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Gramsci durante el Bienio Rojo 

(1919-1920)
Bien podríamos hablar del fin del rescate bancario (el rescate de personas ni ha
comenzado ni se le espera); del fiscal Anticorrupción Pedro Horrach (que
más que fiscal parece el abogado de la Infanta); del juicio por el naufragio del
Prestige (y los hilillos de plastilina de Mariano Rajoy) o de la basura de Ana
Botella, pero no lo vamos a hacer. Nuestro escaso tiempo lo vamos a dedicar a

cosas de rojos.
Si hace poco tratábamos el tema del partido político en Marx, queremos seguir
profundizando por ese camino, que nos conduce a la problemática de la
organización de la clase obrera. Unos cuantos años antes que nosotros, al calor
de la influencia de la Revolución Rusa, otros ya debatieron sobre eso. Por
ejemplo, Antonio Gramsci y el grupo de L’Ordine Nuovo. No te pierdas el
interesante trabajo de Steven Forti, becario en la UAB y miembro del CEFID,
que se publicó en el nº 191 de Nous Horitzons y hemos traducido del catalán.
Pero…, ¡no perdamos más tiempo!

GRAMSCI DURANTE EL BIENIO ROJO (1919-


1920)
LA POSICIÓN DE L’ORDINE NUOVO EN EL DEBATE SOBRE LOS
SOVIETS Y LOS CONSEJOS DE FÁBRICA EN ITALIA
Steven Forti
El periodo comprendido entre el final de la Gran Guerra y la Marcha sobre
Roma (1918-1922) se califica normalmente como la “crisis del Estado liberal” y
“el origen del fascismo”: la investigación histórica de las décadas postfascistas
han analizado principalmente aquel giro complejo de la historia política italiana
según una de estas dos perspectivas (1). En aquel lustro sobresale con
intensidad el bienio 1919-1920, recordado y estudiado como el momento de
máximo protagonismo del movimiento obrero. Pero el tan mitificado “bienio
rojo” a menudo se explica también con nostalgia como el inesperado
antecedente de los veinte años negros sucesivos. Y a las imágenes de las
invasiones pacíficas de los campos y de las ocupaciones de las fábricas pronto se
encabalgan las imágenes de la violencia de las brigadas fascistas. Al mismo
tiempo, pues, el “bienio rojo” se ve como posible cuna e inequívoco féretro de la
revolución socialista italiana.
Del “bienio rojo” se ha hablado y escrito mucho, igual que de los orígenes del
Partido Comunista Italiano y del grupo ordinovista (2). Pero a pesar de que se
haya dicho mucho, todavía no se ha hablado bastante respecto de algunas
cuestiones. Entre ellas, la principal indudablemente, es la cuestión de los sóviets
y el debate sobre su constitución en Italia a principios del año 1920. Pararse en
esta problemática, analizándola a fondo, resulta imprescindible para llegar a
una comprensión lo más completa posible del “bienio rojo” en su conjunto. Leer
entre líneas las intervenciones y los artículos de los diferentes dirigentes
socialistas italianos –con la vista también puesta en las teorizaciones de los
padres de la revolución rusa– ofrece una doble posibilidad. En primer lugar,
hace inteligible el pensamiento y la acción política del principio de la posguerra,
poniendo de relieve las palabras del orden sin las cuales no sería posible abrir
las puertas de la historia política de aquel periodo (3). En segundo lugar, en el
ámbito socialista más constreñido, permite reconocer las diversas almas del
socialismo italiano antes de la primera escisión de Livorno (enero de 1921) (4):
como un cirujano, la cuestión soviética secciona el gran cuerpo socialista,
ofreciendo la oportunidad a las diferentes corrientes de mirarse a la cara y de
declararse. Cuando hablan de
sóviet, Bordiga, Serrati, Togliatti, Gramsci, Bombacci, etc. desgranan sus
concepciones de la Revolución, explicándola punto por punto, paso por paso. El
debate sobre los sóviets, en realidad, es un debate sobre la Revolución, el
Partido, los Consejos de los Trabajadores y los Sindicatos: un debate, pues,
sobre qué es el socialismo y qué son sus caminos después del Octubre
bolchevique.
El dirigente ordinovista Alfonso Leonetti, comentando en los primeros años
de los años setenta el debate político y teórico interno del movimiento obrero de
aquellos años, escribía que también en Italia el problema de los sóviets –“el
problema de encontrar” la forma práctica que permitiera al proletariado
ejercitar su dominio””– se había convertido en el tema central de cualquier
reunión obrera y de la prensa socialista. “Los trabajadores de las oficinas o de
los campos lo habían entendido todo sólo, escribiendo en todos los muros de
Italia la palabra”sóviet”.[…] Pero en las esferas dirigentes y en la prensa
socialista sólo había confusión”. (5)
Efectivamente, Leonetti tenía razón, tanto en cuanto a la confusión reinante
dentro del Partido Socialista Italiano como por la centralidad del debate sobre
los sóviets. (6) Desgraciadamente, después de la fuerte derrota sufrida por el
movimiento obrero italiano, en los largos años de exilio y de la Primera
República, no se han tratado mucho estas cuestiones: los sóviets y toda la gran
actividad teórica y propagandística llevada a cabo cayeron pronto en el olvido, y
acabaron siendo un recuerdo vago, un error de recorrido, fruto de la luz
emanada por la Rusia soviética. El organismo sobre cuya instauración estaban
todos más o menos de acuerdo según principios de 1920 quedó totalmente
desbancado en la búsqueda teórica e histórica sucesiva del Consejo de Fábrica.
Cómo apuntan A. Benzoni y V. Tedesco, este último tuvo el mérito tanto de
ser estudiado con más profundidad cualitativa por un grupo homogéneo
(l’Ordine Nuovo [el Nuevo Orden]) cómo de ser puesto en práctica en la
realidad de la fábrica (sobre todo en Turín). (7)
Pero a pesar de todo lo que se ha escrito sobre el grupo ordinovista y Gramsci
durante el “bienio rojo”, todavía hay muchas cuestiones que no se han tratado
con suficiente claridad. Así pues, ver con una lente de aumento la posición de
los compañeros de Turín en el intenso debate que ocupó las primeras páginas de
los diarios y de las revistas socialistas entre enero y abril de 1920 resultará sin
duda heurísticamente interesante, al menos por razones de dos tipos. La
primera es que permite conocer de forma completa la concepción que el
socialismo tenía de l’Ordine Nuovo del “bienio rojo”. La segunda es que ofrece
nuevas pistas para el estudio sobre los primeros años de vida del PCI y sobre el
desarrollo sucesivo de las reflexiones teóricas gramscianas.

Así pues, en estas páginas se tomarán en consideración los artículos que el


grupo ordinovista escribió respecto del debate ignorado alrededor de la
constitución de los sóviets en Italia. El debate se inició por Nicola
Bombacci (8), entonces secretario político del PSI, con la lectura de un
proyecto de constitución de los soviets en Italia en el Consejo Nacional del PSI
en enero de 1920 (9). Entre enero y abril todas las corrientes del todavía amplio
Partido Socialista van tomando posiciones a partir del
proyecto Bombacci: Bordiga y la Facción Abstencionista, Il Sóviet de
Nápoles, Bombacci y Gennari en l’Avanti! y La Squilla de Bolonia, Serrati y
los maximalistas unitarios en l’Avanti!, el agente
bolchevique Niccolini en Comunismo y el grupo de Gramsci en l’ Ordine
Nuovo de Turín. La referencia a menudo era el proyecto de Bombacci, pero
aquello que se decía iba mucho más lejos. En las respuestas y en las duras
críticas de este proyecto se condensa la concepción del socialismo y de la
revolución del grupo de Turín y se pueden encontrar in nuce las líneas
principales del pensamiento político vanguardista de Gramsci, que en los
setenta sabrán revaluar con atención, con la voluntad de ponerlo en
práctica. (10)
En Turín, al contrario de los otros centros del socialismo italiano, se pensaba y
se actuaba de forma diversa. No faltaba ni la claridad ni la conciencia, ni tan
sólo una reflexión atenta. El grupo ordinovista razonaba sobre la revolución
rusa, se interrogaba sobre las cuestiones que había abierto el Octubre. Hojear
los números de 1919 y de 1920 de l’Ordine Nuovo muestra una realidad
particularmente receptiva a las innovaciones del pensamiento y de la práctica,
nacional e internacional. Esta fue una fase de gran importancia en la formación
de Antonio Gramsci: desde la fundación de l’Ordine Nuovo en mayo de 1919,
las reflexiones políticas y teóricas del socialista sardo tomaron un tono de una
profundidad notable. (11)
La dimensión a la que se hace referencia era diferente en comparación con las
diversas almas del PSI. No era el Partido (cómo para Bordiga), ni los sóviets
(cómo para Bombacci): era el Consejo de Fábrica la idea a la cual se aspiraba y
la realidad que se buscaba. Era una elección deliberada y perfectamente
consciente, y no incomprensión de las enseñanzas rusas. Una enseñanza leída a
través la experiencia de Turín: las palabras de los bolcheviques se plasmaban en
la concreción de los Consejos de Fábrica. El movimiento turinés, que tuvo su
primera afirmación en septiembre de 1919 con el nacimiento del consejo de
fábrica en la “Brevetti FIAT”, “se vinculaba al modelo soviético lejano, pero
traía en su seno[…] elementos de la tradición sindicalista y del ideal de los
”consejos de productores””. (12)
Los artículos de Gramsci, Terracini, Togliatti y Tasca no parecen
particularmente invadidos por el mito ruso. Se ve más bien un estudio atento,
referencias sensatas sobre la dimensión soviética. Es imprescindible, en este
periodo histórico, leer a los bolcheviques (los primeros revolucionarios
victoriosos) y reflexionar a través las categorías del paradigma de la Revolución
Victoriosa, si se quiere pensar la política. Y Gramsci y los otros leían
frenéticamente a los rusos, publicaban sus textos y a menudo los citaban.
Sufrieron –como todos– aquel síndrome que afecta a los discípulos de una
nueva religión: se consideraban los únicos capaces de comprender
correctamente las enseñanzas del maestro. Así, en el momento en que se los
criticaba y se los acusaba, tiraban anatemas contra los compañeros pidiéndoles
si realmente conocían y habían meditado con atención y profundidad las tesis
de Lenin, Zinoviev o Radek. Mencionar y citar la doctrina para no ser
considerados herejes. Igual que hacían los otros líderes
socialistas: Bordiga, Serrati y, retóricamente, Bombacci.
Así pues, en Turín la perspectiva era diferente. Una perspectiva económica, una
perspectiva marxista y comunista. El problema de la revolución era el de
“convertir en revolucionaria, de forma permanente, una gran masa humana”.
No se trataba de un problema de propaganda oral y de proselitismo de partido
como para el socialista de 1848 y de la “Segunda Internacional”, sino más bien
un problema de transformación del organismo social. Desde una perspectiva
fielmente marxista, realmente comunista, el problema era “crear un sistema
orgánico que conduzca a los hombres a entrar de forma espontánea, por la
misma evolución que están viviendo las relaciones sociales con el impulso de
las fuerzas que rigen todo el organismo de la sociedad.” (13) Palmiro
Togliatti, en dos artículos con un mes de diferencia, expone las posiciones de
l’Ordine Nuovo sobre la constitución de los sóviets en Italia: tomar la palabra en
el debate sobre los sóviets era una manera de exponer la manera propia de
llegar al socialismo. Desde una perspectiva opuesta a la bordighiana se criticaba
radicalmente aquel tipo de vía intermedia hacia la revolución que era el
proyecto Bombacci; este proyecto, pleno de errores teóricos, intentaba
conciliar la enseñanza rusa y la experiencia italiana, con un partido político y
unas organizaciones que ya existían en el movimiento obrero. Antes
de Togliatti, Angelo Tasca y Umberto Terracini ya habían tomado la
palabra sobre este tema. El 18 de octubre de 1919 Tasca anticipó el debate
sobre la cuestión soviética en un artículo de comentario del XVI Congreso
Nacional del PSI  (Bolonia, octubre de 1919). Al reintroducir la presencia del
término “violencia” como leimotiv en las deliberaciones del Congreso, el
fundador de l’Ordine Nuovo condenó duramente el maximalismo –definido
como “nulista” y no “realizador”– y demolió las referencias a los consejos de
trabajadores (Soviet) realizadas en el nuevo programa del PSI (14). Tras la
lectura del proyecto de Bombacci, Terracini fue el primero de los
ordinovistas en explicitar la posición propia. La condena de la propuesta
bombacciana era absoluta: la única solución, según el abogado turinés, era la de
dirigirse a la masa, dejar el estado burgués y transferir su centro de acción a la
fábrica y al campo, el centro de la vida de la futura República Comunista. (15)
En Nápoles, la palabra de orden del partido político comunista era la que
dictaba las leyes. En Turín, era el Consejo de Fábrica, experiencia tangible y ya
testada, quien actuaba como iniciador de la revolución. Las premisas eran las
mismas: invariable la deuda hacia los padres mitificados de la revolución rusa,
evidente el llamamiento a la fidelidad de la doctrina marxista –en este caso
concretamente en la política como súperestructura–, clara la diferenciación
entre los soviets y los Consejos de Fábrica y la contrariedad a la inmediata
constitución de los organismos soviéticos. Y se llegaba a las mismas
conclusiones, tanto en una perspectiva feliz –la dictadura del proletariado y la
sociedad comunista– como infeliz –no seguir el camino propuesto habría
matado el espíritu revolucionario y a hacer fracasar la revolución proletaria.

Por otro lado, era inversamente proporcional la vía que se tenía que seguir y
consecuentemente la crítica planteada contra el proyecto bombacciano. ¿Con
qué se puede hacer iniciar la revolución? Para Bordiga aquello que se tenía que
constituir inmediatamente era el Partido Comunista, el partido secta de clase:
los Consejos de Fábrica tienden al reformismo y favorecen la contrarrevolución
si el poder político no está en manos del proletariado (16). Para Gramsci y
compañía, la propaganda para la constitución inmediata tenía que ser a favor de
los Consejos de Fábrica: los sóviets están destinados a precipitarse en el vacío
sin la transformación económica previa de la sociedad y de las relaciones
sociales en su sustancia. Con una deliberación de partido no era concebible
iniciar la creación de una sociedad nueva. El Partido es una institución política
que, como el sóviet, atraía poco la atención del grupo turinés puesto que era
“externa al ‘lugar central’ del choque de clases en marcha”: la visión
ordinovista del partido “tiende constantemente a privilegiar el elemento
espiritual de la ‘conciencia’ sobre el elemento funcional de ‘el
instrumento’”. (17)
Cuando se lee a Bordiga en los meses del “bienio rojo” parece que se trata de
un enviado bolchevique en Italia: la sintaxis es clara, la forma ágil, los
contenidos claros. Sus intervenciones ponen de manifiesto una absoluta
perfección en cuanto a la precisión terminológica y teórica. (18) Aun así, la
claridad no era sólo una virtud de Bordiga. Ya antes de tratar a fondo la
cuestión de los sóviets, en febrero, l’Ordine Nuovo había presentado el resumen
de su pensamiento en cinco tesis. Se hacía hincapié en el binomio masa-
economía. La revolución fracasaría si no se trataba de un movimiento de masas:
esta tenía que “partir de la intimidad de la vida productiva”. Su base real no la
daban los Sindicatos, ni tan sólo las Secciones del Partido, sino un movimiento
que “tienda a educar los productores por autogobernarse, en el puesto de
trabajo” y que “se concreten de una forma orgánica permanente”. Así, “los
sóviets tienen que ser formación de masas vinculada estrechamente con los
órganos estructurales de la nueva economía comunista libre. Sólo si se
acercan a la economía, se convertirán en organismos vitales y dejarán de ser
simples conciliábulos políticos”. (19)
La constitución de los Consejos de Fábrica era, pues, el único inicio posible para
la afirmación comunista en Italia.

La semana siguiente, Togliatti desolló –hasta tocar el hueso– el proyecto


de Bombacci. El dirigente ordinovista sostenía que el razonamiento de base se
desprende del postulado que “los sóviets están en la base del Estado socialista”.
Simplificando, según Togliatti, “los sóviets son el Estado socialista” con el
corolario “crear el Estado socialista quiere decir hacer la revolución, y para
hacer la revolución es necesario, por lo tanto, crear los sóviets”. Si la lógica era
exacta de un punto de vista formal, ¿qué valor y qué significado se tenía que dar
a los términos empleados? Como Bordiga y como los enviados
bolcheviques Niccolini y Humbert-Droz, también el futuro
compañero Ercoli analizaba la diferencia entre forma y sustancia: “la
concepción que implica la realización de una revolución en la creación de un
Estado es exacta en nuestra opinión […]. Pero qué es un Estado? Está la forma
del Estado y está la substancia. La forma es la red de las instituciones en las
cuales entran los hombres para operar como hombres políticos.”
Empleando como modo de comparación el Estado burgués, Togliatti sostenía
que, según la ley tan empleada de los recursos históricos, el futuro Estado
proletario tendría que haber sufrido el mismo proceso evolutivo. Por lo tanto,
dado que “antes de cambiar la forma del Estado, los burgueses habían
modificado la sustancia, habían modificado la constitución de la comunidad
civil y después habían pensado en las ”Constituciones”….”, tenía que suceder lo
mismo para los proletarios. Así pues, era necesario pensar construir el estado
socialista, pero era inútil la tarea si no se consideraba como “un ejercicio de una
acción continúa y orgánica directa para modificar la naturaleza de las
relaciones sociales. El Sóviet es para nosotros, cómo ha sido el Parlamento
para los burgueses, un punto de llegada, es la estructura política extrema de la
sociedad.”
Por otro lado, Bombacci quería que se hiciera “el camino inverso, partir del
resultado antes de tener las premisas y las condiciones del mismo”.
Como Bordiga, también Togliatti recuperaba de las enseñanzas
del Lenin de El Estado y la Revolución la doctrina marxista pura para dibujar
la manera en la cual tenía que darse la revolución y de plasmarse el Estado
socialista. Y para desmontar de forma creíble el proyecto bombacciano.
Según Togliatti, a pesar de que se utilizara la palabra revolución y las frases
que remitían a una concepción marxista del futuro social, “el proyecto no es ni
revolucionario ni marxista, es un ejercicio que no puede tener más valor que el
de una construcción jurídica anticipada”.
“Marx nos había enseñado que el derecho no es una
superestructura: Bombacci se contenta con la superestructura; Marx nos
había enseñado que la revolución es un proceso de desarrollo y de
transformación de las relaciones sociales […]: Bombacci se contenta con la
forma. Y la Revolución […] ocurre para él en una palabra, una sombra: los
órganos revolucionarios que querría crear son la sombra de una
sombra.” (20) Por tanto, ¿cuál era la solución por la que no se construyeran
sólo planes y la sombra de Marx no nos sugiriera “que el constructor de los
”planes” es un contrarevolucionario”? Era necesario hacer una acción concreta:
“ejercitar una influencia orgánica sobre esta conciencia y sobre esta voluntad
[de los individuos] que se forman y se desarrollan en el mundo económico, en
el mundo de la producción”. El periodo de la lucha de clases se había
caracterizado por la resistencia, originada en el mismo lugar de trabajo: en la
fábrica, en el campo, la lucha de clases era una cosa concreta. Y ahora como
entonces, en el momento de la conquista que anticipa la reconstrucción, se tenía
que partir del puesto de trabajo, del lugar donde había empezado la resistencia.
“Ser concretos hoy quiere decir para nosotros ayudar en este pasaje, en esta
transformación: hacer que en el puesto de trabajo la lucha de clases acontezca
creadora de nuevas relaciones sociales, y que [continúe siendo] la acción de las
masas que operan en el ámbito de la producción.”
El “plan” correcto de la reconstrucción se encontraba “en la realidad misma de
la vida económica”. En la fábrica, esto era evidente gracias a la construcción de
un organismo en el cual cada parte estaba ligada a una unidad orgánica, pero
también en el Estado y a nivel internacional “el desarrollo mismo de la
economía tiende a convertir a los hombres en parte e instrumento de un
organismo” donde se empiezan a realizar “las condiciones del paso a un
sistema económico solidario”. Según Togliatti, era necesario educar los
productores para que se apropiaran del “plan” comunista, es decir
“es [era] necesario educarlos para autogobernarse”.
En el proyecto del secretario político del PSI N. Bombacci se diferenciaban
con claridad los sóviets de los Consejos de Fábrica, intentando poner en una
relación orgánica ambos organismos. Sin embargo, para el futuro presidente del
PCI, haciendo esto “los obreros están en el Consejo de Fábrica naturalmente
como productores, pero en los sóviets de Bombacci entran como hombres
con un determinado programa político”. Los sóviets quedarían reducidos, pues,
en la realidad, a ser duplicados, con una base más vasta, de las Secciones del
Partido, sin ninguna posibilidad de desarrollo nuevo y diverso de aquel que
tendría que tener normalmente el Partido.
“En el Consejo de Fábrica y, en general, en la organización para la unidad y
para el puesto de trabajo queda claro que nos encontramos ante la aplicación
de un principio nuevo. […] Se sigue una nueva táctica, que plantea las bases de
una organización natural de masas, que tiene que surgir y desarrollarse en el
terreno mismo de la producción.”
En el proyecto Bombacci, finalmente, se afirmaba que la conciencia “de ser
rivales de los amos” ya existía en un número de productores suficiente como
para crear una “gran red de organismos estatales” mientras que en la
concreción de la constitución de los Consejos de Fábrica “se reconoce que hasta
que esta conciencia no se afirme universalmente en el puesto de trabajo es
inútil hablar de constitución de un nuevo Estado”. Por lo tanto, la acción en
aquella difícil coyuntura tenía que ser crear y reforzar esta conciencia para que,
en el puesto de trabajo, “se diera la transformación de la conciencia de los
productores con voluntad constructiva, […] capaces de crear un Estado”. (21)
Las críticas al proyecto bombacciano se incluían en la óptica de una
reafirmación limpia de la perspectiva ordinovista y de la del grupo turinés en las
fábricas, ratificada en abril por Alfonso Leonetti (22). El joven dirigente
comunista corroboró la necesidad de traer la discusión a su lugar natural, entre
los obreros, en las fábricas, abandonando proyectos inútiles y polémicos. “Hoy
no existe un pueblo, como en la época de Moisés, al cual se pueda dictar las
tablas de su ley desde una montaña.” El error innato del
proyecto Bombacci –“que es su condena; su muerte”– era lo de proponer
esquemas de leyes: esto “es fruto del estudio de un individuo, no de la
colectividad […], destinado a caer en el nada, puesto que no encuentra en las
masas […] el humus que asegura la continuidad lógica de su existencia”. Por lo
tanto, se tenía que crear, antes de la Constitución, los órganos de ésta
mediante el esfuerzo de toda la colectividad que actúa en el ámbito de la
fábrica. La mentalidad autoritaria de quien propone individualmente desde
arriba “es la negación de cualquier doctrina revolucionaria”. La vía que se
tenía que seguir era, pues, aquella donde la clase obrera había hecho suyo el
problema de la creación de los órganos del Estado socialista, cosa que ya se
había hecho en Rusia, en Alemania, pero también en la misma Italia.
“Esto demuestra como el problema de los sóviets y de los Consejos puede
resolverse de forma adecuada sólo en el lugar de la producción, que es su sede
natural.” La confusión existente entre los sóviets y los Consejos de Fábrica era
una prueba más, para Leonetti, que los proyectos no servían por establecer
aquello que no era posible establecer a priori. Los obreros “nos abren el paso y
nos reclaman” a la realidad revolucionaria, moviéndose “en el terreno concreto
de la experiencia”: el Consejo de Fábrica los concienciaba que “el Estado
socialista empieza a construirse desde la fábrica” y “la educación
revolucionaria que prepara el nacimiento y la formación del Estado de los
sóviets”. Leonetti reafirmaba finalmente dos conceptos muy cercanos a la
concepción ordinovista: que la fábrica y el campo son los primeros núcleos del
Estado de los Consejos y que “los obreros tendrán que educarse en el
autogobierno”, para que la oficina sea la primera experiencia para el futuro
gobierno del Estado.
En abril, fue el mismo Gramsci quién intervino en la discusión, con un artículo
no firmado en l’Ordine Nuovo, en respuesta a los artículos de Carlo Niccolini
(23). Este había acusado a los ordinovistas de graves errores respecto de los
comités de fábrica: su concepción habría sido en el fondo reformista y habría
diseminado ilusiones nocivas entre el proletariado. De la pluma del socialista
sardo salió una defensa apasionada de las palabras y de los hechos del grupo de
l’Ordine Nuovo. Gracias a su empujón, los obreros turineses sabían que “la
conquista de la fábrica no puede sustituir la lucha para la conquista del poder
político o precederla” y lo han entendido “experimentalmente, a través de las
discusiones y la práctica de los Consejos de fábrica”. Es por eso que l’Ordine
Nuovo insiste tanto en este nuevo organismo del proletariado. Así pues, “¿ha
sido informado el compañero Niccolini seriamente sobre las discusiones que
se han llevado a cabo en Rusia sobre las instituciones de la fábrica? ¿Conoce
las opiniones de los teóricos de la Tercera Internacional sobre estas
instituciones? […] Nosotros estamos convencidos que el
compañero Niccolini no conoce ni la práctica de los compañeros rusos, ni la
práctica de los compañeros turineses”. (24)
Lo que nos podemos preguntar es cuánto se conoce realmente sobre las
discusiones y las realizaciones de los bolcheviques en Italia (y en Europa)
durante el “bienio rojo”. Ya es un hecho aceptado el notable retraso y la patente
deformación de las informaciones presentes en los vínculos entre la Rusia
soviética y Europa (25), sin contar la divergencia existente entre aquello que se
decía y aquello que se hacía por parte de los bolcheviques desde el nacimiento
del Estado soviético, es decir, entre la propaganda que se hacía en el exterior y
aquello que realmente sucedía dentro de Rusia (26). H. König (y la crítica
académica) han insistido en este punto: todo aquello que razonaban y
teorizaban respecto del sóviet, Partido y Revolución, ya sea l’Ordine Nuovo o Il
Sóviet en el primer año de vida de la Internacional Comunista, se hacía sin
conocimiento de la realidad soviética y sin la actualización de los cambios de las
directivas políticas en las altas esferas del nuevo estado bolchevique, en aquel
período tan cambiante (27). Esto, a pesar de poner de manifiesto la posible
fragilidad de algunos espaldarazos y de algunas coberturas de las teorizaciones
ordinovistas, no lleva importancia a la creatividad política del grupo de Turín. Si
a la línea gramsciana del bienio rojo se le puede imputar la ausencia de debate
sobre la Guerra y el retraso en el debate sobre el Partido, se le tiene que otorgar,
aun así, el mérito de haber, al menos de forma embrionaria, anticipado algunas
características que han acontecido patrimonio común de la izquierda italiana en
la segunda posguerra:
“la conciencia de la relación dialéctica entre clase y partido; la autonomía
creativa de la confrontación en activo en las estructuras productivas; […] la
definición de un sistema de un sistema de valores alternativo; […] el
redescubrimiento de la autonomía del momento social respecto de la
representación que hacían las fuerzas políticas” (28)
NOTAS
1. Ver, por ejemplo, la obra fundamental de Roberto Vivarelli, Storia delle
origine del fascismo. L’Italia della grande guerra alla marcia su Roma (2 vol.),
Bologna, Il Mulino, 1991 o el estudio de una realidad local importante como por
ejemplo Bolonia, Nazario Sauro Onofri, La strage di palazzo de Accursio.
Origino e nascita del fascismo bolognese 1919-1920, Milano, Feltrinelli, 1980.
2. Ver, entre la infinidad de textos publicados sobre el “bienio rojo” y sobre los
orígenes de los Partido Comunista Italiano, Franco De Felice, Serrati,
Bordiga, Gramsci e il problema della rivoluzione in Italia, 1919-1920, Bari, De
Donato, 1971; Giuseppe Maione, Il bienio roig. Autonomia e spontaneità
operaia nel 1919-1920, Bologna, Il Mulino, 1975; Paolo Spriano, Storia del
Partito Comunista Italiano. 1. Da Bordiga a Gramsci, Torino, Einaudi,
1967; Luigi Cortesi, Le origine del PCI, Roma-Bari, Laterza, 1977.
3. Para una perspectiva de historia de la política que tenga en consideración las
palabras y las acciones de los actores políticos en una determinada situación
política, ver Valerio Romitelli, Mirco Degli Esposti, Quando si è fatto
politica in Italia? Storia di situazioni pubbliche, Catanzaro, Rubbettino, 2001,
pp. 19-73.
4. Una rápida, pero interesante panorámica sobre la transición entre
PSI[Partido Socialista Italiano] y PCd’I [Partido Comunista de Italia] y sobre sus
respectivas concepciones de la revolución en Serge Noiret, Il partito di
demasiado massimalista dal PSI al PCd’I, 1917-1924: la scalata alle istituzioni
democratiche, in Fabio Grassi Orsini, Gaetano Quagliarello (cur.), Il
Partito politico dalla grande guerra al fascismo. Crisis della rappresentanza e
riforma dello Stato nell’età dei sistemi politici di massa (1918-1925), Bologna, Il
Mulino, 1996, pp. 909-965.
5. Antonio Gramsci, Amadeo Bordiga, Dibattito sui Consigli di fabbrica,
introducción de Alfonso Leonetti, Roma, Savelli, 1973, p. 9.
6. Otros dos protagonistas importantes del “bienio rojo”, con distancia de
algunos años, reconocerán el mismo mix de confusión y de centralidad de la
cuestión sovietista. Ver, Pietro Nenni, Il diciannovismo, Milano, Edizioni
Avanti!, 1962, p. 91; Angelo Tasca, La nascita del fascismo, prefazione di D.
Bidussa, Torino, Bollati Boringhieri, 2006, pp. 15-17.
7. Alberto Benzoni, Viva Tedesco, Sóviet, Consigli di fabbrica e
“preparazione rivoluzionaria” del PSI (1918-1920), “Problemi del socialismo”,
1971, pp. 189-190.
8. Para la interesante trayectoria política de N. Bombacci, del socialismo al
fascismo, ver Serge Noiret, Massimalismo e crisis dello stato liberale. Nicola
Bombacci (1879-1924), Milano, Franco Angeli, 1992; Guglielmo
Salotti, Nicola Bombacci da Mosca a Salò, Roma, Bonacci, 1986.
9. Sección Socialista de Pistoia, Por la costituzione dei Sóviet. Relazione
presentata al Congresso Nazionale da Nicola Bombacci, Pistoia, Tipografía
F.lino Cialdini, 1920.
10. Entre los numerosos estudios dedicados al pensamiento
de Gramsci publicados en España durante los años setenta y ochenta,
ver Giorgio Bonomi, Partido y revolución en Gramsci y la teoría
gramsciana del Estado, Barcelona, Avance, 1973; Maria-Antonietta
Macciocchi, Gramsci y la revolución de Occidente, Madrid, Siglo XXI,
1976; Cesáreo Rodríguez-Aguilera de Prat, Gramsci y la vía nacional al
socialismo, Madrid, Akal, 1985. En cuanto a la actualidad del pensamiento
de Gramsci en los años setenta, ver, entre otros, AA. VV., Oltre Gramsci?,
prefacio de Corrado Belci, Roma, Edizione cinque lune, 1977; Louis Althusser
et alli, Actualidad del pensamiento político de Gramsci, Barcelona, Grijalbo,
1977.
11. Los escritos de Gramsci de esta época se han vuelto a publicar en Antonio
Gramsci, Scritti politici, edición de Paolo Spriano, Roma, Editori Riuniti,
1971 y Antonio Gramsci, Per la verità. Scritti (1913-1926), edición de Renzo
Martinelli, Roma, Editori Riuniti, 1974.
12. Esta es la tesis de Helmut König, Lenin e il socialismo italiano, Firenze,
Vallecchi, 1972, p. 59, que señala que, en 1919, era común tanto para los
socialistas cómo para los populares, combatientes y fascistas el intento de pasar
de un sistema económico capitalista a una organización económica con
reclamos evidentes a la tradición sindicalista.
13. Palmiro Togliatti, La costituzione dei Sóviet in Italia (Dal progetto
Bombacci all’elezione dei Consigli di Fabbrica), “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm.
37, 14 febrero de 1920, p. 291.
14. Angelo Tasca, Impresione del Congresso Socialista, “L’Ordine Nuovo”, a.
I, núm. 22, 18 octubre de 1919, p. 171-173.
15. El proyecto de Bombacci se define como “una marca nítida y muy
especificada de derecho constitucional sovietista”, Umberto Terracini, Il
Consejo Nacional de Florencia, “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm. 35, 24-31 enero de
1920, p. 277-278.
16. Bordiga interviene en el debate con el ensayo Para la constitución de los
consejos obreros en Italia publicado en 5 artículos sobre “El Sóviet” entre el 4
de enero y el 22 de febrero de 1920. Para el pensamiento político de Bordiga en
esta etapa, ver Amadeo Bordiga, Scritti scelti, al cuidado de Franco Livorsi,
Milano, Feltrinelli, 1975, pp. 73-103; F. De Felice, Serrati, Bordiga,
Gramsci, cit., pp. 129-233; Andreina De Clementi, Amadeo Bordiga, Torino,
Einaudi, 1971.
17. A. Benzoni, V. Tedesco, Sóviet, Consigli di fabbrica, cit., “Problemi del
socialismo”, cit., p. 194.
18. Son frecuentes las críticas del teórico sobre su nulo contacto con la realidad.
En el Consejo Nacional de Milán de abril de 1920, el entonces secretario político
del PSI, E. Gennari dirigiéndose a Bordiga dijo: “Y yo querría dirigir algunas
palabras al amigo Bordiga, que quiere ser siempre lógico, impecable, puro como
por ejemplo Parsifal, que quiere estar siempre en el azul del cielo de los
principios, de las teorías, nunca en contacto con el terreno de la realidad, al
amigo Bordiga que denominaría casi San Amadeu el estilita, que medita absorto
en sus teorías sobre una columna, pero que no baja a todas las contingencias, a
todas las necesidades de la lucha […]”, en Il Consejo nacional socialista.
Sesiones tenidas EN mILÁN entre el 18 y el 22 de abril de 1920. Texto
taquigráfico íntegro inédito, Volumen tercero: X-XII asamblea, Milano, Edizioni
del Gallo, octubre 1968, p. 29.
19. La costituzione dei Sóviet in Italia, “El Ordine Nuovo”, a. I, núm. 36, 7
febrero de 1920, p. 285.

20. Palmiro Togliatti, La costituzione dei Sóviet in Italia (Dal progetto


Bombacci all’elezione dei Consigli di Fabbrica), “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm.
37, 14 febrero 1920, p. 291. [Cursiva mía].
21. Palmiro Togliatti, La costituzione dei Sóviet in Italia (Dal progetto
Bombacci all’elezione dei Consigli di Fabbrica), “L’Ordine Nuovo”, a. I, núm.
40, 13 marzo 1920, p. 315. [Cursiva mía].
22. Alfonso Leonetti fue un “periodista proletario” muy activo, que colaboró
hasta el 1918 al Grido del popolo [el Grito del Pueblo] de Gramsci y en la
edición turinesa de l’Avanti!. Ordinovista desde el primer momento, fue uno de
los fundadores del PCd’I de Livorno, distinguiéndose por la obra de
organización de la prensa comunista. Redactor del diario L’Ordine Nuovo y, más
adelante, director de l’Unità, se convirtió, el 1924, en miembro del CC del PCd’I.
Perseguido al final de la vida por los fascistas, el 1926, se quedó en Italia para
gestionar el primer centro interno del partido. En 1928 emigró
clandestinamente en Francia, donde continuó su actividad política y periodística
comunista. F. Andreucci, T. Detti (cur.), Il Movimento Operaio Italiano.
Dizionario biografico (1853-1943), Roma, Editori Riuniti, 1979, vol. IV,
Leonetti Alfonso, p. 97-101.
23. C. Niccolini, alias N. M. Ljubarskij, fue el enviado oficial de la Comintern
en Italia entre el otoño de 1919 y enero de 1921. Inicialmente cercano
a Serrati y crítico con el grupo ordinovista, después del verano de 1920 se
acercó, por indicaciones bolcheviques, a la facción comunista
de Bordiga y Gramsci, favoreciendo la escisión en el XVII Congreso Nacional
del PSI de Livorno. Ver, Antonello Venturi, Rivoluzionari russi in Italia,
1917-1921, Milano, Feltrinelli, 1979, p. 196-258.
24. Antonio Gramsci, Sóviet e Consigli di fabbrica, “L’Ordine Nuovo”, a. I,
núm. 43, 3-10 de abril de 1920, p. 340.
25. Se puede pensar únicamente, a título de ejemplo, en el retraso de la carta
de Lenin sobre la participación en las elecciones políticas generales de los 16 de
noviembre de 1919, datada el 28 de octubre de 1919 y que no fue publicada a
“l’Avanti! hasta el 6 de diciembre. O el retraso, el septiembre de 1920, de las
noticias relativas a la ocupación de las fábricas en Italia, que desembocaron en
un acto tragicómico: las cartas de Lenin a los obreros de las fábricas ocupadas
llegaron cuando ya se habían desmovilizado!
26. Ver, entre otros, Paolo Melograni, Il mito della rivoluzione mondiale.
Lenin tra ideología e ragion di stato (1917-1920), Roma-Bari, Laterza,
1985; Oscar Anweiler, Storia dei Sóviet, 1905-1921, Roma-Bari, Laterza,
1972.
27. Ver también, Silverio Corvisieri, Il Bienio rojo 1919-1920 della Terza
Internazionale, Milano, Java Book, 1970.
28. A. Benzoni, V. Tedesco, Sóviet, Consigli di fabbrica, cit., “Problemi del
socialismo”, cit., p. 651

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