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La educación sexual en la segunda infancia

En esta Nota Técnica vamos a centrarnos en algunos principios y criterios básicos que conviene
que los padres conozcáis para orientar adecuadamente la educación sexual de vuestros hijos;
quién debe hacerlo, cuándo y cómo, y qué cosas es conveniente decirles teniendo en cuenta la
etapa educativa que estamos considerando.
¿A quién corresponde la educación sexual de los hijos?
Bastaría con apelar al derecho natural de los padres a educar a sus hijos para afirmar con
rotundidad que la educación sexual de los hijos es responsabilidad de los padres. Sin embargo,
no es suficiente con esta afirmación, es necesario profundizar algo más en este principio, para
que los padres tengan la convicción de que realmente debe ser así. La sexualidad no es algo
aséptico como podrían serlo algunas materias académicas del Plan de Estudios. Se trata de un
tema delicado, que supone un modo de entender la persona, la vida, el amor humano, y, por
ello, no puede dejarse a merced de otras personas, ni siquiera en manos del “educador” de
turno, aunque este tuviera una gran preparación profesional.
Todo lo relativo al sexo es algo que afecta a lo más íntimo del ser humano y, en consecuencia,
en la medida que los padres no sean capaces de tratar este tema con sus hijos, los niños,
lógicamente, buscarán explicaciones en otros ambientes fuera de su familia. Si no sois capaces
de hablar con ellos, a estas edades, de esos temas tan íntimos, poco a poco iréis perdiendo la
posibilidad de acercaros al mundo más interior y privado de vuestros hijos. Se trata por tanto
de una única alternativa, o los padres os hacéis con la intimidad de vuestros hijos o esta
intimidad la tendrán con otras personas.
Ahora bien, la educación sexual no puede realizarse manteniendo unas pocas conversaciones.
Ha de ser algo gradual, que se vaya adaptando a la edad, y tiene sus momentos oportunos.
Requiere comentarios, charlas personales y, sobre todo, actuaciones vuestras que pongan de
manifiesto de qué modo entendéis el amor humano.
¿Qué principios básicos deben cuidarse en la educación sexual?
En primer lugar, es necesario que los padres conozcan los contenidos que sus hijos deben
aprender en cada edad, pero no es esta información lo más importante que deben transmitir.
Entre otras razones, porque en último término —lo queramos o no— los niños que no son
informados acaban sabiendo la realidad por otros conductos. Por eso, lo verdaderamente
importante es que perciban que sus padres están abiertos a tratar con ellos estas cuestiones
siempre. Es más, a veces son los propios padres quienes las provocan y se adelantan, para que
los hijos encuentren en ellos una respuesta adecuada.

Lo que hay que transmitir fundamentalmente es un modo de vivir y conocer las formas que
tiene el amor humano —y en consecuencia la sexualidad—, para que tengan respuesta a
cualquier interrogante que se les pueda plantear sobre este tema.
Para ello conviene tener en cuenta los fundamentos de la dignidad humana. El hombre no es
un simple mamífero; si así fuera, su dignidad quedaría reducida a sus cualidades como animal
y, entonces, bastaría con referirse al instinto animal como norma de conducta sexual.
El hombre es mucho más. Es un ser personal que tiene una inteligencia y una voluntad que le
capacitan para tomar decisiones libres. Y no solo eso, por su condición de hijo de Dios posee
además un alma inmortal. Y ésta dimensión espiritual, común a toda persona humana —sean
cuales fueren sus cualidades físicas, intelectuales o su nivel social— es lo que le da una
categoría incomparable con el resto de los seres creados.
La educación sexual debe suponer por tanto dar una formación integral en los tres ámbitos de
desarrollo humano: físico (biológico-sexual), racional (inteligencia y voluntad) y espiritual.
Desde esta perspectiva, no sería adecuado explicar la sexualidad humana apoyándose en
comportamientos propios de los animales, eso supondría rebajar la atracción sexual entre el
hombre y la mujer a una apetencia meramente instintiva. De igual modo, tampoco sería bueno
presentar el amor humano desde una óptica puramente “espiritualista”, centrada únicamente
en valores del espíritu, sería dejar de lado la componente de atracción sexual y el amplio campo
de los afectos humanos.
Estas referencias no forman necesariamente parte de la información que debe darse a un niño
de esta edad, pero sí suponen una actitud que los hijos deben percibir en sus padres a través
de cualquier explicación o comentario que reciban de ellos.
¿Cuándo y qué hay que decirles?
De un modo general, los padres han de ir transmitiendo a sus hijos ideas e informaciones de
forma gradual, ateniéndose a su edad y a sus necesidades. Es bueno además que prevean los
contenidos mínimos que el niño debería ir asimilando en cada etapa y teniendo presente que,
ante la duda, siempre es mejor adelantarse en una explicación unos meses que llegar tarde
unas horas.
Así, antes de los 4 años —mejor no llegar a esa edad— los niños han de poder reconocer los
caracteres sexuales primarios (pene/vagina) y secundarios (barba, timbre de voz, busto)
propios de cada sexo.
Antes de los 6 años —y análogamente, sin llegar a esa edad— deberían tener bien clara la idea
de la maternidad. Los niños vienen de mamá porque, al ser mujer, su cuerpo está preparado
para dar a luz un hijo (huir de cualquier tipo de fantasías).
En la edad que nos ocupa (6 a 8 años) hay que seguir profundizando en todo lo relativo a la
maternidad: ¿Cómo nace un niño? ¿Por dónde sale? ¿Cuánto tiempo lo lleva la madre en su
seno? ¿Cómo se alimenta? ¿Por qué tiene que nacer en una clínica?
Aunque el papel del padre en rigor no es necesario explicarlo hasta los 9 años, en la práctica,
debido a la cantidad de información de índole sexual que reciben los niños por diferentes
conductos, no es de extrañar que hoy surja en el niño, antes de lo conveniente, la pregunta:
¿Pero papá qué ha hecho en todo eso?
Y en el caso de que no surgiera esa pregunta, es bueno adelantar la idea de la participación
paterna. Puede hacerse sin entrar en muchos detalles, pero sin faltar a la verdad, dando a
entender que existe un acto de amor en el que hay una penetración, y a mamá, como
consecuencia de sentirse muy querida por papá, le puede nacer un niño en su barriga.
Existen muchas formas de explicarlo, pero lo que es más importante es que, cuando venga la
pregunta, se dé una respuesta clara, completa y diligente. A modo de síntesis, un esquema de
la información que conviene trasmitir podría resumirse en las cuatro fases siguientes:
a) Primero empezar por explicar que, de la misma manera que en su cuerpo humano hay unos
ojos para ver y unos oídos para oír, existen unos órganos que sirven para procrear.
b) A continuación, explicar con detalle los órganos propios de su sexo y las posibilidades que
tienen de engendrar. Después explicar los del otro sexo, comparando los rasgos característicos
de su anatomía y cómo son complementarios respecto a los del sexo contrario.
c) Explicar después que el nacimiento de un niño surge como consecuencia de la fecundación
—que se produce en el acto de amor—, que es la unión de las “células” masculina y femenina
dentro del órgano genital de mamá.
d) Para que se realice esa fecundación es necesario que se produzca un acto de unión íntima,
fruto del gran amor que se tienen papá y mamá.
Además de una visión global del amor humano —que es lo verdaderamente importante—,
también hay que transmitir a los hijos información acerca de la fisiología de los órganos
sexuales, su terminología y cuales son las normas de higiene propias de cada sexo. Esto
además les evitará escrúpulos innecesarios.
Aunque no parece estar de moda —quizá por eso habrá que insistir más—, es necesario
fomentar la virtud del pudor, que es la defensa de nuestra interioridad, para que aprendan
desde pequeños a valorar esa intimidad de su alma y de su cuerpo.
Hay que utilizar ese lenguaje familiar que usáis habitualmente para hablar de esas
cosas con ellos.
¿Cómo debemos informarles y orientarles?
Ante todo, por tratarse de un tema que afecta a lo más íntimo de su persona, conviene que
esas explicaciones las reciban los hijos individualmente, aclarando a cada uno lo que intuyamos
que necesita saber y teniendo en cuenta su modo de ser y lo que es oportuno transmitirle en
ese momento.
Excepcionalmente, dentro del ámbito familiar, pueden presentarse ocasiones en las que será
inevitable hacer algunos comentarios a varios hijos a la vez, pero, ordinariamente, para no
desvirtuar el carácter íntimo de la sexualidad, mejor que no sea así.
Es conveniente deciros que, aunque los conocimientos que tenemos los padres en esta materia
son sobradamente suficientes, en algún caso puede ser conveniente y aconsejable la lectura de
un buen libro que os facilite preparar unas buenas explicaciones, ordenadas y que puedan dar
respuesta de modo adecuado a las preguntas que os pueda formular vuestro hijo. Ahora bien,
como hemos dicho anteriormente, los padres siempre deberéis traducir esos contenidos, a fin
de utilizar ese lenguaje con el que habitualmente os dirigís a los hijos. De ese modo, en ningún
momento faltará la naturalidad que el tema reclama y exige y no verán la sexualidad como algo
malicioso o de lo que nunca se pregunta ni se habla.
Por último, conviene deciros que, al igual que ocurre en otros campos de la educación, tampoco
en lo relativo a la sexualidad pueden los padres faltar a la verdad. Cualquier explicación que se
dé a un hijo ha de ser verdadera y, en consecuencia, si es verdadera ha de continuar siéndolo
—en el fondo, no necesariamente en la forma— durante toda la vida y hasta cuando este sea
una persona adulta.
Y, como siempre, conviene que no olvidéis la importancia que tiene vuestro ejemplo como
padres, ya que por el modo en que os tratéis como esposos y, en general, por el tono humano
que pongáis en vuestras vidas, les estaréis enseñando —a veces mejor que con muchas
explicaciones— la grandeza del amor humano.

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