Está en la página 1de 21

Discutido en su tiempo, se anticipó a

su tiempo, por eso fue un promotor. El


creó un ambiente y preparó ¡a circuns-
tancia de los demás: tal es el ámbito de
su influencia. Esa circunstancia abarca
todas las direcciones de la rosa de los
vientos de la Ilustración entre las gentes
de América (Vicente Palacio Atard)

Introducción
Se ha concebido este trabajo, teóricamente, constan-
do de dos partes: vma que se dedica a expUcar el medio
cultural en que se desarrolla la obra del P. Feyoo, las co-
rrientes ideológicas del momento, con la consiguiente re-
percusión de las mismas en las visiones e interpretaciones
que se hacen de América, y otra ya más documental y
que se convierte en testigo de la supraestructura ideológi-
ca configurada por las propias noticias que Feijoo nos da
de América.
La primera parte se ha tratado de hacer a base de la
lectura de una bibhografía específica, aun cuando haya
que reseñar que aquella que a primera vista se presentaba
como más interesante por ceñirse más al tema no ha podi-
do ser consultada por hallarse siempre pubUcada en edito-
riales americanas, diarios de aquel país, revistas e incluso

69
MANUEL MENÉNDEZ COTO

Actas de Congresos dedicados al tema en cuestión y a los


que desde aquí no se ha podido acceder. Partimos ya,
pues, de una deficiencia bibUográfica.
La segunda parte trata diversos temas tocados por
Feijoo en su obra in extenso relegando las mil y un noti-
cias que el erudito nos da a lo largo de su obra sobre el te-
ma americano, no por no considerarlas de interés, sino
más bien por creer que constituyen una fuente para estu-
dios más sistemáticos y no del estilo de éste, más reduci-
do y general.
En definitiva, no se trata de aportar nada nuevo, sino
de entender y comprender una parcela de la visión que
una época tuvo de América y que hoy es ya ella misma
fuente historiográfica.

Ambito cultural del siglo de Feijoo

La Ilustración
La Ilustración, que se extendió particularmente por
Francia, Inglaterra -y Alemania, se caracteriza ante todo
por su optimismo ante el poder de la razón y la posibiU-
dad de reorganizar a fondo la sociedad a base de princi-
pios racionales.
Procedente directamente del racionaUsmo del siglo
XVII y del auge alcanzado por la ciencia de la Naturaleza,
la época de la Ilustración ve en el conocimiento de ésta y
en su dominio efectivo la tarea fundamental del hombre.
La Ilustración no sostiene un optimisrno metafisico,
sino, como precisa Voltaire frente a Leibniz, el basado
única y exclusivamente en el advenimiento de la concien-

70
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEIJOO

eia que la Humanidad puede tener de si misma y de sus


propios aciertos y torpezas.
Fundada en esta idea capital, la filosofía de la Ilustra-
ción persigue en todas partes la posibilidad de realizar se-
mejante desiderátum: en la esfera social y politica, por
el despotismo ilustrado ; en la esfera científica y filosófi-
ca, por el conocimiento de la Naturaleza como medio pa-
ra llegar a su dominio; en la esfera moral y religiosa, por
la "aclaración" o "ilustración" de los orígenes de los dog-
mas y de las leyes, único medio de llegar a una "religión
natural" igual en todos los hombres, a un deísmo que no
niega a Dios, pero que lo relega a la función de creador o
primer motor de la existencia.
La razón no era para la Ilustración un principio, sino
una fuerza para transformar lo real. La razón ilustrada iba
del hecho al principio y no a la inversa; más que un fun-
damento, era un camino que podían recorrer en principio
todos los hombres y que era, por supuesto, deseable que
todos recorriesen.
La tendencia utilitaria de la Ilustración resalta parti-
cularmente en su idea de la Filosofía como medio para
llegar al dominio efectivo de la Naturaleza y como prope-
déutica indispensable para la reorganización de la socie-
dad. La tendencia naturahsta se refleja en el predominio
dado al método de conocimiento de las ciencias naturales.
La tendencia antropológica se deriva del interés superior
despertado por el hombre y sus problemas frente a las
grandes cuestiones de orden cosmológico. Por este boque-
te pudo ser superado desde sí mismo el naturalismo de la
Ilustración a beneficio de un mayor conocimiento de la
peculiaridad de lo humano y de lo histórico, sin que en la

71
MANUEL MENENDEZ COTO

consideración de este se abandonara la actitud crítica


apuntada.
El iluminismo, nombre con que también se conoce es-
ta forma de pensar, es esencial y constitucionalmente
antitradicionalismo, la negativa a aceptar la autoridad de
la tradición y a reconocerle ninguna clase de valor; es el
propósito de llevar ante el tribunal de la razón toda creen-
cia o pretensión para que sea juzgada y rechazada si se de-
muestra contraria a la misma razón. La crítica de la tradi-
ción es ante todo una crítica de la revelación en la que se
hace iniciar y justificar la tradición religiosa; los ilumina-
dos a la religión revelada contraponen la religión natural
cuando no se vuelven al naturalismo o materialismo, que
es la religión reducida "a los límites de la razón".

Feijoo y el f e n ó m e n o ilustrado
Europa se desbordaba con el enciclopedismo, pero Es-
paña vivía aislada del movimiento. Feijoo, español de la
época, no puede considerarse ilustrado en el pleno senti-
do de la palabra. Tuvo abierto, si se quiere, su espíritu a
los aires innovadores y al mismo tiempo no desechó la
tradición. Conservó en todo momento sus creencias orto-
doxas. Podemos decir que fue un hombre de su tiempo al
que éste no arrastró ni integró. Su enciclopedismo fue
personalizado, sin depender de las corrientes europeas.
Fue enciclopédico de la época. En él podemos observar
un binomio curioso, de ansia renovadora más tradición na-
cional, que hundía sus raíces en los fondos oscuros de la
superstición, contra la que a pesar de todo tanto luchó,
pero que a veces enviaba a su espíritu oleadas de savia
confusa y pueril. De ahí que tengamos que hacer notar

72
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEUOO

que la filosofia pura de la época ilustrada no deja verse


literalmente en el P. Feijoo, aunque él denote los rasgos
de la misma y no se le pueda sacar de esa corriente.
Feijoo intentó esclarecer, a la luz de la razón, máxima
ilustrada, muchos asuntos de origen variado. Entre ellos,
aquellos que se referían al Nuevo Mundo, sobre el que
tantos disparates se venían prodigando. En este intento,
el erudito gallego tuvo que enfrentarse a teorías que pro-
venían de las más diferentes latitudes y a las que nos refe-
riremos más adelante.
Sus intentos de ordenar las ideas que circulaban supu-
sieron para la posteridad una visión de la realidad renova-
da y un documento histórico de indudable valor. En el
contenido de ese documento podemos leer de vez en
cuando la palabra "América", que el Padre Feijoo intentó
desbrozar desde su aposento ovetense.

América vista desde la Ilustración


Muchos hombres del movimiento ilustrado dilucida-
ron en uno o en otro sentido sobre el tema de América.
Vamos a recoger aquí algunas de la opiniones de estudio-
sos de la época. Hume se pronuncia en favor de que todas
las naciones que viven más allá de los círculos polares o
entre los trópicos son inferiores al resto de la especie. Se
refiere a las regiones árticas y tropicales, no a los america-
nos en particular; a los hombres, no a las especies zooló-
gicas; y a factores económicos, no a determinaciones geo-
gráficas fijas y fatales.
Por otra parte, hay una serie de pensadores que enfo-
can el tema desde el punto de vista del clima y su relación
con los temperamentos. Es un grupo que va desde Tasso

73
MANUEL MENÉNDEZ COTO

al propio Hume y que se basa para sus teorías en la conti-


nua y voluminosa aportación de conocimientos antropo-
geográfícos suministrada por exploradores, etnógrafos y
misioneros en todas las partes del mundo.
Tan inmediata y espontánea era esta asociación men-
tal que, si nos preguntamos por el primer crítico severo
del clima de América y del temperamento de sus habitan-
tes, tenemos que remontamos a la mismísima reina Isabel,
protectora de Colón. Al oir cómo el almirante le decía
que en las Indias los árboles no echan raíces hondas, por-
que llueve mucho y la tierra está podrida, la reina catóUca
se mostraba afligida y preocupada y decía: En esa tierra
donde los árboles no se arraigan, poca verdad y menos
constancia habrá en los hombres.
Sin embargo hay otros, como Voltaire, que no creen
ciertamente en la influencia decisiva de los clünatológico :
El clima tiene algún poder, el gobierno cien veces más, la
religión unida al gobierno más todavía. Le llama simple-
mente la atención lo mucho que han mudado a través de
los siglos los caracteres de los pueblos mientras el clima
sigue siendo el mismo: Todo cambia en los cuerpos y en
los espíritus con el tiempo. Quizá un día los americanos
vendrán a enseñar las artes a los pueblos de Europa. Esta
opinión tenemos que reconocer que se ha cumphdo.
Tampoco cree Voltaire en la unidad de origen de las
especies humanas. Cada continente puede producir sus
propios animales: Si nadie se asombra de que haya mos-
cas en América, es una estupidez asombrarse de que haya
hombres.
Otro disertador de la época, Raynal, diserta copiosa-
mente sobre quién sea más feüz, el salvaje o el hombre

74
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEUOO

civilizado, y concluye, cosa extraña, en favor del salvaje,


de ese mismo salvaje a quien ha negado el supremo placer
del amor, fuente de todos los demás afectos y deleites. La
opinión de Raynal, confluyente con la rusoniana, veremos
que será rebatida por el propio Feijoo en su Teatro crítico.
Si bien toda esta literatura saca a veces algún partido
de la polémica en tomo a América, sus lamentaciones por
la triste suerte política de los indígenas y sus acusaciones
contra las crueldades de los europeos pertenecen propia-
mente a las grandes polémicas del siglo: a la de Rousseau
cuando se insiste en la perdida felicidad de los aborígenes:
a la de los enciclopedistas cuando se denuncia el fanatis-
mo de sus conquistadores.

Las teorías que expone Rousseau en su obra Emilio,


basadas en el mejor desarrollo del hombre en un medio
totalmente natural que en otro artificial y creado por él
mediante la introducción de la cultura, servirán de punto
de arranque de este nuevo apartado que introducimos. Y
lo serán por un doble motivo: porque al principio, con-
cretamente en el año 1730, en el Teatro crítico, Feijoo se
mostraba un poco precursor de las ideas de Rousseau al
apoyar en cierta manera uri mejor desarrollo del hombre
en un medio más natural; y porque posteriormente Feijoo
cambia totalmente de opinión y se opone a las tesis del
ilustrado francés. Podemos ver así una evolución clara de
la mentalidad del religioso en un período de veintitrés
años, puesto que es en 1753 cuando arremete contra
Rousseau.
Podría pensarse que a qué viene todo esto aquí. La
razón es bien sencilla, puesto que en elfondo lo que

75
MANUEL MENÉNDEZ COTO

llegó a suscitar todo este tipo de problemas no pudo


ser otra cosa que el contacto de la época con los nuevos
mundos descubiertos y configurados por América, que en
gran medida se conservaban salvajes y naturales. De modo
que en el fondo de los planteamientos figuraba el objeto
de nuestro trabajo.
Efectivamente, en 1730 Feijoo plantea la cuestión ya
puesta de relieve en otra ocasión por él de que los criollos
o hijos de españoles que nacen en América, asi como les
amanece más temprano que a los de acá el discurso, tam-
bién pierden el uso de él más temprano. Pero esta vez con
propósito de enmendarse y llegar a afirmar no ya que
sean los americanos más precoces para decir, sino que se-
rían en conjunto más inteligentes desde todos los puntos
de vista. Esto habría, pues, que ponerlo en contacto con
el medio al que nos referíamos más arriba.
Con el paso del tiempo llegarían las ideas rusorlianas
en pro de un mejor desarrollo del hombre en un medio
natural, que traemos a colación para ver cómo más tarde
ya Feijoo cambia de opinión y se le enfrenta.
Rousseau afirmaba en el comienzo del Emilio que to-
do es bueno cuando sale de las manos del Autor 4.e las
cosas; todo degenera entre las manos del hombre. Para él,
los bienes que la Humanidad cree haber conquistado, los
tesoros del saber, del arte, de la vida refinada, no han con-
tribuido a la felicidad ni a la virtud del hombre, sino que
lo han alejado de su origen y extraviado de su naturaleza.
Las ciencias y las artes deberían su origen a nuestros vi-
cios y habrían contribuido a reforzarlos. Rousseau entien-
de el progreso como un retorno a los orígenes, esto es, a
la Naturaleza, y se detiene en pintar con complacencia la

76
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEIJOO

meta y el término ideal de este retomo : la condición na-


tural del hombre.
Así las cosas llegamos al Feijoo de 1753, en que las
Cartas eruditas combaten al autor de una disertación en
la que se defiende que la ciencia se opone a la práctica de
la virtud. Hay aquí ya franca oposición a las teorías ru-
sonianas.
Los argumentos utihzados por Feijoo para contrade-
cir la tesis que apoya la oposición de la ciencia a la virtud
tratan de ceñirse totalmente a los argumentos históricos
que había utilizado quien había intentado demostrar lo
contrario, pero apuntando a la mala interpretación histó-
rica con que el oponente apoya su tesis. Entre los varios
casos concretos que aborda escogeremos uno bastante sig-
nificativo que nos dé una idea de cómo se intentaba acla-
rar el problema. Su interlocutor intentaba fundar su teo-
ría, entre otros puntos, en el de que Cristo nuestro Señor,
tratando de plantar el Evangelio en el mundo, lejos de
buscar hombres sabios, para este efecto tomó por instru-
mentos suyos unos ignorantes pescadores, pretendiendo
inferir de aquí que la ignorancia conduce a la reforma de
costumbres, a la religión, a la piedad, y por consiguiente
descamina de ellas la ciencia. Feijoo contesta en estos tér-
minos: ¿Cómo he de creer que el autor tuvo ésta por una
prueba seria de su asunto? ¿Ignoraba por ventura lo que
sabe todo el mundo, que ésta fue una máxima celestial de
nuestro gran Maestro, fundando en ella la prueba más
concluyente de la divinidad de su doctrina? Escogió Dios
para la conversión del mundo unos hombres ignorantes; y
sobre ignorantes, débiles y pobres. Si hubiese aplicado a
este fin los más sabios filósofos y más elocuentes oradores

77
MANUEL MENÉNDEZ COTO

de la Grecia, o algunos príncipes grandes, dirían los infie-


les que o ya la sofística agudeza del raciocinio y la iluso-
ria seducción de la elocuencia habían imbuido a pueblos
simples de una religión falsa o ya que la fuerza insupera-
ble del poder violentamente los había arrastrado a ella.
Hasta aquí reconoce Feijoo que ha utiüzado un argu-
mento ab absurdis y en lo sucesivo seguirá con la contra-
demostración aduciendo pruebas directas.
Nosotros no necesitamos más, pues simplemente in-
tentamos plasmar las ideas de una época en lo que con-
cierne a América, en su forma de concebirla y en cómo
posiblemente también ésta influyó indirectamente en la
configuración de estas ideas y formas de pensar que luego
revertirían en la propia concepción que el siglo hará de
ella misma.

De Pauw es un típico enciclopedista, porque reúne en


forma ejemplar y típica la más firme y candida fe en el
progreso con una completa falta de fe en el hombre y su
bondad natural. En contra de Rousseau, piensa que el
hombre sólo se perfecciona en sociedad y que el hombre
por sí, en el estado de naturaleza, es un bruto incapaz de
progreso. Y llegará incluso a la afirmación de que los ame-
ricamos son unos degener-ados, tropezando entonces con
las concepciones de Feijoo, que se muestra, si no defensor
del estado de naturaleza, sí de la categoría de estos hom-
bres a p^sar del estado en que se desarrollan.
De Pauw considerará a los salvajes de América como
bestias o poco más, que odian las leyes de la sociedad y
los frenos de la educación, viviendo cada uno por su cuen-
ta, sin ayudarse los unos a los otros, en un estado de indo-

78
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEIJOO

lencia, de inercia, de completo envilecimiento. El salvaje,


dice, no sabe que tiene que sacrificar una parte de su li-
bertad para cultivar su genio,y sin esta cultura no esnada.
La naturaleza es en América débil y corrompida, es débil
por estar corrompida e inferior por estar degenerada. Se
exageran desorbitadamente los defectos de los americanos
y se culpa de ello en última instancia al clima, a los facto-
res naturales constantes; pero con mayor frecuencia se
prefiere recurrir a catástrofes, inundaciones y otros azotes
desusados.
Feijoo no estaba, pues, de acuerdo con estas tesis y
seguía afirmando que la cultura en todo género de letras
humanas, entre los que no son profesores por destino,
florece más en la América que en España. Incluso llegará
a afirmar que los criollos son de más viveza o agilidad in-
telectual que los nacidos en España, y también que la ca-
pacidad de los indígenas en nada es inferior a la nuestra.
Es preciso, por supuesto, descontar algún tanto los exce-
sos que hay en estos solennes reconocimientos, a causa
de la polémica en que está siempre empeñado Feijoo con-
tra la ignorancia, la vanidad y el atraso de sus compatriotas.
Gracias a él sobre todo se iniciaba, pues, un repaso
atento de los juicios sobre la degeneración de los criollos
que quizá hubiera llevado a un planteamiento más seguro
del problema. Pero sobre esta incipiente revisión caían
con fuerza explosiva las teorías buffon-depauwianas, que
remachaban con aparente rigor científico la tesis de la
ineluctable decadencia de hombres y animales en el nue-
vo mundo.

79
MANUEL MENÉNDEZ COTO

Elpoblamiento de América

La P e y r è r e y los preadamitas
No vamos a detenemos aquí en el repaso de las diver-
sas teorías que hay sobre el poblamiento de América, sino
simplemente a dar escueta síntesis de aquella que prota-
gonizó Isaac de la Peyrère por haber defendido con todas
sus fuerzas la postura contraria el P. Feijoo. De este modo
podemos confrontar a ambos.
La teoría poUgénica de Peyrère sostiene que el pobla-
miento de cada continente había sido autóctono, lo que
exphcaría las diferentes razas. Esta concepción, como fá-
cilmente podrá adivinarse, fue muy revolucionaria, puesto
que la historiografía anterior venía manteniendo un único
origen del hombre que se centraba en Palestina. Se supo-
nía, como habían venido afirmando las Escrituras, que to-
dos los hombres provenían del bíbhco Adán; de ahí que
especialmente el estamento eclesiástico se mostrase, si
cabe, aun más afectado por tales afirmaciones revolucio-
narias que el resto de la sociedad.
La opinión de Peyrère fue duramente combatida por
el P. Feijoo. Su teoría suponía la existencia de preadami-
tas, es decir, que Dios había creado otros hombres en el
mundo antes de Adán. Se oponía, pues, a un único foco
de producción original humana. Hemos, por cierto, de
apuntar que con el paso del tiempo esta cuestión del poU-
genismo o unicentrismo aun sigue sin aclarar y se presenta
muy fecunda para tratar ciertos temas, como la neohtiza-
ción de América.
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEIJOO

Feijoo y el poligenismo
Vamos a dar paso a las mismas palabras del P. Feijoo
sobre el tema para comprobar literalmente de qué modo
lo entendía y explicaba: Esta cuestión es de mucha ma-
yor importancia que lo que a primera vista ocurre. Parece
una mera curiosidad histórica; y es punto en que se inte-
resa muchísimo la religión; porque los que niegan que los
primeros pobladores de la América hayan salido de este
nuestro continente para aquél consiguientemente niegan,
contra lo que como dogma de fe tiene recibido la Iglesia y
está revelado en la Escritura, que todos los hombres que
hay en el mundo sean descendientes de Adán; de donde
se sigue que todas las dificultades que ocurren en la trans-
migración de los primeros habitadores de la América des-
de nuestro continente a aquél, sirven de argumentos a los
espíritus incrédulos para impugnar el dogma de que Adán
y Eva fueron padres universales del humano linaje. A con-
tinuación se refiere a la fundamentación de la afirmación
preadamita, afirmando que dicen así porque en el mo-
mento en que existían ya hombres en América no había
medios mecánicos ni forma posible para pasar de este
continente a aquél, de lo cual se infiere que sus habitantes
no son descendientes de los de nuestro continente, por lo
que no deberían su origen a Adán ni Eva, sino a otros
hombres y hembras que habría creado Dios allí.
Feijoo responde de la siguiente manera: Puede res-
ponderse de tres maneras; puede decirse, lo primero, que
los antiquísimos pobladores de la América, no con desig-
nio formado, pasaron de este continente al otro, sí arre-
batados de alguna tempestad, cuya violencia pudo traspo-
nerlos a él, cuando su intento sólo era navegar a vista de

81
MANUEL MENÉNDEZ COTO

tierra, según la limitación de la náutica, antes que se des-


cubriese el uso de la aguja magnética. Puede decirse, lo
segundo, que acaso los antiguos conocieron y usaron la
aguja; pero, perdida e ignorada por muchos siglos, se resti-
tuyó otra vez al mundo, creyéndose ser invención nueva
la que sólo fue recuperación. Puede, en fin, responderse
que los dos continentes no están en todas partes divididos
por los mares, antes en algunas se comunican por tierra.
Sin embargo, a las dos primeras soluciones les ve él
mismo dificultad a causa de los animales. Ya que todos
han de provenir de las únicas parejas que se salvaron cuan-
do el diluvio en el arca de Noé —sigue, pues, impertérrito
al lado de las Escrituras—, ¿quién habría tenido interés en
transportar a América los animales salvajes y dañinos? Y
para salvar este mismo escollo que se ha cruzado en su ra-
zonamiento desarrollará una teoría muy avanzada para la
época y que posteriormente los estudios geográficos tam-
bién han apuntado, la de un puente de tierra entre aquel
continente y el nuestro. Digo, pues, que este negocio có-
modamente se compone suponiendo que, en virtud de
muchas alteraciones que hubo en el discurso de tantos si-
glos, la disposición exterior del orbe terráqueo es hoy bas-
tantemente distinta de la que hubo en otro tiempo. Puesto
esto, es fácil concebir que, aunque hoy los dos continen-
tes están separados, en los tiempos antiquísimos estuvie-
sen unidos, o se comunicasen por tierra; por consiguiente,
que por aquella parte donde había la comunicación por
tierra pasasen hombres y brutos a América. Y más adelan-
te: Es ocioso buscar en los mapas el rumbo por donde los
primeros pobladores de la América pasaron a aquellas re-
giones. Estaba la superficie del globo diferentísima enton-
ces que ahora. El tránsito de los animales inútiles, feroces

82
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEUOO

O nocivos prueba invenciblemente que había paso por tie-


rra. No se halla ahora: ¿qué contradicción hay en esto?
Ninguna. "Distingue tempora et concordabis iura". Así se
resuelve fácilmente esta cuestión tenida hasta ahora por
dificilísima y se corta de un golpe el nudo gordiano.
Esto es, expuesto escuetamente, lo que Feijoo aportó
a las diversas tesis sobre el poblamiento de América.

Diversas informaciones

El d e s c u b r i m i e n t o de A m é r i c a
Aquí vamos a optar por transmitir sin más lo que el P.
Feijoo nos dice de América, sin paramos en disquisiciones
ni conclusiones, como una transmisión de textos de la
época que lógicamente deben ser utilizados por el histo-
riador.
Concretamente y respecto al descubrimiento nos dice:
Luego que se ejecutó el feliz viaje del intrépido genovés
Cristóbal Colón a la América, todo el mundo le atribuyó
la gloria de ser el primer descubridor de aquellas vastísi-
mas regiones. La voz común aun hoy está por él. No obs-
tante esto, algunos transfieren la dicha de este descubri-
miento a un piloto español que andaba traficando en las
costas de Africa y, arrebatado de una violenta tempestad,
dio con su navio en la América. Dicen que éste de vuelta
aportó a la isla de Madera, donde a la sazón se hallaba Co-
lón, quien generosamente le acogió en su casa. Refirióle
el piloto a Colón toda su aventura y, muriendo poco des-
pués, le dejó todas sus memorias y observaciones, sobre
cuyo fundamento se animó después Colón a aquella gran-
de empresa. Al piloto español le dan unos un nombre y
otros otro.

83
MANUEL MENÉNDEZ COTO

La c o n q u i s t a
Nos dice Feijoo en sus Cartas eruditas y curiosas acer-
ca de este tema: No tiene duda que éstos (los españoles)
llenaron España de riquezas, pero después de inundar de
sangre la América; y de sangre no sólo de los bárbaros
indios, mas de los mismos españoles. ¡Qué teatro tan lle-
no de lástimas ofrece a la consideración aquel gran trozo
del mundo en las historias de aquellos tiempos!... No de-
soló tantas provincias la ambición en Europa, Asia y Afri-
ca, en el largo espacio de veinte siglos, como la codicia en
América en uno solo. Siendo tanto el estrago de los venci-
dos, no padecieron menos los vencedores. Ninguna gente
sufrió tantas ni tan duras calamidades como aquellos
conquistadores. El menor daño que recibieron fue el de
las flechas enemigas. Mucho más destrozo hicieron de
ellos el frío, el hambre, la sed y la fatiga... No sé si fue
más lastimoso que todo esto el que en varias ocasiones
unos españoles fueron pasto de otros. Así como algunos
iban muriendo de hambre, con sus descarnados cadáveres
daban alimento a los que restaban vivos...
Tan trágica fue la conquista de la América que hicie-
ron nuestras armas. A tanta costa se descubrieron sus mi-
nas. No hay vena de oro o plata en ellas que no haya he-
cho verter arroyos de sangre de las humanas venas. Estas
y otras cosas, en la misma línea, es lo que Feijoo nos co-
menta del hecho de la conquista, haciendo siempre hin-
capié en la enfurecida sed de oro y riquezas de los con-
quistadores y el desprecio de todo precepto moral y ético.

84
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEUOO

América y el oro
He aquí textos sobre el mito del oro americano: En la
América hay algunos países, o poblaciones imaginarias,
que fabricó en la fantasía de nuestros españoles la codicia
del precioso metal. Aquel ente de razón, "mons aureus",
monte de oro, que anda tanto en las plumas y bocas de
los lógicos, parece que tuvo su primer nacimiento en los
descubridores y comerciantes del nuevo mundo. De la co-
dicia, digo, de nuestros españoles nació el soñar que hacia
tal o tal plaga hay algún riquísimo país, y que después
inútilmente buscasen como verdaderas unas riquezas que
eran puramente soñadas. A veces nacía esto del embuste
de los indios, que, por apartar de sí a los españoles, pro-
curaban empeñarlos en el descubrimiento y conquista de
algún país riquísimo, que fingían hacia tal o tal parte.
Feijoo intercala, como es habitual en su obra, adverten-
cias moraUzadoras: La verdad es que los sueños de la codi-
cia, permitiéndolo así Dios para que se propague la fe,
han imaginado montes de oro. Por la parte de la América
septentrional, en la gran Quivira, que tantas diligencias y
desvelos costó a muchos españoles; por la parte de la aus-
tral, en la rica "ciudad del sol", cerca de Línea; en las ciu-
dades de los Césares, junto al estrecho de Magallanes; y
en la tierra del Partiti, junto al Marañan; sin que hayan
hallado los que hayan tomado esta empresa otra cosa más
que unas tierras pobres habitadas de indios bárbaros que,
ya rancheados junto a los esteros de los ríos, ya embreña-
dos en los picachos de los montes, añaden al maíz lo que
pescan y lo que cazan; y principalmente se sustentan de
comerse unos a otros...
En resumen, América no tuvo nunca tanto oro como
se ha dicho y el mito ha influido mucho en la concepción

85
MANUEL MENÉNDEZ COTO

que de la riqueza de aquellas tierras venimos teniendo. Y


vuelve el benedictino a moralizar: Eso que buscáis no se
halla en la tierra, sino en el cielo: oídselo a S. Juan ha-
blando de la celestial Jerusalén. Toda la ciudad es de oro
purísimo, y muy superior en nobleza que el de acá abajo,
porque se aumenta la preciosidad del oro con la diafani-
dad del vidrio. Pero vosotros antes creéis a un indio em-
bustero, digo, que, por eximirse de la opresión que pade-
ce, desviándoos de su país, os representa otro más rico y
distante que fabricó en su idea...
Así podemos ver la característica feijoniana que ya
apuntamos, que, a pesar de hallarse en cierta órbita ilus-
trada, seguía manteniendo apego a la tradición nacional
y a la ortodoxia catóüca sin derivar nunca de modo peh-
groso hacia conclusiones desviacionistas de la fe por otra
parte muy propias de la época.

La p r o p a g a c i ó n de la fe
El mayor honor que de tantas conquistas recibió el
reinado de D. Fernando y Dña. Isabel no consistió en lo
que éstas engrandecieron el Estado, sino en lo que sirvie-
ron a la propagación de la fe, nos dice Feijoo. Cuanto ca-
mino abría el acero español por las vastas provincias de la
América, otro tanto terreno desmontaba para que se de-
rramase y fructificase en él la evangélica semilla. Este be-
neficio grande del mundo, que empezó felizmente en
tiempo de los Reyes Católicos, se continuó después in-
mensamente en el de su sucesor el Emperador Carlos V,
en que nos ocurre celebrar una admirable disposición de
la Divina Providencia enlazada con una insigne gloria de
España... Si volvemos los ojos a la América, con gran con-

86
AMERICA EN LA OBRA DEL PADRE FEIJOO

suelo observamos que el Evangelio ganaba en aquel hemis-


ferio mucha más tierra que la que perdía en Europa...
Cuando las demás naciones trabajaban en desmoronar el
edificio de la Iglesia, España sola se ocupaba en repararle
(a Dios) y engrandecerle...
Sigue después Feijoo afirmando que, precisamente
por esta labor que España estaba haciendo en América,
las demás naciones procuraban exagerar los males provo-
cados con las guerra, y disculpa a los conquistadores espa-
ñoles por el estado en que hallaron a aquellos brutos, que
tal cosa eran en principio, más que hombres.
Véase que esta afirmación no está en nada en des-
acuerdo con las defensas que aparecen en otras partes de
su obra respecto a los indios americanos, pues de esta for-
ma el autor sigue manteniendo el mejor desarrollo huma-
no en medios civilizados y cultos, no naturales como de-
fendía Rousseau, y al mismo tiempo atribuye a la labor
de la Iglesia el mérito del desarrollo que adoptarán aque-
llos hombres, del que había afirmado que puede ser igual
al de los demás pueblos.

87

También podría gustarte