcurso del tiempo.12 Para indicar la diferencia entre tem-
poralidad y tiempo cronológico, Neyraut (1978) dice que si bien en el incons-
ciente no hay representación del tiempo, cuando el paciente habla el incons-
ciente se somete a la temporalidad en el proceso de manifestarse. Ejemplos
de esta manifestación pueden ser un acto fallido o el relato de un sueño.
Kardiner (1977) nos brinda un ejemplo de la forma en que Freud inter-
pretaba la temporalidad psíquica frente al relato de un sueño. En su psico-
análisis con Freud, éste le dijo que una figura que aparecía en uno de sus
sueños: “es una proyección al futuro de lo que usted efectivamente temía
en el pasado. Por lo tanto, lo que usted temía no era lo que estaba por su-
ceder, sino lo que ya había sucedido, y que usted no sólo había olvidado sino
que temía recordar” (Kardiner, 1977, pág. 55; el subrayado es del original).
Enseguida retomaré el análisis de Kardiner con Freud.
También Riviere (1936) siguió a Freud al enunciar que lo que el paciente
teme que sucederá ya ha sucedido: “Las peores catástrofes ya se habían producido;
el paciente no quería permitir que esta verdad se volviera real en el análisis,
no quería que él o ambos la ‘realizáramos’” (pág. 312; el subrayado es mío).
Existe una correspondencia perfecta entre las concepciones de la tem-
poralidad psíquica formuladas por Freud (tanto teóricamente como en su
enfoque clínico), Riviere y Winnicott; y mi propia concepción, elaborada
con Corel, concuerda con ellas (Faimberg y Corel, 1989; Faimberg, 2005).
Hemos escrito que, en algunos casos, no hay nada que recordar; sólo la re-
petición permite que “al analizado se le presente una pieza de su historia ol-
vidada” (Freud, 1937, p. 262] y proponer (mediante el Nachträglichkeit) una
construcción que brinde un eslabón nuevo, sin antecedentes. Gracias a dicho
eslabón, el pasado se constituye como tal y el paciente adquiere una historia,
su historia. Tal es lo que yo entiendo por temporalización o historización
(Faimberg, 1985, 2005). La construcción, esa “pieza de su historia olvidada”,
es equivalente al “derrumbe que el paciente cree venidero [pero que] ya tuvo
lugar, en un momento en que no había, propiamente hablando, ningún su-
jeto que lo experimentara” (Faimberg, 1998).
Veamos ahora en detalle qué nos cuenta Kardiner de su análisis con
Freud. Habían estado analizando la homosexualidad inconsciente. Freud le
comentó que “el niño, al identificarse con la madre, abandona su identifi-
cación con el padre, y pone fin así a su papel de rival de este último. Esto
le garantiza la protección permanente del padre y da respuesta a sus nece-

12 Sometí a una mayor elaboración el concepto de temporalidad psíquica en mi análisis


de un cuento de Italo Calvino (Faimberg, 1989).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit | 355

sidades vinculadas con la dependencia” (Kardiner, 1977, pág. 60). Luego,


continúa diciendo Kardiner:

Había dejado la última sesión sintiéndome tranquilo pero algo intrigado


por estas ideas. Sin embargo, parece que el material relacionado con mi vín-
culo con la mujer comenzó a agitar un poco las aguas, porque tuve un sueño
sobre una máscara, del cual me desperté aterrado. Este sueño estimuló aso-
ciaciones muy importantes, las cuales me llevaron a descubrir una fobia que
había tenido de niño: la fobia a las máscaras y a las figuras de cera vestidas.
Freud me preguntó: “¿Qué había en la máscara [del sueño] que lo aterrara
tanto?”. Mi reacción espontánea fue decir que era su inmovilidad facial, su
falta de expresión, el hecho de que no se sonriera ni se riera, de que estuviese
inmóvil. Ya había tenido antes varios sueños en los que me veía a mí mismo
en el espejo, y el rostro no reflejaba mi expresión emocional; o sea, yo podía sonreír
o fruncir el ceño, pero en el espejo la expresión no cambiaba.
Freud dijo que era posible que “la primera máscara que viera usted fuera
el rostro de su madre muerta”. Cuando por primera vez pensé en esto, se me
produjo un estremecimiento; pero las pruebas circunstanciales del sueño y
mis asociaciones nos condujeron a la notable posibilidad de que yo hubiera
descubierto a mi madre muerta cuando aún estaba solo con ella en la casa.
Le dije a Freud: “Bueno, si usted quería alguna prueba del origen de la
identificación con mi madre, aquí la tiene”. Todo parecía indicar que yo es-
taba solo junto a ella cuando falleció. Además, en esa época había una su-
perstición corriente según la cual si uno estaba junto a una persona que
moría, aspiraba el alma de esa persona, exhalada con su último suspiro.
Cuando regresé a Nueva York, mi hermana me confirmó que así habían
sucedido las cosas. Ella por entonces tenía edad suficiente, once años, para re-
cordar los hechos con precisión [Kardiner tenía tres años] y me contó cómo
había ocurrido todo. Dijo que ese día en particular no había pasado nada fuera
de lo común, ya que mi madre, que padecía una enfermedad crónica, se que-
daba habitualmente sola en la casa. Yo estaba con ella, jugando solo en el piso.
Aparentemente, en un momento quise pedirle algo y la sacudí. No respondió
ni reaccionó, y eso me aterró. Cuando mi hermana vino a almorzar, se encontró
con mi madre muerta y conmigo llorando a solas en la habitación.
“Bueno –comentó Freud–, por sus asociaciones es obvio que la máscara
representaba el rostro de su madre muerta. A partir de entonces, todas las
máscaras o figuras de cera fueron asociadas por usted con la muerte, y vol-
vieron a provocarle el antiguo terror” (Kardiner, 1977, págs. 61-62; el su-
brayado es mío).

Vemos aquí que la construcción propuesta por Freud da un sentido re-


356 | Haydée Faimberg

troactivo tanto al sueño de Kardiner como a su fobia a las máscaras. En esta


formulación, el supuesto básico de Freud parece ser que “ya hay algo allí”:
el rostro imperturbable de la madre muerta. Construye entonces una pieza
de verdad histórica, tal como se revela en la historia de la transferencia. En
ese sentido, podemos decir que Freud se rige por la regla analítica que im-
plica una epoché, un poner entre paréntesis como en la reducción fenome-
nológica. Dicho de otro modo, se suspende el juicio sobre el estatuto de re-
alidad de la construcción del analista. Podemos agregar aquí el comentario
de Laplanche y Pontalis (1964): el método psicoanalítico crea un nuevo
campo, el campo de la palabra.
Llamo verdades históricas a lo descubierto mediante una (re)construcción.
Reservo el nombre de realidad externa, material a aquello que habitualmente
se denomina realidad histórica. La realidad histórica puede conocerse como
cualquier fragmento de información, sin necesidad de la reelaboración pro-
pia del proceso transferencial.13 Las verdades históricas construidas en el
análisis de Kardiner, tal como él mismo las describe, son resultado del pro-
ceso de la Nachträglichkeit. Freud no le pide que ratifique o rectifique la co-
rrespondencia entre las verdades históricas que han descubierto juntos y la
realidad material externa (la realidad histórica).
Podemos agregar algo interesante con relación a la historia de la transferencia
(positiva). Como dijimos, Kardiner le manifestó a Freud: “si usted quería alguna
prueba del origen de la identificación con mi madre, aquí la tiene”; y luego se
refirió a una superstición popular en su época (cabe señalar que esto podría coin-
cidir con la idea freudiana de que la única manera de resignar un objeto es iden-
tificándose con él). Mi lectura de lo que Kardiner escuchó en las interpretaciones
y construcciones de Freud es la siguiente. El movimiento transferencial lo había
instado a Kardiner a buscar en la realidad externa lo que realmente había su-
cedido; pero en la misma sesión encontró, en sus propias asociaciones, lo que Freud
llama “una convicción cierta sobre la verdad de la construcción” (1937, p. 267).
La ansiedad de Kardiner por confirmar las verdades históricas que había des-
cubierto en la sesión surgió de fuerzas inconscientes que tenían su origen en la
transferencia con Freud.14 La respuesta de Freud fue formulada en términos
tan vitales que creeríamos estar oyendo a un brillante analista contemporáneo.
Vemos cuán importante y necesario es utilizar el concepto ampliado de Nach-
träglichkeit para comprender y valorar cabalmente lo que allí aconteció.

13 El concepto de verdades históricas ha sido examinado más atentamente en Faimberg


(1995, 2005).
14 En otro lugar (Faimberg, 1995, 2005) nos hemos extendido sobre los problemas vin-
culados con las verdades históricas y el solipsismo, así como sobre la correspondencia
o falta de correspondencia entre la verdades históricas y la realidad externa.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit | 357

Recordemos las dos etapas que es necesario transitar para que este sea
un proceso de Nachträglichkeit. La primera, que llamé “anticipatoria” (la del
“ya allí”), es en este caso el rostro imperturbable de la madre. No se trata
de una representación (Vorstellung) que pudiera retranscribirse en otra, como
en la formulación inicial de Freud a Fliess, sino de una presentación (Dars-
tellung). La segunda etapa es aquí el primer sentido retroactivo, la primera
representación (Vorstellung) que le da Freud. Si tomáramos la Nachträglichkeit
en su versión original de 1896, no podríamos apreciar su característica esen-
cial de dividirse en dos etapas. Por otra parte, estos dos momentos tempo-
rales están unidos por una relación de sentido (Faimberg, 1993, 1998; Faim-
berg y Corel, 1989; Neyraut, 1997).
¿A partir de qué momento en el tiempo cobra efecto la Nachträglichkeit
en el proceso psicoanalítico? Como vimos en el análisis de Kardiner, en la
situación clínica siempre cobra efecto en el presente de la sesión, y desde
ahí confiere sentido retroactivo a la experiencia previa. La segunda etapa –
ejemplificada aquí por la construcción de Freud – ocurre en el presente de
la sesión y da sentido retroactivo a la primera etapa: a lo que “ya estaba allí”,
el rostro imperturbable de la madre. Ese carácter “imperturbable” es la re-
lación de sentido que le permite a Freud proponer su construcción. (Seña-
lemos al pasar la sensibilidad de Freud ante lo dicho por Kardiner, que se
expresa en el estilo de su construcción).
Repasemos brevemente la secuencia con el fin de descubrir esa relación de
sentido sobre la que Freud basa su construcción, a la luz de mi concepto del
après-coup ampliado. Kardiner sueña con una máscara; sus asociaciones lo llevan
a descubrir un sueño recurrente y su fobia infantil a las máscaras. “¿Qué había
en la máscara que lo aterrara tanto?”, le pregunta Freud. Kardiner responde:
“su inmovilidad facial, su falta de expresión, el hecho de que no se sonriera ni
se riera, de que estuviese inmóvil”, y luego asocia con el sueño recurrente, en
el cual “me veía a mí mismo en el espejo, y el rostro no reflejaba mi expresión
emocional; o sea, yo podía sonreír o fruncir el ceño, pero en el espejo la expre-
sión no cambiaba”. Kardiner nos transmite que en el sueño hay una distancia
entre los diversos afectos que él exhibe y el rostro imperturbable del espejo.
En la obra de Winnicott encontramos apoyo para esta manera de ver esa
sesión. Refiriéndose al estadio del espejo, de Lacan, Winnicott (1967) dice
lo siguiente: el espejo son los ojos de la madre, que reflejan la forma en la
que ella ve al niño. En el caso que examinamos, el espejo muestra que los
ojos de la madre reflejan que ella ya no ve a su hijo: se vuelve aún más com-
prensible, entonces, la inferencia de Freud de que estaba muerta. Puede de-
cirse que la muerte de la madre existe como tal por primera vez (en la psique
de Kardiner) después de la construcción de Freud, después de que ha ope-
rado el proceso de la Nachträglichkeit.
358 | Haydée Faimberg

Aquí vemos que Freud emplea implícitamente un concepto ampliado de


la Nachträglichkeit, ya que otorga un primer sentido a algo que anteriormente
carecía de todo sentido articulado. En otras palabras, el proceso de la Nach-
träglichkeit hace que la primera escena – la del “ya allí”, la muerte de la madre
– cobre existencia en la psique de Kardiner como verdad histórica, y se vuelva
luego la condición de posibilidad del cambio psíquico y de la comprensión
de la eficacia del psicoanálisis. A raíz de la construcción de Freud, la muerte
de la madre pasa a existir como tal en la psique de Kardiner, tiene lugar luego
un proceso de desidentificación (ver Faimberg, 1985, 2005) y el propio ros-
tro de Kardiner cobra vida.
Comparemos lo dicho con lo que nos haría creer una percepción de la
temporalidad propia del sentido común, a saber, que en la muerte de la
madre “está” la explicación de los sueños recurrentes de Kardiner y de su
fobia a las máscaras. En sí misma, la muerte de la madre (cuando Kardiner
tenía tres años) no puede en absoluto pronosticar lo que sucederá en la mente
del niño. Los sueños recurrentes y la fobia sólo pueden explicarse por el
proceso de la Nachträglichkeit (luego de la reelaboración a que dio lugar la
construcción de Freud). Por eso, pienso que el concepto de Nachträglichkeit
constituye una conceptualización subversiva de la temporalidad inconsciente
en la situación clínica.
En otro capítulo de su libro, Kardiner señala que no aceptó la interpre-
tación de Freud sobre su homosexualidad inconsciente. En el pasaje que es-
tamos considerando, la acepta en cierto aspecto, y en otro aspecto sus aso-
ciaciones dicen, de hecho: “No es que yo quería renunciar a la rivalidad con
mi padre; lo que me llevó a la identificación con mi madre fue su muerte”.
Y es precisamente la construcción de Freud la que le permite a Kardiner ex-
presar creativamente su rivalidad edípica contradiciendo, en cierto modo,
la interpretación anterior de Freud.
Un ámbito que merece ser explorado es el del carácter de las “huellas”
(lo que está “ya allí”, la presentación) y cómo se relaciona con el sueño re-
currente de Kardiner y su fobia.15 Dentro de los límites que impone el pre-
sente trabajo, sólo diré que Freud propone una construcción, un nexo sin

15 En este trabajo, considero equivalentes estos cuatro términos o frases: huellas, “ya allí”,
algo excluido de la psique, y presentación (Darstellung). También son para mí equiva-
lentes representación (Vorstellung) y retranscripción. Nuevos estudios podrían examinar
cómo se articulan estos conceptos a la luz de los problemas que plantea el relato del
análisis de Kardiner. Por ejemplo, la presentación del rostro imperturbable de la madre
muerta parece haber sido transcripta en otras representaciones: la máscara del sueño
que precedió a la sesión, y antes aún en las máscaras y figuras de cera temidas en la niñez,
así como en la propia expresión facial imperturbable del analizando cuando se mira en
el espejo en su sueño infantil recurrente.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit | 359

antecedentes, entre el antiguo terror del paciente y las representaciones que


le están asociadas.

PROBLEMAS DE TRADUCCIÓN

Luego de este detallado análisis de la Nachträglichkeit, tal como lo compren-


demos nosotros, procederemos ahora a enfocar las consecuencias teóricas y clí-
nicas de las diversas traducciones que se han dado de este término. Strachey lo
tradujo como deferred action [literalmente, “acción diferida”], con el propósito
de transmitir la idea de un nexo entre dos momentos.16 Pero esta noción de lo
“diferido” puede sugerir una concepción cronológica lineal de la temporalidad.
Por otro lado, expresa un “antes” y un “después”, o sea, una dirección del
tiempo, semejante a una flecha que apunta en cierta dirección, y falta en ella la
dirección inversa, la retroactividad, presente en cambio en aprés-coup.17
Agreguemos que no hay, ni en inglés ni en francés, una palabra que ex-
prese el movimiento bidireccional implícito en la Nachträglichkeit. Strachey
eligió una de las direcciones y se inclinó por deferred action; Lacan eligió la
otra y adoptó “retroactividad”. Le Guen (1982) observa con acierto que
antes de haber un après-coup (un después) tiene que haber un avant-coup (un
antes). Las distintas versiones adoptadas pueden reflejar una forma particular
de concebir la temporalización y la causalidad psíquica.
Como ya he señalado, el concepto de Nachträglichkeit subvierte la idea de
la temporalidad que nos señala el sentido común. Para éste, lo que está antes
es la base, en general, de lo que viene después. La Nachträglichkeit implica una
dirección causal según la cual la asignación de un sentido en la sesión del pre-
sente (considerado futuro, como en el temor al derrumbe futuro) construye
el pasado. A su vez, este pasado abre la posibilidad de construir un futuro, es-
tableciendo de esta manera una forma específica de causalidad psíquica, en la
cual la “causa” es entendida como una condición de posibilidad, pero no como
un nexo entre un término y otro. La angustia primitiva de Winnicott (1974)
se vuelve el pasado y se crea una apertura hacia el futuro.

16 Dice Laplanche que la traducción deferred action es correcta en algunos casos. Para exa-
minar los diferentes sentidos de la palabra en la obra de Freud, consúltese Laplanche
(1998) y Green (2000, 2002).
17 Para evitar esta significación de lo “diferido”, Thoma y Cheshire (1991) propusieron re-
trospective attribution [“atribución retrospectiva”] y Laplanche, afterwardsness [nota de haydee
faimberg: aunque se que suena muy raro Laplanche escribe, es seguro, afterwardsness].
360 | Haydée Faimberg

CONCLUSIONES PROVISIONALES
Podríamos preguntarnos si las ideas expuestas en este artículo son teórica-
mente esenciales para comprender lo que los psicoanalistas ya hacen, o si es-
taría más cerca del propósito de este trabajo afirmar que, al tomar en consi-
deración tales ideas, sobreviene un cambio en nuestra escucha psicoanalítica.
Esto nos lleva a esta interesante pregunta: ¿cómo trabajaban los psicoa-
nalistas antes de que se crearan determinados conceptos? Refiriéndose a cier-
tas ideas introducidas poco tiempo atrás, Glover (1931) manifestaba: “Cuando
suceden tales avances, es probable que nos preguntemos: ‘¿Qué sucedía en
nuestros casos clínicos antes de que nosotros estuviéramos en condiciones de
aprovechar estos nuevos conocimientos?’” (pág. 397; el subrayado es mío).
Yo diría que si las ideas que aquí he expuesto le resultan significativas a
un analista, es porque se refieren a algo que éste ya hace como tal. Además,
pueden conferir un nuevo sentido a los problemas de los que se ocupa o ayu-
darlo a resolver nuevos problemas. Al mismo tiempo, esta perspectiva puede
sugerirle formas innovadoras de escuchar al paciente y, de ese modo, generar
cambios cualitativos en algunos análisis. Es interesante especular sobre la
forma en que se leerá este artículo a la luz de diferentes experiencias psico-
analíticas y la clase de preguntas a las que puede dar lugar. En lo que a mí
respecta, el concepto ampliado de la Nachträglichkeit está en el centro mismo
de mi pensamiento y de mi escucha psicoanalíticos.18
Se presenta este interrogante: la presente perspectiva, ¿aumentará el interés
por las construcciones en el análisis? Strachey (1934), Loewald (1960) y mu-
chos otros analistas han abordado el tema de qué es lo que cambia en la tarea
psicoanalítica. Aquí solo me he ocupado de una dimensión de este problema:
la temporalidad psíquica y el concepto ampliado de la Nachträglichkeit.
Llegamos así a lo que considero una de las conclusiones provisionales de
este trabajo, abierta a futuras indagaciones. Según confío en haber transmi-
tido, el concepto más amplio de la Nachträglichkeit que he propuesto cumple
un importante papel en el proceso de asignar nuevo sentido, retroactivamente
(en general, mediante las interpretaciones) – e incluso en el proceso de asig-
narlo por vez primera (en general, mediante las construcciones) – a lo que
el analizando dice y a lo que no puede decir. En este sentido amplio, la Nach-
träglichkeit actúa en la situación clínica, en el proceso psicoanalítico, y nos
da un marco conceptual vinculado con la temporalidad psíquica inconsciente
para explorar y comprender cómo produce el psicoanálisis el cambio psíquico.
Lo que está en juego es nada menos que la eficacia del psicoanálisis.
Traducción de Leandro Wolfson

18 Ver, en especial, los capítulos 2, 3, 4, 8 y 10 de Faimberg (2005).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit | 361

RESUMEN

La autora propone un concepto ampliado de la Nachträglichkeit freudiano, el cual


cumple un importante papel en el proceso de asignar nuevo sentido, retroactivamente
(en general, mediante las interpretaciones) – e incluso en el proceso de asignarlo por
vez primera (en general, mediante las construcciones) – a lo que el analizando dice
y a lo que no puede decir. La Nachträglichkeit nos da un marco conceptual vinculado
con la temporalidad psíquica inconsciente para explorar y comprender cómo produce
el psicoanálisis el cambio psíquico. Se señala que el “temor al derrumbe” de Winnicott
es paradigmático de este concepto ampliado de Nachträglichkeit.
Se expone un ejemplo clínico, basado en el análisis de Kardiner con Freud, con
el cual la autora apoya su convicción de que su propuesta es fiel a la concepción que
tenía este último sobre la temporalidad psíquica y la construcción.

DESCRIPTORES: RESIGNIFICACIÓN / CONSTRUCCIÓN / MIEDO / DERRUMBE / TEMPORA-


LIDAD / SENTIDO / CAMBIO PSÍQUICO.

AUTOR–TEMA: FREUD SIGMUND / WINNICOTT DONALD / KARDINER ABRAHAM.

SUMMARY
A plea for a broader concept of Nachträglichkeit

The broader conceptualization of Nachträglichkeit proposed by the author can play


an active part in the process of assigning new meaning retroactively (usually through
interpretation) —and even giving a meaning, for the first time (usually through
construction)— to what the analysand says and cannot say. It gives us a conceptual
frame of unconscious psychic temporality with which to explore how psychoanalysis
produces psychic change. Winnicott’s “Fear of Breakdown” (1974) is paradigmatic
of this broader conceptualization of Nachträglichkeit (see Faimberg 1998).
A clinical example is presented (Kardiner 1977) to illustrate why the author believes
that her proposal remains true to Freud’s (1937) conception of psychic temporality
and construction.

KEYWORDS: RE-SIGNIFICATION / CONSTRUCTION / FEAR / COLLAPSE / TEMPORALITY /


MEANING / PSYCHIC CHANGE.

AUTOR–TEMA: FREUD SIGMUND / WINNICOTT DONALD / KARDINER ABRAHAM.


362 | Haydée Faimberg

RESUMO
Argumento a favor da ampliação do conceito de Nachträglichkeit

A autora propõe uma ampliação do conceito de Nachträglichkeit freudiano, o qual


tem um importante papel no processo de estabelecer retroativamente um novo sentido
(em geral, através das interpretações) – e inclusive no processo de estabelecê-lo pela
primeira vez (geralmente, mediante as construções) – sobre o que o analisando diz e
o que não pode dizer. A Nachträglichkeit nós dá um marco conceitual vinculado com
a temporalidade psíquica inconsciente para explorar e compreender como ocorre a
mudança psíquica na psicanálise. Destaca-se que o “temor ao desmoronamento” de
Winnicott é paradigmático da ampliação do conceito de Nachträglichkeit.
Apresenta-se um exemplo clínico, baseado na análise de Kardiner com Freud, através
do qual a autora demonstra convicção de que sua proposta é fiel à concepção que Freud
tinha sobre a temporalidade psíquica e a construção.

PALAVRAS CHAVE: RESSIGNIFICAÇÃO / CONSTRUÇÃO / MEDO / DESMONORAMENTO /


TEMPORALIDADE / SENTIDO / MUDANÇA PSÍQUICA.

AUTOR–TEMA: FREUD SIGMUND / WINNICOTT DONALD / KARDINER ABRAHAM.

Bibliografía

Cournut, J. (1997) “Le sens de l’après-coup”, Revue Française de Psychanalyse, 61:


1239-1246.
Faimberg, H. (1985) “The telescoping of generations: a genealogy of alienated iden-
tifications”, en su The Telescoping of Generations (2005a), infra.
—— (1989) “T zero: waiting”, Int. Rev. Psychoanal., 16: 101-109.
—— (1993) “Listening to listening”, en su The Telescoping of Generations (2005a), infra.
—— (1995) “Misunderstanding and psychic truths”, en su The Telescoping of Generations
(2005a), infra.
—— (1998) “Après-coup”, trabajo presentado en la Conferencia sobre el Diálogo
Psicoanalítico Intracultural e Intercultural, Asociación Psicoanalítica Internacio-
nal, París, julio.
—— (2005a) The Telescoping of Generations: Listening to the Narcissistic Links bet-
ween Generations, Londres y NuevaYork: Routledge. El Telescopaje de Gene-
raciones, Amorrortu 2007.
—— (2005b) “Après-coup: psychoanalytic controversies”, Int. J. Psychoanal., 86: 1-6.
Faimberg, H. y Corel, A. (1989) “Repetition and surprise: construction and its va-
lidation”, en Faimberg, The Telescoping of Generations (2005a), infra.
Ferenczi, S. (1932-1933) “Confusion of tongues between adults and the child”, en

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Alegato en favor de la ampliación del concepto de Nachträglichkeit | 363

Final Contributions to the Problems and Methods of Psycho-Analysis, Nueva York:


Brunner-Mazel, 1955, págs. 156-167.
Freud, S. (1895) “The hysterical proton pseudos” (el caso de “Emma”) en su “Pro-
ject for a scientific psychology”, S. E., vol. 1. [Proyecto de Psicología, Buenos
Aires, Amorrortu, TI.
—— (1896) Carta 52, 6 de diciembre de 1896, en Extracts from the Fliess Papers, S. E.,
vol. 1. [Fragmentos de la correspondencia con Fliess, Buenos Aires, Amorrortu, TI].
—— (1900) The Interpretation of Dreams. S. E., vols. 4-5. [La interpretación de los
sueños, Buenos Aires, Amorrortu, T IV y V].
—— (1937) “Constructions in analysis”, S. E., vol. 23. [Construcciones en el análisis,
Buenos Aires, Amorrortu, T XXIII].
Freud, S. y Breuer, J. (1895) Studies on Hysteria, S. E., vol. 2. Estudio sobre la hysteria,
Buenos Aires, Amorrortu, TII].
Glover, E. (1931) “The therapeutic effect of inexact interpretation: a contribution
to the theory of suggestion”, Int. J. Psychoanal., 12: 397-411.
Green, A. (1998) “Le temps eclate”, trabajo presentado en la Conferencia sobre el
Diálogo Psicoanalítico Intracultural e Intercultural, Asociación Psicoanalítica
Internacional, París, julio.
—— (2000) Le Temps Eclate, París: Presses Universitaires de France.
Hoffman, E. (1989) Lost in Translation, Londres: Vintage Random House.
Kardiner, A. (1977) My Analysis with Freud: Reminiscences, Nueva York: Norton.
Lacan, J. (1953) “The function and field of speech and language in psychoanalysis”,
en su Écrits: A Selection, trad. al inglés por A. Sheridan, Londres: Tavistock, 1977.
— (1965) “La science et la vérité”, en su Écrits, París: Seuil.
Laplanche, J. (1998) “Notes sur l’après-coup”, trabajo presentado en la Conferencia
sobre el Diálogo Psicoanalítico Intracultural e Intercultural, Asociación Psico-
analítica Internacional, París, julio.
Laplanche, J. y Pontalis, J.-B. (1964) “Fantasy and the origins of sexuality”, Int. J.
Psychoanal., 49: 1-18.
—— (1967) Vocabulaire de la Psychanalyse, París: Presses Universitaires de France.
—— (1983) The Language of Psycho-Analysis, trad. al inglés por D. Nicholson Smith,
Londres: Hogarth.
—— (1985) “Post-scriptum”, en su Fantasme originaire, Fantasmes des origines, Ori-
gines du fantasme París: Hachette.
Le Guen, C. (1982) “The trauma of interpretation as history repeating itself”, Int.
J. Psychoanal., 63: 321-30.
Loewald, H. W. (1960) “On the therapeutic action of psychoanalysis”, en su Papers
on Psychoanalysis, New Haven, Londres: Yale Univ. Press, 1980.
Modell, A. (1990) Other Times, Other Realities, Cambridge: Harvard University Press.
Neyraut, M. (1978) Les Logiques de L’Inconscient, París: Hachette.
—— (1997) “Considerations retrospectives sur ‘l’après-coup’”, Revue Française de
364 | Haydée Faimberg

Psychanalyse, 61: 1247-1254.


Riviere, J. (1936) “A contribution to the analysis of the negative therapeutic reac-
tion”, Int. J. Psychoanal., 17: 304-320.
Rossi, P. L. (1998) “Gli approcci teorico-clinici francesi alla temporalita e la sua cos-
truzione nel processo psicoanalitico”, Rivista di Psicoanalisi, 44: 631-635.
Roussillon, R. (1998) “Historical reference, après-coup, and the primal scene”, tra-
bajo presentado en la Conferencia sobre el Diálogo Psicoanalítico Intracultural
e Intercultural, Asociación Psicoanalítica Internacional, París, julio.
Sodre, I. (1997) “Insight et après-coup”, Revue Française de Psychanalyse, 61: 1255-
1262.
—— (2005) “Après coup: a missing concept? Psychoanalytic controversies”. Int. J.
Psychoanal., 86: 1-6.
Strachey, J. (1934) “The nature of the therapeutic action of psycho-analysis”, Int.
J. Psychoanal., 15: 127-159.
Thoma, H. y Cheshire, N. (1991) “Freud’s concept of Nachtraglichkeit and Stra-
chey’s ‘deferred action’: trauma, constructions and the direction of causality”,
Int. Rev. Psychoanal., 3: 401-445.
Winnicott, D. W. (1967) “Mirror role of mother and family in child development”,
en su Playing and Reality, Londres: Tavistock, 1971 .
—— (1974) “Fear of breakdown”, Int. Rev. Psychoanal., 1: 103-107.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento
complejo. Hacia el futuro del psicoanálisis.
Post-facio al libro de André Green, Ilusiones y
desilusiones del trabajo psicoanalítico (París, 2010).

* Fernando Urribarri

En este nuevo libro de André Green es posible destacar tres dimensiones


principales. Una dimensión clínica que concierne a las desilusiones en el
proceso analítico, y que da lugar a un pensamiento clínico sobre el encua-
dre, sus potencialidades metaforizantes y sus puestas en jaque. Una di-
mensión metapsicológica, centrada en la cuestión de la destructividad, que
desemboca en la formulación novedosa de una “interiorización de lo ne-
gativo”. Una dimensión histórica que plantea la cuestión de la crisis del
psicoanálisis post-freudiano y que propone un nuevo paradigma contem-
poráneo: freudiano, pluralista, extendido, complejo. Desde el lugar tran-
sicional del Postfacio (a la vez interior y exterior a la obra que acompaña)
nos proponemos dar cuenta de estos tres ejes, abriéndolos a la reflexión
acerca de lo mucho que proponen al debate sobre los actuales desafíos para
el futuro del psicoanálisis.
Illusions et desillusions corona la etapa actual del recorrido intelectual de
su autor, inaugurada por lo que propongo denominar “el giro del año 2000”
(en consonancia con el “giro de los años 20” destacado en la obra de Freud
por André Green). Para dar cuenta de la riqueza de esta etapa y el lugar que
en ella ocupa este libro me propongo en primer lugar esbozar panorámica-
mente el desarrollo de la obra y el pensamiento de su autor. Luego abordaré
los dos principales ejes temáticos que este libro presenta y que caracterizan
la producción en esta etapa: la investigación de la destructividad y el des-
arrollo del pensamiento clínico contemporáneo.
En este segundo tramo, voy primero a abordar la original re-concep-
tualización de la pulsión de muerte del autor de “El trabajo de lo nega-
tivo”, de la que voy analizar ciertos escritos destacados de su última etapa.
Luego me ocuparé del pensamiento clínico en el contexto del desarrollo

* zonaerogena@yahoo.com / Argentina
366 | Fernando Urribarri

del modelo contemporáneo: un modelo terciario, que en la perspectiva


de André Green está centrado en la conceptualización del encuadre (y el
encuadre interno del analista). Por último, para esclarecer desde un punto
de vista metapsicologico el pensamiento clínico, voy a enfocarme en el
concepto de estructura encuadrante: noción clave que propongo consi-
derar como el modelo teórico implícito de la clínica “greeniana” (Urri-
barri, 2005).

1- EL ITINERARIO DE ANDRÉ GREEN: UNA VISIÓN PANORÁMICA

La cuestión de lo contemporáneo -primero como pregunta y luego como


proyecto- atraviesa, motoriza y define la obra de André Green. Desde su
temprana intervención en el coloquio de Bonneval de 1960, “El inconsciente
freudiano y el psicoanálisis francés contemporáneo” (1972) pasando por Ideas
directrices para un psicoanálisis contemporáneo (2002), y llegando hasta hoy, esta
cuestión impulsa y orienta su trabajo.
¿En que consiste la cuestión de lo contemporáneo? Dicho muy simple-
mente, en reconocer el reduccionismo teórico y los impasses prácticos cau-
santes de la crisis de los modelos post-freudianos, y en afrontar el desafío
de superarlos. Por ello el recorrido de casi medio siglo de la obra de nuestro
autor comporta la elaboración de un modelo teórico y clínico personal, a
la vez freudiano y original, que articula una renovación del método psico-
analítico, una extensión del campo clínico y una reformulación de los fun-
damentos metapsicológicos.
Veremos que esta perspectiva histórico-conceptual es clave para entender
esta obra y este nuevo libro. Y para comprender por qué desde el “giro del
año 2000” el citado modelo personal es profundizado como parte de, y
aporte para, un nuevo paradigma psicoanalítico contemporáneo.
En algunos escritos anteriores propuse diferenciar tres etapas para his-
torizar el pensamiento de André Green: lacaniana, post-lacaniana y con-
temporánea (o “con Lacan”, “después de Lacan” y “más allá de Lacan”)1.
Ahora voy a optar por un punto de vista más clásico: el que distingue tres
épocas en el itinerario de los grandes autores. La de los comienzos, la de
madurez y, por fin, la época “tardía”.

1 Para un análisis de la obra de A. Green en relación a la historia del psicoanálisis francés


(en particular con respecto a Lacan y al movimiento postlacaniano), ver F: Urribarri
(2008, 2009).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 367

1960-1970. LOS COMIENZOS:


UN PENSAMIENTO FREUDIANO PLURALISTA , UN CAMPO CLÍNICO EXTENDIDO.

Desde el comienzo de los años 60 hasta fines de los 70 vemos el nombre de


André Green surgir, destacarse y establecerse como autor con sus temas pro-
pios de interés, su perspectiva personal y su estilo. A partir de un notable
interés por los desafíos de la clínica en los límites de la analizabilidad, se de-
linea una identidad freudiana de base y un pensamiento plural que se va en-
riqueciendo con las influencias de “sus” autores post-freudianos (Lacan,
Winnicott y Bion) junto al intercambio con sus contemporáneos (especial-
mente con sus colegas del movimiento post-lacaniano como Laplanche,
Pontalis, Aulagnier, Anzieu, etc.). Emerge un estilo que sintetiza pasión clí-
nica2 y pensamiento complejo.
Inicialmente André Green se inscribe, con espíritu heterodoxo, en el re-
novador “retorno a Freud”. Desde 1960 a 1967 participa en el seminario
de Lacan y en el pequeño grupo que estudia con él la correlación de su teoría
con la clínica. Cuando el autor de los Escritos pasa de autor renovador a jefe
de un movimiento dogmatico, Green se distancia prefiriendo conservar su
identidad freudiana pluralista. Consecuentemente profundiza el diálogo con
las obras de Winnicott y de Bion (con quien cultiva una relación personal)
en las que encuentra una estimulante libertad para explorar, extender y pro-
fundizar el fundamento freudiano.
Su primer artículo decididamente original es “Narcisismo primario: ¿Es-
tado o estructura?” (1967). En este introduce la teoría del “narcisismo ne-
gativo” (complemento del narcisismo positivo formulado por Freud) y la
noción de “estructura encuadrante” constituida por los mecanismos de la
alucinación negativa de la madre y el “doble retorno” de las pulsiones. De-
signa entonces como “trabajo de la muerte” lo que llamará más tarde “trabajo
de lo negativo”. Estas ideas, enriquecidas por la lectura de la teoría bioniana
del pensamiento, desembocarán en una teoría de la “psicosis blanca” ex-
puesta en L’enfant de ça (en colaboración con J.L.Donnet, 1973). En el
mismo año publica El discurso viviente: la concepción psicoanalítica del afecto,
posiblemente el libro más representativo de esta etapa, pues estudia su tema
profundizando en Freud, revisando los aportes post-freudianos (Hartmman,
Klein, Lacan), y proponiendo conclusiones personales. Green concibe al
afecto como modo de simbolización primaria y postula “la heterogeneidad
del significante psicoanalítico”. Inscribe al afecto en una lógica de la hete-

2 “Pasión clínica” es una expresión referida a André Green que debo a J-B.Pontalís (2009,
Comunicación Personal)
368 | Fernando Urribarri

rogeneidad que caracteriza y motoriza al proceso de representación (“la fun-


ción básica del psiquismo”) por la tensión irreductible entre la fuerza y el
sentido, lo económico y lo simbólico, lo estructural y lo histórico. De este
modo se diferencia y procura ir más allá del modelo lacaniano que reduce
el Inconsciente al lenguaje y excluye el afecto de la teoría y de la clínica. En
las conclusiones finales afirma que “el psicoanálisis contemporáneo se propone
fundar teóricamente las contribuciones post-freudianas”.
Los desafíos y las singularidades de la clínica contemporánea son los
temas de “El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre analítico”,
su escrito para el congreso internacional de Londres en 1975. El estudio de
la historia de la evolución paralela de la teoría y de la técnica analíticas lo
lleva a esbozar la distinción de tres movimientos, a los que corresponden
tres modelos: hoy podemos nombrarlos freudiano, post-freudiano y con-
temporáneo. Pero es interesante señalar que en ese entonces este tercer mo-
delo (definido sucintamente por “la investigación del funcionamiento re-
presentativo dentro del encuadre analítico”) es más que nada un proyecto,
de un movimiento nuevo con el que Green se identifica.
Me parece importante subrayar que la perspectiva “contemporánea” in-
troduce y considera clave el concepto de encuadre (retomando a Winnicott
y a Bleger), al que luego articula con los de transferencia y contra-transfe-
rencia como parte de un esquema terciario del proceso analítico. El de en-
cuadre es un concepto doble, a la vez epistemológico y técnico: se lo define
como condición de posibilidad de la constitución del objeto analítico, de su
recorte teórico y de su transformación práctica. Green señala que pese al
aparente establecimiento empírico y artesanal del encuadre por Freud, lo
cierto es que “el sueño es el modelo (metapsicológico) implícito del encuadre
(1974)”. En base a esta elucidación centrada en el estudio de la producción
representativa en el encuadre, nuestro autor puede definir y abordar lo que
denomina como estados en los límites de la analizabilidad.
Luego en 1977 hace del límite mismo un concepto (definido como zona
de transformaciones: entre instancias psíquicas, entre psique y soma, entre
el sujeto y el objeto); y propone un modelo específico del funcionamiento
limítrofe centrado sobre cuatro mecanismos de base: el clivaje, la desinves-
tidura, la expulsión a través del acto y la somatización.

1980-1990: LOS DECENIOS DE LA MADUREZ


DE LA PRÁCTICA EN LOS LÍMITES A LOS FUNDAMENTOS DE LA TEORÍA .

A comienzos de los años ochenta una serie de artículos, que serán reunidos
en Narcisismo de vida, narcisismo de muerte (1983) y en De locuras privadas

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 369

(publicado primero en inglés en 1986, luego en francés en 1990 en una ver-


sión diferente y extendida con el subtitulo “Psicoanálisis de los casos limi-
tes”), desarrollan y consolidan la concepción original del funcionamiento,
y del tratamiento, de los casos limítrofes dando cuenta de una profunda
transformación del campo analítico. Las clasificaciones psicopatológicas se
subordinan a la consideración de (los límites de) la analizabilidad. Y la ana-
lizabilidad misma ya no depende tanto del diagnóstico del paciente sino de
las características y posibilidades singulares de cada par analítico, de la re-
lación entre un paciente y un analista determinados. Consecuentemente la
“locura privada” se define en la relación analítica, se expresa en los movi-
mientos de la transferencia y de la contra-transferencia, según la singula-
ridad del campo y del proceso. En el programático artículo “Pasiones y des-
tino de las pasiones” (1981), se distingue la locura de la psicosis (y también
del “núcleo psicótico” propio del modelo anglosajón) por el rol central de
las pulsiones (y las fantasías) sexuales arcaicas. Es propuesto allí un “mito
etiológico” que apunta a explicar el origen del doble conflicto limítrofe,
narcisista, del Yo con las pulsiones del Ello y las pulsiones del objeto. En
un esfuerzo de elucidación de los casos limítrofes, “El doble límite” (1982)
propone un modelo que conjuga la consideración de una tópica ampliada
(intra e intersubjetiva) y los efectos dinámicos del “objeto-trauma” (a la vez
sexual y narcisista) en el encuadre. Apoyándose en una reciente “teoría de
la triangularidad generalizada con tercero sustituible” (que atribuye la fun-
ción tercerizante al “otro del objeto”, que puede o no ser el padre, (1981)
el articulo “La madre muerta” (1983) presenta el complejo transferencial
del mismo nombre, construyendo una figura paradigmática del pensa-
miento clínico contemporáneo. Todos estos escritos le hacen ganar a Green,
incluso internacionalmente, una reputación de especialista en los casos lí-
mite y la práctica contemporánea.
La teorización del “narcisismo negativo (o de muerte)” apunta a escla-
recer conceptualmente y orientar técnicamente la clínica de lo que denomina
“la serie blanca”: “correspondiente a la alucinación negativa, al duelo blanco,
al sentimiento de vacío, entendidos como resultantes de una desinvestidura
masiva y temporal del objeto primario (expresión de la destructividad de la
pulsión de muerte ), que ha afectado la estructura del narcisismo primario
y que deja marcas en lo inconsciente bajo la forma de agujeros psíquicos”
(1983). Las descripciones kleinianas del odio y la eventual reparación del
objeto son postuladas como posteriores o secundarias respecto de este
trauma narcisista primario.
El lenguaje en psicoanálisis (1983) constituye una obra decisiva en la evo-
lución de su autor. Expone en ella una teoría específicamente psicoana-
lítica del lenguaje dentro del encuadre (“la palabra analítica desenluta el
370 | Fernando Urribarri

lenguaje”). Para ello, además, elucida el fundamento metapsicológico del


método y de la práctica analítica. Articula su teoría de la representación
(doble representancia, doble significancia, doble referencia) con una con-
cepción de la polisemia del encuadre (que reúne las polaridades del nar-
cisismo, de lo dual y de los triangular/edípico) y postula la transferencia
como “doble” (sobre la palabra y sobre el objeto). Por último esboza la
dinámica del proceso psicoanalítico según el esquema del doble retorno
de la pulsión: “El análisis consiste en el retorno sobre si mediante el rodeo
por el otro semejante”.
Los años 90 están principalmente marcados por una potente innovación
conceptual y por la sistematización de su concepción teórico-clínica general.
La innovación comporta la introducción de dos “meta-conceptos” o ejes
conceptuales. En 1990 André Green introduce la noción de terceridad, con
la que renueva su visión de la simbolización, en tanto permite articular y
profundizar una serie de nociones “terciarias” previas (desde la “teoría de
la triangulación generalizadas” hasta los procesos terciarios, pasando por
“las formaciones intermediarias”). Poco tiempo después es publicado su
libro posiblemente más original: El trabajo de lo negativo (1993). La elabo-
ración de sus dimensiones estructurante y des-estructurante va desde la es-
peculación más “abstracta” sobre las pulsiones destructivas hasta la consi-
deración más “concreta” de las situaciones límites de la clínica, pasando por
una revisión global de los mecanismos de defensa y la concepción del Yo.
Dos o tres años después, La Causalidad psíquica (1995) y La metapsicología
revisitada (1996) responden a la expectativa de numerosos lectores que de-
sean una presentación de conjunto del pensamiento teórico de André Green.
Desde nuestra óptica se pueden descubrir allí los “nuevos fundamentos me-
tapsicológicos greenianos”. Estos se componen, esquemáticamente, de cinco
ejes: 1) El par pulsión/objeto, que articula lo intrapsíquico y lo intersubjetivo;
2) La teoría generalizada de la representación, que amplía la teoría freudiana
para incluir en ella el cuerpo y el pensamiento, el Otro y la realidad; 3) La
tópica ampliada, correlativa de la extensión precedente, apoyada en la noción
de límite, que articula el doble conflicto yo-ello y yo-objeto/Otro; 4) La ter-
ceridad: eje meta-conceptual que va de la teoría de la “triangulación abierta
con tercero sustituible” hasta los procesos terciarios; 5) El trabajo de lo ne-
gativo. Estos ejes tienden a consolidar una visión del psiquismo como esen-
cialmente complejo (convergente con la perspectiva epistemológica de
E.Morin (1994)): abierto, heterogéneo, procesual y poiético.
Se puede ver el despliegue y profundización de esta nueva síntesis en dos
obras importantes: Las cadenas de Eros (1998), que culmina la etapa de ma-
durez y, muy especialmente, en El tiempo fragmentado (2000) que inaugura
y representa una nueva etapa.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 371

EL GIRO DEL AÑO 2000: HACIA UN NUEVO PARADIGMA CONTEMPORÁNEO.

El “giro del año 2000” está marcado por el reconocimiento de la crisis del
psicoanálisis y el proyecto de un nuevo paradigma. Sin desconocer sus as-
pectos externos (sociales, etc.) desde el punto de vista específico de la historia
del psicoanálisis la crisis es definida como crisis de los modelos (y los mo-
vimientos) post-freudianos a causa de su dogmatismo intelectual, su reduc-
cionismo teórico, su esquematismo técnico y sus impasses frente a los des-
afíos de la clínica actual.
André Green señala que la crisis del psicoanálisis post-freudiano es una
crisis “melancólica”: tiene la marca del duelo interminable por la muerte de
Freud. De manera sintomática, cada autor post-freudiano importante ha
querido remplazarlo como figura principal, cada movimiento militante ha
buscado revivir la situación originaria de los pioneros y del padre fundador.
La psicología del yo, la psicología del self, los movimientos kleinianos y la-
canianos han repetido el mismo proceso que consiste en instituir su propio
modelo reduccionista, en convertirlo en dogma, en generalizar una técnica
particular e idealizar un jefe de escuela.
El proyecto contemporáneo, según Green, aspira a superar esta dinámica
repetitiva. En lugar de un “discurso” o de un “sistema” greeniano, en lugar
de un nuevo ideolecto, apunta a construir una nueva matriz disciplinaria,
una articulación de ciertas preguntas y ciertas ideas directrices para orientar
un programa de investigación que reconozca y aborde los desafíos específicos
de la etapa actual. Una de las claves del movimiento contemporáneo que lo
diferencia de sus predecesores es la construcción de una posición histórica
(e historizante) de filiación pluralista con Freud. Postula como fundamento
epistemológico el distanciamiento ineludible y potencialmente fecundo con
el padre fundador y su Obra. Sostiene que toda relación con ésta está irre-
mediablemente mediada por el recorte y las opciones de cada corriente. Es
desde esta perspectiva que es ahora posible distinguir en la historia del psi-
coanálisis tres grandes etapas y movimientos a los que corresponden tres
tipos de modelos teórico-clínicos (esbozados en 1975): freudianos, post-
freudianos y contemporáneos.
En una aproximación sintética, podemos considerar que la matriz disci-
plinaria contemporánea se funda sobre cuatro ejes. El primero es una lectura
contemporánea de Freud, “crítica, histórica y problemática” (Laplanche,
1986), que vuelve a situar la metapsicología y el método freudianos como
fundamentos del psicoanálisis. El segundo propone una síntesis crítica y cre-
ativa de las principales contribuciones post-freudianas, así como una aper-
tura al diálogo pluralista con las diversas corrientes actuales. El tercero co-
rresponde a una ampliación de los límites de la analizabilidad, a una
372 | Fernando Urribarri

extensión del campo clínico que considera a las “estructuras no-neuróticas”


como los casos paradigmáticos de la práctica actual (en correlación con la
subjetividad actual) y por lo tanto del modelo teórico-clínico. El cuarto es
un modelo clínico “terciario”, que integra los modelos freudianos (centrado
en torno a la transferencia) y postfreudianos (centrado en torno a la con-
tratransferencia) a partir del concepto de encuadre analítico (a su vez apun-
talado en el “encuadre interno” del analista como matriz terciaria/terceri-
zante de simbolización). Además, en este nuevo modelo, el vocabulario
freudiano se establece como una lingua franca y un common ground.
Orientado “hacia un psicoanálisis del futuro” (2003), el giro del año
2000 comporta en el recorrido de André Green un doble trabajo, indivi-
dual y colectivo. Es preciso destacar su comprometido rol en la creación
y animación de un movimiento “colectivo” (trans-institucional y pluri-ge-
neracional) que comienza con la preparación y el lanzamiento simultáneos
de diversos proyectos: un número especial internacional de la Revue Fran-
çaise de paychanalyse, “Corrientes del psicoanálisis contemporáneo” (una
especie de Atlas o de cartografía del psicoanálisis frente a la crisis, cons-
truida colectivamente con contribuciones de todas las regiones y corrien-
tes); un histórico Coloquio Abierto del la SPP que por primera vez en la
historia reúne en el anfiteatro de la UNESCO a representantes de las dos
instituciones de la IPA (SPP, APF), del Quatrième Groupe y de la corriente
lacaniana no dogmática (SFP, EA) en torno a la cuestión del “Trabajo psi-
coanalítico” (tentativa inédita de reunificación del campo analítico plura-
lista); la creación de un grupo internacional de investigación (con colegas
de Nueva York, Londres, Buenos Aires y París) sobre el tratamiento de
las estructuras no neuróticas, que es tal vez el primer proyecto de inves-
tigación cualitativa en IPA (Green 2007). Otras intervenciones, publica-
ciones y coloquios fueron también realizados por (o con) nuestro autor.
Me permito destacar dos en los que he participado: “Los desafíos del psi-
coanálisis contemporáneo: En torno a la obra de André Green”, el con-
sagratorio Coloquio Internacional de Cerisy (Urribarri, 2005), que es el
primero en la historia de esta centenaria institución que se dedica a un psi-
coanalista vivo. Y por último la producción colectiva quizás más impor-
tante: la publicación bajo la dirección de André Green de Los nuevos caminos
de la terapia psicoanalítica (2007), un volumen de 908 páginas que incluye
contribuciones de treinta y cuatro analistas franceses y extranjeros, una
verdadera “Summa” del psicoanálisis contemporáneo.
Si la producción colectiva apunta a construir el nuevo horizonte científico
de problemas y de hipótesis que definen el campo contemporáneo esbo-
zando su nueva matriz disciplinaria y su programa general de investigación,
el trabajo individual de Green comporta una doble vertiente, complemen-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 373

taria: por un lado, de reflexión y de propuestas para esa matriz contempo-


ránea; por otro, de profundización de sus propios temas de investigación y
de su modelo personal.
Ambas vertientes pueden reconocerse en dos importantes obras pu-
blicadas en el mismo año. Ideas directrices para un psicoanálisis contempo-
ráneo (2002) es una respuesta personal a los desafíos y a las preguntas cla-
ves de la crisis del psicoanálisis. En su primera parte, esta obra se enfoca
en las problemáticas de la práctica analítica actual, y en la segunda parte
resume los principales ejes conceptuales del pensamiento de su autor en
tanto aportes (al trabajo colectivo) para responderlas. El libro procura
brindar a la vez un panorama del campo contemporáneo y una brújula
para orientarse. (Se podría hablar de las “ideas directrices para un para-
digma contemporáneo”).
El pensamiento clínico (2002) es una obra teórica de peso. Cada uno de sus
textos profundiza los grandes temas y líneas conceptuales del pensamiento
de su autor. Encontramos allí dos ejes mayores que marcan la temática de
sus principales escritos de este período. El primero corresponde a una re-
novada y renovadora reflexión acerca de la clínica, que apunta a desarrollar
un nuevo modelo clínico terciario, un modelo específicamente contempo-
ráneo (al que dedicaremos una sección especial más adelante). Este eje se
expresa mediante la introducción de la noción de “pensamiento clínico”:
“El pensamiento clínico es definido como el modo original y específico de
racionalidad surgido de la experiencia práctica. Corresponde al trabajo de
pensamiento puesto en marcha en la relación del encuentro psicoanalítico”
(2002). El segundo eje temático de esta etapa corresponde al estudio de la
destructividad: abarca desde el trabajo de lo negativo en las estructuras no
neuróticas (denominación que tiende a reemplazar la de “casos límite”) hasta
la revisión de la teoría de la pulsión de muerte.
El artículo “La posición fóbica central”(2002) conjuga magistralmente
los dos ejes mencionados al presentar un modelo de la asociación libre y
un estudio de una singular modalidad de trabajo de lo negativo anti-aso-
ciativo. El último artículo del volumen, “La crisis del entendimiento psi-
coanalítico” (escrito a modo de conclusión del mencionado número inter-
nacional de la Revista Francesa de Psicoanálisis), re-significa el conjunto
del libro inscribiéndolo claramente al interior del proyecto contemporá-
neo. Como el lector habrá podido notar, estos ejes temáticos y este hori-
zonte conceptual son aquellos que encontramos también en Ilusiones y des-
ilusiones del trabajo psicoanalítico. Nos parece oportuno, entonces, abordarlos
con mayor detalle.
374 | Fernando Urribarri

2- LA INVESTIGACIÓN GREENIANA ACTUAL: DE LA DESTRUCTIVIDAD AL MODELO


CLÍNICO TERCIARIO.

2.I- LA DESTRUCTIVIDAD Y SUS DESTINOS: REVISIÓN Y REFORMULACIÓN DE LA PULSIÓN


DE LA MUERTE

André Green señala que se ve “en la obligación de reconocer lo bien fundado


de la última teoría pulsional de Freud separándome al mismo tiempo del
conjunto teórico en el cual Freud la insertó” (2003). Consecuentemente rei-
vindica la idea freudiana de una destructividad radical pero procura refor-
mular la teoría de la pulsión de muerte.
Entre los problemas teóricos y clínicos que plantea la investigación de
la pulsión de muerte es posible precisar dos preguntas que atraviesan el tra-
bajo de André Green. Una es: ¿Cómo es que la pulsión de muerte opera en
el aparato psíquico? Y la otra es: ¿Qué deviene la teoría del narcisismo con
respecto a los conceptos de la última teoría de las pulsiones? Podríamos
decir, un poco esquemáticamente, que la primera pregunta será abordada
mediante la conceptualización del trabajo de lo negativo. Y que para res-
ponder a la segunda va a complejizar la teoría del narcisismo con la intro-
ducción del par “narcisismo de muerte/narcisismo de vida”.
En una primera y elemental aproximación general, digamos que el autor
de “El trabajo de lo negativo” (1993) concibe básicamente a la pulsión de
muerte como fuerza de des-investidura, y no como expulsión, ataque o agre-
sión que son avatares posibles pero “secundarios”. En su forma primordial
la des-investidura afecta al proceso mismo de ligadura, a su movimiento y,
luego, a sus componentes (representaciones, objetos, tramas, “vías colate-
rales”). Y en el límite puede afectar los propios basamentos organizadores
del psiquismo: es el narcisismo de muerte (en tanto des-investimiento de la
propia estructura y unidad narcisista primaria). Desarrollando esta visión
Green propone para el segundo dualismo pulsional freudiano una reformu-
lación mediante el par nocional función objetalizante y función desobjeta-
lizante. De este modo procura dar un rol central al objeto en la dinámica
misma del desencadenamiento y la operatoria de la pulsión de muerte. Se
trata de una perspectiva procesual, consubstancial al par metapsicológico
pulsión-objeto. La pulsión de muerte no puede entenderse exclusivamente
en términos pulsionales, y mucho menos si estos arrastran el reduccionismo
a un “automatismo repetitivo”, o el biologismo incoherente de una “ten-
dencia al retorno al estado inorganico” (que propone una causalidad bioló-
gica para un proceso psíquico). Tampoco es posible en términos de relación
de objeto (“envidia primaria”, “sadismo”, etc.). Para Green es mediante la
articulación de lo intrapsíquico y lo intersubjetivo que puede elucidársela.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 375

Señalemos por último que va a proponer la denominación de “pulsiónes de


destrucción”(2003), con una doble orientación, interna y externa, para re-
emplazar el problemático término freudiano.
En esta “aventura de lo negativo” (parafraseando el título de su libro
sobre Henry James) constituye un hito la sintética ponencia de 1984 “Pul-
sión de muerte, narcisismo negativo, función desobjetalizante” (incluido en
“El trabajo de lo negativo”). Conviene recordarla antes de abordar los des-
arrollos innovadores del “giro del año 2000” que toman la posta: “Propo-
nemos la hipótesis de que la meta esencial de las pulsiones de vida es el ase-
gurar una función objetalizante. Esto no significa solamente que su rol es
crear una relación con el objeto (interno y externo) sino que se revela capaz
de transformar estructuras en objetos. Dicho de otra forma […], puede hacer
advenir al rango de objeto lo que no posee ninguna de la cualidades, pro-
piedades o atributos del objeto a condición que una sola característica se
mantenga en el trabajo psíquico realizado: la investidura significativa.[...]
En el límite, es la investidura misma la que es objetalizada. […] En contraste,
la meta de la pulsión de muerte es el cumplir tan lejos como sea posible una
función desobjetalizante por la desligadura”(1996)3.
Para dar cuenta de la reflexión y reformulación de la pulsión de muerte
que marca el “giro del año 2000” vamos a reseñar brevemente ciertos escritos
destacados de esta etapa: los libros “El tiempo fragmentado” (2000), “¿Porqué
las pulsiones de destrucción o de muerte?” (2007), y el artículo, sintético y con-
clusivo, “La muerte en la vida” (2001).

EL TIEMPO FRAGMENTADO:
LA COMPULSIÓN DE REPETICIÓN Y EL ASESINATO DEL TIEMPO

En El tiempo fragmentado (2000) la elaboración de una teoría de la hetero-


cronía psíquica (el árbol del tiempo) da lugar al estudio en profundidad de la
compulsión de repetición. “La descarga de la repetición - se lee ahí – intenta
hacer el vacío en el seno del aparto psíquico. En este sentido la compulsión
de repetición es un asesinato del tiempo”. Según el autor la compulsión de re-
petición mortífera no puede reducirse a un juego pulsional del sujeto. Debe
dejar de ser vista como un automatismo. Tampoco puede confundirse con
la repetición propia del deseo inconsciente, de la pulsionalidad deseante. La
repetición mortífera es una compulsión a des-hacer. En contraste con el

3 Al leer este párrafo del Post-facio André Green me propuso insertar la siguiente indi-
cación: “El concepto esencial es el de transformación”.
376 | Fernando Urribarri

“fuera-del-tiempo” que caracteriza la repetición del deseo inconsciente, a


la compulsión mortífera corresponde un “anti-tiempo”.
En este contexto se realiza una original relectura, y una decisiva articula-
ción, de los dos grandes modelos freudianos, de la primera y la segunda tópica.
Se propone distinguir entre dos grandes modos de funcionamiento. Uno se
denomina “modelo del sueño”: corresponde a la primer tópica y al funciona-
miento neurótico, centrado en el deseo inconsciente y caracterizado por el
trabajo de las representaciones de cosa y de palabra guiadas por el principio
de placer. El otro se denomina “modelo del acto”: corresponde a la segunda
tópica y al funcionamiento no-neurótico; basado en las mociones pulsionales
del Ello y centrado en la disyuntiva entre la ligadura simbolizante o la des-
carga/evacuación directa a través del acto (agieren), que cortocircuita la re-
presentación, y abre el camino a la compulsión repetitiva. Clínicamente estos
dos modelos tienen una correlación con la posibilidad de usar, o no, el en-
cuadre como espacio potencial para la simbolización. (Lo cual remite a su vez,
como veremos luego, al funcionamiento, o no, de la estructura encuadrante).
El autor de “La diacronía en psicoanálisis” propone considerar la com-
pulsión de repetición como un estado que subvierte el dominio del principio
del placer a raíz de un fracaso que este habría sufrido en las condiciones de
su instauración, y que implican fallas del objeto primario. Desde el punto
de vista del par pulsión-objeto la compulsión de repetición más allá (¿o más
acá?) del principio de placer surge de la imposibilidad de elaborar una so-
lución aceptable, compatible, entre el funcionamiento pulsional y el fun-
cionamiento del objeto primario. No se trataría tanto de imaginarla como
expresión directa de un impulso o meta destructiva “originarios” sino como
un estado o dinámica resultante de una temprana situación traumática.
Green la sitúa después de los dos tiempos primordiales indicados por Freud
en “Más allá del principio de placer”: el momento de la ligadura originaria
(preparatoria de la instauración del principio de placer) y el momento mismo
de la instauración del principio del placer que en estos casos fracasa precoz-
mente (o colapsa más tarde).
Este estado no sería generador ni de una regresión, ni de una fijación, ni
de una defensa, sino de una subversión de la lógica del psiquismo, una sub-
versión de las metas fundamentales de la relación entre el yo originario (nar-
cisista) del niño, apenas diferenciado de sus pulsiones, y el objeto primario.
Subversión que en la clínica podemos reconocer en la lógica paradojal y
auto-destructiva predominante en el funcionamiento limítrofe. Paradojas
que involucran directamente a un Yo (tercer polo fundamental, entre la pul-
sión y el objeto, de este modelo complejo): “la compulsión de repetición
triunfa cuando el Yo es incapaz de tolerar una decepción de la realidad (del
objeto externo) o una intensificación temporal de la investidura pulsional”.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 377

Para Green hay que comprender la compulsión de repetición bajo el doble


ángulo de una imposibilidad de renunciar a la satisfacción inmediata y de una
tentativa de expulsión (de la frustración/dolor) afuera del espacio psíquico. La
repetición mortífera apunta a una suerte de descarga negativa (opuesta a la
acción específica tanto como a la satisfacción fantaseada/alucinatoria) en la
modalidad del agieren: un actuar que busca extinguir la presión pulsional, el
afecto doloroso, la impotencia pasivizante que acerca/anticipa al desamparo.
El sujeto renuncia a conservar la huella de la experiencia psíquica que podría
brindar un objeto al pensamiento, una salida por la vía de la representación
y la objetalización. La huella del trauma ha dejado una herida que cualquier
investidura que la integre al proceso representativo amenaza con re-abrir.
Función y proceso de representación son atacados. Incluso las huellas mné-
micas mismas pueden ser atacadas, volviéndolas inaccesibles al trabajo psí-
quico, instaurando una suerte de “memoria amnésica”. (Esto explica la antigua
afirmación de Green de que en las estructuras no neuróticas hay un trastorno
funcional de la representación de cosa, inhabilitada a cumplir su función nodal
de puente entre la pulsión y el lenguaje).
Por eso más que de una compulsión a repetir Green sostiene que se trata
de una compulsión a des-hacer, a desligar. En la que predomina “el modelo
del acto”: el agieren cortocircuita el pensar, desteje la trama simbolizante, blo-
quea la puesta en sentido y aplasta el espacio de la representación. Se dibuja
la imagen de un funcionamiento en circuito cerrado, que gira en el vacío que
ella misma crea. Esta cerrazón de la repetición delata su naturaleza solipsista
y la liga a ciertas formas extremas del narcisismo (negativo). Así, Green retoma
su tesis de El trabajo de lo negativo referida a los fracasos del análisis, donde
postula el rol del narcisismo mortífero, combinado con, y camuflado detrás,
del masoquismo (originario) de la reacción terapéutica negativa.
Para encontrar una salida Green sostiene que el problema mayor es el
del paso desde una ligadura intrapsíquica (anudada narcisistamente y con-
solidada por repeticiones sucesivas) hacia otra nueva ligadura, inter-sub-
jetiva, objetalizante: esta implica romper el círculo del eterno retorno,
pero hace correr el riesgo de renovar el trauma que estuvo en el origen
de la formación repetitiva. Dicha apertura a una nueva (quizás inédita) li-
gadura intersubjetiva, sólo el analista sería susceptible de ofrecerla pro-
poniéndose al analizante como objeto que está abierto y acoge lo aleatorio,
lo imprevisible, de la experiencia, incluyendo el riesgo de fracasar. En pa-
labras de Green: “Todo el secreto del trabajo del analista consiste en dejarse
destruir sin resistir – tanto como eso sea posible y sin dejar de pensar/in-
terpretar – para que la operación destructiva sea útil”. Es decir para que
la energía mortífera, desobjetalizante (narcisismo negativo) se ligue y se
entrame con un poco de libido sádica dirigida al objeto. “Es entonces por
378 | Fernando Urribarri

un desplazamiento o transferencia de la ligadura primitivamente intrap-


síquica – que se descarga cuasi automáticamente a fin de que nada se con-
serve – que se procura la creación de una ligadura inter-subjetiva, mediante
la cual la relación (transferencial) puede objetalizarse. Es entonces cuando
el juego de la representación se recupera, se extiende, se enriquece, se di-
versifica – se vuelve vivo, en suma.”

“¿POR QUÉ LAS PUSIONES DE DESTRUCCIÓN O DE MUERTE?”:


RE-INTRODUCCIÓN DEL NARCISISMO

El libro “¿Por qué las pulsiones de muerte o de destrucción?” publicado en 2007


cubre el vasto campo de su tema: revisa los trabajos de Freud de 1919 a 1938,
los estudios post-freudianos, las descripciones de las estructuras clínicas no neu-
róticas y su rol en el “malestar cultural”. Ilusiones y desilusiones puede en parte
ser leído como la continuación que prolonga y completa este libro con el cual
constituye un díptico contemporáneo sobre la destructividad y sus destinos.
El núcleo más original de esta publicación emerge de la relectura de Más
allá del principio del placer (Freud, 1919). Ésta propone “descubrir” en Freud
una nueva comprensión acerca de las relaciones entre pulsiones de vida y
de muerte que destaca el rol del narcisismo (positivo). Green se concentra
en el primer capítulo donde Freud “se apresta a formular una nueva dialéc-
tica que opone las fuerzas de muerte (o destrucción) con la libido (narcisista
primero, luego objetal). Queremos detallar los pensamientos subyacentes
a este desarrollo porque según nuestro conocimiento él [Freud] no lo llegó
a hacer.”(2007)
He aquí el pasaje freudiano en el cual se inspira el pensamiento de
Green: “Partimos de la gran oposición entre pulsiones de vida y pulsiones
de muerte. El amor de objeto nos muestra una segunda polaridad de este
tipo, la del amor (ternura) y del odio (agresión) ¿No hay lugar aquí para
formular la hipótesis de que el sadismo es, propiamente hablando, pulsión
de muerte que ha sido rechazada del yo por la libido narcisista, de tal ma-
nera que esta [destructividad] no aparece sino al nivel de [la relación sádica
con] el objeto?” (Freud, 1920). Nuestro autor subraya que Freud señala
el origen pulsional destructivo del sadismo dirigido al objeto, y propone
que primero esta destructividad habría amenazado con aniquilar al sujeto.
Consecuentemente introduce la idea de una resistencia a la destructividad
gracias a la fuerza de la libido narcisista. Nuestro autor concluye que el
“poder narcisista” se esfuerza por hacer triunfar la vida, se aboca en sus
fases iniciales a impedir que el sujeto caiga presa de la destructividad, que
le impediría toda organización y estructuración psíquica.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 379

Según Green la hipótesis explícita propuesta por Freud en este trabajo,


que postula una ligadura originaria, precursora y condición de la instaura-
ción del placer como principio, se revela sostenida por la idea subyacente
de que es el narcisismo primario el agente necesario de este proceso.
“Recordemos –escribe Green – que el yo no puede construirse sino sobre
un fundamento de placer purificado. Este placer que debe existir bajo una
forma “pura” para que el Yo se constituya se opone a la destructividad. En
contraste lo que no es expulsado “purificadoramente” del Yo y ligado bajo
forma de sadismo o agresión constituirá un residuo mortífero (masoquismo
originario, narcisismo negativo) que, durante la vida, estará al servicio de
las tendencias autodestructivas del individuo.”
A los ojos de Green, el rol que Freud le hace jugar al narcisismo es tan
crucial como inusual: es el primer andamiaje psíquico, que resiste los asaltos
de la pulsión de muerte. El narcisismo es a la vez el agente y el resultado
del primer triunfo de las pulsiones de vida en su lucha contra la pulsión de
muerte. Cito el texto greeniano: “El narcisismo echa la muerte, le impide
aniquilar la vida. El narcisismo busca consolidarse en tanto primera forma
de investidura del Yo que querría asegurar la victoria de Eros. Al final de
esta batalla, la libido sexual objetal estará en condiciones de desarrollarse
según las conocidas fases de su evolución. El amor de objeto deviene la meta
más fundamental [del aparato psíquico].” Luego Green concluye con ad-
miración y entusiasmo: “Freud, en dos frases, dice todo esto.”
¿En qué deviene entonces la teoría del narcisismo en relación a los con-
ceptos de pulsión de vida y de pulsión de muerte que le suceden? Contra la
doxa que considera esta teoría superada, Green demuestra que “el narcisismo
es una piedra angular en la teorización de la pulsión de muerte”. Así pro-
fundiza la articulación del narcisismo y la pulsión de destrucción como un
eje teórico para orientar la investigación contemporánea de las estructuras
no neuróticas y los fracasos de la cura.

“LA MUERTE EN LA VIDA”:


LAS PULSIONES DE DESTRUCCIÓN CON ORIENTACIÓN INTERNA Y EXTERNA

La fuerza de este artículo (2003) proviene de un trabajo de síntesis que des-


emboca en una rigurosa puntuación sobre la pulsión de muerte. El artículo
comienza con un balance que permite revisar los aportes personales del autor
sobre este tema, así como sus posiciones con respecto a Freud. Los puntos
de encuentro son numerosos: el reconocimiento de la validez de la última
teoría de las pulsiones; la articulación de las nociones de intrincación y des-
intrincación pulsional; la validez de las referencias al masoquismo, al sen-
380 | Fernando Urribarri

timiento inconsciente de culpa y a la reacción terapéutica negativa para dar


cuenta de la repetición más allá del principio de placer.
Entre las divergencias, podemos citar: la sugerencia de una rectificación
terminológica que propone remplazar la expresión “pulsión de muerte” por
la de “pulsiones de destrucción” (con una doble orientación, interna y ex-
terna); el rechazo de la pulsión de muerte como tendencia teleológica a la
descarga completa de las tensiones apuntando al retorno al estado inorgá-
nico; una duda sobre el carácter primero de la orientación interna (maso-
quismo originario), “porque en este punto el análisis de lo interno aparece
como el resultado de un movimiento hacia el exterior no terminado e in-
virtiéndose sobre sí mismo”; un cuestionamiento a propósito del carácter
regresivo espontáneo de la pulsión en los campos independientes del prin-
cipio del placer.
Después de este balance, Green desarrolla una serie de reflexiones que
sintetizaremos. Para él, la pulsión de muerte:
- No existe en un estado de actividad permanente, sino que se instala a
continuación de una serie de frustraciones, vividas en silencio o en una rui-
dosa agitación.
- No tiene, con respecto a las pulsiones de vida, ni una supremacía, ni
una subordinación, ni una irreversibilidad.
-Depende en gran medida de la relación con el objeto. Pues si una de las
funciones del objeto es contribuir a la intrincación de las pulsiones, los fra-
casos del lado del objeto pueden provocar reacciones de desintrincación que
favorecen la expresión de las pulsiones de destrucción.
-En el análisis, la pulsión de muerte puede ver sus efectos modificados
favorable o desfavorablemente. Es de todos modos ilegítimo poner en la
cuenta de la pulsión de muerte todos los fracasos del análisis.
“Estos puntos – concluye Green – deberían permitir que me desmarque
suficientemente de la especulación freudiana, sin por ello renunciar a poner
el acento sobre una destructividad fundamental que entra en conflicto con
las pulsiones de vida”

2.II- EL PENSAMIENTO CLÍNICO CONTEMPORÁNEO:

Puede decirse que, en el movimiento contemporáneo, a la investigación de


la destructividad le “responde” dialécticamente la introducción de pensa-
miento clínico –que conlleva una extensión y renovación del trabajo psíquico
del analista y de su creatividad en la práctica.
El modelo clínico contemporáneo, como lo hemos señalado, apunta a
integrar los aportes, y a superar los límites e impasses, de los modelos freu-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 381

diano y post-freudiano4. Esquemáticamente puede señalarse que en el mo-


delo freudiano la teoría se centra en el conflicto intra-psíquico (entre deseo
y defensa); las psiconeurosis de transferencia constituyen el cuadro clínico
paradigmático, de referencia, que ilustra y confirma el modelo; la práctica
apunta al análisis de las resistencias y la cura pasa por la disolución de la neu-
rosis de transferencia.
Por su parte, los modelos post-freudianos desplazan el foco de la teoría
sobre el objeto (en unas regiones como relación de objeto, en otras como lazo
estructural con el Otro/otro) desarrollando una perspectiva predominante-
mente inter-subjetiva o relacional; correlativamente la técnica se modifica
acentuando el rol central del analista (del objeto del la transferencia): en la co-
rriente anglosajona se prioriza la contra-transferencia y en la lacaniana se des-
taca el deseo del analista; en la clínica el funcionamiento psicotico (y secun-
dariamente el de los niños) es tomado como referencia central, paradigmática.
El modelo contemporáneo propone una nueva síntesis o matriz discipli-
naria. La teoría concibe al sujeto psíquico como proceso heterogéneo de re-
presentación que simboliza las relaciones en y entre lo intrapsiquico (cen-
trado en la pulsión) y lo inter-subjetivo (centrado en el objeto). En la clínica
los casos límites devienen los nuevos cuadros paradigmáticos, lo cual pro-
mueve la exploración/extensión de los límites de la analizabilidad y de las
posibles variaciones del método. La introducción del concepto de encuadre
inaugura un esquema triádico (encuadre/transferencia/contratransferencia)
del proceso analítico.
Dificilmente pueda exagerarse la importancia de la innovación que consti-
tuye y promueve la introducción del concepto de encuadre (Winnicott, Bleger,
W.y M.Baranger, J.L.Donnet, J.Laplanche, A.Green, R.Rousillon). El encua-
dre se distingue de la mera situación material y se concibe como una función
constituyente del encuentro y del proceso analítico. De naturaleza transicional
(entre la realidad social y la realidad psíquica) el encuadre es institución y puesta
en escena del método analítico, de su núcleo dialógico y de su matriz simbo-
lizante. El encuadre instituye el espacio analítico, que es un tercer espacio que
hace posible el encuentro y la separación (la discriminación) entre el espacio
psíquico del paciente y el del analista. Contención y distancia: el encuadre de-
limita el espacio potencial que hace posible la comunicación analítica. Su es-
tatuto es a la vez clínico y epistemológico: el encuadre es condición de la cons-
titución del objeto analítico (Green), objeto tercero, distinto del paciente y del
analista, producido por la comunicación de cada pareja analítica singular.

4 Para un desarrollo detallado de estos tres modelos clínicos remito a mi contribución al


libro del grupo de investigación de IPA acerca de las estructuras no-neuróticas creado
por André Green (Urribarri, 2007).
382 | Fernando Urribarri

Desde el año 2000 el autor de “El pensamiento clínico” produjo, como


nunca antes, numerosos trabajos de conceptualización de los fundamentos de
la técnica y de la clínica: acerca de la contratransferencia, el proceso, la inter-
pretación, y muy especialmente, del encuadre. Estas teorizaciónes están ligadas
a posiciones polémicas, que apuntan principalmente a sostener el carácter psi-
coanalítico de la práctica con variaciones del encuadre -como la “psicoterapia
analítica”, o el trabajo “cara a cara”. Green propone distinguir en el encuadre
entre una fracción variable y una fracción constante. La fracción constante
corresponde a la “matriz activa”, de naturaleza dialógica, constituida por la
asociación libre del paciente acoplada con la escucha flotante y la neutralidad
benévola del analista. Matriz dialógica que forma el núcleo de la acción ana-
lítica con independencia relativa de las formas de trabajo. La fracción variable
constituye una suerte de “estuche protector” de la matriz activa, y corresponde
a las disposiciones materiales, secundarias, tales como la frecuencia, la posición
del paciente, y los diversos aspectos del contrato analítico.
El encuadre, sostiene Green, deviene una herramienta diagnóstica. La
posibilidad de usar o no el encuadre como espacio analítico potencial en el
que seguir la regla fundamental, permite evaluar las posibilidades y dificul-
tades del funcionamiento representativo. Con pacientes no-neuróticos, en-
tonces, se fundamentan las modificaciones del encuadre (menor frecuencia
de sesiones, posición cara a cara, etc.) para establecer las mejores condiciones
posibles para el funcionamiento representativo. Pero estas variaciones de-
bidas a la imposibilidad o inadecuación de aplicar el encuadre psicoanalítico
tradicional conservan una referencia en el trabajo psíquico del analista, a lo
que más se acerca al modelo de la cura: el encuadre interiorizado por el ana-
lista en su propio análisis, disponible como encuadre virtual antes que como
protocolo concreto. La diversidad de la práctica, con sus encuadres variables,
encuentra su unidad (a la vez su fundamento y su condición de posibilidad)
en el “encuadre interno del analista” (2000) como garante del método.
En contraste con la idea de que las psicoterapias psicoanalíticas son va-
riantes más simples y superficiales de trabajo analítico, estas son reconocidas
en su complejidad y su dificultad. Del lado del analista se pone de relieve la
necesidad de un trabajo psíquico especial para hacer representable, pensable,
analizable el conflicto psíquico situado en los límites de la analizabilidad.
Por ejemplo: la escucha debe combinar la lógica deductiva (del modelo freu-
diano) con una lógica inductiva. En la formulación de la interpretación se
explicita su carácter conjetural, utilizando el modo condicional o interro-
gativo, para permitir que el paciente tenga un “margen de juego”, pueda to-
marla o rechazarla. Frente al mutismo (de cuño lacaniano) y la traducción
simultánea (de inspiración kleiniana), la matriz dialógica del método vuelve
a ser valorizada y profundizada. La noción de diálogo analítico cobra un re-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 383

lieve conceptual, y no sólo descriptivo. En ambos casos – psicoanálisis o psi-


coterapia – puede decirse que el objetivo es similar: la constitución o des-
pliegue de un encuadre interno (o interiorización del encuadre), mediante
el cual el núcleo dialógico (inter-subjetivo) del análisis devenga una matriz
intrapsíquica reflexiva (Urribarri, 2005).
He propuesto considerar que el psicoanálisis contemporáneo piensa el
trabajo psíquico del analista como un eje conceptual terciario, que incluye
la atención flotante y la contratransferencia como dimensiones complemen-
tarias (Urribarri, 2007). En este contexto surge la noción de “encuadre in-
terno del analista” concebido como matriz representativa pre-consciente. El
trabajo psíquico del analista articula una serie de dimensiones y operaciones
heterogéneas (escucha, figurabilidad, imaginación, elaboración de la contra-
transferencia, memoria preconciente del proceso, historización, interpreta-
ción, construcción, etc.). Su funcionamiento óptimo es el de los “procesos
terciarios” sobre los cuales se fundan la comprensión y la creatividad del ana-
lista. En este contexto la contra-transferencia es redefinida: en lugar de la
noción post-freudiana “totalizadora” (que subordina la totalidad del funcio-
namiento del analista) aparece el concepto de contra-transferencia integrada
o encuadrada. De “concepto-marco” pasa a ser un concepto “enmarcado”
en esta concepción más amplia y compleja del trabajo psíquico del analista.
La introducción del concepto de encuadre inaugura un esquema triádico
(encuadre –transferencia- contra-transferencia) del proceso analítico: si la
transferencia y la contra-transferencia son el motor, el encuadre constituye
su fundamento. En esta perspectiva el encuadre es polisémico, conjugando
diversas lógicas a las que la escucha debe estar abierta: de la unidad (del nar-
cisismo), del par (madre-bebe), de lo transicional (de la ilusión y lo poten-
cial), de lo triangular (de la estructura edípica). Concordando con esta po-
lisemia del encuadre la posición del analista es también múltiple y variable:
no puede ser ni predeterminada ni fija; ni como padre edípico ni como madre
continente, etc. El analista debe jugar, tanto en el sentido teatral y musical
como lúdico, en función de los escenarios desplegados en la singularidad
del campo analítico. Puesto que el inconsciente “habla en diferentes dialec-
tos” el analista debe ser “políglota”.
Para concluir esta breve reseña podemos recapitular ciertas ideas que de-
finen al modelo clínico contemporáneo como terciario: El objeto analítico,
objeto tercero formado por la relación analítica. El encuadre, elemento tercero,
de estatuto transicional. El trípode del proceso analítico: transferencia / con-
tra-transferencia / encuadre. El encuadre interno del analista, garante de la
terceridad, cuando el campo analítico tiende hacia una dinámica dual, bidi-
mensional. El trabajo psíquico del analista, eje conceptual terciario que incluye
la atención flotante (perspectiva intrapsíquica, análisis de contenido) y la con-
384 | Fernando Urribarri

tratransferencia (perspectiva intersubjetiva, análisis de la relación y del conti-


nente) subordinándolas a una más amplia y compleja gama de operaciones en
la que se destaca la imaginación (la creatividad) psicoanalítica. Los procesos
terciarios, núcleo del trabajo psíquico del analista, de su pensamiento clínico.

2-III- LA ESTRUCTURA ENCUADRANTE: EL MODELO TEÓRICO IMPLÍCITO DE LA CLÍNICA


GREENIANA

Para André Green la representación es la función básica del psiquismo, y en


consecuencia deviene la “representación-meta” del psicoanálisis. Al consignar
los nuevos fundamentos metapsicológicos mencionamos la “teoría generali-
zada de la representación”. Agregaremos ahora que esta teoría posee dos ejes
conceptuales complementarios: uno corresponde a la extensión de los tipos
de representación (abarcando desde el representante psíquico de la pulsión
hasta el lenguaje) y la diversificación de los procesos que ponen en juego (pro-
cesos originarios, semióticos, terciarios, etc.). Esta acentuación de la hetero-
geneidad, de lo procesual y lo poietico tiene su complemento en la teoría de
la terceridad que postula la puesta en relación y la mediación como función
psíquica de base. Estas ideas convergen en una “lógica de la heterogeneidad”
(1998), núcleo dinámico en el que se apuntala el pensamiento clínico.
El otro eje corresponde a las condiciones de instauración y funcionamiento
(a la vez intra-psíquicas e inter-subjetivas) del proceso representativo: está cen-
trado en la noción de “estructura encuadrante”. Vamos a ocuparnos de este
concepto, al que propongo considerar como el modelo teórico implícito de la
clínica en André Green -en el mismo sentido en el que éste sostiene que el
sueño es el modelo teórico implícito del encuadre para Freud (Urribarri, 2005)
De este modo retomo por mi cuenta la indicación capital que se puede
leer, justamente, en las “Aperturas para la futura investigación” con las que
concluye El trabajo de lo negativo: “La estructura encuadrante no es percep-
tible en tanto tal, sino a través de las producciones a las cuales da lugar en
el encuadre (clínico)”. Y luego agrega: “¿Cómo no decir que es aquí donde
encontramos la justificación profunda del encuadre analítico, tanto de su
necesidad como de su función de revelador del encuadre interno que preside
los destinos de las esferas perceptivas y representativas?”.

LA CONSTITUCIÓN DE LA ESTRUCTURA ENCUADRANTE

Desde 1967 André Green elucida y desarrolla la concepción freudiana del


narcisismo primario, considerándolo como una estructura fundamental del

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 385

aparato psíquico (y no solamente como un estado o como una fase en el des-


arrollo libidinal). En esta perspectiva, el narcisismo primario permite la se-
paración primaria, constituyendo la estructura encuadrante del psiquismo
como una matriz de sentido que anuda una doble dimensión pulsional e
identificatoria.
La estructura encuadrante es concebida como el resultado de la interiori-
zación del sostén materno primario, gracias a los mecanismos del doble re-
torno de las pulsiones y de la alucinación negativa de la madre. Encuadre ma-
terno carnal, corporal, constituido en el cuerpo a cuerpo de la relación. “La
pérdida del pecho, contemporánea de la aprehensión de la madre como objeto
total, que implica que el proceso de separación entre el niño y ella se haya
efectuado, da lugar a la creación de una mediación necesaria para atenuar los
efectos de su ausencia y permitir su integración en el aparato psíquico […].
Esta mediación es la constitución, al interior del yo, del encuadre materno
como estructura encuadrante” (1967). Recordemos un aforismo greeniano:
la psique es la relación entre dos cuerpos de los cuales uno está ausente.
“La madre, dice André Green, es tomada en el encuadre vacío de la alu-
cinación negativa y deviene estructura encuadrante para el sujeto mismo
(1967)”. La alucinación negativa crea un espacio potencial, blanco, para
la representación y la investidura de nuevos objetos. Esta estructuración
es también el resultado del mecanismo de defensa, anterior a la represión
primaria, del doble retorno de la pulsión (vuelta sobre la persona propia
y transformación en lo contrario) que redirige hacia sí el circuito de la in-
vestidura fusional del objeto transformándolo en organización narcisista
primaria. Apuntemos otro aforismo: el sujeto es lo que queda cuando se
ha retirado el objeto.
A la vez que produce la separación primaria, del adentro y del afuera, del
sujeto y del objeto, este proceso delimita (esboza) dos sub-espacios internos,
que están separados pero conectados (por lo que Green los compara con
una cinta de Moebius). Esta delimitación interna corresponde a la diferen-
ciación entre los investimientos pulsionales (eróticos y destructivos) y los
investimientos narcisistas (ideales), sublimatorios y yoicos de meta inhibida.
En otros términos: una discriminación narcisista primaria entre polo pul-
sional y polo identificatorio.
Es importante subrayar la idea greeniana según la cual la constitución
del límite interno-externo se ve redoblada por la primer separación interno-
interno -en la que podrá apoyarse la represión primaria, y a la va a consolidar
mediante un clivaje estructural. (Justamente puede decirse que en los casos
límite el fracaso relativo de esta estructuración diferenciada del psiquismo
determina las fallas en la organización narcisista y los conflictos limítrofes
expresados por la doble angustia de intrusión y de abandono).
386 | Fernando Urribarri

Green revisa y propone completar la secuencia propuesta por Freud en


“La negación” (1924). La constitución narcisista de la estructura encua-
drante del yo es considerada como una etapa intermedia necesaria en la evo-
lución desde el “Yo de placer purificado” hacia el “Yo de realidad definitivo”.
“No se trata todavía de un yo-realidad definitivo sino de un yo capaz de
formar representaciones de cierta duración y de jugar con esas representa-
ciones” (1982). Podríamos denominarlo un “Yo-representancia”. Este ori-
gen evolutivo intermedio va a instituirse como organización intrapsíquica
de un espacio intermediario: la estructura encuadrante puede ser definida
como un espacio transicional intrapsíquico. Es la primer formación inter-
mediaria entre la pulsión y el objeto.
“La estructura encuadrante funciona como una interfaz entre lo intrap-
síquico y lo intersujetivo. Es justamente la articulación de estas dos dimen-
siones la que constituye el hilo del continente” (2001, comunicación per-
sonal). En tanto núcleo de la subjetividad, la organización narcisista primaria
construye una intersección y mediación entre el sujeto y el objeto, dando
lugar según Green a la creación de objetos narcisistas, transicionales y trans-
narcisistas, que superan la oposición entre lo narcisista y lo objetal (como
el objeto analítico). Profundizando en esta línea propone la idea de que la
estructura encuadrante es la sede o plataforma de la función objetalizante.
La perspectiva greeniana postula la emergencia del sujeto psíquico como
resultado de la creación de una organización narcisista primaria que articula
lo pulsional y lo identificatorio. Apuntalada sobre el narcisismo materno,
esta organización crea (y es creada por) una estructura encuadrante que es
al mismo tiempo plataforma de investidura y espacio de representación.
Fuente del “Yo-sujeto” (1983) o del “linaje subjetal” (2002), la organización
narcisista es la matriz de la auto-organización psíquica y funciona como una
interfaz, un espacio tercero, intermediario, con una autonomía relativa entre
el par pulsión-objeto. Ella instituye así la estructura terciaria del psiquismo
según las triadas pulsión-yo-objeto, pulsión-representación-objeto y sujeto-
objeto-Otro del objeto.
“Creo que podemos considerar que en el interior de los límites de la es-
tructura encuadrante, aquello que la estructura encuadra, encierra, limita,
es un espejo. Este sería el primer estadio posterior al blanco (...). Si hablo
metaforicamente de espejo no es en relación a la imagen sino porque la es-
tructura encuandrante constituye la matriz de la auto-referencia y la refle-
xividad. La reflexividad es parte de todo proceso no-evacuativo, no-desim-
bolizante. De hecho pienso que la estructura encuadrante es fuente de una
doble auto-reflexibidad. Una reflexibidad global (de uno consigo mismo) y
una reflexibidad interna local, de las diferentes instancias y componentes
encuadrados entre sí” (Green & Urribarri, 2001).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 387

Estas indicaciones acerca de la estructura encuadrante como matriz de


simbolización primaria resultan más claras si precisamos ciertas correlacio-
nes, aunque sea esquemáticamente. La reflexividad global corresponde a la
“función de auto-observación del afecto” (1973), que a nivel de la organi-
zación narcisista primaria puede referirse a lo que Green denomina “afecto
de existencia”. (O, en contraste, al sentimiento de vacío que provocan las
fallas de esta). En cuanto a la reflexividad local puede entenderse como una
fuente del pensamiento, definido como “representación de la relación entre
representaciones”. (A su vez ambos tipos de “reflexividad” corresponden a
las formas matriciales de los procesos terciarios).
Por último digamos que estas ideas abstractas revelan fácilmente su valor
clínico si pensamos que la asociación libre requiere del desdoblamiento re-
flexivo: el analizante debe verbalizar sus asociaciones y simultáneamente
debe escucharse y debe poder asociar acerca de sus propias asociaciones.
Este segundo aspecto implica una receptiva reflexiva, un reconocimiento
(como subjetivo) de lo que le viene a la mente. Es justamente en este nivel
en el que constatamos una grave interferencia en las estructuras no-neuró-
ticas, en las que los procesos terciarios son atacados por la escisión.
Resumamos las principales características y funciones de la estructura
encuadrante: 1) Es la matriz organizadora del narcisismo primario, estruc-
tura de base del psiquismo, que permite (y sostiene) la separación con res-
pecto al objeto; 2) Establece el continente psíquico mediante un doble límite
Yo-pulsión y Yo-objeto, y funciona como interfaz entre lo intrapsíquico y
lo intersubjetivo; 3) Es la primera formación intermediaria entre las pulsio-
nes y los objetos, constituye un espacio transicional interno, crea el espacio
potencial de la representación; 4) Es asiento de la función objetalizante y
de los procesos terciarios; 5) Es la matriz de la auto-organización psíquica
en la cual auto-investidura y auto-representación convergen en un principio
de unidad-identidad primaria que establece un polo identificatorio, condi-
ción de la subjetivación de la pulsión (polo de auto-referencia que podrá dar
lugar a la reflexividad y el reconocimiento).

LA ESTRUCTURA ENCUADRANTE COMO MODELO:


EL ENCUADRE , EL PENSAMIENTO CLÍNICO Y EL ENCUADRE INTERNO DEL ANALISTA .

1- La representación y lo irrepresentable. Green propone completar el


modelo freudiano, centrado en la satisfacción alucinatoria de deseo, aco-
plándola a la alucinación negativa. Ésta es el reverso invisible, la condición
y el complemento de la representación inconsciente. La estructura encua-
drante como núcleo de la organización narcisista constituye una matriz que
388 | Fernando Urribarri

reúne el trabajo de lo negativo y la emergencia representativa (la desinves-


tidura de la percepción que crea el espacio en blanco, como una pantalla,
en el que el film de la fantasía podrá proyectarse). La representación como
investidura (de la huella mnémica) es precedida (y posibiltada) por la des-
ligadura, según un modo complementario a aquel del símbolo, y la ausencia
(del objeto simbolizado).
Se representa lo que está ausente. Definida como la representación de
la ausencia de representación, la alucinación negativa de la madre es, en este
contexto, constitutiva de la categoría intrapsíquica de la ausencia, condición
de posibilidad y soporte de la representación. La ausencia es una dimensión
intermedia entre la presencia y la pérdida. Posibilita la articulación de las
dimensiones intrapsíquica e intersubjetiva. La ausencia es concebida como
el origen y el indicio de la terceridad: la ausencia del objeto es la fuente del
otro del objeto, referencia germinal al tercero, al “padre”.
Esta teorización propone lo irrepresentable ya no solamente como un lí-
mite a la ligadura representativa o figurativa, como es el caso del representante
psíquico de la pulsión, sino como una alteridad radical de la representación:
su otro complementario o antagonista. Ahora lo irrepresentable corresponde
al “blanco” de la alucinación negativa como expresión de la desinvestidura:
expresión – ligada o desligada – de la pulsión de muerte, es decir, de un trabajo
de lo negativo cuyo espectro incluye tanto la descorporización y la abstracción
normales como el clivaje y la desinvestidura patológica.
Esta conceptualización de la desligadura introduce un modelo general
del funcionamiento psíquico (y de la simbolización en particular) según la
tríada: ligadura-desligadura-religadura. Desde esta perspectiva la comuni-
cación analítica puede reevaluarse, considerando la complementariedad en
la técnica analítica del silencio y el discurso. En este sentido puede funda-
mentarse la critica, por un lado, del mutismo (y la “regla de silencio” de cier-
tos lacanianos) por cuanto desconoce su efecto de desligadura mortífera en
las estructuras no-neuróticas. Y por otro de las intervenciones tipo “traduc-
ción simultanea” que ignoran la dimensión elaborativa del silencio. Encon-
tramos aquí el fundamento teórico de la revalorización de la dimensión dia-
lógica del trabajo analítico.

2- La estructura encuadrante y el encuadre. André Green ha demostrado


que el sueño constituye, en Freud, el modelo implícito para la creación del
encuadre analítico. A su vez nuestro autor propone la estructura encuadrante
como fundamento (del modelo) del sueño. Es decir que la estructura encua-
drante es la condición del (espacio y del trabajo del) sueño, que a su vez es el
modelo del encuadre analítico (y de sus posibles variaciones). De este modo
pone en juego una serie de pares conceptúales complementarios cuya articu-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 389

lación (y homología) fundan el modelo del encuadre. A saber, muy esquemá-


ticamente: representación/ausencia, realización alucinatoria/alucinación ne-
gativa, sueño/pantalla blanca del sueño, asociación libre/encuadre analítico.
A la vez debemos recordar la tesis según la cual el proceso analítico se define
como “retorno sobre la persona propia mediante el pasaje por el otro seme-
jante”: ahora podemos reconocer fácilmente en esta referencia (al “doble re-
torno” de la constitución del narcisismo primario) el rol de la estructura en-
cuadrante como fundamento (o modelo teórico implícito) de la clínica.
Esta perspectiva permite echar luz sobre el díptico de los dos modelos, del
sueño y del acto que Green (2000) propuso para dar cuenta de las diferencias
entre las perspectivas teórico-clínicas derivadas de la primera y de la segunda
tópicas freudianas (a las que correlaciona a su vez con las diferencias entre
el análisis de estructuras neuróticas y no-neuróticas). Veremos que estos
modelos se enriquecen al referirlos al funcionamiento o al dis-funciona-
miento de la estructura encuadrante. Lo cual, además, permite esclarecer
el rol del encuadre en la situación analítica clásica, y sus impasses (y varia-
ciones) en las situaciones en los límites de la analizabilidad.
En el modelo del sueño (realización y enmascaramiento del deseo incons-
ciente) las representaciones son un dato de base del psiquismo: crean las “cadenas
de Eros” al ligar y articular la pulsión, “encadenándola” al proceso representa-
tivo. Esto supone que la función continente de la estructura encuadrante está
lo suficientemente bien establecida como para que el análisis pueda concentrarse
en el contenido según un eje primordialmente intra-psíquico. La clínica se funda
así sobre la compatibilidad existente entre representación de cosa/representación
de palabra, reunidas transferencialmente en la asociación libre. El proceso se
articula según el trípode “encuadre / sueño / interpretación”.
Ligado a la segunda tópica – en la que se observa el reemplazo del incons-
ciente por el Ello – el modelo del acto (agieren) se centra sobre la moción pul-
sional y los fracasos de su ligadura con la representación. (Ahora la ligadura
representativa es un resultado posible pero ya no un dato de partida). El trauma
y la compulsión de repetición mortífera toman el lugar de la realización de
deseo. La referencia a las fallas en la relación con el objeto primario y, corre-
lativamente, a la prevalencia de un narcisismo de muerte se vuelven centrales.
La estructura encuadrante como espacio de representación es desbordada por
un funcionamiento evacuativo, proyectivo, des-simbolizante.
Lo irrepresentable hace irrupción en la escena analítica y pone en jaque
tanto la asociación libre como la atención flotante. En estas situaciones el
modelo de la estructura encuadrante da fundamento teórico y orienta las
variaciones del encuadre y de la técnica. La construcción del continente psí-
quico y del preconsciente como espacio transicional interno, y asiento de
los procesos terciarios, se vuelve una condición para el análisis del contenido.
390 | Fernando Urribarri

Es en este contexto donde, como referente de la técnica, el sueño (la inter-


pretación del contenido latente) es remplazado por el juego (la co-construc-
ción del sentido en el espacio inter-subjetivo como condición para su intro-
yección en, y estructuración de, lo intrapsíquico). Por ejemplo, en las
situaciones en las que se hace conveniente el trabajo “cara a cara”, en las que
constatamos que la sobre-investidura de la percepción funciona como una
contra-investidura de la representación. La apuesta del juego analítico a la
representación apunta a la interiorización (que contenga la compulsión eva-
cuativa) en la actualidad de la sesión. El eje interpretativo centrado en lo in-
trapsíquico debe articularse con –y en cierta medida desplazarse hacia – lo
intersubjetivo. Prioriza un “trabajo del límite” que busca correlativamente
delimitar/construir fronteras internas (formaciones intermediarias entre las
instancias) y externas (entre el Yo y el objeto). Por eso hemos sugerido que
el proceso se organizaría según otro trípode: “encuadre interno / acto / in-
teriorización” (siendo esta interiorización el resultado tópico del proceso
dinámico de la re-ligadura mediante la figuración y representación).

3) El pensamiento clínico y el encuadre interno del analista. Del lado


de la escucha, del trabajo psíquico del analista, el modelo implícito de la es-
tructura encuadrante apuntala (y se revela en) el surgimiento de las ideas de
pensamiento clínico, de “matriz activa del encuadre” y del “encuadre interno
del analista” (2000 y 2002).
La siguiente cita de Green permite apreciar la decisiva relación entre es-
tructura encuadrante y el encuadre interno del analista: “En la idea del en-
cuadre interno hay algo del orden de lo intrapsíquico y algo que permite la
integración de lo intersubjetivo. Retomando lo que señalamos a propósito
de la estructura encuadrante, podríamos pensar que el encuadre interno es
una interfase interno-externo. Los procesos terciarios, incluidos en la es-
cucha analítica, son probablemente aquellos que juegan un rol decisivo en
el encuadre interno. El fundamento de ese encuadre no puede ser otro que
la estructura encuadrante del analista mismo, que por la vía de su análisis
personal deviene fuente de una nueva reflexibilidad, soporte del encuadre
interno. Si definimos la estructura encuadrante como lo que permite cons-
tituir la singularidad (es decir, la separación con respecto al otro, la reflexi-
bilidad y la autoreferencia), podemos pensar que el encuadre interno cons-
tituye, por la vía del análisis personal del analista, una matriz activa a la
singularidad del otro, a su alteridad radical.”(Green & Urribarri, 2001).
El punto de partida es el reconocimiento de que el encuadre clásico no es
viable para un gran número de pacientes. La perspectiva greeniana propone
valorizar e investigar el rol del pensamiento clínico cuando el paciente ya no
es capaz de asociar libremente; cuando la posibilidad de simbolización y de

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 391

elaboración requiere un trabajo suplementario (de figuración e imaginación)


del analista. En estas situaciones Green sostiene que “el encuadre ya no es un
concepto compartido entre el paciente y el analista; este deviene una noción
interna al analista. Es él quien tendrá que evaluar aquello que escucha en re-
lación a una falla del funcionamiento del encuadre que sólo él está en condi-
ciones de percibir y comprender” (2001, Green, Comunicación personal).
Es decir que el encuadre interno del analista está encargado de sostener
la cualidad metaforizante de la comunicación analítica. En otros términos:
el encuadre interno es el garante de la terceridad. Procura sostener la con-
tinuidad de la procesualidad transformacional de la relación analítica. In-
cluso si durante mucho tiempo esta permanece como virtualidad contenida
en la mente del analista. El encuadre interno del analista es la sede (o la
fuente) del pensamiento clínico, en el que Green destaca el rol de los “pro-
cesos terciarios”: trabajo del preconciente del analista que le permite poner
en relación los componentes y las diversas vetas del material analítico.
El modelo implícto de la estructura encuadrante (como interfaz de lo in-
trapsíquico y lo intersubjetivo) introduce para el trabajo psíquico del analista
un esquema dinámico de la generatividad del discurso en la sesión: a la hete-
rogeneidad del discurso del paciente, a las relaciones de la fuerza y del sentido
que componen la transferencia, responde con la polifonía de la imaginación
analítica. Su brújula sigue la dialectica continente/contenido, a través de los
procesos representativos e identificatorios. El trabajo psíquico del analista busca
cartografiar los movimientos de las representaciones, las investiduras y las con-
trainvestiduras en la sesión. Apuntalado en un modelo triádico del funciona-
miento psíquico procura hacer pensable, incluso en las situaciones limítrofes,
una dinámica mínima sujeto-objeto-otro del objeto, y seguirla en el discurso
asociativo como una expresión de las relaciones pulsión-representación-objeto.
Espero que estas líneas puedan contribuir a esclarecer las principales ideas
que André Green ha desplegado en su obra en general y en este libro en
particular. Y especialmente a apreciar su valor para afrontar los desafíos ac-
tuales y futuros del psicoanálisis, desafíos que requieren de grandes dosis de
pasión clínica y pensamiento complejo.

DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / CRISIS / CLINICA / NARCISISMO PRIMARIO / ENCUADRE


/ TERCERIDAD.

AUTOR–TEMA: GREEN ANDRÉ.


KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / CRISIS / CLINICAL WORK / PRIMARY NARCISSISM / SET-
TING / THIRDNESS.

AUTOR–TEMA: GREEN ANDRÉ.


392 | Fernando Urribarri

PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / CRISE / CLÍNICA / NARCISISMO PRIMÁRIO / ENQUADRA-


MENTO / TERCEIRIDADE.

AUTOR–TEMA: GREEN ANDRÉ.

Bibliografía

Freud, Sigmund, (1919) Más allá del principio de placer, Amorrortu editores, O.C.,
vol XVI.
Green, André. (1967) “Narcisismo primario: estado o estructura?” en Narcisismo
de vida, narcisismo de muerte, Amorrortu Editores, 1986.
—— (1973). El discurso vivinte. La concepción psicoanalítica del afecto. (Siglo Vein-
tiuno, 1975).
—— (1974) “El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre psicaonalítico”,
en De locuras privadas, Amorrortu Editores, 1990.
—— (1977) El concepto de límite, en “De Locuras privadas” Amorrortu Editores,
1990.
—— (1981), “Pasiones y destino de las pasiones: sobre las relaciones entre locura
y psicosis”, en De locuras privadas, Amorrortu, 1990
—— (1981-B) “El Edipo: mito, estructura y modelo” en “La deliason”, La deou-
verte, 1987.
—— (1982) “El doble límite” en La teoría de Freud y la nueva cínica psicoanalítica,
Amorrortu, 1994.
—— (1983) La madre muerta, en Narcisismo de vida, narcisismo de muerte, Amo-
rrortu Editores, 1986.
—— (1983b) El lenguaje en psicoanálisis, Amorrortu Editores, 1993.
—— (1990). De Locuras privadas” Amorrortu Editores 1990
—— (1993) El trabajo de lo negativo”, Amorrortu Editores1996
—— (1995), La Causalidad psíquica, Amorrortu Editores 1997.
—— (1996) La metapsicología revisitada, EUdeBA, 1996.
—— (1998) Las cadenas de Eros, Amorrortu Editores, 1999.
—— (1998b) “La representación y lo irrepresentable: hacia una metapsicología de
a clínica contemporánea. Entrevista a André Green, por Fernando Urribarri”
Revista de Psicoanálisis, Nº Especial Internacional, 1998.
—— (2000) El tiempo fragmentado, Amorortu Editores, 2002.
—— (2000b) El encuadre y su interiorización por el analista, Revista Zona Erógena,
Nº49, 2001.
(2001) Entrevistas con Ferando Urribarri, preparatorias del libro “Ideas directrices
para un psicoanálisis contemporáneo” (2002). Inéditas.
Un extracto ha sido traducido en la Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 2009, Nº3.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


André Green: pasión clínica, pensamiento complejo | 393

—— (2002) Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo, Amorrortu Edi-


tores, 2004.
—— (2002-b) El pensamiento clínico, Amorrortu Editores, 2007.
—— (2003) “Reflexiones para un momentote pausa. Hacia un psicoanálisis del fu-
turo”, en “El trabajo psicoanalítico”, PUF, 2003
—— (2007) Porque las pulsiones de destrucción o de muerte?, Itaque, 2010.
—— (2007b) Resonante on suffering, ed.A.Green, IPA, London, 2007.
Morin, E. (1994) Introdcucción al pensamiento complejo, Gedisa, España.
Pontalis, J-B., (2009) Comunicación personal, París, 2009.
Urribarri, Fernando. (2002) “Para introducir el pensamiento terciario”, en Pensar
los límites, Delachaux, 2002.
—— (2005) Urribarri, F. y Richard, F.: Autour de l’Ouvre d’André Green”(PUF,
Paris, 2005) .
—— (2005b) “El encuadre contemporáneo de la representación” en (Urribarri
2005).
—— (2007) “El trabajo psíquico del analista y los tres conceptos de contratransfe-
rencia”, en Resonancias del sufrimiento, Green, A. Compilador, editado por
IPA (trad. en Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 2009, Nº3).
—— (2008) “Après Lacan: père et filiation analytique chez André Green” en D.
Cupa, Le Père dans la culture contemporaine,Paris, PUF, 2008).
—— (2009) Después de Lacan: del poslacanismo al psicoanálisis contemporaneo”
Rev. de Psicoanálisis , 2009, N4.
Veinte años no es nada: vigencia de Piera
Aulagnier

* Luis Hornstein

“Pensamientos vivos. Son superficies sensibles, pieles apenas rozadas, os-


curos repliegues; más que un cuerpo de pensamientos, bonachón y entrado
en carnes, una zona de contactos de fronteras erosionadas. Basta una sola
cita, un argumento ajeno repetido, un libro mencionado o una obra entera
para el borramiento de su nombre propio. Su circulación, su desviación,
su transferencia a un lugar lejano al contexto que los vio nacer y la audacia
misma de sus usos, contrariamente a las instrucciones de uso de una di-
dáctica de los textos, integran en su conjunto – después de abandonar a
su autor, pero antes de ser embalsamados por un corpus – toda la erótica
del pensamiento […]. Se abre así una zona de no-derecho entre censores
de origen y propietarios futuros, una zona llena de intersticios al amparo
de la cual, lejos de los guardianes de la Obra, los textos serán puestos en
práctica: se inscribirán a lo largo de ciertas trayectorias, tatuarán cuerpos,
inaugurarán prácticas y congregarán comunidades inéditas”.
(Cusset, F, 2003)

Historizar. Una parte de nuestra historia es la historia de nuestras lecturas.


¿Cómo hemos leído a Freud, a Klein, a Lacan, a Winnicott, a Piera Aulag-
nier, a los autores norteamericanos contemporáneos, a los argentinos? ¿En
busca de desviaciones? ¿En busca de confirmación de una idea previa? ¿Para
cumplir con nosotros o con un programa de estudio? ¿Crispados, tensos, o
con buen humor? Hace unos años que nos dicen que el psiquismo es abierto,
que la historia es abierta (a menos que uno la cierre). ¿Nos hizo leer mejor?
¿Qué es una lectura productiva de Freud? Es una lectura retroactiva no
desde 1939 sino desde 2011. En una época se descalificaba a aquel que leía
a diversos autores como “ecléctico”. El eclecticismo es malo sólo cuando se
hace una ensalada de autores. Es bueno cuando respeta la diversidad y se
advierten los ejes conceptuales de distintos autores. El fanático de un solo
autor considera que los otros son triviales o desviacionistas.

* luishornstein@gmail.com / Argentina
396 | Luis Hornstein

Freud y su obra configuran una identificación que remite a una filiación


simbólica. Una identificación primaria, no con su persona sino con su mo-
dalidad de interrogación. Un psicoanalista hereda una tradición, cuyo núcleo
es una identificación con Freud, con ese investigador que dice: “No creo
más en mi neurótica”. Ese no creer, ese no quedar fijado a lo ya dicho-ya
escrito, no anuncia apatía sino creación. “Ya no creo en mi neurótica pero
tengo la sensación de un triunfo más de que una derrota“ (1897, p. 285). Lo
investido es él mismo como sujeto de esa pulsión de saber. Anticipa un co-
nocimiento ulterior como premio a un trabajo intelectual que no evita la
autocrítica referida a lo pensado, pero no a lo pensante; referida a lo des-
cubierto, pero no a aquello por descubrir.
No nos resignemos a ser alelados discípulos crónicos, ni a deponer el en-
tusiasmo, la pasión. Hay pasión cuando nos identificamos con ese Freud
dispuesto a cuestionar lo dado, nunca sentado en los laureles. En cambio,
si nos dejamos achatar por el gran hombre, la pulsión de saber será reem-
plazada por la idealización. Hay beneficios secundarios para el psicoanalista
que idealiza: elude un duelo y un trabajo, un trabajo que angustia cuando
todavía no es coronado por una producción. El deseo de no tener que pensar
es la victoria de la pulsión de muerte que convierte al pensamiento en eco-
lalia. Nace de una agorafobia intelectual y de un anhelo de seguridad en las
certezas “teóricas”.
El trabajo de filiación implica abrir un futuro al pasado, oponiendo
un olvido pasivo al olvido activo. El pasivo es el de los fundamentos. Perpetúa
todo lo que tiene un valor de origen. El olvido activo es lo que Nietzsche
denominó la fuerza del olvido. Ese “hacer lugar a lo nuevo” cumple una fun-
ción liberadora, evitando la parálisis debido al exceso de memoria.
Dilucidar la genealogía de un desarrollo teórico requiere, además de de-
limitar el álgebra de su coherencia interna, situar históricamente las insti-
tuciones y las prácticas que presionan sobre las teorías y que constituyen el
“saber”. Es evitar la ilusión teoricista que supone que el psicoanálisis se agota
en sus conceptos; como si estos surgiesen y se desarrollasen puros e incon-
taminados a partir de psicoanalistas también puros1.
Me parece que somos demasiado triunfalistas. Que cuando Klein está de
moda somos fanáticamente kleinianos para pasar, poco después, cuando la

1 ¿Existe la pureza? En sentido material puro es lo limpio, lo que no tiene mancha. El agua
pura es agua sin mezcla, un agua que sólo es agua y, por lo tanto, es un agua muerta, lo cual
dice mucho sobre la vida y sobre una cierta nostalgia de la pureza. La pureza es imposible:
sólo podemos elegir entre diferentes tipos de impurezas, y a esto se lo llama higiene. La
pureza esta del lado de la muerte o de la nada. El agua es pura cuando no tiene gérmenes,
ni sales minerales. Es, por lo tanto un agua que sólo existe en nuestros laboratorios.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 397

moda decae, a demonizar al kleinismo, olvidando los núcleos duros, incluso


para seguir discutiendo con ellos. No queda nada de Klein, queda poco de
Piera, para hablar de Kohut a veces hay que disculparse. Pero esa falta de
reconocimiento del otro se paga con la pobreza de las propias teorías. Sin
embargo, la Argentina es un buen lugar para sacarles el jugo a las distintas
escuelas. Antes de la aventura con Hitler, los japoneses habían enviado sus
jóvenes a Occidente para aprender, para dejar de ser importadores. La im-
portación nos vuelve pasivos cosmopolitas y un poco frívolos e infantilizados
por un eterno período de latencia (Lerner y Sternbach, 2007).
Los pasajes de una hegemonía teórica a otra no resultaron de un debate
teórico-técnico sino producto de lo que Bourdieu (2007) llama doxósofos: los
expertos en opinión. En nuestro país, después de instaurarse una hegemonía,
suele desencadenarse una escalada de ortodoxias con su consecuente ecolalia
reiterativa. Los momentos fértiles fueron los de ruptura de una hegemonía2.
La práctica es la piedra de toque. En sus lecturas, en sus escritos, el psi-
coanalista puede seguir sus inclinaciones. En la práctica, en cambio, debe
poner entre paréntesis sus intereses teóricos en beneficio de la singularidad
del tratamiento. ¿Cómo intentar investir la totalidad de la clínica? Digo in-
tentar, porque cada uno lo logra en distinta medida.
Un psicoanalista es una trayectoria, un río turbulento, que es algo muy
diferente al desagüe de las aguas servidas. Él también procesa. Procesa sus
lecturas, su experiencia clínica, su propio análisis, su participación institu-
cional. Procesa y es procesado. Así, va complejizando su escucha, liberándola
de una teorización insuficiente o de una teorización tan sistemática que deja
de ser teorización flotante.
Construir una historia crítica y problemática del psicoanálisis es obliga-
torio, al menos para nosotros. Una tarea que requiere el aporte de muchos.
No se trata de improvisarse sociólogo sino de reflexionar sobre la inserción
social del psicoanálisis. Nadie es etnólogo en su propia sociedad; pero es
fundamental entender el psicoanálisis como un conjunto teórico-práctico
cuya lógica de difusión y cuyas funciones en relación con el conjunto de
prácticas que con él coexisten dentro del mismo campo social hay que di-
lucidar. Sin academicismos. El academicismo faja brazos y piernas. Actúa
como si las escuelas fueran eternas, como si la tradición nunca hubiera va-
riado. Daña la libertad, la originalidad, la invención y la audacia. Es el gusto

2 Para dilucidar estas vicisitudes deberíamos asimilar lo que los historiadores llaman es-
tudio de las mentalidades. Una mentalidad no es sólo el hecho de que varios individuos
piensen lo mismo: este pensamiento, en cada uno de ellos, está de diversas formas, mar-
cado por el hecho de que los demás lo piensen también. “No se trata de un problema
de historia de las ideas, sino de sociología de la creencia” (Veyne, 1974, p. 91).
398 | Luis Hornstein

inmoderado por el estilo culto o universitario: una forma de dirigirse a los


de la propia parroquia antes que al lector interesado en el tema propuesto3.
Es posible construir un psicoanálisis contemporáneo abierto a los inter-
cambios y al desafío que impone lo sociocultural. Es posible producir un
pensamiento teórico que, anclado en la clínica, sea capaz de desafiar dog-
matismos y certezas de parroquia.
El psicoanalista no se alimenta sólo de psicoanálisis. Vean, si no, la lista
de los autores leídos por Freud, poetas, filósofos, médicos, historiadores,
políticos, biólogos. Los de su época. Vean cómo mantiene el timón en el
mar embravecido de tanta lectura, que a otro llevaría al eclecticismo o a la
dispersión. Podemos atribuirlo a su genio. Prefiero atribuirlo a su coraje,
no menos indudable.
¿Cuáles son las condiciones de producción de subjetividad, por qué uno
es lo que es? La cultura trama prácticas, discursos, sexualidad, ideales, deseos,
ideología y prohibiciones. Y a la vez la cultura las destrama.
Antes las instituciones ahogaban al individuo, lo encorsetaban. Ahora el
deterioro institucional lo deja a la intemperie, sin puntos de referencia. El
análisis de la influencia de los condicionamientos sociales aporta un esclare-
cimiento particular sobre los conflictos “personales”. Permite deslindar los
elementos de una historia propia y los que comparte con todos aquellos que
han vivido situaciones similares. Todos vivimos en un cóctel cuyos ingredien-
tes son contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares.
Año 2011. ¿Hay una crisis de valores? ¿Cómo orientarnos en este laberinto?
Están en crisis los marcos morales heredados de las grandes confesiones reli-
giosas, pero también los valores laicos con que se pretendió sustituirlo (ciencia,
progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y humanistas).
Este politeísmo de los valores, genera una alarmante ausencia de brújulas
éticas ¿qué efectos tienen en la subjetividad? Fugacidad y frivolidad de los
valores. ¿En qué o en quiénes podemos creer hoy? El deterioro de valores

3 “No soy un aficionado, sino un profesional, entendiendo por esto que mi profesión me
da de comer. Por tanto, pertenezco a un gremio que tiene sus rituales, su jerarquía y su
pequeño terrorismo interno. Mis más estrechas relaciones se establecen con mis colegas,
con los maestros, con los compañeros que me ayudan y con los aprendices a los que enseño.
Hablamos entre nosotros de nuestras prácticas, en nuestro lenguaje de estudio. Intercam-
biamos, como es debido, el resultado de nuestras investigaciones, al contar detalladamente
las recetas que utilizamos y el camino que seguimos. Este comercio nos hace más eficaces
y, por otra parte, es agradable. Sin embargo, estoy convencido de que nuestra profesión
pierde su sentido si se repliega sobre sí misma. Creo que la historia no debe ser consumida
principalmente por los que la producen. Si las instituciones en las que se asienta nuestra
profesión parecen estar hoy en día en tan mala situación, ¿no será por ese mismo repliegue,
por haberse separado tanto del mundo?” (Duby, G. 1980, p. 38).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 399

colectivos incide en los valores en la infancia, instalados en la infancia, pero


que siempre se actualizan como un software. El que pretenda negar esta crisis
tiene que encerrarse en un bunker que lo proteja de esta crisis multidimen-
sional (política, social, económica y ética) (Hornstein, 2011).
Los valores han quedado por el suelo, desmitificados, relativizados, des-
preciados, y sobre todo, acusados. Se los acusa de contingencia y de versa-
tilidad. Pero, paradójicamente, esos muertos están vivos y la noción de valor
se escribe entre líneas, cada vez más, en nuestros discursos (Binde, 2004).

PIERA AULAGNIER A VEINTE AÑOS DE SU MUERTE

En todo país el psicoanálisis enfrentó obstáculos. En ninguno salió ileso, sin


tener que transar o, como decimos nosotros, sin formaciones de compromiso.
En Estados Unidos las resistencias mayores procedieron de la medicina; en
Francia, de la filosofía. Las dos principales resistencias (Freud, 1925).
A la tumba de Piera Aulagnier va cada vez menos gente. Parece natural.
No es tan natural que dejen de leerse sus libros, de comentarse sus ideas.
¿Nos habrá ganado la apatía? No es asombroso que ideas todavía productivas
vayan a parar al museo, como si fueran heladeras obsoletas, autos sin air-
bag o videograbadoras.
Piera Aulagnier es una de las autoras que mejor ilustra el panorama del
psicoanálisis francés de las décadas del 70 y 80. Piera contó con el respaldo
de un psicoanálisis francés que estaba liberando del dogma toda una cons-
telación conceptual (el conflicto, la historia, lo corporal, la historia identi-
ficatoria y la realidad). Que retornaba a la clínica y, por lo tanto, no sólo in-
terrogaba “los límites de lo analizable” sino que avanzaba hasta ellos. Que
replanteaba la cuestión terapéutica, con su ingrediente de esperanza, aban-
donada ya la tontería de considerar la ilusión como tontería4. Y a ese psi-
coanálisis Piera contribuyó con sutileza y fuerza (Rother Hornstein, 2004).

4 En el lenguaje corriente ilusión quiere decir muchas cosas: creencia, fantasía, proyecto,
etc. Acá tratamos de darle un significado preciso. Lo primero será separarla de la noción
de error. Los errores saltan a la vista. Las ilusiones falsas no. El error es una carencia
(de conocimiento). La ilusión, un exceso de creencia, de imaginación. Hacerse ilusiones
es tomar los propios deseos por la realidad. Puedo equivocarme sin que sea en función
de mis deseos (entonces se trata de un error, no de una ilusión). La ilusión, aunque
pueda ser falsa, y aunque lo sea la mayoría de las veces, no es error. Es una creencia:
“Llamamos ilusión a una creencia cuando en su motivación esfuerza sobre todo el cumplimiento
de deseo” (Freud, 1927, p. 31). Parafraseando a Althusser: Sólo una concepción ideológica
de la sociedad ha podido imaginar sociedades sin ideologías, sólo una concepción ilusoria de
la humanidad ha podido imaginar una humanidad sin ilusiones.
400 | Luis Hornstein

Uno de sus principales méritos es haber explicitado las trampas de la di-


fusión de un saber que devino ideología de la intelligentsia parisiense. La di-
vulgación del psicoanálisis hizo que, en ciertos casos, el compromiso analítico
se formalice entre dos creyentes del psicoanálisis: el primero (analista), por
ser heredero de un saber; y el segundo (analizando) por ser heredero de una
cultura que concede un sitio a ese saber (1979). Esa pretransferencia corre
el riesgo de convertir a la experiencia analítica en un ritual. “Cuando se observa
lo que hoy se pretende práctica psicoanalítica, cuando se advierte la parte que ocupa
en el discurso de buen número de sus practicantes la ideología, la repetición y las es-
tereotipias, se tiene la impresión, a despecho de una aparente referencia a los mismos
postulados de Freud, de estar contemplando un traje de arlequín que, lejos de aportar
al análisis un sabor festivo, le quita toda alegría y todo valor” (1986, p. 28).
Piera Aulagnier retoma “cuestiones fundamentales”: la psicosis, el yo, lo
pulsional, la realidad, el pensamiento, la interpretación, el proyecto tera-
péutico, la pasión, la alienación. Retrospectivamente podemos ver un hilo
conductor: la noción de “trayecto identificatorio”. Como cualquier trayecto,
exige equipaje, exige conceptos. Piera nos aporta sus herramientas: proyecto
identificatorio, enunciados identificatorios, identificante e identificado,
principio de permanencia y cambio, conflicto identificatorio.
Tal como el yo de su teoría, su teoría tuvo que ser primero enunciada
para poder ser enunciante. Y su teoría fue un trabajo de filiación, una ela-
boración de lo recibido del progenitor, y entonces también un desasimiento.
Por eso tomar de Lacan no le impidió recelar de sus turbiedades institucio-
nales y observar críticamente su práctica, contagiadas las unas por las otras.
Hasta 1968, Piera Aulagnier desarrolla temas psicopatológicos. Después, es
la suya una sutil reflexión sobre la relación teoría-práctica. Y finalmente,
hasta el último día, una revisión de la metapsicología que fructifica en La
violencia de la interpretación (1975), Los destinos del placer (1979), El aprendiz
de historiador y el maestro-brujo (1984) y Un interprete en quéte de sens (1986)
(Hornstein, 2004).
En sus primeros trabajos, las referencias mayores son aún lacanianas: el
deseo del Otro, la castración simbólica, el Nombre del Padre, la primacía
del significante. Progresivamente emergen sus propios conceptos: violencia
primaria y secundaria, sombra hablada, portavoz, proceso originario, pic-
tograma, proyecto identificatorio, enunciados identificatorios, contrato nar-
cisista, causalidad interpretada, pasión de transferencia, yo historiador, in-
terpenetración, y tantos otros.
Los fundamentos no son los diez mandamientos. Los Grunbegriffe no son
axiomas sino conceptos pensables, pasibles de creatividad. Ella no pierde de
vista la clínica, y entonces su creatividad no es ese fantaseo que le agrade-
cemos al literato. “La práctica no puede ser sino teórico-clínica” (1984, p. 19).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 401

Este enunciado resume una convicción que la llevó a subrayar la implicación


de la teoría en la escucha (“teorización flotante”) y de lo escuchado en la te-
orización. Como entender “teorización flotante”. ¿Qué ideas son las que
“flotan”? ¿Las de un solo autor? ¿Las de varios? ¿Un solo autor implica dog-
matismo? ¿Varios autores implica eclecticismo?
Piera Aulagnier hizo sus opciones. Leyó a Freud, a los posfreudianos y,
por supuesto a Lacan, con quien se analizó y de cuyas instituciones fue
miembro. Porque Freud no basta, estuvo con Lacan. Porque Lacan embelesa
y subyuga, buscó y encontró la libertad. Supo evitar que las lecturas freu-
dianas y posfreudianas y el horizonte epistemológico ejercieran con su pen-
samiento esa “violencia secundaria” no menos nociva que en el infans. Rein-
terrogó los fundamentos que rigen la metapsicología, la nosografía y la
práctica para problematizarlos.
A pesar de su postura crítica a Lacan nunca dejó de reconocer su deuda
teórica: “A Lacan le debemos la importancia que han llegado a tener en la teoría
analítica los conceptos de simbólico y de imaginario; también le debemos un cues-
tionamiento del psicoanálisis y una teoría acerca de la identificación de la cual la
nuestra ha tomado lo esencial” (1975, p. 114).
Todo sujeto quiere saber si ha contribuido a forjar una historia o si no
ha hecho otra cosa que contarse historias. P. Aulagnier habló de un “pe-
queño trozo de inmortalidad” (1979). Es la prolongación del proyecto iden-
tificatorio.
El yo está dispuesto a morir pero quiere creer que algo de sí mismo per-
manecerá”. Ello lo obliga a prever un juicio que sólo será formulable después
de su muerte:

Una vez escrita la última línea, no solamente el libro ya no es modificable,


sino -y esto es más importante- el autor ya no tiene la posibilidad de gravitar
sobre el juicio, sobre la interpretación de sus eventuales lectores. Podemos
continuar esta metáfora y decir que el yo como autor del libro de su vida
no solamente querría tener la seguridad de que lo van a leer, sino que querría
prever conocer lo que pensarán de él sus lectores póstumos (1979).

Dependerá entonces de sus lectores actuales, la respuesta a ese interro-


gante en lo que a P. Aulagnier concierne. A 20 años de su muerte retomaré
algunos de los que, a mi juicio, son sus aportes más relevantes. ¿Acaso las
teorías tienen fecha de vencimiento? ¿Qué determina que se mantengan vi-
gentes? ¿Depende de su valor o de un “marketing” eficaz? Son interrogantes
que quiero compartir con ustedes.
402 | Luis Hornstein

ENCUENTRO Y PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD

La historicidad que concierne al psicoanálisis se vincula al escenario edípico


ya que éste determina: la escena primaria (como interrogante acerca del ori-
gen), el embarazo (inclusión ligadora del hijo al cuerpo de la madre), el parto
(disyunción del cuerpo materno), la relación con el pecho (fusión debida a
la prematurez), la constitución del yo (separación individualizante), la trian-
gulación edípica (articulación de las relaciones entre prohibición separadora
y reunión por identificación con el rival), la sublimación (conjunción con
el mundo cultural), la adolescencia (como duelo separador de los padres),
la elección de objeto (encontrar al objeto es reencontrarlo) y, nuevamente,
la escena primitiva (pasaje a la maternidad-paternidad) (Green, 1983).
La escena primaria une lo biológico y lo simbólico, un enigma que aspira
a desentrañar el origen vinculando nacimiento, concepción y filiación. La
escena primaria recorre momentos fecundos en los que se reconocen dife-
rencias: entre dos sujetos; entre padre y madre; entre deseo y demanda; entre
ser hombre y ser mujer. “¿Cómo nacen los niños?” La curiosidad es una in-
terrogación sobre el origen.
Las teorías sexuales infantiles son producidas por el niño desde su inde-
fensión y su desconcierto. Primer desconcierto: que nazca un niño. Acon-
tecimiento traumático que desborda sus posibilidades de simbolización. El
niño, en sus primeras construcciones fantasmáticas, había otorgado omni-
potencia a la madre. Ha llegado la hora de cuestionarla. Descubre la exis-
tencia de un tercero, deseante y deseado por la madre. Y al relativizar la om-
nipotencia materna se resignifica la escena primaria asumiendo la
triangularidad edípica. En los comienzos ese “otro lugar” será asignado por
el deseo materno. Pero luego el padre tiene que jugarse y decidir qué puede
ofrecer el hijo a la madre como placer y qué le está prohibido.
Ese “otro lugar” testimoniará la presencia de un padre y de un deseo no
sometido al poder materno. La relación del padre con su hijo arrastrará hue-
llas de la relación con su propio padre. En el padre el deseo de muerte, re-
primido, será reemplazado por el anhelo consciente de que su hijo llegue a
ser aquel a quien se le da el derecho a ejercer la función paterna en el futuro.
Mediante la violencia primaria, se le impone al niño una elección, un
pensamiento o una acción que son las del deseo materno. Una violencia a
un paso del exceso. Si el exceso se consuma, no más autonomía. En general
la violencia es acotada porque la madre renuncia a detentar el lugar de fuente
única de placer.
El deseo consciente de hijo condensa diversas representaciones incon-
cientes. La madre fue dando pasos: ser el objeto de deseo de la madre —
tener un hijo de la madre—, aceptación de la diferencia de sexos —tener un

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 403

hijo del padre —dar un hijo a un padre —y al ser madre, anhelar que su hijo
se convierta en padre o madre.
La madre es portavoz. Comenta al conjunto de las manifestaciones del
niño, así como es portavoz de un orden histórico-social. La ilusión de una
concordancia perfecta – entre lo que la madre cree que el niño piensa y lo
que éste piensa – se rompe cuando el niño habla.
El discurso materno anticipa. Transforma en formulable parte de lo in-
decible de lo originario. Lo originario y primario incorpora materiales que
han sido metabolizados por la psique materna. Alucinar el pecho es procesar
lo que amamantar significa para la madre.
La sombra hablada condensa enunciados que testimonian el anhelo ma-
ternal concerniente al niño. Ilustra lo verbalizable de lo que el niño repre-
senta para el deseo inconsciente. A esa sombra hablada se dirigirá su discurso
(Aulagnier, 1985).
La mirada materna está marcada por su relación con el padre del niño,
por su historia infantil, por su represión, por su cuerpo. Antes de devenir
el yo, ya el bebé propone al investimiento de la madre su cuerpo. Su realidad
corporal marca un límite a la omnipotencia materna y la hacen dudar. No.
No conoce todas sus necesidades, no puede adivinar siempre lo que él espera.
Convicción que habrá sido esa ilusión necesaria, sin embargo, para que ella
pueda anticipar al yo que habitará ese cuerpo. Ese “yo anticipado” al que
se dirige el discurso materno, inscribe al niño en un orden temporal y sim-
bólico (Aulagnier, 1985).
El “deseo de hijo” es heredero de un pasado, pero apuntando a un futuro
que ningún hijo real puede saturar. Distancia deseable entre el “deseo de
hijo” y del deseo por este hijo. La madre otorga deseo pero se niega a ser
donante del objeto.
La madre es única, pero el niño no lo es para la madre. Si bien es inves-
timiento privilegiado, no es exclusivo, ya que ella mantiene otras relaciones,
su interés por otras actividades y su investimiento narcisista. El niño no
puede repartir sus investimientos. La madre los acapara, excepto ese que él
destina a su propio cuerpo. Observemos una madre con su recién nacido.
¡Qué avidez la del bebé! En él sólo hay necesidad imperiosa. En ella apenas
se nota, hasta tal punto está transfigurada por la ternura. El niño toma; la
madre da. En él está el placer corporal; en ella, la alegría.
La madre imagina por anticipado para su hijo un proyecto que lo ubica
como padre o madre futuro. El niño hereda, entre otras, dos relaciones li-
bidinales: la de la madre con su propio padre y la que vive con aquél al que
le dio un hijo. El padre es el primer representante del “discurso del con-
junto”. Es un referente que garantiza que el discurso materno con sus an-
helos, sus exigencias, sus prohibiciones sean acordes a lo socio-histórico.
404 | Luis Hornstein

LA TÓPICA

“Multiplicidad de las personas psíquicas”: es así como Freud le transmite


en 1897 a Fliess su idea de una tópica. En esa carta insiste: “El hecho de la
identificación admite, quizá, ser tomado literalmente” (p. 292). Freud no con-
ceptualizará esa “multiplicidad de las personas psíquicas” hasta un cuarto
de siglo más tarde.
La tópica freudiana es una pluralidad de instancias. Además del incons-
ciente reprimido, postulará lo inconsciente represor: aspectos inconscientes
del yo y del superyó. El superyó tiene un patrimonio energético diferenciado
y es definido “como una real y efectiva constelación estructural y no como
una abstracción” (1932, p. 60). La tópica contiene heterogeneidad de ins-
cripciones, así como la combinación de representaciones y de afectos.
Aulagnier saca a la segunda tópica freudiana del pantano en que había
caído al incorporarle elaboraciones de Lacan. El yo de Freud es complejo,
tiene muchas funciones: control de la motilidad y de la percepción, prueba
de la realidad, anticipación, pensamiento. Y también: desconocimiento, ra-
cionalización, defensa compulsiva. El psicoanálisis norteamericano redujo
su complejidad, para quedarse solo con las funciones autónomas del yo, con
su adaptación a la realidad. La oposición entre un yo-función (propenso al
adaptacionismo) y un yo-representación (condenado al desconocimiento)
elude la tarea de construir una metapsicología del yo que dé cuenta de la
duplicidad que lo constituye. Reducir el yo a su función adaptativa implica
sacrificar su dimensión historizante. Recíprocamente, hacer del yo una ima-
gen engañosa implica subestimar su función dinámica.
La tópica de Aulagnier no es una mera relectura de Freud, ni tampoco
una adición de Lacan a Freud. Al recuperar la complejidad de la segunda
tópica freudiana e incorporarle elaboraciones de Lacan, produjo una tópica
diferente. No sólo retoma la oposición entre representación de palabra y
de cosa, sino indica las modificaciones aportadas por el lenguaje. Aulagnier
también le otorga un valor esencial a lo originario caracterizado por la au-
sencia de toda referencia que permita separar entre un polo subjetivo y un
polo de exterioridad.
Teorizó acerca de las relaciones entre el yo y el sujeto. El yo tiene una
organización que lo diferencia de las otras instancias. El sujeto, en cambio,
desborda la división en instancias y subvierte la posibilidad para el pensa-
miento de constituirse en organización autónoma y de no estar sometido
más que a sus propias leyes. Las instancias obran cada una por su cuenta y
persiguen finalidades que les son propias. Cada una implica la existencia de
un mundo propio, de objetos, de modos de relación, de valoraciones que le
son particulares (Hornstein, 1988).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 405

Aulagnier no acepta una heterogeneidad total entre sujeto y yo. La opo-


sición entre simbólico e imaginario es interna al yo. La distinción entre sim-
bólico e imaginario diferencia ese núcleo estable del yo de todas las figuras
contingentes a las que reviste su proyecto identificatorio. Otro punto de di-
vergencia es el lugar del pensamiento, la realidad y la historia en la teoría
psicoanalítica. En tanto para Lacan la verdad del sujeto está del lado del ins-
consciente, el pensamiento como aprehensión ordenada y comunicable es
desvalorizado. La inteligibilidad del mundo no sería otra cosa que un engaño
imaginario que viene a enmascarar aquello que en la relación del sujeto con
lo real excede el registro de la representación.
La tópica de Aulagnier tiene tres instancias con sendos modos de repre-
sentación: el proceso originario (el pictograma), lo primario (la fantasía) y
lo secundario (representación ideica). El proceso primario resulta del reco-
nocimiento de una diferencia entre dos espacios y dos deseos. Sus momentos
fecundos imponen una serie de diferencias: entre dos espacios psíquicos;
entre los dos representantes de la pareja parental; entre el deseo y la de-
manda; entre ser hombre y ser mujer, y por último, entre significación pri-
maria y secundaria. Cuando los tres espacios se han constituido, toda infor-
mación impuesta por el “afuera de la psique” será metabolizada por todas
las instancias. Para el proceso originario, todo existente es autoengendrado
por la psique. Para el primario, todo existente es efecto del poder del deseo
del Otro. Para el secundario, todo existente tiene una causa que el discurso
podrá conocer5.
El yo anhela que lo “afuera de la psique” se adecue a sus construcciones.
Pero lo “afuera de la psique” desmiente ciertas interpretaciones del yo sobre
las causas de sus placeres, de sus sufrimientos, de sus metas. Tal resistencia
obliga a que el yo reconozca esa realidad que difiere de la fantasía. El vi-
venciar actual no puede ser pensado bajo una modalidad solipsista. Se trata
de encontrar relaciones entre los hechos (responsables de experiencias sig-
nificativas) y las fantasías en el interior de las cuales se produce la inscripción
de esos hechos. A esa imbricación de hechos y fantasías se le añaden las in-
terpretaciones (insoslayables) del yo. La realidad psíquica es producto del
mundo representacional así generado.
¿Cómo pensar una teoría del yo que no niegue lo insoslayable del conflicto?
La Otra escena no concierne solamente a la prehistoria del yo, sino también
a lo más actual de su historia. El proceso secundario establece una causalidad
entre los fenómenos. El primario tiene un atributo de certeza. En cambio, la

5 Remito al lector al capítulo “La subjetividad y lo histórico social” donde me extendí


sobre los procesos originarios, primarios y secundarios (Hornstein, 2004).
406 | Luis Hornstein

interpretación que elabora el yo requiere verificaciones diversas. La duda pone


entre paréntesis el investimiento del enunciante y se centra en el enunciado.
El yo, en adelante, no acepta una idea o la rechaza en nombre del placer o del
sufrimiento que le acarrean, ni tampoco por el “valor” del enunciante. Los
enunciados serán sometidos a la prueba de lo verdadero o de lo falso. Se ins-
tituye otra instancia que deberá desempeñar el papel de garante y no otra cosa
que su ausencia es lo que reproduce la alienación (Hornstein, 1991).

TRAYECTO IDENTIFICATORIO

La complejidad de la historia libidinal e identificatoria y sus bucles recursivos


es casi traumática. Nos aturde. Nos paraliza. Echamos mano a nuestros me-
canismos reduccionistas. O bien, como Ulises, nos atamos al mástil salvador
de la clínica. Y seguimos pensando, asociando, dando palabras. Intentando
dar cuenta.
La crianza consiste en dar a un hijo primero raíces (para crecer) y luego
alas (para volar). En las primeras relaciones un bebé puede experimentar la
seguridad o bien el terror y la inestabilidad. En las posteriores un niño puede
tener la experiencia de ser aceptado y respetado o rechazado. Algunos niños
experimentan un equilibrio entre protección y libertad. Otros, una sobre-
protección que los infantiliza (Hornstein, 2011).
El yo resulta de la historia de las elecciones de objeto. Freud había des-
cripto la identificación triangular en los síntomas histéricos y a la identifica-
ción narcisista le agrega una identificación primaria. Pero subraya: la iden-
tificación edípica no es sólo narcisista. No lo es porque introduce en el yo al
tercero y no objeto investido. El niño ocupa lugares condicionados por el
deseo materno, lugares que no propician la ruptura del vínculo sino su pre-
servación. La identificación no es algo que ocurra de una vez y para siempre,
sino un proceso que prosigue en todo vínculo investido (Hornstein, 2003).
La segunda tópica concluye en los vasallajes del yo. Pobre cosa amenazada
por peligros procedentes del ello, del superyó, del mundo exterior. Visión
pesimista que será revisada en Inhibición, síntoma y angustia donde Freud es-
tablece un amplio cuadro de la actividad estratégica del yo y critica a una
cosmovisión psicoanalítica que exagere la endeblez del yo. En 1926 salió al
cruce de la lectura tendenciosa que algunos discípulos habían hecho:

Entonces es atinado preguntar como se compadece este reconocimiento


de la potencialidad del yo con la descripción que esbozamos, en el estudio
‘El yo y el ello’, acerca de la posición de ese mismo yo. Describimos ahí los
vasallajes del yo respecto del ello, así como respecto del superyó, su impo-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 407

tencia y su apronte angustiado hacia ambos, desenmascaramos su arrogancia


trabajosamente mantenida. Desde entonces, ese juicio ha hallado fuerte eco
en la bibliografía psicoanalítica. Innumerables voces destacan con insistencia
la endeblez del yo frente al ello, de lo acorde a la ratio frente a lo demoníaco
en nosotros, prestas a hacer de esa tesis el pilar básico de una ‘cosmovisión’
psicoanalítica6 (P. 91).

Para muchos analistas el psicoanálisis ha devenido una cosmovisión que


genera un universo ideológico que se engendra a sí mismo y que impone su
idealidad sobre la clínica en lugar de sostener con ella un diálogo constante.
Freud afirmó que el yo estaba sometido a vasallajes. Pero algunos entendieron
que el yo estaba condenado a la pasividad negando la arquitectónica freudiana
del aparato psíquico. Allí donde Freud hablaba de dependencias algunos des-
cubrían una debilidad que era el signo de una inferioridad ontológica.
El niño se va apropiando de una historia que se suma a las representa-
ciones pictográficas y fantasmáticas. Las miradas de los otros le proponen
al yo representaciones identificatorias que lo ayudan a consolidar su cons-
trucción identificatoria. El griego ha dicho que no nos bañamos dos veces
en el mismo río. Cambian el río y el sujeto. La alteración es una condición
del trayecto identificatorio. Uno se convierte en algo distinto (deviene otro)
sin dejar de ser uno mismo, mientras que la alteridad es la condición de los
vínculos no demasiado impregnados por el narcisismo.
Cada fase histórica ofrece satisfacciones suficientes e insuficientes. Sufi-
cientes para que el niño presienta que la siguiente le ofrecerá otras; insufi-
cientes, para que se preserve su interés por nuevos placeres (Hornstein, 1993).
Al investir el futuro, la madre realiza una segunda anticipación. Y el niño
que, apropiándose de representaciones identificatorias y su correspondiente
investidura narcisista (primera anticipación) se había convertido en enunciante,
también retoma por su cuenta la segunda acción anticipadora (Kaes, 1998).
El yo ideal, que comenzó respondiendo al deseo materno, avanza en su
construcción identificatoria. Y puede avanzar porque las relaciones de objeto
resignadas produjeron identificaciones con aquellos que sustituyeron a las
figuras parentales, porque las propuestas del discurso social devinieron enun-

6 “Una cosmovisión es una construcción intelectual que soluciona de manera unitaria


todos los problemas de nuestra existencia a partir de una hipótesis suprema; dentro de
ella, por tanto, ninguna cuestión permanece abierta, y todo lo que recaba nuestro interés
halla su lugar preciso. Es fácilmente comprensible que poseer una cosmovisión asi se
cuente entre los deseos ideales de los hombres. Creyendo en ella uno puede sentirse
más seguro en la vida, saber lo que debe procurar, cómo debe colocar sus afectos y sus
intereses de una manera más acorde al fin” (Freud, 1932, p. 146).
408 | Luis Hornstein

ciados identificantes. El ideal del yo implica proyecto, rodeo, temporalidad.


Frustraciones y gratificaciones “óptimas” impulsan al niño a desprenderse
de ciertas satisfacciones y lograr otras. El ideal del yo articula narcisismo y
objetalidad, principio de placer y de realidad.

LA TRAMA PULSIONAL

En el encuentro boca-pecho el otro es causa de la desaparición de la nece-


sidad y causa del placer erógeno. La madre ofrece un pecho deseante, his-
torizante e historizado. Transmite palabras, caricias, gestos, cuidados. El
bebé tiene momentos fusionales con la madre, pero pasa largos períodos a
solas. Esa alternancia entre fusión y separación es esencial y de su ritmo de-
pende que el otro sea presencia estructurante en vez de presencia arrasante.
Ya los cuidados maternos ejercen un mensaje socializante. La madre lo
confronta a una realidad que todavía el niño no está en condiciones de en-
tender. Pero cada hora lo está un poco más. La madre (los padres) nunca
está en el justo medio. Se le va la mano de un modo u otro. Exceso de sentido,
de excitación y de frustración. Exceso de gratificación y protección.
El bebé necesita que la madre le filtre y le atempere los estímulos externos
y que lo ayude con los internos. Que sea capaz de decodificar lo que él “os-
curamente” transmite y de comprender que él necesita estimulación y quie-
tud. Tanto la sobreestimulación como la subestimulación puede hacer que
la autonomía se trabe (Rother Hornstein, 2006).
En el trabajo de representación se relacionan pulsión y afecto, represen-
tación de cosa y de palabra. La representación no es un correlato psíquico
de lo corporal. Supone un trámite de los “ruidos” del cuerpo y de los “ruidos”
de la cultura, de la historia, del lenguaje, trámite que transforma el ruido
en información. Entre el cuerpo biológico, el erógeno y el mundo repre-
sentacional hay heterogeneidad y metabolización.
Freud opone pulsiones de vida y de muerte. Las pulsiones de vida congre-
gan las de autoconservación y las sexuales (objetales y narcisistas). Tienen por
meta encontrar soluciones transaccionales que contemplan las exigencias con-
tradictorias entre autoconservación, libido objetal y narcisista teniendo como
horizonte las mudas pulsiones de muerte. “La meta de Eros es producir unidades
cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón” (1938, p. 146). Analizo
la frase: a) la conservación como una de las metas; b) su carácter expansivo
crea “unidades” más grandes; c) la ligazón, que sostiene tanto la conservación
como el carácter expansivo. La conservación se realiza a través del carácter
creador componiendo formaciones más complejas. La creación de lazos se
opone a la pulsión de muerte. La permanencia del pasado se opone a una re-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 409

novación que borrara el pasado. La pulsión de muerte desinviste al objeto,


desinvestidura que amenaza a todo sustituto. “Deseo de no deseo”: será la meta
de la pulsión de muerte, aspira a la desaparición de todo objeto que pueda
provocar, por su ausencia, el surgimiento del deseo (Hornstein, 2006).
El cuerpo es investido por el yo como origen del placer, producto del cuerpo
a cuerpo con el otro y con el discurso del otro sobre ese cuerpo (el cuerpo ha-
blado). Este cuerpo-placer es lo primero con que cuenta el yo. El placer eró-
geno es condición del placer narcisista o identificatorio. Pero el yo tiene tratos
también con el cuerpo-sufrimiento. En esta antinomia entre investidura y des-
investidura se despliega la vida psíquica. Tánatos representa las fuerzas de la
desligadura, del rechazo, del odio: “Todo ocurre como si el tener que representar,
como corolario del tener que desear, perturbase un dormir anterior, un antes ininteligible
para nuestro pensamiento y en cuyo transcurso todo era silencio”7 (Aulagnier, 1982).
La pulsión de muerte se actualizará desinvistiendo al objeto. Y no es des-
vestir un santo para vestir otro ni a rey muerto, rey puesto. Esa desinvesti-
dura amenaza todo objeto, todo encuentro, toda experiencia que para poseer
existencia psíquica exigen la actividad de ligadura propia de Eros. Lo deseado
no es la muerte, sino ese antes del deseo. Eros puede imponerse sólo si la
espera de placer no se prolonga.
Por el sufrimiento, que promueve desinvestidura, puede colarse la pulsión
de muerte. Sólo con sufrimiento se diferencia entre realidad y fantasía. Pero el
exceso de sufrimiento puede desinvestir la causa del sufrir. Si se preserva un pro-
yecto erótico se puede investir ulteriormente. No otra cosa es el trabajo de duelo.
La memoria es un sistema múltiple de huellas que se reactualizan y se
retraducen unas a otras en los diversos sistemas. Si bien Freud conceptualizó
la represión como una falta de traducción, introdujo un “más allá del prin-
cipio de placer” en el cual predomina lo traumático, la desligadura y lo vin-
culó a la pulsión de muerte. La represión implica un olvido conservador: lo
reprimido perdura en la psiquis8, mientras que la pulsión de muerte desin-

7 Las interpretaciones actuales de la pulsión de muerte hacen evidente el estallido del


campo posfreudiano. “Por lo que concierne a la pulsión de muerte, señalemos que nin-
guno de los sistemas teóricos posfreudianos hace suya la letra de la teoría freudiana (p.
66).” Green, propone la hipótesis de que la perspectiva esencial de las pulsiones de
muerte es la desobjetalización; “esta cualificación permite comprender que no es sola-
mente la relación con el objeto la que se ve atacada, sino también todas las sustituciones
de éste” (Green, 1986, p. 66).
8 “La agencia representante de pulsión se desarrolla con mayor riqueza y menos inter-
ferencias cuando la represión la sustrajo del influjo conciente. Prolifera, por así decir,
en las sombras […]. Esta ilusoria intensidad pulsional es el resultado de un despliegue
desinhibido en la fantasía y de la sobreestasis (Aufstauung) producto de una satisfacción
denegada”. (Freud 1915, p. 144)
410 | Luis Hornstein

viste y destruye las huellas. Produce huecos de memoria que dificultan el


trabajo de rehistorización. De ahí que la tarea del psicoanalista no consista
solo en recuperar una historia sino en posibilitar simbolizaciones estructu-
rantes (Hornstein, 2003).
A la pulsión de muerte algunos psicoanalistas la han borrado de la teoría.
Otros psicoanalistas la endiosan. La endiosan tanto que no saben cómo ex-
plicar lo nuevo. Pase lo que pase, todo, lúgubremente, es una reactualización
de lo que ya se vivió en la infancia. No hay vivencias nuevas, ni vínculos nue-
vos. La compulsión de repetición es una simbolización que se repite. Pero
¿toda simbolización está condenada a la repetición? Después de Freud, el
énfasis puesto en la pulsión de muerte ha impedido discernir cómo el interior
de la repetición está afectado por la diferencia. Esa simplificación del psi-
coanálisis convirtió las determinaciones infantiles en fatales. Si todos los
analizandos están en manos del Destino, ¿para qué analizarlos? ¿Solamente
para ayudarlos a soportar el Destino?
Tal como lo pienso, un tratamiento psicoanalítico implica el adveni-
miento de lo nuevo. Habrá que optar entre un psiquismo determinado y un
psiquismo aleatorio. Habrá que desbaratar falsos dilemas: orden/desorden,
sistema/acontecimiento, permanencia/cambio, ser/devenir. Acostumbrarse
a lo impredictible, a lo azaroso, al desorden, como lo hacemos en la clínica
(Castoriadis, 1977).
Agradezcamos a los filósofos de la teoría de la complejidad que nos ayu-
dan a pensar lo actual, en la teoría y en la clínica, como nunca fue pensado
antes. Un bucle autoorganizador reemplaza la linealidad causa-efecto por
la recursividad. Los productos son productores de aquello que los produce.

LO HISTÓRICO SOCIAL

El yo no es innato, el yo nace de otro. Tiene como referencia su propia historia,


pero también las miradas ajenas: articulando su propio reconocimiento y el
reconocimiento que le brindan los otros. Las imágenes que “devuelve” el otro
acerca de quién es yo logran (a veces, no siempre) hacer menos angustiante
la interrogación. Pero la duda está siempre presente y las certidumbres aca-
rrean el riesgo de cierta mutilación de la movilidad identificatoria. Cada vez
más los enunciados que se refieren al yo y lo definen ya no dependen del dis-
curso de un otro, sino del “discurso del conjunto” (Aulagnier, 1975).
Gracias al narcisismo trófico, el yo mantiene la cohesión, la estabilidad
(relativa) del sentimiento de sí y la valoración del sentimiento de estima de
sí. El narcisismo trófico nutre al psiquismo: conforma al yo, los ideales, las
ilusiones y los proyectos. (Hornstein, 2000)

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 411

El yo inaugura un tiempo historizado. El niño va ingresando en espacios


extrafamiliares que lo enfrentan a nuevas exigencias, a un discurso diverso
a aquel que había predominado hasta entonces. El yo va por más. Exige nue-
vos espacios y nuevos destinatarios. Les demanda placer y reconocimiento
narcisista. El primer espacio es el familiar. El segundo es, para el niño, el
medio escolar; para el joven, la relación con los amigos, y para el adulto, el
medio profesional. Un tercer espacio de investimiento es lo histórico-social
y, en particular, una subcultura con la que se comparten intereses, exigencias
y esperanzas (profesión, comunidad, clase social).
La subjetividad no está aislada ya que interactúa con el medio a través
de un constante intercambio. La noción de internalización era tan cómoda
que debió llamarnos la atención. Hoy por hoy es insostenible. Pero ya en
“Duelo y melancolía” (1917), o sea, hace muchos años, Freud había postu-
lado que el sujeto está en un proceso de autoorganización permanente (p.
248), lo que hoy llamamos un sistema abierto. Freud lo dijo. No es una lec-
tura proyectiva. Si no lo escuchamos, si lo escuchamos pero no lo entendi-
mos, si no lo pusimos en práctica, fue porque no pudimos.
El sujeto no es un átomo social, sino una “unidad heterogénea”. Una sub-
jetividad encarnada y socializada, biológica y simbólica. Lo histórico social
no es una simple fuerza exterior: impregna al niño desde el nacimiento un
conjunto de ideologías y prácticas. El conjunto incluye normas, valores, len-
guajes, herramientas, procedimientos y métodos de hacer frente a las cosas
y hacer cosas. Lo social transforma la materia prima humana en sujeto social
(Castoriadis, 1997).
Hubo una concepción ingenua de la historia. Vino a reemplazarla una con-
cepción desencantada. Para algunos filósofos agoreros, no existe lo social-his-
tórico, el pensamiento y la praxis lúcida. En un comienzo, el pensamiento
postmoderno atrajo a las minorías (mujeres, afroamericanos, homosexuales,
etc.), con su entusiasmo por el derecho a ser diferente. Sigamos buscando,
porque el mero alentar las diferencias nos conduciría a un pulular de soledades.
“Dios ha muerto, el sujeto ha muerto, y yo no me encuentro nada bien”, decía
un graffiti. ¿Estamos en contra del posmodernismo? La modernidad identificó
la inteligencia con la razón, cuya meta es la universalidad, y la posmodernidad
con la creación estética, pura diferencia. No tenemos por qué optar. Hace rato
que se dice que la inteligencia consiste en resolver problemas. ¿Qué proble-
mas? Los problemas que nos importan son complejos, afectan varias galaxias:
miedos, esperanzas, amores, odios. Pensar que jugar bien al ajedrez es una de-
mostración de inteligencia mientras que plasmar una vida afectiva feliz es un
asunto sentimental, bueno, pensar así quizá no sea pensar (Hornstein, 2011).
El que tenga una praxis lúcida, que desmienta tanta posmodernidad. Ten-
drá que estar al día en su concepción del sujeto. No para reflotar el orondo
412 | Luis Hornstein

personaje de la modernidad, aquel tipo consciente, autónomo, transparente


para sí mismo dotado de libre albedrío y dueño de su destino. Hoy el sujeto
navega en un mar de contradicciones, donde no faltan “márgenes de ma-
niobra”. Los márgenes de libertad no implican ausencia de coerciones sino,
por el contrario, que las coerciones son muchas y variadas. En consecuencia
la subjetividad es llevada a tomar decisiones, a elegir dentro del espacio cre-
ado por las contradicciones que lo atraviesan.
El sujeto es un sistema abierto en tanto lo autoorganizan los encuentros,
vínculos, traumas, realidad, duelos y él recrea aquello que recibe. Es un sis-
tema cerrado, con poco y nada de abierto, en algunas patologías (melancolía,
paranoia). Y todo sujeto tiene algo de sistema cerrado. Al sistema cerrado
lo debemos distinguir del “sujeto encerrado” por teorizaciones “encerrantes”
que suponen que no hay novedades, que no hay azar.

DESCRIPTORES: TEORIA PSICOANALÍTICA / SUBJETIVIDAD / PULSIÓN / PROYECTO IDEN-


TIFICATORIO.

AUTOR–TEMA: AULAGNIER PIERA.


KEYWORDS: PSYCHOANALYTIC THEORY / SUBJECTIVITY / DRIVE / IDENTIFICATION PROJECT.
AUTOR–TEMA: AULAGNIER PIERA.
PALAVRAS CHAVE: TEORIA PSICANALÍTICA / SUBJETIVIDADE / PULSÃO / PROJECTO IDEN-
TIFICATÓRIO.

AUTOR–TEMA: AULAGNIER PIERA.

Bibliografía

Aulagnier, P. (1975): La violencia de la interpretación, Buenos Aires, Amorrortu, 1977.


—— (1979): Los destinos del placer, Buenos Aires, Paidós,1994.
—— (1982): “Condamné a investir”, Nouvelle Revue de Psychanalyse, Nro. 25, 1982.
(Trad. esp.: “Condenado a investir”, revista de la APA, 1984, 2-3).
—— (1984 a): El aprendiz de historiador y el maestro brujo, Buenos Aires, Amorrotu, 1986.
—— (1984 b): Los dos principios del funcionamiento identificatorio: permanencia
y cambio, en Cuerpo, Historia, Interpretación. Luis Hornstein, P. Aulagnier, M.
Pelento, A. Green, M.C.Rother Hornstein, H. Bianchi, M. Dayan, E. Friszman
Bosoer. Buenos Aires, Paidós, 1991.
—— (1985): Nacimiento de un cuerpo, origen de una historia, en Cuerpo, Historia,
Interpretación, Op. Cit.
—— (1986): Un interprete en quete de sens, París, Ramsay.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Veinte años no es nada: vigencia de Piera Aulagnier | 413

Binde, J. (2004): ¿Hacia donde se dirigen los valores? Coloquios del Siglo XXI, Méjico,
FCE, 2006.
Castoriadis, C. (1977): “La psychanalyse, projet et élucidation”, Topique, 19.
—— (1991): “Lógica, imaginación y reflexión”, en El inconciente y la ciencia, R. Dorey
(comp), Buenos Aires, Amorrortu, 1993.
—— (1997): Hecho y por hacer, Buenos Aires, Eudeba, 1998.
Cusset, F. (2003): French Theory, Barcelona, Melusina, 2005.
Duby, G. (1980): Diálogo sobre la historia, Alianza Universidad, Madrid, 1988.
Freud, S. (1892-99): Fragmentos de la correspondencia con Fliess, A.E. Tomo I.
—— (1915): La represión, AE, Tomo XIV.
—— (1917): “Duelo y melancolía”, A.E. vol. XIV.
—— (1925): Las resistencias contra el psicoanálisis, AE Tomo XIX.
—— (1926): Inhibición, síntoma y angustia, A.E. Tomo XX.
—— (1927): El porvenir de una ilusión. A.E. vol. XXI.
—— (1932): Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, A.E. Tomo XXII.
—— (1938): “Esquema del psicoanálisis”, A.E., Tomo XXIII.
Green, A. (1983): Narcisismo de vida, narcisismo de muerte, Buenos Aires, Amo-
rrortu,1986.
—— (1986): “Pulsión de muerte, narcisismo negativo, función desobjetalizante, en
La pulsión de muerte, Buenos Aires, Amorrortu, 1989.
Hornstein, L. (1988): Cura psicoanalítica y sublimación, Nueva Visión, Buenos Aires.
—— (1991): Piera Aulagnier: sus cuestiones fundamentales, en Cuerpo, Historia, In-
terpretación, Ob. Cit.
—— (1993): Práctica psicoanalítica e historia, Buenos Aires, Paidós.
—— (2000): Narcisismo, Autoestima, identidad, alteridad, Paidós, Buenos Aires.
—— (2003): Intersubjetividad y clínica, Buenos Aires, Paidós.
—— (2004): La subjetividad y lo histórico social en: Hornstein, L. (compilador)
Proyecto Terapéutico, Buenos Aires, Paidós.
—— (2006): Las depresiones, Buenos Aires, Paidós.
—— (2011): Autoestima e identidad: narcisismo y valores sociales, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica.
Kaes, R (1998): La intersubjetividad: un fundamento de la vida psíquica en L. Horns-
tein (comp.) Proyecto terapéutico, Buenos Aires, Paidós, 2004.
Lerner, H. y Sternbach, S. (2007): Organizaciones fronterizas, Buenos Aires, Lugar.
Rother Hornstein, M.C. (2004): Piera Aulagnier de Milán a París, en L.Hornstein
(compilador) Proyecto Terapéutico, Ob. Cit.
—— (2006): Adolescencias: trayectorias turbulentas, Buenos Aires, Laia.
Veyne, P. (1974): “La historia conceptualizante”, en Hacer la historia, Vol. I, Le Goff
y Nora, Barcelona, Laia,1984.
Análisis, pulsión y uso de objeto en
D.W. Winnicott

* Julieta Bareiro

La clínica del psicoanálisis ha presentado diversos desafíos desde las pro-


puestas desarrolladas por Freud a finales del siglo XIX. Uno de sus mayores
aportes fue la conceptualización de la pulsión y sus efectos no sólo en la sub-
jetividad, sino en el plano mismo de la praxis analítica. La definición de la
pulsión de muerte planteada en Más allá del principio del placer en 1920 pro-
dujo un nuevo dualismo pulsional que condujo por un lado, a una nueva ma-
nera de comprender la clínica y sus avatares, y por el otro, una manera inédita
de advertir el malestar en la cultura.
Este famoso “giro de 1920” provocó una serie de reacciones contrapues-
tas en relación a su recepción. Roudinesco y Plon señalan que: “la repercu-
sión iba a ser inmensa, tanto por sus efectos sobre el pensamiento filosófico
del siglo XX, como por las polémicas y rechazos que esta tesis suscitaría en
el seno mismo del movimiento psicoanalítico” (2005, p. 887). A pesar de su
carácter controversial, seguidores de Freud tales como M. Klein y J. Lacan,
que destaco entre otros, aceptaron y desarrollaron esta última elaboración
sobre las teorías de las pulsiones. Así, por ejemplo, para M. Klein (1930) la
pulsión de muerte emerge desde el origen de la vida. Y Lacan (1964), por
su parte, la considera bajo la perspectiva de lo real. De esta forma se abrían
para el futuro del psicoanálisis singulares maniobras y reflexiones clínicas a
partir de los últimos aportes freudianos. Sin embargo, esta aceptación, al
igual que en 1920, no iba a resultar unánime.
En sus contribuciones sobre el desarrollo de la subjetividad y las relacio-
nes de objetos, Winnicott cuestiona la variante genética de la pulsión en ge-
neral y la legitimidad de la pulsión de muerte, en particular.
Este trabajo se presentará de la siguiente manera: en el primer punto se
desarrollará la forma en que Winnicott conceptualiza la pulsión. En un se-
gundo punto, cómo piensa la cuestión de la agresividad y en el tercero, cómo
el analista aparece en relación a la destructividad potencial en su emergencia

* jumba75@hotmail.com / Argentina
416 | Julieta Bareiro

como objeto de uso. Finalmente, en las conclusiones se intentará dar cuenta


de las tres partes trabajadas.

1. LA PULSIÓN EN WINNICOTT

Un punto importante en la obra de Winnicott es su interpretación de la pul-


sión. Se puede entender que acepta esta noción pero, curiosamente, no le
otorga el mismo sentido que Freud. Para Winnicott, lo originario es la pareja
de crianza y aboga por la idea de que al comienzo no hay un bebé en soledad,
sino fusionado con otro. Los procesos de integración son los que, paulati-
namente, van dando lugar a la fuerzas pulsionales. Aquí, el concepto de ego
va a incluir la pulsión1:

“En las primerísimas fases del desarrollo de un niño, por tanto, la fun-
cionalidad del ego debe ser tomada en calidad de concepto inseparable
del de la existencia de la criatura en tanto que persona. Podemos hacer
caso omiso de la vida instintiva que pueda haber aparte de la funcionalidad
del ego, ya que la criatura todavía no es una entidad que viva unas expe-
riencias. No hay id alguno antes del ego” (1965 p. 65).

Nótese cómo se subvierte la idea de que al comienzo habría una pulsión


originaria y dual tal como plantea Freud. Para Winnicott, al inicio el bebé
se encuentra en un estado de pura necesidad de ser cuidado y de depen-
dencia al ambiente. La problemática de la pulsión recién surge a partir de
la integración del ego como cambio cualitativo. Incluso, plantea que de no
mediar éste, la cuestión pulsional “puede ser tan externa como puedan serlo
los truenos o los golpes. El ego de la criatura está haciendo un acopio de
fuerzas y, por consiguiente, acercándose a un estado en que las exigencias
del id serán percibidas como parte del ser, en lugar se serlo como factores
ambientales” (1965, p. 171). Para este autor, primero están las necesidades
de ser y existir y luego las satisfacciones de la pulsión. Es decir, no es la sa-
tisfacción instintiva el factor primordial para que un bebé empiece a ser.

1 Sin embargo existe un problema terminológico: la traducción de trieb por instinct o drive.
Levin de Said establece que Winnicott “denomina instinto (instinct) a las poderosas mo-
ciones biológicas (drive) que van y vienen en la vida del bebé y del niño y que demandan
una acción. No obstante, no considera necesaria una clasificación del instinto. Sí le im-
porta “la elaboración imaginativa del funcionamiento corporal”, concepto intrínseca-
mente ligado con el de “ausencia”. Dicha idea posee imágenes cercanas al concepto de
trabajo de la pulsión de Freud como exigencia de trabajo” (2004, p. 90).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Análisis, pulsión y uso de objeto en D.W. Winnicott | 417

Sin embargo también reconoce que esta fuerza está al comienzo de la exis-
tencia del bebé, incluso en la misma gestación2. Se trata de una energía que
va desde la musculatura hasta caminos cada vez más sofisticados, como la
creación de objetos. Al comienzo:

“está basada en las funciones relacionadas con la alimentación. Predominan


intereses vinculados a la boca y las manos, y, gradualmente, a las funciones
excreticias también. A los cinco meses, al relacionar la excreción con la ali-
mentación, el bebé adquiere una inicial visión de su mundo interno, que
se experimenta como vivencia psicosomática y se extiende a lo largo del
cuerpo. Todas las funciones tienden a poseer una cualidad orgiástica, en
tanto incluyen fases de excitación y preparación locales” (1968, p. 31).

A medida que el infante crece estas experiencias corporales, más la rela-


ción con el ambiente, van dando lugar a vivencias más sutiles3. Así, toma
valor la cuestión del self como una unidad integrada, que en varias ocasiones
Winnicott acerca a la noción de Yo4. No obstante, este Yo no es el de la ins-
tancia psíquica freudiana. Tiene más relación con los procesos de madura-
ción en el sentido de la identidad. Cuando de la no-integración se avanza
hacia una progresiva integración, crece lo que denomina núcleo del propio ser
como fuerza motora. Ésta avanza en un continuo devenir desde la pura po-
tencialidad del ser5. Sin embargo, lo originario tiene que ver con estas con-
diciones de vivir y que, en todo caso, la experiencia –incluida la de la fuerza
pulsional– no existe sin un yo que la posibilite. La inversión de la metáfora
del caballo que utiliza Winnicott para distanciarse de la sobredeterminación
pulsional de Freud resulta ilustrativa. En “la localización de la experiencia
cultural” de Realidad y Juego (1971) se pregunta qué se entiende por vida y
cuándo es que un sujeto comienza a ser. Desecha la idea de que lo instintivo
domine y advierte sobre la peligrosidad que implicaría para los fenómenos

2 “Existe una pulsión biológica tras el progreso” (1979, p. 38).


3 Habría en la cuestión pulsional en Winnicott una fuerza biológica, por decirlo así, más
cercana a Freud que sin embargo no es sin la historicidad propia del sujeto que le da
marco y sentido.
4 “Esta confusión hace que muy frecuentemente la manera que usa Winnicott el término
“yo” sea intercambiable con el vocablo más propio de self. Es excepcional que Winnicott
se refiera al yo como una provincia o instancia psíquica a cargo de otras funciones, y lo
emplee en cambio cuando quiere destacar que un proceso es subjetivo, no impersonal,
es decir, que hace comparecer a alguien. Pero estos virajes que se dan sin avisar y sin to-
marse el trabajo de una explicitación pueden confundir al lector” (Rodulfo, 2009, p. 230).
5 Hay que recordar que una parte central del ser queda, en términos de Winnicott, no-
integrada y es lo que da lugar a lo informe.
418 | Julieta Bareiro

transicionales. La figura no es que el caballo domine al jinete, sino que el


jinete es quien domina finalmente al caballo. El interesante corrimiento que
hace Winnicott de la teoría tradicional psicoanalítica es que el acento está
en la creación y no en el instinto.
Rodulfo, por ejemplo, opina que Winnicott:

“rehúsa hacer comenzar las cosas por el Ello. Para él la idea de una ins-
tancia impersonal, de una pulsionalidad anónima (y no sólo descentrali-
zada), es totalmente incompatible con la idea de experiencia que, como
tal, no puede ser sino un índice de subjetividad-subjetivación. Debería
haber introducido allí, entonces, su propio término de self. En lugar de
eso, vuelve la segunda tópica contra sí misma, enfatizando que sin Yo no
hay experiencia, y que el Ello es relativo a este Yo” (2009, p. 230).

Otros autores, como Levin de Said (2004), entienden que la cuestión de


la pulsión freudiana aparece vinculada a la fuerza vital, que encuentra com-
parable a las mociones eróticas y agresivas que recorren diversos caminos. En
este sentido, plantea que el vocabulario winnicotteano utiliza más la idea de
impulsos instintivos que el término pulsión. Y que éstos, en todo caso, se en-
contrarían más ligados a los elementos masculinos. Por su parte, Davis y Wall-
bridge deducen que “como el Ello de Freud, el propio ser central de Winnicott
es la fuente de energía y espontaneidad. Pero Winnicott no otorga la misma
primacía que Freud a las pulsiones sexuales y agresivas: las considera más bien
tributarias de los procesos de maduración (…) Winnicott entendía que, antes
que pudiera hacer uso alguno de esos instintos, tenía que estar como una per-
sona vivenciante, por más rudimentaria que fuera” (1981, p. 45).
Es claro que en la recepción de la obra habría acuerdo en cuanto a lo no
originario de la pulsión. En su lugar se ubica la cuestión del núcleo del ser
como fuerza vital y al desarrollo del yo como mediador de las experiencias
pulsionales. Para comprender un poco mejor esto, hay que tomar en cuenta
que Winnicott rechaza la idea de una pulsión de muerte. Para él, el organismo
no “busca morir a su manera”, sino “estar vivo, cuando lo encuentre la
muerte” (1987, p. 42). Aquí no habría lugar para lo tanático que, contrapuesto
a las pulsiones de vida, “tiende a la reducción completa de las tensiones; es
decir, a devolver al ser vivo al estado inorgánico” (Laplanche y Pontalis, 1967,
p. 336). Por el contrario, la idea de muerte en Winnicott no partiría del ser,
ya que éste busca la continuidad, sino que tendría el sentido de reacción frente
a una falla extrema del ambiente. Lo novedoso es que en lugar de un dualismo
pulsional propone una agresividad primaria. Ella contiene componentes amo-
rosos como destructivos que al comienzo lo son “por azar”. Aquí lee a Em-
pédocles para entender que el dualismo pulsional no es sino:

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Análisis, pulsión y uso de objeto en D.W. Winnicott | 419

“…uno de los fenómenos integradores del desarrollo de la fusión de lo


que aquí me permitiré a mí mismo llamar instintos de vida y de muerte
(de amor y de discordia en Empédocles). El eje de mi argumentación es
que la primera moción es, en sí misma, una sola, es algo que yo llamo des-
trucción, pero también podría haber llamado moción combinada de amor
y discordia. Esta unidad es primaria. Es lo que sale a relucir en el bebé,
por los procesos naturales de maduración.” (1989, p. 292).

Lo que se encuentra en este pasaje podría pensarse como un giro con-


ceptual que ubica a la agresividad como fuerza vital. Esta fuerza agresiva-
mente amorosa sólo lo es como potencialidad. No habría antítesis entre vida
o muerte, ni mezcla ni desmezcla pulsional. Es una potencia que incluye
tanto a una como a la otra, pero orientada hacia una creatividad que toma
impulso de esa misma agresividad. Aquí entra la cuestión del ambiente como
marco y sostén. Un ambiente lo suficientemente bueno da lugar a la expe-
riencia del ímpetu vital. Los objetos, si todo va bien, son creados y poten-
cialmente destruidos por esta fuerza:

“No es dable enunciar esta unidad mocional, sin hacer referencia al am-
biente. La moción es potencialmente destructiva, pero que lo sea o no
dependerá del objeto: ¿el objeto sobrevive; o sea, conserva su carácter, o
reacciona? (…) En este grado extremo de provisión ambiental, el bebé
prosigue siguiendo una pauta de desarrollo de su agresividad personal,
que sirve de telón de fondo a una continua fantasía (inconsciente) de des-
trucción” (Winnicott, 1989, p. 292).

El sentido de la frase sugiere que: a) la pulsión como fuerza adquiere un


cariz de agresividad creadora primaria; b) ésta permite la continuidad de la
existencia y la constitución de los objetos y; c) no es sin el ambiente.
Asimismo, la agresividad resulta dadora de alteridad en la medida en que
el objeto resista esta potencia. Vale decir, instaurar la diferencia yo/no yo. Para
dar cuenta de ello, Winnicott lee en Fairbain que la libido es buscadora de
objeto. De ser así, concluye, la satisfacción de los impulsos está vinculada a
la culminación una vez que habría encuentro entre objeto y sujeto (Levín de
Saíd). En la medida en que el objeto resiste –es decir, sobrevive– este encuentro
nunca es total. Más que el objeto de satisfacción lo que hace a la alteridad es
un objeto de oposición. La agresividad del lado del niño hace un corte en la
fusión con el objeto subjetivo. Esta disrupción depende de un objeto que se
distinga con relativa ajenidad. Si el objeto sobrevive el niño convive con otros
objetos distintos de él. La agresividad se mantiene como un continuum que,
en tanto creatividad vital, permite habitar el mundo de manera personal.
420 | Julieta Bareiro

Por último, como se ha mencionado antes, la agresividad instintiva y sus


avatares hace al problema del diagnóstico: si la experiencia de destrucción
fue con complicidad del objeto –por decirlo así– para ser destruido, el niño
puede experimentar la actividad creadora en un mundo junto con otros. Sin
embargo, si el ambiente reacciona, “el bebé jamás puede experienciar esta
raíz personal de la agresión o fantasía destructiva, o hacerla suya, o ser mo-
vida por ella; y, por consiguiente, jamás puede convertirla en la destrucción
inconsciente, en su fantasía, del objeto libidinizado” (Winnicott,1989, p.
293). En este sentido, el problema de la psicosis se relaciona con etapas pri-
mitivas del orden de la necesidad de ser y de experiencias con objetos que
sean algo más que proyecciones6. Para Winnicott, en las psicosis hay un fra-
caso del ambiente que hace que el sujeto se halle subsumido a una relación
de objeto desprovista de alteridad.

2. AGRESIVIDAD Y USO DE OBJETO

El problema de la agresividad ha sido pensado tradicionalmente como reac-


ción frente al principio de realidad. Para Winnicott, la agresión o destructi-
vidad no están del lado de la pulsión tanática freudiana7. Tampoco acepta que
la concepción kleiniana de la envidia del objeto bueno (parcial o total) con-
duzca a la destructividad desde el comienzo de la vida. A su juicio, la agresión
se podría reconducir a la motilidad prenatal del infante8. Y en todo caso, po-
sibilita la inclusión del otro (la madre) en la relación del cuerpo con las ex-
periencias originales de amor. La paradoja está en que el bebé no se percata
de ello debido a la fusión original que no distingue entre uno y otro9.
A su vez, la agresividad remite también a variantes funcionales subjetivas.
Está íntimamente relacionada con la capacidad de usar objetos, lo que im-
plica la aceptación de la existencia de éste como perteneciente a la realidad
compartida. Para ello debe darse el pasaje de la relación de objeto (objeto

6 La etiología de estos trastornos nos lleva inevitablemente a etapas que preceden a la


relación triangular. “El extraño corolario es que en la raíz de la psicosis hay un factor
externo” (Winnicott, 1989, p. 293).
7 “El concepto de instinto de muerte se podría caracterizar como una reafirmación del
principio del pecado original” (Winnicott, 1971, p. 100).
8 “A los impulsos del feto, a lo que concurre al movimiento por contraposición a la quie-
tud, a la condición viva de los tejidos y a las primeras muestras de erotismo muscular.
Aquí necesitamos de un término como fuerza vital” (Winnicott, 1968, p. 103).
9 “Todos estos impulsos agresivos en el recién nacido pueden ser vividos por la madre
como crueles, hirientes o peligrosos, pero no existe intencionalidad en ellos” (Bouhsira
y Durieux, 2004, p. 116).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Análisis, pulsión y uso de objeto en D.W. Winnicott | 421

subjetivo) al uso de objeto (objeto de uso). El proceso sería el siguiente:

“El sujeto se relaciona con el objeto y luego el sujeto destruye al objeto


(en cuanto se vuelve exterior) y después el objeto sobrevive a la destruc-
ción por el sujeto. Pero puede haber supervivencia o no. El sujeto dice
al objeto ‘te he destruido’ y el objeto se encuentra ahí para la comunica-
ción. En adelante el sujeto dice ‘¡Hola objeto!’ ‘Te he destruido’ ‘Te amo’
‘Tienes valor para mí por haber sobrevivido a tu destrucción por mí’
‘Mientras te amo te destruyo constantemente en mi fantasía’ (incons-
ciente) Aquí comienza la fantasía para el individuo. Entonces el sujeto
puede utilizar el objeto que ha sobrevivido (…) Gracias a la supervivencia
del objeto el sujeto puede vivir una vida en el mundo de los objetos (…)
A partir de entonces, cuando se ha llegado a esta etapa, los mecanismos
proyectivos colaboran en el acto de percibir que hay objeto (¿) ahí, pero
no son la razón de que el objeto se encuentre ahí” (Winnicott, 1971,
pp.121-122).

Para Winnicott, la paradoja de la destrucción y supervivencia del objeto


conduce al reconocimiento de la realidad y a la distinción entre lo íntimo
y lo externo. La destrucción es un logro porque el niño ha asumido el riesgo
de la agresividad y asume también la tolerancia a la ambivalencia. Tal como
concebía el proceso, la utilización del objeto no es la explotación de éste
sino el desarrollo del potencial creativo. Esta relación con el objeto (que
puede ser destruido en la fantasía pero a la vez sobrevive en la realidad) au-
toriza al sujeto a sentirse libre para ser creativo y para experimentar tanto
su propia autenticidad como la del objeto. La capacidad de destruirlo indica
la de vivir creativamente como ser separado (Bouhsira y Durieux, 2004).
Aquí Rodulfo considera que para lograr la separación que hace “a lo mío
y lo que es distinto de mí” el objeto debe resistir en el sentido de mostrarse
ajeno y diferente. Es a partir de este logro o fracaso que Winnicott va a pen-
sar las consecuencias clínicas10. Nótese la importancia del ambiente en este
tipo de experiencias. Davis y Wallbridge plantean que el uso de objeto se
escenifica en una secuencia en tres tiempos: “yo”; “yo/no-yo” y “no-yo” con

10 Rodulfo afirma que “de no manifestarse alguien que oponga resistencia a la manipula-
ción, alguien que no se deje tratar de cabo a rabo como objeto –o como Winnicott llama
objeto subjetivo –aquel hallará muy dificultadas las cosas. Es imprescindible que algo
del otro en el otro se comporte como distinto. De nuevo paradójicamente esto debe
darse en la experiencia de fusión. La diferencia debe ser creada en el seno de ella, no
se la puede encontrar como un dato de la realidad, ya que la realidad puede ser por
entero colapsada fantasmáticamente” (2009, p. 152-153).
422 | Julieta Bareiro

insistencia en este último porque indica la supervivencia del objeto. A partir


de allí, bajo el proceso de destrucción y supervivencia, el objeto se vuelve
usable y disponible. Esta cualidad se hace extensible al uso de un mundo de
objetos, personas y cosas permanentes.
El paso de la relación al uso hace que la agresividad dirigida a la destruc-
ción mágica pueda ser sobrellevada por el niño en la medida en que se vuelve
capaz de tolerar su propia agresividad. Para Davis y Wallbridge:

“En el curso del tiempo el niño pone su conducta destructiva bajo control
y utiliza su agresividad, que tanta espontaneidad y fuerza vital conlleva,
no sólo al servicio del odio (y en consecuencia al amor, que es el otro lado
de la medalla), ni sólo contra lo que verdaderamente amenaza desde el
exterior, sino también para realizar sus propósitos y metas en la vida y
para conservar un sentimiento de realidad. Entretanto es la pauta de des-
arrollo de la agresividad personal que proporciona el fondo de una con-
tinuada fantasía inconsciente de destrucción la que guía el crecimiento
por uso de objetos” (1981, p. 91).

Sobre este tema el aporte del Grupo canadiense de estudios sobre Win-
nicott dirigido por Melded-Posner y colaboradores es el siguiente:

“Para Winnicott, sin agresividad no hay amor y no puede haber sujeto


ni objeto; así como tampoco realidad y creatividad. Al comienzo, la cre-
atividad y la agresividad existen de modo potencial; en el individuo sano
se vuelven realizaciones. El reconocimiento de la agresividad personal y
del potencial de destructividad de alguien, la aceptación de esa destruc-
tividad así como el reconocimiento de sus orígenes y de sus lazos con el
amor primitivo, conducen a la posibilidad de vivir creativamente y con
entusiasmo. Juntas, creatividad y agresividad desempeñan roles profundos
y fundamentales. En el niño, dinamizan el desarrollo y el crecimiento.
En el adulto, hacen posible una existencia de autenticidad” (2004, p. 129)

Ahora bien, lo que se puede establecer es la relación que existe entre la agre-
sividad primaria, la alteridad y la constitución de los objetos. Es posible hallar
la misma correspondencia en el modo en que Winnicott entiende su clínica.
En efecto, el modelo de análisis y de todos aquellos elementos que le
pertenezcan están inspirados en esas primeras vivencias del lactante y su
entorno. El camino que el niño hace hacia el desarrollo de su propia sub-
jetividad es semejante a lo que se pone en juego en el encuadre analítico.
La problemática que todo paciente lleva a su tratamiento implica de alguna
manera cuestiones referidas a la propia existencia. Winnicott entendía que

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Análisis, pulsión y uso de objeto en D.W. Winnicott | 423

en los inicios de la vida se ponían en relación los vínculos entre el mundo


y el niño y que ambos iban constituyéndose recíprocamente. En el análisis,
entonces, esa particular relación vuelve a manifestarse a través del lazo entre
analista y paciente. Dentro de esta relación vuelve a ponerse en juego la
cuestión del uso.

3. EL USO DE OBJETO COMO “MOMENTO” DEL ANÁLISIS

Si Winnicott establece que todo análisis se desprende de la posibilidad del pa-


ciente de usar objetos, y que la tarea del analista es provocar, por decirlo así,
su uso ¿es el uso un momento ineludible en la clínica? Winnicott diría que
sí. Este pasaje se ubica en la clínica winnicotteana sobre el pivote de la trans-
ferencia, en virtud de que el analista está “allí para ser usado” (1971). La frase
indica, al menos, dos cuestiones: presencia (allí) y función (para ser usado).
La primera se ordena a partir de la máxima freudiana de que no puede
haber transferencia ni sepultamiento de ella in absentia o in effigie (1912),
fórmula que alude a que la labor analítica es dentro de ese mismo setting y
no por fuera de ella. Aquí, emerge, winnicotteanamente, el análisis como
un juego de a dos.
La segunda parte (para ser usado) describe que el trabajo del analista es
el de llevar al paciente a la experiencia de uso. Esto es: ser objeto de la ex-
periencia de destrucción y sobrevivir a ella, acontecimiento que permite
desde la edición11 de experiencias en los trastornos psicóticos y border, hasta
la transferencia en el sentido clásico, por decirlo así, de las neurosis.
En el tratamiento uso, toma el prototipo de lo que “el bebé hace de la
madre en una experiencia sana con ella” (Winnicott, 1989, p. 279). Esta ima-
gen remite a cuestiones vinculadas a la madre objeto y a la madre ambiente,
que han sido señaladas en los puntos anteriores. Lo importante de destacar,
en definitiva, es qué hace que el análisis sea posible. Winnicott advierte que
prolongados tratamientos nunca fueron analíticos si el analista nunca facilitó
la cuestión del uso, lo que plantea como diferencia entre uso y no-uso. El
primero alude a las posibilidades de transferencia y trabajo terapéutico, mien-
tras que el segundo sería un autoanálisis. Aquí, la posibilidad del analista de
ser usado y su supervivencia se ponen en juego en un momento crucial del
análisis: su establecimiento. Esta experiencia debe ser sostenida por el analista
y atravesada por el paciente en este sentido: uso de objeto alude a la capacidad

11 Nemirovsky plantea la edición que, diferente a la reedición transferencial, “posibilita el


registro de lo aún no vivenciado, para la posterior integración en el self” (2007, p. 199).
424 | Julieta Bareiro

del paciente; y objeto de uso, a las habilidades del analista. Ambos términos
no son idénticos, pero sí familiares: pertenecen a una lógica analítica donde
las dos partes asumen desafíos inherentes a sus propios roles12.
Esta idea resulta fecunda en la medida en que habría un momento, o mo-
mentos, donde la cuestión del uso denotaría cierta habilitación al trabajo te-
rapéutico. En efecto, todo análisis presentaría, bajo transferencia, experien-
cias donde se ponen en juego la agresividad, la alteridad y la tolerancia del
ambiente. La suma de estos factores se conjuga en el problema de la exis-
tencia mediante la destructividad potencial. Sin embargo, Winnicott percibe
que el desafío es inherente a todo tratamiento y resulta un reto que todo
analista debe tanto propiciar como resolver.
Si esto es posible, algo de la alteridad se pone en juego y, entonces sí, la
agresividad puede encontrar un curso creativo y el analista puede ubicarse
como objeto de uso en transferencia. El usar y sus consecuencias señalan
tanto un cambio en el horizonte del análisis, como de su progreso y fin.
Estos momentos estarían enfatizados por la apuesta, por decirlo así, del ana-
lista a ser usado13. Winnicott explica que usar significa hasta gastarlo (1989,
p. 279), frase que adquiere sentido en términos transferenciales. Esta idea
sugiere cierta pérdida de la significatividad de la figura del analista a lo largo
del tratamiento y, a su vez, la emergencia de la “capacidad de jugar a solas,
en presencia de alguien”, por parte del paciente. Que el analista se desgaste
como objeto, indica cierta decadencia de su valor, lo que sugeriría una di-
rección hacia un fin del análisis, en la medida que el paciente va “soltando”
esa dependencia al ambiente terapéutico. Vale recordar que, para este autor,
“el vivir mismo es la terapia que tiene sentido” (Winnicott, 1971, p. 119).

4. CONCLUSIONES

En este trabajo se intentó realizar un recorrido en el cual a partir del modo


en que Winnicott entiende la agresividad se organiza la clínica. Si bien re-
chaza el carácter originario de la pulsión y, sobre todo, la conceptualización
de una pulsión de muerte, llama la atención cómo la agresividad tiene un
factor nodal no sólo en la subjetivación del niño winnicotteano, sino en la
praxis misma. Esta destructividad potencial, creativa y creadora, posibilita-

12 “¿No ocurre acaso que antes del pasaje hacia el uso, el paciente (sujeto) protege al analista
(objeto) de ser usado? En el caso extremo, el sujeto queda con un objeto ideal, o con
un objeto idealizado, perfecto e inalcanzable” (Winnicott, 1989, p. 280).
13 “Y quizás el mayor cumplido que puede hacérsenos es que somos a la vez encontrados
y usados” (Winnicott, 1989, p. 279).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Análisis, pulsión y uso de objeto en D.W. Winnicott | 425

dora de la alteridad, no es producto de la pulsión. Novedosamente en Win-


nicott se constituye como su punto de partida. Esta idea indica que la pulsión
no tiene el mismo carácter a priori propuesto por Freud. Sólo en la medida
en que la pulsión logre integrarse al ego adquirirá el valor energético y de
empuje conceptualizado tradicionalmente por el canon psicoanalítico, lo
que implica una subversión de la lógica freudiana.
En la constitución de los objetos la pulsión ya integrada al ego permite
no sólo la posibilidad de crear, sino de establecer relaciones de alteridad cre-
ciente con el mundo y los otros. Este proceso es posible en la medida en
que la agresividad somete a prueba la exterioridad y supervivencia de los ob-
jetos. En la relación analítica la cuestión del objeto de uso pone de nuevo
en relieve esta agresividad potencial. En ella se escenifica la existencia y per-
manencia del analista y las posibilidades del análisis. Que el analista se preste
para ser usado no sólo indica una operatoria que habilita la transferencia,
sino que señala su ética y las posibilidades del fin de análisis.

RESUMEN

El presente trabajo tiene por propósito articular una serie de conceptos y fenómenos
propios de la clínica psicoanalítica, tales como análisis, pulsión, y uso de objeto. Y
particularmente, como éstos se articulan en el psicoanálisis desarrollado por D.W.
Winnicott. Justamente, a la hora de definir la agresividad y la cuestión del uso en
la praxis, el autor inglés nos propone una novedosa manera de comprender la clínica
y teorizar la pulsión freudiana.

DESCRIPTORES: PULSIÓN / AGRESIVIDAD / USO DEL OBJETO / YO / INTEGRACIÓN / NE-


CESIDAD / SER.

SUMMARY
Analysis, drive and use of the object in D.W. Winnicott

The purpose of this paper is to articulate a set of concepts and phenomena in clinical
psychoanalysis, such as analysis, drive, and use of the object. And particularly, how
these concepts are articulated on D. W. Winnicott s psychoanalysis develop. Pre-
cisely defining the aggressiveness and the issue of use in practice, the English author
proposes a new way to understand the clinical and Freudian instincts theorizing

KEYWORDS: DRIVE / AGGRESSIVITY / USE OF THE OBJECT / EGO / INTEGRATION / NEED /


BEING.
426 | Julieta Bareiro

RESUMO
Análise, pulsão e uso do objeto em D.W. Winnicott

O presente trabalho tem como objetivo articular uma série de conceitos e fenômenos
próprios da clínica psicanalítica, tais como análise, pulsão e uso do objeto. E, especial-
mente, como estes se articulam na psicanálise desenvolvida por D.W. Winnicott. Jus-
tamente, na hora de definir a agressividade e a questão do uso na práxis, o autor inglês
nos propõe uma nova maneira de compreender a clínica e teorizar a pulsão freudiana.

PALAVRAS CHAVE: PULSÃO / AGRESSIVIDADE / USO DE OBJETOS / EGO / INTEGRAÇÃO /


NECESSIDADE / SER.

Bibliografía

Bouhsira, J y Durieux, M.C. (2005): Winnicott insólito, Buenos Aires, Nueva Visión.
Davis, M y Wallbridge, D. (1981): Límite y espacio, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1912): “Sobre la dinámica de la transferencia”. O.C. Tomo XII, Buenos
Aires, Amorrortu.
—— (1915): “Pulsión y destinos de pulsión”. O.C. Tomo XIV, Buenos Aires, Amo-
rrortu.
—— (1920): Mas allá del principio de placer O.C. Tomo XVIII, Buenos Aires, Amorrortu.
Klein, M. (1930): “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del
yo” O.C. Tomo II, Buenos Aires, Paidós.
Lacan, J. (1964): Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós.
Laplanche, J. y Pontalis, J.B (1967): Diccionario de Psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires
Levin de Said, A. (2004): El sostén del ser: las contribuciones de D. W. Winnicott y Piera
Aulagnier, Buenos Aires, Paidós.
Melmed-Posner y col. (2004): “Agresividad y creatividad” en Winnicott insólito, Bue-
nos Aires, Nueva Visión.
Nemirovsky, C. (2007): Winnicott y Kohut: nuevas perspectivas en psicoanálisis, psicote-
rapia y psiquiatría. Buenos Aires, Grama.
Rodulfo, R.: (2009): Trabajos de la lectura, lecturas de la violencia. Paidos, Buenos Aires
Winnicott, D. W. (1965): Los procesos de maduración y el ambiente facilitador, Buenos
Aires, Paidós.
—— (1968): La familia y el desarrollo del individuo, Buenos Aires, Hormé.
—— (1971): Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa.
—— (1979): Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia.
—— (1980): El hogar, nuestro punto de partida, Paidós, Buenos Aires, 2006
—— (1987): El gesto espontáneo, Buenos Aires, Paidós, 1990
—— (1989): Exploraciones Psicoanalíticas I, Paidós, Buenos Aires, 1993

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la Torre de Babel a los senderos
fundadores.
Algunas premisas para investigar en el proceso
psicoanalítico.
A José Bleger y Octave Mannoni

* Marcelo N. Viñar

PRÓLOGO

Nieto de una esclava africana y de un escritor y traductor de dialectos chinos,


Wilfredo Lam, pintor cubano, conquistó la Europa culta de posguerra y se
le considera uno de los mayores pintores del siglo.
Lo conocí en el ocaso de su vida, fui a su casa como médico a “tratarlo”
de una depresión consecutiva a un accidente vascular que lo dejó hemipléjico.
Lo que voy a narrar me lo dijo una mañana de domingo y creo que es
una clave para aprender sobre “investigar en el proceso psicoanalítico”.
Lam me admiraba porque en el agobio de su derrumbe yo le había apor-
tado una pastilla buena y eficaz, una sonrisa cálida y una palabra pícara y
cómplice en su lengua de infancia, en la tierra del exilio. Yo lo admiraba por
su estatura de pintor y su trayectoria de hombre.
Esa mañana, luego de mi insistencia durante meses, Lam tenía delante
de sí un boceto con su trazo característico y genial. Se fue dando que quería
conversar sin dejar de pintar ... me hizo ver que cada trazo le hablaba, como
evocación de un episodio infantil o reciente ... esta figura era su abuela, la
narradora de los cuentos para dormir, el leit motif era vencer al Hombre
Blanco y vengarse. Tal trazo era el arma, disimulada, tal otro la paz pletórica,
consecutiva al combate.
Poseído cándidamente en esa escena, que evoqué y convoqué mil veces,
fui entendiendo que el cuadro, en la fijeza de su permanencia plástica, es el
resultado de una interpelación con mil vaivenes: el primer trazo le habla, le
propone y exige una dirección y le proscribe otras. El trazo una vez trazado,
ya no es pasivo sino exigente y de modo coloquial interpela y hostiga al autor.

* marvin@belvil.net / Uruguay
428 | Marcelo N. Viñar

Esta interpelación a veces se encarna en una figuración antropomórfica;


otras, el trazo es más abstracto, funciona como en imperativo de un código.
Mientras esto iba transcurriendo Lam parecía revivir y se reía, excitado.
Años después, tratando de escribir un artículo, me di cuenta que el pro-
ceso es el mismo, que al principio contamos con eso que racional y pom-
posamente llamamos plan de trabajo y luego, en el camino, el texto inicial
es un interlocutor que nos manda a seguir caminos inesperados. En el re-
sultado final, luego de parir el texto, cuando vienen (a veces) los elogios, la
decepción y la crítica, de los otros o uno mismo, vemos que lo que más apre-
ciamos y permanece no estaba en el proyecto inicial sino que fue un hallazgo
del camino.
Lam, su tela y un testigo. Yo, mi texto y ustedes como destinatarios; es
la terna mínima que con un cuarto elemento, esencial, que es la historia,
la lengua y la cultura a la que pertenecemos, da lugar a un producto humano
que llamamos texto, olvidable o inolvidable, perecible o inmortal.
Este pequeño cuento aporta a mi intención y entender cuatro pilares mí-
nimos pero necesarios para investigar en el proceso psicoanalítico. Si la his-
toria que narro cumplió para mí función de acto analítico, un vector sin duda
no despreciable, viene del hecho de que nadie fue a buscarlo. Irrumpió de
modo inesperado en el trastocamiento de posiciones de una situación rela-
cional que anticipaba con una cierta funcionalidad de roles: se trastoca en
otra que nadie (?) supuso antes.
Nadie quiere decir aquí, que a diferencia del acto pedagógico, no hay en
el acontecer un autor intencional y un destinatario de la transmisión. Existe
el sujeto de un entre dos, íntimo, descentrado de las conciencias, que no ce-
samos de buscar y de tener, de amar y de evitar. Un autor, un destinatario
personalizado para quien el texto es producido, un código cultural compar-
tido y la emergencia de algo inesperado y esperado son cuatro facetas in-
soslayables de esta unidad de base.
Sabemos que el descentramiento de la conciencia y el Sujeto dividido
que de allí resulta son el punto princeps de la investigación freudiana.
Dos concepciones del inconsciente oscilan en la trayectoria de Freud y
los continuadores optamos a veces por privilegiar alguna de ellas, otras por
mantener la fluctuación y mantener la definición en suspenso. Una, enten-
der al inconsciente como tierra incógnita a reconquistar: hacer consciente
lo inconsciente, llenar por rememoración las lagunas mnésicas y restituir
al sujeto la unidad y la armonía perdidas. Otra, entender al inconsciente
como un orden radicalmente heterogéneo, que desde siempre y para siem-
pre hostigará al Sujeto, y donde la “curación” o los cambios en análisis se
definan por el acceso a un nuevo discurso que habilita al reordenamiento
de posiciones subjetivas.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 429

Las nociones de sentido o significación e interpretación no coinciden en


ambas concepciones. Una pide la resolución del conflicto, la otra su refor-
mulación. La compatibilidad o contradicción de ambas posiciones, puede
ser tema de debate, en la interminable aporía entre saber y curar, entre pro-
cedimiento terapéutico y/o de investigación.

INVESTIGAR EN EL PROCESO PSICOANALÍTICO.

“il arrive plus souvent qu’ on ne le dit


qu’ on choisse de parler moins
de ce qu’ on sait que de ce qu’ on
voudrait bien savoir.”1

Octave Mannoni: Un commencement qui n’en finit pas


( transfert interpretation, theoríe)

“Hay entre la pura estupidez y la más grande inteligencia, una cierta afinidad,
en el sentido de que ambas no buscan más que lo real absoluto.”
Schiller, citado por Marcuss en Eros y Civilización.

Aunque ciertos temas de Epistemología y Psicoanálisis son reiterados y monó-


tonos, alguna noción de ciencia y experiencia es necesaria para transitar el tema.
Como su tratamiento metódico llevaría a un tratado (que excede el
tiempo y mi capacidad) propongo aquí una reflexión parcial y fragmentaria,
sin volver sobre lo más trillado de algunos problemas que me parecen ele-
mentales pero nodales. Mi deseo es que la explicitación permita superar al-
gunos equívocos y esclarecer nuestros consensos y disensos.

1. ALGUNOS PRELIMINARES EPISTEMOLÓGICOS

Quisiéramos que la distinción entre saber ordinario y conocimiento cien-


tífico fuesen tan ciertas y claras como la distancia entre cielo e infierno.
Ya en los albores de la filosofía griega, fuente del pensamiento occidental,
se parte de esta distinción oposicional entre apariencias y esencial y se ins-

1 “Ocurre con más frecuencia de lo que decimos que elijamos hablar menos de lo que sabemos
que de eso que nos gustaría saber.” (La traducción me pertenece)
430 | Marcelo N. Viñar

tauran dos vocablos diferentes, Doxa y Episteme, para que la pureza de la


ciencia no se contamine. En ese código e imperativo cultural, surgirá la dis-
tinción categorial y valorativa entre el bios theoretikos (el hombre consagrado
al pensar y las ideas) y el bios politikos (el hombre inmerso en la Ciudad y el
tumulto del acontecer).
Sólo el primero tendrá acceso a la verdad y podrá ser consejero del Prín-
cipe y el Tirano, afirma Platón. ¿Cuánto tributo pagamos aún a esta opo-
sición entelequial? ¿Fatalismo de un tributo a los orígenes?
El axioma del positivismo de exigir para la ciencia criterios de causalidad
y verificación que logren un saber universal y objetivo, prescindente del ob-
servador, dejan mal parado al psicoanálisis y todas las ciencias del hombre.
Estas estarían en estado incipiente, infantil y accederían a una cientificidad
adulta cuando se someten a los criterios y parámetros de las ciencias naturales
y matemáticas.
A esta ilusión maniquea del positivismo del siglo XIX, ¿qué concepto de
ciencia podemos proponer? Vamos aprendiendo que el genio y la capacidad
resolutiva de una disciplina dependen más de su manera de plantear sus pro-
blemas y paradigmas que de la manera de resolverlos.
Vamos aprendiendo que la adequatio res-intelecto, que fue durante siglos
la brújula y meta ideal de toda empresa de conocimiento, parece hoy ser una
utopía definitiva en todas las ciencias, que la adecuación entre el universo
y nuestra representación mental de sus objetos es y será siempre limitada.
Que, entonces, lo real del mundo que captamos – sea espontáneamente, sea
con rigor y sofisticación observacional – no será (y no podrá ser) más que
una construcción transitoria y precaria de aquello que llamamos la realidad
y de lo real.
Los límites y fronteras entre verdad y ficción que estaban tan asegurados
en el siglo de las luces (en el empirismo positivista) se nos desbaratan. Todo
lo cual no obsta para que una cierta aproximación de saber humano, falible
y modesto, nos proporcione algún grado de eficacia clínica y nos otorgue
un cierto disfrute en la tarea. El problema que se ha convenido transitar –
el de la relación entre la experiencia y sus fundamentos – es pues, más viejo
que el psicoanálisis mismo y con más o menos talento y conocimiento; ac-
tualizamos posiciones clásicas en la historia de la epistemología.
Hoy día las posturas se pueden esquematizar en una antinomia: los que
buscan hacer entrar al psicoanálisis en los criterios de la ciencia natural de
observación y toman como problema eje al tercero no comprometido, la
justificación de una verdad más allá de quien la enuncia y sus corolarios de
objetivación. Otra postura, más afín a mi pensamiento, es la de buscar en
la experiencia misma los criterios que sostengan la investigación, cuyo co-
gollo es – a mi entender – el punto de extinción de la racionalidad.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 431

El dilema es freudiano y atraviesa su obra; Freud nos lega no sólo sus ha-
llazgos sino sus interrogantes y enigmas y los herederos hurgan más en uno
u otro saco del tesoro freudiano.
La diferencia de posturas es radical, probablemente irreconciliable. Con
esas diferencias pueden llevar a la guerra de religiones, que en nuestro caso
son arrogantes escisiones. O podríamos tratar de pensar que los enemigos
de creencias son también seres inteligentes y buscar nutrimos – en la fobia
o el odio de las diferencias – de cómo sus fundamentos y modelos cuestionan
nuestras hipótesis.

2. TEORÍA Y CREENCIA .

La situación analítica crea la intimidad de un entredós2 donde todo pasa


(o puede pasar) sin que nada pase, frase que acuñaron Madelaine y Willy
Baranger, que define, con brevedad telegráfica, el ámbito de la experiencia
analítica (objeto de nuestra investigación).
Espacio de intimidad, por lo tanto de violencia actual o virtual, proclive
entonces a la repetición en transferencia que permitirá, si todo funciona
como esperamos, reconectarnos con los aspectos más indeseados y diabó-
licos de nuestro ser.
Para investigar hoy en psicoanálisis con el legado freudiano, es menester
no olvidar que el fundador trabajó con otro marco epistemológico, con otros
a priori y prejuicios que conformaban un ideal de ciencia diferente del nues-
tro. Por consiguiente (y voy a decir un lugar común) continuarlo no consiste
en repetir la certeza de sus hallazgos, sino a lo sumo imitar su condición de
infatigable explorador del pensamiento; de localizar aquello que estaba, pero
no podía ser dicho o pensado. Recordemos esta enseñanza de la etimología:
tradere es la raíz común de tradición y traición.
A pesar de ello estamos hartos de constatar, salvo en nosotros mismos,
el uso religioso de la teoría, de la buena teoría freudiana. Cada uno se siente
el mejor lector de la palabra soberana del Maestro; y desde allí clama la he-
rejía. Así posicionados, haremos pedagogía o religión, nunca psicoanálisis.
Con este punto de partida y bajo la cobertura de divergencias teóricas,
el anatema reemplaza la controversia y en su lugar aparece la Torre de Babel
y las guerras de prestigio de cuya rentabilidad no dudo, pero sí de su interés
teórico.

2 En Nuevos Fundamentos para el Psicoanálisis (1989) Jean Laplanche retoma este punto de par-
tida.
432 | Marcelo N. Viñar

He leído que este escándalo ocurre en todas las comunidades científicas


y mi intención no es la diplomacia de una paz beata (la vida es conflicto y
la historia es combate) sino que la guerra sea menos fastidiosa y estúpida y
consiga algún fruto. Sin duda esta coyuntura histórica es determinante en
la adopción del contenido y estilo de mi contribución.
Hoy día, la multiplicidad de teorías es un hecho en Psicoanálisis y la ver-
dad estallada plantea otros problemas que la verdad sagrada y unitaria. En
la precariedad de nuestra posición en la sesión en vez de transitar nuestras
falencias, solemos muchas veces utilizar el saber disponible con una vocación
totalizante y totalitaria, donde la ciencia opera en el lugar de la religión,
marcando de certeza nuestro discurrir y nuestra acción. Dice A. Didier
Weill que en el enfrentamiento entre el herético y el inquisidor, lo que éste
odia es la capacidad de aquel de pensar fuera de la doxa y el manual. De
mantener una tensión y un intervalo con la creencia y la verdad consensual,
de decirse como sujeto, en su capacidad de tener una palabra propia, lógica
que jamás es totalmente evidente. En los humanos, el reconocimiento de la
castración es frágil y transitorio.
Aunque Copérnico, Darwin, Freud y tantos otros hayan asestado golpes
irreversibles a nuestro amor propio, individual y colectivo, es ostensible el
contraste entre la precariedad constituyente de nuestra posición en la sesión
y la arrogancia en el debate académico, contraste que quizás no sea casual
sino causal.
Es freudiana la noción de vincular el derrumbe de creencias al pánico, y
no es malo revertir sus afirmaciones sobre la iglesia y el ejército a nuestras
cofradías analíticas. Deconstruir las certezas y restituir la precariedad y os-
curidad de los orígenes es un punto nodal de la operación que inventa Freud;
si lo hacemos en análisis con las figuras parentales, por qué no intentarlo
con nuestra filiación teórica. Es Hanna Arendt, en La Vida del Espíritu,
(1978), quien argumenta la distorsión al pensar que comporta el someterse
a la tríada religión, autoridad y tradición. Puede empobrecerse la fidelidad
a Freud haciendo que su teoría anticipe la resolución del caso y este ilustre
y glorifique su teoría; circularidad tautológica que asfixia la investigación.
Dicho así, nadie aprobará, pero pienso que es una entropía que no exorci-
zamos fácilmente.
A los riesgos de sacralización de la exégesis freudiana debe oponerse
(como en todo quehacer científico) la exigencia de guardar una coherencia
con la experiencia que la funda. En todas las ciencias del hombre éste es
un requisito para no diluir su especificidad, para no desdibujar al objeto que
su método construye.
La distinción lacaniana entre discurso del maestro y discurso universitario
me parece aquí pertinente. El fundador está solo ante su enigma y su cre-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 433

atividad. El seguidor, desde Freud lo somos todos, tiene ante el descubri-


miento una posición híbrida, de facilidad y dificultad. Para posesionarse de
ese momento instituyente, que Octave Mannoni (1967) designa con el nom-
bre de análisis original, tenemos que lidiar con un tercer componente: el
discurso instituido por la palabra del maestro. De aquí que la teoría en psi-
coanálisis funcione como instrumento pero también como obstáculo y re-
sistencia a lo inédito.
R. Major recuerda del Malestar en la Cultura: “ ... el constante antagonismo
entre la identificación requerida para cimentar el vínculo social mediante la des-
apropiación subjetiva y la desagregación de ese vínculo en el movimiento de reapro-
piaciones y repliegue, donde el rasgo de Sujeto, se distingue del rasgo del objeto en
el Sujeto.”
La teoría y la institución buscan la comunión, la experiencia analítica
apunta al relieve de lo singular. ¿Cómo anudar estas moscas por el rabo?
Dificultad pues renovada para restituir la especificidad de nuestro objeto
de búsqueda. Esto nos importa al presente con urgencia. La coyuntura his-
tórica de 1990 conjuga el prestigio y la difusión del mensaje freudiano con
una demanda social creciente en salud mental. No se trata de distinguir el
psicoanálisis puro del impío, sino de discernir la demanda social de la exi-
gencia epistemológica; ambas legítimas.
No se trata de legitimar abusivamente ciertas prácticas en desmedro de
otras por intereses comerciales, sino de mantener la distinción, siempre útil
entre psicoanálisis y medicina, sin confundir sus lógicas.
La práctica analítica nació en contrapunto con el discurso médico y dis-
cernirlos no es fácil, pero es necesario guardar una coherencia con la expe-
riencia fundante.
¿Habrá consenso y acuerdo en la manera de designarla y semiotizarla?
¿Cómo caracterizar y definir el objeto del psicoanálisis? En ciencias humanas
nominación y referente son en tal grado solidarias que la postulación mate-
rialista de Freud respecto de que los hechos clínicos son el pilar y las teorías
o especulación apenas la cornisa del edificio, parece hoy una premisa impo-
sible de cumplir. A riesgo de echar leña al fuego de la Torre de Babel, pero
en la intención de esclarecer consensos y disensos, va mi propuesta, que más
que original, pretende pasar en limpio algunos nudos de confusión habitual.

3. DE LA EXPERIENCIA .

El proceso analítico apunta a reconocer las determinaciones inconscientes


que conforman los modos de pensar, las conductas y las elecciones de un
sujeto; a reconocer esa parte de su ser que lo trabaja a su pesar, las raíces
434 | Marcelo N. Viñar

irracionales de sus construcciones lógicas, los núcleos de sin-sentido e in-


sensatez que hacen posibles sus sistemas de significación.
Entiendo, como muchos, que la experiencia de revelación y reconoci-
miento del Inconsciente, que cada quien ha vivido alguna (s) vez (es) en su
diván, es el punto princeps de la experiencia analítica y por lo tanto, un ci-
miento de la teorización. La ruptura de la secuencia lógica e intencional por
un pensamiento (representación) inesperado, parásito e intrusivo, o por un
error certero (lapsus, olvido) me parece el cogollo de la experiencia analítica.
Provoca primero un desorden y luego reordena la percepción que tenemos
de nosotros mismos.
Pienso que ahorraría algunos equívocos establecer la convención de si
llamamos proceso analítico a todo lo que pasa en análisis o a este momento
puntual.
Que designemos este tiempo privilegiado con el nombre de análisis ori-
ginal, insight psicoanalítico o tiempo mutativo de Stratchey (1934); que sea
provocado por la interpretación del analista, por sueño, una agravación sin-
tomática o cualquier otra circunstancia, es un momento que se somete mal
a una descripción o semiología precisas.
Justamente porque aparece o irrumpe allí donde la consistencia de nuestro
mundo racional y transmisible se deshilacha o desvanece, allí donde el sujeto
no es el amo de sus pensamientos sino esclavo de sus apariciones. Un punto
de turbación, en la palabra o en el cuerpo, sin duda de ambos al unísono, nos
dice con certeza que esa es una fuente de acceso al laberinto del Ser.
La salud, siguiendo a Leriche, es el silencio de los órganos: nadie habla
su euphea, pero sí su disnea.
La experiencia analítica emerge en la disfunción del discurso y saca al
cuerpo de su silencio funcional. La extrañeza y ajenidad de su contenido com-
piten con la seguridad, de que me está dirigido y se inscribe en mi historia.
En la etimología griega y latina de fantasía (phantazo = yo me aparezco), hay
aparición y espectáculo. La noche de Hamlet con el ánima de su padre no define
precisamente el lugar de un cogito racional. Hacer de este tiempo experiencial,
íntimo y único, un conocimiento transmisible, ha sido para los analistas una
preocupación constante, siempre lograda a medias y fallada otro tanto.
La sorpresa y el asombre fueron señalados por Freud como su rasgo más
inequívoco: “Nunca lo hubiera pensado”.
Diría descriptiva o semiológicamente que se caracteriza por una vivencia
contradictoria: tiene simultáneamente el carácter de algo nuevo, insólito e
inédito y de reencuentro con algo familiar: un saber opaco sabido desde
siempre, desde los horizontes de la infancia. Tiene una tonalidad afectiva
intensa, que puede ser de deslumbramiento, o despliega una zona lúgubre
y de zozobra. Lo que precede queda enmarcado en la ambigüedad de una

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 435

candidez y credulidad en la veracidad de las representaciones emergentes,


con sobresaltos de sospecha y de rechazo por su absurdo. Es la coexistencia
del absurdo y de la pertinencia de ese absurdo en mi pensar, lo que desen-
cadena un trabajo de búsqueda perentoria de una respuesta cuya caracte-
rística oracular, enigmática, promete la verdad en el puerto de destino. Lugar
donde jamás se llega, lo que no impide el deleite y la riqueza del viaje.
En esa experiencia aprendemos que los humanos vivimos dos historias
y destinos, la que queremos y creemos construir y la que se (nos) hace a pesar
nuestro. El síntoma se constituye en el abismo de la incompatibilidad de
esas dos historias, como punto de fijeza, tenaz, reiterativo. El trabajo de aná-
lisis busca romper esa estereotipia, tozuda y estúpida y trazar puentes en ese
abismo, que aunque frágiles y efímeros, permitan reformular el repertorio
de conductas y expectativas.
Los momentos de análisis original son difíciles, escasos y efímeros. Esta
rareza nos enfrenta a dos riesgos antagónicos. Cuando ocurren, la navega-
ción en el océano del inconsciente se hace más llevadera y se abre el riesgo
de la embriaguez de la certeza. Más difícil es cuando logramos que ocurran.
Se hace difícil soportar la ignorancia y perplejidad a que su ausencia nos so-
mete y es quizás allí donde el acto analítico arriesga desvirtuarse en proceso
pedagógico, adoctrinante.
Ese carácter íntimo y único de la experiencia fundante tiene como co-
rolario que las categorías de generalización y modelización no puedan seguir
las pautas de otras disciplinas. Entre el Edipo y mi Edipo no hay las mismas
relaciones que entre la manzana de Newton y la Ley de la gravedad. En cien-
cia natural la predicción es una virtud, en psicoanálisis es mortífera. Lo in-
acabable del texto y de sus variantes son la brújula y la meta y no la estan-
darización explicativa que puede ser un ideal en ciencia. El reconocimiento
de la universalidad de la estructura, que constituye la genialidad del para-
digma freudiano, no puede rebatirse y coincidir punto a punto con la sin-
gularidad de su actualización que es lo que interesa. Es menester no con-
fundir el andamiaje formal con el producto. Probablemente Adan y Eva
hicieron el amor como nosotros, pero si tengo la respuesta y se me esfuma
el misterio, me quedo sin la capacidad de descubrir.
Si nuestra práctica es un quehacer científico (reglado) una diferencia es
que el objeto a aprehender es efímero, singular y a reinventar cada vez. El
momento creativo a transmitir por la teoría se avecina más, entonces, a la
creación plática o poética, que al experimento científico reproducible.
Con lo que, en la orilla opuesta de la ciencia, la distinción a establecer
es con las experiencias iniciáticas, mágicas o religiosas. No veo otro índice
que la precariedad e incertidumbre para marcar la diferencia. Magia y re-
ligión no se cuestionan, el psicoanálisis carece de sentido fuera del cuestio-
436 | Marcelo N. Viñar

namiento. Magia y religión son totales y definitivas, el saber analítico es


puntual, efímero y precario como el gozar. Pero esta fulgurancia episódica
ordena toda la experiencia. Nadie cultiva el rosal por la planta sino la rosa.
Restablecer la especificidad siempre amenazada es un trabajo de la ex-
periencia analítica siempre a renovar. El único criterio de validación es a
posteriori: en un tiempo ulterior es cuando ambos miembros del par ana-
lítico pueden constatar que eso indeseado y diabólico que emerge ha podido
cambiar nuestra historia personal en el sentido de riqueza y fecundidad y
hacer nuestro destino un poco más disfrutable y menos idiota.
Lo que precede apunta a desterrar algunas hierbas parásitas que pertur-
baron nuestra reflexión. Quiero indicar al menos dos:

- El mito del individuo aislado, sujeto autoengendrado de sus pulsiones,


el aparato psíquico, como mónada definible en sí misma.
- La homologación de nuestra práctica a las nociones de observación em-
pírica de las ciencias naturales.

4. EL PSICOANÁLISIS, QUÉ CIENCIA Y QUÉ SABER

El concepto tradicional de ciencia (conocimiento objetivo, generalizable,


verificable) no nos sirve y pienso que nos ha hecho daño. La necesidad de
justificarnos como ciencia y mimetizar su lógica no nos ayuda y nos distrae.
Además, el modelo de ciencia positiva y método empírico que presidió la
reflexión freudiana ha caducado.
¿Qué racionalidad existe para definir un espacio del conflicto y el deseo?
El vínculo entre el hecho clínico (supuesto dato de observación) y las ideas que
lo hacen comprensible debe ser pensado de otro modo y reformulado. La deu-
tung no es hacer aparecer lo latente bajo lo manifiesto, lo profundo bajo lo su-
perficial, la esencia bajo la apariencia; no es un gesto de desciframiento o tra-
ducción que lleve a un vértice de sentido primordial o al surgimiento de una
categoría causal homóloga a las esencias de Parménides (libido, idea latente).
La paradoja y nuestra sorpresa es que el modelo de ciencia natural bajo
el que quería cobijarse el primer Freud como meta e ideal de progreso, tam-
bién evolucionó en la dirección de incluir la indeterminación y lo aleatorio
como punto clave de la modelización.
Las fronteras entre dato e idea son más complejas y problemáticas que
lo que pudo admitir la ciencia experimental; no sólo en Psicoanálisis con la
imputación de subjetivismo que padeció, sino hasta en la física de partículas
donde ya se discute si el objeto “visible” observado pertenece al universo
tal cual es o si es inducido por el método que introduce el investigador. Dice

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 437

Sélika A. de Mendilaharsu que si el acceso a la realidad fuera pleno, si se


diera una objetividad pura que permitiera prescindir de las teorías, el pro-
blema de la divergencia no se plantearía. En efecto, las teorías son sólo apro-
ximaciones a múltiples incógnitas que la realidad plantea sin dejarse jamás
aprehender por completo.
En ciencias naturales todo el dispositivo metodológico se orienta a la
aprehensión de un objeto unificado, reificado, que no surge del discurso y
no comunica por sí mismo.
La biología humana y sus aplicaciones en medicina se ocupan del hombre
como fenómeno natural, desde la exterioridad de una cosa, intransitiva.
Desde esta condición del objeto el observador contempla y habla de una
cosa. Hay un solo sujeto cognoscente. M. Bakhtine designa esta postura
como forma monológica de saber, no aplicable a las ciencias humanas. En
este saber el rol de las palabras es auxiliar y accesorio.
La reflexión de Michel Foucault (1975) sobre el dispositivo panóptico de
Bentham ha mostrado el efecto dañino de esta postura de observación obje-
tivante en el campo de las ciencias humanas y pienso que ciertas formas de
terapéutica de vocación normalizadora que se ejercen en nombre del psico-
análisis no están exentas de esta amenaza. La postulación de neutralidad y la
exigencia de asimetría funcional (que el campo lo ordenen las fantasías y de-
seos del paciente más que los del analista); cuya concreción más simple se
plasma en la metáfora o mito del analista espejo, comporta el riesgo de cons-
tituir el espacio analítico sobre la escandalosa falsedad del modelo panóptico.
¿De qué manera y a partir de qué elementos se posiciona el analista como
investigador?
M. Bakhtine postula una diferencia radical entre ciencias humanas y cien-
cias naturales y matemáticas: la postura de pertenencia y de repliegue frente
al campo que se estudia y la operación de conocimiento tiene metas dife-
rentes en unas y otras. Es entonces una falacia poner a las ciencias humanas
en situación de subdesarrollo respecto a las ciencias duras y lo que se requiere
es reconocer la especificidad del acto de conocimiento.
En ciencias humanas, sostiene Bakhtine, la realidad inmediata o hallazgo
de facto que empuja a la creación de un objeto a estudiar es un texto en el
sentido amplio de materia significante.
El objeto de ciencia se constituye para establecer, transmitir e interpretar
este hallazgo: el hombre es productor de textos, sea palabra, grafismo, gesto,
símbolo (esta afirmación tiene lugar décadas antes de los enunciados del es-
tructuralismo francés y de la obra de Lacan).
Texto: es el objeto de la cultura, el rol de las palabras es crucial en cien-
cias humanas; mientras que es instrumental y accesorio en las ciencias de
la naturaleza.
438 | Marcelo N. Viñar

A partir de este origen, la operación de conocer se califica de otro modo


y la aporía entre saber subjetivo y saber universal pierde su sentido original:
No es la convalidación de cualquier solipsismo, pero tampoco la de exactitud,
sino la de penetración expresiva.
El ideal de conocimiento en la ciencia natural es la exactitud, la coincidencia
de la cosa con la representación y consigo misma: el ideal es A=A’ y A≠B. Esto
es confirmar en la naturaleza la lógica aristotélica de identidad y no contradic-
ción, es el propósito o meta del acto de conocimiento en ciencias naturales.
Esta operación es inútil cuando el referente es un texto. El ser expresivo y
hablante no coincide nunca consigo mismo, es inagotable en el desplazamiento
de sentidos y significaciones. Justamente con Freud definimos la enfermedad
(automatismo o compulsión de repetición), cuando este movimiento de des-
plazamiento queda capturado en la fijeza de la cosa automática y muerta.
Que el referente sea un texto y no la cosa sin voz e intransitiva del fenó-
meno natural, comporta que no hay posibilidad de observación objetiva, sino
un peculiar modo de relación entre el cognoscente y la cognoscible. Bakhtine
llama principio dialógico a esta exigencia ineludible para el investigador en
ciencias humanas de ser modificado por el objeto que estudia, a este mínimo
de dos sujetos en la operación de conocimiento (diferencia sustancial con los
objetos de la naturaleza que se brindan a una forma monológica de saber).
Es partir de este principio común a todas las ciencias del hombre que el psi-
coanálisis podrá definir su especificidad como campo de conocimiento. Bakh-
tine diferencia el principio dialógico en relación al de intersubjetividad y de
empatía (einfülung), porque la distinción a buscar “no es de naturaleza psicológica
sino semántica”. Sus precisiones son útiles para reflexionar el trabajo analítico:
“La meta es acceder al “núcleo creador” del texto, a superar su extrañeza sin asi-
milarlo totalmente. No se trata de duplicar la experiencia de uno en otro, sino de
traducir una experiencia en una perspectiva axiológica diferente”.
En este desarrollo que voy transitando, la especificidad del psicoanálisis
radicaría, a partir del dispositivo (setting), y más allá de él, en privilegiar la
función de la opacidad y del resto (ombligo en el modelo del Sueño), de
nombrar lo que no estando en el texto, lo determina.
En la reflexión pasional sobre sí y sobre el otro que el proceso analítico des-
pliega, se engendran momentos de descubrimiento o conocimiento. Allí la fun-
ción analítica consiste en localizar aquello que se produce como resto y opa-
cidad, y focalizando ese no-saber promueve un nuevo movimiento discursivo.
Estamos tentados de sostener que la experiencia analítica extrae su fuerza
y eficacia de la fecundidad de un equívoco y su definición certera queda (y
debe quedar) suspendida.
El paciente cree que el analista, como el médico, el shaman o el curan-
dero, tiene un saber disponible para aliviar su malestar o sufrimiento.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 439

El analista cree que hurgando en su historia íntima y en la ficción y verdad


de sus orígenes, el paciente podrá re-adueñarse de momentos o fragmentos
de esa historia donde se anclaron sus zonas de disfrute y sufrimiento, podrá
saber algo más de las representaciones y creencias que empecinadamente
lo empujan a sus automatismos y compulsiones, a la tenacidad de las repe-
ticiones que alejan o impiden esa incertidumbre creativa que define la con-
dición humana.
El psicoanalista cree pues (aunque reivindiquemos lo obvio) en la psico-
génesis del síntoma y en el poder de las palabras, en la capacidad humana,
descubierta o revalorada por Freud, de transformar el síntoma en un texto
y de hacer de lo mórbido algo humano.

5. APUNTES SOBRE TRANSFERENCIA. LA NEUTRALIDAD Y EL PODER DEL ANALISTA.

“Expectativa confiante” en el saber del otro, que no es residuo remanente


actuante y actual de aquella indefensión (desvalimiento, hilkflogiskeit) ori-
ginal y fundadora, donde el desamparo hizo del otro la fuente de todo saber
y significación. La certeza, como núcleo inaugural, que la maduración irá
penosamente desmontando en un trabajo que jamás llega a su término.
Lo que califica pues la especificidad del psicoanálisis es un ámbito de lo-
cura convenida entredós, que llamamos espacio transferencial. Es en ese es-
pacio donde el discernimiento de límites entre creencia y saber, entre engaño
y verdad, escapa a definiciones precisas.
¿Qué otra definición clara tenemos de la transferencia, sino la definición
negativa de falsa conexión?
Nos manejamos pues en la fragilidad de un saber surgido o basado en
una falsa conexión y esta falsedad no es contingente ni accidental, sino in-
trínseca y constitutiva del proceso que desencadena y posibilita.
Constatamos en el quehacer que esta relación de engaño y veracidad es
una condición paradojal fundadora, única y privilegiada, para repetir entre
- dos (aunque en la relación dual siempre esté presente y actuante el tercero
singular y plural) aquello que Freud describió en términos de pulsión, cen-
sura y represión. Para amplificar o magnificar las grietas o abismos entre el
parecer de la vida socializada y adaptativa y el ser con rasgos monstruosos
e inmundos, que no se muestra al mundo y difícilmente a sí mismo, pero
que está allí, en nosotros, insistiendo alucinatoria y empecinadamente.
Todo lugar de saber es intrínsecamente lugar de poder. El poder del
analista nace de esa atribución de saber, afín a la religión y a la magia, in-
herente a la sugestión y al acto educativo. La condición de que un poder
sea analítico es no ejercerlo a otros fines, postula O. Mannoni, condición
440 | Marcelo N. Viñar

sine equa non. El sometimiento voluntario a la locura al que se atienen, lú-


cidamente o por un gesto espontáneo de placer o irreflexión, los miembros
del par analítico está a su vez sometido al imperativo ético de no poder ser
utilizado más que a los fines del análisis. Allí donde todo pasa, sin que nada
pase. Pero de modo ostensible o subliminal todos caemos una o mil veces
en la tentación del poder de saber y los nudos de corrupción son siempre
los mismos; el amor y la institución.
Quizás el acto interpretativo encuentre una razón de su eficacia en el
hecho mismo de ser una operación de resta: sustracción de un crédito de
poder que no se ejerce, sustracción de un crédito de saber que elude la res-
puesta y empuja al protagonista a partir la propia.
Alteridad y alteración allí donde la fascinación invita al mimetismo, allí
donde la verdad consensual cesa y comienza la soledad y la violencia.
Este fin deseado cede muchas veces terreno a la gemelaridad identifica-
toria, impostura muchas veces erigida como fin del análisis. Aunque quizás
el trabajo con psicóticos y fronterizos sea un límite a lo que precede, con-
sidero que sin embargo constituye una exigencia absoluta para las estructuras
neuróticas y perversas.
La neutralidad es la pieza conceptual a la que apelamos como contrapunto
o antídoto de estas tentaciones. Sólo que el uso del concepto ha padecido
una distorsión, ha sido entendido como una asepsia, como una prohibición
o proscripción de jugar con el paciente su-nuestra locura.
La neutralidad analítica nada tiene que ver con ser neutro, distante o
prescindente. La neutralidad comporta una proximidad casi hasta la incan-
descencia – lo que sin duda conlleva padecimiento – y sólo desde allí implica
una operación activa, tanto más activa cuanto que su ideal es ser muda (no
explícita), una operación activa de renuncia y desistimiento a los valores,
ideales, deseos y preferencias del analista, para así liberar el terreno al deseo
conflictual del analizando. Meta límite y utópica al punto que a veces he
preferido enunciarme, como propósito discriminativo, que fingir una opa-
cidad visible, que invita a la sugestión disimulada.
Falsa conexión también en el sentido de que es una relación pasional que
nace y vive en y con el compromiso de extinguirse; con la exigencia (utópica)
de desaparecer sin dejar rastros. Amor a término, destinado a la extinción;
carácter que establece una diferencia absoluta con toda otra forma de vínculo
confesional, cuya naturaleza es no querer cesar, y la ruptura, cuando existe,
es accidental pero no constitutiva. Carácter que sólo comparte con el vínculo
edípico, vínculo también destinado a la renuncia y al fracaso y que florece
sólo para ser sepultado.
Esta finitud por contrato es un imperativo ético y la naturaleza diferencial
no es de tiempo sino de lógica. El fin del análisis, fin en la doble acepción

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 441

de meta y de terminación, es poder concluir, al revés de otras relaciones ín-


timas o confesionales cuya vocación es permanecer.
La discriminación a que apuntamos no es adjetiva, hace a la naturaleza
misma del proceso. La reformulación de la posición subjetiva y el acceso a
un nuevo discurso comporta imperativamente el duelo de la relación ana-
lítica. Desarmar la trampa que nosotros mismos montamos: Disolución o
resolución de la Transferencia.3
El análisis es el aprendizaje de la separación, decía hace varias décadas
Pichon-Rivière, con lo que no hacía más que reformular el descubrimiento
freudiano del juego del carretel, cuyo tiempo lógico fundamental es el pasaje
de un universo fusional a otro de mediaciones lúdicas y fonéticas, matriz de
la simbolización. Este advenimiento al lenguaje que es tratado en M. Klein
como pasaje dialéctico de la posición esquizo-paranoide a la depresiva y por
Lacan, como transición del cuerpo despedazado (morcele) al estadio del es-
pejo y sujeto hablante (parlêtre).
Lo que aquí me importa es poner de manifiesto cómo ningún modelo
teórico elude de un modo u otro este punto crucial donde superamos o no
la condición fusional (psicótica) que nos funda, ese retardo del individuo
psíquico respecto al biológico.
Antes de ser uno somos dos, en una relación transitiva de inclusión re-
cíproca, de identidad gemelar reversible, espejo sin alteridad, cuyo mito de
referencia es Narciso en su doble carácter vital y mortífero.
El proceso analítico que propicia el éxtasis de la contemplación intimista
puede querer ahorrarse el duelo de su propia extinción. El deleite de la de-
pendencia pasiva de una figura idealizada es un desenlace frecuente, hipó-
critamente exitoso. El fin del análisis- meta y terminación es un tiempo de
actualización de la prohibición edípica, restablecimiento de la discontinuidad
y la alteridad allí donde había consentimiento y asentimiento sin limites.

Marcelo N. Viñar
Febrero de 1990.

3 Eludimos por su vastedad el tema de los criterios de curación. Sólo quiero apuntar, por su rui-
dosa actualidad, esta cuestión del carácter efímero y finito de la relación de análisis y los mil
subterfugios, los mecanismos denegatorios y renegatorios para eludir y anular el imperativo
de finitud. La didactización aparece a este respecto por su frecuencia, un tema necesario y
difícil, a interrogar. En la operación de cuestionamiento con que hemos caracterizado el proceso
analítico, con el énfasis puesto en la incertidumbre y la sustracción, algunos pilares axiomáticos
o dogmáticos deben persistir incólumes. El de la finitud y la prohibición de actuar el cuerpo
erótico me parecen mandamientos esenciales e ineludibles; no sólo en sus formas de transgre-
sión ostensible y escandalosa, sino en sus formas subliminales y racionalizables.
442 | Marcelo N. Viñar

“Parler à quelqu’ un c’ est accepter de nes pas l’ introduire dans le système de choses ou
des êtres à connaître. C’ est le reconnaître inconnu et l’ accueillir étranger, sans lòbliger à
rompre sa difference. En ce sens, la parole est la terre promise où l’ exil s’ accomplit en
séjour, puisqu’ il ne s’ agit pas d’ y être chez soi, mais toujours au dehors, en un mouve-
menrt où l’ Etrenger se délivre sans renonver. Parler, c’ est en définitive, chercher la
source du sens sans le préfixe que les mots exil, exode, existence, extériorité, étrangetçe,
ont pour tâche de déployer en des modes divers d’ expériences préfixe qui nous désigne l’
écart et la séparation comme l’ origine de toute valeur positive.”4

Maurice Blanchot: L’ Entretien infinit


(Gallimard, pag. 185 et 187)

RESUMEN

Este texto fue concebido como relato al tema: “Investigar en el proceso psicoana-
lítico”, abordado en el último congreso de FEPAL.
La multiplicidad de esquemas referenciales post-freudianos comunican entre sí con
dificultad creciente por su concepción y semántica diversas.
Apuntando a la discusión y controversia, el autor presenta su propia perspectiva tra-
tando de localizar puntos álgidos y equívocos de la conceptualización. Intenta una se-
miotización de zonas cruciales de la experiencia analítica para luego esbozar los im-
plícitos epistemológicos que mejor le convienen y los que a su entender la violentan.
Parte de la noción de campo bipersonal (W. y M. Baranger) y entiende que el psi-
coanálisis no se acomoda al método observacional de las ciencias naturales. Presenta
como alternativa la intertextualidad y el principio dialógico de M. Bajtin. Alguna
puntualización sobre transferencia, neutralidad, interpretación y poder del analista
surgen como consecuencia de la perspectiva adoptada.

DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / TEORÍA / CREENCIA / VERDAD / CIENCIA / SABER /


NEUTRALIDAD / PODER.

4 “Hablarle a alguien, es aceptar de no introducirlo en el sistema de cosas a saber o de seres a co-


nocer. Es reconocerlo desconocido y acogerlo extranjero, sin obligarlo a romper su diferencia.
En ese sentido la palabra es la tierra prometida, donde el exilio se realiza como residencia.
Porque no se trata de estar allí, en la palabra, como en casa, sino de serle siempre exterior, en un
movimiento donde el Extranjero se entrega (o libera) sin renunciar a sí mismo. Hablar es, en
definitiva, buscar la fuente del sentido en el prefijo que las palabras exilio, exterioridad, extrañeza,
tienen por tarea desplegar en modos diferentes de experiencias. Prefijo que nos designa en el
intervalo y la separación como el origen de todo valor positivo.” (La traducción me pertenece)

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 443

SUMMARY
From the Tower of Babel to foundational paths: Some premises to investigate
in psychoanalytic process

This text was conceived as a contribution to the subject: “Investigate the Psycho-
analytic Process”, discussed at the last FEPAL congress.
The multiplicity of post-freudian frames of reference communicate with each other
with increasing difficulty due to the diversity in their conception and semantics.
Aiming towards discussion and controversy the author presents his own perspective,
trying to localise hot spots and misunderstanding in conceptualisation. He attempts
a semiotisation of crucial zones in analytic experience enabling him to later trace
the epistemological implications which better serve and those which in his view
work against it. Parting from the notion of bipersonal field (W. and M. Baranger)
the author understands that psychoanalysis is not suited for the observational me-
thod of natural sciences and presents intertextuality and the dialogical principle of
M. Bajtin as an alternative. Some precisions contransference, neutrality, Interpre-
tation and the analyst’s power appear as a consequence of the perspective adopted.

KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / THEORY / BELIEF / TRUTH / SCIENCE / KNOWLEDGE


/ NEUTRALITY / POWER.

RESUMO
Da Torre de Babel para o início do caminho.
Algumas premissas para serem analisadas no processo psicanalítico.

Este texto surgiu como um comentário sobre o tema que foi tratado no último con-
gresso da FEPAL: “Investigar no processo psicanalítico”.
A multiplicidade de esquemas referenciais pós-freudianos estabelece entre si uma
dificuldade que cresce devido a diversidade na concepção e na semântica.
Visando a discussão e a controvérsia o autor apresenta a sua própria perspectiva tra-
tando de localizar pontos álgidos e equívocos da conceitualização. Tenta uma se-
miotização das zonas cruciais da experiência analítica e logo trata de esboçar os im-
plícitos epistemológicos que melhor lhe convém e aqueles que, em sua opinião, são
transgressores.
Ele parte da noção do campo bi-pessoal (W. e M. Baranger) e acredita que a psica-
nálise não se encaixa no método observacional das ciências naturais. Apresenta como
alternativa a intertextualidade e o princípio dialógico de M. Bajtin. Como resultado
da perspectiva adotada surge alguma pontualização sobre transferência,
neutralidade, interpretação e poder do analista.
444 | Marcelo N. Viñar

PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / TEORIA / CRENÇA / VERDADE / CIÊNCIA / SABER / NEU-


TRALIDADE / PODER.

Bibliografía

Acevedo de Mendilaharsu S., y Mendilaharsu C. De los discursos y el lenguaje


Arendt, H. (1978). La vida del espíritu, Barcelona, Paidós.
Bakhtine, M. Estética de la creación, México, S XXI, 1995.
Baranger, M. y W. (1961-62): La situación analítica como campo dinámico. Rev.
Uruguaya Psicoanál., t. 4, n. 1.
Blanchot, M (1969) L’ Entretien infinit, Paris, Galimard.
Foucault, M (1975), Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo XXI.
Gil Quinteros, D. Apunte sobre la muerte, la libertad y el deseo.
Laplanche, J. (1989) Nuevos Fundamentos para el Psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu.
Mannoni O. (1970). Freud, el descubrimiento del inconsciente, Buenos Aires, Nueva
Visión.
_____ Un commencement qui n”en finit pas. Le Champs Freudien. Ed. du Seuil, Paris.
Nieto, M. y Bernardi, R. (1984) La Investigación en Psicoanálisis. Revista de Psicoa-
nálisis, T. XLI. Nº 5.
Pichon Riviere, E. (1971): Del Psicoanálisis a la Psicología Social, Buenos Aires, Ga-
lerna.
Strachey, J. (1934). Naturaleza de la acción terapéutica del psicoanálisis, Rev. Psi-
coanálisis, 5, 951-983, 1948.
Todorov, T. (1977). Teorías del Símbolo. Ed. du Seuil, Paris, 1989.
Weill, A. D, Los tres silencios. Comunicación personal.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 445

COMENTARIOS AL TRABAJO DE MARCELO VIÑAR

* Ricardo Bernardi

El texto de M. Viñar trasmite una experiencia largamente sentida y meditada


acerca del análisis. El lector se siente movido a reflexionar sobre sus propias
experiencias y surgen entonces las zonas de acuerdo y de desacuerdo, esti-
muladas por los desafíos que plantea el texto.
Primero los acuerdos. Creo que Viñar logra con maestría colocar en pri-
mer plano cosas que son esenciales a la experiencia clínica del análisis: su
carácter de trabajo `entre dos’, lo inaprensible de los momentos de apertura
del inconsciente, el papel del saber y del no-saber, etc. En realidad, más que
de acuerdo se puede hablar de admiración ante su capacidad para transmitir
el carácter experiencial íntimo de los momentos fundantes del análisis.
Viñar se compara en esta tarea con un artista: «Lam, su tela y un testigo.
Yo, mi texto y ustedes como destinatarios.’ Desde esta perspectiva es posible
aceptar ciertas pinceladas excesivamente acentuadas o unilaterales (por ejem-
plo la definición de la interpretación como ‘operación de resta’, etc.), Si re-
conocemos que todo análisis tiene un lado de arte, también podemos con-
cederle al analista la posibilidad de expresarse, por momentos, con la libertad
del artista. En todo esto concuerdo con Viñar.
El problema comienza cuando debemos considerar al análisis como tarea
de investigación. Quisiera examinar este punto con cierta detención.
Coincido con Viñar en que el trabajo del analista durante la sesión no
cumple con los requerimientos de una estrategia de investigación empírica.
No es posible ni deseable que lo haga. Pero tenemos que enfrentar las con-
secuencias de este hecho y preguntamos para qué y en qué sentido debemos
seguir hablando entonces de ‘investigación .
Para Viñar se trata de renunciar a fundar nuestras especulaciones en la
experiencia clínica. ‘En ciencias humanas, nominación y referente son en
tal grado solidarias que la postulación materialista de Freud: ‘los hechos clí-
nicos son el pilar o cimiento y las teorías o especulación apenas la cornisa
del edificio’ parece hoy una premisa imposible de cumplir’. Pero entonces
la clarividencia de cada uno respecto a lo que es fundante del análisis se
vuelve la única regla. ¿Quién pone nombre a las cosas? Colocados en esta
pendiente es difícil evitar los argumentos de autoridad y que cada quien sea
el inquisidor de las opiniones ajenas.

* bernardiric@gmail.com / Uruguay
446 | Ricardo Bernardi

Viñar es consciente de este peligro y busca distinguir al psicoanálisis de


las experiencias iniciáticas mágicas o religiosas. Recurre para ello a la posi-
bilidad de cuestionamiento: esta última sería exclusiva del análisis. Pero esta
argumentación me parece insuficiente por dos motivos. En primer lugar el
cuestionamiento no es ajeno a la experiencia religiosa: ¿qué mayor expe-
riencia de cuestionamiento, precariedad e incertidumbre que las ‘noches os-
curas’ de los místicos? En segundo lugar, de lo que se trata precisamente
cuando se habla de investigación es de definir cuáles son los criterios que
guían este cuestionamiento. Creo que seria importante conocer la opinión
de Viñar sobre este punto, porque responde a una necesidad de nuestra dis-
ciplina. Los psicoanalistas hemos producido multitud de hipótesis, pero
hemos discutido mucho menos de dónde proviene nuestra certeza o sobre
qué criterios compartidos podemos fundamentar nuestras evidencias.
No me queda clara la posición de Viñar frente a este problema de los cri-
terios de evidencia. Parece optar por una solución de tipo hermenéutico,
pero su recurso a la noción de `texto’ como `objeto de la cultura’ me parece
que crea complicaciones innecesarias. ‘Texto’ hace referencia a un nivel pro-
piamente lingüístico, mientras que el descubrimiento freudiano, como dice
Benveniste, abarca también fenómenos de orden infra y supra lingüístico.
Todos los fenómenos corporales (de naturaleza analógica) y los relativos a
la liberación de afectos encuentran en la noción de texto un lecho de Procusto.
Volviendo al meollo del problema ¿a qué llamamos ‘investigación’? En cada
análisis, paciente y analista exploran una tierra incógnita. No se le pide a un
explorador que sea un geógrafo. Puede, si lo prefiere, dar cuenta de sus des-
cubrimientos al modo de un artista. Pero tenemos demasiados relatos diver-
gentes y no sabemos si están hablando de las mismas cosas y hasta dónde usan
sistemas de coordenadas similares. ¿Por qué no aceptar una indagación minu-
ciosa de estos relatos con todos los recursos metodológicos disponibles? ¿Y a
qué denominar ‘investigación’? ¿A toda exploración o especulación personal,
del mismo modo que decimos que un artista está investigando determinada
técnica, o un filósofo investiga los alcances de una idea? Este uso amplio crea
un equívoco porque en psicoanálisis la palabra investigación fue introducida
por Freud con toda la connotación y el peso que tiene en otras disciplinas, para
designar el método que permite llegar a conocimientos nuevos a través de pro-
cedimientos rigurosamente especificados y consensualmente válidos.
Creo que para avanzar en este punto es necesario distinguir el tipo de in-
dagación que es posible realizar durante la sesión, de las diferentes formas
de investigación que pueden ser realizadas a posteriori de la sesión, con el
material registrado. Durante la sesión el analista trabaja más cerca del modo
del artista, y para su descripción son útiles los modelos hermenéuticos, fe-
nomenológicos o literarios. Pero con el material registrado nada obsta para

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 447

que puedan realizarse diferentes tipos de investigación, incluso aquellas que


requieren una base empírica y metodológica rigurosa.
Pero aunque M. Viñar se circunscribe a la investigación en el proceso
analítico, por momentos parecería que reprobara todas estas investigaciones
incluyéndolas dentro del positivismo francés del siglo XIX. En este punto
hubiera sido mucho más útil que en vez de dirigir la discusión hacia Comte
hubiera tomado como interlocutores a los trabajos actuales de Thöma, Kä-
chele, J.P. Jiménez, Bergeret, Kemberg, Cramer, Moser, Weiss, Luborsky
y Canestri, entre otros. Cada día más es a esto a lo que se hace referencia
cuando se habla de investigación en psicoanálisis y es necesario definir la
posición que se toma a este respecto.
En igual o mayor grado me hubiera gustado conocer la opinión de Viñar
sobre las investigaciones sobre material registrado realizadas en el Río de
la Plata (Liberman, Nieto, etc.), no sólo porque, habiendo participado en
alguna de ellas, valoraría mucho en lo personal esta opinión, sino porque
en estos países del Sur donde todos somos un poco hombres mirando al
Norte resulta crucial dialogar entre nosotros para mantener la continuidad
de nuestra propia historia.
La vieja amistad con M. Villar ha hecho que accediera con placer a su
pedido de que le expresara mis comentarios a su trabajo. Espero que el echar
a rodar acuerdos y desacuerdos, interrogantes y reparos, sirva para continuar
abriendo caminos al pensamiento de cada uno de nosotros

RESPUESTA A RICARDO BERNARDI

Marcelo N. Viñar

Tanto o más que los elogios (fraternos) quiero agradecer a Ricardo Bemardi
los puntos controversiales y de desacuerdo que bien formula.
La noción de Texto a la que apunto encuentra en ese desacuerdo entre
mi postulación y sus objeciones, una buena, si no la mejor, ilustración.
Siguiendo a M. Bakhtine y su principio dialógico, los criterios de eviden-
cia y de verdad (dicho esto con la rapidez de un comentario breve) se generan
en el lector tercero, si es que tenemos la suerte de tenerlo, que piensa, que
busca en los argumentos de Bernardi y en los míos y sobre todo cuando un
lector supera la aporía de nuestra contradicción de modo convincente.
Quiero decir que no hay punto óptimo de objetividad, ni verificación po-
sible, sino criterio histórico justo o arbitrario, de adoptar una fundamenta-
ción y excluir otra.
Mientras tanto el criterio de verdad es controversial y señala un espacio
448 | Marcelo N. Viñar

de discontinuidad que estimula la indagación de uno y otro punto de vista.


Quiero decir (polémicamente) que la noción de certeza, en el sentido fuerte
que tiene en ciencias naturales, no es necesaria y hasta es contraproducente.
En mi trabajo tengo pocas o ninguna certeza, aunque haya logrado con mis
analistas, con mis pacientes y con algunos colegas momentos de ‘criterios
compartidos de nuestras evidencias’.
Mientras llegue el geógrafo buenos son los exploradores. La metáfora
me gusta, y en clínica psicoanalítica una y otra postura son necesarias en al-
ternancia. ¿Qué es la clínica y la metapsicología freudiana si no un esfuerzo
para integrar de manera fecunda al explorador y al geógrafo?
Es claro que el descubrimiento freudiano abarca fenómenos infra y supra
lingüísticos. Pero son psicoanalíticamente semiotizables cuando pueden ser
capturados en una textualidad. Antes están allí, pero recién son psicoanalí-
ticamente discernibles cuando analizando o analista los pueden arriesgar
como texto. Vale la pena la lectura de los historiales primitivos (Emmy o
Isabel) desde esta perspectiva, donde es elocuente el pasaje de la noción de
síntoma a la de texto.
Hoy, en los confines del psicoanálisis (en la psicosis y en las organoneu-
rosis) nos arriesgamos a barruntar los puentes entre síntoma y texto. En una
fórmula feliz y elocuente Lacan dice que el síntoma es un sufrimiento que
aspira a la palabra.
Lo más simple, obvio y conocido para aprehender la diferencia del objeto
entre ciencia natural y humana es el ejemplo de la muerte o del morir. Di-
ferencia radical y no sólo de perspectiva. Para la biología o la medicina las
reglas que ordenan el envejecer que conduce a la muerte producen un saber
positivo, objetivable acumulativo. En las ciencias humanas producen materia
textual: mitos, religiones, rituales o ansiedades. La muerte es en tanto nos
hace pensar, temer, sufrir, en suma hablar. Se puede estar preparado para
aceptarla la víspera de que ocurra o ser hipocondríaco en plena salud; el
valor de existente objetivo no es el mismo que en la Naturaleza.
Es cierto que en el análisis ocurre mucho más que un intercambio textual
y que no todo es semiotizable en el discurso.
Es cierto que el cuerpo y el gesto hablan más de lo que podamos com-
prender. Es cierto que en la experiencia analítica se viven muchas cosas antes
o además de las representables como trauma discursivo, ya que cuando lo
vivencial es representable la mitad de la partida está ganada.
Me parece válida la crítica de que la noción de texto está insuficiente-
mente elaborada. Esto se debe a que es una noción problemática y difícil y
a que aún tropiezo con mi ignorancia. Es un balbuceo de comienzo de una
investigación a proseguir.
Es claro que no disiento con Benveniste sobre los fenómenos supra e in-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


De la torre de Babel a los sueños fundadores. | 449

fralingüísticos, sino que destaco el aporte de Bakhtine sobre la diferencia


entre las ciencias naturales, donde hay ventaja, conveniencia o necesidad en
la reificación del objeto, y las ciencias humanas, donde la operación obje-
tivante no es factible o es al menos limitada. Debemos interrogar sus con-
secuencias donde hay necesariamente sujetos cognoscentes y cognoscibles
de cuya intertextualidad surge el objeto de conocimiento. Baranger hablaba
hace más de dos décadas de insight bipersonal y señalaba como una de las
dificultades de la epistemología freudiana la construcción de una metapsi-
cología unipersonal a través del descubrimiento en un campo bipersonal.
Bernardi me pide opinión sobre una serie de autores que conozco mal y
sobre la investigación a posteriori de la sesión. En la explosión bibliográfica
actual es difícil optar entre profundizar una orientación y mantenerse dis-
ponible para una erudición más universal, como si yo le reprochara Ricardo
Bernardi no compartir mi descubrimiento con Bakhtine. Si bien le prometo
estudiar más los autores que cita también le advierto que quizás sea una pro-
mesa vana. Conozco y estudié sus trabajos, los de Nieto, Acevedo de Men-
dilaharsu, Garbarino y Gil. Y los que producen los jóvenes.
El trabajo de la segunda escucha me parece un ejercicio valiosísimo, aun-
que dejar en suspenso las teorías me parece casi una utopia.
Yo elegí ser hombre del Sur y a pesar de los desencuentros quiero seguir
siéndolo y concuerdo con él en que es esencial dialogar entre nosotros y no
sólo mirar hacia el Norte: porque mirando hacia el Sur, entre otras cosas,
las estrellas son más numerosas y el cielo más deslumbrante.
Gracias por la crítica, ojalá aprendamos a aprender de la controversia y
evitemos la guerra de creencias.
450 |

Addendum 20 años después

Ricardo Bernardi

A raíz de la invitación de la Revista de Psicoanálisis para que agregara un co-


mentario actual al diálogo que mantuve con Marcelo Viñar para la Revista
Uruguaya de Psicoanálisis, releí lo publicado en aquel momento, lo que me
llevó a repensar los problemas discutidos entonces a partir del camino que
he recorrido durante estas dos décadas.
No sabría afirmar con certeza en qué medida Marcelo Viñar continúa
sintiéndose representado por lo escrito en aquel momento, aunque es pro-
bable que para ambos mucho de lo que dijimos entonces continúe hoy vi-
gente. Es también inevitable que hayan surgido nuevas reflexiones y la oca-
sión actual parece, pues, propicia para pasar revista no sólo a las ideas
expresadas en aquel momento sino también a los desarrollos ulteriores.
Releer el texto de Marcelo Viñar y reencontrar su prosa elocuente y per-
suasiva, hecha de pinceladas fuertes y emotivas, me produjo el mismo placer
que la primera vez que lo leí y que me producen sus textos. Marcelo Viñar
busca transmitirnos su experiencia del psicoanálisis a través de esas pince-
ladas dejando, como Lam, que los trazos se unan siguiendo su propia lógica,
pues los momentos creativos del psicoanálisis, en su opinión, se avecinan
más a la creación plástica o poética que al experimento científico. Como en
aquél momento, puedo dejarme ganar por la seducción de esta forma de es-
critura. Pero también constato que, al igual que entonces, así como puedo
seguirlo en mucho de lo que afirma, no puedo acompañarlo en las conclu-
siones que extrae o en las generalizaciones a las que arriba tomando unos
aspectos y excluyendo otros. Muchas pinceladas me producen la impresión
de favorecer la contraposición de posiciones que se vuelven antinómicas por
ser presentadas en forma parcial y extrema, cuando un examen más detenido
podría mostrar matices, polaridades articuladas dialécticamente, o zonas de
validez restringida que se dan en el interior de conjuntos más amplios. Como
consecuencia de la afirmación unilateral de ciertos aspectos, quedan en la
penumbra o directamente excluidos otros aspectos, que sin embargo forman
también parte de la complejidad del psicoanálisis actual. Pero la lectura me
llevó a una segunda constatación, más agradable. Si bien en este tiempo
nuestras divergencias probablemente se hayan profundizado, o tal vez sim-
plemente desplegado, esto no afectó la amistad que nos une ni el respeto y

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Addendum | 451

la valoración mutua. Como dice el dicho, una cosa no quita la otra: amigos
de Platón, pero no por ello menos amigos de buscar cada uno su verdad.
La presentación original que dio origen a la discusión fue titulada por
Marcelo Viñar: “De la Torre de Babel a los senderos fundadores. Algunas
premisas para investigar en el proceso psicoanalítico”. La referencia a la
Torre de Babel destaca un problema de entonces y también de hoy: existen
en el psicoanálisis actual múltiples enfoques teóricos y técnicos y no dispo-
nemos de criterios compartidos que nos permitan ponernos de acuerdo en
base a qué criterios examinar cuál es el grado y las condiciones de validez
de cada uno de ellos. Más aún, es difícil decidir, incluso, en qué medida los
espacios conceptuales propios de las diferentes posiciones teóricas y técnicas
pueden ser considerados coincidentes, complementarios, contradictorios,
o pertenecen a paradigmas inconmensurables, entre los cuales no es posible
poner de manifiesto la existencia de congruencia lógica o compatibilidad
semántica. Este es, sin duda, un buen punto de partida para preguntarnos
qué es lo que puede aportar la investigación frente a esta situación y, más
en concreto, qué tipo de investigación resulta más útil frente a qué tipo de
problema. Esta última pregunta marca el camino que yo hubiera seguido y
que de hecho estuvo presente en los itinerarios que recorrí en estas dos dé-
cadas. Pero creo que el trabajo de Viñar marca otras prioridades.
La segunda parte del título pone de manifiesto el camino que el trabajo
propone: el retorno a los “senderos fundadores”, es decir, al momento en
el que “el fundador está solo frente a su enigma y su creatividad”. Coincido
plenamente en que un analista tiene que tener una experiencia analítica que
le permita entender de qué trata el análisis. Pero más allá de esto: ¿de dónde
surge el privilegio epistemológico de los momentos fundadores? Freud se
pasó toda su vida yendo de unas a otras ideas buscando mejorar sus formu-
laciones originales. Su preocupación estaba puesta en lograr una mayor com-
prensión del funcionamiento mental que permitiera que el análisis fuera más
eficaz en su intento de comprender y promover el trabajo con los pacientes
para lograr el cambio psíquico. Estaría de acuerdo con el retorno a esta pre-
ocupación y, por tanto, a partir de la Babel actual de propuestas teóricas y
técnicas, las preguntas que se me abren son en qué medida estas distintas
propuestas ayudan a un trabajo analítico que beneficie más al paciente a lo-
grar los cambios que busca en el análisis.
El privilegio otorgado por Marcelo Viñar a los momentos fundadores
conlleva además una paradoja que formula de este modo: ¿cómo posesio-
narse del momento instituyente si ya está convertido en discurso instituido?
F. Roustang había señalado una paradoja similar con la que se encontró
Freud: ¿cómo lograr discípulos que fueran a la vez fieles y originales? La
solución a la que arriba Marcelo Viñar (siguiendo probablemente ideas de
452 | Ricardo Bernardi

J. Lacan) es que en el psicoanálisis no se trata tanto de alcanzar un conoci-


miento instituido (como el discurso universitario), sino de “localizar aquello
que se produce como resto y opacidad y focalizando ese no saber promueve
un nuevo movimiento discursivo”. Se privilegia, pues, la tarea de “nombrar
aquello que no estando en el texto lo determina”.
En el comentario a Viñar que escribí hace 20 años señalé las limitaciones
que me parecía que tenían las analogías surgidas a partir de la noción de
texto. Recuerdo que en Uruguay la obra de Lacan había sido intensamente
leída durante las décadas de 1970 y 1980, que fueron los años de mi forma-
ción, y que en el momento de escribir ese comentario, yo estaba en realidad
revisando la utilidad clínica de muchos de esos conceptos. Pese a los aspectos
fascinantes de las ideas de Lacan, encontraba que ellas podían restringir o
sesgar la comprensión de las situaciones clínicas o resultar engañosas debido
a la multivocidad de sentidos encerrados en formulaciones que, tomadas li-
teralmente, resultaban contradictorias con la experiencia. Por eso la metá-
fora o modelo del texto me resultó insuficiente: un texto maltratado no sufre
de igual manera que un paciente mal tratado. Hoy día continúo pensando
de esa forma, a lo que se suma una nueva reticencia, en este caso hacia las
implicancias de la metáfora del analista como artista, identificado con el pin-
tor que asienta sus trazos en la tela. J. Ahumada señaló con razón que la in-
fluencia del pensamiento postmoderno (y de sus raíces provenientes de
Nietzsche) llevó a jerarquizar la función del analista como vate, uniéndose
esta función vática con la postulación de un creacionismo verbal. Creo que
en este punto conviene abrir una serie de preguntas sobre la naturaleza de
nuestra indagación como analistas (o autores que reflexionamos sobre nues-
tra tarea analítica) ¿descubrimos o creamos? ¿somos observadores de hechos
científicos o narradores cuya palabras son inseparables de lo que se describe?
Desde la perspectiva de Marcelo Viñar “nominación y referente son en tal
forma solidarios que la postulación materialista de Freud: ‘los hechos clínicos
son el pilar o cimiento y las teorías o especulación apenas la cornisa del edi-
ficio’ parece hoy una premisa imposible de cumplir”. Mi punto de vista es
el opuesto: nominación y referente están a mayor distancia uno del otro y
en mi opinión, la afirmación de Freud conserva plenamente su valor. Los
hechos continúan siendo el cimiento, aún cuando sea necesario reconocer
que su apreciación debe ser reconsiderada desde una perspectiva más amplia
y en el marco de un contexto epistemológico más complejo.
Sabemos, hoy día, que como analistas no podemos pretender ser un espejo
que refleja el inconciente del paciente. Más bien construimos trabajosamente
junto con él diversas vías de acceso a su realidad intrapsíquica e interpersonal,
que lo hace sufrir y que necesita ser modificada. Que se produzca este proceso
de transformación es lo que da mayor poder de convicción a nuestras espe-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Addendum | 453

culaciones. No es lo mismo hablar sobre algo que transformar algo. No as-


piramos a hacer filosofía ni literatura de ciencia ficción a partir de lo que nos
inspiran los pacientes. Como dice J.P. Jiménez1, el proceso de validación clí-
nica es un proceso continuo y amplio de co-construcción de la realidad in-
tersubjetiva de analista y paciente. Que este discurso sea coherente (o, si se
prefiere, agrego yo, artísticamente creativo) puede ser necesario, pero no es
suficiente. Es además necesaria la validación pragmática que surge de la com-
probación de los efectos del análisis en el paciente, corroborada por estudios
de proceso y resultado realizados a partir de diferentes perspectivas y fuentes
de información. La noción de campo dinámico o de entredós de W. y M.
Baranger, que Marcelo Viñar subraya con razón, se complementa con la ne-
cesidad de una “segunda mirada” sobre el proceso, que es también señalada
por los Baranger. Este es uno de los desafíos que quisiera destacar, pues cons-
tituye uno de los campos que me parece que requieren mayor atención, para
lo cual es necesario dar a la palabra experiencia su sentido más consistente.
En este momento estoy trabajando en un Comité de la IPA sobre observación
clínica que ha puesto el énfasis en la necesidad de observar los cambios que
ocurren en un análisis buscando ampliar y hacer más sensible esta segunda
mirada sobre el proceso, distinguiendo diferentes niveles: a) describiendo a
nivel fenomenológico el cambio tal como es vivido a través del proceso trans-
ferencial y contratransferencial; b) distinguiendo las diversas dimensiones
o dominios en los que ocurren las transformaciones y c) examinando en un
tercer nivel las hipótesis explicativas del cambio propias de las diversas pers-
pectivas teóricas existentes. La distinción entre estos niveles se pierde si equi-
paramos el acto de nominación con el referente.
Por más que sea indudable que las teorías condicionan nuestra percepción
y nuestra apreciación de los hechos, es también cierto que las comproba-
ciones que nos impone la experiencia, muchas veces en forma inesperada,
pueden cuestionar y echar por tierra nuestras convicciones previas. Por eso
hecho y relato no son lo mismo. Auschwitz no es simplemente una narración
que pueda tener diferentes versiones: aunque nos sea difícil de indagar, com-
prender, o incluso representar cabalmente lo que ocurrió allí, eso existió en
la realidad. Marcelo Viñar en diferentes escritos mostró la necesidad de re-
cuperar la memoria sobre lo que sucedió en nuestros países durante la dic-
tadura y ciertamente esta recuperación de la memoria tampoco constituye
para él una simple construcción de relatos. Sin embargo, en algunos mo-
mentos de su argumentación parecería que los valores de objetividad, evi-

1 Jiménez, J.P. (2009). Grasping Psychoanalysts’ Practice in its Own Merits. Int. J. Psycho-
Anal., 90:231-248
454 | Ricardo Bernardi

dencia y realidad quedaran totalmente del lado de un positivismo estrecho


y trasnochado, del cual es mejor desprenderse. Sin duda el positivismo per-
tenece al pasado, pero los criterios mencionados, de objetividad, validación
y realidad, continúan vigentes.
Llegamos así al punto central de la discusión. Voy a transcribir extensa-
mente una cita de Viñar, porque creo que está en la raíz de la discrepancia.
Hablando de la relación entre verdad y ficción, o más específicamente sobre
la experiencia y los fundamentos, dice: “Hoy día las posturas pueden esque-
matizarse en una antinomia: los que buscan hacer entrar al psicoanálisis en
los criterios de la ciencia natural de observación y toman como problema
eje al tercero no comprometido, la justificación de una verdad más allá de
quien la enuncia y sus corolarios de objetivación, validación y verificación
para legitimar el valor de cientificidad. Otra postura, más afín a mi pensa-
miento es la de buscar en la experiencia misma los criterios que sostengan
la investigación, cuyo cogollo es – a mi entender – el punto de extinción de
la racionalidad”. Como dije antes, puedo coincidir con mucho de lo que
Marcelo afirma, pero no con lo que excluye. La antinomia que señala me
parece que encierra un paralogismo de falsa oposición y que toma la parte
por el todo cuando excluye posiciones complejas a partir de la invalidez de
algunos elementos, sin considerar si los otros no siguen siendo válidos. Estos
procedimientos se repiten a lo largo del texto, que avanza en muchos mo-
mentos por medio del planteo de dicotomías que conducen a elegir opciones
que parcializan el campo. Creo que en realidad es necesario colocar un “y”
inclusivo (aunque discriminado y cauto) en muchas partes donde el texto
coloca un “o” antinómico.
Justamente por investigar fenómenos que se sitúan en el punto de extin-
ción de la racionalidad (del paciente y del analista, como observadores-par-
ticipantes de una co-construcción problemática) conviene abrir todas las
vías posibles de investigación. Esto supone recurrir a distintas metodologías,
respetando las exigencias internas de cada una de ellas, examinando críti-
camente hasta dónde pueden dar cuenta de los fenómenos peculiares sobre
los que trata el psicoanálisis pero también permitiendo que estos fenómenos
se iluminen por el entrecruzamiento de perspectivas, en parte concordantes
y en parte contradictorias, haciendo posible de ese modo percibir mejor las
fortalezas y debilidades de cada forma de aproximación y también los inte-
rrogantes y caminos aún sin respuesta que se abren hacia el futuro.
El psicoanálisis como disciplina no necesita optar entre pertenecer a las
ciencias humanas “o” a las ciencias naturales. Tampoco está “entre” el de-
terminismo y la hermenéutica. La riqueza y complejidad del psicoanálisis
radica en su pertenencia a ambos campos, como ocurre con la realidad hu-
mana. Intentaré mostrar a continuación que, con pleno derecho, el psico-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Addendum | 455

análisis debe enfrentar problemas y preguntas que pertenecen a cada uno


de estos campos y que por tanto tiene el derecho y la necesidad de elegir el
método más apropiado a las cuestiones que debe enfrentar. Estas cuestiones
están primariamente determinadas por su función de beneficiar a los pa-
cientes, lo que le permite ampliar el conocimiento sobre el padecimiento
humano. El punto central de mi tesis es, pues, que el psicoanálisis encierra
preguntas múltiples que requieren también el recurso a múltiples metodo-
logías. Entre ellas las relacionadas con el campo específico de la clínica o
práctica psicoanalítica ocupan un lugar privilegiado, pues tienen que ver no
sólo con la tierra materna de la que surgió el psicoanálisis a partir de su vo-
cación por brindar beneficio a los pacientes. Pero las preguntas que plantea
la clínica, y que deben ser exploradas en la práctica analítica, se entrelazan
con cuestiones relacionadas con campos vecinos, como intentaré mostrar
más abajo. No se trata por tanto ni de aceptar un solo método como útil
para esta tarea, ni tampoco, en el otro extremo, de confundir diferentes do-
minios conceptuales o metodologías de investigación. La investigación ac-
tual, con toda razón, promueve la triangulación de las perspectivas, o sea,
la confrontación crítica de investigaciones que provienen de múltiples mar-
cos de referencia, metodologías, preguntas para investigar e investigadores.
Esta confrontación de perspectivas permite la validación externa de las hi-
pótesis de una disciplina, y, en forma más amplia facilita la fertilización cru-
zada de los conocimientos y lo que Whewell y luego Wilson denominaron
consiliencia del conocimiento.
Nuestra práctica clínica se ha vuelto multiforme y por más persistente que
sea la propuesta de definir el psicoanálisis en función del encuadre, en rea-
lidad la mayoría de los analistas sienten que realizan tratamientos que son
psicoanalíticamente significativos y útiles para el paciente en condiciones de
encuadre externo muy variadas. Pero también es cierto que no todo vale, lo
cual obliga a encontrar criterios que guíen la práctica. Una opción (que fue
la históricamente dominante) es la de derivar estos criterios de modelos ide-
ales de lo que es o debe ser el análisis. Creo que la propuesta de Marcelo de
volver a los senderos fundadores y a la experiencia del cuestionamiento y del
no saber, aunque diferente de las propuestas tradicionales, conserva la idea
de fidelidad a modelos ideales como forma de distinguir lo que es y no es psi-
coanálisis. Estoy de acuerdo en conservar esta inquietud por realizar trata-
mientos que mantengan lo esencial de los descubrimientos originales, pero
esto es sólo una parte del problema. El otro, o más bien dicho en plural, los
otros criterios que propongo tomar en cuenta provienen de la evaluación di-
recta de los efectos que nuestras intervenciones producen en los pacientes,
en nuestras condiciones actuales y concretas. Como señalaba Bleger, no sólo
importa estudiar qué es lo que el análisis se propone lograr con los pacientes,
456 | Ricardo Bernardi

sino comprobar qué es lo que logra realmente y, agregaría, cómo podríamos


incrementarlo. Para avanzar en este camino no es sólo necesario mantenerse
en contacto con las fuentes y las experiencias fundadoras, sino también in-
vestigar el problema como empírico, desde un punto de vista conceptual,
abierto a múltiples perspectivas. Creo que las investigaciones que se están
realizando actualmente desde estas premisas, que son más amplias que las
que postula el trabajo de Marcelo Viñar, traen aportes sustanciales en diversos
campos a los que me gustaría pasar revista aunque fuera en forma somera.
Para poder discutir sobre investigación en psicoanálisis es necesario dejar
en claro de qué estamos hablando. No encuentro otra forma de referirme
a esto que contar, al modo de una breve hoja de ruta, algunas de las inves-
tigaciones o campos de investigación que en los últimos años me han pare-
cido más relevantes para el psicoanálisis. Estas investigaciones abarcan di-
ferentes campos a los que me referiré a continuación: el campo clínico, el
humanístico, el de la investigación empírica de proceso y resultados, el del
desarrollo y el de las ciencias. No pretende ser una enumeración exhaustiva
ni enciclopédica. Abarca investigaciones que nos involucran a todos los ana-
listas (por ejemplo, la investigación clínica) y otros tipos de investigación
que requieren especialización y mayor dedicación (en cualquier profesión
sólo un porcentaje no muy alto de personas se dedica a la investigación).
La transmisión de la investigación clínica tal como se practica habitual-
mente (en forma de fragmentos o viñetas que ilustran o fundamentan las
propuestas o innovaciones teóricas) continúa estando en la primera fila de
lo que debe ser considerado investigación en psicoanálisis. Pero, al tener en
cuenta tanto lo que pude observar en mi experiencia como editor de publi-
caciones psicoanalíticas, como los comentarios a trabajos psicoanalíticos
(sobre todo los comentarios que se hacen en los corredores), debo decir que
muchas de estas investigaciones clínicas o teórico clínicas no resultan con-
vincentes para el lector. Esto se debe a diversas razones, pero quisiera refe-
rirme en especial a una de ellas, que suele pasar desapercibida y que se refiere
a un campo controvertido: la investigación diagnóstica. Cuando trabajamos
en el consultorio o escribimos una presentación científica sobre un paciente
necesitamos hacer uso inevitablemente de ciertas categorías psicopatológicas
y diagnósticas, pero al mismo tiempo queremos preservar la singularidad de
cada paciente y tememos que el diagnóstico solo pueda ser usado en forma
de rótulo que desvirtúa la singularidad. Empero, como diagnosticar no es
etiquetar, sino conceptualizar, y no podemos referirnos a ciertos fenómenos
sin conceptualizarlos, el resultado es que cada uno se construye su propio
sistema diagnóstico con categorías demasiado generales, usadas en forma
idiosincrática y borrosa. Sin embargo, la investigación clínica, para poder
comparar sus resultados, necesita dimensiones que estén definidas opera-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Addendum | 457

cionalmente dentro de un marco conceptual sistemático, y que posean va-


lidez, confiabilidad y utilidad clínica comprobada. A esta dificultad interna
del psicoanálisis se sumó un segundo obstáculo, proveniente de la insufi-
ciencia e inadecuación, hoy día universalmente reconocidas, de las categorías
que el DSM-IV utilizaba para el diagnóstico de la personalidad. Esto hace
especialmente importantes los cambios que están ocurriendo en este mo-
mento, tanto a nivel de los sistemas diagnósticos psiquiátrico (DSM-5) y
psicoanalíticos (PDM: Manual de Diagnóstico Psicodinámico, y OPD-2:
Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado). A nivel de la investigación
clínica estos cambios abren perspectivas extremadamente interesantes, pues
la evaluación dimensional de los niveles de funcionamiento mental (ya re-
clamada por J. Bleger hace cuatro décadas) y que ahora introducen los tres
sistemas diagnósticos mencionados, permite apreciar aspectos esenciales
para el trabajo psicoanalítico y psicoterapéutico y también evaluar mejor los
cambios terapéuticos logrados. Es importante señalar el altísimo grado de
concordancia que existe entre estos tres sistemas en la evaluación del fun-
cionamiento mental2. Muchas de estas dimensiones fueron incorporadas
por el modelo desarrollado en el marco del Comité de la IPA al que me referí
más arriba para proponer formas de evaluar las transformaciones que ocu-
rren realmente en los análisis.
Lo dicho en el párrafo anterior no implica renunciar a la aproximación
a lo singular, único e insaturado, de nuestra comprensión del paciente. En
este campo la intersección con las humanidades y las ciencias sociales, en
especial las metodologías de análisis cualitativo, puede ser enriquecedora.
La literatura y el arte nos muestran ciertos aspectos de la experiencia humana
desde una luz nueva. Numerosos analistas utilizaron las herramientas de la
hermenéutica para comprender mejor las narraciones que surgen en los aná-
lisis y las metáforas que utilizamos. Muchos otros procedimientos de inves-
tigación comunes con otras ciencias sociales han sido utilizados, en especial
la investigación cualitativa.
Desde el punto de vista empírico sistemático, los estudios de proceso y
resultados realizados en los últimos años también se han mostrado fructíferos
para el psicoanálisis. Tanto investigaciones específicas, como las de R. San-
dell3, así como meta-análisis de resultados, entre los que se destaca el de

2 Bernardi, R (2010). DSM-5, OPD-2 y PDM: Convergencias y divergencias entre los nuevos
sistemas diagnósticos psiquiátrico y psicoanalíticos. Revista de Psiquiatría del Uruguay. 74:2,
2010. Las mismas convergencias fueron señaladas en un Panel sobre este tema que tuvo
lugar en el Congreso de la IPA en México (Agosto de 2011)
3 Sandell, R., Blomberg, J., Lazar, A., Carlsson, J., Broberg, J., Schubert, J. (2000). Varieties
of Long-Term Outcome Among Patients in Psychoanalysis and Long-Term Psychotherapy:
458 | Ricardo Bernardi

Leichsenring4 y numerosas obras de P. Fonagy, H. Kaechele y otros, han


ofrecido comprobaciones metodológicamente incuestionables de la efecti-
vidad de los tratamientos psicoanalíticos. Los resultados son convergentes
incluso utilizando diferentes criterios de evaluación, fuentes y contextos.
Esto no sólo tiene importancia ante los responsables de los seguros y sistemas
de salud. Al clarificar la efectividad del psicoanálisis, han abierto a su vez el
camino para la indagación de nuevas preguntas, sobre las que ya es posible
ir vislumbrando algunos resultados: ¿Qué tratamiento es efectivo para qué
paciente? ¿Realizado en qué condiciones? ¿Cómo se produce el cambio y
a través de qué mecanismos? Esta última pregunta tiene especial importancia
dada la situación actual Babel señalada por Marcelo Viñar: ¿Hasta dónde
nuestras divergencias teóricas conducen a diferentes resultados en los tra-
tamientos? Y si los resultados son similares, como es muy probable que lo
sean: ¿Hasta dónde estamos discutiendo lo que es realmente relevante para
los efectos del análisis, o sea, para el paciente?
Por último, cabe también señalar que hoy sabemos que un porcentaje
significativo de pacientes (4% a 10%) empeora por la psicoterapia. Freud
ya había identificado algunos de los factores que podían llevar a este resul-
tado, pero están menos explorados los que dependen del analista. Los even-
tos adversos ocurren en todo tipo de tratamiento, y en el caso del psicoa-
nálisis sería importante una mayor investigación respecto a cómo se
producen y por tanto, a la forma de evitarlos.
Estos estudios me llevaron a jerarquizar algo que aprendí de Marta Nieto
y que después encontré en otros pioneros del psicoanálisis en nuestra región:
que importa estudiar no sólo en modelos ideales (cómo creemos que las
cosas deben ser), sino también en procesos comprobables (cómo son real-
mente). Desde hace mucho encuentro fascinantes a este respecto los estudios
del desarrollo, y en especial la confrontación entre el bebé reconstruido por
el psicoanálisis y el bebé observado a través de múltiples metodologías. Por
supuesto, en esta confrontación no se trata de elegir una metodología frente
a otras, sino de comparar sus resultados, dejando que emerja lo que cada
una de ellas hace posible comprender, así como lo que no logra incluir. Estos
estudios me resultaron útiles para poder contribuir, desde el campo univer-
sitario, a estudios del desarrollo en condiciones sociales desfavorables. Hoy
en día el psicoanálisis ha vuelto a ocupar un lugar en el mundo de la salud
mental infantil a través una mejor comprensión de las interacciones tem-

A Review of Findings in the Stockholm Outcome of Psychoanalysis and Psychotherapy Pro-


ject (Stoppp). Int. J. Psycho-Anal., 81:921-942
4 Leichsenring, F., Rabung, S. Effectiveness of Long-term Psychodynamic Psychotherapy.
A Meta-analysis. JAMA. 2009; 301(9):932-933.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Addendum | 459

pranas, y de nociones tales como la de apego, mentalización, interacción y


sintonías madre-bebé, etc.
Conviene también señalar el interés actual por estudios de caso único5 que
combinan distintas perspectivas para abordar el tratamiento de un paciente.
Quisiera, por último, decir una palabra sobre el campo de las neurocien-
cias: ¿Pueden aportar algo relevante al psicoanálisis de hoy? Es un tema po-
lémico, pero el hecho de que exista una revista y una asociación de Neu-
ropsicoanálisis indica que existen al menos numerosos colegas que piensan
que sí. Quiero señalar sólo dos aspectos relevantes para las investigaciones.
La relación entre el cerebro y la mente ya no puede ser pensada a partir de
los modelos filosóficos clásicos (monismo, dualismo, interaccionismo). La
plasticidad neuronal y los cambios en la expresión génica a partir de factores
ambientales obligan a considerar nuevos modelos más sofisticados, como
era el de Freud, que se podría considerar como un monismo de doble aspecto
(M. Solms). Pero el cambio mayor es que ya no tiene sentido hablar de un
reduccionismo de lo mental a lo cerebral. Sin duda el cerebro condiciona
el funcionamiento de la mente, pero ni el cerebro ni los genes determinan
totalmente y por sí solos cómo somos. Más aún, dada la plasticidad cerebral
y la forma en la que el cerebro se modifica en función de las experiencias
vividas, los neurocientistas se están preguntando cómo el cerebro se con-
vierte en quien somos (LeDoux). En este aspecto el psicoanálisis puede ofre-
cer a las neurociencias modelos más complejos que los que ofrece la ciencia
cognitiva. Se ha comprobado que la psicoterapia modifica al cerebro6. Todo
sugiere que la modificación que produce la psicoterapia se produce en parte
en forma similar a los psicofármacos (regularizando áreas disfuncionales) y
en parte en forma distinta, por caminos diferentes (de “arriba hacia abajo”,
esto es, de la corteza hacia la base, en la psicoterapia, y a la inversa en los
fármacos). En este momento existen investigaciones7 que procuran indagar
los correlatos neurofisiológicos del cambio estructural postulado por los tra-
bajos clínicos psicoanalíticos, sugiriendo que se producirían cambios tales
como modificación de umbrales, regulación descendente fronto-límbica,
activaciones de redes asociadas, etc. Si observamos estudios de la neuro-
biología del desarrollo realizados desde una perspectiva psicoanalítica, como

5 Kaechele, H., Schachter, J., Thoma, H. (2009) From Psychoanalytic Narrative to Empirical
Single Case Research. Implications for Psychoanalytic Practice. Routledge. New York. London.
6 Etkin, M.; Pittenger, C. Polan, H. J.; Kandel, E. R. (2005). Toward a Neurobiology of
Psychotherapy: Basic Science and Clinical Applications. J Neuropsychiatry Clin Neurosci
17:145-158
7 Ver por ejemplo: Josephs, L, Bornstein, R. F. (2011). Beyond the illusion of structural change:
a process priming approach to psychotherapy outcome research. Psychoanalytic Psychology,
28:3, 420-434
460 | Ricardo Bernardi

los de Schore8 encontramos correspondencias entre algunos de los procesos


involucrados, como se podría prever desde la teoría. Resulta sorprendente
comprobar cómo un mismo fenómeno, en este caso el cambio psíquico,
puede ser explorado desde diferentes perspectivas y metodologías, como si
se tratara de un puzzle en el cual algunas piezas van coincidiendo y otras no,
lo que plantea nuevos desafíos.
En los párrafos anteriores sólo pude ofrecer una selección muy personal
de algunos de los temas donde se abren para el psicoanálisis investigaciones
fecundas para su futuro. Sin duda no todos estarán interesados en ellas, así
como muchos campos seguramente escapan a mi atención o posibilidades.
Pero presenté este resumen personal para señalar aspectos del desarrollo
actual de la investigación que no deben quedar en principio excluidos o mar-
ginalizados. ¿Son específicamente psicoanalíticas todas las investigaciones
relevantes para el psicoanálisis? ¿Lo es M. Bakhtin9, a quien sigue en algunos
aspectos Marcelo Viñar? Creo que cometeríamos un error si confundiéra-
mos la noción de especificidad con la de un aislamiento que lleva a la auto-
suficiencia y a la endogamia. Si las instituciones psicoanalíticas se volcaran
en forma unilateral hacia las humanidades o hacia las ciencias naturales es-
tarían limitando al psicoanálisis. Ello haría que todo un sector de los trabajos
interdisciplinarios y los procesos de fertilización cruzada con otros campos
del conocimiento se dieran por fuera de las instituciones psicoanalíticas, que
perderían así un importante impulso innovador. Por eso, si bien estoy ple-
namente de acuerdo con el trabajo de Marcelo Viñar acerca de mantener
vivos y abiertos los senderos fundadores, entendiendo esto no debe constituir
una vuelta del psicoanálisis hacia sus orígenes, sino una apertura a la pregunta
originaria de cómo se pone mejor al servicio del beneficio del paciente. La
investigación no es sino una mirada desde múltiples prismas para comprobar
en qué medida esto es así y qué nuevos desafíos nos esperan.

Agosto de 2011

8 Schore, A. N. (2005) Back to Basics: Attachment, Affect Regulation, and the Developing
Right Brain: Linking Developmental Neuroscience to Pediatrics. Pediatr. Rev. 26;204-217
9 M. Bajtín (o Bajtín – Voloshínov) formularon severas objeciones al psicoanálisis (Bakhtin,
M. M. A critique of Marxist apologies of Freudianism. Soviet Psychology, Vol 23(3), Spr 1985,
5-27). Esto no ha impedido que se diera un diálogo fértil entre sus ideas y la de autores tales
como Winnicott, Lacan, Fonagy, o, en este caso, Marcelo Viñar.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias. En homenaje
a Gregorio Klimovsky1

* Jorge L. Ahumada

En la práctica de los científicos la pluralidad de las ciencias se da por des-


contada: un físico no supone ser químico ni menos aún biólogo, ni un bió-
logo presumirá de ser antropólogo o sociólogo. Los muy disímiles campos
de la empiria condicionan la diversidad de las ciencias, y en cada una de ellas
crece día a día la subdivisión de campos: así, dentro de la biología, un biólogo
molecular no supondrá ser etólogo. Va de suyo también que la diversidad
de los campos de la empiria y de las disciplinas de la ciencia se acompaña
inevitablemente de una pluralidad de sus métodos. Esta autonomía de los
métodos y los campos de las disciplinas no excluye confluencias e intercam-
bios, dándose muchos descubrimientos importantes en la interfase de cam-
pos hasta entonces desconectados.
Otro es el panorama visto desde la filosofía de la ciencia, esto es, desde
la epistemología. Partiendo de sus albores en la antigüedad griega, al surgir
la geometría con los pitagóricos, la aspiración a la certeza de los conoci-
mientos empíricos – certeza alcanzable sólo mediante la geometría y la ma-
temática – asumió un tinte religioso que luego heredaron la epistemología
e importantes corrientes de opinión en las ciencias, fundamentalmente en
la física, que devino la ciencia madre de la cual, en la búsqueda de unidad y
certeza por detrás de la diversidad y el caos, se alimentan los otros campos
empíricos. Así, la exultante exclamación de Galileo de que el libro del Uni-
verso está escrito en lenguaje matemático, afirmación donde asientan los
positivismos, se hace eco de la noción epistémica central de los pitagóricos,
de Demócrito, de Arquímedes y de Platón, para quienes la formalización
geométrica estaba en el núcleo de la ciencia.

1
Basado en parte en la alocución, representando a APA, en la mesa “Klimovsky y su
visión del psicoanálisis”, los otros panelistas fueron los Dres. R. Horacio Etchego-
yen (APDEBA), Eduardo Issaharof (SAP) y Samuel Zysman (APDEBA). Homenaje
al Prof. Gregorio Klimovsky, Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, 26 de sep-
tiembre de 2009.
*
jahumada@elsitio.net / Argentina
462 | Jorge L. Ahumada

La disyunción entre la pluralidad metodológica y epistémica de las ciencias


que dan por descontada los científicos en su tarea, y la visión filosófica, uni-
taria, de la ciencia, centrada en la formalización, está viva aún hoy, pues una
versión formalista del conocimiento científico, el hipotético-deductivismo
de Karl Popper, juega entre nosotros el rol de saber epistémico aceptado.
Vale pues examinarlo, en las idas y vueltas que en torno a su pensamiento
tuvo ese paladín de sus ideas que fue Gregorio Klimovsky. Formado en las
matemáticas y la lógica matemática, Klimovsky advino a la epistemología a
través de un popperiano ardoroso, Mario Bunge: desde entonces, afirma su
discípulo Eduardo Flichman, “lleva consigo un Popper internalizado, con el
que se pelea y reconcilia permanentemente” (2004, p. 17). Indagar su evo-
lución respecto de la epistemología popperiana me permitirá considerar los
límites del método hipotético-deductivo, sostener la pluralidad de los temas
epistémicos y esbozar la ubicación epistémica del psicoanálisis.
Tras su expulsión de la Universidad de Buenos Aires luego del golpe mi-
litar de Onganía, Klimovsky contactó con nuestra disciplina en los grupos
de estudio de la Universidad de Catacumbas. Hasta entonces, dice, tenía
prejuicios contra el psicoanálisis, pero su visión cambió radicalmente ante
problemas epistemológicos cuya estructura lógica y semántica es, según sus
palabras, muy diferente de los abordados hasta entonces: los de la lógica, la
fundamentación de las matemáticas, las ciencias físicas y naturales (2004, p.
26-27). Se convirtió así en defensor epistémico del psicoanálisis, a contrapelo
de su maestro Popper y de Bunge, quienes desde un logicismo y formalismo
a ultranza asumieron el combate contra el psicoanálisis como una cruzada
contra el infiel, estigmatizándolo una y otra vez bajo el rótulo de pseudo-
ciencia. Popper, Bunge y también Klimovsky adhirieron no obstante a un
principio epistémico en común: la primacía del método hipotético-deductivo
vigente en la física y en última instancia derivado de la geometría, método
donde es central la noción de reducción a variables.
Aclarando mis distancias con la atribución de primacía epistémica a la ló-
gica y al método hipotético-deductivo, pues pienso con Charles Peirce que
la lógica aprende de los muy diversos campos de las ciencias al menos tanto
como las ciencias pueden aprender de la lógica, me centraré en la resultante
del encuentro de Klimovsky con los muy diferentes problemas epistémicos
que, según reconoce, presenta el campo de lo psíquico, problemas con los
que lidia el psicoanálisis. De allí emerge su aporte más personal, el pasaje
desde el método hipotético-deductivo en versión simple que signa la postura
de Popper, hacia el método hipotético-deductivo en versión compleja pre-
sentado en su libro Las desventuras del conocimiento científico (1995). Sostiene
allí (p. 211) que el método hipotético-deductivo sería, quizás junto con los
métodos estadísticos, una estrategia general para el ordenamiento, la fun-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky | 463

damentación y la propagación del conocimiento, en principio aplicable a


todo tipo de problema, de investigación y de disciplina, siendo la clave de
toda labor científica. Tal es, afirma, la médula del pensamiento de Popper
en La lógica del descubrimiento científico (1934). Pero la versión simple del mé-
todo hipotético-deductivo mereció objeciones, dice, por no reflejar la com-
plejidad de las estrategias científicas reales. Los enunciados usados en cual-
quier investigación incluyen muchos otros más allá de la teoría considerada,
pues toda teoría emplea conceptos presupuestos provenientes de teorías y
disciplinas anteriores, cuyo sentido se da por conocido y aceptado.
Ahora bien, pregunta: ¿qué ocurre cuando una consecuencia observacio-
nal de una teoría resulta falsa? La versión simple, popperiana, del método
hipotético-deductivo, que Lakatos llama refutacionismo ingenuo, daría por
refutada la teoría, debiendo descartarse al menos una de sus hipótesis fun-
damentales, pues una sola refutación destruye la afirmación simultánea de
todos sus principios, descartando la teoría. Pero, anota Klimovsky, dado que
la teoría que intentamos confrontar apoya en un marco de teorías anteriores
que se dan por presupuestas, y apoya además en hipótesis sobre el material
a trabajar, las hipótesis colaterales que divide en subsidiarias y auxiliares, nos
encontramos con que las discrepancias observacionales pueden correspon-
der a cualquier nivel. Por ende, sostiene, “el método hipotético-deductivo
en versión compleja concibe a una teoría científica como formando parte,
según el contexto y las circunstancias, de una red de hipótesis vinculadas
con el material de trabajo, con teorías presupuestas y con observaciones que
pueden ponerse en duda y ser responsables de las refutaciones”(1995, p.
239). Se enrola así Klimovsky, y él lo señala, en lo que Lakatos llama un re-
futacionismo sofisticado. Mientras que en el refutacionismo ingenuo de Popper
las teorías se descartan al refutarse alguna consecuencia observacional, en
el refutacionismo sofisticado del método hipotético-deductivo en versión
compleja las teorías deben reexaminarse en sus distintos niveles y dimen-
siones, y pueden ser modificadas aquí o allí, pueden asimismo descartarse
pero en cualquier caso son susceptibles de reaparecer de otras maneras y en
otras dimensiones conceptuales. En tal desarrollo conceptual Klimovsky se
aparta de las enseñanzas de su maestro Popper, ubicándose en un más allá
respecto de la postura del falsacionismo ingenuo popperiano.
Queda abierto, empero, un magno interrogante: ¿es legítimo tomar al
método hipotético-deductivo como eje de la ciencia en toda empiria, el
campo de lo psíquico inclusive? La noción de una epistemología general,
tal como la plantean tanto Popper como Klimovsky, implica una petición
de principio: que el método hipotético-deductivo ostenta primacía en todos
los campos de las ciencias. Cabe subrayar que su empleo en cualquier campo
de indagación empírica involucra un paso previo: la reducción a variables
464 | Jorge L. Ahumada

homogéneas proyectables como las que puso en marcha la ciencia física,


desde Arquímedes y sobre todo desde Galileo.
Acarrea, pienso, un equívoco el uso del término “ciencias naturales”, que
arriesga atribuir similar estructura a áreas tan disímiles como la mecánica
de los cuerpos celestes, esto es la astronomía, y el comportamiento de las
muy diversas especies animales en sus medios naturales, la etología. Que la
astronomía y la etología sean “naturales” por corresponder ambas a la na-
turaleza no implica que sus características estructurales se asemejen al punto
de que las estrategias y métodos exitosos en el estudio de la mecánica de los
cuerpos celestes regirán lo que ocurre en otros campos. Ante la hegemonía
del pensamiento fisicalista en todo ámbito un filósofo inglés, Bernard Wi-
lliams, advierte:

“Se dice que el naturalismo acepta lo que aceptan las ciencias naturales.
Pero, ¿es la biología una ciencia natural? Si la biología lo es, ¿lo es la eto-
logía? Si lo es la etología, ¿qué sucede con la etología de los seres huma-
nos, que incluye a la cultura? Nos topamos ahí con una vuelta de tuerca
pues el naturalismo supone representarlo todo -las plantas, el compor-
tamiento animal, las culturas humanas- en términos de una ciencia natural
que se supone universalmente aplicable, la física. El naturalismo quedó
así atado al proyecto del reduccionismo fisicalista. El reduccionismo fi-
sicalista es un emprendimiento enteramente implausible, y es inaceptable
que, por ejemplo, se ligue a él lo concerniente a un enfoque naturalista
de la ética. Debemos apartarnos del reduccionismo. Los temas del natu-
ralismo no conciernen a la reducción sino a la explicación. Desde ya, me
doy cuenta de que así queda casi todo abierto” (2002, p. 22-23).

Consideremos dos exposiciones clásicas del método hipotético-deduc-


tivo. En su libro La Explicación Científica Braithwaite sostiene “El estudio de
la naturaleza de una teoría científica es ... el estudio de la naturaleza del sis-
tema deductivo empleado en la teoría” (1953, p. 22). Por su parte, y aún ad-
mitiendo que no hay división precisa entre el conocimiento corriente y el
conocimiento científico, Ernest Nagel postula en La Estructura de la Ciencia
que “con ayuda de un pequeño número de principios explicativos, puede
mostrarse que un número indefinidamente amplio de proposiciones acerca
de dichos hechos constituye desde el punto de vista lógico un cuerpo de co-
nocimiento unificado” (1961, p. 4). Que el explicandum sea consecuencia ló-
gicamente necesaria de las premisas explicativas, sostiene Nagel, “vale como
paradigma de cualquier explicación ’genuina’ ... la forma ideal adonde deberá
apuntar todo esfuerzo de explicación” (1961, p. 21, cursivas mías). En similar
orientación había inscripto décadas antes Popper su hipotético-deducti-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky | 465

vismo, donde la ciencia sólo acepta enunciados universales organizados en


un sistema axiomático: los enunciados del más alto nivel de universalidad
son los axiomas, de los cuales se deducirán los enunciados de menor nivel,
que también deberán ser estrictamente universales (1934, p. 54-55).
El hipotético-deductivismo asume como modelo general válido para toda
“ciencia natural” la estructura de las ciencias exactas plenamente formali-
zadas, ante lo cual distinguiré con firmeza dos versiones epistémicas muy
diferentes acerca de las ciencias naturales, término que utilizo en plural para
recalcar su diversidad:

1) un fisicalismo reduccionista regido por el deductivismo bajo las nociones


de “variable” y “ley natural”. El supuesto de base es que la ciencia física
asume prioridad y que su estructura epistémica será eventualmente apli-
cable a todo campo de indagación, incluso al campo de lo psíquico. Así
Descartes, extremando el reduccionismo que caracteriza al enfoque hi-
potético-deductivo, equiparaba los animales con máquinas adscribién-
doles una estructura enteramente mecánica sin intelecto ni afectos, res-
tringiendo lo psíquico a la cogitación conciente y la voluntad humanas.
2) un naturalismo amplio que acepta desde el punto de vista epistémico el cam-
bio y la dependencia del contexto, así como la importancia de indagar en
los supuestos, inevitables pero de ningún modo incorregibles, que aporta
el investigador. Al contrario del fisicalismo reduccionista esto implica,
como vimos, que casi todo queda abierto. En este sentido amplio del tér-
mino naturalismo, donde casi todo queda abierto, Freud inscribe al psi-
coanálisis en las ciencias naturales. De hecho, dice el filósofo norteameri-
cano Stephen Toulmin (1990, p. 151), fue tarea de Freud y los psicoanalistas
poner plenamente en jaque la equiparación cartesiana de lo psíquico con
la cogitación consciente, y de la razonabilidad con la razón formal.

Que las epistemologías clásicas definan como ciencia sólo lo abarcable


por sistemas deductivos formales lleva a que Popper deba reconocer (1994)
que desde sus criterios acerca de qué es ciencia y qué pseudo-ciencia no hay
modo de aceptar los planteos de Darwin como pertenecientes a la ciencia.
Con lo cual, para ser coherente con los criterios que signan su demarcacio-
nismo, ¡Popper debiera condenar a Darwin a los abismos de la pseudo-cien-
cia a los cuales condenó una y otra vez a Freud!
Si bien Klimovsky aclara que simpatiza con el reduccionismo como es-
trategia metodológica hasta el punto de plantear como una suerte de obli-
gación moral emplearla sistemáticamente (1995, p. 277), admite también,
y esto me parece de importancia mayor, que “adoptar actualmente dicho
enfoque no ayudaría en absoluto a la investigación psicológica o socioló-
466 | Jorge L. Ahumada

gica” (p. 279). La contraposición de estos dos asertos que pudieran parecer
contradictorios, el segundo de los cuales rompe con el logicismo de su
maestro, refleja a mi entender su sensibilidad ante el hecho de que, para
decirlo en términos de Peirce, lo psíquico es en sí mismo de naturaleza in-
ferencial, y es por ende harto esquivo a las ambiciones de reducción. Prueba
de dicha sensibilidad respecto de la capacidad inferencial de lo psíquico es
su referencia, en su libro final, Mis diversas existencias. Apuntes para una au-
tobiografía, a los experimentos de Wolfgang Köhler en la isla de Tenerife
en la década del 30 acerca del proceso de “Eureka”, el proceso de descu-
brimiento de lo nuevo en el chimpancé, aceptando Klimovsky como evi-
dente que el chimpancé reflexionó a partir de captar una estructura, los
palos susceptibles de ser enchufados, en función de su objetivo, obtener el
cacho de bananas (2008, p. 232).
El tema de fondo radica pues en qué admitir como “empiria”. Ocurre
que lo que tanto el logicismo popperiano cuanto esa otra forma de hipoté-
tico-deductivismo, el llamado empirismo estricto, admiten como “empírico”
se restringe a las magnitudes supuestamente homogéneas, válidas en todo
contexto, independientes y mensurables, esto es, a las variables “proyecta-
bles” que hallan cabida en los sistemas deductivos formales y son aptas para
la predicción punto-por-punto.
Nada de eso, desde ya, vale para el psicoanálisis, ni tampoco para amplias
áreas del estudio de los seres vivos donde entra centralmente en juego alguna
forma de intencionalidad, como ocurre con la etología: en el abordaje de vas-
tísimos terrenos de la empiria los conceptos empleados por las ciencias están
lejos de ser “claros y distintos, indudables”, como pretendió imponer a toda
ciencia en su Discurso del Método (1637) Descartes quien, no olvidemos, era
desde el cuño geómetra. Ilustrando que nuestros conceptos científicos suelen
no ser claros ni distintos, ni mucho menos indudables, Darwin sostuvo en
El origen del hombre que no hay modo de distinguir en forma neta a lo largo
de la evolución de las especies entre la noción de instinto y la noción de
razón, debiendo esto evaluarse en cada caso según las circunstancias (1879,
p. 96-97), y sostuvo asimismo que las diferencias psíquicas entre el hombre
y los animales superiores, aunque grandes, lo son más de grado que de cua-
lidad (p. 151). No es necesario abundar en cuanto al naturalismo amplio de
Freud, que está en la base no sólo de su postura epistémica sino también de
su postura clínica: baste recordar su afirmación en “El Yo y el Ello” (1923)
en cuanto a que el Yo es primeramente y por sobre todo un Yo corporal.
A contrapelo de la atemporalidad que rige el hipotético-deductivismo,
fue con la obra de Darwin, indica el filósofo de la historia Roger Colling-
wood (1946, p. 129), que la naturaleza accedió por fin a la dimensión his-
tórica. En los campos de las ciencias naturales donde juega la intencionali-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky | 467

dad, y no sólo en el psicoanálisis, vale lo que Barbara Tuchman señala de la


historia, que la contradictoriedad es parte de lo que está en juego, y no sim-
plemente un conflicto a nivel de las evidencias (1978, p. xvii).
Adentrándonos en las cualidades de universalidad de los enunciados que
signan el hipotético-deductivismo surgido en la geometría con los pitagó-
ricos y retomado luego por la física del siglo XVII, veamos cómo plantea
un lógico prominente de la segunda mitad del siglo XX, Willard Quine, el
tema de cómo la ciencia accede a ir más allá del sentido común:
la respuesta es, en una palabra, ’sistema’. El científico introduce sistema
en su indagación y escrutinio de las evidencias. El sistema, además, dicta las
hipótesis mismas, siendo bienvenidas las hipótesis que conducen a una mayor
simplicidad en la teoría toda... la simplicidad misma, en algún sentido de tan
difícil término, cuenta como un tipo de evidencia (1954, p. 233-234).

Añade Quine que ante la complejidad el epistemólogo debe purificar el


lenguaje de la ciencia, y para ello

“comienza por eliminar lo que se conoce como términos indicativos


(Goodman) o particulares egocéntricos (Russell): ‘yo’, ‘tú’, ‘esto’, ‘aquello’,
‘aquí’, ‘allí’, ‘ahora’, ‘entonces’, y términos similares. Debemos claramente
hacerlo para que las verdades de la ciencia puedan ser literalmente ciertas
independientemente del autor y de las circunstancias de su enunciación.
Sólo así, en realidad, podremos ser capaces de hablar de las sentencias,
esto es de ciertas formas lingüísticas, como verdaderas y falsas. En tanto
y en cuanto retengamos los términos indicativos no serán las sentencias
sino solamente los diversos eventos de su enunciación lo que podrán ser
verdaderos o falsos” (1954, p. 235).

La eliminación de los términos indicativos tiene como ventaja, sostiene


Quine, lograr un tipo de objetividad adecuada a los fines de la ciencia, pues
“la verdad se vuelve invariante con respecto al enunciador y a la ocasión. Al
mismo tiempo logramos un propósito técnico: simplificar y facilitar un de-
partamento básico de la ciencia, esto es, la lógica deductiva” (1954, p. 235).
Cabría replicar a tal reclamo de eliminación de los términos indicativos
o particulares egocéntricos partiendo de un trabajo suyo ulterior, “Los lí-
mites del conocimiento”, donde afirma que “La relación del lenguaje con
la observación es siempre sesgada, pero la observación es lo único que puede
anclar al lenguaje” (Quine 1970, p. 67). En el estudio del campo de lo psí-
quico, la eliminación de los términos indicativos en pro de la aplicabilidad
de la lógica deductiva destruye cualquier anclaje posible del lenguaje en la
observación: destruye, en términos de Reichenbach (1938, p. 107) las “re-
468 | Jorge L. Ahumada

laciones constitutivas” de aquello que se indaga. Se abroga así toda posibi-


lidad de descripción de las experiencias personales y con ello el campo de
estudio mismo. En cuanto a la necesidad irreductible del empleo de los tér-
minos indicativos, o si se quiere de los particulares egocéntricos, en la cons-
trucción de descripciones de la experiencia personal, sirva como testigo un
niño de veinte meses de edad hilvanando uno de sus primeros relatos, que
logra vehiculizar de modo efectivo en su complejidad semántica pese a ca-
recer de sintaxis alguna que no fuera la mera secuencia de las palabras: la
narrativa de ser atropellado el día anterior por una niña de cuatro o cinco
años de edad, ante quien se cruzó cuando ella se hamacaba en la plaza. La
niña, hábilmente, le puso un pie en el pecho, haciéndolo volar por el aire y
tirándolo al suelo en un mar de llanto; enseguida sus padres lo habían llenado
de besos para calmarlo. Relataba el niño una y otra vez: “Nené - nena - pata
- PAM - buah, buah - chuik, chuik”, inicialmente riéndose a carcajadas. El
primer término, “Nené”, era su forma de referirse a sí mismo, siendo por
ende un término indicativo o un particular egocéntrico; pero también los
otros términos, nena, pata, PAM, etc., son indicativos pues obviamente re-
ferían a una niña y a una pierna particulares, a un golpe particular, a un llanto
particular y a los besos de sus padres en una ocasión también particular. Toda
experiencia es personal. Que el carácter traumático de la experiencia no se
agotaba fácilmente en el acto de relatarla se muestra en el hecho de que el
niño reiteró durante varios días la narrativa ante cada uno de sus interlocu-
tores relevantes, y en que por momentos pegaba un salto durante el relato
cayendo sobre un pié, transformando en sus gestos lo pasivo en activo, ubi-
cado en el rol agresor de la niña.
No extrañe que a partir de sus lineamientos eliminativos afirme Quine
que los términos acerca de lo psíquico son demasiado vagos para ser útiles
en ciencia (1954, p. 243): en similares bases eliminativas de abrogación de
lo personal asentó Popper a partir de 1934 su idea platonizante de una ’cien-
cia sin sujeto cognoscente’. Comentario aparte merece su aserto de que “lo
que es cierto en lógica es cierto en psicología” (1979, p. 6), pues tamaño
apriorismo prescinde de las más elementales precauciones en cuanto a cómo
se genera el conocimiento empírico. Así, nos advierte un hipotético-deduc-
tivista prístino como Braithwaite que si bien puede darse una completa si-
militud estructural entre un sistema puramente deductivo (tal como la ló-
gica) y un sistema deductivo científico, existe no obstante una diferencia
irreductible entre las proposiciones de la lógica y la matemática, por un lado
y las de cualquier ciencia natural por otro, pues las primeras son lógicamente
necesarias y las segundas son lógicamente contingentes: en las ciencias na-
turales el orden epistémico va desde abajo hacia arriba, en sentido contrario
al orden lógico, pues la experiencia, y no la lógica, es lo decisivo (1953, p.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky | 469

351-353). Va de suyo que abordar el magno hiatus epistémico que separa


la abstracción pura – que rige las matrices del lógico – de lo concreto del
modus operandi de la mente del bebé (o del adulto) requiere la indagación
in situ del mismo.
La visión epistémica de un naturalismo amplio cuestiona de plano no sólo
la aplicabilidad a todos los campos de la empiria de la reducción a variables
y del hipotético-deductivismo, sino también la dicotomía de los neokantianos
desde Dilthey hasta Cassirer, instituida a los fines de legitimar el estudio de
las ciencias históricas, entre ciencias nomotéticas, las ciencias de la naturaleza
entendidas al modo abstracto de la física, y ciencias idiográficas, las ciencias
de la significación que estudian lo particular y serían características de lo hu-
mano. Como enseguida veremos, las nociones de intencionalidad y de sig-
nificación resultan indispensables para el conocimiento etológico y además,
lo cual importa en nuestro campo y a nuestros fines, la intencionalidad y la
significación rebasan ampliamente los límites del lenguaje a los cuales tienden
a acotarse en las filosofías hermenéuticas. Valga al respecto la tenaz distinción
que sostuvo Freud entre dos niveles harto disímiles: las Dingvorstellungen, las
presentaciones-cosa cuya significación se da en sí en vez de representar, y las
Wortvorstellungen, las presentaciones-palabra, siendo a nivel de las primeras,
de la presentaciones-cosa, donde entran en juego las significaciones centrales
para el psicoanálisis.
Mencioné ya, ejemplificando, que más allá de la fidelidad a sus lealtades
epistémicos, la sensibilidad de Klimovsky se abre a la existencia de diferencias
sustantivas entre la índole de los procesos abordables por los métodos del fi-
sicalismo, y la índole de los procesos psíquicos, el impacto duradero que tu-
vieron en él las investigaciones de Köhler acerca del proceso de “Eureka”, el
proceso cogitativo de descubrimiento en el chimpancé. En un terreno central
para el psicoanálisis, el área de los impulsos y los afectos a ellos ligados, e ilus-
trando las diferencias sólo de grado en la construcción de los afectos entre
los animales superiores y los seres humanos que refería Darwin, tomaré un
ejemplo de altruismo en hembras de chimpancé que describe una primatóloga
pionera, Jane Goodall (1989, p. 6). Patti, una adolescente recién migrada al
grupo (las hembras adolescentes tienen libre pasaje entre los grupos) se em-
barazó, pero luego el bebé desapareció. Catorce meses después parió nueva-
mente, y allí mostró con el bebé el tipo de comportamiento que muestran las
madres criadas en cautiverio en condiciones traumáticas: no tenía idea de
cómo manejarse con el bebé, al punto de arrastrarlo golpeando su cabeza en
el sueldo, con lo cual dentro de la semana el bebé murió. Al nacer otro bebé,
Tapit, su madre pareció haber aprendido algo, sea de su experiencia con el
anterior, sea de observar a otras hembras, pero mostraba anomalías tales como
dejar de pronto solo al bebé. Se acercó entonces Gigi, una mona ya mayor a
470 | Jorge L. Ahumada

quien los investigadores pasaron a llamar “la tía”, quien acompañaba a Patti
en forma habitual, supliendo sus falencias al punto de que durante las reco-
rridas del grupo Tapit estaba tanto o más tiempo con ella que con su madre.
Esta situación se prolongó hasta que el infante llegó a la edad de cuatro años;
poco después su madre se embarazó nuevamente y Gigi retomó su papel con
la nueva cría, pero para entonces las cualidades maternales de Patti habían
evolucionado, dice Goodall, pasando a ser una excelente madre.
¿Sería plausible acaso enmarcar los hechos de esta breve descripción – la
presunta traumatogénesis en la infancia de Patti, la traumática crianza de sus
sucesivos bebés, la percepción de dicha traumática crianza por parte de Gigi
y su sostenido acercarse en función de ayuda, la ulterior evolución de las cua-
lidades maternales de Patti – en la postulación cartesiana de los animales
como estructuras mecánicas? Es más, ¿hay algo en los procesos descriptos
que se preste a la reducción a variables independientes homogéneas, men-
surables, universalmente aptas para la proyección más allá del contexto y por
ende aptas para la deducción rigurosa? ¿Hay chance alguna de aplicar a la
descripción de los sucesos arriba descriptos, sin destrozarlos en el proceso,
las cualidades que exige Quine del lenguaje de la ciencia, cualidades que trans-
pone a la empiria a punto de partida en la universalidad y la atemporalidad
del lenguaje de la lógica formal y de las matemáticas? Podemos sí apreciar
en nuestro breve ejemplo de una observación etológica que lo psíquico, in-
cluyendo en primer lugar lo psíquico afectivo, es en sí mismo inferencial, lo
cual vale tanto para los gruesos fracasos inferenciales de Patti en el trato de
sus primeros bebés cuanto para la apreciación por parte de Gigi de la nece-
sidad de ayuda, así como para la ulterior capacidad de Patti de evolucionar
aprendiendo de la experiencia apoyando en dicha ayuda. Estamos pues ya
aquí, en pleno campo de la observación de las conductas animales, ante un
universo irreductiblemente intencional, relacional, personal e inferencial, a
más de instintivo; un universo donde en un decurso histórico eventos únicos
evolucionan en dimensiones harto esquivas a la predicción. Nos hallamos
lejos pues de la visión cartesiana de los animales como máquinas y lejos tam-
bién de la regularidad de variables, universalidad y atemporalidad que signan
el universo de la mecánica física, el ámbito del Sistema del Mundo donde
implantó sus formalizaciones el método hipotético-deductivo. Hace ya tres
décadas un matemático volcado a la biología, René Thom, advirtió que la
aproximación reduccionista, que requiere aislar entidades inmutables, fracasa
en gran número de situaciones, en particular ante el fenómeno casi universal
de una jerarquía de los niveles de organización (1980, p. 89).
No queda pues, en amplios terrenos de la empiria y más aún en el psi-
coanálisis, otra opción que abandonar las estrecheces del hipotético-deduc-
tivismo y de la reducción a variables, buscando otras epistemologías para

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky | 471

explicitar en la mayor medida posible una epistemología del método psico-


analítico. Pasar, esto es, del método hipotético-deductivo de la física a un
más modesto y más variopinto método inferencial, por más que Klimovsky
objeta (1995, p. 96) que la inferencia carece del rigor de la deducción: como
señalé más arriba, acceder a un lenguaje que haga viable el rigor de la de-
ducción estricta requiere abolir los términos indicativos o particulares ego-
céntricos, esenciales para nuestro campo. El tema es demasiado amplio para
desarrollarlo aquí y me referí a diversos aspectos del mismo en mi libro Des-
cubrimientos y refutaciones. La lógica de la indagación psicoanalítica (1999): baste
señalar, retomando mi breve relato etológico, que allí todos los actores –
Patti, Tapit, Gigi – actúan como, y en función de, particulares egocéntricos
y según contextos particulares; tal como enfatiza Freud en Totem y Tabú y
tendemos con demasiada frecuencia a olvidar, “en el principio era la acción”
(1913, p. 161).
Valga la salvedad de que no todos los grandes lógicos han sido logicistas
en cuanto a suponer que las muy diversas variedades de la empiria se atienen
por naturaleza a las cualidades de la lógica formal, entre ellos cabe ubicar,
además de Aristóteles, a Whewell, Peirce, Russell y von Wright. En el fa-
libilismo de Charles Peirce, que toma la noción de experiencia como punto
de partida, la indicación (el señalar, la deixis, la ostensión) es tan indispen-
sable como irreductible, pues el index asume el carácter de la experiencia
presente (Sebeok 1995, p. 224). Peirce reconoce que “las diferentes ciencias
se manejan con diferentes tipos de verdad” (1901, p. 87), y señala que “todo
conocimiento empieza con el descubrimiento de que hemos mantenido una
expectativa errónea de la cual hasta entonces apenas habíamos sido cons-
cientes” (1901, p. 88); una emoción, la sorpresa, aporta ahí, dice, la indica-
ción instintiva de nuestro error lógico. Establece así el rol nuclear de la con-
trainducción en las ciencias, aunque dicho vocablo recién fue acuñado medio
siglo después por el lógico finlandés G.H. von Wright (1957). Refuerza
Peirce esta consideración crucial afirmando que “la experiencia es nuestro
único maestro” (1903, p. 153). Es a partir de la idea de experiencia que de-
bemos ir construyendo una epistemología del psicoanálisis donde se haga
lugar propio a lo intencional, lo relacional, lo personal y lo inferencial, a
más de lo instintivo, lo histórico y lo subjetivo.
Traté de mostrar que el método hipotético-deductivo se ubica en las an-
típodas del modus operandi del psicoanálisis, tanto del método clínico, donde
en la indagación de las experiencias las estrategias contrainductivas juegan
un papel nuclear, cuanto de la ardua elaboración de construcciones concep-
tuales a partir del trabajo clínico. Cuando abordamos el ámbito de lo psí-
quico, sostiene Peirce, nos enfrentamos con espinosos problemas de infe-
rencia cuya resolución deberá darse, y en esto coincide con Freud, de un
472 | Jorge L. Ahumada

modo indexal u ostensivo partiendo de casos particulares. Cabe agregar que


en la indagación del psicoanálisis clínico el abordaje de estos problemas de
inferencia a partir de situaciones particulares ocurre a mi entender a dos
voces, pues el trabajo clínico del psicoanálisis es inferencial en un doble sen-
tido, implicando un doble trabajo de las evidencias emergentes en dichas si-
tuaciones particulares, por parte del analizado y por parte del analista (Ahu-
mada 1999, 2005, 2006).
Me parece oportuno enfatizar la centralidad de atender a las particula-
ridades que entran en juego en el terreno de lo psíquico en estas épocas
donde se da en el interior del psicoanálisis una fuerte corriente de opinión
que, apropiando para sí el nombre de investigación empírica, define lo em-
pírico desde la matriz del método hipotético-deductivo, adjudicando prio-
ridad epistémica a la investigación sistemática de variables por sobre la in-
vestigación clínica. Consecuencia de tal priorización es, por ejemplo, la
creciente popularidad entre los psicoanalistas de la distinción, surgida en las
neurociencias, entre una memoria procedimental y una memoria explícita,
distinción que, como considero en detalle en otro lugar (Ahumada 2011),
cae ante la más elemental observación. Sirva como ejemplo del hipotético-
deductivismo que permea las posturas de la autodenominada investigación
empírica en psicoanálisis un reciente cuestionamiento de uno de sus adalides,
Peter Fonagy, criticando el hecho de que “la práctica clínica en psicoanálisis
no resulta lógicamente deducible de la teorización psicoanalítica con que
contamos hoy” (2006, p. 72). No debiera preocuparse mayormente por ello,
pues en ninguna ciencia concreta la práctica es deducible a partir de sus te-
orizaciones: va de suyo que si las prácticas de la indagación científica fueran
lógicamente deducibles de la teoría, dichas prácticas de indagación eviden-
cial resultarían redundantes.
Ateniéndome al tema del pluralismo epistémico y metodológico de las
ciencias sin entrar en ese otro magno tema, el panorama del pluralismo
dentro de nuestra disciplina, estas líneas detallan mis discrepancias y coin-
cidencias con la epistemología de Gregorio Klimovsky. Quiero, para fi-
nalizar, agradecer a nuestro ilustre ausente habernos transmitido como
pensador, como docente y como custodio de los valores republicanos, un
ejemplo de vida.

Agradezco al Dr. Pablo Cristiani y al


Lic. Eitan Gomberoff su lectura y sugerencias

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky | 473

RESUMEN

El contacto de Gregorio Klimovsky con la epistemología, tras su actividad en mate-


máticas y lógica matemática, se dio a través del logicismo popperiano. Su ulterior con-
tacto con el psicoanálisis, cuya problemática epistémica es, nos dice, muy distinta de
la de las matemáticas y la física, derivó en su contribución más original, el pasaje desde
el falsacionismo ingenuo del método hipotético-deductivo en versión simple que signa
la obra de Popper, hacia el falsacionismo sofisticado del método hipotético-deductivo
en versión compleja donde las teorías son susceptibles, a partir del contacto con el ma-
terial de estudio, de ajustarse y modificarse en cualquiera de sus diversos niveles. El
presente trabajo considera luego las cualidades y límites del hipotético-deductivismo
centrándose en una crítica de la reducción a variables cuando se la asume como postura
general de la ciencia a aplicar en todos los campos. Se plantea que para amplios campos
de la empiria y desde luego para el psicoanálisis se requiere un pluralismo epistémico
que otorgue un lugar adecuado a las características del objeto de estudio. En el caso
de lo psíquico el objeto de estudio no es susceptible de abstracción pues es irreducti-
blemente personal, intencional, relacional, inferencial, histórico y subjetivo.

DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / CIENCIA / EPISTEMOLOGÍA.

SUMMARY
The pluralism of science: A tribute to Gregorio Klimovsky

After a career in mathematics and mathematical logic Gregorio Klimovsky met epis-
temology through Popper’s logicism. Later on, his contact with psychoanalysis, of
which the epistemic issues are, he acknowledges, quite different from those of ma-
thematics and physics, led him to his best contribution in passing from the naïve
falsationism of Popper’s simple version of hypothetico-deductivism to the sophis-
ticated falsationism of a complex version of the hypothetico-deductive method
where theories may, upon contact with the object of study, be adjusted or modified
at any of their several levels. The present paper goes on to consider the characte-
ristics and limits of hypothetico-deductivism, focusing on a critique of reduction
to variables as a general scientific strategy to be applied in all fields of empiry. In
order to make adequate place for the characteristics of their objects of study, it is
here sustained, epistemic pluralism is a must for ample fields of inquiry, and no
doubt for psychoanalysis. Whenever psychic processes are involved the object of
study is irreductively personal, intentional, relational, inferential and historical, as
well as subjective, and being such it does not lend itself to abstraction.

KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / SCIENCE / EPISTEMOLOGY.


474 | Jorge L. Ahumada

RESUMO
O pluralismo das ciências. Homenagem a Gregório Klimovsky

O contato de Gregório Klimovsky com a epistemologia, depois de sua atividade com


as matemáticas e com a lógica matemática, aconteceu através do logicismo popperiano.
Seu posterior contato com a psicanálise, cuja problemática epistémica é, afirma ele,
muito diferente das matemáticas e da física, resultou na sua contribuição mais original,
a passagem do falsacionismo ingênuo do método hipotético-dedutivo em uma versão
simples mencionada na obra de Popper, para o falsacionismo sofisticado do método
hipotético-dedutivo em versão complexa, onde as teorias são susceptíveis, a partir do
contato com o material de estudo, de ajustar-se e modificar-se em qualquer de seus di-
ferentes níveis. O presente trabalho leva em consideração as qualidades e limites do
hipotético-dedutivismo focalizando-se em uma crítica da redução a variáveis quando
é assumida como postura geral da ciência a ser aplicada em todos os campos. Propõe-
se que para os amplos campos da empiria, e certamente para a psicanálise, exige-se um
pluralismo epistêmico que estabeleça um lugar adequado às características do objeto
de estudo. No caso do psíquico o objeto de estudo não é susceptível de abstração, pois
é irredutivelmente pessoal, intencional, relacional, inferencial, histórico e subjetivo.

PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / CIÊNCIA / EPISTEMOLOGIA.

Bibliografía

Ahumada J. L. (1999). Descubrimientos y refutaciones. La lógica de la indagación psico-


analítica. Madrid, APM/Biblioteca Nueva.
—— (2005). Il doppio lavoro sulle prove cliniche. Natura e limite della simboliz-
zazione. Rivista di Psicanalisi 51: 1065-1086.
—— (2006). The analytic mind at work. Counter-inductive knowledge and the
blunders of so-called ’theory of science’. En From Practice to Theory. The
Analyst’s Mind at Work. Ed. por J. Canestri. Londres, Whurr-Wiley.
—— (2011). Introduction. On the place and limits of psychoanalytic knowing. En
Insight. Essays on Psychoanalytic Knowing. Londres, New Library of Psychoanaly-
sis/Routledge.
Braithwaite, R. B. (1953). Scientific Explanation. Cambridge, Cambridge University
Press.
Collingwood R. (1946). The Idea of History. Oxford, Oxford University Press, 1994.
Darwin C. (1879). The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex. 2a. Ed. Lon-
dres, Penguin, 2004.
Descartes, R. (1637). Discurso del método/Reglas para la dirección de la mente. Buenos
Aires, Orbis, 1983.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El pluralismo de las ciencias. En homenaje a Gregorio Klimovsky | 475

Fonagy, P. (2006). The failure of practice to inform theory and the role of implicit
theory in transmission. En From Practice to Theory. The Analyst’s Mind at Work.
Ed. por J. Canestri. Londres, Whurr-Wiley.
Freud, S. (1913). Totem and taboo. S. E. XIII.
—— (1923). The ego and the id. S.E. XXIV.
Flichman E. (2004). Presentación. Semblanza de un Caballero Maestro. En Kli-
movsky G.
Epistemología y Psicoanálisis. Vol. I. Problemas de epistemología. Buenos Aires, Ed. Biebel.
Goodall J. (1989). Gombe. Highlights and current research. En Heltne P. G. y Marquardt
L. A. (eds.) Understanding Chimpanzees. Cambridge, Harvard University Press.
Klimovsky, G. (1995). Las desventuras del conocimiento científico. Buenos Aires, A-Z.
—— (2004). Prefacio. En: Epistemología y psicoanálisis Vol. I. Problemas de la Episte-
mología. Buenos Aires, Ed. Biebel.
—— (2008). Mis diversas existencias. Apuntes para una autobiografía. Buenos Aires, A-Z.
Nagel, E. (1961) The Structure of Science. Problems in the Logic of Scientific Explanation.
Nueva York, Harcourt, Brace and World.
Peirce C. S. (1901). On the logic of drawing history from ancient documents, es-
pecially from testimonies. En The Essential Peirce. Selected Philosophical Writings
Volume 2. 1893-1913. Ed. por The Peirce Edition Project. Bloomington e India-
napolis, Indiana University Press, 1998.
—— (1903). On phenomenology. En The Essential Peirce. Selected Philosophical Wri-
tings Volume 2. 1893-1913. Ed. por The Peirce Edition Project. Bloomington
e Indianapolis, Indiana University Press, 1998.
Popper, K. R. (1934). The Logic of Scientific Discovery. Londres, Routledge, 2002.
—— (1979). Objective Knowledge. An Evolutionary Approach.. Ed. revisada. Oxford,
Clarendon.
—— (1994). The Myth of the Framework. In Defense of Science and Rationality. Ed. por
M. A. Notturno. Londres y Nueva York, Routledge.
Quine, W. V. (1954). The scope and language of science. En: The Ways of Paradox
and other Essays. Cambridge MA, Harvard University Press, 1976.
—— (1970). The limits of knowledge. En: The Ways of Paradox and other Essays.
Cambridge MA, Harvard University Press, 1976.
Reichenbach H. (1938). Experience and Prediction. An Analysis of the Foundations and
the Structure of Knowledge. Chicago, University of Chicago Press.
Sebeok T. (1995). Indexicality. En Peirce and Contemporary Thought. Philosophical In-
quiries. Ed. por K. L. Ketner. Nueva York, Fordham University Press.
Thom R. (1980). Parábolas y Catástrofes. Entrevista sobre matemáticas, ciencia y filosofía.
Barcelona, Tusquets, 1985.
Toulmin, S. (1990). Cosmopolis. The Hidden Agenda of Modernity. Chicago, University
of Chicago Press.
476 | Jorge L. Ahumada

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter
científico del psicoanálisis

* Ana María Viñoly Beceiro

El constante debate sobre la relación entre ciencia y psicoanálisis ha com-


prometido desde siempre nuestros intercambios, llevándonos a reflexionar
y a buscar conexiones entre estos dos campos del saber que constituyen,
ambos, fenómenos humanos colectivos que surgen y se desarrollan en de-
terminadas sociedades.
Whitehead (1938) plantea que la ciencia forma parte del proceso de ra-
cionalización planetaria impulsado por Occidente, siendo de observación
corriente la influencia mutua entre ciencia y sociedad, y en esta articulación
el factor temporal ocupará un lugar relevante.
Desde nuestra perspectiva ha sido constante el esfuerzo por inscribir al
psicoanálisis dentro del marco general de la ciencia establecida y tradicional,
más allá de que el sujeto de la ciencia y el sujeto de la psique no se presenten
como idénticos, puesto que el primero aborda un sujeto purificado mientras
que el segundo no. Es así que el saber científico intenta prescindir de la sub-
jetividad poniendo el acento en la racionalidad y la objetividad de su tarea,
a diferencia del psicoanálisis que busca la expresión de lo subjetivo a través
de la producción del discurso analítico.
Ambos, ciencia y psicoanálisis, constituyen fenómenos históricos que
ocurren en un determinado marco social. Se trata de entidades históricas
que no han existido desde siempre y para las cuales las ideas de método, co-
nocimiento y teoría que las sustentan fueron cambiando según las ideologías
epistemológicas dominantes en cada período.
La pregunta que persiste es si puede considerarse ciencia al psicoanálisis.
Suele decirse que el mismo padece de una insuficiencia importante en sus
métodos de objetivación, tanto de su práctica como de sus conclusiones te-
óricas (Baranger, 1997). Sin embargo, algunos epistemólogos, como Gre-
gorio Klimovsky, afirman que:

* amvinoly@gmail.com / Argentina
478 | Ana María Viñoly Beceiro

“el psicoanálisis reúne en su esencia la fuerza de sus ideas temáticas propias,


con el poder que confiere el método científico (...) si para la escuela al-
thusseriana una teoría científica (el método científico sería el instrumento
para producir teorías científicas) es un conjunto de definiciones nítidas de
conceptos que puedan ser usadas por el científico....lo que realmente in-
teresa, desde el punto de vista de los cánones del método hipotético de-
ductivo, es si el psicoanálisis tiene un tipo de estructura y de requerimiento
metodológico que le de cientificidad” (1997, pp. 187-188).

Este autor considera que la obra freudiana puede leerse de diferentes


maneras. Ahora, si esa lectura se realiza de un modo que ordene sus afir-
maciones según nexos lógicos, se podrá demostrar que aquellos se adaptan
al método hipotético deductivo, evidenciando una notable claridad de pen-
samiento.
La dificultad reside en que no puede hablarse de una sola teoría psicoa-
nalítica, salvo que se considere que la palabra teoría no se refiere a un de-
terminado conglomerado de hipótesis, sino a una familia de posibles estruc-
turas de carácter hipotético deductivo, entre las que habría diferentes
variedades de hipotetización, según el momento a considerar.
En un sentido lógico estricto puede pensarse que en Freud las teorías
cambian a lo largo de su obra y, haciendo un corte de carácter sincrónico
en el pensamiento freudiano, se torna evidente que no se trata de una sola
teoría, ya no por razones que hacen al progreso de la misma sino por razones
de estructura.
Quizá sea más exacto afirmar que en psicoanálisis encontramos diversas
teorías superpuestas y que en él conviven diferentes tópicos y problemas,
por lo que hay que considerar que su cuerpo teórico está constituido por
distintas teorías relacionadas entre sí, donde algunas presuponen a otras
mientras que otras, a su vez, resultan independientes. En este punto de la
pluralidad teórica reside uno de los problemas metodológicos más impor-
tantes que enfrenta el psicoanálisis.
Otra cuestión a tener en cuenta está en poder discernir qué estructura y
qué rigidez deductiva presentan estas teorías que se usan al mismo tiempo
en nombre de la pluralidad. Hay que considerar que ciertas hipótesis sos-
tenidas simultáneamente incluyen contradicciones en sí mismas que con-
ducen a afirmaciones que parecen describir algo, sin hacerlo en absoluto.
Esto lleva al problema de la inconmensurabilidad entre las teorías en el sen-
tido de Kuhn: es decir que por el hecho de partir de premisas distintas, esas
teorías carecerían de medida común (Bernardi, 2003).
Trabajos como los de Klimosvsky nos ayudan a comprender que lo que
hace científica a la teoría freudiana es el tipo de conexión que presenta con

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis | 479

aquellos hechos clínicos observables que estaban allí antes de la investigación


y que son los que la impulsan y determinan, de la misma manera que puede
verificarse cómo, de sus hipótesis y por deducción, pueden explicarse los
hechos observados.
En definitiva, la obra freudiana formula hipótesis que implican conse-
cuencias observacionales, y estas mismas consecuencias observacionales dan
lugar a predicciones y explicaciones de nuevos hechos.
El uso por parte de Freud de argumentaciones explicativas permite poner
de relieve que para él la modalidad explicativa-predictiva de una teoría tiene
valor por la relación de ésta con la experiencia.
Con esto se ubica a la experiencia en su justo lugar y se subraya que en
el método científico será la conexión de las hipótesis con la experiencia lo
que le dará a una teoría el carácter de conocimiento.
De este modo puede sostenerse que la estructura del psicoanálisis se basa
en el método hipotético-deductivo, que la estructura profunda de las inves-
tigaciones freudianas es la misma que puede encontrarse en otras investiga-
ciones clásicas, y que la cientificidad metodológica existente en los artículos
freudianos es análoga, desde esta perspectiva, a la de otros campos de la ciencia.
Se abre también una reflexión sobre el carácter disciplinario y el carácter
profesional del psicoanálisis, ya que en la consideración de cualquier disci-
plina se deberá tener en cuenta dos fases: una que concibe a toda disciplina
como un conjunto de procedimientos y técnicas que son utilizados por una
comunidad científica para abordar problemas teóricos y prácticos; otra a
partir de la cual se la puede considerar como una profesión con un conjunto
de instituciones, roles y personas, cuya tarea es aplicar y/o mejorar los pro-
cedimientos y técnicas de la misma.
Los criterios que permiten delimitar la noción de disciplina también im-
plican la posibilidad de enunciar el conjunto de problemas que se pretenden
resolver, las metas que se pretenden alcanzar y los modos explicativos que
reúnen a un conjunto de personas en torno a esos problemas.

ALGUNAS APROXIMACIONES EPISTEMOLÓGICAS

Hoy resulta complejo encontrar el hilo que articula ciencia y psicoanálisis.


Los propios epistemólogos no logran pleno acuerdo acerca de cuál es el con-
junto de rasgos que caracterizan esencialmente al método científico, tanto
desde la postura extrema del conocimiento empírico representada princi-
palmente por Popper (1962), como hasta el enfoque centrado en la cuestión
histórica y sociológica, de la cual la mejor expresión se encuentra en la epis-
temología de Kuhn (1971).
480 | Ana María Viñoly Beceiro

Para encontrar una respuesta a la cuestión habría que definir qué se en-
tiende por ciencia y qué por psicoanálisis. Se puede afirmar que cuando se
habla de ciencia se hace referencia al método científico, a sus teorías y/o a
sus investigaciones, así como cuando se habla de psicoanálisis se delimita
la cuestión al método psicoanalítico de teorización y al método psicoanalítico
de tratamiento, siendo ambos aspectos del psicoanálisis definibles como per-
tenecientes a la categoría de ciencia.
En el momento actual existen diferentes enfoques epistemológicos. Por
una parte una posición ortodoxa domina el panorama, por la otra encon-
tramos una serie de modelos heterodoxos, muy distintos entre sí, los que
no han alcanzado todavía suficiente consenso para oponerse al punto de
vista principal.
Algunos autores como Suppe (1974) denominan a la idea ortodoxa del mé-
todo científico ‘concepción heredada’; idea que representó el intento más re-
finado de sentar los fundamentos de un neo-positivismo que constituyó una
de las expresiones más acabadas de la concepción disociada del hombre con
respecto a sus emociones, acciones, experiencias, productos culturales, su pro-
pio cuerpo y la realidad social en la que estas cuestiones se ponen en juego.
El énfasis recayó en la propuesta de la base empírica como dadora de sig-
nificado a los niveles teóricos, la creencia en la existencia de un lenguaje ob-
servacional neutral, la imagen acumulativa del desarrollo científico, su con-
fianza ciega en las soluciones técnicas y científicas y la total exclusión de las
ciencias sociales de la categoría de ciencia (Lores Arnaiz, 1986).
En honor a la verdad, esta concepción heredada coincide con el método
hipotético deductivo, basado en un lenguaje que admite la distinción entre
métodos empíricos u observacionales por una parte, versus términos teóricos
o no observacionales por el otro, lo que permite hablar de tres niveles de
hipótesis: enunciados observacionales, es decir enunciados singulares o
muestrales que hacen a la casuística con vocabulario descriptivo empírico;
enunciados empíricos generales, es decir leyes empíricas; y enunciados te-
óricos que poseen al menos un término teórico.
En esta manera de pensar el método científico, lo fundamental reside en
el proceso de contrastación, que permite evaluar las hipótesis enfrentándolas
con la práctica, y en los procedimientos inductivos, que permiten pasar de
los datos de la práctica o la observación al nivel de las hipótesis.
En relación a esta concepción del método científico, el psicoanálisis cum-
ple con los requerimientos de deductividad, contrastabilidad y análisis se-
mántico de las teorías, lo que le confiere estatuto científico.
En oposición a esta concepción positivista, el pensamiento europeo pro-
dujo otras alternativas epistemológicas antipositivistas como son las obras
de Putnam, Toulmin y Kuhn.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis | 481

De este movimiento resulta el concepto de paradigma de Kuhn (1971),


que se enuncia como aquella sistematización que permite poner de relieve
ciertos núcleos de una determinada concepción del hombre, de la estructura
social, de la naturaleza y sus interacciones.
Como sistema posee una existencia puramente ideal, puesto que es im-
posible que todos los integrantes de una comunidad científica se rijan to-
talmente por él, pero esta noción de paradigma sería una elaboración sis-
temática de intuiciones, emociones, estilos, experiencias, valores y
teorizaciones que han ido surgiendo a lo largo de un período histórico con
respecto al sujeto y su actividad.
Quizá algunos de estos componentes se encuentran explicitados en de-
terminadas teorías, mientras otros pueden permanecer inconcientes entre
distintas personas de esa comunidad científica, aunque operantes en sus con-
ductas y actitudes.
La formulación de un paradigma tendrá como función hacer explícitos
esos diversos elementos y buscar sus interrelaciones a través de un inter-
cambio basado en argumentaciones válidas. Estas sistematizaciones tienden
a presentar de manera unificada un cúmulo de elementos heterogéneos en
función de la concepción integradora del hombre.

EL PROGRESO DE LAS IDEAS

De un modo progresivo va emergiendo detrás de esa visión positivista una


propuesta más dialéctica que apunta a pensar otra concepción del hombre,
relacionándolo con la estructura social e histórica en la cual le toca vivir.
La teoría freudiana constituye uno de los esfuerzos más interesantes de
revinculación entre el sujeto y su realidad, lo que lo lleva a enfrentar la cues-
tión de si el psicoanálisis pertenece al orden de la ciencia y, de ser así, si habrá
que incluirlo dentro de las ciencias naturales o de las ciencias humanas.
En las ciencias naturales todo el dispositivo metodológico se encuentra al
servicio de la aprehensión y comprensión de un objeto unificado que no surge
de la experiencia dialogal y que no comunica nada por sí mismo. En ellas la
investigación recae sobre la cosa sin voz e intransitiva de la naturaleza.
En el psicoanálisis, el dispositivo metodológico estará al servicio de en-
contrar al hombre como productor de textos, palabras, grafismos, es decir
productor de símbolos que hacen a la transmisión de un discurso cargado
de sentido, donde el objeto de estudio queda claramente diferenciado de
aquel que interviene en el fenómeno natural.
Como plantea Viñar (2002), para nuestra disciplina el objeto de ciencia
se constituye de y por la interacción de dos sujetos en la operación de co-
482 | Ana María Viñoly Beceiro

nocimiento donde predomina el principio dialógico que refiere a la impo-


sibilidad de una observación objetiva y sí a un peculiar modo de relación
entre el cognoscente y lo cognoscible. Desde esta perspectiva tanto el rol
de la palabra, en primera instancia, como el de las otras modalidades de co-
municación, adquieren un papel crucial en la definición de la pertenencia
del psicoanálisis al orden de las ciencias humanas; mientras que estos con-
ceptos comunicativos resultan accesorios y tan solo instrumentales en el re-
gistro de las ciencias naturales.
En las ciencias naturales prevalece el proceso de racionalización, o sea
el proceso de reconocimiento de la conexión esencial dentro del aparente
aislamiento de los detalles abstraídos, y esta racionalización se presenta como
el reverso de la abstracción en tanto que el proceso de abstracción se puede
revertir dentro del área de la conciencia.
La racionalización será, entonces, el intento siempre parcial de recuperar
la realidad concreta dentro de la disyunción promovida por la abstracción, y
en este caso la meta estará en lograr la recuperación de la realidad concreta
en el campo de la conciencia. Aquí predomina la “explicación” en la que actúa
una sola conciencia, un solo sujeto; donde el principio monológico hace del
objeto algo objetivable, esa cosa a la cual el observador contempla, explica y
para la que busca una coincidencia exacta entre ella y su representación.
En las ciencias humanas la realidad inmediata que moviliza a la creación
de un objeto de estudio es siempre el texto, producto de la cultura. En este
caso predomina la “comprensión” que involucra a dos sujetos y que queda
marcada por el carácter dialógico del encuentro en el cual el observador in-
evitablemente resultará modificado por el sujeto que estudia y por el cual que-
dan incluidos dos sujetos en esa operación de conocimiento (Bajtín, 2002).
Será Morin (1995) con su teoría del pensamiento complejo, quien pro-
ponga pensar al psiquismo como conectado a otro, como un sistema abierto
y, en ese sentido, en constante renovación. Así, el autor propone una nueva
definición de paradigma en la cual plantea que éste es un tipo de relación
lógica que abarca inclusión, conjunción, disyunción y exclusión entre cierto
número de categorías maestras. Estas ideas tienden a sostenerse en una on-
tología que destaca “la relación” antes que “la sustancia”, que pone el acento
en aquello que emerge y reconoce las interferencias como fenómenos cons-
truidos, heterogéneos y dotados de cierta autonomía. Así quedan englobadas
diferentes dimensiones del saber, lo que permite que ciertos mecanismos
psíquicos pertenezcan a los terrenos de lo conciente y de lo inconciente al
mismo tiempo.
En psicoanálisis, la complejidad permite sostener un cambio en la orga-
nización psíquica a partir de una progresión que conduce a un nuevo orde-
namiento, siempre producto de la situación analítica bipersonal.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis | 483

LA INVESTIGACIÓN PSICOANALÍTICA

La investigación psicoanalítica se desarrolla en zonas de frontera, en los lí-


mites de otras disciplinas como son la lingüística y la filosofía, con las que
se comparte ese objeto de ciencia que es el “texto”, única realidad inmediata,
realidad de pensamiento y de vivencia, que constituye el punto de encuentro
y de partida para las ciencias humanas, entre las cuales se comparte el objeto
de estudio aunque pueda variar la finalidad de la intención investigadora.
La especificidad del psicoanálisis, más allá del dispositivo, radica en pri-
vilegiar ese espacio transferencial donde todo pasa sin que nada pase, pero
en el cual se despliega un texto, allí mismo en ese encuentro entre dos, donde
lo ofrecido adquiere una nueva y peculiar textura a partir de la complejiza-
ción progresiva que el texto va experimentando.
Todas estas reflexiones generan una fuerte interrogación sobre si la cien-
cia puede estudiar fenómenos tan irrepetiblemente individuales como son
los que ocurren en el proceso analítico, y lo que resulta complejo de deter-
minar es de qué manera y a partir de qué elementos se posiciona el analista
como investigador.
Bajtín plantea que la ciencia puede ocuparse de estos fenómenos ya que
en toda ciencia el punto de partida son las individualidades irrepetibles para
luego, en un segundo momento, estudiar la forma específica y la funciona-
lidad de las mismas.
El texto como realidad primaria, como enunciado, permite la aproxima-
ción al sujeto social que se expresa a través de él, y en esa interrogación y
plática compartida, o sea en ese diálogo no concluido acerca de cuestiones,
transcurre el auténtico proceso investigativo.
Existen dos momentos que definen al texto como “enunciante”: su pro-
yecto como intención y la realización de éste. Las interrelaciones dinámicas
entre estos momentos, la lucha entre ellos, las divergencias que se suscitan,
determinan el carácter irrepetible, significante y sígnico del texto.
Siempre la reproducción de éste por otro sujeto será un acontecimiento
nuevo e irrepetible en la vida del texto y constituirá un nuevo eslabón en la ca-
dena histórica de esa comunicación discursiva, en la cual las relaciones dialógicas
y los elementos extralinguísticos promueven el enriquecimiento del enunciado.
Todo sistema de signos, es decir toda lengua, puede ser descifrada, o sea
traducida a otro sistema de signos, pero el texto nunca puede ser traducido
hasta el final porque no hay un texto de los textos, potencial y único (Bajtín,
2002, pp. 301-305).
Lo esencial del texto se desarrollará siempre entre dos sujetos y la meta
del proceso analítico residirá en acceder al núcleo creador del mismo y superar
su extrañeza sin asimilarlo totalmente, ya que no se trata de duplicar la vivencia
484 | Ana María Viñoly Beceiro

de uno en otro, sino de enunciar esa experiencia desde una perspectiva axio-
lógica diferente. De esta manera el psicoanálisis, en su práctica, procede a la
objetivación de lo subjetivo a través de la producción de un discurso.
Cabe abrir aquí una pregunta sobre qué tipo de saber se genera en esta
experiencia dialogal que es la experiencia analítica, y en qué se diferencia y
distingue de otras experiencias humanas, también de matriz dialogal.
Lo singular del encuentro analítico reside en que, desde los albores de
la vida psíquica, la matriz dialógica organiza la pregunta humana sobre:
“¿quién soy”?, pregunta que no hace a la lógica del yo consigo mismo, sino
que está referida a otro esencial.
Ese “¿quién soy?” estará siempre mediado por otro, a quien se necesita
y a quien se acude para encontrar sentido.
Uno de los principales descubrimientos freudianos reside en que esta
pregunta que existe desde siempre y que comienza como una curiosidad del
hombre sobre sí mismo, requiere de un otro, de ese “tú” a quien se le reclama
un “tú sabes”, a quien se le atribuye un saber que organiza la situación ana-
lítica en la fecundidad de un equívoco, el de saber.
El sujeto acude en su creencia de que el otro sabe y que es ese “tú” a quien
se interroga con el “tú sabes”, el que podrá liberarlo de la trampa de su re-
petición compulsiva.
La creencia del analista reside en pensar que su escucha de las repeticiones
del sujeto, que su escucha de las características con las que aquél teje sus vín-
culos y relaciones, le permitirá una reformulación del texto primario.
El sujeto y el encuentro sólo tendrán, entonces, futuro en la palabra. Y
si la promesa de ser ocurrirá en el tiempo futuro de una articulación signi-
ficante, no debe sorprender que el pasado sea también un futuro que se cons-
truye sobre un antes que no era.
El tiempo psíquico se presenta como una causalidad circular cerrada
como una noria al fenómeno de la compulsión de repetición, o abierta al
espiral de la resignificación elaborativa.
He aquí la riqueza del concepto freudiano de Nachtraglichkeit y la con-
sideración de que el psicoanálisis es el aprendizaje de la separación, reflejado
en ese descubrimiento freudiano que es el juego del carretel, cuyo tiempo
lógico fundamental es el pasaje de un universo fusional a otro de mediaciones
lúdicas y de palabras, matriz de simbolización.

LA IRRUPCIÓN DE LO INCONSCIENTE

No podemos ignorar la crisis y la subversión que en las estructuras establecidas


y tradicionales de la ciencia desata la producción de la hipótesis de lo inconciente.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis | 485

El pensamiento occidental promovió la racionalidad humana como base


fundamental del hombre desde su condición de sujeto parlante y debería
haber sido esta condición la que le hubiera permitido acceder a su propia
verdad y a la verdad del otro, lográndose la plena dilucidación de los más
finos secretos de la constitución del ser.
La revolución freudiana cuestiona esta ilusión de verdad absoluta en la
medida que la hipótesis del inconciente demuestra la precariedad de ese ser
racional-parlante, cuando pone de manifiesto la falacia de la verdad de la
palabra.
Con el descubrimiento de lo inconciente, aquella promesa de acceso (por
la palabra) al saber, a la objetivación plena, termina siendo un mito creado
por el que habla y que se delata y se revela en el surgimiento de los fantasmas
y síntomas histéricos y obsesivos, así como en las producciones psicóticas.
La palabra misma en lugar de decir lo que la cosa es, será siempre vehículo
de una interrogación. Y si como psicoanalistas privilegiamos sobre el con-
tenido manifiesto al contenido latente, es porque sostenemos que la palabra
hace referencia a un nuevo enigma que interroga aquello que no ha sido
dicho.
La emergencia de lo inconciente acontece en la medida que se establece
esa relación entre el sujeto que interroga y el otro de los orígenes que in-
terviene en la constitución de la subjetividad, determinando las marcas que
hacen a las identificaciones estructurantes.
Cabe subrayar que la palabra que constituye el objeto del psicoanálisis
es la palabra intercambiada entre dos en el campo analítico, y será éste el
espacio y el lugar en el que se despliegue el discurso transferencial.
Siguiendo a Kristeva (1985) se puede afirmar que este discurso transfe-
rencial constituye una nueva historia de amor, un discurso que deja de lado
su carácter intelectual para pasar a ser básicamente discurso portador de
afectos.
Es así como el lenguaje adquiere una característica metafórica que lo en-
riquece, puesto que la metáfora está al servicio de permitir decir algo de lo
indecible. Cuando la pobreza del lenguaje no alcanza para designar impre-
siones o emociones, ocurre esa operación mixta de adicción y sustracción
de semas, esa operación de sustitución de un particularizante por otro, con
la condición de que ambos tengan un generalizante común. Es éste el trabajo
de la metáfora.
En esta construcción analítica de una historia entre dos, que es construc-
ción cultural del texto, la cotidianeidad va cargando de signos compartidos
a la fantasía inconciente que sostiene al campo.
Y en este discurso analítico encontramos funciones claves del lenguaje:
la función emotiva de traslación de afectos, la función connativa de apelación
486 | Ana María Viñoly Beceiro

al otro, la función temporal en la transmisión de algo histórico del después,


por la permanente reescritura de la experiencia vivida y ahora compartida.

REFLEXIONES PARA COMPARTIR

Reflexionando sobre estas cuestiones se puede afirmar que si bien el psico-


análisis mantiene como tronco medular a la teoría freudiana, la multiplicidad
de teorías que se despliegan en el desarrollo posterior muestran un grado
tal de dispersión entre las teorizaciones y las experiencias subjetivas que sus-
tentan estas teorizaciones, que se torna difícil mantener a nuestra disciplina
dentro del marco de las ciencias clásicas, corriendo el riesgo de quedar en
el nivel de las casi-ciencias o en el nivel de las artesanías, como decía W. Ba-
ranger (1991).
Una pregunta que se reitera gira en torno a los modos en que se pueden
encuadrar, dentro de una metodología compartida, esas singulares modali-
dades experienciales que involucran fenómenos de identificación y que
hacen a la transmisión del psicoanálisis.
La restricción en la comunicación de experiencias subjetivas constituye
uno de los principales escollos a vencer, generando inseguridad en cuanto
a la validación intrínseca de los conocimientos analíticos.
Esta cuestión se revierte cuando se puede definir el material de objeti-
vación para el psicoanálisis, el material básico para su investigación, que está
representado por la situación analítica que tiene en sí misma un carácter
esencialmente bipersonal siendo allí donde se encontrará la base experimen-
tal de esta ciencia (Baranger, 1997).
El examen sistemático de lo que ocurre en la situación bipersonal analí-
tica, es decir el examen del texto resultante de lo enunciado por uno y de
lo interpretado por el otro, será de aquí en más el material de investigación
del psicoanálisis.
Partiendo de la experiencia dialogal deberemos aplicar a nuestro campo
de investigación principios epistemológicos válidos para esta singular y ori-
ginal situación en la que el campo de actuación es el campo bipersonal, li-
mitado temporalmente y con características funcionales particulares a cada
uno de los dos centros que constituyen este campo.
W. Baranger lo expresa de esta manera:

“El psicoanálisis debe, fundamentándose en su práctica, desentrañar


sus propios principios de objetivación y aceptar su rol de ciencia (en mu-
chos casos privilegiada) del hombre. Debe aceptar su carácter de ciencia
de un diálogo (es decir de psicología bipersonal), su carácter de ciencia

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis | 487

interpretativa y aceptar que se fundamenta sobre un determinismo estruc-


turalmente superior (más complejo) y no causal, con leyes esencialmente
originales y técnicas de validación distintas de las que rigen en las ciencias
de la naturaleza” (1997, p. 154).

Siguiendo estas propuestas, se puede sostener que la prueba de objetivación


directa y decisiva en psicoanálisis se basa en el campo bipersonal y en la aper-
tura del mismo por aquella interpretación que, al generar un cambio psíquico,
promueve una transformación en el paciente y en el campo analítico.
Toda interpretación implica dos cuestiones, una traducción del texto y
una reducción del significante al significado. Traducción y reducción con-
llevan sistemas de referencia que dan lugar a una teoría científica.
Ahora, resulta necesario volver a interrogarse sobre la obra freudiana, no
sólo por las complejidades que presenta sino también para cotejar las con-
vergencias o divergencias que muestran los desarrollos posfreudianos con
los conceptos fundantes del psicoanálisis.
El campo de la práctica se articula y superpone, en parte, con el campo
de la teoría y de la técnica. Es por ello que la práctica del psicoanálisis debe
estar firmemente ligada a una teoría que la fundamente.
Pero si esta articulación se debilita, la práctica adquiere un carácter tecno-
empírico que apunta tan sólo al producto con la intención de satisfacer una de-
manda o carencia, quedando por fuera de una auténtica estructura científica. Y
será este carácter tecno-empírico el que permita, al mismo tiempo y en paralelo,
el crecimiento de una “teoría” que le es inmanente y que comienza a colisionar,
desde su propio desarrollo empírico, con la teoría central (Gianella, 2006).
Insistir entonces en los conceptos básicos del psicoanálisis no es profesar
un acto de fe, sino evitar que el mismo quede subsumido a cualquier otra
ciencia que lo cobije al darle sustento en su propio marco y que promueva,
de esta manera, su dilución.
La íntima articulación entre práctica y teoría se sostiene en esa verdad
que no debe buscarse en ningún otro lugar que no sea el propio discurso
científico que el psicoanálisis sostiene. Así, pierde fundamento toda posición
que proponga la realización de un buen ejercicio clínico basado en una te-
orización endeble, tanto como aquella otra que sostenga que una teoría só-
lida puede prescindir de la práctica clínica.
Subrayando el lugar de privilegio que ocupa la correcta articulación entre
teoría y práctica, se pueden considerar dos caminos en el desarrollo de la
teoría psicoanalítica: uno en extensión y otro en intensión.
1-Los cambios y desarrollo en extensión agregan conceptos a la teoría
central que a veces quedan incluidos en ciertos conceptos anteriores y que
otras veces estimulan la creación de auténticos conceptos nuevos.
488 | Ana María Viñoly Beceiro

Esta extensión de la teoría promueve un crecimiento periférico y expan-


sivo que da lugar al surgimiento de nuevas terminologías que pueden su-
plementar o complementar la teoría original. Aquí tienen cabida los llamados
nuevos aportes teóricos, clínicos y técnicos, así como ciertas articulaciones
con otras disciplinas.
Estos cambios en extensión permiten la creación de subsistemas parciales
que, con mayor o menor independencia del sistema original, pasan a cons-
tituir esquemas referenciales. La cuestión depende de si estos esquemas so-
portan la auténtica confrontación con el sistema original o si pasan a cons-
tituir lenguajes sostenidos por el discurso científico de determinados grupos
políticos. Se trata de esquemas referenciales que soslayan, frecuentemente,
su conflictivo ligamen con la teoría psicoanalítica.
Si bien es cierto que la teoría debe permitir el despliegue de nuevos y au-
ténticos aportes, como se encuentra en ciertos desarrollos posfreudianos, el
riesgo reside en que muchos de estos esquemas surgen del ejercicio “intui-
tivo” de una práctica que bastaría para validar que en tal o cual momento
se utilice este o aquel esquema referencial.
De este modo nos encontramos en el resbaladizo terreno donde ciertos
términos teóricos y ciertas propuestas técnicas sirven como cobertura de al-
gunos modelos empíricos de discutible formalización.
Cabe afirmar, por todo esto, que los desarrollos en extensión incluyen
los aspectos más ideológicos de la ciencia psicoanalítica frente a los cuales
se debe mantener un criterio crítico de alerta.
2-Los cambios y desarrollos en intensión siguen un movimiento opuesto
a los anteriores. Al centrar su óptica en la teoría original promueven un re-
torno centrípeto a los conceptos esenciales en el intento de lograr su ade-
cuada discriminación, en la búsqueda de los nexos lógicos entre ellos, en el
trabajo de establecer diferentes ordenamientos y jerarquizaciones.
En psicoanálisis, por sus características de joven ciencia que busca un lugar
en el campo científico, estos movimientos intensivos resultan fundamentales
para lograr la adecuada ubicación de los conceptos que sostienen a la teoría.
Pero será de la apropiada basculación entre ambos tipos de desarrollo,
extensivos e intensivos, que se irá construyendo esta ciencia psicoanalítica
que debe ser pluralista en el sentido de permitir la integración de nuevos
esquemas siempre que éstos puedan ser cotejados, para su integración, con
lo medular de la teoría (Spilka, 1997).
En cuanto al valor del aporte de otras disciplinas al psicoanálisis, como
ser la semiótica, la lingüística, la epistemología, la literatura, también se
puede considerar en ellos un uso en extensión y otro en intensión.
La primera modalidad conlleva el peligro de que partes de la teoría psi-
coanalítica queden subsumidas a los postulados de alguna otra disciplina, ya

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis | 489

que el intento de articulación determina muchas veces la pérdida de la au-


téntica especificidad de los conceptos.
Como ejemplo de esta cuestión se puede tomar el uso en extensión del len-
guaje desde la lingüística. Éste puede ser considerado instrumento de comu-
nicación que da cuenta tan solo de la interacción entre dos sujetos, buscándose
en él la comprensión de las acciones que se dan entre los dos participantes y
obviándose aquello que es fundamental para el psicoanálisis: su función de
significante de la cadena discursiva que da cuenta de la irrupción del incon-
ciente y del deseo. En cambio, el uso intensivo el lenguaje es expresión del
surgimiento de lo inconciente, pero en el sentido de que el sujeto pasa a ser
“sujeto de inconciente”, sujeto abrazado por esa producción inconciente que
aflora con el lenguaje y que da cuenta de una de las ideas centrales de Freud
cuando plantea la existencia no-subjetiva de una parte del psiquismo. La exis-
tencia de un inconciente que en su materialidad, y en oposición a un yo que
no es sólo el efecto de un punto de cierre en la cadena significante en la cual
se está jugando la posición del sujeto, permanece como realidad pre-subjetiva
que da cuenta de lo irreductible de su modo de funcionamiento, ajeno a toda
significación e intencionalidad. (Bleichmar, 2005, pp. 117-123).
Original idea freudiana del inconciente, considerado como un conjunto
de representaciones en las cuales no hay un sujeto que esté definiendo, bajo
los modos de la conciencia, la forma de articulación representacional.
Planteada de esta manera la cuestión será necesario especificar cuáles son
los nuevos aportes teóricos que los múltiples desarrollos posfreudianos ofre-
cen a la teoría psicoanalítica, así como también poder reconocer el enrique-
cimiento que la misma experimenta desde aquellas otras ciencias afines, tales
como la semiótica, la lingüística, la antropología , la historia, entre otras.
Y si el planteo que se quiere sostener es el de un auténtico pluralismo,
éste se logrará subrayando el verdadero sentido de la cuestión que pasa por
hablar unos con otros y no unos a otros.
Las diferentes lecturas pueden conducir a construir diversos esquemas re-
ferenciales, pero se deberá trascender la segmentaria selección que puede dar
origen a una falsa pluralidad para lograr integrar y articular entre sí las con-
vergencias que estas lecturas presentan, en el intento de lograr una síntesis su-
peradora del pensamiento que promoverá su complejización y su crecimiento.

PARA TERMINAR

Mucho camino queda por recorrer en esta compleja articulación entre psi-
coanálisis y ciencia.
La epistemología reflexiona sobre qué métodos utiliza una ciencia, cómo
490 | Ana María Viñoly Beceiro

se construyen las teorías, qué anclaje presentan ellas en los hechos obser-
vables, cómo se justifican las mismas, cómo cambian y surgen nuevas teorías
mientras otras dejan de tener vigencia.
Vale pensar que los métodos y los procesos científicos son siempre con-
tingentes. La prueba está en que en este último siglo cada cambio episte-
mológico dio lugar a diferentes sistemas de creencias y cada uno de ellos fue
modificando la manera de mirar la totalidad, lo que permitió poner en cues-
tión los fenómenos que antes se consideraban relevantes, facilitando que se
fueran ajustando y adoptando viejos y nuevos modos de investigación.
Estas modificaciones en las perspectivas científicas de nuestra cultura im-
pactan e influyen sobre la consideración del psicoanálisis como ciencia y sus
métodos de investigación.
Distintas ideas se entrecruzan y buscan, cada una de ellas, responder a
este desafío de dar cuenta de la cientificidad del psicoanálisis.
Algunos sostendrán que el psicoanálisis es en sí mismo una ciencia por
derecho propio, autónomo de las otras ciencias por sus características esen-
ciales, con su propio tema, el inconciente, y sus propios métodos para dar
explicación del mismo.
Otros destacan el peligro del aislacionismo, especialmente a partir del
diálogo establecido con las neurociencias, y postulan la necesidad de que el
psicoanálisis se abra a un pluralismo metodológico que le permita su inte-
gración al medio académico (Jiménez, 2006, p. 638).
Esto no constituirá en sí mismo un problema siempre que las diferentes
convicciones que debatan sean capaces de sostener una constante y auténtica
competencia discursiva entre ellas, único modo de asegurar un pluralismo
válido que enriquezca las ideas.

RESUMEN

Este trabajo revisa los conceptos de ciencia y psicoanálisis y considera que en ambos
campos del saber, que constituyen fenómenos históricos que ocurren en un deter-
minado marco social, las ideas de método, conocimiento y teoría van cambiando
según las corrientes epistemológicas dominantes en cada período.
Formula la pregunta de si puede considerarse ciencia al psicoanálisis para luego enu-
merar distintas posiciones que buscan darle respuesta.
Plantea que la investigación psicoanalítica se desarrolla en zonas de frontera y que,
desde una posición determinada, la especificidad del psicoanálisis radica en privi-
legiar un espacio transferencial en el cual el texto que en él se despliega pasa a ser
el objeto de investigación de esta ciencia que se encuadra en el marco de las ciencias
humanas.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis | 491

Subraya que la prueba de objetivación directa en psicoanálisis se basa en el campo


bipersonal y en la apertura del mismo mediante la interpretación, considerando que
el campo de la práctica se articula con el de la teoría y el de la técnica. Así pueden
considerarse dos caminos en los desarrollos teóricos: uno en extensión, otro en in-
tensión con sus peligros y aciertos.
Concluye poniendo el acento en la necesidad de debates que aseguren un auténtico
pluralismo.

DESCRIPTORES: CIENCIA/ PSICOANÁLISIS / TEORÍA / MÉTODO / INVESTIGACIÓN / OBJETO


DEL PSICOANÁLISIS / CAMPO.

SUMMARY
Some reflections on the scientific character of psychoanalysis

The author reviews the concepts of science and psychoanalysis, and considers that
both fields of knowledge constitute historical phenomena occurring in a given social
frame, and that ideas of method, knowledge and theory gradually change depending
on the epistemological currents dominant in each period.
She formulates the question whether psychoanalysis may be considered science, and
then enumerates different positions that attempt to answer it.
She proposes that psychoanalytic investigation develops in frontier zones and that,
in a certain position, the specificity of psychoanalysis resides in the priority given to
the transference space in which the text that develops therein becomes an object of
investigation of this science that is framed in the framework of the human sciences.
The author emphasizes that the proof of direct objectivation in psychoanalysis is
based on the bi-personal field and its aperture through interpretation, since the field
of practice is articulated with the fields of theory and of technique. Thus, two roads
may be considered in theoretical developments: one in extension and another in in-
tension with its dangers and successes.
She concludes by stressing the need of debates that will ensure authentic pluralism.

KEYWORDS: SCIENCE / PSYCHOANALYSIS / THEORY / METHOD / INVESTIGATION / OB-


JECT OF PSYCHOANALYSIS / FIELD.

RESUMO
Algumas reflexões sobre o caráter científico da psicanálise

Este trabalho revisa os conceitos de ciência e psicanálise e considera que, em ambos


os campos do saber, constituem fenômenos históricos que ocorrem em um deter-
492 | Ana María Viñoly Beceiro

minado marco social, as idéias de método, conhecimento e teoria vão mudando de


acordo com as correntes epistemológicas dominantes em cada período.
Formula-se a pergunta se é possível considerar a psicanálise como ciência, para logo
depois enumerar as diferentes posições tentando dar uma resposta.
Propõe-se que a investigação psicanalítica se desenvolve em zonas de fronteira, e que
a partir de uma posição determinada, a especificidade da psicanálise implica em pri-
vilegiar um espaço transferencial no qual o texto onde se encontra passa a ser o objeto
de investigação desta ciência, enquadrando-se no marco das ciências humanas.
Salienta que a prova de objetivação direta na psicanálise está baseada no campo bi-
pessoal e na abertura do mesmo mediante a interpretação, considerando que o
campo da prática está articulado com o da teoria e o da técnica. Dessa maneira,
podem ser considerados dois caminhos nos desenvolvimentos teóricos: um em ex-
tensão, o outro em intenção com seus erros e acertos.
Conclui enfatizando a necessidade de debates que garantem um autêntico pluralismo.

PALAVRAS CHAVE: CIÊNCIA / PSICANÁLISE / TEORIA / MÉTODO / PESQUISA / OBJETO DA


PSICANÁLISE / CAMPO.

Bibliografía

Bajtín, M. M.: Estética de la cuestión verbal. El problema del texto en la lingüística, la fi-
lología y otras ciencias humanas. Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina,
2002, pp.301-305.
Baranger M. y Baranger W.: La situación analítica como campo dinámico. Problemas del
campo analítico. Kargieman, Buenos Aires, 1991.
Baranger W.: -“La noción de material y el aspecto prospectivo de la interpretación”.
En: Revista de Psicoanálisis, XLVI, 6, 1994.
—— (1997) “Métodos de objetivación en la investigación psicoanalítica”. En: Psi-
coanálisis y Ciencia. Ediciones Dunken, Buenos Aires, 1997, pp.154.
Bernardi, R.: “La necesidad de verdaderas controversias en psicoanálisis”. En: Revista
Uruguaya de Psicoanálisis, 97, 2003.
—— (1994) “El papel de las teorías. El papel de los determinantes paradigmáticos
en la comprensión psicoanalítica”. En: Revista de Psicoanálisis, XLVI, 6, 1994.
Bleichmar, S.: La subjetividad en riesgo. Topia, Buenos Aires, 2005, pp. 117-123.
García Badaracco, J.: “Psicoanálisis y ciencia”. En: Psicoanálisis y Ciencia, Ediciones
Dunken, Buenos Aires, 1997.
Gianella, A.: Comunicación personal, 2006.
Jiménez, J. P.: “La investigación psicoanalítica: ¿Una disciplina consolidada?”. En:
Revista de Psicoanálisis, LXIII, 3, 2006, pp.638.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Algunas reflexiones sobre el carácter científico del psicoanálisis | 493

Klimovsky, G.: Las teorías de Freud y las teorías de la metodología contemporánea. Correo
Bimestral, Buenos Aires, 1989.
—— (1997) “Problemas metodológicos del psicoanálisis”. En: Psicoanálisis y Ciencia.
Ediciones Dunken, Buenos Aires, 1997.
Kristeva, J.: El trabajo de la metáfora. Gedisa, Barcelona, 1985.
Kuhn, T.: La estructura de las revoluciones científicas. FCE, Méjico, 1975.
Lores Arnaiz, M. del R.: Hacia una epistemología de las ciencias humanas. Editorial de
Belgrano, Buenos Aires, 1986.
Morin, E.: Introducción al pensamiento complejo. Gedisa, Barcelona, 1995.
Popper, K.: La lógica de la investigación científica. Tecnos, Madrid, 1962.
Spilka, J.: Creer en el inconciente. Editorial Síntesis, Madrid, 2002.
Suppe, F.: La estructura de las teorías científicas. Editora Nacional, Madrid, 1974, pág. 16.
Viñar, M.: Psicoanalizar Hoy. Trilce, Montevideo, 2002.
Whitehead, A. N.: Modos de pensamiento. Losada, Buenos Aires, 1944.
Los cuatro niveles de observación en el
método de Esther Bick1

* Didier Houzel

El método de Esther Bick es un método de observación. El sentido etimo-


lógico de «observar» es «seguir escrupulosamente» el desenvolvimiento de
un fenómeno. En esta forma entiendo, pues, la observación según la plantea
Esther Bick: seguir escrupulosamente todo lo que tiene lugar a lo largo de
cada sesión de observación. Ahora bien, a mi juicio los fenómenos observables
acontecen en varios niveles que es preciso distinguir. El primero es el del des-
arrollo del niño, a quien vemos adquirir poco a poco nuevas capacidades sen-
soriales, motrices, afectivas, sociales y cognitivas. El segundo nivel es el de
la significación que se puede atribuir a los mensajes emitidos por el niño,
mensajes que recibimos como una expresión de su experiencia subjetiva cons-
ciente e inconsciente. El tercero es el de los intercambios entre el bebé y su
entorno, la frecuencia de las interacciones, sus cualidades y estilo. El último
nivel es el de las proyecciones inconscientes que hacen el padre o la madre
sobre sus relaciones con el niño, nivel que ha sido calificado por Léon Kreisler
y Bertrand Cramer (1981) de «interacciones fantasmáticas».
Pienso que la observación de un bebé debe asignar su justo lugar a cada
uno de estos niveles, lo que les propongo examinar más en detalle e ilustrar
con una sesión de observación de un niño de 18 meses. Antes, quisiera se-
ñalar que el método que practicamos comparte con otros métodos de ob-
servación algunos de los niveles que he mencionado. Su exposición me per-
mitirá resaltar mejor las especificidades del procedimiento puesto a punto
por Esther Bick.
Propongo clasificar los métodos de observación del niño en tres catego-
rías: experimental, etológico y psicoanalítico.
El método experimental parte de una hipótesis que será preciso confirmar
o invalidar. El protocolo experimental debe hacer posible controlar todos
los parámetros significativos vinculados a la hipótesis en cuestión, de tal ma-

1 Trabajo presentado en APA, en el Congreso de Observación de Bebés, realizado en


agosto de 2008.
* dhouzel@hotmail.com / Francia
496 | Didier Houzel

nera que la variación buscada y cuantificada de uno de esos parámetros pueda


ser puesta en relación con el resultado de la experiencia. El ejemplo más co-
nocido de este tipo de observación es el de las experiencias que pusieron de
manifiesto las competencias del recién nacido. El método experimental tiene
dos características: el dominio de la situación corresponde al experimenta-
dor, y los datos de observación son objetivos; no se da cabida, pues, a ninguna
interpretación subjetiva del observador. La ventaja ostensible de este método
es precisamente la de que permite obtener datos objetivos, en general cuan-
tificables, datos que podemos poner en relación de causalidad con otros fe-
nómenos como, por ejemplo, la maduración del sistema nervioso. Pero tiene
el inconveniente de que, debido al carácter artificial de la situación obser-
vada, los datos obtenidos no son situados en el contexto de la vida del niño.
Como se sabe, Esther Bick debió practicar este tipo de observación para su
trabajo de tesis, realizado en Viena en la década de 1930 bajo la dirección
de Charlotte Bühler. Quienes la conocieron cuentan que decía haber tenido
la impresión de dejar escapar algo esencial, cuando debía observar las reac-
ciones recíprocas de dos niños de 2 años y medio y calcular la velocidad de
dichas reacciones mediante el uso de un cronómetro. Pese a las reservas ma-
nifestadas por ella respecto del método experimental, podemos pensar que
éste la proveyó de una rigurosidad de la que jamás se apartó.
El método etológico conserva esa misma dimensión objetiva, pero re-
nuncia al dominio de la situación observada. Se trata de observar seres vivos,
tanto animales como humanos, en su medio de vida natural, sin modificar
este medio. Puede decirse que la etología vio la luz a comienzos del siglo
XX precisamente para ordenar de otra manera los datos experimentales acu-
mulados en materia de fisiología animal. Esta vez, el propio observador se
dirige al medio en el que viven los seres que quiere observar. Ahora no los
confina en una situación artificial, como lo hace el método experimental.
En cambio, mantiene la exigencia de registrar lo observado del modo más
objetivo posible. Los datos se recogen con ayuda de grabadores, cámaras,
enumeraciones, anotaciones directas. Pienso que en el método de Esther
Bick subsiste una huella del método etológico: la observación se realiza en
el medio natural, o sea, en el caso del bebé, el domicilio familiar, en el del
niño pequeño, los diferentes lugares que frecuenta (el jardín de infantes, la
guardería, etc.). Me pregunto en qué medida esta influencia del método eto-
lógico sobre la infant observation se debe en parte al primer análisis que hizo
Esther Bick con Michael Balint, eminente representante de la escuela hún-
gara de psicoanálisis que, como es sabido, prestaba gran interés a las inves-
tigaciones etológicas. ¿Veremos también en su caso huellas de una influencia
de John Bowlby, quien derivó de lo etológico su teoría del apego? De hecho,
entre 1948 y 1960, John Bowlby y Esther Bick colaboraron desempeñándose

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Los cuatro niveles de observación en el método de Esther Bick | 497

en la Tavistock Clinic de Londres. No creo estar minimizando los méritos


de Esther Bick cuando procuro encontrar las fuentes que la inspiraron, todo
lo contrario. Me parece que es una marca de genio saber tomar lo mejor de
lo transmitido y utilizarlo de manera creativa. De buena gana le aplicaría
yo esta célebre frase de Newton: “Si pude ver tan lejos, es porque me había
encaramado sobre hombros de gigantes”.
El método psicoanalítico es el tercer método de observación y constituye,
desde luego, la principal referencia de Esther Bick. No cabe ninguna duda
de que Freud fundó el psicoanálisis sobre la observación. Ciertas escuelas,
aun habiendo presumido de una estricta ortodoxia freudiana, se apartaron
de esta dimensión empírica. Ello hizo que algunos psicoanalistas condenaran
el método de observación de bebés con el pretexto de que lo importante no
es el bebé real, sino el bebé imaginario tal como lo reconstruye la exploración
psicoanalítica. Creo poder afirmar que Freud no habría estado de acuerdo
con esta condena, pues pedía a sus discípulos observar a sus hijos pequeños
y transmitirle los datos de sus observaciones, lo cual nos valió la maravillosa
historia del pequeño Hans. Ahora bien, aun coincidiendo en que el psico-
análisis es una ciencia de observación, queda por establecer de qué obser-
vación se trata. Freud no hacía las distinciones que he propuesto, a punto
tal que llegó a calificar al psicoanálisis de ciencia natural al mismo título que
la biología. Hoy día, nadie estaría ya de acuerdo con esta asimilación de
ambas disciplinas. Hay una especificidad de la observación psicoanalítica,
especificidad que volvemos a hallar plenamente en el método de Esther Bick:
esta vez, el observador no es exterior a su campo de observación, está total-
mente implicado en él. No observa solamente fenómenos que tienen lugar
ante él, sino que también debe observarse a sí mismo mientras observa. Prac-
tica lo que el antropólogo y psicoanalista francés Georges Devereux llamó
“observación participante” (1967), expresión que volvemos a hallar bajo la
pluma de Esther Bick cuando describe al observador como “…un observador
participante privilegiado y por este hecho reconocedor”.
Siempre me sorprendo cuando oigo hablar a investigadores de objetivar
los fenómenos subjetivos. El término técnico que emplean es “naturalizar”.
En realidad, “naturalizar” la subjetividad equivale a eliminarla. Es como si
la psicología moderna confiara sólo en los métodos objetivos y cuantificables:
un fenómeno que se pueda abordar por estos métodos merece ser exami-
nado, de lo contrario se lo expulsa del campo de la ciencia tachándolo de
puramente subjetivo. Esto implica desconocer los notables esfuerzos reali-
zados desde fines del siglo XIX por filósofos, psicólogos, psicopatólogos y
psicoanalistas, dirigidos a construir una ciencia de la subjetividad; es decir,
a tomar en cuenta con seriedad, y de manera en parte reproducible, expe-
riencias subjetivas del ser humano que a partir de entonces dejan de acan-
498 | Didier Houzel

tonarse en el universo, fascinante sin duda, pero oscuro e incierto, de la me-


tafísica. La observación participante es uno de los elementos de respuesta
necesarios para fundar una ciencia de la subjetividad: el observador ya no
se considera exterior a su campo de observación, lo cual significa que admite
la existencia de una influencia recíproca entre lo que observa y lo que él
mismo siente. Su tarea es observar escrupulosamente esta reciprocidad a fin
de dar un sentido a los fenómenos observados. La metapsicología clásica
describe esta influencia recíproca mediante los términos de transferencia y
contratransferencia. Abordajes más recientes hablan de “campo psicoana-
lítico” (W. y M. Baranger, 1961 A. Ferro, 1990), de co-pensamiento (D. Wi-
dlöcher, 1998). La idea que se va abriendo paso es que lo explorado por nos-
otros en una referencia psicoanalítica no es algo que preexistiera a la
observación sino, más bien, una propiedad emergente (Varela, 1999) del
campo creado por la observación misma. En verdad, no se trata de una idea
que Esther Bick haya expuesto claramente, pero hace al fundamento de su
método, sobre todo por la exigencia de instalación y respeto de un marco
que permita observar fenómenos inesperados y dar sentido a todo lo que se
ha observado dentro de sus límites, es decir, dentro del “campo de obser-
vación” así creado.
Existe, pues, una especificidad de la observación psicoanalítica. Aquí no
hay ninguna hipótesis que verificar, e incluso se evita cualquier variación de
los parámetros en juego. Se trata de recoger todo cuanto se manifiesta en el
interior del marco de observación, y ello a través de los canales sensoriales
del observador pero también por otros modos de registro, sus emociones,
su actividad imaginaria, su pensamiento: otros modos que constituyen una
receptividad psíquica consciente e inconsciente. He propuesto agregar a la
atención consciente la noción de “atención inconsciente” para describir esa
receptividad psíquica que no se limita a recoger datos por medio de nuestros
cinco sentidos. El ejercicio de dicha “atención inconsciente” supone un marco
riguroso en cuyo seno todo lo que se expresa, más allá del medio por el que
lo haga, lenguaje, silencios, mímicas, tensiones y aflojamientos musculares,
comportamiento, funciones fisiológicas, etc., podrá ser recogido y conservado
a la espera de una elaboración que venga a dar sentido a posteriori.
Volvamos a los niveles de observación enunciados poco antes. Seré breve
en cuanto al primero, el que corresponde a la maduración del niño, a su des-
arrollo sensoriomotor, cognitivo, lingüístico, etc. Creo que el método de
Esther Bick añadió un elemento esencial al conocimiento de las etapas del
desarrollo infantil al mostrar que se inscribía necesariamente en una relación
con el otro y que no tenía lugar cuando las características de esta relación
no lo permitían. Un bebé que puede juntar su hemicuerpo derecho con su
hemicuerpo izquierdo uniendo sus dos manos, y que luego junta sus manos

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Los cuatro niveles de observación en el método de Esther Bick | 499

reunidas con el espacio de su boca, muestra haber experimentado en la re-


lación de amamantamiento con su madre un vínculo sólido que le permite
unificar los subespacios de sus experiencias sensoriomotrices, derecho, iz-
quierdo y medio, como lo mostraron los estudios de André Bullinger (2002),
pero también la imagen de su propio cuerpo, al que vienen a inscribirse los
diferentes aspectos de su experiencia relacional, como lo mostraron los es-
pléndidos trabajos de Geneviève Haag sobre «La mère et le bébé dans les
deux moitiés du corps» (1985).
El segundo nivel de observación es el de los modos de comunicación del
bebé que al comienzo sólo dispone de una reducida paleta de posibilidades
expresivas: las variaciones de sus estados de vigilancia, sus gritos y lalaciones,
las variaciones de su tono muscular, sus movimientos todavía globales y poco
coordinados, sus mímicas, su mirada y el contacto de su boca y manos con
el pezón-pecho o el biberón. En este punto, remito al artículo princeps de
Esther Bick (1968), que ilustra maravillosamente la manera en que ella daba
sentido a todo lo que el bebé expresaba de su experiencia y de los mecanismos
arcaicos de defensa que utilizaba para luchar contra la desorganización. Dar
sentido a lo que expresa así el niño desde el comienzo de su vida extrauterina
es la condición básica para el desarrollo de su psiquismo.
El tercer nivel es el de las interacciones entre el niño y su entorno. Esther
Bick insistía en la localización de patterns específicos de cada díada
madre/bebé en sus interacciones: “El aspecto más apasionante de los semi-
narios a lo largo del año escribe es probablemente la oportunidad de des-
gajar, en la maraña formada por el material, ciertos hilos conductores del
comportamiento que parecen especialmente significativos de la experiencia
que tiene el bebé de sus propias relaciones de objeto”.
Daba el ejemplo del bebé Charles, que tenía una relación claramente di-
ferente con cada uno de los dos pechos de su madre: mientras mamaba con
avidez del primer pecho, daba golpecitos sobre el segundo; cuando mamaba
de este último, lo hacía suave y lentamente colocando su otra mano alrededor
de su boca en forma de trompeta. El observador nota que, más tarde, este
mismo bebé, en el momento de dormirse, “exploraba (con la mano derecha)
el contorno de su ojo y su sien, mientras mantenía el pulgar izquierdo dentro
de su boca. Luego, progresivamente, su mano izquierda se ponía en trompeta
y entonces se dormía de golpe”. Maravilloso ejemplo de interiorización de
la relación con el objeto que pasaba por la inscripción en el cuerpo.
Por lo que conozco de Esther Bick, ella no menciona explícitamente el
último nivel de observación, el de las «interacciones fantasmáticas». Creo
que se refiere a él de manera implícita cuando dice, a propósito de la ob-
servación del bebé K. y de las difíciles relaciones entre su madre y él: “…el
grupo seminario encontró que había signos de una mejoría manifiesta, prin-
500 | Didier Houzel

cipalmente en el hecho de que la madre fuese capaz de hablarle al observador


de sus angustias de adolescente respecto de su capacidad para ser madre”.
Corresponde a Léon Kreisler y a Betrand Cramer (1981) el mérito de
haber denominado «interacciones fantasmáticas» a las proyecciones de cada
progenitor, sobre su relación con sus hijos, de un pasado no elaborado, no
simbolizado. Sin que el progenitor lo sepa, el sexo del niño, su puesto en la
fratría o tal o cual de sus características traen aparejada una repetición de
patterns relacionales más o menos traumáticos conocidos por él durante su
propia infancia con los personajes clave de su entorno. Más arriba he men-
cionado el hecho de que la madre del bebé K. haya podido hablar de sus an-
gustias de adolescente, pues sus proyecciones sobre el hijo se atenúan en la
medida en que las dificultades de la infancia o de la adolescencia pueden ex-
presarse, pensarse, elaborarse.

ILUSTRACIÓN CLÍNICA

Daniel tiene 18 meses en el momento de la observación que voy a resumir.


No hubo observación durante las tres semanas previas, porque la madre se
hallaba indispuesta y luego la familia se ausentó por quince días. El día en
cuestión, Daniel recibe con su madre a la observadora en la puerta del de-
partamento, pero a su saludo responde nada más que con una tímida sonrisa
y un refunfuño. La madre explica que él esperaba a su padre, como sucede
cada vez que oye sonar el portero eléctrico. Agrega que no quiere hablar
porque durante las tres semanas transcurridas tuvo dolor de garganta y teme
que le duela al hablar. Llega el hermano mayor de Daniel y se instala ante
la televisión tras haber saludado a la observadora.
La madre describe con detalles la evolución de Daniel durante esas tres
semanas: su dolor de garganta, el hecho de que ya no toma su pulgar pero
que cuando se despierta por la noche le cuesta mucho volver a dormirse,
también que él mismo se quita el pañal y hace pipí de pie imitando a su her-
mano mayor, así como el placer que le causa pasearse completamente des-
nudo por el departamento.
Daniel se acerca entonces a la observadora y le acerca un juguete: se trata
de un cubo en el que está dibujada la figura de un monstruo y que, al opri-
mirse un botón, expresa cólera y exhibe unos grandes dientes.
La madre ofrece un refresco a la observadora. Daniel bebe un poco de
su vaso. La madre le da entonces un vaso para él mientras le recomienda no
escupir tras haber bebido. Él se aproxima a su hermano y bebe su agua, pero
dejando caer unas gotas en el suelo. Luego vuelve a la cocina. La madre le
pregunta si no escupió agua al piso. El hermano mayor tantea el suelo, lo

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Los cuatro niveles de observación en el método de Esther Bick | 501

encuentra húmedo y dice a la madre que Daniel ha escupido en el suelo. Se


pone a secarlo. La observadora tiene la impresión de que la madre y el her-
mano mayor se ocupan juntos de un Daniel revoltoso.
Daniel vuelve entonces hacia la observadora con su vaso en la mano y
hace el gesto de brindar con ella, al tiempo que vierte un poco de su vaso
en el de la observadora. La madre, riendo, explica que los dos tienen la cos-
tumbre de hacer esto. Propone a la observadora cambiarle su vaso. Ante-
riormente, la madre había expresado el temor de que la observadora sintiera
asco por las deyecciones de Daniel. Pensaba que por eso no lo tomaba en
sus brazos.
El hermano mayor intenta llevar hacia sí la atención de la observadora y
le propone un juego de cartas, pero la madre consigue apartarlo de este pro-
pósito y le sugiere mirar televisión. La madre y los dos varones miran televisión
un rato juntos. Se trata de un programa para niños que a Daniel le gusta
mucho. La madre señala que él juega con los personajes de la serie y lo invita
a tomar uno de esos personajes, que se encuentra en la mesa vecina. Él se
dirige entonces hacia la cocina, a donde la madre lo sigue. Invita entonces a
la observadora a presenciar una comida, pues Daniel ha dicho que tenía ham-
bre. La observadora nota que Daniel no se instala en su silla alta de bebé, sino
en otra. La madre le explica que Daniel no quiere ir más a la silla alta.
Después de comer, Daniel se acerca a la ventana y mira al exterior. La
observadora teme que se caiga y se le acerca para tenerlo del brazo. Le sor-
prende que la madre no se muestre inquieta. En ese momento Daniel se
agacha y presenta todos los indicios de estar defecando. La madre lo nota
y lo invita a seguirla para cambiarlo sin invitar a la observadora a que los
siga. La observadora pregunta si puede ir, cosa que la madre confirma mien-
tras dice haber temido que la incomodara el olor.
Una vez cambiado, Daniel toma sus juguetes: un autito y un camión que
pone en las manos de la observadora, quien comprende que él le pide que
los reúna. La madre invita al hermano grande a venir a jugar con Daniel.
Daniel toma otra caja de juguetes, que vuelca sobre el suelo. La madre ex-
plica que esos juguetes pertenecían a su propio hermano más pequeño y que
éste no quería que ella jugara con ellos. Los trajo de una reciente visita a
casa de su madre pero deplora que sus hijos los hayan roto. Los coloca en
su caja. La observadora señala que estos niños están a cargo de recuerdos,
cosa que la madre confirma.
El hermano mayor vuelve entonces a la carga y propone de nuevo un
juego de cartas a la observadora. La madre quiere interponerse, pero la ob-
servadora acepta, con la impresión de que tiene que darle un lugar al mayor.
La madre se aleja, un tanto desorientada, diciendo a la observadora que había
querido ayudarla.
502 | Didier Houzel

Daniel tiene una nueva deposición. La hora de observación ha terminado.


El mayor quiere retener a la observadora para mostrarle cómo anda la com-
putadora y con ese fin abre la puerta de una habitación que parece ser el es-
critorio de la madre. Daniel se precipita hacia ella, pero su madre le prohíbe
entrar. Hay una señal de connivencia entre la madre y el mayor con el sig-
nificado de que él podrá quedarse en esa habitación que está prohibida para
Daniel. Daniel vuelve a la sala de estar y arroja una pelota por la ventana
abierta. La madre se lo lleva para cambiarlo mientras pide al mayor que ve-
rifique si no tiró alguna otra cosa.

COMENTARIOS

Es importante atender al hecho de que entre esta observación y la precedente


hay un intervalo de tres semanas. ¿Esta ausencia de la observadora favoreció
el dolor de garganta de Daniel? Algo malo ocupó el lugar de esa presencia
en el espacio de su boca. Daniel espera a su padre y parece identificar más o
menos a cualquier tercero con el padre. A esta edad, los niños, sobre todo
los varoncitos, tienen marcada avidez de relaciones con su padre, seguramente
para protegerse del peligro de sentirse engullidos en el universo materno.
Daniel parece intimidado por la llegada de la observadora, todo se pre-
senta como si la reconociera aun sin estar del todo seguro de que sea la misma
persona que antes de interrumpirse las observaciones.
La madre tiene necesidad de contarle a la observadora todos los progresos
realizados por Daniel durante ese período: hace pipí de pie, parece descubrir
con orgullo su sexo de varón cuando se pasea desnudo, etc. Ella nota que
Daniel tiene miedo de algo, pero lo atribuye únicamente a la angina que su-
frió, sin establecer ningún nexo con la incertidumbre que él puede experi-
mentar al volver a ver a la observadora tras el intervalo.
¿No expresa Daniel algo de su miedo cuando le trae a la observadora el
juguete con un monstruo? Escupir en el suelo es quizá otra versión del
mismo problema. ¿Acaso para recuperar la buena relación con la observa-
dora, Daniel necesita evacuar algo malo ligado a su prolongada separación?
El mayor trata de diferenciarse de Daniel tomando un lugar de chico
grande identificado con el adulto, en connivencia con la madre cuando viene
a decirle que Daniel escupió y luego limpia el piso.
Pienso que cuando Daniel viene a brindar con la observadora expresa
que se ha reconciliado con ella. Es en ese momento cuando la observadora
parece tomar conciencia de la fantasía de algo malo que es preciso evacuar.
Daniel lo expresa con su defecación, que despierta en la madre la fantasía
de algo que podría asquear a la observadora. Vemos también que lo “malo”

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Los cuatro niveles de observación en el método de Esther Bick | 503

en cuestión puede ser vinculado a la rivalidad entre los hermanos. La vo-


luntad de Daniel de identificarse con los grandes vuelve más difícil para el
mayor la diferenciación con el hermanito, el bebé, de lo que resultan sus in-
tentos por captar la atención de la observadora, intentos más o menos co-
ronados por el éxito.
La fantasía de algo “malo” se reactiva con la larga ausencia de la obser-
vadora, pero seguramente tiene raíces más profundas en la relación
madre/hijo y en la propia historia de la madre. Todo se presenta como si
ésta no pudiera decodificar ciertos mensajes expresados por Daniel, sin duda
por estar demasiado ligados a la rivalidad fraterna y a la fantasía de escena
primaria. El juego de Daniel con el autito y el camión que él pone en las
manos de la observadora, ¿no tendrá relación con una fantasía de escena pri-
maria inquietante?
Es interesante señalar que, justo después, la madre refiere recuerdos de
su infancia y de sus relaciones con su hermano menor, mientras trata de re-
conducir al mayor al nivel del pequeño y de hacerlos jugar juntos. ¿No hay
aquí una “interacción fantasmática” ligada a una proyección sobre sus hijos
de aspectos mal elaborados de la relación con su hermano? La observadora
parece alcanzada por estas proyecciones cuando piensa que el mayor tiene
necesidad de que ella lo tome en cuenta y acepte jugar a las cartas con él.

CONCLUSIÓN

Espero haber ilustrado con este ejemplo la intrincación de los cuatro niveles
de observación que describí anteriormente: el nivel del desarrollo (inicio
de control del aseo esfinteriano, imitación del mayor y de los adultos), el
nivel de decodificación de los mensajes emitidos (representado lo malo a
evacuar por el juguete-monstruo, la escupida al suelo, las defecaciones), el
nivel de los patterns interactivos en el seno de la familia (la connivencia
entre la madre y el mayor para controlar lo que hay de inquietante en los
aspectos arcaicos del psiquismo expresados por el bebé Daniel), y por último
el nivel de las interacciones fantasmáticas (la rivalidad de la madre con su
propio hermano, proyectada sobre sus hijos y vivida por la observadora en
su contratransferencia).
Cada uno de estos niveles de observación podría ser abordado por otro
método o en otro marco. Sólo el método que nos dejó Esther Bick nos per-
mite captarlos del natural, vincularlos entre sí y ponerlos en perspectiva.

Traducción del texto Irene Agoff


504 | Didier Houzel

RESUMEN

El trabajo se propone examinar los niveles de observación que se dan en el método


de observación de bebés de Esther Bick. El 1o es el del desarrollo del niño a quien
vemos desarrollar sus capacidades. El 2do es el de la significación, que se atribuye
a los mensajes emitidos por el niño, el 3ro el de las interacciones del bebe y su en-
torno, el 4to es el de las proyecciones inconcientes que hacen el padre o la madre
sobre sus relaciones con el niño. Llamado por Kreiler y Cramer como “interacciones
fantasmaticas”. Este es un metodo de observación psicoanalitico siendo otros mé-
todos el experimental y el etológico. El psicoanálisis utiliza el método psicoanalítico
de observación, y la especificidad de la observación consiste en la inclusión del ob-
servador como objeto de observación. Se denomina observación participante y es
uno de los elementos fundantes de una ciencia de la subjetividad.

DESCRIPTORES: OBSERVACIÓN DE NIÑOS Y LACTANTES / DESARROLLO / NIÑO / MENSAJE


/ INTERACCIÓN.

SUMMARY
The four levels of observation in the Esther Bick Method

The author proposes to examine the levels of observation in Esther Bick’s method
of observation of infants. The first is the observation of the development of the in-
fant, whose developing capacities we see. The second is the level of meaning attri-
buted to the messages emitted by the baby. The third is the level of interactions bet-
ween the baby and the environment; the fourth is the level of unconscious
projections by the father or mother on to their relationship with the child, referred
to as “fantasmatic interactions” by Kreiler & Cramer. This is a psychoanalytic me-
thod of observation, other methods being the experimental and the etological me-
thods. Psychoanalysis uses the psychoanalytic method of observation, and the spe-
cificity of this observation consists in the inclusion of the observer as an object of
observation. This is called ‘participative observation’ and is one of the foundational
elements of a science of subjectivity.

KEYWORDS: OBSERVATION OF CHILDREN AND INFANTS / DEVELOPMENT / CHILD / MES-


SAGE / INTERACTION.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Los cuatro niveles de observación en el método de Esther Bick | 505

RESUMO
Os quatro níveis de observação no método de Esther Bick

Este trabalho se propõe a examinar os níveis de observação que ocorrem no método


Bick de observação de bebês. O primeiro consiste no desenvolvimento da criança
onde podemos observar o progresso de suas capacidades. O segundo é o do significado
atribuído às mensagens emitidas pela criança, o terceiro é o das interações do bebê
com seu entorno, o quarto é o das projeções inconscientes que o pai ou a mãe fazem
sobre as suas relações com a criança, sendo chamado por Kreiler e Cramer como “in-
terações fantasmáticas”. Este é um método de observação psicanalítico, mas há outros
como o experimental e o etológico. A psicanálise utiliza o método psicanalítico de
observação, e a especificidade da observação consiste na inclusão do observador como
objeto de observação. Denomina-se observação participante e é um dos elementos
fundantes de uma ciência da subjetividade.

PALAVRAS CHAVE: OBSERVAÇÃO DE CRIANÇAS E LACTENTES / DESENVOLVIMIENTO /


CRIANÇA / MENSAGEM / INTERAÇÃO.

Bibliografía2

Baranger, W. y Baranger, M.(1961). La situación analítica como campo dinámico.


Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 4(1), 3-54.
—— (1969). Problemas del campo psicoanalítico. Buenos Aires: Kargieman.
Bick, E. (1967). Notas sobre la observación de lactantes en la enseñanza del psi-
coanálisis. Revista de Psicoanálisis, 24(1), 97-115.
Bick, E. (1968). The experience of the skin in early object-relations. The Interna-
tional Journal of Psycho-Analysis, 49(2-3), 484-486.
Bullinger, A. (2002). La richesse des écarts à la norme. Enfance, 54(1), 100-103.
Devereux, G. (1967). Reciprocidades entre observador y sujeto. En: De la ansiedad
al método en las ciencias del comportamiento (pp. 43-61). México: Siglo XXI, 1977.
Ferro, A. y Bezoari, M. (1990). Elementos de un modelo del campo analítico: los
agregados funcionales. Revista de Psicoanálisis, 47(5-6), 847-861.
Haag, G. (1985). La mère et le bebé dans les deux moitiés du corps. Neuropsychiatrie
de l Enfance, 36, 1-8.
Kreisler, L. y Cramer, B. (1981). Sur les bases cliniques de la psychiatrie du nor-
risson. La psychiatrie de l enfant, 24(1), 223-263.

2 La lista bibliográfica se basa en una búsqueda realizada por Margarita Zelaya, Biblio-
tecaria de APA.
506 | Didier Houzel

Varela. F. (1999). Ethical Know-How: Action, Wisdom, and Cognition. California:


Standford University Press.
Widlöcher, D. (1998). De la empatía a la interpretación. Revista de Psicoanálisis, Vol.
Int. 6, 391-401.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Acerca de la situación actual de la APA en
relación a la teoría psicoanalítica

Willy Baranger

Desde su fundación, la APA se ha caracterizado, si uno la compara con otras


instituciones psicoanalíticas, tanto por su creatividad como por la amplitud
de sus enfoques y la multiplicidad de las corrientes teóricas que coexisten
en ella. Estas características iniciales se han acentuado con el crecimiento
cuantitativo y cualitativo de sus miembros. Mientras la obra de los funda-
dores se iba desarrollando fueron surgiendo muchos otros valores y se pro-
dujo una diversificación creciente de las líneas de investigación y de las po-
siciones teóricas. No trataré, por lo tanto, de enumerar estas tendencias
múltiples ni de rendir justicia individualmente a las personas que las encar-
nan. Los treinta y cinco tomos de nuestra Revista hablan por sí mismos,
amén de muchas otras creaciones1.
El intento mío surge de una mirada retrospectiva sobre la evolución de
la APA en el último tiempo en materia de teoría psicoanalítica. Hace algunos
años hicimos ya un intento de definir nuestras características distintivas en
un Symposium sobre la “Escuela Argentina”. Sentimos que, desde entonces,
ha tenido lugar una evolución rápida, y que hemos cambiado mucho.
Las crisis de los últimos años nos obligan a volver a pensar acerca de nos-
otros mismos: se trata de crisis institucionales, es cierto, pero, en nuestro
campo, la historia de la teoría y la historia institucional se entremezclan de
tal manera que uno no puede, sin falsear los hechos, atribuir la causalidad
última, ni a la evolución teórica, ni a la dinámica institucional.

CRISIS DE IDENTIDAD

No es casualidad que la IPA haya reunido en Haslemere (Gran Bretaña) en


1976, a un grupo de analistas oriundos de las distintas partes del mundo para
examinar la actual crisis de identidad del análisis y de los analistas en sus dis-

1 Este dato permite ubicar en 1980 la conferencia mimeografiada de Willy Baranger ce-
dida para su publicación por Claudia Lucía Borensztejn.
508 | Willy Baranger

tintos aspectos. No basta reconocer que la de analista es una “profesión im-


posible” ni eludir el problema por la pertenencia a una institución (la IPA)
que, si bien ha sido fundada por Freud y ha tenido hasta días pasados la casi
exclusividad de su herencia intelectual, ha perdido en la actualidad este mo-
nopolio de hecho. No sólo lo ha perdido por la multiplicación de escuelas
psicoanalíticas fuera de la IPA, sino por al riesgo permanente de involución
que acompaña la actividad analítica. Como carecemos de una piedra de toque
para determinar si un cambio es evolutivo o involutivo, si una nueva formu-
lación teórica abre una perspectiva fecunda o constituye el primer paso hacia
una desviación esterilizante, nuestra cualidad de analistas se encuentra siempre
en tela de juicio. Recién con la perspectiva del tiempo pudimos saber que
Freud tenía razón en su polémica con Jung, o con Rank, o con Ferenczi. Y
recién podemos saber que tal o cual intento de sistematización o de desarrollo
del pensamiento de Freud, por bien intencionado que sea y por leal que sea
el discípulo que lo emprende, desemboca en una involuntaria traición.
Tampoco existe un límite preciso entre lo que es análisis y lo que deja de
serlo. Así hemos visto a ciertos colegas, animados por el deseo de abrir el
psicoanálisis hacia el campo de lo sociológico, llegar a renunciar a sí mismos
como psicoanalistas sin conseguir en el otro campo el enriquecimiento te-
órico que apetecían. Tal renuncia no se vuelve evidente sino después de re-
corrido el camino, cuando el retorno se revela imposible.
Más aún, los progresos auténticos realizados en una dirección se pagan a
menudo con un retroceso en otros aspectos, de manera tal que uno pierde por
un lado lo que gana del otro. Buen ejemplo de ello sería el descubrimiento
por Melanie Klein del fenómeno de identificación proyectiva, y la pérdida
subsiguiente, en su obra, de la riqueza de los fenómenos descritos por Freud
bajo el nombre de identificación. Este juego correlativo de ganancia y pérdida
simultáneas se observa también en la profundización aportada por Klein al
conocimiento de los procesos de clivaje descritos por Freud: estas nuevas for-
mas en que un proceso psíquico puede volverse inconsciente tienden a sustituir
el concepto de represión, que aparece al final del proceso como una forma
especial y tardía de clivaje, y pierde así su especificidad. En esta operación te-
órica hemos experimentando una doble pérdida: por un lado el concepto de
represión primaria, imprescindible para Freud, desaparece del todo, así como
su función en la constitución misma del inconsciente; y, por otro lado la di-
mensión de la memoria y de la historicidad tiende a esfumarse del trabajo ana-
lítico. Se tiende a configurar una forma de análisis extratemporal en la cual
los acontecimientos concretos de la historia del sujeto pierden su importancia
en aras del universo siempre presente de las fantasías inconscientes.
La ilusión de progresar cuando uno, en realidad, retrocede; la falta de lí-
mites y de definición de lo que es realmente analítico; el sacrificio de con-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Acerca de la situación actual de la APA en relación a la teoría psicoanalítica | 509

ceptos valederos adquiridos, en el proceso de creación de conceptos nuevos


e igualmente valederos, provienen del status particular del psicoanálisis
como ciencia, es decir de la paradoja intrínseca de una ciencia del sujeto (cf.
Lacan y Leclaire). Este malestar en la teoría no es cosa nueva y explica, más
que el “autoritarismo” de Freud o que el “afán parricida” de sus discípulos,
los avatares de las primeras épocas del desarrollo del psicoanálisis. Está en
la esencia misma del psicoanálisis el encontrarse constantemente en un pro-
blema de identidad que por momentos se vuelve agudo y hace crisis. Las es-
cisiones pasadas y recientes en el seno del movimiento analítico, más allá
de su aspecto anecdótico, o de los conflictos personales y grupales que in-
ciden en ellas, no son sino una forma —drástica, impropia, costosa, inope-
rante— de tratar de salir de esta incomodidad teórica esencial. Coinciden
por lo general con el establecimiento de un mito grupal — una imagen de
sus integrantes como “los verdaderos”, “los puros”, “los detectores de la ver-
dad”, “los verdaderos herederos de Freud”, etc... que tiende a cristalizarse
en una ortodoxia teórica y en un sistema de formación destinado a eliminar
toda veleidad crítica de la mente de los impetrantes.
Las instituciones psicoanalíticas se debaten, por lo tanto, entre dos exi-
gencias contradictorias: por un lado, la necesidad de creación teórica, es
decir, necesariamente, de progresos en línea divergentes, bajo pena de es-
tancamiento y resecación; por otro lado, la exigencia de una cierta cohesión
teórica, sin la cual la idea de una transmisión del conocimiento analítico se
vuelve ilusoria. En el pasado, la solución adoptada en muchos lugares fue
intentar compensar el carácter aleatorio de las teorías con la exigencia de
ortodoxia impuesta a sus miembros, adoptando el consenso institucional
como paliativo de la endeblez teórica.
Si la crisis de identidad del psicoanálisis y de los psicoanalistas, en su
forma potencial o en su forma aguda, es constante e intrínseca, la respuesta
que le hemos dado en la APA no carece de originalidad.

LA PARADOJA DE LOS DISCURSOS MÚLTIPLES

Hemos llamado a esta respuesta “pluralismo científico”, o “pluralismo te-


órico”. Ya lo hemos notado: la pluralidad de tendencias teóricas existe desde
el principio, en nuestra institución como en las otras. Era un hecho molesto
que tratábamos de soslayar de una manera o de otra. “En el fondo, pensamos
todos lo mismo cuando se trata de un caso clínico”, se escuchaba decir. Pia-
dosa ilusión. Otros decían: “Detrás de la diversidad de los lenguajes, nuestra
experiencia es la misma” (¡cómo si una experiencia ubicada esencialmente
en un nivel de lenguaje pudiera ser indiferente a la diversidad de los idio-
510 | Willy Baranger

mas!). O, en otra variante: “tal autor no ve tal evidencia porque está “mal
analizado”, o porque “no ha superado tal conflicto personal”, o porque “no
escucha sino su propia campana”, o porque “tiene resistencias”, etc... todo
lo cual puede ser cierto pero no atañe a lo esencial del problema.
Nuestra originalidad consistió en reconocer abiertamente la existencia
de los discursos múltiples y la inexistencia de pruebas decisivas susceptibles
de convalidar la supremacía de un discurso sobre los demás, y de sacar las
consecuencias tanto institucionales como formativas de tal reconocimiento.
Con ello hemos renunciado a la ilusión de un saber acumulativo, como
si el edificio teórico del psicoanálisis se fuera levantando en forma paulatina
por agregados sucesivos de nuevas elaboraciones teóricas y de nuevas expe-
riencias clínicas.
En apariencia nos hemos ubicado en una situación de riesgo: si un grupo
humano de cualquier índole se define en función de un discurso común a
sus miembros, nuestra ubicación teórica parecería prometernos un destino
de fragmentación ineludible. El concierto podría volverse cacofonía y hun-
dirse en la confusión de los idiomas.
Sin embargo, estamos convencidos de que se trata de un riesgo menor: la
cristalización del discurso grupal lleva en sí la certidumbre de la involución
porque disimula —a duras penas— el riesgo, pero no lo evita. No escasean,
en la historia del psicoanálisis, ejemplos de tales cristalizaciones e involuciones.
Sabemos por demás que los discursos se desgastan con el uso y pierden su valor
de verdad. Desde el momento en que el “acceso del paciente a la posición de-
presiva” se vuelve el “happy end” obligado de todo trabajo de análisis clínico,
es que el concepto de posición depresiva ha perdido parte de su vigencia.
Otro riesgo que se nos señala en forma iterativa se refiere a la formación.
¿Cómo vamos a formar a nuevos psicoanalistas sin un cuerpo de conocimientos
claro, coherente y sistematizado? ¿Cómo vamos a evitar la improvisación y la
arbitrariedad en el nivel clínico? A lo cual se podría contestar “¿cómo vamos
a trasmitir en nuestra enseñanza una unidad que no existe en nuestra teoría?”.
Aquí también tuvimos que sacar las consecuencias de la pluralidad de los dis-
cursos. Formarse analíticamente implica, de parte del impetrante, un riesgo,
el mismo que tendrá que enfrentar en toda su carrera ulterior, y su tendencia
natural es negar la existencia de este riesgo, aferrándose al cuerpo doctrinario
más sencillo y con la mayor coherencia posible. Por ello pensamos que lo mejor
que podemos hacer es enfrentarlo desde el principio con la pluralidad de los
discursos, reconociéndole la responsabilidad de sus elecciones y de su forma-
ción. El discípulo, cuando habla como analista, no habla en nombre del maes-
tro, sino en su nombre propio, y asume la responsabilidad de lo que dice.
Reconocer la pluralidad de los discursos, ubicarnos en la posición de
riesgo constante de error o de involución que ello implica, no significa una

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Acerca de la situación actual de la APA en relación a la teoría psicoanalítica | 511

posición de escepticismo, ni frente al análisis como terapia, ni frente a los


conocimientos analíticos. No creemos que todos los discursos analíticos
sean equivalentes, ni que la elección de uno por preferencia a otros sea in-
diferente ni potencialmente inocua.
Por suerte, el conocimiento de las polémicas pasadas y de las líneas de pen-
samiento que llevaron a callejones sin salida y quedaron descartadas nos pro-
porciona — con tal que sepamos aprovecharlo — un indicio más seguro acerca
de lo que no debemos hacer, con tal que no “reinventemos” con un nuevo
nombre uno de los errores descartados (como pasa no pocas veces). Nos cuesta
menos reconocer un error como tal que descubrir una nueva verdad.
Reconocer nuestra posición en el medio de un entrecruzamiento de dis-
cursos es también aceptar nuestra participación en una polémica de discur-
sos, lo que no forzosamente quiere decir en una lucha de grupos. En esta
polémica nos adscribimos a movimientos de pensamiento que nos antece-
dieron y nos acompañan en otras partes del mundo, que contribuyeron a
nuestra formación misma.

EN BUSCA DE ANTEPASADOS

Si bien la “escuela Argentina” se ha ubicado siempre, en forma muy explícita,


en una línea freudiana, varios de nosotros describiríamos la tendencia ge-
neral de la APA en la actualidad como un “retorno a Freud”. En efecto, el
mayor cambio teórico entre nosotros en estos últimos años ha consistido
en una renovación de los estudios freudianos.
No se trata exactamente del mismo “retorno” que ha servido de lema a
la “Escuela freudiana” de París, ya que el punto de llegada que motivó el re-
torno era muy distinto. En nuestro caso, teníamos que lidiar con dos difi-
cultades que se convertían en fuentes de muchos errores: la primera, que
compartimos con todos los colegas de lengua castellana, era la herencia de
los errores de comprensión y de traducción cometidos por López Ballesteros.
Se trataba antes que todo de volver al texto de Freud, de saber con precisión
lo que había escrito, aplicando al estudio de su obra los métodos de crítica
comparativa que son imprescindibles en el estudio de cualquier escrito.
Se nos revelaba entonces un Freud nuevo, en parte desconocido, para
quien el concepto de nachträglichkeit tenía vigencia, que podía declarar sin
que sea un absurdo que “la identificación con el padre era anterior a cualquier
elección de objeto”, y que había oscilado a lo largo de su obra entre soluciones
opuestas para el mismo problema teórico (el narcisismo, por no citar más
que uno). Al mismo tiempo, empezábamos a valorar de nuevo una cantidad
de escritos de Freud que habíamos tendido a relegar como “menos impor-
512 | Willy Baranger

tantes que otros” (los seis primeros capítulos de la “Interpretación de los sue-
ños”, “La psicopatología de la vida cotidiana”, “El chiste” y muchos otros).
La segunda fuente de errores de lectura provenía de que tendíamos a leer
a Freud a través de Klein, como si Freud fuera un antecesor de Klein, y no
Klein una sucesora de Freud. En cierta época, el estudio de la obra de Freud
en seminarios parecía un rodeo, interesante por cierto, pero prescindible,
para llegar al estudio de Klein, que debía servir de fundamento a la actividad
clínica del candidato. Tomábamos como asegurado que los mismos términos
tenían el mismo significado en Freud y en Klein, pasando por alto la rebelión
de los textos de Freud en contra de semejante equiparación. ¡Cuántos errores
ha podido engendrar la creencia ingenua que, cuando Freud y Klein escriben
la palabra “objeto”, ambos se refieren a lo mismo!
En nuestra genealogía hemos vuelto a descubrir nuestra filiación con res-
pecto a Freud, pero ya no se trata del mismo Freud, de tal manera que,
cuando ciertos colegas se definen como “freudianos”, no les falta el derecho
a considerarlo, en parte, como una novedad.
Pero ¿qué pasa con Klein? Durante decenios, en los círculos internacio-
nales, presentarse como psicoanalista argentino equivalía a recibir, con o sin
razón según los casos, la etiqueta de “kleiniano”. El motivo de esta fama era
la difusión importante del pensamiento kleiniano en la APA, que precedió
con mucho su llegada al continente europeo y a Norteamérica. Con todo,
éramos “kleinianos” bien particulares. Nuestro alejamiento geográfico tuvo
la ventaja de mantenernos relativamente apartados de las vicisitudes internas
del grupo kleiniano de Londres, y de sus relaciones polémicas con las otras
tendencias. Primero, fue un kleinianismo cambiante: estricto en un co-
mienzo, bioniano en parte después. Además, podíamos tomar distancia con
respecto a ciertas posiciones de Klein misma y de sus discípulos. Citaré como
ejemplo la cuestión de la contratransferencia. En franca divergencia con el
grupo de Londres, aceptamos en general la existencia de la contratransfe-
rencia como un fenómeno normal susceptible de ser utilizado como instru-
mento en la comprensión de la situación analítica y en la actividad inter-
pretativa. Otro ejemplo sería nuestra aceptación de ciertas prácticas
psicoterapéuticas derivadas del psicoanálisis, como la psicoterapia analítica
de grupo. Sobre todo, escapamos desde el principio a la disyuntiva Freud o
Klein, ineludible para los kleinianos de Londres, debido a las polémicas en
las cuales se veían involucrados.
La predominancia de la tendencia kleiniana en el interior de la APA pudo
parecerse, por momentos, a un amago de establecimiento de una “ortodoxia”
institucional, nunca demasiado estricta, hay que reconocerlo.
Correlativamente al redescubrimiento de Freud, y siguiendo una especie
de movimiento pendular, surge una reacción iconoclástica con respecto a

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Acerca de la situación actual de la APA en relación a la teoría psicoanalítica | 513

Klein, como si todo nuestro pasado como analistas hubiera sido un error.
En ello corremos un riesgo de automutilación. Tanto kleinianos como no-
kleinianos, hemos sido influenciados por la teoría y por la experiencia klei-
nianas. Existe en ellas algo concreto y viviente que ha contribuido poderosa-
mente a la formación de nuestra identidad. Sin hablar de los invalorables
aportes de M. Klein al análisis de niños, no podemos prescindir de su descrip-
ción del mundo terrorífico imaginario de la fantasía inconsciente, de su dis-
criminación de las grandes formas de angustia, de su estudio de los mecanismos
esquizoides, de las defensas maníacas, de los procesos de duelo, de su teoría
de las posiciones o del objeto —para citar tan solo algunos de los ítems en los
cuales la referencia a Klein se impone a cada paso de nuestro trabajo clínico.
Ya es tiempo de que tomemos la distancia necesaria para ajustar nuestras
cuentas con la teoría kleiniana, para encarar las dificultades de su metapsi-
cología, eventualmente para reformular ciertas de sus conclusiones, pero
sin dejar perder lo auténtico y perdurable de su experiencia.
El factor de cambio teórico que ha influido sobre nosotros en los últimos
tiempos en la forma más decisiva puede resumirse en el nombre de Jacques
Lacan. Fue para muchos de nosotros como la aparición de un cuerpo extraño:
la de un autor objeto, en otras latitudes, de la polémica más acalorada, ca-
racterizada por su estilo personal de acceso voluntariamente arduo, elíptico,
alusivo, gongorista que trastorna nuestros hábitos de pensamiento, pero, al
mismo tiempo, aporta una serie de evidencias masivas e ineludibles y nos
obliga a leer a Freud y a mirar nuestra experiencia de un modo distinto.
Lo menos que produjo sobre nosotros el impacto del pensamiento de
Lacan fue “despertarnos de nuestro sueño dogmático”.
Sabíamos todos que nuestro campo, como psicoanalistas, es el lenguaje
y nuestra herramienta, la palabra, pero no se nos había ocurrido sacar de
esta evidencia las implicancias que encierra. Sabíamos que, cuando analiza-
mos, nos estamos dirigiendo a alguien, a un sujeto, pero no advertíamos con
suficiente claridad que cuando teorizamos acerca de él, lo tratamos como
si fuera un objeto. Sabíamos que “el yo es el lugar del desconocimiento” (de
la represión, de la negación, del clivaje...) pero admitíamos con tranquilidad
que el fin del proceso analítico es reforzar el yo. En estos puntos, y muchos
más, Lacan nos enfrenta con nuestras contradicciones, y nos obliga a volver
a pensar nuestras teorías.
No nos obliga a ningún embanderamiento (además, difícilmente conce-
bible —tratándose de un pensamiento en perpetuo movimiento y reacio a
toda sistematización cerrada — pera esto es el problema de la “Escuela Freu-
diana de Paris”, no el nuestro). Uno no puede cambiar de teoría (y por ende
de práctica) como cambia de casaca, pero sí puede aprovechar los impactos
teóricos originados en el mundo exterior a fines de su propio progreso.
514 | Willy Baranger

En este punto me parece residir lo esencial del bullicio teórico que reina
actualmente en la APA: no podemos ni debemos renunciar a nuestros pro-
pios aportes; no podemos perder nuestra experiencia kleiniana, tenemos que
buscar nuevas síntesis.

DESCRIPTORES: INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA / ASOCIACIÓN PSICOANALÍTICA ARGENTINA


/ PLURALISMO / DISCURSO / HISTORIA DEL PSICOANÁLISIS / TEORÍA PSICOANALÍTICA.

KEYWORDS: PSYCHOANALYTIC INSTITUTION / ARGENTINE PSYCHOANALYTIC ASSOCIATION


/ PLURALISM / DISCOURSE / HISTORY OF PSYCHOANALYSIS / PSYCHOANALYTIC THEORY.

PALAVRAS CHAVE: INSTITUÇÃO PSICANALÍTICA / ASSOCIAÇÃO PSICANALÍTICA ARGENTINA


/ PLURALISMO / DISCURSO / HISTÓRIA DA PSICANÁLISE / TEORIA PSICANALÍTICA.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el
psicoanálisis contemporáneo1

* Madeleine Baranger

El título del Congreso es tan general que podría dar lugar a una exposición
bastante completa de todo el psicoanálisis, lo que nos exige precisar qué pre-
ferimos tratar.
Me parece importante, de todos modos, subrayar que se trata por lo
menos de una evolución – indicada por el término “contemporáneo” – o de
una revolución, si ponemos el acento sobre una oposición y quizá con un
proyecto de valuación de la práctica actual.
Me siento tentada de revisar las posibles causas y las modalidades de tal
evolución.
Cuando me preguntaron de qué tema pensaba hablar, respondí rápida-
mente “¡El futuro del psicoanálisis!”. Tenía ganas de retomar una contri-
bución mía en el congreso de Berlín, demasiado escueta por las circunstan-
cias, en la cual consideraba preocupaciones y dudas sobre derivaciones
actuales o pretendidos progresos que podían, si no lo advertíamos a tiempo,
desvalorizar y casi aniquilar, lo que la mayoría de nosotros entendemos como
psicoanálisis tanto en las teorías como en su práctica. Mencioné entonces,
citando a otro introductor, el Dr. Bergman, la multiplicidad de escuelas en
que se diversifica el psicoanálisis y el peligro que podía entrañar una lucha
entre sendos representantes, cada uno deseando ser reconocido por su propia
escuela y su pensamiento original, con desprecio y crítica correlativos de los
otros autores y la tentación de eliminarlos descalificándolos.
Este peligro no puede sino haberse incrementado considerablemente por
el ritmo acelerado de nuevas ideologías y prácticas “psicoanalíticas”, muchas
de ellas alejadas en distintas formas de los conocimientos transmitidos por
Freud y sus discípulos inmediatos.
Se requiere de nosotros un estudio mucho más preciso, y aún sofisticado,
de su relación con las teorías y técnicas psicoanalíticas “clásicas” si las se-
guimos considerando básicas.

* madeleineb@fibertel.com.ar / Argentina
1 Conferencia de Madeleine Baranger en el Congreso realizado en Atenas, en octubre
de 2010, cuyo tema fue «El porvenir del psicoanálisis»
516 | Madeleine Baranger

No pretendo que podamos aquí hacer una lista de las desviaciones y no-
vedades, pero sí quizá precisar algunos aspectos para analizar en cada caso
y apreciar su alejamiento mayor o menor del psicoanálisis aprendido y prac-
ticado tradicionalmente por nosotros. También, y sobre todo, dentro de los
aportes supuestamente nuevos a los cuales podemos entender como un des-
arrollo natural y creativo, lo que en definitiva es lo que se espera como cre-
cimiento en una disciplina determinada.
No citaré de nuevo aquí los criterios enunciados por Freud, pero al no
tener más a Freud para que opine, si nos consideramos sus sucesores, sus
discípulos y, como tales, psicoanalistas, en nuestros estudios, desarrollos,
pensamientos y en nuestra práctica declarada, deberíamos confiar más en
nuestro juicio.
La organización misma de este congreso y en general de todas las reu-
niones científicas internacionales apuntan a que nuevas ideas y concepciones
puedan ser reconocidas como desarrollo legítimo bienvenido y enriquecedor
para una disciplina compartida.
Frente a la multiplicidad de “escuelas” apreciamos que cada una, para
poner el acento sobre un punto preciso de la comprensión psicoanalítica,
se fundamente en elementos proporcionados por el paciente: sueños, aso-
ciaciones en as sesiones, también su aspecto físico y su presentación general,
sus conductas observables o las que relata y, más que todo, su sentir, en la
medida que puede reconocerlo y se permite comunicarlo.
Dentro de las múltiples comprensiones que nos pueden enfrentar a pro-
pósito de la clínica (diagnóstico), pero también de la elaboración (metapsi-
cológica) y de la práctica, tenemos que preguntarnos qué condiciones nos
permiten dialogarlas e incluirlas en nuestro pensamiento o al contrario, cuá-
les nos constriñen a rechazarlas de inmediato como incompatibles y ame-
nazas para nuestra identidad de psicoanalistas.
Este rechazo es casi automático cuando lo sostenido por algún colega re-
vela concepciones que comprometen o contradicen demasiado nuestra ide-
ología, a la cual queremos y consideramos coherente. El fenómeno se ob-
serva con mucha frecuencia en otras disciplinas pero tengo la impresión de
que la reacción es más intensa entre psicoanalistas.
¿Será porque el psicoanálisis con o sin nuestro querer y acuerdo conscientes,
involucra una concepción del ser humano y de su destino? No seríamos ana-
listas sin el anhelo y la construcción de un concepto así. Ya se que el psicoanálisis
reemplaza para muchos lo que los mitos religiosos aportan a la sociedad.
El título mismo del foro afirma un cambio (¿será solo diferencia o evo-
lución?) entre el psicoanálisis generalmente practicado y teorizado ahora
(«contemporáneo») y el descubierto por Freud, desarrollado por él mismo
y sus discípulos.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo | 517

Un buen punto de partida para nuestro estudio puede ser una revisión
de la historia del psicoanálisis, de su objeto y su método. Reconocemos que
el psicoanálisis fue creado por Freud para pacientes que requerían de un te-
rapeuta comprensión e intento de alivio para un sufrimiento o malestar al
cual no se podía atribuir una causa biológica o cultural: por más que se in-
vocaran y se intentaran cambiar estos contextos no se modificaba la enfer-
medad. Se suponía entonces que la causa perturbadora provenía del psi-
quismo. Freud inventó un modo de acceder a él (fue la asociación libre) para
estudiarlo y descubrió qué relaciones y acontecimientos del pasado califi-
cados de “traumáticos” podían ser considerados causantes de las perturba-
ciones actuales.
Si esta hipótesis convencía al paciente cuando era comunicada, le permitía
retrotraer a un ámbito distinto del actual los acontecimientos traumáticos
recordados por él mismo o reconstruidos por el analista si no los recordaba.
El paciente se podía liberar en parte de sus consecuencias y de su malestar
y acceder a un estado psicológico algo normalizado y menos sufriente.
En esta descripción de cómo fue inventado el psicoanálisis ya notamos
los descubrimientos que la práctica reveló a Freud. Hemos citado hasta ahora
la hipótesis de que diversos trastornos por los cuales lo consultaban se debían
a influencias remotas muchas veces olvidadas (Freud las llamaba “reprimi-
das”), que habían ocurrido en la infancia. Junto con esta hipótesis también
fue el descubrimiento de que el paciente, aún sin conocerlas, se sentía obli-
gado a repetirlas. “Represión” y “compulsión a la repetición” fueron los dos
primeros descubrimientos que la práctica reveló a Freud. El primero podía
corresponder a una intuición del terapeuta proveniente de experiencias con-
sigo mismo (nada menos que su autoanálisis) y de la observación de otros
sujetos. El segundo era la comprobación in vivo y en carne propia del primer
descubrimiento.
Es obvio que el psicoanálisis de nuestra práctica actual no se conforma
con señalar como responsable de una evolución (buena o mala) a los pri-
meros objetos del niño (padre y madre y el ambiente general de su infancia),
evolución que podía complicarse más todavía por relaciones posteriores ne-
fastas.
El psicoanálisis actual pone el acento en lo intersubjetivo: quedará a cargo
de nosotros definir este término. Freud reconoció tempranamente que las
perturbaciones del paciente atribuidas a una historia negativa y ya consti-
tuyente de su personalidad tendían a repetirse en su vida ulterior y causaban
gran parte de sus dificultades con otras personas, con sus “objetos”. Es lo
que Freud llamó “transferencia”, un fenómeno común que el analista se pro-
ponía estudiar para descubrir los antecedentes dañinos de las quejas y tras-
tornos del paciente.
518 | Madeleine Baranger

Cuando el enfermo se dirige al terapeuta en busca de curación también


tiende a repetir con este nuevo objeto elegido como importante las relacio-
nes “traumáticas” con sus primeros objetos, sus propias reacciones, actitudes,
fantasías y vicisitudes vividas en el pasado.
Al analista se le recomienda mantenerse imparcial y “objetivo”, pero re-
cibe a diario las embestidas de actitudes y afectos “transferidos”, a veces muy
agresivos, otras veces erotizados o idealizados, que lo incomodan y pueden
perturbarlo conciente o inconcientemente.
Es lo que el psicoanálisis llama “contratransferencia”. Esto incluye la ac-
titud benévola del analista como lo deseable en una relación medico-pa-
ciente, pero también las reacciones esperables en su sentir a todo lo expre-
sado y manifestado por el paciente, muchas veces también sin palabras.
Hace 50 años cuando se señalaba a un analista por un caso clínico que
había contestado o actuado “contratransferencialmente” era casi una acu-
sación y, en todo caso, daba lugar a la recomendación, volver a analizarse
para conocer y controlar mejor su inconciente.
A medida que se estudiaba más profundamente la relación analítica, se
entendía que esta no era solo producto del enfermo, sino que el analista con
toda su personalidad estaba implicado en el proceso psicoanalítico, pudiendo
tanto favorecerlo como sabotearlo.
La meta de la investigación ya no es la mente (y la vida) del paciente, se
ha transformado en un estudio muy preciso y detallado de la relación ana-
lista-paciente.
No es que se haya descubierto recién entonces la importancia del inter-
cambio. Ya en el comienzo Freud recomendaba a los futuros analistas so-
meterse a un psicoanálisis previo para asegurar en lo posible que fallas o
complejos personales no se manifestaran en el trato con el analizado.
El término “intersubjetivo” nos advierte de la diferencia con la primera
concepción del psicoanálisis invitándonos a compararlo con la definición
tradicional. El título implica que se trata de una evolución ya no de un pa-
ciente determinado y de su historia desde el nacimiento, sino que está pi-
diendo un estudio de la evolución del psicoanálisis mismo y de su cambio
a partir del estudio individual de la patología de un sujeto por un terapeuta
para llegar al estudio y comprensión de la relación analista-paciente, de sus
avatares y posibles resultados. El objeto de investigación es ahora la pareja
formada por el analizado y su analista, su evolución como pareja, con sus
dificultades y aportes posibles a la comprensión del paciente consultante,
que sigue siendo el justificativo (pretexto del encuentro psicoanalítico).
Es un estudio mucho más complejo que el mero psicoanálisis del indi-
viduo y trae a luz muchas preguntas nuevas.
Esta evolución del psicoanálisis no fue prevista ni estaba planeada en sus

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo | 519

comienzos. Sin duda se produjo espontáneamente y casi naturalmente a raíz


de los descubrimientos que se sucedían en la práctica. Después de la hipótesis
de la represión, fue el descubrimiento de la transferencia ya citado, acom-
pañado por el de la compulsión a la repetición y después el de la contra-
transferencia.
En el psicoanálisis contemporáneo, estos descubrimientos permiten ya
desde hace tiempo que el analista infiera e interprete aspectos de las rela-
ciones primarias no relatados ni recordados por el paciente. Como Freud
mismo lo había notado, estas interpretaciones pueden producir en el pa-
ciente el mismo alivio de su patología que el reconocimiento de recuerdos
concientes e inconcientes. Es obvio que actúa en este caso – así tiene que
ser – una relación muy particular con el analista, quien por la misma trans-
ferencia representa según los momentos objetos primarios confiables y/o
frustrantes y persecutorios.
Por la interpretación de la transferencia de los aspectos dañinos pueden
liberarse recuerdos y afectos positivos que ya transfieren mayor confianza
a los padres en el comienzo de la vida. La recomendación al analista de ser
imparcial y objetivo tenía en cuenta la repetición inevitable de las experien-
cias traumáticas y apuntaba a que su actitud no confirmara las circunstancias
negativas proyectadas por el paciente.
El analista no es el observador de un fenómeno físico o material del cual
intenta comprender el mecanismo. Tiene que vigilarse y controlarse a sí
mismo como participante de la situación que se propone modificar. La neu-
tralidad reclamada al principio está reemplazada por otro tipo de comuni-
cación.
No sabemos si hoy todavía algún analista o grupo de analistas se atiene
exclusivamente al primer modelo de tratamiento. Lo que escuchamos y le-
emos da la impresión de que, tanto teoría como técnica, responden al nuevo
modelo “bipersonal” de la relación psicoanalítica, que Gibeault resume: “De
lo unipersonal a lo intersubjetivo”. El trabajo psicoanalítico gira ahora al-
rededor de dos centros: el paciente y el analista. No se trata ya de una persona
enfrentada a sí misma, analista mediante, sino de dos personas interactuantes
y complementarias. Transferencia y contratransferencia son consideradas
una producción artificial de la técnica analítica imprescindible para la evo-
lución del tratamiento y su resolución.
Jorge Canestri describe con mucha precisión el psicoanálisis actual como
“cambio de la perspectiva que progresivamente hizo pasar el enfoque de los
acontecimientos vitales y de la patología del paciente a un análisis de la si-
tuación, la relación y el proceso psicoanalítico. La compleja configuración
resultante del trabajo conjunto de analista y analizando se concibe en forma
diferente según las variadas teorías psicoanalíticas; ya terminó creando un
520 | Madeleine Baranger

nuevo objeto de estudio… el psicoanálisis de la segunda mitad del siglo


puede conceptualizarese (no exclusivamente) como la ciencia que trata de
esta nueva y única figura de la intersubjetividad”.
Varios analistas o grupos psicoanalíticos trabajan con esta nueva visión
del tratamiento y se la puede inferir a menudo en la presentación de material
clínico como mutación de perspectiva.
Citaré unos pocos analistas que dan cuenta de esta nueva posición ide-
ológica con las diferencias esperables citadas por Canestri.
Thomas Ogden despliega la idea de que en el tratamiento funciona un
sujeto tercero del análisis que llama “el tercero analítico intersubjetivo”. O
simplemente “tercero analítico” que es casi completamente un fenómeno
inconsciente. Considera que el movimiento dialéctico de la subjetividad in-
dividual (el analista y el analizando como sujetos separados, cada uno con
su propia vida inconciente) y de la intersubjetividad (vida inconciente que
la pareja psicoanalítica crea conjuntamente) es un fenómeno clínico central
del psicoanálisis, comparable a la unidad madre-niño, aún separados. No se
trata de separar los elementos constitutivos de la relación, sino de describir
la naturaleza específica de la experiencia de esta interacción inconciente.
Esta tercera subjetividad es producto de las subjetividades separadas de ana-
lista y paciente en la situación psicoanalítica y adquiere una vida propia.
Cesar y Sara Botella centran su concepción sobre un estudio pormeno-
rizado de los acontecimientos de la sesión, concebidos como una cierta ana-
logía con un estado intermedio entre vigilia y sueño. Proponen una con-
cepción metapsicológica de la formación del pensamiento a partir de las
primeras expresiones de la pulsión. Insisten sobre el concepto de “trabajo
en doble”, que permite que el analizando acceda a la representación por la
unión de dos psiquismos complementarios.
Christopher Bollas describe también una zona intermedia entre las sub-
jetividades del paciente y del analista. El analista encarna un rol transfor-
macional, que remeda la función transformacional de la madre con el bebé
(cita a Winnicott). La terapia ofrece a los pacientes un espacio y una relación
que facilita el compartir de la cultura secreta madre-niño.
Los interaccionistas discuten sobre todo si es posible una cierta objeti-
vidad del analista en el encuentro psicoanalítico a pesar de su irreductible
subjetividad.
Me gustaría citar también aquí a Michel de M’Uzan con su descripción de
la “quimera” (La bouche de l’inconscient, 1978), donde profundiza los orígenes
de la interpretación y de sus destinos metapsicológicos, articulándolos con un
funcionamiento mental propio del analista: “El analizando y su analista forman
una suerte de organismo nuevo, en cierto modo como un monstruo, una qui-
mera psicológica con sus propias modalidades de funcionamiento.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo | 521

Nosotros propusimos la “teoría del campo” como un intento nuevo de


dar cuenta de la experiencia clínica del intercambio.
La noción de campo no es ajena al pensamiento de Freud que describe
la situación analítica como “campo de batalla” o “tablero de ajedrez”. Nues-
tro punto de partida fue la observación de la situación analítica y de su evo-
lución, tanto en una sesión como en todo el proceso, para tratar de deter-
minar su configuración como tal. Queríamos entender los acontecimientos
y logros del tratamiento en su relación con este campo particular (y quizás
producidos por éste): una estructura espacial y temporal y sus propias leyes
evolutivas incluyendo una esencial ambigüedad.
EI reconocimiento siempre mayor de la contratransferencia apuntaba a
ver en el analista, no solo un observador y estudioso del paciente, sino un
participante completo del proceso.
Siguiendo una sugerencia de Bion, que la pareja analítica constituye un
pequeño grupo en el cual funcionan mecanismos semejantes a los de los gru-
pos más grandes, reconocimos en la pareja “los supuestos básicos” descritos
en los grupos grandes. Entendimos que remitían a la concepción kleiniana
expuesta por Susan lsaacs (1952) de una fantasía inconciente básica que sub-
yace a la relación psicoanalítica y contribuye, en cada momento, a estruc-
turarla. No es una suma ni combinación de fantasías individuales, es un con-
junto fantasmático creado por la misma situación de campo.
Está arraigado en el inconciente de cada uno de los integrantes, inclu-
yendo zonas importantes de su historia y de la personalidad de cada uno.
Es por intermedio de esta fantasía y de sus transformaciones, cuando se la
comprende e interpreta, que se produce la dinámica del proceso, del cual
podemos entonces deducir características de ambos integrantes, activas y
actuantes desde su propio inconciente determinante de su funcionamiento
psíquico y de su destino.
Ponemos el acento sobre el concepto de estructura y de su relación con
una fantasía inconciente básica en vez de buscar factores externos causantes
y responsables. La “teoría del campo” se distingue de otras teorías y pers-
pectivas de interacción porque insistimos sobre este concepto de estructura
(evocamos la fenomenología de Merleau-Ponty) que se constituye en la re-
lación psicoanalítica (sostenida por una “fantasía inconciente básica” de la
cual participan analista y analizando). Jorge Canestri califica esta concepción
como “descripción de lo observable e hipótesis sobre lo no-observable”.
Lo que no hemos pensado es de dónde recibe esta estructura el poder
para producir efectos propios de movilización y transformaciones, mas allá
de las contribuciones particulares de los integrantes.
Quizá otros autores nos puedan ayudar a profundizar nuestras teorías e
hipótesis. Recuerdo aquí un relato de Green (1974) en un congreso de Lon-
522 | Madeleine Baranger

dres: “El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre analítico”.


Presentaba dos propuestas impactantes: que el objeto del psicoanálisis es la
construcción del objeto analítico, y que la función del encuadre analítico y
sus relaciones con el funcionamiento mental de cada uno se debía a los efec-
tos de simbolización que allí se desarrollan.
Estructura corresponde a encuadre si aclaramos, como lo hace Green,
que el encuadre incluye un contrato que atribuye funciones asimétricas al
analista y al paciente y que rige al mismo tiempo su funcionamiento mental
por las limitaciones y exigencias.
Esta estructura está por encima de estos integrantes, a la vez que los en-
globa; la entiendo como el “tercero”, que Green considera necesario en toda
relación para darle la movilidad que podrá llevar a la simbolización.
Green atribuye esta función de tercero primero al objeto analítico, for-
mado por la reunión de los dobles de cada uno. Después al espacio transi-
cional potencial creado entre ambos y finalmente al encuadre mismo, enun-
ciador de las reglas y resultado de ellas.
Así entendido, el encuadre fomenta el movimiento hasta la simbolización
porque la contención impuesta a la satisfacción obliga a tomar sustituciones
metafóricas y metonímicas que podrán llevar a la mentalización. Desde su
principio, la situación analítica está organizada coma metáfora, es decir,
como símbolo y mítica.
El poder del campo, entendido como estructura, es precisamente su cons-
trucción como símbolo. Ese peso simbólico se expresa en cada momento en
lo que llamamos la fantasía inconciente básica. Entiendo de este modo la
afirmación de F. Hermann “la historia convencional que cada uno cree suya
exhibe ahí sus raíces míticas”.
Podemos preguntar ahora qué cambios se producen o son necesarios en
esta nueva (ya muy cambiada) concepción y práctica del psicoanálisis: sus
ventajas, dificultades e inconvenientes con su repercusión sobre cada uno
de los integrantes de la pareja psicoanalítica.
Green afirma que los cambios más importantes son los del analista. Pro-
bablemente porque podemos prever los del paciente, sus comportamientos
y reacciones conocidas, por nuestro aprendizaje del psicoanálisis, especial-
mente sus “resistencias”, llamando así todo obstáculo que se opone al pro-
greso y a la prosecución del tratamiento. Sus orígenes y mecanismos son
múltiples. El analista por su misma formación ha aprendido los modos de
superarlas.
Hemos descubierto hace tiempo una resistencia de la cual participa el
analista y que amenaza el tratamiento en mayor medida. Notábamos en cier-
tos pacientes un especial reparo en abordar algunos temas. Pueden ser re-
cuerdos o afectos dolorosos, pero también la relación con objetos o ideo-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en el psicoanálisis contemporáneo | 523

logías especialmente valorados o idealizados. Los pacientes evitan mencio-


narlos y ni siquiera nombran una palabra que los podría evocar por asocia-
ción. El analista se somete a la prohibición aún de nombrarlos, hasta darse
cuenta de golpe, o porque se lo señala un supervisor, de esa evitación.
Ese reconocimiento lo debe llevar a analizar su relación con ese tema
para modificar su propia resistencia. Constatar este fenómeno, que llamamos
“baluarte”, fue una de las observaciones que nos llevaron a construir la “te-
oría del campo”.
En relación con la frecuencia muchas veces desconocida de los baluartes,
tengo a veces la impresión, frente a un material clínico, que se desconoce
o se olvida mencionar su relación con la sexualidad por la fácil derivación
hacia los mecanismos psicológicos conocidos y descritos por la psicología
académica.
El reconocimiento de un baluarte, conciente o inconciente, implica para
el analista, más que otras dificultades con el paciente, la obligación de re-
currir a una “segunda mirada”, retomar su autoanálisis, que se supone em-
pezó en su formación y pedir ayuda a un colega analista si nota su insight
muy disminuido o cuestionado.

DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS / INTERSUBJETIVIDAD / CAMPO PSICOANALÍTICO /


FANTASÍA INCONSCIENTE / BALUARTE.

KEYWORDS: PSYCHOANALYSIS / INTERSUBJECTIVITY / PSYCHOANALYTIC FIELD / UN-


CONSCIOUS FANTASY / BASTION.

PALAVRAS CHAVE: PSICANÁLISE / INTERSUBJETIVIDADE / CAMPO PSICANALÍTICO / FAN-


TASIA INCONSCIENTE / BALUARTE.
APA: una experiencia científica
institucional

* Eduardo Agejas

El objetivo de esta presentación1 es transmitir una experiencia institucional,


próxima a la temática planteada en este plenario. Con la intención de ex-
plorar las convergencias y divergencias en el pensamiento clínico-teórico
psicoanalítico venimos instrumentando en la Secretaría Científica de APA,
desde el año pasado, dispositivos para favorecer el intercambio entre colegas
sobre dichas cuestiones, a partir de un material clínico, configurando lo que
hemos dado en llamar un “Taller elaborativo institucional”.
Quiero en primer lugar describir nuestro modo de trabajar y, en segundo
término, algunos resultados que considero pertinentes para un panel como
el que hoy nos convoca.
Durante el año pasado desarrollamos reuniones donde, en un primer turno,
dos colegas exponían, en 15 minutos cada uno, algunas ideas sobre la pro-
blemática a tratar. Este primer encuentro versaba sobre las observaciones clí-
nico-teóricas que el material elegido les generaba a los panelistas. En las reu-
niones siguientes se repetía este proceder pero sobre ejes temáticos, de orden
teórico, basados en el material en cuestión. En dichas reuniones el moderador,
terminadas las dos exposiciones, realizaba dos o tres preguntas que les for-
mulaba a los participantes, con la característica que cada una de ellas debía
estar armada sobre la base de ambos desarrollos. Eran dos o tres preguntas,
las mismas para ambos expositores, para contribuir a generar un diálogo entre
ellos. Después de abrir la palabra al público presente, pasábamos a encuentros
en grupos reducidos que, como era de esperar, arrojaron una dinámica distinta
y una producción que difería, en parte pero de modo significativo, de la que
se generaba en la reunión general. A lo largo del año trabajamos sobre tres
materiales clínicos y realizamos un total de 12 encuentros.
Este año estamos probando una modificación consistente en que en el panel
central un colega presente un escrito de unos 20 minutos y que otro colega haga
comentarios y preguntas sobre dicha producción. Este último recibe el escrito
con varios días de anticipación. El cambio aspira a lograr un mayor diálogo.

* rageyas@intramed.net.ar / Argentina
1 Presentación sobre “Poder, locura, cultura”, en el VIII Congreso Argentino, realizado
en Rosario en el año 2010.
526 | Eduardo Agejas

Paralelamente a estas actividades concretamos otras, donde se dialogó


sobre temas de una mayor especificidad teórica, por ejemplo las conver-
gencias y divergencias entre el concepto de enactment y el de ‘conocimiento
relacional implícito’ con relación a la teoría del campo de los Baranger, las
ideas de Bleger y Racker y algunos aspectos de la obra de Lacan. Para este
año están en marcha encuentros sobre vínculos inconcientes en Aulagnier
y Kaës y sobre los fundamentos epistemológicos del concepto de estructura
en Fairbain y Lacan.
Luego de trabajar con 4 materiales y realizar 16 reuniones pudimos ob-
servar algunas constantes que queremos transmitir en este Congreso:

1) ¿QUÉ ENTENDEMOS POR MATERIAL CLÍNICO?

La actitud de los colegas con respecto a qué se entiende por material clínico
se puede agrupar del siguiente modo:

a- Algunos colegas pueden trabajar con el material presentado sin necesidad


de recabar más datos de contexto, ni insisten en la necesidad de abundar
en datos históricos.
b- Otros necesitan mayor información sobre el contexto del paciente.
c- Un tercer grupo requiere más datos sobre la historia del paciente.

En general todos pueden trabajar pero hacen referencia a sus necesidades.


Algunos pocos se inhiben concientemente ante la situación. Resalta parti-
cularmente el hecho de que la postura de los opinantes no está sujeta a una
determinada corriente de pensamiento. Se trata de posiciones particulares,
de relativa relación con la teoría sustentada.
Ante esto nos preguntamos qué implicancias pueden tener estas posicio-
nes, si es que las tienen, en relación con la forma de ejercer la clínica y la
investigación en el proceso analítico: algunos acentúan el aquí y ahora, otros
toman muy en cuenta los aspectos relacionales y, finalmente, un tercer grupo
valoriza especialmente la psicosexualidad infantil. Como dije antes, estas
son formas preponderantes y no excluyentes; la posición sostenida no ne-
cesariamente tiene correlación directa con una teoría dada.

2-LA RELACIÓN ENTRE LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA

Un segundo tema que dio origen a muchos intercambios es el de la relación


entre la teoría y la práctica. Es interesante resaltar que salvo aquellos colegas

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


APA: una experiencia científica institucional | 527

que adhieren firmemente a una corriente de pensamiento, el resto, la ma-


yoría, si bien tiene inclinación por una posición hace uso de más de una te-
oría. Vale hacer notar que a este nivel teórico, muy cercano a la observación
clínica, la utilización de diferentes modelos en general no arroja discordan-
cias significativas en quien los desarrolla, aunque sus implicancias a niveles
de mayor abstracción ofrezcan progresivas divergencias. Los participantes
utilizan fragmentos de diferentes corrientes de pensamiento que enfocan la
cuestión sobre la que opinan, y en el nivel que estamos considerando ayudan
a una mejor comprensión del fenómeno clínico.
Con respecto al efecto determinante de la teoría en la práctica, un grupo
de colegas sostiene que la misma determina la clínica, una afirmación que
es puesta en duda desde distintas perspectivas. Una de las más importantes
fue que el acercamiento al material clínico no es sólo teórico, sino que re-
quiere tomar en cuenta elementos que están más allá de la teoría, por ejem-
plo, ciertos conocimientos culturales que, de no darse, pueden llevar a en-
tendimientos teóricos erróneos. Se remarcó, por otra parte, que la teoría es
un escalón ordenador, pero secundario a un proceso de escucha que reúne
aspectos varios de la mente del analista, sobre todo inconcientes, siendo la
teoría una parte de ellos. Esto se aprecia mejor en quienes hacen uso de una
pluralidad conceptual, aunque lo sostienen también algunos colegas que ad-
hieren a una determinada corriente de pensamiento.

3- PSICOPATOLOGÍA Y DIAGNÓSTICO

Si bien podemos considerar que hay bastante acuerdo respecto de los puntos
centrales en la problemática del paciente en un nivel descriptivo, la situación
comienza a divergir a medida que se plantean mayores niveles de abstracción
y, a partir de los mismos, las posiciones acerca del modo en que debería ac-
cionarse clínicamente comienzan a ser controversiales. Es de hacer notar la
existencia de cierta discrepancia entre lo recién dicho y lo anteriormente
afirmado en el sentido de la influencia de la teoría en la clínica, discrepancia
que parece sostenerse cuando el analista comienza a teorizar
Es así que a nivel de las consideraciones psicopatológicas llama la atención
la existencia de posiciones marcadamente diferentes. Parecería que cada
corriente de pensamiento permite focalizar ciertos aspectos con mayor pre-
cisión, pero a la vez deja un resto sin incluir o incluido con poco peso. En
todos los casos las opiniones se fundamentan en el material y responden a
aspectos existentes en el mismo, no existiendo procedimientos arbitrarios
en la elección de los puntos de apoyo en que se sustentan. Para dar un ejem-
plo: en temas como bisexualidad e identidad, en un sentido general o más
528 | Eduardo Agejas

específico, relacionado con lo sexual, se generaron posturas polares que, a


menudo, parecían ser, ante todo, expresión de un deseo de sostén de una
posición, pues no se ponían en juego las premisas, en todo caso se enuncia-
ban. Se trata de un tema al que me referiré más adelante.
Estas diferencias permitieron observar perspectivas discordantes acerca de
qué se entiende por los aspectos más delicados de la patología del paciente,
por ejemplo cuestiones de orden pregenital versus posicionamientos alrededor
del Edipo, trasladándose a los diagnósticos. Por ejemplo, puede un caso con-
siderarse neurótico, mientras otros colegas sostienen que existen en el paciente
disociaciones con dinámicas neuróticas, perversas, pudiendo incluso conside-
rarse a estas últimas como defensa ante una dinámica psicótica.
Este panorama nos lleva a preguntarnos qué sostiene tan importantes di-
ferencias, ¿señalan discrepancias de fondo en cuanto a la teoría y su aplica-
ción a la nosografía o es ésta muy laxa?, entendiendo por tal que el grado
de solidez que unifica el ordenamiento tiene una insuficiente coherencia.
O bien ¿se tratará de perspectivas distintas que muestran aspectos en el pa-
ciente que se visualizan mejor desde ciertos ángulos con respecto a otros,
pero que coexisten en el mismo sujeto? De ser así, ¿por qué determinados
colegas acentúan unos en detrimento de otros, mientras que otros proceden
a la inversa? Incluso podemos plantearnos si el psiquismo, en su complejidad,
no puede ser abarcado en grado suficiente por nuestros modelos de pensa-
miento y tendemos a trabajar con disyuntivas que en el caso concreto no
son tales. Por ejemplo en un caso se sostuvo que las tendencias homosexuales
del paciente se sostenían en la preservación del vínculo con la madre, mien-
tras que otros colegas decían que era en la búsqueda de un padre. Este plan-
teo de opuestos que se presentó así, ¿será tal?, ¿necesariamente una tenden-
cia anula a la otra en la mente del paciente?
Posteriormente haré algunas consideraciones sobre estos interrogantes,
pero quisiera antes hacer unas puntualizaciones que se constituyen en obs-
táculo en este trabajo de exploración.

4-FACTORES QUE PERTURBAN EL DEBATE

a- La doxa

Entendemos por tal el conjunto de creencias y de prácticas sociales que son


consideradas normales en un contexto social y son aceptadas sin cuestiona-
mientos. Se las reconoce habitualmente como criterios y formas de proceder
socialmente válidos. Allí reside su eficacia simbólica: la doxa es una condición
para mantener el estado de cosas existente en una sociedad.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


APA: una experiencia científica institucional | 529

A esto debemos agregar que la comunicación humana tiende en gran


parte a lograr un efecto de acción más que transmitir información. Esta ten-
dencia a la acción sobre el otro pone en juego los elementos constitutivos
del poder, inherente a todo ser humano, sin necesaria conciencia de ello.
Nos encontramos con una clara expresión implícita de poder, un fenómeno
que probablemente explique por qué es tan difícil que se pongan en debate
las premisas que sostienen diferentes posiciones.
En nuestra disciplina estos hechos se evidencian en nuestros intercambios
como obstáculo a la presencia de nuevas ideas para el conjunto y como dis-
posición previsible en cuanto a la aceptación de un discurso, de modo que
puede tornarse condicionante del mismo. De todos modos, no se trata de
un fenómeno restringido al desarrollo de ideas dentro de nuestro despliegue
teórico. También la doxa de nuestra cultura influye a su vez, poniendo obs-
táculo a una libre expresión discursiva.

b- Algunos planteos equívocos

El modo de abordar ciertas problemáticas se constituye en obstáculo en sí


mismo, más allá de las dificultades intrínsecas al mismo. Lo ilustraré con
un ejemplo: suele discutirse la oposición entre el deseo del analista y la con-
tratransferencia. Para complicar las cosas esta polaridad ha ido adquiriendo
valor político, el de pertenencia a un bando. Sin embargo, basta hacer una
mera reflexión sobre el estado actual del concepto de contratransferencia
para que inmediatamente nos demos cuenta de que no es unívoco. Abundan
las distintas formas de entender qué abarca dicho concepto. Incluso para al-
gunos colegas es un concepto estrecho, parcial, que hasta debería descar-
tarse, no por lo que implica en tanto participación subjetiva del analista, sino
porque reduce su alcance. Entonces nos preguntamos cómo seguir deba-
tiendo en base a posiciones polares donde al menos uno de los términos es
multívoco. Surge la pregunta de si no sería conveniente plantear que en re-
alidad lo que estamos discutiendo es el lugar que ocupa el analista en la cura
o como queramos denominarlo.
Vayamos al título que nos reúne.

5-EL PSICOANÁLISIS Y SUS DIFERENTES TEORÍAS: APERTURA EPISTÉMICA O


BABEL RESISTENCIAL

En primer lugar quisiera plantear unas preguntas, ¿Qué buscamos cuando


abordamos esta cuestión? ¿Vamos tras una teoría que, a partir del diálogo
entre analistas, vaya surgiendo y nos dé pautas con alguna certeza de verdad
530 | Eduardo Agejas

única o queremos establecer un diálogo, para que el proceso de clarificación


que se vaya produciendo provoque un mayor entendimiento de las distintas
maneras de pensar la clínica y la teoría de nuestra disciplina, sin aspirar a
las unificaciones?
Por todo lo que he expuesto sobre la experiencia exploratoria que venimos
realizando en APA y aunque, como es de esperar, nuestra propia metodología
implique un sesgo, creo que podemos decir que el estado actual de nuestra
disciplina tiende a indicarnos la coexistencia de diferentes modelos que dan
cuenta de la clínica y que se expresan a través de diferentes corrientes de
pensamiento. Por otra parte, no es la nuestra la única rama del conocimiento
humano que se encuentra en esta situación.
De modo tal, si bien en algunos momentos parecería que estamos en una
Babel, en otros parece existir una convivencia potencialmente rica de acer-
camiento a las problemáticas que constituyen nuestro quehacer.
Creo que no estamos en condiciones de zanjar definitivamente la pre-
gunta implícita en el título de este panel. Es evidente que necesitamos des-
arrollar y alentar investigaciones que favorezcan un mayor entendimiento
de nuestra concepción de la clínica y la teoría, sin aspirar a unificaciones,
al menos por el momento.

DESCRIPTORES: INVESTIGACIÓN / MATERIAL CLÍNICO / TEORÍA PSICOANALÍTICA / TÉCNICA


PSICOANALÍTICA / DIAGNÓSTICO / PLURALISMO.

KEYWORDS: INVESTIGATION / CLINICAL MATERIAL / PSYCHOANALYTIC THEORY / PSYCHO-


ANALYTIC TECHNIQUE / DIAGNOSIS / PLURALISM.

PALAVRAS CHAVE: PESQUISA /MATERIAL CLÍNICO / TEORIA PSICANALÍTICA / TÉCNICA PSI-


CANALÍTICA / DIAGNÓSTICO / PLURALISMO.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


¿Puede ser neutral un psicoanalista?
Reflexiones sobre el pluralismo teórico

* José E. Fischbein

INTRODUCCIÓN

Esta presentación tiene el objetivo de repensar el postulado freudiano re-


ferido a la neutralidad del psicoanalista en el contexto histórico actual y den-
tro del ámbito de una institución pluralista en la que conviven distintos mar-
cos teóricos a los que se adhiere por cuestiones de elección conceptual
además de subjetivas.
El psicoanálisis no puede repudiar la subjetividad del analista para la com-
prensión del campo clínico y, sin embargo, ésta se hallaría escotomizada en
la propuesta de neutralidad. Y es aquí donde se juega la antinomia de neu-
tralidad- “objetividad” o selección-percepción consciente y sopesada de par-
tes del discurso.
La percepción de un hecho depende de las redes conceptuales del ob-
servador. Si estas redes no son puestas en juego, lo que aparece es el caos o
la perplejidad. Si el observador no logra diferenciar y contrastar las diferentes
redes conceptuales, nos encontramos ante la saturación del campo por sus
preconcepciones teóricas.
Las premisas guían hacia ciertos datos y excluyen otros, por lo tanto el
analista neutral no existe, como tampoco existe la base empírica pura. No
hay campo analítico sin teorías del analista y éstas satisfacen tanto sus as-
pectos racionales como emocionales. El analista no puede nunca ser neutral
ya que es un observador que en forma activa, aunque no necesariamente
consciente, selecciona los observables clínicos de la sesión.
El psicoanalista que puede dirigir su mirada desde diferentes perspectivas
teóricas puede enfrentar aquellos escotomas que si estuviera sumergido en
una única teoría no percibiría. Cada teoría influye, selecciona y privilegia
datos para evaluar lo que examinará. El dato analítico no fluye solamente
de las asociaciones del paciente, también se encuentra en la escucha del ana-

* jefischbein@gmail.com / Argentina
532 | José E. Fischbein

lista que lo busca, y esta escucha está condicionada por los presupuestos te-
óricos de este analista y de su grupo. Un ejemplo podría ser la concepción
del sueño como una realización de deseos, o como un intento de resolución
de la situación traumática.
Podemos pensar que cuando un analista cambia sus teorías no sólo re-
significa un mismo material, sino que además hace una selección distinta
del material a partir de su nueva escucha en el campo clínico. De lo anterior
surgen algunas reflexiones, que enunciaré como preguntas:
¿Se puede hoy homologar a la teoría psicoanalítica con el estado de la
teoría de la época en que Freud enuncia el concepto de neutralidad? ¿Cómo
entendemos la neutralidad en el estado actual de múltiple teorización psi-
coanalítica? ¿Qué es la neutralidad? ¿Es un modelo compartido por la co-
munidad psicoanalítica? ¿De qué creencias, hipótesis, valores y vivencias se
compone? ¿Qué implicancia y operatividad tiene en la clínica? ¿Cómo in-
fluyen las teorías en la selección y la significación de datos clínicos?
¿Es el material lo que el paciente le trae y se le impone como hecho al
analista o lo que éste puede percibir y seleccionar de aquél? ¿Es acaso un
armado conjunto?
¿Es lo mismo pensar en datos aportados por el paciente a lo seleccionado
por el analista? ¿Qué ilumina o deja en la oscuridad cada teoría y cuáles son
las raíces comunes?

DESARROLLO DE LA PROPUESTA

a) La neutralidad y las teorías

Podríamos empezar consultando qué nos dice sobre lo neutral el diccio-


nario de la lengua española: “no es ni de uno ni de otro; que entre dos partes
que contienden permanece sin inclinarse a ninguna de ellas. Dícese de per-
sonas y cosas que no se inclinan a un lado ni a otro”.
Interesante punto de partida para un grupo de psicoanalistas, en tanto
permite preguntarnos desde esta posición ideal cuáles son los márgenes ante
los que hemos sido invitados a mantenernos equidistantes. Y, a pesar de la
complejidad de la cuestión, hay una salida apriorísticamente simple: si nuestro
campo de trabajo es el conflicto, es no elegir nosotros una de las partes en
oposición. Lo que ya no resulta tan simple es definir las categorías de ele-
mentos que participarán en las oposiciones conflictivas. Podríamos enumerar
una larga lista de pares que entran en conflicto: pulsiones, lugares psíquicos,
instancias, identificaciones, posicionamientos sexuales, la bisexualidad, y po-
dríamos seguir. Ante la multiplicidad de elementos frente a los que se nos

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


¿Puede ser neutral un psicoanalista? | 533

invita a ejercer una neutralidad podemos decir que es una tarea ardua la que
se nos encomienda. Más aún si nos ubicamos en una postura de respeto por
la subjetividad del paciente; entonces podemos llegar a pensar, también aprio-
rísticamente, que la neutralidad es prácticamente un imposible.
Para incursionar en el concepto de neutralidad debemos interrogarnos
sobre nuestra concepción epistemológica de la relación del observador en el
campo científico con su objeto de observación. Desde sus orígenes, el psi-
coanálisis defendió una posición que lo diferenció de métodos sugestivos y
estimuló entre sus practicantes la prescindencia de toda influencia deliberada
sobre el paciente. Su objetivo fue siempre el estudio del funcionamiento in-
consciente dentro del marco de la situación transferencial. La neutralidad
del analista deja de lado todo intento de influir intencionalmente en el pa-
ciente, permite la observancia de la regla fundamental, así como la de absti-
nencia, eludiendo cualquier reproche de manipulación del analista. Esta
norma – que no ha perdido vigencia – necesita de todas formas una revisión.
Si bien Freud ya se había referido a la actitud del psicoanalista frente a
su material de observación, tanto en el libro de la histeria (1895), como en
el de los sueños (1900[1899]) y en los historiales (1901-1914), la idea de una
supuesta neutralidad queda enunciada en los artículos técnicos del año 1912.
Esta neutralidad difícil de mantener, aún para Freud mismo, está inscripta
en ideas científicas vigentes en ese momento. La neutralidad es una reco-
mendación instrumental y operativa que tiene como objetivo la conducción
del tratamiento.
Los consejos que Freud brinda tratan de preservar al objeto de su estudio
de las distorsiones del observador, pero tienen un sesgo defensivo ante las
críticas por la sugestión del analista y la creación de lo inconsciente como
una inducción de algo inexistente para el sujeto.
Las nociones de “objetividad” y “experiencia fija y neutra” teñían el ideario
freudiano. Un observador que quedara por fuera del hecho de observación y
no lo influyera era una idea predominante en la ciencia positivista del siglo
XIX. Entramos en este momento en una serie de contradicciones lógicas, que
incluso son exacerbadas desde el seno mismo del desarrollo freudiano. La pro-
puesta de objetividad de una ciencia empírico-positivista colisiona con el ideal
de subjetivación que es la propuesta del análisis. El estudio de la realidad psí-
quica lleva al desarrollo de una creciente apuesta por la subjetivación, que choca
con el ideal de objetividad. Con su aporte al descubrimiento de lo inconsciente
Freud queda inmerso en esta contradicción, contradicción de la que sale con
su invitación a continuar a ultranza con el trabajo analítico, que dará por re-
sultado un mayor saber objetivo sobre la subjetividad a través de la indagación
sostenida de la realidad psíquica. El objeto del conocimiento dentro del psi-
coanálisis es la concepción que el analista tiene sobre el psiquismo del sujeto.
534 | José E. Fischbein

Podemos hacer una doble lectura del concepto de neutralidad. La pri-


mera sería la del dato por sí mismo, considerado como un hecho aislado.
Constituye un ejemplo de esta lectura la definición que figura en el diccio-
nario de Laplanche y Pontalis (1967). Allí leemos que la neutralidad es:

“una de las cualidades que definen la actitud del analista durante la cura.
El analista debe ser neutral en cuanto a los valores religiosos, morales y
sociales, es decir, no dirigir la cura en función de un ideal cualquiera, y
abstenerse de todo consejo; neutral en cuanto a las manifestaciones trans-
ferenciales y neutral en cuanto al discurso del analizado, no otorgando a
priori una importancia preferente, en virtud de prejuicios teóricos, a un
fragmento o a un determinado tipo de significaciones” (p.266).

La segunda lectura es la que incluye el contexto histórico, que determina


e influye en forma significativa el armado de un esquema teórico, que a su
vez permitirá una lectura del hecho clínico. Esta postura forma parte de las
corrientes actuales en epistemología donde el observador, en nuestro caso
el psicoanalista, ni es objetivo ni es a-histórico. Los datos empíricos no son
ni fijos ni estables; su selección y significación dependen de los presupuestos
teóricos sesgados por la subjetividad del observador.
Si bien nos formamos en el preconcepto de la existencia ideal de un ob-
servador neutral, hoy pensamos que lo que un hombre percibe es aquello
para lo que está preparado para percibir. En la percepción no sólo intervie-
nen sus puntos ciegos regidos por sus conflictos y defensas, sino además las
mallas conceptuales que seleccionan los estímulos desde lo aprendido. Estos
procesos de percepción, selección y significación funcionan fuera de la con-
ciencia. Los esquemas teóricos subyacentes ordenan los datos, les otorgan
significaciones y van condicionando estrategias pragmáticas para el desarro-
llo del proceso terapéutico.
El analista atado al mandato freudiano de los “Consejos al médico sobre
el tratamiento psicoanalítico” (1912) es puro deber y conciencia, y marca
ya una contradicción con el descubrimiento de Freud del sujeto comandado
por el pulsionar inconsciente; en todo caso, nos ubica en uno de los márgenes
del conflictivo trabajo que es analizar. El otro margen es el impacto del pa-
ciente sobre el sujeto analista.
Cuando traíamos al comienzo la idea de neutralidad como un posiciona-
miento entre dos puntos, sin tomar partido ni aproximación hacia uno u otro,
planteábamos una situación en la cual el analista es un tercero en el escenario
psíquico del paciente. Tomar posición en relación con un sólo margen crea
el peligro de encallar en una trampa especular con el material que aporta el
analizante o con la idealización del esquema conceptual propio.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


¿Puede ser neutral un psicoanalista? | 535

b) La neutralidad y la subjetividad

El establecimiento del campo transferencial pone en juego la subjetividad


no sólo del paciente, sino también del analista. La pregunta que se impone
es: ¿Cómo acceder a una propuesta voluntaria y consciente en un campo
dispuesto por la díada asociación libre-atención flotante para que emerjan
las formaciones de lo inconsciente en el discurso?
A lo largo de la historia del pensamiento freudiano encontramos cuatro
postulados básicos en relación con el tema de la neutralidad. Son las reco-
mendaciones sobre la presencia de la díada atención flotante/ asociación
libre en el campo transferencial y la prescindencia por parte del analista de
imponer ideales, anhelos pedagógicos e intenciones de sugestión.
Dice Claude Le Guen (1988) en “Necesidades y riesgos del control de
la regresión”:

“Una de las mayores dificultades del trabajo psicoanalítico es que el


psicoanalista debe mantenerse neutro y, al mismo tiempo, intervenir para
cambiar algo en el paciente” [...] un doble riesgo amenaza de continuo:
o la ineficiencia por exceso de neutralidad o el condicionamiento por
abuso de intervención. Ahora bien el deslizamiento del control al cons-
treñimiento puede ser rápido” (pp. 749-754).

Con Le Guen concordamos que con el uso de la contratransferencia el


modelo de la asepsia quirúrgica ha quedado en desuso.
Entre nosotros una propuesta en relación con el tema de la neutralidad
en el campo clínico fue enunciada en el año 1961/62 por W. y M. Baranger
en “La situación analítica como campo dinámico”. Se expresa en ese escrito:

“La situación analítica tiene por lo tanto que formularse no como situa-
ción de una persona frente a un personaje indefinido y neutral – al final
de una persona frente a sí-misma – sino como situación de dos personas
indefectiblemente ligadas y complementarias mientras está durando la
situación, e involucradas en un mismo proceso dinámico. Ningún miem-
bro de la pareja es inteligible sin el otro (p. 129) (...) El otro (analista) se
compromete a tratar de entender el primero, y de proporcionarle, me-
diante la interpretación una ayuda para resolver sus conflictos, se com-
promete a la discreción y a la abstención de todo intervencionismo en la
vida “real” del otro”. (p. 131). (…) [El analista] no puede ser “espejo” por-
que un espejo no interpreta. (…) Se exigen de él actitudes en cierto modo
contradictorias o por lo menos muy ambiguas” (p. 140).
536 | José E. Fischbein

Otro aporte importante en nuestro medio fue el de Enrique Pichón Rivière,


con el concepto de E.C.R.O. (Esquema Conceptual Referencial y Operativo).
Ubica la praxis psicoanalítica en una configuración mutua, dialéctica entre
instrumento y objeto de conocimiento. Él definía al E.C.R.O como un con-
junto organizado de conceptos referidos a un determinado universo de dis-
curso que permite una aproximación instrumental al objeto de estudio siendo
una condición del mismo la conciencia por parte del observador de la presencia
explícita o implícita de la presencia actuante del E.C.R.O.
Todo E.C.R.O tendría un aspecto supra-estructural dado por los elementos
conceptuales y otro infraestructural constituido por los elementos emocio-
nales, vivenciales, aportados por la experiencia de vida, que determinan la bús-
queda y la forma de abordaje del objeto de conocimiento. Pichón Rivière re-
marcaba la necesidad de que el E.C.R.O fuese consciente para el analista
en su actuación clínica.
Freud planteaba algo similar cuando insistía sobre la necesidad de un re-
conocimiento consciente del motivo de un acto del analista que modifica la
modalidad habitual de trabajo con ese paciente. Es necesario que reconozca
a priori su funcionalidad en el desarrollo del tratamiento. Sólo así es válida
una intervención que se aleja de lo convencional. Convengamos que la neu-
tralidad y adhesión a los esquemas llevadas a cabo sin saber lo difícil o hasta
imposible que es mantenerlas puede constituir una esterilización y vacia-
miento del campo transferencial.
Es el momento en que debemos repensar y reevaluar el concepto de neu-
tralidad en el campo del psicoanálisis. Nos permitimos cuestionar el con-
cepto ubicándolo en el momento actual, tanto de la ciencia en general, como
dentro del complicado desarrollo post-freudiano.
La polifonía dialogal de una institución psicoanalítica pluralista nos lleva
a cuestionar la objetividad del hecho clínico para pasar a tener en cuenta
como éste se constituye de acuerdo a lo que conceptualiza y selecciona cada
grupo de analistas. A lo largo de más de un siglo hemos pasado de la con-
cepción del observador objetivo al del observador que percibe y elige desde
sus teorías dominantes. Un observador que ya no es pensado como un espejo,
sino como un filtro que deja ver lo que puede buscar desde sus conocimientos.
¿Acaso no afirmamos, en el campo teórico psicoanalítico, que sólo en-
contramos al objeto que previamente ha sido investido? Por lo tanto, hoy
diríamos que la atención flotante, actitud básica para ser impactados por las
formaciones del inconsciente de lo que el paciente dice, flota dentro de las
concepciones teóricas de cada analista y condiciona su escucha. Entonces
cuestionamos la neutralidad tal como fuera planteada en 1912 pues ésta
queda teñida del color teórico del esquema referencial del analista.
En epistemología se conoce esta posición con el nombre de “la carga

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


¿Puede ser neutral un psicoanalista? | 537

teórica de los hechos”, que pasan a ser seleccionados y saturados por las ideas
que los sustentan. Perdemos la tranquilidad de lo absoluto que brinda una
concepción empírico-positivista sobre el dato objetivo para ganar confianza
en la subjetividad del observador y en el rescate de la singularidad de cada
campo transferencial.
Las distintas teorías aprendidas e introyectadas por un analista actúan
como representaciones inconscientes que guían la escucha y configuran la
realidad clínica. La significación de un hecho y la orientación de un proceso
terapéutico responden, a veces sin saberlo siquiera el analista, a un guión
inconsciente que está dado por las teorías, las instituciones y la pertenencia
u oposición a tal o cual marco teórico.
Todo psicoanálisis sigue, a sabiendas o no, un texto que lo guía. A más
de un siglo de desarrollos pasamos del paradigma freudiano como paradigma
único, al apoyo que éste da a los desarrollos que surgen de él.
La técnica psicoanalítica ha sufrido revisiones y cambios desde que fuera
enunciada por Freud. Todos buscamos confirmación a nuestras propias te-
orías tanto en la clínica como al dialogar con otros colegas. La idea de que
un analista percibe, selecciona, significa y sostiene el campo clínico desde su
esquema referencial no es fácil de aceptar, como es probable que tampoco
sea fácil trabajar en otros medios con el concepto de “lo Inconsciente”. Sin
el texto teórico subyacente el campo clínico se vuelve confuso e ilegible. Por
lo tanto, el esquema referencial es una guía orientadora que aporta operati-
vidad, una lógica y la semántica para el campo clínico que ese esquema crea.
Un analista no halla más de lo que sus conocimientos le permiten encontrar.
Las conexiones significativas que se descubren en el discurso del paciente de-
rivan de las premisas de su esquema teórico. Éste que es inconsciente en un
sentido descriptivo, orienta la escucha y hace que aparezcan coincidencias en
la lógica, el lenguaje y conexiones entre los analistas que lo comparten.
Entre distintos grupos es necesario establecer correspondencias que no
siempre son fáciles de establecer. Con analistas que adhieren a un esquema
unívoco, con el que se corre el riesgo de auto-validar su clínica, nos trope-
zamos con una situación análoga a la existente en el momento en que Freud
recomienda la neutralidad, momento del paradigma freudiano como única
teoría existente; es decir, la necesidad de incrementar la auto-observación
para no caer en la fascinación de un esquema indiscutible.
La existencia de tensión y conflicto entre teorías en un esquema pluralista,
que adviene con los desarrollos post-freudianos, no sólo genera enfrenta-
miento y confrontación, sino que además permite crear nuevas combina-
torias para los obstáculos y anomalías del campo clínico. A su manera Freud
creó, y nos legó, el modelo de poner en duda su descubrimiento cuando la
clínica le hacía obstáculo.
538 | José E. Fischbein

CONCLUSIÓN

Desde mi postura actual diría que el psicoanalista neutral no existe, que no es un


receptor pasivo de las asociaciones del paciente sino que participa activamente en
la selección, puntuación, y significación del material desde sus esquemas teóricos
que funcionan guiando en forma invisible su accionar. Estas ideas llevan a plantear
que siempre existe una selección que nos aleja del ideal positivista de la neutralidad.
El analista está lejos de ser un espejo. Lo que ve y refleja del paciente es lo que le
permiten aprehender sus concepciones teóricas. Distintas teorías generan diferentes
campos en el trabajo clínico.

RESUMEN

El autor propone revisar el postulado freudiano referido a la neutralidad del psico-


analista dentro del ámbito de una institución pluralista y en el contexto histórico
actual. Plantea el par objetividad – subjetividad. La primera es inherente al concepto
freudiano de neutralidad y la segunda es rescatada y remarcada por el psicoanálisis.
La subjetividad estaría escotomizada en tal propuesta de neutralidad.
La percepción de un hecho depende de las redes conceptuales del observador y sus
premisas teóricas lo guían hacia ciertos datos y excluyen otros. En la percepción,
no sólo intervienen los puntos ciegos del analista, regidos por sus conflictos y de-
fensas, sino además las mallas conceptuales que seleccionan los estímulos desde lo
aprendido y elegido.
El esquema teórico participa activamente en la selección, la puntuación y en el ha-
llazgo de las conexiones significativas en el discurso del paciente. Por lo tanto, el
autor sostiene que, en el contexto teórico actual, el material clínico se basa en las
elecciones teóricas o teorías implícitas de cada analista. El autor concluye diciendo
que si la teoría marca la percepción del material, puede inferirse que el psicoanalista
neutral no existe, como así tampoco la base empírica pura.

DESCRIPTORES: PSICOANALISTA / NEUTRALIDAD / PERCEPCIÓN / TEORÍA / OBSERVADOR


/ SUBJETIVIDAD / ECRO.

SUMMARY
Can a psychoanalyst be neutral? Some reflections on theoretical pluralism.

The author suggests revising the Freudian premise regarding the psychoanalyst’s
neutrality within a pluralistic institution in the current historical context. He sets
forth the objectivity-subjectivity pair. The former is inherent to the Freudian con-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


¿Puede ser neutral un psicoanalista? | 539

cept of neutrality, while the latter is retrieved and underscored by psychoanalysis.


Subjectivity would be scotomized by the above proposal of neutrality.
The way a fact is perceived depends on the observer’s conceptual network. His the-
oretical assumptions lead him to select certain data while excluding others. Percep-
tion is influenced by both the analyst’s blind spots – governed by his conflicts and
defenses – and the conceptual web which selects the stimuli generated by what has
been learnt and chosen.
The analyst’s frame of reference takes an active part in the selection, highlighting and
finding of meaningful connections in the patient’s discourse. Thus, the author main-
tains that in the present theoretical context, clinical material is based on the theoretical
options or implicit theories held by the analyst. As a conclusion, the author claims
that if the theory lays down the perception of the clinical material, we may infer that
the neutral analyst does not exist. Likely, there is no pure empirical basis.

KEYWORDS: PSYCHOANALYST / NEUTRALITY / PERCEPTION / THEORY / OBSERVER /


SUBJECTIVITY / ECRO.

RESUMO
Um psicanalista pode ser neutro? Reflexões sobre o pluralismo teórico

O autor propõe revisar o postulado freudiano referente à neutralidade do psicanalista


no âmbito de uma instituição pluralista e no contexto histórico atual. Estabelece o
par objetividade x subjetividade. A primeira é inerente ao conceito freudiano da neu-
tralidade e a segunda é resgatada e ressaltada pela psicanálise. A subjetividade estaria
escotomizada nesta proposta de neutralidade.
A percepção de um fato depende das redes conceituais do observador e suas premissas
teóricas que o direcionam para certos dados e excluem outros. Na percepção, não
só intervêm os pontos cegos do analista, regidos pelos seus conflitos e defesas, mas
sim também pelas malhas conceituais que selecionam os estímulos do que foi apren-
dido e escolhido.
O esquema teórico participa ativamente na seleção, na pontualização e na descoberta
das conexões significativas no discurso do paciente. Portanto, o autor afirma que, no
contexto teórico atual, o material clínico está baseado nas escolhas teóricas ou nas
teorias implícitas de cada analista. O autor conclui dizendo que se a teoria marca a
percepção do material, pode-se inferir que não existe o psicanalista neutro, como
também não existe a base empírica pura.

PALAVRAS CHAVE: PSICANALISTA / NEUTRALIDADE / PERCEPÇAO / TEORIA / OBSERVA-


DOR / SUBJETIVIDADE / ECRO.
540 | José E. Fischbein

Bibliografía

Baranger, M: (1961-62) Problemas del Campo Psicoanalítico. Buenos Aires, Kar-


gieman, 1969. Cap. VII; La situación analítica como campo dinámico.
Casares Julio, (1984) Diccionario Ideológico de la Lengua Española. Barcelona,
Gustavo Gili, 2° Edición.
Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española (decimonovena edición) 1972.
Freud Sigmund: Obras completas, Amorrortu editores. (1976)
Trabajos sobre técnica analítica. (1911-1915) Tomo XII
Juri, Luis J.: (1999) El psicoanalista neutral-un mito? Homo Sapiens. Rosario.
Laplanche, J. y Pontalis, JB (1987). Diccionario de psicoanálisis. Madrid, Labor.
Le Guen. C. (1988) “Necesidades y riesgos del control de la regresión”. Revista de
Psicoanálisis, T. XLV, N°4 Pág.749-754.
Pichón- Rivière, E. (1970) El concepto de E.C.R.O; En: Del psicoanálisis a la Psicología
Social, Buenos Aires, Nueva Visión, 1997. p. 215-220.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Acerca del pluralismo. El pluralismo en
APA1

* Amada Lloret

PLURALISMO IDEOLÓGICO

Este tema supone una imprescindible vuelta a nuestra historia institucional.


Sabemos que el tema del pluralismo adquiere protagonismo en APA a partir
del llamado manifiesto de 1974. Esos años fueron precedidos por una pri-
mera crisis interna, la separación de los grupos Documento y Plataforma,
en 1971, que constituyó la primera ruptura con el alejamiento de alrededor
de 30 miembros y 20 candidatos. Se la ha considerado marcada por una po-
sición político-social fuertemente activada frente a la situación del país2, que
a su vez hacía eco en distintas posiciones respecto de la formación dentro
de APA. La teoria y práctica analíticas eran cuestionadas y debían incluir la
perspectiva marxista de la sociedad: en este sentido era ya una línea de pen-
samiento que modificaba la teoria “madre” freudiana.
Así expresaban su posición los colegas: “No cuestionamos al Freud científico
que nos muestra como la ideología de la clase dominante se trasmite, a través del
superyo, de generación en generación y vuelve lerdo al hombre en su capacidad de
cambio. Pero cuestionamos al Freud ideológico de la sociedad como dada y al hombre
como fundamentalmente incambiable”...Cuestionamos una práctica que tenga, con-
ciente o inconscientemente esta finalidad...” (1971, p. 14-15)
El conflicto que atravesaba la institución se veía como ideológico-político
y no específicamente científico, por ello también se cuestionaba “el aisla-
miento de las instituciones psicoanalíticas, sus estructuras verticales de poder
y el liberalismo aparente de su ideología.” (p. 15)
En rigor es de los psicoanalistas –por el hecho de su misma profesión–

1 Asociación Psicoanalítica Argentina (APA)


* amadalloret@gmail.com / Argentina
2 Recordamos que transcurren: el gobierno de facto de Lanusse (71-73) y los gobiernos
electos de: Campora (Mayo-Julio 73) Lastiri (Julio-0ctubre 73)/ Perón/ (Octubre
73Julio74)/ -Martínez de Perón (Julio 74-Marzo 76) (marcados también por la figura
de López Rega)./ El gobierno militar-El Proceso (1976-1983) Recién en 1983 retorna
la democracia con la Presidencia electa de Raúl Alfonsín.
542 | Amada Lloret

de quienes se espera una actitud no autoritaria, y es pertinente pensar que


esto tiene que ver con cuál psicoanálisis operamos, tanto como el modo en
que lo transmitimos, de allí el pluralismo considerado ideológico en un sen-
tido más amplio.
Me he detenido en esta primera escisión porque de ella debemos retener
la cuestión de lo ideológico que marcará el llamado Manifiesto del 74, en
él se defiende un “Pluralismo ideológico”* no nominado como científico ni
teórico como sucederá posteriormente.
Colegas en formación referían que a veces las mismas teorías se mezclaban,
sosteniendo situaciones de poder en una traspolación inadecuada. Podía su-
ceder, aunque esto no era una política institucional establecida, que las teorías
y las posiciones técnicas que estaban en juego en ese momento, por ejemplo,
el pensamiento kleiniano y/o la escuela inglesa como se la llamó más tarde,
fueran tomadas por algunos como soporte para una forma de pensar, que po-
demos llamar ideológica, pero es imprescindible aclarar que no se desprendía
de ella, es decir, no era el pensamiento kleiniano el que lo autorizaba sino el
uso que se hacia de su teoría a tales fines. Desde esta óptica, el pluralismo
que se defendía tenía también un carácter ideológico en cuanto a la forma-
ción, ligándose a posiciones de poder. Asimismo, este deseo de pluralismo
se jugaba en la introducción de nuevas corrientes, que vehiculizaban una po-
sición más abierta institucionalmente, como se vera en la siguiente cita del
“Programa para una reestructuracion de la APA”. Allí leemos:

“Por esto nos parece esencial el mantenimiento y reconocimiento explícito de un


‘pluralismo ideológico’ dentro de cualquier institución psicoanalítica. Queda claro
que este pluralismo no carece del todo de limites; se trata de un pluralismo analítico
y limitándose a él nos cabe reconocer esta situación, no solo en la teoria, sino en
nuestro modo concreto de funcionar, inclusive y ante todo en el nivel de la formación
analítica” (1982, pp. 67, 68).

Se trata de una posición institucional que propicia las formas de trans-


misión y las teorías mismas como expresión de una ideología más democrá-
tica y adquiere un límite: se refiere al análisis en su expresiones teóricas y a
la formación analítica.
Pese a triunfar la posición que Madeleine y Willie Baranger junto con
Jorge Mom habían explicitado, la implementación pluralista no fue plena-
mente posible en ese momento terminando con la escisión de la Institución.
Desplazadas a veces a esquemas referenciales, parecía entonces que las te-
orías no podían convivir cuando eran más bien dos esquemas de conducción
político-institucional los que no podían convivir, o que no encontraron en
ese momento histórico-institucional la manera de lograrlo. Como se señala

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Acerca del pluralismo. El pluralismo en APA | 543

en el texto ya citado, el pluralismo de teorías en la institución no fue sufi-


ciente para asegurar un pluralismo de hecho: “la institución no resistió la
transformación...” (1982, pp. 77)
Más allá de las teorías, la esencia del cambio pluralista se expresa en la
aceptación de un marco de diferencias que me parece fundamental recordar.
“Es lógico y natural que coexistan en una misma institución analítica grupos
de orientaciones científicas distintas; es lógico que estos grupos se concreten
en grupos de poder; es lógico que formen... grupos coyunturales en pro o
en contra de algo, es lógico que se formen grupos de filiación analítica, y
otros grupos, es lógico que muchas personas no pertenezcan a ningún grupo.
Lo que no es lógico es que cada uno de estos grupos pretenda detentar
el monopolio de la verdad o ‘no poder coexistir’ con grupos de distinta orien-
tación o de distinta índole”. (pp. 77-78)
Una consecuencia de estos cambios llevó a una currícula mas libre y a la
creación de un estamento de candidatos, la Mesa de Candidatos, que con
el tiempo se transformó en el primer Claustro de Candidatos.
Si me he extendido en la cita de hechos que algunos de los lectores quizás
conozcan, es porque creo que nos permite reflexionar una vez más en que
los analistas tenemos una riquísima teoria y método para producir modifi-
caciones psíquicas con sus vitales consecuencias, y que a los límites propios
de toda teoría se suman con su propio vigor los que puedan tener tanto los
analistas como los analizandos.

PLURALISMO CIENTÍFICO

En algún momento el “pluralismo ideológico” pasó a llamarse “pluralismo


científico,”2 nominación que se ha mantenido hasta la actualidad.
Pese a estar consagrada por el consenso general, no puedo dejar de señalar
que a mi parecer esta expresión encierra un cierto sinsentido, ¿qué tiene que
ver un pluralismo con lo científico?
¿La existencia de diferentes teorías o posiciones teórico-clínicas en psico-
análisis puede ser calificada de científica? Aún cuando se pudiera entender
que su sentido es que tales posiciones se encuadran en un marco científico,
sigo pensando que es más adecuado hablar de pluralismos teóricos; entonces
deberemos examinar la cientificidad o no de tales teorías, entendiendo el tér-
mino científico como aquello que va de acuerdo a la ciencia, de acuerdo a lo
conocimientos adquiridos por un método determinado, o a diferentes marcos

2 Desconozco el momento en que se produjo ese cambio de nominación.


544 | Amada Lloret

o paradigmas. Así, serán las teorías científicas o no, pero no el pluralismo.


Pluralismo es, pues, a mi entender, aceptar un conjunto de teorías sobre
un tema, opuesto a la teoría única, como expresión tanto de reconocimiento
de nuestros limites personales como de la libertad de pensamiento.
¿Es el pluralismo consecuencia de la complejidad del objeto de estudio?
¿Son diversos acercamientos a aquello difícil de conocer o, tal vez, lo que
en un punto resulta incognoscible? No se trata de verdades, sino de con-
ceptos fundamentales para que una ciencia sea tal, y con los cuales necesi-
tamos acordar para seguir formando un conjunto coherente de pensamiento
que llamamos psicoanálisis: el inconsciente y sus características, la sexualidad
infantil, la historia, la transferencia, el mundo pulsional...
El pluralismo es, pues, teórico, como expresión de la libertad de pensa-
miento, que es el núcleo de nuestra teoria y práctica clínica.
Carlos Mario Aslan (1988), en un trabajo en el que examina nuestro plu-
ralismo, con agudeza clínica y saber teórico puso el acento en el método psi-
coanalítico como uno de los elementos “del fundamento común”, así como en
las teorías compartidas básicas, como los procesos inconscientes, señalando
además que hay un fundamento común en los mismos analistas que tiene que
ver con su misma formación, en especial su propio análisis. Este carácter “sutil”
y “difícil de definir”… “consiste principalmente en una especial actitud, interna
y permanente, de plantearse los problemas; no es una idelogía común y tam-
poco una Weltanschauung, aunque quizá tenga algo de ambas”. Y en un sentido
similar también Horacio Etchegoyen señala: “Es también un hecho indiscutible
que es una ciencia.., y un saber que mantiene su unidad en la pluralidad.
Más allá de la diversidad de nuestro pensamiento hay algo que nos une
a todos y tal vez sea una forma particular de escuchar y de responder, que
llamamos interpretación. Todos los analistas aceptamos un psiquismo in-
consciente y todos la sexualidad infantil y el complejo de Edipo...”.
Entonces, el pluralismo no es sin límites. Debemos considerar como un
elemento de alto valor institucional el poner en juego y examinar la validez
de la multiplicidad teórica, cuál es el punto de lo único y lo múltiple, cuáles
son los fundamentos sin los cuales una teoría no es psicoanálisis, plantea-
mientos que aunque no tengan esperanza de respuesta unívoca, tienen el valor
del cuestionamiento en sí mismo, motor del crecimiento de nuestras teorías.

¿ERA FREUD PLURALISTA?

Esta pregunta responde más un deseo de abrir modalidades de pensamiento


que a la posibilidad de darle respuesta.
Aunque no he examinado aquí esta cuestión de un modo exhaustivo, quiero

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Acerca del pluralismo. El pluralismo en APA | 545

señalar algunas líneas posibles de cómo pensar el pluralismo. Dado que en vida
de Freud no existían otras escuelas – implico en esto un conjunto teórico com-
plejo – que se atribuyeran un modo diferente de pensar y conceptualizar abar-
cando la complejidad teórica y no solo parcialidades, aunque sí muestras de
esa tendencia en cuestiones más puntuales, podemos señalar en base a ellas
que la preocupación de Freud se centraba en el temor de las distorsiones que
su pensamiento pudiera sufrir, y ningún deslizamiento era considerado nimio
en este terreno, “su terreno”, que tanta lucha le había representado; así sus re-
flexiones aunque limitadas pueden ser también líneas de encuadre para nuestras
discusiones. En ese punto sólo mencionaré dos citas que incitan a pensar.
“Cuando las diferencias de opinión rebasan cierta medida, lo mejor es separarse
y seguir cada quién su camino, en particular si la diferencia teórica tiene por con-
secuencia un cambio en la práctica.” (1932, p. 132)
“Es casi un carácter universal de estos movimientos de secesión apoderarse cada
cual de cierto fragmento tomado de la riqueza de motivos del psicoanálisis e inde-
pendizarse sobre la base de ese patrimonio usurpado...”(1932, p. 133).
Freud no se anda con vueltas, el psicoanálisis es “su” riqueza y no la dejará
en manos ajenas, no a la usurpación de los títulos del psicoanálisis, sí a la
aceptación de inevitables otros rumbos.
También en el uso de las palabras era riguroso en defensa de su teoría, “..pri-
mero uno cede en las palabras y después, poco a poco, en la cosa misma” (1921, p. 87)
Creo que, por otra parte, la política de difusión del psicoanálisis que inte-
resaba mucho a Freud no estuvo ajena a un juego de tolerancias y límites.
Pero es sólo a partir del desarrollo del pensamiento freudiano, reelabo-
rado por diferentes autores, que el pluralismo se hace posible en las Insti-
tuciones de formación psicoanalítica.
La misma pregunta acerca de la posición pluralista podríamos plantearnos
respecto a Klein, Lacan, Winnicott... y tal vez sea posible extenderla a cada
psicoanalista que conforma su propio pensamiento identificándose y formán-
dose con alguna corriente que le da su marco de pertenencia teórica sin por
ello excluir otras líneas de pensamiento y su propia conceptualización.
Un tema no menor es el lugar que ocupa hoy la teoria freudiana, si por
un lado es considerado el fundamento, y esto se ve reflejado en las exigencias
curriculares de formación, por otra parte pareciera que pluralismo es tal
en cuanto se oriente básicamente hacia otras teorizaciones: así, permanecer
en el pensamiento de Freud, y no sólo considerarlo como un momento de
origen, se sindica como anacrónico. No confundamos pluralismo psicoana-
lítico con toda teoria que se aparte o reconstruya el pensamiento freudiano.
Me importa agregar que sostenerse en las ideas y palabras de un creador
como Freud también es un acto creativo, es la aceptación de la creatividad
de otro.
546 | Amada Lloret

Esta “creatividad” del lenguaje es también lo que trabajamos junto con


el paciente, es un soporte central de nuestro trabajo, no tenemos interpre-
taciones “listas para usar”.

¿Y POR QUÉ EL PLURALISMO...?

Para acotar, ya que este tema no tiene cierre, encuentro en la posición de


Winnnicott un marco de comprensión de por qué el pluralismo llegó para
quedarse. Winnicott en una carta a M. Klein, pone el acento sobre la ne-
cesidad creativa que se expresa en el lenguaje personal, en el modo de dar
expresión al pensamiento propio, se trata de decir la palabra que tiene sen-
tido para el analista,
“Lo primero que quiero decirle es que puedo advertir cuán molesto re-
sulta que cuando algo se desarrolla en mí por mi crecimiento y mi experien-
cia analítica, deseo expresarlo en mi propio lenguaje. Es molesto porque yo
supongo que todo el mundo quiere hacer lo mismo, y en una sociedad cien-
tífica uno de nuestros objetivos es encontrar un lenguaje común. Sin em-
bargo, este lenguaje debe mantenerse vivo, ya que no hay nada peor que un
lenguaje muerto.” (1990, p. 88).
En relación a esto, no podemos dejar de referirnos al carácter de herme-
néutica que tiene el psicoanálisis en su práctica, en su escucha e interpreta-
ción, que se asientan en un lenguaje propio y compartido a la vez, sin dejar
de ser por ello propios de una ciencia rigurosa en su conceptualizaciones,
sin lo cual no tendría sentido.
Es así que sólo a partir del desarrollo del pensamiento freudiano, reela-
borado por diferentes autores, se hace posible el pluralismo en las Institu-
ciones psicoanalíticas, y en este caso particular que examinamos en APA.
Se suelen mencionar las diferentes lecturas de Freud en el fundamento
del pluralismo. Sin embargo, mi mirada es también la de las “múlltiples es-
crituras de Freud”, en el sentido de su riqueza de ideas y conceptos que con-
forman una red que permite ingresar por diferentes vías y establecer dife-
rentes relaciones, ellas habilitan así una lectura también múltiple. Por
ejemplo, sus dos tópicas fundamentales, y en general todos sus textos, pueden
ser leídos a través de diferentes articulaciones, o bien desde diferentes en-
foques sin por ello apartarse de su texto, y éstas habilitan una multiplicidad
de lecturas que también poseen un límite: cuando hacemos referencia a la
red, aludimos a una contención protectora de la dispersión y el sinsentido.
Pienso entonces que sólo a partir del desarrollo del pensamiento freudiano
reelaborado por diferentes autores es que el pluralismo se hace posible en las
Instituciones psicoanalíticas, y en este caso particular que examinamos en APA.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Acerca del pluralismo. El pluralismo en APA | 547

E. Morin nos ha ofrecido con su conceptualización sobre el pensamiento


complejo un modelo de comprensión de las teorizaciones pluralistas en psi-
coanálisis. “Uno de los axiomas de la complejidad es la imposibilidad, incluso
teórica, de una omnisciencia... el pensamiento complejo está animado por
una tensión permanente entre la aspiración a un saber no parcelado, no di-
vidido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto
de todo conocimiento.” (2001, p. 23)

RESUMEN

Se examinan los distintos sentidos que el pluralismo ha tomado dentro de nuestra


institución, APA, puntualizando el parecer de la autora sobre la concepción plura-
lista a partir del pensamiento mismo de Freud.

DESCRIPTORES: PLURALISMO / INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA / IDEOLOGÍA / CIENCIA.

SUMMARY
Concerning pluralism: Pluralism in the APA

The author examines the different meanings pluralism has acquired in our institu-
tion, the APA, and describes her opinion concerning the pluralistic conception in
the light of Freud’s thinking..

KEYWORDS: PLURALISM / PSYCHOANALYTIC INSTITUTION / IDEOLOGY / SCIENCE.

RESUMO
Sobre o pluralismo. O Pluralismo na APA

Examinam-se os diferentes sentidos do pluralismo na nossa instituição, a APA, pon-


tualizando a opinião da autora sobre a concepção pluralista a partir do próprio pen-
samento de Freud.

PALAVRAS CHAVE: PLURALISMO / INSTITUÇÃO PSICANALÍTICA / IDEOLOGIA / CIÊNCIA.


548 | Amada Lloret

Bibliografía

Aslan, CM El fundamento común en psicoanálisis, Revista de Psicoanálisis 1988-N° 4.


Asociación Psicoanalítica Argentina- 1942-1982
“Programa para una reestructuración de la APA”
Definición Ideológica.
Cuestionamos. Documentos de crítica a la ubicación actual del psicoanálisis. Buenos Aires,
Granica, 1971. / Pg 14-15
Etchegoyen, H El futuro del psicoanálisis entre el
pluralismo y la unidad. Psicoanálisis internacional. API Volumen
18/ 2010.
Freud, S.(1921) Psicología de las masas y análisis del yo. Buenos Aires, Amorrortu.
(1932) Nuevas Conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferencia 34, Buenos
Aires, Amorrortu.
Morin, E. (2001): Introducción al pensamiento complejo, Barcelona
Gedisa.
Winnicott, D.(1990) El gesto espontáneo, Buenos Aires, Paidós.

* Agradezco a los Dres Olga Belmonte Lara y Fernando Weissmann, candidatos de APA
en el momento de los cambios, por sus comentarios y aportes.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Psicoanálisis y Pluralismo1
La institución herética

* Gustavo Enrique Dupuy

Hay muchas variedades de


psicoterapia, Y muchos caminos
para aplicarla. Todos son buenos
si llevan a la meta de la curación.
(Freud, 1905)2

Podríamos decir que una primera manera de pluralismo tiene que ver con
la convivencia en una institución de colegas que sostienen distintos marcos
teóricos referenciales. Si nos alcanza esta modalidad estaríamos más en el
terreno de la tolerancia de la vecindad. En una sociedad en un pueblo mul-
tiétnico puede ocurrir que cada etnia tenga sus colegios, sus templos, sus
sociedades y si avanzamos, casi sus medios de transporte, o que el compartir
el tren no sea más que eso mismo. Podría ser también que cada uno vaya
aprendiendo del otro alguna palabra e incorporando al uso cotidiano ciertos
modismos, o pasos de baile, el tarareo involuntario de una música “ajena”.
En el reconocimiento del semejante, en la diversidad, podría ocurrir que un
día sea horadado el espíritu de cuerpo y que alguno del grupo A diga que
en tal discusión sintió verdadera curiosidad por lo dicho por un B. Que en
una forma de contagio o aprendizaje otros entiendan que un B puede aportar
al pensamiento de un A. Si esto se hace conciente y se puede poner en pa-
labras alguno del grupo A y quizás del B también se pondrá a pensar, y des-
cubrirá que el propio mundo puede conmoverse sin sucumbir. Un tercero
descubrirá la riqueza de esta nueva modalidad. En la discusión uno va a re-
descubrir que cada vez que se estudia y se aprende un nuevo concepto toda
la estructura se conmueve, cada nueva idea que “entra” interactúa con nues-
tro conocimiento y se vuelve a armar/enriquecer nuestra existencia. Este

1 Hereje: Del gr. Haireticós (partidista/sectario) en el sentido de yo elijo, yo escojo, yo


abrazo una idea.
* gudupuy@gmail.com / Argentina
2 Si bien me interesó incluir esta afirmación de Freud, en su artículo continúa precisando
las formas de la terapia psicoanalítica y sus fundamentos.
550 | Gustavo Enrique Dupuy

enriquecimiento reside entre otras cosas en la capacidad de incrementar


nuestra capacidad de elegir, de comprender y comprender-nos. Casi en el
modelo del juego de ajedrez, que un peón varíe su posición hacia otro de
los sesenta y cuatro casilleros del tablero es capaz de conmover las reglas
de fuerza de todo el juego.
En la medida que avanzamos en este esquema poco a poco vamos des-
cubriendo que la sencilla, clara, taxativa diferencia entre A y B va dejando
de ser tal. La diferencia quedará si es un proceso continuo ya como a y b,
esto es, como señal de la singularidad, no como pertenencia sino haciendo
diferencia subjetal.3
En este proceso que nos lleva a pasar de hacer ser con A, descubrirse “b”,
hay, necesariamente una serie de cambios.
En las ideas devenidas cuerpos inconmovibles se estructura la defensa fálica:
ser más, tener más, ser/tener la verdad, el legado directo, verdadero portador
del apellido. La idea del otro es ofensa, obstáculo a nuestra existencia.
No es infrecuente tampoco que el sostenimiento de un cuerpo de ideas
esté respaldado por aplicaciones más concientes del narcisismo como el afe-
rrarse al poder que da ser el referente de tal o cual autor.
Para una institución, renunciar a ser quien fija la currícula de su instituto
y pasar de una pertenencia teórica única al pluralismo implicó, necesaria-
mente una renuncia al narcisismo de sus dirigentes. Esta renuncia no es di-
ferente de aquella imprescindible para el ejercicio del psicoanálisis cuando
hacemos eje de nuestra teoría de la técnica y de nuestra ética en la “vía del
levare” (Freud, 1905, p. 250), cuando abandonamos el lugar del “que sabe”
y del consejero del mejor vivir.
Así planteado, en APA la reforma del 74 no es un proyecto sino un prin-
cipio ético rector. Una forma de garantía.
Cuando se habla de la necesidad de actualizar la reforma a la vista del
proyecto actual, creo que, al no ser aquella modificación institucional pro-
ducto de un nuevo reglamento sino de un cambio de posición ético, no ame-
rita su re/reforma sino nuevas maneras de formulación de las actividades
científicas. Y esto es lo que ya lleva años de laborioso esfuerzo.
¿Por qué algo que es aplicación de una convicción deviene en trabajo?
Desde la perspectiva de la física trabajo es la fuerza necesaria para mover
un cuerpo, éste tiene su propio peso, además está comprendido por la inercia
que es la resistencia.
Lo notable de este estilo es que hace surgir nuevos aires en el trabajo, algunos
realmente francos, favorables, otros con apariencia de nubes de tormenta.

3 El neologismo es mio.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Psicoanálisis y pluralismo. La institución herética | 551

El intento de radicalización del pluralismo, como una práctica activa, (me


gusta abusar del neologismo de Cabral), es puesta en escena de la TOLE-
RANSIA (2009). Lo que encontramos en este ejercicio es que, cuanto más
radicalmente se trabaja el pluralismo con más virulencia se ponen en evi-
dencia las resistencias a éste, aún en muchos que intelectualmente han jugado
su convicción y existencia sobre el tema.

¿UN PSICOANÁLISIS ACTUAL?

La idea que el diván, las cuatro sesiones semanales y que el análisis transcurre
en la interpretación de la transferencia es “de antes” implica de hecho la cre-
encia de que debemos ir haciendo evolucionar la teoría acorde a nuestras
“adaptaciones” del presente, sin animarnos a descubrir que muchas de ellas
no son otra cosa que la renuncia a observar y analizar nuestras propias re-
sistencias.
Aún así surgen, como siempre, teorías que justifican estos cambios. Siem-
pre las “nuevas verdades” vienen avaladas por nuevos asertos teóricos. Pero
como son palabras que avalan nuevas praxis, el pluralismo, para serlo, debe
poner a jugar la discusión acerca de ellas.

PLURALISMO O “TODO VALE”

Hace años hablábamos con un colega acerca de que es más fácil llenar las
horas del consultorio en épocas de crisis económica y gran cantidad de oferta
psi con tratamientos más light. Creo que es cierto ya que la razón está ín-
timamente ligada a que el trabajo psicoanalítico lo es contra resistencia del
paciente y, fundamentalmente, del analista. Nuestras propias resistencias
conducen a veces a aumentar la oferta, y si el paciente no busca psicoanálisis,
podemos ofrecer alguna técnica alternativa. No estoy hablando de un ca-
mino en el que a veces acompañamos al paciente desde su demanda por su
padecer hasta el ingreso al trabajo psicoanalítico.
Hay veces en que el sufrimiento del paciente es tan importante que arrasa
la palabra, en este caso veremos como opera el psicoanalista.
En tiempos en que algunas disciplinas biológicas van descubriendo incluso
validaciones a las hipótesis freudianas enunciadas en el ‘Proyecto’ y posterio-
res, si pensamos en los sabios de la antigüedad que abarcaban en su búsqueda
todas las disciplinas de lo humano, vemos que la curiosidad de quien se inte-
rroga es siempre pluralista y siempre avanza venciendo resistencias.
552 | Gustavo Enrique Dupuy

EL LÍMITE DE LA TOLERANCIA

Estamos autorizados para pensar a Freud como ejemplo de pluralismo. Cabe


en sus textos el del acápite de este trabajo en que la tolerancia hace eje en la
mejoría del paciente sin importar el camino a seguir. Vemos a lo largo de su
obra la interacción con toda la intelectualidad de la época e incluso expresarse
con admiración hacia otros autores que, habiendo tomado algunos puntos de
su teoría, llegan a conclusiones en cierta medida diferentes. El apoyo a Grod-
deck es un ejemplo. Fuera del proceso de elaboración de la teoría y ya en el
ruedo del “movimiento psicoanalítico” también lo podemos leer como un apa-
sionado e implacable defensor de las premisas del psicoanálisis en contra de
quien pudiera edulcorar los tratamientos o la etiología de las neurosis.

PLURALISMO Y ECLECTICISMO4

La importancia de diferenciar ciertos excesos del eclecticismo del concepto


de pluralismo es fundamental ya que la institución psicoanalítica, a mi en-
tender, debe fijar ciertas premisas acerca de los acuerdos básicos que nos
permiten pensar al psicoanálisis y, desde ese lugar, contemplar la riqueza
que implica la convivencia de intercambio activo de los distintos referentes
teóricos del psicoanálisis.
El eclecticismo tiende por definición a una síntesis que intenta borrar
aristas y por momentos pasiones de opuestos. Podríamos decir que es con-
ciliadora y tendría de esta manera un mayor consenso en los que creemos
en la bondad como herramienta (me incluyo en la ironía). Pero… acá es
donde trato de ser fiel a la idea que motivó este trabajo, es justamente la
reivindicación del desacuerdo lo que enaltece al pluralismo.
Y así fue como Dios nos hizo a su imagen y semejanza, es la frase que en
un bello dibujo de Fontanarrosa, un hipopótamo mamá le dice a su hijito.
La importancia de este dibujo radica en que refleja la apetencia de cada
hombre que aborrece la renuncia de ser el hijo dilecto de Dios, ser Dios
mismo. Nos muestra por el absurdo la banalidad de esta apetencia.
La infinita proliferación de instituciones psicoanalíticas, aún en agrupa-
mientos que comparten la adhesión al mismo referente teórico muestra al estilo
del narcisismo de las pequeñas diferencias que ésta responde a diversos amos.

4 Tendencia de la mente de un pensador a conciliar las diferentes visiones o posiciones


tomadas con relación a problemas; o bien un sistema en filosofía que busca la solución
de sus problemas fundamentales seleccionando y uniendo lo que considera como cierto
en las varias escuelas filosóficas.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Psicoanálisis y pluralismo. La institución herética | 553

La idea del pluralismo está íntimamente ligada desde su virtud y desde


su obstáculo al concepto de verdad. La convicción acerca de la existencia
de “una verdad” es ferozmente conmovida por el pluralismo.

PLURALISMO Y VERDAD SON METAS A LAS QUE SÓLO SE PUEDE TENDER

Aún quienes estamos convencidos del pluralismo como la única modalidad


valida compatible con la institución psicoanalítica, vemos una y otra vez
como la resistencia nos pone obstáculo.
La intolerancia siempre asienta en la creencia acerca de la existencia de
“la verdad”, de una verdad que se posee o a la que se puede arribar.
Gianni Vattimo dice:

“… el hecho de no tener más la ilusión de lo que es la verdad, es casi como


decir adiós a la violencia. (…)Es decir, la verdad objetiva pertenece a quien
ostenta el poder. (…) La ideología de la criminalización del disenso es la que
triunfa en la globalización. Y ése es sin duda uno de los motores del discurso
sobre la verdad.
¿Por eso concluye que la verdad absoluta es más un peligro que un valor?
Lo que quiere decir, ya no hay verdad absoluta. ¿Cómo hacemos? Para vivir
en sociedad, necesitamos un acuerdo.” (Pavón, 2011)

El sostenimiento de la incertidumbre, de la discusión permanente, de la


apertura nos va dejando en orfandad y, por lo tanto, presa de una angustia
que nos impulsa casi naturalmente hacia el refugio de las certezas, los fun-
damentalismos y las creencias duras. Podríamos por ejemplo armar un ejér-
cito de analistas que defiendan con las armas el valor de la incertidumbre
valga la figura casi ridícula.

PLURALISMO Y ESPÍRITU DE CUERPO

El espíritu de cuerpo es una posición de orgullo de pertenencia que pone


límite a la búsqueda de toda verdad. Digo con precisión que que la verdad no
exista no implica la renuncia a su búsqueda como posición de la ética y de la
ciencia. En opinión de Cabral, en la pertenencia institucional alcanza la con-
ciencia de “lo fraterno” para que el que queda afuera devenga enemigo.
El dominio de la incertidumbre y la convivencia de toda subjetividad psi-
coanalítica producen caída de las fronteras. Extienden los límites de nuestra
casa a la casa de todos. La orfandad referida arriba implica de hecho una
554 | Gustavo Enrique Dupuy

pérdida y la tentación permanente de caer en las certezas. ¡Qué represen-


tación tan perfecta de la resistencia!
El obstáculo al pluralismo es la resistencia, de la misma naturaleza que
lo es la que convoca al trabajo psicoanalítico.

ALGUNAS IDEAS ACERCA DE LA INCERTIDUMBRE

No estamos hablando de la ausencia de ideas ni de conocimientos. Tampoco


de la ausencia de principios que nos unifican entre “los psicoanalistas”. El
tema es qué cantidad de certezas albergamos, ya que éstas, contrariamente,
se convierten en nuestro refugio y, finalmente, en la cárcel de nuestro pen-
samiento. Cuando nuestros esquemas referenciales se convierten en co-
lumna vertebral del ser, toda objeción, toda invitación a confrontar con otras
teorías deviene en peligro cierto para nuestra existencia, para nuestra inte-
gridad. El otro es otro de amenaza, aquí se funda al estilo de su utilización
religiosa la idea de que el concepto de hereje pasa de ser una virtud a ser un
pecado. Hereje, desde sus orígenes quiere decir “el que elige”. Pocas palabras
pueden ser tan substanciosas para el psicoanálisis ya que su objetivo tiene
que ver con la posibilidad de incrementar la libertad del sujeto, en este sen-
tido promover a un hombre que elija, fundamento de la subjetividad.
Julia Kristeva (2009) Habla de esa increíble necesidad de creer que nos
acompaña en la vida como tributaria del sentimiento oceánico y de la iden-
tificación primaria previa a toda catexis de objeto. “ “Yo” (je) sólo soy si soy
reconocido (a) por una autoridad amada” (pag. 21)
El modelo del Cartel creado por Bion y Rickman en 1942, que es luego
tomado por Lacan, (Laurent 1996) tiene una premisa fundamental, la au-
sencia de coordinador y otra que se refiere precisamente a lo que quiero
decir, el objetivo no es acordar sino lograr un intercambio que permita a
cada participante preguntarse a través de las intervenciones propias y del
otro. La producción escrita en este sistema es individual y, repito, la premisa
es la renuncia a una conclusión común, el sostenimiento del otro singular.
Hay dos temas fundamentales que producen las fracturas en las institu-
ciones, la primera no es la que nos ocupa hoy y tiene que ver, al estilo de lo
que suele verse en la naturaleza, con el hecho de que un organismo, al ad-
quirir cierto tamaño, excede la posibilidad de mantenerse uno sin burocra-
tizarse en exceso. La que sí nos interesa es la que nos permite ver la infinidad
de instituciones psi que tenemos en Buenos Aires, muchas de las cuales per-
fectamente podrían ser parte de la nuestra o, agruparse entre sí ya que hay
argumentos teóricos que los unen, más no es así, en la mayoría de los casos
en virtud de la posición de quienes sostienen estas ideas.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Psicoanálisis y pluralismo. La institución herética | 555

En el ambiente de la infancia con vecinos de familias religiosas, la con-


dición del ateo era la del extraño, la de quien no tenía bautismo, y era enun-
ciado como una falta, algo del orden del defecto. De cualquier manera, aùn
sin necesitar de verdades de la religión algo de la certeza se filtraba en esta
condición, aunque los beneficios, la conjura del miedo a la muerte y de la
muerte misma fueran inconscientes. La certeza que se filtraba era la del
ateismo como idea fuerza.
Si recorremos el concepto de bautismo, tiene el sentido de la consagra-
ción previo perdón de dios por el pecado original, tal como otros ritos ini-
ciáticos tienen el sentido de quedar protegidos, albergados por un ser su-
perior representante del padre supremo.
De manera similar actúa la pertenencia a una institución. Hace poco vi
el prospecto de unas jornadas en cuya la lista de participantes, que adherían
teóricamente a un autor, cada nombre estaba seguido del nombre de la ins-
titución a la que representaba, algunas poco numerosas y otras menos aún.
Los nombres institucionales figuraban como los apellidos de los estudiosos
colegas que presentaban sus ponencias.
El nombre del autor al que todos adherían no alcanzaba para reunirlos cre-
ativamente bajo un techo. Considero que esto no es ni bueno ni malo, pero es
interesante puesto que, a mi entender, aporta a esta idea que proponemos.

PLURALISMO, DEMOCRACIA Y DEMOS-KRATOS5

La verdad no se vota. A nadie se le ocurriría someter a votación el punto de


fusión del hielo. Sin embargo, cuando proponemos una institución plura-
lista, estamos hablando de una institución democrática en el sentido de pro-
mover la participación de todos sin segregar a quienes piensen diferente el
psicoanálisis.

El aspecto democrático, desde lo formal, se satisface con la elección pe-


riódica de sus dirigentes. Quienes detentan la responsabilidad de la conduc-
ción no se arrogan, o, no deben hacerlo, detentar la verdad y constituir la
única fuente teórica y clínica del psicoanálisis.

5 La democracia no otorga razón, sólo protege a la primera mayoría de no ser gobernada


por minorías. En El enemigo del pueblo de Ibsen, vemos hasta qué punto la mayoría puede
decidir por la abolición de la verdad. Si tomamos el discurso de Bruto y Marco Antonio
en Julio Cesar de Shakespeare vemos la labilidad de la decisión de la mayoría atrapada
por la seducción del discurso del líder y la independencia absoluta de verdad y/o bondad
con lo que triunfa.
556 | Gustavo Enrique Dupuy

Cuando nuestra institución decide abrir el juego a través de la reforma del 74,
se produce un sismo tal como si no fuera otra cosa que una religión instituida.
El punto es que la Reforma no es un nuevo reglamento sino que, muy
por el contrario, abre a la diversidad. Abre la puerta a todos los autores psi-
coanalíticos o a todos los autores a los que alguien llame psicoanalíticos. La
reforma en sí, desde su letra es como un sistema autolimpiante, me animo
a decir tal como el psicoanálisis.
Desde la física, el trabajo siempre es contra la resistencia. El trabajo psicoana-
lítico también lo es, en él la resistencia no es obstáculo sino su misma materia.
De la misma manera que la incertidumbre es un bien inestable ya que,
tal como en un pozo el agua tiende a nivelarse, la libertad es un camino ya
que en cada esquina amenaza la tentación del refugio de las creencias y del
espíritu de cuerpo.
¿No nos genera acaso cierta rivalidad la presencia de otras instituciones?
¿No es acaso la política psicoanalítica, claramente y a la vista, un juego
en el que el poder tiene su protagonismo? Este protagonismo ¿está siempre
amparado en las férreas y sinceras convicciones, o no será que es fácil ver
las apetencias narcisistas, los juegos de nombres y protagonismos en el in-
terjuego institucional?
Y, puertas adentro, en un sistema pluralista tal como trabajamos ardua-
mente por sostener en APA, ¿no vemos acaso en grupos, la tendencia a armar
pequeñas familias? Recordemos la cita de Cabral, mencionada más arriba,
“alcanza con que aparezca el concepto de lo fraterno para que el ajeno de-
venga en enemigo”.
Decíamos antes que la incertidumbre es un estado inestable, no lo es
menos la libertad y el pluralismo, ya que sumen a quien adhiere a la máxima
orfandad, sin bautismo, sin la protección de ser recibidos al final del camino
por quien nos salve de la muerte.
No me cabe la menor duda de que algunas instituciones que siguen a un
autor y líder serían impensables si no fuera porque la enorme mayoría de
los miembros adhieren incondicionalmente al líder.
Aún en caso de que esto sea un análisis correcto de la situación, me parece
que la verdadera libertad de pensamiento es el más inestable de los estados
y requiere que sigamos insistiendo varios años más y al mismo tiempo cu-
rándonos a nosotros mismos de las tentaciones de la verdad.

HEREJE VIENE DE “HAIRESIS” SIGNIFICA EL QUE ELIGE

Producto del uso desde el fundamentalismo doctrinario, queda claramente


asimilado “el que elige” como impertinente, equivocado, desacertado, in-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Psicoanálisis y pluralismo. La institución herética | 557

jurioso, agresivo, subversivo, palabra ésta alrededor de la cual podríamos


fundamentar toda esta discusión. El fundamentalismo en la teoría o en la
clínica psicoanalítica dentro de las políticas institucionales, ¿no es acaso hijo
del mismo padre omnipotente y dueño absoluto de la verdad?

Y así fue como estando Galileo Galilei,


renunciando a sus convicciones y a sus
creencias ante los señores de la Iglesia…
Con el pede calpestrando la terra, ha detto6
E PUR SI MUOVE

RESUMEN

El trabajo hace un recorrido por los conceptos de pluralismo ideológico e institu-


cional, eclecticismo, democracia, verdad.
El planteo central apunta a demostrar que el pluralismo como ejercicio pleno de la to-
lerancia con intercambio activo con otros referentes teóricos es interferido por las mis-
mas resistencias que vemos en el ejercicio del psicoanálisis. Que la posición de pluralismo
pleno exige la permanencia en la incertidumbre como posición y que este es un estado
inestable que vacila permanentemente tendiendo a la búsqueda de certezas como refugio
de la propia existencia. Que la búsqueda del pluralismo y de la verdad es una posición
aún conociendo los límites de su logro. Que el camino del pluralismo no difiere de la
convicción con que se sostiene la posición analítica acerca de la Vía di levare.

DESCRIPTORES: INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA / VERDAD / TOLERANCIA / INCERTIDUM-


BRE / DEMOCRACIA.

SUMMARY
Psychoanalysis and Pluralism. The heretical institution.

The author reviews the concepts of ideological and institutional pluralism, eclec-
ticism, democracy and truth.
The central thesis aims to demonstrate that pluralism, as a free exercise of tolerance
with active interchange with other theoretical referents, encounters interference
from the same resistances found in the practice of psychoanalysis. Thus, a position
of full pluralism requires us to hold to a position of uncertainty, an unstable state

6 Con el pie golpeando la tierra, ha dicho. Sin embargo se mueve


558 | Gustavo Enrique Dupuy

that constantly vacillates and tends to search for certainties as a refuge for existence.
The search for pluralism and the truth is a position, even as we recognize the limits
of its achievements. The road of pluralism is no different from the conviction sup-
porting the analytic position in regard to the ‘via del levare’.

KEYWORDS: PSYCHOANALYTIC INSTITUTION / TRUTH / TOLERANCE / UNCERTAINTY /


DEMOCRACY.

RESUMO
Psicanálise e Pluralismo. A institução herética.

O trabalho trata sobre os conceitos do pluralismo ideológico e institucional, ecleti-


cismo, democracia e verdade.
O objetivo principal é demonstrar que o pluralismo como exercício pleno da tole-
rância com intercâmbio ativo com outros referencias teóricos sofre as mesmas re-
sistências que vemos no exercício da psicanálise. Que a posição de pluralismo pleno
exige a permanência na incerteza como posição e que este é um estado que não é es-
tável, que vacila permanentemente na busca de certezas como refúgio da própria
existência. Que a busca do pluralismo e da verdade é uma posição embora conheça
os limites de sua conquista. Que o caminho do pluralismo não difere da convicção
com que se sustém a posição analítica sobre a “Via di levare”.

PALAVRAS CHAVE: INSTITUÇÃO PSICANALÍTICA / VERDADE / TOLERÂNCIA / INCERTEZA


/ DEMOCRACIA.

Bibliografía

Cabral, A. (2009). Lacan y el debate por la contratransferencia, Buenos Aires, Letra Viva.
Corominas, J (1961) Diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, Gredos.
Enciclopedia Católica Copyright © ACI-PRENSA Nihil Obstat, March 1, 1907. Remy
Lafort, S.T.D., Censor Imprimatur +John Cardinal Farley, Archbishop of New York.
Freud, S. (1905), “Sobre psicoterapia”. O.C., T. VII, pag. 249., 1978, Buenos Aires,
Amorrortu.
Groddeck, G. (1919) El libro del ello, Sudamericana, 1978, Buenos Aires.
Kristeva, J. (2009) Esa increíble necesidad de creer, Buenos Aires, Paidos.
Laurent, E. 1996 La pragmática del grupo y el más-uno, Más uno n° 1. EOL, Bs.
As., Julio.
Pavón, Héctor, Entrevista a Gianni Vattimo, publicada el Clarín del 4 de junio de 201

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos.
Del Tiempo del Apremio de la Vida al Tiempo del
Deseo. Del Tiempo del Narcisismo al Tiempo del Ideal1

* Paola Alejandra Machuca

I- INTRODUCCIÓN

A lo largo de la historia, la relación del ser humano con el tiempo ha sido


experimentada y pensada de distintos modos, dando origen a múltiples con-
ceptualizaciones. El enigma sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de
una existencia hecha historia, ha desvelado al sujeto desde siempre.
El tiempo simbólico es el punto de amarre de la subjetividad, el horizonte
desde el cual el hombre puede pensarse a sí mismo en una continuidad exis-
tencial. Por este motivo, nos propondremos desarrollar algunas de las tem-
poralidades presentes en la obra de Sigmund Freud, intentando establecer
un diálogo fecundo con algunos de sus trabajos.
En la primera parte de la monografía abordaremos el paso del tiempo
del apremio de la vida al tiempo del deseo. Para ello trabajaremos sobre la
descripción freudiana de la primera vivencia de satisfacción, cuyo resto es
la atracción hacia el objeto de deseo. Las fallas en las funciones anaclíticas
de los padres dejarán al infans a merced de la tensión de necesidad y con un
déficit a nivel de las representaciones. Lo no inscripto quedará como hueco
no historizado y lanzará al sujeto a la repetición ciega.
En relación a esto, también reflexionaremos sobre la función del placer y
de la frustración en la génesis de la representación del tiempo, categoría que
sólo puede ser pensada en el espacio potencial entre el infans y el objeto ma-
terno. Así, el objeto perdido lanza al ser humano a la búsqueda incesante de
su reencuentro, para lo cual será necesario que éste haya podido aceptar que
aquélla se realice a través de objetos sustitutivos. Esto último presupone al
menos dos condiciones: que haya predominado el placer en el encuentro con

1 Premio “Baranger-Mom” 2009-2010, a la mejor monografia individual y/o tesis indi-


vidual realizada por los colegas en formación del Instituto de Psicoanálisis “Angel
Garma” de la Asociación Psicoanalítica Argentina
* paola_machuca@yahoo.com.ar / Argentina
560 | Paola Alejandra Machuca

el otro, previo a su pérdida, y que el sujeto pueda tolerar el dolor por su ausencia.
En este sentido, veremos cómo la posibilidad de construir una historia y tem-
poralizar la experiencia implica la aceptación de los duelos que la vida conlleva.
Asimismo, trabajaremos con la hipótesis de que la construcción de la tem-
poralidad coexiste con la estructuración psíquica.
En la segunda parte, analizaremos el paso del tiempo del narcisismo al
tiempo del Ideal del Yo. Mientras que el narcisismo tanático buscará des-
mentir el paso del tiempo y la aniquilación del deseo configurando un tiempo
circular y repetitivo en un eterno presente, el Ideal del yo, en tanto sustituto
del narcisismo infantil y heredero del Complejo de Edipo, se constituirá
como organizador de una temporalidad prospectiva. El duelo por el yo ideal
y por los padres de la infancia, le permitirá al sujeto la búsqueda de un objeto
exogámico y la posibilidad de situarse en un tiempo trascendente y simbó-
lico, encontrando su lugar en el tiempo de las generaciones. Por ello, ter-
minaremos con algunas reflexiones acerca del tiempo de la finitud.
En nuestro recorrido nos encontraremos con el memorioso Funes, el
joven Narciso y la ninfa Eco, y finalmente, con el astuto Ulises. Estos per-
sonajes de la mitología y de la literatura representarán distintas posiciones
subjetivas en relación a los propios deseos omnipotentes, las que darán ori-
gen a diferentes temporalidades.

II- DEL TIEMPO DEL APREMIO AL TIEMPO DEL DESEO

ACERCA DE LOS ORÍGENES: EROS Y ANANKÉ

Podemos considerar la primera vivencia de satisfacción descripta por Freud


en el Proyecto de psicología (1895)2 y luego en La Interpretación de los sue-
ños (1900), como un mito de los orígenes del psiquismo humano, un intento
por dar respuesta al enigma que plantean los comienzos del sujeto. Aquella
descripción permite explicar el proceso por el cual los estímulos endógenos
se ligan a representaciones y devienen en deseos gracias a la acción efectiva
y deseante de un otro. De esta manera, podemos trazar el paso del tiempo
del apremio de la vida al tiempo del deseo.
El tiempo del apremio corresponde a la tensión de necesidad, y es previo
a cualquier ligadura representacional. Está caracterizado por la necesidad
de descarga de la excitación, por la urgencia y la perentoriedad. Es un tiempo
fragmentario, instantáneo y fugaz.

1 Para mi lectura del Proyecto… fue de gran utilidad el trabajo que Valls, J. (2004) realiza
sobre el mismo.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 561

La vivencia de satisfacción3 en la que el otro, como asistente ajeno, realiza


la acción específica en lugar del infans desvalido, deja tras sí un entramado
de huellas que constituyen ya una red representacional de cierta complejidad.
Así, lo que era pura cantidad biológica (tiempo del apremio) adquiere la
cualidad que le confiere la representación. La presencia amorosa y el deseo
de vida de la madre rescatarán al infans del más allá arrepresentacional cuan-
titativo, lo liberarán de la inmediatez del instante y le regalarán el tiempo del
deseo. Y entonces, el primer grito del niño devendrá en llamado a su madre.

EL (DES) ENCUENTRO DE LOS TIEMPOS

Asimismo, podemos considerar aquella vivencia como el (des) encuentro entre


los tiempos del sujeto y los del otro: encuentro entre el tiempo histórico del
objeto, y el sujeto y su desvalimiento, que en el tiempo dará origen al tiempo.
Entrecruzamiento de una pluralidad de tiempos: el actual y real, el del deseo
del objeto; el del apremio de la vida del infans; el de las generaciones que lo
precedieron y que lo ubican en un sistema de filiación; el cultural y social; los
tiempos y ritmos del cuerpo pulsional y erógeno. Distintos antes y ahoras que
se irán entretejiendo de una forma singular en el tiempo subjetivo. Es en estas
temporalidades heterogéneas donde se irá estructurando el psiquismo.
El tiempo simbólico será la transformación de aquel primer tiempo ins-
cripto en el cuerpo a través de los intercambios entre el niño y su madre.
Así, si la repetición caracteriza la temporalidad propia de las pulsiones, la
temporalidad del cuerpo erógeno va a estar marcada por aquél primer otro,
que erogeniza y se sustrae de la satisfacción prometida. Y es en este sustraerse
del objeto que se crea el tiempo de la espera y el anhelo de reencuentro con
el objeto amado. Para ello será necesario que la propia madre esté atravesada
por la castración simbólica.
En este sentido, el juego de presencia-ausencia con la mamá representado
por el juego del Fort-Da, va a inaugurar un espacio-tiempo potencial donde
serán posibles ulteriores discriminaciones, así como el poder tolerar pro-
gresivamente la espera al transformar la tierra desolada de la ausencia, en
promesa de futuros encuentros. La presencia del otro como portadora de
vida, su ausencia como sinónimo de muerte dado el desamparo inicial del
infans, proclaman la necesidad del otro para la existencia, pues el objeto es
tanto contingente y condicional, como necesario.

3 Esta vivencia estaría conformada por la sensación placentera, la imagen mnémica del
objeto y de las acciones realizadas junto a él.
562 | Paola Alejandra Machuca

Es interesante observar que Freud (1905) señala que el carácter rítmico


de los estímulos es una de las condiciones que éstos deben cumplir a fin de
producir placer. De la misma forma podemos pensar que el juego de pre-
sencia-ausencia que la madre propone también debe seguir un determinado
ritmo. Así, la ausencia introducirá una diferencia, un corte en la experiencia
temporal subjetiva, pero al comienzo aquélla no tendrá que ser demasiado
extensa para que pueda sostenerse la representación del objeto y el deseo a
ella ligado, y para que la experiencia total pueda inscribirse en el registro
del placer-displacer.
Los ritmos en las experiencias de placer y de frustración remiten a su vez,
a la serie continuidad-discontinuidad. El otro tiene una presencia discontinua,
del mismo modo en que existe una dis-continuidad entre el sujeto y el objeto.
Así, los espacios entre las experiencias de placer y de dolor, entre los en-
cuentros, las ausencias y las esperas, van construyendo un tiempo hetero-
géneo, grabando sus marcas, componiendo ritmos, dibujando secuencias.
Son estas marcas, en su articulación, las que permiten tanto la experiencia
de continuidad en el sujeto como la de cambio.

EL TIEMPO DEL DESEO Y EL TIEMPO DE LO INASIBLE

En la Carta 52 Freud hace referencia a “aquel otro prehistórico inolvidable


a quien ninguno posterior iguala ya” (1896, p.280). Aquel primer otro an-
terior a toda palabra, y por eso prehistórico, deja su marca indeleble en el
sujeto. Así, el objeto perdido-causa del deseo traza las huellas en las que se
insertarán los objetos sustitutivos. Es la falta de identidad de los objetos ul-
teriores con aquel otro primordial, por el imposible retorno de lo igual, la
que lanza al sujeto a la repetición. Esta paradoja marcará la temporalidad
humana, la que se constituirá en la irresoluble dialéctica entre lo antiguo y
lo nuevo, entre la repetición y la creatividad. Y es en esta diferencia entre
el placer anhelado y el posible, entre lo que se pierde y lo que se recrea, que
se engendra el tiempo futuro. Entonces podemos afirmar que el tiempo del
deseo es también el tiempo de la esperanza y de la espera.
Por el contrario, el narcisismo como expresión de la pulsión de muerte
buscará el retorno a la fusión con el otro prehistórico en un movimiento
circular y repetitivo.
En el Proyecto Freud describe la vivencia de dolor y el dolor con una ex-
plicación metapsicológica predominantemente económica. Esta doble re-
ferencia podemos pensarla como correlativa a una distinción entre ambas.
Sostiene que en la primera se constituye una vivencia cuyo resultado es la
inclinación a desinvestir la imagen mnémica del objeto hostil y la tendencia

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 563

a la descarga, y la opone a la experiencia de satisfacción, cuyo “resto” es la


“atracción hacia el objeto de deseo” (p.367). Es decir, en ambas vivencias
existen representaciones aunque de significado opuesto, las que se inscriben
dentro del principio placer-displacer.
Mientras que “el dolor deja como secuela en psi unas facilitaciones du-
raderas, como traspasadas por el rayo…” (p.352), como resultado de canti-
dades hipertróficas que perforan los dispositivos-pantalla. Definido así, el
dolor sería pura cantidad no cualificable y sin representación psíquica, y po-
dríamos ubicarlo del lado del trauma puro.
Por lo tanto, si en los orígenes de la vida el objeto, por su ausencia o por
su hiperpresencia, no cumple la función primaria de protector antiestímulo,
deja al niño a merced de la tensión de necesidad con la consiguiente ten-
dencia a repetir la vivencia de desamparo, la avasalladora invasión cuanti-
tativa y con un déficit a nivel representacional. Así, lo no inscripto queda
fuera del tiempo, y lanza al sujeto a la repetición ciega y a un dolor sin nom-
bre. En este sentido, Baranger, Baranger y Mom (1987) describen al sujeto
del trauma puro como un sujeto sin historia o con huecos no historizados.
Si no predominó el placer en las experiencias con el objeto, previas a su
pérdida, el duelo no podrá realizarse por la imposibilidad del individuo de
simbolizar la ausencia, y el sujeto quedará anclado en el Tiempo del Ananké.
Por otra parte, podemos pensar que en toda historia subsistirá algún resto
que se “resiste” a la historización y que retornará en la repetición.

LAS HUELLAS DEL TIEMPO

“…Una cosa que vimos en cierta época, un libro que leímos,


no sólo permanece unido para siempre a lo que había en torno nuestro;
queda fielmente unido a lo que nosotros éramos entonces.”
M. Proust. El tiempo recobrado

La historia humana se irá inscribiendo en distintas temporalidades, las que


obedecen a registros heterogéneos e inalcanzables en su totalidad por la
conciencia. Este descubrimiento freudiano se opone a la idea de un tiempo
homogéneo, lineal y progresivo.
En la Carta 52 Freud piensa la memoria como el resultado de múltiples
inscripciones de la experiencia en un sistema de diferencias entre represen-
taciones, el que estará encarnado en un cuerpo pulsional (Canteros, 2007).
En dicho texto Freud describe el permanente trabajo de transformación que
realiza la memoria, sin que por ello las inscripciones pierdan sus caracterís-
ticas originales. Postula que existen al menos tres transcripciones: los signos
564 | Paola Alejandra Machuca

perceptivos, las representaciones-cosa y las representaciones-palabra.


Rousillon (2006) plantea que cada reinscripción es una forma de memoria
de la experiencia anterior y que cada nuevo nivel representacional implicaría
una transformación cualitativa respecto al anterior.
Los continuos reordenamientos y retranscripciones4 permitirán alcanzar
nuevas producciones de sentido y resignificaciones a través del tiempo (evo-
lución de la libido, zonas erógenas con su correspondiente relación de ob-
jeto, desarrollo cognoscitivo, etc).
El lenguaje hará posible el recuerdo (memoria re-memorable) así como la
percepción conciente de la actividad psíquica, lo que permitirá que los pensa-
mientos también puedan ser recordados. Por ende, a partir de la adquisición
de la palabra, la experiencia podrá ser albergada en el registro de lo simbólico.
Esto último supone un trabajo de metaforización del objeto y el poder tolerar
el dolor por su ausencia. En este sentido, la palabra cumple una función in-
termediadora entre el sujeto y el objeto, y le ofrece al hombre tanto la posibi-
lidad de recordar como la de situarse y comprenderse en un tiempo histórico.
Si lo que predominó en el encuentro con el otro fue el placer, crecerá el
acervo representacional del sujeto (pues toda representación es siempre re-
lacional), y se complejizará el aparato psíquico. Varios años más tarde Freud
dirá que el fin de Eros consiste “en producir unidades cada vez más grandes
y, así, conservarlas, o sea, una ligazón” (1938 p.146); podemos pensar que
ésta es también la función materna.
Pero cada nueva marca puede no alcanzar a inscribirse por completo en
los sistemas simbólicos. Así, las huellas mnémicas al ser investidas podrán
devenir representaciones y articularse en fantasías o subsistir como marca,
como resto inasimilable de la experiencia. En la Carta 52 Freud trabaja
la“falta de traducción” entre los distintos sistemas, ésta implicaría la con-
servación del modo de funcionamiento del tiempo primero de su inscripción.
Por ende, podríamos afirmar que el déficit simbólico o las fallas en la ins-
cripción psíquica alterarán la construcción de la temporalidad: el sujeto sub-
sistirá en la inmediatez del instante o requerirá de la presencia efectiva y
continua del objeto, de quien también dependerá para la organización de
su propia temporalidad, buscando repetir de esta manera la modalidad vin-
cular que predominaba en la época previa a la adquisición del lenguaje.
Lo dicho anteriormente nos permite afirmar que la construcción de la
temporalidad coexiste con la estructuración psíquica, pues es en la inscrip-
ción misma de las experiencias que se irán construyendo, sincrónica y dia-

4 Luego Freud (1915) dirá que lo que existe es una inscripción investida de un modo di-
ferente, una mudanza en la investidura.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 565

crónicamente, el tiempo y el espacio.


Asimismo, las distintas formas de memoria y temporalidades, no deben
ser entendidas desde una perspectiva evolutiva; antes bien, cada una de ellas
complejizará y enriquecerá el aparato psíquico.
Lo interesante de la propuesta freudiana es la posibilidad de una continua
historización de las inscripciones5. La historia singular y la forma en que el
sujeto se vinculará con el tiempo no son pensables sin tener en cuenta los
modos en que se van inscribiendo, repitiendo, re-memorando y resignifi-
cando los acontecimientos de su vida, y éstos siempre estarán atravesados
por el deseo. Freud (1900) dirá que sólo un deseo puede impulsar a trabajar
a nuestro aparato psíquico.
Podemos pensar que se recuerda para conservar algo de lo perdido, para
recrear algo de lo añorado, para luego poder olvidarlo y al fin, para reen-
contrarlo, pero de otro modo.

ACERCA DE “PRINCIPIOS”, IDENTIDADES Y TEMPORALIDADES

Retomemos una vez más la descripción de la vivencia de satisfacción. Freud


sostiene que luego de haberse constituido esta primera experiencia, y al re-
aparecer el estado de tensión, se va a recatectizar la imagen del objeto que
procuró la satisfacción de la necesidad y se producirá una alucinación. Pero
en la satisfacción alucinatoria de deseo perdura el estado de excitación, y si
se desencadena el acto reflejo será inevitable el desengaño. Esto coloca al
psiquismo frente a la necesidad de representarse tanto los aspectos placen-
teros como displacenteros del mundo exterior y de los objetos, así como la
de postergar la satisfacción a fin de poder actuar sobre ellos en su búsqueda
de placer. La acción inhibitoria del yo impedirá la recatectización de aquella
primera imagen del objeto, el proceso secundario privilegiará la ligazón
entre las representaciones independientemente de las intensidades de éstas.
De allí en más sólo serán posibles realizaciones vicariantes del deseo.
Lo dicho anteriormente nos conduce a plantear el papel de la frustración
para el desarrollo del psiquismo, y por ende, para la génesis del deseo y de la
representación. Freud (1925) sostiene que es la pérdida del objeto que procuró
la satisfacción objetiva la que determina la instauración del principio de realidad.
De esta manera, aparece nuevamente esta doble dimensión del objeto, la madre
erogeniza (vivencia de satisfacción) y prohíbe y se sustrae (aplazamiento de la

5 Viñoly Beceiro (2006) desarrolla el concepto de temporalidad historizante, que corres-


pondería a un tiempo reflexivo capaz de promover un “movimiento progrediente de li-
gadura y complejización” (p.235).
566 | Paola Alejandra Machuca

satisfacción y su búsqueda en un objeto sustitutivo). La insatisfacción que resulta


de la sustitución del principio del placer por el principio de realidad constituye
a su vez un fragmento de la realidad objetiva misma (1911, p. 229), y marcará
inevitablemente el encuentro con el objeto. Pero el hombre aceptará dentro de
sí cierta cuota de displacer e insatisfacción a cambio de la promesa de un placer
futuro y del amor de los objetos de los que depende (tiempo del deseo).
Freud nos advierte sobre la dificultad del hombre para renunciar a las antiguas
fuentes de placer; una parte de los procesos psíquicos quedará ligada al placer
de lo primario y sustraída de la relación con la realidad6. En este sentido, es in-
teresante observar que en la primera teoría pulsional y del aparato psíquico es
la sexualidad la que va a problematizar la relación del hombre con el tiempo.
Luego esto se complejizará con las hipótesis acerca del narcisismo, la pulsión de
muerte y la segunda teoría del aparato psíquico, como luego desarrollaremos.
La primera vivencia de satisfacción con el objeto abre el camino para dos
tipos de repetición: la de la identidad de percepción (proceso primario) y la
de la identidad de pensamiento (proceso secundario). La primera representa
el camino más corto para la satisfacción pues conduce desde la excitación
hacia la completa carga de la percepción, buscando la identidad con la pri-
mera vivencia de satisfacción. Este modo de funcionamiento mental tiende
a desconocer las diferencias, y a configurar un espacio donde el futuro se
presenta como el retorno del pasado, y la alteridad, como una identidad7.
Es un tiempo reversible donde las categorías temporales se condensan, re-
plicando la unidad fusional imaginaria entre el sujeto y el objeto. La acu-
ciante búsqueda de identidad empobrece el aparato.
Por el contrario, la identidad de pensamiento le permite al hombre soportar
las postergaciones que la cultura le impone habilitando la dimensión del
tiempo futuro. El principio de realidad requiere de representaciones discri-
minadas y sucesivas y que, por lo tanto, puedan ser ubicadas en un orden tem-
poral, así como en relación a lo semejante y a lo distinto. Por ende, el principio
de realidad implica la aceptación de la búsqueda de satisfacción con un objeto
sustituto en una identidad de pensamiento, por oposición a la pura repetición
de lo mismo. Así, cada sustitución complejizará el aparato.

6 Freud (1911) señala que la represión de la sexualidad infantil “es el lugar más lábil de nuestra
organización psíquica” (p.227-28), a ello contribuyen tanto el autoerotismo como el período
de latencia. Esto permite siempre la posibilidad de una “regresión” y el repliegue sobre
el objeto de la fantasía. Cabe recordar que en esta primera época, la repetición va a estar
en relación con la pulsión sexual y con el principio del placer. Lo reprimido de la sexualidad
infantil va a retornar en el presente a través de las formaciones de compromiso.
7 Hornstein, (1990), trabaja la relación entre ambos principios y la temporalidad. Tam-
bién véase Galende (1992).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 567

Es interesante notar que la experiencia subjetiva del tiempo como devenir


está en íntima relación con la idea de cambio y de movimiento en relación
al objeto, lo que también presupone poder tolerar la no coincidencia entre
el recuerdo y la vivencia actual.
Tales ideas nos revelan la existencia de un desarrollo en el que no se can-
celan los modos primeros de funcionamiento, sino que coexisten diferentes
dimensiones en los procesos psíquicos, con temporalidades heterogéneas
(aunque de distinto predominio).
Entonces, podemos distinguir esquemáticamente: una temporalidad del
proceso primario propia del Inconciente, con una tendencia a la repetición
en una identidad de percepción, con la consiguiente alucinación del objeto
de la vivencia de satisfacción, caracterizada por la libre circulación de la
energía, el constante presente (tiempo a-histórico) y la supremacía del prin-
cipio del placer. Y la temporalidad del proceso secundario regida por el prin-
cipio de realidad, caracterizada por la energía ligada, la búsqueda de la sa-
tisfacción en un objeto sustitutivo en una identidad de pensamiento, propia
del Preconciente-Conciente, y que corresponde al tiempo sucesivo y por
ende, a la distinción entre las categorías temporales. Por ende, la posibilidad
de recordar supone operaciones que implican un salto cualitativo (repre-
sentacional), y energético (energía ligada).
Finalmente, podemos recordar que Freud (1924, p.247) ubica la génesis
de la representación del tiempo en la discontinuidad de las inervaciones de
investidura desde el interior hacia el sistema Prcc-Cc, a la inexcitabilidad
periódica del sistema percepción. Sostendrá que es el Yo, en virtud de su
nexo con el sistema percepción, el que establece el ordenamiento temporal
de los procesos anímicos y los somete al examen de realidad (1923, p.55-
56; 1932, p.71).

III- DEL TIEMPO DE NARCISISMO AL TIEMPO REAL

FUNES: EL TIEMPO DETENIDO.

Al decir de Borges (1944), Funes encarna al precursor del superhombre, ex-


presando el anhelo narcisista: “(…) Tal vez todos sabemos profundamente que
somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas
y sabrá todo (p. 489)”. Apresado en la im-posibilidad de olvidar, se pierde en
el laberinto de sus recuerdos: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán
tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo.” (p.488) En su me-
moria nunca falta recuerdo alguno, pues esto denunciaría la incompletud.
Capturado en la atemporalidad del eterno instante, en su atiborrado
568 | Paola Alejandra Machuca

mundo sólo existe la inmediatez de los detalles: “Cada imagen visual estaba
ligada a sensaciones musculares, térmicas… (p. 488)”. Así, en-ajenado frente
a un caudal de sensaciones, su propia imagen se esfuma al contemplarse en
el espejo en el que sólo percibe diferencias. Por ello Funes exclama: “Mi
memoria, señor, es como un vaciadero de basuras... (p. 488)” Agobiado por
un pasado que no es posible conservar a distancia de la conciencia, no puede
desechar nada. La posibilidad de acceder a un pensamiento claudica ante la
totalidad empírica y simultánea a la que asiste como espectador solitario:
“(…) No sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada
una de las veces que la había percibido o imaginado (p. 489)”. Exiliado del
universo metafórico, las representaciones advienen a un automatismo de re-
petición. Es la monotonía del reloj que se ha detenido, marcando las horas
muertas de un hastiante presente. Por lo tanto, podríamos afirmar que la
inmovilidad es el precio que ha debido pagar quien ha renegado del duelo
por los propios deseos omnipotentes.
La repentina adquisición de esta memoria omnisciente lo ha alejado de
los “demás cristianos”, desmemoriados, dejándolo “tullido” para acceder a
una temporalidad que contenga recuerdos de experiencias afectivas signi-
ficativas. Así, el “precursor del superhombre” deviene antihéroe, extranjero
de un tiempo que le pertenezca.

EL TIEMPO DEL NARCISISMO

“El frontispicio del castillo advertía:


Ya estabas aquí antes de entrar
Y cuando salgas no sabrás que te quedas.”
Jorge L. Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan.

A partir de “Introducción del narcisismo” (1914), y años más tarde en obras


como Más allá del principio de placer (1920), Psicología de las masas y análisis del
yo (1921), “El yo y el ello” (1923) o El malestar en la cultura (1930), Freud realiza
un giro en su forma de pensar el vínculo del hombre con la temporalidad.
En “Introducción del narcisismo”, articula el concepto de narcisismo
con la teoría de la libido, definiéndolo como “el complemento libidinoso
del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación” (p.72). En el co-
mienzo no habría una unidad comparable al yo, por lo tanto tiene que agre-
garse al autoerotismo “una nueva acción psíquica” para que el narcisismo
se constituya. Considera al narcisismo como una fase intermedia entre el
autoerotismo y el amor objetal, en la que el yo en su totalidad se toma como
objeto de amor (narcisismo primario). Freud sostiene que la investidura li-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 569

bidinal del yo es a las investiduras de objeto como el cuerpo de una ameba


a los seudópodos. Pero mientras que en las neurosis se conserva el vínculo
erótico con los objetos en la fantasía, en patologías como la parafrenia, la
libido sustraída de los objetos es reconducida al yo (narcisismo tanático).
Freud descubre de este modo la potencialidad alienante de la libidiniza-
ción del yo. El yo que tenía como una de sus funciones la de la adaptación
a la realidad y la autoconservación, alberga en sí mismo fuerzas de repetición
fundando una temporalidad inmanente, circular y a-histórica.
Así, mientras el narcisismo infantil coincidirá con los momentos consti-
tutivos del sujeto y será el guardián de la vida, el narcisismo patológico lo
conducirá a la locura o a la muerte. En El yo y el ello, Freud advierte que
cuando el yo se arroga la condición de único objeto de amor “trabaja en con-
tra de los propósitos de Eros, se pone al servicio de las mociones pulsionales
enemigas” (1923, p.46), corriendo el riesgo de sucumbir él mismo.
Este yo constituido en el vínculo con el objeto y que debe soportar cierta
“alienación” originaria, puede ser creador de nuevos vínculos por renuncia
narcisística, o destruir todo lazo de intimidad y confianza con el otro. Esta
potencialidad regresiva del yo lleva al sujeto a la anulación del tiempo y al
deseo de muerte del deseo, revelando así su lazo con la pulsión de muerte.
El comienzo beatífico del ser humano halla su expresión en el mito del pa-
raíso perdido, es decir, antes de que el hombre se hallase arrojado al devenir
temporal, a la “caída” en el tiempo histórico, y por lo tanto, al sufrimiento y
a la muerte. Aquel anhelo narcisista busca desmentir la irreversibilidad del
tiempo y retornar a la fusión narcisística con la madre de la prehistoria per-
sonal, la que encuentra su modelo en la satisfacción alucinatoria de deseo.
Aquella nostalgia por la unidad imaginaria con el objeto conduce al sujeto
a quedar exiliado en un espacio y tiempo ajenos, en un movimiento circular,
monótono y repetitivo en relación al otro8. Esta ilusión echa amarra en la
creencia de la existencia de un tiempo fuera del tiempo. Así, la regresión
hacia lo mismo del narcisismo ejerce su fascinación mortífera empujando
al sujeto a la soledad; es el reloj que se ha detenido en la hastiante fijeza de
un instante igual a sí mismo.

8 Esta temporalidad está bellamente representada en la obra “Dalí de espaldas pintando a Gala
de espaldas eternizada por seis corneas virtuales provisionalmente reflejadas en seis verdaderos es-
pejos.” (1972-73, Fundación Gala-Salvador Dalí, Figueras), inspirada en Las Meninas de
Velásquez. En ella Dalí es tanto el objeto de su admiración como el rey; Gala es reina e
infanta. Dalí pinta a Gala y a sí mismo delante de un espejo, donde él- se-ve mientras pinta
y ve la mirada de ella-mirándolo a él. En este cuadro convergen tres miradas: la de Gala,
la de Dalí y la nuestra, o la de Dalí pintor y espectador de su obra. La sucesión de espejos
utilizados replican las imágenes y multiplican las miradas, en donde el espacio se define
como proyección de otro, en un tiempo que reverbera sobre sí mismo.
570 | Paola Alejandra Machuca

Por lo tanto, podemos afirmar que el destierro del paraíso perdido y mí-
tico implica el advenimiento de la sexualidad y de la muerte: el hombre queda
sujetado al tiempo. Es en este saber que adviene en sujeto del tiempo y se
hace histórico.
En el narcisismo patológico toda relación con lo extraño se constituye
como amenaza. Es el modo de funcionamiento de la identidad de percep-
ción, donde la búsqueda de lo idéntico concierne a hechos que no pudieron
ser elaborados psíquicamente, retornando como automatismo de repetición.
En esta temporalidad existe un predominio de lo simultáneo donde lo actual
y lo pasado se yuxtaponen o confunden, generando representaciones indis-
criminadas y sincréticas: es el tiempo simultáneo y paradojal.
Si la pérdida del objeto constituye al sujeto como deseante, son los des-
plazamientos, los movimientos y los cambios en relación al otro, los que le
permitirán al ser humano construir su experiencia del devenir temporal.
Los desencuentros entre los tiempos del sujeto y los del otro también se
hacen intolerables, pues resquebrajan la ilusión de la común-unión entre ambos.
Por lo tanto, toda experiencia de cambio o duelo9 puede conducir al sujeto a la
búsqueda regresiva de un objeto que suture la herida narcisista, que obture cual-
quier carencia y que se constituya como garante incondicional de la vida. Este
es el tiempo del Ananké, del apremio de la vida, del perentorio reclamo hacia
el otro para existir, de lo contrario, el sujeto podrá precipitarse en el vacío.
El encuentro con la falla del objeto confronta al sujeto con su propia vul-
nerabilidad. Así en la frustración quedan cuestionados simultáneamente el
otro omnipotente, omnisciente y sostenedor y el sujeto sostenido e invul-
nerable, his majesty the baby.

EL TIEMPO EN LA METAMORFOSIS DE NARCISO10

Cuenta el mito que al nacer Narciso, Tiresias le advierte a su madre que


aquél tendrá una larga vida si no llega a conocerse. Es así que crece sin co-

9 En este sentido Fischbein y Vinocur de Fischbein (1998) definen al objeto narcisista


como un objeto antiduelo.
10 En “La metamorfosis de Narciso” (1937, Tate Gallery, Londres), Dalí eterniza la figura
de Narciso con la cabeza inclinada sobre una de sus rodillas, mientras su silueta se refleja
en el agua. Del otro lado se observa la réplica de la imagen transformada en una mano
que sostiene un huevo, de él surge la flor de Narciso. Entre ambas imágenes se ubica
un grupo de personas de distintas nacionalidades, los “heterosexuales”, quienes intentan
acercarse al joven mítico, pero él los rechaza. En un poema dedicado a Gala, Dalí con-
fiesa que será ella, su “nuevo Narciso”quien cuando la “cabeza estalle” lo salvará de su
destino, dando lugar a la metamorfosis que da nombre a la obra:

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 571

nocer su verdadera imagen, ensimismado en sus propios pensamientos y


ajeno a cuanto lo rodea.
Entre sus pretendientes se encuentra la ninfa Eco, quien estaba conde-
nada por la furia de Hera a repetir siempre la voz del otro. Al conocer a Nar-
ciso no puede sino amarlo en silencio. Luego de un encuentro en que él la
desprecia, Eco se retira a su cueva donde permanece quieta hasta convertirse
en parte de la piedra. Pero Némesis escucha su dolor y logra que en un día
caluroso, Narciso se incline a beber en un arroyo. Al encontrar allí su imagen
reflejada, queda extasiado y enloquecido de amor, ahogándose al intentar
re-unirse con aquella imagen.
Otras versiones del mito relatan que Narciso deja de alimentarse, absorto
en la contemplación de aquel objeto maravilloso que las aguas le devolvían.
Finalmente, su corazón deja de latir de desesperación por este amor impo-
sible. En el lugar de su muerte nace la flor que lleva su nombre, flor que
crece en las orillas de los ríos reflejándose siempre en ellos.
En el mito, el encantamiento de Narciso por su propia imagen se devela
como pasión de muerte, y es en el amor a sí mismo donde desfallece el deseo.
Eco se encuentra cautiva del pensamiento y de la voz de un otro que la
habita en una identificación alienante, dejándola sin un espacio y un tiempo
propios. Ella sólo puede ser la doble imagen sonora de un otro, su eco…
Luego de haber sido letalmente herida en su amor por Narciso, la ninfa se
consume de pasión en una identificación mimética con un objeto que no
puede resignar, convirtiéndose en piedra; esto último también como metá-
fora de un tiempo fijo e inmóvil.
Podemos pensar que la fascinación de Narciso representa la búsqueda
por recuperar lo irremediablemente perdido: la identidad primera con el
objeto originario, desmintiendo toda diferencia y anulando cualquier dis-
tancia, sostenida en la promesa imaginaria de amor eterno. Y aquel intento
desesperado lo precipita vertiginosamente en la muerte. Así el niño mara-
villoso muestra su cara más siniestra.
El violento abordaje del objeto transforma a Narciso-cazador en Nar-
ciso-cazado. Ignorante de que se trata de la propia imagen reflejada, se ama
a sí mismo, y en el deseo de devorar al otro, el yo se precipita sobre sí: “la
sombra del objeto cae sobre el yo”.
La segunda versión del mito describe cómo en la fascinación mortífera
que ejerce el objeto narcisista, Narciso pierde la noción del devenir temporal,
y las categorías temporales se condensan en un agonizante presente. A me-
dida que transcurre el relato, observamos cómo este joven mítico se interna
en un camino cada vez más regresivo, que lo conduce a la desinvestidura de
la realidad y del propio cuerpo.
También podemos conjeturar que Narciso queda capturado en el narci-
572 | Paola Alejandra Machuca

sismo tanático de sus padres, el que se plasma como inexorable destino. Así,
Narciso encuentra su muerte en las aguas de su padre, el dios-río Cefiso, lo
que podría representar la entrega pasiva y absoluta al padre primitivo.
Ese otro que se les impone como destino a Eco y a Narciso, también es
lo familiar de antaño, el doble que pertenece a los confines de lo ominoso
y que, destinado a permanecer oculto, ha salido a la luz, lanzándolos a la
muerte.
Así, será el amor el que preserve la vida, pues como advierte Freud: “Un
fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que amar para
no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración
no puede amar” (1914, p.82).

EL TIEMPO DEL IDEAL

“Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo”


Fausto.

Podemos definir el Ideal del Yo como el resultado de la confluencia del nar-


cisismo y de las identificaciones con los padres, con sus sustitutos y con los
ideales sociales y culturales (Laplanche y Pontalis, 1981).
En “Introducción del narcisismo”, Freud considera al Ideal del Yo como
una instancia intrapsíquica de origen narcisista y la diferencia de la instancia
de censura y autoobservación. Esta última cumple la función de comparar
al yo actual con el ideal tomado como modelo. Así, el Ideal del Yo sería el
destinatario del narcisismo infantil y representaría una fuente importante
de autoestima.
Además del papel que cumplen las críticas parentales sobre el niño y la
constitución del juicio de realidad, quizás podamos afirmar que es por el
amor y por la vida que el hombre renuncia a la satisfacción narcisista de la
que gozó en la infancia “en la que él fue su propio ideal”. Freud siempre ha
sostenido que amar preserva al yo y preserva la vida: sólo Eros podrá neu-
tralizar las fuerzas defusionantes del narcisismo y del superyó sádico.
Por lo tanto, la formación del Ideal no sólo implicaría la internalización
de la ley o la represión de las pulsiones parciales, sino también una trans-
formación de la vida pulsional, un ennoblecimiento (Freud, 1915, p.284).
Pero aquella renuncia nunca es completa ni incondicional y el hombre
buscará recuperarla en la nueva forma del Ideal del Yo. Éste, como sustituto
del narcisismo infantil, se constituye como promesa de aquello que el sujeto
imagina alguna vez haber sido, y que ha debido perder, proyectando su cum-
plimiento en un tiempo siempre futuro. Lo perdido lleva así el sello de lo

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 573

imposible y habilita paradójicamente la dimensión de la esperanza y del


deseo. En este sentido, el Ideal se revela como organizador de una tempo-
ralidad prospectiva y de tensión expectante, por oposición a un tiempo que
reverbera sobre sí mismo, propio del narcisismo. Es en el proyecto que el
futuro atesora donde el sujeto se descubre como creador de nuevos lazos,
al abrigo de los cuales la existencia se temporaliza y alcanza su sentido.
Por lo tanto, podemos afirmar que esta re-conquista implica un auténtico
trabajo psíquico de transformación y de elaboración, lo que a su vez pro-
mueve la creación de nuevas instancias, pues toda complejización del aparato
mental “tiene por condición un suplemento de componentes eróticos”
(1923, p.43).
En el “Yo y el ello” (1923) aparece por primera vez el término superyó,
y Freud lo utiliza como sinónimo del Ideal del yo. Años más tarde, en Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis (1932) va a considerar al superyó
como una estructura global que abarca tres funciones: la autoobservación,
la conciencia moral y el ideal.
En el “Yo y el ello”, Freud sostiene que el superyó es el heredero del Com-
plejo de Edipo y que constituye una enérgica formación reactiva frente a las
mociones pulsionales del ello. De esta forma, el niño resigna la satisfacción de
sus deseos edípicos amorosos y hostiles, sustituye las investiduras de objeto por
identificaciones e interioriza la prohibición. A través de aquella renuncia bus-
cará preservar la posesión fálico narcisista y el amor de aquellos a quienes ama.
Por lo tanto, si bien el Ideal del Yo es heredero del narcisismo originario,
también lo es de los primeros vínculos con los objetos, y en virtud de él, el
sujeto cuidará del otro de la misma forma en que lo hizo con sus objetos de
amor en la época del sepultamiento del Complejo de Edipo. Vivir, dirá
Freud, tiene para el yo el mismo significado que ser amado por el superyó,
y lo será a través del cumplimiento del Ideal.
Pero en este amor se revela el juego de fuerzas y de tensión permanente
entre del deseo que nos liga a los otros y el narcisismo, entre la unión y la
pasión devoradora, entre el tiempo prospectivo y trascendente y el tiempo
circular e inmanente.
Asimismo, por su origen el Ideal tiene un fuerte enlace con las adquisi-
ciones filogenéticas del ello, con la herencia arcaica del individuo. Las huellas
de la historia vivenciada por las generaciones que nos precedieron es con-
servada11 y transmitida ejerciendo un efecto de coacción en el presente del
individuo. Freud afirma que: “cuando el yo extrae del ello (la fuerza para)

11 Freud se ocupará extensamente de la herencia arcaica en Moisés y la religión monoteísta


(1939), pags. 90, 94 y 97.
574 | Paola Alejandra Machuca

su superyó, quizás no haga sino sacar de nuevo a la luz figuras, plasmaciones


yoicas más antiguas, procurarles una resurrección.” (1923, p.40)
Freud postula con su hipótesis acerca de la herencia arcaica la existencia
de la inscripción de un contenido no histórico que trasciende al individuo sin-
gular. Al respecto, es interesante recordar que en la tragedia griega, la locura
(átè) del personaje se revela como una fuerza demoníaca (daímòn), como el
poder ominoso de una mácula que, nacida de faltas antiguas, se trasmite de
generación en generación. Todos estos términos se refieren a una fuerza cruel
que alcanza al culpable del crimen y a su descendencia. La ira de Edipo es la
mácula, y sus hijos poseídos por un daímòn serán llevados al fratricidio:

“No soy yo quien te engendra. Son los muertos.


Son mis padres, sus padres y sus mayores…
Siento su multitud. Somos nosotros/
y, entre nosotros, tú y los venideros hijos que has de engendrar.”
J. L. Borges, Al Hijo

En Tótem y Tabú (1913) esta herencia queda enlazada a su tesis de la


horda primitiva y del asesinato del padre; esto posee varias derivaciones y
consecuencias. Según la construcción freudiana, el padre primitivo asesinado
se transfiguró en padre muerto idealizado. La comunidad fraternal totémica
implicó la renuncia a la herencia del padre y el respeto a la prohibición que
éste instituía como ley igualitaria, debiendo conservar el recuerdo del crimen
e imponer su expiación. Así, la renuncia sensual a la madre y la elevación
del padre muerto a la función de ideal marcó el progreso en la espiritualidad.
El crimen contra dios-padre encuentra su figuración en la noción de pecado
original, a partir del cual la muerte entra en el mundo y el hombre es arrojado
al devenir temporal. Así, aceptar la muerte del padre de la prehistoria per-
sonal confronta al sujeto con la soledad frente a la propia muerte.
Por otra parte, si bien el Ideal sustituye el sometimiento al padre arcaico,
también en tanto heredero del parricidio subsiste en él un resto que remite
a aquel acto de violencia. Entonces, el ideal puede tomar la vía del exceso,
como lo demuestran los fanatismos o la divinización del otro. De esta ma-
nera, en la identificación con el padre edípico quedará siempre un resto del
vínculo arcaico con el padre que podrá retornar.
Freud (1932) advierte que la diferenciación entre el yo y el superyó es la
última desde el punto de vista filogenético, y por lo tanto, la más crítica. El
superyó se encuentra más alejado del yo del sistema percepción y estará en
íntima relación con el ello, por lo cual esta instancia encarnará también la
resistencia al cambio.
En la 31ª Conferencia Freud observa que: “La humanidad nunca vive por

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 575

completo en el presente; en las ideologías del superyó perviven el pasado,


la tradición de la raza y del pueblo, que sólo poco a poco ceden a los influjos
del presente, a los nuevos cambios; y en tanto ese pasado opera a través del
superyó, desempeña en la vida humana un papel poderoso” (p.63).
En este sentido, el tiempo del sujeto se desplegará entre la continuidad
y la discontinuidad respecto de las generaciones que lo precedieron. Apro-
piarse de la historia de estas identificaciones le posibilitará acceder a un lugar
diferencial respecto a sus antecesores, rompiendo con el tiempo repetitivo
y circular. Para ello el sujeto necesitará realizar el duelo por los antiguos
lazos incestuosos con sus padres y la búsqueda de un objeto exogámico. Gra-
cias a este auténtico trabajo psíquico, la historia del sujeto se temporalizará
al poder encontrar su lugar en el tiempo de las generaciones.
De lo contrario, el individuo quedará exiliado de su experiencia, capturado
en la temporalidad de sus ancestros y en las aspiraciones narcisistas de sus pa-
dres. Así, todo intento de transformación de lo heredado podrá ser vivido como
una amenaza que conmueve el frágil edificio de las certezas narcisistas.
A través de la instancia superyoica, el yo se apodera del complejo de Edipo
sometiéndose simultáneamente al ello. La severidad y crueldad del superyó
y las exigencias de perfección del Ideal deben su origen a la intensidad del
complejo de Edipo, a la dificultad para renunciar al narcisismo infantil, a
las identificaciones con las primeras imagos parentales, y a la desmezcla pul-
sional producto de la identificación.
La prohibición edípica implica tanto la renuncia a los objetos incestuosos
como la salida exogámica. En este sentido, la ley que el padre instaura como
representante de la cultura, va a desarticular la identidad primera con la
madre pre-edípica, lo que significará una nueva diferenciación en lo psíquico
por la constitución del Ideal del yo-Superyó así como una discriminación
en relación al otro. Por lo tanto, esta ley simbólica le permitirá al sujeto res-
catarse de la prisión narcisista y lanzarse a la búsqueda del objeto del deseo,
invistiendo el tiempo futuro.
Por consiguiente, es en el interior de las coordenadas trazadas por el
Edipo y las relaciones y prohibiciones que él establece, que es posible que
el hombre pueda acceder a una historia propia, historia de sus objetos de
amor y de sus ideales, limitando así el dominio de lo primario. Entonces,
lo pre-edípico podrá ser resignificado e historizado a partir de él (tempo-
ralidad del apres coup), o se actualizará como desorganización, y pérdida del
objeto y de todo ideal.
Por ende, podemos afirmar que cada duelo y sustitución realizada por el
sujeto, complejizará el aparato psíquico, enriqueciendo la experiencia sub-
jetiva del tiempo.
En Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, Freud considera que
576 | Paola Alejandra Machuca

el superyó del niño es un caso logrado de identificación con la instancia pa-


rental. En este sentido, el superyó de los padres encarnaría una estructura
de valores, preceptos y prohibiciones que trasciende a los actores individua-
les. Del mismo modo, la doble prohibición edípica atravesará también a los
progenitores, y los ubicará como sujetos que han decidido renunciar ellos
mismos al placer ilimitado. Entonces, el niño se podrá identificar con estos
padres que han resignado la satisfacción incestuosa por amor.
Freud (1914) afirma que el punto más espinoso del sistema narcisista, la
inmortalidad del yo, ha ganado su seguridad refugiándose en el hijo, y que
el amor parental no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres.
Por lo tanto, esta vez por amor al hijo los padres deberán hacer una nueva
renuncia, y será ésta la que ubicará al niño en el devenir de las generaciones,
continuando con la cadena de la filiación.
Al despertar del sueño de inmortalidad, y reconocer la propia finitud, el
padre descubre que tiene aún un don para ofrecer a su descendencia: la ma-
triz de la filiación. En este sentido, el tiempo de la filiación es un tiempo fi-
nito, simbólico y trascendente.
El nombre y el apellido son portadores de sentidos dentro de una gene-
alogía, promoviendo identificaciones. El ser humano se inscribe en un dis-
curso ancestral a partir del deseo de sus predecesores, encontrando allí los
trazos que le permitirán la conquista de las significaciones que atañen al ori-
gen de su existencia. La filiación protege al hombre de la desligadura y la
discontinuidad, uniéndolo a una familia, una cultura y a un tiempo histórico.
En el reconocimiento de la brecha entre lo alcanzado y lo anhelado, entre
el yo y el ideal, se abre el campo del deseo. Esto implica no sólo tolerar la
pérdida de la perfección narcisista, sino también poder soportar la tensión
expectante entre la ilusión de su realización y su incumplimiento. La aspi-
ración siempre vigente a recuperar el narcisismo perdido de la infancia re-
presenta para el sujeto el riesgo de anular toda diferencia, y por ende, buscar
la satisfacción en el presente inmediato desinvistiendo el tiempo futuro.
Freud sostiene que en el curso del desarrollo el superyó se irá enrique-
ciendo con las exigencias e ideales sociales y culturales, distanciándose pro-
gresivamente de los objetos originarios y volviéndose cada vez más imper-
sonal. Así, la impersonalización del ideal implica el reconocimiento no sólo
de la propia castración, sino también la de los padres de la infancia, y por
ende, ubica a todos los personajes de la trama edípica en un tiempo finito
que los trasciende, pudiendo reconocer tanto lo que se le debe a la historia
como la promesa que el futuro atesora…

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 577

EL TIEMPO DE LA FINITUD

La posibilidad de situarse en un orden de filiación confronta al hombre con


su propia finitud configurando una temporalidad que lo trasciende como
individuo. Al encontrar su lugar en el tiempo de las generaciones, se hace
conciente que sufrirá el mismo destino de quienes lo precedieron.
El hombre es el único ser vivo que sabe que su vida, así como la narración
que hace de ella, tendrá un límite. Este saber implica un punto de quiebre
en la continuidad imaginaria en que su ser se sostenía. La percepción de lo
irrecuperable puede arrastrarlo al “dolorido hastío del mundo” melancólico
o a la “revuelta contra esa facticidad” (Freud, 1915, p.309).
La experiencia subjetiva del tiempo estaría bellamente representada en los
relojes dalinianos12: el reloj lánguido que parece derretirse, el reloj sólido de
un tiempo que ha permanecido quieto, la corrupción y la finitud representadas
por las hormigas...13 Así, estas imágenes se constituyen en metáfora del tiempo
que perdura y del que se desvanece, del que se pierde y del que se recobra, del
tiempo que se detiene y del que encuentra su destino mientras se extingue…
El duelo anticipado por la vida que faltará, también puede articularse en es-
cenas posibles que otorguen sentido a la vida misma y por ende, producir un
cambio en la posición del sujeto respecto a su propia narración. Entonces, será
el efecto de aquella verdad la que podrá humanizar el tiempo de su existencia14.
La transitoriedad nos confronta con nuestra propia incompletud y la de
aquellos a quienes amamos. Pero Freud descubre el valor de la transitorie-
dad, precisamente, en su exigüidad en el tiempo. La importancia del otro y
de lo otro encuentra únicamente su alcance en la significación que ha tenido
para nuestras vidas y es independiente de la duración absoluta. El recuerdo,
testigo de la pérdida, también nos permite asir lo efímero y transformar lo
fugaz, haciéndolo sobrevivir dentro de nosotros.
Freud nos advierte sobre el duelo que la transitoriedad conlleva. El des-
asimiento de la libido de sus objetos de amor es un trabajo sumamente do-
loroso, pero también el duelo tiene su propio tiempo: “cuando acaba de re-
nunciar a todo lo perdido, se ha devorado también a sí mismo, y entonces
nuestra libido queda de nuevo libre para, si todavía somos jóvenes y capaces
de vida, sustituirnos los objetos perdidos por otros nuevos ... (p. 311)”15. Más

12 Al respecto véase “La persistencia de la memoria”, Salvador Dalí (1931, MOMA, N. York)
13 Cf. Swinglehurst, E. (1996)
14 Sobre el desarrollo de este tema véase la enriquecedora lectura que realiza Milmaniene
(2005) acerca del sujeto, el tiempo y la muerte.
15 La transitoriedad. En este bello artículo encontramos una enunciación sobre la teoría del
duelo, que Freud había escrito unos meses antes, aunque se publicara dos años después.
578 | Paola Alejandra Machuca

la imposibilidad de duelar aleja con ella al placer. Será el amor a la vida el


que nos permitirá atravesar el duelo y continuar.
En “Nuestra actitud hacia la muerte” (1915), Freud plantea que ésta ha
sido siempre un enigma para el hombre. Éste no puede concebir la propia
muerte ya que es irrepresentable, en el inconciente cada hombre se cree in-
mortal. Advierte que a lo largo de la historia, el ser humano ha intentado eli-
minar la muerte de la vida o de reducirla de necesidad a contingencia. Pero
el dolor por la muerte del ser amado hizo que el hombre ya no pudiera alejarla
de sí. Aquél le revelaba la posibilidad de la propia, pues el otro encarnaba tanto
una parte de su yo como un fragmento de ajenidad. Así, el conflicto afectivo
que despertaba el ser querido condujo al hombre primitivo a reflexionar.
Podemos pensar que aquel anhelo por el otro y el dolor de su ausencia
desnuda al sujeto y al objeto en su falta. Pero paradójicamente, es este mismo
deseo el que sostiene la relación con el otro aún en la soledad, ayudando al
hombre a atravesar su propia falta de respuestas.
Aquel deseo de eternidad se encuentra bellamente relatado en el mito de
Sísifo. Cuando Zeus le mandó a Tánatos como castigo, Sísifo logró enca-
denarlo y, durante algún tiempo, ningún hombre hubo de morir. Del mismo
modo, las religiones se ofrecen como espacio privilegiado para la negación
de la muerte, dando albergue a la ilusión de inmortalidad. Así, las represen-
taciones sobre la vida y la muerte, como en un juego de espejos, están ligadas
al nacimiento. En numerosas creencias religiosas encontramos la idea de
morir para luego renacer a una nueva vida. Esta convicción también subyace
en los mitos y ritos iniciáticos de regreso al útero materno, en los que se re-
piten simbólicamente la gestación y el nacimiento (Eliade, 1955) Este uni-
verso de creencias se organiza en la desmentida de todo límite: de la ausencia,
de la muerte y por lo tanto, de la falta; de esta manera se niega la irreversi-
bilidad del tiempo. Este anhelo narcisista busca apartar al yo del devenir
temporal, y retornar así a un idealizado y eterno equilibrio.
Pero el cuerpo en su vitalidad y en su realidad, en su potencialidad y en
su cansancio, expresa el devenir y confiesa su irreversibilidad. Los distintos
semblantes de la finitud: el esfuerzo, la enfermedad, la vejez, interpelan al
hombre sobre su relación con los límites, denuncian sus carencias y tem-
poralizan su vida.
Este tiempo que en su devenir se nos muestra en su otredad, en su ser
inasible, se hace humano al asumirlo en las huellas de lo que se ha perdido
y en los sueños que será capaz de albergar.
“La génesis de la vida sería, entonces, la causa de que esta última continúe
y simultáneamente, también de su pugna hacia la muerte; y la vida misma
sería un compromiso entre estas dos aspiraciones.” (Freud, 1923, p.42)

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 579

ULISES: EL HÉROE QUE HA PODIDO REGRESAR

La Odisea relata el regreso de Ulises a su tierra luego de una prolongada


ausencia por la guerra. Este poema épico representa un canto de fidelidad
a las raíces y al deseo, a la memoria de la propia identidad. La relación entre
lo natal y la tierra, es decir, la transferencia del amor del ser humano por su
madre, están bellamente representadas en este viaje. El origen guarda un
íntimo vínculo con la identidad, por eso la búsqueda de su patria y de su
linaje será el objetivo de este héroe.
En este sentido, la Odisea es un viaje de regreso hacia una meta que es
causa del movimiento y sostén de la tensión del relato. Aquélla encuentra
sentido y valor a partir de su cumplimiento.
Esta heroica aventura soñada por Homero, va a estar atravesada por la
dialéctica entre la memoria y el olvido. Así pues, olvidar el regreso es el
riesgo que deberá superar Ulises en el viaje que ha decidido emprender, pe-
ligro que estará encarnado principalmente en las figuras de la ninfa Calipso
y de las sirenas.
Mientras Ulises guarda celosamente en su interior la memoria de su tierra,
en Itaca, Penélope punto a punto, vuelve a anudar en el entramado de sus días
cada uno de sus recuerdos. Telémaco irá tras los pasos de su padre y ante la im-
posibilidad de recordarlo, tendrá que reconstruir su historia. Los pretendientes
de Penélope han olvidado a su rey e intentan ocupar su lugar. Es el amor de quie-
nes lo recuerdan el que preserva al héroe del olvido, y por lo tanto, de la muerte.
Durante su ausencia, Ulises vive en quienes conservan su memoria y muere en
cada eclipse del recuerdo, mas retorna en el accionar de los distintos actores. Así,
el recuerdo y el olvido revelan un campo de fuerzas actuantes y actuales.
Cada ser mítico se constituye como metáfora de algún peligro que Ulises
deberá superar con astucia, no claudicando en su deseo ni quedando atrapado
en sus vivencias terroríficas. De esta manera, buscará creativamente salidas
al encierro que le propone el destino.
El seductor canto de las sirenas intenta cautivar a Ulises, ofreciéndole la
posibilidad de ser omnisciente como un dios. Le prometen un tiempo fuera
del tiempo. Mas la hybris16 en el hombre es castigada con la muerte, como
lo atestiguan los huesos de los antiguos marinos en las playas. Podemos pen-
sar aquí que la voz materna escondería una trampa bajo los vestidos de Eros.
Entonces lo natal, aquella tierra sin nombre, y el cuerpo materno como pri-

16 Uno de los conceptos fundamentales en el mundo griego es el de hybris que significa: so-
berbia, arrebato, desenfreno, violencia o daño. Su significación originaria es acción que
perjudica a alguien. La peor ofensa para los dioses es “no pensar humanamente” y aspirar
a poseer atributos divinos desconociendo los límites humanos.
580 | Paola Alejandra Machuca

mera morada, representan el símbolo de la vida pero también conllevan un


riesgo potencial. El canto de las sirenas se constituye en señuelo para el yo
y para el pensamiento con la promesa de un placer ilimitado que sólo podrá
ser pagado con la alienación y con la muerte.
Ante la advertencia de Circe, Ulises decide renunciar al sueño de inmor-
talidad y no perece ante el engaño. El deseo que lo une a quienes ama y que
anhela volver a reencontrar, así como el recuerdo17 de su propia naturaleza,
lo preservan de la trampa narcisista. Ulises se-reconoce en su finitud y se
sabe vulnerable, por ello pide ser sujetado al mástil por sus compañeros,
quienes así lo rescatan. Ulises ha podido regresar.
Mas el regreso de Odiseo ya nunca será al mismo lugar, pues él y quienes
lo aguardan no son lo que habían sido, el tiempo ha transcurrido...
Y así, como Ulises, nos descubrimos en el no-saber, en estar nosotros
también en camino.

IV- ALGUNAS CONCLUSIONES

A lo largo de nuestro recorrido hemos intentado desarrollar algunas de las


temporalidades presentes en la obra de S. Freud. Podemos considerar que
cada una de ellas representa distintas formas en que el sujeto se enfrenta con
su propia falta, ya sea que ésta signifique la pérdida del objeto originario, la
castración o la propia finitud. En este sentido, el tiempo puede ser entendido
como la circunstancia de un predicado donde el hombre se subjetiviza.
A los fines expositivos, podemos decir esquemáticamente que a partir del
encuentro del ser humano con su semejante, cuyo modelo es la primera vi-
vencia de satisfacción, quedarán inaugurados dos modos de funcionamiento
mental que subsistirán a lo largo de toda la vida, y que representarán dife-
rentes temporalidades. Estos son los correspondientes al circuito del deseo
y al sistema narcisista.
Como hemos dicho, la presencia amorosa de la madre rescatará al bebé del
más allá arrepresentacional cuantitativo del tiempo del apremio de la vida, y
lo acogerá en el universo del deseo y de la sexualidad. En la primer vivencia
de satisfacción se produce la inscripción de la primera relación con el objeto,
y al mismo tiempo, se trazan los caminos y las cualidades de su ulterior bús-
queda. Freud (1900) dirá que el deseo es un camino abierto de una vez para
siempre, y que sólo él puede empujar al psiquismo a complejizarse.

17 Podemos considerar el recuerdo en una doble acepción: el recuerdo como rememo-


ración del ausente y el recuerdo como conocimiento de sí, como memoria de la propia
identidad.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 581

Las presencias y las ausencias de la madre marcan la existencia de un


tiempo que desde el inicio está hecho de ritmos y de discontinuidades. Así,
al abrigo de estos encuentros entre el infans y su madre, se irá dibujando
un espacio para el deseo, que no es otro que el tiempo de la espera del re-
encuentro con el objeto amado. Pues, volvamos a subrayarlo, el objeto es
tanto contingente y condicional, como necesario.
Pero aquel objeto se constituirá como tal en su pérdida. Esto plantea la
función de la ausencia del objeto y de la frustración en la génesis de la re-
presentación y del deseo, y por ende, del tiempo. Así, la temporalidad propia
del deseo supone una renuncia a la búsqueda de la identidad con el objeto,
y por consiguiente, el poder tolerar el dolor por la brecha entre el placer
anhelado y el posible. La aceptación de la frustración, de la decepción y de
la ausencia, hace posible que el sujeto pueda representarse los aspectos tanto
placenteros como displacenteros de la realidad y del vínculo con el otro, así
como postergar la satisfacción inmediata. Por lo tanto, el narcisismo cons-
tituirá un obstáculo para aquel trabajo de duelo.
La capacidad para aceptar la pérdida del objeto no sólo abre la posibilidad
de su búsqueda en objetos sustitutivos en una identidad de pensamiento,
sino que también habilita la experiencia del tiempo sucesivo, por oposición
a la pura repetición de lo mismo. En este sentido, podemos afirmar que la
representación de tiempo siempre estará en relación a los cambios y movi-
mientos en relación al objeto.
La alteridad irreductible del otro confronta al ser humano con un tiempo
otro, que es también el tiempo del deseo del otro. Así, la sucesión de encuen-
tros y desencuentros con el objeto posibilitará tanto la experiencia subjetiva
de unión y continuidad vital, como la de cambio y discriminación. Por el con-
trario, en el narcisismo tanático se buscará recuperar la mítica unidad origi-
naria con el otro, configurando un tiempo circular y repetitivo, en donde las
frustraciones y los duelos estarán ausentes por resultar intolerables.
Mientras que en el campo del deseo el objeto lleva el sello de lo imposible
lanzando paradójicamente al sujeto a su búsqueda en un tiempo futuro; el
objeto narcisista obtura la aparición de todo deseo y anula el tiempo.
Eco y Narciso quedan capturados en el tiempo del otro prehistórico in-
olvidable, que no se ha podido duelar, y por ende, sustituir y que se les im-
pone como destino de alienación y de muerte. Éste es también el tiempo
de las culpas sacrificiales, de las deudas eternas o el del volver a sentir (re-
sentir) la injuria narcisista.
Así, mientras Funes y Narciso han renegado del duelo por los propios deseos
omnipotentes, Ulises representa la salida creativa de una subjetividad que se
constituye como deseante al reconocerse en su humanidad. La odisea de este
héroe es la historia del compromiso con un deseo. Las ligaduras que lo rescatan
582 | Paola Alejandra Machuca

son las del reconocimiento de su finitud, así como las de su anhelo por los que
ama. Por lo tanto, podemos afirmar que el viaje de Ulises encarna la larga travesía
que todo ser humano debe realizar hacia el otro, y ésta lleva el nombre de deseo.
Como en este héroe, la propia existencia cobra sentido al ligarse a un
proyecto en virtud del cual se investirá a los otros y al tiempo futuro. En
este sentido, el Ideal del yo se revelará como organizador de una tempora-
lidad prospectiva y trascendente.
La vida del sujeto se temporaliza al encontrar su lugar singular en el
tiempo de las generaciones. Para ello deberá realizar el duelo por el narci-
sismo infantil y por los objetos incestuosos, así como reconocer el don re-
cibido de quienes lo precedieron y que entonces podrá ofrecer a su hijo por
amor. Se despliega así el tiempo simbólico de la filiación.
El trabajo de duelo que implica el sepultamiento del complejo de Edipo,
devela las distintas caras del desvalimiento humano, ya sea la de su prema-
turez o la de su vulnerabilidad ante el otro prehistórico y ante las exigencias
pulsionales. Es en el interior de la trama edípica, en las relaciones y prohi-
biciones que ella establece, donde el ser humano se hace histórico rompiendo
con la lógica dual pre-edípica.
Por el contrario, la dificultad para realizar los duelos que el paso del
tiempo conlleva, eclipsa la diferencia generacional prevaleciendo la tempo-
ralidad propia del narcisismo. Entonces, predominará un tiempo centrado
principalmente en el presente con la consiguiente desinvestidura de pro-
yectos, y la búsqueda inmediata de realizaciones personales, desdeñando
todo esfuerzo que se haga en pos de un ideal. La desmentida de la diferencia
generacional y del paso del tiempo configura un espacio donde el futuro se
presenta como el retorno del pasado, y la alteridad, como una identidad.
La historia del hombre se irá escribiendo en estas distintas temporalidades,
que en su coexistencia y entrecruzamientos complejizarán el aparato psíquico.
Por ello la historia que escribimos con el paciente, y la que intentamos
reconstuir con él, no es una crónica. Estas múltiples dimensiones temporales,
que expresan distintas formas de funcionamiento psíquico, también posi-
bilitan nuevas articulaciones de sentido donde cada quien pueda construir
un fragmento de verdad atravesada por el tiempo, y por ello siempre pro-
visoria y siempre sorprendente.
Tanto en su historia personal como la de la humanidad, el hombre va re-
signando ilusiones y creencias, aventurándose en nuevas conquistas y apren-
diendo a reconocer en los inevitables límites que la realidad le impone, el
acceso a un tiempo propio y singular; éste es el tránsito de la indefensión a
la capacidad de pensar. Así, la muerte del “his majesty the baby” (héroe) ne-
cesita análogamente la muerte de los padres omnipotentes (dioses y semi-
dioses), atravesando el dolor de saber-se castrado, finito y mortal.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


El (des) encuentro de los tiempos | 583

DESCRIPTORES: TIEMPO / DESEO / SATISFACIÓN / PLACER / FRUSTRACIÓN / NARCISISMO


/ IDEAL DEL YO.

KEYWORDS: TIME / DESIRE / SATISFACTION / PLEASURE / FRUSTRATION / NARCISSISM


/ EGO IDEAL.

PALAVRAS CHAVE: TEMPO / DESEJO / SATISFAÇÃO / PRAZER / FRUSTRAÇÃO / NARCI-


SISMO / EGO IDEAL.

Bibliografía

Baranger, M., Baranger, W., Mom, J. (1987): El trauma psíquico infantil, de nosotros
a Freud. Trauma puro, retroactividad y reconstrucción. Revista de Psicoanálisis.
XLIV, 4, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica Argentina, 1987.
Borges, J. L. (1941) El jardín de los senderos que se bifurcan, Obras Completas,
Barcelona, Emecé, 1974.
(1944): Funes el memorioso, Ficciones, Obras Completas, Barcelona, Emecé,
1996.
(1964) Al Hijo, Obras Completas, Barcelona, Emecé, 1996.
(1964) El otro, el mismo, Obras Completas, Barcelona, Emecé, 1996.
Canteros, J. (2007): Memoria, sujeto, trauma. Revista de Psicoanálisis. La práctica
psicoanalítica, LXIV, 1, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica Argentina,
2007.
Eliade, M., Mitos, sueños y misterios, Madrid, Ed. Grupo Libro 88.
Fischbein, J.; Vinocur de Fischbein, S. (1998): Algunas reflexiones sobre la condición
del objeto en el narcisismo. Narcisismo: constitución del objeto y de la subje-
tividad, XXIV, Buenos Aires, Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para
Graduados, 1998.
Freud, S. (1950 [1895]) Proyecto de psicología, Obras Completas, Vol. I. Buenos
Aires, Amorrortu, 1976.
—— (1896) Carta 52, O. C., Vol. I, Buenos Aires, Amorrortu, 1991.
—— (1900) La interpretación de los sueños, O. C., Vol. V, Buenos Aires, Amorrortu,
1989.
—— (1905) Tres ensayos sobre teoría sexual O. C., Vol. VII, Buenos Aires, Amo-
rrortu, 1990.
—— (1911) Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, O. C., Vol.
XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1991.
—— (1913) Totem y Tabú, O. C., Vol. XIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1994.
—— (1914) Introducción del narcisismo, O. C., Vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu,
1990.
584 | Paola Alejandra Machuca

—— (1915 a) Lo inconciente, O. C., Vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1990.


—— (1915 b) De guerra y de muerte, O. C., Vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu,
1990.
—— (1915 c) La transitoriedad, O. C., Vol. XIV, Buenos Aires, 1990.
—— (1919) Lo Ominoso. O. C., Vol. XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 1990.
—— (1920) Más allá del principio de placer. O. C., Vol. XVIII, Buenos Aires, Amo-
rrortu, 1991.
—— (1921) Psicología de las masas y análisis del yo. O. C., Vol. XVIII, Buenos
Aires, Amorrortu , 1991.
—— (1923) El yo y el ello, O. C., Vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1990.
—— (1924) El sepultamiento del complejo de Edipo, O. C., Vol. XIX, Buenos Aires,
Amorrortu, 1990.
—— (1925 [1924]) Nota sobre la pizarra mágica, O. C., Vol. XIX, Buenos Aires,
Amorrortu, 1990.
—— (1925) La negación, O. C., Vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1990
—— (1932) Nuevas Conferencias de introducción al psicoanálisis, O. C., Vol. XXII,
Buenos Aires, Amorrortu, 1990.
—— (1939) Moisés y la religión monoteísta, O. C., Vol. XXIII, Buenos Aires, Amo-
rrortu, 1993.
Galende, E. Historia y repetición, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1992.
Hornstein, L.: Recordar, repetir, y reelaborar: una lectura, Lecturas de Freud, Bue-
nos Aires, Lugar Editorial, 1990.
Laplanche, J.; Pontalis, J. B. Diccionario de Psicoanálisis, Barcelona, Labor, 1981.
Milmaniene J. El tiempo del sujeto, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2005.
Parnaso Diccionario de Literatura, T. II, Barcelona, Sopena, 1991.
Proust, M. En busca del tiempo perdido. El tiempo recobrado, Madrid, Alianza
Editorial, 1990.
Roussillon, R.: Historicidad y memoria subjetiva. La tercer huella. Tiempo, historia
y estructura. Su impacto en el psicoanálisis contemporáneo. Lugar editorial y
APA Editorial, Buenos Aires, 2006.
Swinglehurst, E., Salvador Dalí. Exploring the irrational, Tiger Books International
PLC, 1996.
Valls, J. Metapsicología y modernidad. El “Proyecto” freudiano, Buenos Aires,
Lugar Editorial, 2004.
- Diccionario freudiano, Madrid, Tecnipublicaciones, 1995.
Vernant, J.; Vidal-Naquet P., Mito y tragedia en la Grecia Antigua, Vol I, Madrid,
Paidos Orígenes, 1987.
Viñoly Beceiro, A.M.: Trabajando con las teorías. Una revisión de los ejes: tiempo-
historia-estructura. Tiempo, historia y estructura. Su impacto en el Psicoanálisis
contemporáneo. Lugar editorial y APA Editorial, Buenos Aires, 2006.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Revista de libros
Sección a cargo de Silvia Bajraj

Hacer camino con Freud luz del desarrollo del psicoanálisis pos-
tfreudiano, iluminando algunas de sus
EDUARDO BRAIER zonas oscuras, enalteciéndolo con su in-
Lugar Editorial: Buenos Aires, 2009. teligente mirada crítica. Presenciar este
diálogo trasciende lo fascinante como
Prologar un libro es un privilegio muy espectáculo, ya que invita al lector a in-
grande. Aceptar la invitación generosa teresarse por participar activamente de
de un autor para participar de tan sig- ese trabajo de reflexión. También con-
nificativa empresa implica convertirse voca a desandar el camino recorrido por
en testigo del alumbramiento de una este autor “transoceánico” que nunca
obra y, por tanto, la enorme responsa- deja de ser “de aquí” y “de allá”: por el
bilidad de estar a la altura de la feliz cir- arraigo que denota el compromiso con
cunstancia así como de la aventura inte- su propia formación como analista, y
lectual que el lector está dispuesto a por la libertad que inspira (y se respira
emprender al abordar el texto. Mucho en su enorme amplitud de mira) para se-
más si el anfitrión es un colega con la guir nutriendo permanentemente el
trayectoria científica, la solvencia teórica pensamiento psicoanalítico, y permea-
y la pericia clínica de Eduardo Braier. bilizando fronteras en la clínica.
En principio, y dando testimonio de Por si el lector no ha tenido la buena
mi propio entusiasmo como lector de fortuna de escuchar a Braier tocar el
estas páginas, puedo asegurar que seguir piano, me animo a advertirlo de algo
el recorrido por los caminos de Eduardo que quizás descubra por sí mismo al leer
Braier junto a Freud es una experiencia estas páginas: Eduardo Braier es un in-
impactante. Nos recibe un autor lúcido, térprete enorme. Para la música como
inquieto, que nos acompaña en la revi- para el psicoanálisis posee el conoci-
sión de la obra freudiana a la vez que miento que le permite entender y leer
construye la propia, y nos muestra con con solvencia las más diversas partituras.
meticulosidad sus cimientos, su estruc- Y puede también traducir en los signos
tura, el andamiaje de sus elaboraciones de su pentagrama teórico (con particu-
teórico-clínicas: Hace camino con lar creatividad) aquello que resuena
Freud mientras honra su pensamiento desde la escena clínica develando el te-
leyéndolo reflexivamente, rastreando atro privado de las fantasías, de los trau-
sus huellas conceptuales, de-constru- mas y sus ecos repetitivos, de los silen-
yéndolo en la clínica, discutiéndolo a la cios atronadores de la destructividad, de
586 | Revista de libros

aquello que se expresa más en el les, sucesivos, continuos, discontinuos,


“tempo” y la ligadura que en las notas simultáneos, alternativos, fragmenta-
mismas en el proceso de representación, dos, etc.), la identificación primaria
o aquello que – aún representado – se (que trae los ecos de la importancia del
rebela a poder ser definido dentro de objeto, y de las identificaciones pató-
una determinada estructura. En ese en- genas, tanáticas, que acercan lo des-
cuentro casi mágico entre lo que inventa tructivo al psiquismo proveniente de
quien crea los sonidos, lo que paren el las figuras parentales), y la represión
ejecutante y su instrumento, y lo que en- originaria. Todos estos enunciados
sueña el alma de quien escucha, se pro- surgen de la reflexión metapsicológica
duce la esencia de esa música en cuya inspirada en la experiencia clínica y
creación todos esos elementos partici- alumbran el importante campo de las
pan. Así también lo que devela la riqueza patologías narcisistas no psicóticas, de
psicoanalítica del pensamiento de Braier la desmentida y la escisión; en fin,
es su particular capacidad para encon- todos los desarrollos acerca del con-
trar armonías y discordancias entre lo cepto de “estructuras no-neuróticas”.
que del sufrimiento humano aparece en A través de todas sus reflexiones teó-
las historias de vida, lo que halla opor- ricas y clínicas Braier arriba a un replan-
tunidad de reactualizarse en el encuen- teo del problema de la técnica y de la te-
tro clínico entre paciente y analista por oría de la técnica en la “clínica
vía de la transferencia, y lo que se pro- contemporánea”. Si bien reconoce la vi-
blematiza en la teoría y debe “ponerse gencia de las propuestas técnicas de
a trabajar” conceptualmente. Freud para abordar ciertos requerimien-
Braier nos expone sus medulosas re- tos de la clínica, se define amplio para
flexiones acerca de cinco hipótesis aceptar algunas “innovaciones” respal-
freudianas controversiales: la pulsión dadas metapsicológicamente, que sirvan
de muerte (con todo aquello que la im- para dar cuenta de una práctica acorde a
plica, y que implica una frondosa aper- los desafíos que plantea el nuevo milenio
tura de caminos en la literatura psico- en nuestros consultorios: abordar la pa-
analítica postfreudiana), las fantasías tología actual, la carencia de represen-
originarias (y su referencia necesaria a taciones y la necesidad de ligadura de
“lo otro” que precede a la génesis – fi- aquello aislado por el trauma. Se aboca
logénesis versus el peso del objeto – y así al análisis de lo irrepresentable y
su impronta en el derrotero pulsional vuelve a surgir el problema de las huellas
y la construcción fantasmática del psi- mnémicas y las distintas clases de repe-
quismo), el problema del apres- coup tición: algunas donde retorna lo repri-
(en su dimensión de elaboración retro- mido, otras que contienen heridas nar-
activa, re-significación en clave psico- cisistas que repiten el más allá del
sexual, de reorganización psíquica, y principio del placer (las huellas mnémi-
de inauguración de una dimensión de cas que yo denominé “ingobernables”
temporalidad compleja en el psi- intrincadamente unidas a la pulsión de
quismo: tiempos lineales, a-tempora- vida y la pulsión de muerte). Ante esto

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Revista de libros | 587

el analista ¿debe ofrecerse en principio en las que predomina el mecanismo de


como objeto para posibilitar el estable- la desmentida, y el problema de lo irre-
cimiento de una ligadura que, de no ocu- presentable; y una clínica del trauma se-
rrir, se convertiría en tanática? Bien vale xual e infantil, pasible de representación,
aquí seguir el derrotero de pensamiento vinculado a la seducción, donde predo-
de Eduardo Braier en relación al tema minan el mecanismo de la represión o las
de la sugestión en psicoanálisis. fallas de éste, signado por la temporali-
Trauma y repetición: Temas de dad del apres coup, y por el análisis del “te-
enorme significación y vigencia que atro de las fantasías”.
Braier subraya especialmente y cuya re- Dentro de ésta última “clínica del
visión seguramente atrapará al lector trauma sexual e infantil” se inscriben los
(desde el planteamiento y las reformula- capítulos sobre las fantasías de seduc-
ciones que tienen ambos conceptos en la ción en la histeria femenina y las fanta-
misma obra de Freud, hasta la actualidad sías “perversas”.
en que dos Congresos Internacionales se Braier explora con una rigurosidad
han dedicado a ellos). Recogiendo el sanamente envidiable las vicisitudes de
aporte de Angel Garma sobre los sueños la teoría de la seducción en Freud, sus
(que serían en realidad la evocación de propios puntos de vista explicitados en
una situación traumática encubierta por los capítulos precedentes sobre las fan-
un deseo) Braier re-fundamenta la di- tasías de los orígenes, la seducción ma-
mensión estructural y potencialmente terial y fantaseada (esa creada “por” la
estructurante de lo traumático. Se ins- pulsión y que crea “a” la pulsión), la
cribe entonces entre aquellos analistas puntualización de una posición inter-
que pensamos que la estructuración del media que, sin negar el efecto pató-
psiquismo y la psicopatología dependen geno del trauma sexual y real de la se-
de una relación dialéctica entre el papel ducción, tampoco ignore la presencia
de la pulsión y el papel del objeto; y a su e influencia de las fantasías para esti-
vez esta posición lo ubicará en la clínica mar sólo el factor traumático; y el tema
tomando debida cuenta de la importan- de las fantasías originarias, protofan-
cia a la persona del analista, de la contra- tasías, o “seducción heredada” que
transferencia y, en síntesis, del trabajo del brinda la estructura fantasmática que
analista. La repetición aparecería enton- yace bajo la represión originaria.
ces como la expresión que vehiculiza Braier da cuenta del despliegue dramá-
estos traumas “más acá“y “más allá” del tico de todo este universo fantasmático
principio de placer; y aquí plantea su in- en la relación transferencial y nos lo
teresante hipótesis de una repetición co- ilustra con las dos riquísimas viñetas
mandada por todo el aparato al mismo clínicas de Delia y Berta que revelan el
tiempo, y no sólo por el Ello. Así va es- carácter desiderativo, defensivo y re-
bozando una suerte de clínica del trauma sistencial de estas fantasías de seduc-
temprano, de lo arcaico, de lo primitivo, ción en el vínculo analítico.
que se corresponde con angustias de ani- Respecto a las fantasías “perversas” en
quilamiento, de intrusión y separación, la histeria femenina (concientes, reco-
588 | Revista de libros

nocidas como tales por una persona que cuenta de la resistencia que muchos ana-
no es ni psicótica ni perversa, que no listas tienen a develar su clínica. También
afectan el juicio de realidad, que en su lo es cuando se apasiona como lector y
contenido manifiesto refieren a deseos nos entusiasma con cierta complicidad
pregenitales y de naturaleza incestuosa) febril en la exploración de la Begoña de
Braier también enriquece sus reflexio- Delgado. También es realmente noble
nes con la ilustración de dos viñetas clí- cuando reconoce las fuentes teóricas en
nicas, profundiza en consideraciones las que abreva y valora con parejo respeto
acerca del papel de la escena primaria en y reconocimiento las ideas de otros que
la teoría psicoanalítica, pormenoriza en lo han inspirado (los maestros, los pio-
la caracterización de estas fantasías “per- neros, los contemporáneos interlocuto-
versas”, e hipotetiza acerca de su génesis res desde diversas latitudes del psicoaná-
y su papel en la estructuración y orga- lisis, y los colegas-pares a quienes ha
nización del psiquismo. Yo quiero invi- leído y con quienes ha dialogado e inter-
tar muy especialmente al lector a “reco- cambiado ideas por igual). Es éste un
ger el guante” de lo que Braier deja mérito singular que nos dice mucho más
planteado en los puntos suspensivos del de la persona del autor que de su admi-
último párrafo de su capítulo 11, tras rable erudición. Y también es magná-
formular una serie de interesantísimas nimo en la claridad expositiva que pro-
preguntas en torno a las cruciales dife- diga al lector, en su cuidadoso interés por
rencias que establece entre las fantasías acompañarlo mientras “hace camino” en
de seducción y las fantasías “perversas” la reflexión psicoanalítica y por dejarlo a
en la histeria. Allí nos convoca y nos im- solas, respetuosamente, cuando se le
plica en una reflexión actual y renovada abren los múltiples interrogantes y cues-
para la demanda clínica de hoy. Su úl- tionamientos que él mismo estimula.
timo capítulo, a través del análisis de las Por todo ello cabe agradecer y feste-
tribulaciones erótico-amorosas del per- jar este “reencuentro en el camino” con
sonaje literario de Begoña, ilustra deta- Eduardo Braier y su obra. Leerlo es
llada y deliciosamente las conceptuali- descubrirlo en la frescura del analista
zaciones psicoanalíticas que ha venido experimentado que no ha perdido la ca-
desplegando acerca de las fantasías en pacidad de sorpresa ni de reformulación
esta suerte de “nueva” histeria ubicada de lo ya aprendido; es escuchar en sus
en una especie de “territorio de transi- reflexiones teóricas la compleja armo-
ción” entre la neurosis y la perversión. nía de su melodía y el resonante vibrar
A esta altura de mi lectura del libro de de su sutil instrumento clínico. Por eso
Braier, no me caben dudas de que también estoy gustoso de invitarlo a
Eduardo es un hombre generoso. Lo es usted, lector, a sumarse a este apasio-
cuando nos acerca a la complejidad de la nante recorrido que, seguramente, lo
comprensión metapsicológica la con- inspirará como a mí para continuar dia-
tundencia del hecho clínico. Es generoso logando de manera íntima con este
al mostrarnos cómo piensa mientras tra- autor tan sugerente.
baja, y eso es muy valorable habida Norberto Marucco

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Revista de libros | 589

Pulsión de vida y pulsión de En la parte I denominada “Funda-


muerte ción del modelo” desarrolla un análisis
Un consistente y formalizado de los escritos de Freud desde 1895 a
modelo de la teoría pulsional y 1905, fundamentalmente el “Proyecto
estructural del psicoanálisis de una psicología para neurólogos”, el
capítulo siete de la “Introducción a la
CORDELIA SCHMIDT–HELLERAU interpretación de los sueños” y los
Life Drive and Death Drive, “Tres ensayos para una teoría sexual”.
Libido and Lethe: A Formalized Consis- Resalta que la unidad básica de des-
tent Model of Psychoanalytic Drive and arrollo del aparato psíquico está sus-
Structure Theory. New York, Other tentada en el acto psíquico, el cual está
Press, 2001. compuesto por tres elementos: la pul-
sión (drive), la percepción y el polo
La autora es ph.D distinguida en psico- motor. Esta unidad básica es la que se
logía, psicopatología, filosofía y litera- va reproduciendo en distintos grados
tura. Analista didacta y supervisora en la de complejidad en la medida que se va
Sociedad Psicoanalítica Suiza, miembro desarrollando el aparato psíquico. Este
de la Sociedad Psicoanalítica Americana interjuego muestra el dualismo pulsio-
y miembro de la Sociedad Psicoanalítica nal que en principio ha establecido
de Boston y del Instituto Psicoanalítico Freud en pulsión sexual versus pulsión
de New England, East. Ejerce su prác- de autoconservación, unidad básica
tica privada en Brookline, Massachu- que constituye un switch (cambio/ in-
setts y posee varias publicaciones sobre terruptor) que establece estructura.
metapsicología, actualidad en psicoaná- La autora realiza un exhaustivo análi-
lisis y psicoanálisis aplicado. sis del “Proyecto de una psicología para
El punto de partida para los siete años neurólogos”. Parte de subrayar que
que le llevó esta obra fue encontrar con- Freud en su esquema general establece
tradicción entre los conceptos freudia- que el proceso psíquico corresponde a
nos de pulsión de muerte y agresión. El leyes específicas (lógicas y matemáticas)
libro es el resultado de sus estudios de que pueden ser representadas, a un nivel
los textos Freudianos, los post-Freudia- formalizado, en un modelo. Considera
nos y sus críticas. el principio de inercia, el sistema phi, el
La Introducción tiene como subtí- psi, el principio de constancia. En el se-
tulo “Metapsicología: ¿superestructura gundo teorema principal la teoría neu-
o fundación del psicoanálisis?” . El ronal describe la direccionalidad de la
planteo de la Dra. Cordelia Schmidt- conducción, aferencia, la neurona como
Hellerau es mantener los primeros des- switch y eferencia. Señala que con la “fa-
arrollos freudianos en forma consis- cilitación” Freud encuentra una res-
tente a través de salvar las aparentes puesta inicial a la cuestión de cómo el sis-
inconsistencias y contradicciones me- tema que construyó puede aprender y
diante el señalamiento de los diferentes armarse un sistema mnémico, para luego
niveles de desarrollo que va rastreando construir bloques de organización jerár-
en la obra de S. Freud. quica. Resalta cómo a través de la satis-
590 | Revista de libros

facción de necesidad produce una teoría el dualismo pulsión de vida / pulsiones


sobre el origen de la relación de objeto, de autoconservación (o del yo) así como
lo que le requiere plantear el sistema la relación entre pulsión e idea, defi-
“omega” y la función del habla, para niendo la represión como una pulsión,
completar con el “principio de realidad”. específicamente como la pulsión
En el análisis del capítulo 7 de La in- opuesta a las otras pulsiones relevantes.
terpretación de los sueños, donde establece Señala la autora que tanto en el pro-
la construcción del aparato psíquico, se- yecto como en el capítulo 7 de La inter-
ñala que la hipótesis fundamental que pretación de los sueños, Freud utiliza el
desarrolla Freud es que los eventos psí- hambre como paradigma de pulsión y
quicos están determinados. La autora describe para ello el patrón fundamen-
continua combinando los dos textos tal “estímulo endógeno – objeto ex-
Freudianos y obtiene un modelo nue- terno- acción específica”. Analiza la dis-
vamente constituido por tres pilares: el tinción entre alucinación, fantasía y
sistema pulsional [drive system (D)] que sueño, para la autora “lo que Freud de-
provee estímulo interno; el sistema per- nomina “principio de realidad” no es un
ceptual (P) que recibe estímulos senso- principio nuevo o diferente, sino un
riales (exógenos) que luego son almace- nuevo nivel de complejidad o estructura
nados como imágenes objetales en las con una modificada ley de switch; es
huellas mnémicas y el sistema motor solo un principio de regulación, es decir
(M) que es responsable de la descarga y el principio de homeostasis (el principio
cuyas imágenes motoras también son de placer de Freud)”.
recordadas en las huellas mnémicas. Cuando incluye “Introducción del
Desarrolla luego la relación del deseo narcisismo”, la autora resalta que la
con la resistencia y la censura, aclarando concepción del narcisismo incluye un
que la “censura (como el deseo) es en aspecto pulsional y un aspecto estruc-
realidad un concepto clínico, que tural y las huellas mnémicas resultantes,
cuando es usado a fines metapsicológi- que al principio forman distintos grupos
cos, debe ser visto, nuevamente, como de ideas pertenecientes a pulsiones se-
una unidad agregada o patrón de exci- xuales (objetos parciales en el sentido de
tación cuyo resultado es forzado direc- unidades parciales yoicas y unidades
cionalmente. Considera de este modo parciales objetales), son unificadas “en
que los términos “deseo” y “censura” tal orden de obtener el amor objetal”. Este
como los usa Freud, están en la misma primer objeto resultante de tal unifica-
relación antagónica entre sí como pul- ción (asociación) no es aún objeto ex-
sión y represión. La “salud mental” es terno sino el propio cuerpo del sujeto o
la expresión de un dinámico y estable propio sí mismo (Freud usa self). Cor-
equilibrio dentro del aparato psíquico. delia Schmidt-Hellerau señala que de
En la parte II “Elaboración del mo- esta forma se desarrollan dos caminos
delo” desarrolla un análisis de los escri- (Tracks): el yoico y el objetal. A esta al-
tos de Freud desde 1910 a 1915. Par- tura la autora efectúa un resumen que
tiendo de “Las perturbaciones psíquicas dice: “Hemos basado la fundación es-
de la visión” de 1910, reflexiona sobre tructural de nuestro modelo del si-

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Revista de libros | 591

guiente modo. En la base del sistema je- tica. Quedan así establecidos cuatro ni-
rárquico subordinado del sistema pul- veles Preinc. Inc. Prec y Cc y la autora
sional encontramos las dos pulsiones señala las vinculaciones entre ellos .
antagónicas, las pulsiones de autocon- En la Parte III toma los textos de
servación y las pulsiones sexuales; en la “Más allá del principio del placer”, “El
base del sistema perceptual colocamos Yo y el Ello”, entre otros. Comienza re-
las fuentes pulsionales (biogénico y sumiendo lo desarrollado hasta ese mo-
zonas erógenas con los componentes mento diciendo: “Hemos dividido todo
pulsiones establecidos desde ellos); el sistema constituido por la psique en
mientras que en la base del sistema M cuatro sub-sistemas Preinc, Inc, Prec y
están las imágenes motoras – como son Cc, cada uno caracterizado por diferen-
denominadas en el Proyecto – es decir tes y sucesivos niveles superiores de or-
los patrones de acción específica, o re- ganización, resultado del aumentado
presentación de acción”. número de operaciones de switch (com-
Ya ha incorporado aquí todos los es- binaciones). De esta forma cada com-
tudios publicados sobre metapsicología plejo estructural, operando en su propio
escritos por Freud, por ello puede in- nivel de integración funcional (cada
cluir los afectos como descarga dentro nano sistema, micro sistema, subsistema
del sistema M, al igual que las represen- y macro sistema), tiene definido su pro-
taciones palabra desde las representa- pio estado de equilibrio y, su propio y
ciones cosa. En uno de los cuadros con específico rango de estabilidad diná-
que la autora ejemplifica, resalta la or- mica. La autora especifica: “Lo que es
ganización de los sistemas P y M en di- correcto –es decir, lo que constituye
ferentes niveles de complejidad especi- equilibrio– para un sistema (digamos el
ficando los enlaces intermedios, Inc) puede perfectamente no ser apro-
básicamente para el sistema P es: P1 piado para otro (el Cc) para el cual cons-
fuente pulsional (biogénica y zonas eró- tituye una salida del equilibrio”. Este es
genas); P2 representación objetal [Yo el punto de partida freudiano para este
(Objeto) Objeto (YO)] y P3 represen- período en el cual el conflicto y su re-
tación cosa. Para el sistema M es M1 re- solución toma el centro de su estudio.
presentación de acción (acción especí- La Dra. Cordelia Schmidt-Hellerau
fica), M2 representación de afecto y M3 explica que: “En vista a la tendencia
representación de palabra. quiescente de la pulsión de muerte…,
Continuando con el desarrollo del sugiero que a la energía que se adscribe
modelo resalta la organización del sis- a ella la denominemos lehte, término
tema inconsciente, preconciente y prestado de la mitología griega. Lehte
consciente, al que agrega un sistema significa olvido; lleva ese nombre un río
pre-inconsciente como zona previa o en el Hades o en las fronteras de lo real
más allá del proceso primario que se su- de la muerte. La mitología griega, a la
merge en la teoría de la de-somatización que Freud recurrió tantas veces en su
a la exclusivamente somática, o sea una elección de sus términos teóricos, puede
región psíquica previa diferente o un venir nuevamente en nuestra ayuda,
nivel distinto de regulación homeostá- pues me parece que lethe satisface todo
592 | Revista de libros

aspecto que requiere lo establecido por de switchs en una base integrada dentro
Freud de un término que denota la de un sistema dinámicamente estable,
energía de la pulsión de muerte, como fue deliberadamente realizado de modo
mostraré ahora. Lethe es un término lo más parsimonioso posible”.
análogo y equivalente a libido, y el Hecha esta aclaración pasa a resaltar
hecho que signifique olvido (represión) cómo concibe la formación del Ideal,
es consistente con nuestro constante del superyó, de las identificaciones, etc.
énfasis en la dirección (-) interna de la dentro del modelo establecido, con los
pulsión hacia el inconsciente; el término distintos niveles de organización del yo,
lethe, a través de la imagen de un río, así como las distintas etapas evolutivas
evoca la idea del flujo de energía de la de la libido, la bisexualidad, el complejo
pulsión, dado que el río Lethe fluye de Edipo completo en sus vertientes se-
desde el mundo de los vivos hacia el de xuales y de autoconservación. La autora
los muertos. El nombre lehte también concluye el apartado señalando: “Freud
toma en cuenta el último requisito pos- llama una presentación metapsicoló-
tulado por Freud para la pulsión de gica, una aproximación que describe los
muerte, en el relevante plano de signi- procesos psíquicos en sus aspectos di-
ficado. Expresa precisamente lo que námicos, topográficos y económicos.
hemos determinado y establecido desde Por último en “Perspectivas: la me-
el principio en el nivel formal de la me- tapsicología como concepto puente”
tapsicología, es decir, la tendencia (-) Cordelia Schmidt-Hellerau efectúa una
‘energética’ de una pulsión, que ahora comparación del modelo cerebral de A.
ha sido posible demostrar en la tenden- Luria con el modelo metapsicológico de
cia quiescente de la pulsión de muerte la mente, aclarando que a posteriori en-
en la versión final de la teoría pulsional. contró aun más vínculos con los aportes
El término lethe es consistente con el del Dr. Solms.
lenguaje metapsicológico, puesto que Es una obra impactante por su con-
no hay objeción para hablar de una ca- sistencia y seriedad, plantea y permite
texia lethica y, last but not least, lehte es una re-lectura de los textos freudianos
usado en todas las lenguas precisamente que entusiasma y abre nuevas posibili-
en nuestro sentido: llamamos a alguien dades de pensar los procesos psíquicos,
de comportamiento letárgico, y habla- así como los psicopatológicos desde una
mos de letargo a una condición deleté- óptica enriquecida y vita.
rea y de una dosis letal de una sustancia Juan Carlos Weissmann
particular, tal como una droga”….
En una nota al pie, la autora aclara
(pg. 209) “… Dado que este libro in-
tenta concebir la metapsicología como
una teoría del vínculo entre procesos
psíquicos y somáticos, la presente con-
cepción de estructura como un switch
ó, si ustedes quieren, como una serie je-
rárquica y operativamente organizada

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Revista de revistas
Sección a cargo de Liliana Noemí Pedron Martin

Revista Docta Nº 6, septiembre El Dossier, que más adelante descri-


2010. biremos, comenta, en la primera parte,
la Viena freudiana y en la segunda pre-
Asociación Psicoanalítica de Córdoba senta ensayos de diversos especialistas
sobre el concepto de alteridad.
Me voy a remitir a la primera parte
Tener en las manos el ejemplar Nro. de la revista que recibe el nombre de
6 de la revista Docta de la primavera F(r)icciones pues escriben psicoanalis-
de 2010 es un placer para el lector. El tas de distintas corrientes y latitudes.
título elegido “Alteridad” está inspi- Allí nos vamos a encontrar con analistas
rado en uno de los ejes temáticos pro- europeos y latinoamericanos represen-
puestos por el congreso de Fepal: tantes de diversas escuelas. Cristina
“Transferencia-Vinculo-Alteridad” Blanco piensa al yo como un proceso
realizado en el año 2010 en la ciudad en devenir y lo ubica en la categoría de
de Bogotá. Para la edición de la revista sujeto enlazado al tiempo y a la historia.
fueron convocados psicoanalistas, di- Comenta el devenir del sujeto entra-
bujantes, pintores, antropólogos y fi- mado en múltiples configuraciones con
lósofos, entre otros profesionales. una estabilidad relativa. El mismo está
Desde la tapa hasta los variados dibu- descripto como un sujeto relacionado
jos, caricaturas y pinturas de autores al cambio. Blanco destaca que en tanto
famosos sentimos que tenemos en las el sujeto tienda a desplazar las investi-
manos un objeto de arte. En este nú- duras de objeto por investiduras narci-
mero de la Asociación Psicoanalítica sistas y autoeróticas se produce un
de Córdoba vemos toda la creatividad efecto que trabaja en el sentido de la
y el ingenio puestas al servicio de la pulsión de muerte. Carlos Barredo en
trasmisión del psicoanálisis. la experiencia de la alteridad, al refe-
Luego de la sección novedosamente rirse a la curación dice: […] no se busca
denominada F(r)icciones, en la sección en la cura la supresión total de los síntomas
“Palabras Cruzadas” se publica una en- como acontece en el modelo médico que
trevista a Colette Soler realizada por Fe- tiende a la restituto ad integrum de un es-
derico Ossola Piazza, un comentario re- tado de normalidad propuesta o salud pro-
alizado por Tomás Leivi sobre la autora puesta, sino del pasaje de la miseria neuró-
y un adelanto del texto: Lacan, I incons- tica al infortunio común, la parte que nos
cient réinventé de la misma Colette Soler. toca en el inerradicable malestar en la cul-
594 | Revista de revistas

tura.”(p. 24). Más adelante, al referirse Barcelona, quien hace un análisis del
a la regla fundamental, agrega: […] “no “concepto de intimidad en el pensa-
se alcanza por medio de una búsqueda miento de Meltzer”
intencional sino dejándose llevar para Carlos Tabbia nos dice que “La inti-
acceder a lo que se esconde en los la- midad, que posibilita la creación de la fa-
berintos del relato del analizante y sólo milia interna, que nos permite descubrirnos,
se revela parcialmente.” (p. 25) que se sostiene en el diálogo con los objetos
Más adelante la autora, Claudia internos y que no se siente ofendida por la
Lara, plantea que el deseo incestuoso privacidad ajena.[…] Una caracterización
no pertenecería a un estado natural uni- mas precisa de una relación íntima es aque-
versal, sino cultural particular y que la lla en la que ambos participantes se consti-
organización conyugal crearía las con- tuyen como continentes mutuos, que a través
diciones para la estructuración de una de la reverie posibilitan el desarrollo del vín-
sexualidad incestuosa. Por el motivo culo que los hace crecer como personas y como
anterior y coincidiendo con la afirma- pareja (conyugal, paterno-filial, científica,
ción de Roudinesco afirma que la fa- analítica, amistosa, etc.).Por eso mismo creo
milia actual se encuentra en desorden. que la intimidad que permite el desarrollo
Para ello se basa en el estudio de una de la personalidad y de los intereses que tras-
comunidad china “Mouso” formada cienden a la misma pareja es la que está ba-
como una organización matriarcal en la sada en la “reciprocidad estética” con predo-
cual las mujeres están al mando. minio del vínculo K.” (p. 48).
En otro artículo de esta suculenta En otro párrafo establece una dife-
revista Janine Puget, a partir de distin- rencia entre intimidada y complicidad.
tas viñetas, nos ayuda a repensar y dis- Me sorprendió, dice Tabbia, cuando
cernir para aclarar presupuestos y pre- Meltzer1 nos propuso la intimidad como
juicios que traen los pacientes al una de las tres dimensiones para com-
consultorio. Puget comenta cómo in- prender la estructura de la personalidad.
terviene el marco referencial de cada También establece que los límites y
uno al operar terapéuticamente. Este la distancia son condiciones fundamen-
sería el lugar que damos a los recuer- tales para las relaciones íntimas. Afirma
dos, a la historia, al presente, a las pa- que si la distancia entre dos objetos es
rejas, a la repetición y a lo que nos sor- excesiva o no existe porque se superpo-
prende. Por último, nos alerta sobre la nen es imposible establecer una rela-
dificultad de escuchar al otro que es ción. Las relaciones necesitan de la dis-
condición necesaria en la vida coti- tancia, para la intimidad; es tan dañino
diana y fundante de nuestra actividad. el aislamiento como la fusión. Es nece-
Otro artículo de esta sección es de sario encontrar la distancia óptima. En
esos que hay que tener siempre a este punto habla sobre la relación del
mano. Se trata del texto de Carlos Tab- padre en la familia y sobre la búsqueda
bia, colega del grupo psicoanalítico de de identidad en el adulto joven.

1 Durante los seminarios desarrollados en el Grupo Psicoanalítico de Barcelona (1986-2002).

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Revista re revistas | 595

Completan esta sección de F(r)iccio- es lo que le confiere posibilidades expresivas


nes el artículo de David Kreszes “Un si- en una condición apriorística.” (p. 125).
lencio invocante”; el de Stefano Bolog- La arquitecta Susana Mijelman se
nini: “Contratransferencia y atmósfera: una refiere a Viena como “la capital de la
sesión con Antonia”. En este último se pro- verdad y la simulación” (p. 128).
pone que el analista es consciente de su En la segunda parte del Dossier,
no saber y ésta es paradójicamente su como lo anticipáramos, la filósofa
fuerza. Bolognini afirma que en una su- Diana Sperling escribe un sesudo tra-
pervisión es más importante darse bajo acerca de la alteridad que es pro-
cuenta qué está sucediendo en lugar de ducto de un seminario dictado en Cór-
establecer fórmulas teóricas generales. doba. El sociólogo francés David
El autor habla de una comunicación in- Bretón es el autor de un estudio clínico
consciente entre el analista y el paciente, sobre las escarificaciones deliberadas.
situación que considera preocupante Para ello hace uso del Blog de Cle-
pero al mismo tiempo fascinante. A tra- mencia. “Al principio era sólo por diver-
vés de “Una sesión con Antonia” se plan- sión” dice Clemencia refiriéndose a los
tea como tarea analítica fundamental cortes en la piel, “…era muy suave y me
transformar lo representado en pensado. hacía bien. Después se fue agravando, para
Por último, completan esta sección evacuar toda mi tristeza tenía que hacer
el artículo de Mónica Andreoli, Julio más fuerte, tenía que tocar más de cerca la
Avalos, Niris Peralta, Amalia Giorgi y muerte.” Las cortaduras, dice Bretón,
Cristina Aguirre titulado ”El niño de perturban más que otras conductas
los imanes y la distancia óptima”. porque se rompe el carácter sagrado
En la primera parte del Dossier la re- del cuerpo (p.172).
vista invita a distinguidos intelectuales Por último, en las entrevistas reali-
que completan otras áreas que hacen al zadas a destacados psicoanalistas en
quehacer psicoanalítico. Nos muestra a conmemoración de los cien años de
los personajes centrales de la Viena de IPA leemos a Eizirik, Bleichmar y a Et-
Freud representada con pinturas de chegoyen entre otros. Este último nos
Klimt y Schiele. El artista plástico Jorge dice sin remilgos “La excomunión de
González opina que Gustav Klimt pintó Lacan fue un error de la IPA, la historia
a la sociedad de su época tratando de demostró que ese analista era una per-
sacar del atraso cultural a Viena y que sonalidad descollante del psicoanálisis”.
con un rasgo romántico encontró en los Finalmente quisiera cerrar este comen-
desnudos femeninos una de sus más re- tario con las palabras del Dr. Abel Fains-
currentes fuentes de inspiración. Sebas- tein quien plantea: “Se trata de buscar
tián Bauer, licenciado en artes, habla de las maneras de entusiasmar a más gente
Schönberg de quien dice que “… la fi- con la práctica del psicoanálisis que se-
gura de Schönberg condensa como ninguna guramente no va de la mano de regula-
otra el ciclo completo de lo que se conoce como ciones estandarizantes.” (p. 213).
música contemporánea…(…) … está cons-
tituido en el par consonancia-disonancia que Mirta Noemí Cohen
Los autores

Rubén Zukerfeld: Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina.


Miembro Titular en función didáctica de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis
(SAP). Profesor Titular Maestría en Psicoanálisis APA-USAL. Profesor Titular
Maestría en Psiconeuroinmunoendocrinología Universidad Favaloro. Premio
Fepal 2002. Premio IPA a la Investigación en Psicoanálisis 2005 y 2009
Raquel Zonis Zukerfeld: Profesora Adjunta de Psicofisiología Universidad
Maimónides. Miembro Fundador y Profesora Instituto Psicosomático de Buenos
Aires. Coordinadora área psi del Instituto Argentino de Psiconeuroendocrinología
Premio Fepal 2002. Premio IPA a la Investigación en Psicoanálisis 2005.
André Green: Ex presidente de la Sociedad Psicoanalítica de Paris y ex vice-pré-
sidente de la IPA. En su formación y recorrido se destacan su relaciones con J. Lacan
(en los 60), con Bion (en los 70) y con sus congéneres del movimiento post-lacaniano
como J. Laplanche, P. Aulagnier y J-B. Pontalis con quien colabora en la Nouvelle
Revue de Psychanalyse. Profesor Invitado en “Freud memorial chair” de la Univer-
sidad de Londres, Profesor Honorario de las Universidades de Buenos Aires y de
Moscú. Autor de mas veinte libros, traducidos en numerosos idiomas, entre los que
se destacan “Narcisismo de vida, narcisismo de muerte”(1983), “De locuras priva-
das”(1990) y “El trabajo de lo negativo”, “Ilusiones y desilusiones del trabajo psico-
analítico”(2010).
Juan Pablo Jiménez: Profesor titular y Director del Departamento de Psiquiatría
Oriente, Facultad de Medicina, Universidad de Chile. Analista en función didáctica,
Asociación Psicoanalítica Chilena. Visiting professor, University College London.
Miembro Comité de Integración Conceptual IPA, ex presidente de FEPAL.
Thomas H. Ogden: una delle figure più in vista del campo psicoanalitico con-
temporaneo, è condirettore del Center for the Advanced Studies of the Psychoses,
membro della facoltà del San Francisco Psychoanalytic Institute e supervisore e
analista al Psychoanalytic Institute of Northern California. Analista Personal y Su-
pervisor en el Instituto Psicoanalítico de Carolina del Norte y miembro del cuerpo
docente en el Centro de Psicoanálisis de San Francisco.
Haydée Faimberg: analista con función didáctica de la Société Psychanalytique
de Paris (SPP) y de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Ejerce en París.
Sobre la base de su concepto de ‘escucha de la escucha’ creó un método de discusión
clínica utilizado en la Federación Europea de Psicoanálisis, IPA, y otros ámbitos.
Desde 1993 es copresidente del coloquio clínico anual franco-británico. Recibió
en 2005 el premio internacional Haskell F. Norman.
598 | Los autores

Fernando Urribarri: Profesor Invitado del Doctorado de Psicoanálisis de la


Universidad de Paris X (Francia). Coordinador del “Espacio Andre Green” de la
APA. Desde 1996 trabaja con André Green: en proyectos de investigación (IPA
2000-2004) y en la preparación de sus libros “Ideas Directrices”(2002), “Ilusiones
y desilusiones”(2010), “Del signo al discurso” (2011) y “Desafios de la clínica psi-
coanalítica”“(2012) –varios de los cuales ha prologado. Dirigió la revista Zona Ero-
gena (1989/2001) la “International Conference: Rethinking Autonommy” en Co-
lumbia University of New York. Ha publicado en revistas y libros en USA,
Inglaterra, Francia, Italia, Brasil, España, Uruguay y Chile. Es co-editor de “En
torno a la obra de Andre Green”(PUF, 2004).
Julieta Bareiro: Lic. en Psicología (UBA), Prof. de Psicología (UBA), Maestranda
de la Maestría en Psicoanálisis (UBA), Doctoranda en Psicología (UBA). Becaria
UBACyT de Maestría. Becaria UBACyT de Doctorado. Miembro de proyectos de
investigación UBACYT y CONICET. Docente en “Psicología, Ética y Derechos
Humanos, Cát. II” y “Escuela Inglesa, Cát. I” Facultad de Psicología –UBA.
Luis Hornstein: Premio Konex de platino década 1996-2006: psicoanálisis.
Publicó varios libros: Teoría de las ideologías y psicoanálisis (Kargieman); Introducción
al psicoanálisis (Trieb); Cura psicoanalítica y sublimación (Nueva Visión); Cuerpo, His-
toria, Interpretación (comp.) (Paidós); Práctica psicoanalítica e historia (Paidós); Nar-
cisismo (Paidós); Intersubjetividad y Clínica (Paidós); Proyecto terapéutico (comp.) (Pai-
dós); Las depresiones (Paidós); Autoestima e identidad (Fondo de Cultura Economica).
Marcelo Nelson Viñar Munichor: Doctor en Medicina, Facultad de Medicina,
Universidad de la República, Uruguay. Psicoanalista, Miembro Titular y Didacta
de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay, miembro de la Asociación Psicoana-
lítica Internacional. Master en Psicoanálisis, título otorgado pero el Instituto Uni-
versitario de Posgrado en Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay.
Actualmente Presidente de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay (APU), y Pre-
sidente Honorario de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FLAPAG).
Ricardo Bernardi: es médico psiquiatra y miembro titular de la Asociación Psi-
coanalítica Uruguaya (APU) donde ha desarrollado funciones de supervisor, do-
cente y analista del Instituto de Psicoanálisis. Es actualmente Editor Latinoame-
ricano del International Journal of Psychoanalysis y Vice Chair del International
Research Board de la IPA. Fue Chair del Comité de Programa del 43º Congreso
Internacional de Psicoanálisis (Nueva Orleans, 2004). Recibió el “2003 Interna-
tional Journal of Psychoanalysis Best Paper Award”, el “Sigourney Award” (1999),
el “FEPAL Award” (1992) y el Premio de la Academia Nacional de Medicina de
Uruguay. Fue Profesor Titular y Director del Departamento de Psicología Médica
de la Facultad de Medicina y Profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad
de la República de Uruguay.

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011


Los autores | 599

Jorge Ahumada: Miembro titular con función didáctica de APA. Miembro de


Honor de la Sociedad Británica de Psicoanálisis. Premio Mary S. Sigourney (Nueva
York, 1996), Premio Konex 2006. Autor de trabajos publicados en ocho idiomas,
algunos de ellos reunidos en Descubrimientos y Refutaciones. La lógica de la indagación
psicoanalítica (Madrid, Biblioteca Nueva 1999), en The Logics of the Mind. A clinical
view (Londres, Karnac 2001) y en Insight. Essays in Psychoanalytic Knowing (Londres,
New Library of Psychoanalysis, en prensa).
Didier Houzel: (Francia) Nació en 1938. Es Profesor Emérito de Psiquiatría
del Nino y del Adolescente en la Universidad de Caen y miembro titular de la Aso-
ciación Psicoanalítica Francesa. Ha sido galardonado con el premio Frances Tustin
2002. Ha trabajado con varios psicoanalistas kleinianos, James Gammill en Paris,
Donald Meltzer en Londres y Frances Tustin en Amersham.
Madeleine Baranger: Francesa, especialista en Letras Clásicas egresada de la
Universidad de Toulouse. Formada en el Instituto de la Asociación Psicoanalítica
Argentina (APA), Miembro Titular de la APA y de la Asociación Psicoanalítica In-
ternacional (API) y miembro de la Federación Psicoanalítica de América Latina
(FEPAL). Entre 1954 y 1965, junto con Willy Baranger formaron la Asociación
Psicoanalítica Uruguaya. Desde 1966 dicta seminarios y realiza actividades didác-
ticas y administrativas en la APA. Es coautora, junto con Willy Baranger, de Pro-
blemas del campo psicoanalítico (Buenos Aires, Kargieman, 1999). Ha publicado
numerosos artículos en revistas nacionales y extranjeras.
Eduardo Agejas: Médico Psicoanalista. Especialista en Psiquiatría y en Psicología
Médica. Miembro titular con función didáctica de la APA. Miembro pleno de la IPA.
Secretario Científico de APA. Miembro del Board para Latinoamérica del IJP. Do-
cente autorizado de la Facultad de Medicina de la UBA. Ex Director de la Revista
de Psicoanálisis. Ex Coordinador del área de Formación Permanente de la APA
Ana María Viñoly Beceiro: Médica psicoanalista. Miembro titular en función
didáctica del Instituto de APA. Miembro pleno de IPA. Ex Vicepresidente y ex Di-
rectora del Departamento de Psicosomática de APA. Profesora del Instituto de Psi-
coanálisis de APA. Especialista en abordaje psicoanalítico de patologías psicoso-
máticas (Universidad CAECE). Co-autora de los libros “Gemelaridad. Narcisismo
y Dobles” (Ed. Paidós) – “Psicoanálisis de Niños y Adolescentes” (Ed. Kargieman)
José Fischbein: Médico, Universidad de Buenos Aires (UBA), Especialista en
Psiquiatría; Master en Psicoanálisis, Universidad Nacional de La Matanza
(UNLAM); Miembro Titular con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica
Argentina (APA); Especialista en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes (IPA); Socio
de Honor de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (AEAPG); Miem-
bro del Consejo Académico de la Maestría en Psicoanálisis, UNLAM. Profesor Ti-
tular de Seminarios de Postgrado
600 | Los autores

Amada Lloret: Psicopedagoga. Licenciada en Psicología. Curso doctorado.


(UMSA). Miembro Adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro
de la Comisión para el Interior del país. Miembro Equipo de Clínica de Posten-
trevistas. Centro Racker. Miembro electo del Comité de Publicaciones de la Revista
de Psicoanálisis de APA 2000-2002.
Gustavo E. Dupuy: Médico psicoanalista. Miembro adherente de la Asociación
Psicoanalítica Argentina. Ha sido docente en la UBA y discutido en diferentes foros
nacionales e internacionales temas de ideología médica en la relación médico pa-
ciente tomando a la persona con discapacidad como “el otro paradigmático”.
Paola A. Machuca: Licenciada en Psicología. Miembro Adherente de la Aso-
ciación Psicoanalítica Argentina. Miembro Fundador y ex Secretaria General del
Centro de Estudios Psicoanalíticos de Asunción (1er Centro Aliado de la Aso-
ciación Psicoanalítica Internacional). Colaboradora docente en distintos cursos
universitarios (Asunción y Bs As). Premio Baranger- Mom

REVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVIII | N° 2/3 | 2011

También podría gustarte