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EXISTENCIALISMO DE GABRIEL MARCEL

Sostenía que los individuos tan sólo pueden ser comprendidos en las situaciones específicas en que
se ven implicados y comprometidos. Esta afirmación constituye el eje de su pensamiento, calificado
como existencialismo cristiano o personalismo.

En su primer libro, Diario metafísico, Marcel abogaba por una filosofía de lo concreto que
reconociera que la encarnación del sujeto en un cuerpo y la situación histórica del individuo
condicionan en esencia lo que se es en realidad.

Según Marcel, la “exigencia ontológica” no es un deseo efímero, ni tampoco una afirmación


voluntarista que otorga realidad a las cosas. Es más bien un “empuje interior”, profundamente
radicado en el hombre, o bien, igualmente, una especie de apelación.

En otras palabras, el hombre experimenta la exigencia ontológica, no la produce. Marcel considera


que las formas típicas de pensar en la sociedad actual han impuesto un freno decisivo a este
tipo de exigencia, cuando la vida se reduce al “tener”, en vez del “ser”: cuando el hombre
busca con ahínco la diversión (el divertimiento). Aun así, la “exigencia ontológica” no desaparece
del todo; se experimenta siempre como inquietud, insatisfacción, un elemento que ha caracterizado
toda la vida de Marcel.

El ser encarnado
Para Marcel la encarnación se presenta como el dato central de la metafísica. La encarnación es la
situación de un ser que se presenta como ligado a un cuerpo. La reflexión primera, aquella propia de
las ciencias, tiende a desconocer esa posesividad, a romper el frágil lazo significado por la palabra
‘mío’. Sin embargo, para nuestro autor, este hecho radical es el punto de partida y fundamento de
toda objetividad y de todo conocimiento. Para Marcel me encuentro desde siempre con un cuerpo
que es sentido como mío. Esta posesividad radical me permite, de un modo misterioso, al mismo
tiempo que hablar sobre mi cuerpo con lo cual puedo establecer cierta distancia con él, sentir
que ese cuerpo es una parte esencial de mi ser, tan esencial, que cualquier ataque sobre él lo
sentiré como un ataque sobre mi persona. En esto consiste el misterio del ser encarnado, misterio
que me hace sentir mi cuerpo de este modo ambiguo.

Búsqueda del ser


Según Marcel, el objeto de la investigación filosófica es siempre y solo el ser: la “exigencia
ontológica”. Para el hombre, afirma nuestro autor, el ser nunca es algo puramente objetivo, un
espectáculo, realidad sin vida, externa, perteneciente a lo que él llama el ámbito del “problema”. En
efecto, el problema es lo que el hombre puede objetivar, determinar, distinguir netamente de
su propia subjetividad, dominar, y al final, transformar. El “problema” expresa el dominio del
hombre sobre las cosas. Pero más que un problema ―dice Marcel― el ser es un “misterio”, en el
que el yo del hombre queda plenamente involucrado y comprometido.

Por esta razón el hombre no puede representar, ni demostrar, ni tampoco delinear el ser, sino
sencillamente reconocerlo en la intuición de una trascendencia que la propia existencia encuentra y
con la que se vincula. Definido negativamente, el ser es «aquello que no se deja disolver por la
dialéctica de la experiencia».

Al hombre se le abre la posibilidad de vivir la propia vida y resolver los retos que se le
presentan en el ámbito de la pura objetividad, del dominio y de la posesión (el tener), o de
vivirla como misterio de la propia auto-implicación en la realidad en la que está inmerso (el
ser). Este proceso al mismo tiempo trasciende y funda la existencia concreta de la persona. La
auténtica actitud metafísica, dice Marcel, lleva consigo la apertura al ser como misterio.

El ser y el Ser Absoluto: de la fidelidad a la fe


A lo largo de toda la vida y obras, Marcel se concentra en el ser, comprendido ―como hemos
visto― en el contexto antropológico más amplio posible. Sin embargo, todo ello encuentra su
fundamento en la relación primordial con el Ser Absoluto, Dios.

El horizonte trascendente de la búsqueda marceliana del ser es en el fondo el Dios de los cristianos.
En efecto, Marcel dice que una metafísica de la esperanza “no puede no ser cristiana”. El vínculo
entre el mundo (el ser) y Dios (el Ser Absoluto) es tan estrecho que Marcel pudo decir que su
convicción más íntima, la más irremovible, “es que Dios no quiere absolutamente ser amado por
nosotros en contra de lo creado, sino glorificado a través de lo creado y partiendo de ello”.

El papel del filósofo en la sociedad


Marcel sugiere que el filósofo debe pensar, por así decirlo, “hacia los demás”, hacia la humanidad.
Para esto tiene que reconocer que el hombre —cada hombre— es un ser portador de luz. El filósofo
debe dejarse penetrar por esta luz, para dar testimonio a favor de los hombres y para contribuir a
mejorar la vida de todos. Sin desconectar de la realidad concreta de la vida, el filósofo debe
proponer ante una sociedad en decadencia una flexible y eficaz reflexión sobre el sujeto
responsable.

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