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¡Coma, mucha coma!

Rodrigo Guerrero, rodgue@cable.net.co

La coma, esa puerta giratoria del pensamiento, como la llamaba Julio Cortázar, es el
peor usado y más sobreutilizado de todos los signos de puntuación.

El título de esta columna hace alusión a que, por lo general, se ponen más comas de las
necesarias y a que una coma puede alterar por completo el sentido de una frase, según
si se pone y dónde se pone. Si en el título la hubiéramos puesto después de “mucha”,
habríamos dicho algo totalmente diferente: “coma mucha, coma”. Sucede lo mismo
cuando decimos “el maestro dijo Guerrero es un bruto” o “el maestro, dijo Guerrero, es
un bruto”, porque en la primera oración el bruto es Guerrero y en la segunda es el
maestro.

Existen muchos libros que especifican las reglas de uso de la coma; pero hay una de
obligatorio cumplimiento: nunca poner comas para separar las partes de la oración:
sujeto, verbo y predicado.

No hay nada más tedioso que leer un texto lleno de comas, como por ejemplo los
documentos pontificios o las sentencias jurídicas; sin embargo, García Márquez en El
otoño del patriarca, en un alarde de dominio del idioma, bien para explorar nuevas
formas de expresión o quizás para burlarse de las convenciones, hace párrafos y hasta
páginas enteras separadas únicamente por comas, sin que se pierda la estructura del
relato.

Me llegó por la internet un gracioso ejemplo sobre el uso de la coma que cuenta que
un señor dejó el siguiente testamento.

“Dejo mis bienes a mi sobrino Juan no a mi hermano Luis tampoco jamás se pagará la
cuenta del sastre nunca de ningún modo para los jesuitas todo los dicho es mi deseo
Facundo”

Para resolver las dudas, los herederos acordaron que cada uno se llevara el escrito y le
pusiera la puntuación respectiva.

El sobrino Juan lo presentó así:

“Dejo mis bienes a mi sobrino Juan, no a mi hermano Luis. Tampoco, jamás se pagará la
cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo para los Jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo.
Facundo”.

El hermano Luis presentó su reclamo de esta manera:


“¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? ¡No! A mi hermano Luis. Tampoco, jamás se
pagará la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo para los Jesuitas. Todo lo dicho es
mi deseo. Facundo”

El sastre justificó su derecho como sigue:

“¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco, jamás. Se
pagará la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo para los jesuitas. Todo lo dicho es
mi deseo. Facundo”

Los Jesuitas consideraron que el documento debería interpretarse de la siguiente


manera:

“¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco, jamás. ¿Se
pagará la cuenta del sastre? Nunca, de ningún modo. Para los Jesuitas todo. Lo dicho es
mi deseo. Facundo”

Para resolver el conflicto acudieron a la autoridad quien, después de leer el


testamento, sentenció que se estaba tratando de cometer un fraude, pues la herencia
pertenecía al Estado, y adujo como prueba la siguiente interpretación.

“¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco. Jamás se
pagará la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es
mi deseo. Facundo”

En tal virtud y no habiendo herederos de esta herencia, queda incautada en nombre


del Estado y dio por terminado este asunto.

A mis lectores dejo como tarea poner la puntuación a una frase que aprendí
precisamente en el colegio de los jesuitas hace ya mucho tiempo: “un indio tenía un
marrano y el padre del indio era también el padre del marrano”

Aclaración: Envío este escrito con respeto de la puntuación original del autor, pero
considero que la misma puede mejorarse. ATC

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