Punto 1. Potestad jurídica y relación jurídica. La potestad es la relación entre una persona y la comunidad, u otra persona, o un objeto en virtud del cual estos últimos quedan sometidos en forma total o parcial a la acción de la voluntad de la primera. Existen dos tipos de potestades: la potestad real y la potestad personal 1. La potestad real es la que se tiene en forma total o parcial sobre los bienes corporales o incorporales y que es objeto de distintas reglamentaciones que originan los derechos reales y los derechos intelectuales. Se manifiesta en tres subtipos: -la potestad sobre bien totalmente propio -la potestad sobre bien parcialmente propio -la potestad sobre bien ajeno 2. La potestad personal comporta dos subtipos: -la patria potestad (familiar) -la potestad cuasi familiar (tutela y curatela), no siempre quien la ejerce está unido por vínculos de consanguineidad o de afinidad con la persona sometida y beneficiaria de esa potestad. La relación jurídica es un vínculo existente entre dos partes, integradas cada una de ellas por una o más personas humanas, de existencia ideal, en virtud del cual una puede exigir a la otra, o ambas, reciproca y sucesiva o simultáneamente, el cumplimiento de una prestación regulada por la ley; que nace de una causa generadora admitida y reglamentada también por la ley; y cuya efectividad esta última asegura mediante la concesión de acciones o excepciones a deducirse u oponerse ante las autoridades jurisdiccionales competentes en forma y tiempo oportunos. Existen dos tipos de relaciones jurídicas: una de carácter patrimonial (actúa en el campo de las obligaciones y los contratos) y otra de naturaleza familiar (actúa en el derecho de familia). La relación jurídica patrimonial supone una vinculación entre dos personas respecto de un objeto corporal o incorporal, pero susceptible de apreciación pecuniaria, que tiene su origen en un hecho o en un acto jurídico, y que se complementa con la acción que es el recurso que puede poner en juego el sujeto activo en caso de incumplimiento por parte del sujeto pasivo, o con la excepción, si cumplida la prestación pretende repetírsela. En la relación jurídica familiar no tenemos solo dos sujetos, sino que interviene también el interés de la colectividad, que se caracteriza como interés familiar y que integra a relación jurídica familiar. La existencia de este tercer elemento se pone de manifiesto en todos los supuestos en que deben ventilarse judicialmente las relaciones familiares, actúa en representación de ese interés el ministerio público. Los sujetos se encuentran en una situación de igualdad que importa la interdependencia, es adeudada por ambos que son igualmente sus beneficiarios. Potestad y publicidad. Son dos conceptos que se encuentran indisolublemente unidos, por lo menos en lo que hace al establecimiento de la potestad. En efecto, si algo va a quedar sometido en mayor o menor grado a la exclusiva voluntad de una persona, es necesario que la instalación de esa potestad sea conocida, o pueda serlo, por toda la comunidad. La publicidad actúa en el derecho civil tratándose de los derechos reales, de los derechos intelectuales y de los derechos de familias, pero no en los derechos creditorios. Donde hay potestad, tiene que existir publicidad. La publicidad es la consecuencia de potestad y no puede funcionar esta sin aquella. Punto 2. Concepto de contrato. Doctrina: contrato es todo acuerdo de voluntades entre dos o más partes, cuya finalidad es satisfacer una necesidad (fin inmediato). De esta manera se trata de un medio instrumental para satisfacer necesidades. Un contrato es ley para las partes. Código civil de Vélez: art. 1137. “Hay contrato cuando varias personas se ponen de acuerdo sobre una declaración de voluntad común destinada a reglar sus derechos” Art. 957. “Contrato es el acto jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su consentimiento para crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas patrimoniales” Esta definición hace hincapié en dos aspectos importantes. Por un lado, el acuerdo de voluntades manifestado en el consentimiento, tiende a reglar relaciones jurídicas con contenido patrimonial. Por otro lado, recepta un contenido amplio del contrato, desde que abarca no solo la creación de tal relación jurídica, sino también las diferentes vicisitudes que ella puede tener, tales como las modificaciones que las partes puedan introducir con posterioridad a la celebración del contrato, la trasferencia a terceros de las obligaciones y derechos que nacen del contrato y hasta la extinción misma del contrato por acuerdo de voluntades. En cuanto al segundo aspecto, cabe señalar que nuestro código sigue un criterio mayoritario, aunque no unánime, toda vez que en la legislación comparada existe otro, que puede calificarse como restringido, para el cual el contrato es solo creador de obligaciones. El código de Napoleón dice que “el contrato es la convención por la cual una o más personas se obligan, con otra u otras, a dar, hacer o no hacer alguna cosa”, y el código civil español establece que “el contrato existe desde que una o varias personas consienten en obligarse, respecto de otra u otras, a dar alguna cosa o prestar algún servicio”. Otros códigos, tales como el alemán, el portugués, omiten toda definición del contrato y solo se limitan a reglar sus efectos. Tradicionalmente se entiende que la convención es el acuerdo de voluntades sobre relaciones ajenas al campo del derecho, como puede ser un acuerdo para jugar un partido de futbol. La convención jurídica se refiere a todo acuerdo de voluntades de carácter no patrimonial, pero que goza de coacción jurídica, como puede ser, por ejemplo, el acuerdo sobre la forma de ejercer la denominada responsabilidad parental respecto de los hijos, convenido por sus padres divorciados. El contrato, es un acuerdo de voluntades destinado a reglar los derechos patrimoniales. Otras leyes y otros autores no distinguen entre contrato y convención jurídica, pues ambos comprenderían todo tipo de acuerdo, tenga o no un objeto patrimonial. Nuestro código se inclina por formular la distinción antes señalada, ya que el art. 957 se refiere a las relaciones jurídicas patrimoniales, en tanto que el art. 1003 establece que el objeto del contrato debe ser susceptible de valoración económica; varias veces, el código se refiere a convención, sin ningún calificativo, lo que determina que no ha sido del todo prolijo en esta cuestión. La convención es un acuerdo de voluntades para crear, transmitir, modificar o extinguir derechos y obligaciones, el convenio en un sentido amplio tiene dos funciones: una positiva (crear o transmitir derechos y obligaciones) y otra negativa (modificarlos o extinguirlos). El convenio es el género y el contrato es una especie de convenio. Autocontrato. La autocontratacion implica una simplificación subjetiva de los negocios bilaterales: las dos partes, por exigencia estructural, subsisten, pero el autor del negocio es una única persona. Puede darse de dos formas: el autor del negocio actúa en su propio nombre y en el de su representado, o bien, el autor del negocio actúa en nombre de dos personas a las que representa. Es el contrato celebrado por una persona consigo misma. Toda vez que el contrato es, en último término, un intercambio de prestaciones entre dos patrimonios, el auto contrato solo es válido si la persona que lo realiza representa, además de a sí misma, y su propio patrimonio, a otra persona y su correspondiente patrimonio. Aunque estructuralmente no es un contrato, el resultado de relacionarse dos patrimonios distintos habrá de regularse con las normas aplicables a los contratos, poniendo especial cuidado en los aspectos éticos que suscita esta vinculación patrimonial controlada por una sola persona. Art. 368. Acto consigo mismo. “Nadie puede, en representación de otro, efectuar consigo mismo un acto jurídico, sea por cuenta propia o de un tercero, sin la autorización del representado. Tampoco puede el representante, sin la conformidad del representado, aplicar fondos o rentas obtenidos en ejercicio de la representación a sus propios negocios, o a los ajenos confiados a su gestión”. Punto 3. La importancia del contrato. Su significación ética y económica. El contrato es el principal instrumento del que se valen los hombres para urdir entre ellos el tejido infinito de sus relaciones jurídicas, es decir, es la principal fuente de las obligaciones. El hombre vive contratando o cumplimento contratos, desde operaciones de gran envergadura hasta contratos cotidianos que el hombre realiza muchas veces sin advertir que está contratando. El contrato adquiere su máxima importancia en un régimen de economía capitalista liberal; pero no por eso hay que creer que no la tiene en los pocos países que aún conservan un modelo de economía colectivista, que ha suprimido la propiedad privada sobre los bienes de producción. Aun en ellos, el papel del contrato es constante en relación a los bienes de consumo, e incluso con relación a los bienes de producción, hay que destacar que las empresas del Estado conciertan entre ellas importantísimos contratos para el cumplimiento de los planes económicos. Desde el punto de vista ético, la importancia de los contratos se aprecia desde un doble ángulo: por una parte, hay una cuestión moral envuelta en el deber de hacer honor a la palabra empeñada, por la otra, los contratos deben ser un instrumento de la realización del bien común. Naturaleza jurídica del contrato. Su distinción de la ley, el acto administrativo, la sentencia y el convenio colectivo de trabajo. El contrato es un acto jurídico. el acto jurídico es el acto voluntario licito, que tiene por fin inmediato la adquisición, modificación o extinción de relaciones o situación jurídicas. El acto jurídico es el género, contrato es la especie. El contrato es entonces un acto jurídico que tiene las siguientes características específicas: es bilateral, requiere el consentimiento de dos o más personas; es un acto entre vivos, y tiene naturaleza patrimonial. Para precisar su naturaleza del contrato es necesario ver sus puntos de contacto y sus diferencias con la ley, el acto administrativo, y la sentencia. 1. Con la ley: ley y contrato tienen un punto de contacto: ambos constituyen una regla jurídica a la cual deben someterse a las personas. El artículo 4 dispone que las leyes son obligatorias para todos los que habitan el territorio de la república, mientras que el artículo 959 establece que todo contrato válidamente celebrado es obligatorio para las partes. Las diferencias son profundas, la ley es una regla general a la cual están sometidas todas las personas, ella se establece teniendo en mira un interés general o colectivo; el contrato en cambio, es una regla solo obligatoria para las partes que lo han firmado y sus sucesores, se contrae teniendo en mira un interés individual. De ahí que los contratos están subordinados a la ley. Las normas imperativas no pueden ser dejadas de lado por los contratantes, quienes están sometidos a ellas, no importa lo que hayan convenido en sus contratos. Además, la ley no requiere de prueba, y difiere del contrato en sus efectos y vigencia. 2. Con el acto administrativo: son actos administrativos los que emanan de un órgano administrativo en el cumplimiento de sus funciones, son de la más variada naturaleza y, en principio, no exigen el acuerdo de voluntades propio del contrato, aunque hay actos administrativos de naturaleza contractual. Normalmente los actos administrativos tienen efectos análogos a la ley, siempre que se dicten ajustándose a ella y a la constitución. Si se trata de actos administrativos de naturaleza contractual, hay que distinguir entre aquellos en los cuales el Estado actúa como poder público, esto es, como poder concedente, y aquellos otros en los que actúa como persona de derecho privado. 3. Con la sentencia: tanto la sentencia como el contrato definen y precisan los derechos de las partes. Hay entre ellos profundas diferencias: el contrato es un acuerdo de dos o más personas, la sentencia es la decisión del órgano judicial y por lo tanto, es un acto unilateral; el contrato señala generalmente el comienzo de una relación jurídica entre dos o más personas, la sentencia da la solución a las divergencias nacidas de ese contrato; la sentencia tiene ejecutoriedad, puede pedirse su cumplimiento por medio de la fuerza pública, el contrato en cambio, carece de ella, para que tenga ejecutoriedad es preciso que previamente los derechos que surgen de él hayan sido reconocidos por una sentencia; la sentencia resuelve cuestiones patrimoniales y no patrimoniales, el contrato solo tiene como objeto el que sea susceptible de valoración económica. 4. Convenio colectivo de trabajo: son contratos celebrados entre los representantes de los trabajadores y el sindicato con personalidad gremial, tienen por objeto reglar los derechos y las obligaciones, mejorar las condiciones laborales. Punto 4. Libertad contractual Art. 958. “Las partes son libres para celebrar un contrato y determinar su contenido, dentro de los límites impuestos por la ley, el orden público, la moral y las buenas costumbres” La libertad en sentido amplio, es un derecho fundamental. La libertad de contratar es presupuesto de la autonomía, de la potestad de autorregulación de contenido y deriva de lo previsto en la última parte del art. 19 CN, según el cual, ningún habitante de la nación puede ser privado de lo que la ley no prohíbe, ni obligado a hacer lo que ella no manda. Cabe señalar que son diversas las situaciones en las que la ley obliga a la celebración de un determinado contrato como recaudo para la práctica de una actividad. Como toda libertad, su ejercicio no es absoluto y encuentra su límite en la afectación perjudicial de los derechos de terceros ajenos al contrato y en los límites impuestos por la ley, el orden público, la moral y las buenas costumbres. La libertad de contratar tiene una doble faz, por una parte, podemos encontrar la libertad de no contratar, que también se ve en cierto grado restringida por circunstancias inherentes a una sociedad compleja, en la que el legislador, con fundamento en el poder de policía del estado, obliga a quien realiza una actividad a celebrar determinados contratos en miras de la protección de quienes pudieran resultar de algún modo afectados por su práctica. Las partes son libres para contratar y para definir contenidos o aspectos formales que resulten adecuados para procurar la finalidad que haga a su interés. Gozan de poder para crear derecho, pueden inventar nuevos modelos de negocios que aporten una renovada forma de hacer las cosas. Pueden actuar como legisladores particulares de sus propios intereses y establecer la regulación a la que desean someterse. Las excepciones a la libertad de contratación son: 1. Con quienes no se puede contratar 2. Contratos con cláusulas predispuestas (una parte marca el contenido y la otra parte solo consiente) 3. Contratos formales. Art. 1015 libertad de formas. “solo son formales los contratos a los cuales la ley les impone una forma determinada” Art. 1016. Modificaciones al contrato. “la formalidad exigida para la celebración del contrato rige también para las modificaciones ulteriores que le sean introducidas, excepto que ellas versen solamente sobre estipulaciones accesorias o secundarias, o que exista disposición legal en contrario”. La forma hace a la exteriorización de la voluntad de las partes. Las formas, en el derecho moderno, son impuestas por diversas razones, entre las que podemos mencionar: mayor certeza de los hechos, mayor y mejor determinación del objeto del contrato, necesidad de asegurar a una de las partes, generalmente, la más débil en la relación jurídica. La imposición de formas es excepcional, ya que el principio general que rige en la materia es el de la libertad de formas; solo se imponen con algún fin de los anteriormente mencionados, que se vinculan con cuestiones de orden público. La libertad de formas determina que, de no mediar imposición legal, las partes no se encuentran obligadas a observar una determinada forma para el otorgamiento de un acto Art. 959. Efecto vinculante. “Todo contrato válidamente celebrado es obligatorio para las partes. Su contenido solo puede ser modificado o extinguido por acuerdo de partes o en los supuestos que la ley lo prevé”. Las partes declaran su voluntad de obligarse en forma bilateral. El principio de obligatoriedad actúa como un resguardo para el de la libertad contractual, ya que establece la base necesaria para que este pueda desplegarse con confianza, en un ámbito donde debe imperar la buena fe. Los límites a la fuerza obligatoria del contrato son: 1. La validez del contrato: la norma establece obligatoriedad de lo acordado por las partes en los contratos, en tanto ellos hayan sido válidamente celebrados. La expresión abarca tanto los supuestos de afectación de un interés particular como los de violación de un contenido de orden público. 2. Efecto relativo de lo convenido: las partes pueden regular sus propios intereses, pero no pueden pretender imponerlos a quienes no consintieron en formar parte del contrato, para lo que encuentran un límite en la vigencia del principio del efecto relativo de los contratos. La crisis del contrato. Se denomina así al hecho de que, durante el siglo XX, los principios antes mencionados se iban debilitando cada vez más. La autonomía de la voluntad está debilitada porque la realidad nos muestra que actualmente hay casos en que, fundamentalmente por razones económicas, las partes no están en igualdad de condiciones para discutir las condiciones del contrato; como lo es, por ejemplo, el contrato de trabajo entre un obrero y una gran empresa, o los contratos de adhesión en donde la empresa tiene predeterminadas las condiciones del contrato y se las impone al usuario, el cual no puede discutir nada, firma o no firma. Como consecuencia de esto, se debilita aún más la voluntad de las partes, ya que el estado interviene en los contratos para evitar que la parte más poderosa se aproveche de la otra y así, por ejemplo, regula todo lo relativo al contrato de trabajo (sueldos, vacaciones, indemnizaciones, etc.) o todo lo relativo al contrato de adhesión para que no haya cláusulas abusivas. Se ha debilitado también la fuerza obligatoria del contrato. Antes lo querido por las partes era estrictamente obligatorio y solo se podía evitar la responsabilidad por incumplimiento si existía caso fortuito o fuerza mayor. Actualmente existen diversos institutos que, inspirados en la equidad, permiten anular, revisar, modificar, etc. Lo pactado por las partes en el contrato. Esta situación de debilitamiento de la voluntad y de la fuerza obligatoria de los contratos, para algunos autores constituye una verdadera crisis, es decir, una decadencia del contrato. Para otros no es una crisis, sino que es un signo positivo de evolución, de adaptación de los contratos a las nuevas circunstancias sociales, económicas y políticas Punto 5. Limite a las facultades de los jueces en el litigio contractual Art. 960. Facultades de los jueces. “los jueces no tienen facultades para modificar las estipulaciones de los contratos, excepto que sea a pedido de una de las partes cuando lo autoriza la ley, o de oficio cuando sea afecta, de modo manifiesto, el orden público” Los jueces actúan como órganos del estado, por lo que el principio constitucional de libertad exige que su intervención en asuntos particulares se encuentre restringida a aquellos supuestos en los que ello sea habilitado por alguna de las partes, en los casos que la ley lo autoriza o cuando lo exigen razones vinculadas con in interés preminente, como es el concerniente al orden público. Este artículo, refuerza lo establecido anteriormente, son las partes las que pueden celebrar, modificar o extinguir un vínculo contractual, en ejercicio de la libertad contractual de la que gozan y que los jueces deben en principio respetar. La norma habilita el ejercicio de la función jurisdiccional con relación a las estipulaciones de un contrato bajo los siguientes recaudos: 1. A pedido de parte y autorización legal, por ejemplo, ante un supuesto de lesión o de imprevisión 2. De oficio, ante la afectación manifiesta del orden público, supuesto en el que la verificación de tal circunstancia por el juez le impone intervenir en los términos del contrato para privar de eficacia a la estipulación que lo vulnera; ocurre, por ejemplo, cuando se verifica la existencia de una clausula en la que se estipulan intereses usuarios, ante lo que el juez priva de validez a la estipulación e integra el contrato con la determinación de la tasa que considere adecuada. Diversas acepciones de la expresión “buena fe” La buena fe se consagra como un principio general de derecho que puede ser entendido de dos diferentes maneras: 1. Subjetiva o psicológica: la buena fe se traduce en un estado de ánimo consistente en ignorar, con base en cualquier error o ignorancia, la ilicitud de nuestra conducta o de nuestra posición jurídica. 2. Objetiva o ética: exige que en la formación de ese estado de ánimo se haya desplegado la diligencia socialmente exigible, con lo cual, solo tiene buena fe quien sufre un error o ignorancia excusable. En la doctrina moderna se manifiesta cierta tendencia a que prevalezca la buena fe entendida en la forma objetiva. Combinando aplicaciones de la tendencias subjetivas y posturas sincréticas, afirmamos que la buena fe es la creencia de no dañar a otro, que tiene en todo caso un fundamento ético. La buena fe subjetiva, en cuanto protectora de apariencia jurídica, desplegaba su eficacia en materia de derechos reales, mientras que la objetiva jugaba con preferencia en los derechos de obligaciones. Lo cierto es que tanto una como otra están presentes en el ejercicio de cualquier derecho subjetivo, con independencia de la naturaleza de este. Art. 9. Principio de buena fe. “los derechos deben ser ejercidos de buena fe”. Art. 961. Buena fe. “Los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe. Obligan no solo a lo que está formalmente expresado, sino a todas las consecuencias que puedan considerarse comprendidas en ellos, con los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor” Art. 991. Deber de buena fe. “Durante las tratativas preliminares, y aunque no se haya formulado una oferta, las partes deben obrar de buena fe para no frustrarlas injustificadamente. El incumplimiento de este deber genera la responsabilidad de resarcir el daño que sufra el afectado por haber confiado, sin su culpa, en la celebración del contrato” Art. 1061. Intención común. “El contrato debe interpretarse conforma a la intención común de las partes y al principio de buena fe”. Alcances de la regla de la buena fe en el ámbito contractual. La buena fe tiene gravitación en todas las etapas de la contratación. Se exige tanto en la etapa de negociaciones previas a la concreción de un contrato como en el momento de su celebración, en su etapa funcional o de ejecución y hasta en la pos-contractual, cuando las partes se restituyen bienes empleados en la ejecución del contrato concluido. El de buena fe es, asimismo, el criterio rector que guía la interpretación de las disposiciones contractuales. Quien actúa con buena fe debe, por ejemplo, mantener informada a la otra parte sobre las circunstancias que puedan incidir en el cumplimiento de las obligaciones a cargo de cada una de las contratantes, aun cuando ello no hubiera sido expresamente enunciado en el contrato que los vincula; debe custodiar los bienes que la otra parte deja en su esfera de control, en razón de la ejecución del contrato, etc. Existe un deber básico de colaboración y de prevención entre las partes. La buena fe determina que un conjunto de conductas deba considerarse obligación accesoria o deber secundario de conducta, implícito en las relaciones jurídicas de fuente contractual, como ocurre con la información que las partes deben trasladarse entre sí o la seguridad que un proveedor debe proporcionar a un usuario o adquirente de sus productos. Implica un deber de coherencia del comportamiento que consiste en la necesidad de observar en el futuro la conducta que los actos anteriores hacían prever. La buena fe exige hablar claro, no ocultar información necesaria para la deliberación y requerir también la información que se considere necesaria para el propio discernimiento. Puede exigir también dadas las circunstancias, el no hablar, el guardar silencio y sujetarse al deber de confidencialidad. La existencia o ausencia de buena fe debe ser evaluada frente a las circunstancias de cada acto en concreto. Cada uno de los contratantes debe actuar de modo tal de no defraudar la confianza en él depositada por el otro. Punto 6. Contratos civiles y comerciales: su unificación pedagógica y legislativa. Históricamente, el derecho privado argentino se regulo en dos cuerpos normativos: el código civil y de comercio. Ellos incluían la mayoría de los contratos legislados e incluso, a veces, hasta los mismos contratos. Se siguió entonces el método que podemos llamar clásico en los países de derecho codificado. Desde fines del siglo XIX comenzó un movimiento cada vez más pujante en el sentido de la unificación del régimen de las obligaciones y contratos. En efecto, la legislación dual de los mismos contratos, no parece justificarse. No hay diferencias de naturaleza, ni de estructura ni de funcionamiento entre la compraventa, el mandato, la fianza, el mutuo, etc. Sean ellas legisladas en el código civil o en el de comercio. Una regulación única no solo resulta así conforme con la naturaleza de las obligaciones y contratos, sino también con las necesidades modernas de las transacciones, además, esa unificación suprimir discordancias que no se justifican entre las regulaciones de los contratos civiles y comerciales y finalmente, evita las cuestiones de competencia en las jurisdicciones en las que se mantiene la competencia civil separadamente de la comercial. El código suizo de las obligaciones fue el primer que introdujo la unificación en el derecho positivo entre los países de derecho codificado, luego lo han seguido el código italiano de 1942, el código de las obligaciones de Polonia de 1933, el paraguayo de 1987, el brasileño de 2002. En nuestro país, la opinión predominante era la de que el régimen de los contratos civiles y comerciales debía unificarse. Así lo postuló el tercer congreso nacional de derecho civil, reunido en córdoba en 1961, que propicio la unificación del régimen de las obligaciones civiles y comerciales, elaborando un cuerpo único de reglas sobre las obligaciones y los contratos, como el libro del código civil. En el acta quedo constancia de que esa ponencia fue aprobada por unanimidad. Este camino concluyó con la ley 26994 que sanciono el llamado código civil y comercial de la nación, que regula en un cuerpo legal el derecho privado argentino, y consiguientemente unifica el régimen de las obligaciones y de los contratos. Proyectos de reforma: tanto en el anteproyecto de Bibiloni, como en el proyecto de 1936 o el anteproyecto de 1954 se sigue el sistema alemán, es decir, se inicia el código con una parte general, para continuar luego con las partes especiales y tratar lo relativo a los contratos en las fuentes de las obligaciones. El denominado proyecto de unificación de la legislación civil y comercial está dividido en 7 libros y también contiene una parte general. Entre los modelos jurídicos que circulan en el sistema jurídico internacional no se puede obviar la consideración de la convención de las naciones unidas sobre contratos de compraventa internacional de mercaderías, aprobada por las naciones unidas en el año 1980 en Viena. Si bien contiene normas que rigen en las relaciones internacionales, ha influido como modelo jurídico en los derechos internos de los países que asumieron la reforma de sus códigos. En la argentina fue ratificada mediante la ley 22765 y ha sido tenido como fuente en todos los proyectos de reforma. Su influencia en el titulo contratos en general del CCC ha sido notoria porque el legislador argentino pudo recurrir a la convención dado que contiene una sintética teoría general, que sus redactores debieron incorporar. Pueden también considerarse los “principios sobre los contratos comerciales internacionales”, elaborados por el instituto internacional para la unificación del derecho privado (UNIDROIT) se trata de un catálogo de principios generales aplicables a los contratos de comercio internacional, que se ofreció a fin de que este pueda recurrir a un derecho elaborado por juristas y no solo por los usos y costumbres que vienen impuestos por lo general por los sujetos económicos interesados. Es importante reseñar las iniciativas de la unión europea para elaborar un derecho común de contratos. En 1989, el parlamento europeo adopto una decisión relativa a la redacción de un “código europeo de derecho común de contratos” para moderar la tendencia creciente al dictado de directivas específicas. Desde entonces se han elaborado numerosos trabajos, muchos de los cuales contaron con el aval oficial; sin embargo, ninguno supero la etapa de proyecto. Podemos citar por su importancia los principios de derecho europeo del contrato, elaborados por la comisión Lando, este documento tiene una estructura análoga a los principios sobre los contratos comerciales internacionales de UNIDROIT. No pretende ser un sistema sino un conjunto de estándares básicos para regular el contrato en el ámbito de la unión europea. Cabe destacar el “código europeo de los contratos” elaborado por la academia de iusprivatistas europeos, con sede en Pavía. Se unifica el derecho civil y comercial en materia contractual. Se incluye la teoría general del contrato, normas sustanciales de la teoría de las obligaciones y la regulación de numerosos contratos particulares. Tuvo como fuentes principales el código civil italiano de 1942 y el contract code elaborado por Harvey McGregor en Inglaterra. Punto 7. El contrato como título del derecho real. Tiene por fin transmitir o constituir el derecho real. La teoría se aplica únicamente cuando se trata de la adquisición derivada y por actos entre vivos de derechos reales que se ejercen por la posesión. El titulo solo crea la posibilidad jurídica que se hace efectiva cuando se agrega el modo. El título es la causa remota (acto jurídico obligatorio) y el modo la causa próxima (acto jurídico real). El titulo suficiente es el máximo título que podemos tener en el ámbito del derecho, es el acto jurídico revestido de formas establecidas por la ley, que tiene por fin transmitir o constituir el derecho real (requisitos de fondo: legitimación, es decir, que sea dueño y que sea capaz, mayor de 18 años; requisito de forma: la escritura). El modo es el acto jurídico de naturaleza real por la cual se va a perfeccionar el derecho real. Justo título es el que cumple con la forma, pero no con el fondo; título putativo es un título que no existe. Derechos reales de origen legal: no hay dos sujetos que se vinculen entre sí, sino que se adquiere por mero efecto de la ley: los condominios con indivisión forzosa perdurable de accesorios indispensables de uso común (escaleras, pasillos); muros cuando el cerramiento es forzoso.