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CENSURA
DE LA PALABRA
ESTUDIO DE PRAGMÁTICA
Y ANÁLISIS DEL DISCURSO
José Portolés
A mis hijas, Luisa y Elena
INTRODUCCIÓN
Muy posiblemente el texto que más ha influido en la libertad de expresión tal como se
entiende en la actualidad haya sido la primera de las diez enmiendas –Bill of Rights– de 1791
a la Constitución de EE. UU.
Enmienda I
El Congreso no hará ley alguna por la que se establezca una religión, o se prohíba profesarla, o se limite la
libertad de palabra, o la de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y pedir al Gobierno
la reparación de sus agravios.1
Pues bien, pocos años después de su aprobación, la Sedition Act (1798) –condicionada
por las noticias llegadas de la Francia revolucionaria– condenaba escribir, imprimir, proferir
o publicar escritos escandalosos o maliciosos contra el Gobierno de los Estados Unidos, el
Congreso o el presidente.2 Y es que censurar no constituye algo excepcional, lo
verdaderamente extraordinario es que se hable o se escriba sobre muchos asuntos solo
pensando en los posibles destinatarios y sin temer una prohibición o un castigo por ello. De
hecho, actualmente padece una censura oficial (§ 1.4.1) buena parte de la humanidad y
tampoco es una situación ajena a las personas que viven en los países democráticos.3 Más
todavía, el escritor John M. Coetzee (2007 [1996]: 23) nos advierte de que mientras que en la
década de 1980 los intelectuales compartían la opinión de que lo deseable era el menor
número posible de restricciones legales a la expresión, en la actualidad, conforme ha pasado
el tiempo, hay voces que defienden sanciones contra todo aquello que consideran ofensivo. 4
Esta universalidad de la censura explica que se ocupe de ella una amplia bibliografía. 5
El presente libro pretende, no obstante, aportar un punto de vista que aspira a ser original:
su análisis a partir de distintos conceptos propuestos por la pragmática y el análisis del
discurso. Estas dos disciplinas de la lingüística estudian el uso de una lengua en los
contextos concretos y, en las últimas décadas, han planteado una serie de instrumentos
teóricos que permiten describir de un modo más ajustado las situaciones que se dan en la
interacción verbal. Estas son, pues, las herramientas con las que se procura iluminar el
fenómeno censorio. Para iniciar esta tarea, comencemos con dos teorías pragmáticas ya
tradicionales: la teoría de actos de habla de John Searle y el análisis de la conversación.
De acuerdo con Searle (1997), los hechos del mundo no son todos de la misma clase.
Existen, al menos, dos tipos: hechos brutos y hechos institucionales. Una piedra, un árbol,
una carretera o una tachadura en un papel son hechos brutos; un informe geológico para
una prospección petrolera, las subvenciones al olivar de la Unión Europea, la preferencia en
los cruces de los coches de bomberos o los índices de libros prohibidos de la Inquisición
española son hechos institucionales. Si nos fijamos, hemos nacido y hemos crecido en una
cultura construida a partir de hechos institucionales que nos son tan cercanos como los
propios hechos brutos: los padres tienen responsabilidades para con sus hijos, pagan con el
dinero que ganan en sus trabajos sus alimentos y la casa en la que habitan, y los niños cada
mañana van a la escuela, donde los profesores tienen unas obligaciones y ellos otras. ¿Son
estos hechos institucionales –las responsabilidades de los progenitores, el dinero, la
enseñanza escolar y sus deberes– menos reales que el hielo de los polos o los rayos
ultravioletas? Así las cosas, en su argumentación, Searle basa la existencia de las distintas
instituciones humanas en una primera: el lenguaje, ya que sin él no se explicaría el resto.
Comprobémoslo con un primer ejemplo de censura oficial: el bando nacional promulgó en
plena Guerra Civil española una ley de prensa que estuvo vigente hasta 1966 ( BOE, 2304
1938). A raíz de su aprobación se requirió un permiso especial para ejercer como periodista,6
a las nuevas publicaciones se les exigía una autorización administrativa, se regulaba,
asimismo, la intervención gubernativa en la designación del personal directivo de los
periódicos –se imponía un cierto censor interno– y, por último, se instituía la censura previa
(§ 9.5.2): los periódicos y revistas debían enviar a la censura aquello que iba a aparecer en
sus páginas antes de ser publicado –artículos, fotografías, dibujos o publicidad–. 7 Todo este
complicado aparato censor precisaba de la existencia del lenguaje, se ocupaba de él y había
de estar condicionado por sus propiedades. En suma, volviendo a Searle, el hecho
institucional primario del lenguaje permitía y determinaba los hechos institucionales de la
censura franquista.8
En cuanto a la denominación del objeto de estudio –la censura–, se ha de tener presente
que la pragmática recurre frecuentemente a términos del habla cotidiana. Emplea cortesía,
conversación, contexto o ironía de un modo técnico que, si bien no es aplicable a todas las
apariciones de estos sustantivos en las conversaciones diarias, tampoco les es
absolutamente ajeno. Algo semejante va a suceder con el uso terminológico del sustantivo
censura y del verbo censurar en estas páginas. Por una parte, quienes las lean reconocerán la
mayor parte de los fenómenos discursivos estudiados como ejemplos de censura, pero,
paralelamente, serán conscientes de que otros usos habituales de estas dos palabras
quedarán fuera de la categoría que se delimita. Se contempla, pues, un conocimiento
metalingüístico propio de los hablantes que se refleja en el léxico general y se intenta
perfilar de un modo que sea útil para análisis más técnicos.10
Si este es el origen de la palabra, el Diccionario del español actual [DEA] de Seco, Andrés y
Ramos (1999, s.v.) recoge reprobación como primera acepción en el español general del
sustantivo censura. Una de las citas que presenta como ejemplo es: «... para aguantar cara a
cara las miradas de censura de mi tía Juana» (J. Benet). Sin embargo, no es esta la acepción
que nos interesa en nuestro estudio, sino la segunda: «Examen oficial de publicaciones,
emisiones, espectáculos o correspondencia, con el fin de determinar si hay algún
inconveniente, desde el punto de vista político o moral, para su circulación, emisión o
exhibición». De acuerdo con esta segunda definición, existe un tipo de interacción de varios
participantes en la que un tercero –quien actúa como censor–examina lo que un emisor
quiere comunicar a su destinatario (§ 1.2). Obsérvese que esta característica fundamental de
la segunda acepción no se da necesariamente en la primera, ya que para la reprobación son
precisos únicamente dos participantes en la interacción: quien reprueba –la tía Juana– y
quien ha cometido la acción reprobable –el sobrino que sufre sus miradas–. Así pues, si se
toma como rasgo distintivo de la categoría pragmática de censura el criterio de tratarse de
un hecho interaccional con un tercer participante –una interacción triádica–, los casos en los
que el uso de la palabra se limita a una simple reprobación quedan fuera de nuestro uso
terminológico.
En cuanto al carácter peyorativo de la palabra y del concepto censura, se ha de señalar
que se trata de una connotación relativamente reciente. En su Contrato social JeanJacques
Rousseau (2005 [1762], capítulo VII) todavía mantiene:
Así como la declaración de la voluntad general se hace por la ley, la declaración del juicio público se hace
por la censura; la opinión pública es la especie de ley de la que el censor es el ministro, y que él no hace
más que aplicar a los casos particulares a ejemplo del príncipe.
En definitiva, para él, no todos los censores son malvados. Aquellos que siguen la
opinión del pueblo no lo son.13 En realidad, hasta las vísperas de la Revolución francesa, fue
inhabitual la opinión de que la publicación de un libro debía ser libre.14 Con posterioridad,
ya en 1849, el Bulletin de censure francés cambia su denominación por Revue de l’ordre social15
y en la actualidad censura es un término que se trata de evitar. 16 En el presente estudio, para
no acarrear las connotaciones peyorativas de este sustantivo, 17 se podría haber empleado
otro sin esta rémora, pongamos por caso, el sintagma nominal interdicción ideológica
jerarquizada. Ahora bien, ¿quién lograría terminar un libro en el que se tuviera que repetir a
cada momento este sintagma? En fin, es más sencillo advertir que en estas páginas se utiliza
censura de acuerdo con una definición técnica.18
Censura quien, por motivos ideológicos, impide y/o castiga la comunicación entre un(os) emisor(es) y
su(s) destinatario(s).19
Introducidos el término y el concepto de censura, pasemos a un breve acercamiento a
la pragmática y el análisis del discurso. Estas disciplinas de la lingüística se han
desarrollado en el último cuarto del siglo XX a partir de una nueva explicación de la
comunicación.20 Su conveniencia se debe a que los seres humanos acostumbramos a
manejarnos con un análisis demasiado simple del funcionamiento de la lengua: pensamos
que una persona tiene una idea, la codifica en un enunciado determinado y crea un mensaje
que la representa literalmente. Su interlocutor, que conoce la misma lengua, descodifica el
mensaje y lo comprende. Sin embargo, esta explicación es más apropiada para la
comunicación con las máquinas que entre las personas. Cuando marcamos nuestro código
secreto en el cajero automático del banco, tecleamos exactamente el número –la idea– que
tenemos en mente y la máquina lo comprende también exactamente. Procuramos que nadie
vea lo que hacemos, no nos interesamos por cómo se siente la máquina, ni ella se enfada si
pedimos los movimientos de la cuenta del último mes y no únicamente de la última
semana.
En realidad, nuestra comunicación es mucho más compleja. Este libro, por ejemplo,
tiene como origen una ponencia presentada en un congreso en la Universidade do Minho
(Braga, Portugal) sobre la censura y la interdicción.21 A los asistentes a esa ponencia no les
hablé como lo hubiera hecho a una máquina, por lo pronto, intenté mantener su atención;
asimismo, si yo hubiera exclamado a mitad de intervención: «¡Cuánto ruido!», hubieran
comprendido que les rogaba que bajaran la intensidad de sus cuchicheos, algo que no
habría dicho de forma expresa; aún más, la mayor parte del auditorio de esta ponencia no
hablaba castellano, como yo no hablo portugués, cuando lo intentamos, chapurreamos la
otra lengua –es decir, marcamos mal casi todas las cifras del código– y, sin embargo,
generalmente nos entendemos o al menos eso creemos. En definitiva, quienes hablamos,
además de conocer el código lingüístico, sabemos usar una lengua.
La pragmática es la disciplina lingüística que estudia este uso de la lengua y el análisis
del discurso es aquella otra que se ocupa de los resultados de estos usos; desde esta
perspectiva, nos acercaremos a la censura.22 Su estudio con este instrumental teórico ofrece
dos intereses principales. En primer lugar, presenta una descripción del fenómeno censorio
que no es idéntica a la que proporcionan los estudios históricos, jurídicos o sociológicos. Se
percibirán, pues, aspectos difíciles de delimitar de otro modo. En segundo lugar, y en
dirección opuesta, al enfrentarse a la censura y a su historia, el pragmatista ha de esforzarse
en tener en cuenta realidades comunicativas a las que habitualmente no se acerca; así, el
análisis de la censura que se lleva a cabo en estas páginas va a resaltar la complejidad de la
comunicación humana. Esta realidad nos obliga a enriquecer nuestra teoría con nuevos
conceptos y a perfilar mejor los que ya manejamos. Hay, pues, por una parte, una
aplicación de lo ya sabido y, por otra, una serie de propuestas nacidas con el fin de dar
cuenta de un tipo de realidades comunicativas que, por complejas, acostumbran a ser
desatendidas.23
Centrado, pues, en la palabra y su censura, el libro se divide en dos partes. En la
primera se delimita con criterios pragmáticos y de análisis del discurso qué se entiende por
censura en esta investigación y, en la segunda parte, se examina cómo actúa esta censura.
Como hemos avanzado, la hipótesis de partida propone que el acto censorio es un hecho
habitual en la interacción entre las personas y que las censuras que normalmente se
reconocen –ya sean o no oficiales– no son más que muestras de un comportamiento
humano que busca impedir y/o castigar los mensajes que considera amenazantes para una
ideología. Con este fin, los cuatro capítulos de la primera parte tratan de proporcionar
razones a favor de esta tesis. En el primero se presenta al censor como un tercer participante
en la interacción (§ 1). Se recuerda en el segundo la teoría de los actos de habla para
defender cómo la palabra puede constituir una acción amenazante y, en consecuencia,
censurable por quien tiene poder censorio (§ 2). En el tercer capítulo (§ 3), se recurre a la
fórmula propuesta en la teoría pragmática de la cortesía para analizar el acto verbal
censurable como una amenaza a la ideología de quien censura. Y en el capítulo cuarto se
revisan las diversas condiciones que se han de producir para que se satisfaga la acción de
quien censura (§ 4).
Termino agradeciendo a Paloma Pernas su constante apoyo y consejo en la elaboración
de este libro y a mis amigos colegas Inés FernándezOrdóñez, Antonio Briz, Daniel Cassany
y José Manuel Cuesta Abad su generoso esfuerzo para ayudarme en su publicación. La
investigación que lo sustenta ha sido financiada gracias al proyecto FFI201341323P del
Ministerio de Educación español.
1. Amendment I
Congress shall make no law respecting an establishment of religion, or prohibiting the free exercise
thereof; or abridging the freedom of speech, or of the press; or the right of the people peaceably to
assemble, and to petition the Government for a redress of grievances. (Disponible en línea:
<www.archives.gov/exhibits/charters/bill_of_rights_transcript.html>).
2. Paxton (2008: 3), Muñoz Machado (2013: 112113 y 161163). Se consideró inconstitucional en
1832. Tanto esta información histórica como otras que aparecerán a lo largo del libro pretenden
únicamente facilitar la buena comprensión del texto por parte de lectores que no son especialistas en los
hechos históricos que se mencionan.
4. Pasadas dos décadas de la afirmación de Coetzee, su apreciación continúa siendo válida; léase,
como ejemplo, el texto de John Carlin (Disponible en línea: <www.elpais.com>, consulta: 9112015).
5. De hecho, las obras consultadas para la redacción de este estudio, aunque muchas, constituyen
una mínima parte de las publicadas. Existe, incluso, además de revistas especializadas, una enciclopedia
sobre la censura en cuatro volúmenes (Jones, 2001).
6. En 1940 se crea el Registro Oficial de Periodistas. El carné n.º 1 fue para el general Franco. Para
inscribirse en este registro, era preciso asistir previamente a una Escuela Oficial de Periodismo (1941),
que, con distintos criterios, funcionó hasta la creación de las facultades de Ciencias de la Información en
1971 (Pizarroso, 1992: 171173 y 198; Bordería, 2000: 30; Martín de la Guardia, 2008: 23).
7. Sinova (1989a), Bordería (2000), Chuliá (2001), Martín de la Guardia (2008).
8. Para conocer las publicaciones existentes sobre la censura franquista, véase la revista electrónica
Represura (disponible en línea: <www.represura.es>). Esta censura comenzó el 28 de julio de 1936 con la
censura previa militar a todo impreso que se pudiera difundir. En diciembre de ese mismo año la Junta
Técnica del Estado declaraba ilícitas las publicaciones socialistas, comunistas, libertarias, pornográficas y
«disolventes». En 1937 se creó la Delegación del Estado de Prensa y Propaganda. Dependerá del
Ministerio de Interior, y se desdobla en 1938 en una Jefatura Nacional de Prensa, que se ocupa de la
prensa periódica, y en otra de Propaganda, que atiende a la prensa no periódica. Ese mismo año una
orden del 29 de abril desarrolla la censura previa de publicaciones no periódicas y una Ley de Prensa, que
citamos más arriba (BOE, 23041938), se ocupa de la censura de las periódicas. Con una orden ministerial
de 1939 se creó la Sección de Información y Censura dentro de la Jefatura Nacional de Propaganda. Entre
1941 y 1945 la censura se subordinó a la Vicesecretaría de Educación Popular dentro de la Secretaría
General del Movimiento, que dependía de la Falange. Posteriormente, de 1945 a 1951 estuvo adscrita al
Ministerio de Educación Nacional y, a partir de ese año hasta el final del régimen, al Ministerio de
Información y Turismo (Gracia y Ruiz Carnicer, 2004: 7279; Martínez Rus, 2014: 19, 8485 y pássim;
Larraz, 2014: 5862; Ruiz Bautista, 2015: 5355; Sánchez Illán, 2015: 387389).
9. Heritage y Clayman (2010).
10. Sobre el conocimiento metalingüístico que se refleja en la propia lengua, Loureda (2003a) y
Casado, González Ruiz y Loureda (2005).
11. Se trataba de una magistratura de gran prestigio, por lo que las recriminaciones públicas de un
censor podían, incluso, abortar el acceso al Senado (Suolahti, 1963: 4754).
12. En un estudio sobre las interdicciones lingüísticas, Allan y Burridge (2006: 24) distinguen entre
the censorship of language –la censura oficial– y the censoring of language –cualquier tipo de censura
lingüística, incluida la oficial–. El presente libro pretende ocuparse de la segunda, así como mostrar el
vínculo que existe entre ambas.
13. Censores españoles ilustres de la época fueron José Cadalso, Nicolás Fernández de Moratín o
Gaspar Melchor de Jovellanos (Reyes, 2000, I: 584585). El sentido de censura como «prohición» no es
anterior a la Ilustración. El término en los siglos XVI y XVII se interpretaba como un examen crítico del
contenido de una obra, sin sentido represivo. Es en la segunda mitad del siglo XVII cuando en Francia se
comienza a denominar censeurs a los revisores de textos para su aprobación (Vega, 2013: 25; Infelise, 2014:
20).
14. «A lo sumo se podía discutir el modo en que el censor debía operar: una cosa era el fraile
obtusamente empeñado en la defensa de la ortodoxia y otra, el letrado llamado a realizar esa tarea en
virtud de su propia sensibilidad» (Infelise, 2004: 26).
15. Sierra Corella (1947: 336). Se trataba de una publicación de orientación católica que se
anunciaba como revista indispensable para que las familias estuvieran advertidas contra «les erreurs de
l’époque».
16. Puede darse el caso –como el de la República Democrática Alemana (19491990)– de que, pese a
haber una institución oficial censoria, estuviera prohibido hablar de su existencia (Darnton, 2014: 148); es
decir, se censuraba el hablar de la censura.
17. En opinión de Ruiz Bautista (2008: 45), en España se generalizarían estas connotaciones
peyorativas a lo largo de la década de 1940. Ya en la década siguiente el propio ministro de Información
en ocasiones elude la palabra censura y habla de «consulta previa» o de «aprobación previa» (Arias
Salgado, 1955: 127 y 163). Gabriel AriasSalgado fue en 1951 y hasta 1962 el primer ministro de
Información y Turismo, año en el que fue sustituido por Manuel Fraga Iribarne.
18. Esta definición no sigue las reglas de la tradición lexicográfica. Las definiciones a partir de un
sustantivo censor o de un verbo censurar comunican una clase –el sustantivo– o una actividad (con un
aspecto verbal determinado) –el verbo–; no obstante, todos corremos alguna vez y no somos
«corredores», ni un modo de acción verbal de realización –tal como se concibe la censura en este libro– se
define bien con un infinitivo, cuyo significado aspectual se corresponde mejor con un estado o con una
actividad homogénea.
19. A lo largo del texto, se empleará destinatario para aquella persona a la que se dirige el emisor y
receptor para aquella persona, incluido el destinatario, que recibe el mensaje. El censor, por ejemplo,
puede prohibir un mensaje pensando que un niño –receptor– puede escucharlo, pese a no ser él el
destinatario. Con todo, también en este caso el verdadero destinatario del mensaje puede verse afectado
por esta censura.
20. Para una primera introducción a los asuntos tratados por la pragmática y el análisis del
discurso, se pueden consultar Escandell (1996), Calsamiglia y Tusón (1999), Fuentes (2000), Gutiérrez
Ordóñez (2001), Portolés (2004) y López Alonso (2014).
21. Portolés (2009).
22. En relación con lo que aquí se pretende, también Jef Verschueren (2012: 199) defiende la
pragmática lingüística como una disciplina que puede proporcionar unas nuevas perspectivas y
herramientas a las otras ciencias sociales.
23. En este punto es oportuno situar la propuesta de estudio que se desarrolla en estas páginas
frente a una corriente con gran predicamento: el análisis crítico del discurso ( ACD, Critical Discourse
Analysis). El ACD busca el fortalecimiento social de los grupos que se encuentran dominados y se ocupa de
los problemas que les afectan, en general, cualquier tipo de discriminación por medio del discurso (Rojo,
Pardo y Whittaker, 1998; Fairclough y Wodak, 2000; van Dijk, 2009; Wodak, 2011; Fairclough, 2012).
Ahora bien, pese a que en nuestro estudio habrá una amplia ejemplificación de situaciones de dominio de
unos grupos sociales por otros, el enfoque elegido es más amplio y no se circunscribe a esta situación. De
hecho, como ya se ha advertido, todos los seres humanos censuramos, si bien los poderosos lo hacen con
más facilidad, con más frecuencia y con mayores efectos.
24. Dicho con otras palabras, la comunicación acostumbra a ser multimodal (§ 7.4.3).
25. Para estos términos técnicos, Poyatos (1994).
26. Beevor (2012: 1033).
27. Los opositores utilizaban el aplauso como forma de rechazo al Gobierno. El presidente recibió
el paródico Ig Nobel Prize de la Paz de 2013 por esta prohibición y por la detención ese mismo año de una
persona manca que había aplaudido. Disponible en línea: <www.improbable.com/ig/ig
pastwinners.html#ig2013>, consulta: 12122015.
28. Kamen (20042: 173); Escudero (2005: 28).
29. Kress (2010: 82).
30. Ibáñez (2009: s.p.).
PARTE I
LA CENSURA DESDE LA PRAGMÁTICA
Y EL ANÁLISIS DEL DISCURSO
Capítulo 1
EL CENSOR COMO TERCERO
1.1 EL MOTIVO DE CENSURAR
Para estudiar la censura de la palabra, se debe partir del hecho de que quien habla o
escribe hace algo y eso que lleva a cabo puede importunar a otros. Con hacer no solo se ha
de pensar en que articula sonidos al hablar o dibuja trazos al escribir, sino también que
realiza algo con esos sonidos o esos trazos: cambia el estado mental de otras personas. Del
mismo modo que, cuando se construye un puerto, la costa es distinta a como era antes, en el
momento en el que se le ordena algo a otra persona su mundo es diferente: quien ha
ordenado se sitúa en una posición superior –puede ordenar– y emplaza al otro a cumplir su
mandado. Esto también sucede si simplemente se asevera algo. Al escuchar, pongamos por
caso: «Esa camisa te sienta muy bien», la camisa no cambia, pero nosotros sí. Esas palabras
nos confirman que acertamos al comprar la camisa, nos muestran que otra persona se
preocupa de nosotros, nos alegran; en fin, después de escucharlas no somos los mismos.
En los cuentos y en los milagros también se actúa con palabras sobre las cosas. Con
«Ábrete, Sésamo», Alí Babá franquea la entrada de una cueva y Jesucristo resucita el cuerpo
muerto de Lázaro diciendo: «Levántate y anda», pero, por eso mismo, son cuentos o
milagros. Lo habitual es que los seres humanos no podamos hacerlo y nos limitemos a
actuar con nuestras palabras en lo que podemos: la mente de otros seres como nosotros. El
filósofo John Austin (1982 [1962]) consideró central este hecho para explicar la
comunicación humana: hacemos cosas con las palabras. En su teoría diferenció en los actos
de habla tres tipos de actos: actos locutivos, actos ilocutivos y actos perlocutivos.
Los actos locutivos consisten en decir o escribir algo. En cuanto a los actos ilocutivos de
Austin, constituyen aquello que se hace con los actos locutivos, con «Esa camisa te sienta
muy bien» se han dicho unas palabras, pero también se ha aseverado –no se ha preguntado,
ordenado, sugerido o pedido, como pudiera suceder con otros enunciados– lo bien que le
sienta a alguien la camisa. Y una tercera distinción de Austin es la de los actos perlocutivos.
Estos constituyen los efectos o consecuencias, buscados o no buscados, que ocasiona en el
interlocutor un acto ilocutivo; así, el enunciado anterior alegró a quien vestía la camisa, otro
enunciado podría haberlo intrigado, indignado, persuadido de algo o desanimado.
En resumen, se hacen cosas con las palabras y esas acciones puede que, en el caso de la
censura, incomoden de algún modo –acto perlocutivo– a quien puede prohibir. Recordemos
un ejemplo histórico. La teología de la contrarreforma denominaba propositio –con algún
tipo de modificador (blasphema, erronea, haeretica, impia, injuriosa, insana, piarum aurium
offesivae, sapiens haeresim, scandalosa, seditiosa, entre otros muchos)– a los delitos verbales. 1 En
las conversaciones de la gente corriente las proposiciones erróneas más frecuentemente
perseguidas por la Inquisición eran afirmaciones irreverentes sobre el clero o la doctrina
católica –v. gr. que el cuerpo de Cristo no estaba en la comunión–, o sobre el sexo –v. gr. que
fornicar no era pecado–; pues bien, entre 1579 y 1635 casi un tercio de los condenados por la
Inquisición en Cataluña lo fueron por lo que dijeron y no por lo que hicieron, es decir, los
inquisidores castigaron a unas personas porque consideraban sus palabras como una
amenaza.2
1.2 LA CENSURA PROTOTÍPICA: EL CENSOR COMO TERCERO
Varios lingüistas –el pragmatista Jef Verschueren (2002: 110 y ss.) o el sociolingüista
Florian Coulmas (2005), entre otros– sitúan la idea de elección en el centro del estudio del
uso de la lengua. En su opinión, el uso de una lengua consiste en una continua elección que
se lleva a cabo de un modo consciente o inconsciente. Se elige una lengua –aquellos que
hablan más de una–, una construcción sintáctica determinada, una unidad léxica o una
estrategia discursiva. En casi todas estas elecciones quienes nos comunicamos tenemos
presente quiénes son nuestros interlocutores y acostumbramos a adaptarnos a ellos en la
formulación lingüística de los enunciados; elevamos la voz con las personas que no oyen
bien, simplificamos el vocabulario cuando nos dirigimos a niños o repetimos nuestras
palabras cuando alguien toma nota de ellas. Sin embargo, en ocasiones lo que escucha o lee
nuestro destinatario no se debe a una elección de la formulación lingüística de acuerdo con
nuestro criterio como hablantes, sino a restricciones impuestas por terceros, ya sean
instituciones oficiales, grupos sociales o personas particulares. En muchos de estos casos se
puede hablar de censura. Coetzee (2007 [1996]: 59), quien como sudafricano ha conocido la
censura durante décadas, lo explica del siguiente modo:
Trabajar bajo censura es como vivir en intimidad con alguien que no te quiere, con quien no quieres
ninguna intimidad pero que insiste en imponerte su presencia. El censor es un lector entrometido, un
lector que entra por la fuerza en la intimidad de la transacción de la escritura, obliga a irse a la figura del
lector amado o cortejado y lee tus palabras con desaprobación y actitud de censura.
Coetzee identifica, pues, a tres participantes en la interacción verbal con censura: quien
habla o escribe, a la persona a quien se dirige –«el lector amado»– y quien censura –«el
lector entrometido»–. Se trata del prototipo de censura que se estudiará en estas páginas:
una interacción triádica. Ahora bien, no solo existe censura en el discurso escrito, como el
que nos acerca Coetzee, también se da en el oral, es decir, quien censura no solo lee,
también escucha. En 1959 el preso político Bao RuoWang recibe por fin la visita de su
esposa en la prisión china en la que se encuentra. Ella ya sabe que le han condenado a doce
años de «reeducación» y le pregunta: «¿Cómo podré cuidar yo sola a los niños durante doce
años?». La reacción del guardián es inmediata: «¡No se te permite hablar de ese tema!» (Bao
y Chelminski, 1976: 141).
Me explico. Los estudios pragmáticos sobre la cortesía verbal conciben las relaciones en
la interacción verbal de un modo distinto al de Bourdieu. Parten de las propuestas del
sociólogo canadiense Erving Goffman (1972), quien defendió que, al comunicarnos, los
seres humanos presentamos una imagen (face) de nosotros mismos que esperamos que
respete nuestro interlocutor. Para conseguirlo, en la interacción se produce una serie de
actividades de imagen (facework). Supongamos que un hablante de un pueblo de la provincia
de Sevilla varía por elección propia su ceceo habitual por el seseo de la capital cuando se
afinca en ella o que una profesora pasa del tuteo al uso del usted ante un estudiante
demasiado insistente en sus reclamaciones. No hay autocensura de acuerdo con la
definición que se adopta en estas páginas, sino las actividades de imagen inevitables en
quienes interactúan con los demás. Se trata de actividades que son propias de toda
interacción: cómo nos presentamos a nosotros mismos y cómo esperamos que los demás
nos acepten. El hablante del pueblo sevillano intenta que se le admita como a un capitalino
más y la profesora procura mantener una prudente distancia con el estudiante.
Dentro de la psicología social y la sociolingüística, un concepto cercano al de actividad
de imagen de la pragmática es el de acomodación. Howard Giles propuso la teoría de la
acomodación en el habla –posteriormente, teoría de la acomodación en la comunicación
(Communication Accommodation Theory)–en la década de 1970. La acomodación consiste en el
ajuste verbal o no verbal de los comportamientos comunicativos entre los participantes en
una interacción. Por otro lado, del mismo modo que puede existir una acomodación entre
interlocutores, puede darse una falta intencional de acomodación. Así, un policía puede
acomodar su modo de comunicación con ciertos ciudadanos –convergencia–, pero no
acomodarse a los que considera delincuentes –divergencia–.4
No tener en cuenta lo consustancial con el ser humano de estas actividades de imagen
y de acomodación encamina a Bourdieu a hallar una generalización de formulaciones de
compromiso –«eufemismos», en sus términos– en la mayor parte de los discursos debida a
una transacción entre el interés expresivo (lo que hay que decir) y lo que sería una censura
inherente a las particulares relaciones de producción lingüística.5
Sin embargo, este planteamiento parte de una simplificación de la comunicación. No
hay que confundir lo que se quiere comunicar y una expresión en concreto fuera de todo
contexto, una expresión que, forzados por las circunstancias, casi siempre se traicionaría. Si
a un pasajero del autobús, siguiendo la norma española le decimos: «Perdón» o «¿Va usted
a salir?»,6 le estamos pidiendo que se aparte para dejarnos bajar. Esta no es una forma
censurada frente a: «Apártate», sino la que transmite lo que se tiene intención de comunicar
sin añadir una ofensa. No existen expresiones naturales en una lengua que se correspondan
a un buen salvaje absolutamente desinhibido en un mundo sin circunstancias; todas son
estímulos que pretenden comunicar de un modo ostensivo lo que se desea en un contexto
determinado. Los franceses que saludan con un «bonjour, madame» no se censuran frente a
los españoles que se dirigen a una señora con un simple «buenos días» –esto es, sin la forma
apelativa de tratamiento– se limitan tan solo a saber hablar en francés.
De acuerdo con este punto de partida, no se ha de identificar la exigencia de formas de
cortesía o de acomodación –«eufemización», en términos de Bourdieu– con censura.
Existen, incluso, culturas que se caracterizan por la elusión del verbalismo y no por ello
hemos de apreciar que sean culturas intrínsecamente censuristas; así, por ejemplo, la
cultura japonesa no comparte con la occidental la preocupación por comunicar todo con
palabras. Los japoneses educados limitan la expresión de sus deseos y opiniones
personales, porque se podrían considerar ofensivos; y se valoran como inmaduras las
personas que no saben comportarse de este modo.7
Asimismo, no se podría considerar autocensura la limitación en la formulación de un
discurso por la que el propio emisor evita expresar ciertas ideas no por temor a un tercero,
sino por los límites de actuación que él mismo se ha impuesto. No sería, pues, censura –de
nuevo, tal como se entiende en este estudio–, sino un caso de actividad de imagen lo que la
escritora Elvira Lindo (en El País Domingo, 31102010: 15) denomina «autocensura» en el
siguiente texto:
Cuando los estudiantes de periodismo me preguntan si me someto a autocensura en estos artículos
respondo aquello que en principio no esperan oír: ¡claro que sí! Pienso dos veces lo que escribo, me
arrepiento si he herido sin fundamento a alguien y no me fío de las personas que presumen de soltar lo
primero que se les viene a la boca.
Como sucede con el resto de los hablantes, Lindo sabe que sus palabras afectan a otras
personas y actúa en consecuencia. Elige la mejor formulación de su discurso para
comunicar lo que desea y, de acuerdo con sus principios morales –no los de un censor–,
evita ofender. Una primera elección comunicativa de cualquier hablante es la de callar, la de
permanecer en silencio. Dejamos de decir cosas que pudieran herir a otros y no por eso, de
acuerdo con la definición que aquí se adopta, nos autocensuramos.
Pese a esta ubicación de la censura dentro de la interacción triádica, existen casos en los
que en interacciones verbales de dos personas –interacciones diádicas– sí puede tener lugar
una verdadera autocensura: cuando se teme la delación (§ 5.2.2). En estas ocasiones, el
censor –sea una institución o un grupo– no accede directamente a aquello que se dice en
una interacción verbal determinada, pero el receptor del mensaje puede llevar a cabo una
delación y comunicárselo. Hay que tener muy presente que en muchas situaciones
históricas la delación se extiende y, por ende, trae consigo una autocensura generalizada. No
es difícil documentar, por poner un ejemplo extremo, el hecho de denuncias de hijos contra
sus propios padres.8 El franciscano fray Bernardino de Sahagún (1988 [1577], libro X,
capítulo 27: II, 633) recoge en su Historia general de las cosas de Nueva España que algunos de
los muchachos que se educaban en su colegio de Tlatelolco delataban a sus padres si
«hacían idolatría siendo bautizados». Y, más recientemente, el régimen soviético convirtió
en héroe y mártir al niño Pávlik Morózov, que, de acuerdo con la propaganda, había
denunciado a su padre por un comportamiento «contrarrevolucionario». Su delación se
enseñaba como ejemplo de conducta en las escuelas de la URSS. 9
En definitiva, y volviendo al término de Bourdieu, hay censura estructural cuando en
un régimen censurista se teme constantemente la delación o el castigo por parte de un
tercero que no es el destinatario directo de nuestro mensaje y, en cambio, no la hay cuando
nos limitamos a intentar no ofender o procuramos presentarnos a nosotros mismos de un
modo determinado.
1.3 LA COMUNICACIÓN INFERENCIAL
En el Madrid de la posguerra hubo una publicidad de una sombrerería que se hizo
célebre: «Los rojos no usaban sombrero». Quien lo leía no solo reparaba en algo que ya
conocía –la aversión del Madrid revolucionario por el sombrero burgués–, sino que llegaba
a la conclusión de que debía comprarse un sombrero para no ser confundido con uno de los
perdedores. Esto último, aunque en realidad no se había dicho, constituía lo esencial de la
intención comunicativa del comerciante.
El contexto de los participantes en una conversación es siempre mental y está formado
por las creencias que residen en su memoria, pero también por aquellas que se derivan de
su percepción inmediata de la situación o, simplemente, de lo que se ha dicho antes. 10 Muy
posiblemente cualquier español actual considere que la canción de José María Peñaranda Se
va el caimán (1941) trata de un reptil –en concreto, un caimán– que nada hacia la ciudad de
Barranquilla; sin embargo, este porro colombiano se cantó en contra de Franco –el caimán–
cuando comenzó una presión internacional para que se restaurara la monarquía y se fuera
el general. El régimen reconoció este significado del hablante: durante algún tiempo
prohibió que la canción se transmitiera por radio y llegó a multar a quienes la cantaban.11 Lo
codificado en la letra de la canción puede ser idéntico en la actualidad y en la década de
1940, pero el contexto de quienes la escuchan es muy distinto; por ello, ningún político
español contemporáneo se siente amenazado por la canción.12
Por otra parte, en opinión del antropólogo francés Dan Sperber y la lingüista inglesa
Deirdre Wilson (Sperber y Wilson, 1995 2; Clark, 2013), la comunicación se logra por una
relación entre esfuerzo y beneficio que guía el que denominan principio de pertinencia o,
con otra traducción, de relevancia. Se trata de un principio cognitivo que guía el
comportamiento comunicativo humano. La comunicación precisa que las inferencias que
forman parte esencial de ella sean inmediatamente previsibles tanto para el hablante como
para el oyente y esto sucede porque ambos comparten inexcusablemente este mismo
principio. El principio de pertinencia se resume en: «Todo enunciado comunica a su
destinatario la presunción de su pertinencia óptima». Las personas buscamos en la relación
entre lo dicho y el contexto la pertinencia mayor; es decir, el efecto cognitivo mayor –la
mayor información– en relación con el esfuerzo de tratamiento más pequeño. En todos los
hablantes de todas las culturas por el hecho de ser seres humanos, el principio de
pertinencia guía el proceso de obtención de las inferencias. Por ello, los lectores de las
sociedades censuristas, que saben que los emisores no pueden manifestar de un modo
ostensivo algo que pudiera acarrearles un castigo, se esfuerzan en hallar en los textos una
intención soterrada –Franco es el caimán–.
Habrás estado estos días esperando el cable que no ha llegado. Hay que tener paciencia. Seguiremos en
esta casita donde el invierno se irá pasando [...]. El abuelo de Arnau dice que podría venir pronto; pero
esto es un poco frío y le digo que acaso le convenga para su salud esperar un poco a que pase el rigor del
invierno (Catalán, 2005: 136).
Los espectáculos con público facilitan especialmente las lecturas esforzadas. En estas
situaciones el espectador no solo interactúa con lo que se dice en el escenario, sino también
con las reacciones del resto del auditorio. El aplauso, la risa o el murmullo de alguien
pueden indicar que es preciso un mayor esfuerzo para obtener una segunda lectura en un
pasaje del texto.13
1.4 LA COMPLEJIDAD DEL CENSOR
Consideremos que las sociedades se organizan en tres niveles estructurales: el
institucional, el grupal y el interpersonal; 14 pues bien, los tres se pueden advertir en la
actuación censoria. Quien censura se reconoce como parte de un grupo: ya sea una
organización –oficial o no– (§§ 1.4.12), ya sea un grupo social sin jerarquía interna (§ 1.4.3)
o ya sea un individuo que generalmente se identifica en una actuación concreta como parte
de un grupo (§ 1.4.5).
1.4.1 La censura oficial
Seguramente, el prototipo de censor que le viene a la mente a cualquier lector es aquel
que pertenece a una institución oficial censora.15 En la Edad Moderna la censura oficial se
centró primero en asuntos religiosos para pasar después a los políticos. 16 La Inquisición
española es un ejemplo de una institución de censura religiosa (censores fidei).17 Disponía de
una organización compleja y bien establecida. 18 En ella, se podían distinguir sujetos con
tareas diferentes: los delatores, los visitadores de librerías y navíos,19 los calificadores, los
tribunales inquisitoriales, el Consejo de la Inquisición y el inquisidor general. Quien ponía
en conocimiento del Santo Oficio algún hecho punible era un delator. Se trataba de
colaboradores inquisitoriales –calificadores, consultores, visitadores, comisarios–, pero
también con frecuencia eran simples vecinos o conocidos del denunciado.
Existieron tribunales inquisitoriales tanto en Europa como en América. Un tribunal
estaba compuesto, entre otras personas, por dos o tres inquisidores, el fiscal, el receptor, los
notarios, los médicos, los cirujanos, el capellán y los alguaciles; 20 junto con ellos se deben
considerar los comisarios y familiares de la Inquisición, que constituían un personal auxiliar
del Santo Oficio que no cobraba salario, pero que disfrutaba de una serie de privilegios. En
el caso de las publicaciones, los tribunales inquisitoriales consultaban a expertos –los
calificadores–,21 en muchos casos miembros de órdenes religiosas, pero también
universitarios –generalmente de Salamanca o de Alcalá–, que evaluaban los hechos
conocidos de acuerdo con los criterios inquisitoriales que se publicaban como reglas (§
7.6.2). Con estos informes, el Consejo de la General y Suprema Inquisición tomaba las
decisiones que consideraba adecuadas. Este Consejo estaba presidido por el inquisidor
general y acostumbró a estar formado por siete miembros –inquisidor general, cinco
consejeros y un fiscal–. Consejo e inquisidor general juntos formaban la Suprema. 22
Prosigamos con el funcionamiento de esta institución oficial censoria: si el Consejo
consideraba que un libro debía ser prohibido o expurgado, enviaba a los tribunales de
distrito una carta acordada en la que comunicaba su decisión. En ocasiones esta carta iba
acompañada de un edicto del inquisidor general que debía ser hecho público. Se
acostumbraba a leer en misa y después se clavaba en la puerta de la iglesia. Esta decisión
censoria habitualmente se reflejaba en el siguiente índice de libros prohibidos23 (§ 7.6.2).
Pero estas complejas censuras oficiales no son cosa de otra época. En la actualidad la
mayor censura oficial es la de la República Popular China. Uno de los servicios de
comunicación a los que más atiende la censura china es internet. No ha de extrañar, pues ya
en 2012 538 millones de personas utilizaban internet en China. Esta censura china se ocupa
de que la entrada desde el exterior a la red china de internet solo se pueda llevar a cabo por
unos pocos operadores autorizados; de ellos depende qué consulten los ciudadanos chinos
fuera de su país y qué sitios web chinos se puedan consultar desde fuera. Así pues, el
internet chino es más parecido a una intranet que al sistema descentralizado occidental.
Esta censura china hacia el exterior se denomina «la gran muralla de fuego» o en otras
traducciones «el gran cortafuegos» (Great Firewall24) y, en consecuencia, se habla de «saltar la
muralla» (fanqiang) al hecho de conseguir acceder a los sitios web extranjeros censurados.
Dentro del país, su actuación es distinta: los nodos de comunicación de cientos de ciudades
tienen su propio equipo censor formado por unos mil censores en cada una de ellas; aparte,
hay de 20.000 a 50.000 miembros de la policía de internet que dependen del Ministerio de
Seguridad Pública del Gobierno chino.25
Por último, tampoco es extraño el hecho de que una institución oficial que se ocupa de
muy diversos asuntos atienda entre ellos a un tipo de censura. El lord Chamberlain inglés,
oficial que se ocupaba de la organización de la Corte británica, ostentó la prerrogativa de la
censura del teatro entre 1737 y 1968.26
1.4.2 La censura por organizaciones no oficiales
No obstante, esta censura por parte de organizaciones no se ejerce solo por
instituciones oficiales como el Santo Oficio o el Ministerio de Seguridad Pública chino, sino
también por otros tipos de grupos sociales. Muy posiblemente la organización censora, al
tiempo que educadora, más próxima a todos nosotros haya sido la familia. La organización
jerárquica de la familia ha impuesto que algunos de sus miembros puedan ser censurados
por otros que se consideran con el derecho a hacerlo. Carmen Martín Gaite (1994: 112) se
refiere a la actitud impositora que en la posguerra española los hermanos varones ejercían
sobre el comportamiento de sus hermanas, actitud que, en opinión de esta autora, con el
tiempo extendían a sus novias. En la actualidad esta censura familiar se puede mecanizar:
en 2000 todos los receptores de televisión estadounidenses debían tener un chip que
permitiera a los padres seleccionar los programas que sus hijos pudieran ver. Para
conseguir esta selección, las emisoras marcan con un código los programas. Sistemas
similares se proporcionan en los descodificadores de televisión por satélite y por cable.27
Las empresas privadas han podido actuar, igualmente, como censoras sin tratarse de
instituciones oficiales. A partir de la década de 1870, las agencias de noticias empiezan a
convertirse en grandes empresas internacionales. A principios del siglo XX la agencia
francesa Havas, la británica Reuters y la alemana Wolff formaron un cartel que dominaba la
transmisión de noticias internacionales. Concretamente en España, a comienzos de la
década de 1870 la agencia francesa Havas compró la fundada en España por Nilo María
Fabra y Deas en 1865 y la convirtió en su sucursal. Esta agencia detentará prácticamente el
monopolio de la información internacional que se reciba en España hasta la llegada de las
agencias norteamericanas en la década de 1930.28 Así las cosas, sin tratarse de una
institución censora oficial, esta agencia privada ejerció la censura con criterios ideológicos.
Desde un primer momento, y sobre todo durante la Primera Guerra Mundial y también en
relación con asuntos coloniales, la agencia Fabra seleccionó desde criterios favorables a los
intereses franceses tanto la información que distribuyó en España como las noticias
españolas que vendió en otros países.29
Detengámonos, de nuevo, en otros ejemplos más recientes de organizaciones no
oficiales que censuran. La asociación norteamericana Accuracy in Media, fundada en 1969 y
de ideología conservadora, vigila las noticias que publican los medios de comunicación y, si
no las comparte, presiona para conseguir su rectificación. Con este fin, se procura parte de
su accionariado para poder intervenir en las juntas de accionistas. Distintas compañías
privadas, entre otras varias petroleras, financian esta fundación.30 También ha actuado como
censor en distintos medios el grupo proisraelí Committee for Accuracy in Middle East
Reporting in America (CAMERA); en especial, ha tenido transcendencia su labor en la
reescritura favorable a Israel de entradas en Wikipedia. 31 Su comportamiento llevó a que en
2008 cinco editores pertenecientes a CAMERA fueran sancionados con su exclusión por los
administradores de esta enciclopedia en línea.32 En todos estos casos, existe censura, si bien
por parte de una organización no oficial.
1.4.3 La censura grupal
En los grupos organizados, como las instituciones que acabamos de ver, sus miembros
ocupan posiciones jerarquizadas: jefe, subordinado o colaborador, pongamos por caso;
mientras que en los grupos no organizados no se dan estas posiciones, simplemente, se
pertenece al grupo. Incluso es habitual que, pese a identificarse con él, los miembros del
grupo no se conozcan entre sí. Es precisamente esta misma identidad (§ 2.2) la que va a
dirigir parte de su comportamiento a falta de un guía jerárquico.33
Un ejemplo de censura de un grupo no organizado es la censura grupal que facilita
internet. La expresión china ren’rou sou’suo se ha traducido como «motor de búsqueda
asistido por humanos», y da nombre a la colaboración de los internautas chinos en una
búsqueda. Esta colaboración se ha hecho especialmente intensa en averiguar datos de
quienes, en opinión de un grupo, han cometido un acto reprobable. En abril de 2008, Grace
Wang terció en la Universidad de Duke (EE. UU.) entre un grupo de manifestantes chinos y
otro de estudiantes defensores de un Tíbet independiente. Para conseguir apaciguar los
ánimos, la muchacha consintió en escribir «Free Tibet» en la espalda de uno de los
manifestantes. El hecho se publicó en la red. A raíz de aquello, internautas chinos
indagaron todos sus datos y los de su familia y, a partir de entonces, comenzó su
persecución en persona y por internet en EE. UU. En China su domicilio familiar sufrió
pintadas y se ensució con excrementos.34 De esta manera, un grupo de internautas sin
organización jerárquica castigó como censor el texto de una compatriota que consideraba
ofensivo.35 En el caso de que el castigo de esta censura grupal consista en inmediatos
comentarios insultantes en las redes sociales como reacción a una opinión o acción que se
considera punible, se habla de shitstorm.36
1.4.4 La heterogeneidad dentro del grupo censor
Una advertencia antes de avanzar: los grupos sociales no constituyen bloques
monolíticos. Con frecuencia entre sus miembros se producen luchas por su control con el
fin de que el grupo social o la organización defiendan la posición que cada uno considere
más conveniente.37 Esta heterogeneidad se refleja también dentro de los grupos censores,
incluidos los oficiales. Desde la apertura en 1998 del Archivo Vaticano que contiene los
documentos de la Inquisición Romana, uno de los hechos que ha llamado la atención a los
investigadores ha sido las divergencias que se constatan entre los distintos órganos censores
e, incluso, entre estos y el Papado. 38 Tomemos como ejemplo de estas incoherencias la
postura católica ante Erasmo de Róterdam: en 1535, poco antes de su muerte, el papa le
había ofrecido nombrarlo cardenal y, en cambio, el índice español de 1559 prohíbe catorce
títulos suyos en español y el posterior de 1612 lo convierte en uno de los auctores damnati, es
decir, con toda su obra prohibida (§ 7.6.2).39
1.4.5 La censura del individuo: la identidad censoria
El concepto de identidad aparece en los estudios sociales en el cambio de siglo del XIX
al XX y constituye uno de los conceptos centrales de las ciencias sociales en la actualidad.
Un acercamiento intuitivo a este concepto lo facilita la respuesta a la pregunta: ¿Quién eres?
La contestación puede ser de una identidad individual: nací en... trabajo en...; una identidad
relacional: una madre (en relación con los hijos) o una profesora (en relación con los
estudiantes); o una identidad colectiva: una gallega, un musulmán o una persona adulta; así
pues, la identidad puede tener múltiples facetas, del mismo modo que una persona se
puede describir a sí misma de diversos modos.42
La identidad discursiva se concibe como una identidad que las personas presentan en la
interacción y no como algo que simplemente son esas mismas personas
independientemente de lo que hagan. Esta propuesta teórica tiene su origen en los estudios
de la interacción al hablar de la década de 1960 de Harvey Sacks (1992) y continúa su
desarrollo en la etnometodología y el análisis de la conversación más recientes. 45 Desde esta
perspectiva, se puede considerar que la identidad de alguien en una interacción particular
puede ser la de un censor siempre que realice un acto de interdicción censoria y, en
consecuencia, cualquier persona o grupo puede ser censora si actúa como tal, esto es, si
impide o trata de impedir que otra persona comunique algo a alguien por considerarlo un
acto amenazante para una ideología (§ 2.2). En Qatar muchas trabajadoras domésticas
emigrantes tienen censurada la palabra por sus patronos. Estos consideran que su posición
social los autoriza a limitar cuándo y de qué pueden hablar sus empleadas. Una de estas
trabajadoras denunció a Amnistía Internacional que se le había prohibido conversar con los
otros empleados de la familia, que, si salía con la señora de la casa, no debía departir con
nadie ni responder a nadie que se dirigiera a ella y que, con su madre, solo le permitían una
conversación telefónica de veinte minutos cada dos semanas. En esta conversación no podía
referirse a su trabajo y para efectuarla debía utilizar el teléfono de sus patronos. 46 Estos
patronos cataríes no poseen una identidad censoria global, ni forman parte de una
institución, pero, en cada ocasión que prohíben la comunicación de su empleada, se guían
por una ideología compartida por un grupo (§ 2.2) y adquieren una identidad discursiva
censoria.
1. Vega (2012: 1920, 2013a: 4950).
2. Kamen (20042: 251252). No obstante, las herejías perseguidas por la Inquisición no eran solo de
palabra, también había actos no necesariamente verbales, como las relaciones homosexuales, el
bestialismo o la bigamia.
3. Bourdieu (2001: 113115).
4. Auer (2007), Giles et al. (2007), Moreno Fernández (2012: 3334 y 238240).
5. Bourdieu (2001: 116).
6. Muchos latinoamericanos dirían: «Permiso».
7. Goddard y Wierzbicka (2000: 339342).
8. «Para probar el delito de herejía en el Santo Oficio se admiten al hijo contra el padre y al padre
contra el hijo, a la esposa contra el marido y al marido contra la esposa, al siervo contra el amo y al amo
contra el siervo» (E. Masini [1621], cito por Mereu, 2003: 203).
9. Shentalinski (2006: 303).
10. Sperber y Wilson (19952).
12. Los inquisidores eran conscientes de estos cambios de opinión de acuerdo con las
circunstancias. En el siglo XVI se recurría a la expresión malitia temporum para justificar el rigor censorio
con obras que habían sido permitidas. En los nuevos «malos tiempos» no se podía leer, como se había
hecho anteriormente, el Decamerón sin expurgar (Vega, 2012: 3031).
13. Durante la dictadura franquista, «los estrenos de Buero [Vallejo] eran escuchados con
extraordinaria atención y un espectador que hubiera caído de la estratosfera o de un país con más libertad
de expresión y que desconociera totalmente la situación española, se quedaría asombrado ante momentos
en que el público aplaudía interrumpiendo el hilo de la acción, ante las sonrisas de inteligencia que
provocaban ciertas alusiones, ante el énfasis de los actores al pronunciar determinadas frases. Se estaba
representando una obra de teatro, es verdad, pero, a la vez, se estaban difundiendo secretos a voces que
no se podrían decir de otro modo» (Sánchez Reboredo, 1988: 30).
14. Moreno Fernández (2012: 51).
15. Abellán (1982) identifica censura con censura previa oficial: «Por censura hay que entender el
conjunto de actuaciones del Estado, grupos de hecho o de existencia formal capaces de imponer a un
manuscrito o a las galeradas de la obra de un escritor –con anterioridad a su publicación– supresiones o
modificaciones de todo género, contra la voluntad o el beneplácito del autor». Larraz (2014: 22), después
de revisar distintos conceptos de censura, también se centra en la censura previa oficial y considera que
«implica la existencia de un cuerpo legislativo o, al menos, de unas normas de actuación, de unos criterios
que determinen qué texto es publicable y cuál no lo es. Su objetivo es la protección de un régimen político
y, más concretamente, de los fundamentos y discursos que lo justifican». Darnton (2014: 235), por su
parte, la amplía a toda la censura estatal, tanto anterior a la publicación como posterior.
16. Briggs y Burke (2002: 100). No obstante, hay asuntos en los que lo religioso y lo político se
mezclan, por ejemplo, la autoridad o no del Papado sobre los reyes. En otros casos, como en la
sublevación catalana de 1640, se utilizó la Inquisición para castigar como heréticos aquellos textos –v. gr.
Proclamación católica de Gaspar Sala– que presentaban a catalanes y franceses como pertenecientes al
pueblo escogido por Dios y a los castellanos como sus enemigos (Peña Díaz, 2015: 141164).
17. El Papado comenzó a utilizar el método inquisitorial a finales del siglo XII y comienzos del XIII.
Su nombre se debe a que, en el procedimiento inquisitivo, el mismo juez «inquiría» –es decir, investigaba,
buscaba, examinaba– y dictaba sentencia. El inquisidor era, pues, acusador y juez. Por otra parte, actuaba
no necesariamente a instancias de una parte sino motu proprio (Mereu, 2003: 175245; Martínez Millán,
2007: 47 y ss.). Con los antecedentes de la Inquisición medieval francesa y ya en la Edad Moderna, la
Inquisición española nace el 1 de noviembre de 1478 con una bula del papa Sixto IV a petición de los
Reyes Católicos y perdura hasta el 15 de julio de 1834, con dos breves paréntesis en las épocas liberales –
de 1813 a 1814 y de 1820 a 1824– (Martínez Millán, 2007: 184190). La romana –Sagrada Congregación de la
Romana y Universal Inquisición– se origina con la bula Licet ab initio del papa Paulo III en 1542 y toma como
ejemplo la española (Mereu, 2003: 58 y 76). Dentro de los cambios propios del Concilio Vaticano II, el 7 de
diciembre de 1965 el papa Pablo VI sustituyó el Santo Oficio romano por la Congregación para la Doctrina
de la Fe. Se trata de una institución de menor rango. De acuerdo con Burke (2002: 185), la censura
protestante de los comienzos de la Edad Moderna no era más tolerante que la católica, sino menos
efectiva por encontrarse fragmentada en diferentes Iglesias.
18. Para la organización inquisitorial española, tuvieron especial importancia las Instrucciones
nuevas (1561) promulgadas por el inquisidor general Fernando de Valdés, que configuraron su derecho
procesal (Tellechea, 2003: 309; Martínez Millán, 2007: 129).
20. Aunque el número de miembros de un tribunal inquisitorial no fue siempre el mismo, no sumó
nunca menos de quince personas (Martínez Millán, 2007: 218).
21. Se corresponderían con los «lectores especialistas» de la censura franquista (Ruiz Bautista, 2015:
64); si bien, los calificadores no atendían únicamente a escritos sino a cualquier prueba sospechosa de
herejía (Maqueda, 1992: 214).
22. Kamen 20042 (139 y ss.), Martínez Millán (2007: 192 y ss.).
23. Pinto (1983), Pardo (1991: 2627), Escudero (2005), Peña Díaz (2015: 22).
24. Se cita también por sus siglas GFW –Great Firewall– o GFFW –Great Focking Firewall–. El término se
creó en 1997 en la revista Wired (Morozov, 2012a: 78).
25. Castells (2009: 371), Morozov (2012a: 180), Feng y Guo (2013), King et al. (2013).
26. Donohue (2004: 2223). La Licensing Act de 1737 ordenaba que el empresario teatral enviara al
Examiner of Plays de la oficina del Lord Chamberlain para su aprobación todas las obras nuevas, adiciones
o antiguas obras –incluidos los prólogos y los epílogos– al menos quince días antes de la representación.
El incumplimiento de esta norma acarreaba una multa de 50 libras.
27. Paxton (2008: 91).
28. Pese a haberse nacionalizado en 1927, siguió dependiendo informativamente de la francesa. La
Agencia EFE reemplazó a la Agencia Fabra en 1938 (Seoane y Sáiz, 1998: 43).
29. Paz (1989a).
30. Chomsky y Herman (2013 [1988]: 6566).
31. Wikipedia la fundaron James Wales y Larry Sanger en 2001 (Burke, 2012: 317).
32. Wikipedia (en línea: s. v.).
33. Spears (2011: 214).
34. Frédéric Bobin (disponible en línea: <www.lemonde.fr>, consulta: 2382008); Morozov (2012a:
347).
35. Que no exista organización jerárquica no excluye que los grupos sociales tengan «líderes de
opinión» que encaminen su comportamiento o que actúen como gatekeepers informales –controladores del
flujo de información–. Los estudios sobre la importancia del líder de opinión en los grupos comienzan
con el sociólogo vienés emigrado a EE. UU. Kurt Lewin (18901947) (Mattelart y Mattelart, 2010: 42;
McQuail, 2010 [1994]: 328).
36. Disponible en línea: <elpais.com>, consulta: 27042015.
37. Mumby y Clair (2000: 264265).
38. Fragnito (2010: 40).
39. Kamen (20042: 92 y 111).
40. GutiérrezLanza (2000: 33 y 55).
41. Viñao (2004: 70), Larraz (2014: 61).
42. Vignoles (2011); Vignoles, Schwartz y Luyckx (2011); Benigno (2013: 5582).
43. Fruto de esta tarea es su libro de 1921 (Spitzer, 2014 [1921]). Para una enumeración comentada
de censores de libros de la época de Franco, Larraz (2014: 8894); por lo general, también tenían otro
trabajo.
44. Gil (20073: 11). «El verbo significarse, de claras connotaciones políticas, se usaba mucho en la
posguerra española y entrañaba una toma de partido, así como el derecho, por parte de la sociedad a
investigar en determinada conducta. ¿Cómo va a estar ése empleado en Abastos? ¿No se había significado con
los rojos?, se podía oír, por ejemplo» (Martín Gaite, 1994: 185186).
45. Schegloff (1991), Antaki y Widdicombe (1998).
46. Disponible en línea: <www.elpais.com>, consulta: 22042014.
Capítulo 2
LA IDEOLOGÍA COMO NORMA
Los seres humanos comparten intenciones y ello los conduce a cooperar. No se trata
únicamente de algo aprendido de sus progenitores, sino que se asienta en una base
evolutiva: estamos biológicamente adaptados para actuar cooperativamente como
miembros de un grupo. De acuerdo con Tomasello (2013: 132), es casi inimaginable que dos
chimpancés colaboren espontáneamente en transportar un objeto pesado o en fabricar algo,
un comportamiento que, sin embargo, los seres humanos llevamos a cabo desde la infancia.
Esta cooperación humana conduce a que tengamos expectativas en el comportamiento
de nuestros congéneres, expectativas que, cuando pasan al dominio público, se convierten
en normas. De hecho, un niño de dos o tres años ya busca normas en la conducta de los
adultos.1 La esencia de una norma social se encuentra en la presión del grupo sobre el
individuo para que la cumpla bajo la amenaza de algún tipo de un castigo. No obstante,
este comportamiento no se encuentra en otros primates. Cuando un chimpancé le hurta un
alimento a otro, quien ha sufrido el robo lo hostiga e intenta que no disfrute de lo robado;
ahora bien, el resto de los chimpancés no actúa del mismo modo: no persigue al ladrón.
Entre los chimpancés, contrariamente a lo que sucede con los humanos, no hay claramente
un castigo por parte de terceros ante las acciones que no se acomodan a lo establecido. 2
Como vimos más arriba (§ 1.1), los seres humanos no solo actuamos de un modo físico,
sino también con la palabra y, por tanto, no ha de extrañar que se hayan desarrollado
normas también en este ámbito. El censor se ocupa como tercero de que se cumplan algunas
de ellas impidiendo que se comunique algo.
2.1 LA IDEOLOGÍA
Con todo, cualquiera que trata de impedir que se comunique algo no adquiere una
identidad censoria. No es un censor, por ejemplo, un joven que no desea que sus amigos
revelen que se ha enamorado de una compañera de clase. Esto es así porque el censor no
defiende únicamente sus opiniones personales, sino las creencias del grupo que representa
o que cree representar en un momento dado. Defiende lo que se ha llamado una ideología.
Van Dijk (2000: 5456) explica su concepción de la ideología con una metáfora: como sucede
con las gramáticas de las lenguas, que condicionan los usos particulares de los hablantes,
las ideologías son «gramáticas» de las prácticas sociales específicas de un grupo. Les dicen a
las personas qué deben pensar sobre distintas cuestiones sociales. Con otras palabras del
mismo autor, se trata de sistemas de creencias evaluativas –opiniones– socialmente
compartidas por grupos. Facultan a las personas que forman parte del grupo para
«organizar la multitud de creencias sociales acerca de lo que sucede, bueno o malo, correcto
o incorrecto –según ellos– y actuar en consecuencia» (van Dijk, 1999: 21). Así pues, para que
haya censura, es preciso que alguien, por motivos ideológicos compartidos por un grupo,
comprenda el respeto a su ideología como una norma que los demás también han de
cumplir.
En cambio, existen casos de prohibiciones o castigos que no parecen ser censorios. No
parece un acto de censura basado en una ideología el hecho de que el director de cine
soviético Aleksei Kapler fuera detenido en 1943 por haber flirteado con la hija de Stalin –
Svetlana–. No hay censura a idea contrarrevolucionaria alguna, sino la intromisión de un
padre poderoso en los asuntos de su hija. 3 Un caso de restricción generalizada de la
información sin censura se produjo en los inicios de la BBC: hasta 1938 la BBC carecía casi
de noticias, pero ello se debía a la presión de los periódicos para impedir la competencia de
la radio pública, no a motivos ideológicos. Había un único boletín informativo breve y más
tarde de las 19 h, cuando los periódicos ya habían vendido sus ediciones.4 Tampoco el
revisor profesional de un texto original o de una traducción –en la mayor parte de las
ocasiones se trata de escritos sobre asuntos prácticos– se ha de comprender como un censor,
sino como un lector modelo que exige al autor o al traductor que se sigan unas normas
lingüísticas, ortográficas y ortotipográficas para que el texto tenga una calidad suficiente
para ser recibido por los lectores. 5 No hay detrás de su labor una ideología que vaya más
allá de unas normas profesionales. Asimismo, extrañaría ver como censores a unos padres
que obligan por la noche a apagar la luz a una hija aficionada a la lectura. No le prohíben la
lectura de algo determinado de acuerdo con su ideología de grupo, al día siguiente puede
seguir con su libro. Solo quieren que, cuando se levante para ir al instituto, haya
descansado lo suficiente.
De nuevo de acuerdo con van Dijk (1999: 187), otra condición para que se pueda hablar
de ideología es que el grupo que la comparte no ha de ser efímero. Supongamos que una
persona se erige como portavoz de unos pasajeros que se quejan del trato que les concede
una compañía aérea. Esta persona, al exponer sus motivos, no defiende una ideología, esto
es, no se puede hablar de la ideología de los pasajeros de un avión o de los asistentes a un
concierto que se quejan de un sonido deficiente.
Que la ideología es importante en la labor del censor se refleja precisamente en que
quien censura no ha de atender a todo tipo de discursos. Al censor le preocupan unos
asuntos, pero se desentiende de otros que no amenazan su ideología. Eso explica que
quienes temen a la censura rehúyan hablar de ciertos temas y pasen a comentar otros (§
5.1). Durante las purgas soviéticas de la década de 1930, 6 el temor a los castigos hizo que el
crítico y literato ruso Kornéi Chukovski se especializara en literatura infantil y en la
traducción de clásicos juveniles.7 Del mismo modo, en España, el periodista Mariano José de
Larra (18091837) en los momentos en los que arreciaba la censura oficial se demoraba en la
crítica teatral y los artículos de costumbres8 y, un siglo después, el filólogo y poeta Dámaso
Alonso, que había pertenecido al mismo grupo poético que Federico García Lorca –fusilado
en 1936– o que los exiliados Pedro Salinas, Jorge Guillén y Rafael Alberti, confesaba que se
sentía cómodo enseñando Filología Románica en la Universidad de Madrid –y no Literatura
Contemporánea, pongamos por caso–: no se le podía denunciar por su explicación de las
teorías de la diptongación en las lenguas románicas o de la doble d cacuminal.9
Adviértase que, pese a todo, el hecho de que una ideología guíe la actuación del censor
no trae consigo reconocer necesariamente una ideología contraria en el censurado. Es
posible, incluso, que quien sufre la censura carezca de una ideología reconocible en su
discurso y que, de todas formas, el censor considere inconveniente lo que comunica. En
1999 el ministro saudí de Comercio pidió a la compañía de refrescos 7 Up que cambiara su
logo porque, en opinión de un denunciante, se asemeja al nombre de Alá escrito en árabe.10
Tampoco se ha de reconocer necesariamente un grupo detrás del censurado. La compañía 7
Up no forma parte de un grupo con una ideología determinada, algo que sí sucedía con
Martínez de Galinsoga o los empleadores cataríes, es decir, con aquellos que adquirían una
identidad censoria en su actuación.
2.2 IDEOLOGÍA E IDENTIDAD
Se puede pensar que una ideología es una de las características de la identidad de un
grupo, pero esta hipótesis de partida no carece de problemas. Ciertamente, del mismo
modo que sucede con la ideología, las identidades no son efímeras; al fin y al cabo, la
propia identidad personal se fundamenta en saber quién se ha sido en el pasado y en que se
va a continuar siendo la misma persona en el futuro. Esta continuidad es precisamente uno
de los motivos de la existencia de la identidad. 11 También, los grupos sociales procuran que
su identidad tenga continuidad, aunque, en realidad, existan cambios; por ello, no es
extraño que reinterpreten su pasado para mostrar una pervivencia en su historia que no se
constata necesariamente. Es ilustrativo saber que en la Europa comunista no era posible que
un líder que hubiera caído en desgracia fuera mencionado por su acción pasada como
dirigente «ortodoxo» del régimen: a partir del momento en que alguien era considerado un
traidor, se juzgaba que siempre había sido un traidor. 12 Se le otorgaba, pues, una identidad
constante y se actuaba en consecuencia. Por el mismo motivo, cuando en las purgas de la
época estalinista eran condenados autores soviéticos cuya obra había sido ampliamente
difundida en años previos por el mismo poder que ahora los castigaba, la condena
acarreaba la retirada y destrucción de todas sus obras de las bibliotecas públicas y privadas,
lugares adonde previamente el poder había enviado los ejemplares.13
En cualquier caso, en la relación entre identidad e ideología, si bien es verdad que un
grupo con una identidad propia se puede describir por una ideología que lo caracteriza –se
puede ser católico, ecologista o nacionalista húngaro–, también es cierto que la
correspondencia directa –a una identidad grupal se le atribuye una ideología– puede llevar
a equivocaciones. Así, grupos que comparten una misma identidad puede que varíen en su
ideología o que crean que existen diferencias en cómo aplicarla (§ 1.4.4). Por otra parte,
mientras que la identidad del grupo puede conservarse a lo largo de la historia, la ideología
de los grupos sociales puede evolucionar. 14 Los censores franquistas de mi edición infantil
del Quijote, guiados por la ideología católica conservadora del momento, tenían especial
cuidado con los asuntos sexuales –puta era una palabra prohibida en una edición que
pudieran leer niños–; en cambio, el índice inquisitorial del cardenal Zapata (1632) ordenaba
expurgar la frase: «y advierta Sancho que las obras de caridad que se hacen tibia y
flojamente no tienen mérito ni valen nada»,15 porque se pudiera reflejar en ella una
interpretación de la caridad que no coincidía con la ortodoxia católica del Concilio de
Trento (15451563). Otro ejemplo de cambio de intereses ideológicos con una continuidad
en la identidad, en este caso la de la escuela estadounidense: en una primera época el libro
de Mark Twain Huckleberry Finn (1885) fue censurado en las bibliotecas de estas escuelas
porque se consideró que el comportamiento de sus protagonistas constituía una mala
influencia para los lectores jóvenes y, en cambio, en la actualidad se desaprueba por la
aparición en él de palabras como el hispanismo nigger, que se aprecian como racistas.16
También aconseja la distinción entre identidad e ideología el hecho de que algunos
censores –sobre todo, cuando forman parte de una censura oficial–puedan actuar de
acuerdo con una ideología, pero sin compartirla; después de todo, ejercer la censura dentro
de una institución puede ser un medio de vida. En la década de 1970 el encargado de la
editorial MacMillan para Oriente Medio acudió a la oficina de censura en Yida (Arabia
Saudí); en su visita, lejos de hallar a un estricto moralista saudí, encontró a un joven
palestino que apreciaba vivamente los libros que debía censurar y que no compartía el
wahhabismo dominante en el reino. El joven censor se justificó diciendo con tristeza y
levantado los brazos: «Es mi trabajo» (Mostyn, 2002: 22). Esto es, se identificaba como
censor, pero no compartía la ideología.17
Una última posibilidad es que alguien adquiera una identidad censoria por sus actos,
pero que ni se identifique como censor ni necesariamente comparta la ideología. Durante el
18.º Congreso del Partido Comunista Chino (Pekín, 2012) se convirtió en censores a los
taxistas que conducían a los delegados: debían llevar las ventanillas de su vehículo
cerradas. La autoridad había comprobado que los congresistas arrojaban pelotas de ping
pong con textos censurables.18 Así las cosas, estos taxistas actuaron como censores, pero ni
posiblemente se identificarían como tales, ni necesariamente habrían de compartir, aunque
la reconocieran, la ideología ortodoxa del PCCh. Se trata de un censor forzado, sin ideología
ni identidad global de censor, solo con la identidad censoria del momento.
En definitiva, la relación entre ideología e identidad, más que necesaria, constituye un
criterio que puede ayudar a clasificar a quien lleva a cabo un acto censorio.
2.3 EL PODER
Querer imponer como norma el respeto a una ideología no es suficiente para que exista
un acto censorio. Para censurar es preciso, además, poseer poder, pues existen grupos sin
poder que –pese a participar de una ideología–19 carecen de capacidad de censura. Este es el
caso de la petición de rechazo por parte de la US National Science Advisory Board for
Biosecurity de la publicación de un artículo en la revista Nature. En él se explica cómo se
puede modificar un virus de gripe aviar para que afecte a los mamíferos. En opinión de este
comité había un riesgo de que esta información pudiera causar un daño mayor que los
beneficios que se obtuvieran de su publicación. Por ello, recomendaba una comunicación
restringida, bien limitando información sobre métodos y datos, bien evitando la publicación
abierta a todo el público del artículo.20 La revista desestimó la recomendación y el artículo se
publicó íntegro el dos de mayo de 2012. Así las cosas, esta petición no se puede considerar
un acto censorio, pues no existe una relación de poder entre el comité que la hace y quien la
recibe: no hay ni pudo haber prohibición y/o castigo. Al fin y al cabo, quien tiene poder
consigue que los demás hagan aquello que no harían si no lo tuviera; influye, de esta forma,
en las decisiones de otros de manera que se favorezcan sus intereses, sus valores o se
cumpla su voluntad, sin que las otras personas o grupos sociales puedan, a su vez, influir
en el poderoso.21 Existe, por tanto, entre el censor y el censurado una relación asimétrica, ya
que el primero trata al segundo de una manera distinta a como es tratado: 22 es el censor
quien prohíbe y no al contrario.
Esta asimetría era acusada en la relación entre la Inquisición y sus sospechosos de
herejía. Un ejemplo suficientemente representativo es el arresto de fray Bartolomé Carranza
en agosto de 1559. Carranza era arzobispo de Toledo y primado de España. Había
participado en el Concilio de Trento y su relación con el nuevo rey Felipe II era tal que
había formado parte de su comitiva cuando, siendo príncipe, visitó Inglaterra para casarse
con María Tudor y, posteriormente, cuando se trasladó a Flandes. Carranza, incluso, había
ejercido de calificador del propio Santo Oficio y había predicado en Valladolid en el auto de
fe del reformista Francisco de San Román. Estos antecedentes de poco le sirvieron: la
Inquisición le acusó de ser un hereje, en particular por sus Comentarios sobre el Cathechismo
Christiano (Amberes, 1558), pese a que el dominico los había escrito durante su estancia en
Inglaterra para contrarrestar, precisamente, la propaganda reformista. El arzobispo
Carranza permaneció en prisión –parte en España y parte en Roma– el tiempo que duró su
proceso: diecisiete años. Falleció poco después de ser dictada sentencia (1576). 23 Si un
arzobispo de Toledo llegaba a sufrir estos padecimientos, piénsese cuál era el poder de esta
institución censora sobre el resto de la población de la Monarquía hispana de aquellos años.
Así pues, la relación entre el censor y el censurado es asimétrica y de poder. De este
modo, aunque se pueda leer que en la Divina comedia Dante censura a sus contemporáneos,
desde los criterios teóricos que aquí se manejan no se comprende como un tipo de censura
de la palabra, ya que Dante carecía de poder para prohibir las obras y castigar a las
personas.
Por otra parte, la existencia de una ideología es importante en el uso de ese poder (§
2.2). Quien en un momento dado tiene poder legitima su censura con una ideología que
pertenece no únicamente a su persona sino a un grupo, es decir, quien censura considera
que tiene derecho a ser obedecido porque lo apoya una ideología.24 Cuando este poder se
basa en una institución, se habla de dominación25 y, cuando quien lo posee consigue que los
demás actúen de una manera determinada como si fuera natural o hubiera un consenso
indiscutible, se habla de pensamiento hegemónico.26 Así, por ejemplo, se puede considerar que
en las sociedades patriarcales el poder que se ejerce sobre las mujeres es hegemónico, pues
se presenta como natural e indiscutido. 27
Una vez establecida una ideología apoyada por un pensamiento hegemónico, los
cambios repentinos causan una profunda desorientación. Bao RuoWang refiere el
aturdimiento que en 1960 produjo en la sociedad china la nueva relación con la URSS:
Hacía tiempo que habíamos aprendido de memoria nuestros recitados ideológicos, y la verdad era que
nos sentíamos muy cómodos al poder responder a cualquier nueva situación recurriendo a estereotipadas
frases catequistas. Pero en aquellos momentos se nos había lanzado, repentina y cruelmente, en aguas
peligrosas, sin cartografiar (Bao y Chelminski, 1976: 306).
Admitido que el ejercicio del poder no tiene por qué ser necesariamente malo, se puede
añadir que no todo poder es obligatoriamente dominante ni hegemónico. El grupo
Anonymous, cuyos miembros comparten una ideología anarquista en el gobierno de
internet, no defienden el pensamiento hegemónico en las sociedades en las que vive y, pese
a ello, detenta el poder suficiente para censurar páginas web de gobiernos e instituciones
públicas y privadas. Esto sucedió, entre otros casos, en diciembre de 2010 cuando miembros
del grupo atacaron las páginas web de la Fiscalía sueca y de diferentes compañías privadas
que apoyaban las medidas coercitivas del Gobierno de EE. UU. contra la organización
WikiLeaks.31
También sería un acto censorio nada dominante ni hegemónico, y ahora al alcance de
cualquier usuario de internet, la repetición de un comentario por parte de quien opina sobre
una noticia en una publicación digital con el fin de desplazar fuera de la pantalla –la
medida textual del nuevo medio– los anteriores comentarios de aquellos otros que no
comparten sus ideas. Y es que el poder no es una fuerza estática e independiente de cada
situación, sino una forma de comportamiento en una situación determinada. 32 Thornborrow
(2002: 89) considera que el poder es «a contextually sensitive phenomenon», en el que la
asimetría entre los participantes no ocurre únicamente en la comunicación institucional,
sino que también puede darse en la comunicación cotidiana. La diferencia en el caso de la
interacción dentro de una institución se encuentra en que la identidad y el papel de los
participantes y, en consecuencia, la asimetría se reconoce en el propio contexto, si bien se
redefine en cada momento de la interacción. En cambio, en la interacción conversacional
coloquial la simetría o asimetría entre los participantes se crea en la construcción de turnos.
En definitiva, el poder de aquel con una identidad censoria en muchos casos se limita
simplemente a la capacidad de que su acto de censura tenga efecto –se satisfaga (§ 4.2)– en
un momento determinado, más que a una dominación y a una hegemonía ideológica en la
sociedad en la que vive.
2.4 LA PERIFERIA DE LA CENSURA
De acuerdo con una definición de una censura prototípica como la que se ha adoptado,
es esperable encontrar casos periféricos en los que se compartan algunas de las
características del prototipo censorio y no otras. Por ello, la categorización de una
interdicción de la palabra como censura con frecuencia no es sencilla.
Otra duda que se presenta a la vista de los hechos recogidos es cuándo los miembros
de un grupo, libremente adscritos a él, se convierten en censores del resto de sus
compañeros al exigirles un comportamiento verbal determinado. En la Neakademia, que
reunió en la Venecia de inicios del XVI el impresor Aldo Manuzio, era obligatorio hablar en
griego y quienes no lo hacían debían pagar una multa. La cantidad recogida se utilizaba
para abonar comidas comunes en las que se cantaban y recitaban poemas. 33 Por su parte, el
historiador de las ideas Peter Burke (1996: 146) cuenta cómo en la década de 1950 durante
las comidas en el St John’s College de Oxford se reprobaba decir más de cinco palabras en
una lengua extranjera, hablar fuera de lugar o mencionar a una señora. Quien transgredía
estas normas debía pagar la cerveza de los otros comensales. Pues bien, ¿eran unos terceros
censores Manuzio o Burke?
Si la aplicación del concepto de tercero alberga dudas, no son menores las que acarrea
el de ideología. A lo largo de la historia han sido muchos quienes han prohibido
adivinaciones por distintos motivos ideológicos. El emperador Augusto ordenó quemar
buena parte de los libri fatidici (libros de profecías) en el 12 a. C. y, a comienzos del s. V, el
general Estilicón hizo lo mismo con los libros sibilinos. Por su parte, la Iglesia católica en el
Quinto Concilio de Letrán (1516) prohibió que los predicadores predijeran la llegada del
Anticristo y, en concilios posteriores, la adivinación.34 Así las cosas, cuando leemos que
Jacobo I de Inglaterra decidió en 1603 que los pronósticos meteorológicos de los
almanaques debían ser aprobados por jueces, nuestra primera impresión es que se trata de
un caso más de prohibición de la adivinación; sin embargo, pudiera no ser así: se había
comprobado que pronósticos de malas cosechas ocasionaban el acaparamiento de grano y
ello traía como consecuencia el desabastecimiento y, en definitiva, el hambre. 35 No habría,
pues, ideología contraria a la adivinación, pero, de todos modos, ¿se puede hablar de una
ideología relativa al buen gobierno? Algo semejante sucede con la prohibición a los
científicos de las empresas privadas de la publicación de sus descubrimientos. 36 ¿Es el
secreto empresarial un tipo de ideología?
También el criterio de prohibición tiene problemas. Michel Foucault (1971) considera
censura la exclusión de discursos como impropios de una disciplina –el hecho de que, por
ejemplo, un tipo de exposición se considere no científico–. 37 Con todo, opinar que un texto
es más propio del curanderismo que de la medicina o de la astrología que de la astronomía
no es censurarlo de acuerdo con los criterios que aquí se han propuesto: no compartir unas
ideas y negarse a difundirlas sin prohibir que otros las difundan no es censura, tampoco es
censura que el receptor se niegue a escuchar o leer aquello que no le interese y que delegue
en otros la criba de los discursos que puedan llegarle. En este último caso habría la
actuación de lo que Daniel Cassany (2007: 26) denomina un lector filtro –registro, secretaría,
gabinete de prensa o comunicación, bibliotecario o programa antispam– que bloquea la
difusión de un documento en una organización. Ahora bien, también es legítimo
preguntarse hasta qué punto quienes dominan las disciplinas se limitan a no difundir lo
que consideran equivocado y en qué casos pasan a impedir que otros distintos de ellos
mismos difundan algo.
1. Tomasello (2010a: 67; 2010b; 2013: 155156); Schmidt, Rakoczy y Tomasello (2011: 535); Rakoczy y
Schmidt (2013).
2. Tomasello (2010a: 107108; 2010b).
3. Beevor y Vinogradova (2012: 244). Kapler pasó diez años en campos de trabajo y solo consiguió
la rehabilitación en 1954, una vez fallecido el dictador soviético.
4. Pool (1992 [1981]: 107), Gorman y McLean (2003: 58).
5. Brunette (2002), en concreto, defiende que no hay censura en relación con la evaluación de la
calidad de las traducciones.
6. La persecución política en la URSS la ejercieron distintas instituciones –«órganos», en el habla
corriente– que generalmente eran conocidas por sus siglas: CHEKA [cheká] (19171922), GPU (19221923),
OGPU (19231934), NKVD (19341943), NKGB (19431946), MGB (19461953),MVD (1953) y KGB (1953
1991). La central de estos órganos permaneció en la plaza Lubianka de Moscú, en un edificio que se había
expropiado a una compañía de seguros. El sucesor ruso del KGB soviético ha sido el FSK, posteriormente
FSB.
7. Berlin (2009: 71).
8. Seoane (1983: 140141).
9. Lázaro Carreter (2004: 218).
10. Mostyn (2002: 22).
11. Vignoles (2011).
12. Jaworski y Galasiński (2000: 198).
13. Westerman (2009: 191).
14. Verschueren (2012: 12).
15. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición de Francisco Rico. Segunda Parte, Cap.
XXXVI.
16. Pinker (2007: 433), Paxton (2008: 52 y 60), Hughes (2010: 150154). Entre otras instituciones
académicas, la novela fue retirada en 1982 de una escuela secundaria de Virginia que se llama
precisamente Mark Twain.
17. El teniente coronel Celedonio de la Iglesia (1930), que había sido director de la censura de
prensa durante buena parte de la Dictadura de Primo de Rivera, se presenta a sí mismo como contrario
de la censura previa, pese a haberla ejercido. La defiende, casi exclusivamente, en los casos de la censura
militar de asuntos referentes a la guerra en Marruecos.
18. International Herald Tribune, consulta: 1112012.
19. Verschueren (2012: 9, 13 y pássim).
21. Taylor (2007: 25), Castells (2009: 33). Benigno (2013: 175198) expone la evolución de distintas
teorías sobre el concepto de poder.
22. Goffman (1972: 44). La relación asimétrica entre los participantes en una interacción es
estructural en la comunicación institucional, es decir, a cada uno le corresponden diferentes tipos de
derechos y obligaciones (Thornborrow, 2002: 4).
23. Tellechea (2003, 2004), Kamen (20042: 157160).
24. Chilton y Schäffner (2000: 306). La legitimación de la actuación de una institución o de un
grupo social se corresponde con la justificación en el caso de una persona particular (van Dijk, 1999: 319).
25. Castells (2009: 33 y 39). Van Dijk (2009: 26, 41, 122, 157 y pássim) utiliza este término para algo
distinto: el abuso del poder social por parte de un grupo social. La dominación de van Dijk engloba
diversos tipos de «abuso de poder comunicativo», tales como la manipulación, el adoctrinamiento o la
desinformación. Curran (2005: 126128) disiente de este tipo de teoría porque, en su opinión, obvia las
contradicciones de cualquier grupo social y presenta una falsa homogeneidad en los grupos de poder.
26. Van Dijk (2000: 43), Fairclough y Wodak (2000: 370). Estos autores de análisis crítico del
discurso toman el concepto de hegemonía del filósofo marxista Antonio Gramsci. La hegemonía
consistiría, en opinión de Gramsci, en una dirección política, moral, cultural e ideológica que parte de una
clase social que domina económicamente. En concreto, en la Italia de las primeras décadas del siglo XX,
Gramsci encuentra como hegemónico el pensamiento de Benedetto Croce. En su opinión, era un
pensamiento hegemónico en la burguesía y se filtraba hasta el proletariado italiano. Por cierto, la
intención de Gramsci no era evitar cualquier pensamiento hegemónico, sino reemplazar el burgués por
otro propio de la clase obrera, esta vez guiado por los intelectuales del Partido Comunista (Gruppi, 1978).
27. Lazar (2008).
28. Van Dijk (2009: 4041).
29. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos en una sentencia de junio de 2003 consideró que
negar los crímenes contra la humanidad es un modo de difamación racial a los judíos (Muñoz Machado,
2013: 204).
30. Para ello, entre otras medidas recomienda marcar con «confidencial» o términos similares los
documentos que contengan este tipo de información y propone que exista un cargo u órgano del emisor
responsable de las medidas de control de la información privilegiada dentro de la empresa. La Comisión
Nacional del Mercado de Valores denomina filtración a la difusión selectiva de este tipo de información.
(Disponible en línea: <http://www.cnmv.es/cnmvdia/decetes/Borrador_Guia_Inf_Terceros.pd>,
consulta: 10122015).
32. Harris (2007).
33. Escolar (1989: 32). Por cierto, no hay que extrañarse por la bebida: la academia humanista –
inspirada en Platón– estaba más próxima del «simposio» griego que del «seminario» germánico del XIX
(Burke, 2002: 56).
34. Gil (20073: 173174 y 355), Kleberg (1995: 96), Fuld (2013: 30 y 44).
35. Fuld (2013: 47).
36. Burke (2012: 142 y 172).
37. «La discipline est un principe de contrôle de la production du discours. Elle lui fixe des limites
par le jeu d’une identité qui a la forme d’une réactualisation permanente des règles» (Foucault, 1971: 37
38). En la historia, conocimientos que se consideraban científicos como la astrología, la frenología, la
parapsicología, la psicología de los pueblos o la eugenesia han pasado a considerarse pseudociencia –
término que comenzó a utilizarse en inglés en la década de 1840–(Burke, 2012: 182191).
38. NoelleNeumann (2003 [1984]: 259260).
39. «Es una obra muy licenciosa; pero no es malo, para un hombre serio, hojearla y aprender a
conocer la infamia del mundo» (Pepys, 2003 [16601669]: 342).
40. Por ejemplo, la morosa delectatio, es decir, el representarse mentalmente algo ilícito. Se trata de
un hecho que, en opinión de muchos, favorecía la lectura de novelas de caballerías y de amores, llegando,
incluso, a considerar el influyente jesuita Antonio Possevino que la lectura de estos géneros había
preparado el campo para el protestantismo en la nobleza francesa (Fragnito, 2010: 46; Vega, 2012: 27).
Capítulo 3 EL MENSAJE CENSURABLE
En la interacción propia de la censura existen al menos dos acciones: una acción que
pudiera considerarse amenazante para la ideología del censor –el mensaje censurable– y una
acción reactiva por parte de este contra la libertad del emisor, del receptor o de ambos –el
acto censorio–. En los dos casos hallamos actos que –como veremos–, de acuerdo con los
conceptos desarrollados por la teoría pragmática de la cortesía, amenazan unas imágenes
sociales.
Detengámonos en un ejemplo para comprender lo peculiar de los efectos ilocutivos. Al
poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, Primo Levi (2010: 354) encontró en la ciudad
polaca de Katowice a una anciana alemana. Esta mujer había enviado en 1938 una carta a
Adolf Hitler en la que le aconsejaba no comenzar una guerra y le anunciaba que, si lo hacía,
sería derrotado. Podemos pensar que el efecto ilocutivo que ella buscaba era el
cumplimiento del consejo; sin embargo, a los pocos días miembros de la Sección de Asalto
del partido nazi (SA) destrozaron su casa y su tienda, y dos semanas después la Gestapo la
expulsó de Berlín: su advertencia –acto ilocutivo– había ofendido al régimen y esta ofensa –
efecto ilocutivo– había tenido consecuencias distintas de las buscadas. Realidades como esta
llevaron a John Searle (1998: 124125) a considerar que, frente a los actos ilocutivos, los
efectos ilocutivos no son intencionales. No hay pregunta –acto ilocutivo– si no existe
intención de hacer pregunta, pero, en cambio, alguien puede sentirse ofendido o consolado
sin que exista necesariamente por parte del hablante intención de hacerlo.
Para explicar la reacción del censor, a esta primera circunstancia se ha de unir otra no
menos importante: en los casos de censura quien reacciona a lo dicho por un emisor no es
únicamente su destinatario o alocutor –aquel a quien se dirige–, sino un tercero para quien,
en principio, no está pensado el mensaje; con otras palabras, el censor reacciona a mensajes
cuyo emisor no formuló necesariamente pensando en él. Obsérvese que textos tan antiguos
como la Biblia o el Corán (siglo VII) se incorporaron a la lista de unos cien libros prohibidos
que en 1926 elaboró Nadezhda Krúpskaya, viuda de Lenin y encargada del Departamento
de Educación Pública;2 tres años más tarde la aduana de EE. UU. impidió la importación de
una edición de Las confesiones de JeanJacques Rousseau (siglo XVIII) y en 1930 un tribunal
del mismo país prohibió las Cartas de amor a Eloísa de Abelardo (siglo XII); en fin, el ayatolá
Jomeini proscribió en 1980 el Libro de los reyes de Ferdousí (siglo X).3 En todos estos casos
quien escribió los textos censurados no tenía en mente su efecto ilocutivo en la ideología de
quien los iba a censurar siglos después.
Asimismo, esta censura diferida en siglos demuestra que la distancia entre la intención
comunicativa del emisor y aquello que el censor prohíbe y/o castiga pueda ser enorme. En
la posguerra española un comerciante quiso homenajear al régimen llamando a su tienda de
material eléctrico: «Por el Amperio hacia Dios» –remedando con una paronomasia el lema
de los primeros años de la dictadura: «Por el Imperio hacia Dios»–; sin embargo, la censura
de la época, pese a compartir el mismo grupo político, no se lo consintió. 4 Aquello que en
opinión del comerciante ensalzaba el régimen lo ofendía en la de los censores.
¿Por qué esta censura a textos que, en principio, carecen de una intención comunicativa
censurable? Sabemos que la comunicación humana no se fundamenta únicamente en la
codificación y descodificación de enunciados sino especialmente en la comprensión de lo
que el hablante ha querido comunicar (§ 1.3). El discurso del hablante constituye un
estímulo ostensivo para que el oyente logre comprender lo que ha intentado comunicar. Sin
embargo, el censor advierte que los textos se pueden comprender de un modo distinto a la
intención comunicativa de quien los redactó.
David R. Olson (2009) defiende una explicación para el hecho de que los textos escritos
constituyan una invitación a diferentes interpretaciones. Compara la escritura con el
discurso reproducido: quien enuncia un discurso como cita no se compromete con la
verdad de lo que dice. Es distinto: «Me gustan las acelgas» que «He escuchado: “Me gustan
las acelgas”». En el primer caso, quien habla mantiene que a él le gustan las acelgas y, si las
rechaza a la hora de comer, podremos acusarle de no haber dicho la verdad. En el segundo
caso, si no come las acelgas, no podremos mantener que ha mentido, pues se limita a
reproducir lo que ha dicho otro. Con otras palabras, quien profiere una cita –como en el
segundo caso– menciona una expresión, pero no la asevera como verdadera. Dicho esto,
Olson propone comprender los textos escritos como citas. De este modo, quien los lee se
siente de algún modo independiente de la intención de quien los escribió.5
En definitiva, un mensaje no es censurable en sí mismo –esto es, independiente de toda
circunstancia– sino para un censor particular en un momento determinado. Así, un criterio
que nos sería extraño en la actualidad, pero que han compartido varias ideologías censorias
en momentos históricos determinados, ha sido el de «utilidad» o «provecho». De acuerdo
con él, se puede prohibir una obra no porque ofenda directamente la ideología del censor,
sino porque, en su opinión, carece de valor para quien la pudiera leer. En la Edad Moderna
tanto el Consejo Real de Castilla como la Inquisición utilizaron la ausencia de utilidad,
provecho, enseñanza o, al menos, gusto para justificar la prohibición de obras que no
presentaban problemas doctrinales.6 Ello explica que tanto en el memorial de solicitud de
licencia en el Consejo como en la censura de aprobación se añadieran informaciones sobre
los beneficios que traería la publicación de la obra.7 Algo semejante se produjo en la GlavLit
de la URSS:8 de 1938 a 1939 se prohibieron 4.512 títulos por considerarse que carecían de
valor para el lector soviético.9
En los apartados siguientes, se van a analizar algunos criterios para explicitar esta
relación entre un mensaje y la reacción del censor.
3.2 LA IMAGEN
El historiador de las ideas Isaiah Berlin (2004: 205255) distinguió dos tipos de libertad:
la libertad positiva y la libertad negativa. En esta distinción seguía el pensamiento liberal
que se había desarrollado en el siglo XIX como reacción a los excesos de la Revolución
francesa: la Asamblea, al tiempo que era elegida libremente por los ciudadanos, condenaba
a la guillotina a algunos de ellos por sus ideas. 10 En opinión de Berlin, gozo de libertad
positiva cuando, como en la Francia revolucionaria, elijo a quienes me gobiernan y, en
cambio, disfruto de la libertad negativa cuando otros no interfieren en mi actividad, es
decir, cuando no me guillotinan por mis ideas. En el caso de la libertad negativa, cuanto
mayor sea el espacio de no interferencia, mayor será mi libertad.
El censor limita la libertad de las personas, para lo que actúa principalmente sobre dos
objetos: el mensaje y los participantes en la interacción. Prohíbe el mensaje –con términos
censorios: aspecto «preventivo» de la censura– y castiga a los participantes –aspecto
«punitivo»–. Se ha de tener también presente que el castigo suele traer consigo efectos sobre
los mensajes tales como una autocensura posterior, la prohibición de la creación de nuevos
discursos o de la difusión de los ya creados.
De un lado, la imagen positiva constituye la imagen de sí mismo que el hablante requiere
que los demás admitan –v. gr. «soy una persona honrada, se gura de que mis ideas
mejorarán la sociedad»–.12 Teniendo en cuenta este concepto, se puede considerar que el
mensaje que, en opinión del censor, merece su actuación constituye un acto que amenaza
una imagen positiva de la que formaría parte su ideología. De otro lado, igual que sucedía
con la libertad negativa de Berlin, la imagen negativa de Brown y Levinson (1987: 13, 61 y
pássim) consiste en el deseo de no vernos impedidos en nuestras acciones. Una prohibición,
un mandato o una simple pregunta se entrometen en nuestra imagen negativa, esto es –
ahora con un término de Goffman– en nuestro territorio, ya que quien los recibe se tiene
que ocupar en hacer algo que, sin esa acción externa, no haría. Si alguien me ordena,
pongamos por caso, limita mi libertad, porque me apremia a actuar. Se puede considerar,
pues, que, por su parte, quien lleva a cabo un acto censorio amenaza la imagen negativa 13
del censurado al limitar su libertad de comunicar algo a otros.
Pesox = Distancia (hablante, oyente) + Poder (oyente, hablante) + Grado de imposiciónx14
Variemos ahora la ecuación para aproximarnos a una mejor descripción del mensaje
censurable. Por lo pronto, tendremos el acto amenazante para la imagen/ideología del
censor:
Pesox = Poder relativo (censor, censurado) + Distancia (censurado, censor) + Grado de imposiciónx
Siendo x el mensaje, su peso como amenaza a la ideología del censor –que es parte de
su imagen positiva– dependerá del poder relativo –con otras palabras, la relación de control
(§ 3.3)– que posean el censor y el censurado, la distancia social entre uno y otro (§ 3.4), y el
grado de imposición que constituya aquello que quiere comunicarse con x (§ 3.5).
De acuerdo con esta ecuación, la amenaza a la ideología del censor será menor si quien
puede ser censurado se sitúa en una posición jerárquica superior al censor –v. gr. el
Ministerio de Información del régimen franquista no ejercía censura previa a los discursos
de Franco–, si existe una cercanía social del censurado en relación con el censor –v. gr. los
censores se ocupaban más de los mensajes de aquellos que no eran adictos al régimen–, ni si
aquello que se decía no pretendía cambiar la ideología que se debía defender –v. gr. en
1944, quedaron eximidos de la censura previa la literatura española anterior a 1800, los
textos exclusivamente musicales y aquellos con letra anteriores a 1800, y los de carácter
técnico y científico–.15
3.3 PODER RELATIVO. EL CONTROL
Los grupos censores –institucionales o no– tendrán más poder cuanto más control
puedan ejercer sobre los demás, es decir, en la medida en que consigan que otros actúen
como desean.17 El poder de la Inquisición hispana disminuyó con el paso del tiempo.
Mientras que el inquisidor general Fernando de Valdés, para mostrar la independencia de
la institución que dirigía, prohibió en su índice (1559) al menos una obra de un miembro
destacado de cada una de las principales órdenes religiosas –incluida la suya propia de
predicadores–; Carlos III impuso dos siglos después (1768) al Tribunal del Santo Oficio que
«oiga a los autores católicos, conocidos por sus letras y la fama, antes de prohibirse sus
obras» y que, en caso de haber fallecido o ser extranjero el autor, se nombre un defensor. 18
Del siglo XVI al XVIII el poder del censor inquisitorial había disminuido. En la Francia de la
Ilustración era obligado el anonimato del censor que calificaba las obras, entre otros
motivos, para evitar la presión de algunos autores y editores socialmente bien situados. En
una memoria de Malesherbes, director de la Censura Real francesa de la época, se quejaba
de que ciertos autores y editores perseguían a los censores con agresividad. 19
Es conveniente distinguir entre esta variable y las otras dos –distancia social y grado de
imposición–, pues ello nos permite observar que un mayor control no se tiene que
identificar necesariamente con una mayor censura; así, por ejemplo, la compleja
organización y los medios tecnológicos de los estados democráticos actuales permiten un
control mayor que el propio de la Inquisición del siglo XVI, pero las limitaciones legales
hodiernas disminuyen la distancia social entre el censor y el censurado, es decir, aumentan
una relación social de simetría. Cuando esta distancia varía –pongamos por caso, con un
cambio de la legislación–, se puede ejercer la censura de un modo distinto. A raíz del
incendio del Reichstag el 27 de febrero de 1933, el presidente alemán Paul von Hindenburg
firmó un decreto por el que se suspendían distintos derechos civiles. De acuerdo con esta
nueva situación, en la misma tarde de la publicación del decreto distintos operarios
comenzaron a tapar con papeles blancos los carteles electorales de los partidos de izquierda
de las vallas y las columnas de anuncios: se había prohibido su propaganda.20 Es decir, la
capacidad de control del Gobierno alemán era similar a la del día anterior, pero la distancia
social (§ 3.4.1) entre Gobierno y gobernados había aumentado.
3.4 LA DISTANCIA ENTRE EL CENSOR Y EL CENSURADO
Como todos sabemos, la distancia social entre dos desconocidos es mayor que aquella
entre dos familiares cercanos, por ello, cuando se produce una interacción –una broma
idéntica, por ejemplo– puede ser más amenazante a la imagen de otra persona con la que no
se tiene relación que a la de un hermano. Este mismo hecho se puede encontrar en la
interacción censoria; así, en los estados autoritarios la distancia entre el censor y el
censurado se abisma, no son ya dos ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones
ante la ley. En el régimen soviético la distancia era extrema. Una vendedora tomó nota del
número de pastillas de jabón que acababa de recibir en el primer papel que tuvo a mano.
Mala suerte, lo hizo en una hoja de periódico justo en la frente de una foto de Stalin. La
condena fue de diez años. Un tractorista se calzó para calentarse los pies una octavilla
oficial en uno de sus zapatos: otros diez años. Y, en fin, veinticinco años de condena a Irina
Tuchínskaya por rezar –se supone que silenciosamente– por la muerte de Stalin. 21
3.4.1 La identidad social
El grupo social del censor mantiene una identidad entre cuyas propiedades se
encuentra una ideología. Como sucede con la imagen que se considera en las teorías de la
cortesía, la identidad no solo se tiene sino que también se negocia con los otros. 22 La
posición social de estos otros participantes y su distancia en relación con el censor es
esencial para explicar su reacción. Siempre han existido individuos que por su cercanía al
censor se han librado de sus prohibiciones (§ 5.2.2). Ya los reglamentos medievales de la
biblioteca de la Universidad de París permitían la consulta de los libros heréticos a aquellos
profesores de teología que debían refutarlos. 23 El censor se identificaba por compartir una
misma ideología con los teólogos ortodoxos.
Esta cercanía con el censor también se puede conseguir por la adscripción a otra
identidad grupal. En septiembre de 1978, el periódico argentino La Razón cargó contra el
libro de catequesis Dios es fiel. Su autora era la religiosa Beatriz Casiello. La incriminación
del texto por la dictadura trajo un conflicto de jurisdicciones con la Iglesia católica. Rossi,
obispo de San Nicolás, recordó en un comunicado que «la única autoridad competente en
materia de doctrina católica y su transmisión es el Sumo Pontífice» (cito por Invernizzi y
Gociol, 2003: 203). Esta declaración eclesiástica trajo que la identidad social de la hermana
Casiello pasara de ser la de una argentina de a pie a la de una religiosa miembro de la
Iglesia católica, institución con la que el régimen deseaba mantener buenas relaciones. En
definitiva, la distancia social se acortó.
3.4.2 La identidad de género
La identidad de género24 es una de las más enraizadas en el ser humano. Se desarrolla
al tiempo que la identidad personal en los dos primeros años de la vida. El género es
determinante en las interacciones en la mayor parte de las sociedades, aunque su influencia
puede variar de unas sociedades a otras. 25 Por lo general, los censores han sido hombres,
pero quien es censurado a menudo es una mujer. En este caso, a las diferencias ideológicas
se suman las diferencias de género. Los varones censores no se identifican con las mujeres –
se sienten «nosotros» frente a «ellas»–. En la Iglesia la cita de san Pablo:
Como en todas las Iglesias de los santos, que las mujeres permanezcan calladas durante las asambleas: a
ellas no les está permitido hablar. Que se sometan, como lo manda la Ley. Si necesitan alguna aclaración,
que le pregunten al marido en su casa, porque no está bien que la mujer hable en las asambleas (Corintios,
I, 14: 3335).
ha servido como argumento para que teólogos de distintas épocas hayan defendido el
silencio de las mujeres sobre asuntos espirituales. 26
La discriminación sexual en el uso de la palabra continúa en muchas sociedades, en
algunos casos de un modo extremo. Recientemente, los talibanes afganos han impedido la
asistencia de las mujeres a la escuela y aquellas que ya tenían formación –profesoras,
traductoras, médicas, abogadas o escritoras–eran forzadas a permanecer en sus casas. 27 No
obstante, solo hay que retroceder algo en el tiempo para encontrar que en el censo de 1797
las escuelas españolas de niños se denominaban «de primeras letras» y las de niñas «de
enseñanza». Esta diferencia se debía a que en estas últimas se aprendían forzosamente el
catecismo y las labores, pero no necesariamente las letras. No era extraño que, incluso, una
maestra española de niñas del siglo XVIII no supiera escribir. El aprendizaje de la lectura y
escritura en las escuelas de niñas no fue obligatorio hasta los reglamentos de enseñanza de
la década de 1820.28
En este ambiente de discriminación de género, muchas mujeres han ideado estrategias
para evitar la censura acercando su identidad a la del censor. Aquellas que escribían sobre
asuntos religiosos en los Siglos de Oro podían mostrar que, en realidad, su obra no era
original, sino un compendio de sermones y de libros de doctrina, compuestos por varones
sabios.29 Por otra parte, sabiendo que la Inquisición ponía una especial atención en los textos
que narraban experiencias místicas,30 para ampararse del censor, las religiosas recurrían a
distintos medios para narrar sus vivencias. Una posibilidad era hacer notar que escribían
una autobiografía espiritual por mandato de su confesor, cuyo nombre, en caso de que se
publicase, frecuentemente figuraba como autor. El padre Jerónimo Gracián mandó escribir
Las Moradas a Teresa de Jesús y la santa comienza su obra con: «Pocas cosas que me ha
mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de
oración» (Teresa de Jesús, 1984 [1577]: 271). Esta circunstancia, si bien no impedía la
actuación del Santo Oficio, sí limitaba la censura de la propia congregación, temerosa casi
siempre de ser objeto de algún tipo de persecución inquisitorial. 31 María de Ágreda, por
ejemplo, quemó sus escritos cuando, fallecido su confesor, perdió su protección.32
3.5 EL GRADO DE IMPOSICIÓN
Otra variable de la ecuación de Brown y Levinson (1987) en su estudio de la cortesía es
el grado de imposición. Dentro de las peticiones, la de solicitar un bolígrafo tiene un grado
imposición menor que pedir prestado un coche, pues sabemos que, en nuestra sociedad, los
bolígrafos cuestan menos que los automóviles y que los objetos más caros se prestan más
difícilmente por el perjuicio que supondría perderlos o que se deterioraran. Del mismo
modo, según cuál sea la ideología del censor, este puede advertir mayor o menor el grado
de imposición en aquello comunicado.
Existen, no obstante, distintos recursos para disminuir el grado de imposición de un
mensaje que pudiera considerarse amenazante para la ideología del censor. Se trata de un
modo de autocensura de la formulación (§ 5.1). No se suprime por completo aquello que se
desea comunicar, pero se modifica la manera de expresarlo en relación con aquella otra que
se hubiera empleado si no hubiera habido censura.
3.5.1 La atenuación
La atenuación es una estrategia discursiva que mitiga la fuerza del acto ilocutivo de un
mensaje y, en consecuencia, su grado de imposición. Quien recurre a atenuar un mensaje
busca, pues, que quien lo recibe lo perciba como menos amenazante para su imagen –en
nuestro caso, para su ideología–. Ello explica que, después de una primera censura de Los
clarines del miedo (1958), Ángel María de Lera sustituyera las expresiones que debía
expurgar –segmentos amenazantes– por otras formas atenuadas. 33 Los toreros protagonistas
pasan de decir «puta» a «mala», «cachonda» a «frescachona», «toma, hijoputa» a «toma,
castrón», «son unos cabrones» a «son unos bestiajos», «mira que es puñetero» a «mira que
es aprovechado» o «la puta del pueblo» a «la perdida del pueblo». 34 Con correcciones de
este tipo la obra se pudo publicar.
3.5.2 La intención informativa
Otro remedio para disminuir el grado de imposición de un acto amenazante es
manifestar únicamente una intención informativa. Dan Sperber y Deirdre Wilson (1995 2)
diferencian dos tipos de intenciones en la comunicación humana: una intención informativa
y una intención comunicativa. Grice (1957) se había ocupado de la intención comunicativa,
a la que denominaba significado del hablante (§ 1.3), pero ahora nos interesa especialmente
la primera. Con la intención informativa el hablante pretende únicamente dejar manifiesto a
su interlocutor un conjunto de suposiciones, sin que quede también manifiesto que él
quiere intencionalmente comunicar eso. En cambio, con la intención comunicativa –la
habitual en nuestras conversaciones– el hablante quiere comunicar algo y quiere dejar claro
a su interlocutor que él quiere comunicarlo. En casi todos los casos de comunicación
humana se da esta intención comunicativa, pero no siempre es así: un hablante puede
comunicar algo sin tener intención comunicativa de hacerlo, tan solo informativa. Un
editorial titulado «La crisis del elogio», en el que se criticaba el culto a Stalin, pasó la
censura franquista. El periódico esperó a publicarlo un 18 de julio, aniversario de la
sublevación –el Alzamiento Nacional– de Franco contra la II República. Ese día todos los
diarios se deshacían en loas al general.35 La intención en este caso no es comunicativa –no se
manifiesta expresamente una crítica de las alabanzas a Franco–, aunque existe una
intención informativa: el periodista pretendía comunicar algo, pero de modo que no se le
pudiera acusar de ello. Únicamente porque se ha contado con posterioridad, se puede
asegurar esta intención. Algo semejante sucedía con las crónicas que en 1974 los periodistas
españoles mandaban de la Revolución de los Claveles de Portugal. El desmantelamiento de
la dictadura portuguesa se podía comprender como una reivindicación para que sucediera
lo mismo Tajo arriba,36 pero no había intención comunicativa en los textos, tan solo
informativa.
Ahora bien, los mensajes con intención informativa no siempre se han librado de la
prohibición o el castigo. Rafael Calvo Serer publicó un artículo en el diario Madrid (3005
1968) titulado «Retirarse a tiempo. No al general De Gaulle». A pesar de no citarlo
expresamente, cualquier lector avisado podía inferir que quien debía retirarse en realidad
era el general Franco. La edición fue secuestrada y el periódico no volvió a distribuirse
hasta el 30 de septiembre. Rafael Calvo y Miguel Ángel Gozalo –director en funciones del
diario– fueron procesados, si bien lograron finalmente la absolución en noviembre de 1970.37
Y, en ocasiones, se ha reconocido una intención informativa amenazante en textos que
posiblemente no la tuvieran. El diario ABC de Sevilla fue multado con 10.000 pesetas por
publicar en agosto de 1939 un anuncio que decía:
¡Como una fiera acecha el vino malo a tu salud. Toma uno de Jerez y tu salud será eterna. Para excelencia,
González Byass!
El censor creyó que alguien relacionaría a «Su Excelencia» el Jefe del Estado con un
vino.38
3.5.3 Mensajes esópicos
La denominación de «escritura esópica» se empleó para un tipo de redacción elusiva
que se producía en la literatura rusa de finales del XIX.39 Con los mensajes esópicos se
pretende evitar la censura al disminuir el grado de imposición. Se trata de un modo de
expresión por el que los lectores o los espectadores, incluidos los propios censores,
comprenden críticas hacia el poder, pero sin que se produzca un enfrentamiento directo con
él.40 De hecho, la escritura esópica de la época zarista dejó de existir en el estalismo, el nuevo
censor se sentía amenazado también por estas escrituras elusivas.
Los escritores esópicos desarrollan códigos de comunicación ambiguos que los
protegen y que la autoridad no aprecia como ofensivos, aunque sepa que son críticos. En un
mensaje de este tipo, tanto el censurado como el censor saben de qué se habla, pero el
segundo considera que, después de ciertas modificaciones en la expresión, no tiene por qué
mostrarse ofendido. Esto se explica por un comportamiento habitual en los seres humanos:
todos sabemos que suscitamos comentarios críticos a nuestras espaldas y, en ocasiones,
llegamos a enterarnos de ellos, si bien, mientras no sea evidente que los conocemos,
podemos actuar como si no existieran. 41
Se habrá advertido que la distinción entre los mensajes con intención informativa y los
esópicos es sutil y de difícil aplicación en la práctica. Los dos mensajes pretenden evitar una
censura total con una autocensura en la formulación (§ 5.1) pero, en el primer tipo, el censor
no reconoce un mensaje amenazante en lo dicho y, en el segundo, aunque lo advierte,
simplemente no se da por enterado. Para diferenciar con claridad unos casos de otros,
habría que conocer cuál es el pensamiento del censor en cada caso. También puede suceder
que, en un principio, no se reconozca una intención informativa en un mensaje;
posteriormente, pase a ser mensaje esópico en un momento dado –detectado como
censurable, pero consentido– y, al cabo de un tiempo, se prohíba como amenazante.
Un recurso situado entre la intención informativa y el mensaje esópico consiste en
presentar en una obra personajes o momentos de otras épocas, lugares o situaciones.
Aunque no se comunique de modo manifiesto, para los es pectadores de Nabucco (1842) de
Giuseppe Verdi, los israelitas esclavizados por Nabuconodosor se vislumbran fácilmente
como los italianos dominados por el Imperio austriaco. Stefan Zweig utiliza en 1936 la
polémica entre el tolerante Sebastian Castiello y Calvino para sugerir la situación de la
Alemania nazi.48 JeanPaul Sartre y Jean Anouilh con Las moscas (1943) y Antígona (1944),
respectivamente, recurren a los temas de las tragedias griegas durante la ocupación
alemana de Francia para referirse a ella.49 El poeta polaco Zbigniew Herbert se sirve de
emperadores clásicos para referirse a Stalin y lo mismo hace el sudafricano Breyten
Breytenbach para retratar a las autoridades blancas. 50 El comediante sirio Duraid Lahham
critica épocas pasadas durante la presidencia de Hafez alAssad. 51 Antonio Buero Vallejo lo
emplea con frecuencia en sus dramas: Esquilache –Un soñador para un pueblo (1958)–,
Velázquez –Las Meninas (1960)– o Goya –El sueño de la razón (1970)– critican, aunque no de
un modo manifiesto, la España de mediados del siglo XX a través de la pretérita.
Con todo, el censor no siempre consiente esta escritura esópica. Pese a que Buero
Vallejo afirmaba en la última época del franquismo que «autocensurarse es escribir en
situación, mas no, forzosamente, mutilarse» y recordaba a Chéjov o a Gógol, 52 sufrió por
aquellos mismos años los rigores censorios: para evitar la censura había recurrido, como era
habitual en la época, a situar la acción de La doble historia del Dr. Valmy (1964) lejos de
España –en el inexistente Surelia– y a bautizar con nombres extranjeros a los personajes.
Tuvo poco éxito en su intento, la obra no se representó en España hasta fallecido el general
Franco.53
3.5.4 El recurso a la neolengua del censor
George Orwell (2010 [1949]: 269271) describió el fenómeno del «doblepensar»
(doublethink) en su novela 1984. En un país opresivo –Oceanía– gobernado por el Partido del
Gran Hermano existe un Ministerio de la Verdad que se dedica a supervisar las noticias, los
espectáculos, la educación y las bellas artes. Este ministerio tiene la capacidad de forzar qué
se puede decir de la actualidad y del pasado, y cómo expresarlo imponiendo una neolengua
(newspeak). La conciencia de lo que realmente ha sucedido o de cómo se llamaba algo antes
de la imposición de un nuevo término en neolengua ocasiona el doblepensar –«saber y no
saber, hallarse conscientemente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras
cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son
contradictorias y creer sin embargo en ambas» (Orwell, 2010 [1949]: 68)–. En definitiva, el
censor impone una falsedad o una forma de hablar propia de una neolengua, pero el
hablante censurado es consciente de este hecho.
Para Orwell (2010 [1949]: 367), el fin buscado por el censor es que con el tiempo los
nuevos hablantes pierdan el recuerdo de la forma antigua. Con todo, también es posible
que quienes sufren la imposición adopten el doble juego: el uso de la expresión de la
neolengua con el significado de la antigua palabra; de esta manera, se comunica con
palabras del censor aquello que precisamente el censor quiere ocultar con ellas. Durante la
Segunda Guerra Mundial los soviéticos se referían a un «acontecimiento extraordinario»
para referirse a cualquier caso que se pudiera considerar traición a la patria; 54 en el régimen
segregacionista sudafricano, «resbalar con una pastilla de jabón» se comprendía
inmediatamente como morir torturado; 55 o, desde que Hu Jintao habló de «sociedad
armoniosa», en China se emplea «armonizar» para censurar. 56 Se trata, en fin, de un tropo
excesivamente violento por parte del poderoso, casi una antífrasis, cuyo sentido el
destinatario no admite, si bien recurre al término, ya autorizado, para comunicar la realidad
que se ha querido ocultar.
3.5.5 La compensación de la amenaza
Otra posibilidad para variar el grado de imposición de un mensaje amenazante
consiste en su compensación con otro mensaje que defienda la ideología del censor. Este
criterio lo adoptó el censor de la industria de Hollywood, entre 1934 y 1954, Joseph Breen.
De acuerdo con él, cualquier película debía compensar con «suficiente bien» los hechos
malvados y censurables que aparecieran en ella. Un personaje principal de la película,
interpretado preferiblemente por una estrella, por ejemplo, debía ser un referente de
moralidad que mostrara al delincuente su equivocación.57
3.6 EL GRADO DE DIFUSIÓN
Junto a las tres variables que preveían Brown y Levinson –poder relativo, distancia
social y grado de imposición– para analizar un acto que amenaza la imagen, el estudio de
distintos actos censorios destaca la importancia de otras variables. La primera sería el grado
de difusión, pues se considera más ofensivo un discurso que ha sido muy difundido que
aquel otro que se conoce por pocos.
3.6.1 La transmisión de las ideas
En ocasiones los censores se han presentado a sí mismos como aquellos que intentan
cortar la propagación de unas ideas infecciosas. Su problema no es tanto que alguien realice
un único acto de habla que cambie el estado mental de su interlocutor, sino que este cambio
se difunda en la sociedad. Eliseo Masini (Il Sacro arsenale overo Prattica dell’officio della Santa
Inquisitione, 1621) aprecia que «al igual que si por desgracia se descubriera que alguna
persona ha contraído la peste, todos correrían a decírselo a quien fuera necesario para que
no se propagara el mal contagioso, asimismo siempre que se sepa o sospeche que alguien es
hereje o sospechoso de herejía, y con el fin de que esta maldita epidemia no se extienda,
debe denunciarse cuanto antes, sin advertencia alguna y bajo pena de pecado mortal, al
inquisidor o al obispo del lugar» (cito por Mereu, 2003: 199). 58
Es interesante destacar que esta concepción epidemiológica de la transmisión de ideas
por parte de los inquisidores recuerda algunas explicaciones actuales de la difusión de la
cultura. En El gen egoísta el etólogo Richard Dawkins (2002 [1976]: 247262) defiende que
existe una evolución cultural semejante a la evolución natural de los seres vivos y que, si en
la natural lo transmitido son los genes, en la evolución cultural será aquello que él
denomina memes –palabra creada sobre la base de «memoria»–. 59 De la misma manera que
los genes se replican de un cuerpo a otro mediante los espermatozoides o los óvulos, los
memes se propagan de un cerebro a otro por un proceso de imitación. Dawkins
proporciona como ejemplo de memes las tonadas, las ideas, las consignas, las modas en el
vestir o las técnicas de la fabricación de vasijas o arcos.60
Siguiendo al antropólogo Dan Sperber (1996, 2000, 2006), el proceso de replicación de
las creencias por la palabra se puede desarrollar del siguiente modo. Los seres humanos
poseemos representaciones mentales de estados de cosas reales o imaginarios, y con
nuestros enunciados, dichos o escritos –en cualquier caso, públicos, ya que pueden ser
percibidos por los demás–, conseguimos que estas representaciones mentales se imiten en la
mente de otras personas. Este microproceso repetido una y otra vez puede hacer que un
meme se comunique a las mentes de toda una población y que, incluso, perviva durante
generaciones.
En relación con lo que aquí nos ocupa, teorías epidemiológicas de la transmisión de las
ideas, como esta de los memes, permiten comprender al censor como a alguien que intenta
que representaciones mentales que considera inadecuadas no consigan por medio de
enunciados replicarse en otras mentes. No solo se trata, según los casos, de prohibir
grandes construcciones teóricas –v. gr. la Iglesia reformada propuesta por Lutero–, sino
también de impedir o simplemente dificultar la difusión de representaciones mentales más
sencillas
–v. gr. la enfermedad de un dirigente político o el uso de una palabra–.
También se explica que, en ocasiones, en lugar de prohibir por completo un mensaje, se
limite a dificultar su difusión. La última dictadura argentina clasificaba algunos libros como
de «exhibición limitada». Estas obras no podían mostrarse en los escaparates ni en las mesas
de exposición. Debían ubicarse al fondo de la librería y, además, colocadas en los estantes,
es decir, únicamente se debía ver el lomo del ejemplar en el anaquel, nunca la cubierta. 61
3.6.2 La publicidad del acto censurable
Cuando en 1968 TVE emitió un primer documental sobre Federico García Lorca, no lo
anunció previamente y, además, lo transmitió por el segundo canal (UHF), que tenía muchos
menos televidentes y un alcance más reducido que el primero. El censor consideró que, con
estas limitaciones, se podía aprobar su emisión.62 El hecho de que, cuanto mayor sea la
difusión de un mensaje se aprecie como más amenazador para la imagen de alguien, se
documenta tanto en la historia como en la legislación. El Código Penal español (art. 209)
castiga el delito de injurias con una pena de tres a siete meses, pero aumenta el castigo de
seis a catorce meses si se hace con publicidad63 y explica:
La calumnia y la injuria se reputarán hechas con publicidad cuando se propaguen por medio de la
imprenta, la radiodifusión o por cualquier otro medio de eficacia semejante (Código Penal, art. 211).64
Así pues, la publicidad de un acto se debe unir a los criterios de control, distancia e
imposición para comprender la amenaza de un acto censurable y, en consecuencia, la
reacción censoria. Que la amenaza de un mensaje sea mayor cuanto mayor es su publicidad
justifica la atención del censor a las distintas tecnologías, servicios y medios que se utilizan
para comunicar (§ 9).
Esta mayor publicidad de un mensaje no solo se logra por su repetición –como en el
paso de la copia al ejemplar–, sino también por su traducción66 o su transducción, esto es, por
su paso de un modo a otro 67 (§ 7.4). En la década de 1930 la liberal Canadian Radio
Broadcasting Commission prohibió radiar las intervenciones de J. Rutherford, uno de los
principales predicadores de los testigos de Jehová, mientras que estaba permitida la
difusión de sus escritos. 68 La amenaza del mensaje radiado era mayor que la del escrito.
También la versión cinematográfica de una obra teatral trae consigo más atención del
censor: en 1958 el filme La muralla de Luis Lucia sufrió veinte cortes, pese a que la obra
teatral de Calvo Sotelo en la que se basaba había tenido dos mil representaciones sin ningún
problema con la censura. La conclusión era, tanto para la censura española como para la
estadounidense de la época, que el cine no podía tener la misma libertad que las novelas o
las obras teatrales en las que se pudiera basar69 (§ 9.5.1).
3.7 LA OCASIÓN DEL MENSAJE CENSURABLE
Otro criterio que se ha de unir en la consideración del mensaje como una amenaza a la
ideología del censor es la ocasión, coyuntura o situación en la que se lleva a cabo dicho
mensaje. La jurisprudencia del Tribunal Constitucional español considera un insulto una
ofensa mayor cuando se lleva a cabo por escrito tiempo después del posible agravio y, en
consecuencia, aprecia que no se debe valorar como libertad de opinión. 70 Ya no solo se trata,
como en el caso de la publicidad del acto censurable, que más personas puedan leer un
insulto que escucharlo, sino también que la situación del insulto es diferente: no se trata de
una reacción inmediata, sino de algo meditado.
Para comprender en relación con la ocasión el grado de amenaza a la ideología del
censor de un acto censurable, otro ejemplo es la sollicitatio ad turpia in confessione. La Iglesia
católica ha distinguido entre las solicitudes de relaciones sexuales de un sacerdote a una
feligresa durante la confesión y en otras situaciones;71 si se produce durante el sacramento
de la penitencia, constituye un hecho sacrílego y, a veces, hasta herético, cuya investigación
y castigo correspondía al Santo Oficio. En el caso de que la solicitud se llevara a cabo
cuando la feligresa no era penitente, ya no constituía un delito, sino un mero pecado. Esta
distinción de la ocasión conducía a una serie de disquisiciones de los tratadistas católicos
sobre cuándo comenzaba y terminaba realmente el sacramento de la confesión.72
1. Clark (1996: 133134).
2. Shentalinski (2006: 470), Westerman (2009: 173).
3. Paxton (2008: 51), Báez (2011: 145), Mostyn (2002: 173).
4. Abella et al. (1990: 40). Pese a que, como mantiene Vega (2012: 11), generalmente la censura trata
de «eliminar y de gestionar el disenso», no siempre existe tal disentimiento en lo censurado. El censor
puede, simplemente, ver el mensaje como una amenaza del tipo que sea a su ideología.
5. Ello proporciona al lector unas posibilidades de interpretación de las que carece el interlocutor
en el discurso oral. Walter Ong (1993 [1982]: 81) mantiene una opinión cercana. Carlo Ginzburg (2009:
113) comenta sobre las peregrinas interpretaciones de sus lecturas del molinero friulano Domenico
Scandella (1522ca. 1600) –a quien sus paisanos conocían por el hipocorístico Menocchio–: «Ya hemos
visto cómo leía Menocchio sus libros: cómo aislaba, a veces deformándolas, palabras, frases, comparando
pasajes distintos, haciendo brotar fulminantes analogías. La contrastación entre los textos y las reacciones
de Menocchio nos ha inducido en cada caso a postular una clave de lectura que él poseía soterrada, y que
su relación con uno u otro grupo de herejes no basta para explicar. Menocchio trituraba y reelaboraba sus
lecturas al margen de cualquier modelo preestablecido. Sus afirmaciones más desenfadadas tienen origen
en textos inocuos como los Viajes de Mandeville o la Historia del Giudicio. No es el libro como tal, sino el
enfrentamiento entre página impresa y cultura oral lo que formaba en la cabeza de Menocchio una
mezcla explosiva».
6. Desde la pragmática de los Reyes Católicos de 1502 se considera que un criterio para prohibir la
impresión de un libro es contener cosas vanas y sin provecho (Reyes, 2000, I: 97).
7. Pardo (1991: 345346), García Martín (2003: 9798), Bouza (2012: 32, 109, 166168).
8. Dirección General de Asuntos Literarios y de la Edición de 1922 a 1966; con posterioridad se
llamó Dirección General de Protección de los Secretos Estatales en las Publicaciones. También se ocupó
de la censura de la radio y de la televisión. Desapareció con la disolución de la Unión Soviética (nota de
Fernández Vernet, en Yampolski y Konstantínovski, 2013: 186).
9. Westerman (2009: 201). Evidentemente, qué es útil varía según la ideología del censor.
10. El origen de esta distinción se puede remontar al discurso «De la liberté des Anciens comparée
à celle des Modernes» de Benjamin Constant en 1819 (Rivero, 2009: 190).
11. Portolés (2011).
12. Brown y Levinson (1987: 13, 61 y pássim).
14. Brown y Levinson (1987: 7476). En inglés: Wx = D(S,H) + P(H,S) + Rx.
16. Kapuściński (2008: 291). Recuérdese que, en la Segunda Guerra Mundial, Rumanía fue aliada
de Alemania.
17. Van Dijk (1999: 206; 2000: 40 y 47; 2001: 355).
18. Pérez García (2006: 262), Sáiz (1983: 98), Roldán (1998: 132), Reyes (2000, I: 540).
19. «Et par là le censeur se trouve exposé à des tracasseries sans fin et souvent à des querelles ou
des haines que rien ne compense» (cito por Birn, 2007: 158).
20. Haffner (2001: 127).
21. Solzhenitsyn (2011: II, 311 y 316).
22. Para la conveniencia de relacionar el concepto de imagen de la pragmática y el de identidad de la
psicología social, SpencerOatey (2007). Sobre discurso e identidad, De Fina et al. (2006).
23. Saenger (1998: 215).
24. Se habla generalmente de sexo cuando se trata de las diferencias biológicas entre hombres y
mujeres, y de género, cuando se habla de diferencias debidas a influencias sociales (Bussey, 2011: 604).
25. Bussey (2011).
26. Pérez García (2006: 53).
27. Mostyn (2002: 115).
28. Castillo (2002: 197), Viñao (1992: 51, 2001b: 418). No todo fue malo en una distinta formación;
de acuerdo con Ong (1993 [1982]: 112), en la Edad Moderna inglesa, la enseñanza de las mujeres en
lengua vulgar y no en latín, como los varones, favoreció un discurso menos oratorio y, en consecuencia, el
nacimiento de la novela moderna.
29. Castillo (2006: 174). Así lo hizo Isabel Ortiz en el proceso inquisitorial que sufrió en 1564.
30. Castillo (2006: 157200), Pérez García (2006: 5355).
31. Como veremos más adelante (§ 4.2.4), otra posibilidad era evitar el castigo mostrando como
responsable del mensaje a otro, generalmente la Divinidad. Sobre los modos de Teresa de Jesús para
librar sus textos del castigo inquisitorial, Peña Díaz (2015: 105140).
32. Poutrin (1995) estudia ciento trece obras redactadas por religiosas nacidas de mediados del
siglo XVI a mediados del siglo XVII. Todavía en el siglo XIX las religiosas españolas con reputación de
santidad escribían a petición de su confesor (Poutrin, 1995: 24).
33. Sobre la estrategia pragmática de la atenuación, Briz y Albelda (2013) y la bibliografía que allí
se cita.
34. Lera prefirió estas atenuaciones a poner las iniciales de la palabra malsonante seguidas de
puntos suspensivos, tal como había sugerido el lector de la censura (Larraz, 2014: 219220).
35. Chuliá (2001: 132).
36. Carandell (2003: 48).
37. Martín de la Guardia (2008: 113).
38. Sinova (1989a: 75).
39. Patterson (1984: 2122).
40. Patterson (1984: 45), Reinfarth y Morrissey (2011).
41. Pinker (2007: 551552).
42. Patterson (1984: 16).
43. Patterson (1991).
44. Patterson (1991: 7273 y 145).
45. Briggs y Burke (2002: 68).
46. Rivero Rodríguez (2005: 274275).
47. Bossié (2008).
48. Hill (2001: 20).
49. Heller (2012: 161 y 180).
50. Coetzee (2007 [1996]: 188 y 261).
51. Mostyn (2002: 39).
52. Beneyto (1975: 24).
53. Neuschäfer (1994: 153). Para la autorización en la época de una obra de teatro, se requería el
informe de tres censores. Cuando se aprobaba, la Junta de Censura Teatral expedía una «guía de censura»
en la que constaban los datos de la obra y la resolución final con los cortes o adiciones, la necesidad de
asistir al ensayo general y su carácter radiable o no (Merino Álvarez, 2000: 125).
54. Beevor y Vinogradova (2012: 187).
55. Coetzee (2007 [1996]: 258).
56. Disponible en línea: <www.zaichina.net/2011/08/08/diccionarioarmonia/>, consulta: 3007
2014.
57. Black (1999: 46, 231).
58. Vega (2012: 4159) recoge tres metáforas comunes en la época para referirse a la herejía: la
gangrena o cáncer, la pestilencia o la infección, y las serpientes con sus venenos o la hidra. En particular,
la analogía de la gangrena tenía su antecedente dentro de la doctrina de la Iglesia en la segunda epístola
de san Pablo a Timoteo; en ella, le pide que se aparte de los discursos hueros y profanos que «se
extienden como la gangrena». Véanse también, Vega (2013a) y Nakládalová (2013). La metáfora se repite
en otras culturas y épocas: en la España franquista se acostumbraba a hablar de «envenenamiento» (Ruiz
Bautista, 2015: 46) y en la China de 1990 la policía y la judicatura denominaban a los detenidos políticos
«células cancerosas de la sociedad» (Liao, 2015: 435).
59. El uso de meme en la comunicación electrónica tiene relación con el de «texto viral». Una de las
primeras personas que utilizó «texto viral» y «frases virales» fue un lector de Dawkins en 1981 (Gleick,
2011: 322).
60. Dawkins (2002 [1976]: 251). No obstante, pese a que los hablantes generalmente creen en la
falacia del telementalismo (Moreno Cabrera, 2013: 16), esto es, que las ideas del emisor son objetos que
pasan idénticos a la mente del receptor, existe una clara diferencia entre los genes y los memes: los
primeros se replican casi idénticos, mientras que los memes rara vez se copian exactamente. Un ejemplo:
el concepto de meme que pueda tener usted después de leer estas líneas es parecido pero no idéntico al
que propuso Dawkins.
61. Invernizzi y Gociol (2003: 79 y 283).
62. Fernández (2014: 40).
64. Un ejemplo más antiguo: las denuncias de insultos ante los commissaires au Châtelet en el París
del siglo XVIII hacían hincapié como agravante el haberse llevado a cabo en lugares públicos (Garrioch,
1987: 105 y 115).
65. Duquenal (2007); Morozov (2012a: 162). Para una interpretación diferente de estos mismos
hechos, Serrano (2013: 197201).
66. La traducción al inglés de The indigo planting mirror (1861) –obra que trata de las relaciones de
semiesclivitud de quienes cultivaban el añil– atrajo la atención de los plantadores y, en consecuencia, de
la justicia británica, mientras que no se la habían prestado a la edición previa en bengalí (Darnton, 2014:
9697).
67. Concepto de Kress (2010: 125).
68. Vipond (2010).
69. Gubern (1981: 157), (Black 1999: 169, 396397). En la Iglesia católica tuvieron importancia en esa
especial atención por el cine la encíclica del papa Pío XI Vigilanti Cura (1936) y la posterior –menos
conservadora– de Pío XII Miranda prorsus (1957) (Black, 1999: 292293; GutiérrezLanza, 2000: 33;
Vandaele, 2010: 106).
70. STC (6/2000, FJ 8).
71. Un ejemplo de solicitud que consta en un legajo inquisitorial es el del franciscano fray José de la
Ventas (1750), quien, ante la alusión de su penitente de que su marido le daba celos, le espetó: «¿Y qué
necesidad tiene V.m. de tener celos de su marido? Haga V. lo mismo y una vez que V.m. se enamore de
alguno, sea con uno que tenga una corona [tonsura] como un plato, y así aquí estoy yo» (Alejandre, 1994:
6667). Por cierto, el confesor cometía delito de sollicitatio ad turpia también si no llegaba a consumar su
solicitud. El mero intento constituía ya una ofensa al sacramento (Alejandre, 1994: 12).
72. Pese a que papas anteriores ya habían promulgado constituciones sobre los confesores
solicitantes, fue la bula Universi Dominici grecis del papa Gregorio XV (1622) la que se centró en tipificar el
delito de solicitación, incluyendo dentro del delito también las solicitudes hechas inmediatamente antes y
después de la confesión (Alejandre, 1994: 147).
Capítulo 4
LAS CONDICIONES DEL ACTO CENSORIO
4.1 DIFERENCIAS ENTRE EL ACTO CENSURABLE Y EL ACTO CENSORIO
Ahora bien, para analizar el acto censorio, se ha de partir del hecho de que –frente al
acto censurable, que constituye un mensaje– el acto reactivo del censor –la prohibición y/o
el castigo– no tiene por qué ser una representación pública de un estado mental. Así, en el
Madrid de la Guerra Civil, mientras los corresponsales extranjeros transmitían sus crónicas
por teléfono desde el edificio de la Compañía Telefónica en la Gran Vía, un censor que
conocía la lengua del periodista escuchaba la conversación y, si consideraba que se difundía
una información no autorizada, cortaba la comunicación.1 Obsérvese que el periodista
extranjero llevaba a cabo una acción con palabras, pero el censor no: su interrupción no era
un hecho verbal ni una representación pública, sino una acción mecánica que impedía la
comunicación verbal.
Y en relación con el castigo, la prohibición de un mensaje por parte del censor tiene
consecuencias directas en la comunicación verbal, pero el castigo las puede tener directas,
indirectas o tenerlas en otros aspectos que no sean puramente comunicativos. El
Directorium Inquisitorum (ca. 1376) del gerundense Nicolau Eymerich establecía las
siguientes penas para opiniones contrarias a la doctrina de la Iglesia: la abjuración pública
de la herejía, el ayuno, la sanción económica, la exposición con sambenito, 2 la flagelación, la
prisión por un tiempo limitado o a perpetuidad, la confiscación de bienes,3 el destierro y, en
los casos más graves, la pena de muerte en la hoguera, que traía consigo la demolición de la
vivienda del hereje y la inhabilitación de sus hijos y sus nietos por vía masculina para
cualquier función pública.4 Evidentemente, la ejecución de una persona impide cualquier
comunicación futura, pero el ayuno aparentemente no tiene una consecuencia directa en la
comunicación.
4.2 LA (NO) SATISFACCIÓN DEL ACTO CENSORIO
4.2.1 El espacio
Como sucede con toda acción humana, la censura está circunscrita a un espacio y a un
tiempo, y las dos dimensiones condicionan la satisfacción del acto censorio, pues quien se
sitúa fuera del espacio y del tiempo del control del censor puede evitar la prohibición y,
ante todo, el castigo.
Fuera del espacio de control del censor
Para evitar el castigo ha sido habitual el exilio, es decir, situarse fuera del espacio de
control del censor. Durante el nazismo (19321945) se exiliaron muchos de los mejores
escritores e intelectuales alemanes y austriacos –Erich Auerbach, Bertolt Brecht, Hermann
Broch, Ernst Cassirer, Sigmund Freud, Ernst Gombrich, Thomas Mann, Heinrich Mann,
Karl Popper o Stefan Zweig–.7 Pero no solo las personas huyen, también las instituciones
comunicativas se exilian para escapar de la censura. Con la llegada del nazismo al poder,
también distintas editoriales abandonaron su sede germana y crearon otras en Ámsterdam,
Praga, París o Zúrich. Algo semejante sucedió con el exilio de los republicanos españoles a
Latinoamérica. Solo en México crearon más de treinta editoriales. 8 Más recientemente, la
ocupación del Líbano por las tropas sirias en 1976 ocasionó que periódicos libaneses –como
alHayat– trasladaran su edición a Nicosia, París o Londres.9
Como las personas, también los textos se distancian del censor. En Castilla la
pragmática de 1558 establecía un control riguroso de las licencias de libros; no obstante, en
la Corona de Aragón este control no comenzó a ser efectivo hasta 1573 en Cataluña; en
Valencia, hasta 1580, y en Aragón, se inició con las Cortes de Tarazona de 1592.10 Ello facilitó
que en ciudades como Valencia y, particularmente, Zaragoza se desarrollara una imprenta
en castellano para el mercado del otro reino peninsular. 11 Ello explica que Lope de Vega,
viendo las dificultades que tenía la aprobación de su Dragontea por el Consejo de Castilla, la
imprimiera en el reino de Valencia (1598).12 Este comportamiento se ha repetido en otros
momentos. Galileo imprimió su Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno a due nuove
scienze (1639) fuera de Italia, en Leiden, y su casi contemporáneo el biólogo Marcello
Malpighi publicó parte de su obra en Gran Bretaña.13 Algunos ejemplos más próximos en el
tiempo: El Ulises de James Joyce apareció en París en 1922 porque en los países anglosajones
estaba prohibida su edición; Vladimir Nabokov tuvo que editar también en la capital
francesa su Lolita (1955) después de que la rechazaran diversos editores anglosajones; en
1957 Borís Pasternak publicó El doctor Zhivago en Italia y, entre nosotros, La Colmena de
Camilo José Cela se imprimió en la Argentina (1951) y Señas de identidad de Juan Goytisolo
en México (1967).14 La publicación fuera de los límites de control de una censura recibe el
nombre ruso de tamizdat («publicado fuera»).15
Dentro del espacio de control del censor
El censor tampoco es omnímodo dentro del espacio que se encuentra bajo su control.
Carlo Ginzburg (2009: 219) supone que uno de los motivos por los que, entre los molineros
del siglo XVI, hubo un número mayor de seguidores de la Reforma que en otros oficios
manuales se halla en que los molinos se localizan fuera de los núcleos urbanos y, en
consecuencia, eran lugares idóneos para llevar a cabo reuniones secretas. Del mismo modo,
la Inquisición toledana detuvo en la década de 1560 a impresores de naipes de origen
francés que se reunían en apartados viñedos para escuchar la lectura de las obras de
Calvino.21 En suma, era más difícil enterarse de lo que se decía en un molino o en un viñedo
que lo que pasaba en locales situados en el centro de las poblaciones. 22
También la historia de la lectura muestra diferentes posibilidades en el control del
censor. Leer en silencio y en terminales fácilmente transportables es actualmente la forma
más habitual de lectura, pero no siempre ha sido así. Aunque se han documentado
testimonios de lectura silenciosa, lo cierto es que en la Roma antigua la lectura en voz alta
era la más común.23 Para algunos estudiosos, la escritura sin separación entre palabras
(scriptio continua) –general en la Grecia clásica y común en Roma a partir de finales del siglo
II– obligaba a vocalizar lo leído para que, gracias al oído, se distinguieran las palabras y se
diera sentido al texto; otros investigadores, por el contrario, consideran que la estrechez de
las columnas de los escritos en rollos de papiro y la existencia de marcas al final de la frase
–una línea horizontal en el margen– hacía que la lectura silenciosa fuera posible, incluso sin
espacios entre palabras, para lectores expertos. El motivo de la preferencia por la lectura en
voz alta se debía a que la lectura de obras literarias en la primera época del Imperio romano
era más parecida a un acto social elitista de entretenimiento que a nuestra lectura individual
y silenciosa actual; de hecho, el lector romano, que con frecuencia era el oyente de un
experto lector esclavo, no tenía necesidad de una lectura rápida que no se demorase en el
proceso de elocución.24 En todo caso, fuera una razón práctica, una cultural o ambas a la
vez, la lectura silenciosa era, si no desconocida, al menos infrecuente en la Antigüedad, por
lo que en una biblioteca no solo se leía, sino que también se escuchaban el propio texto y el
de los demás.25 Un buen motivo, pues, para cuidar qué se leía.
No obstante, si el nuevo modo de leer favorecía la lectura secreta, no sucedía lo mismo
con el acceso a los libros. Durante siglos los caros códices medievales se conservaron en
baúles o armarios cerrados con llave. Ningún lector podía acceder a ellos sin autorización.
Una mayor libertad de consulta se consiguió posteriormente con el libro encadenado de la
Baja Edad Media. Ya no todos los libros se encontraban bajo llave, algunos se preservaban
del robo mediante cadenas que los unían a atriles. Estas cadenas estaban sujetas a una de las
tapas del libro y, por el otro lado, a una anilla que podía deslizarse por una barra fija
situada encima o debajo del atril, como lo hacen las actuales anillas de las cortinas de baño.26
Pese a todo, aunque el libro fuera más accesible, no existía una total libertad de lectura, ya
que cualquier asiduo visitante de una biblioteca episcopal, monástica o universitaria del
Medievo o de la primera Edad Moderna podía saber aproximadamente qué estaba leyendo
el resto de las personas por el atril ante el que se encontraba cada una de ellas.
Fue la imprenta en la segunda mitad del siglo XV la que trajo el abaratamiento de los
libros y, en consecuencia, una mayor libertad de posesión. A ello se unió poco después el
nacimiento de colecciones impresas de libros de mano –es decir, de libros que por su
tamaño podían transportarse a cualquier lugar–, como la iniciada en Venecia en 1501 por el
impresor Aldo Manuzio.27 De nuevo en opinión de Saenger (1998: 214 y 229), fueron las
familias comerciantes y aristocráticas que leían en sus casas en silencio los nuevos libros
impresos las que apuntalaron la Reforma.
4.2.2 El tiempo
Del mismo modo que se ha recurrido al espacio para eludir la censura, también ha sido
posible beneficiarse del tiempo. Pese al interés de redactar sus vivencias en Auschwitz,
Primo Levi (2010: 214) tuvo que esperar a su vuelta a Italia en 1946, porque sabía que, si los
guardianes hubieran encontrado sus escritos, se habrían incautado de ellos y, además,
habría perdido la vida. Junto al mero recuerdo de los acontecimientos, una persona puede
también aprenderse de memoria un texto en concreto con la esperanza de que, pasado un
tiempo, se encuentre libre del control de la censura. 29 Alexander Solzhenitsyn memorizaba
los textos que escribía, en especial en forma de versos, en su confinamiento en prisiones y
campos de trabajo. En un campo de trabajo soviético se podían tener lápiz y papel, pero
estaba prohibido guardar aquello que se había escrito. La memoria constituía el único lugar
donde conservar los textos. Para conseguir la memorización, Solzhenitsyn primero los
escribía en un trozo de papel de doce a veinte líneas. Después de aprenderlas, las quemaba.
Una vez al mes repasaba todo lo que había memorizado. En la prisión de tránsito de
Kúibyshevm, adquirió un método que le ayudó. Los internos católicos empleaban rosarios
para acordarse de las oraciones, por lo que se compuso uno especialmente largo para
ayudar a recordar sus versos. Los vigilantes, creyendo que lo empleaba para rezar, se lo
devolvían cuando lo encontraban. Ya fuera del campo, aunque todavía confinado en un
pueblo (Tashkent), escribió todo lo memorizado y lo enterró para poder recuperarlo
después.30
Una vez escrito un texto, se puede esperar el tiempo necesario para escapar de la
censura con menos dificultades que memorizándolo. En la época del emperador Augusto se
utilizaba el testamento para saldar cuentas con el poder. El testamento era inviolable hasta
la muerte y, cuando se leía, el finado ya no podía sufrir castigo por su atrevimiento. 31 Fu
Sheng, que en época del emperador Qin Shi Huang (s. III a. C.) salvó parte de biblioteca
emparedándola, todavía pudo recuperarla él mismo veinte años después.32 Menos suerte
tuvo el escritor ruso Borís Pilniak. Pese a que fue él quien sepultó en el jardín de su dacha
una cajita con el manuscrito de Granja de sal, fue su viuda quien se ocupó de su publicación
en 1964: él había sido ejecutado en 1938. 33 Tampoco tuvo suerte Valdímir Serguéyevich Gv.
Enterró una crónica de cuatro meses en un campo de trabajo, lo trasladaron y nunca pudo
recuperar su escrito.34
En cualquier caso, el recurso del tiempo tiene más dificultades que el del espacio. Poco
antes de la destrucción del templo de Jerusalén por las legiones de Tito (70 d. C.), un grupo
de judíos, que bien pudieran haber pertenecido a la secta esenia, 35 escondió en once grutas
dispersas de la zona de Qumrán –al noroeste del mar Muerto– escritos religiosos de
diferentes épocas. Es de suponer que, de este modo, procuraba preservarlos a fin de poder
recuperarlos en el futuro. Muchos de los rollos de pergamino y papiro 36 habían sido
protegidos con fundas, después se habían introducido en vasijas de barro cocido y, por
último, estas se habían cerrado en unos casos con una tela gruesa atada a las asas de la
vasija y, cuando esta no tenía asas, con una tapadera. La decisión fue acertada, pero su éxito
tardío: los textos no fueron recobrados por quienes los habían escondido o por otros
seguidores de la secta, sino por un joven beduino. Encontró el primer rollo en 1946 o 1947 –
no se sabe a ciencia cierta– cuando pastoreaba sus cabras y ovejas. 37
En época inquisitorial se recurrió a muy distintos escondites para los libros prohibidos.
Hubo moriscos que ocultaron coranes bajo tejas, doble fondo de baúles, cavidades de
suelos, escaleras y chimeneas. Muchos los hallaron los inquisidores y terminaron en la
hoguera, y sus poseedores condenados como herejes. 38 Pese a todo, uno de estos escondites
se conservó hasta el siglo XIX. En 1884 el arabista Francisco Codera dio noticia del hallazgo
de una serie de manuscritos árabes encontrados en la obra de una casa de Almonacid de la
Sierra (Zaragoza).39 A finales del siglo pasado (1992), también se localizaron once libros del
siglo XVI –entre ellos una edición de La vida de Lázaro de Tormes de 1554 y un par de libros de
Erasmo– emparedados en una casa de Barcarrota (Badajoz), en lo que en la zona se llama un
«tapao». Muy posiblemente se tapiaron estas obras por temor a sufrir el castigo del Santo
Oficio por poseerlas.40
Como vemos, la pervivencia del texto a sus autores permite que, si se consigue
conservar, con el paso del tiempo la ideología de quien tenga el poder de censurar sea
distinta y el texto se pueda difundir. Es curioso saber que en tales casos no es extraño que
sea el propio censor quien ha permitido que algunos textos lleguen hasta nosotros. En los
edificios inquisitoriales se conservaban en habitaciones especiales ejemplares de los
documentos prohibidos para que se pudiera acceder a ellas con algún tipo de permiso.
Algunos de los nombres que recibían estos locales eran los de «infierno», «infiernillo» o
«cámara del secreto».41 Más rico ha resultado ser el archivo de la GlavLit –la censura oficial
soviética de prensa y libros–, que en 1989 reunía 27.000 libros en ruso, 250.000 libros en
otras lenguas y 572.000 revistas. 42 Estos archivos han salvado textos que hubieran
desaparecido de otro modo.43
4.2.3 Mensajes accesibles para el censor
En principio, un grupo censorio puede tener el control de personas y discursos en un
espacio y un tiempo determinados; no obstante, es habitual que carezca de la capacidad de
censurar en este ámbito todo aquello que debiera ser prohibido de acuerdo con su
ideología. Para ordenar algunas de las posibles circunstancias que ocasionan la incapacidad
del censor, se pueden utilizar, en primer lugar y de un modo metafórico, dos criterios de
origen semántico: extensión e intensión. Cuando el censor no logra abarcar todos los casos
susceptibles de censura por su número, sería un ejemplo de incapacidad por extensión; en
cambio, cuando el censor no consigue advertir que el mensaje que interviene es una
amenaza para su ideología, sería un caso de incapacidad por intensión. A estos dos criterios
se ha de añadir el de disfraz: se desfigura el mensaje para que el censor no pueda acceder a
él o, si lo hace, no logre castigar al emisor o al destinatario.
La extensión de los mensajes
Como sucede con cualquier trabajo que supera la capacidad de quien lo ejerce, el
censor maneja algunos criterios para la selección de aquello que examina. Por lo general, se
limita a indagar en mensajes comunicados en una serie de soportes y con los sistemas de
comunicación que conoce. Si se varía el soporte, se puede conseguir que no advierta qué
contiene un mensaje. En México a finales del siglo XVI, Luis Carvajal el Mozo le pide desde
la cárcel a su hermana que le vuelva a escribir con una aguja en la piel de una pera. 44 Muy
posiblemente el censor no esperaría un mensaje escrito en una fruta. También se puede
cambiar el sistema de escritura. Los penados en las cárceles soviéticas aprovechaban que
unos pocos libros podían circular de una celda a otra y con pinchazos o puntos debajo de
letras construían mensajes.45
Ahora bien, el motivo para cambiar el lugar de edición podía ser precisamente el
opuesto. En el caso de la censura del Consejo de los Diez de Venecia del siglo XVII o la
Cancillería Real de Luis XV de Francia, en ocasiones se era más tolerante con obras
publicadas fuera de sus fronteras –dado que en ellas no debía aparecer expresamente su
aprobación–, lo que conducía con relativa frecuencia a los editores venecianos o franceses a
actuar del modo contrario a los españoles de la época: imprimían direcciones falsas de
Ámsterdam, Lyon, Ginebra o Londres.52
Con la limitación de los centros de difusión, el censor ejerce también su tarea. En este
cometido exige permisos para crear editoriales, periódicos, estaciones de radio y de
televisión, o páginas web (§ 9.3). Por ello, es posible que el autor deje que su obra circule en
textos copiados a mano, pues los manuscritos no debían necesariamente pasar los
mecanismos de censura obligatorios para los textos impresos, 53 esto sucede, por ejemplo,
con El Buscón de Francisco de Quevedo (15801645) o L’autre monde de Cyrano de Bergerac
(16191655). Cuando este tipo de obras se llega a imprimir, no es extraño que las copias
manuscritas que se conservan sean más atrevidas que el texto impreso; por ejemplo, el
manuscrito de París de Etats et Empires de la Lune de Cyrano pierde un quinto de su texto en
su edición impresa de 1657.54
Ya en el siglo XX, este tipo difusión clandestina prosiguió, además de con las copias
manuscritas, con ejemplares mecanografiados con varias copias, gracias al papel carbón. En
los países del bloque socialista desde la década de 1950, para escapar de la censura previa
de los impresos (§ 9.5.2), con una red de personas se distribuían escritos por medio de
copias hechas con papel carbón. Estas personas efectuaban unas pocas copias y las repartían
entre otros interesados. Este tipo de publicación se conoce con el nombre ruso de samizdat
(‘autoedición’),55 en oposición a la Gosizdat (‘Editorial del Estado’). Aparte de la difusión de
libros, la samizdat permitió, incluso, la de publicaciones periódicas, especialmente revistas.
Vitali Shentalinski (2006: 139) cuenta cómo, cuando recibía la revista Jrónika Tekúshij Sobiti
(Crónica de la actualidad),56 hacía varias copias a máquina, que distribuía entre conocidos
de confianza para que circulara la publicación. Conocedores del método del samizdat, en la
década de 1980, los gobiernos occidentales, en particular el estadounidense, fomentaron
esta práctica introduciendo de contrabando fotocopiadoras y máquinas de fax en los países
de detrás del Telón de Acero.57
La acomodación de lo censurado a la capacidad del censor se repite con la limitación de
la censura a tan solo algunos servicios o medios de comunicación. Antes de la segunda
mitad del siglo XIX los periódicos generalmente eran caros y se vendían por suscripción;
posteriormente bajó su precio por la inclusión de una publicidad económicamente rentable
y la mejora de su distribución gracias a la posta y al ferrocarril. Se convierten, así, en la
lectura más popular (§ 9.4.1). Ello explica que la dictadura del general Miguel Primo de
Rivera (19231930) limitara la censura previa a la prensa y a los libros de menos de
doscientas páginas, los volúmenes gruesos eran demasiado caros para llegar a manos
obreras.58
La intensión de los mensajes
Puede que el censor acceda a un mensaje censurable y que, sin embargo, este se haya
formulado de tal modo que no llegue a advertir su amenaza. De nuevo durante la dictadura
del general jerezano, el periódico conservador La Nación publicó un soneto supuestamente
laudatorio sin advertir que encerraba un acróstico que afirmaba: «Primo es borracho».59
Con los nuevos medios informáticos, la búsqueda del censor se sumerge más
fácilmente en el total de un texto. En China para sortear los robots informáticos (bots) que
detectan ciertas palabras se procura evitarlas; así, en lugar del nombre del premio Nobel de
la Paz Liu Xiaobo, se escribió «silla vacía», porque en la entrega de este premio quedó su
silla sin ocupar; también se anota «terapia vacacional» por «detenciones», o «35 de mayo»
para recordar la matanza del 4 de junio en la plaza de Tiananmen en 1989. 60 A este recurso
se une el hecho de que la escritura de caracteres y la fonética del chino permiten con
facilidad el uso de homófonos y homógrafos. Se habla, por ejemplo, de hexie «cangrejo de
río» para la censura en internet, por su sonido semejante. En cualquier caso, no nos
engañemos, para evitar estas argucias, con un número suficiente de censores se pueden leer
los mensajes uno a uno.61
También en ciertos casos de romanàclef su autor busca no sufrir el castigo evitando el
nombre real de personajes que, sin embargo, los lectores bien informados podrían
reconocer. En 1937 Friedrich Reck publica su novela histórica Bockelson. En ella relata la
sublevación de los anabaptistas en Münster (15341535). Se trata de un romanàclef en el que
el sastre Bockelson es el trasunto de Hitler y uno de sus seguidores, Dusentschnur, el de
Goebbels. Para que no se le pudiera acusar, el propio Reck cuenta en sus memorias que ha
«ocultado prudentemente» el hecho de que, como Goebbels, Dusentschnur fuera cojo. 62
Un fenómeno próximo al de los mensajes esópicos es el que ilumina el filósofo Leo
Strauss (2003 [1952]) en su Persecución y el arte de escribir (§ 3.5.3): los mensajes esotéricos. En
este caso no se trata de atenuar la amenaza a la ideología del censor, de modo que, aun
sabiéndola crítica, la permita –mensajes esópicos–, sino que nos hallamos ante una escritura
cuyo significado, a menudo contrario a la ideología del censor, únicamente pueden alcanzar
algunos «sabios» iniciados, mientras que los lectores «vulgares», incluidos los censores,
logran únicamente una lectura acomodada a la ortodoxia de la época. De acuerdo con este
criterio, Strauss analiza la obra de Maimónides, Halevi y Spinoza.
El disfraz de los mensajes
El mercader Antonio Enríquez Gómez (c. 16001663), perseguido por la Inquisición por
criptojudaísmo, consiguió publicar distintas comedias con el pseudónimo de Fernando de
Zárate al tiempo que, con su nombre real, era quemado en efigie –o estatua– en Sevilla
(1660).63 El pseudónimo ha sido, pues, uno de los procedimientos habituales en la historia
para disfrazar el nombre del autor al censor. Blaise Pascal publicó sus ataques a los jesuitas
–Les Provinciales (16561657)– con el pseudónimo Louis de Montalte. 64 El guionista
cinematográfico Dalton Trumbo, vetado oficialmente por la industria de Hollywood por
filocomunista, ganó el Óscar en 1956 por el argumento original de The brave one, que había
firmado como Robert Rich; nadie recogió la estatuilla.65 Y, más recientemente, el militar
argelino Mohamed Moulessehoul comenzó a firmar sus novelas como Yasmina Khadra –los
nombres de su esposa– para evitar la censura militar argelina o su propia autocensura. 66 En
el ámbito de la comunicación electrónica también se recurre frecuentemente al pseudónimo;
el microbloguero chino @weiroudexiongmano «gatofuriosoenbuscadecarne» se quejaba
de que una nueva norma de censura obligaba a los usuarios de Weibo –Twitter está
prohibido en China (9.4.2)– a registrar las cuentas con sus nombres reales. 67
La ocultación del nombre por parte del autor no es la única posibilidad. También
puede suceder que sea el destinatario quien la lleve a cabo. Con el fin de evitar la censura
inquisitorial, que revisaba todas las publicaciones arribadas al Virreinato de Nueva España,
se llegó a desfigurar el nombre de Voltaire añadiéndole unos trazos que daban como
resultado un desconocido Moltatre.68
Por último, para evitar el castigo, más que la prohibición o la incautación, un escritor
anónimo puede modificar la letra manuscrita a fin de que, si se intercepta el mensaje, no se
le reconozca. En el caso de los pasquines, panfletos y libelos manuscritos del siglo XVII se
hablaba de letras «disfrazadas» o «contrahechas». Se empleaban con profusión las letras
mayúsculas y, en el caso de utilizar la minúscula, se trazaban de un modo descuidado. 70
Con la imprenta la ocultación se acomoda a la nueva tecnología; durante la Segunda Guerra
Mundial, en Holanda los ocupantes alemanes tenían listas de los tipos utilizados por las
diferentes imprentas, por lo que los resistentes utilizaban en sus panfletos aquellos más
corrientes en el país –Hollandsch Mediaeval, Erasmus, Lutetia, Egmont y Romulus–. 71
4.2.4 La responsabilidad
Junto al espacio, el tiempo y el acceso a los mensajes censurables, otro modo de evitar
el acto censorio consiste en alejar la responsabilidad. En este caso ante todo se trata de una
limitación del aspecto punitivo de la censura. Erving Goffman (1981: 124158) aprecia
diferentes posiciones (footing) para el hablante en relación con el enunciado: animador, autor
y responsable. Aquel que selecciona lo que se dice y formula la expresión es el autor. El
autor puede ser el animador o no serlo: un locutor de radio en ocasiones lee una noticia que
ni ha pensado ni ha redactado. En tal caso, se tratará de un simple animador. El autor
puede también no ser el responsable de lo que ha ideado: los políticos acostumbran a
pronunciar discursos que otra persona ha redactado, pese a lo cual, los responsables de lo
que dicen son ellos, no los verdaderos autores.
La responsabilidad o su ausencia en relación con el mensaje amenazante aumenta o
disminuye el castigo a su emisor o difusor. Para evitarlo, ha sido frecuente fingir locura: el
orate no es responsable de sus palabras. Solón (s. VI a. C.) se fingió loco para poder recitar
una elegía con la que quería alentar a sus conciudadanos a la conquista de Megara. No
quería mostrarse como responsable, pues este acto estaba penado con la muerte. 72 Este
recurso parece que fue más arriesgado en los juicios inquisitoriales. A fin de evitar el
castigo, el reo acusado de herejía también podía mostrarse como estúpido o loco, sobre todo
–de acuerdo con la experiencia del inquisidor Eymerich– cuando veía cerca la tortura o la
hoguera. Para no caer en el engaño, el inquisidor Peña recomienda que se le torture en
cualquier caso, ya que, con el dolor, difícilmente continuará su fingimiento.73
Escribir al dictado de voces demoniacas ha constituido otro resquicio para eludir la
responsabilidad del acto censurable. El molinero Menocchio envió una carta a los
inquisidores en la que mantenía que, si había aparecido en sus declaraciones alguna
afirmación contra los mandamientos de Dios y de la Iglesia, «yo las he dicho por voluntad
del falso espíritu el cual me ha cegado el intelecto y la memoria y la voluntad, para hacerme
pensar y creer y decir en falso y no la verdad» (cito por Ginzburg, 2009: 168). El molinero
trataba de evitar el castigo inquisitorial presentándose como un simple animador de las
palabras de otro autor –el demonio– y, en consecuencia, sin responsabilidad alguna de ellas.
Que Menocchio no era el único que en la época recurría a justificarse por haber sido tentado
por el demonio lo demuestra el hecho de que otro molinero, Pighino Baroni, a quien el
primero no llegó a conocer, afirmara que lo que decía o bien se le había ocurrido a él solo o
bien «el diablo me metió estas cosas en el ánimo» (cito por Ginzburg, 2009: 226).
En ocasiones alguien que se identifica con el censor, pero que lo teme, debe escribir
sobre asuntos censurables. ¿Cómo lograrlo? Existen distintos procedimientos para evitar su
responsabilidad. Uno es la capacidad de autonimia de la escritura –esto es, el uso citativo y
metalingüístico de la lengua– para distanciarse del texto. Con este cometido, la prensa nazi
utilizaba comillas, que debían interpretarse de un modo irónico, para no comprometerse
con algunas de las afirmaciones que transmitía. Si se refería a los republicanos españoles,
habla de «victorias» rojas y de «oficiales» rojos, pues ni las victorias ni los oficiales
republicanos debían ser tomados en serio. También entre comillas aparecían el «mariscal»
Tito, el «científico» Einstein o el poeta «alemán» Heine.74 La prensa soviética de la década de
1920 actuaba de un modo semejante con asuntos religiosos: al monasterio TrinidadSan
Sergio se le añadía un «así llamado», la palabra santo se ponía entre comillas y se prefijaba
con «ex» a los monjes que continuaban en el monasterio. 75 Y, durante la revuelta polaca de
1968, la prensa utilizaba las minúsculas para nombrar a sus líderes: Adam Michnik y Jacek
Kuroń pasaron a ser «michnik» y «kuroń».76 En fin, estos recursos posibilitan a quienes
escriben mostrar su alejamiento de lo censurable y su identidad con los censores.
1. Pizarroso (1989b: 191).
2. Esta penitencia podía durar desde unos meses a toda la vida, si bien, en este último caso, con
frecuencia se conmutaba por una duración más corta (Kamen, 20042: 195).
3. Este era uno de los ingresos económicos de la Inquisición (Eymerich y Peña, 1973 [13761587]:
227, 230 y ss.). Los propios acusados pagaban con los bienes confiscados su traslado al tribunal
inquisitorial y su mantenimiento en la prisión (Kamen, 20042: 147149).
4. Eymerich y Peña (1973 [13761587]). El texto medieval de Eymerich lo enriqueció el turolense
Francisco Peña en la época de la Contrarreforma. Constituyó la obra más consultada en el Derecho
inquisitorial (Mereu, 2003: 4647).
5. Searle (2000: 5253; 2001 [1998]: 65).
6. Para una primera exposición de esta idea, Portolés (2013b).
7. No obstante, esta posibilidad se puede limitar si el censor no admite fronteras a su actuación: el
ayatolá Ruhollah Jomeini lanzó una fetua el 14 de febrero de 1989 contra el escritor británico Salman
Rushdie y contra sus editores por su novela Los versos satánicos (1988). La fetua tenía efecto en cualquier
lugar del mundo. Fueron acuchillados los traductores italiano y noruego, y asesinado el japonés (Santoyo,
2000: 307; Hughes, 2010: 169). Como refiere el escritor Christian Salmon (2001: 9), «comprendimos de
repente que la censura ya no tenía fronteras y que, para bien y para mal, el mundo estaba
irremediablemente abierto y ya no ofrecía refugio». A instancias de una serie de escritores, entre los que
figuraba el propio Salmon, se fundó en 1993 el Parlement Internacional des écrivains, y poco después se
consiguió una red internacional de ciudades que sirvieran de refugio para escritores perseguidos
(International cities of refuge network <www.icorn.org>). Tres ciudades españolas son ciudades ICORN:
Barcelona, Girona y Palma de Mallorca. Otra posibilidad de cumplir el control fuera de las fronteras se
encuentra en las gestiones diplomáticas de un estado para que otro prohíba o castigue un mensaje
amenazante; así, en 1676 Nicolas Amelot de la Houssaye pasó seis meses en la Bastilla por haber escrito
un libro contra la República de Venecia (Infelise, 2014: 7).
8. Hill (2001: 19), Martínez Rus (2014: 178), Sánchez Illán (2015b).
9. Mostyn (2002: 160).
10. Reyes (2000, I: 249), García Martín (2003: 168), Kamen (20042: 106).
11. Pérez García (2006: 168).
12. Reyes (2000, I: 185). Para evitar esta actuación, una pragmática de Felipe III (1610) prohibió a
sus súbditos y vasallos imprimir sus obras en otros reinos (Reyes, 2000, I: 274, García Martín, 2003: 177).
13. Eisenstein (1994: 234 y 226).
14. Fuld (2013: 117118 y 179181), Larraz (2014: 144), Martínez Rus (2014: 178).
15. Jones (2001: s. v.).
16. Peck (2001: 207).
17. Se trataba de una radio cuyas emisiones las realizaban militantes del Partido Comunista de
España. Funcionó del 22 de julio de 1941 al 14 de julio de 1977, cuando ya se había instaurado el régimen
democrático.
18. Díaz (1997: 349351). Su indicativo era: «Aquí Radio España Independiente, la única emisora sin
la censura de Franco»; a continuación se oían las primeras notas del himno de Riego.
19. Multigner (1989: 286288).
20. Morozov (2012a: 227).
21. Griffin (2009: 306).
22. Burke (2012: 228) considera que la mayor libertad de pensamiento de la Akademgorodok –
situada en Siberia– en relación con la Academia de Ciencias Rusa de Moscú tal vez se explique por su
lejanía de los centros de vigilancia.
23. Cavallo (1998: 113), Svenbro (1998: 78). La creencia de que la lectura silenciosa era insólita en la
Antigüedad se difunde con las publicaciones de Joseph Balogh en la década de 1920.
24. Cuando se leía en silencio, era manifiesto que se hacía para procurar la privacidad, no para leer
más rápidamente. Saenger (1998: 189; 2013), Johnson (2000).
25. En las bibliotecas de la Antigüedad y en las de los monasterios altomedievales la propia voz de
cada lector actuaba como pantalla para bloquear las voces de los otros lectores (Saenger, 1998: 212).
26. Petroski (2002: 91 y ss.). En Inglaterra, este sistema se conservó en algunas bibliotecas hasta
entrado el siglo XVIII.
27. Petrucci (2011: 33).
28. Peña Díaz (1997: 65). Con la radio la situación fue parecida. En sus orígenes, los grandes
aparatos receptores se situaban en lugares comunes de las viviendas, pero la aparición de receptores con
transistores, que sustituyeron a las válvulas en la década de 1950, permitió escuchar las emisoras de radio
en aparatos menores, que requerían menos energía y, en consecuencia, eran portátiles (Briggs y Burke,
2002: 258 y 314).
29. Arrio (256336) compuso parte de su obra en verso para que fuera memorizada por sus
seguidores (Gil 20073: 398).
30. Solzhenitsyn (2011, III: 130136 y 536).
31. El emperador Tiberio (42 a. C.37 d. C.) anuló este recurso al leer algunos testamentos en vida
(Gil, 20073: 174 y 188189).
32. Polastron (2007: 82). Este emperador había ordenado la destrucción de todos los libros, salvo
los de agricultura, medicina y profecía (Báez, 2013: 184185).
33. Westerman (2009: 197).
34. Solzhenitsyn (2011: II, 524).
35. Se trataba de una especie de secta monacal formada únicamente por hombres. Sus nuevos
miembros eran muchachos que se unían al grupo y a los que los miembros mayores educaban.
36. También se ha encontrado un rollo cuyo soporte es el cobre.
37. Humbert y Villeneuve (2006), Vanderkam y Flint (2010).
38. FournelGuerin (1979), Peña Díaz (2015: 8587).
39. Los que se recuperaron se conservan en la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del CSIC.
40. Rico (2003) considera que escondió estos libros un librero temeroso de una incautación y
Serrano Mangas (2004), por su parte, después de un minucioso estudio de los archivos de la zona,
propone que quien tapió los libros fue el médico criptojudío –en términos de la época, marrano–
Francisco Peñaranda.
41. Gómez Álvarez y Tovar de Teresa (2009: 22 y 133). El término se recuperó durante el
franquismo para las secciones de las bibliotecas que agrupaban libros prohibidos. Algunos de estos
infiernos pervivieron durante toda la dictadura (Martínez Rus, 2014: 43; Ruiz Bautista, 2015: 48).
42. Báez (2011: 320).
43. El archivo de la Inquisición ha permitido que lleguen a nosotros los originales de la Declaración
castellana del Cantar de los Cantares y de la Exposición del Libro de Job de fray Luis de León (San José, 2004:
656). Del mismo modo, la labor censora del jesuita checo Antonin Koniáš (16911760) ha conservado en
los infiernos de las bibliotecas de su orden buena parte de la literatura bohemia de la época (Fuld, 2013:
72). El diario de Mijaíl Bulgákov, que su autor había destruido en cuanto lo recuperó después de una
incautación, se conserva por una copia mecanografiada de la policía política soviética y, gracias a los
mismos archivos de la Lubianka, se han podido reconstruir poemas extensos de Nikolái Kliúyev
(Shentalinski, 2006: 163 y 392408). Un último ejemplo, en el Archivo General de la Administración, sito
en Alcalá de Henares, se conservan copias de buena parte de la literatura prohibida durante el
franquismo (Larraz, 2014).
44. Castillo (2006: 118).
45. Solzhenitsyn (2011: I, 253).
46. En una solicitud de aumento de sueldo, un censor español de 1956 argumentaba que debía leer
unos quinientos libros al mes, que sumaban unas cien mil páginas (Larraz, 2014: 101) y otro, más
comedido, confesaba haber leído sesenta libros en febrero de 1942 (Ruiz Bautista, 2015: 6364).
47. La primera lista constaba 230 títulos en latín y en francés (Martínez de Bujanda, 1996: 18). Un
antecedente de lista de libros prohibidos es el Decretum Gelasianum (s. V) (Gil, 20073: 403).
48. Chartier (1993: 79; 1994: 5960). Aunque el orden alfabético se conocía desde la enciclopedia
bizantina Suda (s. X), su uso en publicaciones del siglo XVI, como los índices católicos, generalizó su
utilización como modo de ordenamiento en el siglo XVII (Burke, 2002: 145 y 239).
49. La regla undécima del índice inquisitorial español (1583) los prohíbe expresamente (Martínez
de Bujanda, 1993: 885), también la Ley de Prensa francesa de 1796, que estuvo vigente hasta 1830, exigía
la identificación de los autores de cualquier artículo impreso, así como del impresor (Muñoz Machado,
2013: 132) o la ley de prensa franquista obligaba, incluso, a que, aunque las notas de los periódicos se
publicaran sin firma o con pseudónimo, en el original constaran el nombre y los apellidos del autor
(Sinova, 1989a: 64).
50. Reyes (2000, I: 152 y 199), García Pérez (2006: 162). Lo mismo había sucedido previamente en
Francia con el edicto de Châteaubriant del 27 de junio de 1551 (Chartier, 1993: 80, 1994: 60). A partir del
índice de 1583 también se debía indicar el año de impresión –«nombre del autor e impresor, lugar y
tiempo» (Martínez de Bujanda, 1993: 885)–.
51. Reyes (2000, I: 148), Gómez Álvarez y Tovar de Teresa (2009: 28), Díaz Noci (2012: 232).
52. Deacon (2004: 829), Infelise (2004: 90; 2014: 7576), Birn (2007: 7273). Muchas de estas obras
tenían, de hecho, «permisos tácitos» (Furet, 1965: 176) (§ 5.2.4).
53. Bouza (2001: 63). «El Derecho común [del siglo XVI] distinguía muy justamente estos dos tipos
de escritos: el libro impreso implicaba un mayor compromiso por parte del autor, ya que se presumía que
había revisado su texto y este era expresión fiel de su pensamiento, y por su condición de impreso estaba
llamado a la difusión, incrementándose así la responsabilidad pública del autor; en cambio, el material
manuscrito, por tanto, no difundido sino en mínimos círculos, reflejaba imperfectamente el pensamiento
del autor, ya que podía tratarse de apuntes, notas, borradores, esbozos de una futura obra, siempre
rectificables» (Tellechea, 2003: 370371). No obstante, esto no significaba que hubiera una libertad
reconocida de difusión de las copias escritas. La pragmática de libros de 1558 también se ocupaba de ellas
(Pérez García, 2006: 164 y 246).
54. Chartier (2006: 135143 y 2010: 213).
55. (Jones, 2001, s. v.).
56. Existió entre 1968 y 1972 (Burke, 2012: 121).
57. Morozov (2012a: 16, 81). La máquina fotocopiadora data de 1958 (Burke, 2012: 306). En la
actualidad, las copias de particulares en regímenes censuristas se automatizan; así, en la Cuba castrista no
es extraño que se lleve una memoria USB para copiar de los ordenadores de los conocidos documentos
prohibidos (disponible en línea: <www.elpais.com>, consulta: 22052014).
58. Santonja (1986), Seoane y Sáiz (1998: 322). Consecuentemente, los periodistas de la revista
izquierdista PostGuerra, que habían tenido serios problemas censorios, se dedicaron a publicar con
menos dificultades plúmbeos volúmenes de Marx, Lenin o Trotski.
59. Caudet (1993: 72).
60. Castells (2009: 372), Morozov (2012b). Más ejemplos de estos usos chinos para evitar la censura
se pueden encontrar en <http://chinadigitaltimes.net>. Algunos de ellos se pueden también encontrar en
la hispana <http://www.zaichina.net/diccionario/>.
61. King et al. (2013).
62. Reck (2009: 25). El romanàclef era especialmente temido por los censores de la Francia
borbónica. Su mayor preocupación era impedir la publicación de textos que ofendieran a los poderosos
miembros de la Corte, pero este tipo de texto tenía referencias que los cortesanos podían entender y que,
en cambio, a ellos se les escapaban. Esta intención informativa del autor podía ser tan indirecta que los
libros en ocasiones iban acompañados de un texto independiente –la clave–, que aclaraba las
correspondencias entre los personajes de la ficción y las personas reales a las que se refería (Darnton,
2014: 5469).
63. Moreno Martínez (2009: 47), Bouza (2011: 149).
64. Briggs y Burke (2002: 67).
65. Black (1999: 350351).
66. Disponible en línea: <www.yasminakhadra.com>, consulta: 2012014. No ha sido infrecuente
que el pseudónimo sea un anagrama del nombre original; así, «Anticano Sertonato» era Antonio
Santacroce (Infelise, 2014: 77).
67. Aritz Parra (disponible en línea: <www.elmundo.es>, consulta: 17032012).
68. Gómez Álvarez y Tovar de Teresa (2009: 23).
69. Paz (1989: 212). En 1990 la esposa de Liao Yiwu conoció la detención de su marido por un
telegrama en clave enviado por un amigo que decía: «Yiwu se está muriendo por enfermedad» (Liao,
2015: 120).
70. Castillo Gómez (2008: 72).
71. PohlPerry (2001: 115).
72. Gil (20073: 68).
73. Eymerich y Peña (1973 [13761587]: 129). En la segunda mitad del s. XVI Pedro de Güerta simuló
locura tras una confesión de luteranismo conseguida por medio de la tortura. Para comprobar su
sinceridad, los inquisidores lo sometieron otra vez a la tortura. Confesó entonces su mentira. Murió en la
hoguera (Griffin, 2009: 99). No fue hasta 1816 cuando el papa Pío VII prohibió la tortura en cualquiera de
los tribunales dependientes de la Santa Sede (Kamen, 20042: 185).
74. Klemperer (2001: 112).
75. Shentalinski (2006: 204).
76. Jaworski y Galasiński (2000: 198).
PARTE II
¿CÓMO ACTÚA LA CENSURA?
Capítulo 5
LA INTERACCIÓN CON LA CENSURA
5.1 LA AUTOCENSURA
Como ya hemos comprobado, los casos de censura constituyen interacciones de, al
menos, tres participantes: el emisor, el receptor y el censor (§ 1.2). Dentro de estas
interacciones triádicas, existen distintos tipos. Uno de ellos es la triangulación. Una entrevista
radiofónica constituye un ejemplo de triangulación. Para explicar cómo se desarrolla, no
hay que reparar únicamente en el entrevistador y en el entrevistado, sino que también se
debe tener presente la audiencia. En efecto, el entrevistador ya conoce las respuestas a
muchas de las preguntas que hace, pero considera pertinente que la audiencia también las
sepa de labios del entrevistado. Así pues, pese a lo que pudiera parecer en un primer
momento, un tercer participante –el público– es primordial para comprender en qué
consiste una entrevista. Algo semejante sucede en un juicio: el fiscal interroga a testigos y
acusados sobre asuntos de los que ya está al corriente, pero que deben conocer también el
juez y el jurado. De un modo semejante actúan los contrincantes de un debate político: no
pretenden convencerse mutuamente, sino persuadir de que les vote al electorado –el tercero
en la triangulación–que los escucha.1 Todavía más cercana al fenómeno de la censura se
encuentra la interacción propia del discurso administrativo: los participantes en la
interacción –la Administración y el administrado– redactan sus escritos sabiendo que, en
caso de recurso, una instancia superior va a juzgar el proceso. Esta instancia superior se
comporta, en realidad, como un tercer participante. Este hecho explica que habitualmente
un escrito de la Administración proporcione al ciudadano información que él ya conoce –
por ejemplo, dónde vive o que ha interpuesto un recurso sobre un asunto determinado–
junto a otra información que en demasiadas ocasiones no llega a comprender, las normas
que se han aplicado para la resolución de su reclamación, pongamos por caso. En realidad,
la Administración sabe que toda esa información va a incorporarse al expediente y que en
otra instancia la leerá alguien con conocimientos de derecho. Esta persona experta va a
comprender la redacción de la normativa que se aplica y, en cambio, precisa que se le
proporcionen otros datos que él desconoce, aunque los sepa el ciudadano que ha
reclamado.2
En estos casos de triangulación –entrevista, declaración en un juicio, debate o discurso
administrativo–, el tercero, si bien es tenido en cuenta por el emisor en el contenido y la
formulación de su discurso, no interviene activamente en la interacción –v. gr. el jurado
permanece en silencio–, al menos en un primer momento. En el ámbito que nos ocupa,
encontramos la triangulación en muchas de las ocasiones de autocensura. Es sencillo
imaginar al censor como una persona con tijeras o un lápiz rojo, es decir, como alguien que
impide de un modo activo que el discurso del emisor llegue al destinatario (§ 5.2); sin
embargo, el censor más efectivo es aquel que ni siquiera llega a actuar: la autocensura
generalmente es el fin buscado por el censor. 3 Repárese en que, aunque el censor no actúe
de forma activa, si alguien se autocensura no evita la censura; muy al contrario, él mismo es
el censor que prohíbe el mensaje. De lo que se libra, en todo caso, es del castigo.
Pero ¿cómo se explica la mera posibilidad de la autocensura? Quien desea comunicar
algo es, como todos los seres humanos, un psicólogo espontáneo, esto es, goza de una
capacidad de lectura de la mente de las otras personas –también llamada por los
cognitivistas teoría de la mente– y prevé aquello que el censor no va a consentir. La teoría de
la mente consiste en la capacidad de interpretar, predecir y explicar el comportamiento de
los demás seres humanos en términos de sus estados mentales subyacentes. Se trata de una
capacidad innata de los seres humanos y ello quedaría probado, además de por su
inmediatez y su desarrollo a una edad determinada, por encontrarse dañada en los
enfermos de autismo4 y por no hallarse en la mayor parte de los animales, los cuales solo en
algunos pocos casos la disfrutan y, de todas formas, de un modo rudimentario. 5
En 1956 a la poeta Anna Ajmátova le llegó la noticia de que su amigo Isaiah Berlin
visitaba la Unión Soviética. Pese a haber fallecido ya Stalin, el hablar con extranjeros
continuaba siendo sumamente arriesgado y, por ello, prefirió que Berlin telefoneara. Sabía
que tenía la línea intervenida y, por tanto, que los órganos conocerían exactamente cuál era
su conversación.6 Así pues, Ajmátova consideró que el censor pensaría que en una reunión
en persona con el británico Berlin se iba hablar de asuntos «contrarrevolucionarios»; es
decir, Ajmátova leyó cómo la mente del censor habría leído su propia mente y la de Berlin.
Otro ejemplo histórico, durante los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), se impidió a un
librero vender libros propagandísticos nazis para evitar que llegaran a manos de visitantes
críticos.7 Esta interdicción muestra cómo el censor nazi previó una interpretación distinta a
la suya propia de dichos textos en la mente de esos lectores extranjeros.
En suma, nos autocensuramos porque prevemos cuáles son los pensamientos de otros
seres humanos.
5.1.1 Autocensura del emisor
En 1963 Vasili Grossman ocupaba un nuevo apartamento en el que recibió la visita del
también escritor Borís Yampolski. El anfitrión mostró en silencio un cartel que había
preparado: «Borís, tenga presente que seguramente las paredes oyen». La pequeña estancia
tenía micrófonos. En el transcurso de la conversación Yampolski le pidió que le dejara leer
su nueva novela –Vida y destino–, a lo que contestó Grossman: «Desgraciadamente, Borís,
ahora no tengo la posibilidad». Le habían arrebatado su obra, pero no lo podía decir.8 La
teoría de la mente que compartimos todos los humanos facultó a Grossman, para evitar el
castigo, censurarse a sí mismo.
La autocensura completa del emisor puede darse o bien al no hacer públicas las
representaciones mentales o bien al no difundir las representaciones públicas que uno
mismo ya ha fijado en algún soporte (§ 9.2). En la mayor parte de las ocasiones las
representaciones mentales no llegan a ser públicas, pensamos muchas cosas que ni
dibujamos, ni decimos, ni escribimos; sin embargo, en las situaciones de autocensura
representaciones mentales que un emisor querría comunicar a otros quedan sin convertirse
en representaciones públicas por temor a un tercero; de ahí, la respuesta elusiva de
Grossman.
En opinión de Isahia Berlin (2009: 194), una autocensura constante puede acarrear
consecuencias psicológicas. En estados autoritarios como el soviético la imposibilidad de
satisfacer el deseo de comunicarse ha conducido con frecuencia a «comportamientos
estoicos». De acuerdo con contemporáneos, las purgas soviéticas –la principal fue de 1936 a
1938– habían privado de vigor a las personas y se había instalado en ellas «una especie de
desespero cansino que aplaca los procesos vitales y disminuye las productividad
económica». Las personas, para conservar la felicidad, limitaban sus aspiraciones a aquellas
parcelas de libertad personal que podían satisfacer. Dicho con un término de Bourdieu
(2001), es posible que la autocensura se convierta en un habitus, en un comportamiento
regular que, sin determinar estrictamente la actuación cotidiana, de hecho, la guía (§ 1.2). Es
llamativo constatar que, durante la censura franquista, en los momentos de una censura
más rigurosa –entre 1939 y 1953–las novelas acostumbraban a sufrir solo tachaduras leves –
los mismos escritores y editores se autocensuraban–, mientras que los expurgos censorios
más extensos se dieron en la época de una mayor apertura, es decir, cuando la autocensura
había dejado de constituir un habitus.9
También puede suceder que quien se censura a sí mismo destruya o no difunda unas
representaciones ya fijadas en algún soporte. En el Concilio de Soissons (1121), Pedro
Abelardo tuvo que arrojar al fuego una de sus propias obras y, durante la Revolución
Cultural (19661976), el que sería premio Nobel Gao Xingjian quemó por temor todos los
textos inéditos que había conservado en una maleta. 10 Un recelo parecido había afligido a
Descartes: conocedor del proceso inquisitorial a Galileo (1633), dejó sin publicar su Traité du
monde.11
Esta autocensura se repite en quienes por su oficio difunden los mensajes de otros. La
autocensura en este caso puede darse tanto en el paso de la copia al ejemplar como en la
difusión de ejemplares. Entre 1524 y 1537 Miguel Eguía fue prácticamente el único impresor
en Alcalá de Henares. En sus primeros años buena parte de su producción consistió en
libros de espiritualidad, pero a partir de su detención en 1531 por la Inquisición –acusado
de alumbrado– y, pese a que recobró la libertad a fines de 1534, nunca más imprimió libros
con esa temática.12 Ya impresos los ejemplares, como sucedía con el autor del discurso,
también es posible que sea el propio editor quien, antes de distribuirlos, los destruya por
temor al castigo. Se quejaba Carlo Firpo, quien trabajaba en una editorial argentina en 1976:
Ya no son los libros que el régimen quemaba sino los que se eliminaban por propia decisión... Cuando
agarré el primer libro y le arranqué la tapa, fue terrible, se me caían las lágrimas. Era romper y tirar,
romper y tirar... (Cito por Invernizzi y Gociol, 2003: 213).
En el París ocupado, la destrucción de libros por parte de los propios editores fue
colosal; la aplicación en 1940 de la lista de libros prohibidos –lista Otto– conllevó hogueras
con 2.242 toneladas de libros. Ciento cuarenta editores, casi todos, se habían comprometido
con el cumplimiento de dicha lista.13
5.1.2 Autocensura del receptor
No solo el emisor o el difusor de un discurso pueden autocensurarse, también lo puede
hacer el receptor. El molinero Menocchio, que después de un primer proceso inquisitorial
había sido condenado a llevar en todo momento un sambenito, se quejaba de que con
aquella cruz en el pecho la gente le esquivaba para no hablar con él, 14 es decir, a la
vergüenza de vestir un sambenito se unía el aislamiento al que le sometían sus vecinos.
Aquellos mismos campesinos friulanos que antes conversaban con su paisano se
autocensuraban, ya no deseaban que los vieran departiendo con el penitente por temor a ser
ellos también incriminados en un proceso inquisitorial. Esta situación se ha repetido a lo
largo de la historia. Un nuevo ejemplo de la dictadura argentina, en 1977 prohibió el libro
infantil Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Bornemann; la escritora sintió, igual que
Menocchio, que «la prohibición afectó particularmente mi relación con la existencia. En
especial, debido a la gran cantidad de personas que decían apreciarme, quererme y que se
borraron, por completo, a causa del mencionado decreto militar» (cito por Invernizzi y
Gociol, 2003: 113). Más contundentes son las afirmaciones del disidente político Liao Yiwu
(2015: 512), quien, de nuevo en libertad (1994), confiesa que, «después de cuatro años en la
cárcel, yo no era más que un montón de mierda para mis compañeros escritores. Algunos
me evitaban o se burlaban de mí, mientras que otros me habían olvidado por completo».
Este comportamiento con las personas se extiende a los textos cuando el discurso se ha
fijado en algún tipo de soporte. Quien posee un texto censurable se puede autocensurar
eliminándolo. Durante la década de 1930, quemaron documentos ciudadanos austriacos
que temían las consecuencias de la anexión de Austria al Reich o republicanos españoles
conforme iban perdiendo la guerra. 15 En aquellos tristes años a quienes vivían en pisos,
muchas veces con cocina de gas, les era más difícil incinerar los libros, así que los
abandonaban en los bosques, los arrojaban al agua –v. gr. los judíos de Ámsterdam–, 16 los
echaban a algún buzón solitario o, incluso, los enviaban en cajas a otras ciudades a
direcciones inexistentes.17
También es posible que el lector siga la recomendación de acercarse a un texto con
especial cautela sin llegar a evitarlo por completo. En un índice publicado en Roma en 1607
se comenzó a utilizar la advertencia caute lege. Esta nota, que se recogió en índices españoles
posteriores, recomendaba una lectura atenta de ciertos libros que, pese a ser valiosos,
pudieran tener pasajes deturpados por impresores herejes o pasajes especialmente difíciles
de interpretar de acuerdo con el dogma. No se prohibía el libro, pero se pedía a su receptor
una atención censoria.18
5.2 LA CENSURA ACTIVA
Aparte de los casos de la autocensura, en los que son el propio emisor o los receptores
quienes se censuran, el censor también puede intervenir en la interacción junto con el
emisor y el destinatario en lo que forma un trílogo, es decir, una interacción con tres
participantes activos.19 Como sucedía con la triangulación, también los trílogos constituyen
fenómenos habituales en la comunicación, siendo los trílogos con censor un tipo particular.
Existe un trílogo, por ejemplo, en cualquier tipo de mediación en caso de conflictos –un
matrimonio en trámites de divorcio y el mediador– o, cuando un matrimonio –ahora bien
avenido– se para a conversar con un conocido. En estas ocasiones la pareja acostumbra a
coligarse frente al tercero y hablan como si fueran uno –la esposa pregunta por los hijos de
su interlocutor y el esposo por el trabajo, pongamos por caso– (§ 6). Es extraño que los
esposos comiencen a preguntase entre ellos, sus cuestiones acostumbran a plantearse al
tercero y las respuestas de cualquiera de ellos con frecuencia sirven para los dos. Si alguien
inquiere algo a una pareja de policías, es habitual que sea solo uno de los funcionarios
quien hable y se comporte como portavoz y, en cambio, si un camarero se dirige a un par de
comensales, esperamos una respuesta de cada uno ellos. Todos son trílogos y todos
presentan sus peculiaridades.
El trílogo en el que interviene el censor también las ofrece. En un primer momento los
demás participantes pueden no hablarle directamente en la interacción y, no obstante, él se
inmiscuye legitimado por su ideología (§ 2.1) y haciendo uso de su poder para actuar en la
comunicación (§ 2.3). Detengámonos en algunas de las distintas interacciones que se
pueden dar entre el censor y los otros dos participantes.
5.2.1 La interacción emisor/censor
En ocasiones el emisor se puede dirigir directamente al censor. Cuando la distancia
entre uno y otro es mayor (§ 3.4), su intervención puede limitarse a retractarse de lo que
había dicho o escrito, y que el censor consideraba ofensivo. Para un fenómeno semejante, en
análisis de la conversación se habla de reparación (repair).20 En uno de los procesos
inquisitoriales a Menocchio se recoge una declaración sobre la diferencia entre la muerte
corporal y la muerte espiritual en la que afirma: «y si yo hubiera cometido error, estoy
pronto a desdecirme y enmendarme» (cito por Ginzburg, 2009: 149).
Cuando la distancia entre el censor y el censurado es menor, ambos pueden negociar
un discurso que el primero no considere amenazante –autocensura negociada–. 21 Así
sucedía en algunas ocasiones con la censura de la Francia ilustrada del XVIII22 o de la censura
franquista española. En este último caso, los autores censurados podían ocasionalmente
argumentar ante los censores y defender su texto o, al menos, justificar una modificación
limitada.23 En el siguiente cuadro, tomado de Abellán (1980: 301), se recoge un ejemplo de
este proceso. Miguel Buñuel defiende sus correcciones de Un mundo para todos (1962).24 En la
columna de la izquierda se muestra el texto que el censor pide que se modifique, en la
siguiente, el cambio que propone el autor y en la última, la justificación de este cambio.
Una posibilidad distinta consiste en que sea el censor quien se dirija al emisor, para que
él mismo varíe su texto de acuerdo con sus recomendaciones. De nuevo, siguiendo con la
terminología del análisis de la conversación, sería un caso de heteroinicio –es el censor quien
pide la reparación– y autorreparación –es el autor quien lleva a cabo las modificaciones–. Las
críticas de Andrei Zhdanov en la URSS tenían estas consecuencias. Una reseña suya de 1945
sobre una obra La joven guardia, que incluso había sido galardonada con el premio Stalin,
obligó a su autor Alexander Fadéyev a eliminar escenas y añadir cinco capítulos nuevos.25
Más chusca fue la reacción de Enrique Jardiel Poncela, quien tuvo que adaptar la novela
humorística Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? (1931) a la nueva España de la
posguerra. En este ambiente ultraconservador, «mi primer amante» se transformó en «mi
primer marido», «tan negros como una sotana» en «tan negros como una levita», «yo me he
acostado con ella» en «yo he estado complicado», y los «espermatozoides» se trocaron en
los «corpúsculos».26 Por su parte, en 1968 Juan Benet tuvo una tarea más minuciosa con
Volverás a Región. Como la obra ya se había compaginado, hubo de encontrar expresiones
que ocuparan el mismo espacio para sustituir lo censurado; así, «con la ayuda de un par de
divisiones de navarros entusiastas y fanáticos, de vallisoletanos arribistas y de incómodos y
pedigüeños gallegos» cambió a «con la ayuda de un par de divisiones de navarros
entusiastas y pugnaces, de vallisoletanos de honra y de flemáticos y reticentes gallegos».
Delibes lo tuvo más fácil con El príncipe destronado (1973), había una única tachadura que,
eso sí, obligó a la editorial Destino a corregir toda la edición: «¡Qué jodío chico! –dijo–. No
piensa más que en matar, parece un general» pasó a «¡Qué jodío chico! –dijo–. No piensa
más que en matar, parece qué sé yo».27
5.2.2 La interacción destinatario/censor
Igual que en el caso de la interacción entre el emisor y el censor, pueden darse distintos
tipos de interacciones entre el destinatario de un discurso y el censor. Así, por ejemplo, el
destinatario puede comunicar al censor su interés por conocer un texto que todavía no ha
leído –el permiso– o puede trasladarle su opinión sobre un discurso al que ha tenido acceso
–la delación–.
El permiso
El destinatario de un mensaje prohibido puede pedir permiso al censor para recibirlo.
En la década de 1540 era normal que la Inquisición española concediera permisos de lectura
de libros prohibidos.28 La regla IV del Index librorum prohibitorum de Pío IV (1564) mantenía
que los hombres sabios y piadosos podían leer traducciones de la Biblia si se obtenía un
permiso del obispo o del inquisidor para aumentar su fe y su piedad. 29 En España, las reglas
del índice de Zapata (1632) se cierran con la XIV, que expresamente mantiene que, para
servir a la Santa Iglesia contra las herejías, a aquel pío y docto que necesite leer algún libro
del Catálogo «se le permitirá y concederá el tenerlo y leerlo en el tiempo que pareciere
convenir».30 Con todo, muchas obras prohibidas lo estaban incluso para personas con
licencia –casos de prohibición especial–. Eran lecturas «peligrosas dentro de las peligrosas»
y no tenían una prohibición «corriente».31 Como en otras ocasiones, la situación se repite en
la historia: en la República Democrática Alemana, al escritor Volker Braun se le permitió
una suscripción al semanario occidental Die Zeit para que, conociendo su realidad, pudiera
satirizar el capitalismo en una futura novela.32
La delación
Antes de los medios electrónicos actuales –es decir, hasta bastante recientemente–, para
recibir información sobre los actos susceptibles de prohibición y/o castigo, los censores han
debido confiar en los delatores (§ 1.3). Por ello, en los estados censuristas se ha promovido
la delación. En la China de Mao se podía encontrar en todas las prisiones el siguiente
eslogan: «En beneficio del Gobierno, debemos estudiar juntos y vigilarnos mutuamente»
(cito por Bao y Chelminski, 1976: 59).
¿Cuántas formas de delación existen? Muchas. El delator puede ser destinatario directo
de aquello merecedor de censura o puede simplemente ser otra clase de receptor que ha
escuchado o leído aquello que delata. Un par de casos del primer tipo: en época soviética,
de vuelta de un viaje por la región del Volga, un tal Nesterovski comentó a su esposa y a
una amiga de esta, que se encontraba en casa tomando el té, lo hambrienta que se
encontraba la zona. La amiga los delató. Lo mismo hizo Misha Ivánov con quien lo había
acogido en su casa, Fiódor Peregud. El delito: Peregud había alabado el material de guerra
alemán.34 En cambio, fray Juan de Regla no era el destinatario directo de las palabras que
fray Bartolomé Carranza había pronunciado en Yuste al moribundo Carlos I y que el
primero denunció por heréticas.35 El delator, incluso, puede serlo a partir de las palabras de
otro y sin conocimiento directo de lo dicho: en 1564 el calcetero Miguel Hurtado acusó a
Isabel Ortiz por lo oído de un platero con el que había conversado.36 Menos esperable es la
delación de uno mismo; con todo, es posible que, para evitar una pena mayor, alguien se
anticipe y se denuncie a sí mismo ante un tribunal.37
Asimismo, quien delata puede hacerlo con su propio nombre, de forma anónima o con
nombre falso. Joseph d’Hémery era inspector en Francia del comercio de libros y, de 1748 a
1753, escribió 500 informes sobre autores. Por ellos sabemos que un poeta pobre llamado
Courtois, pagado por un capitán que quería encarcelar a un enemigo, envió una denuncia
anónima contra este, que la señora Dubois denunció a su marido con un nombre falso
acusándolo de leer ante una multitud un poema antimonárquico el Mardi Gras o que el hijo
de la amante de Nicolas Jouin consiguió con una carta anónima que este ingresara en la
Bastilla acusado de escribir tratados jansenistas y hasta un libelo contra el arzobispo de
París.38
Un nuevo criterio: el acto de delación generalmente es secreto,39 pero también puede ser
público. El Comité de Actividades Antiamericanas (House Committee on UnAmerican
Activities) comenzó en 1947 una búsqueda de comunistas en la industria del cine de
Hollywood que duró hasta los primeros años de la década de 1960. Sus resoluciones no
eran condenatorias contra las personas, pero comportaron el castigo de las propias
empresas cinematográficas a guionistas, directores, productores y actores. Algo semejante
aconteció en la radio y la televisión con publicaciones como Counterattack: The Newsletter of
Facts on Communism (1947) o Red Channels: The Report of Communist Influence in Radio and
Television (1950). Sus listas negras (§ 7.2.2) arruinaron la carrera profesional de cientos de
directores, guionistas o artistas que fueron represaliados por sus empresas. 40
Dentro de la categoría de los delatores se puede situar al confidente. Un confidente
trabaja para el censor. En el Imperio austriaco el príncipe Metternich (17731859) implantó
un efectivo sistema de confidentes. Su método consistía en dejar sin ingresos a autores o a
periodistas prohibiendo sus obras, para que, necesitados de dinero, traicionaran a los
compañeros que pertenecían a organizaciones clandestinas. 41 Los confidentes han sido
habituales en las prisiones. En los procesos inquisitoriales, las delaciones que se tenían en
cuenta no eran únicamente anteriores al arresto, también podían ser de los compañeros de
celda –avisos de cárcel–.42 En la URSS se llamaba a estos confidentes de cárcel seksot. Las
reproducciones textuales de sus conversaciones mantenidas con otros presos se
incorporaban a los expedientes.43 En la China actual son los presos modelo los que se encargan
de estas delaciones de cárcel.44 Y no solo en las prisiones, también en los centros educativos
han sido habituales los confidentes; en el Queen’s College de Cambridge (1677), se llamaba
lupus al chivato que delataba a sus compañeros que no hablaban latín en el patio.45
En las condenas inquisitoriales, la palinodia censoria se instituye con la abjuración de la
herejía en los autos de fe. Las abjuraciones podían ser de levi, si la sospecha de herejía era
débil; de vehementi, si era mayor, y de formali, si se consideraba hereje al reo, que con la
abjuración se reconciliaba con la Iglesia. Para ese día, en la plaza o en la iglesia se había
levantado un tablado o cadalso y sobre él se exponía al acusado. Este debía abjurar de la
herejía de la que se le acusaba con la mano sobre los Evangelios y en lengua vulgar, para
que todos los asistentes comprendieran sus palabras. Esta abjuración estaba redactada por
el propio inquisidor y recorría las distintas opiniones heréticas que se habían descubierto en
el proceso. Después el inquisidor leía la sentencia y, posteriormente, se fijaba en un lugar
público –firmada por el condenado, si este sabía escribir– para que todos la conocieran.
Después de la abjuración, se prendía la vela apagada que los reos portaban. Los asistentes
ganaban por su asistencia a esta ceremonia o bien diez días o bien veinte de indulgencias.48
Un método extremo de autoinculpación formó parte del cheng feng (movimiento de
rectificación) del comunismo chino. Se trataba de una reunión en la que una persona debía
admitir, delante de la colectividad a la que pertenecía, sus «errores» contra la ideología
comunista, ya fueran actos, aspiraciones o, incluso, los pensamientos más íntimos. El resto
de los miembros le recriminaba su actuación, eso sí, estaban prohibidos los insultos. En
casos que se consideraban especialmente graves se llegaba a la «lucha» (pi dou). En las
luchas podían participar decenas, cientos y hasta miles de personas. Se trataba de un
vapuleo verbal en el que se urgía a la persona a que confesara su culpa por lo que había
dicho o hecho con una total humillación y en los términos que se le exigían. Una lucha
podía durar varios días si quienes la guiaban no consideraban suficiente el
arrepentimiento.49
En otras ocasiones ha sucedido todo lo contrario. Un reflejo del poder del censor, sobre
todo del oficial, es precisamente la publicidad del acto censorio. La censura eclesiástica de
la Iglesia católica marca los libros aprobados con un nihil obstat (‘nada impide’) del censor
con su nombre, un imprimatur (‘imprímase’) del obispo o del inquisidor y, en el caso de
tratarse de la obra de un miembro de una orden religiosa, un previo imprimi potest (‘que
puede ser impreso’) del superior de la orden. Estos permisos son manifiestos en las
primeras páginas del libro autorizado. En el caso de los libros expurgados constaban
generalmente en la portada datos precisos sobre el censor, la fecha de censura así como la
remisión al índice de libros prohibidos de cada periodo. 53 Quien censuraba no deseaba
ocultar su censura.
La tarde anterior al auto se portaba en procesión la cruz verde del Santo Oficio hasta el
lugar en el que al día siguiente transcurriría el auto de fe.56 La mañana del auto los
condenados llegaban en fila acompañados cada uno por dos familiares de la Inquisición. Se
ordenaban de acuerdo con la sentencia: los absueltos, los penitenciados –condenados a la
abjuración–, los reconciliados y los relajados. Para preparar su alma, habían conocido sus
penas de madrugada.
Una procesión distinta, aunque con el mismo final, era la de los inquisidores y los
miembros de los poderes eclesiástico y civil. Ya en el lugar de celebración del auto, se decía
el sermón y se leían las sentencias. Su primera parte era un resumen de las faltas cometidas
y la segunda parte las conclusiones del tribunal. Esta lectura podía durar varias horas. Si la
pena era de muerte, en el auto de fe se excomulgaba a los reos, pero la ejecución se llevaba a
cabo en un lugar distinto. 57 Si la pena era menor, los reos escuchaban su condena, abjuraban
de su herejía y, al terminar el auto, volvían a la cárcel inquisitorial. Desde la procesión de la
cruz verde a la ejecución de los relajados, transcurrían unas veinticuatro horas. Los autos
también tenían una utilería propia del contexto institucional; 58 así, de acuerdo con las
condenas, los condenados vestían sambenitos, que después quedaban colgados de las
iglesias,59 corozas, capotillos y sogas al cuello. Como confiesa expresamente el inquisidor
Francisco Peña (Eymerich y Peña, 1973 [13761587]: 130), el proceso inquisitorial no buscaba
salvar el alma del acusado, sino procurar el bien público y aterrorizar a las demás personas
(ut alii terreantur).
1. Gallardo Paúls (1996: 153178), Cortés y Bañón (1997), Heritage y Clayman (2010: 173282).
2. Reig (2006).
3. «La censura espera con ilusión el día en que los escritores se censurarán a sí mismos y el censor
podrá retirarse» (Coetzee, 2007 [1996]: 26). Larraz (2014: 3536) concluye que la autocensura «tuvo mucha
más importancia sobre la creación literaria [durante el franquismo] que la misma censura».
4. Scholl y Leslie (1999: 132), Leslie (1991).
5. Pinker (2001: 428), Origgi y Sperber (2000), Carston (2002: 43), Tomasello (2013).
6. Berlin (2009: 151).
7. Hill (2001: 24).
8. Yampolski y Konstantínovski (2013: 311313).
9. Larraz (2014: 104).
10. Bosmajian (2006: 47), Báez (2011: 329).
11. Eisenstein (1994: 225), Infelise (2004: 50).
12. Reyes (2000, I: 118), Pérez García (2006: 231).
13. Heller (2012: 64). La lista Otto se difundió por las librerías francesas el 4 de octubre de 1940.
Contenía obras juzgadas antialemanas y obras de escritores judíos. El 8 de junio de 1942 una segunda lista
sustituyó a la primera. Se ampliaba la lista a traducciones del inglés –salvo los clásicos–, del polaco y del
ruso. Se requisaron unos 2.150.000 ejemplares (Fouché, 1986: 226227).
14. Ginzburg (2009: 189).
15. Hill (2001: 26) y Martínez Rus (2014: 3839).
16. Peck (2001: 207).
17. Hill (2001: 18).
18. Peña Díaz (2015: 7277).
19. KerbratOrecchioni y Plantin (1995).
20. Schegloff, Jefferson y Sacks (1977).
22. Birn (2007: 41).
23. Larraz (2014: 139157 y pássim), Martínez Rus (2014: 8991).
24. No fueron frecuentes argumentaciones tan detalladas como las de Buñuel para esta novela
(Larraz, 2014: 312313).
25. Westerman (2009: 237). La relación entre los críticos literarios y la policía soviética podía ser
estrecha. El crítico Vladímir Ermilov, que fue redactor jefe de la Gaceta Literaria, calificaba textos
incautados a autores. En uno de ellos escribió: «A las personas como el autor de este manuscrito hay que
fusilarlas como perros rabiosos». Igualmente, si el instructor de un proceso tenía alguna duda sobre
asuntos de la vida literaria, le telefoneaba para consultarle. Ya advertía Serguei Ingulov, quien fuera
director de la GlavLit: «La crítica ha de traer consecuencias: detenciones, procesos judiciales, sentencias
severas, fusilamientos físicos y morales. En la prensa soviética, no es la crítica cosa de broma, no es una
risilla maliciosa pequeñoburguesa, sino la mano áspera y contundente del proletariado vapuleándole la
espalda al enemigo, quebrándole el espinazo, despedazándole los lomos» (Yampolski y Konstantínovski,
2013: 162 y 261).
26. Abellán (1980: 21).
27. Larraz (2014: 131132 y 340), que recoge estas modificaciones, no puede asegurar si los cambios
procedían de los autores o de los editores.
28. Después de 1559 se suspendió la concesión de estas licencias y se recuperó en la década de 1580
(Kamen, 20042: 121).
29. Fragnito (1997: 9899).
30. Se puede consultar en Google Books. Estas licencias a eclesiásticos permitieron al obispo de
Puebla (México) Manuel Ignacio del Campillo, aunque se trataba de un activo defensor de la Corona,
tener en su biblioteca obras de Montesquieu, Fontenelle, Voltaire y Rousseau (Gómez Álvarez y Tovar de
Teresa, 2009: 2630).
31. Gómez Álvarez y Tovar de Teresa (2009: 45 y 143).
32. Darnton (2014: 173174).
33. Martínez Millán (2007: 181).
34. Solzhenitsyn (2011: II, 320 y 689).
35. Tellechea (2004: 51).
36. Pérez García (2006: 247).
37. Alejandre (1994: 166).
38. Darnton (1987: 179).
39. En las sociedades censuristas, la delación secreta se puede llegar a formalizar por medio de
plantillas. El Directorium inquisitorum propone una del tipo: Diócesis de X. –Un tal, nacido en..., con
domicilio en..., de profesión... denuncia a un tal con domicio en... calle o plaza..., que trabaja de... de haber
pretendido –por ejemplo– que, en la consagración no está el verdadero cuerpo de Cristo (Eymerich y
Peña, 1973 [13761587]: 114).
40. Jones (2001: s. v.), Gorman y McLean (2003: 113114).
41. Fuld (2013: 136137).
42. Griffin (2009: 103).
43. Shentalinski (2006: 232236).
44. Liao (2015: 485).
45. Burke y Porter (1987: 7).
46. Eymerich y Peña (1973 [13761587]: 87 y 111).
47. Solzhenitsyn (2011: II, 325).
48. Eymerich y Peña (1973 [13761587]: 165166), Maqueda (1992: 233239), Mereu (2003: 281312).
49. Bao y Chelminski (1976: 71 y pássim), Courtois et al. (1997: 666).
50. Ello explica su preocupación tanto de qué se contaba en él como de cómo se contaba, es decir,
su estilo. Un censor podía negar el permiso a un libro porque «está muy mal escrito» o porque «su estilo
es miserable».
51. Darnton (2014: 2186). Permisos tácitos, aunque sin registro escrito como el que existió en
Francia, también se constatan en la Venecia del XVII (Infelise, 2014: 7475).
52. Esta ocultación de la censura ha sido frecuente en la historia (§§ 1.3 y 7.1).
53. Navarro Bonilla (2003: 278). El Concilio de Trento acuerda que las aprobaciones debían
aparecer al comienzo de los libros (Reyes 2000, I: 123).
54. Para su desarrollo, Maqueda (1992). El primer auto de fe de la Inquisición española fue el 6 de
febrero de 1481; se condenó a seis personas a la hoguera. No obstante, el ceremonial que se fijó hasta su
desaparición es posterior y, en su mayor parte, fue ideado por el inquisidor general Fernando de Valdés y
sus colaboradores (Kamen, 20042: 199). Se debe diferenciar el auto de fe inquisitorial del lusismo del inglés
autodafé. Este último término se emplea para denominar cualquier quema de libros por motivos
ideológicos, desde las piras de la Alemania nazi a las de los integristas cristianos estadounidenses
contemporáneos.
55. Griffin (2009: 107).
56. Se cubría con un crespón negro, que se quitaba después de las abjuraciones.
57. Por ejemplo, el auto de fe de junio de 1570 de Toledo tuvo lugar en la plaza de Zocodover y el
quemadero se encontraba fuera de las murallas, en las ruinas del antiguo circo Romano (Griffin, 2009:
103). En el quemadero se situaba el brasero –lugar en concreto– en el que se ejecutaba la sentencia
(Maqueda, 1992: 186). Este castigo no lo llevaba a cabo directamente la Inquisición sino el poder civil, una
vez relajado el reo, esto es, entregado al brazo secular. Si el acusado había huido –contumacia–, se le
quemaba en estatua o efigie –una imagen de cartón de tamaño natural– y, si ya había fallecido, se
quemaba en estatua o se desenterraban y se calcinaban sus huesos (Eymerich y Peña, 1973 [13761587]:
187 y 196; Maqueda, 1992: 234235, 416). El padre del humanista Juan Luis Vives fue quemado vivo en
1524 y su madre, que ya había fallecido, fue desenterrada y quemados sus huesos (Kamen, 2004 2: 130). La
justificación de la Iglesia de la condena a «muerte de fuego» se encuentra en Juan (15: 56): «Yo soy la vid,
ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí,
nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después
se recoge, se arroja al fuego y arde».
58. Van Dijk (2000: 3435).
LAS RELACIONES DE IDENTIDAD DEL CENSOR
6.1 LA IDENTIDAD DEL CENSOR Y LA IDENTIDAD DEL CENSURADO
En la interacción censoria el censor puede quedar como un tercero independiente del
emisor y del receptor (§ 6.4), pero también puede coligarse con alguna de las partes (§§ 6.2
3). Esto último se debe a que en el comportamiento humano es posible que una identidad
personal (§§ 2.2 y 3.4) se expanda a quienes se considera próximos y se constituya una
identidad común con la suya.1 Detengámonos en las distintas relaciones de identidad que se
pueden dar entre el censor y el resto de los participantes.
Esta protección del tercero conduce a que sea importante saber cómo se aprecie de
desvalido el destinatario de un mensaje. En 1868 el juez británico Cockburn redactó una
sentencia de gran importancia como jurisprudencia en el mundo anglosajón. De acuerdo
con ella, un libro, una imagen o una obra de teatro eran obscenos cuando podían «depravar
y corromper a aquellos cuyas mentes está abiertas a dichas influencias inmorales, y en
cuyas manos puede caer una publicación de este tipo» (cito por Fuld, 2013: 173 y 218). Años
más tarde, en 1933, otra sentencia norteamericana creaba jurisprudencia considerando que
no se debían emplear como criterio las personalidades inestables, sino la capacidad de juicio
del ciudadano medio.4
La diferencia entre los nacionales, protegidos por el censor, y los extranjeros queda
patente en otros casos de censura. Cuando en la década de 1960 las editoriales españolas
comenzaron a exportar libros, se distinguieron libros prohibidos para España, pero
permitidos para la exportación; así, en 1971 Último round de Julio Cortázar se pudo exportar
pero se prohibió su circulación en España. Algo semejante aconteció por la misma época
con las películas: las autoridades franquistas permitían rodar escenas «subidas de tono» –
por utilizar una expresión del momento– siempre que su difusión no fuera en España.6
En otras ocasiones el censor se coliga tan solo con una parte de la sociedad que
considera especialmente vulnerable. En la España de los siglos áureos, los párrocos y
después los obispos tutelaban los textos que utilizaban los niños en su aprendizaje. Entre
otras medidas de protección, la catedral de Valladolid tuvo el privilegio de ventas de
cartillas en el reino de Castilla de 1583 a 1825. 7 Las lecturas aprobadas debían encaminar a
los niños por la senda de la piedad y las buenas costumbres, por lo que se debían evitar los
libros profanos, especialmente las novelas, las coplas, las jácaras y los libros que tuvieran
fábulas infantiles, narraciones o cuentos lascivos. 8 En el caso de los clásicos, la Inquisición
permitía la lectura a los adultos de autores como Ovidio, Catulo, Propercio o Terencio, pero
no a los niños.9
Como sucede con el mecenazgo, en los estados totalitarios los periodistas o escritores
que gozan del permiso de publicar pueden comprender su tarea como una defensa de la
ideología que comparten con la censura oficial. El autor se transforma en un colaborador
del censor: los dos son adeptos al régimen y el segundo se limita a velar por el rigor del
primero. En la URSS, tanto los autores como los censores sabían que la literatura tenía que
servir para el adoctrinamiento, sus protagonistas debían ser mujeres y hombres
trabajadores, y se debía evitar la preocupación por sentimientos personales. 11 Stalin se
refirió a los escritores soviéticos como «ingenieros de almas humanas». 12 «Planificación» es
el término al que recurren los antiguos censores de la República Democrática Alemana para
explicar lo que había sido su tarea. En efecto, las publicaciones, incluidas las literarias, las
aprobaba el Comité Central del Partido de acuerdo con un plan previo anual. Una vez
notificado al autor que se había aprobado su propuesta, podía enviar borradores a su
editor, quien podía sugerir modificaciones. Terminado el texto, el editor lo remitía a uno o
varios revisores. El texto se volvía a cambiar con sus comentarios. Después, el texto con los
de los revisores se entregaba a la Hauptverwaltung Verlage –ya institución oficial
gubernamental–. En ella se llevaba a cabo una nueva censura detenida de la obra. No
terminaba ahí el proceso. Con posterioridad, se podía detener la publicación o modificar el
texto en el Departamento de Cultura del Partido e, incluso, podía haber correcciones de
puño y letra del secretario general Erich Honecker. 13
Por último, puede también cavilar el censor que el emisor con quien se le identifica
puede dañar su imagen y, en consecuencia, lo censura. Esto sucedió con el general Queipo
de Llano. El mismo 18 de julio de 1936 ordenó la ocupación de la emisora de Unión Radio
en Sevilla. Desde esta emisora radió una serie de charlas de gran efectividad radiofónica
tanto para animar a los sublevados como para desmoralizar a los republicanos; no obstante,
por su carácter extremadamente soez y violento, Franco ordenó en febrero de 1938 que
dejara de transmitirlas.14
6.4 EL CENSOR NOCOLIGADO
Es frecuente también que el censor no se coligue con los demás participantes en la
interacción y se muestre como independiente. Ello sucede comúnmente en su interacción
con presos o prisioneros. En las cárceles ha sido habitual impedir de algún modo la
comunicación oral o escrita.
Si en la orden o mandamiento de ingreso se dispusiera la incomunicación del detenido o preso [...] pasará
a ocupar una celda individual en el departamento que el Director disponga y será reconocido por el
Médico y atendido exclusivamente por los funcionarios encargados de aquél. Únicamente podrá
comunicar con las personas que tengan expresa autorización del Juez (Reglamento de prisiones, BOE, 1502
1996).
Prohibiciones de este tipo no buscan la protección ni del emisor ni del destinatario,
tanto el emisor –el preso– como sus posibles destinatarios son ajenos a la identidad del
censor.
1. Aron et al. (1991). Se desarrolla este capítulo en Portolés (2013a).
2. Este tipo de censura se acerca a lo que Williams (2013 [1963]: 152) denomina un sistema de
comunicación paternalista; no obstante, su explicación del sistema se centra en que el ejercicio de control
«está dirigido hacia el desarrollo de la mayoría dentro de las maneras de pensar deseables para la
minoría». Este hecho no se constanta en buena parte de los casos de censor coligado: su manera de pensar
coincide con la de la mayoría.
3. Esta hipótesis se ha confirmado en estudios empíricos de psicología social (Rojas et al., 1996).
Una bibliografía de aplicación de la hipótesis de la tercera persona al estudio de la censura se puede
consultar en Banning (2006: 797798).
4. Fuld (2013: 174).
5. Disponible en línea: <www.elpais.com>, consulta: el 15012010.
6. Cisquella, Erviti, Sorolla (2002 [1977]: 101), Abellán (1980: 233), Martín de la Guardia (2008: 203).
Sin embargo, la católica Legion of Decency estadounidense se preocupó de que ninguna copia de película
norteamericana distinta de la que ella aprobaba se difundiera no solo en EE. UU. sino también en el resto
del mundo (Black, 1999: 12, 17).
7. Reyes (2000, I: 7478, 404406).
8. Castillo Gómez (2003: 118119).
9. Defourneaux (1973: 35); Pinto (1983: 257).
10. La independencia de los autores frente a los mecenas comenzó con los derechos de autor a
partir del decreto británico de 1709. A mediados de aquel siglo, Samuel Johnson ya podía manifestar su
independencia del mecenazgo, aunque a costa de ocuparse de obras que interesaran al público y que,
consecuentemente, le reportaran beneficios económicos (Burke, 2002: 211214).
11. Lenin había afirmado en 1905: «La literatura tiene que convertirse en literatura de partido...
¡Abajo los littérateurs sin partido! La literatura tiene que convertirse en una parte de la causa general del
proletariado, un engranaje y un tornillo en el mecanismo socialdemócrata, uno e indivisible, puesto en
movimiento por toda la vanguardia consciente de toda la clase trabajadora. La literatura debe convertirse
en parte integrante del trabajo organizado, metódico y unificado del Partido Socialdemócrata» (cito por
Steiner, 1994 [1976]: 302).
12. Utilizó este sintagma –inzhenery chelovechevkikh dush– el 26 de octubre de 1932 en una reunión
en casa de Máximo Gorki. En la misma reunión se fijó «realismo socialista» para denominar cómo debía
ser el arte de la URSS. De los cuarenta y tantos escritores que participaron en la reunión, once padecieron
las posteriores depuraciones (Shentalinski, 2006: 498502; Westerman, 2009: 49 y 197; Berlin, 2009: 224
nota 1).
13. Darnton (2014: 147227).
14. Díaz (1997: 148154). Un ejemplo es suficiente para apreciar su tono: «Nuestros valientes
legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser un hombre. De paso, también a las mujeres
de los rojos, que ahora, por fin, han conocido a hombres de verdad, y no castrados milicianos. Dar
patadas y berrear no las salvará» (cito por Díaz, 1997: 152).
Capítulo 7
¿QUÉ SE CENSURA?
En su investigación sobre la censura de la dictadura argentina (19761983), Hernán
Invernizzi y Judith Gociol (2003: 51) resumen en unas líneas aquellos asuntos que
documentan en los informes censorios de los Servicios de Inteligencia:
Almanaques, afiches, obras de teatro, novelas, libros escolares –de lectura, de catequesis, de francés–,
atlas de geografía, enciclopedias, poesías, ensayos, artículos periodísticos, folletos (inclusive los editados
por la propia dictadura), fanzines, best sellers, revistas, diarios, programas de televisión, espectáculos de
todo tipo (circo incluido), concursos literarios, congresos de escritores, obras nunca traducidas al español,
libros antes de ser traducidos a nuestro idioma, actores, directores, películas, noticieros, programas de
radio, programación de teatros, fotos... En fin, la cultura misma.
En las siguientes páginas, se va a proponer una serie de apartados que pudiera ordenar
esta diversidad de asuntos y también, como se comprobará, se añadirán algunos otros que
no están enumerados. Para explicarnos su heterogeneidad, se ha de reparar en que aquello
que los une no es algo particular que comuniquen en sí mismos, sino el efecto ilocutivo de
amenaza hacia una ideología que percibe quien ejerce la censura. Un ejemplo extremo:
Japón tuvo una política de aislamiento –sakoku– entre la década de 1630 y finales de la de
1850; es decir, entre la reacción política de cierre de fronteras ante la influencia occidental
que representaban los misioneros y los comerciantes portugueses, y el periodo de apertura
forzada que se inicia con las visitas de la flota estadounidense del comodoro Perry (1853 y
1854). En esos más de doscientos años, las pocas relaciones con naciones extranjeras –en
particular, Holanda y China– estuvieron estrictamente controladas. 1 Pues bien, ¿cómo
imaginar un posible ordenamiento de todo lo censurado en una situación como esta? En
consecuencia, aquellos ámbitos que se agrupan en este capítulo se justifican más por
prohibiciones específicas y por búsquedas también específicas de territorios de libertad que
por una estructuración interna.
7.1 LOS ASUNTOS
Quien censura puede prohibir o castigar que se comunique sobre ciertos asuntos. Se
trata de evitar la difusión de informaciones u opiniones que amenacen una ideología.
Kurzon (2007) denomina silencio temático a esta elusión de asuntos; no obstante, como él
mismo avisa, es fácil que, en realidad, no haya un silencio real, sino más bien una
sustitución de un mensaje censurable por otro que no lo es.
Para mostrar la intromisión de la censura, el diario El Siglo imprimió el 7 de marzo de
1834 un número con varios artículos en blanco de los que se publicaban únicamente los
titulares, esto es, no llevó a cabo sustitución alguna. Esta protesta motivó que el reglamento
español de censura de ese mismo año prohibiera de forma expresa los blancos que
reflejaran una censura previa (§ 9.5.2).2 También durante la dictadura de Primo de Rivera, la
II República –1935–, el franquismo, el salazarismo o el socialismo polaco estaban prohibidos
estos espacios vacíos y se sustituían con otras noticias o con información oficial. 3 En fin, una
advertencia inicial para este apartado: la elusión de un asunto no se ha de identificar
necesariamente con el silencio; por lo general se ocupa el tiempo o el espacio en comunicar
otro asunto que no amenaza la ideología censoria; así pues, más que un silencio temático
hay una elusión temática, pues es habitual eludir los asuntos sin que se produzca un silencio.
7.1.1 La realidad interdicta. La libertad de información
Una de las capacidades del lenguaje consiste en representar –es decir, presentar de
nuevo a otra persona– una realidad que esta no ha tenido por qué percibir por los sentidos.
La representación por medio del lenguaje posibilita informarle de algo que le interese a él y
no necesariamente a nosotros. Los seres humanos somos los únicos primates que tenemos
este comportamiento. Un chimpancé, por el contrario, no llama la atención de sus
congéneres sobre hechos que les beneficien únicamente a ellos y cuando, comunicándose
con humanos, indica a su cuidador un alimento o un instrumento para conseguirlo, es para
que se lo dé, no para que aquel sepa de su existencia o sea él y no el simio quien se
aproveche.4 A propósito, repárese en que el periodismo constituye la profesionalización de
esta singular capacidad humana de proporcionar información a los demás de lo que
creemos que les es de interés (§ 9.4.1).
Las restricciones a ofrecer esta información se convierten en sistemáticas en los estados
autoritarios. La oficina de censura de la Polonia socialista –GUKPPiW– prohibía informar
de hechos tales como la existencia de epidemias de animales de granja, que hubieran
impedido la exportación de animales vivos o de su carne, o las relaciones comerciales con
los regímenes racistas de Rodesia y Sudáfrica. 5 Y todavía se puede hilar más fino, en 1960 la
censura franquista envió la siguiente consigna:6
La Dirección General de Prensa ordena que se prohíba en todos los diarios, revistas, radios y en cualquier
medio de difusión, toda noticia, fotografía e incluso alusión al partido de fútbol EspañaRusia, no
pudiendo darse absolutamente, ni siquiera detalles técnicos ni alineaciones de equipos (cito por Bordería,
2000: 145).
Además de esta censura de situaciones concretas, en los regímenes censuristas se hace
desaparecer la información sobre asuntos generales que se consideran tabú. Se pueden
distinguir grados en la generalidad de estas cuestiones. Una circular de 1847 prohibió a la
prensa española tratar de algo tan específico como los problemas matrimoniales de Isabel II
y su esposo Francisco de Asís;7 y el regicidio o el magnicidio fueron tabúes para la prensa
del Imperio otomano en el paso del siglo XIX al XX, así, de acuerdo con la prensa turca, en
1894 el presidente francés Carnot no había fallecido acuchillado, sino de «apoplejía»; el rey
Alejandro I de Serbia y su esposa, de «indigestión»; la emperatriz Isabel de AustriaHungría
(Sissí), de «neumonía», o el presidente McKinley en 1901, de «antrax».8
Interdicciones más generales son las que atienden a asuntos como el suicidio o la
prostitución. El suicidio constituía uno de los tabúes para la censura franquista española, la
salazarista portuguesa, la fascista italiana o la comunista de la URSS. 9 En consecuencia, los
suicidios desaparecieron de sus periódicos –en los españoles se hablaba en su lugar de «una
rápida enfermedad» o en «un incidente imprevisto»–. 10 De igual modo, se ocultaba la
prostitución. La copla Ojos verdes, ya famosa antes de 1936, comenzaba con «Apoyá en el
quicio de la mancebía» y en la posguerra española trocó en «Apoyá en el quicio de tu casa
un día».11 Y todavía en la década de 1970 la editorial del libro El día que todas las putas
salieron a jugar al tenis tuvo que limitar la palabra puta a seis o siete apariciones y el título se
debió cambiar a El día que todas las p... salieron a jugar al tenis.12
En cuanto a la libertad de información, que se ve obstaculizada por este tipo de censura,
si bien en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 se proclama (art. 19): 13
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser
molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de
difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión
(<www.un.org/es/documents/udhr/>).
Incluso los estados democráticos que la han suscrito acotan de algún modo esta
libertad. En primer lugar, se ve coartada cuando entra en conflicto con otros derechos
fundamentales, como el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen de otras
personas.14 Un segundo límite lo constituye la veracidad de la información. La Constitución
Española de 1978 reconoce el derecho «a comunicar o recibir libremente información veraz
por cualquier medio de difusión» (art. 20.1b). Esta libertad no ampara, pues, cualquier tipo
de discurso, sino aquellos que representan la realidad tal como es. 15 A esta limitación se
añade la revelación de aquellas informaciones que se consideran secretas –delitos contra la
seguridad nacional,16 contra la «intimidad» de las empresas o los secretos profesionales–
(Código Penal, título X). En definitiva, ni siquiera en los estados más democráticos y
liberales existe legalmente una total libertad de información.
El acceso a las fuentes pertinentes
La censura del acceso a las fuentes pertinentes consiste en procurar que nadie, salvo
excepciones con las que se identifica el censor, conozca una determinada realidad
noticiable. Así, sobre todo en los países en los que no existe censura previa (§ 9.5.2), se
consigue que los medios de comunicación dejen de informar a su público de unos hechos
cuyo conocimiento el censor considera una amenaza. Este tipo de censura es habitual en
situaciones bélicas. La censura militar estadounidense fue efectiva en las dos guerras
mundiales y en la guerra de Corea (19501953), pero dejó de serlo en igual medida en la
guerra de Vietnam (19611975).17 Se trató de la primera guerra televisada y los
norteamericanos se desayunaban con reportajes que mostraban su crudeza. En la época se
generalizó la idea de que habían sido los medios los responsables de la derrota. 18 Ello
condujo a una nueva relación entre los ejércitos y los medios de comunicación. En la guerra
de las Malvinas de 1982 entre Argentina y Gran Bretaña, en las invasiones estadounidenses
de la isla de Granada en 1983, de Panamá en 1989 y, sobre todo, en la Primera Guerra del
Golfo de 1991, los responsables militares se preocuparon de establecer las bases para que
los medios de comunicación no tuvieran acceso a las realidades noticiables que
consideraban amenazantes.19
Esta censura de las fuentes es próxima, pero no idéntica, al secreto al que se refieren
Chilton y Schäffner (2000: 305). Estos autores, dentro de lo que denominan las funciones
estratégicas del discurso político, reúnen el secreto y la censura dentro de la función de
encubrimiento. Existiría en su opinión un paralelismo: la estrategia del secreto impediría
que las personas reciban información y la de la censura que la brinden. Sin embargo, desde
nuestra delimitación de la censura, no son comparables. En el secreto –si es el caso de un
secreto que desea mantener el emisor y no le ha sido impuesto– solo hay dos participantes:
quien no dice todo lo que sabe, aunque fuera una información pertinente, y quien no recibe
toda la información que le interesaría. Un político, pongamos por caso, puede dejar de
comunicar asuntos que le perjudiquen. Nada extraordinario tiene este comportamiento en
el reino animal, de hecho, muchos animales esconden a sus presas de sus competidores
para que no se aprovechen de ellas. El fenómeno de la censura –tal como se entiende en
estas páginas– es, sin embargo, distinto, pues es específicamente humano (§ 2.1); para que
exista, es preciso un tercer participante, algo que no tiene por qué suceder con el secreto.
Así pues, si bien en buena parte de los casos de censura hay encubrimiento, se trata de un
criterio insuficiente para definirla.20
En cuanto a la diferencia entre el secreto y la censura del acceso a fuentes pertinentes,
no es idéntico el hecho de que un mando militar no difunda un secreto –cuál es el número
de sus tropas, pongamos por caso– y el impedir que un periodista se informe por otros
medios –por ejemplo, hablando con la población civil de qué ha sucedido en un combate–.
En esta última situación, el mando militar actuaría como un tercero que prohíbe la
comunicación entre dos personas que desean llevarla a cabo.
7.1.2 La prohibición de opiniones. La libertad de opinión
En contraste con la libertad de información, que constituye la libre posibilidad de
recibir mensajes que representan una realidad, la libertad de opinión consiste en una
libertad de las personas «a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y
opiniones» (Constitución Española, 1978, art. 20.1a); esto es, en contraste con la libertad de
información, la libertad de opinión permite el equivocarse.21
Dentro de la libertad de opinión, se puede localizar la libertad de cátedra, que reconoce la
Constitución de 1978 (art. 20.1c) y que, de acuerdo con el Tribunal Constitucional, «habilita
al docente para resistir cualquier mandato de dar a su enseñanza una orientación ideológica
determinada [...]. Libertad de cátedra es, en este sentido, noción incompatible con la
existencia de una ciencia o una doctrina oficiales» (STC 5/1981).
El acceso a los servicios de comunicación
Van Dijk (2009: 121147) presenta el concepto de «acceso al discurso», que, para
concretar más, vamos a denominar acceso a los servicios de comunicación, es decir, a aquellos
que posibilitan la difusión del discurso. Considera van Dijk que el discurso es semejante a
otros recursos sociales y que está desigualmente distribuido. En una rueda de prensa solo
unos cuantos periodistas están autorizados a participar, en un juicio únicamente parte de
los asistentes pueden intervenir, pocas personas pueden publicar en un periódico o
comentar una noticia por la radio. Dentro de todas estas limitaciones de acceso que van a
impedir que se difundan los discursos, algunas de ellas están motivadas por criterios
ideológicos y no únicamente de ordenación de la interacción comunicativa u otro tipo de
criterios. En estos casos también nos encontramos con una censura de las opiniones que, si
bien no se prohíben, se impide por motivos ideológicos que se difundan entre quienes
estarían interesados en conocerlas.
Esta limitación del acceso a los servicios de comunicación se ha agravado en las últimas
décadas por la industrialización de los medios de comunicación (§ 9.4). La complejidad en
la difusión del mensaje ha encarecido los costes y ello ha ocasionado que los medios, en
muchos países, se agrupen en manos de corporaciones empresariales y financieras que
principalmente promueven discursos favorables a sus intereses. 23 Esto dificulta el acceso a la
difusión de las opiniones a buena parte de la sociedad.
7.2 EL EMISOR
Aparte de que, como acabamos de ver, la censura pueda impedir la información sobre
unos hechos determinados o unas opiniones, el censor acostumbra a prohibir la
comunicación de ciertas personas independientemente del asunto del que traten. Esta
censura del emisor puede afectar a la persona física o únicamente a su mensaje; esto último
sucede habitualmente cuando la persona se encuentra fuera del control del censor (§ 3.3). 24
7.2.1 La persona del emisor
Varias son las formas mediante las que se puede censurar al emisor de los mensajes.
Nos detendremos en las principales: la muerte, el encarcelamiento, la depuración y el
desprestigio. El asesinato es un modo de censura extremo que impide que un emisor
comunique cualquier tipo de mensaje. Dos ejemplos cristianos, como victimarios y como
víctimas: en el 415 d. C., cuando regresaba de dar una lección en el Museo de Alejandría, la
astrónoma Hipatia, que no profesaba la religión cristiana, fue detenida y posteriormente
asesinada por cristianos; siglos después, el 24 de marzo de 1980, sufrió el mismo castigo
Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, mientras oficiaba la misa, en este caso,
por defender con su palabra y sus escritos a los indígenas salvadoreños.25
Por su profesión existen personas especialmente castigadas por los censores. Ya desde
su nacimiento en el siglo XVII pocos oficios han sido «tan peligrosos como aquel de escribir
gacetas. Son incontables los escritores asesinados y asaltados por haber tocado
inadvertidamente temas que era conveniente sobrevolar» (Infelise, 2012: 168) (§ 9.4.1). La
situación se ha repetido desde entonces. En Argelia, con la muerte de Tahar Dajaout en 1993
comenzó el periodo en el que los islamistas asesinaban a los periodistas por el mero hecho
de serlo. Entre octubre de 1988 y diciembre de 1995 perdieron la vida 53 periodistas
argelinos.26
Otra forma habitual de silenciar a la persona del emisor ha sido la prisión. En las
cárceles, en los campos de trabajo o de concentración y en otros lugares de internamiento, la
comunicación con el exterior ha estado siempre restringida. Se ha considerado más una
recompensa que un derecho. El dominico fray Domingo de Guzmán fue condenado por
hereje en 1563. Además de la pérdida de su condición sacerdotal, el castigo consistía en
«cárçel perpetua en el monasterio, casa o parte que le fuere señalado», donde no podría
«confesar, predicar, disputar, ni leer ni hablar ni comunicar por scripto ni por palabra ni
con ninguna persona más de con aquellos que para ello tuviere licençia de los señores
inquisidores, y que sea priuado de voz activa y pasiva perpetuamente» (cito por Maillard,
2012: 32). En 1920 los reclusos del penal de Finale Ligure en Italia escribían cartas según su
condena: aquellos con una condena menor a tres meses, una carta a la semana, pero los
condenados a cadena perpetua solo una carta cada cuatro meses. 27 Por la misma época los
presos de los Campos Especiales soviéticos tenían derecho a escribir dos cartas al año, si
bien en ocasiones la propia censura carcelaria las quemaba antes de que llegaran al correo. 28
Peor lo tenían los presos judíos en los campos penitenciarios alemanes: se les prohibía
cualquier comunicación con sus familias y sus países de origen.29 Evidentemente, las cartas
de presos, que se entregaban abiertas, 30 eran censuradas por la administración de las
prisiones antes de remitirse.31
Esta censura carcelaria no solo actúa en relación con la frecuencia de los mensajes, sino
también con la extensión de lo escrito. Los prisioneros militares italianos durante la
Segunda Guerra Mundial podían enviar postales y tarjetas desde algunos campos de
internamiento alemanes. Las postales tenían siete líneas y las tarjetas veinticuatro. La letra
debía ser grande y no se podían superar los márgenes.32 El texto era más breve en el campo
de trabajo de la isla de Bolshói Solovkí; en los años inmediatamente posteriores a la
revolución rusa, el chekista que recibía a los presos les comunicaba que en las cartas al
exterior debían poner: «¡Estoy vivo y sano y contento con todo! ¡Y punto!» (cito por
Solzhenitsyn, 2011: II, 41).
Un último modo para procurar la censura del emisor es más indirecto: buscar su
desprestigio. Desde la Retórica de Aristóteles (2009) se distinguen tres medios para
persuadir a un auditorio: el del ethos, el del pathos y el del logos. El etos, que es el que aquí
nos interesa, consiste en la estima que quien habla despierta en el público. Para arruinarlo,
los medios conservadores norteamericanos tildan con facilidad de «comunista» a muchos
de aquellos que defienden una ideología de izquierdas, de este modo, pretenden que el
público no atienda sus mensajes.34 En regímenes como el comunista chino, el camino para la
pérdida del etos puede ser menos evidente. En ocasiones, no se presenta a la persona
castigada como un enemigo de la ideología dominante, sino que se le acusa de delitos
comunes para conseguir su desprestigio ante sus conciudadanos; así, el artista Ai Weiwei
fue detenido el 3 de abril de 2011 no como un disidente ideológico, sino bajo la acusación de
delitos económicos.35
Terminemos este apartado con una peculiar prohibición de la persona. Consiste en
permitir reproducir un mensaje como discurso directo, incluso sabiendo quién lo ha dicho,
pero impedir que se escuche de sus labios. De acuerdo con la diferencia entre autor,
animador y responsable expuesta por Goffman (§ 4.2.4), se trataría de una censura del
animador. Una persona puede pensar algo y ser responsable de ello, pero se prohíbe que sea
ella misma quien lo manifieste públicamente. Durante un tiempo y hasta 1993 el Gobierno
británico prohibió intervenir en persona a los extremistas irlandeses católicos y protestantes
en los programas de radio y televisión. Sus palabras se podían reproducir en estilo indirecto
o por la teatralización de un texto por actores profesionales, pero no dichas por ellos
mismos.36
7.2.2 Opera omnia
En lugar de castigar al censurado –en muchos casos por encontrarse fuera de su control
(§ 3.3)– el censor puede limitarse a prohibir su obra completa, sea cual sea el sentido de
esta.
7.2.3 Grupos de personas
No solo se puede censurar al emisor como persona individual, sino también a todo un
grupo de personas, de forma que se le impida o se le dificulte la comunicación con el resto
de la población. Los grupos pueden ser de muy distinto tipo, desde muy limitados –Tiberio
expulsó a los histriones de Italia– 42 a muy extensos. En 1928 se desarrolló en la URSS una
purga contra los cuadros e ingenieros industriales y, asimismo, se excluyó de la enseñanza
superior a numerosos profesores y a los estudiantes de origen burgués. 43 En la posterior
Gran Purga de 1936 a 1938 se acentuó esta tendencia a la persecución de las personas con
mayor formación, más del 70% de los detenidos tenían educación superior. 44 Esta misma
política continuó en países que cayeron en el área soviética. Después de la ocupación de
parte de Polonia en 1939, las nuevas autoridades persiguieron a las clases instruidas
(terratenientes, juristas, maestros, sacerdotes, periodistas, oficiales y funcionarios). Se
trataba de neutralizar a quienes podrían haber preservado el nacionalismo polaco.45
7.2.4 Organizaciones y medios de comunicación
Además de a personas o a grupos sociales, también se puede censurar como emisores a
las organizaciones y a los medios de comunicación. Antes de proseguir, es preciso acotar,
aunque sea mínimamente, qué se entiende en estas páginas por medio de comunicación.
Distintos autores han aplicado el término medio de comunicación de un modo
extremadamente amplio. Marshall McLuhan (2007 [1964]) se refiere a los medios de
comunicación como extensiones del ser humano que incrementan su poder y su velocidad.
De este modo, un medio de comunicación es la prensa o la radio, pero también lo son la
ropa –que es una extensión de la piel–, el coche –que mejora las piernas– o el armamento –
que expande brazos, dientes o puños–. Si se comprende la comunicación de un modo más
restringido –a saber, conseguir que una representación mental del emisor llegue a un
destinatario por medio de una representación pública con una intención de comunicar (§
1.3)–, la situación se simplifica algo: una camisa no constituye ni una representación pública
con intención comunicativa, ni una forma para que una representación pública llegue al
destinatario.
Situados fuera de los medios de comunicación bicicletas, chozas y tirachinas, todavía
ordenar el resto es complicado. En las siguientes páginas se va a proponer una primera
división en tres grupos: tecnologías de la comunicación, sectores y servicios de
comunicación e instituciones comunicativas,48 y para estas últimas se va a reservar el
término de medios de comunicación.49 Las tecnologías de la comunicación –la imprenta, los
receptores de radio con transistores o la fibra óptica– funcionan o no, tienen interferencias o
se estropean (§ 9.5). Los productos, sectores o servicios de comunicación –libro, periódico local,
radio comercial, televisión generalista, correo postal o mensajería instantánea–proporcionan
diferentes tipos de mensajes condicionados por los modos que se emplean (§ 7.4), los
emisores y receptores que interactúan y las funciones comunicativas que buscan; así, la
radio comercial utiliza un modo oral, su mensaje se dirige a la sociedad en general y ofrece
asuntos de interés para los oyentes con el fin de mantener su atención durante la publicidad
–en definitiva, vende una audiencia a un anunciante–. Por último, los medios de comunicación
son instituciones con una organización interna formada por profesionales que crean y
comunican contenidos; en ellas, se pueden reconocer una cierta identidad y, en ocasiones,
una ideología. En España serían medios de comunicación: el diario La Vanguardia, la cadena
de radio Onda Cero, el canal de televisión Antena 3 o la editorial Publicacions de la Universitat
de València.50
Dicho esto, volvamos a lo que nos ocupa. Del mismo modo que se puede censurar a
una persona porque se le reconoce una ideología que pudiera ser amenazante, el censor
procura controlar los medios de comunicación sin una ideología afín. La forma más extrema
consiste en clausurarlos. El régimen franquista cerró en 1971 el diario Madrid.51 Un año
después se voló el edificio en el que tenía su sede para poder saldar con la venta del solar
las deudas ocasionadas por multas y cierres. 52 En 2009 el ministro de Comunicaciones de
Venezuela clausuró más de sesenta emisoras de radio, con la excusa de que carecían de los
permisos pertinentes.53 En la cercana isla de Cuba, cualquier persona que intenta leer el
periódico digital 14ymedio, dirigido por Yoani Sánchez, se ve redireccionado a otra página
web en la que distintos artículos atacan a esta opositora al régimen de los hermanos
Castro.54 Un método más violento consiste en destruir físicamente las instalaciones del
medio. Entre febrero y marzo de 2001, al menos tres edificios de medios de comunicación
palestinos –el edificio de la PBC en Gaza, el alHayat alJadida y la televisión alSalam en
Ramalla–fueron bombardeados por el ejército israelí.55
Existen también otras medidas para cambiar la ideología de un medio de comunicación
y conseguir, así, una censura editorial interna (§ 9.5.1) por la que un medio crítico mude en
propagandista. Se prohíbe, pongamos por caso, la propiedad de los medios. Las Leyes de
Núremberg de 1935 contra los judíos los obligaban a vender paulatinamente las editoriales
y las librerías a arios. Este proceso siguió en las zonas ocupadas durante la guerra. 56
También se puede producir una incautación: el periódico monárquico ABC de Madrid pasó
durante la Guerra Civil española a Unión Republicana; El Siglo Futuro (tradicionalista), a la
CNT; el Diario de Barcelona, que había apoyado la sublevación de Franco, fue incautado y
pasó a ser Diari de Barcelona. Portantveu d’Estat Català.57 Con la victoria del bando nacional, se
volvieron las tornas y, aparte de la recuperación de los anteriores dueños de muchos de los
diarios incautados, otros, como El Mercantil Valenciano –Levante a partir de 1939–, pasaron a
formar parte de la cadena de prensa del Movimiento. 58
Sin llegar a la incautación, quien censura puede hacer que un medio cambie su línea
editorial. La subida al poder en 1933 del nazismo en Alemania trajo estos cambios
ideológicos. Algunos diarios con tradición democrática y orígenes intelectuales, como el
Berliner Tageblatt o el Vossische Zeitung, «se convirtieron en órganos nazis de la noche a la
mañana... Bastaba un pequeño pacto con el diablo para dejar de pertenecer al equipo de los
prisioneros y perseguidos, y pasar a formar parte del grupo de los vencedores y
perseguidores» (Haffner, 2001: 201204).
En cuanto a las presiones sobre los medios, se ejercen de muy distintas formas. En la
Rusia actual el departamento de bomberos o la inspección de trabajo pueden cerrar por
diversos motivos las instalaciones de un medio de comunicación que no sea afín al
Gobierno; los propietarios de los locales donde se encuentra instalado el medio pueden
subir el alquiler inesperadamente o, si la sala de prensa se localiza en un piso alto, se da el
caso de que el ascensor deje de funcionar y su arreglo se demore. 59
Con internet las censuras a los medios se modernizan. El sitio web Tomaar, creado por
ciudadanos saudíes en EE. UU., en el que se hablaba de política de Oriente Medio recibió un
ataque de denegación de servicio (DDoS). Este ataque consiste en enviar visitantes falsos a través
de ordenadores infectados de modo que el servidor de la página se colapse. Ello conduce a
que la empresa que aloja la página web rechace mantenerla. Lo mismo ha sucedido con
medios de exiliados birmanos, opositores bielorrusos, periódicos independientes rusos –
Novaya Gazeta– o kazajos –Respublika– y blogueros particulares. Estos asaltos no tienen por
qué ser organizados necesariamente por instituciones oficiales, también organizaciones
particulares e, incluso, individuos aislados pueden llevarlos a cabo. 60
7.3 EL RECEPTOR
En el Madrid republicano, agentes de la Comisaría de La LatinaInclusa detuvieron el
14 de marzo de 1938 a cuatro personas por escuchar una emisora de radio del bando
nacional,61 es decir, no castigaron al emisor (§ 7.2), que se encontraba fuera de su control (§
3.3), sino a quien recibía el mensaje, al receptor. Para acercarse a esta censura, es útil
recordar la distinción ya empleada anteriormente entre censor coligado (§ 6.2) y censor no
coligado (§ 6.4), pese a la dificultad de aplicarla de un modo generalizado. Habría que
analizar caso por caso en qué situación el censor se identifica con el receptor censurado y en
cuál no; cuándo, por ejemplo, un censor prohíbe la lectura de un libro a una mujer para
protegerla de malas influencias –censor coligado– o para forzar que se mantenga en el
papel de esposa y madre que a él le conviene –censor no coligado–, o cuándo se ha
prohibido la lectura de ciertos libros a las clases humildes para protegerlas –censor
coligado– o para protegerse –censor no coligado–.
7.3.1 El censor coligado
Como ya hemos analizado (§ 6.2), es habitual que el censor se imponga como un
defensor de la sociedad y aprecie que una obra es una amenaza para una parte de ella que
ha de ser especialmente protegida. Esta protección censoria del destinatario puede ser más
o menos amplia. La mayor parte de los textos prohibidos lo es para todas las personas; no
obstante, en ocasiones existen censuras exclusivas para determinados grupos para los que
un mensaje se aprecie como especialmente pernicioso. Recordemos, de nuevo, la censura de
obras que pudieran leer los niños (§ 6.2).
Otras restricciones del destinatario son menos generales y tienen en muchas ocasiones
relación con la división de la sociedad en clases sociales. Los tratadistas inquisitoriales
impedían que las disputas teológicas con los autores protestantes se redactaran en lengua
vulgar, para que únicamente las conocieran quienes leían en latín y no aquellos otros menos
doctos y, en su opinión, más fácilmente influibles. 62 Algo semejante acontecía en la
Inglaterra de Enrique VIII: estaba permitida la lectura de la traducción de las Escrituras a
los burgueses y a las mujeres nobles siempre que no fuera en voz alta, el resto de las
mujeres y los hombres con trabajos mecánicos tenía prohibida su lectura.63 Y el mismo
Lutero, que en 1521 había animado a la libre lectura de las Escrituras por parte de todos los
cristianos, en 1543 era partidario de que las lecturas fueran filtradas por los ministros del
Evangelio. Esta posición más restrictiva se puede encontrar también en Zuinglio y en
Calvino.64
Encarecer los impresos ha constituido otra forma de seleccionar a los receptores por
criterios clasistas. En 1712 se introdujeron en Gran Bretaña impuestos sobre los periódicos,
los anuncios y el papel (Stamp Act) para que, siendo más caros, tuvieran menos circulación
entre las personas humildes.65 En cuanto a los libros, en ocasiones se ha permitido la edición
de autores que no fueran especialmente apreciados por el censor, pero en obras completas,
ediciones de lujo o tiradas cortas –sucede, por ejemplo, en España en la década de 1940 con
ValleInclán, el Fausto de Goethe, Victor Hugo, Alejandro Dumas o el Decamerón de
Boccaccio–.66 De esta manera, su difusión se limita a las clases pudientes y eruditas, y no
pasa a los jóvenes o las clases populares. Por un motivo semejante, en 1941 se prohibieron
las publicaciones y novelas de aventuras con crímenes y robos que costaran menos de cinco
pesetas.67 De todas formas, recordemos que queda en muchas ocasiones la duda de si el
censor procura defender al receptor de un mensaje que en su opinión le perjudicaría –
censor coligado–, o si se protege a sí mismo y a su propio grupo social –censor no
coligado–.
7.3.2 El censor no coligado
Como ya se ha avanzado, es también posible que el censor no se muestre coligado con
las personas censuradas. Ha sido frecuente que los censores, generalmente varones, limiten
los mensajes que pueden recibir las mujeres (§ 3.4.2). En distintas sociedades como la Grecia
antigua, la Roma republicana, la India posvédica o el Japón de la época Heian, no se ha
permitido leer a las mujeres la literatura que se consideraba seria. 68 En la España de la Edad
Moderna, los confesores, eclesiásticos y moralistas intentaban que las mujeres, cuando
leían, leyeran principalmente libros religiosos y, ciertamente, parece que, si bien se
documentan otras lecturas, constituyó el tipo de texto predominante. Su idea era conseguir
que se comportaran en muchos aspectos de la vida como unas monjas seglares. 69 Y todavía
en 1852, Bravo Murillo, atendiendo de nuevo a las presiones de la Iglesia católica, instauró
una censura previa para las novelas de entregas o folletín por constituir una de las lecturas
preferidas entre las mujeres.70 De hecho, la consideración de que el lugar de la mujer era el
cuidado de la casa y de los hijos retrasó su incorporación a los niveles más altos de
enseñanza. En España, hasta 1910 no se aprobó una norma que permitiera a las mujeres
matricularse y asistir como alumnas oficiales a los institutos de segunda enseñanza y a las
universidades.71
Por otros motivos, la censura de ciertos conocimientos a grupos sociales o a etnias
también constituye un caso particular de esta censura del receptor por un censor no
coligado. La población así censurada no puede recibir una educación determinada y se
encuentra, por tanto, en una situación de dependencia cultural del grupo social con el que
se identifica el censor. Una pragmática de Felipe IV (1623) limitaba los estudios de latinidad
a las ciudades y villas con corregidores, se procuraba, así, que los jóvenes de lugares
pequeños continuaran con las labores del campo. 72 Esta censura se ha repetido más
recientemente: en la purga de la URSS de 1928 se excluyó de la enseñanza superior a los
estudiantes de origen burgués;73 en la Polonia ocupada por los nazis solo se permitían las
enseñanzas básicas,74 y, en la Sudáfrica del apartheid, por la Ley de Educación Bantú (1953)
se prohibía que los jóvenes negros de más de quince años prosiguieran con su educación. Se
pretendía, de esta manera, evitar que las personas de esta raza recibiesen una educación
que pudiera hacerlas aspirar a puestos por encima de los que les correspondían de acuerdo
con las leyes segregacionistas.75 En definitiva, un modo de censura del receptor consiste en
privarlo del derecho a la educación.76
7.4 LOS MODOS
Ya hemos revisado los actantes habituales en el análisis del discurso –el mensaje (§ 7.1),
el emisor (§ 7.2) y el receptor (§ 7.3)–, pero existen otros objetivos del acto censorio. Entre
ellos destacan los modos. Los modos constituyen los recursos que permiten a los seres
humanos convertir en representaciones públicas –aquellas que se pueden percibir por los
sentidos– las representaciones mentales (§ 5.1.1). Se pueden distinguir: el habla, la escritura,
la imagen fija, la composición de la página,77 la imagen en movimiento, el gesto, la música,
la banda sonora, los modelos en tres dimensiones o el color. 78 Hay que diferenciar, pues,
entre los modos y las tecnologías de la comunicación –telegrafía, radio digital o internet (§
9.3)–:79 la miopía o la hipoacusia afectan a los modos, a aquello que tiene relación con cómo
se recibe el mensaje por los sentidos; las interferencias de la señal de televisión por una
tormenta o la rotura de un cable de fibra óptica, a las tecnologías de la comunicación.
7.4.1 Hablar
Es sabido que el modo más habitual por el que una representación mental pasa a
pública es la palabra hablada. Pues bien, se puede censurar el hablar de distintas maneras.
En ciertas circunstancias, quien posee el control requiere que las demás personas se
mantengan en silencio. Se trata de lo que Kurzov (2007) denomina silencio situacional. En
iglesias, clases u hospitales es frecuente. En las cárceles también ha sido habitual que se
impida la comunicación oral y se haya privado de recado de escritura. En particular, el
silencio obligado de las cárceles ha conducido a los presos a buscar otros modos para
comunicarse. Uno que se ha repetido en la historia es el de reproducir el alfabeto con
rápidos golpes de tal modo que los escuche quien ocupa la celda contigua. 80
Este silencio situacional se puede forzar. El inquisidor Peña (Eymerich y Peña, 1973
[13761587]: 63) avisa de que es de importancia capital amordazar a quienes van a ser
quemados en la hoguera para evitar que blasfemen y, por tanto, ofendan la piedad de
aquellos que pudieran asistir a su ejecución. No ha de extrañar, pues, que a Giordano Bruno
–hereje impenitente– le colocaran una mordaza de hierro en la hoguera del Campo dei Fiori
de Roma el 17 de febrero de 1600.81 No es el silencio la única prohibición posible referente al
habla, también se puede obligar a hablar de un modo determinado, a saber: ni se cuchichea
ni se grita. En 1957 el reglamento de los centros de detenciones chinos forzaba a que todas
las conversaciones que se sostuvieran en las celdas deberían hacerse «en tono de voz
normal y al alcance del oído de, por lo menos, dos o tres personas» (cito por Bao y
Chelminski, 1976: 57), y, en cambio, durante el mandato del presidente uruguayo Juan
María Bordaberry (19711976), se castigaba a quienes enfatizaban prosódicamente la frase
«tiemblen tiranos» del himno nacional con una condena de cárcel de un año y medio a seis
años.82
7.4.2 Leer y escribir
Los censores también han podido procurar que parte de la sociedad permanezca
analfabeta, es decir, que no pueda comunicarse leyendo ni escribiendo. En algunas
sociedades esclavistas ha sido habitual. Carlos II de Inglaterra promulgó un decreto (1660)
en el que se disponía que cualquier cristiano debía recibir la enseñanza necesaria para
poder leer la Biblia; sin embargo, este decreto encontró el rechazo de los negreros
británicos, pues los esclavos que alcanzaran a leer el texto sagrado también podrían saber
leer cualquier otro tipo de texto y esto constituía un peligro.83 A ello se debe que,
contrariamente a la norma venida de la metrópoli, los gobernadores británicos
promulgaran leyes por las que se prohibía leer a los esclavos. Estas leyes pervivieron hasta
el siglo XIX.84
Con todo, que se enseñara a leer tampoco ha significado que el practicar la lectura
fuera bien visto en todas las ocasiones. En los procesos inquisitoriales de herejía, la posesión
de libros, sobre todo en lengua vulgar, era un elemento frecuente de incriminación y leer
libros era especialmente arriesgado para personas que se dedicaban a oficios manuales. Un
notario del Santo Oficio escribió refiriéndose a un artesano que «leía libros», un zapatero de
Spilimbergo (Italia) juró al inquisidor que había abandonado la lectura y, a finales del XVI,
un sedero y un herrero venecianos fueron denunciados ante la Inquisición por «leer todo el
tiempo».88
A veces el censor puede no buscar un analfabetismo completo, sino tan solo una
semialfabetización que permita leer, pero no escribir. La prohibición de la escritura más
común ha sido la de su falta de aprendizaje. Esto era posible porque, a diferencia de lo que
sucede en la simultaneidad actual en la enseñanza de la lectura y la escritura, durante
buena parte de la historia ha existido una diferencia clara entre los dos procesos: primero se
ha aprendido a leer y después a escribir. Todavía a finales del siglo XVIII en las escuelas
españolas a los pocos niños que asistían se les enseñaba a escribir tras haber aprendido a
leer de corrido –uno o dos años– y después de un pago mayor por parte de los padres.89 Este
desajuste entre los dos aprendizajes ha permitido que hubiera personas que dominaran una
destreza, pero no otra.
Pese a que en el Renacimiento la lectura se vio favorecida por las iglesias, ya que así
podían divulgar su doctrina por medio de catecismos o libros de devoción, la escritura
podía apreciarse como peligrosa, pues amparaba una cierta independencia. Por ello, no se
consideraba necesario que las clases populares o las mujeres supieran escribir aunque sí,
que dominaran la lectura.90 De hecho, en España, hasta los gobiernos liberales del siglo XIX
no fue obligatorio que tanto la lectura como la escritura se exigieran en las escuelas de
niñas.91
En el caso de países con diferentes escrituras puede suceder que una parte de la
población no domine una de ellas. En el siglo X se asentó en Japón la escritura hiragana.
Frente a la logográfica clásica china o a su adaptación japonesa –kanji–, la hiragana es una
escritura fonográfica y, en consecuencia, más fácil de aprender. Las mujeres de la
aristocracia, que se encontraban excluidas del aprendizaje de la escritura china, la
adoptaron como propia y, en el periodo Heian, desarrollaron en ella una valiosa literatura. 92
7.4.3 El alfabeto y otros aspectos formales
La amenaza de la ideología del censor puede también venir de aspectos formales de los
textos. En Turquía, Mustafá Kemal Atatürk sustituyó en 1928 el alifato árabe por el alfabeto
latino –con la adición de algunos signos para adaptarlo a las necesidades del turco–. 93 Se
trataba de facilitar la alfabetización de un país con cerca del 90% de analfabetos y de situar a
la nación «en el mundo civilizado», en sus propias palabras. El uso público del alifato para
la lengua turca se prohibió a partir del año siguiente.
Más allá de la prohibición de un alfabeto en sí, el uso de uno u otro constituye un
criterio sencillo para suprimir un texto. Los índices inquisitoriales españoles –desde el del
asturiano Valdés (1559)– prohibían los libros de «judíos o moros» que atacaran la fe católica
o enseñaran «su secta judaica o mahomética» (cito por Martínez de Bujanda, 1993: 70 y 883).
En la práctica, los inquisidores perseguían los textos escritos en alifato árabe. Entre 1568 y
1620 la Inquisición de Zaragoza condenó a novecientos moriscos y, de ellos, cuatrocientos
nueve lo fueron por poseer textos escritos en árabe. Algunos eran libros encuadernados
(311); otros, hojas sueltas (98). Los escritos religiosos constituían la mayor parte de los textos
de los moriscos aragoneses y, por consiguiente, estaban prohibidos, pero también los había
jurídicos, médicos, científicos y literarios.94
Ya dentro de un sistema de escritura se puede prohibir o seleccionar una caligrafía o un
tipo de letra. En el reinado del emperador Qianlong (s. XVIII) se produjo una gran
destrucción de documentos; pues bien, entre los criterios que se utilizaron uno fue la
caligrafía: se eliminaron documentos escritos con la caligrafía Shufa jingyan de Wang
Xihou.95 Por su parte, el nazismo difundió el uso de los caracteres góticos como propiamente
alemanes frente a los romanos, cuyo uso se iba extendiendo en Alemania desde el siglo
XIX.96
Un paso más allá: también la simple ortografía ha sido objeto de censura. En la España
de la posguerra, en 1943 se aprobaron las Obras Completas de Verdaguer en catalán, pero no
con la ortografía normalizada de Pompeu Fabra sino con la ortografía de la época de su
primera edición.97 Lo mismo sucedió con los libros en vasco, se permitía alguno antiguo a
condición de que no adoptara la ortografía de Sabino Arana.98 En fin, como todos los
escolares saben, establecer una ortografía tiene una consecuencia: surgen las faltas de
ortografía y –¿cómo no?– también estas pueden ser castigadas por motivos ideológicos. En
la época estalinista, un colegial de la etnia chuvasia fue condenado a cinco años por escribir
con faltas un eslogan en un periódico mural en ruso99 y, más recientemente, docenas de
periodistas norcoreanos han sido enviados a campos de reeducación por cometer errores
mecanográficos.100
7.4.4 La comunicación multimodal
La comunicación humana es casi siempre multimodal. A las palabras dichas,
pongamos por caso, se unen simultáneamente los gestos; los textos escritos están
compuestos de un modo determinado en una página101 y, frecuentemente, se complementan
con colores o imágenes fijas; las emisiones de televisión comunican de un modo simultáneo,
al menos, habla, gestos, imágenes en movimiento o música. Junto a quienes únicamente
hablan, leen o escriben, también han sido especialmente censurados aquellos que se
comunican con ciertos conjuntos modales.
Dentro de esta censura de la comunicación multimodal, se encuentran los ataques a
humoristas gráficos –lectura e imagen–. Naji alAli, humorista palestino, fue tiroteado en
Chelsea en 1987. En 1993 el dibujante Asaf Koçak murió abrasado en un hotel en Sivas
(Turquía) junto con otras treinta y cinco personas. El argelino Guerrovi Brahim fue
asesinado en 1995. Al sirio Ali Ferzat le rompieron en 2011 dos dedos de la mano izquierda
y el brazo derecho como advertencia. Más recientemente –enero de 2015–, los dibujantes
Stéphane Charbonnier, Jean Cabut, Georges Wolinski, Bernard Verlhac y Philippe Honoré
murieron ametrallados en París.102
También las canciones –habla, música e imagen– han sufrido la acción censora. Los
talibanes prohibieron en Afganistán las canciones incluso en las bodas. En Irán, en los años
posteriores a la revolución de 1979 tocar música de forma pública y transmitirla estuvo
prohibido, si bien, poco antes de su muerte, el ayatolá Jomeini consideró que la música era
admisible salvo en el caso de mujeres cantando a hombres y si no incitaba sentimientos
sensuales.103 En cuanto a los cantantes, muchos han sufrido persecución por considerar el
censor su labor como una amenaza a sus ideas. Tres ejemplos extremos: el cantante chileno
Víctor Jara fue asesinado en 1973 –pocos días después del golpe de estado del general
Pinochet–, en 1998 lo fue el cantante bereber Lounès Matoub y en 2011, el cantante sirio
Ibrahim Kachouch.104
La multimodalidad se acentúa en el teatro. No extraña, pues, que los censores se hayan
ocupado especialmente de las representaciones teatrales. 105 Los frailes españoles no
permitían las representaciones teatrales mayas.106 De 1642 hasta 1660, la Mancomunidad de
Inglaterra (Commonwealth of England), de raíces puritanas, prohibió los teatros.107 Por su
parte, el Islam rechaza las representaciones teatrales, salvo la de la muerte de Husayn ibn
Alí por parte de los chiíes de Irán y Líbano, por lo que, cuando en 1870 se introdujo en
Damasco el teatro occidental, hubo graves protestas. 108
Dentro del teatro, se pueden dar diferentes modos y algunos de ellos pueden estar
permitidos y otros no. En los siglos áureos españoles estaban prohibidas las
representaciones en época de cuaresma. No obstante, esta limitación no afectaba a los
teatros de títeres, por lo que en ese mes de penitencia una comedia como El esclavo del
demonio de Mira de Amescua se podía representar en un teatrillo de títeres instalado en un
corral de comedias y, al tiempo, estar prohibida si sus personajes los encarnaban actores
reales.109
7.5 LA FORMULACIÓN
Otra posibilidad de prohibición consiste en restringir el ámbito de formulación de un
emisor, es decir, se permite hablar o escribir de un asunto pero con limitaciones en la forma
que se elige para expresar el mensaje (§ 1.2).
7.5.1 La lengua
La primera elección cuando alguien piensa en dirigirse a otra persona es la de la lengua
en la que se formula el mensaje. En el siglo XX se perdieron en El Salvador las lenguas
cacaopera y pipil. Sus hablantes las abandonaron para no ser identificados como indios y,
así, salvar sus vidas.110 Durante la Primera Guerra Mundial también disminuyó en gran
medida el uso del alemán por parte de los estadounidenses germanohablantes por miedo a
que los reconocieran como enemigos del país.111 No obstante, lo más frecuente ha sido el
desprestigio de quienes hablaban la lengua dominada por parte de los hablantes de la
lengua dominante. En el siglo XIX, al niño galés que hablaba en la escuela su lengua
materna se le colgaba al cuello un cartel con las iniciales «W. N.» (Welsh Not). Para librarse
de él, debía descubrir a otro compañero que dijera alguna palabra en galés. Al final del día,
se castigaba a aquel que lo portaba.112
La historia de España proporciona abundantes datos de la prohibición completa de una
lengua o de su uso para unos fines determinados. En 1526 Carlos I promulgó una
pragmática que buscaba que los moriscos, entre otros usos y costumbres, dejaran de usar el
árabe –algarabía, de acuerdo con la denominación de la época– y abandonaran los nombres
musulmanes. Ante la dificultad de su aplicación se decidió una moratoria que duró
cuarenta años. El 1 de enero de 1567, reinando Felipe II, se acordó un nuevo plazo de tres
años –«de allí adelante ninguno pudiese hablar, leer ni escrebir en público ni en secreto en
arábigo» (Carvajal, 1852 [1600]: libro II, capítulo VI)–. Esta fue una de las decisiones que
desencadenaron la rebelión de los moriscos de las Alpujarras (15681571). 113
Otro rey de España, en este caso Carlos III, a raíz de los escritos de diversos prelados
americanos114 –entre ellos uno del arzobispo de México, Lorenzana–, publicó en 1770 una
real cédula en la que se instaba a que se pusieran los medios para que «se extingan los
diferentes idiomas» que se usaban en sus dominios americanos y que «solo se hable
castellano, como está mandado en repetidas leyes» (cito por Solano, 1991: 261). 115 A partir de
ese momento se acentuó un proceso de desplazamiento116 de las lenguas indígenas por el
español, situación que ha seguido con las repúblicas ya independientes. 117 Hasta bien
entrado el siglo XX los gobiernos mexicanos generalmente llevaron a cabo una política
lingüística en la escuela que presentó el castellano como la lengua nacional y alentó la
desaparición de las lenguas indígenas.118 Esta política subsistió oficialmente en México al
menos hasta 1948.119 Pese al apoyo oficial más reciente, el lingüista Klaus Zimmermann
(2010: 928) constata que todavía, cuando los hablantes zapotecos llegan a la escuela, no solo
se prohíbe el uso de su lengua materna en clase, sino que, incluso, se llega a castigar si se
emplea en el recreo.
De nuevo en España, cualquier persona a mediados del siglo XX –sobre todo, en la
inmediata posguerra–, sabía que, si utilizaba en público otra lengua que no fuera el
castellano, podía ser recriminada con un insultante «habla en cristiano». Ante esta
persecución muchos hablantes confinaban el uso de su lengua materna a aquellos ámbitos –
por lo general, familiares– en los que no corrían peligro. La recuperación del uso de las
otras lenguas españolas fue paulatina. En mayo de 1946, se levantó la prohibición universal
de la lengua catalana. Se dieron permisos para teatro en catalán y para libros nuevos en esa
lengua. En 1958 empezaron a autorizarse nuevas traducciones al catalán. Pero fue sobre
todo a partir de 1962 cuando disminuyeron las trabas administrativas a las nuevas
ediciones de libros en catalán. En 1964 se permitió el primer diario en catalán (TeleXpress).
En vasco hasta 1949 no se publicó –aunque en Guatemala– una primera obra literaria
original, fue Arantzazu, euskal poema de Salbatore Mitxelena; la primera novela publicada
fue Alostorrea de Jon Etxaide en 1950. La edición en gallego en la posguerra se llevó a cabo
principalmente en Buenos Aires hasta los primeros años cincuenta con el nacimiento en
Vigo de la editorial Galaxia.120
En cuanto a su enseñanza, la situación de las otras lenguas españolas fue mucho más
estricta. La imposición del castellano como única lengua de la enseñanza en España se inicia
con el Informe sobre la mejora de la instrucción pública de Manuel José Quintana de 1813,
pero no se asienta hasta la Ley de Instrucción Pública de Moyano de 1857, dotada ya de un
eficaz sistema de inspección y de sanción. Los intentos posteriores de instaurar una
enseñanza en las otras lenguas españolas se ven definitivamente truncados por la Ley de
Educación Primaria de 1945 del régimen franquista. Esta ley prohibía expresamente
cualquier otra lengua en la escuela que no fuera el español. Si bien esta situación se alivió
algo en 1970 –Ley General de Educación– y en 1975, no fue hasta la aprobación de la
Constitución de 1978 y las normativas que emanaron de ella cuando se normalizó su uso en
la escuela.121
7.5.2 Léxico y gramática
En una entrevista a Sigmund Freud en Londres, Arthur Koestler le preguntó si veía a
muchos amigos. El emigrado vienés le contestó que «los médicos no le permitían ver a
mucha gente, a causa de esto que tengo en el labio. Luego me dijo que lo estaban tratando con
rayos X y radio [...]. Freud sabía que aquello que tenía en el labio era cáncer; pero él nunca
mencionó esta palabra ni en las conversaciones ni en las cartas a sus amigos; ni tampoco los
demás la pronunciaban en su presencia. El destructor de tabúes se había creado un tabú
propio».123
El comportamiento de Freud no es extraordinario. Existen palabras vitandas, es decir,
palabras que se deben evitar por algún motivo. Dentro de este ámbito se encuentran las
palabras tabú.124 Se pueden agrupar de distintos modos. Una posibilidad es diferenciar, en
primer lugar, aquellas que causan una inmediata reacción psicológica de desagrado. En
opinión del psicolingüista S. Pinker (2007: 427492), en cada lengua existen unas pocas
palabras que afectan particularmente a ciertas partes del cerebro. En los países católicos se
trata especialmente de las blasfemias y en los anglosajones protestantes, de los términos
sexuales y escatológicos. Ello explica que en 1973 el Tribunal Supremo de EE. UU. dictara una
sentencia en el pleito de FCC contra Pacifica en el que confirmaba una multa impuesta por la
Federal Communications Commission (FCC) a la emisora Pacifica por el programa Seven
Dirty Words del cómico George Carlin en el que se usaba este tipo de palabras. La sentencia
mantuvo que las emisoras no tienen las mismas libertades que la imprenta por dos razones:
la emisión por radio y televisión es invasiva, porque se puede escuchar sin tener intención –
se es espectador circunstancial–, 125 y, por otra parte, los niños pueden escuchar algo
inapropiado.126
Las censuras oficiales tienen en ocasiones un comportamiento semejante y obligan a
evitar ciertas palabras. Como otras veces, la prohibición puede ir desde lo más general a lo
más particular. En el proceso nacionalista de la república de Turquía en la década de 1930,
se sustituyó buena parte del vocabulario de origen árabe o persa por otro con etimologías
puramente turcas,130 mientras que en la España de la inmediata posguerra, la censura del
léxico no fue tan amplia: la dictadura intentó borrar algunos vestigios del bando
republicano y de los países que lo habían apoyado. El adjetivo ruso quedó proscrito en
varios de sus usos, las montañas rusas pasaron a ser montañas «suizas» y las ensaladillas
rusas se tornaron en ensaladillas «nacionales» o «imperiales». La propia Guerra Civil se
trocó en Guerra «de Liberación».131 Eran realidades que había que nombrar pero, para evitar
palabras vitandas, el censor creaba una nueva denominación. Igualmente, la inocente
caperucita roja se convirtió en Caperucita «encarnada». La tortilla francesa se acortó en
simple «tortilla». El inglés «cocktail» se evaporó. Por orden ministerial ( BOE 17051940), los
locales con nombres extranjeros que tenían nombre francés o inglés se españolizaron: los
abundantes cafés de las ciudades españolas Lyon d’Or se renombraron por lo general como
León de Oro; el cine MadridParís cambió sus rótulos por cine Imperial y un cine llamado
Savoy, en lugar de Saboya, se achulapó con un castizo Yavoy.132 Ya en la década de 1950, las
consignas del Ministerio de Información avisaban de que las bases militares
norteamericanas en España se debían denominar «bases de utilización conjunta con España
y Estados Unidos».133 Y, un último ejemplo, la fiesta de los trabajadores del 1.º de mayo pasó
a ser, en un primer momento, de «San José Obrero» y, como lo de «obrero» todavía
escamaba, con frecuencia se transformó en «San José Artesano».134
Al otro lado del Atlántico, de 1933 a 1953 en la Argentina –sobre todo, a partir del
golpe de Estado del Grupo de Oficiales Unidos de 1943–, no solo se produjo en las emisoras
de radio una censura del léxico lunfardo, sino incluso de usos gramaticales tan extendidos
como el voseo, con la justificación de evitar formas rurales o arrabaleras que se alejaran de
lo que se pudiera considerar el español correcto.135
Más recientemente los grupos defensores de la corrección política (political correctness)136
presionan a los estamentos con poder para que regulen por medio de normativas y leyes el
uso de la palabra.137 Generalmente, pretenden proscribir el uso de ciertas expresiones
relacionadas con las disparidades entre seres humanos, en especial las diferencias de
género, de filiación étnica, de capacidades físicas y de edad. Ahora bien, no todos los casos
de corrección política son censorios, como en otras ocasiones, lo son únicamente aquellos
forzados por un tercero u ocasionados por el temor a la delación.
La censura de nombres propios
Existen otros casos en los que no se evitan los nombres propios por motivos religiosos,
sino por ocultar a su referente. En la Roma antigua se institucionalizó este castigo con la
denominación de damnatio memoriae o abolitio memoriae. Si alguien lo sufría, entre otras
medidas, se hacía desaparecer su nombre de cualquier tipo de documento o inscripción.
Una vez fallecidos, emperadores romanos como Domiciano, Nerón, Cómodo, Didio Juliano
o Pupieno Máximo padecieron damnatio memoriae. A pesar del nombre latino, este castigo se
documenta en épocas anteriores y posteriores: el nombre del faraón Akenaton (s. XIV a. C.)
fue borrado después de su muerte de inscripciones y papiros.141 Siglos más tarde, en las
antologías de poesía alemana entre 1933 y 1945 se esfumaron las obras del poeta judío
Heine, salvo el poema «Loreley», que se presenta como «anónimo»,142 y, en 1940, la censura
franquista impedía que se publicasen en programas o críticas cinematográficas una serie de
nombres de actores, directores y guionistas que habían apoyado la causa republicana en la
Guerra Civil. Entre ellos estaban Charles Chaplin, Bette Davis, Douglas Fairbanks (hijo) o
Joan Crawford. Los artistas aparecían en las películas, pero no sus nombres en los carteles;
así, James Cagney se convertía en «el formidable actor de Contra el imperio del crimen».143 Lo
mismo les sucedió a artistas españoles, algunos tan reconocidos como el premio Nobel
Jacinto Benavente, quien durante un tiempo fue tan solo «el autor de La Malquerida».144
La sustitución o modificación del nombre constituye otra posibilidad; así, el manual de
paleografía de Agustín Millares se podía comercializar en la década de 1940 a condición de
que no figurase el nombre de su autor y solo se mostrasen sus iniciales y, en 1973, después
de haber sido detenido por motivos políticos, el director Emilio Martínez Lázaro tuvo que
aparecer en los créditos de los programas televisivos que dirigía sin el segundo apellido.145
Hasta aquí la prohibición del nombre propio se debía a sus referentes, es decir, el
nombre se hallaba vedado para no recordar o para ofender a aquella persona que
designaba. Otra posibilidad se encuentra en que un nombre propio esté prohibido y que se
deba sustituir por otro que el censor considera apropiado. Así, la censura de la Polonia
comunista prohibía el nombre de Corea del Sur –país al que el régimen no reconocía– y en
su lugar proponía sustituirlo por «el gobierno títere de Corea del Sur» o «el régimen de
Seúl»,146 y en 2010 se cerró una caseta de una editorial egipcia de la feria del libro de Teherán
porque vendía una Enciclopedia del golfo Arábigo, cuando el nombre oficial iraní es el golfo
Pérsico.147 Igualmente, buena parte de las novelas de quiosco de espías, de cienciaficción o
del oeste presentadas como traducciones en las décadas de la posguerra española eran, de
hecho, obras escritas en español por republicanos represaliados que, detrás de un nombre
anglosajón ficticio, preveían que, además de mejores ventas, conseguirían con más facilidad
la aprobación de la censura.148
Una posibilidad distinta se halla en la interdicción de nombres propios porque no se
consideran adecuados en sí mismos, sea cual sea su referente. Los talibanes en 1998
eliminaron los nombres no musulmanes para los niños –como Rita, Parkash o Guita–, que,
por las películas indias, eran populares antes de su llegada al poder. Una misma restricción,
aunque por un motivo diferente –nadie es digno de llevar el nombre del líder–, se encuentra
en Corea del Norte, donde los nombres del dirigente comunista Kim Jongun y de sus
antecesores Kim Jong Il y Kim Il Sung están vedados para los recién nacidos e, incluso, para
aquellos que lo llevaban antes de las prohibiciones.149
7.5.3 Actos de habla
Como ya se ha expuesto desde el comienzo de este libro (§§ 1 y 3.1), al hablar no solo se
puede representar una realidad determinada, sino que también se lleva a cabo otro tipo de
actos –actos de habla–. Se pueden censurar algunos de ellos en todos los contextos. La Biblia
condena la blasfemia con la lapidación (Levítico 24: 1016),150 y, por su parte, Jesucristo
prohibió jurar por algo:
Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: «No jurarás falsamente, y cumplirás los
juramentos hechos al Señor». Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el
trono de Dios, ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del
gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus
cabellos. Cuando ustedes digan: «sí», que sea sí, y cuando digan: «no», que sea no. Todo lo que se dice de
más, viene del Maligno (Mateo 5: 3337).
Otros actos de habla más específicos pueden ser censurados en ciertos contextos.
Durante el gobierno de Tiberio (s. I) estaba penado con la muerte preguntar a los adivinos
por la salud del emperador.152
7.5.4 Géneros discursivos
Los géneros discursivos constituyen agrupamientos de discursos de acuerdo con
distintos criterios. Generalmente todo aquello que se dice o escribe se puede adscribir a un
género determinado. En ocasiones los géneros se reconocen por los asuntos que tratan (v.
gr. novelas del Oeste o novelas de amor), por sus funciones (v. gr. anuncios de prensa –
hacen publicidad de un producto–, sermones –enseñan lecciones morales–), por su relación
con la realidad (v. gr. ficción, documental, artículo de opinión), por sus efectos (v. gr.
thrillers –intentan inquietar–, comedias –buscan la risa–), por sus emisores (v. gr. encíclica –
el Papa–, sentencia –el tribunal–), o por sus modos o tecnologías (v. gr. teatro musical –que
incorpora música– o tertulia radiofónica –que utiliza la difusión por radio–).153
Aunque sea difícil desde un punto de vista teórico determinar en qué consiste un
género, el hecho es que los hablantes los reconocen. Una prueba de ello es que se imitan e,
incluso, se interpretan algunos mensajes como parodias de ciertos géneros, es decir, se
distinguen rasgos formales de un género así como un distanciamiento divertido o crítico de
quien parodia.154 No ha de admirar, pues, que a los géneros también les alcance la censura.
Las Cortes celebradas en Valladolid en 1555 pidieron que se prohibieran los libros profanos
y de caballerías en Castilla, para que no confundieran a los jóvenes y los apartaran de la
doctrina cristiana. Autores de la época como Arias Montano, Antonio de Guevara, Pedro
Malón de Chaide, Luis de Granada, Pedro Mexía, Juan Luis Vives o Juan de Mariana
criticaron estos géneros que podían hacer equivocar a la gente sencilla realidad y ficción. 155
Estas medidas tenían como antecedente la prohibición, al menos desde 1531, de la
exportación a América de libros «de historias y cosas profanas», en especial, de libros de
caballerías. Se pretendía así salvar tanto a los indios como a los propios conquistadores de
la falsa creencia de que los episodios y personajes de tales obras eran reales. 156
La interdicción de los géneros por el distinto efecto ilocutivo que ocasionan no carece
de fundamento (§ 1.1). En la Edad Moderna, se generalizaron los libelos.160 Los libelistas se
presentaban como personas bien informadas que contaban historias verídicas de los
poderosos del reino. En la Francia de la Edad Moderna algunas de las informaciones más
que dudosas que difundían los libelos eran que el rey Enrique III practicaba la nigromancia
y era amigo del diablo; el cardenal Mazarino, además de sodomita, tenía relaciones con la
reina madre Ana de Austria; el confesor del rey Luis XIV –el padre De la Chaise– se había
acostado con Madame de Maintenon antes de pastorearla al real lecho; el añoso Luis XV, al
tiempo que desnortado por Madame Du Barry –antigua prostituta y experta en artes
eróticas, según los libelistas–, no conseguía tener erecciones, y las orgías sexuales en las que
–de nuevo, de acuerdo con los libelos– participaba la reina María Antonieta le servían para
aplacar los ardores que no apagaba el impotente Luis XVI. 161 Pues bien, Robert Darnton
(2008: 287) explica lo que significó el paso de los rumores y comentarios de la calle sobre la
vida privada de Luis XV o Luis XVI y de sus cortesanos a los libelos impresos:
Al fijar los temas en letras de molde, los libros los ubicaron en el interior de narraciones y les dieron un
amplio significado. La versión impresa de las cosas organizó la información –las anécdotas, los «ruidos
públicos», las «nuevas» (nouvelles)– en imágenes convincentes y las hiló en líneas narrativas, definiendo
situaciones y organizando su rumbo. A su modo, como una especie particular de literatura, los best sellers
clandestinos fortalecieron la manera general de crear sentido: ofrecieron los marcos para almacenar la
realidad.
En contraste con el fenómeno de la prohibición, en las sociedades censuristas, una vez
que se reconocen los textos que no amenazan la ideología del censor, se anima de algún
modo a que se presenten obras que se ajusten al género inocuo. Se trata del sistema
autorreproductivo de la censura.162 A Stalin le gustaban los escritos sobre grandes obras de
ingeniería civil como canales, presas y esclusas, y ello animó a la creación de un género
narrativo. De este género destacan entre otras publicaciones: Belomor obra coordinada por
Máximo Gorki, El país de las grandes vías fluviales coordinada por Sergei Budantsev, Las
esclusas de Epifanio de Andréi Platónov, La Cólquida, el país de los nuevos argonautas y El
nacimiento del mar de Konstantín Paustovski, Del crimen al trabajo de Leopold Averbach, El
hombre muda su piel de Bruno Yasienski, El Volga desemboca en el mar Caspio de Borís Pilniak o
La central hidroeléctrica de Marietta Shaginian.163
7.6 LOS TEXTOS
7.6.1 Discurso y texto
Cuando se piensa en la interacción verbal, generalmente viene a la mente la interacción
cara a cara: dos o más personas que se encuentran en un mismo momento y lugar
participan en una conversación; por ejemplo, hablamos con la familia a la hora de la comida
de los problemas que tiene la comunidad de vecinos. Ahora bien, la interacción en la que
participa el censor puede ser distinta. Habitualmente lo hace sobre textos fijados en un
soporte determinado, un soporte que durante mucho tiempo ha sido el papel y al que más
recientemente se han incorporado el audio, el vídeo o el texto electrónico (§ 9.2). Para
avanzar en nuestro análisis, es preciso, pues, distinguir entre el discurso y el texto. El
discurso es la acción y el resultado de utilizar distintas unidades lingüísticas en un acto
concreto de comunicación. Los discursos están formados por enunciados, que constituyen
unidades mínimas intencionales de comunicación. Nuestra conversación durante la comida
se puede considerar un discurso y en cada una de las intervenciones de los comensales
puede haber uno o más enunciados. Si alguien comenta a los postres: «El ascensor está
siempre estropeado, hay unos vecinos que lo utilizan de montacargas», habrá proferido dos
enunciados: una aseveración –«el ascensor está siempre estropeado»– y una justificación de
esa afirmación –«hay unos vecinos que lo utilizan de montacargas»–. En el caso de que se
diga más adelante otra vez: «El ascensor está siempre estropeado», se habrá repetido la
misma oración –la misma estructura gramatical– pero se tratará de un enunciado distinto.
En definitiva, los enunciados y los discursos son únicos.
Supongamos ahora que grabamos esta conversación. Las palabras exactas que se
profieren diariamente en nuestras conversaciones se pierden. En realidad, la memoria
operativa las conserva únicamente unos pocos segundos, lo que pervive en la mente de
quienes participan en una conversación es lo que se ha comprendido más que lo que
realmente se ha dicho. Sin embargo, la conversación grabada se puede reproducir, porque
la hemos fijado en un soporte de audio; asimismo, si la transcribimos, la podremos volver a
leer cuando queramos. En ambos casos, tendremos un texto.
Una vez fijado un discurso como texto, cada vez que se oiga o se lea se convertirá en un
discurso distinto, pues comunicará algo de acuerdo con las nuevas circunstancias. La
Inquisición prohibió la edición de 1601 de la Tragicomedia de Calisto y Melibea en 1793, es
decir, después de la convulsión que significó la Revolución francesa. Pocos años después –
1801– suprimió la comedia de Lope de Vega La fianza insatisfecha, por «perjudicial a las
buenas costumbres», y, del mismo autor, en la década de 1950 se impidió la representación
de su obra La estrella de Sevilla, porque pudiera interpretarse como antimonárquica.164 En
realidad, no se censura a Rojas o Lope, sino sus textos, con el fin de que no se conviertan en
nuevos discursos al leerlos, escucharlos o verlos representados. Manuel Fraga Iribarne,
cuando era ministro de Información y Turismo, vetó durante un tiempo la proyección de la
película Agente 007 contra el Doctor No, porque en ese momento (1966) existía una campaña
a favor del sí en un referéndum y quienes leyeran los carteles podrían interpretarlos de un
modo que no deseaba.165 Ni Ian Fleming al titular su novela Dr. No (1958), ni quienes
conservaron el título en la película (1962) podían tener en mente que, en unas circunstancias
determinadas, este texto podría convertirse en un discurso amenazante para un censor
español.
La Inquisición asumió en España la tarea de publicar los primeros edictos e índices
prohibitorios de obras escritas en el reinado de Carlos I. Estos índices tenían validez en toda
la Monarquía hispánica.169 En ellos se censuran los libros –impresos o manuscritos, incluso
los incompletos–, también los escolios extensos redactados sobre libros aprobados, si bien
no se consideran libros las epístolas o los apuntes de clase. 170 Aunque la aparición de un
título en el índice no significa que automáticamente se eliminara de todas las librerías y
bibliotecas –la maquinaria de control inquisitorial distaba mucho de ser perfecta–, 171 se
puede constatar su influencia en la circulación de los libros.172
El primer índice inquisitorial español es de 1551;173 no obstante, no es el primero en
Europa, anteriores son el índice de la Universidad de París de 1544, el de la Universidad de
Lovaina de 1546, el de Portugal de 1547, el de Venecia de 1549.174 Por su parte, el primer
índice romano es el de 1559 del papa Paulo IV. 175 El índice español de 1559 del inquisidor
general y arzobispo de Sevilla Fernando de Valdés marcará buena parte de las
peculiaridades de los siguientes españoles frente al romano.176 Tras el ejemplo del índice del
Concilio de Trento de 1564, el índice canónico español será el de Quiroga (15831584). 177 El
llamado «índice último» español data de 1790 –índice de Rubín Ceballos–.178 En cuanto al
índice romano de la Sagrada Congregación del Índice,179 se revisó hasta 1948180 y no ha
vuelto a imprimirse desde 1966, como consecuencia del Concilio Vaticano II. 181
El índice tridentino (1564)182 distingue entre los libros prohibidos en su totalidad (in
totum) y los que podían ser aprobados tras su expurgo –esto es, estaban solo prohibidos
donec corrigantur («hasta que fueran corregidos»)–. De acuerdo con esta distinción, se
encargó al humanista Benito Arias Montano un índice expurgatorio para el índice de
Amberes (1571), que se tuvo en cuenta para el siguiente índice inquisitorial español. 183 Así
pues, el índice español de Quiroga distingue, incluso en dos volúmenes distintos, los libros
prohibidos (1583) y los expurgados (1584).184 Desde entonces, los catálogos inquisitoriales
españoles tenían un índice de libros prohibidos y un índice expurgatorio; asimismo, iban
habitualmente encabezados por unas instrucciones –«reglas»–. Las reglas de los índices
servían para guiar la calificación de obras que no aparecían expresamente en el catálogo del
índice tanto por parte de los calificadores del Santo Oficio como por los editores y los
libreros.185
En cuanto a la expurgación o expurgo, se ordena cuando se consideran censurables solo
unos pasajes. Un ejemplo de las dos censuras con un mismo autor es el de Jean Bodin –
Bodino, en la época– (15301596): en el siglo XVII la Inquisición censura por completo su
Demonomanie des sorciers (1580), pero su República (1576) solo se expurga.186 La expurgación
no afectaba a todos los autores por igual. De las 395 páginas de expurgaciones del índice de
1584, dos autores –Erasmo y el jurista Charles Du Moulin– ocupaban 205 páginas, mientras
que otros 46 tan solo 32 páginas.187 En los casos de expurgo, los pasajes incriminados se
solían tachar –testar, en la época– para que resultaran ilegibles –cosa que con frecuencia no
se conseguía–, pero se respetaba el resto. También era posible que en párrafos largos se
pegara encima un recorte de otra publicación188 o, si lo expurgado abarcaba varias páginas,
se arrancaran.189
Toda esta actividad expurgatoria constituye una censura manifiesta en los ejemplares
que ya se encuentran en circulación (§ 9.5.2). En las nuevas ediciones de obras que han sido
condenadas al expurgo, tanto en el siglo XVI como en la actualidad, se incorporan las
supresiones sin mencionarlo, por lo que quien lee generalmente no sabe que se encuentra
con un texto expurgado.192
7.6.3 La selección de los discursos
Si, de acuerdo con una teoría epidemiológica de la transmisión de las ideas (§ 3.6.1), los
memes siguen leyes evolutivas semejantes a los genes –por lo que en el caso de que haya
competencia entre distintas ideas se produciría una selección natural–, 193 la tarea del censor
consiste, precisamente, en que no se dé esta selección de un modo natural, sino que, a modo
de un agricultor que elige las simientes que considera mejores para la nueva siembra, la
selección la dirija él según su ideología. Así pues, además de arrancar las malas hierbas,
habría que «cultivar» los ingenios.194 Esto explica que, junto a la eliminación total o parcial
de un texto amenazante, haya existido tradicionalmente otra posibilidad de su censura: la
selección de los discursos que se pueden difundir. De nuevo, como sucedía con la supresión
de textos, la selección puede ser de una obra completa o de una parte de ella.
Ya en el mundo antiguo Filón de Biblos o Télefo de Pérgamo elaboraron listas de libros
recomendados.195 Este tipo de selección condujo a la desaparición de obras de autores que,
sobre todo en época helenística, se consideraron menores. La selección de textos se repitió
con el triunfo del cristianismo. A partir del siglo III las comunidades cristianas pasaron
antes los textos de su religión que los paganos del frágil papiro al resistente pergamino. 196
Esta selección condenó a la desaparición a buena parte de los textos clásicos grecorromanos.
Así, de los ciento treinta y cinco códices del siglo VI de procedencia italiana que se
conservan, cuarenta son de la Biblia, de los Evangelios o de comentarios bíblicos o
litúrgicos; sesenta y ocho contienen obras de los Padres de la Iglesia o de otros autores
cristianos, y cinco, actas de concilios; el resto se divide en cuatro códices con textos jurídicos
no conciliares, ocho códices con textos científicos –sobre todo médicos– y tan solo diez
obras de autores latinos de tradición laica. En fin, solo de san Agustín se han preservado
diecinueve testimonios, casi el doble que los laicos latinos en su conjunto. 197
Además de la selección de una obra completa, también ha existido desde antiguo la
selección de fragmentos de textos. En los monasterios de la Alta Edad Media se leían unos
pocos textos sagrados una y otra vez. Se trataba de lo que se ha denominado una lectura
intensiva. Con el nacimiento de las universidades en los siglos XII y XIII la lectura se hizo, en
cambio, más amplia –había más libros que leer– (lectura extensiva), pero también más
fragmentaria. Para manejar un mayor volumen de textos, por un lado, se dotó a los códices
de índices y concordancias que permitieran al lector hallar aquellos fragmentos que le
interesaban; por otro, se alentaron las compilaciones de pasajes de autoridades reconocidas
para utilizarlas en argumentaciones escolásticas. No era extraño, pues, que autores
medievales limitaran su conocimiento de las autoridades a las que recurrían en sus escritos
a este tipo de compilaciones sin llegar a leer nunca la obra que había servido de fuente. 199
Estos florilegios y antologías de los siglos XII y XIII pervivieron con los impresores
humanistas, que hallaron para ellos un amplio mercado. 200
Así las cosas, en lo que a la censura respecta, las sumas, florilegios o antologías
facultaban a quien las realizaba a evitar cualquier pasaje que pudiera ser considerado
contrario a la doctrina imperante, en particular cualquier fragmento que se pudiera
interpretar herético. No extraña, pues, que las órdenes religiosas tanto en el medievo –entre
otros, dominicos y franciscanos– como en la Edad Moderna –jesuitas– fomentaran su
elaboración para defender a sus miembros o a sus jóvenes estudiantes de aquellos pasajes
cuya lectura pudiera llevar a profesar teorías heréticas.201
Esta selección de textos se quintaesencia con los catecismos. Tanto los reformadores
protestantes –Lutero escribió dos catecismos– como los tridentinos hicieron especial
hincapié en su importancia.202 El Catecismo romano (1566) estaba escrito en latín y se
destinaba exclusivamente al clero; entre los jóvenes católicos tuvieron difusión durante
varios siglos los catecismos de los jesuitas Jerónimo de Ripalda (1591), Gaspar de Astete
(1598), Roberto Bellarmino (1597 y 1598) y el del cisterciense Claude Fleury (1683). 203
7.6.4 La traducción
No todo aquel que recibe un mensaje conoce la lengua del texto original y, para que lo
comprenda, es precisa su traducción. Pese a ello, en ocasiones textos que están permitidos
en una lengua se prohíben en su traducción a otra. El caso más destacado es el de la Biblia.
En la península Ibérica, desde el Concilio de Tarragona de 1233 se documenta una corriente
que condena la lectura de Biblias en lengua vulgar; no obstante, su censura no se estableció
ni en Aragón ni en Castilla en la Edad Media. Sí lo hizo ya en época de los Reyes Católicos.
Pese a no conocerse una ley que explícitamente las prohibiera, en 1492 se quemaron en
Salamanca Biblias en romance y el 7 de abril de 1498 ardieron un gran número de ellas en la
plaça del Rei de Barcelona.204 El veto a estas Biblias romanceadas se asentó ya en el siglo XVI
con el índice de 1551, la Censura General de Biblias de 1554 y con la prohibición en el índice
de Valdés (1559) de la traducción de las Escrituras a una lengua vulgar. 205
Como sucedía con la Biblia, en la España del siglo XVI los índices inquisitoriales
distinguían otras obras que podían leerse en su lengua original, pero que estaban
prohibidas en lenguas vernáculas;206 así, el índice de Quiroga (1583) censuró Ars amandi de
Ovidio en lengua romance y, en la América hispana, el primer Concilio Mexicano (1555) y
el Concilio de los Provinciales (1565) prohibieron los textos religiosos traducidos a lenguas
indígenas por apreciar que las primeras traducciones que se habían hecho herían la
ortodoxia.207
Por otra parte, no siempre se prohíben las traducciones. En otras ocasiones, se traducen
las obras pero, antes de que lleguen a sus destinatarios, los propios traductores ejercen de
censores. Suprimen enunciados o partes de obras que, estando en el original, no se ajustan a
la ideología a la que se deben; asimismo, adaptan los textos, intercalan fragmentos propios
como ajenos, atenúan o intensifican afirmaciones. Para acomodar todas estas posibilidades
de acción del traductor bajo un único término, André Lefevere (1997) habla de reescritura
(rewriting).208 En la China confucionista, hasta la época Tang (518907), quienes traducían
obras indias que contenían asuntos sexuales los evitaban; lo mismo sucedió cuando retornó
el neoconfucionismo bajo los Song del Sur (11271279) y otras dinastías posteriores. 209 En la
Castilla del siglo XIII, se redactó bajo la tutela de Alfonso X el Sabio la General Estoria. En su
mayor parte consiste en una traducción de obras previas, en especial la Biblia o escritos de
los autores clásicos. Pues bien, se pueden rastrear en ella variaciones en relación con los
textos originales debidas a una censura ideológica. Se cambia, por ejemplo, la redacción de
asuntos relativos al incesto, la homosexualidad, la antropofagia o el suicidio. 210 En los siglos
XVI y XVII las traducciones de libros de autores clásicos como Ovidio, Plutarco o Estacio, y de
otros más próximos en el tiempo como Boccaccio, Erasmo, Aretino o Cervantes eran
censuradas por sus traductores –suprimiendo, añadiendo o modificando los textos– para
acomodar los asuntos a las circunstancias del momento. Se trataba de un comportamiento
tan asumido en la época que no se ocultaba, sino que se le comunica al lector
expresamente.211 Lo mismo sucede con las ediciones ad usum Delphini de clásicos griegos y
latinos dirigidas por PierreDaniel Huet. 212 Estas ediciones estaban pensadas para el Delfín,
hijo de Luis XIV de Francia, y adaptaban muchos pasajes que se consideraban
inconvenientes para personas educadas. 213 Por cierto, la locución ad usum delphini ha
permanecido para denominar el tipo de adaptación que busca que un texto pueda ser leído
por todos los públicos, incluidos los niños (§ 8.2).
Estas reescrituras en traducciones continúan en la actualidad, si bien ahora con mayor
ocultación ante los receptores: se prefiere una censura no manifiesta (§ 9.5.2). En una escena
de Lisístrata de Aristófanes se pide al personaje Paz que traiga a los emisarios espartanos, si
no quieren de la mano, cogidos de «la polla»; dicho esto, en diversas traducciones al inglés,
el pene se convierte en «la nariz» (trad. de 1902), en «una pierna» (trad. de 1934), en
«cualquier otra cosa» (trad. de 1954), en «el asa» (trad. de 1964) o en «las líneas de la vida»
(trad. de 1970).214 En 1952, la traducción inglesa de David Moore de La piel de Curzio
Malaparte suprime lo más crudo de algunas escenas en la Nápoles ocupada por las tropas
estadounidenses.215 En la traducción alemana de 1955 de El Diario de Anne Frank, la frase del
original holandés que se traduciría como «no hay enemistad mayor en el mundo que la
existente entre alemanes y judíos», cambia a «la existente entre estos alemanes y judíos».216
En la versión española de la película De ilusión también se vive (Miracle on 34th Street) (1947)
los padres de la niña protagonista no se habían divorciado, la pobre se había quedado
huérfana de padre.217 Más recientemente todavía, aparte de la desaparición de algunas
escenas, en los subtítulos en chino de la película Skyfall (2012) no se vertieron o se
edulcoraron frases que se podían escuchar en inglés de los labios de los actores. Solo
aquellos que dominaban esta lengua pudieron comprender lo que realmente se decía sobre
prostitución o torturas en China.218
Paralelamente a estas prohibiciones de la traducción, esta también se puede imponer.
En la España franquista, por una orden ministerial del 23 de abril de 1941, todas las
películas –salvo aquellas con una autorización especial– debían estar dobladas. 219 De este
modo, y entre otros motivos, el censor sabía con seguridad qué mensaje, evidentemente
aprobado por la censura, llegaba a los espectadores.
7.7 LA INTERPRETACIÓN
Los criptojudíos hispanos, al tener prohibidos sus libros sagrados, recurrían a textos
autorizados por la Inquisición como La introducción al Símbolo de la Fe de fray Luis de
Granada –con información sobre el Talmud– o la propia Vulgata para alcanzar
conocimientos sobre el judaísmo.220 No se leía, por tanto, la obra aprobada con la intención
que buscaba el poder de la época. Evitar esta situación es difícil y más con los libros que no
se pueden censurar. Un recurso del censor se encuentra en guiar la lectura. Tanto los
rabinos judíos como los teólogos católicos han tenido problemas con el libro bíblico del
Cantar de los Cantares por su carga erótica y sensual. Al tratarse de un texto sagrado, el
censor no puede suprimirlo ni expurgarlo; no obstante, sí puede tutelar una interpretación
ortodoxa. No ha de extrañar, pues, que los rabinos hayan propuesto que el novio del que se
habla en el libro sea Dios y su amada, Israel; mientras que los Padres de la Iglesia hayan
defendido que se hablaba de una relación entre Cristo y su Iglesia.221
En el caso de la Biblia (§§ 5.2.2 y 7.6.4), durante siglos la Iglesia católica impidió en
ciertas zonas su traducción a otras lenguas; pues bien, cuando por fin en 1758 Benedicto
XIV autorizó el uso de versiones de la Biblia en lengua vulgar sin necesidad de permiso, la
autoridad eclesiástica recurrió a la tradición de los comentarios. 223 La primera traducción
completa de la Biblia autorizada en España, que apareció en Valencia de 1791 a 1793 y que
fue obra del obispo de Segovia Felipe Scio de San Miguel, ocupaba con los comentarios diez
volúmenes en folio.224 Más de un siglo después, en 1897, León XIII insistía todavía en que las
traducciones de las Escrituras debían tener la aprobación de los obispos y notas de los
Padres de la Iglesia y de «doctos y católicos» escritores. 225 Todavía en 1956 la censura
franquista se incautó de 30.000 ejemplares de una traducción de las Sagradas Escrituras de
la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera.226 De hecho, para encontrar en la Iglesia católica
una abierta recomendación de la difusión de las Escrituras traducidas –a partir de los textos
originales y no de la Vulgata–, hace falta esperar hasta el Concilio Vaticano II (1965). 227
1. Cullen (2003: 36 y pássim).
2. El periódico fue suprimido por el Gobierno. Fernández Areal (1973: 60), Seoane (1983: 127),
Sánchez Reboredo (1988: 48).
3. Seoane y Sáiz (1998: 390 y 407), Martín de la Guardia (2008: 214), Gama (2009: 226), Jaworski y
Galasiński (2000).
4. Tomasello (2010a: 35; 2013: 4749).
5. Westerman (2009: 173), Jaworski y Galasiński (2000).
6. Sobre las consignas a la prensa deportiva durante el franquismo, ViudaSerrano (2015).
7. Seoane (1983: 173).
8. Lewis (1968: 188).
9. Gama (2009: 228), Morgado Sampaio (2009: 106), Dunnett (2002: 102), Westerman (2009: 173).
10. Sinova (1989a).
11. Abella et al. (1990: 36).
12. Cisquella, Erviti, Sorolla (2002 [1977]: 99).
13. España la firmó el 24 de noviembre de 1977 (López Redondo, 2013: 16 nota 7).
14. López Redondo (2013). Nótese que no se trata de la imagen de Goffman (§ 3.2), sino de la
reproducción del aspecto puramente físico de una persona. Así, una sentencia del Tribunal
Constitucional español mantiene que un reportaje con cámara oculta vulnera la imagen (STC 12/2012).
15. Esta libertad de información siempre que fuera veraz se amplió a partir de la sentencia de 1964
del Tribunal Supremo de EE. UU. en el caso New York Times contra Sullivan. El juez Brennan, ponente de la
sentencia, mantuvo que la inclusión de algún enunciado erróneo en un texto no permite sancionar a un
medio de comunicación. Igualmente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos no exige una completa
exactitud en lo publicado, sino que es suficiente con que el medio haya buscado la verdad con diligencia
(Muñoz Machado, 2013: 174189).
16. En el siglo XVI el reino de Portugal tuvo buen cuidado de que la información sobre las especias
de la Summa oriental (1515) del botánico Tomé Pires no se conociera y en la España de la época se prohibió
la publicación de relaciones de la conquista de América, como la de Hernán Cortés, para impedir su
conocimiento por potencias enemigas. Igualmente, la Ley de Libertad de Información de EE.UU. (1966)
todavía consideraba secreto la situación en los mapas de los pozos de petróleo y, en 1974, la serie
televisiva británica The World at War tuvo que silenciar la existencia de la empresa que descodificó
durante la Segunda Guerra Mundial la máquina Enigma alemana (Reyes, 2000, I: 178; Burke, 2012: 187 y
172173).
17. En 1917 el senador estadounidense Hiram Johnson fue responsable de unas palabras que se han
repetido desde entonces: «The first casualty when war comes is truth» (Gorman y McLean, 2003: 171).
18. Taylor (2007: 108115).
19. Gorman y McLean (2003: 170184), Taylor (2007: 116119). Un caso particular es el del
periodista «empotrado», que se integra en unidades militares de uno de los bandos del conflicto y que, en
consecuencia, presenta las noticias desde esa perspectiva. Esta figura se afianzó en la Guerra de Irak
(Serrano, 2013: 480481).
20. Como razón de apoyo a nuestra tesis, se puede recordar que el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos incluye sus sentencias sobre asuntos semejantes al encubrimiento en el epígrafe de «Acceso a la
información» y considera que no lo ampara el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos
de 1950 referente a la libertad de expresión (Council of Europe, 2007: 7578).
21. Lippmann (2011 [1920]: 53). Del mismo modo que existían límites para la libertad de
información, también los hay, aunque menores, para la libertad de opinión o de expresión; así, por
ejemplo, la legislación española no permite el empleo de expresiones injuriosas: «Es injuria la acción o
expresión que lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia
estimación» (Código Penal, art. 208).
22. Nottola (2010: 192).
23. Chomsky y Herman (2013 [1988]), Curran (2005: 155158 y 254259), Castells (2009). «En la Gran
Bretaña de la década de 1830 se lanzaron grandes periódicos nacionales con un desembolso mínimo.
Actualmente hacen falta por lo menos 20 millones de libras para crear un nuevo diario nacional, y aún
más para crear un nuevo canal popular de televisión por cable» (Curran, 2005: 251).
24. De todos modos, no es imposible que la censura se ejerza sobre el ser humano y sus escritos a
un tiempo. Marguerite Porte fue quemada junto con sus obras en 1310; Lolardo Waltero, en 1322; en 1553
en Ginebra sufrió el idéntico castigo Miguel Servet, que ardió con un ejemplar de su Christianismi
Restitutio; Giordano Bruno, en Roma en 1600; en Lima, Francisco Maldonado de Silva en 1639 con los
libros que había conseguido escribir en la prisión inquisitorial atados al cuello, y en París Simon Morin en
1663 (Bosmajian, 2006: 23, 84, 88 y 96; Báez, 2011: 152174).
25. Gil (20073: 365). Se puede escuchar la voz de Romero y leer su obra en
<www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/romero/dossier.shtml>, consulta: 13122015.
26. Salmon (2001: 12), Mostyn (2002: 6263). En el sitio web de la asociación Reporteros Sin
Fronteras, existe información sobre informadores presos y asesinados: <www.rsf.org>.
27. Caffarena (2005: 122).
29. «El momento de la semana en que nuestros compañeros políticos recibían el correo de sus casas
era, para nosotros, el más desconsolador, cuando sentíamos todo el peso de ser diferentes, extraños,
arrancados de nuestro país e incluso del género humano» (Levi, 2010: 560).
30. En las prisiones de la posguerra española las únicas cartas cerradas eran aquellas que se
enviaban a las autoridades judiciales, administrativas o penitenciarias (Sierra, 2005: 178).
31. Antonio Gramsci (1975: 183) explica a su cuñada Tatiana que una carta que él le había mandado
desde el penal de Milán y que había sido «demasiado sincera» fue retenida e incorporada al legajo del
proceso que se le instruía. Por su parte, algunas cartas de su cuñada le llegaban «medio tachadas» por la
censura carcelaria.
32. Franchini (2005: 211).
33. Reig (1995), Bordería (2000: 2837), Gracia y Ruiz Carnicer (2004: 107109), Martínez Rus (2014:
128130). En 1939 –de acuerdo con la orden del Ministerio de la Gobernación sobre depuración de
periodistas (BOE, 25051939)– la Asociación de la Prensa de Valencia, por caso, expulsó a 25 de sus
miembros, apartó a 10 durante varios años y readmitió a 27 sin sanción. Esta expulsión de la asociación
acarreaba la imposibilidad de obtener el Carnet Oficial de Periodista y, en consecuencia, la inhabilitación
como profesional.
34. Chomsky y Herman (2013 [1988]: 22), van Dijk (1998: 72).
35. Disponible en línea: <http://lta.reuters.com/article/worldNews/idLTASIE73608020110407>.
36. Kurzon (1997: 7071).
37. Los catálogos de libros de un editor han sido habituales desde el comienzo de la imprenta
(Eisenstein, 1994: 72).
38. Pinto (1983: 157), Pardo (1991: 102). Para ser hereje, había que mantener de un modo pertinaz
un error contra la fe (Vega, 2012: 13). Ante las dudas de los inquisidores entre heresiarcas y herejes, el
índice de Quiroga (1583) enumera expresamente setenta y seis heresiarcas (Martínez de Bujanda, 1993:
63).
39. Reyes (2000, I: 134136). Esta diferencia se había presentado en el índice tridentino (Vega, 2012:
21). En su estudio sobre la censura inquisitorial a la ciencia de la época, Pardo (1991: 120) traza el
prototipo de los autores de primera clase y de segunda clase. El prototipo de los primeros sería un autor
alemán protestante, profesor universitario, dedicado preferentemente a la medicina. El de la segunda
clase sería un católico español o italiano dedicado al cultivo de la medicina o la astrología.
40. Defourneaux (1973). Todavía en 1939 las Cámaras del Libro de Madrid y Barcelona los
volvieron a prohibir (Larraz, 2014: 60).
41. Hill (2001).
42. Gil (20073: 189).
43. Courtois et al. (1997: 204). En los primeros años de la Revolución rusa se denominaba a aquellos
que tenían carrera universitaria «nobles sin título hereditario» (Solzhenitsyn, 2001: I, 63).
44. Courtois et al. (1997: 274).
45. Beevor (2012: 62). La Polonia ocupada por los alemanes no tuvo mejor suerte. En noviembre de
1939 deportaron a los profesores y al personal de la Universidad de Cracovia al campo de concentración
de Sachsenhausen. Solo sobrevivió una décima parte. En la cercana Ucrania, en 1941 fue fusilado todo el
profesorado de la Universidad de Lviv –Leópolis– (Beevor, 2012: 58; Burke, 2012: 266).
46. «Una de las constantes del vocabulario comunista chino es que un intelectual siempre huele
mal» (Bao y Chelminski, 1976: 274).
47. Courtois et al. (1997: 682 y 739).
48. Término que emplea Williams (2013 [1963]: 147). También se pueden encontrar otras
denominaciones como «comunicadores institucionales» (Saperas, 2012: 18).
49. Un medio será de masas (mass media) cuando sus mensajes se dirijan a toda la sociedad.
50. McQuail (2010 [1994]: 249) los denomina «unidad mediática», mientras que un libro en
concreto o la canción particular sería una «unidad de producto mediático».
51. Canceló su inscripción en el Registro de Empresas Periodísticas (Pizarroso, 1992: 191).
52. Lafuente (2002).
53. Morozov (2012a: 162).
54. Disponible en línea: <www.elpais.com>, consulta: 22052014.
55. Mostyn (2002: 87).
56. Hill (2001: 2324), Schiffrin (2006: 138).
57. Pizarroso (2002: 125126).
58. Bordería (2000: 50).
59. Castells (2009: 356).
60. Morozov (2009a: 151155).
61. Cervera Gil (1995: 255).
62. Pinto (1983: 244).
63. Gilmont (1998: 342).
64. Infelise (2004: 2425).
65. Se abolió este impuesto en 1855, lo que favoreció el crecimiento de la prensa (Curran, 2005: 111
113).
66. Ruiz Bautista (2008: 62 y 64; 2015: 56), Andrés (2008: 181), Menchero de los Ríos (2015: 78).
67. Ruiz Bautista (2008: 69; 2015: 61), Larraz (2014: 85). También el régimen fascista italiano
prohibió en 1942 las novelas con crímenes en formatos baratos (Rundle, 2010: 20).
68. Manguel (1996: 410), Cavallo (1998: 116).
69. Beceiro (2003), Castillo Gómez (2003: 121). Esto no significa que no leyeran otra cosa. En
investigaciones en archivos inquisitoriales se muestra que mujeres que leían libros de devoción también
leían libros de caballerías y de aventuras fantásticas (Castillo Gómez, 2003: 127).
70. Pizarroso (1992: 63).
71. Viñao (2004: 247). La Universidad de Cornell admitió a mujeres en 1872, la de Chicago en 1890,
la London School of Economics en 1895, la de Heidelberg en 1901. La primera mujer profesora de la
Sorbona fue Marie Curie en 1906 y en Cambridge no hubo una hasta 1936 (Burke, 2012: 278).
72. Reyes (2000, I: 309310).
73. Courtois et al. (1997: 204).
74. Beevor (2012: 58).
75. Carlin (2009: 64).
77. McKenzie (2005: 70) recuerda cómo ya Locke se quejaba de que la división de las epístolas de
san Pablo en capítulos y versículos hacía que se perdiera su coherencia interna y que el lector las
comprendiera como aforismos aislados, es decir, cómo una obra pasaba a ser otra por la composición con
la que se presentaba.
78. Kress (2010, 2012).
79. Kress (2010: 30).
80. El periodista italiano Paul Valera (18501926), que fue encarcelado a finales del siglo XIX, lo
relata con detalle (Caffarena, 2005: 113). En el siglo XVII dan testimonio de este sistema Manuel Enríquez,
que lo conoció en la cárcel de Coimbra, y Guillén de Lamporte, que lo enseñó en las cárceles de México
(Castillo, 2006: 9697).
81. Infelise (2004: 49).
82. Báez (2009: 173).
83. Con una idea semejante, los misioneros británicos de Nueva Zelanda en el siglo XIX se
preocuparon de que los maoríes aprendieran a leer en su lengua, pero no en inglés. Esto les permitía
limitar sus lecturas a los textos bíblicos, que eran los únicos traducidos y, por tanto, evitar otras
influencias. En 1837 se imprimió una traducción al maorí del Nuevo Testamento. Fue el primer gran libro
impreso en Nueva Zelanda (McKenzie, 2005: 9798).
84. Fuld (2013: 93).
85. Manguel (1996: 495498).
86. Ello no impidió que algunos esclavos aprendieran a escribir (Oliveira, 2005). En los estados del
sur de EE. UU. la esclavitud terminó al final de la Guerra de Secesión (1865); en Cuba, aunque la abolición
fue en 1880, hubo esclavos hasta 1886, esto es, hasta el fin del patronato; en la España metropolitana la
abolición fue en 1837. En cuanto a la trata desde África, en EE.UU. acabó en 1808; en Brasil, en 1851 y en
Cuba se prolongó hasta 1867 (Bergad, 2007: 251290).
88. Infelise (2004: 46), Briggs y Burke (2002: 76). Cervantes en su entremés «La elección de los
alcaldes de Daganzo» pone en boca de Humillos una justificación de por qué no sabe leer: lleva «a los
hombres al brasero y a las mujeres, a la casa llana» (disponible en línea: <http://cervantesvirtual.com>).
89. Viñao (2001b: 418). En México, por ejemplo, la enseñanza de las dos destrezas simultáneamente
comienza en 1842 con el método de la Compañía Lancasteriana (Villavicencio, 2010: 758).
90. Williams (1992 [1981]: 193), Lyons (1998: 478), Chartier (2005: 118119). Se seguía una tradición
medieval. Hacia 1371 el noble angevino Geoffroi La Tour Landry escribió un Livre pour l’enseignement de
ses filles, que tuvo gran difusión e, incluso, se tradujo a otras lenguas. En él se mantiene que, en cuanto a
la escritura, no es necesario que las mujeres la dominen, pero sí que es preciso que lean para conocer
mejor la fe y los peligros del alma (disponible en línea: <http://babel.hathitrust.org/cgi/pt?
id=hvd.32044010525889;view=1up;seq=246>).
91. Viñao (2001b: 418). En México también hubo que esperar hasta la Ley de Instrucción Pública de
1833 para que ambos sexos recibieran la misma enseñanza obligatoria (Villavicencio, 2010: 758 y 765).
92. Frellesvig (2010: 157 y ss.).
93. En su presentación al país se habló de un nuevo alfabeto turco (Lewis, 1968: 276279). En 1925
ya se había adoptado la misma medida para el azerí, una lengua turca, en la república soviética de
Azerbaiyán. Posteriormente, cuando Turquía adoptó el alfabeto latino, el régimen soviético lo cambió por
el cirílico con el fin de volver a dificultar la comunicación escrita entre los turcohablantes de las dos
repúblicas (Lewis, 1968: 432).
94. FournelGuérin (1979).
95. Polastron (2007: 92).
96. Viñao (2002: 336). El rechazo anterior de los caracteres de imprenta latinos también tuvo
motivos ideológicos: identificarlos con libros impresos en el ámbito católico.
97. Cisquella, Erviti y Sorolla (2002 [1977]: 113), Moreno Cantano (2008: 154).
98. Moreno Cantano (2008: 161).
99. Solzhenitsyn (2011: II, 315). En la novela Vida y destino de Grossman, en buena parte basada en
hechos reales, un corrector pasa siete años de reclusión por haber dejado escapar una errata en el apellido
de Stalin (Grossman, 2007: 461).
101. En los periódicos españoles de 1959 las noticias sobre el satélite soviético Sputnik solo podían
aparecer en páginas interiores (Bordería, 2000: 145).
102. Mostyn (2002); disponibles en: <www.elpais.com>, consulta: 26082011; <www.leparisien.fr>,
consulta: 7012015. Sobre la libertad de expresión en este ámbito, se puede consultar el sitio web
<www.cartooningforpeace.org>. Menos trágica es la persecución por parte de algunos integristas
cristianos estadounidenses de los cómics de Batman por su supuesta difusión de la homosexualidad. Ya
saben... Robin (Bosmajian, 2006: 202).
103. Mostyn (2002: 115 y 121).
104. Mostyn (2002: 63); disponible en: <www.liberation.fr>, consulta: 6072011.
105. Goody (2006: 113167).
106. Báez (2009: 7677).
107. La prohibición de las representaciones como posible foco de motines se había producido
anteriormente con la muerte de Isabel I y la coronación de Jacobo I (16031604). En un principio, la
censura de 1642 también tuvo relación con la situación política –comienzo de la Guerra Civil–, pero con
posterioridad los prejuicios puritanos contra el teatro condujeron incluso a la destrucción o a la
conversión en casas de vecindad –The Globe– de los edificios que lo albergaban (Clare, 2004).
108. Goody (2006: 139).
109. Cornejo (2010: 61).
110. Muntzel (2010: 971).
111. Coulmas (2005: 179).
112. Crystal (2001: 100101) recoge ejemplos semejantes con el inglés como lengua dominante en
Irlanda y Kenia. En Alaska se lavaba la boca con jabón.
113. Kamen (20042: 211), Martínez Millán (2007: 318). En los años siguientes, hubo multas, encierros
y azotes como castigo a los moriscos y mudéjares que no cumplieron la prohibición de hablar en árabe
(Abad Merino, 1999).
114. Con anterioridad, la legislación de la Monarquía hispana había sido vacilante. Fernando el
Católico había promulgado que se enseñara castellano a los indios. Su nieto Carlos I continuó esta
política, pero Felipe II renunció a ella por su poco éxito. Felipe III ordenó que se evangelizara en las
lenguas indias y en el reinado de Felipe IV se encuentran posturas contradictorias. Por fin, el último de
los Austrias, Carlos II, exigió, de nuevo, que se enseñara obligatoriamente el español (Barriga, 2010: 1106
1107). En cualquier caso, los clérigos generalmente se opusieron a la difusión del castellano (Máynez,
2010: 416417; Mendoza Guerrero, 2010: 526527).
115. En otra pragmática de 1783 se prohibió usar el caló en público. No ha de extrañar, pues, que el
viajero británico George Borrow, durante su visita a España en 1836, tuviera que dejar de hablar en caló
con un amigo gitano por la imposición de otro cliente de la misma posada (Borrow, 2008 [1843]: 118119).
116. Se trata del proceso por el que se simplifica el rango funcional de uso de una lengua y se
reduce su forma estructural. Este desplazamiento puede darse en tan solo tres generaciones. La
generación de los abuelos es monolingüe de una lengua minoritaria, los hijos son bilingües por necesidad
y los nietos adoptan la lengua dominante como materna y limitan la de sus abuelos solo a ciertas
relaciones familiares (Crystal, 2001: 9495; Muntzel, 2010: 966 y 971).
117. En el caso de México, algunas de las lenguas ya desaparecidas son el eudeve, zacateco,
tamaulipeco y cuitlateco (Zimmermann, 2010: 904).
118. Barriga (2010: 1159), Villavicencio (2010: 754 y 767). En uno de sus discursos, el prócer
mexicano Justo Sierra (18481912), a quien sus contemporáneos denominaron «maestro de América»,
afirmaba que, siendo el castellano la única lengua escolar, «llegará a atrofiar y destruir los idiomas locales
y así la unificación del habla nacional, vehículo inapreciable de la unificación social, será un hecho» (cito
por Villavicencio, 2010: 767).
119. Este año se fundó el Instituto Nacional Indigenista ( INI), que se ocupa de la protección del
patrimonio cultural de los indígenas (Parodi, 2010: 336337). Una posterior reforma constitucional de 1992
expone que «la Ley protegerá y promoverá» el desarrollo de las lenguas de los pueblos indígenas
(disponible en línea:
<www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/ref/dof/CPEUM_ref_122_28ene92_ima.pdf>, consulta: 1312
2015).
120. Moreno Cantano (2008), Martínez Martín (2015b).
121. Viñao (2004: 1851986).
122. Parodi (2010: 330331), Máynez (2010: 441), Mendoza Guerrero (2010: 527 y 532).
123. Koestler (1974: 5, 162).
124. Casas (1986, 2005) prefiere hablar de interdicción como término más general y dejar tabú para
los casos referidos a usos mágicoreligiosos. Hughes (2010: 46), por su parte, la extiende a palabras
«highly inappropiate». Este último es el uso más habitual en la bibliografía.
125. Portolés (2004: 224).
126. Paxton (2008: 89 y 108). En la sentencia se prohibieron diez palabras para su radiodifusión:
cocksucker, cunt, fuck, motherfucker, piss, shit, tits, fart, turd y twat (Huston, 2002: 160).
127. De la complejidad del fenómeno del eufemismo es reflejo la definición de Casas (2012: 76): [el
eufemismo o el disfemismo es] «el proceso cognitivo de conceptualización de la realidad interdicta, que,
manifestado discursivamente a través de la actualización de un conjunto de mecanismos lingüísticos de
sustitución léxica, alteración fonética, modificación, composición o inversión morfológica, agrupación o
combinatoria sintagmática, modulación verbal o paralingüística o descripción textual, permite al
hablante, desde un punto de vista comunicativo en el que tiene presente la posible interpretación del
oyente por los efectos perlocutivos que los usos eufemísticos/disfemísticos pueden provocar en los
interlocutores, la creación intencional de todo tipo de expresiones verbales y no verbales o actos de habla,
que, en un cierto “contexto” y en una concreta situación pragmática, encubren, atenúan o realzan
expresivamente, o, por el contrario, motivan o refuerzan evocativamente (en ocasiones, de forma
humorística o jocosa) un determinado concepto o realidad interdicta».
128. Menéndez Pidal (1976 [1926]: 397405).
129. Pinker (2007: 422).
130. Lewis (1968: 435).
131. Moreno Cantano (2008: 165).
132. Abella (2004: 88), Abella et al. (1990: pássim).
133. Bordería (2000: 143).
134. Chamizo (2009: 443).
135. Kailuweit (2012).
136. El uso de correcto e incorrecto para adjetivar las ideas tiene su origen en la ortodoxia comunista
de la China de Mao de la década de 1930; en la década de 1960, pasa al inglés con las traducciones de El
libro rojo (Hughes, 2010: 6063) y, de ahí, al español.
137. Sobre la lengua y lo políticamente correcto, se pueden consultar Guitart (2005), Hugues (2010)
o Reutner y Schafroth (2012). En este ámbito son especialmente destacables los Speech Codes de las
universidades estadounidenses. Se redactaron principalmente en la década de 1990. El de la University of
Michigan castigaba «any behavior, verbal o physical, that stigmatizes or victimizes an individual on the
basis of race, ethnicity, religion, sex, sexual orientation, creed, national origin, ancestry, age, marital
status, handicap, or Vietnamera veteran status». Los tribunales invalidaron varios de ellos por no
respetar la Primera Enmienda (Hughes, 2010: 175).
138. R. M. W. Dixon, cito por Moreno Cabrera (2013: 52).
139. Bloom (2006: 133).
140. Pinker (2007: 37). El respeto judío por el nombre de Dios ocasiona un fenómeno peculiar: la
conservación de documentos que, pese a carecer de interés, no se pueden destruir por encontrarse escrito
en ellos el nombre de la divinidad. Esta preservación se ha practicado en distintas sinagogas. En la
sinagoga de El Cairo se encontró a finales del XIX un rico archivo de cartas, documentos y fragmentos de
libros de los primeros siglos de la Edad Media que se habían custodiado por este motivo (Petrucci, 2011:
468). Un fenómeno cercano se comprueba en Pakistán con ejemplares dañados del Corán: la comunidad
Quetta los conserva en 70.000 bolsas en las montañas de Chiltan resguardadas en túneles (Báez, 2009:
303).
141. Gil (20073: 166167), Báez (2009: 322323). Antes este faraón había ordenado borrar el nombre
del dios Amón (Goody, 1990: 52).
142. Lefevere (1997: 18).
143. Gubern (1981: 62), Miguel González (2000: 76).
144. Sinova (1989a).
145. Ruiz Bautista (2008: 66), Fernández (2014: 44).
146. Jaworski y Galasiński (2000: 194).
147. Disponible en línea: <www.elpais.com>, consulta: 8052010.
148. Rabadán (2000a) y Merino y Rabadán (2002: 138 y ss.) denominan pseudotraducciones a obras
originales que se presentan como traducciones de autores anglosajones. Silver Kane, Tex Taylor, Keith
Luger, Donald Curtis y Glen Parrish eran, en realidad, Francisco González Ledesma, Miguel Oliveros
Tovar y Teresa Núñez. Pese a que los censores eran conscientes de la falsedad, admitieron la mayor parte
de las obras así propuestas.
149. Mostyn (2002: 115); disponible en línea: <www.lavanguardia.com>, consulta: 3122014.
150. En el siglo XIII las Siete Partidas de Alfonso X de Castilla imponían las siguientes penas para los
blasfemos: «Cibdadano o morador en la villa o aldea que denostare a dios o a santa maria por la primera
vez pierda la quarta parte de todo lo que ouiere. & por la segunda vez la terçia parte. & por la terçera la
meytad. & si de la terçera en adelante lo fiziere sea echado de la tierra. E si fuere otro onbre de los
menores que no ayan nada por la primera vez denle .l. açotes. por la segunda señalenle con fuego caliente
en los beços que sea fecho a semeiança de bien E por la terçera vegada que lo faga cortenle la lengua»
(Alfonso X, Siete Partidas, edición de Pedro Sánchez Prieto, Universidad de Alcalá de Henares, 2004: VII,
41r).
Siglos después, en 1554, la bula In multis depravatis de Julio III amplió el ámbito de la
Inquisición a la blasfemia. El castigo a los plebeyos era la perforación de la lengua, los azotes y tres años
de galeras; a los nobles, una multa, pérdida de títulos, incapacidad de otorgar o recibir un testamento,
inhabilitación para testimoniar y la expulsión de la ciudad durante tres años (Mereu, 2003: 9596).
152. Gil (20073: 184 y 278).
153. Loureda (2003b: 31, 40 y ss.), Maingueneau (20072: 23), van Leeuwen (2008: 345).
154. Loureda (2003b: 33).
155. Reyes (2000, I: 165168, II: 795796), Castillo Gómez (2003: 110114), García Martín (2003: 157),
González Sánchez (2003: 8687), Kamen (20042: 115), Peña (2004: 809), Blanco (2010).
156. Reyes (2000, I: 171175), García Martín (2003: 126), González Sánchez (2003: 8486). De todos
modos, la prohibición no tuvo demasiado éxito (Reyes, 2000, I: 174).
157. Moll (1974), Reyes (2000, I: 292303).
158. Reyes (2000, I: 561570 y 654, II: 1036), García Martín (2003: 234).
159. Disponible en línea: <www.eluniversal.com.mex>, consulta: 19052011. La Suprema Corte de
Justicia anuló la medida por un defecto de forma. Pocos años después (2015), la renovó el alcalde de
Chihuahua (disponible en línea: <www.elpais.com>, consulta: 13032015).
161. Darnton (2008). Detrás de la redacción de los libelos en muchos casos no había personajes
revolucionarios sino miembros de la nobleza e, incluso, ministros borbónicos rivales (Burrows, 2006).
162. Andrés de Blas (2008: 28).
163. Westerman (2009).
164. Gómez Álvarez y Tovar de Teresa (2009: 51, 203, 261), Gubern (1981: 131).
165. Abella (1996: 359).
166. Tellechea (2003: 293 y 301), Peña (2004: 808), Pérez García (2013: 126 y ss.).
168. (Reyes, 2000, I: 128129). La expresión inquisitorial para el secuestro de libros era hablar de
libros «mandados a recoger» o «el recojo de libros». El índice de 1559 prohibió algunas obras de autores
literarios anteriores que eran leídos en la época: Gil Vicente, Hernando de Talavera, Bartolomé Torres
Naharro, Juan del Encina y Jorge de Montemayor; también se vedó el Lazarillo de Tormes y el Cancionero
General. Posteriormente, si el censor leía la obra, podía aprobarla después de su expurgo. Así, muchas de
estas obras se pudieron volver a leer en ediciones expurgadas –v. gr. Lazarillo de Tormes castigado–; de
hecho, no hubo grandes dificultades inquisitoriales con obras y autores puramente literarios, al menos si
los comparamos con las obras de espiritualidad (Reyes, 2000, I: 130131; Kamen, 20042: 111 y 132133;
Puibovich, 2004: 845; Gómez Álvarez y Tovar de Teresa, 2009: 107; Fosalba y Vega, 2013).
169. La pragmática de libros (1558) imponía a los libreros y a los mercaderes de libros que tuvieran
en un lugar visible y accesible el catálogo de libros prohibidos (Pérez García, 2006: 162); no obstante, tanto
en España (Kamen, 20042: 118) como en América (Guibovich, 2004) hubo quejas porque generalmente no
era suficiente el número de ejemplares de índices inquisitoriales que se recibía.
170. Martínez de Bujanda (1993: 34), Gacto (2006: 25).
171. Kamen (20042: 131132), Pérez García (2013: 145).
172. Peña Díaz (1997: 181) comprueba, por ejemplo, que, después de la aparición del Decamerón de
Boccaccio en los índices de 1559 y 1583, no se documenta este título en los registros testamentarios de las
bibliotecas particulares barcelonesas. De todos modos, también advierte que otros libros prohibidos
continuaban en los domicilios; así, el arzobispo Martínez de Villar tenía en su biblioteca (1597) ediciones
prohibidas de fray Luis de Granada (Peña Díaz, 1997: 394 y 430). Y en la biblioteca del caballero de la
Orden de Calatrava Joseph Antonio Salas, que después de su muerte se puso a la venta en 1651, había 250
obras prohibidas, un 10% del total (Kamen, 20042: 120).
173. Se conocen cuatro ediciones –Toledo, Sevilla, Valencia y Valladolid– con alguna diferencia
entre ellas. Se fundamenta en el índice de Lovaina de 1540 (Pérez García, 2006: 158); por ello, no es
extraño que algunos autores se refieran al posterior índice de 1559 como el primer índice propiamente
español. Asimismo, se ha escrito sobre la posibilidad de un índice previo de 1547, pero su existencia es
más que improbable (Martínez de Bujanda, 1984; 1996: 20).
174. Los libreros e impresores consiguieron detener su publicación oficial; no obstante, en 1554 ya
apareció impreso un índice en Venecia; el mismo año de los índices de Milán y Florencia.
175. Martínez de Bujanda (1996), Fragnito (1997). Hubo uno anterior de 1557, que no se difundió.
176. Los índices españoles se dividían de acuerdo con el idioma en el que estuvieran escritas las
publicaciones, esta ordenación no coincidía con la romana (Martínez de Bujanda, 1993: 76; Infelise, 2004:
35). Por otra parte, los índices romanos abarcaban más asuntos menores que los españoles (Vega, 2012: 23;
2013a: 4041 y 2013b: 216).
177. Martínez de Bujanda (1993: 11; 1996).
178. Tuvo un suplemento en 1805 (García Martín, 2003: 261). Hubo también índices en 1612
(Sandoval), 1632 (Zapata), 1640 (Sotomayor), 1667, 1707 y 1747 (Reyes, 2000, I: 361367 y 698704). La
aparición de un nuevo índice se anunciaba con procesiones y sermones (Peña Díaz, 2015: 1938).
179. La fundó en 1571 Pío V y la reorganizaron Gregorio XIII (1572) y Sixto V (1588) con la
intención de renovar el índice tridentino. La nueva edición del índice romano –el índice clementino
(Clemente VIII)– apareció en 1596. Pronto hubo enfrentamientos entre las congregaciones del Santo Oficio
y del Índice sobre la redacción y la aplicación de los índices romanos (Fragnito, 1997).
180. Se le añade un apéndice de 1954. Este índice prohibía entre otros autores literarios a Alfieri,
Balzac, Beauvoir, D’Annunzio, Diderot, los dos Dumas, Gide, Victor Hugo, Lessing, Malaparte,
Montaigne, Moravia, Rousseau, Sand, Sartre, Stendhal, Sue, Voltaire y Zola. También obras filosóficas de
Berkeley, Bruno, Comte, Croce, Descartes, Hobbes, Hume, Kant, Locke, Stuart Mill, Montesquieu, Pascal
o Spinoza (Fuld, 2013: 154).
181. Infelise (2004: 27).
182. Este índice de Pío IV era menos riguroso que el anterior de Paulo IV (1559) (Fragnito, 1997: 82
85, 9596; Infelise, 2004: 3134). El nombre secular de este último era Gian Pietro Carafa y había sido
inquisidor general.
183. Martínez de Bujanda (1993: 101 y 1996: 24), Gómez Canseco (2013). En su prefacio se cantan
ventajas del expurgo, tantas que hasta los autores expurgados ya difuntos «si se levantaran de entre los
muertos estarían muy agradecidos a los propios censores» (cito por Gómez Canseco, 2013: 200).
Obsérvese que el expurgo con frecuencia era presentado como una restitución filológica de textos
deturpados por copistas y editores herejes (Vega, 2012: 35). Aunque estaba previsto en el índice tridentino
(1564), el primer índice expurgatorio romano apareció en 1607 (Fragnito, 1997: 246).
184. Influyeron o colaboraron en el índice de Quiroga intelectuales como Benito Arias Montano,
Jerónimo Zurita y, sobre todo, Juan de Mariana (Martínez de Bujanda, 1993: 45 y pássim; Reyes, 2000, I:
156157; Kamen, 20042: 115). El siguiente índice de 1612, el de Sandoval y Rojas, unió los dos índices en un
único volumen: Index librorum prohibitorum et expurgatorum (Kamen, 20042: 117). Por su parte, el expurgo
de la censura franquista podía ir de una única palabra –un «carajo» en la novela Esperando a Dardé de
Manuel Vázquez Montalbán, por ejemplo–a tachaduras en más de cincuenta o sesenta páginas (Larraz,
2014: 103104).
185. Defourneaux (1973 [1963]: 2627 y 5051), Pinto (1983), Pardo (1991), Martínez de Bujanda
(1993: 67; 1996: 22), Rodríguez de Epra (1999), Peña (2004: 807), Escudero (2005: 46 y 337), Gacto (2006),
Gómez Álvarez y Tovar de Teresa (2009: 18), Peña Díaz (2015: 23). El índice de Trento (1564) promulgó
diez reglas generales, que el índice de Quiroga (1583) amplió a catorce y, posteriormente, llegaron hasta
dieciséis en el índice de 1640 (Martínez de Bujanda, 1993: 67).
186. Defourneaux (1973).
187. Martínez de Bujanda (1996: 26).
188. El método se ha repetido a lo largo de la historia: una vez ejecutado en 1953 el antiguo jefe del
NKVD soviético Lavrenti Beria, los suscriptores de la Gran Enciclopedia de la Unión Soviética recibieron un
recorte sobre el estrecho de Bering para pegarlo sobre la entrada Beria (Westerman, 2009: 285).
189. Pardo 1991: (337338). Sobre la importancia del expurgo inquisitorial, Peña Díaz (2015: 3977).
El proceso del expurgo es costoso: un censor tardó cuatro meses, trabajando ocho horas diarias, en
expurgar de acuerdo con un nuevo índice inquisitorial una biblioteca particular de Madrid valorada en
18.000 ducados (Kamen, 20042: 121).
190. Reynolds y Wilson (1995: 9).
191. Lefevere (1997: 119).
192. Invernizzi y Gociol (2003: 247).
193. Cavalli Sforza (2007: 105).
194. El jesuita Antonio Possevino (15331611) denominó Cultura ingeniorum a una parte de su
influyente Bibliotheca selecta (1593). Se trató de una de las primeras ocasiones en las que se empleó cultura
en el sentido de «formación intelectual» (Infelise, 2004: 27; 2014: 1819).
195. Báez (2011: 123).
196. En el siglo V d. C. la transición del rollo de papiro al códice de pergamino ya se había
consolidado (Cavallo, 1998: 124). En opinión de Gil (20073: 310), esta conservación de los textos por escrito
y en un soporte más seguro fue consecuencia del temor cristiano a que una persecución como la de
Diocleciano (s. III) causara su desaparición.
197. Petrucci (2011: 343).
198. Chartier y Hébrard (1986: 533).
199. Hamesse (1998: 170).
200. Chartier (2005: 95).
201. Hamesse (1998: 166, 178 y 181), Grafton (1998: 316).
202. Gilmont (1998: 340 y 349). En el caso de los católicos de la Europa del sur, en ausencia de unas
Escrituras traducidas, el catecismo fue durante siglos el único medio de acercamiento a los dogmas de la
fe por la mayor parte de la población (Fragnito, 1997: 320) y, en relación con Lutero, se ha defendido que
hay un Lutero anterior a 1525, que defendía la lectura personal de la Biblia en lengua vulgar, y otro
posterior. Este último prefería que el pueblo leyera los catecismos para evitar lecturas erróneas (Viñao,
1999: 75).
203. Peña Díaz (1997: 366), Sánchez Illán (2001: 368).
204. Peña Díaz (1997: 339), García Oro y Portela (1999: 4344), Reyes (2000, I: 85), García Martín
(2003: 80).
205. Reyes (2000, I: 88), Pérez García (2006: 104 y 160). La Iglesia católica del seiscientos prohibió la
traducción de la Biblia en la península Ibérica y en la Itálica; sin embargo, la permitió en la Europa central
y del norte, y en la oriental. En Francia, la prohibición de la traducción partió del poder civil (1526) y se
debía al temor de que, como en épocas anteriores, una libre interpretación de la Biblia por los humildes
trajera revueltas. Estas prohibiciones afectaban también a traducciones de fragmentos de la Escritura en
florilegios o en otras obras (Fragnito, 1997). De hecho, la existencia de un clero que sabe leer los textos
sagrados y unos seglares que tienen dificultad en hacerlo es común a las grandes religiones del Libro
(Goody, 1990: 37).
206. Defourneaux (1973: 50), Pinto (1983: 267 y 276).
207. Peña Díaz (1997: 266), Michael (2008: 84).
208. Una vez publicada una obra es difícil saber si la censura es del corrector de textos, del editor o
del propio traductor (Merkle, 2010: 19).
209. Goody (2006: 252).
210. Almeida y Trujillo (2009). También en las crónicas en lengua romance del escritorio alfonsí se
pueden detectar reescrituras censorias en las distintas versiones (FernándezOrdóñez, 2012: 7680).
211. Bernardi (1995), Reyes (2000, I: 114, 117), Peña Díaz (2004: 818819), Gagliardi (2013). Todavía
en 1829 el traductor de La visión de don Rodrigo de Walter Scott confiesa abiertamente que ha cambiado el
texto e, incluso, ha suprimido uno de los personajes (Santoyo, 2000: 305).
212. Aparecieron en su mayor parte entre 1673 y 1691.
213. VolpilhacAuger (1997), Munari (2013).
214. Lefevere (1997: 5961).
215. Nota de los editores, Malaparte (2010 [1949]: 360361).
216. Lefevere (1997: 87).
217. Miguel González (2000: 80). La católica Legion of Decency estadounidense también había
prohibido su visión para todos los públicos por el mismo motivo (Black, 1999: 113).
218. Disponible en línea: <www.hollywoodreporter.com>, consulta: 16012013.
219. Gubern (1981: 68), Miguel González (2000: 70), Martín de la Guardia (2008: 34), Vandaele
(2010: 99). La prohibición fue levantada en diciembre de 1947, si bien la costumbre del doblaje se
mantuvo de forma generalizada (GutiérrezLanza, 2000: 25). El proyecto TRACE de las universidades del
País Vasco y León se ocupa de las traducciones durante el franquismo (disponible en línea:
<www.ehu.es/trace/enlaces.php>).
220. Vizán (2013), Pérez Díaz (2015: 99104).
221. Vanderkam y Flint (2010: 142), Goody (2006: 243).
222. Grafton (1998: 289).
223. Fragnito (1997: 197198). El pensador católico Joseph de Maistre (1998 [1821]: 370) explicaba la
necesidad de una interpretación guiada de las Escrituras: «... no la lectura, sino la enseñanza de la
Escritura Santa es lo útil; la dulce paloma que tragando el grano, y medio triturándolo, lo distribuye en
seguida a sus polluelos, es la imagen natural de la Iglesia explicando a los fieles la palabra escrita que ella
ha puesto a su alcance. Leída sin notas y explicación, la Escritura Santa es un tósigo».
224. Escolar (1989: 30), Sánchez Illán (2001: 367). La primera traducción al italiano autorizada por la
Santa Sede fue la de Antonio Martini; el Nuevo Testamento tenía seis tomos (17691771) y el Antiguo,
dieciséis (17761781). Por otra parte, recuérdese que una forma de censurar al destinatario es publicar los
textos en ediciones caras y, sin duda, una obra de tantos volúmenes lo era.
225. Canfora (2011: 107). No ha de extrañar, pues, que, pese a emplear la traducción de Scio, entre
18361840 George Borrow llegara a ser encarcelado en varias ocasiones cuando intentaba difundir por
España los Evangelios en un único volumen en octavo y sin notas (Borrow, 2008 [1843]: 246).
226. Ruiz Bautista (2008b: 91). También hubo incautaciones anteriores (Martínez Rus, 2014: 81).
Tradicionalmente las Biblias de las Iglesias reformadas se basan en la traducción de Casiodoro Reina y las
modificaciones de Cipriano de Valera. La primera edición de la Biblia del Oso de Reina –así llamada por
el emblema de su portada con este animal– fue en Basilea (15671569); la versión de Valera apareció en
Ámsterdam (1602) (Escolar, 1989: 30).
227. Canfora (2011: 30 y 131132). Desde que en el Concilio de Trento se aprobó la Vulgata latina
como única versión auténtica de las Escrituras (1546) (Reyes, 2000, II: 788790) y hasta la encíclica Divino
afflante spiritu de Pío XII (1943), la Iglesia católica no admitió el ejercicio de la crítica textual sobre el
corpus antiguo y neotestamentario (Canfora, 2011: 19 y 131).
Capítulo 8
LA IMPOSICIÓN Y LA REESCRITURA DEL MENSAJE
Es habitual relacionar la censura con el silencio, es decir, con la supresión del discurso; 1
no obstante, el censor no siempre elimina un texto o impide la palabra, también puede
imponerla o, utilizando el concepto de André Lefevere (1997), reescribe un texto de modo
que se acomode a su ideología (§ 7.6.4). Un ejemplo que combina las dos actividades
censorias –supresión e imposición de un mensaje– sería la consigna (§ 8.2.1) que en 1955 la
censura franquista envió a los diarios:
Ante la posible contingencia del fallecimiento de don José Ortega y Gasset, y en el supuesto de que así
ocurra, ese diario dará la noticia con una titulación máxima de dos columnas y la inclusión, si se quiere,
de un solo artículo encomiástico, sin olvidar en él los errores religiosos y políticos del mismo, y, en todo
caso, eliminando siempre la denominación de maestro (cito por Delibes, 1985: 19).
Con esta consigna, por un lado, se impone el silencio: no se podía llamar a Ortega
«maestro» ni alabarlo más de la cuenta, pero, por otro lado, se fuerza la palabra: es preciso
referirse a sus «errores». Esta combinación de supresión e imposición fue habitual en la
época.2
8.1 LA ELUSIÓN CENSURABLE
Dentro del análisis de la conversación, se defiende que un acto de habla determinado
en un primer turno de palabra –turno iniciativo– crea la expectativa de otro tipo de acto en
el turno reactivo. Se considera esta expectativa originada por un primer turno la pertinencia
condicional (conditional relevance) de un segundo turno.4 Por otra parte, cuando en este
segundo turno se cumple el acto esperado, se trata de una respuesta preferida (preferred) y,
cuando no se cumple, se trata de una respuesta no preferida (dispreferred).5 Antonio de la
Bastida tenía que haber respondido de acuerdo con la orientación del primer turno: la
respuesta preferida hubiera sido un comentario favorable a la derrota de los hugonotes y
desfavorable a la muerte del duque de Guisa, pero se calló y el silencio en un segundo
turno acostumbra a interpretarse como una respuesta no preferida. El censor se lo recriminó
con su acusación. En muchas circunstancias callar puede considerarse una amenaza, por lo
que, para no ser castigado, hay que decir aquello que corresponda. Cuando en 1957 la
policía política china detuvo a Bao RuoWang, su esposa no calló, sino que, llena de temor,
acertó con lo que el censor quería escuchar: «¡Procura aprender bien tus lecciones!». Si
hubiese callado o se hubiese quejado, muy posiblemente también hubiera sido detenida
como cómplice de un contrarrevolucionario.6
A ojos del censor tampoco debió de dejar de escribir Isaac Bábel. El Congreso de
Escritores Soviéticos de 1936 le criticó por llevar varios años sin publicar, a lo que replicó
con sorna: «Siento un respeto tan infinito hacia el lector que enmudezco, callo. Se me conoce
como un gran maestro del arte del silencio». La excusa no le valió. Fue detenido en mayo de
1939 y fusilado el 27 de enero de 1940.7 En la URSS se había limitado lo que se ha llamado
exilio interior8 de los regímenes dictatoriales, es decir, las personas interesadas en la
literatura o en las ideas que no compartían las consignas del régimen no pudieron en
muchos casos simplemente permanecer calladas, sino que tuvieron que prestar un apoyo
activo a los principios stalinistas.9
8.2 LOS CENSORES CREADORES
El fraile Girolamo Malipiero publicó en 1536 un Petrarca spirituale en el que solo el 17%
de los sonetos y el 26% de las Canzoni habían conservado lo escrito por Petrarca. Entre otras
variaciones la mujer se convierte en la Madonna. 10 Esta acción creativa del censor es
abundante y manifiesta sobre todo en las adaptaciones de literatura infantil (§ 7.6.4). En una
colección italiana que leyó Umberto Eco siendo niño, el cruel inspector Javert de Los
miserables no se suicidaba al final de la obra, como sucede en el original de Victor Hugo,
sino que dimitía. Pippi Calzaslargas no monta un caballo en la traducción francesa, sino un
poni, muy posiblemente para prevenir caídas de sus jóvenes lectores. En la traducción al
inglés de El mundo de Sofía una cita a las cuatro de la madrugada en una iglesia se retrasa
hasta las ocho de la mañana, una hora más apropiada para que una niña vaya por la calle, y
todavía en Gran Bretaña un niño negro de la versión actual de Los viajes del Doctor Dolittle
ya no desea transformarse en uno blanco y con ojos azules. 11 En fin, siento descubrir a los
entusiastas de las películas de Disney que la sirenita de Andersen no se casa con el príncipe.
8.2.1 Consignas y otras imposiciones no manifiestas
Existen casos en los que el censor, por medio de consignas –este es el término que
utilizó el franquismo para la prensa–,12 obliga a la publicación de un texto o a su publicación
de un modo determinado. Las consignas franquistas las enviaba cada día el Ministerio
encargado a diarios y revistas.13 Una consigna de diciembre de 1944 ordena:
A todos los directores de periódicos y delegados de Educación Popular. Los periódicos publicarán
artículos, reportajes, informaciones, etc., a fin de dar a conocer la labor y las tareas de las Cortes
Españolas.
Con este objeto, y sólo como información, se adjuntan cuatro guiones sobre este tema, guiones que
deberán ser desarrollados, evitando la repetición de párrafos contenidos en ellos, a fin de que una visión
total de la Prensa española no acuse uniformidad en este tema (Archivo General de la Administración,
1140. Cito por Sinova, 1989a: 164).
De las noticias que se escribieron para cumplir esta consigna, el autor no era
únicamente el periodista que, obligado, elaboraba el artículo, sino también el funcionario
del Ministerio que proporcionaba las ideas y, en algunas ocasiones, redactaba el texto.
También es posible que el censor añada algo directamente a un texto ya escrito. 14 La
frase «durante mucho tiempo España ha venido improvisando» se cambia por la mano de
un censor a «hasta 1936 y durante mucho tiempo, España ha venido improvisando»; al
sintagma «los tambores victoriosos» se añade «conducidos por el invicto Caudillo», 15 o «la
revolución» cambia a «la revolución roja».16
El escritor y el censor se convierten en estos casos en autores del texto, pues son ellos
quienes seleccionan lo que se comunica y cómo se comunica; sin embargo, el lector percibe
como responsables únicamente al periodista que firma o al periódico como institución; es
decir, la redacción de la noticia ha tenido un autor –el censor– o dos autores –el censor y el
periodista–, pero quien se compromete con lo dicho en la noticia –el responsable– es
únicamente el periodista (§ 4.2.4).
Algo semejante podía suceder con los guiones cinematográficos. La censura franquista
añadió en 1950 a la última escena de El ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica una voz en off
en la que se hablaba de «un futuro lleno de esperanza» y obligó a la versión vista en España
de la película Lady Hamilton (1944), con la batalla de Trafalgar de fondo, a diversas
referencias a la bravura de los marinos patrios. 17 Más lejos fue con el largometraje de Carlos
Fernández Cuenca Otros tiempos (1958) –construido a partir de documentales–: la censura
añadió a los diez rollos originales un undécimo rollo completo.18
8.2.2 Intrusiones manifiestas del censor
En ocasiones el censor se entromete en la comunicación entre el emisor y el destinatario
de un modo manifiesto. Ocupa de este modo una palabra que no tenía por qué ser suya. El
cargo oficial de cronista mayor de Indias se crea en 1571 para que, a partir de las relaciones
e historias americanas existentes, se redactara una historia oficial. 19 Si entonces fue un
puesto ocupado por una única persona, en 1938 se funda una institución –la Agencia EFE–
con un cometido semejante: proporcionar una información autorizada. Al año siguiente de
la creación de la agencia se prohíbe a las agencias internacionales suministrar directamente
noticias a los periódicos españoles. Debían pasar antes por EFE. Esta situación perduró
hasta 1978. Asimismo, buena parte de los periódicos españoles de la época pertenecían a la
Red de Prensa del Movimiento Nacional (19401975), que alcanzó el 60% del total de la
prensa diaria en 1943.20 En cuanto a las emisoras de radio, la información tanto nacional
como internacional dependía de Radio Nacional de España. De 1939 a 1977 las radios
privadas hubieron de conectar con la radio oficial para la retransmisión de noticiarios (§
9.4.2). También desde 1943 hasta mayo de 1978 las sesiones de cine en España incluían
obligatoriamente, aparte de las películas, un documental previo –el Noticiario
Cinematográfico Español NODO–. La existencia de este documental oficial ocupaba el
tiempo de otros posibles noticiarios extranjeros. 21 En el caso de los libros, más sencilla era la
incorporación obligada de prólogos que mostraran la posición oficial del régimen en las
obras que introducían.22
8.2.3 La censura por adición
En las universidades chinas existen gabinetes formados por estudiantes voluntarios
que censuran los foros de internet de sus compañeros de un modo distinto a la eliminación
de mensajes. Una de sus tareas consiste en introducir de forma soterrada temas que
consideran inofensivos desde el punto de vista político y, de esta manera, los participantes
en el foro ocupan su tiempo sobre estos asuntos inocentes. 23
El hecho de intentar censurar una noticia creando otra que ocupe su espacio lo
denomina Umberto Eco censura por adición, para oponerla a la tradicional censura por
sustracción (Carrière y Eco, 2009: 178).24 Aunque, como acabamos de ver, se documenta en
regímenes autoritarios, constituye el principal tipo de censura en regímenes democráticos. 25
Durante las Guerras del Golfo, el Departamento de Defensa de EE. UU. utilizó comentarios y
reportajes de analistas supuestamente independientes para introducir como noticias
fidedignas las informaciones y las interpretaciones que les interesaban. 26 Ello no solo
convirtió la información en propaganda, sino que ocupó en los noticiarios el tiempo de
otras posibles informaciones contrarias.
En países autoritarios como China, libros de intriga, autoayuda o sobre cómo conseguir
que tus hijos estudien en Harvard son superventas y, en cuanto a internet, se es mucho más
estricto con los asuntos políticos que con la pornografía. De acuerdo con Morozov (2012a:
106107 y 164), los gobiernos de China, Rusia o Irán promueven que internet se convierta en
spinternet, un lugar con mucha propaganda y entretenimiento trivial, aunque con menor
censura. Se favorece, de esta manera, que la población se entretenga con asuntos sin ningún
peligro para el régimen.
Con los nuevos servicios y medios de comunicación electrónica, esta censura por
adición se puede automatizar con robots informáticos. Hashtags relacionados con la
indepencia del Tíbet se han inutilizado por medio de robots informáticos especializados en
crear spam (spambots).27
8.2.4 La recontextualización
En la década de 1980, el Gobierno Reagan clasificó como propaganda política dos
películas canadienses que mantenían que la lluvia ácida que llegaba a su país provenía de
las industrias de EE. UU.28 Esta catalogación perjudicó la difusión de los filmes. Algo
semejante sucedió en algunas universidades británicas con el estudio de la obra poética de
Philip Larkin (19221985), tras conocerse póstumamente (1992) comentarios racistas en su
epistolario, pasó de las asignaturas obligatorias a las optativas. Y en 2007, después de un
dictamen de la Commision for Racial Equality británica, el cómic Tintín en el Congo (1930)
de Hergé viajó de los estantes de literatura infantil a los de obras para adultos. 29
En el caso de las bibliotecas, la importancia de la catalogación de una obra es todavía
mayor, pues con frecuencia los usuarios no acceden directamente a las estanterías y, en un
primer momento, se guían por las indicaciones que reciben sobre el libro más que por el
propio libro. En el siglo XIX se generalizó la separación entre la sala de lectura –el lugar
reservado para los usuarios– y los fondos de la biblioteca –dominio de los bibliotecarios–. 30
Esta distancia física entre el libro y el lector convirtió al bibliotecario en el filtro de las
peticiones. Así, también en el mismo siglo, se crearon en las bibliotecas secciones para
recoger obras licenciosas o pornográficas. La de la Bibliothèque National de France se
denominó Enfer y la del British Library, The Private Case.31 Para acceder a estas secciones, ha
sido necesario tener un permiso especial. La investigadora Nancy Huston (2002: 1718)
relata cómo todavía en la década de 1970, para consultar un libro de L’Enfer de la
Bibliothèque Nationale de París, había que escribir una solicitud al conservador mostrando
la necesidad absoluta de consultar la obra. El conservador concedía un permiso por un
único día y, si se deseaba leer el libro un día más, debía renovarse la petición y el permiso.
En definitiva, si un bibliotecario coloca una obra en el «infierno» de su biblioteca, la
transforma en peligrosa para el lector y, al mismo tiempo, complica su lectura.
Ahora bien, también puede suceder lo contrario: que, con la recontextualización de una
obra, el censor ayude a divulgarla –queriéndolo o no–. El índice de los censores católicos
tuvo una consecuencia indeseada fuera de su control (§ 3.3). Clasificar una obra como
prohibida en el índice la publicitó en los países protestantes. En 1624 el bibliotecario de
Oxford Thomas James publicó un Index generalis librorum prohibitorum a pontificiis con un
prefacio que proponía considerarlo como un repertorio de libros recomendables. 32 Por el
mismo motivo, los impresores en territorios reformistas divulgaron a autores como Aretino,
Bruno, Maquiavelo o Rabelais, es decir, precisamente porque se encontraban en el índice
católico. Algo semejante sucedía con las líneas de un texto que se debían tachar de acuerdo
con un índice expurgatorio (§ 7.6.2). Encontrarlas significaba para los polemistas
protestantes acceder con facilidad a citas a las que se podía recurrir para defender ideas
reformistas, precisamente porque el propio catolicismo romano las había suprimido.33
1. Anthonissen (2008).
2. Bordería (2000) las denomina: censura negadora y censura afirmadora. Por cierto, también
recoge la consigna enviada una vez fallecido Ortega (Bordería, 2000: 167168).
3. Griffin (2009: 138).
4. Schegloff, Jefferson y Sacks (1977).
5. Davidson (1984), Pomerantz (1984).
6. Bao RuoWang y Chelminski (1975: 33). Recuérdese que en la China de Mao la prisión se debía
mostrar como un lugar en el que aprender a corregir los errores ideológicos.
7. Shentalinski (2006: 39113).
8. Acontece cuando la persona que teme el castigo no escapa del control de la censura –por
ejemplo, con el exilio (§ 4.2.1.1)–, y, en consecuencia, trata de no llevar a cabo ningún acto que el censor
pueda considerar como amenazante.
9. Berlin (2009: 240).
10. Infelise (2004: 41).
11. Carrière y Eco (2009: 48), Milton (2010: 4), Alvstad (2010: 23), Fernández López (2000: 250).
12. «Las consignas eran órdenes del poder político dictadas todos los días a los periódicos sobre los
aspectos más variados de su labor. O bien se referían a cuestiones de fondo (temas y argumentos de los
que no se podía informar o de los que había que informar obligatoriamente), o bien a aspectos de
presentación de las noticias (titulación, espacio dedicado, inserción de fotos), o bien a detalles de la
actividad misma de los periódicos (envío de redactores a cubrir una información, prohibición de realizar
determinado tipo de fotos)» (Sinova, 1989a: 161162). El término popular para las consignas del Ministerio
de Cultura Popular de la Italia fascista era carta velina (hoja de papel de seda) por el tipo de papel en el
que se enviaba (Eco, 2009, Raffaelli, disponible en línea: <www
old.accademiadellacrusca.it/faq/faq_risp.php%3Fid=5278&ctg_id=93.html>).
13. Se centralizaron a partir de 1941 en la Dirección General de Prensa (Pizarroso, 1989a: 240).
Como comentaba Miguel Delibes (1985: 6), con las consignas la censura consigue que los medios de
comunicación se conviertan en instrumentos de propaganda.
14. En un estudio sobre la censura, Albaladejo (2012) relaciona este hecho con la operación retórica
de la adiectio de Quitiliano.
15. Chuliá (2001: 130).
16. Andrés (2012: 134). Un ejemplo semejante en la Italia fascista. Por indicación de la censura, el
editor –Bompiani– de In Dubious Battle de Steinbeck tuvo que añadir al comienzo una nota que afirmaba:
«Romanzo, dunque, di lavoro e di scioperi, espressione del presente travaglio sociale ed economico nord
americano»; de este modo, se limitaba lo narrado a EE. UU. (Dunnett, 2002: 112).
17. Gubern (1981: 101), Gil (2009: 319320). Este recurso censorio también se daba en EE. UU.; así, se
añadieron con voz en off tanto un prólogo como un epílogo con orientaciones morales a Forever Amber
(1947) (Black, 1999: 112).
18. Luis García Berlanga, quejoso con los añadidos del censor padre Gra, a su película Los jueves,
milagro (1957), pretendió incluir su nombre como coguionista (Gubern, 1981: 161).
19. Reyes (2000, I: 183).
20. Paz (1989c), Sánchez Illán (2015a).
21. Se había creado en diciembre de 1942. Gubern (1981: 74), Bordería (2000: 89), Miguel González
(2000: 64), Martín de la Guardia (2008: 109).
22. Ruiz Bautista (2015: 56).
23. French (2006). En cualquier caso, si los jóvenes censores no consiguen encauzar las
conversaciones, comunican la situación al administrador de la web, quien elimina los comentarios
inoportunos o cierra el foro.
25. Ignacio Ramonet (2013: 17) considera que, «en democracia, la censura funciona por asfixia, por
atragantamiento, por atasco. Nos ofrecen y consumimos tanta información, que ya no nos damos cuenta
de que alguna (precisamente la que más me haría falta) no está. La ocultación y la disimulación, en esa
masa de información que se consume, son las formas de la censura de hoy. Y esa «censura invisible» es la
que practican los grandes grupos mediáticos y los gobiernos. En total impunidad. Estamos pues en una
situación en la que creemos que, por el hecho de tener más información, tenemos más libertad; cuando en
realidad, si analizamos bien, tenemos tan escasa información como en otros tiempos».
26. Castells (2009: 350), Serrano (2013: 469).
27. Morozov (2012b). Tanto EE.UU. como Rusia han contratado servicios de empresas informáticas
que, por medio de identidades falsas, llenen los microblogs de Twitter de comentarios inanes que oculten
aquellos verdaderamente pertinentes.
28. Sweeney (2003: 196).
29. Hughes (2010: 245249).
30. Petroski (2002: 238). Desde finales del siglo XVIII la Bibliothèque Royale de París tenía impresos
que se cumplimentaban para que el bibliotecario trajera la obra que se quería consultar (Burke, 2002: 231).
En 1837 comenzó en la sala de lectura del Museo Británico este tipo de petición (Burke, 2012: 292).
31. Darnton (2008: 143), Carrière y Eco (2009: 236237), Fuld (2013: 75).
32. Infelise (2004: 72).
33. Eisenstein (1994: 165). Recientemente, se ha denominado efecto Streisand a la mayor difusión de
aquello que se desea suprimir, precisamente por el hecho de pretender su ocultación (disponible en línea:
<http://en.wikipedia.org> s.v.).
Capítulo 9
¿EN QUÉ MOMENTO SE CENSURA?
Se habla para comunicar un mensaje a otra persona. Gracias a nuestro aparato fonador
movemos moléculas de aire y originamos ondas que llegan al oído de nuestro interlocutor.
De este modo, la representación mental de quien habla se torna pública (§ 3.6.1). En estos
casos el aire es el soporte, el canal y el almacén de memoria –ciertamente evanescente– del
mensaje. Con la escritura, el soporte será la sustancia material que mantiene físicamente el
mensaje y que también constituye su memoria física. La arcilla, la piedra, el papiro, el
pergamino o el papel son soportes que actúan como terminales en los que se lee y, al mismo
tiempo, memorias que conservan mensajes; en cambio, los aparatos receptores de radio y de
televisión, el auricular teléfonico o la pantalla del ordenador son terminales que no
conservan el mensaje.
Para explicar la escritura por medio de ordenador, se puede emplear una metáfora: al
papel como soporte le corresponde la pantalla en la que se lee lo escrito; a la pluma que
sirve para dibujar los trazos, el teclado del ordenador, y, de nuevo, al papel que almacena la
información, el disco de memoria. De la pantalla emerge luz y gracias al contraste de zonas
de mayor o menor luminancia, se reconocen los trazos de los grafemas, como sucede con la
tinta sobre el papel.
Por su parte, las modernas redes de telecomunicaciones nos obligan a diferenciar entre
el terminal –con un soporte determinado– y el canal. Mientras el destinatario del mensaje
accede al terminal –el papel, la pantalla–, no hace lo mismo con las ondas
electromagnéticas, los cables de cobre o de fibra óptica que constituyen los canales por los
que se transmiten actualmente muchos de los mensajes. Conviene, por lo pronto,
diferenciar terminal, soporte, memoria o canal, porque en todos estos elementos puede
actuar quien censure.
También es preciso distinguir entre tecnologías de la comunicación, sectores y servicios
de comunicación,1 y medios de comunicación. La escritura con papel y pluma, la imprenta,
el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión analógica o digital, o las redes de datos son
distintas tecnologías de la comunicación. Las tecnologías, a su vez, pueden proporcionar
diferentes productos y servicios: por la línea telefónica de cobre se pueden, por ejemplo,
transmitir voz y datos; gracias a un aparato de televisión corriente, se ve una programación
televisiva, se consulta el teletexto o se escucha la radio; estos son servicios de comunicación
(§ 7.2.4).
Tradicionalmente a cada producto o servicio le atañía una tecnología, un soporte y un
canal: los diarios de información –tipo de producto– se han impreso –tecnología –
únicamente en papel –soporte– desde el siglo XVII hasta recientemente. 2 Al telégrafo le
correspondía como canal el hilo de cobre, y a la radio la transmisión por ondas
radioeléctricas. Sin embargo, en la actualidad se está produciendo una convergencia de modos
gracias a la digitalización. El cable de fibra óptica, pongamos por caso, transmite distintos
productos o servicios, entre otros: correo, prensa, radio, televisión, repositorios musicales o
películas. A su vez, en la actualidad cada servicio de comunicación puede incluir otros: los
diarios en internet tienen enlaces de audio y vídeo (multimedia).3
9.2 LA CENSURA DE SOPORTES Y TERMINALES
De la censura del soporte que actúa como terminal y memoria se tiene noticia desde la
Antigüedad. Plinio recoge en su Historia natural una leyenda helenística según la cual el rey
Eumenes II (s. II a. C.) estaba reuniendo una magnífica biblioteca en Pérgamo. Para evitar
que esta hiciera sombra a la suya de Alejandría –ahí la ideología–, Ptolomeo V Filadelfio
prohibió la exportación de papiros. El papiro se elabora a partir de la planta del mismo
nombre que únicamente crece en el delta del Nilo, por lo que la traba a las exportaciones
debía frenar la aspiración de Eumenes.4 Otro ejemplo de prohibición de un soporte se puede
encontrar en la América hispana. En época de la conquista hubo religiosos que destruyeron
quipus incas porque los creyeron obra del diablo; 5 así pues, se censuró un soporte hecho con
algodón –y en ocasiones con cáñamo o lana– sin saber en realidad qué se comunicaba con
él.
Como en otras ocasiones, el asunto se complica: una vez que se tiene la opción de fijar
el mensaje en diferentes soportes, se puede censurar uno de ellos para algún tipo de
mensaje, pero no para otros. En los rollos del Mar Muerto se utiliza el pergamino, salvo
pocas excepciones, para los textos de la Biblia, mientras que en papiro se han encontrado
cartas, facturas y otros documentos. No se trata solo de la elección de materiales más o
menos durareros. Se ha de tener presente que los pergaminos eran preparados a partir de
pieles de animales ritualmente puros, de ahí que se emplearan para el texto sagrado,
mientras que el papiro lo fabricaban gentiles en Egipto y para muchos judíos era un soporte
impuro.6
También el papel ha sufrido este tipo de censura de soporte. En este caso ha sido
habitual la restricción a su acceso por motivos ideolológicos. Una de las primeras medidas
tomadas por Lenin después de la revolución de Octubre de 1917 fue, además de la
nacionalización de los principales periódicos –Pravda e Izvestia– y de las redes de telegrafía
y telefonía, la de la producción de papel prensa.7 A partir de ese momento, como el papel
era un bien limitado y distribuido por el estado, las enormes tiradas de los autores más
cercanos al Gobierno, generalmente situados en la dirección de la Unión de Escritores
Soviéticos, reducían o eliminaban la publicación de aquellos otros escritores de más valía,
pero con menos predicamento dentro del régimen.8 Algo semejante sucedió en la España de
Franco. La Administración era la que distribuía el papel para imprimir y un medio para
castigar económicamente a los periódicos poco afines consistía en reducir su cupo de papel.
Esta reducción disminuía necesariamente la difusión del medio impreso y sus beneficios.9
Otros terminales que no constituyen soportes también han sufrido censura. Durante la
II República cualquier aparato receptor de radio, válvula o altavoz de suelo debía llevar
adherido un «sello de radiodifusión» como muestra de haber pagado un impuesto. Este
sello se exigió durante la Guerra Civil, ahora por motivos políticos. Se buscaba eliminar los
aparatos clandestinos, ya que los dos bandos radiaban noticias que podían ser escuchadas
por el contrario y era preciso vedar su difusión. Por iguales motivos, durante la Segunda
Guerra Mundial en la URSS se decomisaban todos los aparatos de radio de particulares e,
incluso, las piezas para montarlos. Cada válvula no entregada se penaba con diez años de
internamiento.10
9.3 LA CENSURA DE LAS TECNOLOGÍAS DE LA COMUNICACIÓN
Las tecnologías de la comunicación permiten la emisión, transmisión o recepción de
mensajes visuales, sonoros, escritos o multimodales. Las grandes tecnologías de la
comunicación han sido: la escritura a mano en diversos soportes, los transportes terrestres,
marítimos o aéreos, la imprenta, el telégrafo –óptico y eléctrico–, el teléfono –fijo y móvil–,
la radiodifusión, la televisión, los satélites de comunicación y las redes de comunicación de
datos –de cobre o de fibra óptica–. Cada nueva tecnología varía la difusión de los mensajes,
tanto en el tiempo como en el número de copias o ejemplares.
Por otra parte, si atendemos al lema de McLuhan (2007 [1964]: 2942), «el medio es el
mensaje», las distintas tecnologías no solo transmiten los mensajes, sino que crean nuevos
tipos de mensajes. En la lectura de la Biblia, el salto de un versículo a otro –de uno del
Génesis a otro del libro de los Jueces, pongamos por caso–, lo permitió el códice de
pergamino y lo dificultaba el anterior rollo de papiro. La escueta redacción actual de los
periódicos tiene que ver con las noticias enviadas por el telégrafo, que se pagaban por
palabras.11 Y las radionovelas que triunfaron en la posguerra española hubieran sido
imposibles antes del nacimiento de la radio comercial en la década de 1920. En fin, antes del
teléfono móvil las conversaciones telefónicas no comenzaban con un «¿Puedes hablar?»,
como sucede en muchas ocasiones en la actualidad: si alguien descolgaba un teléfono fijo,
podía hablar, y si no, no levantaba el auricular. Tampoco se saludaba directamente a quien
llamaba, no había ninguna pantalla que te informara de quién era. De nuevo, y con alguna
cautela, «el medio es [al menos en parte] el mensaje»: existen nuevos géneros discursivos (§
7.5.4) y servicios de comunicación (§ 9.4) porque las nuevas tecnologías los han posibilitado
y, al tiempo, condicionado.
Sabedores los censores del poder de la imprenta, han intentado supervisar su existencia
y actuación. La censura más extrema ha sido la prohibición de la propia tecnología. El
sultán turco Selim I promulgó un decreto en 1515 que prohibía toda imprensión bajo pena
de muerte. Un renegado húngaro consiguió en el siglo XVIII un permiso, pero su labor duró
poco tiempo (1727). Fue en 1831 cuando se fundó una gaceta oficial otomana impresa y
todavía hubo que esperar algunos años para que apareciera el primer periódico no oficial,
eso sí, en inglés (1840).13 En suma, hasta el 1800 el mundo islámico manejó manuscritos y no
impresos.14
Otra posibilidad de censura de esta tecnología se encuentra en la limitación del número
de imprentas. En la Francia de Luis XIV, el ministro Colbert prohibió la recepción de
nuevos maestros impresores hasta nueva orden –en París (1667) y en provincias (1668)–; de
esta forma, consiguió reducir a la mitad el número de imprentas. Esta política logró la
constitución de empresas más potentes, pero también más fáciles de vigilar. 15 En la
Inglaterra contemporánea, la impresión se limitaba a Londres, Oxford y Cambridge, y
velaba por su control una asociación gremial, la Stationer’s Company (Compañía de
papeleros) que, a cambio de privilegios económicos, facilitó al gobierno la supervisión de la
imprenta.16 La pretensión de dominio de las imprentas por parte del poder continúa en la
actualidad: en Rusia el Estado es dueño de las imprentas del 40% de los periódicos y del
65% de los libros.17
Hizo falta esperar hasta 1837 para que surgiera una nueva gran tecnología de la
comunicación: el telégrafo eléctrico. Su nacimiento significó tener que distinguir entre
«transporte» y «comunicación». Por primera vez, con el telégrafo, se podía comunicar algo a
grandes distancias sin transportar el soporte en el que el mensaje estaba fijado. En Gran
Bretaña las primeras líneas telegráficas se tendieron en 1839 y en 1844 funcionó la primera
línea de telégrafo en EE. UU. –de Washington a Baltimore–. Pocos años después –1851–, se
lanzó un cable submarino entre Calais y Dover, lo que permitiría comunicar París con
Londres.18
En la Guerra Hispanonorteamericana de 1898 el Gobierno de Estados Unidos actuó
para despojar de esta tecnología a su adversario español; con este fin, presionó a las
compañías privadas para que impidiesen la comunicación telegráfica entre España y sus
colonias e, incluso, su marina cortó cables submarinos en Cuba y en Filipinas. 19 Pocos años
después –agosto de 1914– Gran Bretaña actuó de idéntico modo con el cable que
comunicaba Alemania con EE. UU. Desde ese momento todas las noticias de la guerra que
llegaban del frente alemán a América pasaban la censura británica.20 También el Gobierno
español utilizaba la suspensión de las comunicaciones telegráficas cuando había
descalabros en la guerra de Marruecos o durante épocas de huelga, como la de 1917.21
Otra nueva tecnología de la comunicación nacida en el XIX fue el teléfono. Apareció en
la década de 1870 en EE. UU. En 1892 estaban unidas por cable telefónico Chicago y Nueva
York, y en 1915, Nueva York y San Francisco. 22 En España, en 1923 tenían servicio telefónico
90.449 abonados. El despliegue del teléfono en los hogares españoles a partir de la década
de 1940 trajo una censura sobre quién llamaba a quién dentro de las propias familias. Los
miembros jóvenes de la familia tenían vedado descolgarlo cuando sonaba, solo los mayores
podían hacerlo. Por otra parte, el teléfono –donde lo había– se encontraba en el pasillo del
domicilio o en el despacho del padre, de modo que las conversaciones eran públicas: toda la
familia sabía de qué se hablaba y ello ocasionaba, en consecuencia, la autocensura. 23
Por su parte, el uso del télefono móvil comienza en 197724 y en 1982 lo hace en España.
Su número de abonados en 1994 era de 411.930 y en 1999 el número de líneas de telefonía
móvil ya superaba al número de líneas básicas de telefonía fija. 25 Este uso general de la
telefonía móvil ha obligado a la prohibición de su uso en distintos lugares: centros de
enseñanza, cuarteles o, incluso, encierros de toros.26
En contraste con la imprenta como tecnología de la comunicación, la radio acusa una
gran diferencia. Puede existir una libertad de imprenta (§ 9.5.2), pero es difícil una libertad
de radio. Dado que el espectro radioeléctrico tiene limitaciones físicas, para el buen
funcionamiento de las emisoras, es preciso asignar frecuencias, potencias y coordenadas. 30
Frente a esta situación, las soluciones han sido diversas. Se pueden diferenciar tres modelos
principales: de emisoras privadas –v. gr. EE.UU.–, nacionalizado –v. gr. Gran Bretaña o la
URSS– o un modelo mixto, como el español posterior a la Guerra Civil (§ 9.4.2).
El modelo británico de radio fue el de nacionalización del servicio y, en consecuencia,
su monopolio. La British Broadcasting Company nació como una organización privada de
fabricantes de aparatos de radio en 1922, pero pronto (1927) pasó a ser una corporación
pública, la British Broadcasting Corporation ( BBC). Dirigida por John C. W. Reight, se
propuso ser una institución independiente que se financiaba principalmente con una tasa a
los aparatos receptores, lo que le permitía no recurrir a la publicidad. 35 No obstante, lo más
habitual es que este modelo nacionalizado no consista en instituciones independientes del
poder, sino que se ejerza una tutela directa y, en consecuencia, como en la Alemania nazi o
en la URSS, la radio se convierta en un medio de propaganda.
Aprovechándose de esta difusión de la radio como medio de propaganda, durante la
Guerra Fría los gobiernos occidentales crearon una serie de emisoras para saltar las
fronteras de los países socialistas. Una cadena de emisoras de gran importancia en la época
fue Voice of America. Nació en 1942 y desde 1953 dependía de la US Information Agency.
Tenía 43 emisoras de gran potencia en EE.UU. y 59 en otros países aliados. Emitía en 46
lenguas.36 Otras emisoras que se seguían detrás del telón de acero eran la BBC World Service,
Radio Free Europe, Radio Liberty y Deutsche Welle. 37 Para su censura, la URSS había
desplegado al final de la Segunda Guerra Mundial un sistema de mil estaciones de radio
con el fin de levantar un muro de interferencias. Emitían con la misma frecuencia de las
emisoras occidentales con programas en ruso. En 1962 el número de estas estaciones de
radio era de 2000 a 3000.38
Sobre la televisión se ha de tener presente que, desde la década 1860 hasta la de 1930,
fueron necesarios distintos descubrimientos científicos y técnicos para conseguir la
transmisión de imágenes en movimiento. Fue en 1936 cuando la BBC estableció las emisiones
públicas de televisión.39 En la segunda mitad del siglo XX ya había desbancado a la radio
como el principal servicio de comunicación.40 En un inicio el servicio de televisión era
fácilmente censurable porque había pocas estaciones y todas precisaban de un sistema de
licencias –necesario, incluso, por los límites del espectro radioeléctrico–. Consecuentemente,
la televisión ha estado sujeta a censuras externas y de autorregulación. 41 En la actualidad, la
transmisión por cable y por satélite permite, de algún modo, escapar del sistema de
adjudicación.42
Como había sucedido con la radio, el desarrollo de la televisión en EE. UU. fue rápido: la
producción de receptores pasó de 178.000 en 1947 a quince millones en 1952 y el número de
viviendas con aparatos de televisión creció en EE. UU. de un 9% en 1950 a un 86% en 1959. 43
Por su parte, en la Europa contiental la expansión de la televisión fue más pausada.44 Las
emisiones regulares de TVE comenzaron en 1956, si bien hasta 1959 solo funcionó en
Madrid.45 Su expansión fue rápida, en 1960 había 250.000 receptores en España y una
década después 5.800.000.46 Hasta inicios de 1983, cuando comenzó a emitir Euskal Telebista
(ETB), la administración de los dos únicos canales públicos dependía del Gobierno estatal.
También es posible la censura en las redes de datos. Una red de datos consiste en un
conjunto de nodos interconectados que permite transmitir una señal gracias a las
tecnologías digitales basadas en la microelectrónica. En 1969 el Departamento de Defensa
de EE.UU. conectó en red una serie de ordenadores. 50 Se trataba de una red limitada a
algunas universidades de alta tecnología y a otras instituciones de investigación. En la
década de 1980 el investigador británico Tim M. BernersLee del Conseil Européen pour la
Recherche Nucléaire de Ginebra comenzó el desarrollo de lo que sería un protocolo de
transferencia de información que posibilitó el primer servidor web, lo que simplificó la
interconexión de redes. Se puso en funcionamiento en 1991 y se abrió al dominio público en
1993.51 A partir de ese momento, el aumento del número de usuarios de internet ha sido
exponencial: pasó de 40 millones en 1995 a 1.400 millones en 2008. 52 Ahora bien, pese a su
concepción descentralizada, también internet como tecnología se puede censurar. Las
autoridades chinas cerraron en 2009 durante diez meses todas las comunicaciones por
internet en la provincia de Xinjiang.53
9.4 LA CENSURA DE LOS SECTORES Y SERVICIOS DE COMUNICACIÓN
Una misma tecnología de la comunicación puede proporcionar diferentes productos y
servicios. La imprenta facilitó la creación de cartillas –que apoyan la enseñanza de los
maestros–, prensa –que proporciona información y entretenimiento–, folletos publicitarios –
que permiten el conocimiento de un producto y promueven su venta– o libelos –que
denigran a personas con poder–. Las redes de comunicación de datos, por su parte, han
posibilitado páginas web de empresas, blogs personales, repositorios de vídeos o correos
electrónicos.
Se constata que, por lo general, aunque varíen o desaparezcan las tecnologías, los
servicios, una vez creados, perviven en otras tecnologías o al menos se sustituyen
lentamente. Los periódicos no eliminaron los libros, ni los programas de televisión han
hecho desaparecer los de radio.54 Con el tiempo el servicio permanece pero cambia de
tecnología: el libro en rollo de papiro pasó al códice y ahora se lee en distintos terminales
digitales. La relación epistolar transitó de las postas a caballo al ferrocarril y, en fin, a la
comunicación electrónica.55 Por otra parte, las nuevas tecnologías facultan nuevos tipos de
servicios; así, la imprenta a vapor y después la eléctrica han posibilitado la prensa de
difusión general y la tecnología digital ha favorecido unos mensajes más centrados en un
tipo de audiencia determinado, por ejemplo, se ha pasado de existir únicamente
televisiones generalistas a la profusión de canales temáticos.56
9.4.1 Servicios de comunicación asincrónicos o diferidos
Los libros y la prensa no se leen simultáneamente a como se escriben. Se trata, pues, de
unos servicios de comunicación asincrónicos. Detengámonos en algunos aspectos
particulares de la relación de la historia de las publicaciones periódicas con la censura. Se
pueden encontrar antecedentes del periodismo antes de la propia imprenta. Políticos y
comerciantes siempre han necesitado conocer noticias para poder encaminar sus decisiones
y, ya en el siglo XV, se documenta un mercado de publicaciones manuscritas no periódicas.
A finales del siglo XVI, con el establecimiento de la imprenta, convivían dos tipos de
publicaciones periódicas: por una parte, impresos con relaciones de sucesos y destinados a
un público mayoritario58 y, por otra, gacetas o avisos manuscritos que compilaban noticias
breves y que se dirigían a un público selecto –príncipes, secretarios, embajadores, prelados
o grandes comerciantes–. La censura de la época atendía menos a estas últimas debido al
tipo de lectores al que se dirigía y a la dificultad en su control.
Para controlar el tipo de información que se transmitía en las gacetas impresas, en 1631,
y a instancias del cardenal Richelieu, el impresor de París Theophraste Renaudot consiguió
el privilegio real de publicar semanalmente en su Gazette de Paris las noticias de carácter
político –esencialmente de cortes extranjeras– y militar, también podía incluir documentos
oficiales –edictos, ordenanzas o reglamentos–. Nace, de este modo, el periodismo oficial. A
su imagen, aparecen la Gazeta Nueva o de Madrid en 1661, The London Gazette en 1665 y en
1715 la Gazeta de Lisboa.
Si bien en la segunda mitad del siglo XVIII surgen los diarios locales, sus informaciones
se limitaban obligatoriamente a asuntos sociales, culturales e informaciones de servicios
comerciales y personales; el Diario Noticioso (1758) de Francisco Mariano Nipho, por
ejemplo, se dividía en una primera parte con asuntos «curiosos y eruditos», y una segunda
parte con temas comerciales y económicos.61 En 1785 se aprobó la primera real orden
española que regula la prensa y las licencias para su impresión; 62 de acuerdo con ella las
publicaciones periódicas pasaban a la jurisdicción de los jueces de imprenta (§ 9.5.2). 63 No
obstante, solo con la libertad de imprenta propia de los regímenes liberales del siglo XIX,
pueden los diarios locales y no solo los oficiales referirse a noticias políticas y militares (§
9.5.2).64
A esta mayor libertad, se unen en el siglo XIX otras circunstancias materiales que
popularizan la prensa: la bajada del precio de los periódicos –papel de pulpa de madera y
en bobina, imprentas a vapor y la incorporación de una publicidad con rentabilidad
económica– y la mejora tanto de la llegada de noticias –telégrafo– como de la distribución
de ejemplares gracias al servicio postal y el ferrocarril. Esta nueva situación permite que se
vendan ejemplares sueltos y no únicamente por suscripción como hasta entonces. El
periódico se convierte, en consecuencia, en la lectura más popular.65 Esta popularidad
explica que, como ya vimos (§ 4.2.3), la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera
(19231931) limitara la censura previa a la prensa y a los libros de menos de doscientas
páginas. También en los primeros años de la Italia fascista la preocupación de la censura era
ante todo por la prensa,66 y lo mismo sucedió en el Estado Novo portugués: la censura
previa era exclusiva para la prensa.67
9.4.2 Servicios de comunicación sincrónicos o instantáneos
Con los servicios de comunicación sincrónicos se comunica algo sin dilación de tiempo.
La inmediatez de estas tecnologías favorece la difusión de las ideas y este hecho no escapa
al censor (§ 3.6.1).
En la Guerra Civil, frente a una cierta diversidad de emisoras en el bando republicano,
el bando nacional creó en 1937 Radio Nacional de España y en 1938 estableció el control
único de los medios por Falange.74 Después de la guerra, convivieron una radio oficial ( RNE)
y emisoras privadas. Como sucedió con los primeros periódicos (§ 9.4.2), las radios
comerciales estaban limitadas al entretemiento –se eliminaban, así, buena parte de los
discursos amenazantes– y debían conectar con los principales boletines informativos de la
radio oficial –el Diario hablado de Radio Nacional de España de las 14:30 h y de las 22 h–, es
decir, se les impuso un discurso hasta el 3 de octubre de 1977, cuando ya pudieron emitir
las noticias elaboradas por los propios medios (§ 8.2.2). En cuanto a los asuntos que sí
podían transmitir, las emisoras de la posguerra sufrían desde 1939 una censura previa (§
9.5.2), a saber, con 72 horas de antelación debían entregar por escrito a la censura todo
aquello que se emitiría. Esta censura duró también hasta 1977.75
Por otra parte, se puede impedir tanto el uso del servicio de comunicación como el
servicio mismo. Un ejemplo sería el bloqueo del acceso a Twitter en Turquía del 21 de
marzo al 3 de abril de 2014 a causa de las denuncias de corrupción que se difundían por
este servicio de mensajería instantánea.77
Para que este tipo de censuras surta efecto, el Gobierno chino sustituye los servicios de
comunicación de internet creados fuera de sus fronteras por otros chinos que puede
censurar con más facilidad. A los medios de microblogs como Twitter les corresponde
Weibo; a los buscadores occidentales, Baidu; al sistema de chat WhatsApp, WeChat; a las
redes sociales, RenRen y Kaixin; al visionado de vídeos, Youku y Tudou. 78 Esta política le
permite tomar decisiones como la de abril de 2014, momento en el que ordenó que los
principales proveedores de vídeos en streaming dejaran de ofrecer las series
norteamericanas: The Big Bang Theory, The Good Wife, NCIS y The Practice.79
9.5 LA CENSURA ANTERIOR A LA DIFUSIÓN DE UN MENSAJE
9.5.1 La censura editorial
Buena parte de los medios de comunicación (§ 7.4.2) –un periódico, una emisora de
radio, una compañía cinematográfica o un canal de televisión, en concreto– son empresas y,
como tales, sus directivos gozan de un poder de dirección. Los empleados de la empresa, por
tanto, han de obedecer sus órdenes de carácter organizativo; no obstante, y
simultáneamente, los medios tienen una línea editorial –parte de su identidad (§ 2.2)– por la
que el poder editorial de sus directivos limita la libertad de expresión de sus empleados, ya
que, en diversa medida, aquello que comuniquen se ha de acomodar a los límites de esa
línea editorial.80 Así, en 1937 el periódico inglés New Statesman, de orientación comunista, no
publicó un artículo de Orwell sobre la ilegalización del partido trotskista POUM; también se
negó a incluir una elogiosa reseña al libro El reñidero español. En ambos casos los textos iban
contra su «política editorial».81 No hay censura en estas ocasiones: un periódico no está
obligado a publicar todo aquello que se le envía y, menos, aquello que va contra su línea
editorial.
Con todo, la situación no es tan sencilla. En otros casos sí existe, por distintos motivos,
una censura editorial.82 Desde la segunda mitad del siglo XIX la propiedad de los medios de
comunicación, en un primer momento los periódicos, después las estaciones de radio o los
canales de televisión, ha pasado de ser de unos pocos propietarios –eran negocios pequeños
y a menudo familiares–a formar parte de organizaciones empresariales mayores. Ello ha
conducido a que sean intereses empresariales los que determinen que no se difundan textos
que se supone que atraen a los destinatarios y que debería transmitir una corporación
dedicada a la comunicación y con una línea editorial determinada. Repasemos cuatro
motivos.
En segundo lugar, los medios actuales acostumbran a formar parte de conglomerados
empresariales. Una emisora de radio en concreto se puede autofinanciar gracias a la
publicidad, pero su grupo empresarial puede precisar de nuevas concesiones de frecuencias
para otras emisoras o la autorización de canales de televisión, y todo ello depende en buena
medida del favor gubernamental. A mediados de la década de 1990, el empresario Rupert
Murdoch, dueño del conglomerado empresarial News Corporation, pese a ser conocido por
su ideología conservadora, apoyó con sus medios al líder laborista Tony Blair para ganarse
una buena disposición cuando fuera primer ministro y, asimismo, eliminó el canal BBC
World News de su satélite Asian Star TV para congraciarse con el Gobierno chino. 90 Este
comportamiento de las empresas de comunicación explica la censura editorial de las
noticias contrarias a los gobiernos y la difusión de aquellas otras que la misma
Administración suministra a los medios.91
También las empresas pueden rendirse al temor del boicot de sus productos de algún
grupo de presión. La Legion of Decency católica consigió que la industria cinematográfica
estadounidense adoptara, de un modo coactivo desde 1934, el Motion Picture Production
Code –popularmente llamado: Hays Code–92 pese a las protestas de guionistas, productores o
directores de los estudios. Si no se cumplían sus sugerencias, la clasificación moral de las
películas en las publicaciones católicas, las admoniciones desde los púlpitos e, incluso, los
piquetes a las puertas de las salas podían hacer fracasar el film (Black, 1999, 2012).
Por último, distintos poderes, especialmente el poder político, pueden conseguir que
una empresa privada de comunicación pase de unas manos a otras. 93 En Rusia la empresa
energética Gazprom, controlada por el estado, es propietaria de RuTube –la versión rusa de
YouTube–,94 de NTV (la tercera cadena con más audiencia), de la red de entretenimiento TNT,
del periódico Izvestia, de la revista Itogy, de las emisoras de radio Echo Movsky, City FM o
Popsa. Otro conglomerado de medios de comunicación creado por el Gobierno ruso
(VGTRW) agrupa a canales de televisión como Rossiya TV, Kultura, Sport, 88 canales de
televisión regionales y la agencia de noticias RIA Novosti. El estado también tiene la mayoría
del Canal 1 de televisión, con una audiencia del 21,7% en 2007.95
9.5.2 La censura previa. La libertad de imprenta
Ya tenemos un mensaje que ha pasado de una representación privada –mental– a una
representación pública –en un soporte accesible a los sentidos de los destinatarios–; si
estaba en una lengua distinta a la del destinatario, se ha traducido (§ 7.6.4), y, al cabo, se ha
encontrado una empresa que desea difundirlo, porque no se opone a su línea editorial (§
9.4). Falta todavía un paso, que ha sido obligatorio durante siglos, para que se logre la
difusión del mensaje: la censura previa.
En la historia del libro, la censura previa se desarrolla casi simultáneamente a la
imprenta.96 En 1487 –el primer libro impreso, la Biblia de Gutenberg, es de 1455– el papa
Inocencio VIII en su bula Inter multiplices encargó al maestro del Sacro Palacio en Roma y a
los obispos en sus diócesis la vigilancia de que la imprenta no extendiera la herejía. En 1501
el papa Alejandro VI expidió una bula con el mismo nombre y casi con el mismo contenido
–dirigida a distintos arzobispos alemanes (Colonia, Maguncia, Tréveris y Magdeburgo)–, en
la que se fijaban los principios de la censura previa. León X la amplió a toda la cristiandad
en 1515 –en la décima sesión del Concilio de Letrán– con su bula Inter sollicitudes. En ella se
prohibía bajo pena de excomunión la impresión de libros y otros documentos sin la
autorización eclesiástica –lo que se denominará imprimatur–. Por su parte, en España, el 8 de
julio de 1502 los Reyes Católicos dictaron una pragmática por la que no se permitía en
Castilla imprimir libros sin licencia.97 En ese momento, comenzó en España la censura
previa oficial.
En Castilla, desde 1554 la concesión de licencias de impresión incumbió en exclusiva a
su Consejo Real98 y las licencias sobre libros de asuntos americanos al Consejo de Indias
desde 1556.99 La impresión o introducción de libros carentes de su correspondiente licencia
acarreaba sanciones que podían llegar hasta la pena de muerte. 100 La pragmática sobre libros
de 1558 establecía un procedimiento para que una persona solicitara la licencia de una obra
al Consejo Real. El solicitante podía ser el autor, el traductor, procuradores de la orden
religiosa a la que pertenecía el autor, pero también un impresor, un mercader de libros o,
incluso, una persona sin relación profesional con la edición. Quien requería la licencia
entregaba un memorial en una escribanía de cámara del Consejo. El escribano lo pasaba al
Consejo, donde el consejero que actuaba como encomendero –quien recibía la encomienda
de la aprobación– habitualmente remitía el texto a un censor especialista en la materia.
Antes, para que se ajustara lo posteriormente impreso a lo aprobado, un escribano signaba
cada hoja del original. Si el censor lo aprobaba, 101 el encomendero proponía al Consejo la
concesión de la licencia y, en su caso, del privilegio.102 Una vez salido de las prensas el libro,
otra vez en el Consejo, se cotejaba el ejemplar impreso con el original para comprobar que
no había habido añadidos, y se le asignaba una tasa. Esta tasa tenía relación con el número
de pliegos y, en ocasiones, con el tipo de papel y con la inclusión de grabados. Aprobada la
tasa, el libro podía ya venderse. Terminaba en este punto el proceso de la censura previa. 103
Posteriormente, la encomienda de la aprobación de libros se especializó. En 1627 se
ordenó al Consejo el nombramiento de uno de sus miembros como «comisario» encargado
de las licencias de impresión.104 Se llamó posteriormente «superintendente general de
imprentas» al menos hasta 1769, si bien coexistió la designación con la de «juez privativo de
imprentas» desde 1738.105 Una Real Orden de 1785 estableció a un juez de imprentas como el
responsable de la censura de la prensa. En 1805 se hizo depender este «juez privativo de
imprentas y librerías» de la Secretaría del Despacho de Gracia y Justicia, para volver,
después del motín de Aranjuez (1808), al Consejo. Por fin, el juzgado de imprentas quedó
definitivamente abolido en 1834.106
Frente a la censura previa, se encuentra la libertad de imprenta, esto es, la supresión de la
censura anterior a la publicación. Generalmente, se considera Areopagítica (1644) de John
Milton como la primera verdadera reflexión sobre la libertad de imprenta.107 En Francia el
texto de Milton lo retoma Mirabeau en su panfleto de 1788 Sobre la libertad de prensa,108 que, a
su vez, influye en el artículo 11 de la posterior Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano (1789):109
La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciosos del
hombre; todo ciudadano puede, en consecuencia, hablar, escribir e imprimir libremente con la salvedad
de tener que responder por el abuso de esta libertad en los casos determinados por ley.
En España la censura previa desaparece en la época liberal de las Cortes de Cádiz –
noviembre de 1810–110 y reaparece en 1814.111
Repasemos las fechas de las normas españolas posteriores. En el Trienio Liberal (1820)
se estableció la libertad de imprenta y, en consecuencia, se eliminó la censura previa. En
1823 volvió la censura hasta el fallecimiento de Fernando VII. Como consecuencia del motín
de La Granja (1836), hubo una nueva Ley de Imprenta en 1837, ya sin censura previa. A
partir de ese momento, en el siglo XIX se promulgaron distintas leyes y decretos de imprenta
que, con vaivenes, si bien no introducían la censura previa, sí limitaban la libertad de
expresión (1845, 1857 –Ley Nocedal–, 1864 –Ley Cánovas–, 1867 –Ley González Bravo–,
1868 –la Gloriosa–, la Constitución de 1876, 1883). 112 Ya en el siglo XX, una de las primeras
medidas de la Dictadura de Primo de Rivera fue suspender la Ley de Policía de Imprenta
de 1883 y establecer la censura previa (septiembre de 1923). 113 La posterior constitución de la
II República la prohibió (artículo 14),114 pero el régimen franquista restableció la censura
previa en los impresos por la Ley de 1938, vigente hasta 1966. 115
Dentro de la censura previa, existen al menos dos posibilidades desde la perspectiva
del receptor: la censura previa manifiesta y la censura previa no manifiesta. La censura
manifiesta acontece cuando el texto que llega al lector refleja la labor del censor. Es el caso
de los blancos, los puntos suspensivos en los textos censurados o las ventanas de aviso de la
censura de internet china de que el sitio web al que uno se conecta ha sido borrado o está
siendo investigado.116 Con la censura previa no manifiesta, el lector no advierte la labor del
censor, pues el texto queda limpio de cualquier resto censorio. Por lo general, la censura
prefiere este segundo método; así, si existen segundas ediciones de los textos censurados de
un modo manifiesto, lo habitual –como ya hemos visto (§ 7.1)– es que se compongan de
nuevo y desaparezcan los blancos.117
9.6 LA CENSURA DE LA CIRCULACIÓN DE TEXTOS
9.6.1 La censura de los impresores, libreros o distribuidores
Las librerías en la Roma de comienzos del Imperio se concentraban en los foros, cerca
de las bibliotecas públicas. En ellas se podía pasar un rato –incluso en un triclinio– leyendo
un libro antes de decidirse a comprarlo. 118 Estos libreros vendían rollos de papiro que
podían haber sido comprados previamente a particulares o que habían sido
manufacturados por ellos mismos, pues no había empresas independientes de las mismas
librerías de las que el librero fuera un simple distribuidor. 119 Al librero romano le
correspondían, pues, las tareas de editor, impresor, distribuidor y librero –también de
lance– actuales. Así las cosas, no solo los autores latinos, también sus libreros sufrieron el
castigo por la difusión de textos. El emperador Domiciano, además de ordenar asesinar a
algunos autores que le disgustaban, mandó crucificar a los libreros que habían vendido sus
obras.120 La censura y sus castigos llegan, pues, a la distribución de los mensajes.
Una vez desarrollada la imprenta, los impresores, los libreros y los vendedores
ambulantes también han sido responsables de las opiniones amenazantes –por lo general
heréticas– que distribuían, por lo que muchos han sufrido el castigo por el atrevimiento de
difundir obras prohibidas. Recordemos algunos casos. Antoine Augereau fue estragulado y
quemado en París en 1534, entre otros motivos, por haber impreso y vendido libros de
Lutero; por una causa semejante padeció la misma pena el impresor Étienne Dolet en
1546.121 En la década de 1560 fueron acusados de herejía por la Inquisición española algunos
impresores –muchos de ellos de origen extranjero–.122 Toda la producción del impresor
veneciano Roberto Meietti pasó al índice de libros prohibidos en 1606. En Inglaterra John
Twyn fue ahorcado y descuartizado en 1663 por haber impreso un libro que defendía el
derecho a la revolución.123 En 1757 entró en prisión Gabriel Ramírez por imprimir «ciertos
papeles políticos» sobre el rey de Prusia y los de Hungría y Polonia. 124 Se condenó a los
mercaderes Jean Lécuyer y JeanBaptiste Josserand en 1768 a galeras por vender libelos, y a
la esposa de Lécuyer –Marie Suisse–, a cinco años en el penal de Salpêtrière. 125 Difundir en
1806 una obra contra la ocupación napoleónica de Alemania le costó la vida al editor e
impresor de Núremberg Johann Philipp Palm.126 En 1936 los sublevados fusilaron al editor
gallego Ángel Casal y al librero cordobés Rogelio Luque.127 También fueron ejecutados los
impresores Hendrik Werkman y Frans Duwaer durante la ocupación alemana de Holanda
en la Segunda Guerra Mundial. 128 En la posguerra –1956–, Walter Janka, editor en la RDA,
pasó cinco años de confinamiento por publicar al crítico literario húngaro Georg Lukács.129
En fin, y entre otros muchos ejemplos, la dictadura militar argentina hizo «desaparecer»,
además de a autores, también a editores y libreros.130
Una vez impreso un texto, se tiene que difundir y lo habitual es que los editores o
impresores no sean a su vez distribuidores, esto es, aquellos que llevan los materiales
impresos de la editorial o del periódico al punto de venta. Esta distribución se puede hacer
de un modo ilegal –contrabando– o legal. Tanto en uno como en otro caso puede haber
censura; así, el arriero Julián Hernández y Juan Ponce de León, hijo del conde de Bailén,
fueron detenidos en 1557 por distribuir libros prohibidos en España desde Ginebra.131 Este
contrabando de libros prohibidos se puede convertir en una profesión. En la década de
1770, para que un libro llegara desde la ciudad suiza de Neuchâtel a la francesa de
Montpellier, los contrabandistas habitualmente utilizaban dos rutas. Una pasaba por
Neuchâtel, Ginebra, Turín, Niza –por aquel entonces todavía una ciudad italiana– y, de ahí,
entraba en Francia por Marsella. Se evitaba de este modo un recorrido mayor por territorio
francés, pero se trataba de un camino lento –un libro salido de Neuchâtel en diciembre
podía llegar a Montpellier en abril–. La segunda posibilidad estaba en pasar los Alpes hasta
Lyon y después bajar el Ródano. Este trayecto era más corto, pero también más peligroso.
En cuanto los cajones con libros entraban en Francia, eran inspeccionados por el gremio de
libreros y el inspector real del libro de Lyon; después se volvían a inspeccionar en
Montpellier.132
Pero no solo se censura el contrabando de publicaciones, también los propios servicios
legales de distribución pueden censurar mensajes. El tendero Anthony Comstock (1844
1915), que había creado en 1873 la New York Society for the Suppression of Vice, consiguió
que el Congreso estadounidense aprobara una ley, conocida como la Comstock Act, que
otorgó al U.S. Postal Service el derecho a no transportar cualquier texto que se considerara
inmoral. A Comstock se le llegó a contratar como agente especial de Correos. En 1913 se
ufanaba de haber destruido ciento sesenta toneladas de textos obscenos y de haber llevado
a la cárcel a cuatro mil personas.133 Durante la Primera Guerra Mundial y la posterior década
de 1920, este mismo servicio de correos ejerció una férrea censura en la difusión de la
prensa anarquista, comunista, socialista, judía o escrita en alemán.
Esta censura de los servicios postales –«inspección postal» se llamó en la dictadura
franquista– no tiene por qué limitarse a los impresos. En el informe de actividad de 1924 de
la GPU soviética consta que había leído 507.8174 cartas y envíos postales, 134 y todavía en la
década de 1990 Vitali Shentalinski (2006: 508) se quejaba de que en Rusia las cartas, sobre
todo las que se dirigen o se reciben de fuera del país, llegaban en ocasiones abiertas con un
poco creíble sello exculpatorio que decía Extraída ya deteriorada del buzón. Incluso en
ocasiones uno se podía llevar la sorpresa de hallar en un sobre con su dirección una carta
que no le correspondía. También los censores se despistan.
Además de la posesión del libro, han existido otros medios de circulación de prensa y
libros como los gabinetes de lectura, las bibliotecas y los préstamos entre particulares. 135 En
la Francia del siglo XVIII se generalizaron los gabinetes de lectura . Se trataba de lugares
vinculados a librerías en las que el librero por el abono de una cuota permitía leer a sus
socios las novedades que acababan de aparecer y también libros prohibidos que habían sido
publicados en los reinos limítrofes y, en consecuencia, fuera de la jurisdicción censoria del
reino de Francia.136 Esta institución también se conoció en España. En 1845, de las cincuenta
y seis librerías de Madrid, seis tenían gabinetes de lectura. 137 Ya a finales del XIX y comienzos
del XX las bibliotecas públicas ocuparon con ventaja el lugar que ocupaban los gabinetes de
lectura. Este hecho condujo a que en 1931 la II República creara una Junta de Intercambio y
Adquisiciones de Libros para las Bibliotecas Públicas; pues bien, en la posguerra se
institucionalizó una plaza de censor para seleccionar las compras que hiciera este
organismo.138
9.6.2 La incautación de copias y ejemplares
Cuando los ejemplares impresos de una obra ya se han distribuido, se puede impedir
su circulación provisional o permanentemente mediante incautación o destrucción. Se habla
de depuración o expurgo de fondos cuando se efectúa entre los libros de una biblioteca, y de
secuestro si se lleva a cabo en los distribuidores –almacenes de la editorial o el periódico,
quioscos y librerías–.
En relación con el primer tipo de incautación, en el bando nacional, una Orden de
septiembre de 1936 dispuso la confiscación de los libros que no siguieran la religión y la
moral cristiana de las bibliotecas escolares, y otra del mismo mes pero del año siguiente
obligaba a destruir en las universidades «las obras pornográficas de carácter vulgar» y «las
publicaciones destinadas a propaganda revolucionaria», así como a impedir el acceso del
público a los «libros y folletos con mérito literario o científico que por su contenido
ideológico puedan resultar nocivos para lectores ingenuos o no suficientemente
preparados».139 Se creaba, así, un «infierno» en cada biblioteca (§ 8.4.2).
En cuanto al secuestro, la Ley de Prensa e Imprenta ( BOE, 19031966),140 que se aprobó
con Manuel Fraga como ministro de Información y Turismo, varió la interacción con la
censura al eliminar la censura previa. 141 De este modo, si el Ministerio de Información y
Turismo consideraba que una publicación había incurrido en algún delito, se la secuestraba
y se denunciaba ante el Tribunal de Orden Público. 142 El secuestro se producía generalmente
en la propia editorial antes de su distribución 143 y, si el libro ya se encontraba en las librerías,
la policía acudía a ellas a retirarlo. 144 Posteriormente, los autores y los editores eran llevados
ante los tribunales, que, de hecho, constituían un órgano diferente a la censura del
Ministerio.
Ante los secretos de la gramática, la habilidad de la alusión, la sutileza de los recursos literarios, las
ambivalencias de alguna figura retórica, las segundas intenciones que para el público son perfectamente
inteligibles como primeras, los trucos de la confección y titulación [...]. Ante el silencio que puede ser tan
significativo; ante el mismo elogio, desmesurado ex profeso, la técnica judicial de los tribunales ordinarios
puede resultar ineficaz e inadecuada en la mayoría de los casos.
Esta diferencia entre un tipo y otro de censura fue la que permitió desde 1966, pese a lo
duro e impreciso de la redacción de la ley –sobre todo en su artículo segundo–, 145 el
desarrollo en España de una prensa privada crítica.146
9.6.3 La destrucción de textos
Una vez difundida una obra, el fuego ha sido el sistema más sencillo de eliminar los
textos que puedan amenazar la ideología del censor. Ya en el siglo V a. C. se quemaron en
Atenas los libros de Protágoras de Abdera. En época de Augusto ardieron las obras del
historiador Tito Labieno, quien, muy afectado, se suicidó. El Concilio de Nicea (325) y,
posteriormente, el emperador Constantino (332) condenaron la memoria de Arrio y
ordenaron incinerar los libros de su secta. 147 Se trata de la primera gran quema de la Iglesia
de textos heréticos.
El antecedente que autorizó este tipo de actuación se encuentra en Los hechos de los
Apóstoles (cap. 19, v. 19). En este pasaje se narra que en Éfeso muchos magos arrojaron a las
llamas sus libros de magia para mostrar que abrazaban la nueva fe que predicaba san
Pablo. Para Lutero este precedente también legitimaba las cremaciones de libros y todavía
en 1940 Pío XII se refería a él para justicar las prohibiciones de libros. 148 En cuanto a la
Inquisición española, a partir de 1522, si hallaba un libro prohibido, generalmente lo
quemaba,149 si bien podía salvar un ejemplar y conservarlo en un archivo secreto del tribunal
inquisitorial (§ 4.2.2).150 No obstante, ha habido otros métodos distintos al fuego para
eliminar textos inconvenientes. La GlavLit soviética reciclaba los libros prohibidos como
pasta de papel y, del mismo modo, la mayor parte de los libros incautados por el bando
nacional en la Guerra Civil sirvieron para editar las nuevas publicaciones de régimen.151
Por su parte, la revista norteamericana Time empleó el término «bibliocausto» para
referirse a las piras de libros de la Alemania nazi en 1933. 153 Ardieron libros de Freud,
Steinbeck, Marx, Zola, Hemingway, Einstein, Proust, Wells, Heinrich Mann, London, Dos
Passos, Brecht, Remarque, entre otros autores;154 esto es, todos aquellos que pudiera
considerarse que compartían un undeutschen Geist (espíritu antialemán) contrario a las Doce
Tesis proclamadas en abril de ese mismo año por el Ministerio de Propaganda.155 Las
quemas no fueron organizadas directamente por un ministerio, sino por una agrupación de
estudiantes (Deutsche Studentenschaft) con el fin de eclipsar otra organización
(Nationalsozialistische Deustche Studentenbund) a los ojos del poder, y tuvieron lugar en
treinta universidades desde el 10 de mayo hasta el 21 de junio. En las universidades de
Hamburgo y Heidelberg hubo más de una quema; en otras como Tubinga o Friburgo, no
hubo ninguna.156 Estos bibliocaustos no solo acarrearon la desaparición de muchos
ejemplares impresos, sino también el temor a vender las obras de aquellos autores cuyas
obras habían ardido o a tenerlas en la biblioteca personal. 157 Se ha calculado que, después de
esas fechas, se retiraron de las estanterías de las bibliotecas de Berlín 70.000 toneladas de
libros.158
Un paso más allá del bibliocasmo se situaría la «biblioclasia». Se puede entender por
ella la destrucción de todo libro o impreso por motivos ideológicos. En Camboya, el
régimen de los jemeres rojos puso a la entrada de la Biblioteca Nacional el letrero: «No hay
libros. El Gobierno del Pueblo ha triunfado». Entre 1975 y 1979 este régimen biblioclasta
destruyó unos dos millones de libros. 159 Se redujo la educación. Los niños se limitaban a
adquirir algunas nociones de lectura y escritura de los cinco a los nueve años. Una única
hora lectiva al día era suficiente. La cultura de los libros se consideba innecesaria. Lo
verdaderamente interesante eran los conocimientos prácticos como distinguir una vaca
nerviosa de otra tranquila o las variedades de arroz. 160
9.6.4 La incautación de bibliotecas
Aby Warburg, descendiente de una familia de banqueros judíos de Hamburgo,
consiguió reunir a finales del siglo XIX y principios del XX una magnífica biblioteca. En 1933,
pocos meses después del ascenso del nacionalsocialismo al poder, la familia Warburg envió
a Gran Bretaña en dos pequeños barcos una selección de su biblioteca –de 60.000 a 80.000
libros en 531 cajas–.
Cuando los bombardeos aliados alcanzaron Fráncfort, los depósitos fueron enviados a
lugares más seguros, lo que, después de todo, permitió que en la posguerra parte de esas
bibliotecas incautadas volvieran a su lugar de procedencia. 166 La OMGUS (Office of Military
Government, United States) encontró tres millones de libros robados. A fines de 1946
habían localizado al 75% de sus propietarios; así, por ejemplo, en marzo de 1947 volvieron
al Collegio Rabbinico de Roma 159 cajas de libros incautados en 1943. 167
2. El primer periódico exclusivamente digital fue el Chicago Tribune en 1992 (Viñao, 2002: 351) y el
comienzo de estaciones de radio y televisión en internet se puede fechar en 1995 casi simultáneamente en
todos los países desarrollados (Franquet, 2002: 178).
3. Gorman y McLean (2003: 185208), Castells (2009: 92), McQuail (2010 [1994]: 5758).
4. No obstante, esta prohibición tuvo una consecuencia perjudicial para la economía egipcia, pues
en Pérgamo se desarrolló un soporte –el pergamino– a partir de pieles de animales (Petroski, 2002: 55;
Polastron, 2007: 21; Báez, 2013: 121). Este soporte, mucho más resistente, sustituiría con el tiempo al
papiro (§ 7.6.3).
5. Báez (2009: 78; 2013: 532).
6. Vanderkam y Flint (2010: 166).
7. Castells (2009: 359).
8. Yampolski y Konstantínovski (2013: 92).
9. Sinova (1989b: 265).
10. Cervera Gil (1995: 252), Solzhenitsyn (2011: I, 108).
11. McLuhan (2007 [1964]: 216).
12. Eisenstein (1994: 143176). Se han documentado 3.700 ediciones de escritos de Lutero desde el
inicio la Reforma (1517) y su fallecimiento (1546) (Martínez de Bujanda, 1996: 42). Un solo editor de
Wittenberg, Hans Lufft, vendió cien mil ejemplares de su Biblia entre 1534 y 1574 (Briggs y Burke, 2002:
94).
13. Briggs y Burke (2002: 2829).
14. Burke (2002: 48).
15. Martin (1999: 262).
16. Briggs y Burke (2002: 65), Burke (2002: 185), Raymond (2012: 186187). La derogación de la Ley
de Tolerancia en 1695 terminó con el control de la imprenta de la Stationer’s Company (Burke, 2002: 186).
Esta compañía había nacido en Londres en 1557 y se llamaba de este modo porque estos papeleros ya no
eran vendedores ambulantes de papel, sino que se habían establecido en un local que les servía de taller y
comercio.
17. Castells (2009: 359).
18. Gleick (2011: 149 y 151). En España el telégrafo se empezó a utilizar para uso oficial en 1852 y
para uso público en 1855 (Seoane, 1983: 175).
19. Bahamonde, Martínez y Otero (2002: 28).
20. Gorman y McLean (2003: 19).
21. Seoane y Sáiz (1998: 6566).
22. Briggs y Burke (2002: 170). A comienzos del siglo XX, la industria del teléfono adelantaba ya a la
del telégrafo y el uso del teléfono se doblaba en EE.UU. cada pocos años (Gleick, 2011: 191). Para superar la
barrera del Atlántico con un cable telefónico (1954), hubo que esperar a la invención de los transistores
por ingenieros de los laboratorios Bell (1947).
23. Martín Gaite (1994: 193).
24. Briggs y Burke (2002: 384).
25. Bahamonde, Martínez y Otero (2002: 341 y 268). La velocidad en la difusión de esta tecnología
ha sido fulgurante. En el año 2000 se vendieron en Gran Bretaña tres millones y medio de teléfonos
móviles –uno cada dos segundos– (Briggs y Burke, 2002: 341).
26. Disponible en línea: <www.lavanguardia.com>, consulta: 11072014.
27. Ortega (1995: 439441), Bahamonde, Martínez y Otero (2002: 5758).
28. Pool (1992 [1981]: 84), Ortega (1995: 443).
29. Pool (1992 [1981]: 96), Briggs y Burke (2002: 183), Gorman y McLean (2003: 50).
30. Sanabria Martín (2003: 509516). El espectro radioeléctrico es la parte del espectro
electromagnético comprendida entre los 3 kHz y los 3000 kHz. Se utiliza para la radiodifusión sonora,
radionavegación aeronáutica, televisión analógica o digital, telefonía móvil o comunicación por satélite.
Se trata de un bien de dominio público gestionado por los estados.
31. Pese a que la Ley Federal de Comunicaciones prohibía expresamente la censura de las emisoras
(Paxton, 2008: 89).
32. Gorman y McLean (2003: 5051), Paxton (2008: 34 y 89).
33. Sweeney (2003: 197). Las emisoras eran de carácter local y se compromentían a una
programación que incluyera noticias, religión, asuntos públicos, música popular y seriales (Pool, 1992
[1981]: 100). La legislación cambió principalmente con la Telecommunications Act de 1996. Esta nueva ley
permitió la compra de cientos de emisoras locales por algunas compañías nacionales (Gorman y McLean,
2003: 166).
34. Díaz (1997: 477).
35. Pool (1992 [1981]: 107), Gorman y McLean (2003: 53).
36. (Griset, 1995: 428; Gorman y McLean, 2003: 119). A propósito de la influencia de esta emisora
norteamericana, el escritor ruso Vitali Shentalinski (2006: 128) considera que su generación –nació en
1939– se formó en la universidad y con veinticinco años siguiendo sus emisiones.
37. Gorman y McLean (2003: 120). No hay que olvidar que, por su gran extensión, en la URSS casi
todos los aparatos receptores tenían también onda cora, lo que les permitía recibir emisiones de
estaciones radiofónicas lejanas (Pool, 1992 [1981]: 111).
38. Taylor (1997: 42).
39. Jowett (1992 [1981]: 148151). En 1939 había programación regular en Gran Bretaña, EE.UU. y
Alemania, mientras que en otros países como Francia, URSS, Holanda, Canadá, Bélgica, Australia, Japón
e Italia estaba en fase de pruebas (Bahamonde, Martínez y Otero, 2002: 185 y 190191).
40. Gorman y McLean (2003: 126).
41. Paxton (2008: 71).
42. Castells (2009: 93).
43. Briggs y Burke (2002: 263), Gorman y McLean (2003: 128).
44. Briggs y Burke (2002: 269).
45. Bahamonde, Martínez y Otero (2002: 195 y 198).
46. Gracia y Ruiz Carnicer (2004: 297).
47. Ortega (1995: 450).
48. Bahamonde, Martínez y Otero (2002: 210211), Briggs y Burke (2002: 326).
49. Disponible en línea: <www.nytimes.com>, consulta: 3012013; Taylor (1997: 87).
50. Esta red primigenia se denominaba ARPANET (Advanced Research Projets Agency). En 1975
se rebautiza como DARPA y beneficia a dos mil usuarios.
52. Briggs y Burke (2002: 343348), Gorman y McLean (2003: 195), Castells (2009: 97 y 149), Lucía
(2012: 59).
53. Morozov (2012a: 88). Esta provincia sufre periódicamente conflictos separatistas.
54. Martin (1999: 307), Briggs y Burke (2002: 15) y Darnton (2010: 1314) mantienen que existe un
principio en la historia de las comunicaciones: un medio no desplaza a otro, al menos a corto plazo.
55. En 1972 se desarrolla el correo electrónico en ARPA (Briggs y Burke, 2002: 384).
56. Saperas (2012: 45). De todos modos, pese a esta fragmentación, en el año 2000 la suma de los
cinco canales generalistas más vistos en la mayor parte de los países europeos alcanzaba o se aproximaba
al 90% de la audiencia (Curran, 2005: 202204).
57. Sincrónicos/asincrónicos es una dicotomía que emplea Cassany (2006: 196; 2012: 73) para los
géneros digitales.
58. Se puede consultar una rica colección de relaciones de sucesos en la página web
<http://www.bidiso.es/boresu/> de la Universidade da Coruña.
59. Según qué criterios se consideren para determinar lo que es un periódico impreso, las fechas de
su origen varían. Algunos de estos criterios son: periodicidad regular, serialidad, numeración o
continuidad en la apariencia y el título. Teniendo en cuenta la periodicidad, los primeros periódicos
semanales nacen en Estrasburgo y Amberes en 1605. Posteriormente, surgen en Basilea en 1610, en París
en 1613, en Fráncfort y Viena hacia 1615 (Raymond, 2012: 177178).
61. Chartier y Espejo (2012).
62. Sáiz (1983: 98100), Reyes (2000, I: 674675), Muñoz Machado (2013: 144).
63. Pizarroso (1992: 39), García Martín (2003: 222). Pocos años después (1791) Floridablanca
prohíbe todos los periódicos, salvo los oficiales (Gaceta de Madrid y Mercurio –aparecido en 1738 como
Mercurio histórico y político y con la cabecera de Mercurio de España desde 1784–) y el Diario de Madrid,
siempre que evitara asuntos políticos. Esta prohibición se debió al temor a la difusión de las nuevas ideas
de la Revolución francesa. Meses después se vuelven a conceder permisos; no obstante, ello no impidió la
ruina de los periódicos más importantes del momento (Sáiz, 1983: 103, 109, 176 y 244245; Pizarroso, 1992:
41; Reyes, 2000, I: 674, 680681).
64. Guillamet (2012: 268271).
65. Chartier (1993: 29). En 1896 el periódico dominical inglés Lloyd’s Weekly alcanzó la circulación
de un millón de ejemplares y el Daily Mail los superó al inicio del siglo XX (Curran, 2005: 98). En Francia,
por los mismos años, Le Petit Parisien editaba un millón y medio de ejemplares diarios (Martin, 1990: 388).
66. Dunnett (2002: 99 y 104). La situación cambió con la creación en 1935 del Ministero per la
Stampa e Propaganda que fue sustituido en 1937 por el Ministero della Cultura Popolare.
67. Seruya (2010: 129).
68. Castells (2009: 103).
69. Morozov (2012a: 278).
70. Seoane y Sáiz (1998: 398).
71. Garitaonandía (1989b: 131). El 13121924 Radio Barcelona emitió a las 20 h el primer
informativo de la radio de España (Seoane y Sáiz, 1998: 400).
72. Díaz (1997).
73. Garitaonandía (1989a: 163). Ante esta imposibilidad los partidos políticos tanto de la izquierda
republicana como de la derecha recurrieron a un mismo método: se reproducía con altavoces en distintos
locales de España el discurso que se recibía por teléfono.
74. Bahamonde, Martínez y Otero (2002: 173174).
75. Díaz (1997: 179 y 462), Gracia y Ruiz Carnicer (2004: 82), Multigner (1989: 274).
76. Invernizzi y Gociol (2003: 304305).
77. Disponible en línea: <www.elpais.com>, consultas: 21032014, 3042014.
79. Disponible en línea: <www.lavanguardia.com>, consulta: 28042014 .
80. Díaz Arias (2003a: 264265).
81. Orwell (2009: 271 y 288).
82. Larraz (2014: 23) utiliza el sintagma «censura editorial» para la censura de aquello que es
editado; en estas páginas se concretará su uso en la censura de quien edita el mensaje de otros.
83. Martin, Chartier y Vivet (1986). Los anuncios son anteriores: en 1650 un periódico inglés
llevaba como término medio seis anuncios y un siglo más tarde cincuenta (Burke, 2002: 208). Estos
anuncios y avisos de particulares ocupaban las últimas páginas de los periódicos y con frecuencia tenían
carácter gratuito (Guillamet, 2012: 269). No obstante, antes de las primeras décadas del siglo XIX, la poca
difusión de la prensa –cara y por suscripción– y la composición en columnas de los textos hacía que fuera
un medio publicitario poco atractivo. Los anunciantes preferían los carteles y las vallas publicitarias
(Williams, 1992 [1981]: 196).
84. Pool (1992 [1981]: 9596). En 1925 la publicidad ya se había extendido en las emisoras
norteamericanas.
85. En la década de 1950 una de las primeras series norteamericanas, Man Against Crime, estaba
patrocinada por los cigarrillos Camel. Su compañía tabaquera –Reynolds– prohibió que fumaran en sus
episodios personas gruesas y de mala reputación (Gorman y McLean, 2003: 129).
86. Chomsky y Herman (2013 [1988]: 47). En opinión de estos autores «en esencia, los medios de
comunicación privados son grandes empresas que venden un producto (lectores y audiencias) a otros
negociantes (los anunciantes)» (Chomsky y Herman, 2013 [1988]: 349).
87. Empire News (dos millones), Dispatch (millón y medio) y News Chronicle, Graphic y Sunday
Chronicle (superiores a un millón).
88. Williams (1992 [1981]: 19; 2013 [1963]: 3435).
89. Gorman y McLean (2003: 135).
90. Gorman y McLean (2003: 164 y 224), Curran (2005: 244).
91. Chomsky y Herman (2013 [1988]: 51). «El estado tiene a su disposición una amplia gama de
poderes coercitivos, de regulación y de patrocinio que, en potencia, lo capacitan para amordazar y
controlar a los medios de comunicación. Entre estos se cuentan las limitaciones legales represivas de la
libertad de expresión de los medios de comunicación, apoyadas en duros castigos; la concesión de
licencias de prensa; el control del acceso a la profesión periodística; la asignación partidista de las
licencias de televisión y radio comerciales; la posibilidad de inundar las autoridades que regulan la
radiotelevisión pública y los medios de comunicación con personas favorables al gobierno; el alzamiento
de restricciones monopolistas, y la provisión de ayuda financiera solo a los medios de comunicación
gubernamentales» (Curran, 2005: 156).
92. Se denominó de este modo por William H. Hays, presidente de la Asociación Americana de
Productores y Distribuidores de Películas (MPPDA). Comprendía los siguientes aspectos: 1. Crímenes
contra la ley (asesinatos, procedimientos delictivos, tráfico de drogas, uso de bebidas alcohólicas); 2. Sexo
(adulterio, escenas de pasión, seducción y violación, perversiones sexuales, prostitución, relaciones
sexuales entre blancos y negros, higiene sexual, partos, exhibición de genitales infantiles); 3. Vulgaridad;
4. Obscenidad; 5. Irreverencia y blasfemias (lista de expresiones vulgares que no podían utilizarse); 6.
Vestuario (prohibición del desnudo, de desnudarse, gestos indecentes y trajes de baile indecorosos); 7.
Bailes (prohibición de gestos y movimientos indecentes); 8. Religión (respeto hacia ministros de culto y
ceremonias religiosas); 9. Localización de las escenas (presentación discreta de dormitorios); 10.
Sentimientos nacionales (respeto hacia las banderas, historia e instituciones); 11. Títulos de películas; 12.
Temas repelentes (ejecuciones, torturas, brutalidad, esclavitud, operaciones quirúrgicas). Desde la década
de 1950 se produjeron varias revisiones liberalizadoras. Su aplicación duró hasta 1966 (Black, 1999, 2012).
La existencia de ese código conservador facilitó la labor de las censuras oficiales de la época, entre ellas la
franquista (Vandaele, 2010: 91, 104).
93. En casos de cambio ideológico de un medio, la legislación española contempla la posibilidad de
que el trabajador de la información recurra a la cláusula de conciencia (BOE 20061997). La cláusula permite
que el trabajador pueda rescindir su contrato y recibir una indemnización si se considera que ha habido
un cambio en la línea editorial de su medio que va contra su conciencia.
94. Morozov (2012a: 93).
95. Castells (2009: 355).
96. Durante la Edad Media la Iglesia no se preocupó tanto de las herejías transmitidas por medio
de libros, que circulaban entre los doctos, como las de las predicaciones, que llegaban también a los
analfabetos (Martin, 1999: 175177 y 253).
97. García Oro y Portela (1999: 41), Reyes (2000, I: 8182, 96; II: 772782), Castillo (2002: 232), García
Martín (2003: 111116), Kamen (20042: 104), Infelise (2004: 1011), Muñoz Machado (2013: 138139).
98. La pragmática de 1502 permitía que en Castilla la licencia fuera otorgada por el rey –Consejo
Real–; en Valladolid y Ciudad Real, por los presidentes de las Chancillerías; en Toledo, Sevilla y Granada,
por sus respectivos arzobispos; en Burgos, por su obispo; en Salamanca y Zamora, por el obispo de
Salamanca. La posibilidad de aprobación por tantas instancias hizo que fuera una medida poco efectiva.
El príncipe Felipe –futuro Felipe II– intentó resolver la situación con las ordenanzas de 1554 en las que se
centralizaba la concesión de licencias en el Consejo Real. No obstante, un sistema de censura previo
efectivo no se consiguió hasta la pragmática de 1558 (Reyes, 2000, II: 795 y 799804; García Martín, 2003:
111112; Pérez García, 2006: 151).
99. Reyes (2000, I: 209, II: 797798), García Martín (2003: 227228).
100. Pinto (1983), Reyes (2000: 246), Escudero (2005), Gacto (2006).
101. También era posible que un censor rechazara el encargo; por otro lado, la aprobación del
censor no era necesariamente vinculante para el Consejo (Bouza, 2011: 118 y 126).
104. Reyes (2000, I: 317).
105. El más destacado juez de imprentas fue el sevillano Juan Curiel, con el cargo de 1752 a 1769
(Sáiz, 1983: 95; Reyes, 2000, I: 477 y 573).
106. Sáiz (1983: 100 y 205), Reyes (2000, I: 705732, II: 1119), García Martín (2003). Un esquema de
García Martín (2003: 222) ayuda a orientarse en lo que fue el proceso censorio de 1558 a 1805.
107. Infelise (2004: 73). Si bien para Darnton (2010: 152), en realidad, la obra de Milton no fue una
protesta contra la Ley de Licencias inglesa de 1643, sino una respuesta a los ataques que estaba recibiendo
por sus tratados contra el divorcio; por otro lado, el propio Milton fue censor oficial del mejor periódico
inglés de la época, el Mercurius Politicus (Raymond, 2012: 195). El Copyright Act de 1709 abolió
definitivamente la censura previa para los libros en Gran Bretaña (Martin, 1999: 261).
108. Briggs y Burke (2002: 117), Muñoz Machado (2013: 8286, 98, 121).
109. Muñoz Machado (2013: 115).
110. Seoane (1983: 34). Confirmado este decreto por el artículo 371 de la Constitución de 1812:
«Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de
licencia, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación, bajo las restricciones y responsabilidad
que establezcan las leyes» (disponible en línea:
<www.congreso.es/constitucion/ficheros/historicas/cons_1812.pdf>).
111. Reyes (2000, I: 731).
112. Seoane (1983), Timoteo (1989a: 12), Pizarroso (1992: 5978 y 249251), Larriba y Durán López
(2012), Muñoz Machado (2013: 154157).
113. La Ley de 1883 había sometido los delitos de imprenta al Código Penal (Seoane, 1983: 253). De
todos modos, hubo posteriores imposiciones de la censura previa por distintos motivos –v. gr. noticias de
la Guerra Mundial o la huelga de 1917– (Seoane y Sáiz, 1998: 6465, 240 y 322323).
114. «Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones, valiéndose de
cualquier medio de difusión, sin sujetarse a la previa censura» (disponible en línea:
<www.congreso.es/constitucion/ficheros/historicas/cons_1931.pdf>). No obstante, eso no significa que
durante la II República hubiera una total libertad de expresión. En octubre de 1931 se aprueba la Ley de
Defensa de la República –en vigor hasta agosto de 1933– que, entre otras cosas, prohíbe la apología de la
Monarquía o considera actos de agresión a la República difundir noticias que puedan perturbar la paz y
el orden público. Posteriormente, la Ley de Orden Público establece distintos tipos de estados de
excepción que coartaban la libertad de información y que estuvieron vigentes durante casi todo el
periodo republicano. Con la aplicación de esta legislación, se suspendieron periódicos en distintas
ocasiones (Garitaonandía, 1989a: 160; Pizarroso, 1992: 103107; Seoane y Sáiz, 1998: 403407).
115. La censura previa de guiones cinematográficos continuó hasta 1976, sus normas se habían
publicado en 1963 (Martín de la Guardia, 2008: 107; Larraz, 2014: 8182). No en todos los estados fascistas
existió censura previa para libros; no la hubo, por ejemplo, durante el régimen nazi hasta la época del
racionamiento del papel durante la guerra (Sturge, 2010: 6061). La censura previa en Alemania había
desaparecido en 1848 (Fuld, 2013: 79). Ello no significaba una total libertad de imprenta, sino que se
confiaba en la autocensura de autores y editores.
116. King et al. (2013).
117. Durante la Segunda República española, los periódicos que debían sufrir la censura previa por
la aplicación de leyes de excepción mostraban su queja con un repetido «Visado por la censura»
(Fernández Areal, 1973: 128). Ello explica que en noviembre de 1934 se dictara una norma para que
figurara un único entrefilete de «Visado por la censura», siempre en el mismo lugar y de idénticas
dimensiones, y que «no aparezca nunca en el sitio que señale la intervención de la censura» (Seoane y
Sáiz, 1998: 407).
118. Máxime cuando, por ser manuscritos, no había dos copias idénticas de un mismo libro y
debido también a los frecuentes fraudes con textos o partes de textos incluidos en un libro y que, en
realidad, no eran obra del autor.
119. White (2009).
120. Kleberg (1995: 97), Gil (20073: 272).
121. Chartier (1993: 81), Chartier (1994: 6061), Martin (1999: 340).
122. García Pérez (2006: 269270), Griffin (2009).
123. Paxton (2008: 1).
124. García Martín (2003: 325). No debe olvidarse que había una censura especial sobre la
impresión de asuntos de estado (§ 9.4.1).
125. Darnton (2008: 2728).
126. Kleiberg (1995: 97).
127. Ruiz Bautista (2015: 43), Martínez Rus (2014: 23).
128. PohlPerry (2001: 121).
129. Darnton (2014: 192194).
130. Invernizzi y Gociol (2003: 212), Báez (2011: 333334).
131. Reyes (2000, I: 148), Kamen (20042: 95).
132. Darnton (2010: 190). El contrabando de libros también ha sido habitual en el mundo hispánico.
En la Edad Moderna, por ejemplo, los libros debían tener una licencia inquisitorial para ser exportados a
América. Ante esta dificultad, muchos libros viajaron de contrabando en barcos de avisos, mercantes
negreros o cualquier otro navío que cruzara el Atlántico (Rueda Ramírez, 2003: 190).
133. Fuld (2013: 115). La ley Comstock continúa vigente (Paxton, 2008: 101102).
134. Courtois et al. (1997: 192).
135. El préstamo de libros entre particulares es tan antiguo como el libro mismo (Chartier, 1993:
146). De los once libros que tenía en su poder el molinero Menocchio, seis eran prestados (Ginzburg, 2009:
81), y en los testamentos con inventarios de libros de la Barcelona del siglo XVI, es habitual encontrar
anotaciones en las que se pide restituir a sus propietarios libros que el finado tenía prestados (Peña Díaz,
1997: 62). Estos préstamos han sido frecuentes con libros prohibidos. Un caraqueño de 1806 no puede
entregar una obra de Voltaire a la Inquisición porque «esta corría generalmente y en el día no sabe dónde
para, porque la dio y no sabe a quién» (cito por Soriano, 2012: 124).
136. Chartier (1993: 153).
137. Botrel (2001: 148)
138. Escolar (1989: 262) y Martínez Rus (2014: 63). Como en otras ocasiones, este tipo de censura
continúa en la actualidad: en octubre de 2015 la directora de la Biblioteca de Literatura Ucrania en Moscú,
Natalia Shárina, fue arrestada acusada de difundir obras contrarias a Rusia (disponible en línea:
<www.lavanguardia.com>, consulta: 31102015).
139. Viñao (2004: 60 y 225), Ruiz Bautista (2015: 4950).
140. Su redactor fue Pío Cabanillas Gallas (Gubern, 1981: 246).
141. Cisquella, Erviti y Sorolla (2002 [1977]). Con Fraga, no obstante, se instauró una denominada
«consulta voluntaria» al Ministerio para que este evaluara si una publicación podía ser denunciada. En su
tramitación, se debían depositar en el Ministerio seis ejemplares de todo impreso sujeto a pie de imprenta
previamente a su distribución por un tiempo que tenía relación con el número de páginas del libro. Un
libro presentado a consulta voluntaria podía recibir de la censura las siguientes respuestas: la publicación
era «desaconsejada», era aprobada sin modificaciones, se solicitaban supresiones y, por último, en caso de
estar escrito en otra lengua se exigía una traducción del original (Cisquella, Erviti, Sorolla, 2002 [1977]: 56
58). Así pues, el editor tenía la doble opción de publicar el libro sin pasar por consulta voluntaria
(depósito directo) –en tal caso, la obra podría ser secuestrada, multada y él sufrir un proceso penal– o
someterse a la consulta voluntaria –la obra, si se aprobaba, saldría expurgada– (Larraz, 2014: 69).
Menchero de los Ríos (2015: 74) presenta un esquema que aclara su funcionamiento. Durante la última
dictadura argentina, hubo una figura legal semejante y el Consejo Nacional de Educación actuó como
institución de consulta previa (Invernizzi y Gociol, 2003: 110).
142. El secuestro tenía graves consecuencias económicas. Dos o tres secuestros en un corto espacio
de tiempo podían significar el cierre de una editorial con pocos recursos económicos (Cisquella, Erviti y
Sorolla, 2002 [1977]: 62). Para las duras penas que recogía el Código Penal vigente, Larraz (2014: 6667).
143. La Administración tenía un plazo de revisión de la obra antes de su distribución –veinticuatro
horas por cada cincuenta páginas– (Larraz, 2014: 66).
144. Cisquella, Erviti y Sorolla (2002 [1977]: 61). La ley estuvo vigente hasta el 1 de abril de 1977
(Martín de la Guardia, 2008: 246 y 100). Entre 1966 y 1975 se incoaron 1270 expedientes a la prensa
periódica, de ellos 871 lo fueron por este artículo. 405 llegaron a una sanción firme (Muñoz Soro, 2008:
124). Una medida oficiosa previa, aparte de la consulta voluntaria, consistía en una llamada telefónica al
director o al propietario del medio para comunicar aquello que convendría suprimir o modificar (Martín
de la Guardia, 2008: 220).
145. Quien escribía debía plegarse al «respeto a la verdad y a la moral; el acatamiento a la Ley de
Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales; las exigencias de la defensa nacional,
de la seguridad del Estado y del mantenimiento del orden público interior y la paz exterior; el debido
respeto a las Instituciones y a las personas en la crítica de la acción pública y administrativa; la
independencia de los Tribunales y la salvaguardia de la intimidad y del honor personal y familiar».
146. Sinova (1989b: 262), Muñoz Soro (2008: 139).
147. Gil (20073: 7275, 177 y 398).
148. Fuld (2013: 65), Martínez Rus (2014: 190). Durante el franquismo, se recurrió como
antecedente a la quema de libros de caballería por el cura y el barbero que Cervantes relata en el capítulo
VI de la primera parte del Quijote (Martínez Rus, 2014: 26).
149. Kamen (20042: 113). En Europa ha habido lugares tradicionales de quemas de libros
condenados: en Viena, la plaza del Mercado Nuevo; la Grand Place, en Bruselas; en Londres, la plaza de
la Bolsa o la de Westminster; en Venecia, la plaza de San Marcos; en Roma, Campo dei Fiori (Bosmajian,
2006: 8081; Fuld, 2013: 55).
150. Pardo (1991: 28).
151. Westerman (2009: 173) y Martínez Rus (2014: 46 y 199). Estas destrucciones se pueden hallar
incluso en sociedades como la estadounidense, que tienen a gala la defensa de la libertad de expresión. La
persecución de posibles comunistas condujo al senador Joseph McCarthy a enviar en 1953 a dos
miembros de su equipo a examinar las bibliotecas de las Casas de América en el extranjero. Se consideró
que debían ser eliminados unos treinta mil volúmenes de autores «procomunistas». Se destruyeron obras
de Mann, Einstein, Freud, Sartre, Gorki, Hammett e, incluso, Herman Melville (Bosmajian, 2006: 170171;
Fuld, 2013: 119). La Banned Books Week auspiciada, entre otros, por la American Library Association,
difunde los casos de libros prohibidos o amenazados en EE. UU. (disponible en línea:
<www.bannedbooksweek.org>).
152. Báez (2009: 66; 2013: 522523), Gimeno Blay (1995: 1718).
153. A la luz de las llamas el 10 de mayo el ministro de Propaganda alemán Joseph Goebbels
afirmó en la plaza de la Ópera de Berlín que estas no solo iluminaban el fin de una era, sino también el
inicio de otra (Time 22051933). Es habitual que los estudiosos del Holocausto judío vean en estas piras
de papel el anuncio de la muerte de personas. Una cita de Heinrich Heine se repite en estos casos: «Dort,
wo man Bücher verbrennt, verbrennt man auch am Ende Menschen» (Almansor: Eine Tragödie (18211823),
verso 242: «Allí donde se queman libros, se acaba quemando a seres humanos»).
154. Manguel (1996: 501), Polastron (2007: 166167), Fuld (2013: 104105).
155. Fuld (2013: 98). Estas doce tesis se difundieron en octavillas, se colgaron en todas las
universidades y se publicaron en muchos periódicos.
156. Hill (2001).
157. Haffner (2001: 200).
158. Sturge (2010: 68).
159. Báez (2011: 326).
160. Courtois et al. (1997: 880).
162. Fue condenado a muerte y ahorcado en octubre de 1946 (Polastron, 2007: 182).
164. Pugliese (2001: 4950).
165. Hill (2001).
166. Hill (2001: 32).
167. Pugliese (2001: 54).
168. Báez (2009: 232).
RECAPITULACIÓN
No sería extraño que, después de la acumulación de conceptos y de datos que se han
reunido en las páginas anteriores, quien se haya enfrentado a ellas se encuentre
desorientado en este momento. Intentemos, pues, recapitular brevemente lo que se ha
expuesto al tiempo que destacar la motivación de los distintos pasos que se han recorrido.
Con el presente estudio se ha buscado un acercamiento a un fenómeno comunicativo
complejo –el acto censorio– desde la perspectiva de la pragmática y del análisis del
discurso. El punto de partida ha consistido en reemplazar una visión restringida de la
censura, que generalmente se limita a la censura previa oficial y a la libertad de imprenta,
por otra más amplia.
Censura quien, por motivos ideológicos, impide y/o castiga la comunicación entre un(os) emisor(es) y
su(s) destinatario(s).
Ya no se trata de describir cómo funciona una institución histórica, sino de comprender
en qué consiste la acción de las personas que adquieren una identidad censoria en una
interacción concreta, ya sea o no amparada por una institución oficial. Del mismo modo que
los jueces tienen como oficio el juzgar, pese a que en ocasiones todos lo hacemos, y los
periodistas, el informar, algo que también llevamos a cabo, los censores oficiales tienen
como profesión una actividad que, de hecho, todos hemos realizado en algún momento:
exigir en las interacciones verbales de los demás el respeto de unas normas. En definitiva, se
trata de buscar raíces comunes dentro de la comunicación humana en hechos censorios que,
desde una perspectiva histórica o legal, parecen inconexos y, al mismo tiempo, perfilar un
concepto útil para la pragmática y el análisis del discurso a partir de aquel otro estudiado
por la historia o el derecho. En realidad, los estudios de pragmática y análisis del discurso
acostumbran a trabajar corpus en los que es difícil percatarse de fenómenos de interacción
complejos que, como hablantes, reconocemos, y el fenómeno censorio es uno de ellos.
Los siguientes pasos de la exposición han buscado delimitar este objeto de estudio. Si
bien en el español general «censurar» es prohibir que se diga algo, dentro de las
interdicciones verbales es conveniente acotar la censura de modo que cualquier
proscripción de la palabra no se clasifique como censoria. Para lograrlo, se ha partido de la
censura que se corresponde con el prototipo propio del léxico español –la censura oficial– y
se han analizado sus condiciones definitorias para constituir un concepto instrumental
técnico.
La condición principal para que se reconozca un acto censorio consiste en que quien
censura forme parte en una interacción triádica: es un tercero que prohíbe y/o castiga la
interacción verbal entre un(os) emisor(es) y su(s) destinatario(s). Este requisito permite
contraponer la censura a los procesos de acomodación o de respeto a la imagen social
habituales en cualquier interacción verbal con dos participantes. De acuerdo con este
criterio, se ha acotado en el estudio la censura estructural de Bourdieu; es decir, se ha
buscado una distancia con aquellos planteamientos que, de un modo u otro, ven censura en
cualquier interacción humana. Intentar no ofender a nuestro interlocutor no sería
censurarse, se trata, más bien, de saber comunicar aquello que se desea sin añadir un
agravio.
Visto que el concepto de amenaza se percibe como fundamental para comprender la
reacción de quien censura, el estudio se ha detenido en su análisis. Con este fin, se ha
recurrido al concepto de acto de amenaza de la teoría de la cortesía de Brown y Levinson
(1987 [1978]) (facethreatening act [FTA]). Dos han sido los motivos: en primer lugar, la
amenaza, frente al concepto próximo de ofensa, posibilita dar cuenta de censuras de
mensajes que, en realidad, no ofenden a una ideología, pero que, en opinión del censor
«prudente», pudieran tener consecuencias perjudiciales para ella; en segundo lugar, la
propuesta de Brown y Levinson facilita unos criterios con los que describir mejor cómo se
puede medir el grado de amenaza de un acto verbal –control, distancia, grado de
imposición–, si bien a ellos se han añadido otros dos –grado de difusión y ocasión– que, a
partir de la casuística censoria recogida, se muestran como pertinentes.
Por otra parte, dado que el planteamiento del estudio es discursivo, estos cinco criterios
se han estudiado principalmente teniendo en cuenta el comportamiento verbal de quienes
llevan a cabo mensajes censurables, recuérdense entre otros: cómo formulan su discurso
para aproximarse o distanciarse socialmente del censor o cómo gradúan la publicidad de su
mensaje para disminuir o aumentar la amenaza de su acto verbal.
De las otras dos condiciones para que exista censura –ideología y poder–, nos ha
interesado más mostrar su complejidad a la vista de los datos recogidos que su delimitación
teórica. Si se toma la definición de ideología de van Dijk (1999) –un sistema de opiniones
socialmente compartido por un grupo–, la ideología es característica definitoria de lo que
hemos llamado censura grupal –en los comentarios a las noticias de los periódicos digitales,
los nacionalistas X, que muy posiblemente no se conozcan entre ellos, intentan eliminar las
opiniones de los nacionalistas Y (y viceversa)–, pero la situación se complica en otros casos.
Para poder acercarse a esta complejidad, se ha recurrido al concepto de identidad.
Frecuentemente, los grupos censores se identifican con una ideología, pero en otros casos
puede que alguien que censura reconozca en otros una ideología aunque no se identifique
con el grupo que la comparta: un traductor que reescribe un texto por temor a la censura
oficial, pongamos por caso. Se trata de censores forzados.
Por último, a las condiciones de interacción triádica, amenaza e ideología, se ha de
añadir la de poder para que exista censura. Una censura sin poder se convierte en buena
parte de los casos en mera recriminación. Para enfrentarse al concepto de poder desde una
teoría pragmática, se ha recurrido al de satisfacción, propio de la teoría de actos de habla de
Searle. Por medio de la condición de satisfacción, el criterio para evaluar los actos no es su
verdad o falsedad, sino que se satisfagan o no y, para que se satisfaga un acto censorio, es
preciso tener poder, aunque sea circunstancial.
Este acercamiento al concepto de poder a través del de satisfacción permite, además,
ser cauto en relación con otros planteamientos de análisis del discurso que se centran en
este concepto y, en particular, en el pensamiento hegemónico. En el presente estudio se ha
prestado especial atención a las limitaciones que llevan a que el acto censorio no se
satisfaga, lo que refleja, de un lado, que el poder no es una característica permanente dentro
de las muy circunstanciadas relaciones humanas y, de otro, que los grupos con poder son
hetereogéneos, lo que conduce a que sus relaciones internas también sean conflictivas.
Sobre el primero de los asuntos: si la censura es un fenómeno que se sustenta en una
interacción, la pregunta es: ¿cómo actúan los tres participantes –emisor, receptor y censor–?
Una posibilidad consiste en que sean el emisor y el receptor quienes se censuren a ellos
mismos sin que el censor llegue a actuar –autocensura–; ahora bien, si el censor es activo,
también es posible que se origine una nueva interacción entre quien ejerce la censura y
quienes la padecen. En este punto es conveniente atender a la circunstancia de que el censor
se identifique con alguno de los otros participantes en la interacción.
Otro aspecto de esta segunda parte se centra en las dos actividades posibles de la
censura: suprimir la palabra e imponerla. Por lo general, un primer acercamiento a la
censura presupone la supresión, pero, como se ha mostrado en el estudio, sin la
consideración de la imposición de la palabra no se puede dar cuenta de la mayor parte de
las censuras en los países democráticos. En los dos ámbitos, sobre todo en el primero, se
recogen las variadas posibilidades que se documentan en los estudios históricos.
Ya condensado lo que se ha querido analizar en el libro, muy posiblemente el lector
haya percibido que en su exposición rara vez se rechaza explícitamente la censura. Bien, es
el momento de hacerlo. Más allá de juicios morales, tal vez convenga un planteamiento
propio de la investigación científica. Como defendió Karl Popper (1982: 157), ningún saber
es seguro e indiscutible –todos son conjeturas–, y, en consecuencia, necesitamos de lo dicho
por otras personas para el descubrimiento y la corrección de los errores –los nuestros y los
suyos–.1 Ser conscientes de ello quizá nos ayude, aunque sea por puro egoísmo, a no caer en
el comportamiento humano de censurar.
1. Sigue aquí la estela de Mill (2007 [1859]: 77), quien mantenía que «impedir la expresión de una
opinión es un robo a la raza humana» pues, si la opinión es verdadera, se le priva de cambiar la suya
equivocada y, si es errónea, pierde la posibilidad de percibir con más claridad la verdad «por su colisión
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