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(1919-1920)
Bien podríamos hablar del fin del rescate bancario (el rescate de personas ni ha
comenzado ni se le espera); del fiscal Anticorrupción Pedro Horrach (que
más que fiscal parece el abogado de la Infanta); del juicio por el naufragio del
Prestige (y los hilillos de plastilina de Mariano Rajoy) o de la basura de Ana
Botella, pero no lo vamos a hacer. Nuestro escaso tiempo lo vamos a dedicar a
cosas de rojos.
Si hace poco tratábamos el tema del partido político en Marx, queremos seguir
profundizando por ese camino, que nos conduce a la problemática de la
organización de la clase obrera. Unos cuantos años antes que nosotros, al calor
de la influencia de la Revolución Rusa, otros ya debatieron sobre eso. Por
ejemplo, Antonio Gramsci y el grupo de L’Ordine Nuovo. No te pierdas el
interesante trabajo de Steven Forti, becario en la UAB y miembro del CEFID,
que se publicó en el nº 191 de Nous Horitzons y hemos traducido del catalán.
Pero…, ¡no perdamos más tiempo!
Por otro lado, era inversamente proporcional la vía que se tenía que seguir y
consecuentemente la crítica planteada contra el proyecto bombacciano. ¿Con
qué se puede hacer iniciar la revolución? Para Bordiga aquello que se tenía que
constituir inmediatamente era el Partido Comunista, el partido secta de clase:
los Consejos de Fábrica tienden al reformismo y favorecen la contrarrevolución
si el poder político no está en manos del proletariado (16). Para Gramsci y
compañía, la propaganda para la constitución inmediata tenía que ser a favor de
los Consejos de Fábrica: los sóviets están destinados a precipitarse en el vacío
sin la transformación económica previa de la sociedad y de las relaciones
sociales en su sustancia. Con una deliberación de partido no era concebible
iniciar la creación de una sociedad nueva. El Partido es una institución política
que, como el sóviet, atraía poco la atención del grupo turinés puesto que era
“externa al ‘lugar central’ del choque de clases en marcha”: la visión
ordinovista del partido “tiende constantemente a privilegiar el elemento
espiritual de la ‘conciencia’ sobre el elemento funcional de ‘el
instrumento’”. (17)
Cuando se lee a Bordiga en los meses del “bienio rojo” parece que se trata de
un enviado bolchevique en Italia: la sintaxis es clara, la forma ágil, los
contenidos claros. Sus intervenciones ponen de manifiesto una absoluta
perfección en cuanto a la precisión terminológica y teórica. (18) Aun así, la
claridad no era sólo una virtud de Bordiga. Ya antes de tratar a fondo la
cuestión de los sóviets, en febrero, l’Ordine Nuovo había presentado el resumen
de su pensamiento en cinco tesis. Se hacía hincapié en el binomio masa-
economía. La revolución fracasaría si no se trataba de un movimiento de masas:
esta tenía que “partir de la intimidad de la vida productiva”. Su base real no la
daban los Sindicatos, ni tan sólo las Secciones del Partido, sino un movimiento
que “tienda a educar los productores por autogobernarse, en el puesto de
trabajo” y que “se concreten de una forma orgánica permanente”. Así, “los
sóviets tienen que ser formación de masas vinculada estrechamente con los
órganos estructurales de la nueva economía comunista libre. Sólo si se
acercan a la economía, se convertirán en organismos vitales y dejarán de ser
simples conciliábulos políticos”. (19)
La constitución de los Consejos de Fábrica era, pues, el único inicio posible para
la afirmación comunista en Italia.