Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El Centauro
El Centauro
II
Vilcapugio
III
De la Pezuela
IV
V
Ayohuma
Cielito
VII
VIII
La posta de Yatasto
IX
Ramírez Orozco1,
a los martirizados altoperuanos,
les promete renovados suplicios.
Toda la sangre, toda,
gota a gota
en la piedra majestuosa
donde el sol arde
deslumbrando
su paso hacia Jujuy
por las estribaciones
1) Juan Ramírez Orozco (Badajoz,1764-Madrid,1852), militar español de larga actuación en el ejército realista,
durante la guerra de independencia americana en el Alto Perú, y que llegó a ser comandante del ejército español en esa
región.
de la cordillera roja.
Grita implacable cabalgando
sobre la magnitud rota
de la sangre patriota,
“aquí traigo a la muerte”
y la ofrece a manos llenas.
Deja su tiniebla
una huella de espanto,
un cráter de odio
a donde marcha.
“Aquí traigo a la muerte”,
toda. Inmensa y tumultuosa
la furia de la muerte
se reparte entre los harapientos
que aún combaten
como les es posible.
El músculo seco
es enterrado vivo,
la arenosa lengua
reducida a golpe de makana
y a garrote vil en el pescuezo.
La esclavitud vuelve
como todo destino.
Saturnino Castro2,
hasta entonces traidor,
es la avanzada
de los conquistadores.
Desbarata el paisaje
piedra a piedra;
cabalga de Vilcapugio
a Ayohuma aniquilando
la libertad conquistada
a fuerza de viejos fusiles
y oxidadas espadas.
Llega a Jujuy
un desdieseis de enero.
Definitivo el silencio
lo recibe rebelde.
¡Traidor!
Se oye en el viento
la condena.
Hijo de América,
siervo de España.
¡Maldita tu espuela,
tu voz, tu hoguera!
El odio flamea
en lo alto. Toda bandera
2) Juan Saturnino Castro y González (Salta, 23 de noviembre de 1782 - Moraya, septiembre-octubre de 1814) fue un
oficial argentino realista que luchó contra las fuerzas independentistas de las Provincias Unidas del Río de la Plata, del
que era originario, teniendo una destacada actuación en la batalla de Vilcapugio. Fue ejecutado por haber intentado
sublevar las tropas americanas del ejército realista a favor de los independentistas.
se carga de odio puro;
extenso y corrosivo
el odio a trote de caballo
desafía al invasor
de este a oeste,
en todas direcciones.
Belgrano había partido
a refugiarse en Salta
y encomendó a Dorrego
guerrear piedra por piedra,
sombra por sombra,
hasta que no quedara nada,
sólo la cicatriz de la tierra
incinerada, la cruzada
esquelética de los jinetes
hasta las últimas sílabas
del himno del pueblo.
Dorrego
Elegía
Salta insurrecta
XI
Zamba
XII
3 Nació en Salta en 1768. Murió en Campo Santa, Salta, en 1850. Participó activamente en la guerra gaucha contra el
invasor español. Fue gobernador de Salta en tres oportunidades.
4 Nació en Salta alrededor de 1790. Combatió en Las Piedras, Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma. Su nombre
figura en la batalla de Puerto del Marqués. Colaboró con Güemes. Murió en Salt en el año 1849.
la perpetua semilla de la guerra gaucha.
XIII
No hay consuelo.
Atado el corazón
tan sólo late roto
como puede. Roto.
Por los largos caminos
la derrota sabe a sal,
al cautiverio de la sangre
en la vasija del muerto
ancestral que aún espera
la libertad amarrado
al barro cocido de su tumba.
Belgrano retrocede.
Lo siguen sombras
de jinetes, la espada
desbocada, la pólvora
húmeda en la noche
de amenazas finales
y el destierro interior
donde el tiempo se aniquila
5 Saturnino Saravia, militar. Nació en Salta en 1789. Combatió en la guerra gaucha. Murió el 18 de enero de 1827.
entre salmos agónicos,
degollados que claman venganza
y el repetido peregrinaje
de la patria atacada.
Aguarda Tucumán
su momento de guerra
bajo un cielo encrespado
y el ovillo de nubes
lleva la propia sangre
que ascendió desde la boca
de los soldados muertos.
A caballo la tiranía
se extiende por doquier,
orgullosa al galope
arroja muertos a su paso
que quedan apostados
entre los desmoronamientos
de los infortunados
que huyen entre aullidos
en sus manos apenas
un trozo de bandera.
Todo parece perdido.
Sólo restan harapos
y lágrimas. Oyen
los que huyen el odio,
el odio que tritura la risa,
la palabra, la substancia
vegetal de la tierra,
el espasmo del viento,
la piedra nutrida
en los tributos del invierno.
La Patria vuelve sobre sus hogueras
y se prepara iracunda.
Pezuela sueña,
se hace a sí mismo
el lujoso homenaje
de cordeles de oro
y galanuras de plata,
flores en la cama,
caudales en las arcas,
manjares en la mesa.
¡Gloria a su majestad!
El rey de las hogueras,
el rey de los dolores,
el rey de los cuchillos.
Pezuela sueña su propia grandeza.
Nada puede detenerlo. Cree.
Hasta Buenos Aires
¿qué fuerza se le opondrá
a sus victoriosos rufianes
que marchan agarrotados
la espada en alto
la Biblia ardiente
en la punta de la pica
donde reposa la última cabeza
cercenada. El invasor
quema a su paso
en nombre de su dios de Europa
hasta el último rincón
donde madura la libertad.
Salta queda huérfana de gobierno,
Pezuela extasiado celebra
una misa a brazo partido.
Mira a Salta desde alturas sangrientas,
la ve tan sola, libre de voces,
de palabras de guerra,
de ropas tendidas al sol
secando la sangre
del último combate
y apura la invasión
al viento, flameando,
el odio de Pizarro revivido.
XIV
XV
Camino a Guchipas,
donde trotan camélidos
colores en la piedra
pintada con los dedos,
queda Dorrego al alba
esperando la suerte de a pie.
San Martín, otra dimensión
de la guerra, repasa
los andrajos de la tropa
que arrastra su fracaso
como a un muerto.
Donde hubo espada no hay filo.
Donde hubo pólvora no hay fuego.
Es un ejército sólo de apellidos,
nombres, batiéndose en la sombra
de una lámpara negra.
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
De él escribió Saravia
a San Martín en su parte:
“Patriota de gran coraje
fue un verdadero valiente,
tan heroico combatiente,
merece nuestro homenaje.”
...
XXI
XXII
Sitio de Salta
XXIII
Guerra de recursos
XXIV
XXV
Las mujeres
La emparedada
Canción
"Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial.
A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y
proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una
espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de este Ejército."
Joaquín de la Pezuela
Le ordenaron se apeara
de su brioso caballo.
Esperaron que temblara,
quizás sufriera un desmayo
o que piedad implorara.
Así cayó prisionera,
Juana Moro, la jujeña.
Enfurecido el tirano
por su muestra de coraje,
vengativo y despiadado,
y para vengar su ultraje,
sentenció encolerizado:
Un alma caritativa
por un hueco en la pared,
le dio agua y comida,
calmó su hambre y su sed,
y así se mantuvo viva.
Fue entonces “La emparedada”
de ese modo conocida.
XXVI
El terror colonial
Castigos y tormentos.
Dedica largas horas Pezuela
a su venganza. La magnitud
de su odio, donde sus dominios,
destila desde sus espadas
y la sangre gota a gota
se propaga en todas direcciones.
Los mansos son muertos,
las mujeres lanceadas
y sus hijos arrojados de sus cunas.
La naturaleza es desgarrada
como lo fue Tupac
sacrificado en nombre
del dios de los feudales.
A cada cual su Areche
promete de la Pezuela.
Entonces el rey se frotará las manos
complacido. Atará cuatro lazos
a manos y pies de los rebeldes,
a cuatro cinchas de cuatro caballos
poderosos, y cortará las lenguas
de los descendientes
para que ya no puedan entonar
los himnos libertarios.
...
Pero solo el fracaso es la medida exacta
de sus ambiciones virreinales.
El fracaso tiene sabor a piedra,
le arde la lengua de blasfemias
al general de las iniquidades
y el pueblo silencioso lo combate.
El pueblo es un árbol rabioso,
un puñal encarnado, el sonido del fuego
entre los tañidos de las campanas.
Y lanza a sus enemigos su furia guerrillera.
Encerrado en la ciudad, clandestina
la guerrilla de implacables galopes
por las anchas cicatrices de la tierra,
germina la guerra donde menos la espera
y lo acorrala, lo aferra a sus fracasos,
lo unta de muerte en cada sombra.
La insurrección se extiende entre los pueblos,
y las lanzas hostiles de la patria subversiva
cortan a los maturrangos en pequeños
racimos de músculos y huesos
que la tierra consume hasta desaparecerlos.
...
De la Pezuela llegó lleno de muertes.
Invadió Jujuy, invadió Salta.
Lanzó su pus feudal a pura
mita y encomienda tenebrosas
y ahora cosecha la muerte de su tropa
consumida cucharadita a cucharadita.
El general temblando saborea muerte,
la lengua impregnada del sabor amargo
de pequeñas migajas de muertes a diario
que llenan su estómago de polvo,
de grasa, de panes rancios y cuchillos.
A cada vuelta de esquina
o detrás de cada aurora
o del tiempo del crepúsculo,
surge un gaucho emponchado
entre sus secretos, y a su galope
el machete también sabe hacer justicia.
Uno a uno los invasores mueren
sin descanso. En sus lamentaciones,
oran al crucifijo que se tiznó de sangre
cuando los Tribunales de la Fe
y huyen de los espectros centenarios
que regresan con su porción de infierno
por toda recompensa para los hijos de Pizarro.
XXVII
...
Infames conquistadores,
destartalados
huesos del indigno Pizarro,
impalpable pellejo
maturrango,
huyen con sus pendones
a gotones de sangre
luego del malogro de la espada
esclavizadora.
Aunque vistan casacas imperiales,
cuero a cuero el oro torpe
de sus uniformes y el rosario
falsario de sus medallas
colgado al cuello a la intemperie,
aunque se nombren con títulos
pomposos bordados en sangre
de los asesinados,
conocerán la derrota.
La derrota será la poderosa ave,
la copa negra del sacramento
cercado por los muertos del garrote,
será el tendal de muertes
hasta la última retirada
sin agua, sin pan, sin amor, sin gloria,
olvidados en todas las oraciones
para inmolarse en las espinas del fuego
que desaparecen la soldadesca
y no dejan nada más que la cáscara reseca
de sus pieles que el viento voraz
reparte como la mala semillas
por las arenosas tierras de los valles.
...
Los invasores, al salir
de las lanzas y fusiles
entre los himnos de los guerrilleros,
ya no invocan sus cantos de gloria,
no suenan sus fanfarrias de sangre
los sones de carnicerías
con que llegaron de Lima
atravesando el Desaguadero.
Salta, la bella, la heroica,
los devolvió muertos,
vacilando sus tumbas,
temblorosos los huesos
al galope de los exterminadores
que llegan serpenteando entre los matorrales
que describen las sombras de la guerra.
Llegan de un lado y del otro,
por el río,
por el viento
al galope del caballo,
por el canto de los pájaros,
por el escalofrío del grito;
llegan siempre en un instante
indómito pero calmo.
Llegan y cierran los oscuros
párpados de los oscuros soldados.
Atroz, el unánime filo
de la daga llega pleno,
el golpe temerario
del machete
y la furia de la lanza,
llegan como caídos del cielo.
De ese modo,
día a día,
de ese sencillo modo
están siendo ajusticiados
los invasores realistas.
Luego el hambre los acosa
y enloquecen por la sed,
ya no beben de sus bayonetas
ni comen el laminado barro
entre piojos y estercoles
encerrados en las últimas trincheras.
…
Renuncia de la Pezuela,
(sabe que cayó Montevideo),
corazón muerto bajo la chaqueta rota.
Quiere escapar al fracaso,
Buenos Aires es la inmensidad
de una distancia huraña
donde la revolución no cesa, sigue,
y Güemes, rabioso, lo domina.
Sueños de gloria muertos,
el reino de ladrones del oro y de la plata
palpita las últimas agonías de los invasores.
La ira del infierno persigue al general
devorándolo en su fuego
brasa a brasa, y el voraz humo
del silencio mortuorio
sale de la boca del matador de altoperuanos
echándole maldiciones en lengua castellana.
Llaga caliente del general en su garganta,
ensartada tras la lengua espesa,
su boca lanza una bocanada de blasfemia
que no sabe subir al cielo
y desaparece en los intersticios de la tierra.
La retirada, bajo las cruces y las espadas,
va por el desamparo de las piedras
y los rituales de un cielo
que desuella las almas una a una.
XXVIII
La Florida, 25 de mayo de 1814
Ya sabe de la Pezuela
lo que ocurrió en La Florida.
Ya sabe de la Pezuela
lo que ocurrió en La Florida.
Ya sabe de la Pezuela
lo que ocurrió en La Florida.
XXIX
XXX
Canción7
Salta.
Valiente y sola.
Vilcapugio y Ayohuma.
Pareció todo perdido
luego de las dos derrotas.
El maturrango asesino
saqueó Jujuy y a su paso,
sembró de muerte el camino
Ya huye de la Pezuela
el general asesino,
con sus fracasos a cuestas.
huye por donde vino.