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La felicidad de la vacuna

Lariza Pizano

Columnista y periodista

Y después de 17 meses Carmen volvió al trabajo; 17 meses en los que esta


desgarradora historia de la pandemia nos separó. La última vez que vino a la
casa no pensamos que dejaríamos de vernos por tanto tiempo.

Volverla a ver fue recuperar muchas cosas. Los sabores, los diálogos, la vida y
la empatía que produce haber sufrido las angustias propias de la maternidad
pandémica. Sus angustias por el trabajo de sus hijos. Mi desespero con la
simultaneidad de las reuniones virtuales y las clases de preescolar en Zoom.

El regreso de Carmen fue posible gracias a la vacuna. Fue ella la que nos
permitió tener otra mirada de la vida y un reencuentro sin temores. Quitarnos
un peso de encima, volver a tener algo de la vida.

Mientras celebramos el reencuentro, surgieron las noticias de que mucha gente


no quiere vacunarse o no lo hace si no le ponen Pfizer. En un país con tan
poco apego histórico por la ciencia, los colombianos han creído más en las
dosis improvisadas de moringa o ivermectina que en las conclusiones
probadas.

En otros países como Estados Unidos e Israel el ritmo de las vacunaciones se


ha estrellado con los antivacunas. Pero lo ha hecho cuando la mitad de la
gente ya tiene las dos dosis. En Colombia nos estamos estrellando con apenas
el 20 % de la gente vacunada.

Es un tema de ignorancia y de ausencia de discursos claros y eficientes


capaces de contrarrestar los chismes y la desinformación de las redes sociales.
Aquí no ha habido aún políticos que digan que las vacunas electrizan, pero sí
—en un país de arribistas— opinadores que se refieren a las chinas como “las
vacunas de los pobres”. Y también medios irresponsables que les abren sus
espacios a yerbateros difamadores como Manuel Elkin Patarroyo, el mismo
que fue un referente científico en los años 80 pero hoy dice que la vacuna de
Janssen, la de Pfizer y la de AstraZeneca son menos eficientes que la que él no
se ha podido inventar. “Me iba a poner la nuestra, pero hace falta que un
reactivo llegue a Colombia”, farfulla.
Por su parte, las campañas digitales del Ministerio de Salud se quedan cortas
por ser demasiado racionales. Explican que todas las marcas tienen bondades,
pero no llegan al corazón. Frente a las campañas de los desinformadores, las
tácticas deben ser igual de agresivas. Bien hizo Biden invitando a una de las
artistas más famosas de su país para promover la vacuna.

Lo mismo se debería hacer acá con figuras populares. No basta con los
editoriales. Hay que hacerles campaña a las vacunas en YouTube y en
los realities.

Y a futuro, cuando haya más vacunas disponibles, se debería considerar seguir


el camino de Francia. Que el que no quiera vacunarse renuncie a la vida
colectiva y respete la libertad individual, la decisión de vivir de quien sí se
quiere vacunar. Porque alguien que no se vacuna por voluntad es igual de
peligroso en la calle a quien carga armas sin permiso, contamina con su carro
o maneja sin pase.

“Si no se van a vacunar, que se encierren, pero que nos dejen en paz”, dice
Carmen.

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