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Huacho, ciudad pródiga. Ciudad llena de encanto.

Capital de la Hospitalidad…

La evocación se dirigía y se dirige hacia su acogedora


campiña, el distrito de Santa María…

El amigable poblador campiñero, antaño no podía separarse de


dos animalitos que le eran inseparables. Junto a ellos
formaban un trío que mutuamente se buscaban .

El hombre le brindaba alimentación, cariño y mucha


dedicación. Este trío era hombre, perro y cerdo. El
leal perro, un animalito que cuida la casa y el robusto
cerdo le apoyaba en la economía del hogar.

Todo poblador campiñero, antaño no prescindía de tener uno o


más chanchos en el huerto de su casa, los que eran muy bien
custodiados por el siempre vigilante cánido.
Fue el chancho, quien elevó la relevancia de nuestra verde y
siempre fresca campiña. Este animal que depositaba su robusta
figura en le fango y que luego a los rayos del sol, secaba su
barroso cuerpo, recibía quizá la mejor de las atenciones dentro
del hogar.
Desde su nacimiento, su sino estaba marcado. Ya de mayor, era
sometido a su primera cirugía. Era castrado.
Esta delicada operación lo llevaban a cabo expertos castradores que
nunca faltaban en cada barrio.
Luego era sometido a una buena alimentación. Empezaba el momento de la
ceba. Era alimentado exclusivamente con doradas mazorcas de maíz. Pronto
ganaba peso. El dueño, cuando creía que estaba preparado para el beneficio,
buscaba al matador de chanchos. Otro experto en estos ajetreos.

Desde las primeras luces del alba. Al altar del sacrificio esperaba al
animal.
Todo estaba preparado. Llegaba el matarife y se procedía a la matanza.
Terminada la labor, los fogones ya estaban ardiendo. La paila esperaba ser
alimentada por los enormes trozos de carne.
El chicharronero, empezaba su sudorosa labor. Vueltas y vueltas. La carne
se iba dorando.
Los deliciosos y reclamados chicharrones, estaban presto para ser
servidos y ofrecido a los comensales.

Mientras se daba este proceso de los chicharrones, manos expertas


estaban preparando las afamadas salchichas de Huacho, aunque a
decir verdad eran de Santa María. Listas para partir hacia el mercado
de la ciudad.

Otro grupo se dedicaba a la preparación de los reclamados rellenos.


Otro embutido que jamás faltaba en el matinal desayuno campiñero.

Mientras se daban estas actividades, los perros


deambulaban alrededor del altar del sacrificio y de los
fogones, esperando encontrar un hueso que roer y
lamer. Su búsqueda no era en vano , siempre solían
encontrar algún trozo de chicharrón. Satisfacían así
su insaciable hambre.

Se dice que era tal la producción de salchicha, que los


perros, hastiados de ella, si encontraban un trozo
caído por el suelo, lo olían y pasaban de largo. No había
disputa alguna con sus congéneres, como cuando
encontraban un buen trozo de chicharrón entre los
aún humeantes fogones. Esto dio origen a la conocida
expresión “Huacho, donde los perros se amarraban
con salchicha”.
Fin
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