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Miró el texto. Hojeó con verdadera parsimonia, nada entusiasmaba a sus ojos hacía décadas.

Pasó unas páginas más sin detenerse demasiado en ninguna, sin duda el ejemplar era raro,
pero no le quedaban dudas.

No, dijo sin titubear. En esta librería no adquirimos falsificaciones.

No es una falsificación.

En todo caso, no estamos interesados en libros que nunca se escribieron.

El hombre se largó como llegó. Sin saludar ni despedirse. Quizás lo pensaría después, pero no
era la primera vez que alguien se llegaba hasta su lugar junto a la caja, y sin mediar
preámbulos le enrostraba un ejemplar raro, una enciclopedia medieval, un misterioso bestiario
en vitela, que al final no pasaban de ser meras falsedades, libros ruines por los que tuvo que
malgastar cantidades gruesas.

No ni pensarlo.

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