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La teología y la literatura Apócrifa

Hoy escribe Gonzalo del Cerro 

La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma 

Un grupo importante y amplio en el campo de los Apócrifos es el que está constituido por los libros que narran
con profusión de detalles la Asunción de la Virgen María al cielo en cuerpo y alma. Una creencia profesada por
el mundo cristiano a lo largo de los siglos y que fue solemnemente proclamada como dogma por el papa Pío XII
el año 1950. La fe en la Asunción había dado origen a un culto de carácter planetario. Prueba de ello son las
catedrales y templos de todas las categorías que adornan los países cristianos. Por la misma razón, la festividad
de la Asunción o de la Virgen de agosto es motivo de celebraciones religiosas y sociales, con ferias y fiestas en
numerosas localidades de España. 

Sobre el tema de la Asunción de la Virgen existe una obra atribuida a San Melitón, obispo de Sardes. Figura en
la Patrología Griega de Migne entre las obras espurias de San Melitón. Lleva como título De transitu uirginis
Mariae  o “Tránsito de la virgen María” (PG 5, 1231-1240) La obra puede ser del siglo IV o V, pero recoge
tradiciones de mayor antigüedad, posiblemente de los siglos II-III. Empieza recordando la labor de Leucio,
quien presuntamente convivió con los Apóstoles y es considerado como autor de varios de sus Hechos. Dice
que va a contar las cosas que oyó de labios de Juan Evangelista. Los datos de sus relatos forman el núcleo de
los apócrifos asuncionistas. 

Cuenta, por ejemplo, que vino un ángel para anunciar a María que después de tres días le llegaría la hora de su
tránsito. La Virgen pidió que vinieran los Apóstoles para acompañarla en el trance. Llegó primero Juan, luego
los demás, todos transportados por sendas nubes. Habla de la palma que habría de presidir los funerales y
refiere detalles tan nimios como el debate sobre el primero que iniciaría los ritos. Los Apóstoles narran las
peripecias de su viaje a petición de María. Siguen luego los detalles de su muerte y de su entierro con la
anécdota de la hostilidad de los judíos y el episodio de las manos del príncipe de los sacerdotes que pretendió
derribar el féretro. Sus manos se desgajaron de su cuerpo y quedaron colgadas y luego sanadas por los
Apóstoles. El mismo Jesús indicó a los Apóstoles el lugar para la sepultura de María en el valle de Josafat. Todos
estos detalles vuelven a aparecer en alguno de los apócrifos asuncionistas. Por eso, en opinión de muchos, el
Tránsito del Pseudo Melitón puede ser la fuente originaria de muchos de sus datos. 

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Uno de estos apócrifos más antiguos es el que lleva como título Tratado (logos) de Juan el Teólogo sobre la
Dormición (koímēsis) de la santa Madre de Dios. Cuando María recibió el anuncio de su partida inminente,
pidió y alcanzó de su Hijo Jesús la gracia de que viniera el apóstol Juan para acompañarla en el trance. Pero
fueron congregados también todos los Apóstoles, que llegaron desde los lugares donde ejercían sus
ministerios. Los que ya habían muerto, como Andrés, Felipe, Lucas, Simón Cananeo y Tadeo, fueron
“despertados de sus sepulcros por el Espíritu Santo” (Libro de San Juan Evangelista sobre la Dormición de la
Madre de Dios, XIII). Todos llegaron, incluido Juan, en sendas nubes, que los transportaron hasta la puerta de la
habitación donde la Virgen esperaba su tránsito. Como no era para menos, se multiplicaban los milagros de
todas clases. Los que estaban aquejados de cualquier dolencia quedaban sanos en cuanto tocaban con sus
manos los muros de la casa donde estaba la Virgen María con los apóstoles (Ibid., XVII). 

Como las autoridades judías pretendían perseguir a María, que a la sazón residía en Belén, la Señora fue
trasladada a Jerusalén con su litera por el mismo medio de transporte que había traído a los Apóstoles. Jesús,
según su propia promesa, llegó también para presidir el tránsito de su madre. Él mismo fue quien anunció que
el cuerpo de María sería transportado al paraíso.(Ibid., XXXIX). Antes salió de su cuerpo su alma inmaculada.
Los Apóstoles depositaron su cadáver en el féretro y lo llevaron al sepulcro, situado en el valle del Cedrón junto
al jardín de Getsemaní. Un judío, de nombre Jefonías, se lanzó impetuosamente contra los santos despojos con
intención de derribarlos a tierra. Pero un ángel cortó con su espada los dos brazos del osado, que quedaron
colgados del féretro. Al ver los judíos el prodigio, alabaron a María proclamándola “Madre de Dios, siempre
virgen” (theotóke aeiparthene). En el valle del Cedrón o de Josafat, al lado del huerto de Getsemaní, se levanta
todavía un edificio medieval, que la piedad cristiana denomina “Sepulcro de la Virgen”. De allí salieron durante
tres días “voces de ángeles invisibles”. Cuando cesaron aquellas voces, todos cayeron en la cuenta de que el
cuerpo inmaculado y venerable de María había sido trasladado al Paraíso (Ibid., XLVIII). 

Otro apócrifo preclaro sobre la Dormición de María es el que escribió el arzobispo Juan de Tesalónica, que lleva
también como epígrafe Dormición de nuestra Señora, Madre de Dios y siempre virgen María. Es un relato
pormenorizado de los sucesos que rodearon la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. El tono y el estilo
son de carácter homilético. El arzobispo informa del acontecimiento y exhorta a su pueblo a celebrar la fiesta
correspondiente. Como sucede en otros apócrifos, el prelado recoge tradiciones mucho más antiguas, que
posiblemente se remontan a los tiempos apostólicos. Juan escribe en el siglo VII, pero se sirve de materiales
anteriores al IV. Reconoce el arzobispo que “malvados herejes” distorsionaron los escritos originales que es
preciso devolver ahora a su primitiva pureza (Libro de Juan de Tesalónica, I) El arzobispo Juan se refiere con
naturalidad a la “Madre de Dios, siempre virgen María” (Ibid., II. XIV). Un detalle interesante y exclusivo de este
Apócrifo, al margen del Transitus del Pseudo Melitón, es el tema de la palma que debe presidir la ceremonia
del entierro y que será causa de grandes y variados prodigios. 

Abunda el texto de esta obra en los datos ya conocidos. Entre otros refiere la anécdota del pontífice judío que
pretendió arrojar al suelo el cadáver de la Virgen María. Sus manos se desprendieron de los brazos hasta el
codo. Pedro resolvió en entuerto. Comunicó al judío el modo de recuperar sus miembros perdidos. Más aún, le
dio un ramito de la palma, con el que curó de la ceguera a todos los que habían pretendido profanar y quemar
el cuerpo inmaculado de la Señora. Los Apóstoles depositaron el cadáver en un sepulcro excavado en la roca.
Pero cuando lo abrieron para venerar a la que había sido “la morada de Cristo Dios”, comprobaron que el
cuerpo de María “había sido trasladado a la eterna heredad”. En el sepulcro quedaban solamente los lienzos de
la mortaja (Ibid., XIV). 

Saludos cordiales y feliz año 2009. Gonzalo del Cerro 

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