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Santiago notó que se estaba pudriendo un jueves por la madrugada.

Más precisamente:
el Jueves 25 de Junio de 2020 a las 3:34 a.m, en su habitación, en la ciudad de Montevideo.
Miraba ​In the mood for love​ mientras tomaba vino Santa Teresa, de un tetrapack, servido en
una copa de vidrio con una rajadura que la atravesaba justo por arriba del grabado que la
decoraba con un “Felices 15 años - Camila , 11/20/2001” . Él nunca fue a un cumpleaños de
quince hasta 2013, después de cumplir los dieciséis, ni después de 2017, cuando su
hermana más pequeña le pidió que bailara el vals con ella. Solo recientemente había
descubierto que disfrutaba el cine asiático, nunca esperó tanto de una película de Hong
Kong recomendada por un extraño que se filmaba hablando solo en su habitación, a más de
11.000 kilómetros de distancia.
Había salido con varias personas que “estudian cine”. Ninguna le habló de Wong
Kar-wai, aunque eso le parecía normal. Lo que realmente lo desconcertaba era que nunca
hayan mirado ​Synechdoche, New York​, o ​Los Siete Samurai​. Se preguntaba si, tal vez, en
donde se estudia cine, no se mira cine, o si se había cruzado, inequívocamente, solo con
caretas. Dirían que se sentía solo en el mundo, aún sabiéndose igual, pero no era así. Solo
se encontraba defraudado en masa. Una vez, una compañera de trabajo llamada Brenda, le
recomendó ​Salinui chueok. ​Él ya la había visto por I-Sat durante su adolescencia, aunque
no recordaba mucho. Le regaló a Brenda sus únicos tres poemas escritos hasta el
momento. Nunca más hablaron de películas. Ella aún le escribe para coger. De hecho, ese
día, el jueves, fue ella quien propuso el vino. No llegó a tomarse una copa. Le preguntó
quién era Camila. Santiago no sabía. Brenda se durmió a la media hora del inicio del film.
Todas las historias que veía lo hacían preguntarse si a él también le pasaba lo mismo.
Sin embargo, persistía en el fondo, nacida, una cierta molestia con lo que todos decían
padecer, algo de ruido. Había adquirido la costumbre, casi como un juego, de formar con su
mano una pistola invisible, llevarla a su boca, y disparar, cuando nadie estaba cerca. Los
resultados de sus búsquedas en google y duckduckgo le dijeron que nadie más lo hacía, no
brotó ningún juicio a partir de este descubrimiento. También ese día sintió ganas de hacerlo.
A la luz de los créditos, sabiendo que el mundo dormía, tomar la última copa de vino, sacar
el arma. Dos, tres tiros, como si pudiera. Quedar mirando la nada, otra vez, hasta que el
ardor de los ojos sea infranqueable.
Desde la mañana del lunes sonaba en su cabeza ​Say yes​ de Elliot Smith y esto lo hacía
malviajar un poco. Consideró decirle a Cristina que la ama. Ella le comentó una historia el
martes por la noche, y a él le pareció que nunca iban a hablar de amor aunque los dos
quisieran. Dejó pasar sus impulsos. Que se disuelvan. Que se ahoguen con el resto. El
martes se conectó a la clase de las 8:00 a.m, el teórico de Sistemas y Control, con el
profesor parecido a Mario Benedetti. Leer de nuevo el nombre de la asignatura lo remitió a
sus besos adolescentes, a olor a tierra mojada y a querer escribir. A las 10:00 empezaba el
práctico. No había hecho ningún ejercicio. Sacó el celular y abrió la aplicación de notas. “
Acaso voy a escribir etenramente sobre vos?”. No habló durante esa clase.
Por la noche fue hasta lo de un amigo en su bicicleta; una Graciela Jazz que le dejó su
madre. Tocaron guitarra hasta que amaneció. Una de las minas que estaba en la juntada lo
invitó a irse a su casa. Le contestó que no quedaba más nada y decidió no sacar más la
bolsa de la billetera hasta la próxima salida. De todas maneras, se fueron en un Uber que
pidió ella. Al llegar le sostuvo la cabeza y el pelo mientras vomitaba, después le dijo que se
lave los dientes y se acostaron a dormir. Le mandó un whatsapp mintiéndole que se tuvo
que ir una vez que estuvo a dos cuadras. Desde la última fiesta, la que terminó de disolver
la llegada de la policía, esperaba poder coger con ella. Seguía con sabor a tabaco en la
boca. Escupió a la calle. Le gustaba volver caminando con resaca temprano en la tarde,
cuando no hay muchos autos circulando, mientras escucha música, recuerda momentos de
la noche anterior y sonríe. Ella les dijo que Santiago la había echado de su casa ese día. Él
no entendió la economía de esa mentira. El jueves lo encontró satisfecho con la semana.
Tantos cuadros entre cuadros, tanto rojo, tantos susurros. En casi ningún momento de la
película se sintió identificado con los protagonistas. En la escena final, cuando el susurro a
la pared era inminente, sintió un leve dolor en el costado derecho. Dejó la copa en la mesa
de luz, recorrió con sus dedos las costillas hasta llegar a la zona donde ahora sentía una
molestia. Tocó, estaba húmedo. Hundió un poco los dedos y los sacó llevándose con ellos
algunos trozos de tejido adheridos. No olía mal. A pesar de todo, no había dudas: se estaba
pudriendo.

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