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1. La política.
2. El poder.
3. El Estado.
5.1. Introducción.
5.2. El despotismo.
5.3. El totalitarismo.
6. Modelos de democracia.
6.5. El republicanismo.
7. El Estado de Derecho.
8. Bibliografía.
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1. La política.
Según las primeras, la política es la actividad que nos convierte en seres humanos
al hacernos usar la palabra y la persuasión en la deliberación en común de lo que a todos
nos afecta. En este sentido, la política ocupa un lugar central en la vida de los ciudadanos,
muy superior a cualquier otro y generador de la ética compartida por la comunidad, así
como del poder de la comunidad misma. Sin embargo, esta visión amable de lo político,
que resalta su carácter educativo y ético, no es hoy la dominante.
2. El poder.
El poder está íntimamente ligado a los valores y las creencias. Este vínculo es el
que permite establecer relaciones de poder duraderas y estables en las que el recurso
constante a la fuerza se hace innecesario. De nuevo, Max Weber distinguía entre poder y
autoridad. Esta sería el ejercicio institucionalizado del poder y conduciría a la
diferenciación, más o menos permanente, entre gobernantes y gobernados. Ello contribuye
a la estabilización de las relaciones sociales. La autoridad hace referencia a la rutinización
de la obediencia y a su conexión con los valores y creencias que sirven de apoyo al sistema
político del que se trate. Dicho de otra forma, el poder se convierte en autoridad cuando
logra legitimarse. Y legítimo es, diría Weber, lo que las personas creen legítimo. Por ello
no es extraño que los primeros tipos de legitimidad que encontramos en la historia sean
religiosos. El proceso de secularización en Occidente hace que la religión pierda
importancia.
Arendt afirma que hay leyes que no son imperativas, sino directivas, esto es, que
funcionan como reglas del juego: nos dotan de un marco de referencia dentro del cual se
desarrolla el juego y sin el cual no podría tener lugar. Lo esencial para un actor político es
que comparta esas reglas, que se someta a ellas voluntariamente o que reconozca su
validez. El motivo por el que deben aceptar esas reglas es que dado que los hombres viven,
actúan y existen en pluralidad, el deseo de intervenir en el juego político es idéntico al
deseo de vivir en comunidad. Estas reglas pueden intentar cambiarse o pueden ser
transgredidas, pero no pueden ser negadas por principio, porque eso significa la negativa
de entrar en la comunidad. Arendt sabe que no siempre las cosas funcionan así, por
consenso o deliberación, pero cuando se impone la voluntad de otro no cabe denominarlo
poder, sino violencia. Poder y violencia son opuestos, la violencia aparece donde el poder
peligra.
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Los críticos de Arendt creen que este concepto de poder parece proyectar
demasiada idealización de la polis griega sobre nuestras sociedades actuales. Habermas
propone, en este sentido, una distinción entre el ejercicio del poder y la generación del
poder. Sólo en este último caso el concepto de poder de Arendt es pertinente. Como
Habermas ha defendido en su Teoría de la acción comunicativa, todo el sistema político
depende de que el poder entendido como deliberación conjunta en busca de un acuerdo,
legitime y dote de base al poder entendido al modo weberiano, como estrategia para
alcanzar ciertos fines.
3. El Estado.
Como hemos visto, la organización política de una sociedad tiene mucho que ver
con las creencias que la configuran. Ello afecta a la más importante institución política:
el Estado, que puede ser caracterizado como sigue:
¿Es posible vivir sin estar sometidos a ninguna estructura jerárquica, a ningún
poder ajeno, a ninguna forma de opresión o coerción, sea esta de tipo político,
económico, social o cultural? Imaginar una sociedad autorregulada y plenamente libre
ha sido un antiguo empeño, que puede detectarse ya en los albores del pensamiento
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El problema del ¿cómo? se convirtió, pues, en uno de los dos asuntos centrales
de debate entre los pensadores y activistas del anarquismo (el otro se refiere al modelo
de sociedad alternativa). Para algunos anarquistas, la educación y el ejemplo moral
serían, en la misma línea que algunos socialistas utópicos, el medio por el cual, en un
proceso evolutivo y pacífico se iría creando una sociedad autorregulada. Para otros, por
el contrario, ello no sería posible más que en abierta confrontación con el Estado, en
tanto que solo de sus ruinas podría emerger una comunidad libre. En este punto, la
tradición anarquista se bifurcó en dos opciones que a veces se complementaron. La
primera tiene sus fuentes en la afirmación hecha por Enrico Malatesta (1853-1932) en
1876: el hecho insurreccional, destinado a afirmar los principios por los actos, es el
medio más eficaz de propaganda. Esta propaganda derivó hacia formas de violencia
individual, mediante la cual activistas anarquistas llevaron a cabo asesinatos de
dirigentes políticos que ocupaban posiciones de particular relevancia en la estructura de
sus Estados. Este tipo de actos, particularmente intensos en el período 1890-1905
pretendían lograr el doble objetivo de mostrar la fragilidad del Estado –hay que decir
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que con trágico candor– y estimular la supuesta conciencia revolucionaria de las masas
mediante el ofrecimiento sacrificial de la propia vida del activista.
5.1. Introducción.
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5.2. El despotismo.
5.3. El totalitarismo.
Importa aclarar que las dos primeras características no pueden ser sino
tendencias. Es obvio que ningún Estado está en condiciones de poder interferir en
absolutamente todos los detalles de la vida de sus ciudadanos. Pero se entiende que
al Estado totalitario le importa regimentar muchísimos más de esos aspectos –y más
a fondo– que lo habitual en cualquier otro régimen.
6. Modelos de democracia.
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garantiza que el orden político responde a los intereses de los ciudadanos); 6) el control
de los representantes (sometidos a elecciones periódicas).
las consecuencias de sus palabras, aunque les permitía expresarlas –como demuestra el
caso de Sócrates. Además, argumentaban sus posibles ventajas sólo eran aplicables a
sociedades de pequeño tamaño.
No obstante, teóricos como Rousseau o Mill han realizado el esfuerzo por poner
al día aquel ideal y explorar sus posibilidades. El principio básico de la relectura
moderna del modelo participativo es que resulta insuficiente hacer girar la definición de
democracia alrededor de la idea de protección de los intereses individuales y que tal
idea debe ser contrapesada con la exigencia de participación política ciudadana. Tal
participación sirve al mismo tiempo para: 1) garantizar el autogobierno colectivo y 2)
lograr crear una ciudadanía informada y comprometida con el bien público. La
deliberación colectiva en la esfera de los asuntos públicos genera, pues, tanto
autogobierno como civismo. Así, se subraya ciertos rasgos: 1) la deliberación conjunta
en la esfera pública en busca de acuerdos para regular la vida en común; 2) desarrollo
individual a través de la participación (que enriquece a los individuos pues genera
hábitos de diálogo y habilidades argumentativas); 3) sufragio universal y participación
ciudadana (sindicatos, asociaciones, etc., sirven de canales de participación). La
democracia se considera, de este modo, una forma de vida, y no solamente un conjunto
de instituciones. Autores tan diversos como Dewey o Habermas han subrayado la idea
que la democracia no puede expresarse exclusivamente en instituciones o reglas, sino
que debe encarnarse en prácticas concretas capaces de desarrollar ciertos valores y de
potenciar un concepto de bien público y de una ciudadanía capaz de un juicio político.
6.5. El republicanismo.
el ámbito político que, como han señalado los liberales, tiene que estar controlado para
que tal cosa no suceda; pero también puede producirse desde la propia sociedad, por
otros hombres o por instituciones como el mercado, que el liberal deja a su albur. Un
mundo dominado por el mercado es un mundo donde es imposible la verdadera libertad
porque, aun no dependiendo del poder político, estamos a expensas de que otros
interfieran en nuestras vidas mediante contratos de trabajo abusivos, por ejemplo. El
liberalismo, al confiar los asuntos humanos al mercado, en el mejor de los casos nos
libra de la coerción política, pero hace depender a los hombres los unos de los otros.
Puesto que es imposible reivindicar un papel para el Estado sin aceptar algún grado de
interferencia, Pettit distingue entre interferencia arbitraria e interferencia no arbitraria.
La primera, dice Pettit, significa que “cuando yo interfiero en sus vidas es para
empeorarles las cosas a ustedes, no para mejorárselas” y, además, añade, la intervención
debe ser intencionada. Obviamente también es posible, y además frecuente, que alguien
desee interferir en nuestras vidas con la mejor de las voluntades, pero precisamente en
contra de nuestra propia voluntad. Lo que un sujeto vea bueno para nosotros no tenemos
nosotros por qué verlo igualmente así. Pettit parece adelantarse a objeciones como ésta,
afirmando que su noción de interferencia es meramente decidible a la luz de los hechos.
Así, hay interferencia cuando alguien tiene el poder de hacerlo, le guste o no al sujeto
interferido. La interferencia no es arbitraria cuando no me hacen de mí una excepción,
pues el estado está concebido para servir a otros a la par que a mí.
obviamente, son los que tienen interés los que encuentran razones para dirigir sus
esfuerzos a influir en las decisiones políticas. Podemos detenernos aquí, si bien no
acaban en este punto los problemas de una concepción deliberativa de la democracia.
libertad para defender lo que creemos justo para todos, pero el liberal piensa que, en
términos generales, no se nos puede forzar a ello.
7. El Estado de derecho.
Podemos acabar este tema señalando que si bien las divergencias sobre cómo
debemos entender la democracia son muchas, hay menos debate en que estas deben ser
siempre Estados de Derecho, pues se ha mostrado como el mejor baluarte de las
libertades de los ciudadanos y que podríamos caracterizar como sigue:
2. Vemos así que lo que distingue a una sociedad libre de otra carente de libertad
es que en la primera el individuo tiene una esfera de acción privada claramente
reconocida y diferente de la esfera pública; que asimismo, no puede recibir
cualesquiera clase de órdenes, y que solamente puede esperarse de él que obedezca las
reglas que son igualmente aplicables a todos los ciudadanos. De lo que el hombre libre
puede presumir es de que, mientras se mantenga dentro de los límites fijados por las
leyes, no tiene necesidad de solicitar permiso de nadie ni de obedecer orden alguna. De
ello se deduce que las leyes deben aludir siempre a acciones que se ejecuten después de
su promulgación y no tener jamás efectos retroactivos.
castigar a un individuo que ha violado una ley, pero para ello esa ley debe existir
previamente.
6. Puesto que las leyes son generales pero se aplican a casos concretos, los
tribunales tienen que tener cierto poder de discrecionalidad a la hora de cómo interpretar
la ley en el caso individual. Ahora bien, tal facultad discrecional puede y debe quedar
controlada mediante la posibilidad de revisión, por un tribunal independiente, de las
resoluciones adoptadas. Ello significa que la decisión tiene que ser deducible de las
normas jurídicas y de aquellas circunstancias a las que se refiere la ley que pueden
conocer las partes afectadas.
siempre creciente del mecanismo burocrático del Estado a absorber la esfera de acción
privada propia del individuo.
8. Bibliografía.