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Sostenía que los individuos tan sólo pueden ser comprendidos en las situaciones específicas en que
se ven implicados y comprometidos. Esta afirmación constituye el eje de su pensamiento, calificado
como existencialismo cristiano o personalismo.
En su primer libro, Diario metafísico, Marcel abogaba por una filosofía de lo concreto que
reconociera que la encarnación del sujeto en un cuerpo y la situación histórica del individuo
condicionan en esencia lo que se es en realidad.
El ser encarnado
Para Marcel la encarnación se presenta como el dato central de la metafísica. La encarnación es la
situación de un ser que se presenta como ligado a un cuerpo. La reflexión primera, aquella propia de
las ciencias, tiende a desconocer esa posesividad, a romper el frágil lazo significado por la palabra
‘mío’. Sin embargo, para nuestro autor, este hecho radical es el punto de partida y fundamento de
toda objetividad y de todo conocimiento. Para Marcel me encuentro desde siempre con un cuerpo
que es sentido como mío. Esta posesividad radical me permite, de un modo misterioso, al mismo
tiempo que hablar sobre mi cuerpo con lo cual puedo establecer cierta distancia con él, sentir
que ese cuerpo es una parte esencial de mi ser, tan esencial, que cualquier ataque sobre él lo
sentiré como un ataque sobre mi persona. En esto consiste el misterio del ser encarnado, misterio
que me hace sentir mi cuerpo de este modo ambiguo.
Por esta razón el hombre no puede representar, ni demostrar, ni tampoco delinear el ser, sino
sencillamente reconocerlo en la intuición de una trascendencia que la propia existencia encuentra y
con la que se vincula. Definido negativamente, el ser es «aquello que no se deja disolver por la
dialéctica de la experiencia».
Al hombre se le abre la posibilidad de vivir la propia vida y resolver los retos que se le
presentan en el ámbito de la pura objetividad, del dominio y de la posesión (el tener), o de
vivirla como misterio de la propia auto-implicación en la realidad en la que está inmerso (el
ser). Este proceso al mismo tiempo trasciende y funda la existencia concreta de la persona. La
auténtica actitud metafísica, dice Marcel, lleva consigo la apertura al ser como misterio.
El horizonte trascendente de la búsqueda marceliana del ser es en el fondo el Dios de los cristianos.
En efecto, Marcel dice que una metafísica de la esperanza “no puede no ser cristiana”. El vínculo
entre el mundo (el ser) y Dios (el Ser Absoluto) es tan estrecho que Marcel pudo decir que su
convicción más íntima, la más irremovible, “es que Dios no quiere absolutamente ser amado por
nosotros en contra de lo creado, sino glorificado a través de lo creado y partiendo de ello”.