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DESESPERACION

Crystal Smith, es una ama de casa afroamericana de 33 años, acude a una


consulta ambulatoria en busca de «alguien con quien hablar» acerca de sus
sentimientos de desesperación, que han ido empeorando en los últimos 8-10
meses. Estaba especialmente afectada por conflictos maritales y la desconfianza
atípica de su familia política.
La Sra. Smith dijo que había empezado a despertarse antes del alba, abatida y
llorosa. Le costaba salir de la cama y hacer las tareas domesticas habituales. A
veces se sentía culpable por no ser «la de siempre». Otras veces se irritaba
fácilmente con el marido y la familia de este por motivos mínimos. Antes dejaba
que su suegra le ayudara con los niños, pero ya no confiaba plenamente en ella.
Esa preocupación junto con el insomnio y la fatiga, hacia muy difícil que la Sra.
Smith pudiera llevar a sus hijos al colegio a tiempo. En los últimos meses había
perdido 6kg sin hacer dieta. Dijo no tener actualmente ideación suicida, afirmando
que «nunca había pensado algo así» aunque reconoció que si había pensado
«rendirse» y en que «estaría mejor muerta».
Dos meses antes, la Sra. Smith había acudido, durante unas semanas, a ver a un
psiquiatra que le recetó fluoxetina. La probó de mala gana y la dejó enseguida
porque le producía cansancio. Dejó también la terapia porque el psiquiatra parecía
no comprenderla.
La Sra. Smith vivía con el que era su marido desde hacía 13 años y dos niños en
edad escolar. Los padres del marido vivían al lado. Dijo que el matrimonio iba
bien, aunque el marido le había dicho «ve a ver a alguien» para «no estar
gritándole a todo el mundo». Aunque había sido sociable, ahora era raro que
hablase con su propia madre y sus hermanas, y mucho menos con sus amigas.
Aunque antes lo hacía habitualmente, había dejado de ir a la iglesia porque su fe
era «débil». El pastor siempre la había apoyado, pero no le habló de sus
problemas porque «no quiere oír ni hablar de ese tipo de cosas».
La Sra. Smith refirió que había sido una niña extrovertida y amable. Creció con sus
padres y tres hermanos, recordó que se había sentido muy afectada a los 10-11
años, cuando sus padres se divorciaron y su madre volvió a casarse. Por pelearse
con otros niños en el colegio conoció a un orientador con el que empatizó. A
diferencia del psiquiatra que había visto hacía poco, a la Sra. Smith le parecía que
el orientador no se había «metido en mis asuntos» y la había ayudado a
recuperarse. Refirió que se había vuelto más tranquila cuando llegó a secundaria,
donde tenía menos amigos y escaso interés por estudiar. Se casó con su actual
marido a los 20 años y trabajó de dependienta hasta el nacimiento del primer hijo,
cuanto tenía 23 años.
La Sra. Smith no había bebido alcohol desde el primer embarazo y dijo que no
tomaba ninguna droga. Dijo que ni tomaba ni había tomado medicamentos, aparte
del depresivo aquel durante muy poco tiempo. Refirió que normalmente tenía muy
buena salud.
Al examinar el estado mental, la Sra. Smith parecía como una joven arreglada al
estilo informal, coherente y pragmática. Le costaba mirar a los ojos al terapeuta
blanco de mediana edad. Se mostró colaboradora, aunque algo cauta,
respondiendo con lentitud. Había que insistirla para que elaborase lo que pensaba.
Llorosa a cada rato, su aspecto era triste en general. Negó que tuviera psicosis,
aunque dijo que a veces desconfiaba de la familia. Dijo no tener confusión,
alucinaciones, ni ideas de suicidio o de homicidio. La cognición, la introspección y
el juicio se consideraron normales.

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