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Betania

Deivis Hernández
Primera parte

(Eso por allá está teso)


En el Marlin Bar
Bailando así: un paso hacia delante, otro hacia tras; y destapando con igual sencillez, pero
excelsa destreza una cerveza; el DJ, mesero y dueño del bar, se gozaba la canción que se
empezaba a reproducir e imitaba la melodía de las flautas cubanas silbando con los labios
curvados: “algo extraño está pasando/ Perestroika, se viene acercando…”

La música surgía un poco más allá de la barra de madera en donde dos parlantes medianos
producían un ventarrón estridente y claro de melodías que atravesaba la calle, se
sobreponían al rugir del mar y se perdían al expandirse a lo largo de la calle.

Detrás de la barra, el DJ, controlando con gran destreza un computador Toshiba negro
conectado al sistema de audio, se sentía todo poderoso ensordeciendo a los transeúntes que
se acercaban lo suficiente a los parlantes y controlando las emociones de los clientes. Todo
con sólo deslizar los dedos húmedos que las cervezas heladas cambiaban de textura.

Para Reynaldo Sotomayor pocas cosas generaban tanto placer como controlar con un solo
dedo el microcosmos que él mismo había creado. Incluso llegaba a erizarse entre una y otra
canción cuando la melodía cambiaba y los clientes gritaban de emoción al reconocer el
vallenato que les recordaba un amor pasado, la champeta que les removía la negritud de la
sangre o la salsa que los hacía saltar a bailar.

Este microcosmos que poseía cierto magnetismo para los nativos del municipio, sin
escatimar en edades (personas veteranas en las artes del trago y novatos ajusticiados por los
padres de regreso a casa), visitaban con regularidad el bar cada fin de semana; aunque este
no era el único en la calle que se extendía paralela al mar, ni mucho menos el único lugar
donde cansados y hastiados podrían llegar a embriagarse y escuchar buena música(pues
habían tantas cantinas como tenderos del interior del país). Era un lugar que presentaba
características tan locales como universales, pues vendían cervezas colombianas,
mexicanas y alemanas que se calentaban rápidamente por la brisa del trópico, haciendo que

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las personas las deslizaran rápidamente por sus gargantas extasiándose con la música
antillana que sacudía los tímpanos con un golpe seco y cadente.

El lugar donde esto se hacía posible era el MarlinBar. Un local ubicado en la esquina de la
carrera primera, con calle Santo Elias. Justo en la acera que se encontraba frente al mar. Era
un bar pequeño con el cual se tropezaban los transeúntes al caminar paralelos al mar, donde
el dueño colocaba mesas en la acera de enfrente, en donde la placa de cemento separaba a
los transeúntes y a la arena veteada de la playa. Acción que se comprende como ingeniosa,
pues, al igual que los numerosos establecimientos que se dedicaban a la venta de licor en la
misma zona, aprovechaba lo seductor que se hacía sentarse a contemplar el brío de las olas
en la tarde y el deseo de aminorar el calor que la brisas marinas no alcanzaban a disipar
completamente hasta que estuviera muy adelantado el crepúsculo.

Sin duda era un buen lugar para disfrutar y departir con las amistades. Además, estaba muy
bien ubicado, teniendo presente que en los tiempos de mar de leva a sus puertas sólo
llegaban, arrastrándose, los brazos de las palmeras que caían por la brisa.

MarlinBar era un local con una terraza igual de corta que las ganancias que estaba
aportando a la familia Sotomayor. Ganancias que se veían cada vez menos, no por culpa de
la inflación o las extorsiones semanales, sino por el insoportable deseo de Ron Viejo de
Caldas y las colegiadas, a quienes el dueño les daba una cuantiosa suma de dinero para
“tenerlas amarraditas al pie de la cama”, que era como solía decir frente a sus compañeros
de tragos para enaltecerse e incrementar su espumosa hombría.

Como ya era habitual, el almuerzo se lo llevó la esposa, quien no quería hacer gastos
innecesarios, como por ejemplo dejarlo comprar su propia comida, pues, contrario al
régimen de economía que quería imponer en la casa, teniendo como principales sacrificadas
a sus hijas, dejar que Reynaldo comiera a sus anchas implicaba perder aproximadamente
treinta mil pesos. Sumado a eso, tampoco quería darle un motivo más para hacerlo enojar,
por lo cual estaba en una consagración casi que divina a las labores culinarias antes y

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después de ayudar a las dos niñas (Dulce y Kate) con las tareas del colegio y ver las novelas
turcas que veía en uno de los canales nacionales.

Sotomayor casi que no levantó la cabeza del computador cuando María del Pilar estuvo del
otro lado de la barra dejando el porta comida aún caliente y diciéndole algo que parecía no
tener importancia para él. Una vez más se sintió ignorada y lo odió con la misma fuerza con
la que hacía seis años atrás le había parido la primera hija. Pero ella no podía quejarse, él
tenía la excusa perfecta: estaba destapando seis cervezas y buscaba en el computador una
canción que le habían pedido.

Era tanta la negativa de atenderla que Reynaldo no le había podido ver la blusa azul rey que
antes le había gustado tanto quitarle, a no ser por escucharla saludar con alegría y viva voz
a uno de los, hasta ahora, pocos clientes que esa tarde estaba en una de las mesas del otro
lado de la calle.

A corta distancia de donde estaba María del Pilar, quién había atravesado la calle para
saludar, y por lo que tendría que sufrir más tarde en la casa, estaba un joven corpulento de
tez clara tomando una cerveza con tanta satisfacción que parecía besarla. Después de soltar
la botella, mientras cabeceaba la melodía, vio que la mujer se acercaba y entrecerró los ojos
para cantar con el sentimiento que la canción le producía.

Eran un par de conocidos de toda la vida, o por lo menos de toda la vida del muchacho,
quien había nacido cuando Maria del Pilar y Reynaldo sólo eran novios de colegio y
soñaban con tener múltiples negocios juntos y que la mamá de ella no los molestara tanto
por el gusto extremo hacia el ron que él siempre mostró, y las supuestas infidelidades que le

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llegaban a los oídos. Ambos sabían que el marido de ella era excesivamente celoso y por
eso el saludo no fue con el afectuoso beso y abrazo tradicional. Después ella se fue
caminando calle arriba y el muchacho esta vez sí cerró los ojos y volvió a cercar a sus
labios la cerveza.

-Chucho, despierta, muchacho –escuchó el joven sintiendo cómo tiraban de su suéter.

Abrió lentamente los ojos y frente suyo vio otro hombre con apariencia poco mayor a la
suya, vestido con pantaloneta azul y suéter negro.

-Jeh, apareciste – le dijo mientras lo recibía con una sonrisa incrédula y se acomodaba el
suéter de rayas amarillas y azules.

- Claro, compadre, hasta yo me aburro en días como estos –sonrió igualmente el muchacho
mostrando los pocos brackets que aún le quedaban incrustados en los dientes.

- Menos mal que levantaron ese toque de queda, porque estaba que me pegaba un tiro del
aburrimiento.

- Es que te gusta hablar porquería. ¿Entonces para qué existe el Netflix?

- ¿Netflix? Sea serio. Bastante lo veo cuando estoy en la universidad. Acá en el pueblo
vengo es a tomar ron y darle a las frías.

El otro joven, mientras escuchaba y decidía no responder, tomó una de las cuatro sillas
dispuestas alrededor de la mesa cuadrada, y se sentó teniendo al mar de frente. Ya
comenzaba a verse ensombrecido por la llegada de la noche.

-¿Cómo va la literatura? –interrumpió Jesús cuando se sintió incómodo por el silencio que
se había creado mientras el otro muchacho se acomodaba.

- ¿Cómo crees? –le respondió viendo la sombra robusta que se formaba en la arena al lado
de su amigo.

-Eso nunca va bien –comentó y el otro soltó un suspiro incomprensible.

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-Quien te oye creería que eres profesor de literatura.

-¿Y es que no lo soy? –dijo bonachón.

- Chacal de la literatura, diría yo– comenzaron a reír de forma descomplicada. Mientras


reían se refrescaron con un sorbo largo del líquido amargo que ahora ambos tenían después
de que Jesús hubiera levantado un dedo y Reynaldo llegara de inmediato a traer una
cerveza.

- Hablando de arte –Jesús hizo una pausa para reír con gusto por lo que estaba viendo-,
mira la obra de arte que viene allá.

Cruzaba la calle, Robertico, el festivo perenne, quien saltaba al grupo de mesas y hacía un
paso de baile bautizado como “Hombre al suelo”, donde efectivamente el hombre se
arrojaba de rodillas al suelo y levantaba las manos, recomponiendo su figura de un brinco y
repitiendo un par de veces más la caída. Esta vez fue a ritmo de Descarga Caliente, la
canción de Rubén Blades, pero la música poco influía, pues los tenía acostumbrado a ver el
paso, incluso con el Vallenato de Nelson Velazquez y Champetas de Papoman. Siempre
compaginando sus movimientos con el compás de la melodía.

-¿Loco?

- ¡Claro! Loco – dijo el segundo lo suficientemente fuerte para que Roberto percibiera la
burla.

- En un hermoso concepto me tienen- le dijo el bailarín a ambos mientras se acercaba


respirando agitadamente y tomando una de las dos sillas que quedaban disponibles.

- ¡Estas impecable, poeta!

-Impecable y maravillante –finalizó El chucho colocándole la mano sobre el hombro.

- Oigan, antes de que se pongan a hablar de cualquier otra pendejada de esas que a ustedes
les gusta, y que obviamente no me va a interesarr… ¿tú a dónde andabas metido? -Esta
pregunta sólo podía tener un destinatario: Jaime.

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-Otro con lo mismo – respondió el muchacho desgarbado antes de tomar un trago de
cerveza.

-Es que se cree poeta maldito el Boudelito, pero no está impecable como tú, Robertico –
comentó Jesús sin poder contener la risa.

- Eso, búrlate de mí ahora– le decía el joven conteniendo la risa que le causaba el


comentario-. Hablando de poesía y maravilla… ¿ya vieron a Luisa?

- Nada, aun no- respondió Jesús con un gesto de extrañeza.

- No sabía que había llegado de la universidad.- continuó Roberto.

-Así es - sentenció-. Está preñada.

- Nada del otro mundo. Raro que no –mencionó uno de ellos.

- ¿Recuerdas las cartas que le hacías? – Jesús interrumpió esta vez para continuar
bromeando y tomando el pelo a Roberto.

-Claro, fueron como veinte.

- Oigan, está muy buena la conversación, pero miren la hora – comentó Jaime mostrándose
incómodo.

- Deberíamos irnos, yo prefiero estar en mi casa cuando comiencen a tirar los gases.

- ¿Tú sí crees que este año se repita?

- No sé, pero ahora que llegue sé que encontraré a mi mamá metiendo toallas en agua
preparándose para pelear contra el gas lacrimógeno que se quiera colar por las hendijas.

- Bueno, será seguir viendo la serie de “Narcos”.

-Bueno, para ayer es tarde, vámonos - Jesús fue el último en hablar y el primero en ponerse
de pie. Los otros siguieron su ejemplo y de pie tomaron con rapidez las botellas de cerveza
que estaban sobre la mesa y salieron para la barra a cancelar lo consumido.

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Eso por allá está teso
<< Garzo, ¿cuándo te venias de la playa no pasaste por el parque? >> le escribió, vía
messenger, Jesús a Jaime, quién sentado en una mecedora frente al televisor, estaba tan
concentrado en la serie en su serie preferida, que no sentía la molestia que regularmente le
causa en el parietal el firme y compacto cojín de color blanco hueso que tiene el mueble de
la sala de su casa.

<< No, ¿por qué? >> respondió Jaime al rato, cuando la serie que estaba viendo casi
llegaba a la mitad del capítulo.
<< Eso por allá está teso, Garzo>>
<<¿Teso? >> esta vez sí respondió el mensaje inmediatamente por el interés que le causó el
comentario y porque no quería ser descortés con su amigo.
<<Sí, la vaina se ve terrible, yo tengo miedo de lo que vaya a pasar en la noche.>>
<<Ya me imagino. Deben estar en “campaña” verdad. Pero nombre, tampoco creo que vaya
a pasar nada malo. La gente con la plata que les dan se toman sus botellas, el uno y el otro y
otro se meten su periquito y se acabó. >> ya la conversación se hacía más fluida. Jaime
había dejado de ver en la pantalla del televisor y Jesús había dejado de prestar atención a
las otras conversaciones que tenía con los compañeros de la universidad.

<<Sí, claro, así como en los años anteriores verdad. ¿No recuerdas la última vez, en el
cumpleaños de mi hermanita que en toda la esquina de la casa, la policía tuvo que tirar una
pipeta de gas?>>

<<Nombe, Jesu, este año no será así, yo lo sé.>>

<<¿Lo sabes o lo deseas?>>

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<<Ja, ja, já>>

<<No, niño; a mí no me da risa>>

Ya, incluso, el muchacho corpulento había dejado de estar pendiente a los videos que
reproducía en You Tube para quedar concentrado en la conversación con su amigo debiste
darte la vuelta por el parque para que, como yo, ahora mismo estuvieras encerrado.

<<Aunque tú siempre estas como un Armadillo>> rectificó al final.

<<Mira, mejor cambiemos el tema.>>

<<Hablando de encierro ¿qué te habías hecho? ¿Dónde andabas metido?>>

<<En la casa, he estado ocupado y por eso no he podido reunirme antes con ustedes.>>

<<Yo sé que no te gusta salir, pero ¿ni para la fiesta de Liseth?>>

<<Sólo callas, ¿cierto?>>

<<Jesu, ustedes me disculparán, pero es que he andado ocupado con los asuntos de la casa
y el cine foro que comencé.>>

<<Bueno, lo último se te acepta, ¿pero ni una llamada o un miserable mensaje? >>

Después de escribir se puso de pie, guardó el celular en el bolsillo trasero de la pantaloneta


y fue a la nevera a tomar gaseosa directamente de la botella. Cuando regresó la pantalla del
computador estaba apagada, pero antes, mientras sostenía el envase apoyado en sus labios,
sintió la vibración del celular anunciándole la llegada de un mensaje, el cual decidió no ver
en el móvil, sino esperar para ir hasta el computador y revisarlo, pues preveía que era Jaime
respondiendo.

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<<Papa, lo siento mucho, de verdad.>>

<<Bueno, olvídalo, igual no te escribo para eso.>>

<<¿Entonces?>>

<<¿Aun tienes la idea de escribir esa novela?>>

<<Claro, más que nunca, ¿a ti te gusta la idea?>>

<<Bueno, me parece bien.>>

<<¿Por qué lo preguntas?>>

<<Quiero saber lo que vas a escribir, ya sabes, el argumento, porque conociéndote ya creo
lo que podría ser.>>

<<Bueno, realmente aun no sé bien lo que quiero, pero últimamente la indignación me


tiene pensando en…>>

<<En lo mismo de siempre, jajaja.>>

<<¿Y qué es lo mismo de siempre?- escribió con poca simpatía.>>

<<¿Realismo social, o no?>>

<<Tengo como ganas, pero también me parece como una pendejada>>

Aun no salía de la molestia que le dio leer lo anterior.

<<La literatura nunca es una pendejada, pendejo es el que la escribe y más pendejo aun si
no lo hace.>>

<<Jummm, jajajaja, ahí estas pintado. Pero verdad es, siempre termino intentando hacer
algo parecido, ya sea un cuento o poema>>

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Jaime se había relajado y la risa que representado con el “jajajaja” en verdad la estaba
disfrutando desde su mecedora.

<<Así es, aunque aún no te hayas ganado ninguno de los concursos en los que te has
presentado.>>

<<Bueno ya. Cuando tenga mis primeros avances te digo. Aunque a lo mejor te los mande
cuando esté otra vez en Barranquilla.>>

<<Bueno, siempre y cuando no te metas en problemas, hágale duro. Eso sí, cuando
concretes algo me comentas ¿sí? >>

<<¿Y cómo me voy a meter en problemas?>>

<<No te hagas el pendejo. Sabes que si andas publicando esa vaina en Face o en tu Blog lo
van a leer y las cosas andan pesadas por acá. Bueno, eso es lo que me dice todo el
mundo>>

<<¿Hasta ese punto hemos llegado?>>

<<Por ahí me dijo mi papá que a Adolfo Arrieta, el que anda haciendo comentarios
irritantes y tratando de corruptos en su página del Face, le hicieron una visita. Ahora cerró
la cuenta.>>

Cuando Jaime leyó el mensaje primero le pareció que Jesús se estaba sobrepasando, pero
luego recordó que en el departamento hay quienes están metidos en política y andan
dándole cachetadas a los que se encuentren por la calle simplemente porque se cruzan en su
camino porque, a razón del poder y corrupción estable, la acera es suya, igual que el
pueblo.

<<Entonces esto está maluco verdad. Definitivamente esto parece de no creer.>>

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<<Así es. Por eso, vuelvo y te lo digo, cuidado con lo que escribes. Ah, y me lo mandas
una vez puedas.>>

<<Claro. Por ahora te puedo adelantar que he estado buscando ideas. A propósito de eso ¿tú
qué sabes de la creciente de hace unos meses?>>

<<Niño, sólo que casi se lleva a tres barrios y que en la alcaldía dieron de ayuda las mismas
pendejadas a la que nos han tenido acostumbrados. Pero sé recursivo. No seas pendejo. Si
necesitas la información, vete corriendo un momentico para uno de esos barrios y
pregúntale a alguien. A uno de los pelaos que conozcas, o a los viejos, que sería mejor.>>

<<No es mala idea>>

Aceptó y en su mente estudió la posibilidad.

<<Ah, otra cosa, ¿supiste lo de la alcaldía?>>

Después de esto volvió a presentarse un lapso silencioso en el que ambos se quedaron


mirando fijamente la pantalla del celular.

<<¿Qué pasó?>>

Por fin escribió El Garzo.

<<Sabes que mi tío es concejal, ¿verdad?>>

<<Sí, claro.>>

<<Bueno, me dijo que los amenazaron.>>

<<¡Los amenazaron! >>

Intentó parecer lo suficientemente sorprendido.

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<<Y en la misma alcaldía.>>

<<Dios mío.>>

<<No metas a Dios en esto que ellos se lo buscaron.>>

<<Explícate.>>

<<Mi hermano, platas ajenas. Ya sabes, los intermediarios.>>

<<Eso lo tiene que saber el pueblo.>>

<<Sí, pero ¿quién lo dice? Es más, puede que algunos lo sepan, pero no les importa o les da
miedo decirlo. Y aunque la gente sea consciente de ello, como siempre, no pasa nada.>>

<<¡Que cosa más indignante!>>

<<Claro, y para rematar nosotros hacemos lo mismo que todos.>>

<<¿Sí? ¿Qué cosa?>>

<<Hacerlo un secreto compartido. Sólo comentamos.>>

<<…>>
<<Claro, sin comentarios.>>

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¿Y esa muchedumbre?
-¿Qué es toda esa gente? – preguntó mientras mermaba el paso y entrecerraba los ojos para
ver de lejos a la muchedumbre que se reunía en el parque central a unos cien metros de
ellos.

- Jorge, ¿en qué mundo vives? Todos ellos están esperando que terminen de contar los
votos. – respondió el otro muchacho mientras volvía a apresurar el paso.

-¿Es que acaso se necesita contarlos?

- La verdad es que para mí, ellos están simplemente esperando un impulso para salir a
tomarse el pueblo.

-Mira este ambiente, ¡qué miedo!, mira la actitud de las personas. Si esto está así de
revuelto sólo esperando el conteo, imagínate cuando ya sepamos quién es el alcalde -
sentenció antes de llegar a la esquina y girar a la derecha hacia la panadería –, Carli, ¿tú
quieres un pan?

- Claro, papi, ¿de cuánto es el presupuesto para mí? – dijo recordando un antiguo chiste que
sólo ellos conocían y los hizo reir- tú compras los panes y yo las avenas.

- Bueno, dale.

- Lo que sí veo enredada es la salida de esta noche.

- ¿Y tú pensabas salir?

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- Sí, con los pelaos del barrio. Junior nos convenció de ir a el Delfín Blanco, dizque porque
allá le fían.

- Error, Parece que no conocieras tu pueblo en épocas de elecciones. Van a buscar un daño
estando en la calle.

Mimetización
Nunca le importó quién ganara las elecciones, igual todo se seguiría hundiendo por el
ancho hueco que habían ido cavando los alcaldes, pero sí sentía una gran curiosidad -que se
rehusaba a llamar temor- por lo que pudiera suceder esa misma noche. La verdad es que a
todos en el pueblo los agobiaba esa preocupación. Desde los más niños que sufrían fuertes
restricciones en sus casa, hasta los adultos que caminaban y hablaban con vehemencia
sobre las normas de seguridad y la forma en la que podrían huir apresuradamente para la
casa de un familiar si las cosas en las calles del barrio se ponían complicadas. Era una gran
incertidumbre pensar que entre los bandos podría surgir una de esas grandes peleas por no
aceptar la derrota o por aquellos que podrían intentar estropear las celebraciones de los
victoriosos.

Se acercaba el momento esperado por todos, pitos, platillos, maicena, piedras, groserías y
puños estaban preparados para el momento en el cual la registraduría proclamase el
ganador y así, de la nada, el pueblo estallara. Pero entre tanto surgía una pregunta: ¿por qué
gran parte de los habitantes de Betania estaban en la alcaldía y no en la casa de registros?

Con el interés de saciar esta duda y con una curiosidad tan grande como las inversiones de
Javier Mosquera, cacique del departamento, en las campañas políticas de los municipios
circunvecinos, se calzó sus tenis y salió a ver qué sucedía.

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El Parque, como es conocido al centro de Betania, era un caos. Nunca, ni en navidades o
Semana Santa, se veía tal número de personas en él. La muchedumbre, que superaba por
mucho a la que se reúne en época de procesiones -y vaya que en estos días de “Parranda
Santa” suele salir la gente a celebrar de las maneras más diversas y paganas posibles.

El muchacho, con mucho sigilo y una curiosidad incalculable, atravesó el lugar. Mientras
atravesaba el parque caminando desde una tradicional choza denominada “Donde Fito”, en
donde el señor Filadelfo Torres comercializa jugos, mecatos y cervezas; hasta el kiosco de
Jugos naturales de Francisco que estaba a más de treinta metros, intentó ser invisible e
intangible escurriéndose ágilmente entre los apretadísimos resquicios que quedaban entre
personas, intentando además, no fijarse en los ojos enrojecidos de éstas; pero por más que
lo intentaba no podía apartar la vista del movimiento inquietante de los dedos de las
mismas.

Considerando que al mezclarse con ellos lo considerarían como uno más de los seguidores
de Socarrás se tranquilizó un poco y se atrevió a preguntar a uno de los sujetos que tenía al
lado:

- ¿Cómo vamos?

- Arriba mi príncipe, esto es nuestro – le contestaron y se quedó un poco más tranquilo.

Con una nueva actitud, ahora se atrevía a pedir permiso y a partar a las personas que se
atravesaban en su camino; pero por mayor confianza que hubo alcanzado ya debía salirse,
pues se sentía mal y tenía realmente ganas de abandonar el sitio y regresar a su casa. Tanta
gente reunida y apiñada le causaba mareo y taquicardia, por eso su decisión de comenzar a
caminar para abandonar el lugar fue la mejor que se le pudo ocurrir.

Al llegar a lo más al sur posible del parque, se vio en la cancha de microfútbol; allí sintió
un gran alivio cuando encontró a otro curioso amigo suyo: Ender; quién, también por
curiosidad, se unió a la multitud.

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- ¿Qué te parece la campaña de Socarrás? – preguntó Ender abiertamente una vez lo tuvo en
frente.
- Ajá, la plata que les dio les sirvió para comprar vicio – respondió casi sin poder hacerse
escuchar.
- ¿Plata? – recriminó Ender dejándose arrastrar por la jocosidad – Tengo como una hora
aquí y vi cómo él mismo repartió las bolsas de perico.

Sus ojos quedaron desorbitados, no tanto por la sorpresa, sino por el miedo que le causó
escuchar esas palabras creyendo que los aludidos podrían sentirse ofendidos.

Vista desde el retrovisor


Con un pie firmemente apoyado sobre el pedal del cloche y el otro en el freno, no podía
dejar de pensar en el cambio de luz del semáforo y en Betania. Iba hacia el almacén de
repuestos automotrices que había abierto hacía un par de años en compañía de su esposa: él
se encargaba de la atención de los clientes, mientras que ella se apoderaba de la caja y
facturación. El carro, un Renault Sandero rojo (comprado de segunda mano, haciendo un
buen negocio), por lo regular era manejado por él, mientras que su esposa cambiaba
constantemente la sintonía de la radio buscando canciones de su agrado.

Subían por la calle 45 con carrera 53 y al bajar la vista del bombillo rojo y ver por el
retrovisor la fila de carros que venían detrás comenzó a pensar en el pueblo que hacía ocho
meses no visitaba.

-¿Será que se le daña el cumpleaños a Sofi? -Le preguntó a Eugenia, su esposa, quién iba
concentrada en el celular, respondiendo los mensajes que desde temprano estuvo
recibiendo.

- Bueno, allá siempre llueve en estos días- respondió la mujer sin quitar la vista de la
pantalla del celular y tocando sensiblemente la pantalla táctil del aparato.

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- No lo digo por eso – masculló girando un poco el cuerpo para verla mejor y contemplar lo
bien que le sentaba el vestido azul con su blanco color piel; en ese momento recordó
también cuánto le encantaba verla con ese vestido y mucho más cuando le caía el cabello
sobre la cara-. Por lo menos levanta la cabeza para responderme, mija - le dijo con algo de
fuerza en la voz.

-Disculpa, mi amor, pero es que mi mamá me está echando un cuento antes de irse a votar-
levantó la cara y recogió el poco cabello que le quedaba en ésta y le daba el toque de
coquetería que le encantaba a su esposo.

- De eso es que te hablo, de los votos de hoy.

- ¿Y qué tiene eso que ver con Sofi? - dijo mientras sentía la fuerza del motor que la
empujaba al espaldar de la silla y el auto reanudaba su andar.

- Recuerda que siempre se arman bololós en la noche, y a Sofi hoy le van a hacer su
fiestecita- le dijo y se concentró en la calle que crecía al frente suyo.

-No te preocupes mi amor, a Sofi le va a quedar buena su fiesta.

- Y es de disfraces.

-Bien chévere. Hay que llevarle el regalo en Diciembre - finalizó ella y luego se inclinó
hacia delante y estiró el brazo para cambiar la frecuencia de la radio y quitar el vallenato
que sonaba.

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Laura no va, Laura se queda
- No vieja, no me van a dejar ir para la fiesta de Marcela - le decía Laura a Camila, la joven
delgada y blanca que caminaba a su lado con un paso largo y sereno. Caminaban por la
orilla de la acera, andando por un pavimento que les calentaba las suelas de las sandalias,
gracias al despiadado sol que brilló todo el día. Ambas estaban vestidas con ropa ligera y
con gran parte de su piel descubierta: Laura dejaba ver parte de su piel trigueña con un
short de jean y una blusa sin mangas rosada, mientras que Camila lucía una licra violeta por
encima de las rodillas y un suéter blanco ajustado. A pesar de tener las extremidades
descubiertas e irritadas por el sol , continuaban sin alterar el paso tranquilo y pendular con
el que habían salido de la casa de Laura.

- Tus papás si son pesaos. -Comentó Camila mientras sentía fastidio por la protección que
le querían dar a Laura en su casa.

- Parece que no los conocieras- sentenció con aire de derrota la joven morena de largos y
brillantes brazos.

Habían llegado a la tienda de la esquina. Camila se recostó a la pared mientras Laura le


pedía libra y media de pollo, quinientos pesos de aceite y una bolsa de arroz al tendero.

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-¿Supiste que la mamá de Luzmi casi la mata?- le dijo Laura a Camila después de recibir
los productos y el vuelto del billete de veinte que traía empuñado por todo el camino.
- Sí, mija. Debiera demandarla -Hablaba mientras retomaban el mismo camino de regreso-,
aunque eso le pasa por…
-Mira, cállate; tú no hables que eres igualita.- dijo Laura con algo de fastidio.

Ella se veía altísima y barnizada bajo el terrible sol de tres de la tarde. Así le pareció
también a Camila que la veía con el rabillo del ojo recordando lo hermosa que era su amiga
y todos los hombres que había despreciado hasta que llegó “el Puertica”; entonces se dijo
para sí misma: “Quién lo creyera, esperando tanto el hombre perfecto para terminar con ese
pelao, aunque no está mal el tipo, y bien alegre que es, por algo le dicen el Festivo siempre,
o algo así”.
–Ay, cuidado, mamasantona –le respondió para no quedar con la molestia de la respuesta
de su amiga.
- Ni yo soy nadie para juzgar a la pobre pelá.

Siguieron hablando y caminando en dirección a la casa de Laura, cambiando de tema cada


diez de los lentos y largos pasos que daban. Cuando llegaron a la puerta vieron a la señora
Ceci que se disponía a salir a buscarlas, pero una vez las vio relajó los hombres y regresó
rápidamente a la cocina.

- Ay no, mija, no te dejan ni medio segundo libre – dijo Camila condescendiente con la
situación de constante vigilancia en que tenían a la amiga. - si convences a tus papás me
escribes al Face –finalizó con ademanes de partida.
- No creo posible eso. Y más que Marcela vive por la registraduría.

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Licorera la niña Lau
La Ley seca que implementaron acabó con la intención que tenía de comprarse, en ese mes,
la nueva Pulsar que salió al mercado. Apartando el dinero del surtido, se dispuso a hacer
cálculos alegres donde entraba el monto básico para mercar, el colegio de la niña -que ya
no era tan niña- , la empleada de los servicios domésticos -por quien se emocionaba al
pensar que estaba próxima a abrirle algo más que las toallas al sol-, y, por último, los
servicios que lo volvían loco. -Esa maldita electrecidad cada día sube más- decía al
recordar en cuánto había llegado el recibo del negocio y de la casa.

Pero era normal que se estresara tanto por los servicios, porque a pesar de tener un negocio
supremamente rentable, Nicolás no podía dejar de rascar su pequeña cabeza veteada de
blanco con negro al pensar que también tenía que invertir parte de su ganancia en el
arriendo que le pagaba a Marianita, la amante que tenía.

Y es que este hombre, de metro sesenta, expresión perdida y una barba que se regaba
rebelde por su mentón, había decidido, hacía ya mucho tiempo, asegurar los afectos
esporádicos que Mariana le ofrecía.

Mariana Jiménez era una joven castaña, de aspecto poco caribeño y con una delgadez que
lo enloquecía, pero que a la vez jugaba un papel adverso cuando estaban encerrados en el
cuarto que pagaba a cuatrocientos mil pesos el mes. Eso que ensombrecía la gloria que

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sentía eran sus fáciles orgasmos, los cuales llegaban en menos de dos minutos. Es que
cuando estaban en la intimidad, él, había ritualizado el proceso que siempre era rápido:
ponerla -en cuatro, Mami-, como siempre le decía, abrazarla por la cintura, enrollarla
completa con sus robustos brazos y luego dejarse caer sobre la angosta espalda hasta
cubrirla completa.

Ahora, esos dos minutos con los que ella le juraba sentirse en el cielo implicaban otro gasto
mensual: las inyecciones, él mismo la llevaba a ponérselas en la droguería de su compadre
Yeison.

- Bueno, por lo menos ya se acabó todo este bololó de la política. El otro mes será - dijo
cuando cerraba el cuaderno sobre la mesa después de hacer números en él.

Se había dedicado mucho tiempo a los números, así que cuando levantó la cabeza necesitó
estirarse mucho para quitarse el fastidio que había comenzado a sentir en la espalda.
Después se levantó de la silla de plástico que siempre tenía detrás de la mesa del negocio.
La misma que se arqueaba queriendo gritar por el peso que le tocaba soportar. Esta mesa,
donde casi no había espacio para situar el libro de anotaciones por los chocolates,
condones, pistachos, cigarros y chicles que exhibía, permanecía en el centro del local, de
donde Nicolás podía escuchar y a la vez estar distante de todos aquellos que se acercaban a
la reja por la cual despachaba el licor. Contemplando el surtido siempre se enorgullecía,
igual que lo hacía Mariana, quien lo creía todo suyo por soportar sobre su espalda el peso y
otras mañas, como los mordiscos que recibía de Nico, el cincuentón que le había arreglado
la vida.

Luego de dar dos barridos con la vista al local y fijarse en las telarañas que anidaban en la
esquina donde ubicó el Ron Sucre, escuchó un bullicio que le agitó por un momento el
corazón. Había estado todo el día expectante a lo que pasara en la alcaldía. El parque
central estaba lleno de gente y "La niña Lau" estaba a menos de dos cuadras. La licorera
que había nombrado en honor a su hija, era un punto de comercio que peligraba si algo

22
sucedía, además, si cerraba corriendo mientras se armaba la trifulca iba a terminar adentro
del local y se ahogaría con los gases lacrimógenos.

Era mejor cerrar e irse de inmediato para la casa; además tenía que estar pendiente de que
Cecilia, quien le hacía caso en todo, no le diera permiso a la niña para que fuera a la fiesta
que la tenía tan animada. Sólo él podía estar pendiente de que ese muchachito, que le
sonreía cuando pasaba por su casa, no estuviera merodeando la calle.

Tropel
De noche las caravanas comenzaron a pasar con una increíble rigurosidad y precisión cada
veinte minutos. Afortunadamente no se presentaron enfrentamientos más que entre
miembros de la misma tropilla. Algo apenas normal, pues teniendo el sistema nervioso
alterado, el sofoco de los compañeros y el hambre que provoca toda una tarde mascando
aire e inhalando estupefacientes, sólo basta el roce de un dedo para sentirse ofendido.

La escena representaba el acorralamiento de un ganado brioso. Hombres y mujeres por


igual, manchados de azul y blanco, gritando improperios y jactándose de un falso poder
residente en otras manos, manos que no podían estar más distantes a las de ellos. Era
deprimente: nalgas agarradas, senos apretados por manos invisibles y golpes vengativos
que cobardemente se mimetizaban en la multitud.

Si dentro de todo esta inmensa hoya de podredumbre se podría apartar y sacar algo
positivo, si realmente eso podría ser algo cierto y visible, sería ver cómo el pueblo, aun con
la certeza de ser engañados, tiene esperanzas. Un concepto que se encarna en un simple
humano que si bien ha sido uno más de ellos tiene necesidades y deseos distintos, pero por
lo menos es un símbolo restaurador de la fe en las personas y en el porvenir.

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Pero la inconcebible y sumamente extraña felicidad de este tipo de ganado que se desplaza
atípicamente al resto, hacía que la ilusoria alegría que generaba el “triunfo” en otros pocos
se perdiera en la creciente niebla del miedo. Las personas que permanecían en casa, junto a
su familia, encontrándose aún el cielo cercado por los rayos naranja del sol -que lentamente
se negaba a morir en el mar-, debían cerrar puertas y ventanas, al igual que en otros tiempos
de violencia donde se les imponía abandonar las calles y encarcelarse en sus casas. Esta vez
les tocaba huir de la “civilización” para no caer presa de los intoxicantes gases
lacrimógenos lanzados por los policías en la búsqueda del “orden”. En muchas ocasiones
los habitantes de este sitio sintieron la agonía al respirar el aire infestado del gas y ver como
los niños caían desmayados con los ojos rojos y la boca entreabierta con los labios blancos;
es por eso que hoy en día la mayoría de los hogares (quienes pueden pagarlo) tienen
ventanas de vidrio corredizo para, a medias, impedir el paso del tóxico, y cada noche de
posibles disturbios mojan toallas que en el afán del miedo y el resguardo son colocadas
entre las hendiduras de las puertas. Pero esa noche de elecciones fue distinta a toda una
década pasada de la misma y repetitiva agitación, nadie nunca comprendió cómo esas
bestias salvajes se calmaron y no hubo la necesidad de utilizar las toallas que fueron, como
de costumbre, mojadas.

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Segunda parte

(El pueblo está mojado)

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La creciente en el colegio
“Está lloviendo en la nevada 
arriba e' Valledupar 
apuesto que el rio Cesar 
crece por la madrugada 
oye no le tengas miedo 
a la creciente del Cesar” 

-Rafael Escalona-

Su andar rápido y encorvado causaba mucha gracia a los estudiantes cuando lo veían pasar
con la vista fija hacia el interior de los salones haciendo las rondas diurnas por los
corredores del colegio Simón Cirineo. Era el rector y, todos los estudiantes, en algún
momento lo habían llamado Mario Bross o Correcaminos a sus espaldas porque, este
hombre de metro cincuenta y sonrisa esquiva en su senil rostro, infundía en los estudiantes
respeto y temor.

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Francisco Argel, era oriundo de Puertas de Macaján, un corregimiento vecino; no pudo
dormir bien en la noche anterior definiendo la situación de los estudiantes que forzaron la
puerta del baño de profesores, así que decidió no ir al colegio en su Renault Simbol, sino
que muy temprano le pidió a la esposa que lo dejara en la entrada del pueblo para tomar el
bus que lleva hasta Betania. Fue por eso que cuando el busetón amarillo y rojo atravesó el
puente, por encima del arroyo Pechiches, fue uno de los tantos a los que el sueño no les
permitió ver la fuerza que traían las aguas de este antiguo gigante pacífico, que tuvo una de
sus desembocaduras más pequeñas en Betania.

Afortunadamente el colegio estaba lo suficientemente distante del surco de las aguas, pero
la situación de los estudiantes era muy distinta porque muchos se despertaron viendo los
rostros de los padres mucho más perturbados de lo común y caminando rápido de un lado.
Y es que con cada segundo que corrió las aguas ganaron un poco más de terreno en el
barrio Brisas del Mar que era por el cual el arroyo tenía un cauce más angosto, decrecido
por haberse convertido en el basurero de los vecinos, pero sin correr por allí una gota de
agua desde hace más de once años.

El arroyo no atravesaba el barrio, sino que lo bordeaba convirtiéndose en la frontera entre


Brisas y Sal si puedes. El ancho del canal divisional era de seis metros y un pequeño y
firme puente de concreto unía a los habitantes de uno y otro lugar. Salsi, como le dicen a las
nueve manzanas que forman la barriada, tenía una posición poco ventajosa en esta situación
porque Pechiches lo separaba de su vecino y continuaba rodeando alejando a ocho metros
de las últimas casas construidas y perdiéndose después hacia terrenos hacendados donde no
hizo el mínimo daño salvo ahogar dos perros. Con todo esto, Sal si puedes debía ser quien
se llevara la peor parte, pero no fue así, porque el lecho que lo bordeaba de principio a fin
era lo suficientemente ancho para contener tanta agua, sin embargo el poco espacio que
tenían éstas para correr en la frontera hizo que todas las casas se llenaran y quedara una
marca húmeda de metro y medio por encima del suelo.

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Pero, a pesar de ser estos los más cercanos a la rebeldía de Pechiches no fueron los únicos
en sentir su arremetida. Cuatro barrios más contaron con la misma suerte y tres más
adelante llegaron a tener, por lo menos, cinco centímetros de agua en sus calles.

Cuando el puente de Brisas y Sal si puedes fue cubierto totalmente por las oscuras aguas
que habían dejado de ser las tranquilas de siempre, Francisco Argel no había terminado de
hacer la ronda, en pesquisa de los saltadores de clase e inasistentes.

No había a quién motivarle una burla y sorprendentemente el colegio por fin estaba como
siempre había deseado: en un luto silencioso.

No terminó de hacer la ronda; de inmediato se dirigió a la oficina del coordinador y


haciéndole señas con las manos a través del vidrio semipolarizado consiguió que Ramón
saliera de su guarida.

-¿Yestoquésignifica? - preguntó hablando atropelladamente.

- A diferencia de Macondo, Betania se va acabar por agua – dijo Ramón.

- No te entiendo.

- Pacho, el agua está que arranca al pueblo del mapa.

- No sabía que había mar de leva- comentó y comenzó a buscar en los arboles los rastros de
una brisa que no sentía.

-No, no, no es el mar ni la lluvia, es el Pechiches que se desbordó. -al decir estas palabras
vio a Francisco correr hacia su oficina. Al ir detrás de él lo vio sacar el celular de la gaveta
del escritorio y conectar rápidamente los auriculares que estaban al lado del computador
portátil que tenía cerrado sobre la superficie plana.

-¿Está en la radio?- preguntó mientras intentaba sintonizar la emisora local.

- No, eso lo están diciendo los estudiantes.

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- ¿Tu no viste nada? – preguntó Francisco intentando apaciguar el ardor de los ojos
frotando sus párpados con la yema de los dedos.

-No, yo llegué diez minutos después de ti y vivo lejísimo del arroyo.

La conversación duró poco tiempo. Decidieron no mandar para sus casas a los estudiantes
que habían ido al colegio porque estaban seguros que se irían a bañar en las sucias aguas y
Dios sabría qué les podría pasar. Pero sí decidieron ir a ver personalmente lo que estaba
sucediendo.

Al atravesar cuatro calles en la moto de Ramón y llegar a Los cerezos, el tercer barrio entre
el cauce del arroyo y el colegio, quedaron atónitos viéndose el uno al otro las expresiones
de sorpresa y espanto. Si el agua llegaba a esa distancia, ¿qué sucedería allá dentro, en los
barrios que bordea el arroyo?

El alcalde mudo
-¡Claro que te puedo hablar de la creciente! Resulta que ese día todo parecía normal. Igual a
cada una de las vísperas de elecciones; sólo que en esa ocasión pasó algo que yo jamás creí
posible. Como estábamos en tiempo de elecciones, en la mañana, como siempre, casi todo
el mundo se arrastraba de comando en comando a vender el voto; pasaban el uno y el otro
en moto y megáfono en mano dándole bombo a los supuestos salvadores, y, por otro lado,
los aspirantes a alcalde escupiendo micrófono en la radio... como siempre, viéndonos las
caras de pendejos.

-¿Por qué dices eso? – preguntó Jaime Garzón a su contertulio con intención de motivarlo a
continuar con su relato y ocultando, a medias una sonrisa.

-Porque ya estoy cansado de la prometedera y de que nos utilicen. No es justo que cuando
la creciente vino se me haya dañado el televisor y me tocara dormir con el colchón mojado.

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Es que tú hubieras visto a esas pobres mujeres con el agua a la cintura subiendo las cosas en
los escaparates o a las más viejas cuando las sacaban en canoas. Entonces ¿dónde estaban
los candidatos del pueblo que se ponían en nuestros zapatos? ¿Dónde andan las platas de la
canalización? ¿Por qué no vi ningún zapato, de aquellos mismos, escurriéndose al sol
después de ayudar a asegurar las cositas de las casas? Te voy a contar lo que pasó la vez de
la creciente, pero presta mucha atención. Imagínate cómo estaba esto que el Vice frente a
su casa tiró la atarraya y se cogió 25 bocachicos, 7 mojarras loras y tres cojinúas que se
habían perdido en el barrio creyendo que el sector hacía parte del mar. Seguro hubiéramos
asegurado la liga de un buen rato, pero ninguno prestó atención a eso porque todos
andábamos pendientes a que las mecedoras no se salieran flotando por la puerta de la calle.
Lo que yo sí vi fue como las gallinas de donde El carpa, por miedo a una arrastrada por la
subida del agua, duraron dos semanas y media arriba del palo de níspero que está al lado de
la mata de ají que tiene en todo el rincón del patio. Además, ellas no se iban a morir del
hambre. Les faltó nada más comerse las hojas del pobre palo. Fíjate tú, lo único bueno que
quedó de todo eso es que el barrio parecía barrio de rico: todas las casas con piscinas en los
patios, y no faltaba también el que la tuviera interna. Lo verdaderamente malo era que el
agua de estas piscinas no estaba llena de cloro sino de otra vaina que olía mucho más
maluco.

-Por lo que veo fue duro eso –dijo el muchacho al ver que el señor se callaba.

-¿Y es que usted acaso no estaba aquí cuando eso? –preguntó el señor con extrañeza.

-Nada, como le conté, yo estudio en Barranquilla, y en esos días aún estaba por allá.

-Umm, con razón no sabes nada, pero que raro que no te hayan contado con lo rápido que
corren las malas noticias.

-¿Entonces están aburridos de la situación del pueblo?

-Claro, claro.

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-¿Y qué piensan hacer al respecto?

-Vamos a posicionar a un mudo como alcalde.

-¿A un mudo? ¿Y qué ganan con eso?

-Pues sí, un mudo… nomás para que no hable tanta paja.

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Tercera parte

(Los Amenazados y el más Bandido de todos)

Concejo caliente
De espalda, al intentar sacar la Pulsar 200ns, casi le arranca el espejo retrovisor izquierdo
con el marco de la puerta. Cuando ya le faltaba poco para sacarla, la tomó de los manubrios
y al írsele un poco hacia el costado estuvieron a punto de caer juntos, ¡pero era un concejal
y algo debía hacer completamente mal! Así que para no pelear contra la sabia madre
naturaleza o la legalidad cósmica, tropezó con el sofá blanco arena y por andar aún
descalzo se arrancó la uña pequeña del pie.

Parecía no poder concentrarse ni siquiera para desquitarse con las madres de todos los
colchones del mundo o con la madre de los colchoneros que hicieron éste o con la gran
hijueputa y loca y tonta y estúpida y otra vez tonta que inteligentemente lo había puesto ahí.
Pero era que tenía la mente en otro lado. Estaba de Betania a Bogotá. A lo mejor exprimía
su mente pensando en cómo pellizcar el dinero que vendría gracias a “La creciente” para

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comprar el lote que quería en Calle Nueva. Y es que la creciente había sido una bendición
de Dios. Jehová le había hecho el milagrito. Estaba aburrido de esta porquería de casa, de
sus cuatro cuartos para tres personas, del cielorraso para el calor, del aire acondicionado de
la sala, de la brillante cocina que no sabía lo que era una mancha de aceite y sobretodo de
los molestos vecinos que nunca ha conocido. Pero quizás ni fuera eso, quizás pensaba en
algo más, quizás debía tener verdaderos problemas.

Como pudo, se calzó en silencio los zapatos y de un cuidadoso brinco se montó en la moto.
Al recordar que el encendido electrónico debía ser arreglado dio una meticulosa patada al
cran y la hermosa y poderosa bestia color negro que tenía bajo suyo tomó vida. Arrancó sin
mirar atrás. No le importó el niño de cinco años que más allá de los cinco mil pesos que le
había dado para la merienda anhelaba que por primera vez su papá lo llevara al colegio en
su juguete preferido. Mucho menos vio a la mujer que vivía con él y que muy temprano se
había levantado para hacerle unos patacones de plátano verde con hígado encebollado. Pero
ella, aunque al principio le dio mucha rabia y luego dolor, al final termino olvidándosele
todo cuando reconoció en la puerta de su casa la figura de Reynaldo, quien, tras esperar
diez minutos deambulando alrededor de la casa, tocó la puerta con sus habituales tres
golpecitos.

El otro, antes de llegar a la alcaldía fue a la Bomba (estación de gasolina) a tanquear la


moto. Llegó a la isla, pero no encontró al bombero; arrugó la cara y comenzó a buscar por
todos lados. Por fin vió que venían dos personas con el uniforme rojo, gris y azul de la
estación, quienes conversaban ávidamente y caminaban bastante lento. Él les hizo un gesto
con la cabeza y ellos comprendieron, pero no dejaron de conversar ni mucho menos
apuraron el paso.

-Pues sí Mañe, gracias a Dios los pelaos estaban donde la abuela porque si no la cosa
hubiera sido peor.

-Vea compadre Foncho, esto está grave, en la casa de mi vieja se perdieron toitos los
animales.

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Con la mano le hizo una señal a uno de los trabajadores, dándole a entender que le echara
cinco mil pesos. El empleado digitó en el tablero de la maquina el valor y tomó la
manguera de gasolina Corriente. Él hizo un sonido que pareció ir trepando desde su
estómago hasta la boca: ¡Jummmp!, ¿cómo se le iba a ocurrir a este tipo que le echaría a
SU MOTO gasolina que no fuera Premium?

Tanqueada la moto, la monta y, puesta en marcha, se va sin dar las gracias, pero a nadie
parece importarle, pues los bomberos continúan hablando de “la creciente”.

El pueblo se veía conmocionado. Todos hablaban gritado –más fuerte que de costumbre-,
en las calles la gente hacían gestos de agonía e intentando determinar con las manos una
altura o superficie de algo que él no suponía.

Al andar siempre en línea recta observó una casa de grandes ventanas de vidrio polarizado
y una enorme puerta. Detuvo su marcha, bajó de la moto y fue directo a dar dos golpes
secos a la madera de la puerta.

-¿Sí? – se escuchó en el interior de la casa.

-Abre.

-Ah, tú. Espérate ahí - al lado de la puerta se extiendió la figura de un hombre que tenía
facciones típicas de las personas del interior del país.

- Ajá.

- ¿Ajá qué? – responde el dueño de la casa.

- ¿Qué has pensado?

- La verdad es que yo creo que eso no debe ir. Yo estoy con Eduardo. De todas formas tú
eres el presidente del concejo.

- Pero nos gastamos la plata.

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- Igual que siempre - dijo con gesto consolador y algo de indiferencia, dándole una palmada
en el hombro.

- Sabes bien que esto no es como los adelantos que nos dan. Acá es distinto.

- Relájate viejo, ya veremos qué pasa.

Subiendo las escaleras se encontró con una mujer que apresuradamente bajaba, haciendo
que su gran busto saltara dentro de la blusa azul claro y la falda gris que tenía ajustada al
cuerpo se le levantara, más de lo común.

-Buenos días Adriana- dijo apenas vio a la mujer- tan mamacita como siempre.

-Por enésima vez: no te lo voy a dar –respondió de inmediato la mujer.

-Ya veremos, yo no tengo afán, mami.

Con todo el rencor que puede haber en el corazón una mujer ofendida, le hizo un gesto de
odio, pero él no lo vio porque siguió rápido, triunfante, por un pasillo lleno de puertas color
marrón que se extendían a lado y lado hasta al final. Un pasillo que había transitado
innumerables veces con la misma flojera y aburrimiento de siempre. Pero hoy, en la última
puerta donde decía “Concejo” se hallaba algo atípico: se encontraba un hombre de baja
estatura y ojos inexpresivos que parecían volar hacia la tierra donde habitaban sus
demonios internos, sosteniendo un fino bolso de cuero negro acompañado de dos hombres a
quienes en la cara se les dibujaba la palabra “infierno”.

Apenas lo vieron, los sujetos le dijeron:

-Doctor.

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-Buenos días – contestó él con poca amabilidad.

Al entrar a la oficina ya se encontraban unas cinco personas alrededor de una mesa


cuadrada pegada a la pared del frente, la cual le servía como escritorio, porque en ella había
un computador de mesa y la foto de un niño que tenía sus mismos ojos y el cabello igual de
castaño. Al fondo de la oficina tres personas más se encontraban en igual número de
asientos con los computadores en sus piernas.

Mientras se acomodaba en la silla pulcramente ubicada frente al computador, entró, junto a


cuatro personas más, el hombre con quién había conversado antes de llegar a la alcaldía.

-Llegó primero que yo – y señaló con los labios hacia la puerta.

-Y que todos nosotros – contestó alguien de la junta.

-Bueno, comencemos, hoy juega el Barca.

Así, en la oficina del presidente del concejo, y no en la sala de reuniones, después de


pasada media hora de una discusión acalorada en la que se vio una multiplicidad de gestos
obscenos, uno de los concejales se levantó e hizo pasar a los tres visitantes que en todo ese
tiempo no habían perdido su postura.

-¿Lo hicimos esperar mucho?

-Pensé que tomar una decisión se les haría más sencillo – respondió sin mucho ánimo.

-Recuerde que aquí hacemos las cosas como deben ser.

- Claro - dijo con ironía-, por supuesto.

Acompañado de un gigante vestido de blanco y alguien con apariencia de león marino,


también de blanco, el emisario entró a la oficina y prefirió permanecer de pie frente a la
junta.

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El presidente del concejo miró detenidamente a cada uno de los asistentes, quienes a su vez
le devolvieron la mirada con algo de recelo. Luego se detuvo en los ojos desafiantes de uno
de los guardaespaldas y por último se fijó en la persona diminuta quien se hacía aún más
pequeño entre los enormes acompañantes que lucía a lado y lado.

-Lamentamos comunicarle que hemos decidido no aprobar el proyecto -comenzó diciendo-.


Dígale a su jefa que lo sentimos mucho, pero no es el momento indicado para llevarlo a
cabo. De igual forma le decimos que estamos prestos a seguir trabajando con ella.

En el recinto se silenciaron las voces por lo menos dos minutos y lo único que se escuchaba
era el rumor fastidioso del aire acondicionado. Entonces todos se alertaron cuando el sujeto
a quien le dirigieron las palabras anteriores tomó aire y comenzó a hablar:

-Entiendo -comentó tranquilamente el emisario; y con la paciencia que tiene un zinuano


haciendo un sombrero, sacó un revólver del bolso que llevaba puesto, caminó hacia el
grupo de personas que, perturbadas, se limitaron tan sólo a observarlo mientras colocaba el
arma sobre la mesa-. Me firman esos papeles ahora mismo o uno a uno se van muriendo.

El mujeriego, el descuidado, el chabacano, el alcalde


- Súbele el volumen a esa canción.

- No me gusta la champeta.

- Nadie lo ha preguntado.

(“por ahí dicen las mujeres que yo soy como el oso, sabroso, y me buscan el lao.

Aunque algunos me critican porque yo me la gozo no duermen para ver lo que hago

Y qué culpa tiene el gato si al ratón le gusta el queso, así como hay hombres fieles también
hay hombres pa perros”)

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- ¿En cuánto te salió esta camioneta? –preguntó el sujeto que estaba al volante del vehículo
blindado.

- Un par de proyectos: la pavimentación de la vía Molongá y la tercera sede del colegio


Simón Cirineo, el público.

- Tú sí sabes cómo son las cosas. Yo a duras penas he sacado para mi lotecito y mi motico.

(“Yo soy el mujeriego, vengan mujeres, el hombre que no goza no ha vivido na,”)

- Hey, esta pelaita qué –preguntó el chofer con un dejo de gozo-.

- ¿Qué de qué?

- ¿Ya te la comiste?

- Ufff, eso fue nada más una ida a Sincelejo a comprarle un par de pantaloncitos y una
blusita, y allá mismo cayó. Salió del motel con la ropa nueva puesta de una vez.

- ¿Y allá en la isla levantó mucha hembrita?

- Pues claro. ¡Para qué crees! Cómo se te ocurre que iba de pas…de trabajo a Sanandres y
no iba a gozar.

- Bueno, ahora sí, yo que le quería comentar, ¿cómo vamos a hacer con la gente del barrio?

- La verdad es que no sé, ya me están dando muchos problemas. Se están poniendo muy
exigentes. No les parece suficiente con que me haya inventado eso de la vigilancia de las
calles para poder darles la plata.

- Y bastantica sí fue.

- Pero ya ves que aun así piden más.

- Tiene que abrir el ojo porque la gente se está cansando de esa bandita.

- He hablado con ellos, pero se creen los dueños de todo esto.

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- Y hasta dicen que ellos son los que tienen el poder porque son los que lo hicieron a usté
alcalde.

- Y no están del todo mal.

- Lo que están buscando es que la gente se canse y les manden a los de la moto.

- Ahí sí que yo no puedo hacer nada.

- Es que ya está bueno, tampoco es para que atraquen tan descaradamente. Ya dizque no les
dicen los Chicos Ras tac sino los troyanos, disque por los cuchillos con los que andan por la
calle. Entonces son los que supuestamente se encargan de la seguridad, pero le roban a la
gente, nojoda, tampoco se hacen querer es nada.

- Uy, mira quién va ahí... ¡Mami ven, súbete! ¿No quieres ser primera dama?

- Aun no sé cómo vamos a hacer para pagarle a esa vieja.

- No sé por qué te complicas la vida de esa forma, al fin y al cabo nosotros somos los que
mandamos y disponemos aquí, así que levantar esa platica es fácil.

- Ajá, ¿entonces qué propones?

- Salimos de ese problemita con la plata del segundo tramo de la doble calzada de la
avenida Juan Salvador.

- Oye, buen punto. No lo había pensado.

- Lo malo es que esa plata no va a venir por ahora. Yo le pongo como dos o máximo tres
meses.

- No aguanto tanto tiempo, nos matan, nos matan.

- Ombe no sea pendejo. Cómo se te ocurre decir eso. Cuando estén buscando solo hay que
decirles que esperen un poco más, que estamos reuniendo toda esa plata.

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- Bueno, no tengo de otra, porque la plata de la que pensé poder disponer, a pesar de perder
por ahora la oportunidad de comprar la nueva casa, era con lo que nos quedó de la
reconstrucción del puente Cerezo, pero como al día siguiente se cayó, o sea, ayer, me toca
coger de ahí para pagarlo nuevamente.

- ¿Quiénes eran los contratistas de esa obra?

- Manolo y Mauricio.

- Ah, verdad. Últimamente les están dando muchos contratos.

- Es que ellos saben hacer bien las cosas, aunque en ocasiones no saquen tajadas, sino
patacones, siempre le dejan un regalito bueno al alcalde. Además no me vengas a decir que
la moto nueva no la compraste con lo que ellos te dieron por haberles firmado el contrato
de la canalización del arroyo.

- Claro, el mismo arroyo que ahora se quedó sin puente para poder pasar al aeropuerto.

- No me lo recuerdes que cada vez me da más rabia pensar que esa plata la vamos a perder
y que todita se va a ir en materiales.

- ¿Ajá, pero a fin de cuentas ellos no son los que deberían reponer?

- En teoría sí, pero tú sabes cómo son los asuntos estos, ahora mismo ellos tienen la plata en
su poder, pero esa plata vendría a ser realmente mía, pues es lo que me deben dar por
ayudarlos con el contrato. Como prácticamente yo fui quien hizo que usted terminara de
aprobarlo. Pero como te decía, al ser yo quien puso la cara por ellos, no puedo dejar que esa
caída del puente pese sobre mi espalda, yo prefiero no ganar nada de ahí. Además ellos
después me pagarán con otro trabajo, eso es lo de menos.

-Bueno, si tú lo dices.

-Claro que lo digo porque es así. Regresando a lo del presupuesto de la doble calzada,
escuché que Navarro, Los Murillo y Urzola se gastaron ya la parte que les tocó.

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- Son unos barbaros, ¿cómo hicieron para gastarse toda esa plata?

- Ni idea, pero como los Urzola son los del contrato ahora les toca poner de su plata una
parte para comprar los primeros materiales y algo de mano de obra para que la gente vea
que comenzaron los trabajos y no se vayan a poner a formar problemas.

- Bueno, no toca sino esperar a que llegue esa plata.

Esa prima mía sí es pendeja


- Esa prima mía si es pendeja. Dejarse culiar de un viejo por plata.

- Ay mija, ¿cuántas no hay así?- respondió Laura quien, al igual, se encontraba sentada con
las piernas cruzadas y sobre ellas sostenía un cuaderno con algunos garabatos.

- Por eso es que yo estudio, para no tener que darle el culo a ningún viejo y poder ganarme
yo misma mi plata. -dijo esta vez con solemnidad la joven.

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- Anda, Cami, pero a veces como que se te olvida eso, porque bien floja para estudiar si
eres. Mira, no tienes ni la mitad del ensayo y me imagino que no has hecho ni una Cadena
carbonada de las que dejó Morales.

Camila entrecerró los ojos e intentó que sus labios se leyeran claramente cuando en silencio
le decía “malparida”.

- Si se me olvidara hace rato le hubiera aceptado la invitación a Julio Díaz –comentó


Camila con mucho orgullo-. Me ha estado llamando para que vaya a su finca.

- No seas boba mija, ese tipo te da bien duro, te deja toda roja y después como si nada,
cuando mucho te dará doscientos mil pesos.

- Así es vieja, yo no estoy para llevarme esas coperas. Además, ni condón querrá ponerse y
yo no estoy ni para una barriga, ni para una enfermedad.

- Imagínate tú eso, ahí sí quedas lista –sentenció Laura siendo solidaria con la opinión de su
amiga.

- No es nada sino que salga embarazada porque ahí sí que mi papá me mata – después de
decirlo se hace la señal de la cruz en la frente.

- Viste, por eso es mejor que nos dediquemos a estudiar.

- Aunque si el alcalde me dice que vayamos, yo voy.

- ¿Para dónde?

Después de escucharla Camila hizo un gesto de incredulidad que Laura no vio por
continuar concentrada en la actividad que realizaba en el cuaderno.

- ¿Para dónde más? Pareces boba. ¿De qué estamos hablando? ¡Boba!

Camila cerró los ojos y respiró profundamente lanzándole un gesto de desaprobación a su


compañera.

42
- No mija, tú ya eres caso perdido- le dijo antes de fijar su vista nuevamente en el cuaderno.

- Ayyy, no ves que él lleva para Sincelejo y si te portas bien hasta para Medellín. A Juliana
se la llevó para San Andrés. ¿Qué le habrá hecho la perra?

- Yo mejor sigo haciendo mi ensayo porque el profe Fredy es bien fregado – musitó Laura
para luego acostarse en el suelo, boca bajo con el cuaderno cerca a la cara y el lápiz en la
mano.

Antes de volver a trabajar en el texto sobre el Renacimiento y El Lazarillo de Tormes


reconoció que su mamá tenía razón y no debió pelear con ella cuando le dijo que no le
gustaba su amistad con Camila. Creía que no había mucho de qué preocuparse, después de
no seguir los consejos de la joven todo estaría bien, además le gustaba reírse de sus locuras
y de la forma en la que le hablaba.

43
Cuarta parte

(Fragmentos de la novela de El Garzo)

“Rezando un padrenuestro temprano en la mañana salió

Y una vela a la virgen prendió”

Afinaito

44
Observó el líquido oscuro del pocillo y una sensación amarga bañó su paladar. Eran las
6:30am, y el anciano olfateaba el calor del café con sus enormes ojos azules.
Descamisado, al recostarse a la mecedora de paja, la costumbre no le permitió sentir el
centenar de perforaciones que la malla desgastada y trajinada hacía sobre su espalda.
Mientras se mecía y enfriaba la infusión de cultura, historia y ocio, la mecedora se
quejaba bajo él con un sonido completamente sordo para este tipo de personas.

Cuando inclinó hacia sí el pocillo, antes de dar el primer sorbo, escuchó el primer toc toc
en la puerta. Comprobó la hora en el reloj de pared redondo que estaba sobre la entrada
de la cocina y se dijo así mismo “Carajo, ¿quién será a esta hora?”, y al dirigirse a la
puerta no pudo dejar de pensar en Aura, a quien le habían comenzado las diálisis cuatro
semanas atrás.

-Profe, buenos días. Adivine qué voy a hacer- escuchó mientras abría la puerta.

10

¿Cómo explicar lo que sentía? No ha sido sencillo y he pasado mucho tiempo intentando
encontrar las palabras apropiadas y, más importante aún, la forma justa, pero no creo
mejor manera de hacerlo que hacerte pensar en los horcones de las viejas y amarillentas
casas de palma, esas que son de altos andenes, paredes blancas manchadas por el
amarillento tiempo, enormes puertas negras raspadas por los años y ventanales azul

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desgastado, por donde desfilan largas hileras de comején amarillo. Así, como si marchara
un ejército de seres diminutos, con miles de micro patitas, peludas, apilados
ordenadamente uno detrás del otro; como si su columna vertebral fuera una viga de
Carreto a punto de sucumbir ante el hambre de madera fina de los animalitos; una larga
hilera de comején le recorría la espalda y le anidaba en la cabeza llenándolo de inquietud
e impaciencia y sofocado aún más por el aturdidor sonido de los carros que pasaban uno
tras otro frente a su casa y chirriaban sus llantas contra el asfalto asemejándose a los
chillidos de las ratas peleoneras que anidan en la palma húmeda luego de la lluvia; pero a
nada de esto le prestaba atención y menos a la absurda idea de muerte que en su mente se
hacía perenne.

Jaime Garzón no prestaba atención a lo que su cuerpo le decía.

Había salido a comprar una hamburguesa. Llevaba el paraguas y una gorra de beisbol.
“¡Voy para donde Pedrinchi!”, grito en su casa.

De regreso, mientras avanzaba por las calles oscuras y apagadas de toda vida humana,
comenzó a sentirse extraño, comenzó a sentir que le salían cuernos, se hacía cuadrúpedo y
sus pies eran sustituidos por largas y flacas patas que completaban la huesuda extremidad
con cascos, que en nada combinaban con su piel manchada y color beige.

Comenzó a sentirse perseguido. Observado, desde antes de dar marcha a su casa, unos
ojos predadores lo habían seguido y ahora él sentía todo el peso mortal con el que se
fijaban en sus cortos y contados pasos. La cabeza se le hizo enorme y sentía que le iba a
estallar. Se veía a sí mismo acorralado por un depredador invisible que en cualquier
momento saldría de su invisibilidad y caería sobre él. Sin saber realmente en qué
momento, comenzó a caminar muy de prisa, aún más de prisa, y aun mucho más y más de
prisa hasta que, sin darse cuenta, ya estaba jadeante y empezando un trote fuerte. Dos
sonoros bocinazos de un carro tras suyo lo despertaron de su breve ensueño y recuperó su
forma original; supo ahora que todo estaba perdido. No le quedaba otra opción que huir,

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correr por las calles infestadas de vándalos y soledad. Pero mientras huía de su acechante,
la calle bajo sus pies se extendía y se hacía inmensa, casi que interminable, infinita como
sus ganas de gritar y vivir; sus propios pasos se le hacían borrosos por las cascadas de
cristal tibio en las que se habían convertido sus ojos a causa del incontenible llanto, pero
ahora, además, era torturado por un repentino enmudecimiento que ya se hacía
incontrolable y que le había llegado tan de improviso como el rugido y las luces bajas que
aparecieron por la esquina detrás.

Era sencillo adivinar lo que pasaba por su mente cuando escuchó el sonido prolongado de
la bocina y el escandaloso estruendo del motor: “Jueputa, me van a matar”

Cuando comenzó a correr dejó de pensar en “Los quita sueño” o “Los cobi”, que eran las
pandillas que se estaban tomando los barrios, no le importaba por donde se podría meter,
simplemente pensó en alejarse lo mayormente posible de quienes pretendían alcanzarlo.
Corría como un desquiciado bajo un cielo que no tendría testigos de su inminente muerte.
Corría sin importarle cualquier principio atlético que pudo haber aprendido en sus
interminables entrenamientos de Béisbol, corría sin importarle lo descoordinado que
podía estar, lo único que le preocupaba -sin importar como- era alejarse lo más
rápidamente posible del ronquido prolongado que salía del interior de la camioneta que lo
perseguía.

Al pasar las cinco cuadras la camioneta continuaba a la misma distancia con la cual había
iniciado su persecución, no se acercaba, pero mucho menos se alejaba. Él ya no sentía las
piernas, un horroroso cosquilleo le trepaba los muslos y su camiseta comenzaba a
empaparse de gotas de sudor que bajaban a ella desde su rostro como besitos sombríos
que le aceleraban aún más el corazón.

“Corría como un loquito” pudo haber dicho Ramón de haberlo visto atravesar las calles,
pero a su alrededor no había nadie. Buscaba y buscaba, devorando la acera con los ojos
extremadamente abiertos, algún rostro familiar, o desconocido ¡no importaba! una puerta

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abierta o un foco encendido, “¡Por favor!”. Pero no. Solo. Mudo del terror. Sediento de
rostros humanos, se iba fatigando y aterrorizando aún más.

Al llegar a la esquina donde sobresale el letrero: “Clínica Dental Moderna”, creyendo


que los podía perder, giró bruscamente a mano izquierda en busca del posible refugio que
sería su casa. Faltaba poco, estaba a punto de llegar, sólo una cuadra más; pero al tiempo
que sus nervios violentamente alterados se relajaban y la sensación de seguridad le
reconfortaba y brindaba fuerzas, las grandes ruedas de la Fortuner (negra y vidrios
polarizados), chirriaron y el motor vociferó un “ruum” ensordecedor. Fue entonces
cuando la creyó a su lado y sintió la falsa herida de un disparo que fue hecho al aire. Cayó
al suelo más que por su increíble e inexistente herida, por el espanto y temblor que le
congeló las piernas y enmudecía el cuerpo. Sin claridad en sus pensamientos y la sangre,
casi que evaporada, corriendo por sus venas, sólo pudo repetir incontables veces “Perdón,
perdón, perdón”.

- ¡Gran maricón! – le gritó en la cara el gordo que se bajaba de la camioneta y reventaba


la puerta al cerrarla -. ¿Qué creías que te podías escapar?

-¡Ey, Rula! ¿Me lo bajo de una? – preguntó el segundo hombre, mucho más alto y de
apariencia mucho más sucia y despreciable que su compañero--Vamos a callarlo de una -
dijo finalmente sin mostrar interés por la vida humana, pero con un vivo entusiasmo por
mandar una nueva alma al otro mundo.

- No, “careverga” – dijo el gordo arrugando la frente y ensanchándosele aún más la


cicatriz que le cruzaba el pómulo derecho-. Recuerda que la patrona nos mandó sólo a
asustarlo. Míralo, tiene cule miedo el mierda ese.

- Que na ni que mondá, vamos a terminar con esto de una vez.

Ni siquiera el viento estaba presente en esa noche cuando, bajo el abrigo de una luna de
marfil, distante y diminuta -como la esperanza de vida que había en aquel lugar-, un

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mandril semihumanizado levantó de los brazos a un cuerpo que, resignado, lívidamente,
más por inercia que por deseo propio, intentaba zafarse de unas nudosas y velludas
manos, de alguien que no escuchaba como su presa recitaba la mitad del Padre Nuestro
tan rápido como le era posible; y así, preso, el escuálido y diminuto ser que era
maniatado, vio como un gordo de cicatriz en la cara y cabello quemado se reía frente suyo
regando aún más su ancha y arrugada nariz por toda la cara.

En su vida había peleado, pero el golpe que le dieron en el estómago valió por toda una
vida de asaltos y puñetazos, tanto que, cayó de rodillas apretándose el estómago y
vomitando media vida.

- Casi lo partes a la mitad.


- Que va, le di suave ¡Marica que es!
- Así sabrá que debe dejar de meterse en lo que no le importa.

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Al parecer esta era la semana de las marchas en el pueblo. Dos días atrás un grupo de
quince personas recorrían las áridas calles con tapaboca y vestidas de blanco lanzando
arengas contra la corrupción y el terrible olor que emanaba de las tapas metálicas de las
tuberías, que se desbordaban con aguas azuladas y hediondas a porquería dañada. Hoy
era una caminata por la paz que estaba pasando por la puerta de la casa.

Al escuchar la voz del profesor Abidaul potencializada por un megáfono que llevaba como
arma fuertemente empuñado, se asomó por la ventana de la casa mientras terminaba de
acomodar el suéter que acababa de ponerse. Cuando reconoció su voz le llamó la atención
que hoy, entre los pacifistas vestidos de blanco, otra vez estaba el profesor liderando la
actividad.

Intentó reconocer entre la gente al senil de ojos azules que lo recibía temprano en la casa,
pero no pudo, así que dejó de preocuparse por él y comenzó a pensar en aquellos que lo
estaban esperando por la playa y hacía más de cuatro meses no veía. Así que tarareando
una champeta salió a buscar las llaves de la moto.

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-¡Pueblo de cobardes! - le decía Jaime Garzón a su amigo que también estaba sentado en
el borde del andén, frente a la casa de Sebastián.

-Viejo, no es cobardía, sino el llamado instinto de conservación –le replicó mientras


recogía las piernas.

-No es más que un temor ridículo que los empuja a una ridícula cobardía.

-Mira, Luis Garzón, no hay ridiculez por ninguna parte, y si lo llamamos cobardía, como
tú lo dices, llega a nosotros por algo muy serio y concreto ¿acaso el término “gen-te pe-li-
gro-sa” no te dice algo?

-Sí, claro, simplemente me dice que a mi alrededor hay sólo cobardes. ¿Dónde dejas todo
eso de espíritu revolucionario y de rebelde? ¿Es que tú sólo lo tienes para tirar piedras en
la universidad y rayar paredes?

-Oye, cálmate.

-Claro, en las redes sociales es más sencillo verdad. Ahí nunca se da la cara y puedes
hablar de personas que nunca te verán y jamás sabrán de tus palabras.

-Si para esto vienes a mi casa te agradecería que no vuelvas hasta que dejes esa pendejada
o por lo menos que traigas algo que me favorezca. - al decir esto vio cómo su amigo
cerraba los ojos mostrando derrota-. Deja de intentar remar contra el mar estando picado.

-Sí, desafortunadamente el mar está picado, esta balsa es muy grande y lleva un único
remo.

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-¡Estás loco! -preguntó del otro lado del teléfono viendo fijamente las percudidas aletas
del ventilador que revolvían el aire caliente que aún estaba en el cuarto.

-Defíneme locura. -respondió fríamente rascándose un ojo por encima del parpado

-Tú como que quieres que te peguen un tiro.

-Simplemente estoy ejerciendo un derecho.

-¿Qué derecho? ¿Acaso no le corresponde tan sólo a Dios decidir tu muerte? ¿Acaso
escoger las circunstancias y motivos de tu propia muerte es un derecho?

-No seas ridículo ¿Cuándo la opinión pública ha dado para muerte?

-¡Sé sensato! ¿Se te olvida la historia? ¿Se te olvida la realidad que vivimos? ¿Acaso no
sabes quienes son estas personas?

-Pero no vamos a hacer nada del otro mundo.

-Esa gente no acepta ofensa.

-Bueno, digamos que los ofendo ¿qué me harían? No creo que sean capaces de atentar
contra mí.

-Ah no pues, la verga ¿cómo te digo ahora, súper Lucho? – Por primera vez desde que
iniciaron la conversación su rostro serio y helado se alteró y se tornó más relajado con un
tono despectivo-. Que no tengas conocimiento de lo que hicieron en otras tierras me
parece, creo, que hasta ridículo, como dirías tú.

-Edúcame, a ver.

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-Te cuento que en un pueblo de Bolívar alguien hizo algo que ellos consideraron como una
burla, y como tal debían cobrarse. Esa familia dice que con ellos no se juega. Resulta que
esa persona les prestó un dinero, pero se retrasó en un par de cuotas de los intereses,
bueno, para resumirte el cuento, al tipo lo ataron de los pies a una de sus camionetas y lo
arrastraron por todo el pueblo y lo terminaron tirando en un arroyo.

-¿Acaso yo les voy a pedir plata?

-No, pero si quieres te cuento la historia del que le cortaron la lengua y se la dieron a
comer a su esposa.

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6

“Está lloviendo en la nevada 


en el valle va a llover 
y el relámpago se ve como vela que se apaga 
si no quieres condolerte 
en mi pena y mi pesar me voy a tirar al Cesar 
pa’ que me ahoge la corriente” 
-Rafael Escalona-

Aquellos de alma bondadosa, y también los que simplemente buscaban un reconocimiento


público, si era real el sentimiento altruista que dejaban ver o si eran muchas más las
ganas de ser noticia, para entrar al barrio Brisas del mar lo debían hacer a brazo limpio.
Nadando.

La imagen era tan ilógica, tan carente de sentido que llegaba a ser irrisoria para los ojos
incrédulos que la presenciaban. Para desafiar la furia con la que inescrupulosamente
atacaba la naturaleza, no había más que dar rápidas y fieras brazadas contra una
corriente que no permitía el ahorro de esfuerzo. Agua al pecho con una fuerza desmedida y
aguas tan cafés y turbias que no permitían vislumbrar por fuera o por dentro
(sumergiéndose, lo cual era una locura) los troncos, piedras, peces muertos y materia fecal
que conformaban una homogénea sustancia que las personas, a más no poder, decidieron
denominarla “La creciente”.

Mientras la gente dentro de las casas, viéndose el agua en la cintura (gracias a los
medianamente altos corredores) luchaban sin fuerzas, enojados con Dios y desmadrando a
“La creciente”, quien al fin tampoco era culpable de ennegrecer paredes, mojar
colchones, dañar televisores y arrancar lagrimas furibundas de estas personas, que para
pagar la mano amiga de los ángeles de otros barrios que arriesgando sus vidas

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proporcionaban un auxilio, en la vida nunca tendrán tanto y con el suficiente valor que
los aguados y amorosos ojos que acompañaban un “Dios le pague”. Mientras, para colmo
de males, unas nubes de algodón de azúcar, blancas y esperanzadoras se hacían grises y
generaban espanto y tirones en los estómagos de remeros que transformaban su miedo en
fuerza para remar con alma y vida benditas canoas que transportaban ancianas, mujeres
lactantes y otras embarazadas, ¡sí!, mientras tanto los jóvenes, que no comprendían hasta
qué punto hemos echado a perder el mundo, se lanzaban de las ramas de los percudidos
palos de Almendra con precisos, hermosos y suculentos clavados (cual clavadista china)
acompañados de las únicas sonrisas que se verían (nadie lo sabía aún) en semanas
completas. Pero, a pesar de todo, estas eran unas sonrisas que se necesitaban.

55
7

Yo sí sabía que esta gente no quiere ni a la mae, pero tampoco para ser tan hijueputas.”

-¿Mijo, su arepa es de huevo?


-Sí, señora, por favor.

“¿Cómo es posible que estos mierdas no piensen ni un poco en esas pobres personas y en
esos pobres niños que el día de mañana sufrirán de pulmonía por dormir sobre un colchón
húmedo? Claro, como ellos tienen LCD y Plasma no les importa que el televisor de sus
paisanos se haya dañado. Malparidos y mal criados. La abuela no les debió nacer nunca.
Como que se les olvida que están comiendo por los votos de esta gente. Ahora, ¿qué irán a
hacer con la plata que va a mandar el gobierno?, porque tiene que mandar.

Bueno, que cojan, porque igual lo van a hacer, pero que den algo bueno, vale, que no
vayan a salir con su arroz boluo, de ochocientos pesos, y esas hamacas que no aguantan
un carajo.

-Toma, mijo.
-Gracias vieja, ¿Me da una Kola Román?

Nojoda. Ojalá esa moto se la hubiese llevado el agua para yo reírme. ¿Pero qué es lo que
estoy diciendo? ¡No, yo no soy igual a ellos, no puedo pensar así! ¡Dios bendito! Pero
mira, ¿cómo es posible que tengan esa actitud frente a todo esto? ¿Cómo es posible que
hablen de esa manera? ¡Son personas! Ni si fueran animales se pudiera dejar pasar lo
sucedido.

- Nojoda, qué vaina, ahora esa gente jodiendo todo el día en la alcaldía. A mí me da es
miedo que me jodan la moto. Como que no hay nada más que hacer, sino concentrarse
sólo en ellos –dijo el sujeto que estaba comiendo frente a la vitrina.

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¡Dios Santo!, claro, como no es él quien tiene a los hijos llorando por comida y con tos
seca.

-Ajá, ahora toca resolver eso- dijo al lado del sujeto que inició la conversación, otro que
comenzó a señalar una arepa a través de la pequeña vitrina.

-Ahora también dizque canalizar ese arroyo- volvió a opinar el primero.

-Pero eso sí es necesario –comentó ahora uno de las personas que se encontraban detrás
de los que solicitaban las arepas.

-Necesario es respirar – dijo a su vez aquel que sólo parecía preocupado por su moto.

-Oye, pero si aún estamos en época de lluvias –se defendió Fernando, mostrando completo
desagrado por las ideas de su contertulio- esto se puede repetir como dos o tres veces más-
terminó mostrando con los largos dedos el número y luego señalando hacia el cielo
mostrando lo probable de una lluvia para ese día.

-Sí, pero ya pasó lo que tenía que pasar. Te puedo apostar que esa va a ser plata perdida –
la conversación ahora la acapararon los dos.

-¡Bueno y tú qué! ¿Cómo se te ocurre decir semejante barbaridad?

-Compadre, el agua misma se encargó de abrir más el arroyo ese. Incluso, tú te tiras y te
ahogas- dijo intentando humillar a Fernando creyendo que por ser de Popayán no sabría
nadar.

-Si se desbordó fue porque el agua se salió por encima ¿y cómo se te ocurre a ti pensar
que el agua iba a abrir la tierra? ¡Hasta bruto es el imbécil!

Comenzaron a caldearse los ánimos entre ellos.

-Mira Fercho, me estas tratando de bruto y lo sé, pero ponte a pensar.

-Nombe, Julio ¿cómo se te ocurre decir una cosa como esa? Y para rematar, te defiendes.

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-¿Tú qué dices de eso Navarro?- dijo aludiendo a la persona que estaba al lado de
Fernando.

-Carajo, Julio eso hay que canalizarlo ¿qué te dice a ti que no se puede venir otra?

-Pero, Nava ¿qué te dice a ti que va a regresar? ¿Y si se pierde la plata en eso?

-¿Ajá y si se viene y se gasta después más?- volvió a opinar Navarro.

-Entonces tú también estas en contra mía, como el Fercho.

-Yo no sé tú Navarro, pero lo que soy yo me voy porque esto de Julio se puede pegar. –
expresó Fernando y comenzó a caminar para agregarle dramatismo al comentario.

-¡Malparido! -– dijo Julio con mucho enfado- espérame ahí y ven a decirme bruto otra vez.

-No seas marica Julio, déjalo que se vaya, quédate quieto, al fin y al cabo el poder lo
tenemos nosotros – dijo aquel qué parecía ser el único que compartía su punto de vista.

¿Poder? ja, ja, ja bueno, aunque el alcalde por allá en San Andrés ni debe saber de qué
color salió hoy el sol. ¡Dios mío, dame paciencia para aguantar a esta gente porque si me
das fuerzas, los mato!

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Quinta parte

(El tubo Madre)

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A conocer el tubo madre

Estando aun montado en el potro metálico comenzó a silbar desde la acera de la calle en
dirección hacia la ventana de la casa. Con una pose de vaquero moderno, se sostenía con un
pie firmemente apoyado en el pedal de la bicicleta y el otro en el pavimento, silbando una
melodía que carecía de cualquier patrón lógico.

A pesar de que la brisa distorsionaba la melodía que Jesús intentaba emitir de su boca con
el fin de alertar su presencia, José Rafael desde un principio supo que había llegado y se
alistó rápidamente teniendo el deseo de desocuparse lo antes posible de la diligencia a la
que se habían comprometido.

- ¿Ya estás listo, niño? – le preguntó Jesús a José una vez abrió la ventana por donde éste
intentaba filtrar el sonido.
- Sí, niño. Deja y saco la bicicleta – dijo José perdiéndose nuevamente en el interior de la
casa. Cuando volvió a aparecer rodaba por los manubrios una Todo terreo roja intentando
cuadrar los cambios.
- ¿Por dónde nos vamos niño? – dijo apenas salió por la puerta.
- Por la mar – respondió el otro.
- Ya vas con tus romanticismos.
- ¿Yo qué culpa de ser un romántico, soñador?
- ¿Romántico, soñador?
- Sí, y en ocasiones hasta iluso.
- Marica es que eres tú- sentenció José para luego reír abiertamente.

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Esas palabras que parecieron ofensivas, en Jesús no causaron ningún sentimiento de
malestar, pues comprendía bien que esta era una de las formas indirectas en las cuales el
otro muchacho le solía decir “cállate”.

- El comando de Pacho Roqueme está en la Trece con tercera ¿verdad? –preguntó José-
vamos a perder camino – luego le dio a sostener la bicicleta a Jesús y se devolvió a cerrar
la puerta.
- Oye, pero si estamos entre primera y segunda, a media cuadra está la playa- intervino
Jesús cerrando un poco los ojos para ver mejor el oleaje del mar entre el resplandor seco
de los rayos del sol – sólo hay que cruzar siete cuadras.
- Nombe, ¿y para qué por la playa?
- Me quiero inspirar.
- Ya vas otra vez con las maricadas – aseguró Jose haciéndole caso y acomodando la
bicicleta en dirección contraria a la brisa.
- Bueno, rápido que vamos a llegar tarde.
- No quieres llegar tarde, pero quieres irte por la playa.
- Bueno, vámonos por donde sea, pero vámonos rápido que ya van a comenzar –sugirió
Jesús.
- Relájate un poco – llamó a la calma Jose- igual van a decir lo mismo de siempre, y
además, tampoco es que vayamos a votar por él.
- Eso sí es verdad – aceptó Jesús- pero como me quieran ensuciar la mano de plata yo la
agarro.
- Es que así debe ser – lo apoyó Jose comenzando a pedalear.
- Espera, espera – insistió el otro joven oliendo el aire y José quedó viéndolo
incrédulamente mientras cerraba los ojos y olfateaba la brisa caliente. Luego le preguntó:
- ¿A qué huele?
- A amor, a sol- respondió Jesús- vámonos por la playa que me quiero inspirar.
- Eres caso perdido. Bueno, dale.

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Dicho esto, los dos se acomodaron nuevamente en las bicicletas y comenzaron a pedalear
en contra del viento.

- Niño – comenzó Josó al girar en la esquina a la izquierda-, ¿el papá del Kevin también le
dijo a los otros?

- La verdad es que no sé – respondió Jesús con la vista clavada en el mar y en su superficie


que parecía una alfombra de monedas de plata que brillaban con el resplandor del sol.

- ¿Y por qué no? ¿Acaso no todos habían llegado ya de la universidad?

- Algunos están aquí desde hace rato. Pero, por ejemplo Jorge, que terminó el semestre
pasado, anda trabajando con Camacho para ver si consigue un puesto con él, en caso tal que
gane o se termine uniendo con el ganador.

- Ah, con razón en estos días lo vi manejando un Renault Simbol, y me hizo seña que
regresaría luego por donde yo estaba. Aunque por más que esperé nunca apareció.

- Ese era el carro de Camacho- afirmó Jesús.

Volvieron a andar en silencio por un rato, hasta que una voz femenina saludó a lo lejos a
Jesús:

- Jesuuuu- le gritaron desde la izquierda, donde habían varios locales en que vendían ropa y
artículos para disfrutar la estadía en la playa.

- Adioooos- respondió sin saber a quién dirigir el saludo y dejando atrás los locales.

- ¿Quién era, niño?- preguntó Jose.

- Jump, ni idea.

Después de esto retomarían la antigua conversación:

- Ajá, entonces ¿en qué andan los otros?

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- A Andres la última vez que lo encontré- respondió Jesús-, fue en el segundo piso de la
discoteca Zimbawer.

- ¿Tu todavía vas a esa discoteca, niño?

-Ahora es cuando, niño – y agregó-; es algo extraño, es como si el viento me llevara a ella.

- ¿Cómo te llamo ahora? ¿Rosa de los vientos? – una vez más José se burló de él y a Jesús
tampoco pareció importarle.

Entonces, ambos comenzaron a reír haciendo que José saludara con gracia a un conocido
vendedor de ceviche.

- Él se va de traslado- volvió Jesús a tocar el tema de Andrés, quien era el único militar del
grupo de amigos- de la base militar de Coveñas lo mandan para Putumayo o algún lado del
Pacífico.

- Imagino que no se quiere ir.

- Bueno, ese día me dijo que se iba, ya debe estar por allá. Hace días que no hablo con él
–continuó Jesús-. Esa vez fue la ocasión en la que tiraron gases en la discoteca.

- Imagino que corrieron para la playa, aprovechando que queda en frente. Porque en ese
quiosco, en ese segundo piso, todo el gas se lo iban a tragar.

- Nooo, - replicó Jesús- yo estaba sintiéndome mal, el alboroto de la gente no me dejaba


salir, pero él estaba relajadito.

- ¿Y eso?

-Mientras yo vomitaba, Andrés estaba relajado gracias al curso que estaba haciendo para
poder irse. Imagínate que el último examen de campo consistía en aguantar dentro de un
edificio mientras le reventaban los cilindros de ese gas.

- Pobre hombre – se compadeció Jose.

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- Compa, eso es lo que le gusta a él.

- Bueno, también es verdad.

Ya habían llegado a la última esquina. Al girar nuevamente a la izquierda vieron a dos


cuadras de distancia un pequeño grupo de personas sentadas en algunas de las múltiples
sillas que estaban en la carretera con el frente hacia la puerta de la casa, la cual era la
vivienda del político y a la vez su cuartel.

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Después de conocer el tubo madre
- Ojalá pudiéramos montar en verdad al mudo del que habla el viejo Gutiérrez –le decía
Jaime a la soledad de su cuarto y a la pesadez que lo acompañaban a su lado, arrojados
ambos sobre la sábana limpia en el centro de la cama sencilla que tenía a un lado de la
habitación.

El computador estaba encendido a su lado, ubicado en el nochero que le servía de escritorio


y que su madre sabiamente había ubicado la noche antes a su llegada de la ciudad. Del
monitor del portátil se extendía por toda la habitación una luz azulada creada por el
protector de pantalla donde se mostraba sosteniendo una esfera de energía en la mano al
personaje del manga Naruto Uzumaki; esto le atribuía a la estancia la claridad que
consumía algo de la oscuridad que cubría la habitación.

- Como diría Vallejo: esta mierda se está yendo por el desbarrancadero –dijo esta vez
levantándose y quedando sentado sobre el colchón como si hubiese escuchado que lo
llamaban de lejos y después entender que no era con él.

Aquello que lo había hecho despertar se disipó saliendo por la ventana ciega. Volvió a
tirarse de espaldas con tanta fuerza que la sábana en su mayoría se contrajo hacia él. Se
había quedado un microsegundo con la mente en blanco; por eso cuando escuchó uno tras
otro los pitidos ñatos del celular pensó que se había quedado dormido.

Lo que supuestamente lo había despertado eran dos mensajes de Jose, quien le decía:
<<Hey”, “¿Play hoy? No podemos hacer nada más>>.

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Respondiendo inmediatamente de forma positiva al mensaje, Jaime se levantó y se fue a la
sala a conectar la consola de juegos virtuales.

Al poco tiempo ambos muchachos estaban frente al televisor en un par mecedoras


intentando controlar a placer los movimientos de los futbolistas inmortalizados en los
juegos.

- ¿No te sabes la última de Pacho Roqueme? – interrumpió el juego Jose concentrado en no


dejarse anotar un gol de cabeza por uno de los jugadores.

- Ya de ese hombre no hay nada que me sorprenda – afirmó Jaime, al igual, sin inmutarse y
presionando con rapidez los botones del control inalámbrico.

- ¿Te sabes la del tubo madre?

- ¿Eso qué es?

- Su campaña política. O por lo menos lo que fue su campaña con las personas que creía
piezas claves para llegar al poder.

- ¿Su campaña política?- repitió en forma de pregunta Jaime muy desconcertado -. No te


entiendo nada – dijo esta vez mientras ponía en pausa el juego y giraba para poder ver de
frente a su amigo.

Sin aguantar la risa en cada instante de la narración, José le contó la historia que vivió junto
a Jesús, desde que éste llegó poetizando el momento y luego cuando estuvieron en la
reunión y Pacho Roqueme los hizo esperar al final para hacerles la propuesta clave que los
atraería definitivamente, pues, para él, ellos eran líderes juveniles en potencia.

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El tubo madre
Pablo Elías Roqueme Puche se convirtió en la única leyenda viviente del municipio. Por
encima de las presentaciones con la selección Colombia de beisbol y la victoria ante Cuba
de Roque Román lanzando un juego casi perfecto; o los futbolistas que por nostalgia se
regresaban de los campo de entrenamiento de los equipos profesionales; por encima de
glorias del deporte y las desgracias del mismo, se encontraba el histórico Pacho Roqueme,
el único alcalde que celebró antes de ser anunciado el fallo y cuando regresó en caravana
con sus seguidores, la amplia ventaja que lo había hecho decretarse así mismo alcalde, se
había hecho inexistente. Incluso, luego, se encontró relegado al último lugar de la lista.

Todo lo que respecta a este pintoresco personaje posee características inverosímiles. Desde
sus manos enormes y regordetas que no compaginan con su metro sesenta y seis de
estatura, su piel insolada y cubierta de paños blanquecinos por las antiguas y arduas
jornadas en los corrales de su vereda natal, hasta sus aspiraciones políticas que año tras año
se rostizaban bajo el inclemente y abrasador clima político del departamento.

Desde que se mudó para la cabecera municipal cambió las reuniones en la finca con las
vacas y carneros criados en los corrales de la finca familiar, por la aglomeración de
personas y reuniones personales con ganaderos de tradición política.

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Su campaña era sencilla: aparte del dinero que entregaría a sus jefes o líderes locales para
motivar a los sufragantes, en su casa siempre iba a permanecer un enorme caldero repleto
de arroz de pollo y una olla de sancocho, de lo que fuera.

Pero sin duda alguna, su principal arma era enunciar el tubo madre en el momento justo.

¿Y qué era el tubo madre? La explicación era sencilla ante la complejidad de su ejecución.
Citando las palabras de Pacho Roqueme el tubo madre consistía en lo siguiente:

“Al yo quedar gobernando, va a haber un tubo madre de ocho pulgadas por el cual va a
emanar todo el nutriente que llegará hacia mí y tú, luego, te pegas a él con un tubo de
media pulgada disfrutando de ese manantial”.

68
Temor a la propuesta de Robertico
- Pero si es sólo un polvito - decía Camila con una expresión de alegría que contrastaba con
la desilusión y aburrimiento que mostraba Laura.

- Sí, nada más –respondió la otra joven con una motivación muy diferente a la de su amiga.

-Tienes que aprovechar porque se te va para Cartagena y regresa en cuatro meses.

Recién había sonado el timbre y ya Laura se encontraba de pie al lado de Camila, quien no
había tenido oportunidad de levantarse, pues la otra chica se apuró en buscar su compañía.
La profesora Emily acababa de salir del salón dejando escrito en el tablero la actividad que
los estudiantes debían realizar para la próxima clase. El salón ya se estaba convirtiendo en
un enjambre de comentarios soeces, gritos y golpes, pero antes que cualquier otro
estudiante lo hiciera, Laura tomó por el brazo a su amiga y la forzó a levantarse del puesto
para que la siguiera hacia el patio.

Pasaron el pasillo esquivando los alumnos que salían de los salones que se encontraban a
lado y lado. Cuando salieron de la zona de los salones se encontraron de frente con la
cancha de basquetball, la cual atravesaron, llegando a una pequeña zona verde donde se
sentaron bajo una ceiba imponente y gruesa que parecía jamás poder caerse. Ahí, Laura le
contó (a la que hace algunas semanas se había convertido en su mejor amiga y compañera
de descanso) la propuesta que su novio le había hecho la noche anterior en la oscuridad de

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la pista de baile de Awa salá, la discoteca que estaba frente al destartalado muelle donde
salen las lanchas para las Islas del Rosario.

- Ay mija, pero me da miedo – había vuelto a comentar Laura sin poder entender la
fascinación que sentía Camila por este asunto.

- No seas boba, Lau, qué tanto es, igual algún día se lo tienes que dar a alguno.

- Sí, pero todavía no.

- No me digas que tú quieres llegar virgen al matrimonio.

- Al matrimonio no, pero sí esperar más. Además, si mis papás se enteran me arrancan la
cabeza.

- ¿Pero cómo se van a enterar? ¿Acaso ellos te hacen la citología o te acompañan al


ginecólogo? O la tendrá tan grande que te puede partir a la mitad - comentó Laura esta vez
más seria.

-Quizás el pene no le mida tres metros, pero él es mayor que yo, ¿qué tal que me deje un
sangrado? ¿Qué hago en ese caso? - expresó Laura, poniendo la palma de la mano sobre su
pubis.

-Dices que te vino la regla o inventas cualquier otra cosa: que te golpeastes en el colegio o
te sentaste en el piso caliente- luego de decir lo anterior, la joven que estuvo sentada con las
piernas estiradas e inclinada hacia el costado adonde se encontraba su amiga, se enderezó y
abrió un poco las piernas dejando caer la falda completamente sobre la hierba-. Además,
Roberto estudia con viejas que no tienen que ver con pudor ni cosas de moralidades o
dolencias con las que tú te pones. Como te hagas la boba te cambia por una cartagenera.

- Bueno, si me cambia es problema de él- dijo Laura con una actitud distinta.

- ¿Vas a permitirte perder a ese hombre?

- Si me cambia sólo por eso, entonces no es a quien se lo debía dar.

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- Bueno, sigue creyendo que la vida es como te la estás pintando y que los hombres no se
amañan con chucha.

- No creo que eso sea lo único.

- Ojalá lo hubieras visto el día de la creciente, ese día se veía todo macho. No desperdicies
la suerte que tienes y otras quieren.

Después de decir esas palabras, Camila, se fue a la tienda del colegio con intención de
comprar algo para mitigar el hambre, dejando a Laura sola y perpleja por las palabras que
acababa de escuchar.

- ¡Ay Dios! -Se dijo en últimas a sí misma la chica, ya bastante estresada. Después se dejó
caer en la hierba seca- no alcancé a preguntarle por condones. Bueno, en la tarde que vaya a
mi casa, lo hago.

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De regreso a “casa”
Para Juan Morales, Betania era un multicosmos que hacía tiempo había dejado de hacer
parte de él. En su ser se encontraba el recuerdo de ese único universo en el que vivió la
niñez y se convirtió en un joven de azaroso presente con enigmático futuro; ese que un día
se había ido y esporádicamente regresaba, comprobando con cada arribo que poco a poco
se iba desprendiendo más de lo que hacía años había sido su hogar.

La casa vieja, de palma y florida en el pasado, era un cosmos particular al cual entraba al
momento de pasar la puerta del patio. La bahía, donde un sin fin de veces corrió y nadó
para fortalecer las piernas y hombros era otro cosmos aparte. Así, sumando cada uno de los
lugares que solía frecuentar, comprendía que cada dimensión era separada por la imagen
del porvenir que muchos contemplaron en el pavimento que cubrió el arenal por el que
corrió y se revolcó en incontables ocasiones.

Sentado en una silla de plástico rojo y con la vista fija en el televisor, vio sin observar el
programa deportivo que se transmitía, y volvió a pensar en la inexistente unidad del
universo betaniano. Se encontraba en la peluquería de German Julio Julio Julio, un lugar
más de esos que hizo parte de su antigua vida en el pueblo y que, en ese momento, se le
hacía irreconocible.

En otro tiempo el local funcionó en la terraza de la casa donde creció la generación Julio
Julio, atendido únicamente por su propietario, acompañado de su talento innato y una
dotación conformada por una silla de madera de patas largas y gastadas en donde se

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sentaban sus conocidos clientes, protegidos éstos de la picazón de los cabellos que les caían
con una capa gris que hacía juego con la máquina que utilizaba para el oficio.

Ese cosmos que también se encontraba distante del resto, se había transformado en un local
construido al lado de la casa Julio. Tenía vidrios en todas las paredes, unas sillas reclinables
en las cuales otros jóvenes acompañaban en la tarea al miembro fundador, aire
acondicionado, un cartel donde se exhibían cortes de cabellos exóticos, una imagen de
German con un boxeador local y en la puerta un vidrio transparente en donde letras azules
daban a conocer el nombre de la peluquería: Barbería las tres J.

Fue allí en donde Roberto se arrepintió de haber adelantado su visita al pueblo. En medio
del ruido de las máquinas de cortar cabello, los argentinos en la televisión hablando de
ciclismo y cuatro clientes contando anécdotas jocosas, Roberto pensó en su negocio y las
ganas que tenía de cortarse el cabello donde Coco, el muchacho que jugaba de portero en su
equipo, los domingos en las mañanas, cuando dos de las cuadras del barrio se iban a sofocar
en la cancha de arena del parque local.

Pronto le tocó el turno para ser atendido. El servicio seguía siendo igual de bueno, pero no
se sentió completamente en casa. Así continuó en sus cavilaciones hasta que cruzó por la
puerta alguien que no conocía, pero al tomar puesto en las sillas de espera e integrarse a la
narración de anécdotas contó su historia con tal desparpajo que lo sintió cercano y se
entretuvo muchísimo.

El recién llegado era Funi Mori.

Funi Mori realmente tenía como nombre Fulgencio Montes y se ganaba la vida
transportando personas en su bicicleta de cargas. Y precisamente de su trabajo consistía la

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historia, pues contó cómo, luego de ganarse diecisiete mil pesos en su bicicar, salió en él
para Toluviejo a disfrutar de su pequeña fortuna con las prostitutas que tanto necesitaba
para aliviar su estrés por la falta de dinero.

Cuando por fin terminaron de cortarle el cabello canceló los cinco mil pesos que le
cobraron, se despidió amistosamente de German, quien le apretó fuertemente la mano.
Caminó hasta la casa de la hermana, quien lo esperaba con un bocachico al vapor.

Al llegar y sentarse en la mesa con los sobrinos y su hermana, le dijo a ella, mirando
fijamente a la cabeza del pescado, que la próxima vez que se verían sería en Barranquilla.

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Sexta parte

(Fragmentos de la novela de El Garzo)

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9.

Faltando aun algunas horas para que el resto del mundo se despertara, como era
costumbre, doña Teo y Moralito salieron a abrir el negocio de legumbres y a venderles
tinto a los que descargaban el camión que traía la verdura y a los de la carne.

Si hubiese visto el cielo amoratado, lleno de manchas negras y sentido los ojos llorosos
por la fría brisa, habría pensado que era un día como cualquier otro en este pueblo. Pero
así como la ausencia de perros en los estrechos pasillos del “Mercado” nada era normal
ese día. Ni siquiera mínimamente normal. Así, como lo pensó Moralito al estarse
cepillándose los dientes, cuando se le resbaló el cepillo entre sus callosos dedos y se le
cayó justo dentro del sanitario recién utilizado y lleno de excremento blando; lo mismo
parecía pasar por la mente de doña Teo que estiraba sus labios convirtiéndolos en una
especie de pico.

-Mijo, esto no me gusta. Ya es para que estén aquí.

-Bueno, nos tocará tomarnos el tinto a nosotros.

De pronto; de algún lugar de la tierra, se oyeron gritos de mujer: “Un muerto, un


muerto”. Parecía ser de la otra cuadra. Moralito, sin valorar la posible precaución que
quizás le insinuó con la mirada su mujer, tiró los dos termos de tinto que llevaba y corrió
en dirección a la Clínica Dental de la Señora Cirle. Al girar en la esquina del “Mercado”
pudo ver a media cuadra, distancia que se le hizo tan larga e intransitable como la

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anterior noche que debió pasar en velo por el dolor de oído que por poco se lleva la poca
cordura que le quedaba. Al sacudirse los restos del sueño que se negaba a abandonarlo,
vio de pie, aún con la ropa de dormir, a alguien que parecía ser la señora Manuela, con
las manos en la cabeza, sin poder apartar la vista del cuerpo joven tirado en el suelo.

“Corran, está muerto, está muerto” volvió a gritar la mujer queriendo poder levantarlo
ella misma, pero sus fuerzas ya no alcanzaban para tanto, ya no podría siquiera
desperdiciar otro de sus gritos-ruegos en el aire, pero mucho más débil y pequeña se sintió
al ver como las cortinas de las casas vecinas se corrían apresuradamente para ser
cerradas y las puertas velozmente eran atrancadas quedando sola en la calle, siendo vista
desde las alturas por el letrero de “Clínica Dental Moderna”.

Cuando vio que Moralito corría hacia ella sintió recuperar fuerzas e intentó otro grito que
fue apenas un susurro hecho a sí misma, casi que un secreto vergonzoso dicho a su propio
oído: “¡Se lo mataron, corre.!”.

– ¡A quién se lo mataron!- dijo mientras se reponía de la carrera.

Pero no hubo palabras. Y tampoco eran necesarias: se miraron intensamente (quizás como
nunca antes había visto a una mujer en toda su vida, ni siquiera a su esposa, ni siquiera a
su única hija) y luego de verse reflejado en los ojos de ella pudo leer unas letras escritas
en tinta roja que el susto le impidió decir: “Es el hijo de Ketty”

Deseó que fuera otro de sus sueños en los que encontraba gente muerta en la calle y que
por ser tantos los cadáveres debía apilarlos formando altas montañas de carne fría y
hacerlas grandes hogueras, pero desafortunadamente para él, ese día, estaba tan despierto
y eyectado al mundo real que creyó nunca más poder dormir.

Él siguió sin pensar, como desde el momento que se paró de la cama hasta ahora, cuando
involuntariamente, más que por compasión por instinto, tomaba al cuerpo del piso y se lo
echaba al hombro. Mientras forcejeaba porque no se le zafara, ella lo volvió a mirar con
unos ojos tan clamantes y llenos de desazón que debió apartar su mirada y sintió como un

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no sé qué nunca antes experimentado le provocaba piquiña en el pecho, para luego
correrle con cientos de patitas peludas el resto del cuerpo hasta llegar al cerebro y por fin
pudo centrar sus ideas. “Se lo voy a llevar a la mae”

“¿Esta jueputa calle ahora por qué está tan larga y delgadita?, parece que no cupiera en
ella. ¿Cómo es posible que una persona tan joven pese más que un bulto de yuca? Nojoda,
en lo que me vengo a meter yo también. Ahora sí estoy bonito yo con este tipo encima y me
venga a ve la policía y me de mi canazo. Ahí está Teo aun sin moverse, la pobre debe estar
bien asustada y más ahora viéndome con este pelao encima, pero ahora mismo no puedo
hablar. Será pa que pierda toda la fuerza y me caiga con too y bultico. Bueno y ¿cuánto
voy a tener que andar para llegar a esa dichosa casa? Ya ahí está el palito de almendra,
no falta mucho. ¡Vamos nojoda, vamos!”. Pensó Moralito

-Ketty, ¡corre, corre!- gritó, y al coger aire para volver a intentarlo una vez más del
interior de la casa salió una voz de mujer.

-¿Qué te pasó, Morales?

-Tu hijo, te lo mataron

-¿Cómo es eso? - dijo alarmada.

-¡Corre, abre, abre!

¿Acaso uno no tiene el derecho de querer hacer de la realidad un rompecabezas de piezas


que se pudieran botar sin que esto tuviera algún efecto en la figura final, ello con el único
propósito de satisfacer las necesidades propias, individuales, egoístas?; ¿o por qué no
que se pudiera también desarmar cuando se presenten problemas o se vea afectada la
estabilidad emocional, para luego poder rearmarlo y comenzar de cero? Y eso era lo que
Ketty quería, desarmar esta madrugada, la noche anterior y ahora toda su vida. Quería
poder mover algunas piezas, poder tomar ese momento cuando su hijo le dijo que se iba a
comprar una carimañola a dónde Gume, y poder rearmar el tiempo y desplazar ese

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momento en el que su hijo salía a la calle y ella sin saber por qué no tuvo el valor para
decirle que no quería que lo hiciera, simplemente se apretó el pecho y quedó callada.

Cuando Moralito se lo tiró a los pies no pudo resistir las ganas de saltarle encima y
matarlo también. Era su hijo, no una bolsa de papas. Así que lo empujó con todas sus
fuerzas hacia atrás para hacerse espacio entre ella y su niño.

Al acercársele para darle un beso y que su amor lo condujera hacia la viña del Señor, fue
cuando verdaderamente lo vio de cerca, pues en todo este tiempo luchaba contra la idea de
que ese fuera su hijo y que realmente estuviera muerto. ¿Pero esta gente qué se creía?
¿Por qué iban matando gente por ahí como si nada? ¿Por qué querían ver a su hijo
muerto cuando sus ojos abiertos y brincones reflejaban tanto miedo y dolor? ¿Acaso no
veían que aun respiraba? “Casi me matas de un susto”.

-¿Casi te mato?

-¡No ves que mi pelao está vivo!

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Séptima parte

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De salida
- ¿Entonces no te vas a tomar ni una cerveza?- le dijo Marquitos a Juan Diego mientras
dejaba de prestar atención al partido de softbol para empinar lo que quedaba de una cerveza
en sus labios.

- Ya te dije que no- dijo a su vez Juan Diego sin apartar la vista del campo de juego en
donde dos equipos se enfrentaban en un entretenido partido de softbol.

Los dos se encontraban en una de las zonas laterales del estadio, exactamente en la parte de
afuera en donde Mario Benitez habían hecho una choza, adaptado un rincón como baño y
en compañia de la estridencia de un parlante ensamblado a un computador portatil vendía
cervezas que sacaba de una enorme cava llena de hielo y cervezas negras.

- Eres un mal educado al no aceptar mi humilde invitación- se burló de él Marquitos-. Tan


viejo y te tienen así de dominado.

- ¿Qué tiene que ver la vejez con dejarse dominar?- preguntó Juan Diego, comprendiendo
que no se hacía referencia exacta a sus treintena y dos años.

- Que no estas para que tu mujer te tenga tan manso.

- La última vez que te hice caso me cortaron los servicios por tres semanas.

- No seas marica - sentenció Marquitos con un sentimiento tan amargo como la cerveza que
acababa de terminar- El problema no soy yo, el problema es tu mujer. ¿Qué va a pasar si te
tomas una sola? No creo que estés tan mal como para no poder parar.

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- Bueno, tampoco es que no quiera- reconoció Juan Diego- pero es que además de quedar
iniciado me pueden inmovilizar la moto los del tránsito.

- Que mala suerte, verdad que Luisa trabaja después del CAI.

- Así es. Y como me hagan alcoholemia me friegan. Además no estoy para que ella huela el
alcohol y me arme un problema.

Así continuó la conversación hasta que se dieron las 7:40am, pues le quedó a Juan Diego el
tiempo justo para llegar al hotel en el que trabajaba su mujer antes de ocho de la noche.

El partido no se había acabado, pero él hizo caso omiso a lo interesante que éste se
encontraba, y se levantó para montarse en la Yamaha 135, que puso a rugir en dirección a
Coveñas.

Luisa era una mujer de una contextura completamente contraria a su carácter. Contestona,
de discurso corto y contundente, pero que al caminar parecía que en cualquier momento se
la podría llevar volando la brisa por lo delgada que era.

Desde que terminó el bachillerato técnico con énfasis en hotelería y turismo (en uno de los
cuatro colegios con once grado del municipio) se dedicó a trabajar en algunos de los hoteles
más regulares de Betania. Al primero que entró fue al Coral Azul, un edificio de cuatro
pisos y dos bloques que lucía, por fuera, un enchapado de piedra coralina que le daba
sentido al nombre. A partir de esa primera experiencia tuvo la oportunidad de trabajar en
tres lugares distintos durante ocho años, sólo con el título de bachiller y una larga y tediosa
carrera de recepcionista y esporádicas temporadas en la cocina.

A la fecha, después de salir agitadamente gracias a una discusión con el administrador de El


Faro del golfo, hacía parte del personal de La Picua Dorada, uno de los hoteles más
cotizados de Coveñas, donde la sencillez de la infraestructura, el espacio amplio y una
bahía natural en donde el segundo bar se convertía en un espolón de madera, hacían que los

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habitantes del interior del país lo prefirieran ante los otros hoteles que también se
encontraban frente al mar.

Allá la fue a buscar Juan Diego, como lo hacía cada vez que ella tenía turno nocturno, pero
esa noche, cuando él comenzó a andar por la carretera intermunicipal se dio cuenta que no
iba a ser un recorrido tranquilo. Con lo complicada que se encontraba la carretera, esa
noche cualquier motociclista pudo haber sufrido un accidente, y Juan Diego, que quería
llegar de prisa a La Picua Dorada, era una muy posible víctima.

Al salir del municipio pensó que en cualquier momento recibiría sobre su cuerpo una fuerte
lluvia, pues, en el cielo, se hicieron constantes los rayos que débilmente iluminaban la
carretera y extendían la sombra árboles que rodeaban la carretera.

En medio de la primera curva pensó en acelerar más a fondo para que no lo sorprendiera el
agua, una idea extraña teniendo presente que no podría refugiarse en el hotel porque no lo
dejaban pasar de la puerta. De igual forma terminaría bañado por la lluvia. Así que, al salir
de la curva, giró con fuerza el acelerador y la moto se impulsó bruscamente alcanzando en
un instante los 93 kilómetros por hora. A medida que iba andando, los motociclistas que
uno a uno iba sobrepasando se perdían en la oscuridad de la noche, quedando en el
direccional la imagen de una serpiente de cemento que lo perseguía. Más adelante alcanzó
un carro 4x4 que lo obligó a bajar un poco la velocidad porque de las ruedas salió una
lluvia de piedrecillas que se dispararon directo hacia su casco. Con cada impacto cerraba
instintivamente los ojos perdiendo de vista momentáneamente la carretera, por lo que no
podía ver con exactitud la distancia a la que estaba el auto. De pronto, vio que dos luces
rojas se encendieron e involuntariamente pisó el pedal del freno y sostuvo con fuerza el
cloche. Por poco queda estampillado al carro. Quedó a quince centímetros de la parte
trasera de la camioneta que continuaba andando a baja velocidad. Apresuradamente y con
ira, encendió el direccional hacia la izquierda y maldiciendo al conductor lo sobrepasó
comprobando que era alguien que no conocía la vía y había sido sorprendido por el hueco
que tenía en frente.

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Otra vez le dio un tirón al acelerador y anduvo tranquilo hasta que una hilera de motos que
venían en sentido contrario lo iluminaron con las luces altas. Instantáneamente sufrió una
ceguera amarilla que a pocas penas le permitía ver la línea blanca del asfalto que indicaba
el final del cemento y el inicio de la hierba que se extendía hasta donde la vista alcanzaba a
llegar (había olvidado las gafas y lo estaba sufriendo). Afortunadamente esto sucedió en
una extensa recta y por eso de momento no sucedió nada grave, pero cuando iba por la
llamada Curva del Diablo una buseta intermunicipal se acercó muy rápido con las luces
altas cortándole la vista peligrosamente. Desaceleró de inmediato esperando alejar
cualquier peligro, pero lo sorprendió escuchar detrás suyo un estridente pitazo que le heló
la sangre y lo hizo cerrar los ojos.

Esperando el impacto sostuvo con fuerza el manubrio de la motocicleta y respiró profundo.


Pero la sacudida que lo tiraría de la moto y revolcaría hasta las llantas de la buseta nunca se
dio. A su lado, entre él y la buseta, otra moto pasó muy cerca, a un centímetro de
protagonizar otro de los numerosos accidentes que se producían en el lugar.

Cuando por fin pudo volver a respirar con algo de tranquilidad bajó la velocidad y se apartó
más a la derecha. Así anduvo por veinte minutos hasta que llegó al hotel.

De frente al portón metálico con letras blancas y azules donde se leía en grande La Picúa
Dorada, se bajó de la moto, se quitó el casco y caminó hasta la garita donde estaba el
portero. Al preguntar por su mujer y escuchar que aún no había salido decidió reposar el
miedo que aún sentía caminando entre el jardín de Trinitarias que lucía la fachada del lugar.

Al poco tiempo apareció la delgada mujer que al verlo de inmediato le preguntó por su
apariencia tan tétrica.

- Casi me mato con una moto y una buseta.

- Te tengo dicho que le des suave a esa moto- lo reprendió Luisa- cuidado me vas a matar
ahora que vayamos de regreso.

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- No seas pendeja- respondió con molestia Juan Diego- me encandiló la buseta y al de la
moto que venía detrás se le ocurrió pasarme en medio de la curva.

- Bueno, vámonos rápido que tengo hambre.

Así lo hicieron. Se pusieron los cascos, el que Juan Diego sostenía con la mano desde que
llegó y ella con el que guardaba en el locker donde también conservaba algo de maquillaje
y el almuerzo; se montaron en la máquina y la pusieron en marcha.

En medio del recorrido Luisa recordó lo que le iba a decir a su marido cuando lo viera:

Pelea por los clientes


Eran las 3:50 pm. El sol aún se encontraba en plenitud y el agua del mar brillaba a la vista
de los bañistas. En la playa de Puerto Viejo, los pocos turistas que aún se encontraban, no
habían utilizado más de un par de veces los inflables que los nativos les ofrecían. En la
playa conocida como Palma Real, el Galleta tripulaba la lancha de El barba roja, un hombre
de tez blanca, cabello ensortijado, color castaño claro y, obviamente, de barba rojiza que lo
hacía blanco de todo tipo de comentarios humorísticos, como por ejemplo que era hijo
perdido de Donald Trump. Víctor Florez, por su lado era quien se encargaba de ofrecer el
servicio y distribuir los flotadores.

Al encontrarse tan pocos turistas en la playa, la lucha por conseguir clientes era dura. En
una playa podrían estar hasta tres lanchas, todas con gusano inflable, dona y silla saltarina.
Es por eso que los gritos eran frecuentes y los golpes aparecían de vez en vez.

Victor Flórez estaba sufriendo una crisis de aburrimiento extremo y de fastidio absoluto
porque no iba a poder comprar, esa noche, todo el ron que pretendía tomar, así que una vez
tuvo la oportunidad de acercarse a uno de los inflables de la lancha de Alejandro González
no desperdició la oportunidad para actuar.

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Con el agua a la altura de los hombros, sacó del bolsillo el punzón que guardaba para
cualquier situación problémica, bien fuera esta interpersonal o técnica; comprobó con la
punta del dedo índice que estuviera lo suficientemente afilado y, empuñándolo con fuerza
para que no se le resbalara, lo ensartó en la dona inflable, en la que los turistas se acuestan
boca abajo y se sostienen de correas para que los paseen a toda velocidad dando salto por
encima de las olas; cuando sacó el punzón colocó su dedo alrededor del agujero para
comprobar su diámetro. Al sentirse satisfecho por lo hecho se sumergió y nadó por debajo
del agua hasta llegar a la playa.

Cuando el inflable estuvo desfigurado, con apariencia de pastel pisoteado, Victor Florez ya
se encontraba lejos y dialogando con el Galleta. Desde la orilla, Francisco, el ayudante de la
lancha “Brinca y pea”, la que utilizaba la dona recién agredida, le gritó a Raul, el lanchero:
“Marica, nos jodieron la Dona”.

De inmediato, sin hacer pregunta alguna, Raúl salió lo más rápido posible del agua y,
tomando una piedra del espolón, corrió hacia donde Victor. Cuando el Galleta ve la forma
en la cual se acerca el sujeto, con piedra en mano, empuja por el pecho a su compañero y lo
manda a correr. Él se apura a ir al árbol donde tenía el bolso a sacar de allí una navaja de
quince centímetro que guardaba para ocasiones como ésta. Rebuscó en el bolso con la vista
fija en el agresor, quien perseguía a Victor aún sin lanzarle la piedra.

- Hijueputa, vamos a matarnos los dos- le gritó el Galleta a Francisco, quien regresó a
hacerle frente luego de acertar con la piedra en la espalda de Victor.

- Como quieras quiero, maricón – y también sacó de su pantaloneta un arma blanca. Esta
era un cuchillo conocido por ellos como champa.

El caos en la playa era terrible. Personas gritaban y corrían sin saber hacia dónde dirigirse.
Algunos les gritaban que se detuvieran, otros los motivaban a acabar con la vida de quien
tenían en frente. Ellos hicieron caso a los gritos de los pocos que los incitaban a tajar el
cuerpo del rival. Luego de examinarse por dos minutos sin moverse, el uno a un metro del

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otro, comenzaron, como los gallos de pelea, a saltar hacia el oponente y lanzar cortes
pretendiendo cortar y desmembrar.

El resultado del duelo que duró quince minutos fueron dos sujetos desangrándose y dos más
heridos de gravedad. Asimismo un paseo traumático para los espectadores del ridículo
espectáculo.

Decidida
Hacía una hora Laura había comenzado a arreglarse, pero lo hacía con tal lentitud y duda
que bien pudo haber demorado toda la noche, a no ser por la llegada de Camila quien la
apuraba cada dos minutos. Camila intentaba ser paciente y ponerse en el lugar de su amiga,
pero le era sumamente difícil; por eso, cuando Laura por fin se puso de pie y dejó el cepillo
del cabello en el tocador, caminó hacia ella para que se sintiera acompañada y le esparció
un poco del perfume que siempre guardaba en su bolso.

Ahora las dos chicas estaban frente al enorme espejo que había en la habitación.

- Tú relajada- le decía Camila a Laura mientras se ubicaba detrás suyo y apoyaba las manos
en los hombros de la joven intentando brindarle confianza.

Laura suspiraba dejando que Camila le soltara el cabello y le modificara el peinado a su


gusto. Se sentía débil al verla tan alta detrás suyo y tocándola como lo hacía.

Cuando Camila la rozó con el filo del bolso en la cintura se erizó y se puso rígida.

- Mírate, niña- Camila comenzó a frotar sus manos por los brazos de la amiga- te va a dar
algo.

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- No sé cómo hacerlo –por fin dijo algo Laura.

-Eso es sencillo – comenzó a decir Camila- tú te acuestas…

- No, eso no – le dijo con pena la amiga – con todo lo que me has dicho creo que ya soy
experta. Quiero decir es que no sé cómo relajarme.

-¿Te tomaste la pastilla? -preguntó Camila dejando de manipularle el cabello para estar más
atenta a la respuesta.

- Sí, sí.

- Entonces no tienes nada de qué preocuparte. Es más, si quieres te vas de una con él para
que salgas de eso.

- Cami – la volvió a interrumpir antes de que le volviera a dar la retahíla de cerrar los ojos y
dejar de respirar cuando doliera- ¿de dónde fue que sacaste las pastillas?

- De una prima, ya te lo conté, la que se controla la regla con esas píldoras.

- Mija y usted para dónde va? – preguntó Cecilia que estaba sentada frente al televisor
viendo el programa de humor que daban cada sábado en la noche, disimulando
desconocimiento al ver que las jóvenes se esmeraban tanto en arreglarse.

- Para la fiesta que te dije, mami – respondió la joven con el corazón más acelerado-, la de
Marina, la prima de Laura, recuerda que hoy cumple años.

- Ah sí, allá a donde tu papá fueron a comprar el ron.

- Bueno, ya sabes que no es mentira.

- Mucho cuidado; ni se te ocurra salirme con un “domingo siete”- le dijo con brusquedad
intentando ser clara en que no toleraría ninguna falta de su parte-. La quiero aquí antes de
una.

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- Pero es muy temprano, señora Cecilia- intervino Camila abogando por su amiga quien se
acercó más a ella y le apretó la mano.

- Estás buscando que no deje salir a la niña – dijo Cecilia poniendose de pie y mirando con
enojo a su hija.

-No mami, está bien, a esa hora vengo- logró calmar un poco a su mamá dejando de un todo
la sesión de belleza.

-Cuidao tu papá va a ir por allá y te va a ver con un muchacho – comentó la señora y volvió
a sentarse frente al televisor- mejor dicho, como ese hombre llegue del estanco y no te
encuentre aquí, ni tú sabes ni yo te voy a decir.

- ¿Y es que la niña no puede bailar?- volvió a intervenir Camila en la conversación, pero de


inmediato guardó silencio al fijarse en la forma agresiva que la veía Cecilia.

- No te preocupes, mami- opinó con urgencia Laura-, si quieres le dices que me vaya a
buscar. Igual él me dio permiso.

- Bueno, pues, después es a mí a quien se la monta.

Al salir, aún escuchaban la voz de la señora, quien continuó su discurso como ellas
siguieran frente suyo. Al salir por la puerta Camila tomó por el brazo a Laura y le dijo muy
extrañada:

- ¿Y tú no te ibas a perder con Roberto?

- Sí, pero será apenas llegue

Camila hizo una expresión de fascinación antes de decir:

- Esooooo, así es que me gusta. Algo estás aprendiendo.

- Al mal paso darle prisa. ¿Ya qué?

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Parte Final

(Hay golpes en la vida…)

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Después de la fiesta
De frente al espejo, permanecía con la mirada fija en el centro de sus piernas. Al levantar la
vista se contempló con un gesto inmutable en el rostro y se dio a la tarea de desarreglar el
peinado que un par de horas antes ya había desbaratado y vuelto a armar. Al terminar se
tocó el cuello y ejerció presión en las zonas enrojecidas que se veía. Estas estaban en tres
partes del cuello y dos en el nacimiento de su juvenil busto.

Aún se encontraba vestida soló con el interior de encaje blanco de dos piezas que con poco
cuidado se había puesto. Lentamente fue desprendiéndose de la poca ropa que tenía y,
completamente desnuda, entró al baño a refrescarse bajo la ducha que esperaba sirviera.

Cinco horas antes había comenzado a bailar con Cristian un merengue de Eddy Herrera. El
muchacho la estaba apretando mucho a su cuerpo y ella decidió no darle mucha
importancia y dejarlo que se divirtiera un poco. Del otro lado de la pista estaba su
compañera tomada de la mano por el novio. Al dar un par de vueltas rápidas escasamente
pudo ver cómo ambos se marchaban del lugar. Quince minutos después ella seguía muy
cerca del muchacho bailando, casi sin poder moverse a su antojo, una salsa y dos
champetas. Así pudo haber continuado un buen rato, pero cuando pararon para esperar a

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que el Dj reprodujera la siguiente canción sus ojos se encontraron de frente con los de Juan
Diego que, sin duda, la había estado observando desde hacía varios minutos. Como si con
el encuentro de sus miradas hubiese recibido una orden, dejó de pie al parejo y caminó sin
prisa, pero con decisión, hacia donde se encontraba él con tres estudiantes que bien conocía
cursaban once grado.

Al salir del baño se sentó en la cama con la toalla enrollada en el cabello recién lavado y,
desnuda con la piel suave por el abundante frote del jabón de avena. Tomó el celular que
había dejado al lado del lugar en donde se sentó y lo encendió mientras olía el cabello que
acababa de soltar de su prisión de tela. Olía a manzana verde. Comenzó a desenredarlo con
los dedos y volvió a ver el celular en el que titilaba una luz verde indicando que tenía
mensajes por ver. Siete de ellos eran de Laura. No quiso siquiera verlos, sólo comprobó la
hora que señalaba que habían sido enviados después de ella haber dejado el lugar.

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Padre e Hija
Siempre cruzaba sonriente y sereno la puerta del hotel. Cada vez que lo hacía se sentía
grande, magnifico, el macho Alfa. Se gozaba imaginando los comentarios que los otros
hombres podrían tener en mente cuando lo veían entrar a él, un sujeto bajo y canoso,
tomado de la mano de Marianita, la hermosa joven que le acariciaba la nuca cuando estaban
cerca de un grupo de personas.

En Betania no había moteles, por eso el desfile gallardo de Nicolás se hacía en hoteles
como Majestic, Caribe Beach y El Faro Rojo. Bien podía estar con su amante en el cuarto
que le pagaba mensualmente, pero no lo verían pavonearse y lucir a la jovencita que se
comía cuando quería.

Igual que todas las otras veces, en esta ocasión entró y se dirigió a la recepción
asegurándose que todo aquel que estuviera cerca lo viera y le respondiera el saludo. Antes
de cuadrar la habitación conversó con el recepcionista sobre ron y cervezas compradas a
bajo precio. Después, al ver el fastidio que le causaba a la mujer la conversación, apuró la
gestión de la habitación y recibió las llaves que levantó para supuestamente revisar su buen
estado.

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Aún tomado de la mano de la joven, ésta le dio un tirón para que se apresurara y cruzaran
rápido el lobby en dirección a las escaleras que los conduciría al tercer piso. Al subir al
segundo piso atravesaron el corredor para llegar a las otras escaleras que los llevaría a su
habitación; pero antes de pasar la última puerta él se detuvo en frente de ésta a escuchar los
sonidos prolongados que salían del otro lado. Era un quejido agonizante de mujer que
conocía muy bien y que lo motivó a animar al sujeto que estaba del otro lado, sin importarle
que lo escucharan o no: “eso es, dale duro, nojoda. Enséñale quién es el que manda.” Dijo y
siguió su camino.

Pasada media hora salió de la habitación aún tomado de la mano de la joven y con el mismo
aspecto de gallardía. Ella, como si estuviera condenada a permanecer prendida de la mano
de Nicolás, continuó dejándose llevar mansamente por él. Ambos estaban listos para irse
cada uno a su casa, pero antes de eso debían bajar, nuevamente, las escaleras. Pasar por el
segundo piso le causó interés a él, pues comenzó a sentir curiosidad por aquel que antes
estaba acabando con la mujer y por esa pobre criatura, que en ese momento lo hizo sentir
pena. Por eso, cuando bajó las escaleras lo hizo con mucha más pausa. Para fortuna suya la
puerta estaba abierta. Podría ver rápidamente hacia dentro y darse cuenta de quienes eran
los amantes desvergonzados y bulliciosos.

Bajó las escaleras con Mariana y, cuando llegó frente a la puerta abierta, giró
descaradamente para recibir una sorpresa: su hija estaba sentada en el borde de la cama
recogiéndose el cabello, al lado de un hombre le acariciaba las piernas y masajeaba sus
senos.

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Mensaje al celular
Caminando entre los arboles de mango sembrados de lado y lado de la calle que recorría de
regreso, andaba con tranquilidad, cargando una bolsa con concentrado para perros que el tío
le había encomendado comprar. Era domingo, temprano, lo que significaba: Día de fútbol
con los vecinos del barrio y, después, la desidia de tomar un bus durante cuarenta y cinco
minutos, viendo pasar calles cargadas de personas manoteando, cantinas atiborradas y
motos zigzagueantes, para ir a visitar a su novia.

En este recorrido, además de luchar contra el aburrimiento, también debía hacerlo contra la
modorra, por eso, cuando tenía el balón en los pies y sudaba a chorros, deseaba que el
tiempo no pasara y que la hora del almuerzo se extendiera irracionalmente.

Fue por eso que cuando llegó y su prima Lina interrumpió la trapeada que estaba dándole al
piso de la casa para decirle que hace algún tiempo estaba sonando su celular, se ilusionó
con la idea de que fuera Cristina con la intención de comunicarle que tendría que hacer una

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diligencia en el centro junto a un familiar o que tenía mucho trabajo de la universidad y no
podrían verse ese día.

Al entrar en puntillas, como si, además de levitar, esa fuese la forma precisa de no dejar las
marcas en el piso húmedo, tomó el celular, verificó la llamada que venía de un número
desconocido, visualizó algunos mensajes de sus compañero de universidad: Francisco,
Edwin y Marlon; después se dio cuenta que tenía varios mensajes nuevos en Facebook.

Desilusionado, comprobó que un mensaje le llegó del perfil de Pedro, su amigo que
estudiaba psicología, otro del perfil de José, igualmente de Junior y el último de Jesús. Sin
duda algo estaba ocurriendo.

Mientras abría la aplicación mecánicamente, pensaba en los zapatos mojados por el


aguacero de la madrugada -ahora tengo que jugar a pies descalzos- dijo con voz
supremamente baja para no ser escuchado y así no recibir quejas por haber dejado olvidado
los tenis arriba, en el techo.

Cuando abrió la bandeja de entrada del Facebook decidió antes ojear las publicaciones de
los amigos, pero pronto se desalentó, así que, con la intención de no perder mucho tiempo
en comentarios absurdos y etiquetas en fotos que habían perdido gracia, se fue a la bandeja
de entrada nuevamente.

Jaime no estaba preparado para lo que leyó. Hace poco había llegado a la ciudad, aún no
conocía la mitad de las rutas de los buses, no tenía cursado en su totalidad el quinto
semestre, había pasado poco tiempo desde que se tomó la fotografía con toga y birrete en la
tarima del colegio; por eso el flasback fue tan poderoso y real. Las caminatas soñolientas a
las seis y treinta de la mañana, el fútbol y béisbol con bolas de caucho en el recreo, La
Odisea, El Perfume, Los cuentos de Canterburry y Volando bajito, Camila, la niña de
noveno que nunca le prestó atención, la mitad de su vida que la vivió en el Simón Cirineo.
Todo volvió a su mente cuando leyó de parte de Jesús:

- Marica, mataron al profe Abadía.

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Último fragmento
Citaría a Vallejo y diría que en la vida hay “golpes como el odio de Dios; como si ante
ellos,/ la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma…”, pero el golpe que le dieron
al único remo de una embarcación tan grande y pesada como lo era Betania, fue uno,
mucho tiempo después, y mucho más fuerte que el de aquella noche de persecución, y que
lo silenció para siempre.

Es por eso que hoy como autor y padre de este personaje que intentó lanzar un grito de
indignación, que desde siempre sonó ahogado por la podredumbre del municipio y por las
cabezas llenas de verdín de sus habitantes, en estos momentos tomo la palabra como Jaime
Garzón para decir que en la vida se reciben golpes tan fuertes como la furia de Dios o
como la testarudez de las personas queridas, golpes tan fuertes como ver a las personas
que amamos comer, bañarse, caminar, respirar y vivir entre mierda.

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Pero Dios no da golpes tan fuertes como ver hundirse tu tierra entre lágrimas negras
ahogadas por el llanto mudo de niños que nunca llegarán a saber qué es el amor por la
madre, por la tierra, por la patria. Niños que se convertirán en jóvenes que no se
identifican y nunca lo harán, con la palabra FE o ESPERANZA o SUEÑOS o PORVENIR.
Hay golpes tan duros como saber que estas palabras las escribo para personas que no
saben leer, no porque sean reducidas a nivel cognitivo, sino porque nunca tuvieron la
oportunidad de entrar a una escuela, y para personas a las cuales nunca les importarán.

Hay golpes tan furibundos y mortales que nunca vendrán de Dios, son esos golpes que te
los da el mismo pueblo: como nos matamos, como nos llamamos, como nos vemos los unos
a los otros. ¡Que grandes golpe nos damos!

Y es que hay golpes tan fuertes como ver a tus compatriotas dejarse cegar, dejarse
ensordecer y dejarse callar, pero más fulminante es ver como se hacen los ciegos, los
sordos, mudos e inclinan la cabeza.

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