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Saavedra Hernández Erika

El debate sobre el uso de la burqa en el mundo


occidental atraviesa las nervaduras mismas de la
concepción moderna del hombre en ese hemisferio
del planeta. Una concepción del hombre que parte
desde la revolución renacentista y encuentra uno de
sus clímax en la otra gran revolución: la revolución
industrial.
El cuerpo como mercancía es un concepto muy
familiar para los occidentales; tal familiar que
muchas de sus implicaciones más profundas se les
escapan y sólo salen a la luz en el momento de
confrontar otras visiones del mismo, otras
radicalmente opuestas.
Desde la Declaración de los Derechos del Hombre la
identidad del individuo adquiere carta de
ciudadanía: a diferencia de la sociedad medieval
dividida en estamentos y en la que lo individual es
casi inexistente y se desvanece a favor del
Everyman y de las alegrorías a partir de aquel
momento todo ciudadano tiene valía por sí mismo,
goza de iguales derechos políticos
independientemente del lugar que ocupe en la
sociedad (aunque ello se que de en teoría) y por
ello es muy importante que posea un nombre,
apellidos y un rostro identificable que le den nombre
de ciudadano. En ésta época nacen la idea de los
documentos de identidad en contraste con el
general anonimato de la época medieval en que
importaba más saber a que estamento se
pertenecía que la existencia de la persona como
individuo independiente
La otra cara que no podemos olvidar es la del
control social : saber quien es quien permite al
Estado vigilar y castigar, amonestar y corregir las
conductas desviadas. Para que alguien sea sujeto
de ley debe poder ser identificado.
Con el tiempo esta idea de definición del individuo y
su control por parte del estado llevaría a la paranoia
de los estados totalitarios que buscaban una
sociedad controlada tanto en la esfera de lo privado
como de lo público. El hombre masa tenía que ser
un individuo cuya individualidad estuviera
determinada por él estado
Con el tiempo esa idea choca con el individualismo
” promovido por el consumo y que Andy Warhol
resumía en los: “quince minutos de fama” a que
todo ser humano tendría derecho. La libre empresa
desbocada genera un afán de competencia
inigualado hasta entonces en la historia de la
humanidad y se da la paradoja, en una sociedad de
consumo masivo, de lo que yo llamaría la angustia
del yo vacío. Los productos de consumo masivo
prometen otorgarnos una identidad que no pueden ,
a la postre, ofrecer, porque son productos que
uniforman y borran las brechas de la diferencia.
El mundo occidental, entonces, erige como bandera
una cultura en que la identidad se produce en la
fusión del individuo con la masa, elevada está al
concepto de civilización: la masa tiene poder
adquisitivo, la masa disfruta de confort, la masa nos
vuelve anónimos pero , a la vez, parte de un
engranaje inconmovible.
Todo esto choca de frente con el uso de la burqa no
porque esta sea una negación del individuo: quien
vive en sociedades musulmanas sabe que detrás del
velo hay una voz, unos gestos, una manera de
pensar y decir por lo que el alegato en el sentido de
que la burqa anula la individualidad es un
argumento falaz. La individualidad no se puede
suprimir pues aún en las filas del ejército un soldado
tiene un carnet de identidad que prueba que, pese a
seguir la misma disciplina que los demás sigue
siendo un individuo aparte.
El problema radica pues no en la supresión de la
individualidad sino en el obstáculo que la burqa
representa para el poder vigilante del estado. Si
este poder ha invadido incluso la vida privada, si no
existe hoy faceta del hombre-masa que nos sea
modelada por los mass media el uso de tal
vestimenta es un espacio de intimidad que los
poderes fácticos difícilmente toleran.
La vida privada tiende a desaparecer en el mundo
de los talk shows, del chisme y de una necesidad de
exhibir el cuerpo para probar que se existe, para
probar que se es. Estas consideraciones son
importantes porque la exhibición de lo privado y lo
íntimo crea la ilusión de la inexistente diferencia en
la aplastante sociedad de masas.
La burqa es , en realidad, una vestimenta repudiada
por cuanto implica que el cuerpo es algo intocable
por los poderes fácticos, que el cuerpo de la mujer a
la mujer le pertenece.
Se podría argumentar que el uso de dicha prenda es
forzado por los hombres pero si consideramos el
hecho de que muchas mujeres la visten por propia
voluntad el argumento queda destruido para dejar
al descubierto otro debate más sustancial: ¿Desde
dónde se construye la individualidad? La burqa no
es deseable si le es impuesta a la mujer y en todo
caso la ley podría sancionar esa imposición y no el
uso de la prenda en sí que, como ya dije, es, en
muchos casos, voluntario.
Tal vez el debate principal se refiera a los límites del
Estado , a la preservación de un espacio de
existencia íntima que además está ligado a una
cultura distinta. La burqa puede ser el espacio en
que esa cultura sobrevive en la consciencia de las
mujeres, puede ser una muralla que las defienda, a
ellas y a sus cuerpos, de una occidentalización y
desislamización forzadas.
Es importante que reflexionemos y nos demos
cuenta de que la violencia, no por ser institucional,
es menos violencia. La mujer se encuentra
nuevamente ante la sabida situación de que otros ,
los hombres, decidan por ella. Sería , tal vez, hora
de cederles la palabra para que ellas mismas
decidan sobre algo tan delicado como su
individualidad. De no ser así, continuaremos
desgastándonos en confrontación por “la libertad de
la mujer” en que el Estado y los poderes fácticos se
niegan a dar voz a las mujeres.

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