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1. Los samaritanos rechazan a Jesús (Lucas 9:51–56).

Lucas interpreta el viaje de Cristo a Jerusalén como el


primer paso hacia la cruz: “Cuando se cumplió el tiempo en
que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a
Jerusalén.” Decidió enfrentarse a la muerte con valiente
resolución, y con el pensamiento puesto en su regreso al
Padre.

El Señor y sus numerosos acompañantes tomaron el


camino más directo entre Galilea y Jerusalén, que atraviesa
Samaria. Por largo tiempo había existido una fuerte disputa
religiosa entre judíos y samaritanos (Juan 4:9), pero no lo
era tanto como para impedir estos viajes. Sin embargo, en
este caso se les negó alojamiento a Jesús y a su grupo de
seguidores porque iban a Jerusalén. Probablemente
presentían que Jesús, el famoso profeta, pasaría cerca de
su santuario sobre el monte de Gerizim sin prestarle
ninguna atención. De esta manera manifestaban unos
prejuicios mezquinos y provincianos, y un enojo
injustificado.

Hay algo admirable con respecto a la pregunta de Jacobo y


Juan (versículo 54). En ella pusieron de manifiesto su gran
fe en Jesús y su ardiente celo por su honor. “Esto contrasta
marcadamente con la indiferencia con la cual muchos de los
seguidores de Jesús ven y oyen actualmente cómo los
hombres deshonran abiertamente su santo nombre.” 1 Sin
embargo, Jesús tuvo que reprenderlos, porque demostraron

1 Lenski, op. cit., pág. 486.


que no entendían su espíritu, ni la actitud que debían tener
sus seguidores. No debían vengarse, sino amar a sus
enemigos. El no había venido para destruir a las almas, sino
para rescatarlas.

Anteriormente, Cristo les había llamado “Boanerges” (hijos


del trueno) a Jacobo y a Juan (Marcos 3:17). Es probable
que lo haya hecho por el ardiente celo y el espíritu de
violencia que los caracterizaron en este relato y en otras
ocasiones. Sin embargo, con el transcurso de los años,
Juan se convirtió en el “apóstol de amor” y sus cartas
hablan de esta virtud más que cualquier otro libro del Nuevo
Testamento.

2. Las exigencias del ministerio apostólico (Mateo 8:18–22;


Lucas 9:57–61). Los tres hombres que quisieron seguir a
Cristo eran candidatos, no sólo al discipulado, sino también
al ministerio de anunciar las buenas nuevas del reino
(Lucas 9:60). Jesús, quien conoce a todos los hombres
(Juan 2:24–25), le señaló a cada uno los obstáculos que
podían perjudicarlos en el ministerio.

El primer hombre,
 escriba y experto en la Ley (Mateo 8:19),
 era impulsivo y tenía un concepto muy superficial de
lo que era servir a Cristo.
 Pensaba en la gloria, pero no se daba cuenta de que
tendría que sacrificarse y sufrir por la causa del
Maestro.
 Carecía de espíritu de abnegación.

El segundo
 ya era discípulo (Mateo 8:21),
 pero no tenía sentido de urgencia en su consagración.
 No debemos imaginarnos que su padre ya hubiese
muerto, ni tampoco que estuviera a punto de morir.
 Es probable que el hombre haya querido decir: “Te
seguiré después que mi padre haya fallecido.”
 La respuesta de Jesús parece indicar que los
espiritualmente muertos se pueden dedicar a sepultar
a los físicamente muertos.
 El creyente no debe permitir que nada ni nadie se
interponga entre él y su Dios. Jesús había expresado
este mismo principio cuando dijo: “El que ama a padre
o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo
10:37). La obra de Cristo es urgente; no debemos
demorarla, ni permitir que otras cosas tengan
prioridad en nuestra vida.
El tercer hombre
 se caracterizaba por su distracción.
 La respuesta del Señor indica que era como el
agricultor que mira atrás mientras arara, por lo que le
salen torcidos los surcos.
 Dejaba que su mente divagara, pensando en los
problemas a los que la gente tendría que enfrentarse
debido a su ausencia.
 Quería servir a Cristo, pero también quería aferrarse a
su vida vieja. La mente dividida y la distracción
vuelven inservible al hombre. “No es apto para el reino
de Dios.”
 Tampoco es apto el discípulo que es incapaz de
separarse del mundo y de abandonar a sus viejos
amigos mundanos que rechazan al Señor.

C. La misión de los setenta Lucas 10:1–24


Al llegar a Jerusalén, Jesús enseñó a la multitud y también
sanó a un hombre que había nacido ciego.
Los evangelios sinópticos omiten esta etapa de su
ministerio, de la que sólo Juan nos proporciona detalles
(Juan 7:11–10:39). Después salió de Jerusalén para
ministrarles a las multitudes
en Judea.
 Su ministerio en esta región comenzó con el envío de
los setenta.
 Además de los Doce,
el Señor llevaba consigo otros discípulos.
 Había elegido a los Doce para que realizaran un
ministerio y una misión especiales. Quería que fuesen
los primeros testigos de sus enseñanzas y de su
resurrección y que se convirtiesen en el núcleo de la
Iglesia, pero necesitaba muchos obreros más para
realizar su labor.

El quería que sus discípulos aprendiesen con la práctica,


escogió a setenta y los envió de dos en dos a los pueblos y
aldeas de la Perea, región situada al este del Jordán. Ellos
prepararían el camino, de manera que cuando Cristo visitara
esos lugares, la gente ya supiera algo de El y de su mensaje.

1. Jesús envía a los setenta (Lucas 10:1–16). Aunque hay


muchas semejanzas entre la misión de los Doce (Mateo
10:1–42; Lucas 9:1–6) y la de los setenta, hay también
diferencias notables:
a) Los Doce recibieron la indicación de no ministrarles a los
gentiles,
mientras que el ministerio de los setenta no estaba limitado
a los judíos.
Muchos de los habitantes de Perea eran mestizos y gentiles.
Al parecer, el Señor quería señalar con esto la universalidad
de su misión.

b) La misión de los Doce era permanente,


mientras que la de los setenta fue momentánea.
Por esto Cristo les predijo persecución a los Doce y no lo
hizo con los setenta.

c) Cristo les ordenó a los setenta que apresuraran su obra,


por lo que no debían malgastar su tiempo con interminables
saludos en el camino (Lucas 10:4).

2. El regreso de los setenta (Lucas 10:17–24).


Los setenta volvieron animados de un profundo gozo.
Habían salido con fe y habían visto resultados muy
superiores a sus esperanzas. Ni los demonios se les habían
podido resistir cuando hablaban en el nombre y con la
autoridad de Jesús.
A pesar de esto, el Señor les aconsejó que no se regocijaran
en sus victorias sobre las fuerzas demoníacas, sino más
bien porque sus nombres estaban escritos en el libro de la
vida (véanse Éxodo 32:32, 33; Filipenses 4:3; Apocalipsis
3:5 y 21:27).

¿Qué quiso decir Cristo al afirmar que había visto a Satanás


caer del cielo? (Lucas 10:18). No se refería a la caída inicial
de su exaltada posición en el cielo (Isaías 14:12), ni tampoco
a su expulsión del cielo (Apocalipsis 12:7–11) o a su destino
final (Apocalipsis 20:10). Más bien, Jesús veía en las
modestas victorias de sus discípulos sobre los agentes de
Satanás una señal de la derrota final del Maligno mismo.

La autoridad para “hollar serpientes y escorpiones” se debe


interpretar simbólicamente a la luz de la expresión “y sobre
toda fuerza del enemigo”.
Los engaños y las trampas mortales de la “serpiente
antigua” (Apocalipsis 12:9), y la picadura venenosa de sus
agentes, los demonios, no pueden nada contra los
mensajeros del Rey divino,
mientras éstos trabajen para El. El poder de Cristo puede
destruir estos poderes espirituales de las tinieblas a través
de la fe de sus seguidores.
D. Incidentes y enseñanzas en Judea
Lucas 10:25–11:13; 12:13–21, 35–53; 13:1–17

1. El buen samaritano (Lucas 10:25–37). Un doctor de la Ley


trató de entablar un debate con Jesús con la finalidad de
ostentar sus conocimientos y ponerlo en apuros.
Esta fue la ocasión en que El relató una de las parábolas
más hermosas e instructivas que se encuentran en los
evangelios sinópticos. El Señor terminó la encantadora
historia preguntando: “¿Quién fue el verdadero prójimo
del que estaba necesitado?” Es decir, centró la atención
en la necesidad de ser prójimo de los demás, más que en
la de identificar quién es nuestro prójimo.

Jesús neutralizó la pregunta del erudito, haciéndole a su vez


otra pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley?” El experto en
la Ley citó inmediatamente lo que el Señor llamaría “el gran
mandamiento” (véanse Deuteronomio 6:5; Levítico 19:18,
34). Demostró así que tenía conocimiento de la Ley. Al
responderle Jesús “Haz esto y vivirás”, ¿quería decir que es
posible ganarse la vida eterna amando perfectamente a Dios
y al prójimo? Erdman contesta: “Sin duda, el amor perfecto
a Dios y a los hombres es el camino de la vida; pero ¿quién
es capaz de vivir un amor tan perfecto?” 2 Es necesario
nacer de nuevo.

Al parecer, cuando el intérprete de la Ley preguntó: “¿y


quién es mi prójimo?”, estaba reconociendo que carecía de
amor verdadero hacia sus semejantes. Sabía bien la teoría,
2 Erdman, El Evangelio de Lucas, pág. 143.
pero no la ponía en práctica. Entonces trató de justificarse,
buscando límites a su obligación de amar. Jesús describió
el amor en acción, contándole una parábola.

A los bandidos no les importaba si el hombre estaba aún


con vida o no. Sin embargo, su falta de sentimientos
humanitarios no es tan impresionante como la manifestada
por los dos representantes de la religión que acertaron a
pasar por allí poco más tarde. ¿Podemos decir que el
sacerdote y el levita hicieron algo malvado? Fue un pecado
de omisión. Para Jesús, los pecados de omisión fueron un
tema más importante que los mismos pecados de comisión.
¿No es cierto que la mayoría de nuestros pecados caen
generalmente en esa categoría?

Había llegado el momento de que el Señor hiciera la


aplicación de la verdad. El experto en la Ley había
preguntado: “¿Quién es mi prójimo?” Jesús le contestó
haciéndole una pregunta muy diferente: ¿Quién fue el
verdadero prójimo? Prójimo es aquél que muestra un amor
práctico, un amor que no conoce límites ni hace acepción
de personas. Nosotros debemos preguntarnos: ¿Qué clase
de prójimo soy yo? ¿Realmente amo y ayudo yo al
necesitado, quienquiera que sea?

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