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REBELIÓN EN LAS CALLES

El 19 y el 20 de diciembre del 2001 las calles de la ciudad de Buenos Aires fueron copadas por
multitudes de un muy diverso origen social que exigían el fin de una política que había instalado el
hambre en la mayoría de la población. Una década de “neoliberalismo” duro: apertura económica,
endeudamiento desorbitado, privatizaciones generalizadas, alineamiento automático con las políticas
norteamericanas, desregulación del mercado de trabajo, habían dado el golpe final al Estado peronista.
Las consecuencias de ese modelo se condensaron en los meses previos desencadenando una crisis que
estalló en rebelión callejera, expulsando dos presidentes en una semana. Se abrió así un periodo durante
el cual una crisis orgánica del sistema colocó a la nación argentina ante una encrucijada cuya salida
marcaría nuestra historia futura. Sin embargo un año y medio después, mediante una elección normal,
la misma clase política iniciaría la reconstrucción de las instituciones y del sistema económico. Hoy, a
diez años, podemos calificar a esa experiencia: el kichnerismo, de exitosa y pacífica política de
reconstrucción de la gobernabilidad y de la hegemonía capitalista. Una experiencia con cambios y
continuidades, marcados por la rebelión popular. Por sus aspiraciones, potencialidades y límites.
¿Que fue lo que sucedió esas jornadas? ¿Cuáles fueron sus antecedentes inmediatos? ¿Hubo una
acumulación de experiencia de resistencia popular que gestó la pueblada? ¿Qué pasó del lado de las
clases dominantes? ¿Qué potencialidades y limitaciones podemos ver hoy respecto de los
protagonistas? ¿Qué cambios y continuidades se manifiestan el kichnerismo? ¿Cuáles de estos cambios
y continuidades son consecuencia del protagonismo y la movilización de masas y cuáles de la
necesidad misma de reestructuración del sistema? Esta serie de preguntas guían este artículo.
Presentamos algunas hipótesis de respuesta para la discusión con el objetivo de conocer más
rigurosamente nuestro pasado inmediato y con él evaluar nuestro accionar presente y las tareas
militantes que nos debemos los que seguimos comprometidos en fundar un nuevo sistema.

Antecedentes de la rebelión popular

No es posible comprender el estallido de la crisis en Argentina si no la encuadramos en el


agotamiento de un ciclo de acumulación capitalista, el llamado “neoliberal”. La misma crisis que hoy
sufren los países centrales estalló hace diez años (años más, años menos) en América latina. Aunque no
en todos los países esta decantó en un estallido social y la crisis orgánica del sistema, como si lo fue en
Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia. En los otros dos grandes países latinos como México y Brasil
se vivieron la crisis económica y la miseria generalizada, aunque no el estallido social. También en el
resto del continente el agotamiento del neoliberalismo se manifestó con cambios de signo político
(como en Perú, Paraguay, Uruguay o Nicaragua). Y aún hoy la necesidad de transición hacia un nuevo
modelo se manifiesta con enfrentamientos sociales y crisis humanitarias, como en los países de mayor
afianzamiento de las elites políticas y mayor vinculación con los EEUU: Chile y Colombia y en el
mismo México donde la anterior crisis económica y la debacle social no han conducido a cambios de
modelo.
Así como la crisis mundial se fue desarrollando desde los países del “tercer mundo” hacia el
primero. Las consecuencias sociales del “modelo” aparecieron de “la periferia al centro” (no porque los
cinturones de miseria que rodean a Buenos Aires no manifestaran su degradación rápidamente, sino
porque la activación de la protesta social comenzó en el interior, en lugares donde los lazos de
solidaridad horizontal estaban más afianzados). La explosión en la pacífica provincia de Santiago del
Estero en 1993, culminó con la ocupación por la gendarmería de la capital, se habla de varios muertos
aunque después se desmiente, saqueos e incendio de los edificios de gobierno y casas de políticos. Es
interesante ver la raíz del conflicto. El plan económico de Menem golpeó duramente a los estatales
(disminuir el gasto público y achicar el Estado era un lema de propaganda) y a las economías del
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interior. En provincias donde el Estado es la principal fuente de empleo, la situación se torna critica si
las redes clientelares no logran palear el hambre. El modelo de la rebelión santiagueña, la primera de
este nuevo ciclo, también es interesante. El elemento aglutinante fue un plan de lucha de los
trabajadores estatales con movilizaciones y huelgas. La represión policial de una importante
concentración el 16 de diciembre, la reacción de los manifestantes y la sumatoria a los enfrentamientos
de otras fracciones de la población, el repliegue policial y la generalización de los ataques e incendios
de los edificios de los tres poderes, almacenes de mercadería y casas de dirigentes de los dos partidos
políticos significativos de la provincia. Al día siguiente la intervención federal con tropas de
gendarmería para pacificar. Y finalmente las elecciones de renovación de autoridades, sin que de las
clases populares surgiera ninguna alternativa, con un altísimo ausentismo de cerca del 50%. El tiempo
diluyó la crisis orgánica provincial y los mismos partidos políticos continuaron gobernando. Aunque
inicialmente cierto temor se instaló en el personal más conspicuo del menemismo, que comenzó a
agitar el fantasma de “agitadores profesionales” y la prevención contra un “rebrote subversivo”. Con el
doble fin de negar la legitimidad popular de las protestas y de “crear anticuerpos” contra formas de
organización alternativas.
El “santiagazo” fue el primer movimiento de protesta social de los que se generalizaron a partir
de entonces. El modelo menemista había logrado frenar la hiperinflación a costa de un crecimiento de
la desocupación del 8% con la crisis del alfonsinismo en el 88/89, al 10% (casi el 21% de desocupados
y sub-ocupados) en el 93/94. Más allá de la derrota estratégica a nivel local, el movimiento demostró
que podía voltear un gobernador y frenar (coyunturalmente) un ajuste. La experiencia estaba instalada.
El tipo de acción vista en Santiago se repitió en otras provincias aunque en menor escala. Pero fue sin
dudas la provincia de Jujuy donde las puebladas desatadas en torno a sucesivos planes de lucha de los
gremios estatales, cobro su forma más organizada. Un liderazgo que prometía, como el de Carlos
“Perro” Santillán, secretario general del gremio municipal, referente de la Corriente Clasista y
Combativa estructura de masas del PCR (Partido Comunista Revolucionario, maoísta), a la cabeza del
Frente de gremios estatales (que incluía a ATE), generó una situación provincial en la que varios
gobernadores debieron renunciar. El mayor nivel de organización, con autodefensa, planificación de
escalada de conflicto, preparación de los trabajadores para jornadas de confrontación, colocaron a los
jujeños a la vanguardia de la conflictividad y de la organización de masas. Situación que aun hoy se
prorroga con gobiernos provinciales débiles frente a organizaciones sociales fuertes.
El otro camino que tomaron las protestas populares fueron los movimientos de desocupados.
Cutral-Có en la (también activamente conflictiva) provincia de Neuquén, fue el primer toque de
atención. En una provincia petrolera la privatización de YPF produjo devastación en los pueblos
fundados en torno a los campamentos petroleros. En 1991 se produce la privatización y el
levantamiento de las oficinas regionales de YPF, lo que provoca el despido de 3.500 operarios. Aquí ya
no había organización sindical que pudiera servir de pivote organizativo, ni sedes de gobierno central
que atacar. Solo las rutas nacionales que cortar, interrumpiendo la comunicación con algún sector del
país hasta que alguien respondiera a la desesperante situación de pueblos condenados a ser fantasmas.
Cutral-Có fue toda una experiencia novedosa. Dos prolongados cortes en junio de 1996 y abril de 1997
evolucionaron desde el reclamo multisectorial encabezado por comerciantes hacia un movimiento de
nuevo tipo: de trabajadores desocupados. El movimiento no logró ser dominado por a las fuerzas
provinciales primero, ni por la gendarmería después. Logró que la jueza se declare incompetente y que
se coloque en el plano político nacional la resolución del mismo. Un muerto quedó en el pueblo cuando
la policía intentó recuperarlo. Se obtuvieron gran parte de las reivindicaciones y que los políticos se
acerquen a negociar al piquete. Aunque fracasa en la reivindicación fundamental: la reactivación
productiva de la zona.
Los piquetes en el interior se generalizarían a partir de ese momento. Principalmente en pueblos
que vivían las consecuencias del cierre o despidos masivos de empresas que les daban vida. Es
necesario mencionar el caso de Tartagal y General Mosconi en Salta, donde desde mayo d 1997 el corte
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de ruta en reclamo de puestos de trabajo se transformó en una constante. Allí quedaron 5 muertos (120
heridos de bala) en diferentes jornadas de lucha y sedimentó un movimiento de desocupados
organizado que se transformo en referencia política para la población. La característica de los
movimientos de desocupados del interior, además de las largas acampadas en las rutas en condiciones
duras y la resistencia a la represión prolongada, fue la masividad, con la participación de miles de
personas, que incluían a una porción muy grande de la población en momentos críticos.
La llegada del movimiento de desocupados al Gran Buenos Aires (GBA) se produjo en 1997.
Ya desde tiempo atrás los grupos de la FTV de Luis Delia y de la CCC del PCR en La Matanza
desarrollaban trabajos sociales de importancia en el tema de tierra y de lucha contra el hambre. Lo
mismo en Florencio Varela donde, el más destacado referente, Roberto Martino, sostenía la tesis del
desarrollo de poder territorial a partir de la organización de los sectores obreros desplazados el mercado
de trabajo mediante conquistas obtenidas reclamando al Estado asistencia inmediata. Fue durante
1997/98 con la experiencia de las primeras luchas del interior del país, y con una desocupación y
subocupación rondando el 34% (promedio nacional, los barrios y pueblos obreros la situación era
mucho peor), cuando desde dos orientaciones políticas diferentes matanceros y varelenses ocuparían
las rutas hasta obtener las primeras victorias (planes sociales, alimentos) que les permitieron
transformarse en referentes y expandir el movimiento. A partir de aquí los años que siguieron hasta el
2001 vieron la expansión de movimientos de desocupados y del corte de ruta como medida de lucha
para arrancar reivindicaciones de alimentos y planes sociales al gobierno.
Seria largo mencionar todas las luchas de tipo pueblada o piqueteras o la combinación de
ambas, valorando su intensidad y organización, que se dieron desde 1993 hasta el 2001. Pero todas
fueron acumulando un capital de experiencia popular. Por otra parte el Estado neoliberal no modificó
sus políticas, ni elaboró planes paliativos de alcance suficiente, para disminuir los efectos de las
mismas, por lo tanto se mantuvieron las condiciones de la puebladas y del florecimiento de
movimientos de desocupados combativos por fuera de las estructuras del Estado. Un dato muy
importante del nuevo modelo post neoliberal o “neodesarrollista” como algunos lo definen, surgido
después de la crisis, es la masividad y centralidad de los planes de asistencia social, estructurales al
modelo. Por el contrario, las estructuras super-clientelares del PJ duhaldista, las “manzaneras” se
resquebrajaron, al no poder cumplir con las necesidades de sus bases encorsetadas por lealtades a la
estructura pejotista, frente a la acción independiente de los movimientos de protesta, en una sociedad
en la que la pobreza superaba la mitad de la población.

El 2001 de crisis social a crisis orgánica

Si bien los dos movimientos masivos y recurrentes de protesta popular fueron piquetes y
puebladas. No debemos dejar de indicar la existencia de otras manifestaciones de descontento que
fueron indicativos de la perdida de consenso del modelo o que (con el tiempo) ayudaron a minarlo. Por
un lado la, casi solitaria, lucha de los jubilados. Otra capa social víctima del modelo, con jubilaciones
congeladas en 150/200 $/U$S su situación era desesperante. Sin dudas su activación y el modo
rupturista de protesta del grupo encabezado por Norma Pla, debe haber sorprendido al gobierno y más
de un analista. Su presencia todos los miércoles durante años en pleno centro de la capital era una
bofetada al clima de calma que aparentada el menemismo.
Un segundo movimiento, destinado a crear escuela, fueron los escraches de HIJOS (hijos de
desaparecidos). Entre los grupos que dieron estabilidad al gobierno menemista estuvieron los militares
y la derecha política. La amnistía, a los jerarcas militares (combinada con una perversa amnistía a
destacados ex guerrilleros) neutralizó a las FFAA que aceptaron sin chistar el desmantelamiento de la
fuerza a cambio de su reconocimiento y alineamiento directo con los EEUU. Allí intervinieron los hijos
de desaparecidos, convocando sistemáticamente esos años a marchar y “escrachar” a los represores en
sus casas. Método que luego se generalizó a otros ámbitos de protesta.
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Por último, el movimiento estudiantil incubó esos años un proceso de cambio. Conducido
férreamente por la agrupación neoliberal Franja Morada (UCR), y por políticos radicales en la
estructura de decanos y rectores, la conducción universitaria acompaño las políticas menemistas. Pero
hacia 1995, cuando el gobierno propuso una reforma que implicaba adecuar el sistema educativo a las
condiciones del mercado, estalló (con epicentro en La Plata) una sorprendente protesta estudiantil
masiva, que desconoció a centros y conducciones formales y generó conducciones paralelas, más
democráticas; y bloqueó con éxito el funcionamiento del parlamento, paradigma de la democracia
formal (desconociéndolo). La ley se aprobó luego de meses de conflicto y de una dura represión. Este
proceso continuó hasta el presente y significo el desplazamiento de la burocracia estudiantil radical.
La forma en que evolucionó se orientó hacia la reivindicación de la asamblea, el debate
horizontal, y cierto rechazo a la gran política en pos de la construcción de espacios de “poder popular”
entendido como local y alternativo. La influencia de estas ideas puede encontrarse también en algunas
corrientes del movimiento territorial de desocupados, como también en la lógica que adoptaron las
“asambleas populares” surgidas en Buenos Aires después del 20 de diciembre. Indudablemente esa
nueva hegemonía en el movimiento estudiantil se expresa también en una importante corriente de
intelectuales y académicos y se emparienta con él “que se vayan todos” del 19/20 de diciembre y con
cierta despreocupación o rechazo por “construir alternativas de poder” y por el Estado nacional. No
completamos el panorama del cambio de hegemonía en el estudiantado si no indicamos el crecimiento
de la izquierda trosquista. Más centrada en la lucha contestataria y las actividades de solidaridad que la
izquierda autónoma.
Estas diferentes expresiones de protesta y reconfiguración de la lucha popular a los largo de la
segunda parte de la década de 1990, fueron, en diferente grado, haciendo la experiencia que daría
forma a la explosión política y social del 2001. Pero hubo otras dos movimientos que si bien no fueron
parte de la experiencia nueva, si lo fueron de la resistencia del movimiento obrero. Estamos hablando
de los agrupamientos sindicales del CTA y el MTA. La derrota de las principales luchas contra las
privatizaciones en los primeros dos años de gestión menemista (Ferroviarios, Telefónicos, Hipasam,
Somisa), sumado al travestismo de la mayor parte de la dirigencia sindical peronista desarmaron a la
clase obrera (los dirigentes de los principales gremios buscaron negociar su incorporación como capa a
la nueva situación, abandonando a sus bases, a cambio de mantener sus posiciones a la cabeza del
aparato sindical). Por otra parte el mismo modelo neoliberal implicaba su disminución numérica, su
fragmentación y su debilitamiento estructural. Una fracción, docentes y estatales, se abrió de la CGT en
1991 y fundó el CTA de orientación socialcristiana encabezado por Víctor De Genaro. Estos aceptaban
la emergencia de nuevos tiempos donde la condición de “obrero” no fuera determinante para estar
organizado en la misma, y tenían la orientación estratégica de construir un movimiento político
“multisectorial”. Otra fracción organizada alrededor de los gremios camioneros y colectiveros creó en
1994 el MTA, cuyo referente más activo fue Hugo Moyano. Estos buscaron retomar la idea tradicional
del sindicalismo peronista, con cierto tinte “vandorista” y defendiendo políticas nacional-desarrollistas.
El surgimiento de este agrupamiento sirvió para que (junto al CTA) se articularan los primeros paros
generales ya en 1996.
Ambos grupos confrontaron con el menemismo y colaboraron en la generación de escenarios
propicios para las diferentes luchas sociales (mas orgánicamente el CTA). Pero durante la crisis final
del 2001/2002 las organizaciones sindicales estuvieron al margen y colaboraron en diferentes
propuestas de canalización o reconstrucción institucional. Por ejemplo el MTA articuló un frente con
grupos empresariales ligados a la industria y con fracciones del PJ, con los que realizó declaraciones
conjuntas y protestas públicas proponiendo una política de reactivación del mercado interno y la salida
del 1 a 1. Mientras que el CTA siguiendo la tradición iniciada con la “carpa blanca” en 1996 y el
FRENAPO en el 2000/2001 intento canalizar la protesta social violenta o disruptiva hacia propuestas
políticas institucionales y actividades demostrativas intentando desmovilizar en los momentos más
álgidos de la rebelión.
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Convertibilidad y abismo

La década menemista (1989-1999) causó devastación, no solo el lo económico, sino también en


lo político/social y en lo cultural. En 1996 (“el mejor año de la convertibilidad”) la desocupación
alcanzaba ya más del 17% y la subocupación un 13% según cifras del INDEC (todas estas cifras son un
promedio nacional) y las industrias cerraban sus puertas, se reconvertían para operar a nivel financiero
o como importadoras disminuyendo su personal apoyadas por el Estado y sin resistencia de los gremios
industriales. La marginalidad creció y las villas miserias engordaron y se multiplicaron. El 1 a 1
además generó las condiciones para que la llegada de inmigración de países tradicionalmente pobres, se
transformara en mayor explotación en algunas ramas marginales (es la época de origen de los talleres
textiles clandestinos, la contratación en negro, el trabajo híper flexible). Aprovechando su indefensión,
acrecentada por la flexibilidad laboral, se amplió una masa trabajadores sin horizonte de estudios o
“vivienda digna”, a los cuales las estructuras sindicales no atendieron y la sociedad consideró “natural”
o “cultural” su situación de marginalidad.
El primer síntoma de agotamiento del modelo neoliberal con la crisis mexicana de 1994/1995
(caída del PBI del 4,5%) fue abordada con mayor flexibilidad, endeudamiento y privatizaciones. Pero
aún así la situación el 1998 era crítica. La “híper-desocupación” había llegado para quedarse y
amenazaba seguir creciendo ante cualquier contratiempo y la deuda se elevaba hasta superar los
astronómicos 100000 millones de U$S en 1996. La deuda externa, flexibilización y las privatizaciones,
mecanismos mágicos presentados por el ministro Cavallo mostraban sus consecuencias. La primera
siguió creciendo superando los 140000 millones de U$S en 1999 (año de acceso de la ALIANZA al
gobierno) en una espiral de refinanciamientos con tasas de pago cada vez más elevadas y con
vencimientos que superaban ampliamente la capacidad de pagos de la economía nacional, obligando a
nuevos refinanciamientos cautivos de monitoreos e imposiciones internacionales. Por el lado del
ingreso de divisas por privatizaciones ya prácticamente nada quedaba por entregar al capital extranjero,
tal es así que en el gobierno se hablaba de vender o hipotecar tierras a organismos internacionales con
el objeto de seguir financiando el modelo de “1 a 1”.
El acceso de Alianza al gobierno, frente entre la UCR y el FREPASO, sucedió en este contexto
de agotamiento del plan de convertibilidad. Las expectativas de la sociedad eran el “cambio”. Pero
¿Qué tipo de cambio buscaban los votantes de la Alianza. La desocupación y la deuda externa eran dos
puntos centrales que se debían afrontar, pero ambos eran consecuencias inherentes del modelo. Por otro
lado la continuidad de la convertibilidad fue sostenida por la Alianza enfocando su discurso y
propuestas en temas relacionados con la corrupción o el respeto a las formas republicanas. Temas que
en general seducen a las clases medias.
Y aquí esta otro de los temas que también deben ser abordados para comprender mejor la
naturaleza del 20 de diciembre y la potencialidad del mismo. La explosión social de esos días contó con
la participación de una pluralidad de protagonistas sociales, pero fueron los sectores medios urbanos,
específicamente los sectores medios de la Capital y Gran Buenos Aires los que dieron el empujón final
a De la Rúa. Sin embargo esta clase fue el sustento del triunfo electoral de la Alianza y fue sin dudas la
“clase” que más se sintió atraída por los beneficios de la convertibilidad y su modelo sociocultural.
Consumo de bienes superfluos importados o comprados en el exterior, viajes por todo el mundo,
individualismo y despreocupación por cuestiones colectivas y por el sufrimiento de los demás. Por eso
la clase media apoyo una alianza tibia entre radicales y frepasistas encabezada por un radical
conservador que prometía continuidad con cambios de forma.

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La rebelión

El 19 y el 20 de diciembre algo cambió en nuestro país. Durante dos días las masas populares
demostraron su capacidad de acción política directa para exigir el fin de la larga década neoliberal.
Pero a diferencia de los sucesos que marcaron el colapso del alfonsinismo, esta vez las clases
dominantes no contaban con un consenso homogéneo para la salida de la crisis. La caída del
alfonsinismo estuvo inmersa en una falta de poder político para imponer el programa de
desnacionalización de la industria y destrucción de las conquistas de la clase obreras, por el lado del
Estado; pero por el lado de las clases dominantes existía un consenso entorno a un proyecto y solo les
faltaba el hombre y la estructura que lo impusiera la traición desde el estado: ese hombre era Menem y
el justicialismo el polo de traición.
En diciembre del 2001 el bloque dominante estaba fracturado entre “dolarizadores” (la Bolsa de
Comercio, la ABRA, la Cámara Argentina del Comercio) que pretendían profundizar la vinculación
orgánica al mercado mundial a través de la misma lógica neoliberal renunciando a nuestra soberanía
monetaria y adoptando al dólar como moneda salvando así la convertibilidad, el “1 a 1”. Y
“devaluadores” (la UIA capitaneada por Techint, la UAC y la Cámara Argentina de la Construcción, la
CRA: el llamado bloque productivo) que pretendían romper la paridad generando así una caída enorme
de los costos de la producción local frente a la competencia extranjera y eliminando las enormes
ventajas de los importadores de bienes y de los exportadores de capital, con el costo de una caída brutal
de salario real. Contaban con acuerdos con la CGT de Moyano y sondeaban al PJ de Duhalde.
Pero los recambios del sistema estaban desgastados. Los terratenientes, la burguesía nacional
(bloque productivo), la gran burguesía monopólica local y extranjera (beneficiarios de las
privatizaciones y el capital financiero (representado por los bancos) no acordaban un modelo que los
satisficiera a todos y así se dificultaba lograr una hegemonía política que encuadrara al resto de la
sociedad. El corrimiento de una importante parte de la burguesía hacia una propuesta devaluacionista
ya se empieza a gestar el 1999 con la crisis brasileña (resuelta con la devaluación del real) y se va
afianzando, enfrentando a los sectores conservadores que plantean una profundización de la
convertibilidad hacia la dolarización. Pero esta propuesta se torna imposible por sus costos sociales en
sectores trabajadores y medios, por el nivel de resistencia que la sociedad y la dificultad de reprimir
cuando la utilización de la coerción por parte del Estado deja de ser vista como legítima.
El corto tiempo de gobierno de la Alianza merece ser descripto ya que durante su gestión se
gestó la crisis política terminal del sistema que transformo la crisis económica y social en crisis
orgánica. Este frente accedió al gobierno con un discurso en el que transmitía que haría frente a la crisis
mediante una política de gestión honesta y respetando las normas republicanas. O sea, en lo que hacía
al modelo criticaba cuestiones de forma, especialmente la “corrupción” y el “autoritarismo” menemista.
No encaraba el tema fundamental de la crisis: la convertibilidad, a la que se proponía no tocar (en
consonancia con las contradictorias aspiraciones de la clase media que era su sustento electoral).
Pero en los primeros tiempos de su gestión llevó adelante dos brutales represiones en Salta y
Corrientes que dejaron varios muertos: primera cuestión, resolución violenta de conflictos. La segunda
cuestión política fue el escándalo de las coimas en el Senado nacional para aprobar la reforma laboral
exigida por el FMI para continuar con la ayuda económica. La denuncia pública de Moyano de que los
senadores cobraban por aprobar leyes (y que a él mismo y otros sindicalistas, los habían intentado
sobornar) debilitó al presidente y al ministro de trabajo. Esto llevo a una dura crisis política con la
renuncia de Carlos “Chacho” Álvarez, vicepresidente y figura más destacada del FREPASO, lo que
dejo claramente al gobierno en minoría a menos de un año de su asunción. Pero, cosa que no tomaron
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nota los senadores justicialistas que aspiraban a ser el recambio de De la Rúa, la constatación de que el
Congreso se manejaba con coimas debilitó la credibilidad en el conjunto de las instituciones
republicanas.
Si en su primer año de gobierno De la Rúa consiguió contener la desocupación y la caída de la
actividad económica recurriendo a las mismas recetas de su antecesor. Para el 2001 las variables
económicas y sociales se desbocaron. La desocupación superó el 18% y la subocupación el 16% y la
deuda se elevaba al increíble monto de 180000 millones de dólares. La movilización de los
movimientos de desocupados era cotidiana y se extendían activamente a todo el país, contaban en
muchos casos con la participación de toda la población. Se formo una coordinadora de movimientos
piqueteros (la Asamblea Nacional Piquetera) para articular luchas conjuntas. Y en julio del 2001 los
movimientos más combativos demostraron su capacidad de lucha cortando desde el medio día hasta la
noche los accesos a la capital en una muestra de poder alternativo muy destacada. Las protestas
sindicales también cobraban fuerza con tres paros generales durante el 2000 que llegaron a confluir con
cortes de ruta de los movimientos de desocupados y 4 durante el 2001 también con cortes de ruta y
movilizaciones (4 de estos paros sumaron además del CTA y la CGT de Moyano a la conciliadora CGT
de Daer).
Ante esta situación la UCR optó por profundizar la opción neoliberal ortodoxa. Primero, en
Marzo, nombró al ultra-liberal López Murphy que presento un durísimo plan de ajuste con el objeto de
lograr el “déficit cero”: medida exigida por el FMI, que implicaba recortes a salarios, jubilaciones,
educación, salud, etc. Duró pocos días ante el clima de agitación popular que amenazaba con explosión
social y que ya mostraba a la clase media volcada a la oposición. El nombramiento de Domingo
Cavallo, creador del plan de convertibilidad durante el menemismo y estatizador de la deuda externa
privada durante la dictadura, calló como un balde de agua fría en la sociedad, pareció que ninguna
lucha frenaba la decisión del gobierno radical. Podemos ver que la UCR buscaba solucionar la crisis
del modelo profundizándolo. Esto produjo rápidas consecuencias electorales. En las elecciones
legislativas de octubre del 2001 la UCR fue aplastantemente derrotada y el PJ se alzó con la victoria.
Pero (como en el caso de las coimas en el senado) fue una victoria pírrica: el rechazo al sistema político
mediante diferentes formas de voto protesta alcanzó el 48% (aunque esto debes ser ponderado con la no
participación estructural) y la izquierda superó el 10% por primera vez en la historia. La crisis orgánica
estaba naciendo.
Los meses finales de De la Rúa fueron terribles. El PBI calló solo en el 2001 un 3,8% (un 7,5%
durante el periodo de la Alianza). Cavallo nuevamente recurrió al FMI para lograr un “megacanje”:
otro préstamo (esta vez de 40000 millones de U$S) destinado pagar intereses, con ajuste, eliminación
de déficit fiscal y refinanciación de la deuda a tasas más altas. Pero esta vez el fondo se “endureció” y
exigió a la Argentina que cumpla las metas del ajuste. A partir de allí la historia es conocida, corrida
bancaria, y el famoso corralito de Cavallo que produjo que la mayoría del circulante saliera de las
calles. El hambre golpeó a la puerta de la clase media como un espectro; el espejo de una familia
pequeño burguesa argentina ya no fue el burgués sino la familia cartonera (una nueva “ocupación” que
se masificó esos meses). Los comerciantes de Caballito, Flores, Liniers, Belgrano, etc. cortaban las
calles desde principios de diciembre; las amenazas de saqueos partían de los mismos movimientos
piqueteros.
El 17 de diciembre los rumores comenzaron a ser realidad, desde Entre Ríos y Mendoza
llegaron noticias e imágenes. Los saqueadores se veían por TV, en directo durante horas, el gobierno
nacional estaba paralizado no avanzaba en ningún sentido. El drenaje permanente de riqueza nacional
que produjo el 1 a 1 necesitaba ser frenado hacia tiempo, pero algún sector social debía pagar la orgía
menemista, en la coyuntura la cuestión era clara se protegían los bancos o se protegían los sectores
populares con capacidad de ahorro. Pero en la nueva estructura neoliberal era imposible que la decisión
pasara por una expropiación a los expropiadores por lo tanto el golpe lo debía asumir nuevamente el
pueblo y el costo político lo debía pagar el gobierno. La elevación de la protesta y el descontento a la
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calidad de estallido social llevo a que la crisis política llagara a niveles que las clases dominantes no
preveían, desarticulando los planes de recambio que el PJ venía preparando.
Así la incapacidad de la Alianza de pilotear la crisis y su rápido desgaste y la imposibilidad del
PJ de limpiar su imagen de cara a un recambio controlado, tuvo su origen en esta crisis de hegemonía
en el fraccionamiento del bloque dominante y en la intervención de las clases subalternas. Fue la lucha
de clases, la intervención de las masas la que rompió la lógica burguesa de recambio al manifestarse en
crisis orgánica. La activación de la lucha de masas impidió la represión generalizada, deslegitimó el
sistema en su conjunto y logró que ninguna propuesta de salida burguesa de la crisis pudiera ser
presentada como “popular”. Esta situación fue la que hizo que la crisis argentina se pareciera mas a la
venezolana, boliviana o ecuatoriana, donde el sistema se desplomó bajo la presión de las masas; que a
la brasileña o uruguaya donde la institucionalidad se conservó y el recambio fue piloteado
ordenadamente.
El pueblo movilizado había corrido el velo de la ideología privatizadora, e identificado la
responsabilidad de las empresas privatizadas, los bancos, las AFJP y el seguidismo a las políticas de
EEUU en el vaciamiento del país. Quizás este sea uno de los grandes logros de la lucha popular de esas
jornadas. Pero, más allá de esto, no debemos olvidar que el llamado bloque productivo “nacional”
aliado con la dirigencia sindical también fue responsable, como pilar fundamental, de la década
neoliberal y que es en la actualidad un artífice central del nuevo consenso krichnerista. Un cambio de
timón parcial por el cual venían trabajando hacia dos años importantes fracciones de la burguesía
monopólica, que debió ser completado con políticas sociales y de DDHH como consecuencia de la
organización popular.

La rebelión popular

Tres características hacen de las jornadas del 19 y 20 uno de los hechos políticos de masas más
grandes de la historia argentina: Una rebelión popular que significo un punto de inflexión en nuestra
historia. -La rebelión tuvo epicentro en Buenos Aires donde habita un tercio de la población del país,
pero también hubo estallidos en Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, Neuquén, etc.; -tuvo claros
objetivos políticos: terminar con un gobierno, se esbozaron en ella elementos antiautoritarios,
antineoliberales y antiimperialistas; y contó con la participación en diferentes formas de amplias masas
populares con un elevado nivel de combatividad en la lucha de calles.
La nacionalidad de la movilización es fácilmente verificable, saqueos prácticamente en todo el
país al igual que movilizaciones y enfrentamientos con la policía en diferentes provincias desde los días
anteriores y durante las mismas jornadas. Para ver la politicidad y la ideología de las masas
movilizadas podemos desgajar el movimiento en tres partes que desarrollaron su actividad en forma
compartimentada: los saqueadores, el cacerolazo y los (más avanzados del conjunto) que marcharon y
sostuvieron el cerco a la Plaza de Mayo hasta voltear al gobierno de De la Rúa.
La mecha de los saqueos se encendió en Mendoza y rápidamente se extendió por todo el país
hasta llegar a la Capital Federal (que había sido inmune a los saqueos del ‘89). En los barrios pobres (la
mayoría de los barrios en esos tiempos) se comenzó a sitiar supermercados para exigir alimentos
(siguiendo la metodología piquetera inaugurada años antes) y luego a saquearlos, empezando primero
por grandes supermercados (mejor defendidos) y siguiendo después por otros más pequeños. Es
interesante ver cómo donde había movimientos de desocupados o estructuras organizadas éstas se
mantuvieron ajenas al proceso, perdiendo la oportunidad de darle a la movilización expropiadora de las
masas trabajadoras objetivos mayores, más claros o más contundentes.
Si analizamos la composición social de las masas saqueadoras vemos que estuvo integrada por
trabajadores, desocupados y marginales, hombres maduros y mujeres, jóvenes y niños. Su ideología era
difícil de definir, aunque el reclamo de un cambio en la política económica era generalizado en el país.
El mundo del saqueo operó como “espectro” como “infierno tan temido”, y se movió
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independientemente del resto de los grupos sociales movilizados. Los saqueos generalizados y fuera de
todo control marcó el punto final del clientelismo pejotista que había disciplinado a las masas esos
últimos años El crecimiento numérico de los movimientos de desocupados fue el principal canal de
participación donde se manifestó la organización de esos sectores y una consecuencia directa del 20/12.
Muchos se mantuvieron al margen por miedo a ser manipulados por las estructuras clientelares
del PJ que preparaban una oleada de saqueos para darle un empujoncito al inepto presidente radical. Lo
que no comprendieron los compañeros que no actuaron en esa oportunidad es que en los momentos de
crisis aguda, cuando las clases dominantes están fracturadas, fracciones de ellas salen a enfrentar y,
obviamente buscan dirigir o manipular el malestar de las masas. Pero el desafío de los militantes que
tienen objetivos de cambio político radical y que pretenden luchar por el poder, no es permanecer al
margen, sino identificar la maniobra, ser conciente de la crisis general de dominio y actuar para
desbordarla, tomando, la posta en una segunda instancia de la conducción del proceso. En última
instancia el 19 y 20 de diciembre las masas rompieron con las estructuras políticas tradicionales pero
sin que existiera ninguna alternativa de dirección.
Creemos que otra de las posibles falencias de muchos movimientos está en la absolutización
naturaleza económica y/o local de sus reivindicaciones. Por un lado el aglutinante inmediato de los
movimientos de desocupados, y que permitió su masificación, fue el plan y el bolsón. Esto colocó las
reivindicaciones de los desocupados en un piso muy bajo, el del asistencialismo. Es bueno recordar que
una de las primeras medidas tomadas por Rodríguez Saá y luego continuada por Duhalde, fue ceder
decenas de miles de planes sociales y bolsones de comida a movimiento de cualquier tendencia política
que amenazara con salir a la calle. La elevación de la naturaleza reivindicativa de los movimientos a la
categoría de “nueva teoría política” los desarmó para los momentos de lucha política. Por eso los
protagonistas de las movilizaciones del 19/20 fueron trabajadores y desocupados no encuadrados,
masas de clase media sin organización y la militancia de los partidos de izquierda. Las organizaciones
sociales no participaron como tales y si lo hicieron fue en la persona de sus miembros más concientes.
Es más, algunos alienados en una lógica conspirativa, como la CCC y la FTV, terminaron actuando
como contención. Recién a los largo del mes de febrero los piqueteros tomaron la posta de la lucha, que
mantendrían hasta junio de ese año cuando el equipo gobernante decidió reprimirlos brutalmente y
preparar una salida autoritaria de la crisis de gobernabilidad. El fracaso de esta maniobra (que dejó dos
muertos en Puente Pueyrredón) por el rechazo del conjunto de la sociedad provocó la caída de Duhalde
y abrió la puerta a la salida “blanda” del kichnerismo.
Vemos la presencia en el seno del movimiento piquetero y de la izquierda de las corrientes
ideológicas que pregonan la idea de que la lucha por el poder ha perdido sentido y que por ello a los
militantes sólo les cabe acompañar las reivindicaciones y organizarlas desde lo pequeño, pero no
construir proyectos alternativos para todos los trabajadores, nacionales, y luchar por imponerlos. Pero,
para los que buscamos una alternativa nacional, la idea de ir detrás del nivel de conciencia
reivindicativa de la base social inmediata (sector en la jerga “autónoma”), implica renunciar a la
construcción de una alternativa integral, condenarnos a ser rebeldes perpetuos. Justamente aquí hay que
buscar la explicación de cierta incapacidad de responder con estrategias de más vasto alcance y
propuestas que excedan lo sectorial de los grupos que adscriben a las nuevas teorías políticas
“autónomas” y que crecieron a partir de la rebelión del 2001.
En el salto de lo reivindicativo a lo político está la clave del triunfo de la lucha popular, esto no
sucedió en las organizaciones de desocupados pero sí en las masas que se movilizaron al centro. Las
grandes masas argentinas discutieron política en sus hogares durante meses, y es ese nivel de
conciencia el que debió ser capitalizado a nivel tanto político como reivindicativo. Esto fue entendido
por un sector de la clase política que tomó algunas banderas que movilizaban al reclamo popular, como
la reivindicación de lo nacional, del Estado, de los derechos humanos, y así construirse como
alternativa política y reconstruir el consenso en las instituciones: el Kichnerismo.

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La conciencia no es un camino en permanente ascenso, la ideología de las masas es también un
terreno de lucha, entender aquel nivel de conciencia y saber trabajar con él en función de la
construcción de un camino revolucionario era el desafío del momento. O sea, era el momento de dar un
paso más allá de la construcción reivindicativa, o de articulación de sectores. Pero como la
construcción de una alternativa nacional dialécticamente superior a sus partes, no es espontánea, sino
que es un trabajo que debe prepararse con la misma intensidad que la militancia reivindicativa el 20/12
no pudo ser afrontado con capacidad de dirección por los sujetos que habían ayudado a gestarlo.

El “cacerolazo”

La noche del 19 fue un increíble ejercicio del derecho de veto popular. Luego del estúpido
discurso por cadena nacional del presidente De la Rúa, en el cual anunciaba la continuación del plan
económico con estado de sitio y un poco de comida para los más pobres, millones de comenzaron a
golpear sus ollas. De norte a sur, de San Isidro hasta La Plata, en todos los barrios, la “clase media” y
trabajadores coparon las calles desafiando el estado de sitio, confluyendo en el centro, enfrentando la
represión y haciendo caer a Cavallo. Este era sólo un ensayo del histórico combate que se libraría al día
siguiente por la Plaza de Mayo y que precipitaría la huida del incapaz presidente radical.
Es interesante ver como la amenaza de represión mediante la declaración del estado de sitio, que
implica la suspensión de las garantías constitucionales y del derecho de reunión y protesta, produjo el
efecto contrario al esperado. El rechazo masivo por parte de millones de personas que se volcaron a las
calles bajo la consigna “el estado de sitio se lo meten el culo” volvió imposible la efectividad de las
medidas represivas. El Estado había perdido el consenso como detentador del monopolio de la
violencia legítima. Al Estado de violencia y saqueos de los barrios populares donde ya a esa hora se
daban cuenta de varios muertos por la represión en Buenos Aires y Santa Fe, se sumaba la clase media
y media alta de capital y GBA. Se podía apelar a la represión de los más pobres y hambreados, que a la
larga “seria controlados”. Pero los barrios más “visibles” donde vive el sujeto del consenso, la “opinión
pública”, era imposible. El gobierno tenía las horas contadas.
El hecho que a muchos nos sorprendió fue la incorporación de la “clase media” a la acción
política directa, algo había pasado. Es evidente que estas masas no eran las mismas que en el mismo
momento saqueaban y morían en los barrios populares, ni tampoco los mismos que dejaron 5 muertos
al días siguiente en la lucha por la Plaza de Mayo, pero sin duda eran parte de esta gran rebelión
nacional que en ese momento comenzó a tomar su forma política concreta: ocupar en núcleo geográfico
del poder político, imponer su renuncia inmediata y exigir un cambio de signo en la política económica
paralelo a la democratización real del poder. Porque el pueblo sabe que quien tiene el poder político
tiene una herramienta imprescindible para la implementación de cualquier mejora.
La ausencia de las centrales sindicales fue una desgracia ¿dónde estaba Moyano? ¿Y la
progresista CTA? Renunciaron conscientemente a ser parte de la rebelión y optaron por diferentes
caminos de rearticulación institucional. Por el lado de la CGT de Moyano, continuar con el armado del
frente con los burgueses devaluacionistas productivos. Por el lado del CTA la articulación de alguna
propuesta de reforma parlamentaria que habilite la influencia de un partido de centro izquierda de
alcance nacional.
La izquierda tuvo el mérito de haberse hecho presente pero sólo unos pocos comprendieron la
naturaleza de la rebelión que se estaba dando y la acompañaron. Encontraron, sorprendidos, que su
tradicional marcha de denuncia estaba inmersa en un mar de confrontación violenta y masiva. Y
ninguno supo como capitalizar políticamente el descontento popular. Pero no podemos ignorar que el
trosquismo en general mantuvo una línea coherente de intervención sobre la realidad. Esa línea, si bien
no le permitió conducir o constituirse en alternativa para las grandes masas, si le permitió crecer,
acumular sobre el auge como en el reflujo. Y lo que es más destacado, el trosquismo ha sabido
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transformarse en una fuerza de cierta influencia en los conflictos obreros. Los cuales (aunque
localizados) comenzaron a extenderse con posibilidades de éxito en el periodo kichnerista como
consecuencia de la puja distributiva abierta con la expansión económica desde el 2003 y en donde el
sindicalismo tradicional se mostró más inoperante.
El mismo merito podemos encontrar en los reducidos grupos de la “izquierda revolucionaria”,
aunque con mayor voluntad de confrontación. En ellos el problema fue el “ultraizquierdismo” de
querer ver en la rebelión popular la prefiguración de una insurrección armada, en las asambleas
populares “proto-soviets” o en los cordones de seguridad de los movimientos piqueteros, embriones de
milicias populares. En pretender la concreción de una revolución social desde las condiciones
organizativas y de conciencia existentes en el 2001 y 2002, sin ofrecer ningún camino para llegar a esa
revolución. Como si una “avalancha popular” fuera a decantar en insurrección que arrastrara todas las
instituciones burguesas y colocara en su reemplazo otras nuevas por “generación espontánea” por
influencia del discurso marxista puro. Por eso también triunfó el kichnerismo. Pero no debemos dejar
de notar que entre las consecuencias del 20 de diciembre esta el florecimiento de una gran cantidad de
grupos “santuchistas”, “guevaristas” que haciendo gala de un radicalismo ideológico/identitario fuerte,
mantienen una crítica intransigente (sectaria y ciertamente poco histórica) a todo lo existente.
En general el límite de toda la izquierda para capitalizar el auge de masas (autónomos,
trosquistas y “radicalizados”) se relacionó con la identificación entre internacionalismo y
cosmopolitismo, de clasismo con sectarismo y egoísmo economicista, nación con opresión burguesa, y
cosas así. Así en general se salta de la reivindicación inmediata al internacionalismo más abstracto o se
imposta una postura radicalizada en un conflicto local. Estas ideas tienen como consecuencia la
incapacidad de impulsar la construcción de una alternativa contra-hegemónica de los trabajadores que
pudiera disputar la conducción de la nación.
La ausencia de organización política marcó una clara limitación del movimiento de masas de
cara al futuro. Pero, contradictoriamente, fue el factor que permitió una superación de todas las formas
de lucha de los últimos años al romper con el corset que estas estructuras les imponían. Además, la
carencia del horizonte político de un modelo de país alternativo fue un déficit que no pudo ser superado
y por ello no hubo una salida popular a la crisis. O más bien la salida, el producto del 20 de diciembre,
nació de la misma clase política que se pretendía destruir: el Kichnerismo. Quizás la más patética de las
herencias de esos tiempos de crisis sea que muchos consideren que la ausencia de perspectiva de poder
haya sido una enseñanza rescatable de ese periodo de lucha.
La recuperación de uso de la violencia por una parte de las masas fue uno de los principales
logros del 19/20. Si bien el nivel de violencia popular fue muy bajo (no se usaron armas de fuego por
parte de los manifestantes, muy pocas molotovs, poca organización de autodefensa, etc.), estuvo
cercano a los desarrollados durante el Cordobazo. El enemigo tomó conciencia de esta masificación de
la violencia y de los peligros que significaba; miles tirando piedras, levantando barricadas,
incendiando, etc. escapa al esquema mediático de los agitadores. Por ello “la violencia” fue el primer
objeto de ataque, recuperar el monopolio de su uso legítimo por el gobierno era fundamental para
desarmar a las masas. En ese sentido fue la ofensiva contra los “Palos y las capuchas” de los
piqueteros. El problema no era la capacidad ofensiva de los “tirapiedras”, ni de los piqueteros
encapuchados, sino que la sociedad los vea como legítimos ya que de esta forma la violencia estatal no
lo es. No está de más afirmar que no debemos hacer ningún fetiche de la violencia. Ya que la derecha
la usa en todas sus formas y aún manipulando en descontento popular. Como intentó hacer en esas
jornadas y pocos meses después el 26 de junio con la trampa que se montada contra las organizaciones
piqueteras en Puente Pueyrredón. Donde si bien la conspiración falló y se llevo consigo al presidente
Duhalde (intento de salida “dura” de la crisis), el movimiento social encontró su límite.

Las asambleas populares

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Las Asambleas populares fueron las hijas directas del cacerolazo del 19 a la noche. Sus
integrantes no eran piqueteros, ni participaron centralmente en los enfrentamientos con la policía, sino
que salían a las calles cada noche a “tomar” alguna esquina típica del barrio, y durante varias semanas
marchar hacia la Plaza de Mayo a exigir que “se vayan todos”. Durante varios meses fueron muy
masivas y contribuyeron al clima de movilización social de ese periodo. Pero, remarquemos, eran
principalmente de clase media porteña: Caballito, Flores, Parque Avellaneda, por ejemplo, eran barrios
típico de las asambleas (aunque se extendieron a muchos barrios más, por ejemplo se intentó hacer
asamblea en Merlo donde fue duramente reprimida por la estructura del PJ). Una gran cantidad de
personas amaneció a la política en ellas. Y consideraron que la política y la historia de lucha popular
habían comenzado con estas asambleas. Pero las asambleas contaban con una experiencia popular
previa (la de los movimientos piqueteros sus asambleas y cortes) y con una situación de la lucha de
clases que impulsaba su reproducción: un bloque dominante en crisis y las clases populares
movilizadas.
Una vertiente emparentada con la CTA que ya había intentado darle forma al descontento a
través del FRENAPO y el pedido de plebiscito. Impulso que las asambleas evolucionaran hacia la
acción vecinalista dentro de una propuesta política de reforma progresista de la gestión municipal. Otra
vertiente, formada por gran parte de la izquierda, actuó como si las asambleas fueran simplemente
ámbitos de propaganda política o posibles comités de base de un partido, frentes para “agitar” o donde
garantizar la aprobación de una consigna o una solidaridad. Es por ello que se forzó la existencia de
coordinaciones como diferentes interbarriales o asambleas nacionales de sectores en lucha. Pese a ser
teóricamente necesarias para dar una perspectiva nacional y efectiva a la lucha, debían haber sido
articuladas con una maduración de la organización local y no simplemente superpuestas por arriba
porque es “correcto” su existencia. Ninguna consigna o táctica es correcta si no cuenta con una
recepción activa por parte de los destinatarios; esto no implica caer en el oportunismo por el contrario,
significa buscar caminos de lucha que las masas puedan transitar y que mostró el pueblo argentino el
19/20 de diciembre y en las jornadas posteriores: pelea para ganar, por objetivos concretos y no sólo
para denunciar su disconformidad y proclamar el programa correcto.
Por otro lado en el seno de las asambleas también se desarrolló (como en el movimiento
piquetero y en el estudiantil), las ideas del autonomismo posmoderno. Renegando de las luchas por
reivindicaciones de conjunto o de la lucha por el poder central. En muchos casos se tomó lo local, lo
pequeño o sectorial como superador o alternativo a las contradicciones de clase o nacionales. Esta
posición negaba la naturaleza misma de la etapa que se abrió el 20 la cual tuvo como eje el rechazo por
parte del pueblo en su conjunto de decisiones del gobierno y como corolario un combate por el centro
administrativo del poder estatal. Además preguntamos ¿qué cambio se puede lograr sin tener en
nuestras manos los principales resortes del poder político, económico o militar? Además ¿acaso las
clases dominantes y el imperialismo no tienen como central el tema del Estado para dominarnos? Las
respuestas son parte de un debate que todos nos debemos dar.
Creemos que existe una apropiación errónea de las ideas de poder popular, poder local y
autonomía por parte de las corrientes posmodernas. Ya que la necesidad de trabajar para fortalecer los
organismos de masas locales y populares para que se desarrollen en forma autónoma y contra-
hegemónica, no niega a las fuerzas políticas u organizaciones sociales que desarrollan luchas generales.
Deberían ser dos partes en un todo en el que se manifiesta la lucha popular. El hecho de crear una
ideología que contrapone las partes al todo destruye la potencialidad alternativa de los organismos
populares.
Las asambleas (si no las reducimos solo a las de la clase media y vemos toda la experiencia de
los movimientos populares anteriores y posteriores al 20/12) nos dieron señales de cuales eran las
expectativas políticas de las masas movilizadas: construcción de un nuevo régimen político en el cual, a
través de una nueva forma de democracia, las grandes decisiones nacionales sean discutidas por el
pueblo. Como ensayo, la deliberación directa sobre temas que atañen a todas las áreas de gobierno y
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todos los niveles de la administración, sumado a la intención de imponer resoluciones prácticas a través
de la lucha contra enemigos concretos (privatizadas, bancos, políticos, empresas, supermercados, etc.)
parecía el camino para ir aprendiendo a ejercer el poder por nosotros mismos y para potenciar las
luchas económicas aisladas de los diferentes sectores populares.
También a través de la lucha política se vieron las limitaciones del movimiento asambleario: el
carácter en muchos casos pequeñoburgués de la mayoría de las asambleas: el “corralito”, la
expropiación de los ahorros de muchas personas de clase media, estuvo entre las razones de su
radicalización temporal. La incapacidad de la clase obrera organizada de ser parte de este proceso. La
hegemonía de una egoísta ideología de “sector” (mujeres, indígenas, precarizados, afectados por tal o
cual tema), cada uno con su reivindicación, y después “vemos como coordinamos”. El “miedo” a la
política “grande”. La necesidad de que en los barrios populares más pobres se crearan organismos
similares para darle al hambre perspectivas mas allá del saqueo y la falta de nacionalización del
movimiento; terminaron acotando la experiencia a un sector de las clases medias urbanas. Las
asambleas debían crecer y multiplicarse para no quedar acotadas a los marcos de la clase que las
motorizaba. Finalmente quedaron en reuniones de clase media ofuscada y así como surgieron
desaparecieron o se transformarían en un muy reducido plenario de militantes barriales. Pero la
experiencia fue aleccionadora.
El agotamiento del conjunto del movimiento popular que derroco al neoliberalismo es
consecuencia de la incapacidad de crear un nuevo movimiento nacional que expresara a las masas
populares desde una perspectiva de liberación nacional y el anticapitalismo. Así, una fracción del
mismo personal político que había acompañado el modelo anterior gestó una alternativa. La fracción
más lúcida y con capacidad e incorporar aspiraciones de reformas. Lo hizo interpretando que el
neoliberalismo se había agotado para ser viable como modo de acumulación exitoso de las clases
dominantes. También que las clases subalternas habían pasado a ser actores dinámicos y debían ser
tenidos en cuenta sus intereses inmediatos. El gobierno kichnerista cumplió con éxito la misión que se
había propuesta al acceder al gobierno: reabsorber las organizaciones populares escindidas,
reconstruyendo las instituciones y reestructurando la clase política. Como dijo Cristina Fernández en el
2009 en la apertura de sesiones en el congreso nacional. “hace unos pocos años los políticos no
podíamos salir a la calle. Hoy gracias a esta política, a este gobierno, la cosa es diferente”. Pero sería
un error no reconocer que el kirchnerismo canalizó a gran parte de las aspiraciones de sectores diversos
que integraron esas jornadas de rebelión, o que dieron consenso a la rebelión a través del rechazo a lo
vigente. El kirchnerismo fue la “cultura”, el sentido, de una época en nuestro país, una expresión del
2001 no su negación, aunque tampoco su potencia.

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