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Juárez, Mauro Rodrigo

DNI: 35904267
Comisión: 3 (G. Romero)
Condición de cursada: PD

a. Valencia1 utiliza el término capitalismo gore para señalar un fenómeno en el


cual la violencia estructural que el capitalismo tiende a ocultar, sale a la luz. En
su lectura, ciertos fenómenos de la economía hegemónica propia de zonas
geográficamente fronterizas, vinculadas con el narcotráfico, la trata de personas,
etc., son fenómenos en los cuales se da un derramamiento de sangre humana
ejercida por sujetos que, no pudiendo acceder a los privilegios del mundo
capitalista, ejercen lo que la autora denomina un necroempoderamiento a través
del ejercicio de la violencia.
Con la consecución de un empoderamiento a través de la violencia, estos sujetos,
que la autora denomina endriagos, replican distópicamente una lógica ya
presente en el neoliberalismo. Se trata de la violencia predatoria asociada a una
masculinidad hegemónica heteropatriarcal, en la cual toda minoría paga el
precio de ser justamente minoría, con su sangre.
Podemos decir que esta condición forma parte de la cultura a un nivel
estructural2, y que ha tenido como garantía la tendencia a lavar la sangre, lo cual
quiere decir que existen prácticas mediante las cuales la sangre es purificada o
consumada, que por tanto permiten poner “debajo del tapete” una historia de
crueldad ejercida hacia todo ser viviente que muestre un rasgo de debilidad.
Si observamos cómo la crueldad ha operado en nuestra cultura, podremos dar
cuenta de que no se trata de fenómenos aislados que representen un excedente de
fuerzas vitales3 sino más bien una práctica afianzada al modo de una
inmunización4 lo cual quiere decir que han sido fuerzas extenuadas, reactivas,
apropiadoras, auto-limitadas y por tanto decadentes, las que pretendieron
hacerse con la naturaleza al modo de una fagocitación.
Lo que deja entrever el capitalismo gore es esa violencia propia de la cultura, y
al hacerlo permite denunciarla como lo que es en su expresión más clara, lejos
de los mecanismos de ocultamiento o lavado de la sangre, porque las figuras del
kamikase o el sicario son las que llevan a cabo esa economía en la cual la
asepsia que caracteriza la cara visible de la mercancía en el biocapitalismo, se
aparta y permite “sacar de juego la fase de producción de la mercancía,
sustituyéndola por el cuerpo y la vida humana”5
Juárez, Mauro Rodrigo
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b. Ya en el comienzo de su libro6, Patterson señala cómo, a partir de una primera


gran divisoria, que fundamentalmente tiene que ver con una pérdida de una
cierta consanguinidad con el animal luego de la primera revolución agrícola, el
humano no sólo se colocó en una posición de supremacía respecto de las demás
especies, sino que además les negó racionalidad y se auto-atribuyó rasgos
divinos, los cuales implicaron una capacidad justificatoria para sus propios
actos. A esto Freud lo llamó megalomanía humana.
El recorrido que Patterson revisa, da cuenta de cómo la violencia hacia el animal
está vinculada con la violencia racial y sexual. Dirá7 que “puesto que la
violencia engendra más violencia, la esclavización de los animales inyectó un
mayor grado de dominación y coacción en la historia humana”.
Resulta controversial en su lectura la equiparación entre los campos de
concentración del nacionalsocialismo y los mataderos que existen en la
actualidad. Esto es así porque dar cuenta de esta situación lleva a poner en jaque
al humanismo, “que se funda en la superioridad del hombre sobre el animal, y
por lo tanto solo puede aceptar que es degradante tratar a humanos como
animales, pero que es «natural» tratar a animales como animales.”8
El concepto de lo humano como aquel existente que se halla por encima del
resto supone una justificación a la hora de ejercer violencia sobre todo aquello
que está por debajo en esa jerarquización. Tal jerarquía, a su vez, se basa en un
lavado de sangre9 . El matadero es un ejemplo de ello. Existe un negacionismo a
reconocernos como ejecutores directos o indirectos de una violencia hacia el
animal, pero estructuramos nuestra vida humana reconociendo que podemos, en
tanto humanxs, ejercer esa violencia.
El humano se atribuye razón porque domina primero mediante la violencia, o
como sostuvo Nietzsche, “… la sangre es para él el mejor de los argumentos. / A
una verdad que sólo en oídos delicados se desliza llámala mentira y nada.”10
La condición humana que se denuncia allí tiene por característica una arrogancia
que la lleva a considerarse garante de toda atribución de verdad o falsedad.
Toma a la razón que se atribuye como una condición de justificación del
ejercicio de la dominación, cuando en realidad representa más bien un trofeo. La
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fórmula sería “poseo la razón porque domino”. Pero una vez obtenida la razón,
la violencia no desaparece.
La mencionada verdad que sólo en oídos delicados se desliza es en este caso el
sufrimiento de los animales. Hacer de ese sufrimiento una mentira o una nada es
lavarlo, conjurarlo. Entender cómo este encubrimiento conforma el concepto de
lo humano puede permitirnos comprender cómo se articulan los elementos que
conjugan la violencia estructural en nuestra cultura.11

Notas:

1. S. Valencia, “Capitalismo gore”, en Programa Universitario de Estudios de


Género, México, UNAM, 2014.
2. M. B. Cragnolini, “Vivir de la sangre de otro”
3. F. Nietzsche, “Genealogía de la moral”
4. R. Esposito, “Comunitas, vida y destino de la comunidad”
5. S. Valencia, “Capitalismo gore”, p. 52
6. Ch. Patterson, ¿Por qué maltratamos tanto a los animales? Un modelo para la
masacre de personas en los campos de exterminio nazis, traducción R. Sala,
Lleida, Editorial Milenio, 2009.
7. Ch. Patterson, ¿Por qué maltratamos tanto a los animales? Un modelo para la
masacre de personas en los campos de exterminio nazis, traducción R. Sala,
Lleida, Editorial Milenio, 2009., p. 38
8. M. B. Cragnolini, “Vivir de la sangre de otro”
9. M. B. Cragnolini, “Vivir de la sangre de otro”
10. F. Nietzsche, “Así habló Zaratustra”, par. “De las moscas del mercado”
11. M. B. Cragnolini, “Vivir de la sangre de otro”

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