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La Dama Sin Nombre - Claire Phillips
La Dama Sin Nombre - Claire Phillips
Claire Phillips
SINOPSIS
—Señor, señor.
—¿Lo ha encontrado? —preguntó abriendo lo ojos —Sí, sí. Voy
a atar el cuero de la cincha alrededor del tronco y tiraré del caballo
cuando cuente tres retire la pierna. ¿Podrá?
—Hágalo de una vez —le ordenó bruscamente. Ató no sin
esfuerzo la cincha, y tirando de las riendas por fin el jinete se vio
liberado. De nuevo ella se inclinó y sujetó la pierna para
inspeccionarla.
—Espere, espere —le dijo–. Le ayudaré a montar y guiaré el
caballo por el bosque hasta Marderhall, desde el caballo es difícil
distinguir el camino.
— ¿Viene usted de allí? —preguntó mientras se agarraba a su
hombro con demasiada fuerza para enderezarse. Addy casi grita de
dolor.
—Me… dirigía allí… —casi gimió —. ¿Puede… puede auparse
con la pierna sana? —Preguntó colocándolo junto a la montura.
—Sujete las riendas. Yo montaré solo.
Ella asintió y obedeció: — ¿Os encontráis bien? —le preguntó
cuándo lo vio agarrándose al cuello del caballo para no perder el
equilibrio.
–Sí, milord, de modo que, —se volvió y atrapó su cuello con sus
brazos al tiempo que alzaba su sonrojado y sonriente rostro—, soy
toda suya.
Él sonrió encantado:
–Eso suena de maravilla, milady. —La besó. Después ella le
empujó suavemente hacia atrás para que se sentase. Tomó la
cafetera y sirvió dos tazas de café recién hecho y echó leche y
azúcar en el de él casisin mirar. Se acomodó en el respaldo de la
agradable silla que él ya consideraba suya.
Tras poner una de las magdalenas que a él tanto le gustaban en
su plato, Addy, de manera relajada, natural, espontánea, untaba un
bollito de miel con mantequilla antes de ponerlo también en el plato
frente a él. Siempre lo cuidaba y lo atendía sin pensar y él disfrutaba
con ello sabiendo que, a partir de ahora, podría corresponderla con
libertad. La iba a cuidar, proteger y mimar hasta el infinito. La iba a
colmar de cuidados, de cariño, la cubriría de regalos y cosas
bonitas, la dejaría disfrutar de todo lo que le gustase y la protegería
de todo lo malo. Él se encargaría de que nunca pasase de nuevo
miedo, soledad o angustia y que el demonio protegiese a quién
intentase hacerle daño de nuevo porque lo perseguiría hasta el
mismo infierno si fuere necesario. Compensaría cada año, cada
mes, cada semana en la que ella había estado tan sola, sin nadie
que se preocupase por ella, sin nadie que la cuidase como se
merecía.
La tomó de la mano y tiró de ella para sentarla ensu regazo y
tras depositar un beso en su cuello desayunaron juntos sin que él la
dejase moverse de donde estaba y ella no protestó así que disfrutó
tanto del desayuno como de esas deliciosas curvas en su regazo.
—He pensado, —Decía mirándolo y dejando la taza de café en
su platillo–, que podríamos ir a dar un paseo a caballo.
—Él terminaba de masticar el pan de pasas que ella le había
untado con mermelada de arándanos y ella lamió juguetona su dedo
que quedó algo pringoso de la mermelada, le sonrió y continuó
como si nada–. Y podríamos hacer un picnic cerca del río. Prometo
incluir en la cesta ese pollo que tanto te gusta y una jarra de cerveza
negra. —Sonrió picarona y él se rio. Después ella le acarició
distraída el pelo de la nuca mientras él tomaba un sorbo de café–. Si
vamos a regresar a Londres pasado mañana, podríamos disfrutar un
poco del tiempo que nos queda en el campo.
—Sugería suavemente
La abrazó por la cintura: –Me parece bien. —Se la acercó y
empezó a besarle el cuello–. Pero, salvo que quieras permanecer en
Londres mucho tiempo, —Alzó la cabeza para mirarla—, había
pensado que, como los dos hemos convenido que lo mejor es
casarnos con mis hermanos, mi primo y mi tía como únicos testigos,
lo que podremos hacer directamente el día que regresemos a la
ciudad. —Ella asintió sonriendo. <<Ay, cuánto iba a disfrutar la vida
a su lado>> pensaba observándola–, podríamos quedarnos allí solo
los días que necesites para firmar los documentos con el señor
Lorens. —Ella se tensó un momento—. No te preocupes, Addy,
estaré contigo en todo momento, nunca vas a estar sola, cielo. —
Ella asintió y pareció relajar de nuevo los hombros, continuó
entonces —. Y, después, podremos irnos a Devonshire a pasar el
verano y que conozcas tus nuevos dominios, la casa ancestral de
los marqueses de Southern, que como marquesa serás la
encargada de dirigir con esa generosidad y amabilidad que sé que
impondrás como norma en todo el lugar. —la sonrió y ella a él con
un brillo en su mirada que a él lo llenaba de felicidad–. Y después,
podremos pasar los meses de invierno en la Isla de Man para
atender mis negocios y podrás redecorar la casa de Andreas como
gustes y, a buen seguro, tía Augusta, nos exigirá ir a visitarla a Peel
al menos una vez por semana. —Ella se rio y besó su mejilla–. Y si
todo va como espero, el año que viene, cuando regresemos a pasar
las navidades a casa de tía Augusta tendremos un pequeño o
pequeña que os ayudará a Albert, a Thomas y a ti a decorar el árbol
y con el que yo podré presumir de padre orgulloso en el almuerzo
navideño de la parroquia.
Addy sonreía con una deslumbrante sonrisa que parecía
iluminarla.
—Si es niña ¿podré llamarla Augusta?
— ¡Qué Dios nos coja confesados! Otra Augusta en la familia. —
Dijo haciendo una mueca.
Addy se rio:
— ¿No te importaría?— preguntó suavemente —Cariño. —
Cerró aún más los brazos entorno a ella–. Si se parece a su madre
no me importará tener diez Augustas más en la familia.
Ella lo sonrió con un brillo en la mirada que podría jurar no había
visto antes, con un amor infinito por él que le llegó a lo más profundo
de su alma.
—¡Estúpida!
—Ha tirado casi todo. —Espetaba furiosa su prima Victoria.
—¿Será suficiente? —preguntó Freya. —Lo será, lo será. —
Un golpe más en su costado y su tía añadía–. La dejaremos aquí
hasta que el veneno, el hambre o la sed la maten. —Unos pasos
alejándose–. Vamos, cerrad bien la puerta, no queremos que se
escape de nuevo.
Más la oscuridad y silencio a su alrededor. Sentía el frío calar
sus huesos y un escozor empezar a hacer mella en sus pulmones
pero también en su estómago.
Cuando llegaron a Marderhall ya era de día. Alex estaba a punto
de sucumbir al terror que lo invadía por completo, ese miedo que lo
atenazaba desde que se dio cuenta de que Addy estaba sola y él
lejos, en Londres, lejos de ella para protegerla. Desde que
abandonaron la casita no dieron tregua a las monturas más que
cuando las cambiaron en la finca de un amigo de Robert a medio
camino de esa maldita casa. No hacía más que repetir en su cabeza
<<Aguanta, Addy, aguanta, ya voy, ya voy>>.
Con las primeras luces del alba su miedo se exacerbó, no sabía
dónde estaba, pero algo le decía que le llamaba, que su Addy le
llamaba y él no está allí. Antes de cruzar la verja de la finca un
carruaje le salió al paso. Viola con Arthur y Clarisse que habían ido
directamente desde Londres en cuanto George y los demás fueron
en su busca, pensando que a lo mejor llegarían antes que ellos.
Alex no esperó a nadie, se bajó del caballo de un salto en cuanto
llegó a la puerta de la casa y como un vendaval entró furioso.
Ningún criado, ningún servicio en una casa por la que parecía haber
pasado un huracán previo a él.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntaba Charlie tras él mirando
en derredor.
—Seguramente los acreedores del conde lo hayan dejado sin
nada.
—Respondía Robert siguiendo a Alex.
Alex no estaba para cortesías ni media tintas: — ¡Addy!—
Empezó a gritar
— ¡Addy! —fue abriendo habitación por habitación hasta que en
una descubrieron al orondo conde en un deplorable estado,
despatarrado en un sillón y en evidente estado de embriaguez.
Alex fue hacia él como una hidra con sus hermanos pegados a
sus talones con el único propósito de asegurarse de que no lo
decapitase antes de decir nada. Lo agarró de las solapas y lo alzó
furioso zarandeándolo hasta empujarlo con violencia contra una
pared.
— ¿¡Dónde está Addy, Bastardo!? ¿¡Dónde está!? —le gritaba
mientras lo zarandeaba. —Dímelo o te lo arranco a golpes. ¿Dónde
está?
El conde apenas podía abrir los ojos y farfullaba cosas
incoherentes. Todos estaban en la sala mirando, esperando
asustados, no por el conde sino por lo que pudiere haberle pasado a
Addy.
La voz de Alex se convirtió en una amenaza de muerte
rápidamente, lo zarandeó una vez más:
—O me lo dice ahora o lo despellejo vivo aquí mismo.
El conde balbuceaba y dijo al fin:
—Muerta. La sangre de Alex se heló momentáneamente y lo
vio todo rojo, todo se tiñó de rojo. Lo agarró del cuello, pero dos
pares de brazos lo detuvieron.
—Detente, Alex, para. —La voz de Freddy a su lado–. No
podemos creerle, es evidente que es incapaz de hilvanar dos ideas
seguidas ¡Detente!
Lo agarraba por un lado y Gregory por otro. Y cuando ya notaba
que le faltaba el aire en los pulmones una voz desde la puerta dijo
altanera.
— ¿Cómo se atreven a irrumpir así en casa ajena? Todos se
giraron y vieron a la condesa con aire desdeñoso mirándolos. Alex
miró a sus hermanos y éstos a su vez a él. Lo soltaron.
— ¿Dónde está Addy? —preguntó a esa odiosa mujer sin
moverse.
—Usted debe ser ese marqués que ha abandonado a mi pobre
sobrina… —esbozó una media sonrisa que rápidamente ocultó y
negó con la cabeza.
— ¿Remordimientos ahora? ¿De qué sirven? Empujar al suicidio
a una joven tras abandonarla. Señalaba altanera una joven rubia
que aparecía tras ella esbozando la misma cara de su madre.
— ¿Suicidio? —jadeó Alex sintiendo un rayo atravesarle, un rayo
de terror <<Addy>> resonó en su interior temblando por dentro. —
Addy jamás se suicidaría.
—Dijo furioso—. ¿Dónde está? —repitió sintiendo la sangre
hervirle por momentos y acercándose amenazante.
— ¿Qué otra cosa iba a decir sino eso para intentar no sentir
culpa y acallar sus remordimientos ante las consecuencias de sus
acciones? —preguntaba una tercera mujer desde la puerta y con la
misma cara de la dos anteriores de suficiencia y satisfacción.
Alex no lo aguantó más y en tres zancadas se plantó frente a la
primera joven rubia que entró, la agarró con una mano del cuello y la
empujó contra la puerta alzándola ligeramente. Se inclinó
amenazante sobre ella y le dijo con una furia que le helaría la
sangre al mismísimo demonio.
—O me dice dónde está o le rompo el cuello. Los ojos de
Victoria de dilataron, pero no pareció querer hablar de inmediato.
Cuando Alex apretó un poco su agarre ella jadeó:
—No lo sé… —sin embargo, miraba a su madre que negaba con
la cabeza.
Alex apretó más su agarre y con fiereza en la mirada y la voz
cargada de furia insistió:
–O me dice dónde está o primero recibirá el mismo trato que
Addy estos años multiplicado por mil y después le romperé el cuello
y ninguna de las personas a mi espalda podrá detenerme, más,
presumo, me ayudarán gustasas en mi propósito. Se lo preguntaré
por última vez… ¿Dónde está Addy?
—En… en… el sótano…
Alex la empujó a un lado casi lanzándola por los aires y salió
corriendo a buscarla con todos detrás de él.
Escuchó a Robert decirle a Viola después de darle algo que
supuso sería un arma:
—Vigílalos y que alguien avise a un médico.
Bajó varias escaleras y empezó a buscar gritando: — ¡Addy!
¡Addy! —no la veía y empezaba a verlo todo rojo de nuevo.
Escuchaba las voces de sus hermanos gritando, llamándola.
— ¡Aquí! —gritó George. —¡Aquí!— todos fueron donde él–. Una
puerta cerrada. Un arma. Disparad al cerrojo. —pedía George
ansioso mirando a Charlie que llevaba un arma en la mano.
Ruido de un disparo y abrieron la puerta. Estaba entotal
oscuridad y no se oía nada.
—Luces, necesitamos luces. —Decía Alex desde el umbral.
Robert y Gregory aparecieron con dos lámparas de aceite. Alex
nervioso tomó una y la alzó. Tardaron unos segundos en
acostumbrar los ojos.
—Dios mío, dios mío… —corría al cuerpo que colgaba de unas
cadenas a medio metro del suelo–. Addy, Addy —la sostenía
mirando su rostro. Tenía magulladuras en el rostro, en el cuello…
heridas y cortes en los brazos, sangre en el vestido–. Ayudadme a
bajarla. —Pedía a nadie en particular mientras la abrazaba
intentando no hacerle daño.
Por fin alguien la logró descolgar y su cuerpo cayó inerte en sus
brazos.
—Addy, Addy. —La llamaba sin parar. —Addy, estoy aquí, Addy.
—Saquémosla fuera, Alex, donde podamos verla bien. —Le dijo
alguien cerca. La tomó bien en sus brazos sin dejar de hablarle,
tenía los ojos cerrados, pero notó su pulso muy débil al posar sus
labios en su cuello:
—Addy, amor, estoy aquí, aguanta, cielo, aguanta… La subió
con el corazón en un puño, asustado, pero también con el consuelo
de haberla encontrado viva. Cuando la vio allí colgada sin moverse
rodeada de oscuridad se temió lo peor, notó su corazón pararse, ni
siquiera oía o veía más allá de ese cuerpecito inmóvil, su Addy…
Entraron en la misma estancia de antes donde Viola mantenía a
esas tres mujeres en un rincón apuntándolas con un arma mientras
el conde permanecía en otro rincón fuera del mundo por la bebida y
por los zarandeos de Alex.
Alex se sentó con Addy dentro de su abrazo para darle calor.
Estaba magullada, tenía las muñecas con las marcas de las
cadenas con las que seguía sujeta y respiraba con dificultad, estaba
helada:
—Addy, Addy, amor. —Le decía mientras la abrazaba sin
encontrar respuesta en ella salvo la forzada respiración y los fuertes
temblores. Miró con furia a las tres mujeres—. ¿Qué le han hecho?
—les gritó—. ¿¡Qué le han hecho!?
Todos los caballeros se debatían entre matarlas a golpes o
quedarse sin hacer nada, pero Viola, tomando el toro por los
cuernos, se acercó firme a Victoria y sin mediar palabra le arreó una
torta que retumbó en toda la estancia.
—Responda. —Le dijo fría sin elevar la voz y mirándola con
fiereza en la mirada. Al ver que parecía que no iba a responder
elevó el brazo de nuevo con la palma de la mano abierta y
amenazante insistió–. Responda o podemos pasarnos así lo que
quede hasta que la cuelguen por asesinato.
Todos los caballeros la miraban con una mezcla de asombro y
admiración, pero manteniéndose firmes.
—Ve…veneno…. —susurró. De nuevo Viola alzó el brazo.
— ¿Qué veneno? —preguntó con la misma frialdad.
—Arsénico.
Y dicho eso George se puso frente a Alex:
—Hay que purgarla mientras esperamos que llegue el médico.
Alex asintió y tomándola entre sus brazos se la llevó a la biblioteca,
la única estancia en la que había visto algún mueble y la hizo
vomitar todo lo que pudo. Después,con ese cuerpecito empezando a
temblar de dolor no solo de frío entre sus brazos, comenzó a notar
cómo le subía la fiebre y aumentaban la lividez de su rostro y sus
temblores en escasos minutos.
—Enciende el fuego. —Dijo a su hermano sentado con ella en
brazos. La miró antes de posar los labios en su helado rostro. —
Addy, pequeña, estoy aquí. Escúchame, cielo, escúchame. Tienes
que aguantar un poco, solo un poco más. Por mí, cielo, por mí.
Recuerda tu promesa, no puedes dejarme, no puedes alejarte de
mí. —La acunaba en sus brazos intentando hacerla entrar en calor.
—Pequeña, vuelve conmigo, vuelve conmigo. —Repetía en voz baja
sin dejar de mecerla suavemente y de acariciarle el rostro con los
labios.
Frederick obedecía encendiendo la chimenea mientras Gregory
registraba la casa en busca de vendas o telas para rasgar, agua
limpia y jabón para curar las heridas y unas mantas para cubrirla.
Alex se negaba a soltarla, Clarisse y Viola, tras conseguir liberarla
de las cadenas, le limpiaron las heridas con todo el cuidado que
pudieron mientras Alex la sostenía con ternura y esa sensación de
creer que le pasaría algo si la dejase otra vez. Addy se removió un
par de veces mientras le curaban algunas heridas, gimió y
susurraba su nombre una y otra vez, mientras él la abrazaba y le
susurraba:
—Estoy aquí, cielo, estoy aquí. —Empezó a temer cuando la
fiebre subía mucho y el médico no llegaba–. Por favor, Addy,
aguanta, no me dejes, no me dejes.
—Le susurraba con los labios en su oreja una y otra vez.
Finalmente apareció a mediodía y Alex quiso matarlo por su
tardanza. Lo obligó a dejarla mientras la examinaba, pero él no
estaba dispuesto a dejarla sola de modo que, a regañadientes,
después de que Frederick casi lo arrastrase a la puerta, consintió
que Viola y Clarisse estuvieren con ella mientras la veía ese dichoso
médico.
Mientras esperaba, Frederick le contaba que Robert, George y
Arthur se habían encargado de poner en manos del magistrado del
condado vecino a los cuatro especímenes, como los llamó, y que
ellos se encargarían de que los trasladasen a Londres para
ajusticiarlos. Alex apenas oía lo que le decía y Frederick lo sabía, no
hacía más que mirar la puerta de la biblioteca donde estaba Addy.
El medico salió unos minutos después con Clarisse.
—Milord, por suerte bebió poca cantidad de veneno, pero
ha absorbido el que ingirió. Está muy débil por las heridas y me
temo que aún no está fuera de peligro más, es evidente que, la
joven no desea, en modo alguno, rendirse por lo que hay que
esperar. Durante unos días, esa debilidad la dejará demasiado
extenuada para moverse, pero es muy posible que se reponga si
recibe cuidados y atención. Durante un par de días tendrá fiebre alta
y mareos. Procure que no se enfríe, está demasiado débil para
llegar a superar un mero enfriamiento y ello sí que sería imposible
de tratar en su estado. Le aconsejo reposo y sosiego y mantenerla
siempre caliente al menos una semana y después otra de vida
tranquila. Habrán de darle baños de agua fría para bajarle la
temperatura, pero intentando mantenerla el resto del tiempo caliente
y abrigada. Le dolerán mucho las heridas que presenta, pero
curarán en pocos días. Ha recuperado la consciencia y…
En cuanto escuchó que estaba despierta ya no quisooír más, se
fue a por ella dejando al médico con la palabra en la boca y corrió a
por Addy.
Escuchó los suspiros y las risas de alivio a sus espaldas, pero
ignoró todo, ignoró a todos menos su necesidad de ver a Addy, de
estar con ella, de escuchar su voz, de verse reflejado en sus ojos y
de que ella lo viere, de que supiere que estaba allí.
Entró en la biblioteca donde Viola le decía algo al cuerpecito
tendido en el sofá frente a la chimenea. Él se acercó con cuidado,
con miedo, con el corazón encogido. Viola sonrió y elevando la voz
dijo
—Y hablando del rey de Roma… —miró a Alex. —Preguntan por
ti. Alex sonrió y rodeó el sofá donde por fin vio a Addy con la
cabeza apoyada en un cojín tapada con las mantas y con el rostro
algo sonrojado en comparación a como estaba apenas media hora
antes y con marcas de golpes en la sien, las mejillas, mandíbula y el
labio.
—Hola. —la saludó sonriendo acercándose a ella. Addy lo sonrió
con la boca y con los ojos y, sin más, la tomó con mucho cuidado
entre los brazos y la acunó sobre él, asegurándose de mantenerla
tapada, calentita. Sentía en su piel un poco de fiebre y su cuerpo
tembloroso parecía tan cansado en sus brazos que se dejaba
manejar casi como una muñeca. Colocó su cabeza en su brazo a
modo de almohada.
Ella lo miró y solo susurró:
—Alex. Con dificultad, pues era evidente que le costaba
mucho moverse, se aupó dentro de sus brazos y colocó su cabeza
en el hueco de su hombro le rodeó con un tembloroso brazo la
cintura y con el otro posó su mano en su pecho. Ella solo quería
sentir su abrazo, sentirlo a él y él lo sabía. La dejó colocarse dentro
de sus brazos, acomodarse dentro de él. Apoyó la mejilla sobre su
cabeza y cerró los ojos dejando que volviese a él de nuevo esa
sensación de paz al saberla viva y con él.
—Addy… —murmuraba. —Mi Addy. La besó en la cabeza
cerrando su abrazo con cuidado de no hacerle daño. La mantuvo
abrazada, caliente y con esa sensación de hallarla a salvo de
peligros en sus brazos durante un buen rato, en el que ella no
dejaba de temblar, de respirar con evidente dificultad, pero siempre
buscaba su calor, su cercanía, se acurrucaba entre sus brazos e
intentaba abrazarlo más fuerte a pesar de las pocas fuerzas que le
quedaban. Al cabo de ese tiempo susurró colocando mejor su
cabeza en su pecho.
—Alex… —Estaba temblando de frío y quizás aún con un poco
de miedo, y la sentía vulnerable y tan frágil en sus brazos–. Por
favor… sácame de aquí… —tenía la voz ahogada y temblorosa y se
le escapaban algunas lágrimas
—Addy. —La movió un poco para poder mirarla. Tenía los ojos
llorosos, ella luchaba para no llorar, <<su valiente Addy>>, pensaba
mirándola mientras ella luchaba para no dejarse vencer–. Amor,
estás demasiado exhausta, demasiado débil, pequeña, necesitas
dormir sin ajetreo…
Ella negó con la cabeza:
—Por favor, Alex… Por favor… estaré bien… si estás conmigo,
si solo estás conmigo… —de nuevo acomodó el rostro cansado,
dolorido y lastimado en su pecho. —Aléjame de aquí, por favor… no
me gusta esta casa… no me gusta… —se le quebró la voz que
apenas salía en un suave hálito.
Cerró su abrazo y besando su frente que revelaba su fiebre dijo:
FIN