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La Arqueología y La Biblia - LAUGHLIN, John C.H
La Arqueología y La Biblia - LAUGHLIN, John C.H
M 1!»|Λ- i. . J 1. X
LA ARQUEOLOGÍA
Y LA BIBLIA
Crítica Arqueología
LA ARQUEOLOGÍA
Y LA BIBLIA
Traducción castellan a de
Y O LA N D A M ONTES
CRÍTICA
BARCELONA
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sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de
ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
Título original:
Archaeology and the Bible
AAI The A rc hae logy o f A ncient Israel, A. Ben-Tor, ed., Yale University Press,
New Haven, 1992
AAIPP The Architecture o f Ancient Israel from the Prehistoric to the Persian
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salem 1992
ABD The Anchor Bible D ictionary, 6 vols., David Noel Freedman, ed., Dou
bleday, Nueva York, 1992
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G. Johnson, eds., Scholars Press, Atlanta, 1987
AJR Ancient Jerusalem Revealed, H. Gcvc, ed., Israel Exploration Society, Je
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ANET A ncient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament, James Prit
chard, éd., Princeton University Press, Princeton, 1969
ASHL The Arehaelogy o f Society in the Holy Land, T. E. Levy, ed., Facts on
File, Nueva York, 1995
HA Biblical Archaeologist
BAR Biblical Archaeology Review
BA Reader Biblical Archaeologist Reader
BASOR Bulletin o f the Am erican Schools o f Oriental Research
BAT Biblical Archaeology Today, Proceedings o f the International Congress-
on Biblical Archaeology, Jerusalén, 1984, Janet Amitai, ed., Israel Explo
ration Society, Jerusalén, 1985
BAT 90 Biblical Arehaelogy Today, 1990, Proceedings o f the Second Interna
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J. Aviram, eds., Israel Exploration Society, Jerusalén, 1993
BTC Benchm arks in Time and Culture, J. F. Drinkard, Jr., G. L. Mattingly y
J. M. Miller, eds., Scholars Press, Atlanta, 1998
CAH The Cambridge Ancient History, I. Edwards et al., eds., Cambridge Uni
versity Press, Nueva York, 1971, 1973, 1975
EA El Armarna letters
EAEHL The Encyclopedia o f Archaeological Excavations in the Holy Land.
4 vols., M. Avi-Yonah y E. Stern, eds., Israel Exploration Society and
Massada Press, Jerusalén, 1977
LA A R Q U E O L O G IA Y LA B IB L IA
S ir M o r t im e r W heeler , 1956
H o rm uzd R assa m (1 8 2 6 -1 9 1 0 )
Uno de los más fam osos de estos «arqueólogos», que representa lo mejor
y lo peor de estos primeros tiempos, fue Henry Layard. Era resuelto, bien
educado, ingenioso, y muy experto en tratar con los habitantes del Oriente
Próximo, especialm eníe los árabes. Pero, por lo que se refiere a su faceta más
negativa, era poco más que un cazador de tesoros que no llegó a apreciar la
complejidad de un yacimiento antiguo.
Layard excavaba como por instinto, ignorante por completo de las com ple
jas estructuras de los montículos, siempre en busca de monumentos pétreos y
sólo recuperando de los pequeños descubrimientos los más obvios y espectacu
lares. Donde las esculturas de piedra revestían muros de ladrillos de barro él era
capaz de poner las estructuras sobre un plano. Cuando sólo el ladrillo de barro
y sus escom bros sobrevivían él se desconcertaba (Moorey, 1991, pp. 8-9).
E dw ard R o b in so n (1794-1863)
S ir F i .i n d h r s P h t r i i -; (1853-1942)
D e P e tr ie hasta e l p r e s e n te
1918-1940
Moorey (1991, p. 54; cf. Dever, 1980a, pp. 43-44) ha reservado para este
periodo el apelativo de «Edad de oro de la arqueología». Sea com o sea, du
rante esta etapa, que ha dejado una marca indeleble en la arqueología del
Oriente Próximo, y en Israel en particular, se hicieron muchos progresos y sur
gió mucha gente influyente en la disciplina. Políticamente los británicos to
maron el control de Palestina y establecieron un Departamento de Antigüeda
des (conocido hoy com o Israel Antiquities Authority), lo que proporcionó una
cierta estabilidad y control sobre las excavaciones de la región. Fueron las es
cuelas nacionales las que llevaron a cabo las principales excavaciones: Beth
Shan (1921-1923) y M egido (1929-1939) los norteamericanos; Jericó (1929-
1936) y Samaria (1931-1935) los británicos. La excavación en Samaria es
singularmente importante porque introdujo a Kathleen Kenyon cn la arqueo
logía de Israel. Su m eticulosa aplicación del análisis estratigráfico conduciría
casi por sí sola a lo que Dever llamó su tercera «revolución» (1980a, p. 44).
Este periodo también fue testigo por ve/, primera de la aparición en esce
na de arqueólogos israelíes com o A. Biran, que ha dirigido la excavación más
prolongada de Israel, Tel Dan, iniciada en 1968 y aún en curso en el m omen
to de la redacción del presente libro ( 1998). B. Mazar excavó el importante
yacimiento palestino de Qasile, entre otros. La escuela de arqueología israelí,
por razones obvias, es hoy el factor dominante cn la arqueología palestina.
Pero el genio de este periodo fue W. F. Albright ( 1891 -1971 ).7 Su excava
ción en Tell Beit Mirsim (TBM ) entre 1926 y 1932 le condujo al dominio del
análisis y de la tipología cerámicos. Este dominio, junto a su comprensión es-
tratigráfica del yacimiento (que se identificó con la bíblica Debir, identifi
cación discutida hoy por la mayoría de los arqueólogos), fue tan importante
que revolucionó el marco cronológico para las edades del Bronce y el Hierro
(r. 3300-540 a.C.; sobre la cronología véase más adelante). Su influencia se
ha dejado sentir ampliamente entre muchos estudiosos, bien en los formados
por él, bien en aquellos que han seguido sus métodos. Uno de sus más sobre
salientes alumnos fue el rabino Nelson Glueck (1901-1971); véase Mattingly
(1983) para una útil crítica de Glueck. Glueck forjó su reputación explorando
las regiones de la Transjordania (Glueck, 1940; véase Moorey, 1991, pp. 75-
77). G. E. Wright (1909-1974), después, fue el alumno más influyente de A l
bright (Wright, 1957; véase King, 1987). Wright, por encima del resto, popu
larizó los planteamientos de Albright y preparó a una nueva generación de
arqueólogos en Shechem. Wright fundó asim ism o la publicación The B iblical
A rchaeologist en 1938.
UNA BREV E H ISTORIA 17
1948-1970
L a A R QU E O LO G ÍA Y LA B l B U A
reforzado las conclusiones a las que han llegado los estudios literarios de que
la Biblia es un libro que refleja sensibilidades teológicas de generaciones de
pensadores que se enfrentaron a algunas de las cuestiones más problemáticas
y difíciles y al mismo tiempo más excitantes y esenciales. A veces los descu
brimientos arqueológicos han forzado al estudioso honesto a cuestionarse y/o
rechazar la reconstrucción «histórica» que allí se encuentra y rechazar en
efecto mucho de lo que pasa por interpretación bíblica contemporánea hecha
por fundamentalistas que insisten en confundir verdad con literalidad y fe con
hecho. Aunque los datos arqueológicos pudieran justificar la historicidad de
los relatos bíblicos, esta justificación podría no decir nada acerca del uso que
de tales «acontecimientos históricos» han hecho los escritores bíblicos. Las
afirmaciones que la Biblia hace sobre las verdades esenciales sólo pueden ser
afirmadas o negadas, ni probadas ni refutadas por los datos arqueológicos o
por cualquier otro tipo de datos científicos. Los descubrimientos arqueoló
gicos y las interpretaciones pueden llevar al umbral de la fe, pero no pueden
hacernos cruzarlo.
En los capítulos siguientes me ocuparé simplemente de sugerir lo que este
«punto de vista arqueológico» puede contribuir a nuestra com prensión de
la Biblia. Para lijar el tono de nuestra investigación será suficiente citar a
P. King, que ha pasado una buena parte de su vida profesional debatiéndose
sobre el mismo tema:
Hoy en día las excavaciones arqueológicas son tareas muy com plejas y
multifacéticas. Requieren la participación de una serie de especialistas en dis
ciplinas diversas, entre ellos técnicos informáticos. Sobre lodo, las excavacio
nes consisten en tres actividades principales interrelacionadas: selección del
yacimiento, trabajo de campo y publicación.
S E L E C C I Ó N D HL Y A C I M I E N T O
Obviamente, la primera tarea que debe llevarse a cabo antes de que una
excavación pueda tener lugar es la selección de un yacimiento. En los inicios
de las excavaciones arqueológicas en Israel, la mayoría de los yacim ientos
seleccionados eran grandes tells (ruinas en forma de montículo; véase la figu
ra 3.1) que eran identificadas (correctamente o no) con importantes ciudades
bíblicas. Aunque aquellos excavadores pioneros, tales com o Petrie, M acalis-
ter, Sellin y Watzinger, merecen la admiración y gratitud de los arqueólogos
actuales, sus técnicas de campo a menudo dejaban mucho que desear. En
consecuencia, con el transcurrir de los años se han vuelto a excavar muchos
de estos m ism os yacimientos, con el fin de comprobar y a menudo corregir o
26 LA A RQ U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
modificar las conclusiones a las que llegaron los primeros excavadores (sobre
Megido, por ejemplo). Así, no es inusual que los estudiosos descubran al inda
gar en la historia de las excavaciones que algunos yacimientos se han excava
do de forma repetida. De hccho, los arqueólogos hoy tienen la esperanza de
que sus yacimientos volverán a ser excavados en un futuro cuando las técnicas
de recuperación disponibles sean mejores. En consecuencia, es hoy práctica
común dejar deliberadamente áreas intactas en un yacimiento de tal modo que
futuros arqueólogos tengan la oportunidad de llegar a conclusiones indepen
dientes con las que comprobar o contradecir las establecidas por excavadores
anteriores. Esto es una oportuna advertencia de que todas las interpretaciones
expuestas en las publicaciones arqueológicas, al margen de lo llamativas que
puedan resultar, son susceptibles de corrección y m odificación.
Muchas excavaciones que tienen lugar hoy en Israel son excavaciones de
urgencia dirigidas por arqueólogos de la Israel Antiquities Authority. En estos
casos el yacimiento es «seleccionado» por el arqueólogo, que de forma habi
tual dispone de un periodo de tiempo prefijado bastante corto para excavar
antes de que el yacimiento sea parcial o totalmente enterrado o destruido.
Otros yacimientos son elegidos por su accesibibilidad o porque se piensa
que pudieran contener restos de aquellas épocas en las que el excavador está
particularmente interesado. Cualquier com binación de los factores m encio
nados, entre otros, puede influir en la elección de un yacimiento. En Banias
(Cesarea de Filipo), yacimiento al que me encuentro actualmente vinculado,
la elección se vio afectada por las realidades políticas contemporáneas así
F igura 3.2. Plano topográfico de Tel Dan. en el que se observan las áreas de excavación de la campaña de 1992.
Tomado de Dan /. Cortesía de A. Biran. excavaciones de Tel Dan. Hebrew Union College, Jerusalén, 1996.
28 LA A R Q U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
E l tr a b a jo de cam po
E st r a t ig r a fía
Fue sir Mortimer Wheeler quien dijo hace muchos años que «no existe un
modo correcto de excavar, pero sí muchas maneras erróneas» (1956, p. 15).
Una de estas últimas sería dar piquetas a un grupo de trabajadores y dejarles
picar donde les apetezca (véase la lámina 4a en W heeler). Este método, si
puede llamarse así, no funcionará por razones obvias. No sólo es imposible
controlar y registrar de forma precisa lo que ocurra, sino que también lo es una
interpretación de los datos. Otra forma errónea, en circunstancias normales,
sería utilizar grandes (¡o incluso pequeños!) equipos mecánicos de excavación,
tales com o bulldozers. Sin embargo, en circunstancias anormales o inusuales,
tal equipo no sólo es útil, sino realmente necesario si apelamos al sentido
30 LA A R Q U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
común. Por ejemplo, algunos yacimientos están cubiertos por miles de metros
cúbicos de escom bros modernos o de material que contiene restos poco o
nada relevantes. Una ve?, que esto se ha establecido mediante una exploración
cuidadosa, el uso de un equipo moderno de excavación puede ahorrar las in
contables y tediosas horas necesarias para quitar este material manualmente.
Pero esto es sólo la excepción que confirma la regla. La mayor parte de la
excavación debe hacerse manualmente. Cambios sutiles en la com posición del
suelo, niveles superpuestos, zanjas de cimentación de muros, incontables pe
queños objetos y muchos otros datos serían completamente destruidos y per
didos usando sólo equipo mecánico. El sentido común del excavador y las
particularidades y los objetivos de la investigación deberán jugar en cada caso
un papel decisivo al respecto.
Con el fin de atribuir los datos arqueológicos (muros, suelos, calles, pozos,
cisternas, tumbas, sepulturas, fragmentos cerámicos, derrumbes y demás) a
su periodo cronológico correcto, las diversas y a menudo complejas capas de
un tell deben quitarse del m odo más controlado posible. El periodo de tiempo
al cual se asignan los datos materiales recuperados se llama habitualmente
«estrato» (véase la nota 3). Son las cuadrículas de excavación las que permi
ten está técnica de rem oción controlada, que deja, normalmente, un muro de
IN TR O D U C C IÓ N A L TR A B A JO D E CA M PO 31
un metro entre cada cuadrado (figura 3.3.). Sobre una cuadrícula donde el
lado de cada cuadrado tenga 5 metros de largo (un cuadrado de 5 metros es
un tamaño popular pero arbitrario, y las circunstancias pueden dictar cuadra
dos de dim ensiones diferentes, incluso en el m ism o yacim iento) se crea un
cuadrado efectivo de excavación de cuatro metros de lado. Los muros artifi
ciales que se hacen entre cada cuadrado se llaman «testigos». Nadie que yo
sepa cree que los antiguos vivían en cuadrados de 5 metros (¡o de 10, o 20
metros!) orientados sobre un eje norte-sur. Pero es la cara vertical del testigo
llamada «sección» (figura 3.4) lo que proporciona al excavador la posibilidad
de distinguir correctamente las capas superpuestas que existen en esa parte
del yacimiento. Sólo cuando se ha hecho esto, y todos los hallazgos se han
32 LA A R Q U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
«LOCUS»
L a n u m e r a c ió n de las bolsas
Por otro lado, los fragmentos recogidos cada día son normalmente limpia
dos y «leídos» en el campo. Excavaciones diferentes usan métodos diferentes
para hacer esto. Un sistema que parece funcionar bastante bien requiere que
los hallazgos cerámicos de cada día sean puestos a remojo durante la noche.
Se lavan y se secan a la mañana siguiente y son «leídos» por la tarde después
de que el trabajo de campo ha terminado. La desventaja que tiene este método
es que la lectura se realiza un día después del trabajo de campo. Independien
temente del método empleado, es esencial que el lavado, secado y ordenación
de la cerámica para su lectura, así como el etiquetado y almacenamiento de
los fragmentos más relevantes esté bien organizado, de lo contrario los resul
tados habituales serán el caos y la confusión.
La lectura de la cerámica es esencial, tanto por su valor inmediato al in
formar y guiar al excavador en el campo como en la identificación y datación
final de los estratos del conjunto del yacimiento. D ado que puede señalarse
en la cuadrícula la situación precisa de la que los fragmentos de cerámica
provienen, puede estimarse de forma alentadora la fecha de la actividad que
dejó tras de sí esos restos (de nuevo asumiendo que la cerámica no está «mez
clada»), Encajando todos esos datos recogidos a lo largo del transcurso de la
excavación, es posible reconstruir la historia ocupacional global del yaci
miento. Sin embargo, todo experimentado arqueólogo sabe que algo escondi
do simplemente a unas pocas pulgadas dentro del testigo o en una cuadrícula
aún no excavada puede alterar radicalmente la comprensión o (quizá) la fecha
de una fase de ocupación o de la funcionalidad de una construcción. Así, pa
rece ser que la mejor política que seguir para los arqueólogos es la form u
lación de conclusiones provisionales abiertas a modificaciones a la luz de un
nuevo testimonio.
R e g is t r o i n f o r m â t íc o y a n á l is is
A r q u it e c t o s y t o p ó g r a f o s
Como ya se dijo, una de las tareas más importantes del arquitecto y/o to
pógrafo de la excavación es el trazado del mapa topográfico, el cual es esen
cial a la hora de concebir y poner en marcha una bien diseñada estrategia de
investigación.'’ Además, si una excavación se puede permitir el lujo de contar
con los servicios de un arquitecto profesional a lo largo de la misma, es res
ponsabilidad de dicho arquitecto proporcionar planos realizados de forma
profesional de todos los restos de estructuras, incluidas reconstrucciones hi
potéticas de edificios, calles, cisternas, pozos, muros, etc., así com o «dibujos
de sección» (figura 3.6) y planos topográficos.7 Debem os siempre recordar
que sólo excava un yacimiento un número relativamente pequeño de perso
nas. Cuando la excavación se ha completado lo único que queda son agujeros
en el suelo (es de esperar que en forma de «cuadrículas»), y que incluso éstos,
a menos que se haga un considerable esfuerzo por su conservación, pronto es
tarán completamente irreconocibles a causa del crecimiento de la vegetación
y la erosión.
Así, hasta la publicación precisa (véase más adelante) de todas las activi
dades de la excavación y mientras los resultados no estén disponibles, la exca
vación tiene escaso valor. Esenciales para estas publicaciones son todos los
dibujos arquitectónicos. Dado que es bastante común que transcurran años
entre los primeros dibujos y las publicaciones finales, es necesario que todos
los dibujos arquitectónicos sean cuidadosamente archivados de tal manera que
estén disponibles para una referencia futura.
Las tareas del arquitecto han sido descritas en muchos manuales de cam
po y las limitaciones de espacio nos impiden aquí una discusión amplia (véa
se la nota 3 y la discusión previa). La importancia del trabajo del arquitecto
es que proporciona una especie de com plem ento pictórico a la descripción
verbal de una excavación. La necesidad y las contribuciones de un arquitecto
profesional han sido resumidas por D e Vries:
IN TR O D U C C IÓ N AL TR A B A JO DE CA M PO 39
P u b l ic ACiONHS
A pé n d ic e : U na no ta c r o n o l ó g ic a
Desde los com ienzos de la disciplina se han discutido las fechas de los
periodos arqueológicos. Los problemas y diferencias de opinión son tan im
portantes que este campo de la investigación se ha convertido en sí m ism o en
un estudio especializado. Uno no debe desalentarse al leer fechas diferentes
en otras publicaciones. Lo importante aquí es que el lector se familiarice con
la terminología empleada para identificar estos periodos y sus fechas, si no
exactas, aproximadas.
Para la mayoría de ellas he seguido las indicaciones de la O EAN E, vol. 5,
p. 411 y/o las de N E A E H L, vol. 4, pp. 1.529-1.531.
P eriodos prehistóricos
Periodos históricos
Jacob B ro n o w sk i, 1973
LO S ANTECEDENTES
El p erio d o n e o lític o
E l pe r io d o c a l c o l ít ic o
Figura 4.4. Figurillas calcolíticas de marfil, primera mitad del iv milenio a.C. Colección
del Departamento de Antigüedades de Israel. Fotografía del Museo de Israel, Jerusalén.
Palestina Egipto
Dado que durante mucho tiempo la Edad del Bronce Antiguo I fue cono
cida principalmente a partir de los hallazgos en los cementerios (y todavía
ocurre hasta cierto punto así), los primeros arqueólogos explicaron la apari
ción de las poblaciones del Bronce Antiguo I com o forasteros que, o bien mi
graron a Palestina de forma pacífica, o bien la conquistaron por la fuerza.s
Aunque aún se debate la cuestión de la desaparición de las poblaciones
del Calcolítico y el origen u orígenes de las que habitaban los yacimientos del
Bronce Antiguo 1, existe un creciente acuerdo en vincular la cultura de la Edad
del Bronce Antiguo I a los grupos indígenas que se desarrollaron a partir del
periodo calcolítico precedente (Hanbury-Tenison, 1986, ilustración 14; R i
chard, 1987; Schaub, 1982). Amiran ha argumentado que ciertos recipientes
de cerámica y basalto de la Edad del Bronce Antiguo I evolucionaron direc
tamente de las formas calcolíticas, lo que demostraría la continuidad entre
las dos épocas (1985a; véase asimismo Hanbury-Tenison, 1986, pp. 72-103).
Amiran también ha sugerido que tanto el creciente contacto con Egipto com o
EL N A C IM IEN TO DE LA C IV ILIZA CIÓ N 53
do. El hecho de que los llamados «templos» sean los únicos edificios públi
cos conocidos del Bronce Antiguo I puede indicar que los líderes religiosos
(¿sacerdotes?) tenían un considerable poder durante esta época prehistórica
(A. Mazar, 1990, p. 98). En este contexto podemos también mencionar un
grupo de pinturas encontradas en el pavimento de un patio asociado al templo
«doble» de M egido (estrato XIX). Estas pinturas incluyen imágenes de ani
males, antropomorfas... entre otras. Tales ejemplos, junto a impresiones dis
persas de sellos sobre recipientes cerámicos, constituyen la mayor parte del
trabajo «artístico» que conocem os correspondiente al Bronce Antiguo I.
Núm. de Núm. de
objeto registro Locus Descripción
F ig u r a 4.7. Clave.
EL NACTMIENTO DE LA C IV ILIZA C IÓ N 57
F i g u r a 4.7. Tipología cerámica del Bronce Antiguo III. Tomado de Dan l. Cortesía
de A. Biran, excavaciones de Tel Dan, Hebrew Union College, Jerusalén, 1996.
Dado que una gran parte de nuestro conocim iento del Bronce Antiguo I
proviene de los enterramientos, no ha de sorprendernos que éstos hayan re
cibido una atención especial por parte de los arqueólogos.1'’ En el pasado,
se hizo un particular énfasis en los cementerios descubiertos en Jericó y Bab
edh-Dhra‘, entre otros. Al parecer, fueron com unes tres tipos de enterramien
tos durante este periodo: «desarticulados» (los huesos de los esqueletos han
sido trasladados); «secundarios» (los huesos se entierran de nuevo tras la des
com posición del cadáver); y «articulados» (los huesos no han sido traslada
dos). Muchas de las tumbas de este periodo son cuevas artificiales excavadas
en las laderas de las colinas (Jcricó), o cuevas naturales (Tell el-Far‘ah Norte).
Otros son tumbas de cámara (Bab edh-Dhra‘), a las que se accede por una
galería excavada en la roca. El número de cámaras varía entre una y cuatro.
Existe algún ejemplo de cremación, entre otros yacimientos, en Gezer y en
los osarios de Bab edh-Dhra‘ (Hanbury-Tenison, 1986, pp. 234, 238). Sin
embargo, la cremación no parece haber sido demasiado común, y la razón
por la que algunos cuerpos fueron incinerados es aún un misterio (Hanbury-
Tenison, 1986, p. 247).
Otra forma de enterramiento son los dólm enes (del celta d o l = ‘m esa’ y
m en = ‘piedra’), la mayoría localizados en el Levante septentrional. Aunque
EL N A CIM IEN TO DE LA C IV ILIZA CIÓ N 59
D esde finales de los años setenta se ha llevado a cabo un estudio tan in
tenso de aproximadamente los últimos tres siglos del m m ilenio a.C. que este
periodo se ha convertido en sí m ism o en un campo de investigación especia
lizada.20 A pesar de este interés por parte de arqueólogos e historiadores, mu
chas preguntas permanecen sin respuesta. ¿Quién o qué puso fin a la larga
cultura urbana del Bronce Antiguo II-III? ¿Cuál fue el origen (u orígenes) de
los pueblos que habitaban las ciudades, las aldeas y las cuevas del Bronce
Antiguo IV? ¿Qué tipo de relación podemos establecer entre la cultura del
Bronce Antiguo IV y la previa del Bronce Antiguo 11-111? ¿Qué conexiones,
si las hay, existieron entre esta cultura y la posterior de la Edad del Bronce
Medio?
Aunque aún carecemos de respuestas definitivas para estas y otras cues
tiones, en algunos casos las viejas teorías y conclusiones se han visto supe
radas, o seriamente modificadas. En las décadas de los sesenta y setenta era
común abogar por una com pleta ruptura entre el periodo llamado Bronce An
tiguo IV y la precedente época urbana. Esta ruptura se atribuía habitualmente
a una invasión de amoritas o de algún otro grupo proveniente del norte (así
Kenyon, 1979, pp. 119-147; cf. Lapp, 1970; De Vaux, 1971). Del mismo
m odo, hasta no hace mucho, dado que la mayor parte de la cultura material
de esta época era conocida a partir de depósitos funerarios, el periodo recibía
frecuentemente el apelativo de «Edad Oscura».
Debido a lo poco que conocem os sobre este periodo, existía también de
sacuerdo (y aún existe) acerca de cóm o llamarlo. Kenyon, sobre la base de su
interpretación de los restos funerarios de Jericó, lo denominó «Bronce Anti
guo Intermedio-Bronce Medio» (1979, p. 119). Otros lo han llamado «Bronce
M edio I» (cf. terminología de N E A E H L y en O EAN E). No hay aún para este
periodo una nomenclatura aceptada unánimemente, aunque «Bronce Anti
guo IV» parece ser la más defendida por todos los estudiosos, a excepción de
los israelíes, y será la que utilicem os aquí.
Una de las principales razones de que la antigua «hipótesis amorita» haya
sido desechada es que se apoyaba en la suposición de que la mayoría, si no
todas las ciudades del Bronce Antiguo III, tuvieron un final violento. En 'Ai,
Jericó y Bab edh-Dhra‘ parece haber sido efectivamente el caso. Pero la ma
yoría de los yacim ientos fueron abandonados aunque no destruidos. Entre
éstos se incluyen Hazor, y probablemente Dan, Tell Beit Mirsim, Megido,
Lachish, Ta‘anach... Los datos arqueológicos hoy disponibles indican que
ninguna teoría o m odelo encaja con todos los testim onios con los que conta
mos. En los últimos quince o veinte años, las prospecciones han identificado
EL N A CIM IEN TO DE LA C IV ILIZA CIÓ N 63
Hecha; cf. Gophna, 1992, pp. 147-152). Aún hay muchas preguntas sin con
testar acerca de estos objetos. ¿Fueron importados y, si es así, de dónde?
¿Quiénes fueron los artesanos que los produjeron? ¿Cuál es la fuente del co
bre? También se han encontrado adornos, entre ellos anillos, brazaletes y
pendientes.
C o n c l u s io n e s
L a C RO N O LO G ÍA DE LA E D A D DEL B R O N C E M E D IO
cia, así com o el valor y uso de los cilindro sellos y los escarabeos. El uso de
la cronología egipcia antigua, en particular, ha sido atacado recientemente
por Ward, que ha argumentado, de forma persuasiva, que la cronología egip
cia es «poco concluyente» y que los planteamientos basados en ella reflejan
más «un juicio personal» que fechas absolutas establecidas por los egipcios
(Ward, 1992, p. 54).- A quellos que fechan el inicio de la Edad del Bronce
M edio en el siglo xx a.C. se dice que sustentan una cronología «ultra alta»,
mientras que aquellos que datan el com ienzo del periodo en el siglo xvm (por
ejem plo Bietak) abogan por una cronología «ultra baja».
Dever ha defendido una cronología alta (1992b, entre otras publicacio
nes), argumentando que el Bronce M edio 1 comenzaría en una fecha tan tem
prana com o es el siglo xix a.C. Para apoyar sus conclusiones, cita los mate
riales arqueológicos hallados en tumbas y yacimientos com o Shechem, Gezer
y Avaris (Tell ed-D ab‘a) (véase en particular 1992b, ilustración 1). Bietak,
por su parte (1991, y la bibliografía allí citada), ha abogado por una cronolo
gía muy baja para el com ienzo de la Edad del Bronce Medio, basándose en
sus interpretaciones de los mism os resultados de excavación en Tell ed-
Dab'a. Sus desacuerdos sobre esta cuestión deberían alertarnos del hecho de
que la arqueología no es esa cosa seca, polvorienta, objetiva que a veces se
cree que es. Los arqueólogos difieren en el significado de los m ism os datos
precisamente por la misma razón que los expertos literarios difieren sobre el
significado del mismo texto: preparación, experiencias vitales, disposiciones,
presupuestos, todo desempeña un papel en el intento de dotar de sentido a los
datos que son objeto de más de una interpretación o significado. Lo mejor,
quizá, es aprender a vivir con conclusiones provisionales, y a ser precavidos.
Nunca se dice la últim a palabra, porque iodos aquellos interesados en estos
asuntos saben que un único y novedoso descubrimiento puede forzar a eva
luar nuevamente una posición sostenida con anterioridad. Al respecto, la con
clusión de Dever es muy oportuna:
Aunque la mayor parte de los estudios de la Edad del Bronce M edio divi
den el periodo en, al menos, dos subperiodos, Bronce M edio I y Bronce M e
dio II, por razones de espacio, trataré el periodo com o un todo.
LA EDAD DEL BRO N CE M ED IO 71
1. En varios casos, tales com o Tel Dan (la Laish cananea), A cco y Ashke
lon, las puertas de ladrillo del Bronce M edio fueron construidas y rápidamen
te obstruidas debido al rápido deterioro causado por un clim a más húmedo.
La postura de Han es que el ladrillo de barro secado al sol no funcionaba tan
bien en Palestina com o en Siria.
2. La presencia de nuevas prácticas funerarias (en el interior de los asen
tamientos) que completaban, antes que reemplazaban, las tradiciones locales
(véase especialm ente 1995, pp. 318-319).
72 LA A RQ U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
3. El análisis de los restos óseos, que indica que durante esta época esta
ba presente más de una población.
4. La cerámica local («pintada en crema») cuyo estilo, forma, etc.,
apuntan a una fuente siria.
Uno de los logros más importantes que tuvo lugar durante la Edad del
Bronce M edio fue la escritura, tanto en Egipto com o en Siria-Mesopotamia.
D e hecho, en algún momento de la primera mitad del π m ilenio a.C., los fe
nicios hicieron al mundo uno de sus más grandes regalos: el alfabeto (véase
más adelante, capítulo 7). En consecuencia, se han hecho importantes descu
brimientos de documentos escritos que datan de este periodo y que, por pri
mera vez, proporcionan al arqueólogo textos coetáneos a los restos materiales
no textuales.
Dos importantes descubrimientos de Egipto son los denominados textos
de «execración» (inscripciones que contienen una maldición). El grupo más
antiguo (hallado en Tebas) aparece escrito sobre cuencos, se encuentra ac
tualmente en Berlín y se ha fechado en el siglo xx a.C. El otro grupo, datado
a mediados del siglo xix, está inscrito sobre figurillas (hoy cn los museos de
El Cairo y Bruselas). Ambos grupos contienen los nombres de ciudades que
los egipcios consideraban sus enem igas. Los recipientes fueron rotos, al pare
cer en algún tipo de ritual, para asegurar su derrota. Estos recipientes contie
nen los nombres de algunas de las principales ciudades mencionadas en la B i
blia, com o Beth Shan, Jerusalén, Laish (Dan), Shechem, Hazor y Belh-She-
mesh (A N E T , pp. 238-239; véase también Kempinski, 1992b, pp. 159-160).
Otra fuente escrita que se cree vierte algo de luz sobre la época, es la lla
mada «Historia de Sinuhé» (AN ET, pp. 18-22). Sea o no ficción, la historia se
fecha en el siglo xx a.C. y trata de un hombre, Sinuhé, que de forma volunta
ria se traslada de Egipto al norte de Canaán. A llí consigue el éxito aunque
añora su hogar. Antes de volver a Egipto a petición del dirigente egipcio,
San-Usert I (c. 1971-1928 a.C.), se encuentra con un grupo de nómadas en
Palestina. Finalmente, de la primera mitad del siglo xvm a.C. datan los llama
dos «Textos de Mari» (Malamat, 1970), que contienen registros com erciales.
Según estos textos, el estaño, preciso para la fabricación del bronce, era co
mercializado en emplazamientos palestinos com o Hazor y Laish (Dan).
LA EDAD D LL BRO NCE M ED IO 73
La a r q u it e c t u r a d e la E dad d el B ronce M e d io
terpretado com o ocho palacios en tres áreas: AA, BB y DD. Los vestigios m e
jor conservados se encuentran en AA, y se han fechado a finales de la Edad
del Bronce Medio. Según Oren (1992, ilustración 2) este palacio continuó en
uso con pocas modificaciones en la Edad del Bronce Tardío.
Todas las estructuras que se cree pudieran tratarse de palacios consisten en
un patio rodeado por estancias en, al menos, tres de sus lados. Esta es la mis
ma descripción general que hicimos de las casas privadas mencionadas con
anterioridad. Sin embargo, una de las principales diferencias entre ambas es el
tamaño. Los palacios son mucho más grandes, con muchas más habitaciones
(aunque sólo podemos suponer la función de la mayoría de las estancias), o s
cilando entre los 740 m- (M egido, estrato X) y los 1.115 m: (Tell e l-‘Ajjul).
Sin embargo, comparados con los de Siria y M esopotamia, los palacios pa
lestinos son muchos más pequeños y simples. En Mari (M esopotamia), uno
de los palacios encontrados medía más de 23.000 n f, y contaba con más de
300 habitaciones. Muchos arqueólogos creen que los palacios de estas regio
nes tuvieron una considerable influencia en la construcción de los palacios
de Palestina.
Si es acertado describir tales vestigios com o palacios, entonces, política
mente es también seguro concluir que durante la segunda mitad de la Edad del
Bronce Medio existió en Palestina un sistema político jerárquico centrado en
los reyes o en los gobernantes de las ciudades. Dever, en su resumen más
reciente de este periodo (1987a), concluyó que los grandes em plazamientos
urbanos (para Dever, los emplazamientos de más de 8 ha) dominaron a otros
asentamientos y constituyeron un «patrón organizado de forma jerárquica en
tres niveles» (véanse especialmente pp. 152-153). Otro indicio arqueológico
de esta dominación son los imponentes restos de muchas fortificaciones.
F ortificaciones
los que tenían unas pocas hectáreas hasta otros mucho más grandes como
Hazor (80 ha) y Yavne Yam (65 ha).
M uralla con talud de la Edad del Bronce M edio en Tel Dan. Apréciese
F ig u r a 5 .2 .
el núcleo pétreo en la parte superior. Fotografía de J. Laughlin.
A rtes y o f ic i o s
Fueron también populares durante la Edad del Bronce Medio las cajas de
madera con incrustaciones en hueso procedentes de las tumbas, con un tama
ño que oscilaría entre 7,5 X 12,5 cm y los 12,5 X 17,5 cm (Kempinski, 1992b,
ilustraciones 6.34, 6.35). Los artesanos que fabricaron estas piezas estaban
también familiarizados con la fayenza (conseguida añadiendo arena a la arcilla
antes de la cocción), y comienzan a aparecer recipientes fabricados median
te este proceso en el Bronce Medio II (Kempinski, 1992b, ilustración 6.36).
Muchos de estos objetos reflejan formas egipcias y son tomados por los ar
queólogos como una prueba de la influencia egipcia en las prácticas fune
rarias locales.
Era conocido tanto el alabastro importado como el fabricado a nivel local.
La diferencia entre ambos, según Kempinski (1992b, p. 202), es que el alabas
tro egipcio está hecho de carbonato calcico y se modelaba mediante perfora
ción, mientras que los recipientes locales se componen de sulfato cálcico y se
les daba forma utilizando un cincel. Otros objetos de este periodo son los ci
lindro sellos, tanto importados como fabricados localmente. Los importados
provenían fundamentalmente de Siria, mientras que los locales reflejan una in
fluencia egipcia (Kempinski, 1992b, pp. 202-203, ilustración 6.37).
Del mismo modo, se han recuperado figurillas metálicas y joyas. Las en
contradas en Nahariya se interpretaron también como representaciones de la
diosa de la fertilidad. A diferencia de las figurillas de oro de Gezer, fueron
realizadas en plata. Un magnífico descubrimiento en Tell el-‘Ajjul, demuestra
el empleo del oro para las joyas personales (Kempinski, 1992b, p. 204, ilus
traciones 6.40, 6.41, 6.44; véase también en el mismo volumen la lámina 31).
Según Kempinski, este uso personal del oro no tuvo lugar hasta finales de la
Edad del Bronce Medio. La razón no fue una carencia de orfebres, sino la fal
ta de medios para pagar el metal (1992b, p. 204).
Las armas de la Edad del Bronce Medio estaban fabricadas en dicho me
tal e incluían hachas, venablos y dagas. La form a de las armas muestra un
desarrollo evolutivo. Así, la denominada hacha «duckbill» (ornitorrinco) del
Bronce Medio I da paso al hacha «notched» (de muesca) del Bronce M e
dio II. Aunque el carro de guerra era conocido en Siria hacia el siglo xix a.C.
(Kempinski, 1992b, p. 208), hay muy poca evidencia de su uso en Palestina
durante la Edad del Bronce Medio. Excepto un arnés hallado en Tell el-‘Ajjul,
no podemos relacionar ningún otro descubrimiento de la Edad del Bronce
Medio con la posibilidad de que existieran carros en la zona durante este
periodo.
84 LA A RQ U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
La cerám ica
Con el extendido uso del torno rápido, la Edad del Bronce M edio fue la
más productiva desde el punto de vista cerámico de toda la larga Edad del
Bronce (para una antigua, pero aún útil descripción de la cerámica de la Edad
del Bronce Medio, véase Amiran, 1970b, pp. 90-123; véase también Dever,
1987a, pp. 161-163). Los ceramistas de esta época produjeron una variedad
de formas que incluían cuencos, cráteras, tazones, copas, cerámica de cocina,
jarras y lámparas (además de los m encionados, véase Kempinski, 1992b,
pp. 161-166; ilustraciones 6.3-6.4; pp. 14-15). Las fuentes de esta cerámica
incluyen Biblos en la costa libanesa. Siria, y la cerámica local, hecha normal
mente en las aldeas (Kempinski, 1992b, pp. 165-166). El sabor internacional
de esta época se refleja también en la cerámica importada. A finales del pe
riodo estaban difundidas bastantes variedades de la cerámica chipriota. La
presencia de esta cerámica, así com o de la cerámica de Tel el-Ychudiyeh pro
cedente de Egipto, demuestra claramente que Palestina durante la Edad el
Bronce Medio participaba del com ercio internacional.
La cerámica de Tel el-Yehudiyeh es una importación cspccial. Llamada
com o el emplazamiento egipcio en el Delta donde se encontró por primera
vez, aparece a finales del Bronce M edio 1 (Kempinski, 1992b, p. 165, ilustra
ción 6.1 y lámina 30). La singularidad de los recipientes radica cn la técnica
de frotar una sustancia blanca (cal o pigmento) cn las incisiones de la superfi
cie, hecha de arcilla negra. Un raro hallazgo de este tipo es un recipiente con
forma de pez encontrado en Tel Poleg. Dever ha sugerido que las exporta
ciones palestinas incluirían también grano, aceite de oliva, vino, madera, ga
nado"1y quizá cobre e incluso esclavos (1987a, p. 162).
Uno de los aspectos políticos de la Edad del Bronce M edio más discu
tidos es la llegada al Delta egipcio de un grupo de gentes que los egipcios
llamaron «asiáticos» o «habitantes del desierto» (W ilson, A N E T , p. 416).
Aprovechando y quizá contribuyendo al colapso del poder egipcio (el deno
minado «Segundo Periodo Intermedio»), este grupo estableció su capital en
Avaris, identificada con Tell ed-D ab‘a. Los líderes de estos «asiáticos» eran
llamados kikau-khosw et, de donde se cree que procede el término hicsos, que
hoy utilizamos para referirnos a este pueblo (véase Hayes, 1973, pp. 54-55).
La palabra hicsos es un término griego tomado universalmente para referirse a
LA EDAD DEL BRO NCE M EDIO 85
Aunque persiste aún cierto debate entre los arqueólogos sobre la causa
(o causas) del final de la Edad del Bronce M edio, parece no haber duda de
que la causa principal fue la reafirmación del poder egipcio en la región, a fi
nales de la dinastía XVII e inicios de Ia XVIII (Weinstein, 1981, 1991). Dever
ha concluido que las murallas descritas con anterioridad fueron contruidas
precisamente para defenderse de las represalias egipcias (1987a, p. 174) y no
por la rivalidad entre ciudades. Casi todos los asentamientos del Bronce M e
dio que se han excavado en Palestina muestran signos de destrucción en los
niveles correspondientes a finales de la Edad del Bronce Medio. A lgunos em
plazamientos (com o Shechem ) muestran incluso más de un nivel de destruc
ción en este periodo. Analizando la información arqueológica estratigráfica
de unos treinta yacim ientos en Palestina, fuentes textuales egipcias y nom
bres hicsos hallados sobre los escarabeos en yacimientos palestinos, W eins
tein (1981) planteó la hipótesis de que la destrucción de la Edad del Bronce
M edio estuvo limitada en principio a los asentamientos bajo el control hicso
en las regiones meridional e interior del país. A sí, para él, las represalias
egipcias estaban causadas por su odio a los hicsos, y no por intereses de tipo
imperialista.
E l B ronce M e d io y l a B ib l ia
Aproximadamente los últimos 300 años de la larga Edad del Bronce se ca
racterizan por un nuevo patrón demográfico que supuso el casi total abando
no de las áreas rurales así com o una urbanización de las regiones costeras. El
periodo vio cóm o se incrementaba el control egipcio de la región, especial
mente en Palestina y Siria. Esto condujo a un empeoramiento de las condicio
nes de vida para la mayoría de la población y, al m ism o tiempo, a una con
centración del poder y la riqueza en manos de una minoría. Esta situación
queda reflejada en los vestigios arquitectónicos de las grandes casas «patri
cias» o de las mansiones «de los gobernadores» identificadas en muchos ya
cim ientos (por ejem plo Tell Beit Mirsim, M egido, Tell e l-‘Ajjul), las cuales
servían probablemente com o residencia bien de un funcionario egipcio, bien
de uno local a las órdenes de aquéllos. Ese control ejercido por Egipto es vi
sible en el hecho de que, con pocas excepciones, la mayor parte de los empla
zamientos palestinos de este periodo no estén fortificados. Es más, esta con
centración de poder y riqueza se refleja en un incremento del com ercio, en
especial con el mundo mediterráneo, que hizo llegar a la zona artículos tan
lujosos com o marfiles tallados, cobre, vinos, aceite y, en especial, cerámicas
finas. A pesar de la impresión de decadencia que transmiten los restos mate
riales de este periodo, una de las innovaciones más importantes en la historia
humana tuvo lugar entonces: el desarrollo del alfabeto por los fenicios (véase
más adelante). Es posible que a finales de la Edad del Bronce Tardío poda
m os hablar, por primera vez, de un pueblo llamado «Israel».
92 LA A RQ U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
Nuestro conocim iento de la Edad del Bronce Tardío en Palestina está es
trechamente ligado a la historia egipcia, gracias al descubrimiento y traducción
de muchas inscripciones y textos egipcios que datan de este periodo. En con
secuencia, com o Dever afirmó hace más de veinte años (Dever y Clark, 1977,
pp. 90-91), aunque nuestra percepción de la Edad del Bronce Tardío se ve
constantemente matizada com o consecuencia de los nuevos datos procedentes
de las excavaciones en curso, la visión de este periodo no experimentó ninguna
tranformación drástica, com o sí lo hizo la de la Edad del Bronce Medio.
Sin embargo, eso no significa que no haya temas controvertidos. Arqueó
logos e historiadores siguen sin ponerse de acuerdo en las fechas absolutas
tanto para el inicio com o para el fin de esta fase de la Edad del Bronce, así
com o en el número y la datación de las subfases de la misma. Las cuestiones
concernientes a la causa (o causas) del súbito fin de este periodo y el origen
de tina nueva entidad social-político-ctnica en Palestina llamada «Israel» no
han sido respondidas de un modo que satisfaga a lodos los especialistas.'
C r o n o l o g ía
Por lo general, el inicio de la Edad del Bronce Tardío está ligado a la des
trucción que puso fin a la Edad del Bronce Medio. Parte del problema, sin
embargo, radica en que no todas las ciudades o asentamientos de la Edad del
Bronce M edio sufrieron esa destrucción al m ism o tiempo. Entre los ejemplos
se incluyen Lachish, Gezer, M egido, Beth Shan y Hazor. Es más, dicha des
trucción no puede ligarse a un único suceso (Bunimovitz, 1995, p. 322). E xis
ten problemas similares en lo que se refiere al término de la Edad del Bronce
Tardío. A finales del siglo xm a.C., buena parte de los mundos m icénico y del
Oriente Próximo fueron testigos de grandes trastornos y colapsos. Podemos
observar igualmente esta desintegración en Palestina, donde fueron destrui
dos muchos emplazamientos (por ejemplo Hazor y Bethel). Por otro lado, el
control de Egipto sobre Palestina no finalizó com pletam ente hasta la prime
ra mitad del siglo xn a.C. Además, varios yacimientos (tales com o M egido,
Lachish, Beth Shan y Ashkelon) no sufrieron destrucciones a finales del si
glo xm a.C., y los dos signos distintivos de la Edad del Hierro I, esto es, la
expansión de la cultura material filislea y la difusión del uso del hierro, no
parecen haber ocurrido hasta la segunda mitad del siglo xn (Ussishkin, 1985;
Gonen, 1992b, p. 216). Bajo tales condiciones es difícil abogar por una cro
nología absoluta que resulte válida para todos los autores. Estos aspectos, al
menos por ahora, deberán permanecer com o cuestiones abiertas, sujetas a
modificaciones a medida que se descubran nuevos datos.
La p o b l a c ió n
nían en torno a una hectárea. A finales de la Edad del Bronce Tardío, esta ci
fra se incrementó hasta el 43 por 100. Si incluim os los emplazamientos de
hasta 5 ha, ¡la proporción llega hasta el 95 por 100!
Por lo que se refiere a los grandes enclaves (con una extensión de 20 ha
o más, según Gonen), la cifra cae de veintiocho en el Bronce M edio II a seis
en la Edad del Bronce Tardío. D e estos seis, sólo Lachish (20 ha) y Hazor
(más de 80 ha; Hazor es el yacimiento antiguo más grande jamás descubierto
en Palestina) existieron a lo largo de toda la Edad del Bronce Tardío (Gonen,
1984, pp. 66-67, ilustración 2). Es más, la extensión del área habitada se re
dujo de más de 425 ha durante el Bronce M edio II a apenas 200 ha en el
Bronce Tardío II (Gonen, 1984, p. 68, tabla 4; Gonen, 1992b, pp. 216-217).
Especialm ente significativo a la hora de comprender la ocupación «israeli
ta» de Palestina a com ienzos de la Edad del Hierro (véase más adelante) es el
hecho de que la región montañosa central, así com o las colinas de Galilea,
estaban escasamente pobladas durante este periodo. Importantes excepciones
a esta observación son ciudades com o Shechem, Tell cl-Far'ah Norte, Bethel y
Jerusalén.J
Se cree que muchos de los nuevos em plazamientos de pequeño tamaño
(especialm ente en la región costera) habrían servido bien com o puestos fron
terizos egipcios o bien com o residencias de funcionarios (probablemente para
la protección de sus actividades com erciales). También otros asentamientos
sirvieron a los intereses egipcios, tales com o Beth Shean, que vigilaba el lí
mite oriental del valle de Jezrael. D e hecho, la presencia egipcia en Palestina
en este periodo puede explicar una de las características más sorprendentes
de los asentamientos ocupados de la Edad del Bronce Tardío: la ausencia de
muros defensivos.
V e s t ig io s a r q u it e c t ó n ic o s
D om ésticos
Los debates sobre los restos arquitectónicos de la Edad del Bronce Tardío
que conocem os a partir de las excavaciones en Palestina suelen centrarse en
aquellos identificados com o «tem plos» y «casas patricias». Esto es así porque
se sabe muy poco de las viviendas privadas típicas debido a la falta de ves
tigios de las mismas en la mayoría de los em plazamientos de la Edad del
Bronce Tardío (para una descripción general de la arquitectura, véase Gonen,
1992b; Oren, 1992). La mayor parte del material recuperado proviene de luga
res com o M egido y Hazor. Los restos descubiertos en ellos sugieren que exis
tió una continuidad con los estilos arquitectónicos dom ésticos de la previa
LA ED A D D EL BRO N CE TA RD ÍO 95
Edad del Bronce Medio, incluidos los ubicuos patios rodeados de pequeñas
estancias. Sin embargo, detalles com o las ventanas, los tejados, los segundos
pisos y el método constructivo están a menudo ausentes debido al pobre esta
do de conservación de los restos materiales.
Figura 6.2. Planos de los templos de la Edad del Bronce Tardío, Hazor. Cortesía de
J. Fitzgerald.
A pesar del declive cultural que se refleja en los restos materiales de mu
chos em plazam ientos de la Edad del Bronce Tardío, este periodo experim en
tó un com ercio floreciente (especialm ente en los estadios más tardíos) con el
mundo mediterráneo, así com o con otras zonas. Junto a la cerámica cananea
local, que se desarrolló a partir de la Edad del Bronce M edio, se ha recu
perado mucha cerámica importada. Para el análisis del corpus cerámico ver:
Amiran, 1970b, pp. 124-190; Gonen, 1992b, pp. 232-240; A. Mazar, 1990,
pp. 257-264.
LA ED A D D EL BRO N CE TARDÍO 99
L a « É po ca de A m arna»
del Antiguo Testamento (Bruce, 1967, pp. 11-14; Lemche, 1992a). Algunos,
incluso, fueron más allá hasta equiparar los ataques de los ‘apiru que descri
bía la correspondencia de Amarna con el relato de Josué de la invasión de
Canaán tal y com o cuenta la Biblia (Campbell, 1960). La pregunta de cóm o
están relacionados los ‘apiru que mencionan las cartas de Amarna y los he
breos de la Biblia es difícil de responder. Aunque carecemos de respuestas
definitivas, podemos decir que hasta ahora, nadie ha probado de forma con
cluyente que los términos « ‘apiru », e «ibri»= ( ‘hebreo’) se relacionen desde el
punto de vista etim ológico (véase Lcmche, 1992b), ni que los hebreos forma
ran alguna vez parte del m ovim iento de los ‘apiru. En primer lugar, la po
blación a la que se aplica el término ‘apiru existió por lodo el Oriente Próxi
mo a lo largo del n m ilenio a.C. (M. Greenberg, 1955). En consecuencia, es
acertado decir que no todos los ‘apiru eran hebreos. Si los hebreos fueron al
guna vez ‘apiru es, por el momento, una cuestión abierta (véase Fritz, 1981,
p. 81, que creyó que estaban relacionados).
El significado exacto del término 'apiru es también difícil de determinar.
¿Se refiere a un grupo étnico, a un grupo social, a una clase económ ica, o a
todo ello? Chaney (1983, pp. 72-83) llegó a la conclusión de que el mejor pa
radigma (que toma prestado de Landsberger, 1973) con el que describir a los
‘apiru en las cartas de Amarna, así com o en otros textos, es el de «bandidaje
social» (1983, p. 79). Sin llegar a identificar a los ‘apiru com o hebreos, Cha
ney argumentó que existía una continuidad socio-política ente los ‘apiru de la
época de Amarna y los «israelitas» premonárquicos de la Edad del Hierro I,
que ocuparon el mismo territorio de Palestina que previamente habían habita
do los ‘apiru. Cita a 1 Samuel 22, 1-2 com o un ejemplo «clásico» de una tra
dición israelita temprana que tiene paralelos con la actividad de los ‘apiru de
las cartas de Amarna. Pregunta Chaney:
¿Puede no haber continuidad, por tanlo, entre la dinám ica social de la Pa
lestina de la época de Amarna y la de la formación de Israel, cuando las áreas
de fuerza esenciales del Israel prcmorrárquico, sus enemigos, y sus formas de
organización social fueron lodas coineidenies con las de los ‘apiru de Amarna y
sus aliados? (1983, p. 83)
Sin duda, una de las historias más importantes (si no la más importante)
de la Biblia hebrea, al menos desde la perspectiva de los propios escritores
bíblicos, es la de la huida milagrosa de Egipto de las doce tribus de Israel
bajo el liderazgo de M oisés (Éxodo 1-12). Celebrada en cánticos y fiestas
(Deuteronom io 26, 5-11; Éxodo 15, 1-18; 1 Samuel 12, 7-8; O seas 11, 1; Mi-
queas 6, 4; etc.), esta historia, junto a las de la Alianza en el Sinaí o Horeb
(Éxodo 19-24) y la entrada en la tierra de Canaán (Josué 1-12), se convirtió
en el sine qua non de la existencia de Israel. D e hecho, esta historia (o histo
rias) es tan esencial para la comprensión misma de la Biblia que los estudio
sos bíblicos, y especialmente los arqueólogos «bíblicos», dieron por sentado
hasta no hace mucho que en su núcleo debía haber existido un acontecim ien
to «histórico», por m ucho que lo adornaran las generaciones posteriores de
israelitas.
Son múltiples las preguntas y los problemas que la historia del Éxodo
plantea, tanto desde el punto de vista literario com o arqueológico. Sin embar
go, en los últimos diez o quince años el aumento permanente de los datos ar
queológicos ha creado serias dudas sobre la historicidad de tal historia, valga
la redundancia, así com o sobre el relato de la conquista de Canaán que hace
Josué (véase más adelante, capítulo 8). En el centro de este debate está la
cuestión del origen último de los israelitas. Aunque todavía hay quien aboga
por la existencia de algún tipo de «acontecimiento histórico» tras la historia
bíblica," es cada vez más evidente que tales argumentos se están volviendo,
a su vez, menos convincentes. La razón está en la ausencia de testim onios,
tanto literarios com o arqueológicos.
bran la victoria del faraón sobre sus enem igos (para una traducción del himno
véase Pritchard, 1969, pp. 376-378). Hacia el final de la inscripción aparece
un himno que menciona enem igos en Canaán. Éstos incluyen Ashkelon, Gezer
y Yanoam. Pero el nombre que ha recibido la mayor atención de los estudio
sos bíblicos es el de «Israel» (a causa de esta referencia, a menudo se deno
mina a la inscripción com pleta la «estela de Israel»). Los lingüistas inmedia
tamente señalaron que al nombre «Israel» le precede un jeroglífico egipcio
que se refiere a una población, por oposición a una ciudad o región. Esta es la
referencia más antigua a Israel com o comunidad que conocem os a partir de
los textos antiguos (para la presencia de la palabra «Israel» com o nombre
propio, véase Hasel, 1994). La inscripción dice:
En efecto; esta mención a «Israel» ha hecho correr ríos de tinta, pero ¿qué
nos dice realmente sobre el origen y la naturaleza del «Israel» de la Biblia?:
no mucho. Los intentos de algunos (por ejemplo, Yurco, 1997; D e Vaux, 1978,
pp. 390-391, 4 9 0 -4 9 2 )11 por identificar el «Israel» de la estela con el «Israel»
de la Biblia que supuestamente salió de Egipto a las órdenes de M oisés han
sido infructuosos. Sin asumir la historia bíblica por anticipado, no hay abso
lutamente nada en la propia inscripción de la estela que sugiera que este «Is
rael» estuvo alguna vez en Egipto. Todo lo que razonablemente podemos in
ferir de ella es que un escriba egipcio a finales del siglo xm a.C. incluyó en la
lista de los enem igos derrotados por el faraón a un grupo de gente que vivía
en Canaán y que eran conocidos colectivam ente com o «Israel» (véase Miller
y Hayes, 1986, p. 68). Ni se menciona (ni siquiera se sugiere) en ninguna par
te cóm o se organizaba este «Israel», a qué deidad o deidades adoraba, y, so
bre todo, de dónde era originario este «Israel» y de qué forma o formas puede
relacionarse con el «Israel» que em ergió 200 años más tarde bajo el mando
de Saúl y David (véanse Dever, 1997b; Weinstein, 1997b; Ward, 1997). Así,
la estela de Merneptah, junto a otros textos egipcios frecuentemente m encio
nados,14 son en última instancia irrelevantes para la cuestión de si hubo o no
alguna vez un éxodo israelita de Egipto tal y com o cuenta la Biblia. Alguna
LA EDAD D EL BRO N CE TA RDÍO 105
Cuando uno recurre al testimonio arqueológico acerca del tema del É xo
do, el panorama, si lo hay, es incluso más desolador que el que presentan
las fuentes literarias. A pesar de los repetidos esfuerzos de algunos (Mala-
mat, 1997, 1998; Sarna, 1988; Yurco, 1997) por defender la historia bíblica, «si
no fuera por la Biblia, cualquiera que echara un vistazo a los datos arqueoló
gicos palestinos concluiría que, sea cual sea el origen de los israelitas, éste no
fue Egipto» (Weinstein, 1997b, p. 98). Esta franca afirmación de Weinstein
traza claramente la línea entre los que interpretan los datos arqueológicos de
forma negativa en lo que respecta a unos antecedentes egipcios para el origen
de Israel y aquellos que los interpretan de forma diferente. Los temas son mu
chos y complejos. Es más, es únicamente por conveniencia que este debate del
Éxodo se separa de la cuestión de la Conquista, que trataremos en el próximo
capítulo. Cualquier duda sobre la historicidad del Éxodo tiene también reper
cusiones en la comprensión de la Conquista.
Aunque una objetividad total es una utopía, comenzaré tratando de sepa
rar los «hechos» arqueológicos tal y com o se conocen hoy, de cualquier inter
pretación de los mismos. Toda tentativa de confirmar la historia bíblica del
Éxodo tendrá que explicar lo siguiente: primero, si los habitantes de la región
montañosa central de Palestina en el periodo de la Edad del Hierro 1 provenían
de una comunidad que permaneció durante largo tiempo (más de 400 años
según la Biblia, 1 Reyes 6, 1) en Egipto, ¿por qué las excavaciones y las pros
pecciones de estos asentamientos han proporcionado tan escasa prueba de la
influencia egipcia? (véase Weinstein, 1997b, p. 88). Segundo, según la tradi
ción bíblica, varios m illones de personas (cf. Éxodo 12, 37; Núm. 1, 45-46)
vagaron por la península del Sinaí durante «cuarenta» años. Sin embargo,
jamás se ha recuperado ni un solo vestigio de tal grupo.
Lo único que podemos decir al respecto se refiere a la historia arqueoló
gica de Tell el-Qudeirat, identificado com o la antigua Kadesh-Barnea. Las
excavaciones de este yacimiento, situado en el norte del Sinaí, no han puesto
al descubierto nada anterior a los siglos x-ix a.C. (M. Dothan, 1977; Cohen,
1997). Kadesh-Barnea jugó un importante papel en las tradiciones bíblicas
del Éxodo y la marcha errante por el desierto (Núm. 13, 26; 20, 1 y 14). Pero
la falta de restos materiales en este lugar que puedan datarse con anteriori
106 LA A RQ U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
una discusión casi interminable sobre estos temas, seguiré aquí las fechas que
recientemente ha sugerido el egiptólogo K. Kitchen, presentadas en un co lo
quio internacional sobre cronología absoluta que tuvo lugar en la Universidad
de Gothenberg en agosto de 1987 (Kitchen, 1987):
D in a stía X IX D in a stía X X
la E dad del H ie r r o I: t e r m in o l o g ía y f e c h a s
fue reconstruida com o ciudad cananea (A. Mazar, 1992b, pp. 260-262). Todo
lo dicho ha incitado a algunos arqueólogos a fechar los últimos momentos de
la Edad del Bronce Tardío con posterioridad al 1200 a.C. (cf. Dever, 1995c,
p. 206). Otros, han dividido la Edad del Hierro I en dos subperiodos: Edad del
Hierro 1A (c. 1200-1150), y Edad del Hierro IB (c. 1150-1000) (cf. A. Mazar,
1992b, p. 260). Nosotros, por nuestra parte, nos referiremos a estos 200 años
sim plem ente com o Edad del Hierro I. A sim ism o, no nos es posible aquí des
cribir pormenorizadamente el periodo del Hierro I en términos de cultura
material. Para tales descripciones están disponibles varios resúmenes recien
tes. Véanse en particular los siguientes: Finkelstein (1995); Fritz ( 1987a); Fin-
kelstein y Na'aman ( 1994); A. Mazar ( 1990, pp. 295-367; 1992b).
Me centraré, más bien, en dos de las más importantes realidades sociales
y políticas de la Palestina de este periodo: la llegada y establecim iento de los
llamados «Pueblos del Mar», especialmente los filisteos, y el nacimiento de
muchas aldeas y alquerías en la región montañosa central. La discusión sobre
este último fenóm eno nos permitirá enfrentarnos cara a cara con la muy dis
cutida hipótesis de una conquista de Canaán por parte de los «israelitas».
Los P u e b l o s DHL M a r : l o s f i l is t e o s
L os filisteos"'
Los textos
Figura 7.1. Escena que refleja la batalla ente Ramsés III y los Pueblos del Mar. To
mada de T. Dothan, The Philistines and their M aterial Culture, Israel Exploration
Society.
La Biblia trata a los filisteos de ιιη modo despectivo. Este desprecio .se de
muestra de la forma más intensa en los pasajes que los describen com o «no
circuncisos» (Jueces 14, 3; 15, 18; 1 Samuel 17, 26; 18, 25), así com o en la
historia de Ocozías cn 2 Reyes 1, cn la que el dios de Ekron, Baal-zebul ( ‘re
gio señor’), es ridiculizado com o «Baal-zebub» ( ‘el señor de las m oscas’).
Pero a pesar de la escasa estima en la que los israelitas tenían a los filisteos,
las referencias bíblicas a estas gentes nos proporcionan algunas claves sobre
la cultura filistea.
La organización política
La organización m ilitar
La religión
ellos, al menos, algunas de sus prácticas religiosas indígenas (véase más ade
lante).
Así, la Biblia, aunque de modo parcial en algunos aspectos, presenta a los
filisteos bien organizados desde el punto de vista político y militar, y com o
un pueblo que se adaptó rápidamente a su nuevo hogar. Esta adaptación in
cluyó tanto la religión com o la lengua cananeas. La Biblia, por supuesto, no
se ocupa de los logros culturales de los filisteos sino por la amenaza política
y militar que representaban para los israelitas. El alcance de su superioridad
cultural, al menos durante la mayor parte del periodo de la Edad del Hierro Γ,
se refleja de forma nítida en los restos arqueológicos.
Figura 7.3. Cerámica fîlistea. Tomada de T. Dothan, The Philistines and their Mate
rial Culture, © Israel Exploration Society, 1982.
Mar. Tercera, la comparación de los estilos cerám icos que com ponen gran
parte del corpus los vincula al área del Egeo, de donde se cree que los filis
teos habrían venido. Al m ism o tiem po, el análisis de la arcilla por termo-
lum iniscencia ha demostrado de forma concluyente que la cerámica era de
fabricación local, lo que im plica la existencia de artesanos locales con oce
dores de esos tipos cerám icos (para la cerámica de Ekron, véase Gunneweg
et al., 1986).
LA ED A D D EL H IERRO I 117
Los más claros ejem plos de la arquitectura filistea son los que conocem os
a partir de las excavaciones de Tell Qasile, Ashdod, Ashkelon y Ekron. Aun
que debem os ser cautelosos a la hora de elaborar nuestras conclusiones, debi
do a la limitada excavación de los estratos filisteos, se sabe lo suficiente com o
para afirmar que los filisteos impusieron en su nuevo hogar sus propios tipos
constructivos (Stager, 1995, pp. 345-348). En Ashkelon, Stager descubrió un
edificio público (que pasó por varias fases), similar a los hallados en Ashdod,
Tell Qasile y Ekron (1995, p. 346). A soció provisionalmente este edificio a una
industria del tejido a causa de las más de 150 fusayolas que encontró allí.
Ekron (figura 7.5) es un claro ejem plo de la planificación arquitectónica
filistea, en cuyo centro se han documentado construcciones de carácter públi
co (T. Dothan, 1990; T. Dothan y Gitin, 1990; Gitin y T. Dothan, 1987). En el
área IV (en el centro de la ciudad) se encontró un «edificio monumental bien
planificado», posiblem ente la residencia de un gobernador o quizá un palacio
(Gitin y T. Dothan, 1987, p. 205). Este edificio contenía varias habitaciones,
dos de las cuales podrían estar asociadas a prácticas cultuales. Son de especial
interés los restos de un hogar circular hallado en un patio conectado con las
dos habitaciones superiores. Se piensa que estos hogares son la principal ca
racterística arquitectónica de los m égara del mundo egeo (figura 7.6; T. D o
than. 1990, p. 35; Dothan y Dothan, 1992, pp. 242-244 y láminas 24, 25, 26).
Sólo conocem os hogares com o éstos en otros dos yacimientos filisteos: Tell
Qasile (A. Mazar, 1985) y Ashkelon (T. Dothan, 1982, p. 205).
LA ED A D D EL H IERRO I 119
estilo arquitectónico, dado que fueron ellos los primeros en ocupar el lugar. Se
han encontrado construcciones similares cn otros yacimientos no asociados
normalemente a los filisteos, com o son ‘Ai, Bethel, Raddana .y Gibeon. ‘Ai y
Raddana tienen una particular importancia, dado que ambos son lugares sella
dos desde el punto de vista estratigrafía», sin rcslos de las edades del Bronce
Tardío o Medio. Esto supone que los ocupantes de estas aldeas de la región
montañosa central en la Edad del Hierro I tenían más en común con los filis
teos de la región cosiera que con los nómadas del desierto oriental.
La religión fU istea
cuya hoja está hecha de hierro mientras que los remaches unidos al mango
son de bronce y el mango m ism o es de marfil. Se descubrió un cuchillo sim i
lar en Ekron (T. Dothan, 1990, pp. 31, 33; Dothan y Dothan, 1992, láminas 29,
30). Con la destrucción del estrato X, posiblem ente llevada a cabo por David,
los días de esplendor de Tell Qasile llegaron a su fin.
En Ekron (Tell Miqne) aparece ante nuestros ojos una gran ciudad pa
lestina (figura 7.5). Fortificada con un muro de ladrillo de barro de más de
3 metros de grosor (Dothan y Dothan, 1992, 239), la ciudad tenía una exten
sión de más de 20 ha e incluía una zona industrial, un área de edificios públi
cos entre los que se encuentra un posible santuario y un área doméstica (para
una descripción general con fotografías y dibujos, véanse T. Dothan, 1987,
1990; Dothan y Dothan, 1992, pp. 239-257). En el santuario, (que pasó por
dos fases de utilización), se halló el hogar que m encionam os anteriormente,
así com o muchos objetos de pequeño tamaño, algunos de ellos posiblem ente
relacionados con el culto filisteo. Entre estos objetos se encuentran tres rue
das de bronce con radios y parte de un bastidor con lo que podría ser un agu
jero para un eje (T. Dothan, 1990, pp. 30-35; Dothan y Dothan, 1992, pp. 248-
250). Poco frecuentes entre los hallazgos en Palestina, se han encontrado
objetos de este tipo en Chipre. T. Dothan ha apuntado que la descripción de
las basas que hace Salomón a Hiram, rey de Tiro (1 Reyes 7, 27-33) incluye
una referencia a «ruedas de bronce y ejes de bronce» (v. 30). Otro descubri
miento de importancia es un cuchillo similar al ya mencionado de Tell Q asi
le. N o está claro el significado cultual o ceremonial que pudo haber tenido.
Se encontraron también otros tres mangos fechados en la primera mitad del
siglo XII a.C. Durante la última fase (estrato IV; finales del siglo xi, principios
del X a.C.) de este edificio, el hogar ya no estaba en uso y los pequeños obje
tos apuntan a una creciente influencia egipcia. En el momento de su destruc
ción (en la primera mitad del siglo x), Ekron había perdido ya gran parte de su
caracterización filistea (T. Dothan, 1990, pp. 25-36; Dothan y Dothan, 1992,
pp. 250-253).
E lfin
1— i---------------- 1_______ i i
Figura 7.8. Plano del templo filisteo de Tell Qasile. Cortesía de J. Fitzgerald.
das al termino «filisteo». Lo que se sabe de sus prácticas funerarias, así com o
de sus vestigios dom ésticos, indica que a menudo llegaron a gozar de un cier
to nivel de riqueza, así com o de una elevada posición, dado que sólo tal clase
de individuos podrían haberse permitido el tipo de casas en las que habitaban
y las tumbas en las que eran enterrados.
Aunque hoy se sabe tanto por la arqueología com o por los textos (Jere
mías 25, 20; Sofonías, 2, 4; Zacarías 9, 5-8) que los filisteos existieron a lo
largo del periodo de la Edad el Hierro II (véase Stone, 1995), hacia mediados
del siglo X, si no antes, parecían haber perdido buena parte de su singularidad
cultural. ¿Cómo ocurrió esto teniendo en cuenta su riqueza, artesanía y supe
rioridad política y militar? Sin duda, la derrota sufrida ante los israelitas fue
la causa de parte de esa decadencia, pero por sí sola esta explicación parece
insuficiente, dado su rápido declive. La clave, creo, está en las dos facetas
menos conocidas de este pueblo: su lengua original y su religión. Aunque el
de la identidad étnica es un tema com plejo, ciertamente lengua y religión
juegan un papel en él. Los filisteos parecen haber sido tan eclécticos en estas
cuestiones com o lo fueron con sus tipos cerámicos. Este eclecticism o les per
mitió asimilar con gran rapidez la cultura cananea, pero esta asim ilación tam
bién les arrebató mucho de su identidad propia. La tierra que compartieron
con los israelitas se convirtió en última instancia en su tumba cultural, y el
nombre por el que esta tierra se ha conocido durante al menos 2.000 años,
«Palestina», figura hoy com o su epitafio.
124 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
E L N A C IM IE N T O D E L A N T IG U O « I S R A E L »
De todos los problemas a los que deben enfrentarse los arqueólogos e his
toriadores bíblicos, ninguno ha sido tan com plejo y controvertido, com o el de
la conquista de Canaán por parte del pueblo que la Biblia llama «israelitas».
En su mayor parte, el relato de la Biblia cn los libros de Números y Josué es
claro y realista.
Tras la salida de Egipto bajo el liderazgo de M oisés y su milagrosa huida
del Mar de Juncos (el mar Rojo), los israelitas estaban aterrorizados a causa
de los informes de aquellos que se habían adelantado para explorar la tierra
de Canaán. Ante la noticia de que allí había gigantes (Números 13-14), la
gente se rebeló contra M oisés y Aarón y planearon regresar a Egipto. Final
mente, estuvieron de acuerdo en entrar en Canaán por el sur, y allí amalckitas
y cananeos hicieron fracasar sus planes (Números 14, 45). Condenados a va
gar por el desierto durante «cuarenta años», tropezaron con varios grupos de
gentes con los que se enfrentaron. Entre ellos se encontraban el rey de Arad, los
ainoritas y el rey de Bashan (Números 21). Al final del libro de Números, se
dice que los israelitas se unieron en la Transjordania contra Jericó. Tras la
muerte de M oisés y bajo el liderazgo de Josué, invadieron la tierra de Canaán
(Josué 1-12), organizando su ataque cn tres lases: I) un ataque contra la re
gión montañosa central, incluidas Jcricó y A i (Josué 6-10); 2) una campaña
meridional que conduce a la derrota de ciudades com o Linah, Eglón, Hebrón
y Debir (Josué 10, 29-43); y 3) un asalto septentrional que tuvo com o resul
tado la destrucción de Hazor (Josué 11, 1-15). Así, se nos dice que en un pe
riodo de cinco años (Josué 14, 7 y 10): «Josué conquistó toda la tierra; la
montaña, el Neguev, la Sefelá y las pendientes con todos sus reyes. No dejó
ningún superviviente. Entregó el anatema a todo viviente, com o había man
dado Yavé, D ios de Israel» (Josué 10, 40).
La impresión que uno obtiene de esta historia es que un Israel unido atacó
Canaán desde el este y que la victoria sobre sus habitantes fue, al menos en la
región montañosa central, rápida y completa. Es un eufem ism o decir que algo
no encaja en esta descripción.
A causa de nuestras lim itaciones de espacio, es im posible plantear una
discusión en profundidad de los muchos problemas y soluciones que se han
propuesto. Es más, cualquier tentativa por simplificar un tema tan com plejo
corre el riesgo de distorsionarlo. No obstante, debemos correr ese riesgo.
Existen dos puntos esenciales. Primero, están las historias bíblicas en sí
mismas. Las com pilaciones de Números, Josué y Jueces son historias largas y
complejas, según la mayoría de los críticos literarios. El acuerdo principal es
que estos textos fueron escritos en una época tardía de la historia de Israel (el
LA EDAD D EL H IERRO I 125
logia podía utilizarse para corroborar los relatos bíblicos. Por razones que dis
cutiremos más tarde, no hay prácticamente nada de esta reconstrucción que los
arqueólogos e historiadores actuales tomen en serio. Como dijera un arqueólo
go americano bien conocido: «Una década de excavaciones intensivas, m ul
tidisciplinares, en su mayoría llevadas a cabo por arqueólogos israelíes, ha
barrido completamente los “modelos de conquista” ... En la actualidad ningún
reputado estudioso o arqueólogo bíblico adoptaría las opiniones de Albright»
(Dever, 1993c, p. 33;* véanse también los comentarios de Dever en 1992c).
Otros estudios (Stager, 1985; Coote, 1990, pp. 13-139), han apuntado tam
bién que la población que .se instaló en las tierras altas eran granjeros u horticul
tores, no invasores nómadas venidos del este. Las estructuras arquitectónicas,
cn especial las famosas «casas de cuatro habitaciones», que se identificaban
hasta no hace mucho com o «israelitas», se sabe hoy que tienen pocas o nin
guna implicación de tipo étnico (Finkelstein, 1988, pp. 254-259; 1996, pp. 200
y 204; D. R. Clark, 1996; London, 1989, pp. 47-48). Lo mismo podem os de
cir de la igualmente famosa «tinaja de borde engolado», que en un tiempo se
consideró una forma cerámica israelita característica." Se han interpretado
otros restos tecnológicos, com o las cisternas de agua enlucidas y la disposición
en terrazas de las laderas de las colinas, para dar a entender que una pobla
ción no nómada habitaba estas aldeas del Hierro I. Estos y otros datos ar
queológicos han llevado a Dever a concluir que los habitantes de estas aldeas
de la región montañosa central en el Hierro I no eran en absoluto nómadas
invasores del desierto, com o refleja la Biblia. Más bien, «parecen ser cam pe
sinos expertos y bien adaptados, ampliamente familiarizados con las condi
ciones locales de Canaán» (Dever, 1992c, pp. 549-550).
Esto no quiere decir que todos los arqueólogos estén de acuerdo en lo que
ello significa. La pregunla parece ser si deberíamos interpretar estos recur
sos técnicos com o innovaciones que posibilitaron la ocupación de la región
montañosa central o com o consecuencias del proceso de asentam iento.1’ En
cualquier caso, ya interpretemos estos datos com o innovaciones o com o con
secuencias, o bien com o ambas cosas, lo importante es que el pueblo (o pue
blos) que edificó, vivió y trabajó en estas aldeas de la región montañosa cen
tral durante la Edad del Hierro I no eran invasores nómadas provenientes del
desierto.
Esta nueva hipótesis plantea muchas preguntas sobre estas gentes, entre
ellas la pregunta esencial de quiénes eran y de dónde venían. Hasta no hace
mucho tiempo, la mayoría de los estudiosos asumían que los habitantes del
Hierrro I eran israelitas. Un rápido vistazo a las recientes publicaciones pon
drá de manifiesto la carencia de sentido crítico de esta suposición (por ejem
plo, T. Dothan, 1985. p. 165; Stager, 1985; London, 1989; Gal, 1992, pp. 84-
93). Gracias al esfuerzo pionero de arqueólogos com o Dever y Finkelstein,
tal suposición ya no es aceptable. La identidad étnica de este pueblo debe ser
probada mediante la evidencia, y no simplemente asumir que son «israelitas»
a partir de una lectura no crítica de los textos bíblicos.
Finkelstein ha demostrado que la ocupación de la región montañosa cen
tral a com ienzos de la Edad del Hierro I constituyó el tercer periodo de pobla-
miento de esta región, y que los otros dos habían tenido lugar durante el Bron
ce Antiguo I (r. 3200-2900 a.C.), momento en el que fueron ocupados unos
88 emplazamientos, y durante el Bronce M edio II (c. 2000-1550), en el que se
130 LA A RQ U EO LO G ÍA Y LA ií IB LIA
crearon 248 asentamientos (1994; 1995; 1996, pp. 199 y ss.). A partir de esta
perspectiva a largo plazo, Finkclstein llegó a la conclusion de que, desde fina
les del IV hasta finales del ii m ilenio a.C., grupos pastoriles se establecieron
en las tierras altas. De esta forma, la población que se instaló allí (incluida la
Transjordania) durante la Edad del Hierro ( se vio implicada en un proceso
que «formaba parte de un mecanismo cíclico de procesos alternos de sedenta-
rización y nomadismo de los grupos indígenas, en respuesta a circunstancias
políticas, económ icas y sociales cambiantes» (1996, p. 208). En otras pala
bras, los habitantes de estas aldeas del Hierro I eran nómadas pastoriles que
habían vuelto a convertirse en sedentarios, con escasa o ninguna conexión
con las poblaciones canancas de las tierras bajas (1995, p. 363). Según Fin-
kelstein, es difícil decir a que etnia pertenecían estas poblaciones. En un tra
bajo anterior (1988), él también se refirió a ellos com o «israelitas». Con pos
terioridad, sin embargo (1994; 1995; y especialmente 1996) ha empleado el
término de «protoisraelitas», que ya sugiriera Dcvcr (en Shanks, 1992c, entre
otros trabajos). Excepto por vagas referencias a «nómadas pastoriles» o «gru
pos trashumantes», Finkelstcin no apuntó quiénes podían haber sido con exac
titud estos «protoisraelitas» (1996, p. 208). Para él, ei «verdadero fsrael» no
nace antes de los siglos ix-vm a.C. ( 1996, p. 209). Es m ás, los únicos restos
materiales de los que Finkelstein pensó que pudieran tener im plicaciones
étnicas son huesos de cerdo (o más bien la ausencia de ellos) en el caso de las
aldeas de la región montañosa central (1995, p. 365). ¿Qué tiene todo esto
que ver con el relato bíblico de la entrada de Israel en Canaán'?
C o n c l u s io n e s
W. F. A lb r ig h t , 1949
In t r o d u c c ió n : L a A r q u e o l o g ía y la B ib l i a
• Edad del Hierro lia: 1000-r. 923 a.C. (siglo x a.C.; el periodo de la
Monarquía Unida)
• Edad del Hierro 11b; 923-722/721 a.C. (siglos ix-vm a.C.; com ienzo de
las monarquías «divididas» y de la destrucción de Israel en 722/721 a.C.)
• Edad del Hierro lie: 722-540 a.C. (finales del siglo vm -m ediados del
vi a.C.; este periodo incluye la destrucción de Jerusalén, entre otros lu
gares de Judea, por los babilonios en 587/586 a.C., y el exilio babilo
nio, 587-540 a.C.
Existen tres fuentes principales para una reconstrucción crítica de este pe
riodo: los datos arqueológicos, las tradiciones bíblicas y las fuentes escritas
no bíblicas. Entre estas últimas se incluyen las inscripciones egipcias, asirías
y babilonias; los ó stra ca , las bullae y las estelas e inscripciones hebreas. La
mayoría de estas fuentes escritas data de los siglos vin-vn, y son testimonio
por tanto de la creciente alfabetización de la población.
L a E d a d d e l H i e r r o H a : [.a M o n a r q u í a U n i d a (c . 1000-923 a . C . )
Gezer Hazor
Lachish
0 5 10 m
Megido
F ig u r a 8.2. Piano de lus puertas «salomónicas» del siglo x a.C. C ortesía de J. Fitz
gerald.
Fig u r a 8.3. Mapas de los posibles límites de Jerusalén en la Edad del Hierro. To
rnados de A. Ben-Tor, ed., The Archaeology o f Ancient Israel, Yale University Press,
© 1992.
cil. Las razones son varias. Primero, han excavado el lugar muchas personas
diferentes a través de los años, empezando por F. de Saulcy en 1860. Los in
formes de estas excavaciones se encuentran diseminados en un amplio con
junto de publicaciones en varios idiomas. En segundo lugar, Jerusalén es aún
una ciudad «viva», no un telI abandonado. En muchas ocasiones las estruc
turas contemporáneas están situadas sobre áreas que resultarían sumamente
atractivas de excavar."’ A eso se añade que la ciudad ha sido destruida y
saqueada numerosas veces a lo largo de su historia, lo cual ha supuesto, sin
duda, una pérdida incalculable de material. Finalmente, una de las áreas de
mayor interés arqueológico, el llamado «Monte del Templo», está fuera
de las posibilidades de los arqueólogos.
A pesar de todo, se han identificado alrededor de veintiún niveles arqueo
lógicos en la «Ciudad de David», niveles que van desde el Calcolítico (iv mi
lenio a.C.) al M edievo tardío (siglos x iv-xv d.C.) (Cahill y Tarler, 1994). Sin
embargo, muy pocos de estos restos pueden datarse con seguridad en el si
glo x a.C. Esto incluye la famosa estructura escalonada de piedra (figura 8.4),
que excavara Shiloh, fechada en un momento tan temprano com o son los
periodos del Bronce Tardío/Hierro I (Cahill y Tarler, 1994, p. 35); el propio
Shiloh la situó en el siglo x (1985, p. 454). No podemos estar seguros de que
esta estructura tenga algo que ver con el «M ilo» que menciona la Biblia
(2 Samuel 5, 1 1; 1 R eyes 9, 15).
LA ED A D D EL H IER R O II 141
El edificio más lam oso y más polém ico que supuestamente construyó
Salomón es, sin duda, el Primer Templo." A pesar de todo el trabajo arqueo
lógico que se ha llevado a cabo en esta ciudad, nunca se ha hallado un solo
fragmento de este ed ificio.1- N o obstante, la descripción del templo de Salo
món (I Reyes 5, 16-6, 38; cf. 2 Crónicas 4) encaja mejor con lo que se sabe
de edificios similares datables en su mayor parte en el n m ilenio a.C. La des
cripción es tan precisa que C. Meyers la calificó de «reproducción fotográfi
ca» (1992b, p. 352). Se ha dicho que un escritor postexílico que nunca hu
biera visto un edificio com o éste no podría conocer tales detalles, a menos que
tuviera acceso a tradiciones veraces acerca de su descripción (Dever, 1995a,
p. 33; cf. A. Mazar, 1990, p. 377).
Esta descripción es, asim ism o, importante por otro motivo. La Palestina
del siglo x a.C. carece de lo que podemos llamar «producción artística». Si la
descripción de detalles com o «querubines» (1 Reyes 6, 29), «palmas», «flo
res» (1 Reyes 6, 29), «jambas talladas» (1 Reyes 6, 31 y ss.) y otros objetos
asociados al templo (I Reyes 7, 13-50) es exacta, nos proporciona la prueba
literaria de la existencia en este periodo de una producción artística de carac-
142 LA A RQ U EO LO G ÍA Y LA BIBLIA
devastaron. Este periodo, la Edad del Hierro llb-c, que se corresponde con la
época central de la Biblia, ha sido objeto de un estudio más intenso que cual
quier otro de la historia palestina. De este modo, la cantidad de fuentes secun
darias dedicadas a los aspectos más relevantes del mismo es inmensa. A m e
dida que se prospecten y/o excaven más yacim ientos, es de esperar que tales
fuentes incrementen su número. Aquí sólo podemos hacer un breve resumen.
Entre los restos materiales precedentes de los yacimientos excavados se
incluyen sistemas defensivos (murallas, puertas, torres de guardia), arquitec
tura dom éstica y pública, sistemas hidrológicos, tumbas, calles, lugares de
culto, cerámicas, joyas y toda una serie de innumerables hallazgos de peque
ño tamaño. Quizá lo más dcstacablc de la cultura material de la época (espe
cialmente cn el Hierro 11c) sean las miles de inscripciones de diverso tipo que
conocem os. Su importancia para comprender muchos aspectos de la historia
de Israel y Judea, especialmente su religión (o religiones), es enorme (véase
más adelante).
Uno de los yacim ientos más impresionantes del Hierro II hasta hoy exca
vados en Palestina es el montículo de Tel Dan, de 20 ha de extensión. Situado
en el límite septentrional del valle de Huía, Dan fue, sin duda, un gran centro
económ ico, político y religioso en el Hierro II. Entre los descubrimientos de
esta época debem os señalar un imponente sistema de fortificación y un em
plazamiento cultual de gran tamaño.
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F ig u r a 8.7.
Puertas de la Edad del H ierro en Tel Dan. Tomado de Dan ¡. Cortesía de
las excavaciones de Tel Dan, Hebrew Union College, Jerusalén.
LA EDAD DEL HIERRO II 147
F ig u r a 8.9. Podio con banco de piedra caliza, Tel Dan. Fotografía de J. Laughlin.
F i g u r a 8.10. Estela ararnea, Tel Dan. Cortesía de las excavaciones de Tel Dan,
Hebrew Union College, Jerusalén. Fotografía de Zev Radovan.
150 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
Está escrita en arameo y se fecha en la segunda mitad del siglo ix a.C. Contiene
la primera referencia literaria clara a David que se ha encontrado al margen del
texto bíblico, aunque hoy se afirma algo similar de la llamada «Piedra moabi-
ta», fechada en la misma época que la estela de Dan (Lemaire, 1994).
Es difícil pasar por alto la importancia histórica de esta referencia (contie
ne también las palabras «rey de Israel» en la linca 8). Esta inscripción de
muestra claramente que la expresión «Casa de David» era un término político
utilizado para referirse a Judá (si asumimos su existencia com o una monar
quía en esta época) a finales del siglo ix a.C. (Schniedewind, 1996, p. 86).
Esto por supuesto no prueba la historicidad de los relatos bíblicos sobre Da
vid, aunque proporciona un apoyo considerable a aquellos que creen en su
existencia (véase más arriba, además de lo expuesto por Knoppers, 1997).
pieza. Se trata de un objeto de bronce y plata (del que se piensa que podría
ser una maza o la cabeza de un cetro) utilizado posiblemente por los sacerdo
tes, aunque no sabem os con qué fin (figura 8.13; Biran, 1987; 1994. láminas
32-34; Shanks, 1987). U no de los hallazgos más controvertidos del Área T es
una instalación datada a finales del siglo x o principios del ix a.C., que el ar
queólogo interpretó com o una estructura para la preparación de las libaciones,
mientras otros la han identificado com o una prensa de aceituna (figura 8.14).■’
LA EDAD DEL HIERRO II 153
(Hierro lie; véase Gal, 1998), ése no fue el caso de Dan. Durante el siglo vu,
la ciudad, implicada en el com ercio internacional, experimentó una época de
expansión. Sin embargo, la com posición de la población no está clara y, en
cualquier caso, la ciudad se encontraría bajo el control asirio. Su fin llegó
en el primer cuarto del siglo vi a.C., en que el yacimiento fue abandonado, po
siblemente cuando la población huyó ante la llegada de los babilonios.21
Sam aría
Aunque hay pruebas de que ya tuvo lugar aquí algún tipo de actividad en
un momento anterior a la Edad del Hierro llb (Dtager, 1990). los descubri
mientos arqueológicos más destacados datan precisamente de este periodo. El
hallazgo más importante es lo que se ha identificado com o una acrópolis real,
la cual abarcaría un área de casi 2 ha. A sociados a esta acrópolis se documen
taron murallas y almacenes. A los restos arquitectónicos de carácter monu
mental se añaden otros dos descubrírmenos esenciales.
Los óstraca
Se han encontrado más de 100 ó stra c a 23 (figura 8.16), de los cuales sesen
ta y tres eran lo suficientem ente legibles com o para publicarlos.24 Estos frag
mentos, junto a la estela de Tel Dan. son los vestigios escritos más importantes
que conocem os del reino de Israel. Aunque aún se debate la fecha (o fechas)
absoluta de los fragmentos, así com o su función (Kaufman. 1982; Rainey,
1988), la opinión más difundida es la que los data en el siglo vm a.C. Se cree
que servirían com o sistema de registro de artículos tales com o aceite y vino,
entregados a Samaria, quizá com o im puestos (A. Ma/.ar, 1990, p. 410). La
importancia de estas inscripciones radica no sólo en lo que revelan acerca de
la escritura hebrea antigua y el sistema impositivo, sino que. además, contie
nen información sobre la topografía en torno a Samaria, con la mención de
156 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
Los m arfiles
La riqueza material de la que disfrutaban al menos algunos de los habi
tantes de la ciudad queda reflejada en los cientos de fragmentos de marfil
que se han hallado en el lugar. Una vez más, su fecha no está clara debido a
la circunstancias de su descubrim iento (estos fragmentos se encontraron en
LA EDAD DEL HIERRO II 157
0 10 20 m
O
8.18. Plano general de Beersheba en la Edad del Hierro II, nivel II. Z e'ev
F ig u r a
Herzog, Archaeology o f the City, monográfico de la Universidad de Tel Aviv, n.° 13.
La escritura
Uno de los avances más importantes de toda la Edad del Hierro llb -c es la
difusión de la escritura, que conocem os a partir de cientos de inscripciones,
la mayoría de las cuales datan de los siglos vra al vi a.C. Aunque no conoce
mos el porcentaje de población alfabetizada, el número y la variedad de los
materiales escritos es tan abundante que, desde al menos el siglo vm. «parece
que fue común en los centros urbanos israelitas un conocim iento básico de
la escritura» (Demsky, 1997, p. 366; cf. Herr, 1997b, p. 145; A. Mazar, 1990,
p. 515).29 El material más frecuentemente utilizado debió de ser el papiro,
pero éste raramente sobrevive a los estragos que ocasiona el paso del tiempo.
160 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
(Tushingham, 1992). Sin embargo, dado que todas las jarras parece que fue
ron fabricadas en el mismo lugar, y dadas las realidades políticas existentes a
finales del siglo vm a.C., es más probable que ambos símbolos fueran propios
de la realeza de Judá (Barkay, 1992).31
rah le ha salvado de sus enemigos» (Dever, 1997d, p. 391 ; véase también Ze-
vit, 1984 y notas).
Estas referencias a «a/‘Asherah» han generado una importante controver
sia entre los estudiosos acerca de su significado exacto. Al margen de los re
sultados de este debate, estas inscripciones (así como otros restos materiales
que ya mencionamos anteriormente) apuntan al hecho de que, al menos en la
religión popular, muchos israelitas asociaban a Yahweh con una consorte fe
menina. La conclusión de Dever sobre estas referencias tiene su repercusión
a la hora de comprender de un modo crítico la forma definitiva de la Biblia
hebrea: «Podemos entender hoy el “silencio'7 sobre A sherah como consorte
de Yahweh, sucesor del “El” cananeo, como resultado de la casi total supre
sión de su culto por parte de los reformadores de los siglos vm al vi» (1984,
p. 31; véanse asimismo sus comentarios en 1995e y 1996b; véase también más
arriba y nota 20). Las preguntas que conlleva el estudio de la religión (o reli
giones) israelita antigua son muchas y difíciles de responder. Pero a partir del
crecimiento que está experimentando ei conjunto de los datos arqueológicos
— como es el caso del altar de Ta‘anach (figura 8.22), de finales del siglo x
a.C.— está cada vez más claro el hecho de que durante la mayor parte de la
historia israelita de Judea, se creía que Yahweh, la deidad nacional, tenía una
consorte, ‘Asherah. Aunque la Biblia (por ejemplo 1 Samuel 4, 4; 2 Samuel 6,
2; 2 Reyes 19, 15; Isaías 37, 16; Deuteronomio 33, 2) refleja tales prácticas
religiosas, es la arqueología la que ha puesto de manifiesto su difusión, y pa
liado algo del «silencio» al que se refería Dever anteriormente.
vUlWVttUVW
".'ππηΐ”'
son impresiones del sello real (LMLK) sobre asas de jarras, y datan del si
glo vin. A esto se añade el hallazgo de trece pesos grabados. A. M azar ha
expuesto de manera sucinta la importancia de estas inscripciones: «Las ins
cripciones de Arad incluyen gran riqueza en variedad de datos muy reve
ladores de la geografía histórica de esta región: el papel de la fortaleza, la
jerarquía m ilitar en la zona, los usos lingüísticos, las estructuras de los nom
bres propios en Judá, la cantidad de comida que consumían las tropas, y as
pectos de la vida diaria como el sistema numérico, de pesos y distancias»
(1990, p. 441).
166 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
Lachish
CASA DE AHI'EL
LA ESTANCIA-
s QUEMADA. .
LA CASA DE LAS BULAS
(Albright, en ANET, p. 322, cf. Jeremías 34, 7). Tras la caída de Azekah en
manos babilonias, la suerte de Lachish estaba echada. Aunque el yacimiento
volvió a ocuparse en época romana, nunca recuperó su grandeza pre exílica.
Se han recuperado muy pocos restos del siglo ix a.C. Sin embargo, hacia
finales del v i i i , la ciudad se expandió hacia el oeste (Avigad, 1985). Habitual
mente se explica esta expansión como consecuencia de la llegada de refugia
dos procedentes del norte durante la época de Ezequías (727-690 a.C.) Entre
168 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
los restos arqueológicos de esta época se incluyen, entre otros, una imponen
te muralla de 5 metros de grosor y un pavimento empedrado (Avigad, 1985;
Cahill y Tarler, 1994; Shiloh, 1985, 1989). Shiloh estimó que la extensión de
Jerusalén iría de las casi 16 ha en el siglo x a aproximadamente 60 a finales
del siglo vin. También calculó que la población se incrementaría de los 25.000
a los 40.000 habitantes (1989, p. 98). La expansión geográfica de la ciudad
estaba dictada por los numerosos enterramientos en cuevas que rodeaban el
asentamiento.32 Este hecho, junto al crecimiento demográfico, el cual hizo de
la Jerusalén de la época un lugar populoso y lleno de ruido, fue uno de los
principales factores que determinaron la construcción del palacio real en Ra-
mat Rachel, situado entre Jerusalén y Bethlehem (Belén). El importante núme
ro de asas de las llamadas «jarras LMLK» que se encontraron allí (unas 170)
indica su uso durante la época de Ezequías.
Otro importante resto arqueológico de Jerusalén es su sistema de distribu
ción de aguas, especialmente el «túnel de Ezequías» (véase la figura 8.19) y
el «pozo de Warren». Este último fue descubierto por Warren en 1867, y de
ahí su nombre. Este sistema de conducción de aguas se relaciona en ocasio
nes con la historia bíblica de la toma de Jerusalén por parte de David (2 Sa
muel 5, 18; 1 Crónicas 11,6), aunque no se ha probado, a lo que se añade el
hecho de que la fecha de su construcción no está clara. Shiloh (1994) lo fechó
entre finales del siglo X y principios del íx, en cuyo caso sería posterior a la
época de David. Otros autores han sugerido que existiría ya tiempo antes del
siglo x (Cahill y Tarler, 1994, p. 44).
Contamos, gracias a las excavaciones de los últimos años, con muchos e
interesantes descubrimientos de la Jerusalén de la Edad del Hierro (nivel X
de la excavación de Shiloh), especialmente en la «Ciudad de David». Entre
éstos se encuentran una serie de construcciones arquitectónicas, quizá de tipo
doméstico (figura 8.24). Una de ellas es una «casa de cuatro habitaciones», y
cerca de ella se encuentra la «casa de A hi‘el», llamada así porque se encontró
su nombre grabado en una vasija de almacenamiento. Uno de los descubri
mientos más importantes se produjo entre los restos de un edificio situado a!
este de la casa de A hí‘el. Se trata de la «casa de las bulas», llamada así a cau
sa de las cincuenta y una bulas que se encontraron allí.13 A partir de ellas se
han recuperado ochenta y dos nombres, dos de los cuales aparecen m enciona
dos en la Biblia: «Gemaryahu, hijo de Shaphan» (en castellano Gamarías,
hijo de Safán; Jeremías 36, 10 y 25) y «Azaryahu, hijo de Hilqiyahu» (Azaría,
hijo de Helcías; I Crónicas 9, 10-11 ).14
Si el «Gemaryahu» de la bula es el mismo que el escriba que menciona
Jeremías, entonces este testimonio epigráfico nos proporciona un importante
punto de referencia cronológica. La noticia de Jeremías se fecha en el quinto
año del reinado de Joaquim, en torno al 603 a.C. (Jeremías 36, 9; cf. Shi
LA EDAD DEL HIERRO II 169
loh, 1989, p. 104). Así, los datos bíblicos y arqueológicos coinciden en situar
las actividades de la «casa de la bulas» inmediatamente antes de la destrucción
de Jerusalén, en el 587/586 a.C.
La B iblia
Hemos recorrido un largo camino desde las chozas neolíticas hasta las
ruinas de Israel y Judá tras las catástrofes militares de la Edad del Hierro II.
Durante este lapso de tiempo de aproximadamente 8.000 años, vivió y murió
un número incontable de personas, la mayoría de las cuales nos ha dejado un
testimonio escasísimo de sus pobres vidas. El paisaje arqueológico de este
pueblo se encuentra salpicado de innumerables publicaciones, muchas de
ellas técnicas y, en cierta medida, inaccesibles para el no especialista. No
obstante, es a este pueblo, en especial a esos que conocemos como «hebreos»
o «israelitas», a los que debemos una de las grandes religiones del mundo.
Los fragmentos de su existencia yacen enterrados bajo el suelo de Palestina,
¡a menudo sobre los vestigios de sus ancestros neolíticos! Con este breve
estudio he pretendido iluminar de algún modo esta asombrosa historia, m u
chas de cuyas piezas aún no las hemos encontrado, y otras sólo las hemos
comprendido parcialmente. A ello se añade el que muchas otras piezas de im
portancia se hayan omitido por necesidad.
A pesar de estas omisiones, espero que algo haya quedado claro a lo largo
de nuestro recorrido: la importancia de la arqueología, que es mucha. La ar
queología es un puente que puede llevarnos al pasado, al lugar en el que nues
tros ancestros nacieron, vivieron, amaron, temieron y murieron. Es la única
disciplina que puede proporcionamos el retrato contemporáneo de la cultura
de la que emanó la Biblia. Dicha disciplina nunca ha «probado» ni «probará»
la «verdad» de la Biblia, si por ello entendemos probar la veracidad de las
interpretaciones teológicas que los escritores bíblicos hicieron de su propia
historia. La arqueología es una materia humanista, no teológica, aunque en
ocasiones puede iluminar el contexto en el que los autores de las historias bí
blicas las situaron y puede aportamos una perspectiva diferente a la que con
servamos en el texto sagrado. Además, al excavar las ruinas del pasado nos
enfrentamos cara a cara con nosotros mismos, dado que somos los descen
dientes de esos ancestros cuyas ciudades y aldeas, chozas, palacios y tumbas
buscamos y estudiamos. Si somos o no los más indicados para ello, es, supon
go, un veredicto aún sin pronunciar. En estos años de gastos de excavación
172 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
1. S o y c o n sc ie n te d e q u e n o p u e d o o c u p a rm e a q u í d e to d o s los a sp e c to s im p o rta n te s de
e ste p e rio d o tra tá n d o s e e ste tra b a jo d e u n a p re s e n ta c ió n g e n e ra l del e s ta d o d e la c u e s tió n A sí
p u e s, se ría m uy re c o m e n d a b le la le c tu ra d e las s ig u ie n te s p u b lic a c io n e s (en e sp e c ia l d e sd e una
p e rs p e c tiv a p o lític o -h istó ric a ), m u c h a s d e las c u a le s in c lu y e n , a d e m á s, u n a c o m p le ta b ib lio g ra
fía: A h a ro n i (1 9 7 8 , p p . I 1 2 -152); A lb rig h t (1 9 4 9 , pp. 9 6 -1 0 9 ); B u n im o v itz (1 9 9 5 , pp. 180-21 1);
D ra w e r (1 9 7 3 ); G o n e n (1 9 9 2 b ); K en y o n (1 9 7 9 , p p . 1 8 0 -2 1 1 ); L e o n a rd ( 1989); A . M a z a r (1 9 9 0 ,
p p . 2 3 2 -2 9 4 ); D e V aux (1 9 7 8 , p p . 8 2 -1 5 2 ).
2. La u tiliz a c ió n d e le c h a s d ife re n te s p a ra un m is m o a c o n te c im ie n to o p e rs o n a je p o r p arte
de los d is tin to s a u to re s re s u lta e n o rm e m e n te c o n tu s a , e sp e c ia lm e n te p a ra a q u e l q u e se a c e rc a a
e sto s te m a s p o r p rim e ra vez. H a sta n o h a ce m u c h o , la lla m a d a c ro n o lo g ía « alta» u tiliz a d a en
C am bridge A n cien t H isto ry (vol. 11, 2 B , p. 1.038) e ra a m p lia m e n te a c e p ta d a . H oy, sin e m b a rg o ,
a lg u n o s in v e stig a d o re s a b o g a n p o r una c ro n o lo g ía « b a ja » (v é a se P. A stro in , 1987). E n N E AE H L,
vol. 4, se in c lu y e un c u a d ro en el q u e se c o m p a ra n a m b a s c ro n o lo g ía s .
3. A . M az a r, en su e s tu d io so b re la h is to ria e s lr a lig rá ílc a d e 19 y a c im ie n to s d e la E d a d del
B ro n c e T a rd ío , id e n tific ó 1res p e rio d o s o c u p a c io n a le s p rin c ip a le s: B ro n c e T a rd ío , II; IIA y 11B
(1 9 9 0 , p. 2 4 2 , ta b la 5).
4. L a e stim a c ió n d e l n ú m e ro d e y a c im ie n to s , d e los ín d ic e s d e m o g rá fic o s y d e la e x te n
sió n to tal d e te rre n o o c u p a d a n o e s en a b s o lu to e x a c ta . En la m a y o ría d e los c a s o s los y a c im ie n
to s a rq u e o ló g ic o s d e la E d a d d el B ro n c e T a rd ío só lo se h a n e x c a v a d o p a rc ia lm e n te , y p u e d e ser
q u e o tro s ni s iq u ie ra los h a y a m o s d e le c ta d o . S in e m b a rg o e s tá p e rfe c ta m e n te d e m o s tra d o q u e ,
en té rm in o s g e n e ra le s , to d o s e so s p a rá m e tro s d is m in u y e n re s p e c to a la p re v ia E d a d d e l B ro n c e
M e d io .
5. A u n q u e O tlo s o n (1 9 8 0 ) lleg ó a la c o n c lu sió n d e q u e e ste « te m p lo » no e ra m ás q ue un
ta lle r c e rá m ic o , e s ta h ip ó te sis n o ha sid o a c e p ta d a p o r un bu en n ú m e ro d e in v e stig a d o re s (A . M a
zar. 1992a, p. 179, n. 6 5 ). S in e m b a rg o , p a ra u n a v a lo ra c ió n d ife re n te a la d e O tto s o n , v é ase
C a lla w a y (1 9 8 2 a ).
6. A u n q u e h a b itu a lm e n le la le c h a q u e se m e n c io n a p a ra e ste d e s c u b rim ie n to es el añ o
1887, e x iste n v e rs io n e s d ife re n te s . A lg u n o s sitú a n el d e s c u b rim ie n to e n 1886; v é a se M o ra n
(1992, p. xiit).
7. A lg u n a s fu e n te s h a b la n d e u n a m u je r b e d u in a (C a m p b e ll, 1970, p. 2).
8. L as fe c h as para A k h e n a to n v arían c o n sid e ra b le m e n te seg ú n la p u b lic a ció n q u e c o n s u lte
m o s. Si a c e p ta m o s una c ro n o lo g ía « alta», su re in a d o h a b ría te n id o lu g a r a p ro x im a d a m e n te en tre
1 3 7 9 -1 3 6 2 ; si, p o r el c o n tra rio , a c e p ta m o s una c ro n o lo g ía « b a ja » , e n tre 1352-1336. V é a s e M oran
(1 9 9 2 , pp. x x x iv -x x x tx ).
9. E x iste un im p o rta n te v o lu m e n d e p u b lic a c io n e s a c e rc a d e e sta s ta b lilla s. E n tre e lla s, son
re c o m e n d a b le s : A h a ro n i (1 9 7 9 , pp. 1 6 9 -1 7 6 ); A lb rig h t (1 9 7 5 ); B ru c e (1 9 6 7 ); B ry a n (1 9 9 7 );
C a m p b e ll, Jr. (1 9 6 0 ); H a rre ls o n (1 9 7 5 ); lz re 'e l (1 9 9 7 ); M o ra n (1 9 8 5 , 1992); N a 'a m a n (1 9 9 2 ).
P a ra un m a p a d e la s c iu d a d e s c a n a n e a s m e n c io n a d a s en la c o rre s p o n d e n c ia , v é a se A h a ro n i
(1 9 7 9 , p. 173, m a p a 1 1). V e in tic in c o d e e sta s c a rta s, la m a y o ría d e re y e s p a le stin o s v a sa llo s, a p a
re c e n re c o g id a s en A N E T , pp. 4 8 3 -4 9 0 .
10. L o s 'a p ir u a p a re c e n m e n c io n a d o s e n vinas 53 c a rta s; v é a s e M o ra n (1 9 9 2 , p. 3 9 3 ).
1 1. V é a se , p o r e je m p lo , S a rn a ( 19 8 8 ). S u s a rg u m e n ta c io n e s m e p a re c e n fo rz a d a s, en o c a
sio n e s in c lu s o triv ia le s (cf. D e v er, 199 7 b , p. 6 9 ); M a la m a t (1 9 9 7 ) (e ste ú ltim o a u to r re c o p ila sus
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BJBLIOGRAFÍA 205
G a rstan g , J., 22 Israel, 14, 16, 17, 18, 25, 82, 87, 91, 104, 106,
G ath , 112 108, 124-125, 132, 133, 135, 136, 142, 144 ’
G a za , 112 171
G e rsten b lith , P., 7 1
G ezer, 14, 15, 50, 54, 58, 6 0, 70, 74, 78, 82,
83, 93, 104, 136, 138 Jac o b , 86, 87
G ib eo n , 120, 161 Jeb el M u taw w a q , c am p o de d ó lm e n e s de,
G ib so n , S., 54 59
G ilat, 45 Jerem ías, 168
G itin , S., 110, 118 Jericó , 14, 16. 17, 22, 50, 5 4 , 58, 6 0 , 6 1 , 62,
G lu eek , N elso n , rab in o , 16 6 4 , 7 6 ,7 9 , 8 0 , 124, 158
G olán, 4 5, 64 Jerish e, 75
G o liat, 113 Jero b o am I, 151
G on en , R „ 49, 9 3 -9 4 , 9 6, 98 Jero b o am II, 147, 151, 154
G o p h e r, A ., 47 Jeró n im o , 13
G o p h n a , R „ 5 3 , 54, 60, 6 3, 64, 6 5, 73, 75, J e ru sa lé n , 17, 7 2, 74, 7 5 , 94, 128, 136, 139-
79 140, 140, 157, 158, 160, 161, 166, 167-
G o re n , Y., 63 169
G reen b erg , M ., 100 Jesú s, 10
G u n n e w e g , 116 Jez ra e l, valle de, 74, 94, 128
Jo aq u im , rey, 168
Jo ffe, A ., 98
H aim an , M ., 63 Jo rd án , valle del, 53, 58, 74, 79, 98
H alpern , B., 148 Jo rd a n ia, 17
H a n bury -T en iso n , J., 52, 53, 54, 58, 59, 60 José, p a tria rc a , 87
H ar Y eru h an i, 64 Jo sefo , 85
H a rre lso n , W ., 99 Jo sías, rey, 166
H artuv, 5 4 Jo su é, 22, 82, 100, 101, 124
H asel, 101, 104 Ju d á, 74, 128, 133, 135, 136, 142, 157-164,
H atti, 99 165, 166, 171
H ayes, J. H „ 84, 85 Ju d ea , 6 1 ,7 4 , 107, 142, 144, 161, 164, 169
H ayes, W. C „ 104
H azael, 148
H azor. 17, 50, 54, 60, 6 1, 62, 7 2, 7 4 , 75, 77, K abri, 75
78, 81, 82, 9 3, 94, 96, 97, 98, 124, /2 7 , 136, K a d esh -B a rn e a (Tell e l-Q u d e ira t), 105, 162
138, 142, 144 K a-m o se, 85
H ebrón, 7 4 , 124, /2 7 , 163 K au fm an , 1. T., 155
Hendel, R. S „ 87, 88 K en ip in sk i, A „ 68, 73, 74, 75, 76, 78, 79, 82,
H err, L. G „ 98, 136, 138, 142, 144, 154, 159 83, 84, 85
H esi, véase Tell el-H esi K enyon, K a th le en , 16, 17, 18, 4 5 , 55, 60, 62,
H iram , rey de T iro , 122 6 7 , 7 1 ,7 8
H olladay, J., 134 K far R u p in , k ib b utz, 73
H om ero, 19 K h irb et e l-Q o m , 160, 162-163
H uía, valle de, 144 K hirbet G h azza, 160
H uleh, valle de, 52, 77 K h irb et Isk an d er, a se n ta m ie n to fo rtific a d o , 63,
64
K ing, P h ilip J,, 16, 24, 157
Han, D ., 68, 7 1 , 7 2, 76, 78 K itch en , K. A ., 8 8-89, 108
Isaac, 86, 87 K n o p p ers, G . N ., 21, 138, 150
Israel Antiquities A ulhorithy, 26 K u n tillet ‘A jru d , 153, 160, 162, 162-164
210 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
M acalister, R. A . S „ 14, 25
M ah o m a , 10 P a le stin a, 13, 14, 16, 17, 1 8 ,2 3 ,4 3 , 5 2 ,5 3 , 5 5 ,
M ala m a t, A „ 72, 105 59, 6 0, 61, 63, 65, 67, 71, 73, 75, 76, 83, 84,
M an e tó n , 85 8 5 ,9 3 ,9 4 , 96, 105, 107, 108, 111, 126, 131,
M ari (M e so p o ta m ia ), 76 133, 141, 171, 172
M attingly , 16 P alestin e E x p lo ra tio n Fund, 15
M azar, A ., 17, 18, 4 5, 53, 55, 6 8, 79, 82, 87, P alu m b o , G ., 52, 60, 63, 63, 64
96, 97, 9 8, 109, 110, 118, 119, 121, 132, Pard ee, 164, 166
141, 142, 155, 158, 159, 161, 165, 166 P ella, 76
M azar, B ., 16, 68 P etrie, sir F lin d ers, I I , 13-14, 17, 25
M e C arter, P. Κ ., 87, 125 P itt-R iv ers, ten ien te g en eral, 25
M cd in e t H ab u , te m p lo de, 110, 111 P o p e, A le x an d e r, 9 ; A n Essay on Criticism, 9
M cg id o , 14, 16, 29, 50, 5 4, 55, 61, 62, 7 5, 76, Po rtu g al i, J., 73
80, 82, 91, 93, 94, 96, 109, 136, 138, 142, P ritc h ard , Jam es, 104
144
M ek al, dios, 96
M en d e n h a ll, G ., 126, 128 Q asile, véase Tell Q asile
M ern ep ta h , faraó n , 101, 102, 103, 105 Q o m , el-, 153
M esad H ash av y ah u , 160, 164
M esh e, 136
M esh el, Z e ’ev, 162 R ad d an a, 120
M eso p o ta m ia , 12, 53, 67, 7 2, 7 8, 89 R ainey, A . F., 155
M evorak h , 75 R am at R ah el, 161, 168
M eyers, C ., 141 R am sé s III, faraó n, 109, 110, 111, 115
M iller, J. M „ 104, 134, 135 R assam , H o rm u z d , 11-12
M iq n e-E k ro n , Tell, 110, 119, 122 R a w lin so n , sir H enry, 11
M ittani, 99 R ed fo rd , D. B ., 84, 106
M oab, 135 R eisn er, G , A ., 15
INDICE ONOMÁSTICO 211
T a’a nach , 61, 6 2 , 7 6, 136, 153, 163, 164 Van B eek , G. W „ 33, 34
T arler, D „ 140, 168 Van S eters, J„ 84, 86, 87, 89
T aylor, J. G „ 153 V aux, P. de, 21, 62, 86, 87, 104, 107
T ebas, 7 2 , [0 1 , 110 V ries, Jan de, 38, 153
Tel A bel B eit M a ’a cah , 61
Tel B atash , 161
Tel D an, 16, 17, 27, 37, 5 7, 60, 61, 6 2, 71, 74, W ard, W. A ., 59, 68, 70, 104, 106
79, 76, 80, 81, 8 0, 81, 136, 1 4 4-154, 145, W arren, 168
146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 155, W atzin g er, 25
160 W eaver, W. P., 23
Tel e l-F a h ’ ah N o rte, 58, 6 1 ,9 4 W ein stein , J. M ., 68, 84, 85, 86, 92, 104, 105
212 LA ARQUEOLOGÍA Y LA BIBLIA
Z ev it, 164
Y adin, Y„ 17, 20 Z e v u lu m , U ., 68
Y a n o a m ,104 Z o h ar, 59
IN D IC E D E FIG URA S
E p í l o g o ................................................................................................................ 171
N o t a s .................................................................................................................... 173
B ib lio g r a fía ......................................................................................................... 183
índice o n o m á stico .............................................................................................. 207
Indice de figuras .............................................................................................. 213