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No existe relación médico-paciente *

Jean Clavreul **

La existencia de un vocabulario técnico y especializa- empresa voluptuosa tanto respecto de las mujeres
do obstaculiza la relación médico-paciente. No habría como de los hombres, libres o esclavos” dice el jura-
que exagerar su importancia, ya que los enfermos mento de Hipócrates. Y el Código de deontología va
aprenden rápidamente ese vocabulario, a pesar de la todavía más lejos puesto que dice: “El médico no
resistencia del cuerpo médico a difundirlo y a expli- debe inmiscuirse en los asuntos de familia” (Art. 37).
carlo. Los médicos tienen sólidas razones para man- La desaparición del “médico de familia” no es por
tener esa distancia, en su preocupación de conservar consiguiente solo una consecuencia de la evolución
un carácter esotérico para su haber. Piensan que sus de las costumbres y de la tecnología médica. Ella
enfermos y el público en general, incluso si pueden emana del discurso médico y sería hipócrita afligirse
aprehender algunas palabras, algunos conceptos, por ello. La toma de distancia del médico no es solo
solo pueden hacer un uso inadecuado de los mismos una obligación de discreción, pues es a menudo la
por no conocer las articulaciones. El vocabulario no familia que, por sí misma, solicita al médico intervenir
es el lenguaje, cada lenguaje tiene leyes que le son en sus asuntos. La obligación de reserva solo surge
propias, y que no se poseen simplemente porque se del mismo discurso médico. La autoridad del médico
haya adquirido algunas migajas del argot. Desde y su independencia moral no dejarían de resultar
Hipócrates a nuestros días, la posición del cuerpo afectadas si él consintiera en entrar en otras razones
médico ha sido constante sobre ese punto. El latín y que las exclusivamente médicas. también él lo hace
la lengua de Diafoirus precedieron al vocabulario téc- cada vez menos.
nico de nuestra época. No parece entonces posible Lo que fundamenta la relación médico-pacien-
decir con H. Peguinot: “Durante veinticinco siglos, te es la exclusión de las posiciones subjetivas de uno
médicos y enfermos han hablado el mismo lenguaje”. y otro. Lo que resta de subjetividad, en uno y otro, no
Enfermos y médicos tienen apenas el mismo constituye más que franjas, y tales franjas son siem-
vocabulario con seguridad no el mismo lenguaje pre sospechosas: en el enfermo, de hacer intervenir
salvo si el enfermo es también médico e incluso en sentimientos como el pudor, el temor, la angustia, etc.
ese caso, el problema se plantea de otra manera, que lo conducen a rehusar los exámenes y los trata-
pues se afirma corrientemente que el médico es muy mientos médicos; en el médico de lesionar la objetivi-
mal juez de su propio caso. dad necesaria en el diagnóstico y la toma en conside-
No se cita más que como excepciones admira- ración solamente de los imperativos terapéuticos en
bles los casos en que los médicos hicieron la lucida las decisiones a adoptar.
constatación de la enfermedad que los afectaba. La La puesta a distancia del enfermo es lo que hizo
posición de enfermo no permite en absoluto la desub- posibles las teorías ontológicas que prevalecieron
jetivación, que implica la adopción del discurso médico. hasta el siglo XVIII. No existía interés en el enfermo
Cuando un médico juzga con lucidez su propio sino en el ser de la enfermedad. Las nuevas necesi-
caso, es a justo título que se lo considera una proe- dades del examen clínico en el siglo XIX, constituye-
za; se trata de una proeza subjetiva y no técnica. ron un problema y Foucault estima que la invención
Lo que ordena la relación médico-enfermo, es del estetoscopio por Laennec está ligada en parte a
el distanciamiento médico con respecto a su enfermo. ese esfuerzo de distanciamiento. Actualmente, la mul-
Ella es efecto del discurso médico más todavía que tiplicación de exámenes de todo tipo vuelve cada vez
su causa. menos importante el encuentro médico-paciente. En
Sin embargo, esta toma de distancia es cons- los grandes servicios, la visita al lecho del enfermo
tantemente reafirmada: “Yo me prohibiré [...] toda pierde su importancia en provecho del examen del

* Tomado de: Jean Clavreul. L’ordre médical. Editions du Senil, París 1978.
** Miembro de la Escuela Freudiana de París.
2 CUADERNOS MÉDICO SOCIALES Nº 7 - MARZO DE 1979

legajo. Paralelamente la participación de especialis- importancia de su esfuerzo personal y de los medios


tas que aportan su contribución hace que, cada vez técnicos empleados?”.
más, el enfermo ya no sepa más quién es su médico. Estos textos, que no pueden ser acusados de
Hablar de la relación médico-paciente, es práctica- polémicos y cuya publicación responde a la loable
mente hablar de un mito. Lo que prevalece es la rela- preocupación por moderar los excesos de celo médi-
ción enfermo-institución médica y el médico es el co, merecen que nos detengamos en ellos. No se
representante de la institución. Lo que se espera del trata aquí del médico, sino del equipo médico. ¿Cómo
médico es que, él sea el representante más calificado podría ser de otra forma? Incluso en las grandes ciu-
posible de la institución y del enfermo, que se someta dades, el enfermo no tiene casi la elección, porque no
a los dictámenes de la institución. Si el médico es hay más que un número limitado de especialistas, a
impugnado individualmente, es al cuerpo médico al veces uno solo, y los enfermos tienen sobre todo el
que se recurre para confirmar o invalidar una decisión. sentimiento de que la solidaridad profesional prevale-
Lo que se llama libertad del enfermo es una ce casi siempre sobre las otras consideraciones. El
noción totalmente relativa. Se puede leer en un bole- Código de deontología no señala en ninguna parte la
tín de la Orden de los Médicos1 “La libertad del enfer- obligación del médico de advertir directamente al
mo en el hospital deja que desear, el público no deja enfermo si estima que éste está mal atendido. Por el
de demostrar su desconfianza y a veces su terror. El contrario, es al médico tratante a quien él debe adver-
enfermo tiene a veces la impresión de no poder tir. La deontología preserva así la respetabilidad pro-
hacerse entender, de no poder obtener las explicacio- fesional antes que el interés del enfermo.
nes que desea, de no tener más que un derecho si no En cuanto a éste, que tiene ciertamente el dere-
resulta satisfecho: partir firmando el documento de cho de darse su propia alta en el hospital, o de cam-
propia alta”. Y, más adelante “Es necesario que él biar de médico en la ciudad ¿no escucha decir, en el
entregue su confianza al equipo, al servicio. Le es fondo, lo que decía Knock?2 “Si Ud. prefiere hacer un
muy difícil impugnar a uno de los médicos”. Otro pro- peregrinaje, yo no se lo impido”. Cada médico, que ha
blema, el del consentimiento. “El consentimiento del tenido, para sí mismo, para uno de sus allegados o
enfermo en el hospital hacia lo que se ha decidido uno de sus clientes, que declinar el tratamiento “pro-
para él, es, en algunos servicios considerado un poco puesto” pero sobre todo impuesto por otro médico o
como sobreentendido, al punto de que su oposición, un equipo médico, sabe que es necesario un coraje
si se manifiesta, escandaliza más o menos, y es mira- poco común para tomar una decisión semejante.
da como un incidente incongruente. Se lo habrá Existen razones para pensar que el progreso de
sometido a numerosos exámenes entre los que algu- la técnica y de la especialización no harán más que
nos comportan riesgos y a tratamientos sobre los reforzar la presión que ejerce el discurso médico
cuales pocas explicaciones le habrán sido dadas: sobre el público, siendo sólo paliativos, muy a menu-
Ciertamente, el consentimiento escrito del enfermo y do irrisorios, las disposiciones moderadoras que pue-
de su familia es exigido generalmente. Pero se trata den ser tomadas aquí y allá. De hecho, nada permite
de un método moralmente muy cuestionable. La fami- esperar que la relación médico-paciente no tienda
lia se siente obligada a dar una autorización en blan- cada vez más a someter al enfermo a la autoridad del
co, sin la cual no se atendería a su enfermo. médico. Al paciente sólo le queda la esperanza que la
Finalmente, ciertos enfermos temen mucho servir de competencia de su médico y su moralidad lo preser-
cobayos. Esa investigación científica y esos ensayos van. Existe seguramente también la posibilidad de
terapéuticos promueven cuestiones de moral profe- recurrir a los tribunales, lo que constituye un método
sional muy graves y difíciles. Es necesario afirmar y caro, largo y tanto más aleatorio, puesto que la solida-
repetir que las investigaciones y los ensayes terapéu- ridad profesional de los expertos con los médicos
ticos no deben ser practicados más que si presentan hace inclinar la balanza de la justicia. Y además, cuan-
un interés para el enfermo sobre el cual se realizan. do lo que está en juego es por un lado una responsa-
No hay, ciertamente, ninguna razón para dudar de la bilidad profesional (cubierta además por un seguro) y
conciencia del médico, ¿pero la conciencia, no está por el otro la vida misma, la partida es bien desigual.
formada ella misma, en función de los imperativos de Sería minimizar el problema, convertirlo en un
un medio cerrado sometido a imperativos técnicos? acontecimiento relativamente contingente, debido ala
¿Se puede estar seguro de que la apreciación de los difícil adaptación de las estructuras sociales a los pro-
riesgos que comporta una exploración diagnóstica o gresos fulgurantes de la medicina. No existe sola-
una intervención terapéutica sea avaluada lo mejor mente una desigualdad de hecho en la relación médi-
posible en el interés del enfermo, por los médicos co-paciente. Se trata de una desigualdad de dere-
que, especialmente en equipo, sufren todo el peso de cho, porque es el “discurso del amo” el que hace la
las exigencias del discurso médico y tienen esencial- ley. El discurso del enfermo está desacreditado de
mente, para medir su conciencia profesional, la antemano no solamente en razón del sufrimiento y de

1 Búlletin de l’Ordre des médecins, junio 1972, pp. 111 y ss.


2 Personaje de la Comedia de Jules Romains, Knock o el tiempo de la Medicina.
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la angustia “que le impiden un razonamiento justo”, Hablar de un contrato médico-paciente, en


sino porque el único discurso sobre la enfermedad es esas condiciones, parece por consiguiente ante todo
el discurso médico. El resto es literatura. una ficción jurídica, destinada a mantener la ideología
El enfermo solo detenta la categoría ideológica de la libertad del enfermo y del médico. Esto se hace
de una libertad ficticia, la del hombre “normal”, capaz de tal modo evidente en ciertos casos que ha sido
de juzgar, pero incompetente. Se trata de una noción necesario considerar que el contrato comprometía a
que merece tanto más ser cuestionada, puesto que la administración o el organismo médico en relación
pertenece ella misma a la tradición ideologista huma- al enfermo y no al médico que lo había efectivamen-
nista que la reduce, por lo menos en la opinión del te examinado y atendido. La noción de contrato impli-
público, y en particular del público médico, a la idea de ca también la posibilidad para ambas partes de enta-
una elección posible, elección que se limita aquí prác- blar una discusión sobre lo que conviene hacer, pero
ticamente a la elección del médico, o más exactamen- esto no es prácticamente posible, por la superioridad
te del equipo médico. Se puede dudar del valor de esa de la posición del médico. Se habla del “consenti-
elección cuando se conoce la importancia determinan- miento del enfermo” pero además del hecho de que
te que juegan allí los azares de una proximidad geo- ese consentimiento no se puede ejercitar como lo
gráfica, de una indicación dada por parientes o ami- indica el mismo Boletín del Orden de los Médicos. ¿A
gos, e incluso de una orientación administrativa. Es partir de qué bases el enfermo sería provisto de ele-
probable que pudiera conservar la ilusión de elegir, el mentos necesarios para una discusión, puesto que el
gran burgués, que dominaba con toda la estatura de médico no está obligado de ninguna manera a reve-
su prestigio social y financiero a un cuerpo médico que lar el diagnóstico, ni aun el pronóstico, que le es siem-
no podía de todos modos alinear más que resultados pre posible, e incluso se le recomienda ocultar? (art.
bien poco convincentes. La igualdad de la relación 34 Código de Deontología).
estaba, en esas condiciones, casi realizada. Bastaría Uno de los elementos más significativos que
con leer a Proust para recordar cómo la clase alta tra- muestran que no existe verdadero contrato, es el pro-
taba a su médico como a su exquisito proveedor. blema del dinero. Sin duda el Código de Deontología
Se puede dudar que la gente de pueblo y los lo prevé (art. 8): “Acuerdo directo entre enfermo y
indigentes gozaran de una libertad comparable; se la médico en materia de honorarios”. Pero el art. 40 dice
“dispensaba” la medicina como se dispensa la limos- también: “El médico debe siempre establecer por sí
na; el término dispensario está allí para recordarlo. Es mismo sus honorarios; debe hacerlo con tacto y
sobre todo la extensión de la medicina a todo el mesura”. Los elementos de apreciación son la fortuna
mundo y el acrecentamiento del prestigio y del saber del enfermo, la notoriedad del médico, las circunstan-
médico lo que hace descubrir actualmente la profun- cias particulares. Un médico no tiene derecho de
da desigualdad de la relación médico-paciente. No se rehusar a dar explicaciones a su cliente sobre el
trata, sin embargo, de un hecho muy nuevo, ni en su monto de los honorarios. Por consiguiente, el médico
principio, ni en la práctica. De hecho, el orden médi- sólo debe las explicaciones. No se trata de una libre
co implica su propia jurisdicción que se cofunde hoy discusión, el enfermo debe confiar en el tacto y la
con la del Consejo del Orden (Médico). EI enfermo no mesura del médico. ¿Qué mesura? En la práctica es
tiene, ante ella, ni siquiera la posibilidad de conocer el médico el que impone su mesura y se espera que
las decisiones de esta jurisdicción, si es a ella a la lo hará con tacto. Pero, ¿dónde se encuentra la
que recurre. El estatuto del enfermo es aquel del mesura del paciente que sabe demasiado bien que
“incapaz” en el derecho civil. La única diferencia resi- carece de los medios financieros para consultar al
de en la posibilidad, para el enfermo, de sustraerse a “médico de su elección” y que resiente su libertad
esa jurisdicción pues el recurso a los tribunales civi- como el obrero resiente “la libertad económica”, una
les es inútil puesto que éstos (comprendido el libertad que no se hace efectiva más que para los
Consejo de Estado) se conforman automáticamente a ricos? Por lo demás, el médico mismo no es libre, por
las decisiones del Consejo del Orden (Médico). la existencia del Código de Deontología. Este prohíbe
A la “libertad” del enfermo corresponde “la especialmente el trabajo a destajo (art. 42). Y final-
independencia” del médico y su libertad de prescrip- mente “está igualmente prohibido a todo médico
ción. Esta es también una noción ficticia si se la toma rebajar sus honorarios por un interés de competencia
en un sentido absoluto. Pues si la independencia del por debajo de los valores publicados por los organis-
médico no se encuentra más que parcialmente alie- mos profesionales calificados” (art. 41). Tales interdic-
nada por las condiciones materiales que dependen ciones aparecen curiosamente bajo el título II, “Deber
de la administración que lo emplea cuando se trata de del médico hacia los enfermos”.
un médico funcionario, es estrechamente dependien- Hipócrates3 escribía: “Si el médico aborda de
te del equipo con el cual trabaja y sobre todo del cuer- entrada la cuestión de su remuneración (y ella entra
po médico en general que constituye su juez en últi- de todos modos en cualquier actividad), el enfermo
ma instancia. estará persuadido de que en virtud de ese contrato el

3 Citado por Bariéty. Histoire de la Médicine. Fayard, París 1965.


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médico no lo abandonará después de su partida. Si mente, muchos médicos confían a su secretaria el


no, él puede temer que se lo descuide. Importa enton- cuidado de percibir los honorarios. En el fondo, el
ces tener el cuidado de prever los honorarios. Las médico no quiere saber nada de su relación de dine-
preocupaciones de este orden me parecen perjudicia- ro con el enfermo. El Dr. Sorano5 desea la supresión
les para el enfermo, especialmente en las enfermeda- del pago, causa de incomodidad, de malestar, de tur-
des agudas. Estas evolucionan lo bastante rápido bación. La mayoría de los médicos están satisfechos
para que un buen médico no tenga casi que volver: de que el establecimiento de haremos por la
también es preferible para él considerar su reputación Seguridad Social les evite tomar posiciones, conside-
antes que su interés material. A este respecto, vale radas con mucha ligereza como venales. Muchos de
más ser frustrado por aquellos a quienes se ha salva- ellos no se atreven a solicitar sus honorarios, y esto
do, que remunerado por quienes están en grave peli- no tiene gran cosa que ver con la situación financiera
gro. Los clientes que no pagan a su médico merecen de sus enfermos. El médico se siente tan molesto de
antes el desprecio que la venganza. Vuestras preten- pedir honorarios elevados para asegurar su prestigio
siones en cuanto a salario deben limitarse a lo que es ante el burgués, como de hacer la limosna de una
necesario para vuestro perfeccionamiento en vuestro consulta gratuita ante indigentes que se sienten humi-
arte. Os conjuro a no comportaros de manera inhu- llados por ello. Desearía que ese problema de admi-
mana a este respecto, a despreciar lo superfluo de nistración estuviera reglamentado.
bienes y riquezas y a otorgar, a veces, vuestros cui- No piensa que la relación médico-paciente sea
dados gratuitamente prefiriendo dejar a los enfermos un contrato que sella la cuestión de sus honorarios. El
un recuerdo reconocido que aseguraros con exce- enfermo tampoco, incluso si uno de sus temas de
dente de ingresos. EI buen médico trabaja con todas conversación favoritos concierne a los honorarios del
sus fuerzas para no cometer ninguna falta. Para lle- médico. En el fondo, habla de ello como se habla de
gar a tratar a los enfermos de manera irreprochable, la lluvia o del buen tiempo o mejor del granizo, como
no descuida absolutamente nada, incluso en presen- una calamidad ante la cual no se puede hacer nada.
cia de los más despreciables indigentes, pues él es a El Dr. de Visscher, según una encuesta de opinión,
la vez justo y leal”. dice que el público “se representa al médico como
Se puede leer de dos maneras diferentes la aquel que gana más dinero (más que los banqueros,
actitud del médico ante el dinero. En el nivel ideológi- por ejemplo)”. Y Nayens puede decir que todo esto no
co constituye, por su falta de codicia ante las ganan- tiene ninguna importancia porque en el público existe
cias, por su aceptación a otorgar gratuitamente sus gran disparidad. Y es en efecto probable que los ban-
cuidados la imagen de un hombre dedicado a la cien- queros no piensen la misma cosa respecto a la situa-
cia y a la humanidad. Esto puede responder al proce- ción financiera de los médicos comparada con la
dimiento publicitario banal como lo sugiere Knock (día suya. Pero es cierto que nadie cree que los honora-
de consultas gratuitas - cuidados otorgados a una rios médicos son efectivamente negociados o nego-
mendiga). La ciencia médica encuentra también allí ciables, ni tampoco que el médico dará explicaciones,
su cuenta por las posibilidades que otorga la concen- como lo afirma el Código de Deontología. El compro-
tración de un gran número de enfermos indigentes y miso más o menos incómodo que es finalmente
de médicos competentes. M. Foucault4 da ejemplos adoptado surge ante todo de la preservación de la
en los que se confiesa cínicamente la esperanza de imagen del médico más que de la conclusión y certi-
que los descubrimientos hechos en el hospital tengan ficación de un contrato.
repercusión sobre la práctica liberal. El otro elemento que certifica la existencia de
Está fuera de duda que los médicos piensan un acto médico es la emisión de una “receta”. La
que estas son consideraciones contingentes en rela- receta es el producto de una orden, es también una
ción a lo que fundamenta la relación de dinero entre puesta en orden. Esto comporta prescripciones de
médico y paciente: un poco porque ellos no quieren reposo, de higiene, de dietética, eventualmente de
saber nada de tales aspectos algo sórdidos. Sobe hospitalización o de intervención quirúrgica, pero es
todo porque ellos aceptan solo la idea de Hipócrates sobre todo el otorgamiento de un medicamento. Para
según la cual el enfermo adquiere el sentimiento de la Balint, por la intermediación del medicamento, es el
existencia de un contrato porque pagando los hono- médico quien se da a sí mismo.
rarios este contrato crea en el médico una conciencia Benoit6 se niega a interpretar la relación médi-
de deber hacia el enfermo. co-paciente como una relación interpersonal. No es el
Cuando Proust dibuja ante nuestra sonrisa al médico como persona, sino como representante de
prestigioso Dr. Dieulafoy tomando subrepticiamente un cuerpo constituido, el cuerpo médico, como parti-
el sobre que contiene el importe de sus honorarios, cipante de un saber misterioso, el que da el medica-
no se trata de un hecho aislado. No constituía una mento al enfermo. El medicamento estará rodeado de
práctica excepcional en la “belle époque”. Y, actual- un prestigio tanto mayor en tanto se lo considere pro-

4 Foucault M. Naissance de la clinique. PUF, coll “galien”. París 1963.


5 Sorano. Médecine et Médecine. Le Seuil, París 1959.
6 Benoit P. “Le Médical en tant qu’objet”; Lettres de l’Ecole, N° 16.
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veniente de un descubrimiento de origen extranjero o médico. Tomado sin receta, o gracias al juego de
de un grupo médico particularmente célebre. Es por- recetas dadas por varios médicos, el medicamento
que está presentado bajo tal padrinazgo que es acep- sirve a los toxicómanos. El más antiguo de los medi-
tado y deseado. Debe también ser reputado como camentos, la triaca, debía sus principales efectos a
peligroso para ser considerado activo. P. Benoit7 ha los opiáceos. Todos los medicamentos llamados psi-
justamente mostrado que por el uso del medicamen- cotrópicos, ese refugio para los fracasos de la medi-
to, el médico prueba que tiene el poder de dar la cina, tienen el mismo destino de servir tanto para la
muerte, y por consiguiente, la vida. Es preferible tam- intoxicación del enfermo como para su alivio. Son
bién que sea raro, caro, de mal gusto, doloroso. En portadores de la función de objeto “a”. Están verdade-
esas condiciones gusta más y la palabra placebo ramente “en el lugar de” aquello que no puede ser
adquiere una doble significación debida a una cierta dado. Se necesita siempre más para obtener el efec-
ambigüedad significante: reemplaza al medicamento, to que una pequeña dosis no ha podido obtener.
como lo quiere la etimología y gusta al enfermo. Lo Sufren también a menudo la vocación del objeto “a”,
más importante es que sea llevado por el discurso. de terminar en la basura. No solamente los psicotró-
Esto es lo que sabía el charlatán que, sobre la plaza picos sino todos los medicamentos que tuvieron
pública, elogiaba los méritos de su droga y también el sobre todo por función procurar un bienestar espera-
curandero, que dejaba entender la existencia de un do en otra parte. El fantástico montón de medicamen-
discurso místico, como lo señala también P. Benoit. tos que esperan en la farmacia familiar antes de ser
El medicamento tiene en primer lugar un efec- arrojados a la basura procede de esta función del
to placebo. Es decir que todo medicamento, incluso objeto “a” de ser objeto de rechazo.
biológicamente inactivo, puede traer remisión y cura El médico no puede y sobre todo no quiere
en una proporción apreciable de casos que puede saber nada del efecto placebo. No quiere ver allí más
sobrepasar el 20 %. Todos los médicos lo saben, y los que el efecto charlatanesco de la sugestión, de pro-
“investigadores” en sus experimentos sobre un nuevo cedimientos extracientíficos, indignos de él. Le suce-
medicamento, no dejan de tenerlo en cuenta. Pero es de a veces servirse de ellos, a falta de un tratamien-
para eliminar una causa de error en la apreciación de to eficaz, pero no se vanagloria de ello y sobre todo
la eficacia del medicamento y no para intentar com- no en los congresos médicos. Incluso si su honesti-
prender qué hay allí. Existe un ejemplo particularmen- dad le hace decir a su enfermo que la medicina no
te sorprendente de que la existencia de un hecho puede prácticamente nada y que la enfermedad evo-
indiscutido es enteramente inabordable por el discur- lucionará por sí sola en un sentido favorable o desfa-
so científico. Multiplicar las experiencias concernien- vorable, no dejará por ello de dar una pequeña lista
tes al efecto placebo confirmaría el hecho sin enseñar de medicamentos. Y como el rito debe ser observado
nada más. En el mejor de los casos el médico consi- hasta el fin, el enfermo los comprará, los tomará y la
dera que el medicamento constituye la promesa de Seguridad Social los reembolsará.
un “plus de goce” para su enfermo, una promesa de No más que el dinero, el medicamento no fun-
curación. El no sabe, ni puede saber que el placebo, damenta la relación médico-paciente, pero uno y otro
es ya un “plus de goce” para el enfermo porque esto constituyen un lastre para un acto que necesita que
es algo que se le debe y que se le restituye bajo la un cierto ritual sea respetado, donde la ficción de la
forma banalizada de un comprimido del que se sabe relación se traduce por la ficción de un intercambio:
solamente que es portador de un producto químico billete contra receta. Sin duda los billetes tienen de
de nombre complicado que el enfermo ignora y que el hecho una eficacia para la billetera del médico y los
médico y el farmacéutico conocen apenas mejor. Es medicamentos la tienen para la enfermedad del
su mismo misterio que le confiere el estatuto de obje- paciente, pero es sobre todo el principio de su inter-
to “a” y asegura su eficacia en tanto que placebo. cambio el que debe ser afirmado. Es por ese medio
En psicoanálisis, el objeto no es el de la tradi- que los dos participantes se garantizan el uno al otro
ción filosófica, opuesto al sujeto, sino lo que se liga a que el acto se ha efectuado. Un acto que se dice fun-
él en la fantasía, como objeto (inconsciente) de su damentado sobre la confianza.
goce. Lacan lo llama objeto “a”. El objeto es deduci- Pierre Guicheney8, que ha consagrado su tesis
ble en la medida del psicoanálisis de cada uno. Por lo a la confianza dice justamente “La diferencia entre la
tanto, es la trama misma del acto psicoanalítico. confianza y la credulidad parece residir principalmen-
El medicamento conserva ante el público su te en la calidad de aquél al que se dirige el acto de fe.
función de objeto sospechoso porque está mancillado Lo que implica, creemos, que el sujeto no es capaz de
con su rol ambiguo en relación al disfrute esperado. hacer la diferencia entre ambos. El criterio utilizado
No existe el medicamento que no pueda servir de será generalmente un criterio cultural , es decir su
objeto toxicomaníaco. Prohibido sin receta, controla- relatividad. El enfermo iroqués tiene, en su brujo, una
do, reglamentado el medicamento está en el orden confianza que un parisino considerará como una señal

7 Benoit P. “Thérapeutique et Médecine”; Le Coq. Néron N° 3.


8 Guicheney P. La Confiance. Université de París - VII.
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característica de su credulidad”. Nos hubiera gustado encantamiento. La confianza acordada al médico


que el autor nos dijera lo que distingue al pensamien- deriva frecuentemente del hecho de que este es
to científico del pensamiento mágico a los que se capaz de dar al discurso médico la interpretación más
refiere a continuación. Ello no es sin duda fácil puesto agradable a los oídos de la familia. A veces el alto tec-
que según Sournia9: “Tanto como los campesinos, los nicismo del discurso no tiene otra función que dar
ingenieros en electrónica y los politécnicos frecuentan buena conciencia a una familia habitada de deseos
charlatanes y ensalmadores, escrutadores de iris, de muerte. En muchos casos, el médico mismo termi-
pesadores de cabellos; la ciencia racional que los apa- na por creer un poco en lo que él cuenta por aquello
siona y a la cual han consagrado su vida no conviene que él instituye.
a su cuerpo que escapa y se opone a la lógica. Para Freud10 ha tenido siempre las posiciones más
su mundo interior, para su cuerpo, han conservado el reservadas respecto a la confianza: “Su confianza o
encéfalo del hombre de las cavernas; han permaneci- su desconfianza (del paciente) son casi despreciables
do ligados a las fábulas y a los cuentos de nodriza, cuando se las compara con las resistencias interiores
con sus ideas vagas, irracionales, contrarias a la que protegen su neurosis. Su desconfianza no es más
razón, contrarias a la experiencia y por consiguiente a que un síntoma semejante a los otros síntomas”. La
la ciencia pura; porque ellas han sido transmitidas a experiencia de las curas psicoanalíticas muestra que
través de las edades: ellos creen en los mitos”. Lo la confianza no es, muy a menudo, más que un medio
mismo J. R. Debray estima que, ante la enfermedad, de arrastrar al analista en el discurso del paciente y
el espíritu científico abandona al geólogo y al matemá- que ella sé desmorona cuando éste se da cuenta de
tico, sin duda, pero ¿quién sabe si no sucede incluso que no lo consigue. Acerca de la confianza, conserva-
a los médicos, comportarse como vulgares politécni- remos lo que decía Freud: “Ella vuelve muy agradable
cos? ¿Quién tiene la ciencia sobre la ciencia? ¿Quién los primeros contactos que se puede tener con el
dirá lo verdadero sobre lo verdadero? paciente” y no hay nada más que decir.
El peón que otorga su confianza al médico La función de la confianza es ideológica.
muestra en primer lugar que se adhiere al discurso Tranquiliza al enfermo, que no pide más que eso y
dominante, y el científico que otorga su confianza al también al médico, que no está siempre tan seguro
“curandero” pone de manifiesto su desconfianza al de lo que él quiere dejarle parecer. Instaura la jerar-
discurso médico. Todo esto no nos indica para nada quía de la relación; “La confianza viene de abajo, la
lo que separa “ciencia” y “magia”, “creencia” y “credu- autoridad viene de arriba” decía Sieyes. La una no va
lidad”, “mito” y “realidad”. Otorgar confianza es hacer sin la otra. El médico tímido espera que se le hará
una elección, no es tener un sentimiento. Y el pacien- confianza para evitar tener que dar una prueba de
te, más que cualquier otro, lo sabe bien, puesto que autoridad.
no duda de que su médico no le dirá toda la verdad, Confianza y desconfianza forman parte de los
cono por otra parte el Código de Deontología le auto- límites de la relación médica. No deben ser subesti-
riza e incluso le aconseja expresamente. Si fuera madas. Pero, al fin de cuentas, si el médico cree en
necesario distinguir confianza y credulidad, yo diría la medicina, si piensa que los tratamientos que rece-
que es el médico el que demuestra credulidad cuan- ta no tienen solamente un efecto placebo y más toda-
do cree que su paciente le tiene confianza, como afir- vía, si él cree que el efecto placebo no debe subesti-
ma tan gustoso, y a menudo con tanta fuerza que por marse jamás, sólo tiene que hacer las sutilezas de
ello mismo se hace sospechoso. El enfermo más bien Balint y otros concernientes al manejo de la transfe-
que tener confianza, le otorga su confianza porque no rencia (y de la contra-transferencia) de la confianza y
puede actuar de otro modo. La complicidad tácita del de la autoridad.
médico y de la familia permite constituir mitos en los No hay relación médico-paciente, no hay
que la curación permanece como una eventualidad tampoco relación médico-enfermedad. Hay solamen-
incluso en las enfermedades más seguramente mor- te una relación institución médica-enfermedad. El
tales. Se continúa hablando técnicamente de exáme- médico solo habla e interviene como el representan-
nes, de complicaciones, de mejoras, cuando se trata te, el funcionario del discurso médico. Su personaje
de remisiones, de recaídas en el curso de una enfer- debe borrarse ante la objetividad científica de la que
medad que sigue su proceso ineluctable. Se constitu- es el garante. En cuanto al enfermo, no es a él a
ye todo un lenguaje en el que son evitadas ciertas quien se dirige, sino al hombre presuntamente normal
palabras, repetidas, ciertas otras. Cada uro sabe que que él era y que debe volver a ser, es decir un hom-
se trata del “cine”, de la “novela”, pero ello marcha bre que razona con justeza, es decir que se somete a
también, pues no basta decirse que se está en un la razón médica. Sobre la noción de normalidad, será
espectáculo o delante de un libro para no ser apre- necesario volver, pues la norma es una noción jurídi-
hendido afectivamente. Por lo demás, cada uno se ca antes de ser un concepto científico. La norma, si
guarda de hacer cualquier cosa que pueda destruir el bien es la salud que debe reencontrar el enfermo, es

9 Sournia. Mythologie de la médecine moderne. PUF, coll. “Galien”. París 1967.


10 Freud S. Le Debut du traitement. Technique psychanalytique. PUF, París 1967.
No existe relación médico-paciente 7

también la regla que debe seguir el médico, de pres- este siglo, ha enmascarado el hecho de que, el hom-
cribir lo que es necesario. La norma a la cual debe bre del que ella se ocupa, no es lo que él es (más o
acceder el enfermo es una norma natural, aquella por menos enfermo o disminuido) sino el hombre tal como
la cual un organismo sano se mantiene en ese esta- debe ser (el sollen de Kelsen). Mens sana in corpore
do. La norma que aplica el médico es la de un orden sano. El médico no se ocupa del enfermo sino en la
jurídico, que es una ética resultante del discurso medida en que él es, en sí mismo, portador de ese
médico. Una y otra se unen y se confunden en la ideal, de ese sollen. Si no, no pertenece a su jurisdic-
prescripción ordenada por el médico, seguida por el ción porque no es “razonable”. Incumbe al psiquiatra.
enfermo. Asegurar el orden del organismo, es la fina- La discusión del médico con el enfermo no
lidad del orden médico que puede ser llevado a con- puede considerarse como la discusión de dos indivi-
trarrestar al primero durante un tiempo, e incluso de duos que tengan tal vez una opinión personal sobre
manera continua. Es porque el orden médico es soli- los ideales de la sociedad. Se presume que ellos
dario con una idea precisa de la normalidad que él comparten un ideal humanista común. Se entiende
excluye que se vive con ciertas afecciones crónicas, que su “relación” será regulada por esa convención
ciertas invalideces, ciertas taras, hereditarias o no, y implícita. El “mal” médico, como el “mal” enfermo
todavía más, que se muera cuando sería posible vivir. serán caracterizados como débiles para llevar a cabo
La impotencia de la medicina, casi total hasta lo que hace falta para alcanzar ese ideal.

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