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XI
LA CONTRIBUCIÓN DE LA HISTORIA
A UNA MEMORIA JUSTA*
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Este trabajo fue presentado en la Mesa Especial «Historia y Memoria» coordinada
por la Dra. Dora Schwarzstein. La Mesa se realizó en el marco de las VII Jornadas Inte-
rescuelas y Departamentos de Historia, Salta, 19 al 22 de septiembre de 2001.
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lar, tal como señalara Aristóteles. El debate se abrió. Casi un año des-
pués de la publicación del libro y a sesenta años de la masacre, el 10
de julio de 2001, el presidente polaco Aleksander Kwasniewski pidió
perdón público por el crimen cometido. La placa recordatoria que
marcó el lugar durante décadas y que decía «Alemanes Nazis» fue re-
movida. El «olvido» deliberado no podía ser ya más sostenido.
Que yo pueda decir que soy la misma persona se explica, según
Locke, en términos de lo recordado, es decir, de mi memoria. Sin em-
bargo, conocer ciertas revelaciones sobre el pasado –los que yo creía
mis padres, en realidad, fueron los perpetradores del asesinato de mis
padres verdaderos, por ejemplo– obliga a reinterpretar radicalmente
las creencias que de mí mismo y de los otros tenía hasta el presente
y, aunque mis recuerdos sigan siendo, en un sentido, los mismos, yo
ya no soy la misma persona. Dicha conversión es siempre conflictiva
y muchas veces, rechazada. Análogamente sucede con la vida de los
grupos. Conocer lo que «verdaderamente ocurrió en el pasado» es la
responsabilidad cognitiva de la historia, qué hacer con ello es asunto
de la esfera pública. Y quiero mantener adrede esta dicotomía en am-
bos niveles, aún a riesgo de pecar de ingenuidad. A ninguno de noso-
tros se nos escapa, y menos en las actuales circunstancias, que las po-
líticas públicas inciden, entre otras cosas, en la investigación de lo
«que realmente ocurrió». Sin embargo, el indudable impacto ético-
político que la historia del presente ejerce en la vida de los pueblos,
y el caso polaco es sólo un ejemplo de ello, ha oscurecido su función
esencialmente cognitiva. El temor a ser tildado de positivista ingenuo
y el excesivo cuidado por el velo ideológico que se escurre en la más
normal y aparentemente inocua operación cognoscitiva, inducen a
muchos historiadores a desechar la cáscara junto con el fruto. Las ca-
tegorizaciones de «singulares», «sublimes» o «traumáticos» que han
recibido los acontecimientos del pasado reciente han conducido a
cuestionar los métodos estándar que la historia posee para reconstruir
el pasado. Esta situación ha llevado a algunos a adoptar perspectivas
estéticas o psicoanalíticas en las representaciones historiográficas o,
en el peor de los casos, a declarar a los acontecimientos en cuestión
incognoscibles y, por lo mismo, imposibles de representar. Quizá, en
estas circunstancias, corresponda al historiador que debe reconstruir
acontecimientos que constituyen recuerdos de algunas de las genera-
ciones vivas decir simplemente qué ocurrió. Si dicho conocimiento
provoca la anamnesis de las desgracias recientes, o es utilizado para
pedir compensaciones por daños históricos sufridos o confronta a un
grupo con una identidad engañosa habrá la historia contribuido, a tra-
vés de lo particular verdadero, a la apelación universal de una me-
moria justa.
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