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La ligereza de los horrores

Hombre de celuloide

“Hay en el mundo mucha mierda: ¡eso es verdad! ¡Mas no por ello es ya el mundo un monstruo merdoso!”
Esto escribe Nietzsche en Así habló Zaratustra. Y tiene razón. Esta podría ser, además, una de las
conclusiones de Beanpole (disponible en Mubi), conocida también como Una gran mujer. ¿Cómo no va a
ser terrible el mundo en un hospital ruso cuando acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial? Pero no
por eso el mundo se ha contaminado en sí mismo. Aquí sigue el incesante deseo de felicidad y, detrás del
velo de tanta muerte, el deseo de vivir. Iya es una enfermera en Leningrado, corre el año de 1945 y ella, sin
querer, se ve involucrada en un nuevo horror. Lo primero que salta a la vista es que los personajes no
parecen dar al asunto mucha importancia. Constatarlo nos mete de lleno en el espíritu de los protagonistas.
Sobrevivir a la guerra que libró Alemania contra el pueblo ruso ha hecho que la muerte se mire con cierta
ligereza. Hasta con un sentido del humor que, no por cruel, deja de ser hilarante. Luego del accidente
terrible que sufre, Iya tiene que enfrentarse al deseo de una hermosa soldado que ha vuelto del frente. Y es
que, si la muerte se toma en este hospital con tanta ligereza, la vida también. Masha, la soldado, quiere
tener un hijo. Y como en la guerra perdió la capacidad de embarazarse, es Iya la que va a tener que parir. El
jovencísimo director Kantemir Balágov ha utilizado para este, su segundo largometraje, los testimonios
reunidos en el libro La guerra no tiene rostro de mujer de la ganadora del Nobel del 2015 Svetlana
Aleksiévich. Balágov se reconoce a sí mismo como pupilo de Aleksandr Sokúrov, gran maestro del cine
ruso en quienes muchos quieren ver al auténtico heredero de Andrei Tarkovski, esto es, de la tradición de
un arte que se remonta hasta Eisenstein y el descubrimiento de que con el cine puede hacerse poesía. Y
efectivamente, en Beanpole, Balágov se une a la tradición poética de los cineastas que inventaron el
realismo soviético y que enseñaron a mirar a la tristeza con cierto aire de superioridad. Porque, la segunda
conclusión que uno podría extraer de esta película es de Camus cuando escribe en El mito de Sísifo: “no
hay destino que no se venza con el desprecio.” En efecto, el contacto ruso con el horror debe estar
relacionado con esos artistas excepcionales que son capaces de contar lo más horrible con la serenidad de
un Sísifo que enfrenta su destino sin lloriquear. Pero, es que, además de que la película es entretenida y por
momentos hasta discretamente cómica, es muy hermosa. El director ha decidido que en el cuadro deben
prevalecer los rojos y los verdes. Los primeros, adivinamos, en recuerdo de la sangre de trece millones de
niños rusos asesinados por las huestes alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, los verdes, en cambio,
parecen simbolizar el deseo de estas dos mujeres por encontrar a alguien a quien cuidar… hasta que se
encuentran frente a frente. Ellas mismas. Efectivamente, detrás de la extravagante lucha por hacer que una
chica que no tiene ningún deseo erótico por el sexo masculino quede embarazada hay también una historia
de amor. La de dos amigas capaces de sobrevivir cualquier cosa. Tal vez el principal problema cuando uno
se aproxima al arte contemporáneo sea la solemnidad. Obras de arte como Beanpole, sin embargo, la
arrancan de un tajo. Ante cosas como esta guerra uno sólo puede ver a la vida con reverencia sí, pero
también con ligereza y serenidad.

Beanpole: una gran mujer. Kantemir Balágov. Rusia, 2019.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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