Está en la página 1de 4

CDMX, 24 de junio de 2021

A las y los educadores de América Latina:

En diciembre del 2019 comenzó a sonar en cada rincón del mundo la noticia sobre la
aparición de una nueva variante del virus del coronavirus en la ciudad de Wuhan, China. El
mundo, expectante, veía cómo se disparaban los casos del denominado Covid-19 alrededor
de toda la región asiática; veía la rapidez con la que llegó a Europa y África, y, finalmente,
su llegada a América y a cualquier otra región geográfica del globo terráqueo dejando ver
con una claridad impactante lo que significa vivir en un mundo globalizado. Aún con los
pocos meses que la región latinoamericana estuvo sin tener casos presentes, en los que era
más bien una especie de espectador morboso, ni las políticas públicas, ni los dictámenes
económicos y mucho menos la sociedad civil, fueron capaces de anticipar la magnitud de los
acontecimientos. Con la entrada del covid-19 a Latino América, y con una comunidad
científica llena de incertidumbres, la gran mayoría de gobiernos optó por dictaminar
cuarentenas que conllevaban el cierre de todo espacio público, incluido el de la escuela. Claro
que lo que les cuento es una historia que la saben tan bien o incluso mejor que yo por lo que
no pretendo hacer una narración de ocurrido, sino una invitación a pensar en el porvenir de
la escuela pública en América Latina post tiempos pandémicos y las reflexiones que podemos
hacer a partir de la experiencia vivida.

¿Qué sigue después? ¿Cómo será el regreso a las aulas? ¿Qué perdimos y qué ganamos que
lo vivido? Hacer suposiciones es lo único que nos queda pues únicamente cuando vivamos
ese regreso y nos enfrentemos cara a cara en las aulas es cuando podremos medir realmente
las consecuencias. Sin embargo, durante el tiempo en que seguimos expectantes al regreso,
sí que podemos compartir y reflexionar sobre los nuevos y crecidos retos que la educación y
la escuela pública ya ha comenzado a resentir. Sabemos que desde finales del siglo XXI se
ha venido hablando de una crisis en la educación de la cual teóricos, desde el campo
pedagógico hasta el campo filosófico, han recurrido con gran frecuencia, y es que, ¿cómo no
responder a un llamado constante, estruendoso y visible como lo son los problemas que vive
la región latinoamericana respecto a la educación? Alejado del discurso imperante en
nuestros sistemas educativos actuales, la crisis no es únicamente el acceso a la educación, no
es únicamente el enorme índice de pobreza que existe en la región o la falta de individuos
que no son capaces de “formarse para la inserción laboral”; la verdadera crisis de la educación
y de la escuela es que justamente se ha propagado una mirada materialista de nuestro
quehacer, hemos perdido el sentido de comunidad y se ha sustituido por un sentido
individualista en el que el mundo es una competencia constante y que la educación es
simplemente un bien comercial que pretende formar (construir) individuos capaces de actuar
y nutrir un sistema económico basado y caracterizado por la acumulación de riquezas en unos
pocos. Y no es que crea que la construcción de este modelo haya sido pensada de manera
perversa, pero en su propia dinámica sí caemos en perversidades. Hemos construido un
mundo en el es justificable que un mínimo número de personas acumulen una riqueza capaz
de quitarle el hambre a otros miles; en el que los cuerpos, la salud, la naturaleza e incluso la
vida misma se puede mercantilizar. La educación sufre lo mismo; los discursos políticos en
materia educativa adoptan conceptos del lenguaje mercantil y económico, se habla de una
“educación por competencias” que, como podemos leer entre líneas, es una educación basada
en desarrollar capacidades o habilidades que le sean útiles a la dinámica capitalista neoliberal;
se habla de una “calidad educativa” o de una “capacitación docente” como si las personas
que participan en esa dinámica fuese productos comerciables o cuantificables. En pocas
palabras, la crisis de la educación es la deshumanización de esta.

Y ahora, con una pandemia global sucediendo ante nuestros ojos y con la escuela cerrada,
nos damos cuenta que la administración de los gobiernos en América Latina enfrentaban
crisis no sólo en la esfera de lo educativo, sino también en la económica y de la salud, y que,
a partir de la llegada del virus, esa aparente línea delgada que las unía se convirtió en una
densa y única esfera; como nunca antes, fuimos capaces de entender cómo todos los factores
económicos, sociales y políticos estaban estrechamente unidos con los educativos, en donde
el cierre de las escuelas significó el abandono de miles de estudiantes y educadores que no
tenían los recursos tecnológicos o materiales para adaptarse al plan de emergencia
dictaminado por los gobiernos locales; nos enfrentamos a una apatía común que cada quien
vivió en privado dentro de casa (para quienes tuvieron la suerte de tener una); a la reclusión
social por cuarentenas indefinidas que obligaron a miles de mujeres y niñas a convivir con
sus agresores; el quiebre de negocios y proyectos locales; o la irremediable perdida de seres
queridos. Es una especie de trauma colectivo, construido desde las vivencias individuales,
que se suma a la ya existente crisis educativa en tanto sus secuelas desde ya forman parte de
una nueva dinámica social y que tarde o temprano serán ejecutadas en la dinámica escolar.

Entonces queda preguntarnos, ¿qué será del porvenir de la escuela? ¿Cómo enfrentarnos a lo
que viene? Y son justamente estas preguntas lo que me lleva a redactar esta carta y a dedicarla
a ustedes, educadoras y educadores de América Latina, para imaginarnos el porvenir de la
educación post tiempos pandémicos: una carta invitación a reconstruir el tejido social y el
sentido de comunidad que se ha venido perdiendo desde hace ya varias décadas y desagarrado
aún más desde el último año, todo desde nuestro papel en las aulas dignificando la educación.

La dignificación de la educación es entonces la resignificación de lo que entendemos por


educación apartándola de la mirada mercantilista, en donde las personas que participan
activamente en ella son seres humanos no comerciables, no desechables y tampoco
explotadores de otros seres vivos. La dignificación de la educación supone alejar al acto
educativo de los principios de mercado para focalizarlo en las necesidades de comunidades
humanas variadas y del medio ambiente; es entender a la educación como un acto humano y
no mercantil.

Realmente defiendo que la acción de ustedes, fuera y dentro del aula, es pilar potencializador
de transformaciones sociales, y por ello, les comparto las siguientes notas sobre lo que creo
debemos velar en el porvenir de la educación:

Habrá que incentivar una educación construida desde y para la comunidad que será capaz de
dejar atrás la mirada individualista presentada en los últimos años la cual fomentaba a esa
acumulación desigual de riquezas y privilegios. El hacer de la educación un acto comunitario
es luchar por un bien común humano y medio ambiental.

Escuchar y compartir los conocimientos de pueblos originarios, mujeres, infancias,


diversidades sexuales y comunidades históricamente excluidas que serán pilares para la
construcción de una escuela inclusiva, digna y crítica en tanto sea capaz de comprender las
realidades diversas que atraviesa el mundo actual y el recorrido histórico que estas suponen.
Reconocer y reimaginar la escuela como un espacio de transformación colectiva en donde
podamos cultivar mentes inquietas que puedan cuestionar el orden establecido y construir
identidades propias a partir del conocimiento de su propia historia.

Velar por hacer de la escuela un espacio libre y de confianza para el intercambio y


construcción de ideas en conjunto alejándonos del principio de competencias que significó
una dinámica voraz y violenta en tanto se enseñaba a los individuos a pasar sobre sus iguales
y sobre la naturaleza a la vez que los sumergía en un ambiente de estrés, frustración y
depresión.

Después de haber estado recluidos de los espacios públicos habremos de retomarlos en cada
una de sus esferas, desde parques hasta escuelas, pues con ello nos posicionamos como
personas que resisten a la privatización, mercantilización y adueñamiento de espacios en los
que tenemos el derecho de organizarnos, conversar, compartir y crear.

Finalmente, y no menos importante, es el que logremos reconocer que nuestro papel como
educadores y educadores de esta región es realmente potencializador para lograr una
transformación a una sociedad incluyente, dignificada, cooperativa y, sobre todo, humana.
En donde las nuestras naciones que comparten relatos tan comunes, sean naciones que vayan
más allá de la cooperación mercantil-económica, y construyamos comunidades nacionales
que compartan sus saberes, inquietudes y sentires sobre nuestra historia como humanidad.

Liliana A. Álvarez Ávila

También podría gustarte