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El Calendario Litúrgico 1
Santificación del Tiempo
3. EL CALENDARIO LITÚRGICO
Cuando hablamos de «calendario» entendemos el sistema de subdivisión del tiempo o
también la serie ordenada de las partes que constituyen el año con sus meses, semanas y días y los
eventos a ellos relacionados. El calendario más difundido es el calendario solar o tropical con una
duración de 365 días, 5 horas y 48 minutos aproximadamente. Su contenido puede referirse a la
organización de eventos diversos según las culturas.
El calendario litúrgico, que es el calendario propio de la Iglesia con el cual ella organiza las
celebraciones litúrgicas que se desenvuelven en el arco de un año.
En las Normas generales para el ordenamiento del Año litúrgico y del calendario que hacen
de introducción al Calendario romano, promulgado en 1969, se afirma:
“El ordenamiento general de la celebración del año litúrgico está regulado por el Calendario, que es
general o particular, en cuanto que mira todo el rito romano o alguna Iglesia local o familia religiosa”
(NGALC, n. 48).
Con estas palabras recordamos que los orígenes y desarrollo del Calendario litúrgico están en
relación estrecha con la formación y desarrollo del Año litúrgico.
El Cronógrafo Filocaliano es un almanaque de lujo del 354, llamado así por el nombre del
autor Furio Dionisio Filocalo (+382), el mismo que introdujo las inscripciones del Papa Dámaso
con las cuales se celebraban las gestas de los mártires. El documento esta dividido en dos partes. La
primera parte contiene las fiestas romanas del año y las fiestas tradicionales, seguido por los siete
días de la semana con sus propiedades astrológicas. La segunda parte comprende todavía numerosas
informaciones de orden civil y termina con algunas indicaciones netamente cristianas, dos listas de
aniversarios: aquella de los obispos o Depositio episcoporum y aquella de los mártires o Depositio
Martyrum. La primera ofrece, siguiendo el orden del calendario, la lista de los papas no mártires,
desde Lucio (+254) a Silvestre (+355); fue redactada en el 336, la lista fue en seguida puesta al día
hasta el 354. La Depositio martyrum inicia con el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre: “VIII
kal. Ianuarii natus Christus in Bethleem Iudeae” (primera noticia que se tiene relativa a la
celebración de la Navidad). Sigue después la lista de los mártires festejados en Roma, según el
orden del calendario de enero a diciembre, con la fecha de su martirio y el lugar de la sepultura:
desde el Papa Calixto (+222) a los mártires de la persecución de Diocleciano, terminada en el 305.
No obstante el carácter local y topográfico de los primeros calendarios, el Cronógrafo romano
contiene en la lista algunos de los mártires de la Iglesia africana: Perpetua y Felicitas (7 de marzo) y
Cipriano de Cartagena (14 de septiembre).
Durante el Alto Medievo hubo una grande proliferación de Calendarios introducidos en los
Martirologios, los cuales –en la mayoría de las veces tenían un escaso criterio científico- dando
concretas noticias biográficas de los santos y señalando la festividad del Temporal. El final del siglo
XII representa un momento decisivo en la historia del Calendario romano, porque se abrirá a la
santidad contemporánea, apertura que se conservará hasta nuestros días. Por tal motivo, las fiestas
de los santos serán cada vez más numerosas. Antes se festejaban solamente los antiguos mártires y
algunas figuras de primer plano en la vida de la Iglesia, última de las cuales en orden de tiempo fue
San Gregorio Magno (+604). Después del Concilio de Trento, el Calendario del Breviario y del
Misal de san Pío V registra por entero las adquisiciones del siglo XII agregando los aportes de los
cuatro siglos posteriores. En 1584 Gregorio XIII ordena una edición depurada del Martirologio, que
viene publicada bajo el titulo Martirologio romano.
A partir del siglo XVII, la liturgia del Temporal es propiamente suplantada de aquella del
Santoral: las fiestas en honor de los santos crecen de número y grado. El Calendario compilado por
Pío V presenta solamente 120 fiestas de santos; en el siglo XVIII las fiestas del Santoral se habían
elevado a 228 y, si agregamos las 36 fiestas “ad libitum”, el numero de las fiestas de los santos
alcanzaba la cuota de 264. Una reforma proyectada por Benedicto XIV (1740-1758) pero que no se
llevó a cabo, tenía como objetivo la revisión del Santoral. De hecho una reacción a esta invasión de
los santos en el ciclo cristológico se realiza sólo con la edición típica del Martirologio romano
publicado por Pío X en 1913. Otras intervenciones en esta línea son aquellos de Pío XII (1939-
1958) y Juan XXIII (1958-1963). De cualquier manera, en los cuatro siglos que han transcurrido
desde la promulgación de los libros litúrgicos reformados según las disposiciones del Concilio de
Trento al Vaticano II, han sido introducidos 144 santos en el Misal y en el Breviario.
cuyas dos primeras cifras no forman un número divisible entre cuatro. Según cálculos modernos, el
Calendario gregoriano esta sujeto a un error anual de 19, 45 segundos, o sea un día cada 4442 años.
La reforma gregoriana tenia una finalidad no sólo astronómica sino también litúrgica; ya que
pretendía resaltar la importancia y la centralidad de la pascua. El calendario romano no fue aceptado
por el patriarca Jeremías II de Constantinopla y fue acogido sólo lentamente en los otros países no
católicos: Rusia en 1918 y el Congreso panortodoxo de Estambul (antes Constantinopla) en 1923.
Estos últimos sin embargo excluyeron la fijación de la fecha de la Pascua, que debía continuar
siguiendo el Calendario juliano. Hace una excepción la Iglesia ortodoxa de Finlandia, que se ha
adherido completamente al Calendario gregoriano.
La Constitución sobre la liturgia del Vaticano II dispone que se proceda a la revisión del Año
litúrgico (SC n. 107), lo que lleva consigo la revisión del Calendario. En obsequio a esta decisión,
Pablo VI, antes de proceder a la publicación de la nueva Liturgia de las Horas y del nuevo Misal,
promulgó en 1969 el Calendario romano general. La Carta Apostólica Mysterii paschalis (14 de
febrero de 1969), con la cual Pablo VI aprueba el nuevo Calendario, inicia con estas palabras:
“La celebración del misterio pascual, según la enseñanza del concilio Vaticano II, constituye el
momento privilegiado del culto cristiano en su desarrollo cotidiano, semanal y anual…”
Esta particular atención al misterio pascual se concretiza en una decisiva revalorización del
domingo, que es el “día de fiesta primordial” (SC n. 106), y de las fiestas del Señor que celebran los
misterios de nuestra salvación. Consiguientemente el Calendario da la prioridad al Propio del
Tiempo sobre el Santoral. En todo caso, hay que tener en cuenta que las fiestas de la Beata Virgen
María y las de los santos no deben ser contrapuestas al primado del misterio de Cristo, sino que en
él viene proclamado el misterio pascual de Cristo (cf. SC nn. 103-104).
El Temporal, que celebra la obra de la salvación, está organizado en tres grandes bloques: las
celebraciones que giran en torno a la solemnidad pascual (Cuaresma, Triduo Pascual, Cincuentena
pascual); las celebraciones de la manifestación del Señor (Adviento, Navidad y Epifanía); los
tiempos que no celebran algún aspecto particular de la salvación (Tiempo Ordinario).
El Santoral está organizado según los siguientes criterios: se busca de celebrar la memoria de
los santos en el día aniversario de su muerte o “día natalicio”, porque es a través de ella que los
santos han sido configurados definitivamente con su Señor y Redentor; se escogen los santos de
mayor relieve para toda la Iglesia, dejando a los otros al culto local, nacional, regional o diocesano;
el calendario pretende reflejar la universalidad de la Iglesia y por consiguiente de su santidad, según
las diversas áreas geográficas y según los diversos estados de vida o tipos de santidad (mártires,
vírgenes, pastores, etc.); dada la historia plurisecular de la Iglesia, ella celebra a los santos de todas
las épocas de su historia reservando un puesto particular a los santos bíblicos; se han quitado del
Calendario los santos que daban mayor dificultad desde el punto de vista de su existencia histórica,
con cualquier excepción en honor a la antigüedad y difusión del culto que algunos de ellos gozan.
En efecto, el mayor número de ellas son memorias facultativas. Viene así ofrecida una legítima
libertad al pueblo cristiano en la veneración de los santos.
En cuanto concierne a las fiestas de la Virgen, el Calendario romano general, siguiendo las
indicaciones de SC n. 103, determina la jerarquía de las celebraciones marianas según el grado de
participación de la Virgen a la obra salvífica de su Hijo Jesús así como ella se manifiesta en los
diversos misterios marianos celebrados en el curso del año litúrgico. Se da un relieve particular a
aquellas celebraciones (solemnidad y fiestas) que conmemoran eventos salvíficos en los cuales
María es protagonista, íntimamente asociada a su Hijo Jesús en el misterio de la encarnación-
redención. Un segundo grupo de celebraciones (las memorias obligatorias) conmemoran aspectos
particulares del misterio de María o algunas de las grandes devociones marianas transmitidas por la
tradición. Entre las memorias facultativas están clasificadas aquellas celebraciones que
conmemoran devociones marianas nacidas y desarrolladas en el seno de algunas grandes Ordenes
religiosas o bajo los auspicios de celebres santuarios marianos y que tienen un carácter más local y
particular. En general, las celebraciones marianas están distribuidas a lo largo del año siguiendo el
ritmo de los eventos de la historia de la salvación, de los cuales el año litúrgico es una especie de
“sacramento”.
En las sucesivas ediciones del Misal romano, el santoral ha conocido nuevos desarrollos. Así
en la tercera edición del Missale romanum del año 2002, publicada a veintisiete años de la edición
típica segunda del año 1975, el Propio de los santos ha tenido rápidamente un aumento significativo
de celebraciones: tres memorias obligatorias y dieciséis memorias facultativas, de las cuales una es
del Señor (Santísimo Nombre de Jesús, 3 de enero) y dos marianas (Beata Virgen María de Fátima,
13 de mayo; Santísimo Nombre de María, 12 de septiembre). Posteriormente, ha sido introducida la
memoria facultativa de la Beata Virgen María de Guadalupe (12 de diciembre). Actualmente ya es
memoria obligatoria según una petición expresa de Juan Pablo II.
Junto al Calendario romano general, han sido compuestos los Calendarios particulares,
diocesanos, regionales y religiosos. Además en los días que no hay ninguna celebración obligatoria,
se puede celebrar la memoria de cada santo presente en el Martirologio en aquel día.
De un siglo para acá, la idea de establecer las semanas del año -y por consiguiente la
celebración de la pascua- ha sido de nuevo retomada. Entre el 1923 y el 1937 fueron presentados a
la Liga de las Naciones cerca de 200 propuestas para la reforma del calendario. Una de las
propuestas más notables ha sido aquella denominada Calendario universal, examinada en 1945 por
la Organización de las Naciones Unidas, que sin embargo no ha sido adoptada. En línea de máxima,
estas propuestas no deberían comportar problemas de carácter doctrinal. Sin embargo, desde el
punto de vista psicológico o emocional, el abandono de una larga tradición eclesial podría suscitar
en algunos sectores perplejidad.
La tradición hebrea con respecto a la Pascua viene arrinconada desde los inicios del
cristianismo: la consideración del día de la semana en que ha sucedido la resurrección del Señor,
que es domingo, y el cual tiene la ventaja, después de alguna confusión, sobre el uso de una
mayoría en el Asia Menor (los así llamados Catordecimales) que observaban la fecha israelitica. La
Pascua es la celebración de nuestra redención, la cual ha sido cumplida en el tiempo histórico.
Nosotros somos participes de esta realidad salvífica en el sacramento –en modo eminente en la
eucaristía-, el cual nos hace salir de los estrechos límites del momento histórico, y que nos libera
proyectándonos fuera del tiempo. Luego entontes, la santificación del tiempo permite trascender al
tiempo mismo, dado que ella une nuestra vida con el misterio cumplido en Cristo una vez para
siempre.
«la semana de siete días con el domingo, sin agregar días fuera de la semana, de modo que la sucesión
de las semanas quede intacta, a menos que intervengan gravísimas razones, sobre las cuales deberá
pronunciarse la Sede Apostólica».
Notamos que en los años sucesivos a la celebración del Concilio Vaticano II, el tema de un
eventual Calendario perpetuo o universal no ha tenido los desarrollos significativos en la sociedad
civil.