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a todo un conjunto de conductas que, contempladas por la legislación penal causan daños socialmente
relevantes y esto, sin dudas, implica incluir en las políticas públicas conductas como violencia de
género (en los últimos años se ha logrado), la malversación de fondos públicos, el enriquecimiento
ilícito, los delitos de tránsito, y una larga lista de problemas que, debiendo formar parte de la “política
criminal”, no suelen hacerlo. Conductas como las mencionas formas parte del inmenso acervo técnico
penal, al ser definidas como delito, pero no son incluidas en ningún tipo de discusión en torno a la
criminalidad, ni a la seguridad, cuando constituyen delitos que vulneran la seguridad de las personas
(PEGORARO 2003, DAROQUI 2003, VARELA 2004). De este modo, ese sesgo de la “política
criminal”, deja fuera una serie de conductas delictivas que constituyen fuentes claras de inseguridad
de personas y colectivos, y también deja fuera una serie de fenómenos que afectan la seguridad que,
no necesariamente, constituyen delitos.
La apelación a un “vivir seguros” no trae consigo nunca la imagen de una situación en la que todas las
personas que habitan un espacio común, puedan sentirse protegidas en virtud del reconocimiento y
ejercicios de sus derechos. Más bien, la apelación a un “vivir seguro” remite a la imagen de lugares
de uso público (plazas, centros urbanos, etc) o de administración privada, híper vigilados en los que
un escaso número de delitos que afectan la propiedad no tengan la posibilidad de ocurrir, o solo verse
beneficiados una pequeña porción de habitantes.
La vulneración de derechos, o el riesgo de esa vulneración, que las personas padecen por delitos que
ocurren en la esfera doméstica, o limitaciones de derechos sociales y/o económicos por las
condiciones de trabajo a las que se ven sometidas, por los delitos ecológicos, económicos, de tránsito,
por la violencia intermitente del Estado, etc., no conforman el problema de la seguridad, ni en un nivel
individual, ni colectivo, ni institucional.
Inseguridad objetiva y subjetiva. Delito. Miedo. Victimización.
Trabajar sobre aquello que conforma el problema de la inseguridad implica hacer una distinción
indispensable entre la inseguridad objetiva e inseguridad subjetiva.
La noción de inseguridad objetiva remite a los delitos ocurridos y denunciados, es decir, además de
producirse deben “visibilizarse” y conformar el universo de delitos registrados. Esto no quiere decir
que, como suele afirmarse, que la inseguridad objetiva refiere a la “criminalidad real” ya que, como se
sabe, la gran mayoría de los delitos no son denunciados y en algunos casos ni siquiera son percibidos
como tales (ejp delitos informativos, violencia de genero). Por tanto, hablar de la inseguridad, en
términos objetivos, debe siempre tenerse en cuenta que se habla de determinados delitos que, a su
vez, han sido denunciados (SOZZO 2003)
La noción de inseguridad subjetiva, en cambio, remite a la “sensación de inseguridad”, el termo
experimentado por los sujetos frente al delito, este o no asociado a un riesgo efectivo de victimización.
La expresión “miedo al delito” aparece de la mano de la criminología británica y ha ganado terreno en
las últimas décadas como área de indagación relevante a la hora de pensar políticas de seguridad.
Desde distintos ámbitos incluso se sostiene que la cuestión de la “sensación de inseguridad” puede
llegar ser un problema mayor que la presencia real de ciertos delitos (KESSLER 2007)
Las investigaciones sobre el miedo al delito con claridad en todos los contextos culturales de las dos
dimensiones del problema –objetiva y subjetiva- no se mueven a la par. Hay delitos que, conforme
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dinámicas que no tienen que ver con el índice de ocurrencia, por ejemplo, los accidentes de tránsito,
no generan temor ni cambios de conductas en las personas, como conductas de autoprotección. Otros
delitos en cabio generan gran temor y modificación de conductas más allá de su efectiva ocurrencia o
de la expresión de los sujetos en relación a ese delito, por ejemplo, secuestros, estafas. Se trata de
ver, en todo caso, como estos dos elementos fueron articulándose en la construcción del problema de
la inseguridad en Argentina a partir de los 90.
Victimización
La victimización refiere a delitos que ocurren efectivamente. Sin embargo, el delito y la percepción de
temor a la delincuencia tienen una relación que no es siempre directa. A partir de la implementación
de encuestas de victimización, al graficarse la información surgen los llamados “Mapas de
Victimización” o “Mapas del Delito”. En el análisis de la victimización se estudia también, el daño
psicológico que puede sufrir una víctima de un hecho delictivo traumático, porque puede ir más allá
del hecho en sí. Es decir, el daño puede ampliarse o reducirse de acuerdo a las circunstancias. Una
víctima de un robo a su casa, sin su presencia cuando se da el hecho, si bien se siente normalmente
“violada”, puede recuperar la “confianza” colocando medidas de seguridad (alarma, rejas, vigilancia,
etc.). Pero, hay casos en los que la tranquilidad y/o confianza no se recuperan. Por eso, cuando se
estudia la victimización se analiza ésta a nivel primario, secundario y terciario:
Victimización primaria: deriva del hecho directamente.
Victimización secundaria: se relaciona con el sistema legal y su desempeño. También se
considera al entorno de la víctima y a la comunidad perteneciente a la zona victimizada.
Victimización terciaria: se da luego de la resolución legal y es cuando la víctima debe afrontar
las consecuencias.
Miedo al delito
El temor a la delincuencia es un sentimiento de las personas que se relaciona con la probabilidad que
ellas “creen”, de que pueden ser víctimas de un delito. El "miedo al delito" es una respuesta emocional
de nerviosismo o ansiedad al delito o símbolos que la persona asocia con el delito. El miedo al delito
aparece, entonces, como una de las posibles respuestas ante la percepción de un riesgo o peligro
vinculado al delito. El término "miedo al delito" (fear of crime) proviene fundamentalmente de la
investigación criminológica en el campo británico y ha sido traducido a nuestro medio bajo el término
"sensación de inseguridad". Su creciente utilización se encuentra asociada al uso de las encuestas de
victimización como instrumento de investigación para el diseño de políticas públicas de seguridad y al
desarrollo de una nueva concepción de la seguridad urbana que busca reunir la preocupación tanto
por la seguridad "objetiva" -el riesgo de victimización en función de la edad, sexo y nivel
socioeconómico-, como por la seguridad "subjetiva" de los habitantes -la sensación de temor frente a
la criminalidad-. En este sentido, se ha planteado la necesidad de reconocer que hoy día la cuestión
del "miedo al delito" es un problema mayor que el delito mismo, en la medida en que los temores a la
criminalidad, a diferencia de la criminalidad real, afectan a una mayor cantidad de ciudadanos, con
consecuencias permanentes y severas. Las variables que explican el temor de las personas a la
delincuencia no se restringe solamente al hecho de haber sido víctimas de un delito, sino que incluyen
otros eventos; tales como, por ejemplo, el sentimiento de no pertenencia a un lugar o comunidad, y la
percepción de descuido en los espacios comunitarios o ciertas características ambientales -la falta de
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iluminación en lugares por los que deben transitar, las condiciones de sanidad, la forma del trazado
urbano, entre otras-. El miedo o temor a la delincuencia es por lo tanto, una condición emocional que
puede dar lugar a una amplia gama de fobias. Si el temor es muy grande, la persona puede ser incapaz
de participar de distintas actividades sociales tendiendo al aislamiento, con lo cual se incrementan las
posibilidades de fobias. Así, muchas personas no concurren a bancos o negocios por considerar que
podrían ser víctimas de un delito en esos espacios. Con el tiempo, el número de lugares a donde no
concurren aumenta si no hay de por medio algún tipo de asistencia. A veces, hay causas profundas
por el miedo a la delincuencia, cuando, por ejemplo, alguien ha sido asaltado por un joven o herido en
un hecho de este tipo, genera miedo a la juventud o temor irracional a ser nuevamente herido.
La inseguridad en la Argentina
La seguridad, en tanto condición humana, es considerada como una de las necesidades básicas por
excelencia, siendo esencial para el bienestar y desarrollo de la persona (Maslow, 1954,1987;
Schwartz, 2001). Se ubica dentro de la categoría de necesidades psicológicas, como un impulso del
organismo que activa y orienta la conducta hacia metas que, al ser satisfechas, contribuyen no solo a
la supervivencia y bienestar, sino también a la salud (Páez, Morales & Fernández, 2007).
En este marco, el impacto de ciertos hechos negativos, entre los que se encuentran ser testigos de
hechos violentos o haber sufrido experiencias traumáticas y de violencia, pueden tener consecuencias
muy negativas o efectos devastadores tanto sobre las personas afectadas como sobre sus familiares
(Chía-Chávez, Bilbao, Páez, Iraurgi & Beristain, 2011).
Abundante literatura da cuenta de los efectos por ser víctima de un crimen y la victimización sobre
distintos aspectos de la vida de las personas, que abarcan desde daños físicos y económicos (por la
sustracción objetiva de los bienes, complicaciones laborales y gastos médicos por heridas
ocasionadas) hasta daños morales y psicológicos. Además, muchos estudios se han centrado en las
consecuencias de la victimización sobre el bienestar de las personas, evidenciando que el haber sido
víctima, tanto directa como indirecta, tiene importantes implicancias en la salud, dado que en ambos
casos disminuye la percepción de calidad de vida, satisfacción y felicidad. Por lo tanto, la victimización
criminal ha demostrado ser un predictor significativo del bienestar.
Además de la victimización, muchas investigaciones han mostrado interés por el efecto del miedo al
delito sobre la salud física y mental de las personas, revelando que este miedo provoca efectos
negativos en el bienestar psicológico, tanto en víctimas como en no víctimas de delitos.
El problema de la inseguridad es un tema socialmente relevante pues se trata de una cuestión social
intrínseca, en el sentido de que las opiniones, actitudes y la preocupación acerca del crimen y las
conductas ilícitas son prominentes en la vida social de las personas. La inseguridad aparece como la
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mayor preocupación de los individuos a través de los años (2011-2015), seguida por la pobreza y/o
desigualdad social y por los problemas en la educación, en todos los casos.
Respecto a la inseguridad objetiva, los datos aquí reportados coinciden con los suministrados por el
Ministerio de Seguridad de la Presidencia de la Nación, los cuales evidencian una disminución en lo
que refiere al porcentaje de personas que han sido víctimas de delito (de manera directa o indirecta)
del año 2014 al 2015. Si bien esta merma podría deberse al contexto electoral predominante en 2015,
en donde hubo una mayor vigilancia policial y un reforzamiento de la seguridad, se requiere de nuevas
estadísticas criminales a fin de corroborar si esta disminución del delito se mantiene a lo largo del
tiempo o si sólo se trata de una excepción
Para una mejor comprensión se adjuntan dos imágenes, las cuales deben ser analizada de acuerdo
a los párrafos anteriores.
https://www.clarin.com/politica/elecciones_2015-macri-plataforma_0_H1MFXQKPXx.html
https://www.infobae.com/politica/2016/12/13/los-100-objetivos-del-gobierno-tras-cumplir-un-ano-de-
gestion/
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Podemos, por tanto, considerar inseguridad subjetiva como el miedo al delito, que deriva de una
percepción subjetiva de temor ante la posibilidad de ser objeto de un acto criminal.
Un miedo al delito “subjetivo”, que podríamos definir como sentimiento de temor a “salir a la calle”.
Este temor, no está directamente provocado por haber sufrido un delito, sino por otras razones
generales como:
- contribución de los medios de comunicación
- contribución de los discursos políticos que persiguen el aumento de control social
- contribución de empresas privadas de seguridad interesadas en el tema
El hacer la denuncia policial luego de haber vivido un hecho delictivo o de violencia es un acto
importante dado que no sólo permite tener un registro real de las cifras criminales, sino que también
puede prevenir futuras victimizaciones a través de una mayor alerta y vigilancia policial.
Sin embargo, los datos muestran que solo el 47% de las personas realizan la denuncia policial luego
de haber sido víctimas de algún delito. En este sentido, se observan perfiles diferenciales entre las
personas que denuncian y no denuncian los hechos delictivos (Clase sociales Medio Alta – Medio Baja
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– Baja – Muy Baja). En lo que hace a los factores estructurales de las personas que muestran una
mayor tendencia a denunciar, se encuentran aquellos que pertenecen a la clase media profesional y
clase media no profesional, al nivel socio-económico y socioresidencial medio alto, y que residen en
el resto urbano del interior. Por el contrario, el perfil de las personas que no denuncian el haber sido
víctima de algún delito está compuesto por un mayor porcentaje de personas pertenecientes a la clase
obrera integrada, al nivel socio económico muy bajo y que viven en villas y asentamientos precarios.
También, son las personas que residen en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quienes menos
denuncian a la policía
Conclusiones
Por un lado, respecto al efecto de la inseguridad sobre el bienestar de las personas, muestran que el
hecho de haber sido tanto víctima directa como indirecta tiene importantes implicancias en la salud, la
satisfacción y la felicidad. Así, las personas que han sido víctimas directas e indirectas de la
inseguridad han presentado un mayor malestar psicológico, y menores niveles de felicidad y de
estrategias de afrontamiento según el estrato social.
Por otro lado, las consecuencias del delito no abarcan solo a las personas victimizadas, sino que el
sentimiento de inseguridad, independientemente de la victimización, presentan múltiples
consecuencias en la vida de las personas en tanto inciden en el deterioro del bienestar. Es por esto
también que Kessler (2012) sostiene que la percepción de inseguridad se configura como un problema
en sí mismo.
El delito, y su consecuente victimización, son hechos objetivos cuya resolución depende de políticas
públicas que conciernen a múltiples instituciones. La eficacia de las intervenciones que se diseñen y
apliquen depende también de la concepción que se tenga de la problemática, en este caso de la
inseguridad. Contemplar solo la dimensión objetiva deja de lado todo aquello que tiene que ver con
la evaluación de las percepciones de inseguridad que, a su vez, están vinculadas con la victimización,
y afectan la percepción del contexto social. La dimensión subjetiva de la inseguridad, propia de una
mirada psicosocial, aporta evidencia acerca de que los cambios en los comportamientos para ser
efectivos deben implicar cambios a nivel de la cognición, es decir, en los valores y creencias que
favorecen el bienestar individual y social.
Como plantea Kessler, dado que las políticas para reducir el crimen no tienen efectos en la reducción
del miedo al delito, es que se debe pensar en nuevas estrategias que se orienten también en reducir
la percepción de inseguridad, por el impacto que ésta tiene en la vida cotidiana de las personas,
comunidades y calidad de vida urbana. Por lo tanto, las estrategias de intervención deben influir en la
percepción de inseguridad concretamente, a fin de promover la seguridad subjetiva como uno de los
ejes de la calidad de vida urbana.
En síntesis, la inseguridad es una de las mayores problemáticas sociales que hoy en día caracterizan
a los ciudadanos argentinos. Es un problema social, actual y relevante que, si bien no es nuevo, su
magnitud y consecuencias, sobre todo en lo subjetivo y en la percepción del contexto social, si lo son,
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y, como bien señala Smulovitz (2006), la brecha entre la percepción de inseguridad y las condiciones
objetivas de criminalidad y violencia alimenta la alienación social de los ciudadanos y disminuye la
calidad de vida ciudadana.