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Hora Santa en reparación por los ultrajes y sacrilegios cometidos

contra la Eucaristía en Halloween

Inicio: ingresamos al Oratorio. Nos postramos ante la Presencia


sacramental de Jesús en la Eucaristía y le pedimos a Nuestra Señora de
la Eucaristía que nos ayude en esta Hora Santa, ofrecida en reparación
por los ultrajes y sacrilegios que se cometen contra la Sagrada
Eucaristía, especialmente en este tiempo denominado “Halloween”.
Pedimos también el auxilio de nuestros ángeles custodios, para que
nuestra oración sea llevada por ellos hasta el Inmaculado Corazón de
María y, desde allí, hasta el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
Ofrecemos esta Hora Santa en reparación tanto por las ofensas y
ultrajes que recibe lo más sagrado con que cuenta la Iglesia Católica, la
Sagrada Eucaristía, así como la profanación y denigración que por
motivo de los “festejos” de este tiempo denominado “Halloween” se
hace tanto a las imágenes sagradas de la Santísima Virgen María, San
José, los santos y por supuesto de Nuestro Señor Jesucristo. Un ultraje
blasfemo, sacrílego, satánico, dirigido a profanar y a denigrar, además
también ofrecemos ésta para reparar por todas las Hostias robadas y
profanadas. Imploramos también la Misericordia Divina por las almas
de quienes se encuentran detrás de la organización de tan excecrables y
condenables actos, por su conversión y arrepentimiento, antes de que sea
demasiado tarde, pues se encuentran en peligro de eterna condenación.  
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.  

Oración inicial:

Coronilla de Reparación al Corazón Eucarístico de Jesús

En un Rosario

En vez de Padre Nuestro:

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro


profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias,
con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos
méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

En vez del Ave María (Diez veces):

Dios mío, yo creo, espero, adoro y te amo.


R.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, no te adoran, y no te
aman.

En vez de Gloria
Por siempre sea Adorado, mi Jesús Sacramentado.

Al final de la Coronilla, repetir 3 veces:

Corazón agonizante de Jesús


R.
Reparo toda irreverencia contra el Corazón Eucarístico de Jesús. Amén  

Meditación  
 

Jesús, la Santa Misa es el tesoro más preciado no solo de los


católicos, sino de la Humanidad entera, porque por ella se renueva, de
modo incruento, tu Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio por el cual la
Humanidad encuentra su salvación. Asistir a la Santa Misa es asistir al
Santo Sacrificio de la Cruz, el sacrificio que salva a los hombres de la
eterna condenación. Quien asiste a Misa no asiste a un mero oficio
religioso: asiste al espectáculo que asombra a cielos y tierra, porque sobre
el altar eucarístico se yergue, majestuosa, invisible, la Santa Cruz, que
sostiene entre sus brazos, al Cordero de Dios, que en un misterio de Amor
divino incomprensible, inabarcable, entrega en la Eucaristía su Cuerpo y
derrama en el Cáliz del altar su Sangre, así como hace veintiún siglos
entregó su Cuerpo en la Cruz y derramó su Sangre desde su Corazón
traspasado y desde sus heridas abiertas, para la salvación del mundo. Y
así como la Santísima Virgen y Juan el Evangelista, inflamados sus
corazones por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, asistían conmovidos y
estremecidos de Amor al Santo Sacrificio de la Cruz, así también quienes
hoy asistimos a la Santa Misa, somos convocados, aun sin saberlo, por el
mismo Espíritu Santo, el Amor Divino, para ser testigos del mismo Santo
Sacrificio del Calvario, que se renueva de modo incruento, bajo el velo
sacramental, en el misterio de la liturgia eucarística. Por este misterio que
brota de lo más profundo de las entrañas de Sagrado Corazón, te
suplicamos, oh Jesús Misericordioso, ten piedad de nosotros, de nuestros
seres queridos, del mundo entero, y sobre todo de quienes, enceguecidos
por el odio satánico, no dudan en cometer horrendos sacrilegios en las
blasfemas “fiestas denominadas Halloween”. Amén.  
 

Silencio para meditar.  


 

Jesús, la Santa Misa es la obra más grandiosa de la Santísima


Trinidad. Si Dios Uno y Trino quisiera hacer una obra con más Sabiduría
y con más Amor que la Santa Misa, no lo podría hacer, porque en ella
está empeñada toda su Sabiduría, toda su Misericordia, todo su Amor.
Por la Santa Misa, los hombres damos a Dios Uno y Trino toda la
adoración, todo el amor, toda la acción de gracias, toda la bendición, todo
el honor, todo el poder, toda la alabanza, que la Trinidad se merece. Sin
la Santa Misa, sin el Santo Sacrificio del Altar, que es al mismo tiempo el
mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, no podríamos nunca los
hombres, tributar a la Santísima Trinidad el homenaje que la majestad
infinita de la augustísima Trinidad se merece. Por una simple Misa,
celebrada en la más humilde de las capillas, ubicada en el más remoto de
los parajes, la Santísima Trinidad recibe la adoración, la alabanza, el
honor, la bendición, la glorificación, que las Tres Divinas Personas, por
ser Ellas las Tres Adorabilísimas Personas de la Augustísima Trinidad, se
merecen, y sin la Santa Misa, el mundo, el Universo entero, no
merecerían existir. Si la Santa Misa se dejara de celebrar, en ese mismo
instante, el Universo entero, visible e invisible, debería, al instante, dejar
de existir, debería ser aniquilado, porque nada, absolutamente nada,
habría en él, digno de la Santísima Trinidad y no merecería su existencia.
Es por esto que si las cosas existen y tienen vida; si los seres, visibles e
invisibles, si los hombres y los ángeles son, viven y existen, es por la
Santa Misa, porque la Santa Misa es el Santo Sacrificio de la Cruz, y el
Santo Sacrificio de la Cruz es la respuesta de Amor de Dios Trino al
pecado del hombre. Dios Padre envía a su Hijo Dios al mundo, y el
hombre se lo devuelve crucificado y muerto en la cruz y Dios Padre, en
vez de responder con Justicia, descargando el peso de la ira divina en
respuesta a la muerte de su Hijo Dios, tal como lo exige la Justicia
Divina, responde en cambio con las entrañas de su Misericordia,
derramando los torrentes inagotables de su Misericordia Divina, al ser
traspasado el Corazón de su Hijo por la lanza del soldado romano en la
Cruz. Esta es la razón por la cual la Santa Misa es la Misericordia Divina
puesta en el altar eucarístico: porque en el Calvario, en el Santo Sacrificio
de la Cruz, en Dios prevalece su Misericordia por sobre su Justicia. Por
este misterio insondable del Amor Misericordioso de Jesús, oh Dios Uno
y Trino, ten misericordia de nosotros, de nuestros seres queridos, del
mundo entero, y de quienes han organizado blasfemias y ultrajes en la
denominada temporada de Halloween, así como de aquellos que
inocentemente participan por su ignorancia Amén.  
 

Silencio para meditar.  


 

Jesús, la Santa Misa es la obra de tu Amor Misericordioso, porque


en ella renuevas el Santo Sacrificio de la Cruz, y por lo tanto renuevas el
Amor Eterno expresado en las Siete Palabras pronunciadas por Ti en la
Cruz. En cada Santa Misa escuchamos, en el silencio de nuestras almas,
las Siete Palabras, pronunciadas para todos y cada uno de nosotros:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34): son
nuestros pecados los que te golpean, te flagelan, te coronan de espinas, te
taladran las manos y pies con duros clavos de hierro, te dejan agonizar
hasta la muerte, te perforan el costado con la lanza, te quitan la vida, te
exprimen tu Preciosísima Sangre, hasta la última gota. Y sin embargo, Tú
nos excusas ante el Padre, pidiendo perdón en vez de castigo, porque “no
sabemos lo que hacemos”, porque sabes que nuestra necedad y nuestra
ceguera nos impide ver la relación directa que hay entre el pecado que
cometemos y el golpe que Tú recibes en tu Sacratísimo Cuerpo. Piedad,
Señor, pecamos contra Ti; perdónanos, porque no sabemos lo que
hacemos, danos la luz del Espíritu Santo, para que elijamos la muerte
antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado. “Hoy estarás
conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43). La Segunda Palabra pronunciada en
la Cruz, la escuchamos también en la Santa Misa, en el silencio del alma,
porque Tú la pronuncias a todo aquel que se reconoce, como el Buen
Ladrón, un pecador que recibe inmerecidamente el perdón y la
misericordia de parte de un Dios que, con tal de ganarse a su creatura
para el cielo, no duda en humillarse hasta la muerte de cruz. En la Santa
Misa, eres Tú, oh Dios del cielo, Jesucristo, quien bajas rasgas el cielo y
bajas, hasta el altar eucarístico, crucificado, como si fueras un malhechor,
siendo el Cordero Inocente, derramando tu Sangre Preciosísima en el
Cáliz del altar, para que yo, el verdadero malhechor, ante la vista de tanto
Amor y Misericordia, ablande mi duro corazón y exclame: “¡Acuérdate
de mí, oh Jesús, Tú que eres el Rey del cielo!”. Por este misterio
insondable de tu Amor misericordioso, ten piedad de nosotros y del
mundo entero, y de quienes perpetran las blasfemias y profanaciones a la
Sagrada Eucaristía en los “festejos del Halloween” y concédeles la gracia
de la conversión, antes de que sea demasiado tarde. Amén.  
 

Silencio para meditar.  


 

“He aquí a tu Hijo; he aquí a tu Madre” (Jn 19, 26). La Tercera


Palabra de la Cruz también la pronuncias en la Santa Misa, porque en
donde está el Hijo, está la Madre, y como la Santa Misa es la renovación
incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, y la Virgen está de pie junto a
la Cruz, la Virgen está también de pie, en el altar eucarístico, en donde se
lleva a cabo el Santo Sacrificio del Altar. Y así como en el Calvario diste
a Juan como Madre la Virgen María, así también en la Santa Misa,
renuevas cada vez el don de la Virgen como Madre nuestra amorosa, y es
por eso que asistir a la Santa Misa es estar resguardados por el amor
maternal de la Virgen, como así también aumentar cada vez más nuestro
amor filial por la Virgen y ser conscientes de que no es posible
acercarnos a Ti, oh Jesús, si no es a través del Inmaculado Corazón de
María, porque nadie puede acercarse al Hijo si no es a través del Corazón
de la Madre y nadie puede recibir gracias si no es por medio del
Inmaculado Corazón de María. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” (Mt 27, 46). La Cuarta Palabra de la Cruz, también la
pronuncias en la Santa Misa, y también la escuchamos resonar en el
silencio del alma, en lo más profundo de nuestro ser, porque la
tribulación es el sello distintivo de los verdaderos hijos de Dios, de
quienes han sido elegidos por Dios y sellados por Él para ser discípulos y
amigos de su Hijo Jesús, porque así lo dijo Jesús en el Evangelio: “El que
deje todo por Mí recibirá persecuciones y la vida eterna” (cfr. Mc 10, 28-
31). La Cena Pascual consiste en Carne de Cordero asada en el Fuego del
Espíritu Santo; Pan de Vida Eterna; Vino de la Alianza Nueva y
definitiva, y todo acompañado con las hierbas amargas de la tribulación,
y es por eso que en la Santa Misa, como en la Cruz, escuchamos tus
Palabras: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, pero también
sabemos, que si Dios Padre parece haberte abandonado, no así la Virgen
Madre, que permanece de pie junto a la Cruz, y por eso también para
nosotros, la Virgen es el consuelo en medio de las tribulaciones de la
vida. Por todas estas misericordias, que brotan de tu Sagrado Corazón,
ten piedad de nosotros, de nuestros seres queridos, del mundo entero, y de
quienes ultrajan y profanan las imágenes sagradas y los templos en este
tiempo denominado “Halloween”, y concédeles la gracia de la
conversión, antes de que sea demasiado tarde. Amén.  
 

Silencio para meditar.  


 

“Tengo sed” (Jn 19, 28). La Quinta Palabra la escuchamos también, en el


silencio del alma, en la Santa Misa, porque la Santa Misa se ofrece, al
igual que el Santo Sacrificio de la Cruz, por toda la humanidad, y la sed
que tenías en la Cruz era, ante todo, sed de almas, pero también era sed
de nuestro amor, sed de nuestros afectos, sed de nuestros buenos
pensamientos, sed de nuestros buenos deseos, sed de nuestros buenos
propósitos, sed de nuestras buenas obras. Cada Santa Misa, por lo tanto,
es una oportunidad para que saciemos tu sed, ofreciendo tu propio
sacrificio de la Cruz por la salvación del mundo entero y ofreciendo no
solo el propósito sino obras concretas de misericordia, corporales y
espirituales, hechas en el amor a Ti, con el deseo de satisfacer y calmar tu
sed de almas y de nuestros buenos propósitos y sentimientos. Cada Santa
Misa es la oportunidad para satisfacer tu sed, sed de almas y sed de
nuestro amor y es por eso que, para asistir a Misa, debemos esforzarnos y
sacrificarnos, día a día, en el obrar la misericordia para con nuestros
hermanos más necesitados, incluidos también y en primer lugar nuestros
enemigos, porque esa es la única forma en la que lograremos calmar tu
sed, esa sed que Tú clamas en cada Santa Misa y que nos haces escuchar
en el fondo de nuestros corazones. Si asistimos a Misa sin obrar la
misericordia y sin perdonar y sin amar a nuestros enemigos, no solo no
calmamos tu sed, sino que la volvemos más abrasadora, haciéndola más y
más insoportable, y en vez de agua para calmarla, te damos hiel y
vinagre. “Todo está consumado” (Jn 19, 30). En la Santa Misa
escuchamos la Sexta Palabra de la Cruz, porque como en el Calvario, en
el Santo Sacrificio del Altar todo se recapitula en Cristo, los tres
enemigos del hombre, el demonio, la muerte y el pecado, son derrotados
definitivamente, de una vez y para siempre y se abre, para la humanidad
entera, un nuevo horizonte, impensado, inimaginable, el seno de la
Santísima Trinidad, en donde son introducidos aquellos que son lavados
por la Sangre del Cordero. Tanto en la Cruz como en la Misa, se consuma
el destino de dicha, de felicidad, de alegría, de amor, de paz
inconcebibles, inimaginables, conseguidos al Precio altísimo de la Vida y
de la Sangre Preciosísimas de la Sangre del Cordero Bendito de Dios,
sacrificado e inmolado en la Ara de la Cruz, y por eso, escuchamos y
repetimos, atónitos e inmersos en el estupor sagrado que nos produce el
misterio del Amor Divino manifestado en la Cruz de Cristo, y
estuporosos, en el silencio de nuestras almas, la Sexta Palabra de la Cruz,
pronunciada por el Cordero Victorioso, como Degollado: “Todo está
consumado”. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).
La Séptima y última Palabra de la Cruz, la escuchamos también en la
Santa Misa, en el silencio de nuestras almas, porque como en el Calvario,
Jesús también entrega al Padre, en la Misa, su Espíritu al Padre. Y en la
Eucaristía, el Padre, junto con el Hijo, entregan el Espíritu, en cada
comunión eucarística, a los hijos adoptivos de Dios, que comulgan con fe
y con amor, provocando en cada alma un pequeño Pentecostés, un soplo
del Espíritu que incendia al alma en el Fuego del Amor Divino. Por este
misterio del Amor de tu Sagrado Corazón, oh Jesús Misericordioso,
imploramos tu Divina Misericordia para nosotros, para nuestros seres
queridos y para el mundo entero, y te pedimos la conversión de quienes
promueven y participan en estas “celebraciones llamadas Halloween”,
especialmente aquellos que ultrajan la infancia y la inocencia de la
niñez. Amén.

Silencio para meditar

Jesús Eucaristía, Tú eres el Rey de los hombres y de los ángeles,


porque Tú eres Dios Creador, Redentor y Santificador; Tú en el cielo eres
la alegría de los bienaventurados, que delante de tu Presencia se postran
en adoración y exultan en cantos de gozo, de admiración y de amor, ante
el estupor sagrado que les provoca la indecible hermosura de tu Ser
divino trinitario; sólo Tú, Dios de la Vida, del Amor y de la Paz, mereces
ser adorado, ensalzado, bendecido, glorificado, y solo a Ti debe el
Universo entero festejarte y alabarte, en el tiempo y en la eternidad. Sin
embargo, existen hombres que, aliados a los ángeles caídos, se empeñan
sacrílegamente en celebrar impíamente al Príncipe de las tinieblas por
medio de festejos en apariencia inocentes, pero que esconden una
perversa y siniestra realidad, y es la adoración oculta del Ángel caído.
Ten piedad, Jesús, de estos hermanos nuestros, pues “no saben lo que
hacen”, y por intercesión de María Santísima, concédeles la gracia de la
conversión del corazón, para que solo a Ti te adoren y glorifiquen. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús Eucaristía, Tú eres el Dios de la Vida Increada que brota


como de un manantial purísimo e inagotable de tu Ser divino trinitario;
Tú eres la Vida Increada y el Creador de toda vida participada; de Ti
viene todo ser viviente, porque Tú creas la vida con tu Sabiduría infinita
y tu Amor eterno; sólo Tú eres la Vida que alegra el alma, ilumina la
mente y arroba el corazón; sólo Tú, Vida Increada e inagotable, Vida que
al mismo tiempo es Amor, Paz y Alegría de Dios, das vida y alegría al
universo y por esto sólo Tú debes ser festejado, ensalzado, glorificado;
Tú no creaste la muerte, sino que la muerte entró por envidia del Diablo,
quien a su vez la creó en su perverso corazón angélico al decidir
separarse de Ti, Fuente de Vida eterna, para siempre; fue el Diablo quien,
al separarse de Ti, Vida Inagotable, se dio muerte a sí mismo, para
siempre, y busca contaminar con su pestilente veneno de rebelión a los
hombres, para que también prueben como él el amargo gusto de la
muerte. Jesús, te pedimos perdón y reparamos por aquellos hermanos
nuestros que, oscurecidas sus mentes y corazones por las densas nieblas
del error, celebran y festejan al Príncipe de las tinieblas, el Homicida
desde el principio y autor de la muerte y de la corrupción. Concédeles,
por intercesión de Nuestra Señora de la Eucaristía, la gracia de la
conversión del corazón y el arrepentimiento perfecto. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús Eucaristía, Tú eres el Dios que da la vida nueva, la vida de la


gracia en esta vida, y la vida de la gloria en el Reino de los cielos; tu
gracia rejuvenece el alma y sana el cuerpo y en la vida futura, nos
concede la juventud eterna, la juventud que procede de Ti, Dios
eternamente Joven; Jesús, con tu sacrificio en Cruz, renovado
incruentamente en cada Santa Misa, nos concedes tu gracia, gracia que
nos hace participar de tu Vida divina, Vida que nos eleva a una dignidad
infinitamente más alta que la de los ángeles porque nos hace participar de
la Vida de las Tres Divinas Personas; Jesús, te pedimos perdón y
reparamos por quienes festejan la muerte y la corrupción, muerte y
corrupción que fueron introducidas por el pecado original cometido por
nuestros primeros padres, instigados por el demonio. Si bien la muerte y
el pecado fueron vencidos por Ti en la Cruz, con tu Muerte y
Resurrección, de una vez y para siempre, el festejo de la muerte en
Halloween es un festejo siniestro, porque se trata de la muerte sin
redención en el tiempo, que conduce a la segunda y definitiva muerte, la
condenación eterna, en la otra vida; la perversidad del festejo de la
muerte en Halloween radica en esto, en que se trata de la muerte no
redimida ni santificada por Ti, sino de la muerte sin Ti, que conduce al
alma a una eternidad separada de Ti; la perversión del festejo de
Halloween consiste en que se celebra y festeja a los ángeles caídos, a
aquellos que, rebelándose contra Dios Uno y Trino en el cielo, crearon la
muerte para sí mismos y para el hombre y se hicieron merecedores del
fuego del Averno para siempre. Jesús, ten piedad de los hermanos
nuestros que, por ignorancia o aun sabiendo lo que hacen, te ofenden en
estas macabras celebraciones del infierno, y haz que se arrepientan, antes
de que sea demasiado tarde. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía eres el Rey de hombres y ángeles; Tú en


la Eucaristía eres el Dios de Amor infinito que, rodeado de ángeles que se
postran ante tu Presencia sacramental, así como se postran ante Ti en el
cielo, esperas a los hombres ingratos a que vengan a visitarte en tu
Prisión de Amor, el sagrario; Jesús, Tú das de tu Amor eterno e infinito,
el Amor que arde en tu Sagrado Corazón eucarístico, a todo aquel que se
te acerca, aunque sea por breve tiempo, y lo colmas con tanto Amor que
el alma moriría de contento si al menos pudiera apreciar mínimamente la
inmensidad del Amor que brindas en cada visita al sagrario; Jesús, cuyo
Amor por los hombres te llevó a la locura de la Cruz y a la locura de
permanecer solo y abandonado en el sagrario, como quedaste solo y
abandonado en la Cruz, pero aún así, continúas esperando a los hombres
para darles las llamas de Amor que abrasan tu Sagrado Corazón; te
pedimos perdón por quienes, en Halloween, profanan Tu Presencia
eucarística, cometiendo los más aborrecibles ultrajes y sacrilegios a Ti,
Presente con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía; te
pedimos perdón y reparamos también por tantos cristianos que,
consciente o inconscientemente, se alían con las fuerzas del mal, sino
profanando la Eucaristía, al menos colaborando en la promoción,
difusión, organización y puesta en escena de eventos como Halloween, en
donde se exaltan la magia, la brujería, el esoterismo, el ocultismo, y todo
lo que es aborrecible ante tus ojos. Concédeles, por intercesión de
Nuestra Señora de la Eucaristía, un conocimiento del pecado en el que se
encuentran, e ilumínalos para que te conozcan y te amen en la Eucaristía.
Amén.

Silencio para meditar.

Meditación final
Jesús Eucaristía, te pedimos perdón por quienes en Halloween
ultrajan la infancia y la inocencia de la niñez, figura de Ti, Víctima
Inocente, contaminando sus almas con celebraciones paganas, plagadas
de alabanzas a lo oculto, a lo esotérico, a lo satánico, a todo lo que es
despreciable y aborrecible a tus ojos; ocultando a los niños la devoción a
la Eucaristía y presentándoles como bueno y agradable el gusto por los
seres que habitan en el infierno; te pedimos perdón por quienes, en esta
fecha, secuestran niños para ofrecerlos en misas negras, como sacrílegas
ofrendas a Satanás, Moloch, Baal, Asmodeo, y cuanto demonio anda
disperso por el mundo; te pedimos perdón y reparamos por quienes,
movidos por oscuros intereses, engañan y pervierten a los hombres,
principalmente a los niños, y haz que, movidos por tu gracia, y por
intercesión de Nuestra Señora de la Eucaristía, te conozcan y te amen en
la Hostia consagrada, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te


pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro


profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias,
con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos
méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “La Virgen María nos reúne en nombre del Señor”.
 

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