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Ruskin, por su parte, defendía que se dejara al edificio envejecer dignamente, y la naturaleza
romántica y sugerente de la ruina, si bien estaba de acuerdo en intervenciones puntuales para
evitar su colapso.
Mientras que para Viollet-Le-Duc el edificio debía mantenerse como nuevo, o como su creador
hubiera querido que quedase, Ruskin creía que el valor de un edificio radica precisamente en
su antigüedad, por lo que cualquier obra de restauración que le restara este carácter lo
destruye.
Camilo Boito fue uno de los que intentó conciliar ambas posturas, estableciendo las
primeras leyes de restauración científica moderna a través de ocho directrices. Inspiró a su
vez a Gustavo Giovannoni, quien participaría de la Carta de Atenas de 1931 y la Carta del
Restauro en 1932.