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LA CONCEPCIÓN REPUBLICANA DEL DEBER: BOLÍVAR Y LA LIBERTAD

DEL PERÚ

Carolina Guerrero
Universidad Simón Bolívar

Las campañas libertadoras que dirigió Simón Bolívar con el ejército colombiano
en el Perú incitan hoy a intentar una interpretación sobre ellas al menos desde
dos perspectivas. Una, la pragmática, que habría conjugado –por una parte– el
interés en torno a la protección y conservación de la soberanía de la unión
colombiana, el Estado conformado por Venezuela, Nueva Granada, el reino de
Quito y Guayaquil, cuya latitud se extendió entre 1819 y 1830. Es decir, la
empresa emancipadora en el Perú habría sido originada por la conveniencia
(se diría hoy) geopolítica de promover una América meridional libre de
dominación española, a efectos de asegurar que la república colombiana no
fuese amenazada desde los territorios del Sur por la fuerza monarquista que
aún los gobernaba. Por otra parte, la visión pragmática también habría
calculado la necesidad de ocupar en nuevas gestas independentistas a los
hombres de armas ineptos para il vivere político;1 esto es, entre las
preocupaciones del Libertador gravitaba la idea de que la virtud épica del
soldado grancolombiano sería perniciosa frente al proceso de construcción de
un Estado liberal cuya singularidad exigía virtud cívica en tiempos de
convivencia pacífica dentro del orden republicano naciente.2

1
Sobre il vivere politico, Viroli lo vincula con el goce por parte de los ciudadanos de la
estabilidad, la prosperidad de la ciudad y el buen orden político, efectos perceptibles sólo ante
la presencia de la virtud en los hombres. Además de exigir la disposición de los ciudadanos a
priorizar el interés de la ciudad por encima de su interés particular, aquel orden demandaba
hábitos de semejante virtud cívica tanto en los magistrados como en los ciudadanos
ordinarios. Maurizio Viroli, “Machiavelli and the republican idea of politics”, en Gisela Bock,
Quentin Skinner y Maurizio Viroli (eds.), Machiavelli and republicanism (Cambridge:
Cambridge University Press, 1993), pp. 152-161.
2
Sobre este punto, escúchese el siguiente testimonio del general José Antonio Páez, cuando en
1827 Bolívar le planteó la necesidad de emprender la emancipación de Cuba y Puerto Rico:
“tenía Colombia un ejército aguerrido, compuesto casi todo de hombres avezados a la vida de
los campamentos, hijos del combate, buenos sólo bajo la disciplina militar, pero incapaces de
llevar otra vida que la de las armas... vida peligrosa para la sociedad cuando después de la
victoria cesa la necesidad de la espada y es necesario colgarla para que el ciudadano tranquilo
no tenga el sobresalto de la dominación militar, que después de la tiranía de las revoluciones
es la peor de todas las tiranías... En una palabra, el ejército era una amenaza para la
tranquilidad pública... Por todos conceptos estaba justificada la expedición de Bolívar: a los
ojos del guerrero, para completar su conquista; a los del político para librar de peligros a una
sociedad que empezaba a constituirse” José Antonio Páez, Autobiografía (Caracas,
BANH/PDVSA, 1987), pp. 353-354.

1
Además de la pragmática, es posible identificar una perspectiva
propiamente principista como fundamento de la acción libertadora de Bolívar
en el Perú. En este caso destacó una elocuencia de carácter rousseauniano
sobre el deber del más virtuoso de obligar al otro a ser libre, lo cual además
fungió tanto en la unión colombiana como en el propio Perú a manera de
principio legitimador de semejante gesta militar. Mas dicha concepción del
deber cívico articulada en la tradición republicana coexistió con los ecos de
una contrastante tradición: la de la república cristiana,3 y quizás también con
trazos de la lógica correspondiente al despotismo ilustrado.4 Al mismo tiempo,
junto con el deber de libertar fueron perceptibles las motivaciones principistas
de promover no sólo la emancipación, sino ejecutar también en el Perú el
deber de legislar (aún cónsono con la tradición republicana descrita por
Nicolás Maquiavelo sobre el rol del primer legislador5) y el deber de imponer la
mudanza de usos, costumbres y prácticas políticas, que aun cuando se
orientase a hacer posible el orden republicano –una vez expulsada la
dominación española– enfrentaba la limitación de recurrir a métodos “góticos”
no republicanos,6 ante lo cual pareció prevalecer la moderación de las
aspiraciones con base en la política factible (y no la realmente requerida) para
tales efectos.
En las siguientes líneas procederé a esbozar el pragmatismo político
inherente a la invasión militar del ejército republicano de la unión colombiana
3
A efectos de este análisis, la relevancia de la tradición de la res publica christiana bajo la cual
fue criado el Libertador está en la concepción de que en toda sociedad política hay un
individuo dotado de virtud extraordinaria por gracia divina, a partir de la cual deben ser
conducidos los pueblos; no bajo la deliberación de sus miembros, sino bajo el designio de esa
virtud, de esa razón. En palabras de Saavedra Fajardo, sólo el príncipe cristiano “tiene ciencia
práctica de lo universal”, es instrumento “de la felicidad política y de la salud pública”, “nació
para gobernar a otros”, es más “gobernador que hombre”, “no ha de obrar por inclinación,
sino por razón de gobierno. No por genio propio, sino por arte. Sus costumbres más han de ser
políticas que naturales. Sus deseos más han de nacer del corazón de la república que del suyo.
Los particulares se gobiernan a su modo; los príncipes, según la conveniencia común”. Diego
Saavedra Fajardo, Empresas políticas (Idea de un príncipe político cristiano representada en
cien empresas) (Madrid: Cátedra, 1999 [1640]), pp. 196, 204, 210, 246-247.
4
Sobre el despotismo ilustrado Nay señala la relación entre rey y filósofos, a partir de lo cual
las luces de la filosofía (siglo XVIII) permeaban la acción del monarca. Oliver Nay, Histoire des
idées politiques (París: Armand Colin, 2004), pp. 253-254. En el caso de Bolívar, su dominación
análoga al despotismo ilustrado presenta la particularidad de conjugar en un solo hombre el
rol mandatario y el rol del proveedor de las ideas ilustradas.
5
Ver Niccolo Machiavelli, Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, en Opere scelte (Roma:
Editori Riutini, 1973), Libro I, Capítulos I y II.
6
La referencia sobre el barbarismo gótico presente en ciertas teorías sobre formas de gobierno
pertenece a James Harrington, quien estableció la diferencia entre las teorías “góticas” y las
“de fuente romana”, para distinguir, respectivamente, entre aquellas que privilegian el orden
y suprimen la libertad, y aquellas para las cuales siendo el orden una condición necesaria
dentro de la sociedad política, debe siempre ser conciliado con la vigencia de la libertad, como
valor político sustantivo. Cf. J. G. A. Pocock, The political works of James Harrington
(Cambridge: Cambridge University Press, 1977), pp. 161ss.

2
en el Perú, y luego me centraré en la concepción del deber republicano que
compelió a tal acción épica desde tres aspectos: las ideas sobre el deber de
obligar a ser libre, el deber de proveer la mejor legislación en el momento
fundacional de la república, y el deber de fomentar la mudanza de usos y
costumbres antiliberales para el despliegue de las prácticas políticas
necesarias en la nueva república.
Este análisis lo emprenderé desde la óptica historiográfica venezolana (si se
quiere, grancolombiana), partiendo de la advertencia de que la historiografía
canónica de Venezuela en general ha asumido el estudio del proceso político
que emprendieron Bolívar y Antonio José de Sucre en el Perú como si todo ello
no formase parte de la historia patria, y como si se hubiese tratado de un
episodio satelital, aislado, ajeno. Intentaremos acá la revisión de este proceso
en su necesaria inserción dentro de la construcción republicana de la América
andina, y como parte de una narrativa historiográfica que ciertamente es
constitutiva del republicanismo de Venezuela.

1. Sobre el pragmatismo político movilizador de la campaña de


Bolívar en el Perú

Por una parte, la intervención guerrera del ejército colombiano a fines de


lograr la independencia peruana se entendió como una necesidad para
proteger la libertad y soberanía de la unión colombiana, cuya guerra
independentista había alcanzado el punto de conclusión en junio de 1821. 7 En
ese sentido, fue recurrente la referencia a que Bolívar estaba penetrado de la
verdad “de que perdido el Perú se (perdía) el Sur de Colombia”.8 Por otro lado,
parecía conveniente ocupar a los hombres de armas en la empresa
emancipadora, si, de acuerdo con la reflexión de Bolívar, “la mayor parte de
ellos no tienen otro mérito personal sino es aquel valor brutal y enteramente
material que ha sido tan útil a la República, pero que en el día, con la paz,
resulta un obstáculo al orden y a la tranquilidad”.9
Luce evidente que el elemento de peso en la perspectiva pragmática que
decidió la participación colombiana en la guerra de independencia peruana fue
la importancia, para las repúblicas emancipadas, de lograr una América
meridional libre de la monarquía española. El dar ocupación a los hombres de
7
Ver, por ejemplo, José Gil Fortoul, Historia constitucional de Venezuela (Caracas: Sales, 1964),
Vol. I.
8
Oficio de José Gabriel Pérez, secretario general del Libertador, para el gobierno de Colombia,
dado en Trujillo, 31 de marzo de 1824, en José Félix Blanco y Ramón Azpúrua, Documentos
para la historia de la vida pública del Libertador (Caracas: Presidencia de la República, 1978),
Vol. IX, p. 246.
9
La cita es apócrifa; en Louis Perú Delacroix, Diario de Bucaramanga (Caracas: Comité
Ejecutivo Bicentenario de Simón Bolívar, 1982).

3
armas era un efecto conveniente a medias, si se considera la dificultad de
sostener nuevas campañas militares con los escasos recursos materiales
disponibles.10 Este último aspecto delineó, más bien, los deberes republicanos
de los civiles del Perú. Escúchese la retórica bolivarista sobre las
contribuciones exigidas a los civiles: “Todos los pueblos que se han empeñado
en ser libres han contribuido de su parte con los auxilios necesarios al Ejército
capaz de proporcionarles tan grande bien… Tales sentimientos (por la Patria)
deben ser comprobados por los hechos… porque el patriotismo es un fuego
que ardiendo en el corazón vence todo género de obstáculos… la Patria espera
mucho de ellos…”11.
En cierta medida también definía los deberes de los republicanos
colombianos, cuya precariedad material como nación debía agravarse –
resultaba imperativo– en función de la campaña peruana. Escuchemos a
Bolívar: “no es justo que un Estado (el Perú republicano) se sacrifique por los
intereses de otro; y porque yo sé que cada República Americana tiene
pendiente su suerte del bien de las demás, y que el que sirve a una, sirve a
muchas”.12
La perspectiva pragmática que animó la participación guerrera de Colombia
en el Perú se inscribe en una ética teleológica, determinada por los objetivos y
fines perseguidos, y que en lenguaje maquiavélico alinea la ética del hombre
político (en este caso, la de Bolívar) con la lógica de la razón de Estado, según
la cual en política, más que los principios, cuentan los fines, configurados éstos
por la prosecución de las “grandes cosas”.13 En términos utilitaristas, por
grandes cosas habría de entenderse la batalla por la libertad, dado que una
ética consecuencialista estaría dirigida por la búsqueda no de “la mayor
felicidad del propio agente, sino de la mayor cantidad total de felicidad”.14 La
10
El historiador Ezio Serrano Páez examina en su trabajo Administración y cabildos en la
formación de la nación venezolana (1808-1830) (Caracas: Universidad Católica Andrés
Bello/mimeo, 2009) el malestar de la “sociedad civil” ante el levantamiento de fondos
ordenado recurrentemente por las autoridades públicas para cubrir los gastos de la guerra, los
efectos de los empréstitos en las posibilidades de configurar una sociedad liberal industriosa, y
la incidencia de este descontento en la estabilidad política durante los inicios republicanos de
Venezuela y a lo largo de la existencia de la unión colombiana.
11
“El Libertador, por medio del Ministerio General, al prefecto del Departamento de
Huamanga, 30 de septiembre de 1824”, en Colección documental de la Independencia del
Perú (Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1975),
Tomo XIV, Vol. 3, pp. 238-239.
12
Colección documental de la Independencia del Perú, Tomo XIV, Vol. 2, pp. 83-84.
13
El propósito político de alcanzar aquello que la tradición republicana de las ciudades italianas
del humanismo cívico y del renacimiento entendieron por “grandes cosas” (inherente, por
supuesto, a la participación activa en la construcción de la grandezza de la república) permite
desplegar lo que Weber denominó ética de la responsabilidad, la cual, a diferencia de la ética
de la convicción, “ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción”.
Ver Max Weber, El político y el científico (Madrid: Alianza, 1967), pp. 163-179.
14
John Stuart Mill, El utilitarismo (Madrid: Alianza, 2002), p. 57.

4
renuncia al sosiego en pro del sacrificio doloroso y heroico de emprender tal
campaña libertadora supondría, en estos términos, el goce mayor de un
cuerpo cívico republicano.

2. Sobre la ética axiológica inherente a la empresa emancipadora de


Bolívar en el Perú

En términos kantianos, la ética propiamente deontológica se supone efecto del


ejercicio de la razón a partir del cual es posible y necesario valorar aquello que
ha de ser hecho o ha de ser evitado. Las acciones han de ser juzgadas de
acuerdo con la pureza de las intenciones. Por tanto, la concepción del deber
que emana de ello supone que una acción moralmente necesaria se traduce
en obligación (no solamente la acción es buena, sino que debe ser realizada),
no en atención a los fines (porque ello la condicionaría) sino por su sola
bondad.15
Luis Castro Leiva distingue moral (a secas) de ética, entendiendo por esta
última la reflexión sobre las posibilidades de aplicar dos elementos de la
tradición republicana (virtud y carácter), y explicando la moral en los términos
siguientes: “por moral entenderemos… la concepción que basa la decisión
humana acerca de lo bueno o malo en política –y fuera de ella– a partir de la
idea central del deber y de su correlato categorial, la idea de obligación, y la
relación que ambas tienen con el proyecto de la autonomía de la voluntad”. 16
Esto sugiere que la moral del hombre político es en sí principista, no
necesariamente teleológica.
Lo expuesto se entrama con la resonancia en Bolívar de la concepción
rousseauniana sobre el deber de obligar al otro a ser libre. El punto de partida
se distancia radicalmente de una perspectiva individualista (como sí admitiría
Kant), en tanto la premisa de la cual se parte demanda la renuncia a la
condición individual para realizar la consagración al bien público (moralmente
superior), fomentada por el espíritu igualmente público.17
En la proclama de Bolívar al Ejército Libertador (julio de 1824) se
fundamenta la idea del deber republicano en torno a la obligación de
conquistar o recuperar la libertad, concebida a su vez como realización de la

15
Aludo aquí a la tradición kantiana, que volveré a referir líneas más adelante. El texto clásico
en el cual el autor desarrolla la tesis sobre moral que interesa en el presente texto y, como
apuntaremos luego, el concepto de imperativo categórico, es Immanuel Kant, Metafísica de las
costumbres (Madrid: Tecnos, 1989 [1797]).
16
Luis Castro Leiva, “¡Democraticemos al Facundo! Educación y valores éticos de la
democracia”, en Sed buenos ciudadanos (Caracas: Alfadil/IUSI Santa Rosa de Lima, 1999), p.
158.
17
Ver Jean-Jacques Rousseau, Du contrat social (Paris : Gallimard, 1964 [1762]), Libro I,
Capítulo VII, p. 186.

5
grandezza republicana, en este caso de Colombia: “¡Soldados! Vais a
completar la obra más grande que el Cielo ha encargado a los hombres, la de
salvar un mundo entero de la esclavitud… ¡Soldados! El Perú y la América toda
guardan de vosotros la paz, hija de la victoria; y aún la Europa liberal os
contempla con encanto; porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza
del Universo”.18
En el sentido de obligación de asistir a la recuperación de la libertad del otro
(u obligarlo a ser libre) está disuelta la concepción de que il vivere politico
demanda la consagración del hombre político a la vigilancia del vivir sin
dependencia, sometimiento o interferencia arbitraria por parte de otros.
Quentin Skinner refiere que la teoría neo-romana de Maquiavelo sobre la
libertad establece por una parte el imperativo de que cada hombre coloque
sus talentos a disposición de la comunidad tanto para contribuir con el bien
común como para reaccionar oportunamente contra las amenazas a la
libertad; segundo, la paradoja según la cual la libertad es una forma de
servicio, en tanto la devoción activa al bien público es una condición necesaria
para preservar dicha libertad; y, tercero, el sentido de la virtud, que compele
al ciudadano a transitar el curso de las acciones precisas para salvar la
república y resguardar la libertad de la patria19. Escuchemos una vez más a
Bolívar: “he salido de Bogotá a buscar los enemigos de la América donde
quiera que se hallen y éstos huellan aún el territorio del Perú… vuelvo a
ofrecer al Congreso del Perú mi activa cooperación a la salvación de su
patria”.20 Siete días después apuntaba: “yo soy sólo un soldado amante del
Perú, y aún más amante de la libertad”.21

3. Bolívar y el deber del primer legislador

En cuanto al deber de legislar, conviene recordar que la normatividad


constitucionalista de Bolívar comenzó a manifestarse en 1812, cuando esbozó
el mito sobre la constitución federalista venezolana del año 1811 como causa
de la pérdida de la república. En su condición de Libertador presidente, en el
año 1818 incitó al Consejo de Estado a realizar la convocatoria de un nuevo
congreso constituyente, ante el cual presentó en febrero de 1819 su proyecto
de constitución. Dado que dicho proyecto fue relativamente modificado por el
18
Bolívar, Pasco, 29 de julio de 1824, en Colección documental de la independencia del Perú,
Tomo XIV, Vol. 1, p. 209.
19
Ver Quentin Skinner, Visions of politics: Renaissance virtues (Cambridge: Cambridge
University Press, 2002), Vol. II, p. 163.
20
Contestación de Bolívar al Congreso Nacional del Perú, 5 de septiembre de 1823, en Blanco y
Azpúrua, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, Vol. IX, pp. 73-74.
21
Bolívar al Congreso Nacional del Perú, 12 de septiembre de 1823, en Blanco y Azpúrua,
Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, Vol. IX, p. 82.

6
congreso de 1819, y alterado aún más por el congreso constituyente de la
unión colombiana en 1821, la siguiente acción constitucionalista de Bolívar
(me refiero a su propuesta de constitución para la República Bolívar o Bolivia,
en 1826) fue aceptada casi íntegramente, y probó similar fortuna ante el
Congreso del Perú. En concepción de Bolívar, aquel texto constitucional era el
adecuado a la especificidad de la América andina. Por tanto, parece necesario
considerar la iniciativa constitucionalista de Bolívar como parte del proceso de
su acción independentista, dado que como hombre político se ocupó tanto de
dirigir la campaña militar como de trazar las bases jurídico-políticas para el
nuevo orden republicano.
El que un solo hombre se pensase a sí mismo suficiente como para dotar a
la república de la ley fundamental se conectó con la concepción en torno a la
razón ilustrada,22 apta para descifrar la utilidad pública que la multitud no
lograría diferenciar por sí sola. Explica Luis Castro Leiva: “en tanto Bolívar
haya sido instruido en el paradigma de la Razón Ilustrada, ha podido concebir
sus acciones bajo el dominio de un historicismo particular que hace gala de
una concepción de historia animada por un principio rector, la razón, y que
arroja por ello un sentido trascendente y legitimador a circunstancias, acciones
y pasiones humanas”.23
De acuerdo con la tradición clásica, se hacía necesaria la acción benéfica de
una razón (llamémosla, para insistir, ilustrada) capaz de hacer que
prevaleciera la utilidad popular sobre la voluntad popular. Lo mencionado
responde a la distinción establecida por Cicerón entre populi utilitas y populi
voluntas, de acuerdo con lo cual la legalidad para la vida republicana había de
fundamentarse en el servicio al bienestar público, y no en la satisfacción de la
voluntad de los hombres, la cual podría ser contraria a su verdadero interés.24
El bien común se vinculaba con la justicia de las leyes como síntesis de la
utilidad, y era, por tanto, supravoluntarista. Como señalaba Cicerón: “Los

22
Junto con las concepciones que permitirían conjugar la idea de que un ciudadano virtuoso
era poseedor de la razón ilustrada necesaria para conducir a una república en proceso de
constitución, destaca lo que Pino Iturrieta categoriza como la mentalidad del mantuano: aquel
individuo blanco criollo, perteneciente a la clase principal, la cual a su vez – por efecto del
tradicionalismo– se entendía a sí misma como portadora del honor, jerarquizada por voluntad
divina para regir sobre las almas de las clases inferiores y ser garante del orden político y
social. Cf. Elías Pino Iturrieta, Fueros, civilización y ciudadanía (Caracas: Universidad Católica
Andrés Bello, 2000). También, del mismo autor, La mentalidad venezolana de la emancipación
(Caracas: Eldorado Ediciones, 1991).
23
Luis Castro Leiva, La Gran Colombia, una razón ilustrada (Caracas: Monte Ávila, 1984), p. 37.
Puntualiza el autor sobre Bolívar que es (a sí mismo) concebido como el actor supremo de la
razón ilustrada: protagoniza la historia, es el “genio” productor de acciones ejemplares, pp.
156-158.
24
Cf. Mortimer Sellers, Republican legal theory (Basingstoke/New York: Palgrave MacMillan,
2003), pp. 6-15.

7
votos de los idiotas no pueden alterar las leyes naturales de justicia”.25 Luego,
el descubrimiento de la legalidad necesaria para la república había de ser
confiado a una razón ilustrada, residente o bien en un cuerpo de sabios
legisladores, o bien en un solo hombre.
Cierta narrativa de la tradición republicana privilegió la idea de que, durante
la fundación de la república, la ordenación de las leyes debía descansar en
manos de uno solo.26 Cito a Maquiavelo: “podemos llamar feliz a aquella
república en la que haya surgido un hombre tan prudente que le haya dado
leyes ordenadas de tal manera que, sin necesidad de corregirlas, pueda vivir
segura bajo ellas… Alcanza el mayor grado de infelicidad aquella ciudad que,
no habiéndose trazado según un ordenamiento jurídico prudente, se ve
forzada a reorganizarse a sí misma”. Por tanto, la prudencia del primer
legislador residirá en su facultad para elegir la forma de gobierno “más firme y
más estable”.27 Esto implicaba que, en el momento fundacional, el bien público
demandaría la neutralización de la deliberación cívica para dar paso a la
imposición de uno solo, reconocido por su auctoritas.
Escúchese la correspondencia entre lo expuesto y la labor constitucionalista
de Bolívar, de acuerdo con una nota editorial publicada por El Sol el 5 de
agosto de 1826:

“El proyecto de constitución… es la producción más cara con que S.E. se ha


dignado a protegernos. Su magnífico corazón no ha descansado con libertarnos
del yugo español, se extiende a darnos vida y afianzar por él nuestra suerte y
prosperidad. ¿Qué hubiera sido de nosotros si su mano poderosa no nos hubiera
salvado? ¿Y qué sería si a presencia de nuestra infancia nos dejase correr los
riesgos indispensables para formarnos? Los aciertos caminarían a la par del
tiempo y serían el fruto de penosas experiencias. Los pueblos que no han tenido
la felicidad de poseerlo, nos lo aseguran: los amagos de la anarquía lo
persuaden: sólo el genio tutelar e incomparable sabe lo que cuesta esta grande
obra, sólo a él le es dado perfeccionarla”.28

La visión rousseauniana sobre el primer legislador planteaba que el Estado


sería una institución sólida y perfecta en la medida en que el trazo de las leyes
se correspondiese con “las mejores reglas de sociedad que convienen a la
nación”. Quien fuese capaz de descubrirlas no pertenecía al común: Rousseau

25
Ibídem, p.14.
26
El punto es discutido por Maquiavelo en Discursos sobre la primera década de Tito Livio, libro
I, capítulo I, pp. 31ss.
27
Ibídem, libro I, capítulo II, pp. 34, 38.
28
Colección documental de la independencia del Perú, Tomo XIV, Vol. 2, p. 212. El Sol publicó
el proyecto de constitución presentado por Bolívar en sus números 84 al 89, entre el 5 de
agosto y el 9 de septiembre de 1826.

8
concibió al legislador como un hombre extraordinario, capaz de anticipar las
pasiones humanas sin padecerlas.29 Si, de acuerdo con el autor ginebrino, una
república naciente difícilmente estaría conformada por un pueblo dispuesto a
“gustar de las sanas máximas de la política y seguir las reglas fundamentales
de la razón de Estado”,30 la tarea del legislador habría de ser la institución de
un verdadero pueblo con espíritu público. Señaló Rousseau que el legislador
debería saberse capaz de trasmutar la naturaleza humana, alterar la
constitución del hombre a efectos de fortalecerla; en suma, sustituir una
existencia física e independiente por una existencia moral, donde el individuo
habría de renunciar a sí mismo como entidad solitaria para adquirir existencia
como parte de un todo que lo superaría.

4. Sobre el deber de fundar prácticas políticas republicanas

La acción virtuosa del general Bolívar en Perú no planteaba detenerse en la


victoria en la guerra. La idea sobre la salvación de la patria (peruana)
implicaba no sólo alcanzar la expulsión de la dominación española, sino
también establecer, además de la legalidad, las prácticas cívicas propias del
vivir en república. En la contestación de Bolívar al Congreso del Perú (5 de
septiembre de 1823) puntualizó: “Pensaba que no tanto la guerra cuanto la
organización social necesitaba de un fuerte apoyo que sostuviese la República
peruana”.31
Como señala Cristóbal Aljovín, la segunda dictadura de Bolívar en el Perú,
otorgada por el Congreso en 1825 después de culminada la guerra, “se
justificaba por el temor a la anarquía… el miedo a autogobernarse. A su vez,
Bolívar concibió su poder dictatorial… para cambiar las reglas de juego y
fundar una nueva entidad política. (…) como un dictador moderno, que busca
a través de la concentración del poder, sin mayor control, transformar la
sociedad y el Estado”.32
El sentido del sacrificio en el campo de batalla era la conservación y
protección de la libertad recuperada. Al igual que en la unión colombiana, en el
29
Rousseau, Du contrat social, libro II, capítulo VII, pp. 203-205. La traducción es mía.
30
Llegados a ese punto, Rousseau señala que el legislador no podrá persuadir a dicho pueblo a
apreciar las ventajas derivadas de las privaciones continuas que imponen las buenas leyes. No
podrá para ello hacer uso ni de la fuerza ni del razonamiento, de manera que deberá recurrir a
una autoridad de otro orden (ibídem, p. 205), todo lo cual, a mi entender, se enlaza con el
planteamiento que desarrolla el filósofo ginebrino en el capítulo VIII del libro IV, respecto a la
religión civil.
31
Reproducido en Blanco y Azpúrua, Documentos para la historia de la vida pública del
Libertador, Vol. IX, p. 73.
32
Cristóbal Aljovín: “Perú y Charcas, de la independencia a la república”, en Germán Carrera
Damas y John Lombardi (director y coordinador, respectivamente), Historia general de América
Latina (Madrid: Unesco/Trotta, 2003), Vol. V, p. 258.

9
Perú Bolívar se concebía a sí mismo como el hombre necesario para preservar
la república en ausencia de virtud en el común de los habitantes. El
razonamiento entroncaba con la premisa establecida por Maquiavelo, de
acuerdo con lo cual si el cuerpo cívico no era virtuoso, la república no sería
viable, aun cuando se intentase sostenerla a partir de la acción benéfica de un
gobernante virtuoso, garante de todo orden: “una ciudad en decadencia por
corrupción de su materia, si vuelve a levantarse es por virtud de un hombre
vivo… y tan pronto como él muere, se vuelve a los malos hábitos pasados… La
causa es que no puede haber un hombre de vida lo suficientemente larga
como para acostumbrar bien una ciudad por mucho tiempo mal
acostumbrada”.33
Nótese la coincidencia de lo expuesto con lo que comunicó en 1827
Francisco de Paula Santander a Bolívar: “la suerte de estos países la veía
depender de su persona, y que como era imposible que se multiplicase para
poder estar presente en ellos, aquel donde no estuviese debía sufrir
convulsiones. A los cinco años de ausencia, hemos tocado en Colombia esta
verdad, y actualmente en el Perú se empieza igualmente a experimentarla.
Para mí es una cosa indudable que el Perú se agita y expone su suerte, si dura
un año la ausencia de Ud.; y que Venezuela vuelve a conmoverse si la
abandona antes de un año”.34
Dado que la mudanza de usos y costumbres para el despliegue de la
condición cívica republicana podría dilatarse en el tiempo, las repúblicas
americanas parecían requerir, a juicio de Bolívar, ser gobernadas “por la
espada de los que (las) defienden”.35 La república entonces “en lugar de ser un
cuerpo social, es un campo militar”.36 En este caso se asistía a la lógica de una
épica republicanista, según la cual la virtud clásica, aquella manifiesta en la
disposición de sacrificar la vida por la libertad, derivaba en el deber del
máximo héroe de conducir la república (y a sus miembros) y ser garante de un
orden que la sociedad política no podía crear ni conservar por sí misma. En
esta línea se hacía crucial la distinción entre libertad política y libertad civil, y
se articulaba una forma republicana que al menos en la etapa fundacional
parecía exigir la supresión de un valor sustantivo, esto es la libertad política
del ciudadano, constreñida en manos de los hombres de armas, tutelares
además de la libertad civil permitida a los civiles o “libertados”.

33
Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, libro I, capítulo 18, p. 88.
34
Francisco González Guinán, Historia contemporánea de Venezuela (Caracas: Ediciones de la
Presidencia de la República de Venezuela, 1954), Vol. I, pp. 112-113.
35
Carta de Simón Bolívar a Antonio Nariño, 21 de abril de 1821 (en relación con Colombia), en
Germán Carrera Damas, Simón Bolívar fundamental (Caracas: Monte Ávila, 1993), Vol. I, p.
187.
36
Ibíd.

10
5. Una anotación final

En suma, la práctica política de Bolívar en el Perú conjugó al menos tres


aspectos: primero, la condición de héroe republicano que condujo con suceso
una guerra libertadora, extendiendo, en consecuencia, la frontera de la patria
americana, si por patria había de entenderse el lugar donde era posible vivir
en libertad. Segundo, la condición de legislador, al procurar implantar en el
Perú las bases jurídicas y políticas que había articulado para la república
Bolívar a través de su iniciativa constitucionalista. Y tercero, la condición de
estadista, al ensayar la institucionalización del Estado republicano-liberal
posible, junto con la civilidad y la virtud ciudadana cónsonas con semejante
orden político.
La coincidencia de todos estos roles en un solo hombre llama a analizar la
especificidad del fenómeno del personalismo político37 en el contexto
republicano, de acuerdo con el cual el fasto, la dignitas y la auctoritas que
merecía el héroe por la victoria militar entendida como extraordinaria
originaba su derecho autárquico a intentar dictar la constitución jurídico-
política de la república y a prescribir la constitución moral de todos sus
miembros, sin la concurrencia de la voluntad política de estos últimos38.

Referencias

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37
Sobre el personalismo político, cf. Graciela Soriano de García-Pelayo, El personalismo político
hispanoamericano del siglo XIX (Caracas: Monte Ávila, 1996). También, Elías Pino Iturrieta,
Nada sino un hombre. Los orígenes del personalismo en Venezuela (Caracas: Editorial Alfa,
2007).
38
Esto último implicaba la concepción sobre la necesidad de supresión de la libertad política en
el momento (o los años) fundacional de la república. Si bien la libertad política se entendía
como el principio político sustantivo del orden republicano, la supremacía de semejante
potestad política y jurídica paradójicamente demandaba la suspensión temporal de dicha
libertad. Cf. Anthony Pagden, “El final del imperio: Simón Bolívar y la república liberal”, en Luis
Castro Leiva (ed.), El liberalismo como problema (Caracas: Monte Ávila, 1991)

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