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staffs tanto de traducción como de corrección, y de revisión y diseño, sea
de vuestro agrado y que impulse a aquellos lectores que están
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Índice
Índice
Moderadoras de Traducción:
Ale Westfall Nanami27 Pily

Traducción:
Ale Westfall Apolineah17 Blonchick

Katiliz94 Vicky Key

Yolismimi JGHerondale Alisson*

Sandra289 Aldara BrenMaddox

Nessied Nanami27

Agoss Meii

Moderadora de Corrección:
Katiliz94

Corrección:
Katiliz94 Key

Pily Meii

Recopilación y Revisión:
Katiliz94

Diseño:
Nanami27
Para el chico que me dio una
oportunidad
Para el hombre que me dio la ultima
Sinopsis
En esta nueva y atemporal trilogía sobre amor y sacrificio, una
princesa debe encontrar su lugar en un mundo nuevo.

En una sociedad de gran tradición, la vida de la Princesa Lia sigue


un curso predestinado. Como la primogénita, se espera de ella que
tenga el venerado don de la visión —pero no lo tiene— y sabe que sus
padres están perpetrando una farsa cuando organizan su boda para
asegurar una alianza con un reino vecino —con un príncipe al que ella
nunca ha conocido.

La mañana de su boda, Lia huye a una lejana aldea. Se acomoda en


una nueva vida, esperanzada por la llegada de dos extraños y apuestos
extraños —y sin saber que uno de los dos es el príncipe despechado y el
otro un asesino enviado para matarla. Las mentiras abundan, y Lia se
encuentra a punto de desvelar peligrosos secretos —incluso
enamorándose.

The Remnant Chronicles #1


Mapa
Traducido por Ale Westfall y katiliz94
Corregido por katiliz94

El final del viaje. La promesa. La esperanza.

Cuéntamelo otra vez, Ama. Acerca de la luz.

Busco en mis recuerdos. Un sueño. Una historia. Un recuerdo


borroso.

Era más pequeña que tú, niña.

La línea entre la verdad y el sustento necesitado. La necesidad. La


esperanza. Mi propia abuela contaba historias para enseñarme porque
no había nada más. Miro a esta niña, tan delgada incluso en sueños.
Esperanzada. Esperando. Tiro de sus delgados brazos, deposito la
liviana carne en mi regazo.

Había una vez, mi niña, una princesa no más mayor que tú. El
mundo estaba en la puntas de sus dedos. Ella ordenaba, y la luz
obedecía. El sol, la luna y las estrellas se arrodillaban y se alzaban a su
tacto. Érase una vez...

Hecho. Ahora sólo queda esta niña de ojos de oro en mis brazos.
Eso es lo que importa. Y al final del viaje. La promesa. La esperanza.

Ven, mi niña. Es hora de irse.

Antes de que los carroñeros vengan.

Las cosas que perduran. Las cosas que quedan. Las cosas que no
me atrevo a decirle.

Te contaré más mientras caminamos. Sobre lo anterior.

Había una vez...


—Los Últimos Testamentos de Gaudrel
Capítulo 1
Traducido por Ale Westfall y katiliz94
Corregido por katiliz94

Hoy era el día que mil sueños morirían y nacería un solo sueño.

El viento lo sabía. Era primero de junio, pero las ráfagas frías


golpean en lo alto de la ciudadela tan ferozmente como el más intenso
invierno, sacudiendo las ventanas con maldiciones y aflicciones,
corrientes de aire atravesando los pasillos con susurros de advertencia.
No había forma de escapar de lo que estaba por venir.

Para bien o para mal, las horas se estaban acercando. Cerré los
ojos en contra de ese pensamiento, sabiendo que pronto el día iba a
escindir en dos, creando para siempre el antes y el después de mi vida,
y que iba a suceder en un acto rápido que podría no más que alterar el
color de mis ojos.

Me aparté de la ventana, empañada con mi propio aliento, y dejé


las infinitas colinas de Morrighan con sus propias preocupaciones. Era
hora de conocer mi día.

Las liturgias prescritas sucedieron como fueron ordenadas, los


rituales y los ritos se llevaron a cabo como cada uno había sido
establecido con precisión, todo un testimonio de la grandeza de
Morrighan y el Remanente de cual nació. No protesté. Llegados a este
punto, el entumecimiento me había superado, pero luego el mediodía se
acercaba y mi corazón galopaba de nuevo mientras me enfrentaba al
último de los pasos que mantenían el aquí del allá.

Me quedé desnuda, boca abajo sobre una mesa de piedra, mis


ojos se centraron en el suelo debajo de mí, mientras que extraños
raspaban mi espalda con cuchillos sin filo. Permanecí inmóvil, aunque
sabía que las cuchillas que tocaban mi piel eran sostenidas con
respiraciones cautelosas. Los portadores eran muy conscientes de que
sus vidas dependían de su habilidad. La quietud perfecta me ayudó a
ocultar la humillación de mi desnudez mientras manos extrañas me
tocaban.

Pauline se sentó cerca observando, probablemente con ojos


preocupados. No podía verla, sólo veía el suelo de pizarra debajo de mí,
mi largo cabello oscuro cayendo alrededor de mi cara en un remolino de
túnel negro que bloqueaba el mundo —salvo por el roce rítmico de las
cuchillas.

El último cuchillo raspó más bajo, tocando el hueco de mi espalda


justo por encima de las nalgas, y luché contra el instinto de apartarme,
pero finalmente me estremecí. Un jadeo colectivo se escuchó por la
habitación.

—¡No te muevas! —amonestó mi tía Cloris.

Sentí la mano de mi madre en la cabeza, acariciando suavemente


mi cabello.

—Unas pocas líneas más, Arabella. Eso es todo. —A pesar de que


lo dijo para relajarme, me molesté por el nombre formal que mi madre
insistía en usar, el nombre que había pertenecido a muchas antes que
yo. Me hubiera gustado que al menos en este último día en Morrighan,
ella hubiera echado a un lado la formalidad y usado el nombre que me
gustaba, el nombre de cariño que mis hermanos utilizaban, acortando
uno de mis muchos nombres de sus tres últimas cartas. Lia. Un
nombre simple que se sentía más fiel a lo que yo era.

El raspado terminó.

—Está terminado —declaró la Primera Artesana. Los otros


artesanos murmuraron su acuerdo.

Oí el ruido de una bandeja siendo depositada en la mesa junto a


mí y desprenderse el olor insoportable de aceite de rosa. Pies se
arrastran para formar un círculo, mis tías, madre, Pauline y otros que
habían sido convocados para presenciar la tarea, y murmuraron
oraciones que fueron cantadas. Observé el manto negro del sacerdote
ondear delante de mí, y su voz se elevó por encima de los demás
mientras roció el aceite caliente en mi espalda. Los artesanos la frotaron
en sus diestros dedos sellando en las innumerables tradiciones de la
Casa de Morrighan, profundizando las promesas escritas sobre mi
espalda, anunciando los compromisos de hoy y garantizando todas sus
mañanas.
Ellos pueden tener esperanza, pensé con amargura mientras mi
mente veía a la legua el cambio, tratando de mantener el orden de las
tareas aún delante de mí, las escritas sólo en mi corazón y no un
pedazo de papel. Apenas escuché las declaraciones del sacerdote, un
canto monótono que habló a todos de sus necesidades y no de las mías.

Sólo tenía diecisiete años. ¿No tenía derecho a tener mis propios
sueños para el futuro?

—Y para Arabella Celestine Idris Jezelia, Primogénita de la Casa


de Morrighan, los frutos de su sacrificio y las bendiciones de...

El sacerdote parloteó sin cesar sobre las bendiciones y


sacramentos necesarios sin fin, alzando la voz, llenando la habitación, y
entonces cuando pensé que no podía aguantar más sus palabras
obstruyendo mis vías auditivas, se detuvo, y por un misericordioso
dulce momento, silencio resonó en mis oídos. Respiré otra vez, y luego
él dio la bendición final.

—Por los Reinos que se levantaron de las cenizas de los hombres


y están construidos en los huesos de la perdición, y a ello volveremos si
los Cielos lo quieren. —Él me levantó la barbilla con una mano, y con el
pulgar de la otra mano, manchó mi frente con cenizas.

—Así será para esta Primogénita de la Casa de Morrighan —


terminó la bendición mi madre, como era la tradición, y limpió las
cenizas con un paño humedecido en aceite.

Cerré los ojos y bajé la cabeza. Primogénita. Tanto una bendición


como una maldición. Y si la verdad era cierta, una farsa.

Mi madre descansó la mano en mí otra vez, su mano apoyada en


mi hombro, tal vez ofreciéndola como un gesto de consuelo, pero mi piel
picó por su toque. Su consuelo llegó demasiado tarde. El sacerdote
ofreció una última oración en la lengua materna de mi madre, una
oración de custodia que, curiosamente, no era tradicional, y luego ella
retiró la mano.

Más aceite se vertió, y un bajo tarareo de oraciones se hizo eco a


través de la cámara de piedra fría, el denso aroma de rosas impregnaba
el aire y en mis pulmones. Respiré profundamente. Sin querer, disfruté
de esta parte, de los aceites calientes y cálidas manos calmando la
tensión que habían estado creciendo dentro de mí durante semanas. La
calidez de terciopelo calmó el aguijón de ácido del limón mezclado con
colorante y la fragancia de flores momentáneamente me llevó a un
jardín escondido de verano donde nadie podía encontrarme. Si sólo
fuera así de fácil.

Una vez más, este paso fue declarado terminado, y los artesanos
se apartaron de su obra. Hubo un audible colectivo de suspiros
mientras los resultados finales sobre mi espalda fueron vistos.

Oí a alguien moverse más cerca.

—Me atrevo a decir que él no estará buscando sobre su espalda


con el resto de esa vista a su disposición. —Una risita corrió a través de
la habitación. Tía Bernette nunca fue alguien de contener sus palabras,
incluso con un sacerdote en la habitación y el protocolo en juego. Mi
padre afirmaba que conseguí mi lengua impulsiva de ella, aunque hoy
me habían advertido de controlarla.

Pauline me tomó del brazo y me ayudó a levantarme.

—Su Alteza —dijo mientras me entregó una sábana suave para


envolverla alrededor de mí, cubriendo la poca dignidad que me
quedaba. Intercambiamos una mirada de complicidad rápida, lo que me
fortaleció, y entonces ella me guió hasta el espejo de cuerpo entero,
dándome un pequeño espejo de mano de plata para poder ver yo misma
los resultados también. Deslicé a un lado mi pelo y dejé caer la sábana
suficiente para exponer mi espalda baja.

Los otros esperaron en silencio por mi respuesta. Resistí a


quedarme boca abierta. No le daría a mi madre esa satisfacción, pero no
podía negar que mi boda kavah era exquisita. Efectivamente me quitó el
aliento. El feo símbolo del Reino de Dalbreck se había hecho
sorprendentemente hermoso, el león gruñendo en la espalda, los
intrincados diseños con gracia curvados en sus garras, las
serpenteantes vides de Morrighan tejidas con ágil elegancia,
derramadas en una V bajando por mi espalda hasta que los últimos
zarcillos delicados se aferraban y se arremolinaban en el hueco suave
de mi espina dorsal. El león era honrado y sin embargo, hábilmente
subyugado.

Se me hizo nudo en la garganta, y mis ojos picaron. Era un kavah


que podría haber amado... que podría haber estado orgullosa de llevar.
Tragué saliva y me imaginé al príncipe cuando los votos fueran
completados y el manto de bodas bajado, boquiabierto de asombro. El
sapo lujurioso. Pero agradecí a los artesanos su trabajo.
—Es perfecto. Le doy las gracias, y no tengo ninguna duda de que
el Reino de Dalbreck mantendrá a partir de hoy a los artesanos de
Morrighan en más alta estima. —Mi madre sonrió ante mi esfuerzo,
sabiendo que estas pocas palabras era duras para mí decirlas.

Y con eso, todo el mundo fue conducido lejos, los preparativos


restantes serían compartidos sólo con mis padres, y Pauline. Mi madre
trajo la bata de seda blanca del armario, un mero pedazo de tela tan
fina y fluida que se derretía sobre sus brazos. Para mí era una
formalidad inútil, porque cubría muy poco, siendo lo más transparente
y útil como las capas infinitas de tradición. El vestido vino después, la
espalda con la forma de la misma V con el fin de enmarcar el kavah,
honrando el reino del príncipe y presentar la nueva lealtad de su novia.

Mi madre apretó los cordones en la estructura oculta del vestido,


tirando de él por lo que el ajustado corpiño parecía aferrarse sin
esfuerzo a la cintura, incluso sin la tela extendiéndose por mi espalda.
Era una obra de ingeniería tan notable como el gran puente de Golgata,
tal vez más, y me pregunté si las costureras habían echado un poco de
magia en la tela y los hilos. Era mejor pensar en estos detalles que lo
que sucedería en una hora. Mi madre me volteó ceremoniosamente para
enfrentar el espejo.

A pesar de mi resentimiento, estaba hipnotizada. La verdad es


que era el vestido más hermoso que había visto. Increíblemente
elegante, el denso encaje Quiassé hecho por tejedoras locales era el
único adorno alrededor del profundo escote. Simple. El encaje fluyó en
una V por el corpiño para reflejar el corte de la parte trasera del vestido.
Me veía como alguien más en él, alguien más viejo y más sabio. Alguien
con un corazón puro que no tenía secretos. Alguien... no como yo.

Me alejé sin comentarios y miré por la ventana, el suave suspiro


de mi madre me siguió. A lo lejos, vi la solitaria torre roja de Golgata,
una única desmoronada ruina era todo lo que quedaba del puente una
vez masivo que se extendió por la gran entrada. Pronto, él también se
habría ido, tragado como el resto del gran puente. Incluso la misteriosa
magia de la ingeniería de los Ancianos no podía desafiar lo inevitable.
¿Por qué debería yo intentarlo? Mi estómago dio un vuelco, y cambié mi
mirada más cerca a la parte inferior de la colina, donde los vagones
avanzaban sobre la carretera muy por debajo de la ciudadela, en
dirección a la plaza del pueblo, tal vez cargados de frutos, o flores, o
barriles de vino de los viñedos Morrighan. Bellos carruajes tirados por
corceles enlazados corrían por el camino también.
Tal vez en uno de esos carruajes, mi hermano mayor, Walther, y
su joven esposa, Greta, se sentaban con los dedos entrelazados en su
camino a mi boda, apenas capaz de dejar de mirarse. Y tal vez mis otros
hermanos ya estaban en la plaza, mostrando sus sonrisas a las chicas
jóvenes que les hacían suspirar. Recordé haber visto a Regan, con ojos
soñadores y susurrando a la hija del cochero hace apenas unos días en
un pasillo oscuro, y a Bryn perdiendo el tiempo con una chica nueva
cada semana, incapaz de asentarse con una sola. Tres hermanos
mayores a los que adoraba, todos libres para enamorarse y casarse con
quienes quisieran. Las chicas libres a escoger también. Todo el mundo
libre, incluyendo Pauline, que tenía un novio que volvería a ella a fin de
mes.

—¿Cómo lo hiciste, madre? —pregunté, sin dejar de mirar los


carros que pasan por debajo—. ¿Cómo viajaste todo el camino desde
Gastineux para casarte con un sapo que no amas?

—Tu padre no es un sapo —dijo mi madre con severidad.

Me volví hacia ella.

—Un rey puede ser, pero un sapo, no obstante. ¿Me dices que
cuando te casaste con un extraño del doble de tu edad, uno creíste que
era un sapo?

Los ojos grises de mi madre descansaron tranquilamente en mí.

—No, no lo hice. Era mi destino y mi deber.

Un suspiro escapó de mi pecho.

—Porque eras una Primogénita.

El tema de la Primogénita era uno que mi madre siempre


inteligentemente me enseñó. Hoy en día, con sólo dos de nosotras
presente y sin otras distracciones, no podía dejar de darle importancia.
La vi tensarse, levantando la barbilla en buena forma real.

—Es un honor, Arabella.

—Pero yo no tengo el don de la Primogénita. No soy una Siarrah.


Dalbreck no tardará en descubrir que no soy el recurso que se supone
que sea. Esta boda es una farsa.
—El don puede venir con el tiempo —respondió con voz débil.

No discutí este punto. Se sabía que la mayoría de las


Primogénitas tuvieron su don por ser mujeres, y yo había sido una
mujer desde hace cuatro años. No había mostrado signos de cualquier
don. Mi madre se aferraba a falsas esperanzas. Me di la vuelta, mirando
por la ventana de nuevo.

—Incluso si no aparece —continuó mi madre—, la boda no es una


farsa. Esta unión es mucho más que un solo activo. El honor y el
privilegio de una Primogénita en una línea de sangre real es un regalo
en sí mismo. Lleva la historia y la tradición con ella. Eso es todo lo que
importa.

—¿Por qué una Primogénita? ¿Puedes estar segura de que el


regalo no se pasa a un hijo? ¿O a una Segunda Hija?

—Ha pasado, pero... no puede esperarse. Y no es tradicional.

¿Y es tradicional también perder el don? Esas palabras no dichas


colgaban nítidamente entre nosotras, pero ni siquiera yo podía herir a
mi madre con ellas. Mi padre no había consultado con ella en asuntos
de estado desde temprano en su matrimonio, pero yo había oído las
historias de antes, cuando su don era fuerte y lo que ella decía era
importante. Es decir, si algo de eso era cierto incluso. No estaba segura
de nada.

Tenía poca paciencia para tales galimatías. Me gustaban mis


palabras y razonamiento simple y directo. Y estaba tan cansada de oír
hablar de la tradición que estaba segura de que si la palabra era dicha
en voz alta una vez más, mi cabeza iba a explotar. Mi madre era de otra
época.

Oí su acercamiento y sentí sus cálidos brazos rodeándome. Mi


garganta se hinchó.

—Mi preciosa hija —susurró en mi oído—, si el don llega o no es


de poca importancia. No te preocupes. Es el día de tu boda.

Con un sapo. Yo había entrevisto al Rey de Dalbreck cuando vino


a aceptar el acuerdo, como si yo fuera un caballo dado en el comercio
para su hijo. El rey estaba tan decrépito y horrible como el dedo
artrítico de un anciano, lo suficiente para ser el padre de mi padre.
Encorvado y moviéndose lentamente, que necesitaba ayuda para subir
las escaleras a la Gran Sala. Incluso si el príncipe era una fracción de
su edad, él todavía sería un marchito, un petimetre sin dientes. La idea
de él tocándome, mucho menos...

Me estremecí al pensar en huesudas manos viejas acariciando mi


mejilla o arrugados labios encontrando los míos. Mantuve la mirada fija
por la ventana, pero no vi nada más allá del vidrio.

—¿Por qué no pude tener, al menos, un vistazo de él por primera


vez?

Los brazos de mi madre cayeron de mi alrededor.

—¿Inspeccionar a un príncipe? Nuestra relación con Dalbreck ya


es tenue en el mejor de los casos. ¿Nos habrías hecho insultar a su
reino con tal petición cuando Morrighan tiene la esperanza de crear una
alianza crucial?

—No soy un soldado en el ejército de mi Padre.

Mi madre se acercó, frotando mi mejilla y susurró—: Sí, cariño. Lo


eres.

Un temblor bailó por mi espalda.

Me dio un último apretón y retrocedió.

—Es la hora. Iré a coger el manto de boda de la cripta, —dijo, y se


marchó.

Crucé la habitación hasta mi guardarropa y abrí las puertas,


deslizándome al cajón inferior y levantando una bolsa de terciopelo
verde que contenía una pequeña daga enjoyada. Había sido un regalo
de mis hermanos en mi decimosexto cumpleaños, un regalo que nunca
se me permitía usar —al menos de forma abierta— pero la parte
posterior de la puerta de mi cámara de vestir atravesaba las escarbadas
marcas de mi práctica secreta. Agarré unas pocas pertenencias,
envolviéndolas en una camisola, y las até todas con una cinta para
asegurarlas.

Pauline volvió de vestirse, y le tendí el pequeño fardo.


—Me ocuparé de esto, —dijo, un revoltijo de nervios ante los
últimos minutos de preparación. Dejó la cámara justo cuando mi madre
volvió con el manto.

—¿Ocuparte de qué? —Preguntó mi madre.

—Le di unas pocas cosas que quiero llevar conmigo.

—Las pertenencias que necesitas fueron enviadas en baúles ayer,


—dijo ella mientras cruzaba la habitación hasta mi cama.

—Había unas pocas que olvidamos.

Ella sacudió la cabeza, recordándome que había una preciosa


pequeña cabina en el carruaje y que el viaje a Dalbreck era largo.

—Me las arreglaré, —respondí.

Con cuidado puso el manto sobre mi cama. Había sido limpiado


al vapor y colgado en la cripta por lo que ni los pliegues ni arrugas
mancillarían su belleza. Deslicé los dedos a lo largo del tejido de
terciopelo. El azul era tan oscuro como la medianoche, y los rubíes, las
turmalinas, y zafiros rodeando los bordes eran sus estrellas. Las joyas
probarían su utilidad. Era tradición que el manto debería ser situado en
los hombros de la esposa por ambos padres, y sin embargo mi madre
había regresado sola.

—¿Dónde está…? —Comencé a preguntar, pero entonces escuché


un ejército de pasos haciendo eco en el pasillo. Mi corazón se hundió
más abajo de lo que ya estaba. No estaba viniendo solo, incluso para
esto. Mi padre entró en la cámara flanqueado por Lord Viceregente a un
lado, el Canciller y el Erudito Real al otro, y varios subordinados de su
consejo desfilando sobre sus talones. Sabía que el Viceregente era el
único en hacer su trabajo —me había llevado a un lado en breve
después de que los documentos fuesen firmados y me dijo que él solo
había contra argumentado en contra del matrimonio— pero
básicamente era un hombre regido del deber como el resto de ellos. En
especial me disgustaban el Erudito y el Canciller, de lo que ambos eran
muy conscientes, pero sentía un poco de culpa por eso, desde que supe
que el sentimiento era mutuo. Mi piel se metía debajo de cualquier
lugar cercano a ellos, como si acabase de atravesar un campo de plaga
absorbedora de sangre. Ellos, más que cualquiera, probablemente
estaban contentos de deshacerse de mí.
Mi padre se acercó, me besó ambas mejillas, y dio un paso atrás
para mirarme, finalmente soltando un cordial suspiro.

—Tan bella como tu madre el día de nuestra boda.

Me preguntaba si la habitual reproducción de emociones era para


el beneficio de aquellos que miraban dentro. Raramente veía un
momento de afecto pasar entre mi madre y mi padre, pero entonces en
un breve segundo vi sus ojos levantarse de mí hasta ella y permanecer
ahí. Mi madre le devolvió la mirada, y me pregunté lo que pasó entre
ellos. ¿Amor? ¿O arrepentimiento ante el amor perdido y lo que podría
haber sido? La incertidumbre solo llenó un extraño agujero en mí, y
cientos de preguntas saltaron a mis labios, pero con el Canciller y el
Erudito y el impaciente séquito esperando, estuve decidida a
preguntárselo a cualquiera de ellos. Tal vez ese era el propósito de mi
padre.

El Cronometrador, un hombre regordete con ojos saltones, saco


su siempre presente reloj de bolsillo. Él y los otros escoltaron a mi
padre como si fueran los únicos que regían el reino en lugar de otra
forma.

—Estamos carentes de tiempo, Su Majestad, —recordó a mi


padre.

El Viceregente me dio una mirada simpática pero solo asintió en


acuerdo.

—No queremos hacer esperar a la familia real de Dalbreck en esta


crucial ocasión. Como bien sabe, Su Majestad, no sería bien recibido.

El hechizo y la mirada se rompieron. Mi madre y mi padre


levantaron el manto y lo situaron sobre mis hombros, asegurando el
broche en mi cuello, y después mi padre sólo levantó la capucha sobre
mi cabeza y de nuevo me besó cada mejilla, pero esta vez con mucha
más reserva, solo cumpliendo el protocolo.

—Sirve al Reino de Morrighan bien este día, Arabella.

Lia.

Él odiaba el nombre Jezelia porque no tenía precedente en el


linaje real, ni precedente en ningún otro lugar, había argumentado, pero
mi madre había insistido en ello una vez sin explanación. En este punto
había permanecido firme. Probablemente era la última vez que mi padre
concedió algo ante sus deseos. Nunca habría sabido eso si no fuese por
Tía Bernette, e incluso ella andaba con cuidado conmigo ante ese tema,
todavía espina punzante entre mis padres.

Busqué su cara. El leve rastro de cariño de hace un momento se


fue, sus pensamientos moviéndose ya sobre las cuestiones de estado,
pero sostuve su mirada, esperando más. No había nada. Levanté la
barbilla, permaneciendo más alta.

—Sí, serviré al reino bien, como debo, Su Majestad. Soy después


de todo, un soldado en su ejército.

Él frunció el ceño y miró escépticamente a mi madre. La cabeza


de ella se levantó con suavidad, en silencio desmintiendo el hecho. Mi
padre, siempre primero rey y después padre, estuvo satisfecho al
ignorar mi remarque, porque como siempre, otras cuestiones
presionaban. Se dio la vuelta y alejó con el séquito, diciendo que me
vería en el monasterio, su deber conmigo ahora cumplido. Deber. Esa
era una palabra que odiaba tanto como tradición.

—¿Estás lista? —Preguntó mi madre cuando los otros hubieron


dejado la habitación.

Asentí.

—Pero tengo que atender una necesidad personal antes de


marcharnos. Te encontraré en el pasillo inferior.

—Puedo…

—Por favor, Madre… —Mi voz se rompió por primera vez—. Solo
necesito unos minutos.

Mi madre cedió, y escuché el solitario eco de sus pasos mientras


se retiraba por el pasillo.

—¿Pauline? —Susurré, golpeándome las mejillas.

Pauline entró en mi habitación a través de la cámara de vestir.


Nos miramos la una a la otra, sin palabras necesarias, claramente
comprensible lo que yacía ante nosotras, cada detalle del día ya forzado
con mucho interminables noches largas sin dormir.
—Todavía hay tiempo para que cambies de opinión. ¿Estás
segura? —Preguntó Pauline, dándome una última oportunidad para
retirarme.

¿Segura? Mi pecho se apretó con dolor, un dolor tan profundo y


real que me preguntaba si los corazones en verdad eran capaces de
romperse. ¿O era el miedo que me agujereaba? Presioné la mano fuerte
contra mi pecho, intentando suavizar la apuñalada que sentí ahí. Tal
vez este era el punto de partir.

—No hay vuelta atrás. La elección fue hecha por mí, —respondí—.
Desde este momento, este es el destino con el que tendré que vivir, para
bien o para mal.

—Ruego que para bien, amiga mía, —dijo Pauline, asintiendo en


comprensión. Y con eso, nos apresuramos a bajar el vacío corredor
arqueado hacia la parte trasera de la ciudadela y luego a bajar la oscura
escalera de los sirvientes. No pasamos a nadie –todos estaban ocupado
con las preparaciones en el monasterio o esperando en la parte
delantera de la ciudadela a la procesión real en la plaza.

Emergimos a través de una pequeña puerta con diminutas


bisagras negras cegando por la luz del sol, el viento golpeando nuestro
vestidos y arrojando atrás mi capucha. Visualicé la puerta de la
fortaleza que solo se usaba para las cazas y salidas discretas, ya abierta
como se ordenó. Pauline me condujo a través de un enlodado prado
hasta la sombreada pared escondida de una cochera donde un chico del
establo con los ojos abiertos esperaba con dos caballos ensillados. Sus
ojos se ampliaron imposiblemente más mientras me acercaba.

—Su Alteza, ya tiene el carruaje preparado para usted, —dijo,


tropezando con las palabras mientras salían—. Está aguardando en las
escaleras del frente de la ciudadela. Si usted…

—Los planes han cambiado, —dije con firmeza, y recogí mi vestido


en grandes montones como pude para conseguir un punto de apoyo en
el estribo. La boca del chico con pelo de baja se abrió mientras miraba
mi una vez inmaculado, el dobladillo ya embadurnado con lodo, ahora
manchándome las mangas y el corpiño de encaje, y peor, el enjoyado
manto de boda de los Morrighan.

—Pero...
—¡Deprisa! ¡Una mano en alto! —Espeté, tomando las riendas de
él.

Él obedeció, ayudando a Pauline en manera similar.

—¿Qué diablos…?

No escuché lo demás que dijo, los cascos al galope estampando


contra todos los argumentos del pasado y el presente. Con Pauline a mi
lado, en un rápido acto que nunca podría ser desecho, un acto que
terminaría miles de sueños pero que daba nacimiento a uno, salí
huyendo por la cubierta del bosque y nunca miré atrás.
Por temor a que repitamos la historia,
las historias deberán ser pasadas
de padre a hijo, de madre a hija
pero con nada más que una generación,
la historia y la verdad están perdidas para siempre.

—Libro de Textos Sagrados de Morrighan, Vol.III


Capítulo 2
Traducido por Ale Westfall
Corregido por katiliz94

Gritamos. Gritamos con todo el poder de nuestros pulmones,


sabiendo que el viento, las colinas, y la distancia nos quitarían la
aprensión a la libertad de cualquier oído que pudiera escuchar.
Gritamos con vertiginoso abandono y con una necesidad primaria de
creer en nuestra travesía. Si no creíamos, el miedo nos domaría. Ya lo
sentía acechando en mi espalda mientras empujaba con más fuerza.

Nos dirigimos hacia el norte, conscientes de que el mozo de


cuadra nos observaría hasta que desapareciésemos en el bosque.
Cuando estuvimos bien dentro de su cubierta, encontramos el arroyo
que yo había visto en las cacerías con mis hermanos y doblamos hacia
la parte trasera del riachuelo, caminando en el arroyo poco profundo
hasta que encontramos un terraplén rocoso en el otro lado a utilizar
para nuestra salida, sin dejar huellas o rastro detrás de nosotros que
otros pudiesen seguir.

Una vez que llegamos a terreno firme de nuevo, no paramos y


montamos como si un monstruo nos persiguiese. Montamos y
montamos, siguiendo un camino poco utilizado escondido por los
densos pinos, que nos daría refugio si necesitábamos escondernos en
forma rápida. A veces estábamos mareadas de la risa, a veces las
lágrimas corrían hacia atrás a través de nuestras mejillas, empujadas
por nuestra velocidad, pero la mayoría de las veces, nos quedamos en
silencio, sin poder creer realmente lo que habíamos hecho.

Después de una hora, no estaba segura de qué dolía más, mis


muslos, mis pantorrillas acalambradas, o mi trasero magullado, todos
estos no acostumbrados a algo más que un rígido paso real debido a
que estos últimos meses mi padre no lo permitió más. Mis dedos
estaban entumecidos a causa del agarre de las riendas, pero Pauline no
se detuvo, por lo que yo tampoco no lo hice.
Mi vestido se agrupaba detrás de mí, ahora uniéndome a una vida
de incertidumbre, pero que asustaba mucho menos que la vida
asegurada que habría enfrentado. Esta vida era un sueño de mi propia
creación, una donde mi imaginación era mi único límite. Era una vida
que sólo yo controlaba.

Perdí la noción del tiempo, el ritmo de los cascos era la única cosa
que importaba, cada paso ensanchando la distancia. Finalmente, casi al
unísono, nuestros relucientes Ravians castaños resoplaron y se
desaceleraron por su propia voluntad, como si un mensaje secreto se
había hablado entre ellos. Los Ravians eran el orgullo de los establos de
Morrighan, y éstos nos habían dado todo lo que valían. Miré a lo poco
del oeste que pude ver por encima de las copas de los árboles. Todavía
había por lo menos tres horas de luz del día. No podíamos parar
todavía. Viajamos a un ritmo más lento, y, finalmente, cuando el sol
desapareció detrás de la Cordillera Andeluchi, buscamos un lugar
seguro para acampar para pasar la noche.

Escuché con atención mientras dirigimos los caballos a través de


los árboles y exploramos en busca de lo que podría ser un refugio
probable. Mi cuello se erizó cuando el repentino graznido lejano de aves
resonó por el bosque como una advertencia. Nos encontramos con las
ruinas derrumbadas de los Ancianos, paredes parciales y pilares que
ahora eran más bosques que civilización. Estaban llenos de musgo y
liquen verde, que era probablemente la única cosa que sostenía los
restos en posición vertical. Tal vez las ruinas modestas fueron una vez
parte de un templo glorioso, pero ahora los helechos y las enredaderas
las reclamaban para la tierra. Pauline besó el dorso de su mano como
bendición y protección de los espíritus que podrían persistir y chasqueó
las riendas para apresurarse a pasar. No besé a mi mano, ni me
apresuré a pasar, pero en cambio examiné las verdes ruinas de otro
tiempo con curiosidad, como siempre lo hacía, y me pregunté por las
personas que los habían creado.

Finalmente llegamos a un pequeño claro. Con un último rayo de


luz, y las dos encorvadas en nuestras sillas de montar, nos pusimos de
acuerdo en silencio que este era el lugar para acampar.

Todo lo que quería hacer era colapsar en la hierba y dormir hasta


la mañana, pero los caballos estaban demasiado cansados y todavía
merecían nuestra atención, ya que eran nuestra única manera de
escapar.
Removimos las sillas de montar, dejándolas caer con un brusco
ruido metálico al suelo porque no teníamos fuerza para más, entonces
sacamos las mantas húmedas y las colgamos en una rama para
secarlas. Dimos una palmada en los traseros de los animales, y ellos se
fueron directamente al arroyo para beber.

Pauline y yo nos derrumbamos juntas, a la vez demasiado


cansadas para comer, aunque ninguna de nosotras había comido en
todo el día. Esta mañana habíamos estado demasiado nerviosas sobre
nuestros planes clandestinos para siquiera comer adecuadamente.
Aunque había considerado huir durante semanas, había sido
impensable, incluso para mí, hasta anoche en mi fiesta de despedida
con mi familia en Aldrid Hall. Fue entonces cuando todo cambió y lo
impensable de repente pareció ser mi única opción posible. Cuando los
brindis y las risas llenaron la habitación, y me estuve ahogando bajo el
peso de la juerga y las sonrisas satisfechas del gabinete, mis ojos se
encontraron con los de Pauline. Estaba de pie esperando en la pared del
fondo con los demás asistentes. Cuando negué con la cabeza, ella lo
supo. No podía hacerlo. Asintió con la cabeza a cambio.

Fue un intercambio silencioso que nadie más percibió, pero más


tarde esa tarde cuando todos se hubieron retirado, ella volvió a mi
recamara y los planes se vertieron entre las dos. Había tan poco tiempo
y tanto por preparar, y casi todo dependía de conseguir dos caballos
ensillados sin el más sabio. Al amanecer, Pauline rodeó el Establo del
Maestro, quien estaba ocupado preparando equipos para la procesión
real, y habló silenciosamente con el chico más joven del establo, un
inexperimentado chaval que estaría intimidado ante la directa petición
de la corte de la reina. Hasta aquí, nuestros apresurados planes
arreglados habían funcionado.

Sin embargo estábamos demasiado cansadas para comer, cuando


el sol bajó y la luz se hizo más tenue, nuestro cansancio dio paso al
miedo. Buscamos leña para mantener apartadas a las criaturas que
acechaban en el bosque a una distancia segura de nosotras, o al menos
que nos permitiese ver sus dientes antes de que nos devorasen. La
oscuridad vino con rapidez y enmascaró todo el mundo más allá del
titilante círculo calentando nuestros pies. Observé las llamas lamer el
aire frente a nosotras, escuché los crujidos, los siseos, y el susurro de
los árboles. Esos eran los únicos sonidos, pero esperamos escuchar
más.

—¿Crees que hay osos? —Preguntó Pauline.


—Con mucha certeza. —Pero mi mente ya había optado por los
tigres. Había enfrentado a uno cara a cara cuando solo tenía diez años,
tan cerca que sentí su aliento, su gruñido, su sáliva, su inmensidad
interna por engullirme. Había esperado morir. El por qué no me había
atacado al instante no lo sabía, pero un distante disparo de mi hermano
buscándome fue todo lo que me salvó la vida. El animal desapareció en
el bosque con tanta rapidez como había llegado. Nadie me creyó cuando
se lo conté. Había denuncias de los tigres en el Cam Lanteux, pero sus
números eran pocos.

Morrighan no era su habitad natural. Los brillantes ojos amarillos


de la bestia todavía acechaban mis sueños. Miré las llamas pasar en la
oscuridad, a donde mi daga todavía estaba dentro de la alforja, solo
unos pasos fuera de nuestro seguro círculo de luz. Que tonta era al
pensar en eso solo ahora.

—O peor que osos, podría haber barbaros —dije con simulado


terror en la voz, intentando aligerar nuestros estados de ánimo.

Los ojos de Pauline se ampliaron, aunque una sonrisa se


reprodujo detrás de ellos.

—He oído que se alimentaban como conejos y que arrancaban las


cabezas de los animales pequeños.

—Y solo hablan en gruñidos. —Había oído las historias también.


Al regreso los soldados contaban las historias de sus patrullas sobre las
formas brutales de los bárbaros y sus números crecientes. Era sólo
gracias a ellos que la antigua animosidad entre Morrighan y Dalbreck
había sido puesta a un lado y una difícil alianza se inició, a mi costo.
Un gran reino feroz al otro lado del continente con una creciente
población y el rumor de expandir sus fronteras era más una amenaza
que un reino vecino poco civilizado que era, al menos, descendiente del
Remanente elegido. Juntas, las fuerzas combinadas de Morrighan y
Dalbreck podrían ser grandes, pero separadas eran miserablemente
vulnerables. Sólo el Río Grande y el Cam Lanteux contenían a los
bárbaros. Pauline lanzó otra rama seca al fuego.

—Estás dotada para los idiomas, no deberías tener problemas con


los gruñidos de los bárbaros. Así es como habla la mitad de la corte del
rey.

Rompimos a reír, imitando los gruñidos del Canciller y los


suspiros altivos del Erudito.
—¿Alguna vez has visto uno? —preguntó.

—¿Yo? ¿Ver un bárbaro? Me han mantenido encerrada estos


últimos años, casi no he visto nada. —Mis días libres de vagar por las
colinas y perseguir a mis hermanos terminaron abruptamente cuando
mis padres decidieron que estaba empezando a parecerme a una mujer
por lo que también debía comportarme como tal. Me arrebataron las
libertades que compartí con Walther, Regan, y Bryn, como explorar las
ruinas en el bosque, correr en los caballos por los prados, cazar
animales pequeños, y meternos en una buena cantidad de problemas. A
medida que íbamos creciendo, a sus travesuras se les restó
importancia, pero a las mías no, y sabía que a partir de ese punto se me
midió por un palo diferente a mis hermanos.

Después de que mis actividades fueran restringidas, desarrollé


una habilidad especial para pasar desapercibida, como lo hice hoy. No
es una habilidad que mis padres hubiesen apreciado, aunque yo estaba
muy orgullosa de ello. El Erudito sospechaba de mis divagaciones y
ponía trampas débiles, las cuales evitaba con facilidad. Sabía que yo
había buscado en la antigua sala de texto, lo que estaba prohibido, los
textos supuestamente demasiado delicados para unas manos
descuidadas como las mías. Pero en ese entonces, a pesar de que me
las había arreglado para escapar de los confines de la ciudadela, no
había realmente ningún lugar donde ir. Todo el mundo en Civica sabía
quién era yo, y los rumores, sin duda habrían llegado a mis padres.
Como resultado, mis escapes en su mayoría se habían limitado a
incursiones nocturnas ocasionales a las salas para juegos de cartas o
dados con mis hermanos y sus amigos de confianza que sabían cómo
mantener la boca cerrada acerca de la hermana pequeña de Walther,
quien incluso podría haber sido comprensivo con mi situación. Mis
hermanos siempre habían disfrutado de la mirada de sorpresa en los
rostros de sus amigos cuando los provocaba, así como cuando se las
quitaba. Se hablaban palabras y temas sin importar mi género o título,
y esos escandalosos cotilleos me educaron de manera que un tutor real
nunca podría.

Me protegí los ojos con la mano como si estuviera mirando en la


oscuridad del bosque en busca de los bárbaros.

—Le daría la bienvenida a la distracción de un salvaje en estos


momentos. ¡Mostraos, Bárbaros! —grité. No hubo respuesta—. Creo los
asusté.
Pauline se rió, pero nuestra valentía nerviosa flotaba en el aire
entre nosotras. Las dos sabíamos que había habido avistamientos
ocasionales de pequeñas bandas de bárbaros en el bosque, cruzando
desde Venda en los territorios prohibidos del Cam Lanteux. A veces
incluso ellos se aventuraban con audacia en los reinos de Morrighan y
Dalbreck, desapareciendo tan fácilmente como lobos cuando eran
perseguidos. Por ahora, todavía estábamos demasiado cerca del corazón
de Morrighan para estar preocupadas por ellos. Eso esperaba. Era más
probable que nos encontrásemos con vagabundos, o nómadas que a
veces se perdían en el Cam Lanteux. Nunca había visto a ninguno, pero
había oído hablar de sus modos inusuales. Montaban en sus vagones
de colores para comerciar baratijas, comprar suministros, vender sus
pociones misteriosas, o, a veces para tocar música por una moneda o
dos, pero aun así, ellos no eran los que más me preocupaban. Mis
mayores preocupaciones eran mi padre y que había traído a Pauline.
Había tantas cosas que no habían tenido tiempo de discutir anoche.

La observé mientras ella distraídamente miraba el fuego,


añadiendo leña cuando era necesario. Pauline era ingeniosa, pero sabía
que no tenía miedo, y eso hizo que su valor hoy fuera mucho más
grande que el mío. Ella tenía todas las de perder por lo que habíamos
hecho. Yo tenía todas las de ganar.

—Lo siento, Pauline. ¡Qué enredo que he hecho en ti!

Ella se encogió de hombros.

—Iba a irme de todos modos. Te lo dije.

—Pero no así. Podrías haberte ido en circunstancias mucho más


favorables.

Ella sonrió, incapaz de estar en desacuerdo.

—Tal vez. —Su sonrisa se desvaneció lentamente, sus ojos


mirando fijamente mi rostro—. Pero nunca podría haberme quedado por
tal importante razón. No siempre podemos esperar el momento perfecto.

No merecía una amiga como ella. Me dolía por la compasión que


ella me había mostrado.

—Seremos atrapadas, —dije—. Habrá una recompensa por mi


cabeza. —Esto era algo de lo que no habíamos hablado en las primeras
horas de la mañana.
Ella apartó la mirada y sacudió la cabeza vigorosamente.

—No, no por tu propio padre.

Suspiré, abrazando mis espinillas más cerca y mirando las brasas


cerca de mis pies.

—Sobre todo por mi padre. He cometido un acto de traición a la


patria, lo mismo que si un soldado de su ejército hubiera abandonado.
Y lo peor, le he humillado. He hecho que se vea débil. Su gabinete no le
permitirá olvidarlo. Tendrá que actuar.

Ella no podía estar en desacuerdo con esto tampoco. Desde el


momento en que tenía doce años, como miembro de la corte real, me
habían obligado a asistir y presenciar las ejecuciones de los traidores.
Era un hecho poco habitual, ya que los ahorcamientos públicos
demostraban un medio eficaz de disuasión, pero ambas sabíamos la
historia de la propia hermana de mi padre. Ella había muerto antes de
que yo naciera, cuando se lanzó desde la Torre Este. Su hijo había
desertado de su regimiento, y ella sabía que incluso el sobrino del rey
no se salvaría. No lo hizo. Él fue colgado al día siguiente, y ambos
fueron enterrados en desgracia en la misma tumba sin nombre.
Algunas líneas no podían cruzarse en Morrighan. La lealtad era una de
ellas.

Pauline frunció el ceño.

—Pero no eres un soldado, Lia. Eres su hija. No tuviste elección, y


significaba que no tuviste otra opción. Nadie debe ser obligado a casarse
con alguien que no ama. —Se echó hacia atrás, mirando las estrellas y
arrugando la nariz—. En especial, no con un viejo y feo príncipe.

Rompimos a reír de nuevo, y más que el aire que respiraba,


estaba agradecida por Pauline. Vimos las constelaciones titilantes
juntas, y ella me habló acerca de Mikael, las promesas que se habían
hecho el uno al otro, las cosas dulces que él susurró en su oído, y los
planes que habían hecho para cuando regresase de su última patrulla
con la Guardia Real a finales de este mes.

Vi el amor en sus ojos y el cambio en su voz cuando hablaba de


él. Me dijo lo mucho que lo echaba de menos, pero aseguró que la
encontraría porque él la conocía como nadie más en el mundo. Habían
hablado de Terravin durante incontables horas: de la vida que
construían allí y los niños que habrían de criar. Cuanto más hablaba,
más el dolor en mi interior crecía. Sólo tenía vagos y vacíos
pensamientos del futuro, la mayoría de lo que no quería, mientras que
Pauline tenía sueños de fantasía con personas reales y detalles reales.
Se había creado un futuro con alguien más.

Me preguntaba lo que sería tener a alguien que me conociera tan


bien, alguien que mirara directo en mi alma, alguien cuyo toque me
quitara los pensamientos de mi mente. Traté de imaginar a alguien que
tuviera hambre por las mismas cosas que las mías y que quisiera pasar
el resto de su vida conmigo, y no por cumplir un acuerdo sin amor en
papel.

Pauline me apretó la mano y se sentó, añadiendo más leña al


fuego.

—Tenemos que dormir un poco para viajar temprano.

Estaba en lo cierto. Teníamos por lo menos una semana de viaje


por delante de nosotras, en el supuesto que no nos perdiéramos.
Pauline no había estado en Terravin desde que era una niña y no estaba
segura del camino, y yo nunca había estado allí en absoluto, por lo que
sólo podríamos seguir sus instintos y confiar en la ayuda de los
extraños en el camino. Extendí una manta en el suelo para dormir y
sacudí las agujas del suelo del bosque de mi pelo.

Ella me miró con vacilación.

—¿Te importa si te digo las santas declaraciones primero? Las


diré en voz baja.

—Por supuesto que no, —dije en voz baja, tratando de mostrar un


mínimo de respeto por ella y sintiendo una punzada de culpa por no
obligarme a decirlas por mí misma. Pauline era fiel, mientras que era
evidente mi desdén por las tradiciones que había dictado mi futuro.

Ella se arrodilló y dijo las santas declaraciones con su voz


hipnótica, como los suaves acordes del arpa que resonaba en toda la
abadía. La miré, pensando cómo de tonto era el destino. Ella habría
hecho un papel de Primogénita de Morrighan mucho mejor, la hija que
mis padres hubieran querido, tranquila y de lengua discreta, paciente,
leal a las tradiciones antiguas, pura de corazón, perceptiva a lo no
dicho, más cerca de tener un don de lo que yo alguna vez estaría,
perfecta para una Primogénita en todos los sentidos.
Me recosté y escuché la historia que ella cantaba, la historia de la
Primogénita original con el don que los dioses le dieron para apartar el
Remanente elegido de la devastación y llevarlo a la seguridad y una
nueva tierra, dejando tras de sí un mundo devastado y la construcción
de una nueva una esperanza. En su dulce acento, la historia era
hermosa, redentora, convincente, y me perdí en su ritmo, perdida en la
profundidad de los bosques que nos rodeaban, perdida en el mundo que
había más allá, perdida en la magia de un tiempo pasado. En sus
tiernas notas, la historia contó el comienzo del universo. Casi podía le
hallé sentido.

Me quedé viendo el círculo de nubes por encima de los pinos,


distantes e intocables, brillantes y vivas, y un anhelo creció dentro de
mí para alcanzarlas y compartir su magia. Los árboles alcanzaron la
magia también, entonces se estremecieron al unísono como si un
ejército de fantasmas acabase de barrer sus ramas, un conocido mundo
entero justo fuera de mi alcance.

Pensé en todos mis ocultos momentos como una niña,


escabulléndome en el medio de la noche a la parte más tranquila de la
ciudadela, el techo, un lugar donde el ruido constante era callado y me
convertí en una de esas motas tranquilas conectadas al universo. Me
sentía cercana allí, a algo que no podía nombrar.

Si tan sólo pudiera alcanzar y tocar las estrellas, lo sabría todo. Me


gustaría entender.

¿Saber qué, cariño?

Esto, diría yo, presionando mi mano contra mi pecho. No tenía


palabras para describir el dolor dentro de mí.

No hay nada que saber, querida. Es sólo el frío de la noche. Mi


madre me recogería en sus brazos y me llevaría de vuelta a la cama.
Más tarde, cuando mis andanzas nocturnas no se detuvieron, ella
habría añadido una cerradura a la puerta de la azotea justo fuera de mi
alcance.

Pauline finalmente terminó, sus últimas palabras en un silencioso


susurro reverente. Así será para siempre.

—Para siempre, —me susurré a mí misma, preguntándome


cuánto tiempo era.
Ella se acurrucó en la manta junto a mí, y me saqué el manto de
bodas para abrigarnos. El repentino silencio hizo que los bosques
tomaran un gran paso más cerca, y nuestro círculo de luz se hizo más
pequeño.

Pauline rápidamente se quedó dormida, pero los acontecimientos


del día todavía se agitaban dentro de mí. No importaba que estuviese
agotada. Mis músculos cansados se crisparon, y mi mente saltaba de
un pensamiento al siguiente como un grillo desventurado esquivando
una estampida de pies.

Mi único consuelo mientras miraba hacia las estrellas


parpadeantes era que el príncipe de Dalbreck estaba probablemente
todavía despierto también, furiosamente llegando a casa por un camino
lleno de baches, sus viejos huesos doloridos con dolor en un incómodo
frío carro sin su joven novia calentándolo.
Capítulo 3
El Príncipe

Traducido por Yolismimi y katiliz94


Corregido por katiliz94

Aseguré la hebilla en mi mochila. Tenía suficiente para mí para


dos semanas, y el dinero suficiente en mi bolsa por si me tuviese que
tomar más tiempo. Seguramente habría una posada o dos a lo largo del
camino. Probablemente ella no habría llegado mucho más lejos que a
un día de la ciudadela.

—No puedo dejar que lo haga.

Sonreí a Sven.

—¿Cree que tiene elección?

Yo ya no era su joven pupilo a quien debía mantener fuera de


problemas. Era un hombre adulto, tenía dos centímetros y treinta libras
más que él, y la suficientemente frustración acumulada para ser un
enemigo formidable.

—Todavía está enfadado. Sólo han pasado unos días. Dele un


poco más.

—No estoy enfadado. Divertido quizás. Curioso.

Sven arrebató las riendas de mi caballo de mí, lo que le hizo


brincar.

—Está enfadado porque ella pensó en eso antes que usted.

A veces odiaba a Sven. Para alguien con cicatrices de batalla, era


demasiado perspicaz. Agarré las riendas.
—No estoy enfadado, solo sorprendido. Curioso, —le prometí.

—Ya lo ha dicho.

—Así que lo hice. —Puse la manta de la silla en la espalda de mi


caballo, deslizando hacia abajo la cruz y suavizando las arrugas.

Sven no vio nada divertido acerca de mi objetivo y continuó


presentando argumentos como la forma en que ajusté la silla de
montar. Apenas escuché alguno de ellos. Yo estaba pensando sólo en lo
bien que se sentiría estar lejos. Mi padre estaba mucho más lejos que
yo, alegando que era una afrenta deliberada. ¿Qué clase de rey no puede
controlar a su propia hija? Y esa fue una de sus respuestas más
razonadas.

Él y su gabinete ya estaban desplegando brigadas enteras a


guarniciones periféricas clave para fortalecerlos y hacer alarde en la
cara de Morrighan sobre qué fuerza tan decisiva era en realidad. La
difícil alianza se había derribado en su cabeza, pero peor que golpes de
pecho y teorías de conspiración del gabinete, eran las miradas tristes de
mi madre. Ella ya intento abordar el tema de la búsqueda de otra novia
en uno de los Reinos Menores, o incluso entre nuestra propia nobleza,
perdiendo el punto central de la unión en primer lugar.

Puse mi pie en el estribo y monté en la silla. Mi caballo resopló y


pisoteó, tan ansioso como por marcharnos.

—¡Espere! —Dijo Sven, entrando en mi camino, un movimiento


tonto para alguien con su considerable conocimiento sobre caballos –
especialmente los míos. Él se contuvo y se movió a un lado—. Ni
siquiera sabe hacia dónde escapó. ¿Cómo va a encontrarla?

Levanté las cejas.

—No tienes confianza en mis habilidades, Sven. Recuerda, he


aprendido de los mejores.

Casi podía verlo maldiciéndome. Siempre me había restregado en


la cara cuando no le ponía atención, pellizcaba mis oídos cuando yo
todavía era dos cabezas más bajo que él, recordándome que tuve el
mejor maestro y que no debería malgastar su valioso tiempo. Por
supuesto, los dos sabíamos la ironía de eso. Estaba en lo cierto. Yo
tenía lo mejor. Sven me enseñó bien. Le fui entregado como aprendiz a
los ocho años, convertido en cadete a las doce, di mi palabra a los
catorce años, y fui un soldado completamente distinguido a los dieciséis
años. Había pasado más años bajo la tutela de Sven de los que lo hice
con mis propios padres. Yo era un soldado consumado, debido en gran
parte a él, sobresaliendo en todo mi entrenamiento, lo cual sólo lo hacía
aún más mordaz. Probablemente yo era el soldado más inexperto en la
historia.

Las lecciones de Sven habían incluido ejercicios sobre la historia


de la Milicia del Reino —los logros de este antepasado o aquel— y había
muchos. La familia real de Dalbreck siempre había tenido credenciales
militares, incluyendo a mi padre.

Se levantó legítimamente al rango de general, mientras que su


padre todavía estaba sentado en el trono, pero solo porque yo era el
único heredero del único heredero, mi servicio de soldado había sido
muy limitado. Ni siquiera tenía un primo que me reemplazase. Monté
con compañía, pero nunca se me permitió ir al frente, el calor de la
batalla se había enfriado ya para el tiempo que yo fui llevado al campo
de batalla, y aun así me rodeaban con los escuadrones más amplios
para resistir los ataques.

Para compensar, Sven siempre me había dado dosis dobles de los


trabajos más sucios y más humildes de nuestra escuadra para sofocar
cualquier rumor acerca de mi estatus favorecido, desde limpiar los
establos, a lustrar sus botas, a la carga y transporte de los muertos
fuera del campo. Yo nunca había visto el resentimiento en los rostros de
mis compañeros soldados, o escucharlo de sus labios, pero si había
visto un montón de piedad. Un soldado inexperto, no importa cuán
hábilmente entrenase, no era soldado del todo.

Sven montó en su caballo y cabalgó junto a mí. Sabía que no iba


a venir lejos. Por mucho que bramase sobre mis planes —porque estaba
obligado por el deber de hacer precisamente eso— también estaba
obligado por el fuerte vínculo que habíamos forjado a través de nuestros
años juntos.

—¿Cómo voy a saber dónde está usted?

—No lo harás. Ahora, eso es una idea, ¿no es así?

—Y ¿qué le diré a sus padres?


—Diles que he salido en busca de hospedaje para quedarme
durante el verano. A ellos debería gustarles eso. Un agradable refugio
seguro.

—¿Todo el verano?

—Ya lo veremos.

—Algo podría ocurrir.

—Sí, podría. Espero que ocurra. No estás haciendo tu situación


nada mejor, ¿lo sabes?

Le observé desde el resquicio del ojo, supervisando mis cosas, una


señal de que en verdad estaba resignado por mi punto de fuga hacia lo
desconocido. Si no fuere el heredero al trono, habría cedido sin un
segundo pensamiento. Sabía que me había preparado para lo peor y lo
inesperado. Mis habilidades, al menos en los ejercicios de
entrenamiento, habían sido bien probadas. Gruñó, señalando su
reluctante aprobación. Por delante había un estrecho barranco por
donde dos caballos no podrían caminar más juntos, y sabía que ese
sería su punto de partida. El día ya se estaba agotando.

—¿La enfrentará?

—No. Probablemente ni siquiera la dejaré hablar.

—Bien, mejor que no lo haga. Si lo hace, cuide sus R y L. eso


marcará su región.

—Ya anotado, —dije para asegurarle que había pensado en todo,


pero ese detalle se me había escapado.

—Si necesita algo para enviarme un mensaje, escriba en la


antigua lengua en caso de que sea interceptado.

—No te enviaré ningún mensaje.

—Sea lo que sea lo que haga, no le diga quién es. Un líder del
estado de Dalbreck interviniendo en tierra de Morrighan podría ser
interpretado como un acto de guerra.

—Me culpa por mi padre, Sven. No soy el líder del estado.


—Usted es el heredero al trono y el representante de su padre. No
empeore las cosas para Dalbreck o sus fieles soldados.

Montamos en silencio.

¿Por qué estaba yendo? ¿Cuál era el punto si no iba a traerla de


regreso o siquiera hablarla? Sabía que esas ideas estaban dando vueltas
en la cabeza de Sven, pero eso no era lo que él imaginaba. No estaba
enfadado porque ella hubiese pensando en escapar antes que yo. Lo
había pensado hace mucho tiempo, cuando el matrimonio fue
propuesto en primer lugar por mi padre, pero él me había convencido de
que la unión era por el bien de Dalbreck y que todos lo verían de otra
manera si elegía tomar una amante después del matrimonio. Estaba
enfadado porque ella había tenido el coraje para hacer lo que yo no
hice. ¿Quién era la chica que metió la nariz entre los dos reinos e hizo lo
que le complació? Quería saberlo.

Cuando nos acercamos al barranco, Sven rompió el silencio.

—Es la nota, ¿verdad?

Un mes antes de la boda, Sven había enviado una nota para mí


de la princesa. Una nota secreta. Todavía estaba sellada cuando Sven
me la tendió. Sus ojos nunca habían visto los contenidos. Yo la había
leído e ignorado. Probablemente no debería haberlo hecho.

—No, no voy a ir debido a una nota. —Di un leve tirón a las


riendas y me detuve, girando para mirarle—. Lo sabes, Sven, esto no es
en realidad por la Princesa Arabella.

Él asintió. Esto había pasado mucho tiempo aproximándose. Él


extendió la mano, me golpeó el hombro y después giró el caballo negro
hacia Dalbreck sin otra palabra. Continué por el barranco, pero
después de unas pocas millas, cogí el abrigo y saqué la nota del bolsillo
interior. Miré las apresuradas letras garabateadas. No exactamente una
carta real.

Me gustaría verle antes del día de nuestra boda.

Metí la nota en el bolsillo.

Al igual que ella haría.


Hay una autentica historia
y un auténtico futuro.
Escucha bien,
el niño salido de la miseria
será el único que traiga la esperanza.
Del más débil vendrá la fuerza.
Del cazado vendrá la libertad.

—Cantico de Venda
Capítulo 4
El Asesino

Traducido por katiliz94


Corregido por Pily

Con mucho gusto lo haría, pero he de volver a mis tareas en Venda.


Estarás dentro y fuera todo un día. Ella es la única de la realeza,
después de todo. Sabes como son. Y solo tiene diecisiete en este instante.
¿Cómo de difícil podría ser encontrarla?

Había sonreído ante la recapitulación de realeza de Komizar, pero


una respuesta no era necesaria. Ambos sabíamos que sería fácil. Una
presa asustada que no se preocupaba al dejar un desordenado rastro.
El Komizar había hecho mi trabajo muchas veces. Él era el que me
había entrenado.

Si será fácil, ¿por qué no puedo ir? Había reclamado Eben.

Este no es trabajo para ti, le había dicho yo. Eben era entusiasta
para probarse. Estaba calificado tanto con sus lenguajes como con el
cuchillo, y al ser pequeño y tener apenas doce años, podía pasar por un
niño, especialmente con sus apenados ojos marrones y el rostro de
querubín, lo cual tenía la ventaja de alejar sospechas. Pero había una
diferencia entre matar en una batalla y cortarle el cuello a una chica
mientras dormía. Él no estaba preparado para esto. Podría dudar
cuando viese sus ojos sorprendidos. Ese era el momento más difícil, y
no podía haber dudas. Ni segundas oportunidades. El Komizar había
dejado eso claro.

Una alianza entre Morrighan y Dalbreck podría hacer todos


nuestros esfuerzos inútiles. Incluso peor, se dice que la chica es una
Siarrah. Podríamos no creer en tal creencia mágica, pero otros lo hacen, y
eso podría incentivarles o hacer a nuestro pueblo temeroso. No podemos
darle una oportunidad. Su huida es la mala suerte de ellos y nuestra
buena fortuna. Deslizarse dentro, deslizarse fuera —tu especialidad. Y si
puedes hacerlo parecer como el trabajo de Dalbreck, mucho mejor. Sé que
cumplirás con tus deberes. Siempre lo haces.

Sí, siempre cumplo con mi deber. Avanzamos más en el camino


trifurcado, y Eben vio eso como su última oportunidad para retomar su
campaña.

—Aún no veo porque no debería ser el que va. Conozco el lenguaje


tan bien como tú.

—¿Y también todos los dialectos de Morrighan? —Cuestioné.

Antes de que él pudiese responder, Griz extendió el brazo y le


abofeteó en un lado de la cabeza. Eben, gritó, enviando una ronda de
carcajadas entre los otros hombres.

—¡El Komizar le quiere a él para hace la hazaña, no a ti! —gritó—.


¡Aparta llorón! —Eben estuvo en silencio durante el resto del camino.

Llegamos al punto donde nuestros caminos se separaban. Griz y


su banda de tres tenían sus propias habilidades especiales.
Entretejerían sus caminos por la porción más septentrional de
Morrighan, donde los reinos tenían concentradas de forma estúpida sus
fuerzas. Habían creado su propio estilo de caos. No tan sangriento como
el mío, pero igual de productivo. Sin embargo su trabajo llevaría
considerablemente mucho, lo cual significaba que tendría unas
“vacaciones,” como Griz describía, mientras les esperaba en un
campamento designado en el Cam Lanteux durante nuestro regreso a
Venda. Él sabía tan bien como yo que el Cam Lanteux no era para
vacaciones.

Observé como iban por su camino, Eben enfurruñando en bajo en


su silla.

No es un trabajo para ti.

¿Había estado así de impaciente por complacer al Komizar


cuando tuve su edad?

Sí.

Habían pasado un puñado de años, pero parecía que fue hace dos
vidas.
El Komizar ni siquiera era una docena de años mayor que yo,
difícilmente un hombre maduro cuando se convirtió en el gobernante de
Venda. Ahí fue cuando me tomó bajo su ala. Me salvó de la hambruna.
Me salvó de muchas cosas que había intentado olvidar. Me dio lo que
mi propio yo no tenía. Una oportunidad. Nunca he parado de pagárselo.
Hay algunas cosas que nunca puedes pagar.

Pero esto sería un comienzo, incluso para mí. No es que no


hubiese cortado gargantas en la oscuridad de la noche antes, pero esas
gargantas siempre habían pertenecido a soldados, traidores, o espías, y
sabía que sus muertes significaban que mis compañeros vivirían.
Incluso así, cada vez que mi cuchillo se deslizaba por una garganta, los
ojos sorprendidos robarían una parte de mi alma.

Habría abofeteado a Eben yo mismo si él hubiera traído el tema


de nuevo a colación. Él era demasiado joven para estar perdido.

Deslizarse dentro, deslizarse fuera. Y despues unas vacaciones.


Ellos pensaron en sí mismos
solo un paso más por debajo de los dioses,
orgullosos con su poder sobre el cielo y la tierra.
Se volvieron fuertes en conocimientos
pero débiles en sabiduría,
ansiando aún más y más poder,
rompiendo lo inerme.

—Libro de Textos Sagrados de Morrighan, Vol. IV


Capítulo 5
Traducido por Sandra289 y Nessied
Corregido por katiliz94

Terravin estaba a la vuelta de la siguiente curva —al menos eso


era lo que Pauline había dicho una docena de veces. Su emocionada
anticipación se volvió mía cuando reconoció los puntos de referencia.
Pasamos por un enorme árbol que tenía los nombres de los amantes
tallados en su corteza, después un poco más adelante, un semicírculo
de ruinas de mármol rechonchas que parecían dientes torcidos sueltos
en la boca de un hombre viejo, y finalmente en la distancia, una
cisterna azul brillante coronando una colina con una corte de bayas
rodeándola. Estas señales significaban que estábamos cerca.

Nos había llevado diez días llegar hasta aquí, pero lo habríamos
hecho antes si no hubiéramos pasado dos días para salir de nuestro
camino dejando pistas falsas en caso de que mi padre estuviera
rastreándonos.

Pauline se había horrorizado cuando lié el costoso vestido de boda


y lo lancé a un matorral de zarzamoras, pero estuvo positivamente
mortificada cuando usé mi daga para levantar las joyas de mi capa de
boda y luego envié los restos mutilados rio abajo atado a un tronco.
Hizo tres signos de penitencia hacia mí. Si mi capa fuera encontrada
por alguien que lo reconociera, esperaba la presunción de que me había
ahogado. Por deseo de las horribles noticias en mis padres yo debía
haber pagado la penitencia de mi cuenta, pero entonces recordé que no
sólo estaban dispuestos a mandar a su única hija a vivir con un
hombre que no amaba, sino que también a un reino en el que ni ellos
mismos confiaban. Tragué el nudo en mi garganta y no dije nada, pero
ya era hora de que el manto que mi madre, mi abuela, y sus madres
antes de ellas habían llevado, flotara lejos.

Utilizamos las joyas para el comercio de monedas en Luiseveque,


un pueblo grande a dos horas de camino cabalgando, tres zafiros azules
incluidos por el comerciante si olvidaba de dónde venían. Se sentía
deliciosamente malvado y emocionante comerciando de esa manera, y
tan pronto como estuvimos en el camino, nos echamos a reír por
nuestra audacia. El comerciante nos miraba como si fuéramos
ladrones, pero ya que la transacción estaba a su favor, no dijo nada.

Desde allí retrocedimos, y a pocos kilómetros más abajo del


camino, viajamos al este de nuevo. En las afueras de un pequeño
pueblo nos detuvimos en una granja y negociamos con el sorprendido
agricultor nuestros valiosos Ravians por tres asnos. También pusimos
una buena cantidad de monedas para más silencio.

Dos chicas llegando a Terravin en grandes corceles con la marca


distintiva de los establos Morrighan era seguro que llamara la atención,
y eso era algo que no podíamos permitir. No necesitábamos tres burros,
pero el granjero insistió en que el tercero se perdería sin los otros dos, y
por todas las cuentas, él tenía razón, ya que se arrastraba cerca sin ni
siquiera tirar de la cuerda. Otto, Nove y Dieci, el granjero les llamó.
Monté en Otto, el mayor de los tres, un compañero marrón grande con
un hocico blanco y larga mata de piel entre las orejas. Por ahora, la
ropa de montar estaba demasiado sucia por los cientos de kilómetros
que habíamos cubierto y las suaves botas de cuero tan apelmazadas de
barro, que éramos fáciles de ignorar. Nadie quiere mirar sobre nosotros
por mucho tiempo, y era justo de la manera que quería. No tendría
nada interfiriendo con el sueño de Terravin.

Sabía que estábamos cerca. Era algo sobre el aire, algo acerca de
la luz, algo que no podía nombrar, pero que se transmitía por mí como
una voz cálida. Casa. Casa. Insensato, lo sabía. Terravin nunca había
sido mi casa, pero tal vez podría serlo.

En este último tramo, mi instinto de repente saltó de miedo


cuando escuché otra cosa, un estruendo de cascos detrás de nosotras.
Qué me harán los rastreadores de mi padre es una cosa, pero que
podrían hacerle a Pauline es otra. Si nos sorprendían, ya había
planeado que les diría que había obligado a Pauline para que me
ayudara en contra de su voluntad. Pensé que tenía que convencer a
Pauline de atenerse a esa historia también, porque ella no diría nada
más que la verdad hasta la médula.

—¡No! ¡Mira! ¡Por los árboles! —Gritó Pauline, señalando en la


distancia—. ¡La franja azul! ¡Esa es la Bahía de Terravin!

Me esforcé, pero no podía ver nada excepto gruesas masas de


pino, un revuelto de pinos y colinas cubiertas de hierba marrón entre
ellas. Insté a Otto, como si tal cosa se pudiera hacer con un animal que
sólo conocía una velocidad. Luego, cuando doblamos la curva, no sólo
la bahía sino que todo el pueblo de pescadores de Terravin apareció a la
vista.

Era exactamente la joya que Pauline había descrito.

Mi estómago se apretó.

Un semicírculo de color aguamarina se balanceaba con barcos


rojos y amarillos, algunos con velas blancas hinchadas, con grandes
ruedas de remos combatiendo el agua detrás de ellos. Y otros salpicaron
un rastro de espuma cuando los remos caían a los lados. Todos eran
tan pequeños desde esa distancia que podrían haber sido los juguetes
de un niño. Pero yo sabía que la gente los tripulaba, los pescadores se
llaman el uno al otro, animando la captura de su día, el viento llevaba
sus voces, compartiendo sus victorias, respirando sus historias. En la
orilla, algunos de ellos se dirigían por el largo muelle con más barcos y
personas tan pequeños como hormigas moviéndose adelante y atrás,
arriba y abajo, ocupados con su trabajo. Entonces, tal vez lo más
hermoso de todo, rodeando la bahía había casas y tiendas que se
arrastraban por las colinas, cada una de un color diferente, azul
brillante, rojo cereza, naranja, lila, lima, un frutero gigante con la Bahía
de Terravin en su corazón, y finalmente franjas verdes oscuras de
bosque bajando por la colina manteniendo la joya multicolor en su
palma.

Ahora entendía por qué siempre había sido el sueño de Pauline


volver a su hogar de la infancia al que se había arraigado cuando su
madre murió. Había sido enviada a vivir con una tía lejana en el norte
del país y luego, cuando esa tía enfermó, fue mandada a otra tía que
ella ni siquiera conocía, la propia encargada de mi madre. La vida de
Pauline había sido una de residencia temporal, pero al final estaba de
vuelta en el lugar de sus raíces, su hogar. Era un lugar que sabía con
una mirada que podría ser mi hogar también, un lugar donde no existía
el peso de quien se suponía que debía ser. Mi alegría se balanceaba de
forma inesperada. Cómo me gustaría que mi hermano Bryn estuviera
aquí para ver esto conmigo. Le encantaba el mar.

La voz de Pauline finalmente rompió mis pensamientos.

—¿Ocurre algo? No has dicho ni una palabra. ¿Qué piensas?

La miré. Mis ojos ardían.


—Creo que... si nos damos prisa, podríamos ser capaces de tomar
un baño antes de la cena. —Golpeé el trasero de Otto—. ¡El primer
chapuzón!

Pauline no era menos, y con un grito salvaje y un golpe en las


costillas, consiguió que su burro corriera delante del mío.

Nuestra licencia imprudente fue comprobada cuando se convirtió


en el principal paso para moverse a través de la ciudad. Metimos
nuestro pelo en nuestras gorras y las empujamos hasta los ojos.
Terravin era pequeño y fuera de los caminos, pero no tan aislado por lo
que no podía ser un punto de parada para la Guardia Real —o un
rastreador. Pero incluso con la barbilla mantenida cerca de mi pecho,
tomé todo. ¡La maravilla! ¡Los sonidos! ¡Los olores! Incluso el estruendo
de los cascos de nuestros burros en las calles de tejas rojas sonando
como música. Era tan diferente de la Cívica en todos los sentidos.

Pasamos por una plaza a la sombra de una higuera gigante. Los


niños saltaban la comba bajo su enorme paraguas, y los músicos
tocaban una flauta y un bandoneón, llenando el aire con la melodía
alegre de la gente del pueblo que conversaba alrededor de pequeñas
mesas que bordeaban el perímetro.

Más lejos de la ciudad, la mercancía derramada en las tiendas de


las calzadas vecinas. Un arcoíris de pañuelos ondeaban en la brisa
fuera de una tienda, y en otra, cajas de dulces, berenjenas brillantes,
calabazas rayadas, hinojo de encaje, y nabos grasos de color rosa se
mostraban en ordenadas filas vibrantes. Incluso la tienda de baratijas
estaba pintada alegremente en azul turquesa. No se pueden encontrar
tonos apagados en ninguna parte de Civica. Aquí todo cantaba con
color.

Nadie nos miró. Nos hemos mezclado con otros que pasaban por
allí. Éramos dos trabajadores más en nuestro camino a casa después de
un largo día en los muelles, o tal vez extraños simplemente cansados en
busca de una acogedora posada. En nuestros pantalones y gorras,
probablemente nos veíamos como hombres escuálidos. Traté de
conservar la sonrisa cuando miré la ciudad que Pauline había descrito
tantas veces. Mi sonrisa se desvaneció cuando vi tres guardias reales
acercándose a caballo. Pauline los vio también y tiró de las riendas,
pero le susurró una orden silenciosa.

—Sigue adelante. Mantén la cabeza abajo.


Seguimos adelante, aunque no estaba segura de que ninguna de
nosotras respirase. Los soldados se reían entre sí, sus caballos
moviéndose a un ritmo pausado. Un carro conducido por otro soldado
pesadamente detrás de ellos.

Nunca miraron en nuestra dirección, y Pauline soltó un suspiro


de alivio después de su paso.

—Lo olvidé. Pescado seco y ahumado. Vienen una vez al mes al


puesto fronterizo del este por suministros, pero sobre todo por peces.

—¿Sólo una vez al mes? —susurré.

—Creo que sí.

—Entonces nuestro tiempo es bueno. No vamos a tener que


preocuparnos de nuevo por un tiempo. No es que me conozcan de todos
modos.

Pauline se tomó un momento para estudiarme y luego se pellizcó


la nariz.

—Nadie te debería conocer, excepto quizás los canallas de vuelta


a casa.

Como si fuera una señal, Otto se trabó en su comentario,


haciéndonos a las dos reír, y nos apresuramos hacia un baño caliente.

Contuve la respiración cuando Pauline llamó a la pequeña puerta


trasera de la posada. Inmediatamente se abrió, pero sólo una breve ola
del brazo de una mujer nos saludó mientras se alejaba y gritaba por
encima del hombro.

—¡Ponlo ahí! ¡En el bloque! —Ella ya estaba de vuelta a una


enorme chimenea de piedra, utilizando una paleta de madera para tirar
pan llano al horno. Pauline y yo no nos movimos, lo que finalmente
llamó la atención de la mujer—. Dije que…

Ella se volvió y frunció el ceño cuando nos vio.

—Umm. ¿No estáis aquí con mis peces, eh? Una pareja de
impostores, supongo. —Hizo un gesto a una cesta en la puerta—. Coged
una manzana y una galleta y poneos en camino. Regresad temprano y
os prepararé un estofado caliente. —Su atención ya estaba en otra
parte, y le gritó a alguien que la llamó desde la habitación del frente de
la posada. Un muchacho alto y desgarbado tropezó a través de una
antigua puerta con una tela de arpillera en sus brazos, un pez
meneando la cola—. ¡Loafhead! ¿Dónde está mi bacalao? ¿Voy a hacer
un guiso con este tan desagradable? —Ella agarró el pez de él de todos
modos, lo golpeó abajo en el bloque del carnicero, y con un corte
decisivo, golpeó su cabeza con un cuchillo. Supuse que el pez lo haría.

Así que esta era Berdi. La amita de Pauline. Su tía. No una tía de
sangre, pero la mujer que había dado a la madre de Pauline un trabajo
y un techo sobre su cabeza cuando su marido había muerto y la viuda
despojada tenía un pequeño bebé que alimentar.

El pescado estaba hábilmente destripado y deshuesado en


cuestión de segundos y se dejó caer en una caldera burbujeante.
Tirando de su delantal hasta limpiar sus manos, ella miró por encima
de nosotras, con una ceja levantada. Sopló la sal y pimienta enroscada
en su frente.

—¿Todavía estáis aquí? Pensé que dije…

Pauline se adelantó dos pasos y se sacó la gorra de la cabeza, de


modo que su pelo largo miel se desplomó alrededor de sus hombros.

—¿Amita?

Observé el expresivo rostro de la anciana quedarse en blanco. Dio


un paso más cerca, entrecerrando los ojos.

—¿Pollypie?

Pauline asintió.

Los brazos de berdi se abrieron, y abalanzó a Pauline en su seno.


Después de muchos abrazos y muchas frases a medio terminar, Pauline
finalmente se apartó y se volvió hacia mí.

—Y esta es mi amiga Lia. Me temo que las dos tenemos unos


pocos problemas.

Berdi puso los ojos en blanco y sonrió.

—No puede ser nada que un buen baño y comida caliente no


pueda arreglar.
Ella corrió hacia la puerta, empujándola y gritando órdenes.

—¡Gwyneth! Ve en cinco minutos. ¡Enzo te ayudará¡ —Ella ya se


estaba alejando antes de que la puerta se abriera y observase como,
para una mujer de unos cuantos años que llevaba una muestra
considerable de su propia cocina alrededor de su media sección, era
muy ágil con los pies. Oí un gemido débil a través de la puerta de la
habitación en frente junto con el ruido de los platos. Berdi lo ignoró.
Ella nos llevó por la puerta trasera de la cocina—. Aquél haragán, Es
Enzo, tiene potencial, pero es tan vago como de largo es el día. Se
parece a su padre de holgazán. Gwyneth y yo estamos trabajando en
ello. Él estará por aquí. La ayuda es difícil de conseguir.

La seguimos subiendo las escaleras de piedras derruidas,


excavadas de la colina detrás de la posada, y luego por un camino
sembrado de hoja a una cabaña en el campo oscuro que estaba a cierta
distancia. El bosque lo invadía justo detrás de él. Ella señaló un tonel
enorme que estaba elevado a fuego lento en una solera de ladrillo.

—Pero él es el que se las arregla para mantener el fuego para que


los huéspedes puedan tomar un baño caliento, y eso es lo primero que
ambas necesitáis.

A medida que nos acercábamos, oí el camino suave del agua


escondida en algún lugar del bosque detrás de la cabaña, y me acordé
del riachuelo que Pauline había descrito, los bancos donde ella había
jugado junto con su madre, saltando sobre las piedras a través de las
aguas tranquilas.

Berdi nos llevó a la cabaña, disculpándose por el polvo, y explicó


que el techo goteaba, y que ahora era utilizado sobre todo por el
desbordamiento, que era donde estábamos. La taberna estaba llena, y
la única alternativa era el granero. Ella encendió una linterna y sacó un
gran cubo de cobre que estaba escondido en la esquina hacia el centro
de la habitación. Hizo una pausa para secarse la frente con el borde de
su delantal, por primera vez sin mostrar ningún signo de agotamiento.

—Ahora, ¿qué tipo de problemas podrían ocasionar dos jovencitas


como vosotras? —Su mirada cayó en nosotras, y rápidamente agregó—:
No son problemas con chicos, ¿verdad?

Pauline se sonrojó.
—No, Amita, nada de eso. Ni siquiera son problemas,
exactamente. Al menos, eso no tendría que serlo.

—En realidad, el problema es mío, —dije, dando un paso adelante


y hablé por primera vez—. Pauline me ha estado ayudando.

—Ah. Así que tienes voz después de todo.

—Tal vez debería sentarte y así podr…

—Tú acabas de derramarlo fuera, Lia. Es Lia, ¿verdad? No hay


nada que no haya escuchado antes…

Ella se plantó cerca de la tina, con la cubeta en la mano, lista


para una rápida explicación. Decidí dársela.

—Eso es correcto. Lia. Princesa Arabella Celestine Idris Jezelia,


Primogénita de la Casa de los Morrighan, para ser exactos.

—Su Alteza Real, —añadió Pauline mansamente.

—Ex Alteza Real, —aclaré.

Berdi ladeó la cabeza hacia un lado, como si no hubiese oído


bastante bien, entonces palideció. Se apoyó en la cama y cayó sobre el
colchón.

—¿Qué es todo esto?

Pauline y yo nos turnamos para explicarle. Berdi no dijo nada, y


yo sospeché que era característico en ella, y observe a Pauline ponerse
incomoda tras el silencio de Berdi.

Cuando no había nada más que decir, me acerqué.

—Estamos seguras de que nadie nos siguió. Sé un poco sobre


cuando alguien te sigue. Mi hermano fue un explorador entrenado en la
Guardia Real. Pero si mi presencia le incomoda, voy a seguir adelante.

Berdi se sentó por un momento más, como si de verdad quisiera


ponerse al día con nuestra explicación, levanto una de sus cejas en una
línea curiosa. Ella se puso de pie.
—Pelotas ardientes, sí, ¡su presencia me hace sentir incómoda!
¿Pero dije algo acerca de que seguir adelante? Tú te quedarás aquí.
Ambas. Pero yo no puedo ir dando…

La corté, ya leyendo sus pensamientos.

—No quiero ningún trato especial. Vine aquí porque quiero una
vida real. Y eso incluye que tengo que ganarme mi sustento. Cualquier
trabajo que me dé, lo haré alegremente.

Berdi asintió con la cabeza.

—Hallaremos esa parte más adelante. Por ahora necesitamos que


estéis limpias y alimentadas. —Ella arrugó la nariz—. En ese orden.

—Otra cosa. —Me desabroché la camisa y le di la vuelta,


dejándola a un lado. La oí contener la respiración cuando vio mi
elaborado de kavah de compromiso—. Tengo que sacarme esto tan
pronto como sea posible.

Oí su paso y luego sentí sus dedos en mi espalda.

—La mayoría de los Kavahs no duran más de unas pocas


semanas, pero esté… puede tardar un poco más.

—Usaron a los mejores artesanos y colorantes.

—Un buen baño cada día ayudará, —ofreció—. Y te traeré un


cepillo y jabón fuerte.

Saqué mi camisa de nuevo y le agradecí. Pauline me abrazó antes


de que se fuera y agarrará el cubo del suelo.

—Usted primero, Su Alteza…

—¡Basta! —Atrapé el cubo de su mano—. Desde ahora en


adelante, ya no más Su Alteza. Esa parte de mi vida se ha ido para
siempre. Ahora solo soy Lia. ¿Me has entendido Pauline?

Su mirada se cruzó con la mía. Era el momento. Ambas


entendíamos que era el verdadero comienzo que habíamos planeado.
Alguna vez podría ser aquello que tanto habíamos esperado, pero no
estábamos seguras. Ahora estaba aquí. Ella sonrió y asintió con la
cabeza.
—Tú serás la primera, —añadí.

Pauline desempacó nuestras pocas pertenencias mientras yo


hacía algunos viajes a la bañera para llenarla con agua caliente. Froté
detrás de Pauline como también ella me había fregado a mí tantas veces
antes, pero entonces como ella ya estaba empapada, sus ojos cayéndose
por la fatiga, decidí irme a tomar mi baño en el arroyo para que ella
pudiese saborear este lujo tanto como quisiese. Nunca sería capaz de
pagarle por todo lo que ella había hecho por mí. Esta era una pequeña
muestra de lo que podía ofrecerle.

Después de las bajas protestas, me dio indicaciones hacia el


arroyo a pocos paso detrás de la cabaña, como también advirtiéndome
de que me quedase cerca de la orilla. Dijo que había un pequeño lugar
protegido que estaba cubierto de gruesos arbustos. Le prometí dos
veces estar atenta, aunque ella ya había admitido que nunca había
visto nada, pero lo dejó. A la hora de la cena, no había duda de que
estaría sola.

Encontré el lugar, y rápidamente me desvestí y deje mi ropa sucia


sobre uno de los bancos. Me estremecí cuando me deslicé debajo de la
superficie del agua, no era ni la mitad de fría que las corrientes en
Civica. Mis hombros ya se estaban calentando cuando rompí la
superficie otra vez. Solté un respiro profundo, un nuevo aliento, uno
que nunca había hecho antes.

Ahora solo soy Lia. Desde este día en adelante.

Se sentía como un bautizo. Una clase de limpieza profunda. El


agua corría por mi cara y goteaba desde el mentón. Terravin no sólo era
un nuevo hogar. Dalbreck podría haberlo ofrecido, pero allí había sido
sólo curiosidad en un país extranjero, aún sin una voz en mi propio
destino. Terravin me ofrecía una nueva vida. Era estimulante y
aterrador. ¿Qué pasa si nunca más volvía a ver a mis hermanos? ¿Qué
pasa también si fracasaba en esta vida?

Pero todo lo que había visto hasta ahora me había animado,


incluso Berdi. De alguna manera, me esforzaría por esta nueva vida.

El arroyo era más amplio de lo que esperaba, pero me quedé en


las aguas tranquilas y poco profundas como Pauline me había
instruido. Era una piscina clara y suave no más profunda con la piedra
resbaladiza que salpicaba en la parte inferior. Retrocedí y floté, mis ojos
descansando sobre el dosel afiligranado de los robles y pinos.
Con el establecimiento del atardecer, las sombras se
profundizaron. A través de los troncos, luces de oro comenzaron a
oscilar de los hogares cuando Terravin se preparaba para las
conmemoraciones del anochecer. Me sorprendí cuando me encontré
escuchando las canciones que marcaban el comienzo de la noche a lo
largo de Morrighan, pero sólo la pista ocasional de la melodía se prendió
en la brisa.

Te encontraré…

En el rincón más alejado…

Me detuve, girando mi cabeza a un lado para escuchar mejor, el


tono ardiente de las palabras más urgentes que cualquiera de los
santos recuerdos de la casa. No podía retener las frases, pero el texto
sagrado era inmenso.

Las melodías se desvanecieron, desplumándose lejos por la brisa


fresca, y en cambio yo escuchaba el silbido del cepillo de Berdi mientras
frotaba vigorosamente mi espalda. Mi hombro izquierdo se quemó
cuando enjaboné mi kavah de bodas, como si una batalla se estallara
entre ellos dos. Con cada pasada del cepillo, me imaginaba a la cresta
de León de Dalbreck encogiéndose con terror, pronto estará fuera de mi
vida para siempre.

Me lavé la espuma en un rápido chapuzón, luego me retorcí,


tratando de ver como desaparecía la parte del León, pero solo podía ver
una pequeña parte del kavah en la tenue luz —las vides girando
alrededor de la garra del León en la parte posterior del hombro—
todavía floreciendo en todo su esplender. Hace diez días, estaba
alabando a los artesanos. Ahora quería maldecirlos.

¡Snap!

Caí en el agua y giré, lista para enfrentarme al intruso-

—¿Quién es? —Llamé, tratando de protegerme.

Sólo me respondió el vació y el silencio del bosque. ¿Tal vez fue


un conejo? ¿Pero adonde habría ido tan rápido? Busqué en las sombras
de los árboles, pero no encontré ningún movimiento.

—Fue solo el chasquido de una ramita, —me aseguré—.


Cualquier animal pequeño puedo haberlo hecho.
¿O tal vez algún huésped errante de la posada, sorprendido de
haber venido junto a mí? Sonreí, sería divertido quizás que alguien se
asustara de mí —siendo atrapada viendo la visión de mi espalda. Los
Kavahs eran una señal de posición y riqueza y éste, si lo examinaban
muy de cerca, claramente hablaba de la realeza.

Caminé fuera del agua, vistiendo precipitadamente mi ropa limpia


y entonces vi a un pequeño conejo gris lanzándose detrás de un árbol.
Se me escapó un suspiro de alivio.

Sólo era un pequeño animal. Tal como pensé.


Capítulo 6
Traducido por Apolineah17
Corregido por key

Después de tres días de mantenernos ocultas, Berdi finalmente


aflojó su férreo agarre creyendo que éramos fieles a nuestra palabra.
Nadie nos había seguido. Ella tenía una posada en la qué pensar, nos
recordó, y no podía permitirse problemas con las autoridades, aunque
no podía imaginarme a nadie en un pueblo como Terravin pagando
cualquier aviso por nosotros. Poco a poco nos dejó aventurarnos hacia
afuera, corriendo a hacer pequeñas diligencias para ella, conseguir
canela en el epicúreo, hilo en el mercantil y jabones para los huéspedes
de la posada con el fabricante de jabones.

Todavía tenía algunas joyas que se quedaron en mi capa de la


boda, así que podría haber pagado mi propio lugar como huésped, pero
ese era alguien que ya no quería ser. Quería estar comprometida, unida
a donde vivía de la misma forma que todos los demás lo estaban, no ser
una intrusa negociadora de su pasado. Las joyas permanecieron
escondidas en la cabaña.

Caminar hasta el centro del pueblo se sentía como los días de


antaño cuando mis hermanos y yo solíamos correr libremente por el
pueblo de Civia, conspirando y riendo juntos, esos días antes de que
mis padres comenzaran a limitar mis actividades. Ahora, sólo éramos
Pauline y yo. Crecimos juntas. Ella era la hermana que nunca tuve.
Compartíamos cosas ahora que ese protocolo en Civica nos había hecho
contener.

Me contó más historias de Mikael y el anhelo dentro de mí creció.


Quería que Pauline lo tuviera, un amor perdurable que pudiera superar
las millas y semanas que la separaban de Mikael. Cuando volvió a decir
que él la encontraría, lo creí. De alguna manera su compromiso
irradiaba en sus ojos, pero no había dudad de que Pauline era digna de
tal devoción. ¿Lo era yo?
—¿Fue el primer chico al que besaste? —pregunté.

—¿Quién dice que lo he besado? —respondió Pauline con


picardía. Ambas nos reímos. Las chicas de la realeza no deberían
permitirse ese tipo de comportamiento desenfrenado.

—Bueno, si fueras a besarlo, ¿cómo crees que sería?

—Oh, creo que sería más dulce que la miel… —Se abanicó como
si un recuerdo la estuviera haciendo sentirse mareada—. Sí, creo que
sería muy, muy bueno, es decir, si fuera a besarlo.

Suspiré.

—¿Por qué es ese suspiro? Sabes todo sobre besos, Lia. Has
besado a la mitad de los niños del pueblo.

Rodé los ojos.

—Cuando tenía trece años, Pauline. Eso difícilmente cuenta. Y


sólo fue parte de un juego. Tan pronto como se dieron cuenta de lo
peligroso que era besar a la hija del rey, ningún chico se volvería a
acercar a mí. He tenido un período de sequía muy largo.

—¿Qué hay de Charles? El verano pasado, su cabeza se giró


constantemente en tu dirección. Él no podía apartar los ojos de ti.

Negué con la cabeza.

—Sólo era un enamoramiento. Cuando lo acorralé en la última


celebración de la cosecha, corrió como un conejo asustado. Al parecer él
también había recibido la advertencia de sus padres.

—Bueno, eres una persona peligrosa, ¿sabes? —bromeó.

—Muy bien podría serlo —respondí y palmeé la daga escondida


debajo de mi jubón.

Ella se rio entre dientes.

—Charles probablemente estaba asustado de que lo condujeras a


otra revuelta como si él fuera un ladrón de besos.

Casi había olvidado mi pequeña revuelta vivida, había sido tan


rápidamente suprimida. Cuando el Canciller y el Erudito Real
decidieron que todos los estudiantes de Civica se comprometerían a una
hora extra al día estudiando las secciones del Texto Sagrado, lideré una
rebelión. Ya pasábamos una hora dos veces a la semana memorizado
pasajes inconexos interminables que no significaban nada para
nosotros. Una hora adicional cada día, para mi forma de pensar, estaba
fuera de cuestión. A los catorce años, tenía mejores cosas que hacer, y
por como resultó, muchos otros afectados por este nuevo decreto
estuvieron de acuerdo conmigo. ¡Tenía seguidores! Lideré una revuelta,
llevándolos a todos detrás de mí en el Grand Hall, irrumpí una reunión
de gabinete que estaba en curso y que incluía a todos los señores del
condado. Exigí que la decisión fuera revocada o dejaríamos de estudiar
todos juntos, o, amenacé, quizás haríamos algo aún peor.

Mi padre y el Vicegerente se divirtieron con todo por dos minutos,


pero el Canciller y el Erudito Real se enfadaron instantáneamente. Fije
mi mirada con la de ellos, sonriendo mientras ellos se enfurecían.
Cuando la diversión se desvaneció del rostro de mi padre, fui castigada
en mi habitación por un mes, y los estudiantes que me siguieron
tuvieron similares, pero no menores sentencias. Mi pequeña
insurrección murió y el mandato prevaleció, pero mi acto descarado fue
murmurado por meses. Algunos me llamaron intrépida, otros, tonta. De
cualquier manera, a partir de ese día, muchos en el gabinete de mi
padre me miraban con sospecha y eso hizo que mi mes de
confinamiento valiera más la pena. Fue por esa época que las riendas
de mi vida fueron movidas con más fuerza. Mi madre pasó muchas
horas instruyéndome en las costumbres reales y el protocolo.

—Pobre Charles. ¿Tu padre realmente habría hecho algo al


respecto debido a un simple beso?

Me encogí de hombros. No lo sabía. Pero la imagen de él sería


suficiente para mantener a todo chico a una distancia segura.

—No te preocupes. Tu momento llegará —me aseguró Pauline.

Sí. Lo haría. Sonreí. Yo estaba controlando mi destino ahora, no


un pedazo de papel que correspondía a una noción real. Era libre de
todo eso, al fin. Aumenté mi ritmo, moviendo la canasta de queso en mi
mano. Esta vez mi suspiro fue cálido por la satisfacción. Nunca estuve
más segura de mi decisión de huir.

Terminamos nuestra caminata de regreso a la posada en silencio,


cada una de nosotras envuelta en nuestros pensamientos, como el
cómodo silencio entre nosotras cuando charlábamos. Fui tomada por
sorpresa al escuchar las distantes conmemoraciones sagradas a media
mañana, pero tal vez en Terravin las tradiciones eran diferentes.
Pauline estaba tan consumida en sus propios pensamientos que no
pareció escucharlos en absoluto.

Te encontraré…

En la esquina más lejana

Te encontraré.

Ante nuestra insistencia, Berdi finalmente nos dio


responsabilidades más allá de los recados. Trabajaba duro, queriendo
probarme a mí misma que no era una persona de la realeza sin
habilidades prácticas, aunque a decir verdad, tenía pocas en la cocina.
En la ciudadela apenas se me tenía permitido acercarme a la bodega,
mucho menos tenía permitido blandir un cuchillo contra una verdura.
Nunca había picado una cebolla en mi vida, pero me imaginaba que con
mi habilidad y precisión con la daga, con la cavada puerta de mi
habitación como evidencia, podría dominar una tarea tan simple.

Estaba equivocada.

Por lo menos nadie se burló de mi cuando mi cebolla blanca fue


catapultada por la cocina y hacia el trasero de Berdi. Sin importancia y
con total naturalidad la recogió del suelo, la agitó en una tina de agua
para quitarle la suciedad y me la lanzó de nuevo. Fui capaz de atraparla
y sostener la cosa resbalosa con una mano, provocando un sutil
asentimiento de Berdi, lo que me brindó más satisfacción de la que
alguna vez le permití a alguien saber.

La posada no estaba llena de lujos que atender, pero a partir de


picar verduras, nos graduamos tendiendo las habitaciones de
huéspedes. Había sólo seis habitaciones en la posada, sin contar
nuestra cabaña con goteras y el baño de invitados.

Por las mañanas, Pauline y yo barríamos las habitaciones


desocupadas, dándole la vuelta a los delgados colchones, dejando
nuevas sábanas dobladas en las mesitas de noche y, finalmente,
poniendo ramitas frescas de tanaceto en los marcos de las ventanas y
en los colchones para disuadir a los bichos que también podrían querer
quedarse en la posada, sobre todo a los parásitos que venían con los
viajeros. Las habitaciones eran sencillas pero acogedoras, y el olor del
tanaceto daba la bienvenida, pero ya que sólo un par de habitaciones
eran desocupadas cada día, nuestro trabajo allí únicamente nos tomaba
minutos. Un día Pauline se maravilló de cómo entusiastamente atacaba
mis tareas.

—Ellos deberían haberte puesto a trabajar en la ciudadela. Había


muchos suelos para barrer.

Cómo me habría gustado que me hubieran dado esa opción.


Había anhelado que ellos creyeran que tenía algo más que valía la pena
que sólo sentarme en lecciones interminables que suponían que eran
adecuadas para la hija real. Mis intentos exigidos en fabricar encaje
siempre habían resultado en nudos desordenados que no coincidían
con la red final, y mi tía Cloris me acusaba de no prestar atención
deliberadamente. La exasperaba incluso más que no lo negara. En
realidad, era un arte que podría haber apreciado, excepto por la forma
en que fue forzado sobre mí. Era como si nadie notara mis fortalezas e
intereses. Era un pedazo de queso siendo empujado dentro de un
molde.

Una concesión fugaz me aguijoneó. Recordé que mi madre había


tomado nota de mi aptitud para los idiomas y me dejó enseñarles a mis
hermanos y a algunos de los cadetes más jóvenes los dialectos de
Morrighan, algunos de ellos tan desconocidos que casi eran diferentes
lenguas de las habladas en la Civica. Pero incluso esa pequeña
concesión llegó a su fin por el académico real después de que lo
corrigiera un día, por la tensión en el dialecto Siena de las tierras altas.
Le informó a mi madre que él y sus asistentes estaban mejor calificados
para asignar tales deberes. Tal vez aquí en la posada, Berdi apreciaría
mis habilidades con sus viajeros lejanos que hablaban diferentes
idiomas.

Mientras que adquirí la habilidad de barrer con bastante


facilidad, otras tareas resultaron ser más desafiantes. Había visto a las
criadas de la ciudadela girar los cilindros del lavado con una sola mano.
Pensé que era una tarea fácil. Pero la primera vez que lo intenté, giré el
cilindro y terminé con el rostro lleno de agua sucia con jabón porque
había olvidado asegurar el pestillo. Pauline hizo todo lo posible para
suprimir su risa. Poner la ropa a secar no resultó ser más fácil que
lavarla. Después de colgar toda una cesta de sábanas y dando un paso
hacia atrás para admirar mi trabajo, una ráfaga de viento llegó y las
voló todas, enviando mis pinzas de madera volando en diferentes
direcciones como saltamontes locos. Las tareas de cada día me daban
nuevos dolores en nuevos lugares: hombros, pantorrillas e incluso mis
manos, que no estaban acostumbradas a escurrir, torcer y golpear. La
vida simple de un pequeño pueblo no era tan sencilla como pensaba,
pero estaba decidida a dominarla. Una cosa que la vida cortesana me
había enseñado era la resistencia.

Las noches eran las más ajetreadas, la taberna se llenaba de


gente del pueblo, pescadores y huéspedes de la posada con ganas de
terminar el día con los amigos. Venían por cerveza casera, compartían
risas y, en ocasiones, gruñidos de palabras que Berdi intervenía y
detenía completamente. La mayoría de ellos venían por una sencilla
pero buena y caliente comida. La llegada del verano significaba más
viajeros, y con el Festival de Liberación acercándose rápidamente a la
ciudad, habría dos veces su cantidad habitual. Ante la insistencia de
Gwyneth, Berdi finalmente admitió que necesitaba ayuda extra en el
comedor.

En nuestra primera noche, a Pauline y a mí se nos fue asignada


una mesa para atender, mientras que Gwyneth manejaba más de una
docena. Ella era algo digno de contemplar. Suponía que era sólo un
puñado de años más grande que nosotras, pero dirigía el comedor como
una veterana bien entrenada. Coqueteaba con los hombres jóvenes,
guiñando el ojo y riendo, luego ponía los ojos en blanco cuando
regresaba hacia nosotras. Para los hombres bien vestidos que eran un
poco mayores, una vez que se aseguraba de que tenían más en su
bolsillo para prodigarlo a ella, sus atenciones eran más serias, pero
finalmente no había nadie a quien realmente tomara en serio. Ella sólo
estaba allí para hacer su trabajo y lo hacía bien.

Clasificaba a los clientes rápidamente, tan pronto como entraban


por la puerta. Era una diversión para ella y felizmente nos arrastró a su
juego.

—Ese —susurró mientras un hombre bajito entraba por la


puerta—. Es un carnicero si alguna vez he visto uno. Todos ellos tienen
bigotes, ¿sabeis? Y tripas grandes por comer bien. Pero las manos
siempre lo dicen todo. Las manos de los carniceros son enormes pero
están meticulosamente arregladas, con las uñas cuadradas aseadas. —
Y entonces, más melancólicamente—: Son tipos solitarios pero
generosos. —Gruñó, como si estuviera convencida de que lo había
resumido en cuestión de segundos—. Probablemente de camino compre
un cerdo. Va a pedir una cerveza, nada más.

Cuando, efectivamente, él pidió una sola cerveza, Pauline y yo


rompimos en risas. Sabía que había mucho que podríamos aprender de
Gwyneth. Analicé sus movimientos, su charla con los clientes y
cuidadosamente su sonrisa. Y, por supuesto, estudié la forma en que
coqueteaba.
Los ancianos soñarán sueños,
Las jóvenes doncellas verán visiones,
La bestia del bosque se dará la espalda,
Verán al hijo de la miseria aproximarse,
Y dejarán libre el camino
—Cantico de Venda
Capítulo 7
El Asesino

Traducido por katiliz94


Corregido por Meii

No estaba seguro de admirar o planear una muerte dolorosa


mucho más lenta para la renegada de la realeza. Estrangularla con mis
manos desnudas podría ser lo mejor. O tal vez serviría a la justicia
incluso mejor el jugar con ella y hacerla retorcerse. Tenía poca
paciencia con las sanguijuelas auto-absorbidas las cuales suponían que
su sangre azul las titulaba para una ventaja especial, y ella tenía cero
de ventaja conmigo en este instante.

Debido a ella, había comido más polvo de carretera y retrocedido


más millas de las que nunca admitiría a mis camaradas. Debería
haberme ido ya, a mi camino con la transferencia hecha, pero
últimamente ese era mi defecto. La había subestimado.

En su escape, probó ser más calculadora que asustadiza,


conduciendo a la lividez a creer que se dirigía al norte en lugar de al
sur, y entonces continuó al haber engañado a los capitanes. Excepto a
los granjeros quienes absorbidos tendían a tener los labios sueltos y
una afición por fanfarronear sobre buenos comercios. Ahora estaba
siguiendo mi última pista, un observador de dos personas pasando por
la calle principal de Terravin con tres gorilas, aunque el género de los
jinetes era desconocido y eran descritos como sucios mendigos. Por su
propio destino, esperaba que nuestra lista princesa no hubiese hecho
más actividades.

—¡Ho, ahí! —dije a un chico con pelo de trapeador que conducía a


un caballo al granero—. ¿La cerveza es decente aquí?
El chico se detuvo, como si tuviese que pensar en ello,
apartándose el pelo de los ojos.

—Sí, es decente. Por lo que escucho. —Se giró para marcharse.

—¿Qué hay de la comida?

Se detuvo de nuevo, como si cada pregunta requiriese pensarse, o


tal vez simplemente no estaba entusiasmado por desensillar y
almohazar su cargo.

—La sopa de pescado es lo mejor.

—Muchas gracias. —Bajo de mi caballo—. Me pregunto, ¿hay


mulas o burros en algún lugar de la ciudad para alquilar? Necesito
unas pocas para llevar algunos suministros a las colinas.

Sus ojos brillaron.

—Tenemos tres. Pertenecen a uno de los trabajadores de aquí.

—¿Crees que él me los alquilaría?

—Ella —corrigió—. Y no veo porque no. Solo los ha cogido para un


viaje corto hasta la ciudad ya que llegó aquí hace unas semanas.
Puedes verla dentro. Está sirviendo mesas.

Sonreí. Al fin.

—Gracias de nuevo. Has sido de mucha ayuda. —Le lancé una


moneda por sus molestias y observé su semblante cambiar. Había
hecho un amigo de confianza. Sin sospechas de a dónde iba mi
intención.

El chico continuó su camino, y llevé a mi caballo al extremo de la


posada, donde estaban los postes para los clientes de la taberna.
Después de todas las polvorientas millas que había cubierto, había
tenido mucho tiempo para preguntarme por esta chica a la que
finalmente estaba a punto de encontrar. ¿Tenía tanto miedo del
matrimonio que huir a lo desconocido parecía un prospecto mejor?
¿Cómo se vería? No tenía una descripción más allá de su edad y que se
rumoreaba que tenía un largo pelo oscuro, pero imaginaba que la
realeza no sería difícil de situar.
Solo tenía diecisiete años. Solo un par de años más joven que yo,
pero una eternidad lejos en las vidas que habíamos vivido. Sin embargo,
¿alguien real sirviendo mesas? La chica estaba llena de sorpresas. Eso
para ella era desafortunado, por virtud de su nacimiento, presentó una
amenaza a Venda. Pero mayormente me preguntaba, si de verdad tenía
el don, ¿me había visto venir?

Até el caballo al último poste con el tirón de un nudo, dándole un


gran amarre de los otros caballos, y visualicé a un compañero
detonando un surtidor y metiendo la cabeza debajo del flujo de agua.
No era una mala idea antes de que me aventurase adentro, y si podía
comprarle una bebida, mucho mejor. Los viajeros solitarios siempre
atraían más atención.
Capítulo 8
El Príncipe

Traducido por katiliz94


Corregido por katiliz94

Un kavah de boda. Parece solo una pequeña consulta —y unas


pocas monedas— para curiosear en la información de los labios del
chico del establo. Es un poco astuto, sabiendo que el secreto de ella
podría probarse de valor para él. Le arrojé unas pocas monedas más y
una severa advertencia de que esas palabras nunca saldrían de nuevo
de sus labios. El secreto era solo para nuestras permanencias. Después
de un lento escrutinio de la envainada espalda colgando de mi montura,
él pareció al menos lo bastante inteligente para saber que no sería el
único con el que se cruzaría. No pudo describir el kavah, pero había
visto a una chica intentando quitárselo con furia de la espalda.

Furia. Como de bien conocía esa sensación. Ya no estaba


entretenido o curioso. Tres semanas de dormir en un duro suelo de
piedra se habían ocupado de eso. Parecía que siempre estaba
perdiéndola por días, solo un paso por detrás, luego perdiéndome en la
senda completa antes de encontrarla de nuevo —una y otra vez de
nuevo. Casi como si ella estuviese jugando a un juego conmigo. Desde
los vagabundos que habían encontrado su capa de boda y estaban
parcheándola con su puesto, a los mercaderes en la ciudad con las
joyas para comercias, a las frías fogatas que raramente servían de
rastro, a un sucio vestido enrollado hecho de fina tela tejida solo en
Civica, a huellas de cascos que quedaban en las sucias laderas, había
seguido las migajas que ella me dejó, obsesionándome más con no
dejarla ganar el juego para el que Sven había pasado tantos años para
entrenarme.

No me gustaba ser engañado por una fugitiva de diecisiete años.


O tal vez estaba tomándolo demasiado personal. Ella se estaba
arrojando en mi cara tanto como quería alejarse de mí. Me hacía
preguntarme si habría sido tan claro o determinado si en realidad
hubiese actuado por mis pensamientos al igual que ella hizo. Sentí por
debajo de mi chaleco el único comunicado que tenía de ella, uno lleno
de tanta irritación que todavía pasaba un momento difícil al imaginar a
la chica que lo escribió. Investígame. Ahora veríamos quien haría la
investigación.

Metí la cabeza debajo del flujo de agua fría de nuevo, intentando


enfriarla en más formas que una. Lo que en realidad necesitaba era un
buen baño largo.

—Guarda algo de eso para mí, amigo.

Levanté la cabeza, sacudiendo las gotas de mi pelo. Un


compañero de aproximadamente mi edad, su rostro tan manchado
como el mío con duros días en la carretera.

—Mucho de todo. ¿Un largo viaje?

—Bastante largo, —respondió, metiendo la cabeza debajo del agua


después de que tuviese un firme chorro. Sin duda parecía bastante
amistoso, pero algo en él me hacía también cauteloso, y entonces sus
ojos miraron mi cinturón y el arma a mi lado, sabía que era muy
cuidadoso al sopesarme —el tipo de escrutinio que un soldado
entrenado podría emplear— pero con la mirada habitual necesaria. No
era solo un mercader al final de un largo viaje.

Tomé su mano y la sacudí.

—Vamos dentro, amigo, y limpiemos algo de este polvo de


nuestras gargantas también.
Capítulo 9
Traducido SOS por Agoss y SOS katiliz94

Corregido por Pily

Al parecer, Pauline y yo habíamos demostrado nuestro valor y


nuestras habilidades, porque esa noche sin previo aviso, Berdi nos
graduó a cualquier mesa con necesidad, junto con un recordatorio
rígido de que no fuésemos a probar las cervezas más duras que
entregáramos. Pauline tomó la noticia con calma, pero yo sentí que
había cruzado un umbral. Sí, sólo estaba sirviendo mesas, pero la
posada y las personas que frecuentaban eran todo lo que Berdi tenía.
Esta era su vida. Ella me había confiado algo querido para ella.
Cualquier duda que ella tuviese de que yo era de la realeza y que me
debilitaría bajo la más mínima presión se había ido. No la
decepcionaría.

La taberna era una gran sala abierta. La puerta de la cocina se


balanceaba en la pared posterior y la pared adyacente sostenía la
estación de riego, como Berdi la llamaba. Este era el corazón de la
taberna, un bar de pino largo bruñido con grifos para las distintas
cervezas que estaban conectadas a barriles en la bodega de
refrigeración. Un rincón oscuro en el extremo de la barra llevaba a la
escalera del sótano. En la taberna se sentaban cuarenta —y eso no
incluía a los que se apoyaban en una esquina o se encaramaban en uno
de los barriles vacíos que se alineaban en una de las paredes. Todavía
era temprano en la noche, pero la taberna bullía de actividad, y sólo dos
mesas se mantenían vacías.

Por suerte, la tarifa era simple y las opciones pocas, así que no
tuve problemas para la entrega de la bebida o el plato correcto al cliente
correcto. La mayoría solicitó el pan y el guiso de pescado que era
cocinado por Berdi, pero su carne de venado ahumado con verduras
frescas del jardín y melón eran deliciosos, sobre todo ahora que el
melón estaba en su apogeo. Incluso el chef en la ciudadela habría
tomado nota. Mi padre tendía a favorecer a los asados grasos
elaborados con ricas salsas, vistiendo la evidencia alrededor de su
vientre. Los platos de Berdi eran un alivio de las comidas pesadas.

Enzo parecía haber desaparecido, y cada vez que fui a la cocina,


Berdi murmuró en voz baja acerca de lo inútil de su vagancia, pero
señaló que él había entregado el bacalao hoy, por lo que su guiso estaba
en su mejor momento.

—Eh, ¡pero mira los platos! —Dijo ella, agitando una cuchara en
el aire—. Él se fue para estabilizar un caballo y no ha regresado. Voy a
estar sirviendo guiso en orinales si él no consigue su miserable…

La puerta de atrás se abrió y Enzo entro pesadamente, sonriendo


como si hubiese encontrado un cofre de oro. Me dio una mirada
extraña, sus cejas se levantaron en altos arcos como si nunca me
hubiera visto antes. Era un chico extraño. Él no me tomo como simple,
pero tal vez Berdi lo llamaba holgazán por una buena razón. Dejé de
entregar algunas cervezas y un plato de carne de venado mientras Berdi
se perdía en Enzo, ordenándole ir directamente a lavar los platos.

Justo cuando pasé a través de la puerta giratoria del comedor,


algunos nuevos clientes entraron. En un santiamén, Pauline estaba a
mi lado, tratando de hacerme retroceder a través de la puerta, casi
haciendo caer mi plato.

—Ve a la cocina, —susurró—. ¡Date prisa! Gwyneth y yo podemos


manejarlos.

Miré al puñado de soldados a medida que pasaban a una mesa y


se sentaban. No reconocí a ninguno. No era como si ellos me fuesen a
reconocer a mí, sobre todo con mi nuevo papel aquí, por no hablar de la
taberna con el atuendo que Berdi nos había dado para llevar al servir.
La mayor parte de mi pelo estaba escondido cuidadosamente en mi
cofia de encaje, y una princesa que llevaba una falda marrón monótono
y delantal no se veía como una princesa en absoluto.

—No lo haré, —le dije—. No puedo esconderme cada vez que


alguien entre por esa puerta. —Pauline aun así me empujó. Pasé por
delante de ella, deseando acabar con esto de una vez por todas. Dejé el
plato de carne de venado en la mesa adecuada, y con dos cervezas fijas
en mi otra mano, me dirigí a los soldados—. ¿Qué puedo traerles
amables caballeros? —Pauline se congeló con terror en la puerta de la
cocina.
Uno de los soldados me miró, sus ojos deslizándose lentamente
desde mis tobillos hasta la cintura, tomándose su tiempo para
examinar el cordón entrecruzado de mi jubón, y finalmente descansar
solemnemente en mi cara. Con los ojos entrecerrados. Mi corazón saltó,
y sentí que mis mejillas subían de color. ¿Me reconocía? ¿Hice un error
de cálculo horrible? Su mano se acercó y rodeó mi cintura,
atrayéndome más cerca antes de que pudiera reaccionar.

—Ya tengo exactamente lo que quiero.

Los otros soldados se rieron, y mi corazón extrañamente se


tranquilizó. Reconocía este juego. Había visto a Gwyneth defenderse de
tales avances en muchas ocasiones. Yo podía manejar esto. Ser
reconocida como la princesa fugitiva, no podía. Me incliné hacia
adelante, fingiendo interés.

—Soldados de la Guardia de su Majestad, lo entiendo, tienen


dietas estrictas. Usted debe tener cuidado en lo que participa. —En ese
momento, me las arreglé para derramar la mitad de la cerveza de las
tazas de mi mano en su regazo.

Me soltó la cintura y saltó hacia atrás, farfullando sobre su regazo


húmedo como un colegial lloriqueando. Los otros soldados rugieron en
aprobación del espectáculo. Antes de que pudiera arremeter contra mí,
le dije en voz baja y esperaba seductoramente:

—Lo siento mucho. Soy nueva en esto, y mis habilidades de


equilibrio son pocas. Puede que sea más seguro para usted mantener
sus manos para sí mismo. —Puse las dos tazas medio vacías en la mesa
frente a él—. Aquí, tomen estas como una disculpa por mi torpeza. —Me
volví y fui antes de que pudiera responder, pero oí un estruendo de
carcajadas detrás de mí.

—Bien hecho, —Gwyneth me susurró al oído cuando pasé, pero


cuando me di la vuelta, Berdi estaba plantada grande e inflexible en la
puerta de la cocina, con las manos en las caderas, sus labios apretados
en una línea delgada. Tragué saliva. Todo fue bien con los soldados. Yo
no sabía por qué ella podría estar tan perturbada, pero hice una
promesa silenciosa de ser menos punitiva con mi derrame.

Volví al grifo para verter otra ronda de cerveza para los clientes
legítimos de la cerveza derramada en el soldado, tirando dos tazas
frescas de debajo del mostrador. En un breve momento de calma, me
detuve y observé a Pauline que miraba con nostalgia a la puerta. Se
acercaba el final de mes, a duras penas, y todavía era un poco pronto
para que Mikael pudiese haber hecho todo el camino desde Civica, pero
su previsión se mostraba cada vez que la puerta se abría. Ella había
estado buscando cetrina la semana pasada, el matiz normalmente de
color rosa de sus mejillas desapareció junto con su apetito, y me
pregunté si uno realmente podría llegar a estar enfermo de amor. Llené
las tazas hasta el borde y recé para que, por el amor de Pauline, el
próximo cliente al entrar por la puerta fuese Mikael.

En el más lejano rincón...

Mis ojos se dispararon. ¿Recuerdos sagrados en una taberna?


Pero la melodía desapareció tan rápidamente como se había colado, y
todo lo que podía oír era el ruido estridente de la conversación. La
puerta de la posada se abrió, y ahora con la misma anticipación que
Pauline, mis ojos se fijaron en quien sería el que caminara a través.

Sentí que mis hombros se desplomaban, junto con los de Pauline.


Ella volvió su atención a los clientes que estaba sirviendo. Yo sabía por
su reacción que eran solo más extraños, ni un solo Mikael, pero como
tenía una mirada más cercana, mi propia atención se animó. Vi a los
recién llegados pasar hacia dentro y buscar en la habitación llena de
gente, sus ojos vagaban sobre los clientes y las esquinas. Una mesa
pequeña permaneció disponible, y a sólo unos pocos metros de ellos. Si
estaban buscando asientos libres, yo no sabía cómo se lo perdieron. Me
acerqué más a las sombras de la alcoba para verlos. Las miradas de
ambos se detuvieron abruptamente en la espalda de Pauline mientras
charlaba con algunos caballeros de edad avanzada en la esquina.

—Ahora, eso es un par interesante, —dijo Gwyneth, silbante en


mi lado.

No podía negar que habían capturado mi atención. Algo sobre la


forma…

—El de la izquierda pescador, —proclamó—. Hombros fuertes.


Pelo oscuro bañado por el sol con la necesidad de un peine. Mellas en
sus manos. Un poco serio. No es probable de los que den propina. El
rubio de la derecha, un comerciante de algún tipo. Pieles quizá. Él se
pavonea un poco a medida que camina. Siempre lo hacen. Y mira sus
manos, ellas nunca han visto una red de pesca ni arado, sólo una
rápida flecha. Probablemente una mejor propina, ya que no entra en la
ciudad a menudo. Este es su gran derroche.
Me habría reído de la suma de Gwyneth, pero los recién llegados
tenían mi atención absorta. Se destacaban de los clientes habituales
que daban un paso a través de puertas de Berdi, tanto en estatura
como en porte. Ellos me llamaron la atención como ningún pescador o
comerciante. Mi instinto me dijo que tenían otro negocio aquí, aunque
Gwyneth tenía mucha más experiencia en esto que yo.

El que ella suponía que era un pescador a causa de su pelo


oscuro veteado con el sol y las manos arañadas tenía un aire más
calculador del que los pescadores que había visto en la ciudad. Él tenía
una audacia poco común también, en la forma en que se desenvolvía él
mismo, como si confiara en cada paso que daba. Mientras que las
manos, arañazos se pueden conseguir en cualquier número de formas,
no sólo de los ganchos y las branquias. Yo había conseguido varios en
el viaje aquí por llegar a toda prisa entre las zarzas. Cierto, su cabello
era largo y despeinado, cayendo sobre sus hombros, pero él pudo haber
tenido un viaje difícil y no tenía nada para atarlo.

El compañero rubio era de construcción casi idéntica, tal vez una


pulgada más corto y un poco más ancho en los hombros, su cabello
sólo rozando su cuello. Él era tan sobrio con la cara como la de su
amigo en mi opinión, con una calidad de crianza que nublaba el aire a
su alrededor. Había mucho más en su mente que una sidra fresca. Tal
vez era sólo la fatiga después de un largo viaje o tal vez algo más
significativo. ¿Quizás él estaba sin trabajo y esperando que esta fuera la
ciudad en que podría obtener alguno? ¿Tal vez por eso los dos eran
lentos para sentarse? Tal vez no tenían una sola moneda con ellos. Mi
imaginación estaba tan viva como la de Gwyneth.

Vi al de pelo oscuro decirle algo al otro, señalando la mesa vacía,


y se sentaron, pero poco más pasaba entre ellos. Estos parecían más
interesados en su entorno.

Gwyneth me dio un codazo.

—Mira demasiado tiempo a los dos, y tus ojos se caerán. —Ella


suspiró—. Unos años demasiado jóvenes para mí, pero, por otro lado…

Puse los ojos en blanco.

—Por favor…

—Mirate. Estás en conmoción como un caballo al final de una


Carrera. No es un crimen, ya sabes, notarlo. Ambos tomarán dos sidras
negras. Confía en mí. —Extendió la mano y agarró las dos infusiones
que yo había servido—. Llevaré estas, y tú ocúpate de ellos.

—¡Gwyneth! ¡Espera! —Pero sabía que ella no lo haría. En verdad,


estaba contenta por el empujón. No es que me hubiesen sorprendido al
menos. Ambos eran un poco del lado arrugado y sucio. Me intrigaban,
eso era todo. ¿Por qué debería satisfacer el jueguecito de Gwyneth y ver
si servía a un pescador y a un comerciante de piel? Cogí dos tazas más
del estante, las últimas limpias, y esperé que Enzo estuviese haciendo
progresos con los platos. Tiré del grifo y dejé que la oscura sidra dorada
deslice su camino hasta el borde, nada del pequeño aleteo en mi
estómago.

Agarré los mangos de ambas tazas en una y me dirigí alrededor


del bar, pero entonces capté la visión de Pauline. El patán empapado
que me había agarrado tenía un agarre firme en su muñeca. La observé,
una sonrisa dolorosa en su rostro, intentando ser educada mientras
intentaba liberarse. El soldado de rió entre dientes, disfrutando de
observarla retorcerse. Mi cara destelló con calor, y casi al instante
estaba a su lado, mirando a los ojos de la lasciva serpiente.

—Ya ha sido advertido suavemente una vez, señor. La próxima


vez, en lugar de un húmedo regazo, plantaré estas tazas en su grueso
cráneo. Ahora, detenga su necia conducta, compórtese como un
honorable miembro de la Guardia Real del Rey, y aparte de una vez las
manos.

Esta vez no hubo golpes de rodillas, ni rondas de risas. Toda la


habitación había caído en silencio. El soldado me miró, furiosos por ser
avergonzado en público. Lentamente liberó su agarre de Pauline, y ella
se alejó con prisa hacia la cocina, pero mis ojos permanecieron posados
en él. Sus fosas nasales se ensancharon, e imaginé que estaba
preguntándose si podría estrangularme en una habitación llena de
personas. Mi corazón martilleó salvajemente, pero forcé una lenta y
desdeñosa risa a mis labios.

—Prosigan, —dije a la habitación grande y giré velozmente para


evitar tener más palabras con él. En solo un puñado de pasos, me
encontré tropezando en la mesa de los nuevos clientes. Sus miradas me
tomaron más allá fuera de improvisto, y la respiración se me atrapó en
el pecho. La intensidad que había visto de lejos era más aparente de
cerca. Por un momento, estuve congelada. Los helados ojos azules del
pescador me atravesaron, y los tormentosos ojos marrones del
comerciante eran más que perturbadores. No estaba segura si estaban
enfadados o sorprendidos. Intenté circular bien al pasar mi extraña
entrada y tomé la delantera.

—Sois nuevos. Bienvenidos. Debo advertiros, las cosas no


siempre son tan vividas aquí en la taberna, pero no habrá cargos extra
por el entretenimiento de hoy. Espero que las sidras oscuras sean de
vuestro agrado. Supuse que os gustarían. —Puse las sidras en la mesa.
Ambos miraron sin hablar—. Puedo aseguraros a ambos, que nunca he
coronado a nadie con una taza. Aun.

Los ojos del comerciante se entrecerraron.

—Eso es reconfortante. —Agarró la taza y se la llevó a los labios,


sus oscuros ojos nunca dejando los míos mientras bebía. Ríos de calor
se esparcieron por mi pecho. Puso abajo la taza y sonrió, al menos, una
placentera sonrisa satisfecha que me dio mucho alivio necesitado—. La
sidra está bien, —dijo.

—¿Es ese una acento Eislandese el que detecto? ¿Vosê zsa tevou
de mito loje?

Su mano sacudió la taza y derramó la sidra por el otro lado.

—No, —respondió firmemente.

¿No, a qué? ¿No era un acento, o no, no había viajado de lejos?


Pero parecía agitado por la pregunta, por lo que no presioné más.

Me giré hacia el pescador, quien aún no había hablado. Tenía lo


que imaginaba que podrías ser un rostro amable si solo pudiese
arreglárselas para hacer una sonrisa genuina, pero en su lugar una
engreída sonrisa estaba pegada en él. Estaba en actitud de
escudriñarme. Me enfurecí. Si él estaba decepcionado por mi trato al
soldad, podría estar en su camino en este instante. No me humillaría
más. Era su turno de hablar —o al menos agradecer por la sidra.

Lentamente se apoyó hacia adelante.

—¿Cómo lo sabías?

Su voz me golpeó como un duro golpe en la espalda, forzando al


aire a salir de mis pulmones. Le miré intentando recuperar mis
modales. El sonido reverberó en mis orejas. Era evocadoramente
familiar, aunque también demasiado fresco. Sabía que nunca lo había
escuchado antes. Pero lo hice.

—¿Saber? —Dije sin respiración.

—¿Qué la sidra se adaptaría a nosotros?

Intenté cubrir mi estado de confusión con una respuesta rápida.

—En realidad, fue Gwyneth. Otra camarera de aquí. Es un


entretenimiento de los suyos. Es muy buena en eso la mayoría de las
veces. Además de adivinar las bebidas, adivina las profesiones. Imaginó
que usted sería un pescador y su amigo un comerciante.

Encontré mi voz alejándose de mí, una palabra vertiéndose en la


siguiente. Di un lento respiro profundo, forzándome a parar. Los
soldados no habían vuelto a mí en una simple cháchara. ¿Cómo estos
dos se las arreglaron para hacerlo?

—Gracias por la sidra, ¿Señorita…? —El comerciante se detuvo,


esperando.

—Respondo a Lia, —dije—. ¿Y usted es?

Después de algún pensamiento, finalmente respondió:

—Kaden.

Me giré hacia el pescadero, esperando por su presentación. En su


lugar, él simplemente rodó mi nombre en su lengua como si fuera un
pedazo de maíz atrapado entre sus dientes.

—Lia. Hm. —Lentamente se frotó la barba incipiente de una


semana en la mejilla.

—¿Kaden y…? —Dije, sonriendo entre los dientes apretados.


Habría sido educado si me matase. No podía permitirme más escenas
esta noche con los nuevos clientes, no con Berdi mirando sobre mi
hombro.

Su fría mirada se elevó hasta la mía, su barbilla angulándose


hacia un lado en un reto. Pequeñas líneas se dispersaron de sus ojos
cuando sonrió.

—Rafe, —respondió.
Intenté ignorar la brasa caliente ardiendo en mis entrañas. Su
cara podría no haber sido amable cuando sonrió, pero era llamativo.
Sentí mis sienes arder, y recé porque él no pudiese verlo en la tenue luz.
Era un nombre poco habitual por estas partes, pero me gustaba su
simplicidad.

—¿Qué puedo traeros apra esta noche, Kaden y Rafe? —Recité de


un tiron las comidas de Berdi, pero en su lugar ambos me preguntaron
por la chica por la que intervine.

—Parece demasiado joven para estar trabajando aquí, —notó


Kaden.

—Diecisiete años, al igual que yo. Pero sin duda más inocente en
ciertas formas.

—¿Oh? —respondió Rafe, su corta respuesta llena de insinuación.

—Pauline tiene un corazón tierno, —respondí—. Donde sea que yo


he aprendido a endurecer el mío contra los rudos interrogatorios.

Él sonrió.

—Sí, puedo ver eso. —En lugar de su anzuelo, encontré su


sonrisa desarmadora, y olvidé la respuesta que había estado en la
punta de mi lengua. Volví la atención hacia Kaden, a quien estuve
aliviada de encontrar mirando su taza en lugar de a mí, como en un
profundo pensamiento.

—Habría de recomendaros el estofado, —ofrecí—. Parecer ser lo


favorito por aquí.

Kaden miró arriba y sonrió cálidamente.

—Entonces será el estofado, Lia.

—Y yo optaré por la carne de venado, —dijo Rafe. Que poca


sorpresa. Había buscado lo más duro de cortar para él. El mascar
podría ampliar la engreída sonrisa de su cara.

Gwyneth de repente estaba en mi codo.

—A Berdi le gustaría tu ayuda en la cocina. Ahora. Yo me ocuparé


de estos caballeros desde aquí.
Por supuesto, ambas sabíamos que lo último que Berdi
necesitaba era mi ayuda cocinando o troceando algo en la cocina, pero
asentí y dejé a Rafe y Kaden con Gwyneth.

Fui desterrada a la cocina durante el resto de la tarde después de


una silenciosa pero calurosa charal de Berdi sobre el riesgo de sacar el
mal lado de las autoridades. Argumenté valientemente el lado de la
justicia y decencia, pero Berdi argumentó con tanta fuerza por el lado
de las utilidades como la supervivencia. Con cuidado bailó alrededor de
la palabra princesa, porque Enzo estaba al alcance del oído, pero su
significado era claro —que aquí mi estatus no contaba para una gorda
empanadilla de vaca, y que mejor tenía que aprender a disminuir mi
imperiosa lengua fiera.

Durante el resto de la tarde, Berdi sirvió carnes, saltando a darme


órdenes o a sazonar una hierba fresca del estofado, pero mayormente
asegurándose de que los soldados tenían segundas raciones —todas por
parte de la casa. Rehuí el compromiso que ella hizo y corté con malicia
mi cebolla.

Una vez que la tercera cebolla fue reducida a una masa picada y
la mayor parte de mi ira fue gastada, mis pensamientos volvieron a Rafe
y Kaden. Nunca había creído que tanto uno fuera un pescador como el
otro un comerciante. Por ahora probablemente se alejarían por la
carretera, y nunca los vería de nuevo. Pensé en Gwyneth y en cómo
flirteaba con sus clientes, manipulándoles por su voluntad. ¿Había ella
hecho lo mismo con ellos?

Agarré un protuberante tubérculo naranja de una cesta y lo lancé


en el bloque de carnicería. En mucho menos tiempo que con las
cebollas, también fue una mezcla, excepto por los trozos que volaron
fuera de control hasta el suelo.
Capítulo 10

Traducido por Ale Westfall


Corregido por katiliz94

Al final de la tarde, cuando Pauline había vuelto a nuestra choza


y Enzo y Gwyneth se habían ido a dormir, deseché con cansancio los
restos de guiso de la última olla. Algunos de los restos estaban
tercamente pegados en el fondo.

Me sentí como si estuviera de vuelta en la ciudadela y estuviese


de vuelta en mi dormitorio una vez más. Recuerdos de mi más reciente
destierro se burlaron de mí, y parpadeé para contener las lágrimas. «¡No
lo diré de nuevo, Arabella, debes contener tu lengua!» Mi padre gritó, con
su cara roja, y me había preguntado si él me golpearía, pero sólo había
irrumpido en mi habitación. Habíamos tenido una cena de la corte con
todo el gabinete actual de mi padre. El Canciller se había sentado frente
a mí, vestido con su abrigo de adornos de plata y sus nudillos estaban
llenos de joyas que me pregunté si tendría problemas en levantar el
tenedor. Cuando la conversación tornó a los presupuestos de recorte y
las bromas sobre los caballos de los soldados borrachos se duplicaron,
interrumpí la conversación con que si el gabinete juntara sus joyas y
sus baratijas, tal vez del tesoro reunido sobraría algo. Por supuesto
miré al Canciller y levanté mi copa hacia él para asegurar que mi punto
no se perdió en sus mentes embriagadas de cerveza. Era una verdad
que mi padre no había querido escuchar, al menos no de mi parte.

Oí un crujido y levanté la mirada para ver a una muy cansada


Berdi arrastrando los pies a la cocina. Doblé mis esfuerzos en la olla.
Ella se acercó y se quedó en silencio a mi lado. Esperé a que me
regañara de nuevo, pero en lugar de eso levantó mi barbilla para que así
tuviese que mirarla y dijo en voz baja que yo había tenido todo el
derecho a castigar al soldado con dureza y que ella estaba contenta
porque lo hice.
—Pero las duras palabras que vienen de una mujer joven como
tú, en oposición a una vieja como yo, son más propensas a incendiar
egos en lugar de domesticarlos. ¡Debes ser cuidadosa! Estaba tan
preocupada por ti como por mí. Tampoco significa que las palabras no
necesiten ser dichas, y tú lo hiciste bien. Lo siento.

Mi garganta se apretó. En todas las veces que me había


desahogado con mis padres, nunca me había sido dicho que dije algo
bien, y mucho menos escuché algún ápice de disculpa. Parpadeé,
deseando tener una cebolla ahora para explicar mis ojos llorosos. Berdi
me atrajo a sus brazos y me abrazó, dándome la oportunidad de
serenarme.

—Ha sido un día largo, —susurró—. Ve a descansar. Terminaré


aquí.

Asentí con la cabeza, todavía no confiando en mí para hablar.

Cerré la puerta de la cocina detrás de mí y subí las escaleras


talladas en la ladera detrás de la taberna. La noche era tranquila y la
luna se asomaba y escondía de las cintas de neblina ascendiendo desde
la bahía. A pesar del frío, las palabras de Berdi me calentaron.

Cuando llegué al último paso, tiré mi gorra de la cabeza, dejando


que mi cabello cayera hasta los hombros y sintiéndome llena y
satisfecha mientras repetía lo que ella me había dicho. Me dirigí por el
sendero iluminado con el débil resplandor dorado proveniente de la
ventana de la cabaña que servía como mi faro. Era probable que
Pauline ya estuviese sumida en un sueño profundo, disfrutando de
Mikael en sueños y sus brazos sosteniéndola con tanta fuerza que
nunca tuviese que preocuparse de que él la dejara de nuevo.

Suspiré mientras me dirigía por el sendero oscuro. Mis sueños


eran grises y aburridos si los recordaba en absoluto y ciertamente
nunca eran sobre brazos sujetándome. Del tipo de sueños que tuve que
conjurar para vivir cuando estaba despierta. Una brisa salada agitó las
hojas delante de mí, y me froté los brazos para entrar en calor.

—Lia.

Salté, tomando un profundo respiro.

—Shh. Sólo soy yo. —Kaden salió de la sombra de un gran roble—


. No era mi intención asustarte.
Me quedé helada.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—He estado esperando por ti.

Él se acercó. Pudo haber lucido bastante inofensivo en la taberna,


pero ¿qué quería de mí aquí en la oscuridad? Mi delgada daga todavía
estaba escondida debajo de mi jubón. Me abracé, sintiendo la daga
debajo de tela, y di un paso hacia atrás.

Él notó mi movimiento y se detuvo.

—Sólo quería asegurarme que llegaste a casa a salvo, —dijo—.


Conozco a los soldados como ese que te humilló en la taberna. Sus
recuerdos son inacabables y sus egos grandes. —Sonrió tímidamente—.
Y supongo que quería decirte que disfruté del espectáculo. No pude
transmitir mi agradecimiento antes. —Hizo una pausa, y cuando aún
no respondí, añadió—: ¿Puedo acompañarte el resto del camino?

Ofreció el brazo, pero yo no lo tomé.

—¿Has estado esperando todo este tiempo? Pensé que ya habrías


bajado por el camino.

—Me voy a quedar aquí. No hay habitaciones disponibles, pero el


posadero ofreció gentilmente el desván del granero. Un colchón suave es
un cambio agradable de un saco de dormir con mucho polvo. —Se
encogió de hombros y añadió—: Incluso si tengo que escuchar a un
burro quejarse o dos.

Así que era un invitado de la posada, y uno considerado por eso.


También un cliente que paga quien por derecho debería ser alojado en
nuestra acogedora cabaña pero con goteras. Mis brazos se relajaron a
los lados.

—¿Y tu amigo?

—¿Mi amigo? —Inclinó la cabeza hacia un lado, dándole un


aspecto aniñado, tomando inmediatamente años de su lenguaje
corporal estudiado. Se apartó un rubio mechón liso con los dedos—.
Oh, él. También se queda.
Él no era un comerciante de pieles, de eso estaba segura.
Despojar a los animales de sus pieles no era su especialidad. Sus
movimientos eran tranquilos y deliberados que bien podría ser un
cazador, pero sus ojos... sus ojos. Eran cálidos y ahumados, y la
turbulencia se agitaba justo debajo de su engañosamente tranquila
superficie. Estaban acostumbrados a un tipo diferente de la vida,
aunque no podía imaginar cuál podría ser.

—¿Qué te trae a Terravin? —pregunté. Antes de que pudiera


reaccionar, su mano se acercó y agarró la mía.

—Deja que te acompañe a su cabaña —dijo—. Y te diré…

—¿Kaden?

Saqué mi mano, y nos volvimos a la voz que llamó desde las


tinieblas. La silueta negra de Rafe, a una corta distancia del camino,
era inconfundible. Él había venido a nosotros sin previo aviso, sus
movimientos tan sigilosos como un gato. Sus rasgos aparecieron a la
vista mientras se acercaba sin prisa.

—¿Qué sucede? —preguntó Kaden, su tono sonó con molestia.

—Esa asustadiza yegua tuya está pateando en su


compartimiento. Antes de que ella haga un auténtico daño, tu…

—Es un caballo semental —corrigió Kaden—. Estaba bien cuando


lo dejé.

Rafe se encogió de hombros.

—No lo está ahora. Supongo está nervioso con los nuevos


alojamientos.

Oh, él era arrogante.

Kaden negó con la cabeza y se marchó hecho una furia para mi


alegría. Berdi no estaría feliz con un establo demolido, por no hablar de
que estaba preocupada de cómo a mis dóciles Otto, Nove y Dieci podría
irles con un vecino tan destructivo. Me había encariñado con ellos.
Estaban afuera en un puesto cubierto adyacente, pero sólo una delgada
pared de madera les separaba de los animales alojados en el granero.
En cuestión de segundos, Kaden se fue, y Rafe y yo nos
quedamos solos con torpeza, una ligera brisa agitaba las hojas caídas
entre nosotros. Empujé mi pelo de la cara y noté su cambio de aspecto.
Su pelo estaba bien peinado y recogido hacia atrás, y su cara recién
lavada brillaba a la tenue luz de la luna. Sus pómulos eran afilados y
bronceados, y su camisa estaba recién cambiada. Dejé escapar un largo
suspiro, sin darme cuenta que lo había estado conteniendo. Él
permaneció perfectamente contento con mirarme en silencio. Parecía
ser un hábito suyo.

—¿No podías calmar a su caballo? —dije finalmente.

Una sonrisa se levantó de las comisuras de su boca, pero sólo


respondió con una pregunta de las suyas.

—¿Qué quería Kaden?

—Sólo asegurarse que había vuelto a salvo a mi casa. Estaba


preocupado por el soldado de la taberna.

—Tiene razón. Los bosques pueden ser peligrosos, especialmente


cuando estás sola.

¿Estaba tratando deliberadamente de intimidarme?

—Difícilmente estoy sola. Y no estamos exactamente en medio del


bosque. Hay un montón de gente al alcance del oído.

—¿Eso piensas? —Miró a su alrededor como si estuviera tratando


de ver a las personas de las que hablé y luego sus ojos se posaron en mí
una vez más. Un nudo se retorció debajo de mis costillas.

Dio un paso más cerca.

—Por supuesto llevas ese pequeño cuchillo escondido debajo de


tu camisa.

¿Mi daga? ¿Cómo lo sabe? Estaba perfectamente enfundada a mi


costado. ¿Lo había revelado por tocarla distraídamente? Me di cuenta
que él era una cabeza más alto que yo. Levanté la barbilla.

—No es un pequeño cuchillo —le dije—. Es una hoja de seis


pulgadas. Lo suficiente como para matar a alguien si se utiliza con
habilidad.
—¿Y eres experta?

Sólo con un blanco inmóvil como la puerta de la recámara.

—Mucho —contesté.

Él no respondió, como si mi daga y mis habilidades profesionales


no le impresionasen.

—Bueno, buenas noches, entonces. —Me volví para irme.

—Lia, espera. —Me detuve con la espalda hacia él. El sentido


común me decía que anduviera en movimiento. Sigue, Lia. Sigue
adelante. Oí una vida de advertencias. Mi madre. Mi padre. Mis
hermanos. Incluso el Erudito. Todo el mundo que me restringía delante
y detrás para bien o para mal. Sigue moviéndote.

Pero no lo hice. Tal vez era su voz. Tal vez estaba escuchándole
decir mi nombre. O tal vez todavía sentía por completo que sabía que a
veces yo tenía razón, que a veces mi intestino impulsivo podría
dirigirme al peligro, pero no por ello lo hacía la dirección menos correcta
para ir. Tal vez era sentir que lo imposible estaba a punto de suceder.
Temor y anticipación embrollados juntos.

Me volví y me encontré sintiendo el peligro y el calor de su


mirada, pero sin estar dispuesta a mirar hacia otro lado. Esperé a que
él hablara. Él dio otro paso más, el espacio entre nosotros cerrándose a
unos centímetros de distancia. Él levantó su mano hacia mí, y di un
paso tambaleante hacia atrás, pero no vi que sólo estaba sosteniendo
mi gorro.

—Se te cayó esto.

Lo tendió con firmeza, esperando a que lo tomara, los trozos de


hojas machacadas todavía se aferraban a su encaje de gasa.

—Gracias —dije en voz baja, y extendí la mano para tomarlo, mis


dedos rozando los suyos, pero él sujetó el gorro con fuerza. Su piel
quemaba contra la frescura de la mía. Le miré a los ojos, cuestionando
su agarre, y por primera vez vi una grieta en su armadura, su expresión
acerada habitual estaba suavizada por una arruga entre sus cejas, un
momento de indecisión se reflejaba en su cara y luego hubo un muy
ligero aumento en su pecho, una respiración muy profunda, como si yo
le hubiera pillado con la guardia baja.
—Lo tengo —le dije—. Puedes irte.

Él lo soltó, me ofreció un «buenas noches» apresurado, luego se


volvió bruscamente y desapareció por el camino. Estaba inquieto. Yo lo
había descentrado. Más que ver esto, lo había sentido, su inquietud era
palpable en mi piel, haciéndole cosquillas en el cuello. ¿Cómo? ¿Qué
había hecho? No lo sé, pero quedé mirando los huecos negros del
sendero en el que desapareció hasta que el viento sacudió las ramas por
encima de mí, recordándome que era tarde, estaba sola y el bosque
estaba muy oscuro.
Capítulo 11
El Asesino

Traducido por Vicky


Corregido por katiliz94

Puede que no haya segundas oportunidades.

Y entonces dejé que un desliz me pasara por encima.

Tiré mi bolso contra la pared. Mi compañero de habitación había


tomado el colchón en la esquina opuesta. Al menos el espacio era
amplio. Él me estaba poniendo los pelos de punta, era un zopenco
vaquero con dos copas de más que, tontamente, había puesto la mirada
sobre una princesa. Conocía ese tipo. Un error hacerse su amigo, en
cualquier caso, no había más espacio en el motel, así que al final habría
terminado compartiendo habitación con él de todos modos.

El alojamiento era escaso. Sólo un techo sobre nuestras cabezas y


un desnudo y delgado colchón que tuve que subir desde la habitación
del almacenamiento por mi cuenta, pero al menos el lugar no apestaba
—todavía. No podía negar que la comida de la posada era por mucho
más atractiva que una ardilla huesuda rostizándose con un palo
cruzado ante una fogata, y estaba cansado de caminar con mis botas
llenas de arena.

Espero que las sidras oscuras fueran de su agrado.

Y lo fueron. No sé lo que esperaba, pero no era ella. Me rasqué las


costillas por debajo de mi camisa, recordando la cantidad de golpes, de
hacía muchos años, pero que seguían presentes en mi mente. La
realeza que conocía estaba hecha de cobardía y avaricia, y ella no
mostró ninguna medida de cualquiera de estas dos. Se quedó en su
tierra con ese soldado, defendiendo a su amiga como si todo un ejército
armado estuviera detrás de ella. Estaba asustada. Vi las tazas temblar
en sus manos, pero su miedo no la contuvo.

Aun así, la realeza era la realeza, y su altanera arrogancia


demostraba sus raíces. Recuerdo cuando llegó ese momento, que por
alguna razón no pude disfrutar las comodidades de una posada y
ninguno de los otros placeres durante ese par de días antes de terminar
mi trabajo. Hubo mucho tiempo para eso. Griz y los otros no estarían
juntándose conmigo hasta el próximo mes. No tenía que pasarlo sólo en
un páramo comiendo roedores si podía quedarme aquí. Tendría el
trabajo terminado en el momento adecuado. El Komizar siempre había
podido contar conmigo, y esta vez no sería diferente.

Me quité las botas y apagué la linterna, deslizando el cuchillo


debajo del borde del colchón al alcance de mi mano. ¿Cuántas veces lo
había empuñado en gargantas anónimas? Pero en esa ocasión sabía el
nombre de la víctima, o al menos uno que asumía que ella estaba
usando. Lia. Demasiado ordinario para una princesa. Me pregunté por
qué lo habría escogido.

Lia. Como un susurro en el viento.


Capítulo 12
El Príncipe

Traducido SOS por JGHerondale

Corregido por katiliz94

Le había dicho a Sven que probablemente no volvería incluso a


hablarla, y sin embargo, desde el momento en que la vi pavonearse
como si nada en el importante mundo exterior, eso es todo lo que quería
hacer. Quería ofrecer una diatriba de proporciones épicas, una
conferencia que coloreara hasta los oídos experimentados de mi padre.
Quería traicionar su identidad en una sala llena de gente, y sin
embargo, me senté en silencio y le dejé entregarme las opciones del
menú en su lugar. La Princesa Arabella, primogénita de la Casa de
Morrighan, trabajando en una taberna.

Y parecía que ella lo estaba disfrutándolo. Inmensamente.

Tal vez eso es lo que me molestó más que nada. Mientras estaba
en el camino, preguntándome si era la presa de bandidos o de los osos,
ella estaba interpretando a una camarera. Era problemática, eso estaba
claro, y el día en que huyó de nuestra boda, me había esquivado una
flecha venenosa. Me hizo un favor. Casi podía reírme de la sugerencia
de mi padre de tomar una amante después de la boda. Esta chica
podría hacer que toda la corte real y la mitad del ejército del rey
lamentaran esa decisión.

Me di la vuelta, golpeando el colchón lleno de bultos, esperando


que mi inquietud mantuviera a mi compañero indeseable despierto. Él
había pisoteado alrededor por la mejor parte de una hora antes de
apagar la linterna. Lo vi mirándola en la taberna, con los ojos
prácticamente desnudándola desde el momento en que entramos.
También estuve atrapado por la sorpresa cuando la vi por primera
vez. Su cara no coincidía con la esquelética y amargada que había
imaginado después de tantos kilómetros en la carretera. Mi conferencia
épica se marchitó hacia el silencio mientras la observaba. Casi esperaba
que no fuera ella, pero luego, cuando la oí hablar, lo supe. Lo supe por
su audacia y temperamento. Lo supe por la forma en que ordenó a un
impotente soldado hacer silencio con algunas acaloradas, puede que
imprudentes, palabras. Después de que nos sentamos, me di cuenta de
que mi nuevo amigo aún estaba mirándola, sus ojos rodando sobre ella
como una pantera sobre un ciervo, probablemente suponiendo que ella
era su postre. Casi pateé la silla en la que estaba sentado.

Con suerte, él estaría en camino mañana y se olvidaría de


conquistar a una camarera local. Después de que nos fuimos de la
taberna y él hizo una visita al baño, le eché un vistazo más de cerca a
su silla de montar, todo indescriptible, sin marcas para denotar un
artesano o región. Nada. Ni en su alforja, vaina, riendas, o una manta,
ni siquiera el embellecimiento humilde como una muserola labrada
para su caballo. ¿Por casualidad o diseño?

Me di la vuelta otra vez, incapaz de sentirme cómodo. Así que la


he visto. ¿Y ahora qué? Le había dicho a Sven que no hablaría con ella,
y lo hice. Quería avergonzarla públicamente, y no lo hice. Quería
decírselo en privado, pero sabía que no podía. Nada estaba resultando
como planeé.
Capítulo 13
Traducido por katiliz94
Corregido por katiliz94

—¿Por qué no me despertaste cuando viniste la noche anterior?

Permanecí de pie detrás de Pauline mientras ella miraba el espejo,


y miré su imagen nublada. El cristal estaba manchado con el tiempo,
probablemente arrojado en la cabaña con mucho más daño excesivo,
pero estaba contenta de ver que algo de rosa había vuelto a sus
mejillas. Se peinó sus largas hebras castañas con breves caricias
mientras yo sacaba mis ropas de montar del guardarropa.

—Era tarde, y estabas durmiendo ruidosamente. No necesitaba


despertarte.

Sus breves caricias se ralentizaron a unas dubitativas.

—Lamento que Berdi y tú discutieseis. Ella en realidad está


intentando…

—Berdi y yo estamos bien, Pauline. No te preocupes. Hablamos


después de que te marchases. Ella entiende mi…

—Tienes que darte cuenta, Lia, Terravin no es como Civica. Tu


padre y su gabinete no están observando a cada soldado en el reino.
Berdi hace lo mejor que puede.

Giré para hablarla de golpe, mi ira llameando al ser castigada de


nuevo, pero entonces el núcleo de la verdad se atrapó en mi garganta.
Mi padre raramente dejaba las comodidades de Civica. Ni lo hacían sus
gabinetes. Él reinaba desde una distancia si reinaba para algo,
arreglando cosas como matrimonios para resolver sus problemas.
¿Cuándo fue la última vez que en realidad visitó su reino y habló con
aquellos no acunados en la seguridad de Civica? El Viceregente y su
pequeño séquito eran los únicos que pasaban algo de tiempo lejos de
Civica y entonces era solo para diplomáticas visitas rutinarias a los
Reinos de Lesser.

Saqué los pantalones ante mí, intentando sacudir las arrugas, y


ambas miramos el hundimiento roto de la rodilla y los deshilachados
hilos donde una docena de agujeros más estaban comenzando a salir.

—Tienes razón, Pauline. Terravin no es para nada como Civica.

Intercambiamos sonrisas, sabiendo que trapos como este nunca


han adornado siquiera las salas exteriores de la corte real, y lo dejamos
pasar sin mencionar. Algunas cosas eran más fáciles de ver desde la
distancia cuando estaban justo debajo de tu nariz.

Ambas nos vestimos, poniendo las camisas por debajo de los


pantalones y poniéndonos encima las botas. Me até el cuchillo a un
costado y puse encime el jubón de suave piel para cubrirlo. Una hoja de
dieciséis centímetros. Sonreí. ¿Se lo creyó? En realidad era de unos
vergonzosos diez centímetros —pero muy agradablemente pesada— y
como la tía Bernice notó, una pequeña exageración siempre era de
esperar al momento de describir las armas, victorias, y partes del
cuerpo. Llevaba la pequeña daga enjoyada más para sentirme cerca de
mis hermanos que por protección, aunque podría no herirle a Rafe el
pensar de otra manera. Walther siempre la había afilado para mí,
tomando orgullo en cómo atacaba la puerta de mi cámara con ella. Pulir
los bordes ahora era lo que me quedaba. Toqué la vaina, asegurando
que estaba ceñida a mi cadera, y me preguntaba si mis hermanos me
extrañarían tanto como yo a ellos.

Con la posada todavía llena, no había dormitorios que limpiar


esta mañana, y Berdi estaba enviándonos a una expedición de caza por
zarzamoras. Era un cambio bienvenido de rutina, y estaba impaciente
por dar a Otto, Nove y Dieci un día fuera también, sabía que estarían
tan contentos por comer heno en sus rediles y proveer comentarios
ocasionales a cualquiera que pasase —lo cual parecían hacer con
perceptiva regularidad siempre que Enzo estaba cerca.

Fuimos a recoger a Gwyneth en nuestro camino, y ella nos mostró


la ruta hacia el Cañón del Diablo donde las zarzamoras eran
abundantes. Berdi afirmó que las moras eran lo más dulce. Con el
festival acercándose a menos de dos semanas de distancia, ella estaba
preparándose para hacer bizcochos de zarzas, conservas y cremas de
sémola. Además, como Gwyneth reveló con astucia, Berdi necesitaba
zarzas frescas para las nuevos vinotecas que pondría para reemplazar
las botellas que serían bebidas en el festival de este año.

Me había preguntado lo que eran las cajas oscuras atrapadas en


la esquina de la bodega. Al parecer todos los mercaderes contribuían
con algo para el festival, y las sorpresas de zarzas eran las
especialidades de Berdi año tras año. Una tradición. Era la única
tradición que yo esperaba.

Trencé el pelo de Pauline, intentando hacerle un círculo sobre su


cabeza, pero no era habilidosa al tejerlo y finalmente tuve que situar
una simple pero pulcra trenza en medio de su espalda. Intercambiamos
lugares, y ella hizo lo mismo por mí, pero ella creó un diseño más
elaborado con mucho menos esfuerzo, comenzando con trenzas en cada
sien y haciéndolas encontrarse en mi coronilla, artificialmente dejando
rizos sueltos en la secuela del cable para suavizar más su efecto.
Canturreó para sí misma mientras trabajaba, y decidí que todavía debía
estar musitando sobre sueño de Mikael desde la noche anterior, pero
entonces un pequeño murmullo escapó de sus labios como si hubiese
descubierto algo en mi pelo que no debería estar ahí —como una gran
paloma gorda.

—¿Qué? —Pregunté, alarmada.

—Solo recordando a aquellos dos tipos de la noche anterior.


Parecían positivamente afectados cuando Berdi te mandó a la cocina.
Tienes algunos interesantes admiradores.

—¿Kaden y Rafe?

—¡Ho! ¿Sabes sus nombres? —Retrocedió y estiró mi pelo,


haciendo brincar.

—Cortésmente simple. Cuando los atendí, pregunté.

Se inclinó hacia un lado para asegurarse de que podía verla en el


espejo y puso los ojos en blanco con gran ademán ostentoso.

—No te vi preguntando a los carniceros calvos cuáles son sus


nombres. ¿Qué hay de ese tercer tipo que vino después? ¿También
conseguiste su nombre?

—¿Tercer tipo?
—¿No le viste? Entró justo después de los otros dos. Un tipo
delgado y desaliñado. Lanzó varias miradas de lado en tu dirección.

Intenté recordarle, pero había estado tan ocupada con el


malhechoso soldado y después sirviendo a Kaden y rafe, que ni siquiera
recordaba la puerta de la taberna abriéndose de nuevo.

—No, no le noté.

Ella se encogió de hombros.

—No se quedó mucho tiempo. Ni siquiera terminó su sidra. Pero


Kaden y Reef sin duda se quedaron. No me parecían conejos corriendo
hacia mí.

Sabía que se estaba refiriendo a Charles y a los otros chicos que


me evitaron.

—Su nombre era Rafe, —corregí.

—Ohh… Rafe. ¿Prefieres a uno sobre el otro?

Mi espalda se tensó. ¿Preferir? Era mi turno de poner los ojos en


blanco.

—Ambos son rudos y presuntuosos.

—¿Es esa Su Alteza Real hablando o alguien que tiene miedo de


conejos huyendo? —Sacó otra fina hebra de pelo.

—¡Lo juro, Pauline, voy a decapitarte si me tiras una vez más del
pelo! ¿En qué te estás metiendo?

Ella estaba resuelta, no menos molesta por mi amenaza.

—Estoy devolviéndote el favor de la última noche. Debería


haberme puesto de pie ante ese soldado antes de que tú hubieses
aparecido.

Suspiré.

—Todos tenemos diferentes habilidades. Eres paciente con un


culpable, lo cual a veces no funciona en tu ventaja. Yo, por otro lado,
tengo la paciencia de un gato mojado. Solo en raras ocasiones eso
resulta útil. —Di un resignado encogimiento de hombros, haciendo a
Pauline sonreír. Rápidamente añadí un fruncido de ceño.

—¿Y cómo es que al dejarme calva me estás haciendo un favor?

—Te estoy salvando de ti misma. Te ví con ellos ayer por la noche.


—Sus manos cayeron sobre mis hombros—. Quiero que pares de tener
miedo, —dijo suavemente—. Los buenos no huyen, Lia.

Tragué. Quería apartar la mirada, pero sus ojos estaban fijos en


mí. Pauline me conocía demasiado bien. Siempre había escondido mis
temores de los otros con charlas agudas y gestos audaces. Demasiadas
veces ella me había visto intentando domesticar mi respiración en un
oscuro corredor de la ciudadela después de un horrible encuentro con
el Erudito cuando él me decía que yo era deficiente en mis estudios,
habilidades sociales, o cualquier número de cosas donde caía más bajo
de lo que se esperaba. O las veces que estaba de pie congelada en la
ventana de mi dormitorio en blanco mirando a la nada durante tanto
tiempo como una hora, conteniendo las lágrimas después de otro
cortante rechazo de mi padre. O las veces que había tenido que
retirarme a mi cámara de vestir y cerrar la puerta con llave. Sabía que
Pauline había escuchado mis llantos. Los últimos años, no había dado
la talla en ninguna forma, y cuanto más me presionaban, moldeaban, y
silenciaban, más quería ser escuchada.

Las manos de Pauline se deslizan sobre mis hombros.

—Supongo que ambos fueron lo bastante complacientes para


mirar, —ofrecí. Escuché la excusa en mi propia voz. La verdad era que
les encontraba a ambos siendo atractivos en sus propias formas. No era
un cadáver. Pero aunque hicieron a mi sangre precipitarse cuando
entraron en la taberna, también me llenaron con aprehensión.

Pauline todavía aguardaba por algo más, sin expresión. No


parecía ser suficiente de una admisión para ella, así que le dí otra que
estaba segura que me arrepentiría.

—Y tal vez prefiera a uno de ellos.

Aunque no estaba completamente segura. Encontrar algo


intrigante sobre uno de ellos no significaba necesariamente que le
prefiriese. Sin embargo, él había perseguido mis sueños la noche
anterior en una extraña forma. Parciales destellos de su rostro se
disolvieron y volvieron a aparecer una y otra voz como un espectro,
apareciendo en las sombras de un profundo bosque, paredes
derruyendo ruinas, y después de nuevo, sus ojos destellando en un
abanico de llamas.

Él me seguía a donde sea que fuera, buscándome como si le


hubiese robado un secreto que le pertenecía. Estaban disturbando mis
sueños, no en toda esa forma que imaginaba que Pauline tenía con
Mikael. Podría haber sido que mis inquietos sueños eran simplemente
debido a la comida de Berdi, pero esta mañana cuando desperté, mis
primeros pensamientos fueron para él.

Pauline sonrió y ató mi trenza con una cuerda de rafia.

—Las zarzas la esperan, Su Alteza.

Mientras nos dirigíamos por el roznido trio, Kaden salió de la


taberna. Berni sirvió los alimentos por la mañana —queso duro, huevos
hervidos, arenques ahumados, panes gruesos, y bastante achicoria
caliente para beber— todo esparcido por el aparador. Era una simple
comida de sírvete-tú-mismo, o un huésped podría empacarlo en un saco
para irse. Nadie se iba hambriento de Berdi —ni siquiera los
abundantes o princesas que aparecían en su escalón de atrás.

Tiré de la cinta de Otto y fui a ver a Nove cuando di miradas a


Kaden desde debajo de las pestañas. Pauline se aclaró la garganta como
si algo de repente estuviese atrapada en ella. Le lancé una mirada
severa. Sus ojos rodaron hacia Kaden —quien ahora estaba caminando
directamente hacia nosotras. Mi boca de repente se secó, y tragué,
intentado persuadir de avanzar a un pequeño empapado. Él llevaba una
camisa blanca, y sus botas crujían en la suciedad mientras se acercaba.

—Buenos días, señoritas. Están despiertas demasiado pronto.

—Al igual que usted, —respondí.

Intercambiamos finuras, y explicó que estaba fuera para ocuparse


de algunas cosas que podrían mantenerle más días en la posada,
aunque no dijo que cosas eran.

—¿Es un comerciante de piel, como sugirió Gwyneth? —Pregunté.


Él sonrió.

—Sí, de hecho, lo soy. Pequeñas pieles de animales. Normalmente


comercio con Piadro, pero espero encontrar mejor precios en el norte.
Elogié a tu amiga por sus habilidades de observadora.

Asi que estaba equivocada. Comerciaba con pieles. Las


impresiones podrían ser engañosas.

—Sí, —estuve de acuerdo—. Gwyneth es muy perceptiva.

Desató su caballo del rail.

—Espero que cuando regrese esta tarde, una autentica habitación


esté disponible.

—No es probable hasta después del festival, —dijo Pauline—.


¿Pero podría haber una habitación en otra posada en la ciudad?

Él se detuvo como si contemplase ir a buscar algún otro lugar,


sus ojos descansando en mí varios latidos más de los que era cómodo.
En la brillantez del día, su pelo rubio brillaba, y sus profundos ojos
marrones rebelaban más color, un llamativo espectro de motas
recubiertas de bronce, ricas y cálidas como recién cultivadas en la
tierra, pero inquietas todavía acechando debajo de la aparente calma.
Un pequeño crecimiento de barba incipiente en su barbilla atrapó la luz
del sol, y ni siquiera me di cuenta de que estaba estudiando sus bien
cincelados labios hasta que una entretenida sonrisa les cruzó.
Rápidamente volví la atención a Nove, sintiendo mis mejillas arder.

—Me quedaré aquí, —respondió.

—¿Y su amigo? ¿Se quedará también? —Pregunté.

—No sé cuáles son sus planes, pero sospecho que su nariz es


demasiado exigente por la última noche en una bohardilla. —Ofreció
sus despedidas, y le observé cabalgar lejos en un caballo tan negro
como la noche, una fuerte bestia salvaje, incluso sus respiros de alguna
forma fieros, como un dragón acechado en su linaje. Era una bestia que
podría astillar un puesto y nunca sería confundida por una yegua de
cría. Sonreí ante la idea, preguntándome la forma en la que Rafe le
había provocado. Eran un par de viejos amigos.

Cuando estuvo fuera de vista, Pauline dijo—: Así que ese es Rafe.
Subí sobre Otto y no respondí. Hoy Pauline parecía haber
despertado para fortalecer relaciones, primero yo y Berdi, y ahora yo y…
quien quiera que fuera. ¿Era eso el porque estaba tan desesperada que
quería fortificar su propia relación con Mikael? Yo no era propensa a
llamar a los dioses al exterior de los rituales requeridos, pero me llevé
dos dedos a los labios y envié una súplica de que Mikael regresaría
pronto.

Terravin era pequeño, lo cual era parte de su encanto. Ya que la


posada de Berdi quedaba atrás de las colinas en el extremo sur a las
primeras agrupaciones de las tiendas en el extremo noreste, eran como
mucho quince minutos de viaje —más rápido si no estaban montando
tres asnos que no llevaban prisa para ir a ningún lado. Me sorprendía
ante todas las brillantemente coloridas casas y tiendas, y Pauline me
dijo que era una tradición que había comenzado hace siglos. Las
mujeres del pequeño poblado de pesca pintaban sus hogares de un
color brillante para que sus maridos que iban al mar pudiesen ver sus
propias casas desde lejos y recordar que una esposa les aguardaba a su
regreso. Era increíble al ser una forma de proteger su verdadero amor
de ser perdido en el mar.

¿Podría alguien de verdad viajar tan lejos que no podrían


encontrar su hogar de nuevo? Nunca había estado más allá del océano
que mis rodillas, una helada caída en las aguas del Mar Safan en una
rara excursión familiar, donde perseguí a mi hermanos en la playa y
cogí conchas con… mi padre. El antiguo recuerdo sopló en ráfagas a
través de mí como un alarmante viento frio. Tantos otros recuerdos se
habían apilado sobre ese que de cerca estaba extinguido. Estaba segura
de que mi padre no tenía recuerdo de él para nada. Él había sido un
hombre diferente por entonces. Yo también era diferente.

Pauline y yo nos dirigimos al norte a lo largo del estrecho camino


que paralelaba la carretera principal más abajo. Desiguales franjas de
luz pasando por los árboles se esparcían por nuestro camino. Además
de la carretera principal, había docenas de líneas estrechas como esta
que enrollarían Terravin y las colinas colindantes, cada una
conduciendo a únicos descubrimientos. Cortamos por una de ellas
hasta el centro de la ciudad, y el Sacristán vino a la vista, una gran
estructura imponente para tal pequeña aldea. Supuse que las personas
de Terravin debían ser ardientes en sus devociones a los dioses.

Un cementerio bordeaba un lado, plagado con marcadores tan


antiguos que eran solo finas losas llanas de piedra. Cualquier adorno,
espadas, o grandes tributos habían sido quitados hacía tiempo, dejando
a sus honrados ocupantes perdidos en la historia, e incluso las velas de
conmemoración todavía iluminaban las linternas de cristal rojo frente a
unos pocos aislados.

Observé la mirada de Pauline deambular por la piedra y vela.


Incluso Otto disminuyó mientras pasábamos, sus orejas torciéndose
como si estuviese siendo llamado por los residentes de dentro. Una
brisa saltó por las lápidas, tirando de mis trenzas sueltas,
sacudiéndolas alrededor de mi cuello.

Ido… ido…

Mi carne tembló. El miedo se cerró en mi garganta con repentina


ferocidad. Mikael. Algo está mal. Algo está irremediable e
irreparablemente mal.

El miedo me agarró inesperada y completamente. Me forcé a


contener el aliento y recordar los hechos: Mikael era el único en la
patrulla. Walther y Regan habían estado en una docena de patrullas, y a
veces llegaban tarde a casa debido al tiempo, suministros, o algun
número de cosas intranscendentes. Las patrullas no eran peligrosas. A
veces había escaramuzas, pero raramente si quiera encontraban un
intruso. El único herido de ellos había vuelto siempre con un dedo roto
cuando un caballo pisó el pie desnudo de Regan.

Las patrullas eran solo una precaución, una forma de asaltar


fronteras para no ser cruzadas y una forma de asegurar que los
asentamientos permanentes no estaban establecidos en el Cam
Lanteux, una zona de seguridad entre los reinos. Perseguían a bandas
de barbaros detrás de sus propias fronteras. Walther lo llamaba mero
pecho latiendo. Decía que la peor parte era soportar los hedores
corporales de los hombres sin lavarse. En verdad, no estaba segura de
que los barbaros fueran una amenaza para nada. Sí, salvajes por todos
los informes que había escuchado en la corte y de los otros soldados,
pero habían sido atacados desde detrás de las fronteras durante cientos
de años. ¿Cómo de fieros podrían realmente ser?

El verdadero amor de Pauline estaba bien, me dije a mí misma,


pero el opresivo sentimiento permanecía. Nunca había conocido a
Mikael. Él no era de Civica, solo había sido asignado ahí como parte de
una rotación de tropas, y Pauline había seguido las reglas de la corte a
la letra y siendo discreta —tan discreta que nunca siquiera le mencionó
hasta justo antes de que nos marchásemos. Ahora temía que nunca
podría conocer a este joven que la amaba tanto y hacía que su rostro se
iluminase cuando hablaba de él.

—¿Te gustaría parar? —Solté demasiado alto, sorprendiéndola.


Frené las riendas de Otto.

Ella se detuvo, ansiosas líneas incrementando su frente.

—Si no te importa. Solo llevará un momento.

Asentí y se deslizó de Nove, sacando una moneda de su alforja. La


enterró en el Sacristán. Una vela. Un rezo. Una esperanza. Una luz
parpadeante ardiendo por Mikael. Un faro para guiarle a la seguridad de
Terravin.

La mantendría hasta la siguiente vez que una brisa de


advertencia saltase sobre los huesos de la larga muerte. Pauline era fiel
a su palabra, como en todas las cosas, y cuando regresó poco tiempo
después, el rígido borde de preocupación que había endurecido su cara
hacía unos pocos minutos se había suavizado.

Pauline había dado la preocupación a los dioses. Mi propio


corazón se aligeró.

Terminamos nuestra travesía por la carretera principal y


seguimos las direcciones que Berdi nos dio hasta la pequeña habitación
alquilada de Gwyneth sobre el boticario. Era una tienda diminuta
envuelta entre tiendas más grandes al otro lado. Una estrecha escalera
abrazada una pared y conducía a una habitación en el segundo piso
que asumí era la de Gwyneth. Estaba situada detrás del resto de la
estructura y no era demasiado grande para que abarcase mis brazos,
sin duda no por el correr del agua o la comodidad básica de una
cámara cerrada. Estaba intensamente curiosa por la vida de Gwyneth al
exterior de la taberna. Ella nunca hablaba de ello incluso cuando se la
empujaba, siempre dando vagas respuestas y moviéndose hacia algo
más, lo cual solo servía para desencadenar mi imaginación. Había
esperado que viviese en algún lugar mucho más exótico o misterioso
que una pequeña habitación sobre una tienda de una ocupada calle
principal.

Nos deslizamos de nuestras mulas, y tendí las riendas de Otto a


Pauline, diciéndole que subiría los escalones hasta llegar a Gwyneth,
pero de repente ella emergió de la tienda de zapatos de la carretera de
enfrente con una niña de no más de seis o siete años, una hermosa
niña con fresas oscuras de rizos cayendo por sus hombros y destellos
de sol desempolvados trazando su nariz y mejillas. Ella sujetaba un
pequeño paquete envuelto que claramente atesoraba, abrazándolo a su
pecho.

—¡Gracias, Señorita Gwyneth! ¡No puedo esperar a mostrárselo a


mamá!

Ella corrió y desapareció por el otro carril.

—¡Adiós, Simone! —Gwyneth dijo tras ella y continuó al mirar en


a dirección que la niña había corrido después de que se fuera. Una débil
sonrisa llegó a sus ojos, una suavidad que calaba en ella por completo.
Era un lado tierno que nunca había visto en la normalmente insensible
Gwyneth.

—Es muy guapa, —llamé para alertarla de nuestra presencia.

Ella miró en nuestra dirección, y su espalda se tensó.

—Llegáis muy pronto, —dijo bruscamente.

Se unió a nuestro lado de la calle, inspeccionando diente


sobresaliente de Dieci sospechosamente, preguntando en alto si la
sencilla bestia había siquiera montado. En verdad, no lo sabíamos,
aunque llevó la silla bastante bien. Mientras revisábamos su seguro,
una gran carreta de comida repiqueteó por el camino hacia los muelles
y grandes brisas de grasosa anguila frita llenaron el aire a nuestro
alrededor. Mientras que yo no prefería esta delicadez favorita regional,
su aroma no era desagradable, pero la mano de Pauline voló a su boca.
Su rostro palideció, y se dobló por encima, su comida de la mañana
esparciéndose por la calle. Intenté ir en su ayuda, pero ella me apartó y
agarró su estómago de nuevo cuando otra ola la sobrecogió y hubo más
derrame. Estaba segura de que su estómago ahora tenía que estar
vacío. Se irguió, tomando un afilado respiro, pero sus manos todavía
estaban protectoramente presionados en su estómago. Miré sus manos,
y en un instante, el resto del mundo despareció.

Oh, santos dioses.

¿Pauline?
Me golpeó rápidamente como un golpe en las tripas. No era
sorpresa que hubiese estado tan amarillenta y cansada. No era sorpresa
que estuviese tan asustada.

—Pauline, —susurré.

Sacudió la cabeza, cortándome.

—¡Estoy bien! Estaré bien. Las gachas simplemente no me


sentaron apropiadamente. —Me envió una rápida mirada de súplica con
ojos acuosos.

Podíamos hablar de esto más tarde. Con Gwyneth mirando, me


apresuré a intentar cubrirlo, explicando que Pauline siempre había
tenido una constitución delicada.

—Estómago delicado o no, no está en forma para viajar por un


desfiladero caliente para recoger zarzas, —dijo Gwyneth firmemente, y
estuve agradecida de que Pauline estuviese de acuerdo. Todavía
viéndose pálida, insistió en que podía volver a casa por su cuenta, y
reluctantemente la dejé ir.

—Sáltate las gachas desde ahora, —dijo Gwyneth detrás de ella


mientras se alejaba.

Pero tanto Pauline como yo sabíamos que no era la comida de la


mañana lo que la había hecho enfermar.
Desde la semilla del ladrón

El Dragón se elevará

Los ávidos,

Alimentándose de la sangre de bebés.

Bebiendo las lágrimas de madres.

—Cantico de Venda
Capítulo 14
Traducido por Nessied
Corregido por katiliz94

El cañón del Diablo fue nombrado acertadamente. Las brisas


templadas de Terravin no se aventuraban hasta aquí. Estaba seco y
polvoriento, pero era extrañamente hermoso a su manera. Grandes
robles retorcidos se mezclaban con altas palmeras y cactus barril. Los
Jewelweed1, más altos que un hombre, se abrazaban a las delgadas
corrientes rocosas que brotaban de las paredes agrietadas. Se veía como
el escondite del demonio, no coincidente con la flora robada de los
confines de la tierra para crear su propia versión del paraíso. Y por
supuesto, estaban las moras, su fruta seductora, pero no habíamos
venido a por ellos aun.

Gwyneth sopló una bocanada de aire de su boca, tratando de


enfriar su frente y luego se desabrochó la camisa, tirando de ella y
atándola en su cintura. La camisa hacía poco para ocultar sus pechos
generosos o su coquetería debajo de la tela delgada. Mi camisa era
mucho más modesta que la de ella, pero a pesar del sudor goteando en
mi espalda, me resistía a quitarme la camisa. Sabía que Terravin era
más relajada sobre exponer partes del cuerpo, pero en Civica, los
pechos casi desnudos habrían sido escandalosos. Mis padres habrían…

Sonreí, tiré de mi jubón y luego me saqué la camisa sobre la


cabeza. Inmediatamente sentí el alivio del aire sobre la piel húmeda.

—Ahí tienes, princesa. ¿No está mejor? —dijo, Gwyneth.

Tiré bruscamente de las riendas de Otto, y él expresó una fuerte


queja.

1
Jewelweed, en español conocido como Impatiens capensis. Es una especie de planta
anual perteneciente a la familia Balsaminaceae. Es nativa de América del Norte, donde
es común en los suelos de tierras bajas, canales y a lo largo de arroyos, a menudo,
creciendo junto con su pariente menos común, Impatiens pallida.
—¿Princesa?

Ella se detuvo y sonrió.

—¿Creíste que no lo sabría? La omnisciente Gwyneth lo percibe


todo.

Mi corazón se aceleró. No era divertido. No estaba completamente


segura aún de que ella no estuviese pescando.

—Creo que me has confundido con otra persona.

Ella fingió ofenderse, las esquinas de su boca estirándose hacia


atrás en una sonrisa.

—¿Dudas de mí? Has visto lo buena que soy en descifrar los


patrones de la taberna. —Chasqueó las riendas y se movió hacia
adelante. La seguí, a la par mientras ella continuaba hablando,
pareciendo disfrutar de este juego aún más que el que jugaba en la
taberna—. O —dijo con gran ademán—, podría ser que tenga una bola
de cristal. O… ¿tal vez puedo estame dejé caer por tu cabaña?

Las joyas en mi bolso. O peor aún, las robadas…

Respiré sobresaltada.

Ella se volvió para mirarme y me frunció el ceño.

—O podría ser que Berdi me lo dijo —enunció claramente.

—¿Qué? —Tiré de las riendas de Otto y él expresó otro gemido


agudo.

—¡Deja de hacer eso! No es culpa de la pobre bestia.

—¿Berdi te lo dijo?

Lenta, y deliberadamente, con gracia, desmontó su burro,


mientras que torpemente yo salté del mío, casi cayendo sobre mi cara.

—¿Después de todas la charla de no decirle a nadie? —Grité—.


¿Todas sus admoniciones en tener cuidado y escondernos por días
hasta el final?

—Fue solo hace unos días. Y decirmelo era diferente. Ella…


—¿Cómo vas y le anuncias a una doncella de taberna que
parlotea con desconocidos de aquí para allá? ¡No había ninguna razón
para que necesitaras saberlo!

Me di la vuelta para llevar por delante a Otto, pero ella agarró mi


muñeca y me tiró cerca.

—Berdi sabe dónde vivo en la ciudad y sería la primera en saber


si un magistrado venía a husmear o a dejar avisos de arrestos. —Soltó
mi mano.

Me froté la muñeca donde ella la había torcido.

—¿Sabes lo que hice?

Sus labios se arrugaron con desdén, y ella asintió.

—No puedo decir que lo entienda. Es mucho más preferible estar


encadenada a un príncipe pomposo que a un mujeriego sin dinero,
pero…

—Preferiría no estar encadenada a cualquiera.

—Ah. Cariño. Sí, eso. Es un buen truco si lo encuentras. Pero no


te preocupes; aún estoy de tu lado.

—Bueno —soplé—. Eso es un alivio, ¿no?

Echó sus hombros hacia atrás, y ladeó la cabeza hacia un lado.

—No subestimes mi utilidad, Lia, y yo no subestimaré la tuya.

Ya deseaba poder arrebatar mi comentario anterior. Suspiré.

—Lo siento, Gwyneth. No me refiero a romper nada. Es solo que


he intentado tener más cuidado. No quiero lastimarte por mi presencia.

—¿Por cuánto tiempo planeas quedarte?

¿Había supuesto que solo pasaba por aquí?

— Para siempre, por supuesto. No tengo ningún sitio a donde ir.

—Terravin no es un paraíso, Lia. Los problemas de Morrighan no


desaparecerán solo porque te escondas aquí. ¿Y tus responsabilidades?
—No tengo nada más allá de Terravin. Mis responsabilidades solo
son Berdi, Pauline y la posada.

Ella asintió.

—Ya veo.

Pero estaba claro que no lo veía. Desde su perspectiva, todo lo que


veía era el privilegio y el poder, pero yo sabía la verdad. Yo apenas era
útil en una cocina. Como una primogénita, era útil en absoluto. Y como
un peón político, me negaba a ser útil.

—Bueno —suspiró—, supongo que todos los errores que he


cometido han sido entera y propiamente míos. Tienes derecho a hacer
los tuyos también.

—¿Qué tipo de errores has cometido, Gwyneth?

Me disparó una mirada fulminante.

—De los lamentables. —Su tono me retó a presionar más, pero


sus ojos titubearon por un instante. Señaló con sus dos brazos hacia el
cañón donde me había dicho que prosperaban las mejores bayas—.
Podemos dejar a los burros aquí. Toma un sendero, y yo tomaré el otro.
No debemos tardarnos mucho en llenar nuestras cestas.

Nuestra discusión aparentemente terminó. Ella desató sus cestas


de la montadura de Dieci y me dejó sin divulgar sus lamentables
errores, pero el breve elenco melancólico de sus ojos se quedó conmigo,
y me pregunté que había hecho ella.

Seguí por el estrecho sendero que me había señalado y encontré


de pronto que se abría en un oasis amplio, el jardín del diablo, con una
piscina de poca profundidad con agua alimentada por un arroyo
percolador. La ladera sombreada del norte del cañón colgaba pesada
con arbustos de bayas, y su fruto púrpura copetudo era el más grande
que jamás había visto. El diablo cuidaba bien su jardín.

Saqué uno de sus frutos prohibidos y me lo metí en la boca. Una


oleada de sabor y recuerdo me envolvió. Cerré los ojos y vi la cara de
Walther, de Bry, Regan, y zumo de bayas goteando de sus barbillas. Nos
vi a los cuatro corriendo por los bosques, saltando sin cuidado por las
ruinas de los Ancianos cubiertas de moho, nunca pensando que
nuestro propio mundo cambiaría también algún día.
Escaleras arriba nos dijo la Tía Bernice, casi todos nos llevábamos
dos años, como mi madre y mi padre, criados en un horario estricto del
cronometrador, y por supuesto, una vez que se produjo una
primogénita, la cría se detuvo en conjunto. La mirada de mi padre a mi
madre en mi último día en Civica brilló a través de mí, el último
recuerdo de ellos que probablemente nunca tendría, y luego sus
comentarios acerca de la belleza de ella en el día de su boda. ¿Fueron
los rigores del deber lo que le hicieron a él ponerla a un lado y olvidarse
del amor? ¿Él nunca la había amado?

Un buen truco si lo encuentras.

Pero Pauline lo hacía.

Arranqué un puñado de bayas y lo ubiqué contra una palmera


cerca del arroyo. El corto día ya había traído tanta agitación, y el día
anterior no había traído menos. Estaba cansada y empapada de la
tranquilidad del jardín del diablo, escuchando el murmullo de su arroyo
y descaradamente saboreando su fruto en un bocado regordete a la vez.

Acababa de cerrar los ojos cuando escuché otro sonido. Mis ojos
se abrieron de golpe. ¿Era el relincho lejano de Otto? ¿O era solo el
silbido del viento por el cañón? Pero no había viento.

Volví la cabeza y escuché el latido inconfundible de los cascos,


pesados y metódicos.

Mi mano fue a mi costado, pero mi cuchillo había desaparecido.


Lo había dejado colgando en el cuerno de mi silla cuando me quité la
camisa. Solo tuve tiempo de revolver sobre mis pies cuando un enorme
caballo apareció, con Rafe montado encima de él.

El diablo había llegado. Y una parte extraña de mí se alegró.


Capítulo 15
Traducido por Ale Westfall
Corregido por katiliz94

Él se detuvo a cierta distancia, como si esperara una señal de mi


parte para avanzar. Mi estómago se retorció. Hoy su rostro era
diferente. Todavía llamaba la atención, pero ayer estaba decididamente
enfadado desde el momento en que me vio y sentí que él quería a
odiarme.

Hoy él quería algo más.

En el resplandor del sol, las sombras recortaban sus pómulos, y


sus ojos eran de un penetrante azul profundo en contraste con el
insípido paisaje. Ojos enmarcados por pestañas oscuras, eran la clase
de ojos que podían detener a alguien y hacerlos reconsiderar sus pasos.
Él me hizo reconsiderar los míos. Tragué saliva. Casualmente levantó
las dos canastas en una mano como si éstas fueran una explicación
para su presencia.

—Pauline me envió. Dijo que olvidaste estas.

Me resistí a rodar mis ojos. Por supuesto que lo hizo. La siempre


ingeniosa. Incluso en su estado debilitado, seguía siendo un miembro
leal de la corte de la reina, tratando de tejer posibilidades por su cargo
desde lejos, y por supuesto, ella era del tipo que incluso Rafe no podía
rechazar.

—Gracias —contesté—. Pauline se enfermó y tuvo que regresar a


la posada, pero me olvidé de tomar sus canastas antes de que se fuera.

Él asintió como si todo tuviera sentido y luego su mirada pasó


sobre mis hombros y brazos desnudos. Mi camisola al parecer no era
tan modesta como había pensado, pero había poco que pudiera hacer
para remediarlo ahora. Junto con mi cuchillo, mi camisa estaba todavía
colgando de la silla de Otto. Me acerqué para recuperar las cestas,
tratando de ignorar el destello de calor que se extendió por mi pecho.

Su caballo era monstruoso y hacía a mi Ravian parecer el pony de


un niño. Estaba claro que no fue hecho para la velocidad, pero sí por la
fuerza y tal vez por la intimidación. Rafe estaba sentado tan alto en la
silla que tenía que inclinarse para darme las cestas.

—Lo siento si me he entrometido —dijo mientras tomaba las


cestas de él.

Su disculpa me tomó por sorpresa. Su voz era amable y genuina,


sin signos de la voz rencorosa de ayer.

—La bondad no es una intromisión —contesté. Levanté la vista


hacia él, y antes de que pudiera retractarme de mis propias palabras,
me oí a mí misma que lo invitaba a quedarse y darle agua a su
caballo—. Si tienes tiempo. —¿Qué había hecho? Algo en él me turbaba,
pero también me cautivaba demasiado, hasta el punto de que estaba
siendo demasiado imprudente con mis invitaciones.

Sus cejas se levantaron mientras consideraba mi oferta, y por un


momento, recé que contestara que no.

—Creo que tengo tiempo —dijo.

Se bajó de su caballo y lo llevó al remanso, pero este sólo olió el


agua. Era un caballo pío blanco y negro, y aunque formidable en
estatura, era muy posiblemente el caballo más hermoso que había visto
en mi vida. Su pelaje brillaba, y el pelillo en sus patas delanteras y
traseras brillaba como nubes blancas que bailaban cuando caminaba.
Rafe bajó la correa y se volvió hacia mí.

—¿Estás reuniendo bayas?

—Berdi las necesita para el festival.

Él se acercó, deteniéndose sólo a un brazo de distancia, y


examinó el cañón.

—¿Vienes aquí? ¿No hay arbustos de bayas más cercano a la


posada?

Mantuve mi postura.
—No como las bayas de aquí. Estas son dos veces más grandes.

Me miró como si yo no hubiera hablado. Sabía que algo estaba


pasando aquí. Nuestras miradas se sostenían como si nuestras
voluntades estuviesen luchando en algún plano misterioso, y yo sabía
que si miraba para otro lado iba a perder. Finalmente bajó la mirada
por un momento, casi contrito, mordiéndose el labio inferior, y yo
respiré. Su expresión se suavizó.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó.

¿Ayuda? Jugué con las cestas, dejando caer una.

—Claramente estás de mejor humor hoy que ayer —dije mientras


me agachaba para recoger la cesta.

—No estaba de mal humor.

Me enderecé.

—Sí que lo estabas. Fuiste un patán mal educado.

Una sonrisa levantó lentamente las comisuras de su boca, la


misma enloquecedora, arrogante y secreta sonrisa de anoche.

—Me sorprendes, Lia.

—¿En qué sentido? —pregunté.

—En muchos sentidos. No menos tu terrible miedo a los conejos.

—¿Miedo a la conejos…? —Parpadeé lento y duro—. No debes


creer todo lo que la gente dice. Pauline es conocida por adornar
generosamente la verdad.

Lentamente se frotó la barbilla.

—¿Acaso no lo hacemos todos?

Lo estudié, no menos que Gwyneth, aunque él era aún más


enigmático. Todo lo que Rafe decía parecía llevar un peso más allá de
sus palabras declaradas.

Haría a Pauline pagar por esto, comenzando con una charla sobre
conejos. Me di la vuelta y caminé hacia los arbustos de bayas.
Colocando una cesta en el suelo a mis pies, empecé a llenar la otra. Los
pasos de Rafe crujieron en el suelo detrás de mí. Se detuvo a mi lado y
cogió la canasta sobrante.

—¿Tregua? ¿Por ahora? Prometo no ser un patán mal educado.

Mantuve mis ojos en el arbusto de bayas en frente de mí, tratando


de reprimir una sonrisa.

—Tregua —contesté.

Arrancó varias bayas, permaneciendo cerca de mi lado, dejando


caer unas cuantas en mi canasta como si estuviera adelantándome.

—No he hecho esto desde que era un niño —dijo.

—Entonces lo estás haciendo bastante bien. No te has metido una


en la boca todavía.

—¿Quieres decir que se me permite hacerlo?

Sonreí interiormente. Su voz era casi juguetona, aunque no podía


imaginar tal expresión en su rostro.

—No, no te está permitido —le contesté.

—Menos mal. No es un gusto que adquirí. No hay muchos


arbustos de bayas de donde soy.

—¿Y dónde sería eso?

Su mano se detuvo en una baya como si fuera una decisión


monumental si se debiera arrancar o no. Finalmente la sacó y explicó
que era de una pequeña ciudad en el extremo sur de Morrighan.
Cuando le pregunté el nombre, dijo que era muy pequeña y no tenía
nombre.

Era obvio que no quería revelar exactamente de dónde era. Tal vez
estaba escapando de un pasado desagradable como el mío, pero eso no
quería decir que tuviera que tragarme su historia con el primer bocado.
Podría jugar un poco con él.

—¿Una ciudad sin nombre? ¿En serio? Es muy extraño.

Esperé que se explicara, y no me decepcionó.


—Es sólo una región. Con pocas viviendas dispersas a lo sumo.
Somos agricultores. En su mayoría agricultores. ¿Y tú? ¿De dónde eres?

¿Una región sin nombre? Quizás. Y él era fuerte, en forma y


curtido por el sol como un granjero, pero también había tanto de no
campesino en él, su manera de hablar, incluso la forma en que se
movía, y sobre todo sus desconcertantes ojos azules. Eran feroces, como
los de un guerrero. No eran los ojos de un agricultor que pasaba sus
días contento al remover la tierra.

Tomé la baya todavía suspendida en sus dedos y la metí en mi


boca. ¿De dónde era? Entrecerré los ojos y sonreí.

—De una pequeña ciudad en el extremo norte de Morrighan. En


su mayoría agricultores. Sólo una región, de verdad. Con pocas
viviendas dispersas. A lo sumo. Sin nombre.

Él no pudo contener una sonrisa.

—Entonces venimos de mundos opuestos pero similares, ¿no?

Lo miré fijamente, fascinada de que fuese capaz de hacerlo reír. Vi


su sonrisa lentamente desvanecerse de su rostro. Las líneas suaves
todavía arrugaban sus ojos. Su risa pareció relajar todo en él. Era más
joven de lo que pensé en un principio, tal vez con diecinueve años.
Estaba intrigada por…

Mis ojos se abrieron. Había estado estudiándolo y ni siquiera


había respondido a su pregunta. Aparté la vista, con mi pecho
golpeteando, y regresé con renovado vigor a mi cesta a medio llenar,
arrancando varias bayas verdes antes de que su mano tocase la mía.

—¿Vamos a caminar un rato? —sugirió—. Creo que este arbusto


está limpio a menos que Berdi quiera fruta ácida.

—Sí, tal vez deberíamos buscar otro.

Soltó mi mano, y caminamos un poco más abajo en el cañón,


recogiendo bayas en el camino. Me preguntó cuánto tiempo había
trabajado en la posada y le dije que sólo unas pocas semanas.

—¿Qué hiciste antes de eso?

Cualquier cosa que hice en Civica no era digno de mención. Casi.


—Era una ladrona —dije—, pero decidí trabajar en hacer una vida
honesta. Hasta ahora, todo va bien.

Él sonrió.

—Pero al menos tienes recursos por si algo sucede.

—Exactamente

—¿Y tus padres? ¿Los ves menudo?

Desde el día de mi fuga con Pauline, no había hablado de ellos


con nadie. Habrá una recompensa por mi cabeza.

—Mis padres están muertos. ¿Te gustó la carne de venado


anoche?

Reconoció mi abrupto cambio de tema con una inclinación de


cabeza.

—Muchísimo. Estaba deliciosa. Gwyneth me llevó un generoso


trozo.

No podía dejar de preguntarme con qué otra cosa había sido


generosa. No es que ella alguna vez se excediese en los límites de la
decencia, pero ella conocía cómo alentar atención en ciertos patrones, y
me pregunté si Rafe había sido uno de ellos. Definitivamente ella había
tomado nota de él cuando entró en la taberna, pero entonces también
yo lo hice.

—¿Te quedarás, entonces?

—Por un tiempo. Al menos por el festival.

—¿Eres devoto?

—Sobre algunas cosas.

Fue una respuesta claramente evasiva que aún me hacía pensar


si su principal interés en el festival era la comida o la fe. El festival
anual era tanto sobre la comida y la bebida, como sobre cumplimientos
santos, algunos participaban en más de uno que lo otro.

—Noté los rasguños en tus manos. ¿Te los provocaste en el


trabajo?
Examinó una mano delante de él como si se acabara de notar los
rasguños también.

— Oh, estos. Ya casi están curados. Sí, me los hice de mi trabajo


como peón, pero tengo varios trabajos en estos momentos.

—Si no puedes pagar, Berdi te despojará de tu piel.

—Berdi no tiene por qué preocuparse. Mi falta de trabajo es sólo


temporal. Tengo suficiente para pagar mi estadía.

—Entonces tu piel está a salvo. Aunque siempre hay un poco de


trabajo en la posada que podrías hacer a cambio. La casa de campo, por
ejemplo, necesita un nuevo techo. Y Berdi podría alquilarla
apropiadamente y traerá mayor beneficio.

—Entonces, ¿dónde te quedas?

¿Cómo sabía que me estaba quedando en la casa de campo? ¿Era


evidente por la dirección en que caminé ayer por la noche? Aun así,
podría haber estado viajando un camino de regreso a cualquier número
de viviendas a pocos pasos de la posada, a menos que él me hubiese
vigilado todo el camino hasta la puerta de anoche.

Como si pudiera ver los pensamientos revueltos, en mi cabeza,


añadió:

—Pauline me dijo que iba a la casa campo a descansar cuando


me pidió a llevarte las cestas.

—Estoy segura de que Pauline y yo nos adaptaríamos al desván


como los huéspedes de paga de Berdi. Me he alojado en mucho peor. —
Él gruñó como si no me creyese, y me pregunté cómo Rafe me percibía.
¿Mi cara o habla me delataban? Estas no mostraban mi procedencia.
Mis uñas estaban desconchadas, mis manos agrietadas, y mi ropa
desgarrada. De repente me sentí orgullosa de mi difícil caminata desde
Civica a Terravin. Sobre cómo ocultar nuestras huellas era nuestra
prioridad sobre la comodidad, y más de una vez, dormimos en
pedregales duros sin el beneficio de un fuego para calentarnos.

El cañón se estrechó, y subimos a un apacible camino hasta que


emergimos a una meseta cubierta de hierba que daba al mar. Los
vientos eran fuertes aquí, azotando los rizos sueltos de mi pelo. Los
tomé para empujarlos hacia atrás y contemplé el océano con terror y
fascinación de tempestades salvajes, púrpuras por las capas
esmeriladas. Las temperaturas cálidas de la barranca se desvanecieron,
y sentí el frío en mis hombros desnudos. Las olas se arremolinaban y se
estrellaban en las rocas dentadas en una entrada muy por debajo de
nosotros, dejando rastros espumosos.

—Yo no me acercaría —advirtió Rafe—. Los acantilados pueden


ser inestables.

Bajé la mirada a las fisuras que llegaban como garras desde el


borde del acantilado y di un paso atrás. Estábamos rodeados sólo por la
hierba azotada por el viento.

—Supongo que no hay arbustos de bayas hasta aquí —dije,


señalando lo obvio.

—Ninguno —respondió. Sus ojos se levantaron de las fisuras a


mí, largos segundos pasaron, y sentí el peso de su atención, como si me
estuviera estudiando. Se contuvo y miró hacia otro lado, poniendo la
mirada más al sur.

Seguí la línea de su mirada. A lo lejos, los enormes restos


blanquecinos de dos cúpulas masivas que se habían construido en
contra del viento se elevaban por encima de las olas como las carcasas
estriadas de gigantes criaturas marinas lanzadas a la costa.

—Debió haber sido impresionante una vez —dije.

—¿Una vez? Todavía lo son, ¿no te parece?

Me encogí de hombros. Los textos de Morrighan estaban plagados


de precaución sobre los Ancianos. Veía tristeza cuando veía lo que
quedaba de ellos. Los semidioses que una vez habían controlado los
cielos habían sido humillados, degradados hasta el punto de la muerte.
Siempre imaginé que escuchaba sus destrozadas obras maestras
cantando un cántico de duelo interminable. Me volví, mirando la hierba
salvaje moverse sobre la meseta.

—Veo sólo recordatorios de que nada dura para siempre, ni


siquiera la grandeza.

—Algunas cosas sí.

Me enfrenté a él.
—¿En serio? ¿Y cuáles serían?

—Las cosas que importan.

Su respuesta me sorprendió tanto en esencia y su significado. Era


extrañamente pintoresco, incluso ingenuo, pero sincero. Desde luego,
no lo que esperaba oír de alguien con un lado duro como él. Podía
contradecirlo fácilmente. Las cosas que me importaban no habían
durado. Qué no daría por tener a mis hermanos aquí en Terravin o ver
el amor en los rostros de mis padres una vez más. Y las cosas que
importaban a mis padres no habían durado tanto, como la tradición de
una Primogénita. Era una gran decepción para ellos. Mi única
respuesta para él fue un encogimiento de hombros sin comprometerme.

Él frunció el ceño.

—¿Desprecias todo sobre las viejas costumbres? ¿Todas las


tradiciones de los siglos?

—La mayoría. Es por eso que vine a Terravin. Las cosas son
diferentes aquí.

Su cabeza se inclinó hacia un lado y se acercó más. No podía


moverme sin pisar las fisuras del acantilado. Estaba a sólo unos
centímetros de mí cuando extendió la mano, sus dedos rozaron mi
hombro. El calor se transmitió en mí.

—¿Y qué es esto? —preguntó—. Tiene cierta semejanza con la


tradición. ¿Una marca de celebración?

Miré hacia donde había tocado mi piel. Mi camisola se había


resbalado de mi hombro, dejando al descubierto una parte de la garra
de león y las vides de Morrighan. ¿Qué habían hecho que no podía
librarme de esta bestia? ¡Malditos los artesanos!

Tiré de mi camisola para cubrirlo.

—Es un terrible error. Es lo que es. ¡Las marcas de bárbaros!

Estaba indignada de que este condenado kavah se negase a


dejarme ir. Traté de alejarme, pero de un fuerte tirón estuve de repente
frente a él de nuevo, con su mano firmemente sobre mi muñeca. No
hablamos. Sólo me miró fijamente, con la mandíbula tensa, como si
estuviera deteniendo las palabras.
—Dilo —dije finalmente.

Él me soltó.

—Ya te lo dije. Ten cuidado donde pisas.

Esperé, pensando que diría más, haría más. Yo quería más. Pero
él no hizo ningún movimiento.

—¿Eso es todo? —pregunté.

Sus fosas nasales se dilataron mientras tomaba una respiración


profunda, y su pecho se movió mientras volvía a exhalar de nuevo.

—Eso es todo —dijo, dio media vuelta y regresó por el camino


hacia el cañón.
Su mordedura será cruel, pero su lengua astuta,

Su aliento seductor, pero su agarre mortal.

El dragón sólo conoce el hambre nunca saciada,

Sólo la sed, nunca extinguida.

—Cantico de Venda
Capítulo 16
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

Encuéntrame en las ruinas del templo

al este de la casa de campo. Ven sola.

Giré el trozo de papel roto otra vez en mis manos. La letra era casi
ilegible, claramente escrita a toda prisa. ¿Quién era este loco que
pensaba que estaba tan loca como para viajar por el bosque y
encontrarme a solas con él basándome en una nota garabateada
escondida en mi armario?

Cuando encontré la puerta de la casa entreabierta a mi regreso,


supe que algo andaba mal. Pauline era cuidadosa con esas cosas,
nunca dejaba nada fuera de lugar. Cautelosamente abrí la puerta el
resto del camino, y cuando me aseguré que la casa estaba vacía, la
registré. No faltaba nada, aunque las joyas reales restantes podrían ser
fácilmente encontradas en una bolsa en mi alforja. No era un ladrón el
que nos había hecho una visita. La puerta del armario también estaba
entreabierta, y era el lugar donde había encontrado la nota, clavada en
un gancho y no se podía perder.

El comando, Ven sola, era el más inquietante.

Miré la nota otra vez y respiré agudo. No había ningún nombre en


él. Tal vez esta nota no era para mí. Tal vez era para Pauline. ¡Quizás
Mikael había llegado por fin! Pauline estaría tan…

Me volví y miré por la puerta abierta al bosque. ¿Pero por qué una
nota? ¿Por qué no iba directamente a la taberna y corría a sus brazos?
A menos que tuviera una razón para esconderse. Negué con la cabeza y
luché sobre que debía hacer. No podía mostrarle a Pauline la nota. ¿Y si
no era de Mikael?

¿Pero qué si lo era, y lo ignoraba? Sobre todo ahora con…

Abrí el armario y me puse el manto negro de Pauline. Era casi de


noche. La tela oscura me daría un poco de cubierta en el bosque. Tenía
la esperanza de que las ruinas no fueran una caminata muy larga y se
pudiera encontrar con facilidad. Desenvainé mi cuchillo y lo agarré con
mi mano por debajo de la capa, en caso de que no fuera Mikael quien
había dejado la nota.

Viajé directamente al este, tanto como el terreno me lo permitía.


Los árboles crecían más densos, y el musgo en los lados norte era más
grueso cuanta menos luz se filtraba al suelo del bosque. No había rastro
de ardillas o aves, como si algo hubiera pasado por allí muy
recientemente.

La última visión de Terravin desapareció detrás de mí. Pensé en


los Ancianos y los lugares más inesperados en que sus ruinas fueron
esparcidas. Mis hermanos y yo llamábamos a todo ruinas ya fueran
templos o monumentos porque no teníamos idea de cuáles eran sus
usos originales. Las pocas inscripciones que habían sobrevivido a los
años estaban en lenguas antiguas, pero los escombros dejados atrás
hablaban de grandeza y opulencia, como las inmensas ruinas que Rafe
y yo habíamos contemplado.

Cualquier cosa que había dicho hoy cuando las mirábamos le


había molestado. ¿Evitaba eso las tradiciones? ¿O comparaba artesanos
con bárbaros refunfuñones? ¿Podría ser su propio padre un artesano?
¿O, pero aún, un bárbaro? Descarté esa posibilidad, porque Rafe era
bastante elocuente cuando quería serlo, y contemplativo, como si un
gran peso presionara sobre él. Las cosas que importan. Él tenía un lado
tierno también, que trató de ocultar. ¿Qué debilidad le había hecho
compartirlo conmigo?

Mis pasos se desaceleraron. Un poco más adelante había un


muro de musgo, su borde dentado suavizado por el rastrero follaje.
Helechos brotaban de las grietas, haciéndolo casi irreconocible como
algo hecho por el hombre. Di la vuelta a su alrededor, tratando de
vislumbrar cualquier color además de verde más allá de la pared,
buscando la calidez y el marrón de la carne humana.
Escuché lo que pensé fue un arañazo y luego un bufido de
aire. Un caballo. En algún lugar escondido detrás de las paredes, mi
misterioso huésped estaba ocultando su corcel. Eso significaba que él
estaba aquí también. Aparté mi capa para que mi brazo de lanzar
estuviera libre y ajusté mi agarre en el cuchillo.

—¿Hola? —Llamé. Oí el crujido de unos pasos, y alguien salió de


detrás de la pared. Grité y corrí hacia él antes de que pudiera hablar. Lo
abracé, le di un beso, di la vuelta en sus brazos, tan llena de alegría que
todo lo que podía decir era su nombre una y otra vez.

Él finalmente dio un paso atrás y tomó mi cara entre sus manos.

—Si hubiera sabido que estarías tan feliz de verme, habría estado
aquí antes. Vamos, entremos. —Me llevó a la ruina como si
estuviéramos en una gran mansión, entonces me senté en un bloque de
piedra derrumbada. Él me miró, haciendo gala de evaluar mi salud,
volviendo la cara primero hacia un lado y luego al otro. Finalmente
asintió, juzgándome adecuada, y sonrió—. Te ves bien, hermanita. Los
mejores exploradores reales han estado rastreándote durante semanas.

—Aprendí de los mejores, Walther.

Él se echó a reír.

—Sin lugar a dudas. Sabía que cuando el mozo de cuadra dijo


que te vio en dirección norte significaba que irías al sur. —Levantó una
ceja divertido—. Pero oficialmente tenía que dirigir un grupo al norte
para mantener tu artimaña. No quería dirigir a nadie directamente
hacia ti, y yendo al norte me las arreglé para dejar más rastros de tu
presencia. Cuando el tiempo se dio, vine al sur con algunos de los
mejores a buscarte.

—¿Confías en ellos?

—Gavin, Avro, Cyril. No necesitas preguntar.

Eran los camaradas más cercanos a Walther en su unidad. Cyril


era un compañero delgado y desaliñado. Tenía que haber sido él el que
Pauline vio en la taberna anoche.

—¿Así que apruebas lo que hice? —Le pregunté vacilante.

—Digamos que no estaba demasiado sorprendido.


—¿Y Bryn y Regan?

Se sentó a mi lado y serpenteó el brazo por encima del hombro,


tirando de mí cerca.

—Mi querida y dulce hermana, tus hermanos que te quieren tanto


como siempre lo hicimos, ninguno de nosotros te culpó por querer más
que un matrimonio, a pesar de que todos hemos estado preocupados
por tu bienestar. Es sólo cuestión de tiempo antes de que alguien te
descubra.

Me levanté de un salto, derramé mi capa, y di la vuelta para él.

—¿En serio? Mírame. Si no supieras ya quién soy yo, ¿habrías


adivinado que era la princesa Arabella, la Primogénita de Morrighan?

Él frunció el ceño.

—¿Harapos? —Me agarró la mano y la examinó—. ¿Uñas rotas?


Eso no es suficiente para ocultar lo que hay dentro. Siempre serás tú,
Lia. No puedes huir de eso.

Saqué mi mano.

—Entonces no lo apruebas.

—Sólo me preocupo. Vuelve a Civica, has enfurecido a le gente


poderosa.

—¿Madre y Padre?

Él se encogió de hombros.

—Madre no hablará de eso, y Padre tenía obedientemente una


recompensa fijada para tu detención y regreso.

—¿Sólo obedientemente?

—No me malinterpretes. Está humillado y furioso, y eso es sólo la


mitad. Ha pasado casi un mes, y todavía está violento por ahí, pero aun
así es solo un pequeño aviso en la plaza del pueblo, y que yo sepa, no
han sido enviados otros proyectos de ley. Tal vez eso es lo más lejos que
su gabinete podría empujarlo. Por supuesto, han tenido otros asuntos
urgentes con los que tratar.
—Otro problema, ¿aparte de mí?

Él asintió con la cabeza.

—Los merodeadores han estado creando todo tipo de caos.


Creemos que es sólo una o dos pequeñas bandas, pero desaparecen en
la noche como espíritus de lobos. Han destruido puentes claves en el
norte, donde la mayor parte de nuestras tropas están posicionadas y
creó cierto pánico en las aldeas exteriores.

—¿Crees que es Dalbreck? ¿Una alianza rota ha creado tanto


resentimiento?

Él se encogió de hombros.

—Nadie lo sabe a ciencia cierta. Las relaciones con Dalbreck


ciertamente se han erosionado desde que te fuiste, pero sospecho que
esta es la obra de Vendans aprovechando nuestra situación actual.
Están tratando de disminuir nuestra capacidad de movilizar a la
Guardia, lo que puede significar que están planeando un avance mayor
de algún tipo.

—¿En Morrighan? —No pude ocultar mi sorpresa. Cualquier


refriega con Venda siempre había tenido lugar en el Cam Lanteux
cuando intentaban establecer puestos de avance, nunca en nuestro
propio suelo.

—No te preocupes, —dijo, un poco demasiado rápido—. Vamos a


mantenerlos fuera. Siempre lo hacemos.

—¿A pesar de que se multiplican como conejos?

Él sonrió.

—Los conejos hacen buenas comidas, ¿sabes?

Se puso de pie y dio unos pasos, luego se volvió hacia mí de


nuevo, cepillando hacia atrás su cabello rebelde con sus dedos.

—Pero las preocupaciones y la ira de Padre no son nada en


comparación con la de los Eruditos. —Él negó con la cabeza y sonrió—.
Oh, hermanita. ¿Qué has hecho?

—¿Qué? —Le pregunté inocentemente.


—Parece que algo de gran valor para los Eruditos ha
desaparecido. Exactamente al mismo tiempo que tú. Él y el canciller
han puesto la ciudadela boca abajo en busca de ella. Todo a escondidas
por supuesto, porque lo que sea que fue tomado aparentemente no es
una pieza catalogada de la colección real. Al menos ese es el rumor
entre los siervos.

Apreté mis manos y sonreí. No pude ocultar mi alegría. ¡Oh, cómo


me gustaría haber visto la cara del Erudito cuando abrió lo que él
pensaba que era su cajón secreto y lo encontró vacío. Casi vacío, es
decir. Había dejado un poco para él.

—¿Así que te deleitas en tu robo?

—Oh, mucho, querido hermano.

Él se echó a reír.

—Entonces yo también. Vamos cuéntamelo. He traído algunos de


tus favoritos. —Me llevó a un rincón donde tendió una manta. De una
cesta sacó un barril sellado de espumoso moscatel cereza, la vendimia
burbujeante de los viñedos Morrighan que yo adoraba, pero sólo se me
permitía beber en ocasiones especiales. También desenvolvió la mitad
de una rueda de queso de higo dulce y las galletas de sésamo tostadas
del panadero del pueblo. Estos eran los gustos de casa que ni siquiera
me había dado cuenta que perdí. Nos sentamos en la manta, comimos y
bebimos y relatamos los detalles de mi robo.

Fue el día antes de la boda, y el Erudito estaba en la abadía


oficiando la firma de los últimos documentos. Yo aún no había tomado
una decisión final para huir, pero cuando me senté inquieta en el
vestidor, mi resentimiento bien afinado hacia el Canciller y el Erudito
alcanzaron su borde más agudo. Ni siquiera habían tratado de ocultar
su euforia sobre mi inminente partida cuando fui a las oficinas del
Canciller temprano esa mañana para dar mis artefactos reales de nuevo
a la colección. Mi corona, mis anillos, mi sello, incluso mis pequeñas
joyas de adornos para el pelo, el Canciller dejó claro que nada de esto
podría salir conmigo cuando fuera a Dalbreck. Dijo que mi propósito no
era ampliar el tesoro de otro reino.

El Erudito estaba allí actuando como testigo y secretario. Me


había dado cuenta de que parecía especialmente ansioso por mí
estando en su camino, ajetreado en su libro mayor, nerviosamente
pasando de un pie a otro. Me pareció curioso, ya que el Erudito estaba
generalmente rígido y firme en todos sus tratos conmigo. Justo antes de
que entrara por la puerta, me estrellé con un pensamiento, tienes
secretos, y me di la vuelta. Vi la sorpresa en el rostro de ambos.

—¿Por qué siempre me odiaste? —había preguntado.

El Erudito se congeló, difiriendo del Canciller. El Canciller ni


siguiera se molestó en mirarme cuando respondió y volvió a revisar el
libro mayor. Chasqueó la lengua como si fuera una tonta imbécil, y
luego voz desdeñosa cortando con tijeras dijo—: Siempre haces las
preguntas equivocadas, Princesa. ¿Tal vez debería preguntar por qué
tendría alguna razón que me gustara usted? —Pero el Erudito nunca se
movió, no me quitaba los ojos de encima, como si estuviera esperando a
ver lo que iba a hacer a continuación.

Walther escuchó con atención. Le expliqué cómo volví a nuestro


encuentro una y otra vez en mi cabeza mientras permanecía en el
vestidor por la tarde, y las palabras me golpearon de nuevo. Tú tienes
secretos. Por supuesto que sí, y me dirigí directamente a las oficinas del
Erudito, ya que sabía que estaba en la abadía.

—No fue difícil de encontrar, un falso cajón en una oficina y una


de mis largas horquillas fácilmente rompió el simple bloqueo.

—¿Vas a dejarme esperando en suspense? ¿Qué has robado?

—Esa es la parte extraña. No estoy segura.

Él ladeó la cabeza hacia un lado, sonriendo, como si yo estuviera


siendo evasiva.

—Es cierto, Walther. Fueron unos papeles sueltos y dos libros


pequeños. Viejos volúmenes muy delgados. Estaban envueltos en una
funda de cuero suave y colocados en una caja de oro, pero no pude leer
ninguno de ellos. Están en lenguas antiguas o extranjeras.

—¿Por qué los escondía? Él tiene su establo de lacayos que


podrían traducirlos.

—A menos que ya lo hicieron. —Lo que significaba que deberían


formar parte de la colección oficial. Todos los artefactos recuperados de
las ruinas pertenecían al reino, incluso los encontrados por soldados en
tierras lejanas. Era un crimen ocultarlos.
Los dos sabíamos que el Erudito era el Académico Real por una
buena razón. No era sólo el experto en el Libro de Textos Dagrados de
Morrighan, también estaba bien versado en la traducción de otros
idiomas antiguos, aunque tal vez no tan dotado como suponíamos. Yo le
había visto tropezar en algunos de los dialectos más simples, y cuando
lo corregía, se perdía en la ira.

—¿Por qué no lo traduces?

—¿Y justo cuando iba a tener el tiempo libre, mi querido príncipe


Walther? Entre ser una princesa fugitiva, la cuidadora de tres burros,
barrer las habitaciones, y el servicio de comidas, tengo suerte si tengo
tiempo para bañarme. No somos tan importantes en la vida real. —Usé
mi tono altanero más real, haciéndolo reír. No mencioné mis otras
actividades, como la recolección de bayas con jóvenes apuestos—.
Además, —agregué—, traducir no es una tarea fácil cuando no se tiene
conocimiento de la lengua. Las únicas pistas que tengo son anotaciones
catalogadas en los papeles sueltos. Uno de los volúmenes se titula Ve
Feray Daclara au Gaudrel2, y el otro es de Venda.

—¿Un volumen de Venda? ¿Los bárbaros leen?

Sonreí.

—Bueno, al menos una vez lo hicieron. Podría muy bien ser la


caja de oro de piedras preciosas que estaban dentro sobre lo que el
Canciller estaba tan dolorosamente ausente. Vale la pena sí solo
probablemente le permite agregar otra ala a su extenso señorío del país.

—O tal vez es un nuevo hallazgo, y el miedo del Erudito de que tú


puedas traducirlo primero y robarle el mérito. Él tiene su posición para
mantenerse seguro.

—Tal vez, —contesté. Pero de alguna manera estaba segura de


que los volúmenes no eran nuevos, que habían sido ocultados en ese
cajón oscuro durante mucho tiempo, tal vez mucho más tiempo que
incluso el Erudito los había olvidado.

Walther me apretó la mano.

2 Los Últimos Testamentos de Gaudrel


—Ten cuidado, Lia, —dijo solemnemente—. Cualquiera que sea la
razón, lo quieren de vuelta. Husmearé discretamente cuando vuelva a
ver si Madre o Padre saben algo al respecto. O tal vez el Vicegerente.

—¡No delates que me has visto!

—Discretamente —repitió

Asentí con la cabeza.

—Basta de hablar del Erudito, —dije. La conversación se estaba


volviendo demasiado sombría, y quería disfrutar de este regalo de
tiempo con Walther—. Dime otras noticias de casa.

Me miró por un momento y luego sonrió.

—¿Qué? —Exigí—. ¡Dime!

Sus ojos brillaban.

—Greta está… voy a ser padre.

Lo miré, incapaz de hablar. Nunca había visto a mi hermano tan


feliz, ni siquiera en el día de su boda, cuando él nerviosamente tiró de
su capa y Bryn tenía que seguir golpeándolo que se detuviera. Él
resplandecía de la manera que una futura madre lo haría. Walther, un
padre. Y uno que sería notable.

—¿No vas a decir nada? —Preguntó.

Me eché a reír de alegría y lo abracé, haciéndole pregunta tras


pregunta. Sí, Greta estaba haciéndolo muy bien. El bebé se esperaba en
diciembre. No le importaba, niño o niña, tal vez tuviera suerte y tenía
ambas cosas. Sí, estaba tan feliz, tan enamorado, tan listo para
comenzar una familia con Greta. En este momento hacían noche en
Luiseveque, que fue la forma en que fue capaz de llegar a Terravin.
Estaban en camino a la casa solariega de los padres de Greta en el sur,
donde se quedarían mientras dejaba cumplir a su última patrulla.
Entonces, antes de que naciera el bebé, volverían a Civica, y luego, y
luego, y luego...

Trabajé para ocultar la tristeza inesperada creciendo en mí


cuando me di cuenta de que ninguno de los hechos que mencionó me
incluía. Debido a mi nueva vida en la clandestinidad, nunca podría
conocer a mi primera sobrina o sobrino, aún si me hubieran enviado a
los confines de Dalbreck, mis posibilidades habrían sido mejores de
volver a ver a este niño.

Me quedé mirando a mi hermano, su nariz ligeramente torcida,


los ojos hundidos, sus hoyuelos en las mejillas con alegría, veintitrés
años y más hombre que muchacho ahora, anchos hombros fuertes para
la celebración de un niño, convirtiéndose en un padre delante de mis
ojos. Miré su felicidad, y la mía regresó. Así era como siempre había
sido. Walther siempre me animaba cuando nadie más podía.

Habló, y yo apenas noté el bosque oscurecerse a nuestro


alrededor hasta que saltó.

—Los dos nos tenemos que ir. ¿Vas a estar bien por tu cuenta?

—Casi te corté en dos cuando llegué por primera vez aquí —dije,
acariciando mi cuchillo envainado.

—¿Te mantienes al día en la práctica?

—No mucho, me temo.

Me agaché para recoger la manta, pero él me detuvo, agarrando


mi brazo suavemente y sacudiendo la cabeza.

—No es correcto que tengas que practicar en privado, Lia. Cuando


yo sea el rey, las cosas serán diferentes.

—¿Planeas apoderarte del trono pronto? —Bromeé.

Él sonrió.

—Llegará el momento. Pero prométeme, mientras tanto, que


mantendrás la práctica.

Asentí con la cabeza.

—Prometido.

—Date prisa entonces, antes de que oscurezca.

Recogimos la manta y la cesta, y me besó en la mejilla.

—¿Eres feliz con tu nueva vida aquí?


—Sólo podría estar más feliz si tú, Bryn, y Regan estuvierais aquí
conmigo.

—Paciencia, Lia. Ya se nos ocurrirá algo. Aquí, toma esto, —dijo,


empujando la cesta en mis manos—. Un pequeño dato al final para
sacarte del apuro. Me daré una vuelta antes de salir a patrullar de
nuevo. Mantente a salvo hasta entonces.

Asentí, dándole vueltas a la idea de que él tenía tantas


responsabilidades ahora —marido, padre, soldado— y en última
instancia, heredero al trono. No debería tener que adaptarse a las
preocupaciones de mí allí también, pero estaba contenta de que lo
hubiera hecho.

—Dale a Greta mi amor y la enhorabuena.

—Lo haré. —Se volvió para irse, pero dejé escapar otra pregunta,
no pude dejarlo ir.

—Walther, ¿cuándo supiste que amabas a Greta?

La mirada que siempre descendía sobre él cuando hablaba de


Greta, se apoderó de él como una nube de seda. Suspiró.

—Lo sabía en el momento que puse los ojos en ella.

Mi cara debía haber traicionado mi decepción. Él extendió la


mano y me pellizcó la barbilla.

—Sé que el matrimonio arreglado plantó semillas de duda sobre


ti, pero alguien llegará, alguien digno de ti. Y lo sabrás en el momento
en que te reúnas con él.

Una vez más, no era la respuesta que esperaba, pero asentí con la
cabeza y luego pensé en Pauline y sus preocupaciones.

—Walther, te prometo que esta es mi última pregunta, pero


¿tienes alguna noticia de Mikael?

—¿Mikael?

—Está en la Guardia. Él estaba de patrulla. Un rubio joven.


Tendría que haber vuelto ya.

Lo vi buscar en su memoria sacudiendo la cabeza.


—No conozco ningún…

Añadí detalles más dispersos que Pauline me había dado de él,


incluyendo una corbata roja tonta que a veces llevaba fuera de servicio.
La mirada de Walther se disparó hacia mí.

—Mikael. Por supuesto. Sé quién es. —Sus cejas se unieron en


una extraña manera amenazante, oscureciendo toda su cara—. ¿No
estás involucrado con él, ¿verdad?

—No, por supuesto que no, pero…

—Bueno. Mantente alejado de su especie. Su pelotón se fue hace


dos semanas. La última que lo vi, estaba en el pub, completamente a la
vista, con una dama en cada rodilla. Ese sinvergüenza tiene una lengua
azucarada y una chica desmayada en todas las ciudades de aquí a
Civica, y se le conoce por alardear de ello.

Lo miré boquiabierta, incapaz de hablar.

Hizo una mueca.

—Oh, buen dios, si no eres tú, es Pauline. ¿Ella tiene ojos para
él?

Asentí con la cabeza.

—Entonces mucho mejor que ella está libre de él ahora y aquí


contigo. Él no es nada más que problemas. Asegúrate de que ella se
quede lejos de él.

—¿Estás seguro, Walther? ¿Mikael?

—Él se jacta de sus conquistas y los corazones rotos que ha


dejado atrás como si fueran medallas prendidas en el pecho. Estoy
seguro.

Dijo sus adioses apresurado con un ojo atento a la creciente


oscuridad, pero me dejó en su mayoría en un sueño, apenas recordando
los pasos que me trajeron de vuelta a la cabaña.

Ella es libre de él ahora.

No, no ahora. No siempre.


¿Qué iba a decirle? Sería más fácil si Mikael estuviera muerto.
Capítulo 17
Kaden

Traducido SOS por Sandra289


Corregido por katiliz94

Así que.

Nuestra princesa tiene un amante.

Cuando la seguí al bosque, pensé que finalmente había


conseguido lo que necesitaba, tiempo a solas con ella. Pero cuanto más
lejos iba, más curioso me ponía. ¿Dónde podría ir posiblemente? Mi
mente conjuró muchas posibilidades pero nunca concibió lo que tanto
le había tomado por sorpresa.

La vi volar a sus brazos, besándolo, manteniéndolo como si nunca


fuera a dejarlo ir. El joven hombre estaba obviamente feliz de verla.
Ellos desaparecieron en las ruinas, todavía enredador en los brazos del
otro. Lo que ocurrió a partir de ahí era demasiado duro de imaginar
para mí.

Todo el tiempo, eso era a dónde se dirigía.

Un amante.

Por eso ella huyó del matrimonio. No sé porque debería sentirme


mal. Tal vez era la manera que me había mirado a los ojos esta mañana.
La manera en que se quedó. El rubor de sus mejillas. Algo me gustó.
Algo que me hizo pensar que las cosas podrían ser diferentes. Pensé en
ello durante todo el día mientras cabalgaba a Luiseveque para dejar un
mensaje. Y luego todo el camino de vuelta, a pesar de que traté de
desterrarlo de mis pensamientos. Tal vez las cosas podrían ser
diferentes. Evidentemente no.

Se sentía como si me hubieran golpeado el estómago, una


sensación a la que no estaba acostumbrado. Normalmente me protegía
bien en ese sentido. Las heridas en el campo eran una cosa, pero las de
este tipo, eran pura estupidez. Pdría haber tenido el aire chocando fuera
de mí, pero Rafe parecía que había sido pisoteado. Estúpido borracho.

Cuando me di la vuelta para irme, él estaba parado sólo a una


docena de metros de distancia, ni siquiera tratando de esconder su
presencia. Había visto todo. Al parecer, el idiota enamorado nos había
seguido. No hablo cuando me vio. Sospecho que no podía.

Me puse a su lado.

—Parece que ella es fiel a su palabra. No es del tipo inocente,


¿verdad?

Él no respondió. Una respuesta habría sido redundante. Su rostro


ya lo decía. Tal vez ahora iría por su camino de una vez por todas.
Siempre en el viento.

Los oigo venir.

Cuéntame otra vez, Ama, sobre la tormenta.

No hay tiempo para un cuento, niña.

Por favor, Ama.

Sus ojos están demacrados.

No hay comida esta noche.

Una historia es todo lo que tengo que llenar en ella.

Fue una tormenta, eso es todo lo que recuerdo.

Una tormenta que no terminaría.

Una gran tormenta, motiva ella.

Suspiro, Sí, y tiro de ella en mi regazo.

Érase una vez, niña,

Hace mucho, mucho tiempo,

Siete estrellas fueron arrojadas desde el cielo.

Una a sacudir las montañas,

Una a batir los mares,

Una a asfixiar el aire,

Y cuatro para poner a prueba los corazones de los hombres.

Un millar de cuchillos de luz,

Creciendo a explosivas nubes ondulantes,

como un monstruo hambriento.

Sólo una pequeña princesa halló gracia,


Una princesa al igual que tú...

Una tormenta que hizo los caminos del viejo sinsentido.

Un cuchillo afilado, una puntería certera, una voluntad de hierro


y un corazón que escucha,

Esas fueron las únicas cosas que importaban.

Y seguir adelante. Siempre seguir adelante.

Venga, hija, es hora de irse.

Los carroñeros, los escucho crujir en las colinas.

—Los Últimos Testamentos de Gaudrel


Capítulo 18
Traducido por Ale Westfall
Corregido por Pily

Había tantas cosas que había querido decir a Pauline hoy. Tantas
cosas que parecían importantes en el momento. Iba a darle una charla
por propagar historias sobre mi miedo a los conejos. Me burlaría de su
ingenio imperecedero incluso cuando enfermaba. Hablaría con ella
sobre Rafe llevando los cestos y mi tiempo en el cañón con él. Quería
preguntarle qué pensaba que significaba y hablaría de todos los detalles
de nuestras vidas, del mismo modo que siempre lo hacíamos al final del
día, cuando estábamos en nuestra habitación.

Ahora aquí estaba sola en la oscuridad, incapaz de enfrentarme a


ella, rascando las orejas de un asno, susurrándole—: ¿Qué debería
hacer? ¿Qué tengo que hacer?

Había llegado demasiado tarde al comedor, irrumpiendo en la


cocina. Berdi estaba revolviendo su olla de guiso. Tenía la intención de
decirle por qué se me hizo tarde, pero todo lo que pude pronunciar fue
«Tengo noticias de Mikael» antes de que mi garganta pronunciara algo
más.

Berdi dejó de remover el guiso y asintió con la cabeza, y me


entregó un plato, y de allí, la noche pasó sin problemas, un respiro de lo
inevitable. Estaba tan ocupada, que no hubo tiempo para más
explicaciones. Sonreí, di la bienvenida, entregué, limpié. Pero mis
palabras mordaces fueron pocas. Una vez fui atrapada en la estación de
riego, quedando mirando a la nada, mientras que la taza que estaba
llenando se desbordaba con sidra.

Pauline me tocó el codo y me preguntó si estaba bien.


—Solo estoy cansada —le contesté—. Estuve mucho tiempo bajo
el sol hoy. —Ella trató de disculparse por no ayudar con las bayas, pero
la interrumpí diciéndole que tenía que ir entregar la sidra.

Kaden llegó solo al comedor. Me sentí aliviada de que Rafe no


hubiese llegado. Estaba lo suficientemente preocupada sin tener que
soportar sus estados de ánimo oscuros. Aun así, me encontré mirando
a la puerta de la taberna cada vez que se abría, pensando que él tenía
que comer tarde o temprano. Traté de sonreír y ofrecer mis usuales
saludos para todo el mundo, pero cuando le entregué a Kaden su
comida, me detuvo antes de poder escapar.

—Tu fuego parece apagado esta noche, Lia.

—Lo siento. Puede que esté un poco distraída. ¿Olvidé algo que
ordenaste?

—Tu servicio es bueno. ¿Qué te ha molestado?

Hice una pausa, conmovida de que él percibiese mi estado


desanimado.

—Es solo por un pequeño dolor de cabeza. Estaré bien. —Sus ojos
se mantuvieron fijos en mí, al parecer sin estar convencido. Suspiré y
me confesé—. Me temo que hoy he recibido algunas noticias
desalentadoras de mi hermano.

Sus cejas se levantaron como si esta noticia lo sorprendiera


enormemente.

—¿Tu hermano está aquí?

Sonreí. Walther. Me había olvidado de lo feliz que había estado al


verlo.

—Estuvo aquí para una breve visita esta tarde. Estaba muy
contenta de verlo, pero por desgracia tuvimos que despedirnos por una
noticia difícil.

—¿Es un tipo alto? ¿Montando un caballo tobiano? Creo que


pude habérmelo encontrado en la carretera hoy.

Me sorprendió que Walther tomara la carretera principal de


Luiseveque y no eligiese los senderos traseros.
—Sí, era él —contesté.

Kaden asintió y se recostó en su silla, como si ya estuviese


satisfecho con su comida, a pesar de que aún no había tocado un
bocado.

—Puedo ver el parecido, ahora que me lo has dicho. El cabello


oscuro, los pómulos…

Él había observado mucho en un corto encuentro en la carretera,


pero por otra parte, ya se había demostrado a sí mismo como un
observador cuando notó mi falta de fuego en una taberna bulliciosa. Se
inclinó hacia delante.

—¿Hay algo que pueda hacer?

Su voz era cálida y gentil y me recordó al ruido suave de una


lejana tormenta de verano, tan acogedora de lejos. Y esos ojos de nuevo,
los que me hacían sentir desnuda, como si él viera debajo de mi piel.
Sabía que no podía sentarme y contarle mis preocupaciones, pero su
mirada firme me hizo querer hacerlo.

—Nada —susurré. Extendió su mano y me apretó la mano.


Silenciosos segundos pasaron entre nosotros—. Tengo atender mis
deberes, Kaden.

Echando un vistazo al otro lado de la habitación, vi a Berdi


mirando desde la puerta de la cocina y me pregunté lo que ella estaba
pensando, entonces me pregunté quién más lo vio, ¿y, en realidad, era
algo de lo que debería sentirme culpable? ¿No es bueno saber que
alguien estaba preocupado por mí cuando otros estaban tratando de
poner una soga alrededor de mi cuello? Estaba agradecida por su
amabilidad, pero saqué mi mano de la suya.

—Gracias —dije en voz baja, con miedo de que mi voz pudiera


romperse y me apresuré a alejarme.

Cuando nuestro trabajo terminó por la noche, dejé a Pauline


mirándome boquiabierta en la puerta de la cocina mientras salía
apresurada, alegando que necesitaba aire fresco y que iba a dar un
paseo.

Pero no caminé. Llegué tan solo hasta el establo de Otto. Estaba


oscuro y desierto, y mis preocupaciones estarían a salvo con él. Me
equilibré sobre el riel superior del establo, abrazando a un poste con
una mano y rascándole las orejas con la otra. No puso en duda mis
atenciones nocturnas. Las aceptó con gratitud, lo que hizo que mi
pecho se apretara con fuerza. Luché para ahogar los sollozos. ¿Qué
debo de hacer?

La verdad la mataría.

Oí un crujido, un golpe hueco de metal. Me quedé inmóvil,


mirando hacia la oscuridad.

—¿Quién anda ahí?

No hubo respuesta. Y entonces hubo más ruido, aparentemente


desde una dirección diferente. Paré, confundida, salté del riel y hablé de
nuevo.

—¿Quién está ahí?

En un rayo de luz de la luna, el pálido rostro de Pauline apareció.

—Soy yo. Tenemos que hablar.


Capítulo 19
Rafe

Traducido por Nessied


Corregido por katiliz94

No era mi intención presenciar lo que hice. Si pudiese haberme


movido silenciosamente lo habría hecho, pero estaba atrapado. Parecía
que en un día había sido testigo de muchas cosas más por casualidad
que por intención.

Había ido a una taberna en la ciudad por mi cena, sin querer me


encontré con la princesa de nuevo. Ya había tenido suficiente por un
día. Basta ya de sus traviesas convivencias reales juntos. Ya me había
dicho a mí mismo que ella era un sufrimiento imperioso. Mejor yo de lo
que ella era. Era más fácil mantenerme a distancia de esa manera. Pero
mientras bebía mi tercer trago de sidra y apenas había tocado mi
comida, me di cuenta de que todavía estaba tratando de ordenar todo lo
que había pasado, y con cada trago, la maldecía de nuevo.

Sólo esta mañana, cuando la había visto en el cañón, me había


quedado mudo. Se veía como cualquier chica recolectando bayas. Su
cabello trenzado hacia atrás, hilos sueltos cepillando su cuello, sus
mejillas sonrojadas por el calor. Sin pretensiones. Sin aires reales.
Ningún secreto que no supiese ya. Las palabras habían surgido a través
de mi mente tratando de describirla, pero ninguna parecía del todo
bien. Me había sentado como un tonto necio en la parte posterior de mi
caballo, sólo mirando. Y entonces ella me invitó a quedarme. Mientras
caminábamos, sabía que iba por un camino peligroso, pero eso no me
detuvo. Al principio mantuve mis palabras controladas,
cuidadosamente repartidas, pero de alguna manera extraña, ella las
sacó de mí de todos modos. Todo parecía muy fácil e inocente. Hasta
que no lo fue. Debería de haberlo sabido.

Arriba en el acantilado, cuando no había otro sitio a donde ir,


cuando nuestras palabras parecían importar menos, y nuestra
proximidad importaba más, cuando no podía forzar a mi mirada
apartarse de ella para salvar mi vida, mi mente se precipitó con una
posibilidad y una única posibilidad. Di un paso más cerca. Hubo un
momento. Un largo suspiro sosteniendo el momento, pero luego con
algunas palabras venenosas de ella —un tremendo error, las marcas de
gruñidos barbaros— me estrellé con la verdad.

Ella no era cualquier chica de diecisiete años, y yo no era un


joven ayudándola a recoger bayas. Nuestros mundos no eran similares
del todo. Me había estado engañando a mí mismo. Ella tenía un
objetivo. Yo tenía otros. Ella prácticamente escupió sus palabras de
condena, y sentí una oleada de veneno a través de mí también. Recordé
lo diferentes que éramos, y caminar a pie juntos no podría cambiar eso.

Cuanto más bebía, mi confusión se volvía enfado pero entonces


destellos de su cita clandestina en el bosque salieron a la superficie
para acentuarlo de nuevo. ¿Qué me había empujado para seguir a
Kaden? Cuando llevé a beber a mi caballo, lo vi deslizarse por el camino
hacia su cabaña y de pronto estaba sobre sus talones. ¿Qué esperaba?
No lo que vi. Eso lo explicaba todo. Ella tenía un amante. Sabía que
estaba teniendo un entretenimiento en una fantasía peligrosa.

Después de cuatro sidras, pagué mi factura y volví a la posada.


Ya era tarde, y creía que me no encontraría con alguien. Hice mi último
viaje al baño y después desensillé mi caballo y me dirigí hacia el desván
cuando ella apareció, viniendo por el camino torcido, su capucha
apretada en su puño como un arma, y su cabello volando detrás de ella.
Entré en un rincón en las sombras por el sitio de los compartimentos
esperando a que pasara, pero no lo hizo. Se detuvo a sólo unos metros
de mí, subió la barandilla, donde estaba el establo de los burros.

Era obvio que estaba angustiada. Más que angustiada. Temerosa.


Había llegado a pensar que no tenía miedo a nada. La observé, con sus
labios entreabiertos, su respiración irregular, cuando ella le susurró al
burro, acariciando sus orejas, pasando los dedos a través de su melena,
susurrando palabras tan tensas y bajas que no podía oírlas, a pesar de
que con sólo algunos pasos, podría llegar hacia ella y tocarla.
Miré su rostro, iluminado suavemente por la luz distante de la
taberna. Incluso con las cejas bajas y la angustia plegada entre ellas,
era hermosa. Era extraño pensar en ese momento. Tenía que evitar
deliberadamente pensar cada vez que la había visto antes. No podía
permitirme tales pensamientos, pero ahora la palabra vino,
espontáneamente, implacable.

Vi más de lo que quizás ella quería que nadie viera. Lloró. Las
lágrimas corrían por sus mejillas, y ella con ira se las secaba, pero luego
cualquier cosa que la hubiese entristecido hizo que las lágrimas no
importasen, y fluyeron libremente.

Quería salir de la oscuridad, y preguntarle que le pasaba pero


rápidamente lo suprimí y cuestioné mi propia cordura —o tal vez
sobriedad. Ella no era de confianza, habíamos coqueteado en un
momento, y había conocido a su amante después. Tuve que recordarme
a mí mismo que no me importaba cuales fuesen sus problemas. Tenía
que salir. Traté de deslizarme desapercibido, pero las sidras de la
taberna eran fuertes, y no me sentí seguro de mis piernas. Mi bota
golpeó un cubo invisible.

—¿Quién está ahí? —Gritó. Pensé que la decepción términó y


estaba a punto de darme a conocer cuando otra chica se acercó,
cubriendo mí presencia.

—Soy yo, —dijo ella—. Tenemos que hablar.

Estaba congelado en su mundo, sus preocupaciones, sus


palabras. Estaba atrapado, y todo lo que podía hacer era escuchar.
Capítulo 20
Traducido por Nessied
Corregido por Mei

Él salió de la nada. En un momento no estaba, en el otro sí,


sacando a Pauline en sus brazos.

—La llevaré a la cabaña —dijo, casi como una pregunta. Asentí


con la cabeza, y se fue conmigo justo detrás de él. Pauline estaba inerte
en sus brazos, gimiendo inconsolablemente.

Justo antes de llegar a la cabaña, corrí por delante, abriendo de


golpe la puerta, apuntando la luz de la linterna, y él la llevó dentro.

Señalé a la cama, y él suavemente la colocó en el colchón. Se


acurrucó en una bola apretada frente a la pared. Cepille el pelo
enredado de su rostro y toqué su mejilla.

—Pauline, ¿qué puedo hacer? ¿Qué tenía que hacer?

Ella gimió entre sollozos, y las únicas palabras que eran


comprensibles eran vete, por favor vete.

La miré fijamente, incapaz de moverme. No podía dejarla. La vi


temblando y le alcancé una manta, con cautela se la puse alrededor,
acariciando su frente, con el deseo de quitarle el dolor. Me incliné y le
susurré—: Me quedaré contigo, Pauline. A pesar de todo. Te lo prometí.

Una vez más, sus únicas palabras que fueron discernibles eran
márchate, déjame en paz, cada una eran como puñaladas en el pecho.
Oí el roce de las botas de Rafe en el suelo y me di cuenta de que todavía
estaba en la habitación. Inclinó la cabeza hacía la puerta, sugiriendo
que saliéramos. Giré la linterna hacia abajo y lo seguí, en silencio
cerrando la puerta detrás de nosotros. Me recosté contra la puerta,
necesitando su apoyo. ¿Qué había dicho? ¿Cómo lo había dicho?
¿Acababa de decirle abruptamente las palabras cruelmente? Sin
embargo, ¿qué otra cosa podría haber hecho? Tenía que decirle algo,
tarde o temprano. Traté de retroceder cada palabra.

—Lia —susurró Rafe, levanté la barbilla para mirarlo,


recordándome de su presencia—. ¿Estás bien?

Negué con la cabeza.

—No quería decírselo. —Lo miré, sin saber lo que había oído—.
¿Estabas allí? ¿Lo has oído?

Él asintió con la cabeza.

—No tenías más remedio que decirle la verdad.

La verdad.

Le había dicho que Mikael estaba muerto. ¿Pero eso no era el


menor de dos males? Él no iba a regresar por ella. Nunca iba a regresar.
Si le hubiese dicho la verdad, todos los sueños que había llevado a cabo
se habrían ido. Todos ellos serían ilusiones, falsas en sus mismas
raíces. Ella sabría que había sido utilizada como una tonta. No tendría
nada con que aferrarse, sólo amargura para endurecer su corazón. ¿De
esta manera, no podía tener al menos algunos recuerdos bonitos de él
para alegrarla? ¿Qué verdad era más cruel? ¿Su engaño y traición, o su
muerte?

—Debería irme —susurró Rafe. Lo miré. Estaba tan cerca de él


que podía oler la sidra en su aliento, podía sentir su pulso, el galope de
sus pensamientos, cada nervio sobre mí, la noche misma acercándose a
mí.

Agarré su brazo.

—No —dije—. Por favor. No te vayas todavía.

Miró a donde mi mano agarró su brazo, y luego lentamente hacia


mí. Sus labios entreabiertos, sus ojos se entibiaron, pero luego poco a
poco, algo más los rellenó, algo frío y rígido, y se alejó.

—Es tarde.

—Claro —le dije, dejando caer mi mano a mi lado, dejándolo allí


torpemente como si no me perteneciera—. Sólo quería darte las gracias
antes de que te fueras. Si no hubieses pasado por ahí, no sé lo que
habría hecho.

Su única respuesta fue un movimiento de cabeza y luego


desapareció por el sendero.

Pasé la noche sentada en la silla de la esquina mirando a Pauline.


Traté de no molestarla. Durante una hora, se quedó mirando la pared,
luego sollozos guturales se acumularon en su pecho; y entonces
maullidos como los de los de un gato herido escaparon de sus labios, y
finalmente gemidos suaves de Mikael, Mikael, Mikael llenando la
habitación, como si estuviese allí y ella estuviese hablando con él. Si
intentaba consolarla, ella me empujaba lejos, así que me senté
ofreciéndole agua cuando podía, ofreciendo oraciones, ofreciendo y
ofreciendo, pero nada le quitaba el dolor.

Esa misma mañana tenía miedo de que nunca pudiera haber


conocido al joven que la amaba. Ahora temía que si alguna vez lo
conocía, cortaría su corazón con un cuchillo sin filo y alimentando a las
gaviotas.

Por último, en las primeras horas de la mañana, ella dormía, pero


aún la seguía mirando. Me acordé de mi paseo por el cementerio con
Pauline esta mañana. Lo había sabido. El miedo se había apoderado de
mí. Algo había estado mal. Algo estaba desesperada e
irremediablemente mal. Mi carne se había arrastrado. Vientos
alarmantes. Una vela. Una oración. Una esperanza.

Un susurro helado.

Una garra fría sobre mi cuello.

No había entendido lo que me quería decir, pero lo había sabido.


Capítulo 21
Traducido por Nessied
Corregido por katiliz94

Los siguientes días pasaron en una ráfaga de emoción y tareas.


Interminables tareas, que estaba feliz de emprender. La mañana
después de las noticias, Pauline despertó, se lavó la cara, pescó tres
monedas de sus magros ahorros de consejos y se marchó al Sacristán.
Estuvo allí todo el día, y cuando regresó, llevaba un pañuelo de seda
blanco sobre la cabeza, el símbolo de luto reservado para las viudas.

Mientras que ella se había ido, le dije a Berdi y a Gwyneth que


Mikael había muerto. Gwyneth dijo que no sabía quién era y que
tampoco había oído historias sentidas de Pauline sobre él, así que no
comprendía como ella había sido afectada —hasta que ella regresó del
Sacristán. Su piel hacía juego con el color de la seda blanca que caía en
cascada alrededor de su rostro, un fantasma pálido a excepción de sus
hinchados ojos enrojecidos. Se veía más como un espectro demacrado
devuelto desde el cementerio que la dulce jovencita que había sido
solamente el día anterior.

Lo que nos preocupaba a todos más que su apariencia era su


negativa a hablar. Aceptó las preocupaciones y las comodidades que
Berdi y Gwyneth le proporcionaban estoicamente, pero las alejaba más
que eso, pasando la mayor parte de los días de rodillas ofreciendo un
recuerdo sagrado tras otro para Mikael, encendiendo una vela tras otra,
febril en la iluminación de su camino hacia el siguiente mundo.

Berdi señaló que al menos comía —no mucho— pero lo suficiente


para el sustento básico. Yo sabía por qué. Era por Mikael también, y lo
que aún compartían. Si le hubiese dicho a Pauline la verdad sobre él,
¿le habría importado lo suficiente como para tocar su comida?

Todos estábamos de acuerdo en que la ayudaríamos a atravesar


esto, cada uno asumimos una parte de la carga de trabajo de Pauline, y
le dimos el espacio que nos pidió y el tiempo para conservar el duelo
debido de una viuda. Sabíamos que no era una verdadera viuda, pero
¿quién más iba a saberlo? No lo diríamos. Me dolía quedarme fuera,
pero nunca había perdido al amor de mi vida, y eso era lo que Mikael
había sido para ella.

Con el festival más cerca en poco de dos semanas, había más


trabajo por hacer que de costumbre, y sin Pauline para ayudar, tenía
que trabajar desde el amanecer hasta la última comida que se servía en
la noche. Pensé en los días devuelta en la ciudadela, cuando me
despertaba, incapaz de dormir, reflexionando acerca de una cosa u otra,
por lo general una injusticia perpetrada por alguien con más poder que
yo —y que incluía a casi todo el mundo. No tenía ese problema ahora.
Me dormí duro y profundamente, y si hubieran incendiado la casa, me
habrían quemado junto con ella.

A pesar de la creciente carga de trabajo, aún veía a Rafe y a


Kaden a menudo. De hecho a cada paso que daba, uno de ellos
aparecía, ofreciendo ayuda con el canasto de lavado o ayudarme a
descargar los suministros de Otto. Gwyneth fastidiaba a escondidas con
sus atenciones convenientes, pero nunca fueron más allá de ser útiles.
En su mayoría. Un día escuché a Kaden rugiendo con una venganza.
Cuando corrí desde la habitación de limpieza para ver qué le pasaba, él
estaba saliendo de la granja, sosteniendo su hombro y enviando una
cadena de maldiciones al caballo de Rafe. Le había cortado la parte
frontal del hombro y la sangre se filtraba a través de la camisa.

Lo llevé a la escalinata de la taberna y lo empujé de su hombro


bueno, para hacer que se sentase, intentando calmarlo. Abrí el primer
botón de su camisa y la puse a un lado para mirar la herida. El caballo
apenas le había roto la piel, pero un feo moretón del tamaño de la
palma se estaba hinchando y volviéndose azul. Corrí a la nevera y
regresé con varias esquirlas envueltas en tela y se las acerqué a la
herida.

—Iré buscar vendas y ungüentos, —dije.

Insistió en que no era necesario, pero yo insistí y cedió. Yo sabía


dónde Berdi tenía los suministros, y cuando volví, él observaba cada
movimiento que hacía. No dijo nada cuando apliqué el ungüento con
mis dedos, pero sentí sus músculos tensarse ante mi tacto mientras
presionaba suavemente el vendaje en su lugar con la mano. Puse el
paquete de cubitos de hielo arriba, y él extendió la mano, sosteniendo
mi mano en su hombro junto el suyo, como si se aferrara a algo más
que mi mano.
—¿Dónde aprendiste a hacer eso? —Preguntó.

Me eché a reír.

—¿A aplicar un vendaje? Una sencilla amabilidad no necesaria de


ser aprendida, y crecí junco con mis hermanos mayores, por lo que
siempre nos aplicábamos vendas los unos a los otros.

Sus dedos se apretaron alrededor de los míos, y me miró, pensé


que estaba buscando algún tipo de agradecimiento, pero entonces supe
que era más que eso. Algo profundo y tierno se escondían en sus ojos
color cenizas. Finalmente liberó mi mano y miro hacia el otro lado, un
tinte de color rosa en sus sienes. Con la mirada a un lado, susurró un
simple—: Gracias.

Su reacción fue sorprendente, pero el color se desvaneció tan


rápido como había llegado, y tiró su camisa sobre el hombro como si
nada hubiera pasado.

—Eres un alma caritativa, Kaden —dije—. Y estoy segura de que


se te curará rápidamente.

Cuando estaba a medio camino a través de la puerta para


devolver los suministros que no utilicé, me volví y le pregunté—: ¿Qué
idioma era ese? ¿Las maldiciones? No puede reconocerlas.

Tenía la boca entreabierta, y su expresión estaba en blanco.

—Son sólo palabras sin sentido que mi abuela me enseñó, —


dijo—. Destinada a una moneda de la penitencia. —No parecía absurdo.
Había sonado como si dijera las palabras reales de furia en el calor del
momento.

—Tengo que aprender algunas de esas palabras. Me lo tienes que


enseñar algún día, así podré prescindir de mis monedas también.

Las comisuras de sus labios se levantaron en una sonrisa


forzada, y asintió.

—Un día lo haré.


Con los días volviéndose más cálidos, aprecié la ayuda de Rafe y
de Kaden aún más, pero me hizo preguntarme por qué no tenían
ningún trabajo propio que atender. Eran jóvenes y capaces y mientras
ambos tenían muy buenos caballos y táctica, no parecían ricos, sin
embargo, habían pagado a Berdi alegremente por el desván, mesa y los
establos de los caballos. Y ninguno de los dos parecía quedarse sin
monedas. ¿Podrían un peón de trabajo y un operador inactivo haber
ahorrado tanto dinero? Habría dudado de su falta de dirección, pero la
mayoría de Terravin estaba lleno de visitantes en el verano que sólo
estaban esperando el momento oportuno hasta el festival, entre ellos los
otros huéspedes de la posada, habían viajado desde caseríos solitarios,
granjas aisladas y al parecer en el caso de Rafe, de regiones con ningún
nombre. Rafe dijo que su falta de trabajo como peón era temporal. Tal
vez su empleador simplemente estaba tomándose un descanso para el
festival por lo cual también le había dado tiempo libre.

No es que él o Kaden fuesen unos vagos. Siempre estaban


dispuestos a colaborar, Kaden fijando la rueda de la carreta de Berdi
sin ninguna petición, y Rafe probándose a sí mismo como un peón con
experiencia, despejando las trincheras en el huerto de Berdi y la
reparación de su pegajosa compuerta. Gwyneth y yo observábamos con
un poco más de interés cuando él balanceaba la azada y levantaba
piedras pesadas para reforzar el canal.

Tal vez, al igual que los otros asistentes del festival, agradecieron
esta oportunidad para un descanso de la habitual monotonía y la rutina
de sus vidas. El festival era una obligación sagrada y un respiro
bienvenido en pleno verano. La ciudad fue adornada con cintas y
banderas coloridas, y portales fueron cubiertos con largas guirnaldas de
ramitas de pino en previsión de las celebraciones para conmemorar la
liberación. Los Días de Libertinaje, mis hermanos lo llamaban,
señalaban que sus amigos observaban seriamente la mayor parte de la
porción de bebidas de las fiestas.

El festival duró seis días. El primer día fue para los ritos
sagrados, el ayuno y la oración, el segundo para la comida, juego y
bailes. Cada uno de los restantes cuatro días fue dedicado a la oración
y a los actos de honor a los cuatro dioses que habían dotado a
Morrighan y entregado al Remanente.

Como miembros de la corte real, nuestra familia siempre había


mantenido estrictos horarios del festival por el cronometrador,
observando todos los sacramentos, el ayuno, las fiestas y los bailes,
todo el tiempo justo y adecuado. Pero ya no era un miembro de ninguna
corte. Este año podía establecer mi propio horario y asistir a los eventos
que eligiese. Me pregunte qué parte de las festividades más complacían
a Kaden y a Rafe.

Para todas sus atenciones, Rafe aún mantenía una medida


distancia. No tenía ningún sentido. Él podía evitarme en conjunto si lo
decidía, pero no lo hizo. Tal vez solo estaba llenando su tiempo hasta el
festival, como tantos otros, pero más de una vez, en una tarea u otra,
nuestros dedos se tocaron o nuestros brazos se rozaron, y el fuego
corrió a través de mí.

Un día, mientras caminaba por la puerta de la taberna, él entró y


nos tropezamos uno con el otro, nuestros rostros tan cerca y nuestros
alientos se mezclaron. Me olvidé de a donde me iba. Creí haber visto
ternura en sus ojos, y no pasión, y me pregunté si el mismo fuego había
corrido a través de él. Al igual que con los otros encuentros, esperé y
esperé, intentando no estropear el momento, pero al igual que los otros,
se desvanecieron cuando Rafe recordaba algo más que necesitaba
atender y yo me quedaba sin aliento y confundida.

Cada día parecía que compartíamos algún tipo de broma, tal vez
varias veces en un día. Cuando barría en el porche exterior en una
habitación, el aparecía de alguna parte y luego se detenía y se apoyaba
en un poste, preguntando cómo lo llevaba Pauline o si habría una sala
de apertura pronto, o cualquier tema que sirviera en el momento. Yo
quería apoyarme sobre mi escoba y hablar sin para con él, pero ¿con
qué fin? A veces me olvidaba de la esperanza de más y disfrutaba su
compañía y cercanía.

Imaginaba que si las cosas estaban destinadas a ser, ocurrirían


más temprano que tarde, y trate de sacarle de mi mente, pero en el
silencio de la noche, permanecía en nuestras conversaciones. Cuando
me quedaba a dormir, me demoraba en cada palabra que
compartíamos, pensando en cada expresión de su rostro,
preguntándome que estaba haciendo mal. Tal vez el problema había
sido yo todo el tiempo. Tal vez estaba destinada a ser desbesada. Pero
mientras estaba allí preguntándomelo, escuché a Pauline durmiendo a
mi lado, y me avergoncé de mis preocupaciones superficiales.

Un día, después de escuchar a Pauline moverse y gemir durante


la mayor parte de la noche, ataqué brutalmente las telarañas en los
aleros de los porches de las habitaciones de invitados, imaginando a
Mikael durmiendo la otra noche en una taberna con una chica
desconocida en su regazo. Él no era nada más que problemas. Aseguráte
de que ella está alejada de él. Pero seguía siendo un soldado en la
Guardia Real. Me enfermaba. Un soldado con una lengua recubierta de
azúcar y un rostro angelical, pero con un corazón negro como la noche.
Tomé su engaño sobre las todas las criaturas de ocho patas que
colgaban de las vigas. Rafe pasó y me preguntó quién era el responsable
de ponerme de tan mal humor.

—Ninguno de estos bichos rastreros, tengo miedo, pero hay uno


con dos piernas a quien con gusto aceptaría darle en algún lugar con la
escoba. —No quería nombres, pero le hablé de un compañero que había
engañado a una joven mujer, jugando con su corazón.

—Seguro que todos cometemos errores en alguna ocasión. —Él


me quitó la escoba y procedió a arrancar tranquilamente las telarañas
que estaban fuera de mi alcance.

Su barrido imperturbable me enloqueció.

—Un engaño deliberado no es un error. Es frío y calculador —


dije—. Especialmente cuando miras a quien dices amar. —Hizo una
pausa a sus golpes como si yo le hubiese aplastado en la parte posterior
de la cabeza—. Y si uno no puede confiar en el amor —añadí—, uno no
puede confiar en nada.

Se detuvo, y bajó la escoba, volviéndose para mirarme. Parecía


sorprendido por lo que había dicho, absorbiéndolo como si se tratara de
una proclamación profunda e intensa en vez de una diatriba de odio
contra una persona horrible después de una noche de insomnio. Se
apoyó sobre la escoba, y mi estómago se volcó como siempre lo hacía
cuando lo miraba. Un brillo de sudor iluminó su rostro.

—Lo siento por lo que tu amiga ha pasado —dijo—, pero el


engaño y la confianza… ¿Son realmente tan incondicionales?

—Sí.

—Nunca fuiste culpable de engañar.

—Sí, pero…

—Ah, sí que hay condiciones.

—No cuando se trata de amor y ganar el afecto de otra persona.


Su cabeza se inclinó en reconocimiento.

—¿Y tú crees que tú amiga se sentirá de la misma manera? ¿Ella


nunca te perdonaría por engañarla?

Mi corazón todavía sufría por Pauline. Sufría por mí. Sacudí la


cabeza.

—Nunca, —dije en voz baja—. Algunas cosas no pueden ser


perdonadas.

Sus ojos se redujeron como si contemplase la gravedad de lo


imperdonable. Eso era lo que tanto odiaba y amaba de Rafe. Él me
desafiaba a todo lo que dijese, pero también escuchaba atentamente.
Me escuchaba como si le importase todo lo que decía.
Capítulo 22
Traducido por Nessied
Corregido por Pily

Aunque ya era pleno verano, el auténtico verano por fin llegó a la


orilla del mar, y me encontré parando más a menudo para salpicarme
agua en la cara. En Civica, a veces el verano no llegaba en absoluto, la
niebla rodeaba las colinas durante todo el año. Solo cuando viajábamos
hacia el interior para una cacería era cuando experimentábamos el
calor verdadero.

Ahora entendía por qué las finas ropas que usaban las chicas
locales no eran adecuadas sino necesarios aquí. Las pocas ropas que
Pauline y yo habíamos traído desde Civica eran deplorablemente
inadecuadas para el clima en Terravin, pero las camisas sin mangas o
vestidos, ya había aprendido, presentaban problemas de otro tipo. No
podía andar por Terravin con un kavah real de compromiso en mi
hombro.

Recluté a Gwyneth, el jabón de lavar fuerte y uno de los cepillos


de patatas de Berdi para ayudarme. Era un día caluroso, así que
Gwyneth estaba feliz de cumplir, y fuimos a la orilla del arroyo.

Ella estaba parada detrás de mí y examinó el kavah, cepillando


sus dedos a lo largo de mi espalda.

—La mayoría se ha ido, ¿sabes? Excepto esta pequeña cosa sobre


tu hombro.

Suspiré.

—Ha sido más de un mes. Todo debería haber desaparecido.

—Todavía está muy pronunciado. No estoy segura…

—Aquí —dije sosteniendo un cepillo por encima de mi hombro—.


No tengas miedo de poner fuerza en él.
—Berdi te despellejará si te encuentra usando uno de sus cepillos
de cocina.

—¿Mi espalda está más sucia que una patata?

Ella gruñó y se puso a trabajar. Intenté no estremecerme cuando


frotó el rígido cepillo y el duro jabón contra mi piel. Después de unos
minutos, chapoteó agua sobre mi hombro para enjuagar la espuma y
echó un vistazo a los avances. Suspiró.

—¿Estás segura de que solo es un Kavah y no algo más


permanente?

Nadé más profundamente y la miré.

—¿Nada?

Ella meneó la cabeza.

Me sumergí bajo la superficie, con los ojos abiertos, mirando el


mundo borroso que estaba por encima de mí. No tenía sentido. Había
tenido Kavahs decorativos pintados en las manos y en la cara docenas
de veces para celebraciones, y desaparecieron dentro de una semana o
dos.

Me sumergí y sacudí el agua de mis ojos.

—Inténtalo de nuevo.

La comisura de su boca bajó.

—No saldrá, Lia. —Se sentó sobre una piedra sumergida que se
asomaba del agua como el caparazón de una tortuga—. Tal vez el
sacerdote echó un poco de magia en sus palabras como parte de los
ritos.

—Los Kavahs siguen las reglas de la razón, Gwyneth. No hay


ninguna magia.

—Las reglas de la razón se inclinan a la magia todos los días —


respondió—, y podrías tener un poco de consideración por la pequeña
magia del obstinado kavah sobre el hombro de una chica. ¿Estás segura
de que los artesanos no han hecho nada diferente?

—Segura.
Aun así, rebusqué entre mis recuerdos. No podía ver a los
artesanos que trabajaron, pero sabía que el diseño fue hecho al mismo
tiempo con los mismos pinceles y los mismos tintes. Me acordé de mi
madre cuando llegó a consolarme durante la ceremonia, pero
instantáneamente sentí en su toque como una picadura caliente en mi
hombro. ¿Había salido algo mal entonces? Y ahí estaba la oración, una
en la lengua materna de mamá la cual no era tradición. Que los dioses
la ciñan con fuerza, la protejan con valor, y pueda la verdad ser su
corona. Era una oración extraña, pero vaga, y seguramente las palabras
en sí no tenían poder.

—No es tan malo. Ya no hay ningún indicio de que sea real o


incluso de que sea un kavah de compromiso. La cresta de Dalbreck y
las coronas reales se han ido. Es solo una garra parcial y unas vides.
Podría estar allí por alguna razón. ¿Puedes vivir con eso?

¿Vivir con un trozo de la cresta de Dalbreck sobre mi hombro


para el resto de mi vida? Por no mencionar siquiera que la garra de un
vicioso animal mitológico se encontrara en el folclore de Morrighan. Aun
así, recordé que cuando había visto por primera vez el kavah había
pensado que era exquisito. La perfección, la había llamado, pero eso fue
cuando pensé que podría ser lavado pronto, cuando no sabía que
serviría como un recordatorio permanente de lo que la vida me había
lanzado. Siempre serás tú, Lia. No puedes huir de eso.

—Saldrá —le dije—. Le daré más tiempo.

Ella se encogió de hombros, y su mirada se elevó hacia las hojas


doradas de un árbol diversificado por encima de nosotras, a la orilla del
verde vibrante de los demás. Sonrió, agridulce.

—Mira el amarillo brillante. ¿El otoño es ambicioso, no? Robando


los días del verano.

Miré el color prematuro.

—Al principio, si, pero tal vez todo se equilibrará. Tal vez hay
momentos en el que verano se rezaga y se niega a dar paso al otoño.

Suspiró.

—Las reglas de la razón. Incluso la naturaleza no las puede


obedecer. —Se quitó su ropa, tirándolas descuidadamente en la orilla.
Se unió a mí en las aguas más profundas, descendiendo por debajo de
la superficie y luego torció las gruesas cuerdas de su pelo de borgoña en
una larga cuerda. Sus hombros blancos lechosos oscilaban apenas
sobre la superficie—. ¿Nunca volverás? —preguntó sin rodeos.

Había escuchado los rumores de la guerra. Sabía que Gwyneth


también. Ella todavía pensaba que como la primogénita podría cambiar
las cosas. Esa puerta nunca había estado abierta para mí, y ahora no
había duda de que estaba bien cerrada, pero ella probamente vio el
terco kavah como una señal, y me preguntaba cuán difícil realmente
ella había intentado fregarlo. Me miró, esperando mi respuesta.

¿Nunca volverás?

Me sumergí debajo del agua, y el mundo se puso silencioso de


nuevo, las hojas doradas por encima de mí apenas eran visibles, el
sordo eco de mi corazón latiendo en mis sienes, burbujas de aire
escapándose de mi nariz, y de pronto la pregunta de Gwyneth se había
ido, llevada en la corriente del arroyo, junto con todas sus expectativas.
Capítulo 23
El Asesino

Traducido por Aldara


Corregido por katiliz94

Me asomé por la ventana. No podía esperar más tiempo. En unos


días, mis compañeros estarían aquí, listos para volver a Venda.
Aullarían como una jauría de perros si el asunto todavía no se había
hecho, ansiosos por estar en camino e irritados por que hubiese
tardado tanto tiempo en una simple y pequeña tarea. La garganta de
una chica. Incluso Eben podría haber logrado eso.

Pero no solo era una chica. Tendría que matarlos a ambos.

Los observé dormir. Tenía los ojos de un gato, según el Komizar,


viendo en la oscuridad lo que nadie más podía. Tal vez por eso me
designaron para esta tarea. Griz era un toro por sus pisadas fuertes y
más adecuado para un trabajo fuerte, como un hacha en un puente o
una sangrienta incursión a la luz del día.

No para este tipo de trabajo. No para los pasos silenciosos de un


animal nocturno. No para convertirse en una sombra que se abalance
con rápida precisión. Pero ellos dormían en la misma cama, sus manos
tocándose. Ni siquiera yo podría ser tan silencioso. La muerte hacía sus
propios ruidos.

Miré la garganta de Lia. Abierta. Expuesta. Fácil. Pero esta vez no


sería fácil.

Después del festival. Podía esperar hasta entonces.


Capítulo 24
El Príncipe

Traducido por Ale Westfall


Corregido por Meii

Sólo sus pies eran visibles debajo de la cortina de hojas caídas


que colgaban de la línea, pero podía escucharlas lo suficientemente
bien. Había llegado para pagar mi alojamiento de una semana a Berdi
antes de irme a Luisiveque. Era la ciudad más cercana donde se podían
enviar mensajes y los mensajeros eran discretos por un precio
adecuado.

Me detuve, mirando las botas de Lia mientras salía de su trabajo.


Maldita sea, como si todo en ella no me tiene fascinado. El cuero estaba
gastado y sucio, y esos eran los únicos zapatos que ella usaba. Pero no
parecía importarle. Tal vez crecer con tres hermanos mayores le había
dado susceptibilidades diferentes de las chicas de crianza noble que
solía conocer. Tal vez nunca había actuado como una princesa, o
rechazó cada detalle que conllevaba ser una princesa cuando llegó aquí.
Ella habría hecho un traje imposible para la corte de Dalbreck, donde el
protocolo de vestir era elevado a proporciones laboriosas y religiosas.

Busqué las notas de Morrighan en mi bolsillo para darselas a


Berdi. Las manos de Lia recogieron una sábana del borde inferior, y ella
sacó otra pieza de ropa mojada de la cesta.

—¿Alguna vez estuviste enamorada, Berdi? —preguntó.

Me detuve, con la mano todavía metida en el bolsillo. Berdi se


quedó en silencio por un largo rato.

—Sí —dijo finalmente—. Hace mucho tiempo.

—¿No os casasteis?
—No. Aunque estábamos muy enamorados. Por los dioses, era
guapo. No en el sentido habitual. Su nariz estaba torcida. Sus ojos eran
pequeños. Y no tenía una gran cantidad de pelo en la cabeza, pero él
iluminaba la habitación cuando entraba. Tenía lo que yo llamaba
presencia.

—¿Qué sucedió?

Si bien Berdi era una mujer mayor, me di cuenta que suspiró


como si el recuerdo fuera fresco.

—Yo no podía salir de aquí, y él no podía quedarse. Eso más o


menos lo dice todo.

Lia le preguntó más, y Berdi le dijo que el hombre era un


cincelador con un negocio en la ciudad de Sacramentos. Él había
deseado que se fuera con él, pero su madre había fallecido, su padre se
estaba haciendo mayor, y tuvo miedo de dejarlo solo en dirigir la
taberna.

—¿Te arrepientes de no irte con él?

—No puedo pensar en cosas como esas ahora. Lo hecho, hecho


está. Hice lo que tenía que hacer en el momento. —La mano nudosa de
Berdi alcanzó un puñado de espigas.

—Pero qué pasa si…

—¿Por qué mejor no hablamos de ti? —preguntó Berdi—. ¿Sigues


feliz con tu decisión de abandonar tu casa, ahora que has pasado algo
de tiempo aquí?

—No podría estar más feliz. Y una vez que Pauline se sienta
mejor, estaré delirante.

—A pesar de que algunas personas todavía piensan que la


tradición y el deber de…

—¡Detente! Esas son dos palabras que nunca quiero volver a oír.
—Oí decir a Lia—. La tradición y el deber. No me importa lo que otros
piensen.

Berdi gruñó.

—Bueno, supongo que en Dalbreck no son…


—Y esa es la tercera palabra que no quiero volver a oír de nuevo.
¡Nunca digas Dalbreck! —Estrujé las notas en mi puño, escuchando,
sintiendo mi pulso aumentar.

—Ellos eran como mucho una causa de mis problemas como a


cualquier persona. Qué clase de príncipe…

Su voz se cortó, y se produjo un largo silencio. Esperé, y


finalmente oí a Berdi decir suavemente—: Está bien, Lia. Puedes
contármelo.

El silencio continuó y cuando Lia finalmente volvió a hablar, su


voz era débil.

—Toda mi vida he soñado con alguien amándome por ser yo.


Porque quién soy. No por ser la hija del rey. O una Primogénita. Sólo yo.
Y, desde luego, no porque un trozo de papel lo mandase.

Ella empujó la cesta de ropa con su bota.

—¿Es demasiado pedir querer ser amado? Mirar a los ojos de


alguien y ver… —Su voz se quebró, y hubo más silencio—… Y ver la
ternura. Saber que él realmente quiere estar contigo y compartir su vida
contigo.

Sentí drenarse la sangre caliente de mis sienes y mi cuello de


repente se humedeció.

—Sé que algunos miembros de la nobleza todavía arreglan sus


matrimonios —continuó Lia—, pero ya no es tan común. Mi hermano se
casó por amor. Greta ni siquiera es una Primogénita. Pensé que un día
encontraría a alguien también, hasta que… —Su voz se quebró de
nuevo.

—Vamos —dijo Berdi—. Lo has retenido por demasiado tiempo.


Debes desahogarte.

Lia se aclaró la garganta, y sus palabras salieron apresuradas y


sinceras.

—Hasta que el rey de Dalbreck propuso el matrimonio con el


gabinete. Fue su idea. ¿Me veo como un caballo, Berdi? No soy un
caballo en venta.
—Por supuesto que no. —Berdi estuvo de acuerdo.

—¿Y qué clase de hombre permite que su papi encuentre una


novia para él?

—Ninguno en absoluto.

—Ni siquiera se molestó en venir a verme antes de la boda. —Ella


sorbió—. No le importaba con quien se casaba. Bien podría haber sido
una vieja yegua de cría. Es nada más que un principito siguiendo las
órdenes de papi. Nunca podría tener un poco de respeto por un hombre
así.

—Es comprensible.

Sí, supongo que lo era.

Metí las notas de nuevo en el bolsillo y me fui. Pagaría a Berdi


más tarde.
Sólo un pequeño remanente

en toda la tierra se mantuvo.

Soportaron tres generaciones

de prueba y ensayo,

expulsando al más puro de aquellos

quienes todavía seguían en la oscuridad.

—Libro de Textos Sagrados de Morrighan, vol. IV


Capítulo 25
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

Di un paseo por Terravin balanceando un manojo de cuerdas en


cada mano. Una para mí y otra para Pauline. No necesitaba a Otto para
llevar estas cargas ligeras, y quería la libertad de aventurarme por
caminos y avenidas a un ritmo pausado, por lo que hoy me dirigí a la
ciudad por mi cuenta.

Con todo en orden en la posada, Berdi me dijo que tomara el día


libre y lo pasara como yo eligiera. Pauline seguía pasando sus días en la
sacristía, así que me fui sola con una sola adquisición en mente. Quizás
tenía que esperar a que la quemadura desapareciese, pero eso no
significaba que tuviese que usar mis pantalones andrajosos, faldas
pesadas, o camisas de manga larga hasta que se fuera. Era una mera
pieza de decoración en mi hombro ahora, sin ninguna pista de la
realeza o el compromiso, y tanto si se mantenía como si se iba, no
dejaría que gobernara mi vestimenta un día más.

Caminé cerca de los muelles, y el olor de la sal, el pescado, la


madera húmeda, y la pintura roja fresca en la tienda de pesca se
arremolinaron en la brisa. Era un olor sano, robusto que de repente me
hizo sonreír. Me hizo pensar, me encanta Terravin. Incluso el aire.

Recordé las palabras de Gwyneth. Terravin no es el paraíso, Lia.

Por supuesto Terravin tenía sus propios problemas. No necesitaba


que Gwyneth me dijera que no era perfecto. Pero en Civica, el aire era
estrecho, esperando encontrarte, golpearte, siempre mezclado con la
esencia de observación y alerta. Aquí en Terravin, el aire era más que
aire, cualquier cosa que retuviera, se retenía. No hacía falta ningún
receptor, y esto se mostraba en los rostros de la gente del pueblo. Ellos
eran más rápidos para sonreír, saludarte, llevarte a una tienda para
que probases, para compartir una sonrisa o un poco de noticias. La
ciudad se llenaba con facilidad.
Pauline superaría a Mikael. Miraría hacia el futuro. A Berdi,
Gwyneth y a mí nos gustaría ayudarla, y por supuesto al mismo
Terravin, el hogar que amaba. No había un lugar mejor hecho para
nosotras.

Con mañana el primer día del festival, las conmemoraciones


surgían de todos los rincones de la ciudad, los marineros izando las
redes, fregando cubiertas, enrollando las velas, los versos favoritos de
unos u otros mezclándolos sin esfuerzo con su día de trabajo en una
canción que me agitaba de maneras que ninguna canción sagrada
nunca hizo, música natural —el aleteo de las velas sobre nuestras
cabezas, la pescadería convocando la captura, el golpeteo del agua
chapoteando en la popa, las campanas de los barcos lejanos
saludándose la una a la otra, una pausa, una nota, un tintineo, un
grito, una risa, una oración, el silbido de una fregona, el roce de una
cuerda, todo se convertía en canción, conectada de una manera mágica
que pulsaba en mí.

Fiel, fiel,

¡Iza allí! ¡Hala!

Puro de corazón, puro de mente,

Un fragmento santo, bendecido por encima de todo,

¡Pez de roca! ¡Perca¡ ¡Pez sable! ¡Lenguado!

Las estrellas y el viento,

La lluvia y el sol,

Elige un Remanente, uno sagrado,

Día de la liberación, libertad, esperanza,

¡Gira el torno! ¡Ata amarras!

Fiel, fiel,

Bendecido por encima de todo,

Sal y cielo, peces y gaviotas,


Alza tu voz,

¡Canta el camino!

Morrighan dirige

Por la misericordia de los dioses,

¡Pescado fresco! ¡Pez zorro! ¡Anchoa! ¡Bacalao!

Fin de la jornada, a través del valle,

¡Tira el ancla! ¡Pon la vela!

Morrighan bendecido,

Para siempre.

Me volví en una tranquila callejuela hacia la carretera principal,


las capas de canciones flotando detrás de mí.

—Para siempre, —susurré, sintiendo los recuerdos de un modo


nuevo, mi voz sintiéndose como si fuera parte de algo nuevo, tal vez algo
que podía entender.

Te tengo, te tengo ahora.

Miré por encima del hombro, palabras ásperas extrañas fuera de


lugar entre los otros, pero la bahía estaba muy por detrás de mí ahora,
el mar llevándose las melodías.

—¡Hey aquí, muchacha! ¿Una hermosa corona para el festival?

Giré. Un arrugado hombre sin dientes se sentó en un taburete


fuera de la tienda, entrecerrando los ojos por el sol del mediodía.
Levantó un brazo cubierto con guirnaldas alegres de flores secas para
adornar la cabeza. Me detuve para admirarlas, pero era cautelosa sobre
el gasto de más dinero. Los paquetes que llevaba ya habían consumido
la mayor parte de las monedas que había ganado en la taberna en un
mes. Todavía quedaban las joyas, por supuesto, y un día me gustaría
viajar a Luiseveque para intercambiarlas, pero ese dinero se reservaría
para Pauline. Lo necesitaría más que yo, así que tenía que tener
cuidado con lo poco que tenía. Aun así, mientras sostenía una
guirnalda en la mano, me la imaginé en mi cabeza en el festival y a Rafe
acercándose más para admirar una flor o coger su débil olor. Suspiré.
Sabía que no era probable que eso sucediera.

Negué con la cabeza y sonreí.

—Son hermosas, —le dije, —pero hoy no.

—Sólo un cobre, —ofreció.

Antes en Civica, habría arrojado una moneda de cobre en la


fuente sólo por el gusto de ver donde aterrizaba, y de hecho una de
cobre era lo suficientemente pequeña para pagar por algo tan alegre, y
el festival venía una vez al año. Compré dos, una con flores de color
rosa para el cabello de Pauline, y otra con flores de lavanda para la mía.
Con mis manos ahora llenas, hice mi camino de regreso a la posada,
sonriendo, imaginando algo más alegre en la cabeza de Pauline que la
bufanda sombría de luto blanco, aunque no estaba segura de poder
convencerla de llevar la diadema. Tomé el camino superior de la parte
trasera a la posada, no más de una amplia pista de tierra,
aprovechando la sombra y la tranquilidad. El viento susurraba en un
silencio relajante a través de los pinos, mientras que un arrendajo
quejándose sacudía a veces la paz y el regaño de una ardilla sonaba
detrás. Tenía algo pequeño extra en mi paquete para Walther y Greta.
Algo dulce, de encaje y pequeño. No podía esperar para dárselo. Las
manos de Walther serían muy grandes y torpes para sostenerlo. Me hizo
sonreír. ¿Cuándo dijo que se pasaría de nuevo?

Ten cuidado, hermana, ten cuidado.

Algo frío flexionó mis entrañas, y dejé de caminar. Su advertencia


era tan cercana, tan inmediata, pero distante también.

—¿Walther? —grité, sabiendo que no podía estar aquí, pero…

Oí pasos, pero era demasiado tarde. Ni siquiera tuve tiempo de


girarme antes de estar aplastada por un brazo sobre mi pecho. Fui
tirada hacia atrás, con los brazos inmovilizados a mis costados. Una
mano brutal se cerró sobre mi muñeca. Grité, pero luego sentí el
pinchazo de un cuchillo en mi garganta y oí una advertencia de no
proferir otro sonido. Lo olía, el hedor de los dientes podridos en su
aliento caliente, el pelo aceitoso sin lavar, y el abrumador olor de la
ropa empapada de sudor, todo ello tan opresivo como el brazo que me
apretaba. El cuchillo presionado en mi carne, y sentí el cosquilleo de la
sangre corriendo en el hueco de mi cuello.

—No tengo dinero —dije—. Sólo…

—Voy a decir esto una sola vez. Quiero lo que robaste.

Mi cuchillo estaba enfundado bajo mi chaleco en el lado


izquierdo, a pocos centímetros de mis dedos, pero no pude llegar con la
mano izquierda para conseguirlo, y mi brazo derecho estaba retenido en
su puño. Si tan sólo pudiera ganar algo de tiempo.

—He robado muchas cosas, —dije—. Cuál…

—Este cuchillo es cortesía del Erudito y el Canciller —gruñó—.


Esto debería ayudarte a recordar.

—Yo no tome nada de ellos.

Él cambió su agarre, empujando el cuchillo más alto, así que tuve


que presionarme contra él para no tener un corte más profundo en mi
piel. No me atrevía a respirar o moverme, a pesar de que aflojó su
agarre en mi brazo. Sacó una hoja de papel, agitándola delante de mis
ojos.

—Y esta nota dice algo diferente. El Erudito me dijo que te dijera


que no le hizo gracia.

Reconocí la nota. La mía.

Tal pieza intrigante, pero tsk, no correctamente guardada. Lo está


ahora. Espero que no te importe.

—Si la devuelvo, me matarás. —Las únicas partes de mi cuerpo


que podía mover eran las piernas. Arrastré cautelosamente mi bota
derecha a lo largo de la tierra, tratando de encontrar donde su pie se
colocó detrás de mí. Finalmente me encontré con algo sólido. La sangre
me latía en los oídos, cada parte de mí en fuego.
—Me pagan para matarte de todas maneras —respondió—, pero
podría hacerlo más doloroso para ti, si esa es la manera en que lo
deseas. Y luego está esa linda amiga tuya…

Mi rodilla se sacudió hacia arriba, y pisoteé en la parte superior


de su pie lo más fuerte que pude, mi codo atascado de nuevo en sus
costillas, al mismo tiempo. Salté lejos y giré hacia él, tirando mi
cuchillo. Venía hacia mí, haciendo una mueca de dolor, pero luego se
detuvo abruptamente. Sus ojos se abrieron poco naturales y luego su
rostro perdió toda expresión excepto por sus ojos saltones. Él se
desplomó al suelo, cayendo de rodillas. Miré el cuchillo en mis manos,
preguntándome si lo había encajado en él sin siquiera saberlo. Cayó
hacia adelante a mis pies, boca abajo, con los dedos retorciéndose en el
suelo.

Vi movimiento. Kaden estaba a diez metros de distancia, una


ballesta a su lado, Rafe un poco más lejos detrás de él. Corrieron hacia
mí, pero se detuvieron a unos metros de distancia.

—Lia —dijo Rafe, extendiendo la mano—, dame el cuchillo.

Bajé la vista hacia el cuchillo todavía apretado en mi mano y


luego a él. Negué con la cabeza.

—Estoy bien. —Aparté mi jubón a un lado y traté de volverlo a su


vaina, pero se derramó de mis dedos hasta el suelo. Kaden lo recuperó y
lo deslizó en su fina caja de cuero por mí. Me quedé mirando lo que
quedaba de las guirnaldas aplastadas bajo nuestros pies en la refriega,
pequeñas piezas de rosas y lavandas dispersas en el suelo del bosque.

—Tu cuello, —dijo Rafe—. Déjame ver. —Levantó mi barbilla y


limpió la sangre con su pulgar.

Todavía todo parecía estar ocurriendo en movimientos


espasmódicamente rápidos. Rafe produjo un trozo de tela —¿un
pañuelo? — y lo apretó contra mi cuello.

—Haremos que Berni lo mire. ¿Puedes sostener esto aquí? —


Asentí y levantó la mano de mi cuello, presionando mis dedos en la tela.
Se acercó y pateó el hombro del hombre para asegurarse de que estaba
muerto. Yo sabía que lo estaba. Sus dedos no se retorcieron más
tiempo.
—Te oí gritar, —dijo Kaden—, pero no pude conseguir un tiro
claro hacia él hasta que lo empujasteó. En ese rango, la flecha podría
haber ido directamente a través de él hacia ti. —Puso su ballesta hacia
abajo y se arrodilló junto al cuerpo, rompiendo la flecha que sobresalía
de la espalda del hombre. Juntos, él y Rafe le dieron la vuelta.
Todos nos quedamos mirando al hombre, cuyos ojos estaban todavía
abiertos. La sangre llenando los profundos pliegues como un títere
sorprendido.

Ninguno de los dos parecía afectado por su apariencia. Tal vez


habían examinado muchos cadáveres. Yo no. Mis rodillas se debilitaron.

—¿Lo conoces? —Preguntó Rafe.

Negué con la cabeza.

Kaden se puso de pie.

—¿Qué quería?

—Dinero —dije automáticamente, sorprendiéndome a mí misma—


. Sólo quería dinero. —No les podía decir la verdad sin revelar quién era
yo. Y entonces vi la nota, el pequeño trozo de papel escrito en mi propia
mano, revoloteando a pocos centímetros de sus dedos.

—¿Llamamos a los agentes? —Preguntó Kaden.

—¡No! —Dije—. ¡Por favor, no lo hagais! No puedo… —Di un paso


hacia adelante, y mis rodillas se desvanecieron, la sangre corriendo
detrás de mis ojos, el mundo girando. Sentí manos cogiéndome,
alzándome sobre mis piernas.

Llévala de vuelta. Yo me encargaré del cuerpo.

Mi cabeza daba vueltas, y traté de respirar profundamente,


temiendo vomitar, una mano sosteniendo la tela en mi cuello de nuevo.
Respira, Lia, respira. Estarás bien... pero con mi mundo girando, no
estaba segura de si las palabras que escuché fueron de Kaden o las
mías propias.
Capítulo 26
Rafe

Traducido por Aldara


Corregido por katiliz94

Luché con el cuerpo, elevándolo por el respaldo de mi caballo. La


sangre manchó mi hombro. El olor a descomposición no se había
asentado todavía, pero tuve que dar la espalda al hedor de la
negligencia y el excremento, por un soplo de aire fresco. Ese es el
camino de la muerte. No hay dignidad en él.

Un profundo y accidentado barranco era lo que se asomaba por el


borde. Me dirigí allí, llevando a mi caballo por el bosque. Los animales y
los elementos se encargarían del cuerpo antes de que alguien se
aventurara en ese abismo remoto. Era todo lo que se merecía.

No pude apartar la imagen de su cuello ensangrentado de mi


mente. Había visto muchos cuellos con sangre antes, pero... ¿ordenado
por su propio padre? No fue un bandido común y corriente quien la
atacó. Ese hombre había estado en el camino durante semanas,
buscándola. Sabía que había una orden pública pidiendo su detención
y una recompensa por su devolución. Había oído charlas, acerca de ello,
en un pueblo en el que me detuve cerca de Civica, cuando la estaba
buscando. Pensé que la orden era sólo un gesto superficial para
apaciguar a Dalbreck.

Así que ¿ahora eran los bárbaros? ¿Los Vendans o los


Morrigheses? ¿Qué clase de padre ordenaba el asesinato de su propia
hija? Incluso los lobos protegían a sus propios cachorros. No es de
extrañar que ella huyera.

Matar en nombre de la guerra era una cosa. Matar a tu propia


hija era otra muy distinta.
Capítulo 27
Traducido por Ale Westfall
Corregido por katiliz94

—¡Una mañana libre! ¡Una mañana libre, y mira el problema en


que te has metido! —dijo Berdi, dando una palmada en mi cuello.
Kaden estaba sentado a mi lado, con una cubeta en mano en caso de
que tuviera ganas de vomitar.

—No fue como si saliese en busca de bandidos —repliqué.

Berdi me dio una severa y astuta mirada. No habían bandidos en


Terravin, no en un alto camino remoto, para cazar a una chica usando
ropas raídas que tenía un poco de dinero, pero con Kaden presente, ella
me encubrió.

—Con el pueblo lleno de extraños ahora, tienes que ser más


cuidadosa.

El cuchillo raspó mi cuello más que cortarlo. Berdi dijo que la


herida no era tan grande como una picadura, pero los cuellos son
delicados. Ella puso un bálsamo en el corte, y me sobresalté.

—¡Quédate quieta! —regañó.

—Estoy bien. Deja de preocuparte por una pequeña…

—¡Mírate! Tu cuello está acuchillado de aquí a…

—Me dijiste que no era más grande que una picadura.

Berdi apuntó a mi falda.

—¡Y todavía estás temblando como una hoja!

Bajé la mirada a mis rodillas temblorosas. Me obligué a cesar su


temblor.
—Cuando no has comido porque tiraste tu desayuno, es
imposible no sentirse débil.

Berdi no preguntó porqué había tirado mi desayuno. Ella sabía


que la sangre no me impresionaba, pero todos nosotros prudentemente
evadimos el asunto sobre el cuerpo. Kaden simplemente le había a
dicho a Berdi que Rafe se estaba haciendo cargo del cuerpo. Ella no
preguntó qué significaba. Ni yo tampoco. Estábamos tranquilas de que
el asunto se estuviese manejando, aunque me preguntaba qué haría
Rafe con el cuerpo si no era llevado a los agentes. Pero todavía podía
escuchar la manera en que él lo dijo. No lo llevaría a las autoridades.

No había duda de que el hombre muerto era un rufián asesino.


Tal vez eso fue todo lo que Rafe necesitaba saber. Lo vio sostener el
cuchillo en mi garganta y miró la sangre fluyendo de mi cuello. ¿Por qué
molestarse en ir a los agentes cuando convenientemente había un
barranco más cerca? Tal vez esa era la manera en que se acostumbraba
hacer en las regiones lejanas sin nombre. Si así era, estaba satisfecha.

—¿Estás segura que solo fue un bandido? —preguntó Berdi—. A


veces se juntan en bandas.

Sabía que Berdi estaba hablando en código, queriendo saber si la


persona que me atacó pertenecía a un completo ejército real que estaría
en camino a la taberna al final de día.

—El bandido estaba solo. Estoy segura. No hay otros.

Ella exhaló un largo gruñido sin palabras, lo que entendí era su


manera de relajarse.

—Bien —dijo, presionando un pequeño vendaje en mi cuello—.


Listo. —Echó un poco de polvo en una taza de agua y me lo ofreció—.
Bebe esto. Te ayudará a calmar el estómago. —Bebí diligentemente, con
la esperanza de apaciguarla—. Ahora, ve a tu cama a descansar —dijo—
. Te llevaré un poco de pan y caldo dentro de poco.

Estaba a punto de protestar, pero Kaden agarró mi codo para


ayudarme a levantarme, y cuando me paré, justo ahora sentí los efectos
de la violenta lucha. Cada parte de mi cuerpo dolía, mi hombro, el codo
que se había clavado en las costillas del asesino, mi tobillo y talón que
los habían pisoteado con una fuerza increíble, mi cuello que se había
torcido más de lo que naturalmente podía ser posible.
—Sólo por un rato —dije—. Seré capaz de trabajar en el comedor
esta noche.

Berdi murmuró algo en voz baja, y Kaden me llevó a la puerta de


la cocina. Mientras subíamos por las escaleras de la ladera, le di las
gracias por su oportuna aparición, diciendo que seguramente estaría
muerta si no hubiera llegado y le pregunté cómo fue que llegó.

—Escuché un grito, tomé mi arco, y corrí hacia el bosque. Pensé


que Pauline había encontrado un oso o una pantera a su regreso del
sacristán. No esperaba verte con un cuchillo en la garganta.

Era lo último que esperaba también.

—Estoy agradecida de que tu puntería fuese precisa. Y el


cuerpo... se…

—Desaparecerá —dijo con confianza.

—Es solo que soy recién llegada —expliqué—, y no quiero


causarle problemas a Berdi. Ya estoy en la mira de algunos soldados.

—Entiendo. Nadie lo sabrá. El hombre se lo merece.

Parecía tan ansioso como yo por tener algún rastro del encuentro
pasado. Había matado al hombre sólo por salvarme, nadie podía
culparlo por eso, pero tal vez, en este momento, él no podía responder
las preguntas de un agente más de lo que yo podía.

Llegamos a la puerta de la casita, pero él aún sostenía mi brazo


para darme apoyo.

—¿Debería escoltarte al interior? —preguntó. Él estaba tranquilo


y relajado, como siempre lo estaba. Salvo por el breve ataque cuando el
caballo de Rafe le mordió, nada parecía molestarlo, incluso el terror de
hoy.

Sus ojos se posaron en mí, dos entrañables círculos marrones, y


sin embargo, estos mismos lo traicionaron, como lo habían hecho en
esa noche en la taberna cuando lo conocí. Aunque la calma se reflejaba
en el exterior, una tempestad extraña se agitaba dentro. Me recordaba a
Bryn de muchas maneras, el más joven y el más salvaje de mis tres
hermanos. Bryn siempre fue lo suficientemente inteligente como para
comportase como se debía en presencia de mi padre para no suscitar
cualquier sospecha de su mala conducta, pero mi madre siempre podría
pellizcarle su barbilla, mirarle a los ojos, y conocer la verdad. Todavía
no podía conocer la verdad de Kaden.

—Gracias, pero estoy bien ahora —contesté. Pero incluso


mientras estaba allí, no me sentía muy bien. Estaba agotada. Era como
si las reservas de energía de una semana hubiesen sido agotadas en
sólo unos momentos rápidos por tratar de sobrevivir.

—¿Estás segura que no hubo otros? —preguntó—. ¿Nadie más al


que vieses?

—Estoy segura. —No le podía explicar que los cazadores de


recompensas no trabajan en grupo y éste en especial estaba a cargo de
una misión privada. La mano de Kaden se deslizó de mi brazo, y le
agradecí. Berdi tenía razón. Necesitaba descansar.

Cerré la puerta detrás de mí, me quité la camisa ensangrentada y


la tiré en la esquina. Estaba demasiado cansada para preocuparme por
lavarla en este momento. Me senté en la cama, haciendo una mueca por
el dolor en mi hombro y cuello, luego mullí mi almohada, metiendo el
cuchillo debajo de ella. Cumpliría lo que prometí a Walther, practicaría,
sin importar lo temprano que tuviese que despertar. Nadie me tomaría
por sorpresa de nuevo, pero por el momento un breve descanso era todo
lo que necesitaba. La pesadez aumentó en mis párpados. ¿Qué me
había dado Berdi en ese agua?

Dormí profundamente pero recordé a Berdi entrar en la casita,


sentada en el borde de la cama para decirme algo, cepillando con la
mano el cabello de mi frente, y en silencio dejando la casita. Olí el
aroma del pan recién horneado y el caldo de pollo procedente de la
mesa junto a mí, pero estaba demasiado cansada para comer y me
quedé dormida hasta que oí un suave golpe en la puerta.

Me senté, desorientada. El sol se asomaba por la ventana oeste.


Había dormido toda la tarde. Otro toque.

—¿Berdi?

—Sólo soy yo. Dejaré esto aquí.

—No. Espera —respondí.


Me levanté de un salto y cojeé a la puerta, mi tobillo estaba más
dolorosamente rígido ahora de lo que había estado antes. Rafe estaba de
pie con su dedo enganchado en las cuerdas de los dos fardos que había
abandonado en el bosque. Los tomé y los puse en la cama, y cuando me
di la vuelta para mirarlo de nuevo, él estaba sosteniendo dos guirnaldas
delicadas, una de color rosa y una de lavanda.

—Creo que son parecidas a las que tenías.

Me mordí el labio y luego finalmente susurré un pequeño e


insuficiente agradecimiento mientras él las puso en mis manos. Un
momento incómodo pasó, ambos mirándonos el uno al otro, mirando a
otro lado, y luego mirando atrás de nuevo.

—¿Tu cuello? —preguntó finalmente, ladeando la cabeza para


mirar mi vendaje. Me acordé de cómo, hace apenas unas horas, su
pulgar acarició mi piel y mantuvo su pañuelo en la herida.

—Berdi dijo que el corte no era más grande que una picadura de
pulga. La mayoría tienen una mala raspadura.

—Pero estás cojeando.

Me froté el hombro.

—Me golpeé todo el cuerpo.

—Tuviste una buena pelea.

—No tenía otra opción —dije. Me quedé mirando su ropa. Se


había cambiado. No había ningún rastro de la sangre de un cadáver o el
método que utilizó para deshacerse del cuerpo. Tenía miedo de
preguntar, pero también tenía miedo de no hacerlo—. ¿Que sucedió con
el cuerpo?

—No preguntes, Lia. Ya está hecho.

Asentí.

Empezó a irse, pero luego se detuvo.

—Lo siento.

—¿Por qué? —pregunté.


—Ojala yo… —Negó con la cabeza—. Solo lo siento —repitió y se
fue por el camino. Antes de que pudiera gritar tras él, vi a Pauline venir
a la cabaña. Me metí de nuevo en el interior, tomé mi camisa
ensangrentada del suelo, y busqué un lugar para ocultarla. En nuestros
pequeños cuartos, sólo podía significar ocultarla en el armario. Abrí la
puerta y metí la camisa en el rincón oscuro, colocando algunas otras
cosas frente a ella. La recuperaría más tarde para lavarla. Pauline tenía
suficientes preocupaciones en su vida ahora mismo como para añadir
más. Entre el desorden en el fondo, vi la cesta que Walther me había
dado. Había estado tan consumida por la noticia que había traído ese
día, que a toda prisa la escondí y la olvidé. Él había dicho que puso un
bocado en el fondo para bastarme, pero seguro que ya se echó a perder.
Me imaginé más del encantador higo con queso ido a la basura y me
preparé para el olor mientras empujaba a un lado la servilleta que
cubría el fondo. No era higo con queso. La puerta se abrió de golpe, y
me di la vuelta para enfrentarme a Pauline.

—¿Qué le pasó a tu cuello? —demandó inmediatamente.

—Tuve una pequeña caída en las escaleras con un poco de leña


en los brazos. Soy demasiado torpe.

Cerró de golpe la puerta detrás de ella.

—¡Ese es el trabajo de Enzo! ¿Por qué lo estabas haciendo?

La miré, perpleja. Fue la conversación más larga que había tenido


con ella en dos semanas.

—El rezagado no estaba hoy. Cada vez que gana un poco de


monedas, desaparece.

Ella comenzó a tocar mi vendaje, pero la detuve y la llevé a la


cama para mostrarle la canasta. Nos sentamos y me di cuenta de que
su pañuelo se había ido. Su cabello le llegaba a los hombros, era espeso
y de color castaño dorado.

—Tu pañuelo de luto —dije.

—Es hora de seguir adelante —explicó—. He hecho todo lo que


puedo por mi Mikael. Ahora tengo otras cosas que requieren mi
atención. Y lo primero en la lista pareces ser tú.
Me acerqué y la abracé, tirando de ella con fuerza. Mi pecho se
movió. Traté de no ser dramática, pero la sostuve con fuerza por mucho
tiempo hasta que ella finalmente se apartó, mirándome con cautela.

—¿Está todo bien?

Semanas de preocupación salieron de mí y mi voz temblando.

—Oh, Pauline, te extrañé tanto. Eres todo lo que tengo. Eres mi


familia ahora. Y estabas tan pálida y triste. Temí que nunca podría
tenerte de vuelta. Y luego estaban las lágrimas y el silencio. El
silencio… —me detuve, presionando mis dedos a mis labios, tratando de
obligar a parar el temblor—. El silencio fue lo peor de todo. Tuve miedo
de eso cuando me dijiste que me marchase porque me culpases por lo
de Mikael.

Me llevó hacia ella y me sostuvo, ambas llorando.

—Nunca te culparé por eso —dijo. Se inclinó para poder mirarme


a los ojos—. Pero el dolor tiene su propia manera de ser, Lia. Una
manera que no puedo controlar. Sé que todavía no se ha ido, pero hoy
en el Sacristán... —se detuvo, parpadeando para contener las
lágrimas—. Hoy, sentí algo. Un aleteo en el interior. Aquí." Tomó mi
mano y la apretó contra su vientre—. Sabía que era hora de prepararme
para la vida.

Sus ojos brillaban. A pesar de todo el dolor, vi la esperanza de


alegría en sus ojos. Mi garganta se hinchó. Este era un viaje que
ninguna de nosotras podría haber imaginado.

Sonreí y me sequé las mejillas.

—Hay algo que tengo que mostrarte —dije. Puse la canasta entre
nosotras y me moví a un lado la servilleta, sacando un grueso fajo de
billetes de Morrighan, un bocado que se suponía que me bastaría
durante algún tiempo por venir. Mi hermano lo entendería—. Walther
trajo esto. Eran de Mikael. Dijo que Mikael dejó una carta diciendo que
era para ti si algo le sucedía.

Pauline extendió la mano y tocó el rollo espeso.

—¿Tanto desde su primer año como centinela?


—Se las arregló bien con su bolsa —dije, sabiendo que toda
buena posesión asignada a Mikael sería fácilmente aceptada por
Pauline.

Ella suspiró, y una triste felicidad apareció en sus ojos.

—Así era Mikael. Esto ayudará.

Extendí la mano y tomé su mano.

—Todos ayudaremos, Pauline. Berdi, Gwyneth y yo, estaremos


todos aquí para…

—¿Lo saben ellos? —preguntó.

Negué con la cabeza.

—Todavía no.

Pero las dos sabíamos, ya sea el tiempo quien les dirá o Pauline.
Algunas verdades se negaban a ser ocultadas.
Háblame otra vez, Ama. Sobre la calidez. Sobre antes.

El calor llegó, niña, de donde no lo sé.

Mi padre mandó, y ahí estaba.

¿Fue tu padre un dios?

¿Era un dios? Parecía serlo.

Tenía el aspecto de un hombre.

Pero era fuerte más allá de la razón,

Sabio más allá de lo posible,

Valiente más allá de lo mortal,

Poderoso como un…

Déjame contarte la historia, niña, la historia de mi padre.

Érase una vez, había un hombre tan grande como los dioses...

Pero incluso el grande puede temblar de miedo.

Incluso el grande puede caer.

—Los Últimos Testamentos de Gaudrel


Capítulo 28
Traducido por katiliz94
Corregido por Pily

Una neblina de azúcar rosáceo brilló en el cielo, y el sol


comenzó a subir sobre la montaña. Ambos lados de la carretera estaban
abarrotados con veinte profundidades con todos en Terravin esperando
ser conducidos en la procesión que les llamaría al comienzo de los días
santos. Un canturreo se agitó por la multitud, la santidad encarnada,
como si los dioses permanecieran entre nosotros. Tal vez lo hacían.

El Festival de Liberación había comenzado. En medio de la


carretera, esperando a conducir a las multitudes, había docenas de
mujeres y chicas, ancianas y jóvenes, mano en mano, vestidas en
trapos.

Cada Primogénita de Terravin.

Berdi y Pauline estaban entre ellas.

Era la misma procesión que mi madre había conducido en Civica,


la que conduciría hoy ahí. La misma procesión que yo había caminado
solo unos pasos detrás de mi madre porque éramos el reino de las
Primogénitas, bendecidas incluso sobre los otros, conteniendo entre
nosotras los dones más fuertes de todos.

La misma procesión, a veces enorme, a veces solo asistiendo un


puñado de fieles, que estaba tomando lugar en las ciudades, aldeas, y
pueblos por todo Morrighan. Escaneé las caras de las Primogénitas
alineándose, la expectante, la confiada, la curiosa, la resignada,
algunas suponiendo que tenían el don, otras sabiendo que no lo tenían,
algunas todavía esperando que pudiese llegar, pero la mayoría tomando
sus lugares en medio de la carretera simplemente porque no conocían
otra forma. Era la tradición.
Los curas hicieron un último llamado para que otras Primogénitas
se unieran al resto. Gwyneth permanecía en pie a mi lado en la
multitud. La escuché suspirar. Sacudí la cabeza.

Y entonces el canto comenzó.

La canción de Morrighan se elevó y cayó en unas suaves notas


modestas, una súplica a los dioses por guía, un coro de gratitud para
su clemencia.

Todos caímos en el escalón detrás de ellas, vestidos en nuestros


propios trapos, nuestros estómagos haciendo ruido porque era el día de
festejar, e hicimos nuestro camino al Sacristán para los sacramentos
sagrados, el día de acción de gracias, y la oración.

Pensé que Rafe y Kaden no habían venido. Ya que era el día de


ayuno, Berdi no había sacado las tarifas de la mañana, y ninguno de
ellos se había movido del ático esta mañana, pero justo antes de que
llegásemos al Sacristán, los visualicé a ambos en la multitud. Al igual
que hizo Gwyneht. Las cabezas estaban inclinadas, voces solo alzadas
en la canción, pero caminó de cerca y susurró, “están aquí,” como si su
presencia fuera tan milagrosa como los dioses liderando el Remanente
de la destrucción. Tal vez lo era.

De repente Gwyneth surgió delante hasta que estuvo al ritmo de


la pequeña Simone y sus padres. El pelo de la madre de Simone estaba
esparciéndose como la sal y la pimienta, y el de su padre era de un
blanco nevado, ambos mayores para ser padres de tal niña joven, pero a
veces el cielo traía regalos inesperados. La mujer sosteniendo la mano
de Simone, asintió con conocimiento sobre su cabeza hacia Gwyneth, y
caminaron todos juntos. Noté que incluso la pequeña Simone, siempre
tan impecablemente vestida cuando la había visto en mis recados en la
ciudad, se las había arreglado para encontrar trapos que vestir, y
entonces, caminando unos pasos detrás de ellos, noté por primera vez
que los rizos fresas de Simone brincando eran solo una sombra más
ligera de los de Gwyneth.

Llegamos al Sacristán, y la multitud se esparció. El santuario era


grande pero no lo bastante grande para sostener a todos los de Terravin
juntos con el incremento de visitantes que habían ido por los altos días
sagrados. Los ancianos y las Primogénitas estaban invitados al
santuario, pero el resto tenía que encontrar lugares en los perímetros,
los escalones, la plaza, la pequeña gruta de corte, o el patio donde los
curas adicionales llamarían a las ceremonias para que todos
escucharan. La multitud se estrechó, todos encontrando un lugar
donde pasarían la mayor parte del día en rezo. Me expuse, esperando,
pero había perdido la visión de Rafe y Kaden. Al final caminé hasta el
patio, el último lugar donde había quedado algún sitio para arrodillarse.

Puse el tapete abajo y atrapé la mirada del cura en los escalones


inferiores del Sacristán. Me miró, esperando. No lo conocía. Nunca lo
había conocido, pero con todo el tiempo que Pauline había pasado con
el Sacristán, tal vez ella le había dicho algo. Incluso si hubiera
confesado nuestras verdades, sabía que los curas estaban vinculados
por el sello del silencio. Continuó observándome, y una vez que me
arrodillé, comenzó a llamar a los ritos, comenzando con la historia de la
devastación.

Conocía la historia. La había memorizado. Todos lo hicieron. No


sea que repitamos la historia; las historias deberían ser pasadas de
padre a hijo, de madre a hija. La historia fue contada en cada antro,
cada estrecha cabaña, cada gran mansión, el más viejo pasándosela al
más joven. A Regan le gustaba contármelo y solía hacerlo, aunque su
versión era más picante que la de Madre, con más sangre, batallas, y
bestias salvajes. Tía Cloris generosamente salpimentaba las suyas con
obediencia, y las de Tía Bernette prominentemente se caracterizaban
por la aventura de la liberación, pero todo era esencialmente la misma
historia y no tan diferente de la que el cura contaba ahora.

Los Ancianos pensaban en sí mismos solo un escalón más abajo


que los dioses, orgullosos en su poder sobre el cielo y la tierra.
Controlaban la noche y el día con sus huellas digitales, volaban entre los
cielos; susurraban y sus voces resonaban sobre las cimas de la montaña;
estaban enfadados y el suelo temblaba con miedo…

Intenté concentrarme en la historia, pero cuando dijo la


palabra miedo, desencadenó el mío propio. Vi de nuevo la blanca
mirada mortal de un títere articulado sangriento, el que había
perseguido mis sueños la noche anterior diciéndome, no pronuncies otra
palabra. Incluso en mis sueños, había desobedecido y gritado. El
silencio no era mi punto fuerte.

Siempre había sabido que al Canciller y Erudito les disgustaba,


pero nunca pensé que enviarían a alguien para asesinarme. Un caza
recompensas era requerido para devolver a la acusada para enfrentar la
justicia por actos de traición. Este no era un cazador de recompensas.
Podía devolverme viva para enfrentar la ejecución. ¿Era posible que
Padre fuera parte de su plan, entusiasta por terminar rápidamente
conmigo de una vez por todas? No tu propio padre, había dicho Pauline.
Ya no estaba tan segura.

Sacudí la cabeza, recordando esa noche que me había escabullido


al estudio del Erudito. ¿Por qué le había dejado esa nota? Sabía que eso
solo prendería su furia, pero no me había importado. No me trajo
diversión ayer verla puesta en la mano de mi atacante, pero que dios me
salve, había reído en alto cuando la escribí usando el propio
estacionario del Erudito. Él habría sabido quien lo hizo, incluso si no
hubiese dejado una nota. Era la única ladrona posible en la ciudadela,
pero quería que se diera cuenta de que era mi plan que él debiese
saberlo.

Solo podía imaginar la cara del Canciller cuando el Erudito le


mostró la nota. Incluso si los libros no eran de valor, al dejar la nota,
había elevado la apuesta. Además de huir de su cuidadoso matrimonio
arreglado, les había tomado el pelo. Impensable. Eran las personas con
más poder sobre el gabinete de mi padre, junto con el Viceregente, pero
les había mostrado a ambos que tenía poca consideración por su poder
o posición. Dejar la nota me hizo recuperar algo de poder. Sostuve algo
sobre ellos. Sus secretos no estaban tan bien escondidos ahora, incluso
si este secreto era algo tan pequeño como un antiguo libro que habían
fallado al involucrarlo en el archivo real.

La noche después de que Pauline se hubiese dormido, saqué la


silla del guardarropa.

Poniéndome de pie, extendí el brazo sobre el elevado


desplazamiento a lo alto y a la izquierda por la caja en la que había
envuelto la ropa. Por qué lo había almacenado ahí arriba, no estaba
segura. Tal vez porque el Erudito lo había escondido y pensé que
debería hacer lo mismo. Esos libros no eran para la vista de todos.
Tomé los frágiles volúmenes y los tumbé sobre la mesa. La linterna se
proyectaba por las ya amarillas páginas en un cálido brillo dorado.

Ambos eran delgados, libros pequeños vinculados en el suave


tallado en relieve de cuero que mostraba señales de daño, marcas
prendidas en los bordes como si hubiesen sido arrojadas a un fuego.
Uno estaba más carbonizado que el otro, y sus últimas páginas estaban
perdidas en las esquinas superiores. El otro libro estaba escrito en un
extraño estilo de garabateo que nunca antes había visto.

Ninguno era similar a cualquiera de los dialectos de Morrighan


que conocía, pero había varias lenguas oscuras que se habían
extinguido. Imaginaba que las palabras extrañas eran unas de las
lenguas perdidas.

Había girado las páginas frágiles con cuidado, estudiándolas


durante una hora, pero en lugar de mi facilidad por los lenguajes, no
hice progreso. Algunas palabras parecían tener las mismas palabras
raíces como las palabras de los Morrigheses, pero incluso ver esas
similares raíces no era suficiente. Había necesitado una clave más
profunda, y el único archivo en Terravin estaba en el Sacristán. Podría
tener que convertirme en amiga de los clérigos.

El cura bajó los escalones, caminando entre los devotos, contando


más de la historia, su voz fuerte y ardiente.

Codiciaban el conocimiento, y ni el misterio estaba oculto de ellos.


Se hicieron más fuertes en su conocimiento pero débiles en su sabiduría,
ansiando más y aún más poder, rompiendo a los desamparados.

Los dioses veían la arrogancia y el vacío de sus corazones, por lo


que enviaron al ángel Aster para desplumar una estrella del cielo y
zambullirlo en la tierra, el polvo y los mares elevándose tan alto que
conmovían lo injusto. Pero unos pocos fueron salvados, no aquellos
fuertes de cuerpo o mente, sino aquellos de corazón puro y humilde.

Pensé en Pauline, nadie más pura y humilde de corazón que ella,


lo cual la hacía presa de los corazones más oscuros. Aunque era el más
sagrado de los días, permití que una maldición balbuceada escapase en
voz baja para Mikael. Una mujer mayor a mi lado sonrió, pensando que
mi serio murmuro me marcaba como devota. Le devolví la sonrisa y
volví la atención al cura.

Solo un pequeño remanente de toda la tierra permaneció.


Sobrevivieron tres generaciones de pruebas y retos, separando a los más
puros de aquellos que todavía volvían a la oscuridad. La oscuridad del
corazón que proyectaban con más profundidad en la devastación. Pero
una sola, la Primogénita de Harik, una humilde y sabia chica llamada
Morrighan, encontró especial favor en la visión de los dioses. A ella le
mostraron el camino de la seguridad por lo que podía conducir al
Remanso elegido a un lugar donde la tierra estuviese curvada, un lugar
donde la creación podría comenzar a renacer.

Morrighan era fiel a su guía, y los dioses estaban complacidos. Fue


dada en matrimonio a Aldrid y eternamente las hijas de Morrighan y
todas las generaciones de Primogénitas fueron bendecidas con el don
como una promesa y constancia de que los dioses nunca de nuevo
destruirían la tierra tanto tiempo como hubiese corazones puros que los
escuchasen.

Los ritos continuaron durante medio día hasta que las


Primogénitas administraron la ruptura del ayuno, justo como la joven
chica Morrighan había hecho hace tanto tiempo cuando dirigió la
hambruna a un lugar de abundancia. Visualicé a Pauline en los
escalones del pórtico ensombrecido situando el pan en las manos de los
devotos y Berdi al otro lado del Sacristán haciendo lo mismo. Otra
Primogénita me sirvió, y cuando el último pedazo de pan fue
distribuido, ante la dirección del cura, todos participaron juntos. En
este punto, mis rodillas dolieron y mi estómago estaba rodando con
curvas, bramando ante el insultante pequeño trozo de pan.

—Así que deberíamos… —todos despertaron y ofrecieron un


resonante para siempre.

Los devotos se elevaron con lentitud, tiesos de un largo día de


oración, listos para regresar a sus hogares para la tradicional y
completa ruptura del ayuno. Caminé de regreso sola, preguntándome
dónde habían ido Kaden y Rafe.

Presioné el hombro, doblándome. Todavía había trabajo por hacer


en la posada durante la comida de la tarde. Era un festín sagrado, y
mayormente observado en casa. Muchos de los devotos fuera de la
ciudad asistían a las comidas públicas que se ofrecían en el Sacristán,
por lo que solo a unos pocos invitados de la posada les gustaría cenar
ahí. La comida era paloma asada, avellanas, judías de arbustos, zarzas,
verduras silvestres, todos comidos como un plato comunitario, el mismo
como la primera comida simple que Morrighan había servido a los
elegidos del Remanso, pero había otros detalles ceremoniales que tenían
que ser atendidos, especialmente la preparación del comedor. Por
mucho que mi estómago rugiese por comida, mi magullado cuerpo
gritaba por un baño caliente, y no estaba segura de lo que ansiaba más.
La última pequeña subida a la posada hizo injusticia particular a mi
tobillo.

Entre comida y baños, pensé en Rafe y las guirnaldas que había


traído. Traer los lotes caídos era una cosa, pero el esfuerzo por
encontrar las mismas guirnaldas para reemplazar las rotas todavía me
satisfacía, especialmente con la otra vil tarea a la que él había asistido.
Era tan difícil de entender. En un momento sus ojos estaban llenos de
calidez, al siguiente helados, en un minuto era atento, al siguiente me
apartaba y se alejaba. ¿Qué batallaba por dentro? Reemplazar las
guirnaldas era un gesto más allá de la amabilidad. Había ternura no
dicha en los ojos cuando la retuvo de mí. ¿Por qué no podía yo…?

—Todavía estás cojeando.

Calor fluyó a través de mí, mis articulaciones volviéndose sueltas


y calientes todas a la vez. Su voz era suave en mi oreja, sus hombros
casualmente chocando con los míos. No giré para mirarle, solo lo sentí
manteniendo el paso conmigo, permaneciendo cerca.

—Eres devoto después de todo —dije.

—Hoy he necesitado hablar con los dioses —respondió—. El


Sacristán era tan buen lugar como cualquiera.

—¿Fuiste para dar gracias?

Se aclaró la garganta.

—No, mi ira.

—¿Eres tan valiente que sacudirías el puño ante los dioses?

—Se dice que los dioses honran una lengua sincera. Al igual que
lo hago yo.

Lo miré de lado.

—Las personas mienten cada día. Especialmente a los dioses.

Sonrió.

—Palabras más verdaderas nunca fueron dichas.

—¿Y a que dios rezaste?

—¿Importa? ¿No todos escuchan?

Me encogí de hombros.

—Capseius es el dios de las quejas.

—Entonces debe haber sido él quien escuchaba.


—Estoy segura de que sus orejas están ardiendo en este
momento.

Rafe rió, pero miré directamente adelante. No había dios de las


quejas llamado Capseius. Los dioses no tenían nombre para nada, solo
atributos. El Dios de la Creación, el Dios de la Compasión, el Dios de la
Redención, y el Dios del Conocimiento. Rafe no era devoto. Ni siquiera
conocía los más fundamentales principios de las Verdades Sagradas de
Morrighan. ¿Vino de un lugar tan atrasado que ni siquiera tenían un
pequeño Sacristán? Tal vez ese era el por qué no quería hablar de sus
raíces. Tal vez estaba avergonzado.
Capítulo 29
El Príncipe

Traducido por Sandra289


Corregido por Key

Había localizado a Enzo en la multitud justo cuando estábamos


llegando a la sacristía. Lo sorprendí, moviéndome cerca y reprimiendo
su brazo. Dejé claro con una inclinación de cabeza, que estábamos
tomando un desvío. Teníamos que hablar. El sudor brotó de su frente al
instante. Al menos tuvo el buen sentido de estar preocupado.

Lo llevé a una distancia considerable de la multitud, en caso de


que fuera tan tonto llorón como sospechaba. Cuando estuvimos fuera
de la vista, lo golpeé contra la pared de la herrería. Alzó los puños por
un momento para luchar y luego lo pensó mejor, entrando en erupción
en lamentos indignados.

Lo empujé contra la pared con tanta fuerza que se estremeció.

—¡Cállate! Y escucha cada palabra que diga, porque la próxima


vez que nos veamos así, uno de nosotros se irá sin lengua. ¿Entiendes
lo que digo?

Él asintió con la cabeza salvajemente, balbuceando sí una y otra


vez.

—Bueno. Me alegro que nos entendamos. —Me incliné y escupí


cada palabra clara y bajo—. Estaba en el desván ayer por la mañana. Te
oí hablar con alguien, y oí que dabas instrucciones por la carretera
superior. —Hice una pausa, mirándolo largo y tendido—. Y entonces oí
el tintineo de las monedas.

Sus ojos se abrieron con horror.


—No quiero otra palabra sobre Lia salir de tus labios. Y si una
palabra pudiera escaparse, aún por casualidad, meteré cada moneda
que está en tu pequeña palma codiciosa en tu garganta justo antes de
cortarte la lengua. ¿Me entiendes, Enzo?

Él asintió, con la boca cerrada, firmemente sellada por si me


decidía a cumplir mi amenaza ahora.

—Y esto seguirá siendo sólo entre nosotros, ¿entendido?

Él asintió vigorosamente de nuevo.

—Buen amigo —dije, y le palmeé el hombro.

Lo dejé encogido contra la pared. Cuando estaba a unos pocos


metros de distancia, me volví hacia él de nuevo.

—Y, Enzo, para que lo sepas —añadí alegremente—, no hay lugar


en este continente donde puedas ocultarte de mí si decido encontrarte.
Límpiate ahora la nariz. Llegarás tarde a los sacramentos.

Se quedó allí, todavía congelado.

—¡Ahora! —grité.

Se limpió la nariz y corrió, dando vueltas todo a mí alrededor. Lo


vi desaparecer por el camino.

No empeores las cosas.

Parecía que ya lo estaban. Si tan sólo hubiera tenido el valor de


rechazar el matrimonio en primer lugar, ella nunca habría tenido que
huir, nunca habría tenido un cuchillo en su garganta, nunca habría
tenido que trabajar en una posada con un patán baboso como Enzo. Si
hubiera actuado así ella no tendría que haberlo hecho, todo sería
diferente.

No le digas quién eres. No empeores las cosas para Dalbreck o sus


compañeros de armas.

Si me quedaba aquí mucho tiempo, todo el mundo se enteraría.


Tarde o temprano, se escurriría. Sven era más inteligente que el crédito
correspondiente que le día. Él había sabido que las cosas podrían salir
mal, pero ¿cómo iba a saber que Lia llegaría a ser alguien muy diferente
de la persona que esperaba?
Capítulo 30
El Asesino

Traducido por Ale Westfall


Corregido por katiliz94

Los sentí mucho antes de verlos.

Fue el asentamiento, como mi madre lo había llamado, el


equilibrio del pensamiento y la intención ajustándose a nuevos lugares,
encontrando un lugar para ubicarse, desplazando el aire. Te hacía
sentir un cosquilleo en los dedos, levantaba los vellos del cuello, tocaba
el corazón y le añadía un ritmo, y si prestabas atención, te hablaba. El
asentamiento era más fuerte cuando las intenciones y los pensamientos
eran extranjeros, fuera de lugar, o urgentes, y no había nadie más fuera
de lugar o urgente en Terravin que Griz, Malich, Eben y Finch.

Eché un vistazo a las cabezas de la multitud y ubiqué fácilmente


la cabeza de Griz por encima de los demás. Llevaba su capucha puesta
para ocultar su rostro. Sus cicatrices eran una forma segura de hacer
gritar a los niños pequeños y palidecer a hombres adultos. Cuando
estuve seguro que también él me había visto, me abrí paso entre la
multitud y entré a una calle tranquila, sabiendo que me habían
seguido.

Cuando estuvimos a una distancia segura, me di la vuelta.

—¿Habéis perdido la cabeza? ¿Qué estáis haciendo aquí?

—¿Cuánto tiempo se tarda en quitar la cabeza de una chica? —


gruñó Finch.

—Llegáis temprano. Y han habido complicaciones.


—¡Maldita sea! —dijo Griz—. Corta su cabeza esta noche y
huimos.

—¡Yo lo haré! —dijo Eben.

Le eché a Eben una mirada amenazante y me volví para mirar a


Griz.

—Todavía estoy recibiendo información. Podría ser útil para el


Komizar.

Griz entrecerró los ojos y levantó una ceja con cicatrices en


sospecha.

—¿Qué tipo de información?

—Dadme una semana más. El trabajo estará hecho y nos


encontraremos el día y el lugar donde os dije. No volváis a aparecer aquí
de nuevo.

—Una semana —gimió Finch.

Malich miró a su alrededor de forma dramática.

—Debe ser muy agradable dormir en una cama, comer comida


caliente de una olla y disfrutar de quién sabe qué otros placeres. Podría
gustarme estar…

—Una semana —repetí—. Pero siempre puedo contarle al Komizar


que fuisteis impacientes y tuve que renunciar a la información que
beneficiaría a Venda.

Malich me fulminó con la mirada.

—Creo que es más que información lo que recibes.

—¿Y qué? —me burlé.

Malich nunca había ocultado su desprecio hacia mí. El


sentimiento era mutuo. Estaba celoso de mi estado favorecido con el
Komizar y de mis cuartos en la torre de la fortaleza en vez del ala del
consejo, donde él vivía. No me agradaban sus acciones excesivamente
celosas. Pero él era capaz en sus funciones. Mortal, astuto y leal. Me
había cubierto la espalda más de una vez, por el amor a Venda, no por
mí.
Griz se alejó de malhumor sin más palabras, golpeando a Eben en
la parte posterior de su cabeza mientras se alejaba.

—Vámonos.

Finch se quejó. Él era el único entre nosotros que tenía una


esposa en casa. Tenía motivos para recelar cualquier tipo de espera.
Todos habíamos estado fuera de juego buena parte de un año. Malich
se frotó el cabello finamente recortado de su mandíbula, se me quedó
viendo antes de volverse y seguir a los otros.

Una semana.

Lo había dicho de la nada. Una semana no haría ninguna


diferencia. No había información. No había razón para retrasarlo. En
siete días, cortaría la garganta de Lia porque Venda significaba más
para mí que ella. Debido a que el Komizar me había salvado cuando
nadie más lo haría. No podía dejar este trabajo sin hacer. Ella era uno
de ellos, y un día ella regresaría a ellos.

Pero por ahora, tenía siete días más.


Capítulo 31
Traducido SOS por Nanami27
Corregido por katiliz94

—No estaría de más añadir un poco de balanceo a tu paso cuando


entres allí —dijo Gwyneth, inclinando la cabeza hacia la puerta de la
cocina.

Pauline inmediatamente expresó su desaprobación.

—Esta es una comida sagrada, Gwyneth.

—Y una celebración —respondió Gwyneth mientras deslizaba seis


palomas asadas del asador a las bandejas—. ¿Cómo crees que todas
esas Primogénitas llegaron a nacer del Remanente? Mi apuesta es que
Morrighan sabía cómo hacer balancear sus caderas.

Paulina puso los ojos en blanco y se besó los dedos como


penitencia por el sacrilegio de Gwyneth.

Dejé escapar un suspiro exasperado.

—No estoy coqueteando con nadie.

—¿No lo has hecho ya? —Preguntó Gwyneth.

No le respondí. Gwyneth había sido testigo de mi frustración


cuando entré por la puerta de la cocina. Una vez más, Rafe había
pasado de ser atento y cálido a lejano y frío, tan pronto como llegamos a
la posada. Había estrellado la puerta de la cocina detrás de mí, y dicho
para mis adentros: "¿Qué está mal con él?" Gwyneth oyó mi gruñido.
Traté de cubrirlo al decir que estaba hablando de Enzo, pero no habría
querido saber al respecto.

—¿Qué hay con el rubio? ¿Qué pasa con él?

—¡Nada pasa con él! ¿Por qué estás…?


—En realidad creo que tiene los ojos más amables —dijo
Pauline—. Y su voz es…

—¡Pauline! —La miré con incredulidad. Ella volvió de nuevo a


organizar las pilas de arbustos de frijoles.

—Oh, deja de actuar tan inocente, Lia. Sabes que los encuentras
atractivos a ambos. ¿Quién no lo haría?

Suspiré. Quién no lo haría, de hecho. Pero había algo más en lo


que sentía que simple atracción. Vertí alazán, escaramujos, dientes de
león, y nísperos en las fuentes rodeando las palomas en un colorido
nido comestible, y aunque no respondí, Gwyneth y Pauline continuaron
yendo y viniendo en los méritos de Rafe y Kaden, y en cómo debería
proceder con ellos.

—Me alegro de que mis amistades ofrezcan mucho


entretenimiento para vosotras dos.

Gwyneth negó.

—¿Amistades? ¡Ja! Sin embargo, una forma segura de obtener la


atención de uno es prodigar la tuya a otro.

—Suficiente —dije.

Berdi asomó la cabeza por la puerta de vaivén.

—¿Listo? —Preguntó.

Cada una de nosotras llevó una fuente al comedor, las que Berdi
había encendido con velas. Ella había empujado cuatro mesas juntas
para crear una grande en el centro de la sala. Los invitados ya estaban
sentados a su alrededor, Kaden, Rafe, y otros tres de la posada. El resto
se había ido a la comida pública.

Fijamos las bandejas en el centro de la mesa, y Pauline y


Gwyneth tomaron rápidamente los restantes asientos disponibles,
dejándome sentar con Kaden a mi izquierda y Rafe, adyacente a la
esquina, a mi derecha. Él sonrió cuando me senté, y mis frustraciones
se fundieron en algo más, algo cálido y expectante. Berdi tomó su lugar
como cabeza de la mesa y cantó los recuerdos. El resto de nosotros se
unió, pero noté que Rafe solo movía los labios. No sabía las palabras.
¿No había recibido instrucción alguna? Era la más común de las
oraciones. Cada niño lo sabía. Eché un vistazo a Pauline, sentada al
otro lado de Kaden. Se había dado cuenta también. Pero Kaden cantó
incluso, y claro. Él estaba educado en las santas canciones.

Las canciones fueron terminadas, y Berdi dio gracias por cada


artículo en las bandejas, todos los alimentos que el Remanente había
encontrado en abundancia cuando fueron entregados a una nueva
tierra, y una vez cada que una comida era bendecida, todos estábamos
invitados a comerla.

La sala pasó de susurros reverentes a una charla festiva. La


comida se comía con los dedos solamente, siguiendo la tradición, pero
Berdi rompió la costumbre al sacar uno de sus vinos de mora y
vertiendo a todos un vaso pequeño. Tomé un sorbo del líquido de color
púrpura oscuro y sentí su dulzura calentar mi pecho. Me volví a Rafe,
quien estaba observándome. Audazmente miré hacia atrás mientras
mordisqueaba lentamente un pedazo de la sedosa carne oscura de
paloma y luego tranquilamente me lamí los dedos grasientos, sin
apartar los ojos de él.

Rafe tragó, a pesar de que no había comido nada todavía. Cogió


un puñado de piñones y se echó hacia atrás para hacerlos caer en su
boca. Uno cayó de su mano a la mesa, extendí la mano y lo puse en mi
boca. Parpadeé lentamente, sacando todos los trucos que había visto
usar a Gwyneth, y algo más. Tomó otro sorbo de vino y tiró del cuello de
su traje, su pecho elevándose en una respiración profunda, y de repente
la cortina helada cayó de nuevo. Él miró hacia otro lado y comenzó una
conversación con Berdi.

Mi resentimiento aumentó. Tal vez no sabía cómo coquetear. O tal


vez solo estaba coqueteando con la persona equivocada. Miré a Gwyneth
frente a mí. Ella inclinó la cabeza hacia Kaden. Me volví y lo comprometí
en una charla. Hablamos de la procesión, los sacramentos, y los juegos
que comenzarían mañana. Me di cuenta de que nuestra seria atención
el uno por el otro puso a Rafe al borde. Su propia conversación con
Berdi se volvió rebuscada, y sus dedos dieron un golpecito en la mesa.
Me incliné más cerca de Kaden y le pregunté en qué partidos
participaría en el mañana.

—No estoy muy seguro. —Sus ojos se estrecharon, una pregunta


al acecho detrás de ellos. Echó un vistazo a mi mano apoyada sobre la
mesa frente a él, invadiendo su espacio, y se acercó más—. ¿Hay alguno
que debería intentar?
—He oído mucho entusiasmo por el registro a la lucha libre, pero
tal vez no debieras… —Levanté la mano y la puse sobre su hombro—.
¿Cómo está tu hombro desde que lo vendé? —Rafe volvió la cabeza
hacia nosotros, deteniendo su conversación con Berdi.

—Mi hombro está bien —respondió Kaden—. Cuidaste bien de él.

Rafe echó hacia atrás su silla.

—Gracias, Berdi, por…

Fuego se disparó a través de mis sienes. Sabía lo que estaba


haciendo. Una de sus frías huidas rápidas. Lo corté en seco, saltando
antes de que él pudiera, y tiré la servilleta sobre la mesa.

—No estoy tan hambrienta después de todo. ¡Disculpadme!

Kaden trató de levantarse para seguirme, pero Pauline lo agarró


del brazo y tiró de él hacia abajo.

—Aún no puedes irte, Kaden. Quería preguntarte…

No oí el resto de sus palabras. Ya estaba fuera de la puerta de


carga para nuestra casa de campo, humillada, mis frustraciones
doblando su regreso en ardiente furia. Oí a Rafe sobre mis talones.

—¡Lia! ¿Adónde vas?

—¡A tomar un baño! —Grité—. ¡Necesito un buen baño frío!

—Fue grosero que abandonaras la cena así…

Me detuve y me giré hacia él, mi rabia tan completa que era


afortunado el que no tuviera mi cuchillo atado a mi lado.

—¡Vete! ¿Me entiendes? ¡Vete! ¡Desaparece! ¡Ahora! —Me di la


vuelta, no esperando a ver si escuchaba o no. Mi cabeza palpitaba. Mis
uñas se clavaron en mis palmas. Cuando llegué a la casa, abrí la
puerta. Agarré el jabón y una toalla del armario, me di la vuelta, y me
estrellé contra Rafe.

Di un paso atrás.

—¿Qué es lo que te pasa? ¡Me dices una cosa con los ojos y otra
con tus acciones! Cada vez que pienso que hemos conectado, ¡te alejas
dando tumbos! Cada vez que quiero que… —luché por contener las
lágrimas. Mi garganta contraída—. ¿Soy tan repulsiva para ti?

Se me quedó mirando, sin responder, a pesar de que me quedé


allí, de pie, esperando algo, y me atoré con el horror de la verdad. Su
mandíbula se contrajo. El silencio fue largo y cruel. Quería morir. Él
tomó una respiración lenta y calculada.

—No es tan simple como…

No pude aguantar más de sus comunes evasivas.

—¡Vete! —Grité—. ¡Por favor! ¡Vete! ¡Permanentemente! —Empujé


más allá de él y tuve el placer de verlo tropezar contra la barandilla de
la cama. Cargué hacia el arroyo.

Oí ruidos, mitad gritos, mitad gruñidos animales, extranjeros


incluso a mis oídos, a pesar de que provenían de mi propia garganta. Él
todavía me seguía. Me volví en el camino para enfrentarlo, escupiendo
mis palabras.

—¿Por qué en los nombres de los dioses estás atormentándome?


¿Qué te importa que me vaya? ¡Tú empezaste a irte primero!

Su pecho se movía, pero sus palabras cortaron frías y llanas.

—Solo me estaba yendo porque te veías como si estuvieras


ocupada. ¿Estás planeando tomar a Kaden como otro amante?

Podría también haberme golpeado en el estómago, mi respiración


había sido completamente robada. Lo miré, con la boca abierta,
tratando de comprender sus palabras.

—¿Otro amante?

—Os vi —dijo, sus ojos perforándome—. Tu cita en el bosque.


Creo que lo llamaste Walther.

Pasaron varios segundos para que pudiera siquiera entender lo


que estaba hablando. Cuando por fin lo hice, una cegadora nube negra
giró detrás de mis ojos.

—¡Estúpido, estúpido patán! —Grité—. ¡Walther es mi hermano!


—Lo empujé con las palmas de ambas manos, y él se tambaleó hacia
atrás.
Huí hacia el arroyo. Esta vez no hubo pasos detrás de mí. Ni
demandas de que me detuviera. Nada. Me sentí enferma, como si la
paloma grasienta estuviera bateando su camino de regreso desde mi
estómago. Un amante.

Él lo había dicho con desprecio. ¿Había estado espiándome? ¿Vio


lo que quiso ver y nada más? ¿Qué había esperado de mí? Volví sobre
cada paso de mi reencuentro con Walther, preguntándose cómo podría
haber sido malinterpretado. No podía, a menos que estuvieras
buscando por algo indecoroso. Había corrido hacia Walther. Dicho su
nombre. Lo abracé, besé sus mejillas, reí y giré de alegría con él, y eso
fue todo.

Salvo que se tratara de una reunión secreta y profunda en el


bosque.

Cuando llegué al arroyo, me planté en una roca y froté mi tobillo.


Palpitaba por mis pisadas fuertes y descuidadas.

¿Qué había hecho? Mi garganta se torció en un nudo doloroso.


Rafe solo me veía como una voluble y libertina criada que jugaba con la
multitud de huéspedes de la posada. Cerré los ojos, tragué saliva, y
atraje mis respiraciones lentamente, tratando de forzar a irse el dolor.

Reconocería mi error, pues había hecho uno perfectamente


glorioso. Había supuesto demasiado. Rafe era un huésped de la posada.
Yo era una criada que trabajaba allí. Y eso era todo. Pensé en la terrible
escena en el comedor. Mi descarado coqueteo con Kaden, y todo lo que
le había dicho a Rafe. El calor enrojeció mi rostro. ¿Cómo pude haber
cometido un error así?

Me deslicé de la roca al suelo, abrazando mis rodillas y mirando


al arroyo. Ya no tenía ningún interés en los baños fríos o calientes. Solo
quería meterme en una cama donde pudiera dormir por siempre y
pretender que hoy nunca había sucedido. Pensé en levantarme,
caminar a la casa de campo, y fundirme en el colchón, pero en su lugar
mis ojos se quedaron fijos en el arroyo, pensando en Rafe, su rostro,
sus ojos, su calidez, su desdén, sus presunciones viles.

Había pensado que era diferente. Todo en él parecía diferente,


todas las maneras en que me hizo sentir. Había pensado que teníamos
algún tipo de conexión especial. Estaba, obviamente, muy equivocada.
El color brillante del arroyo se atenuó a un gris sombrío cuando la
luz del día se desvaneció. Sabía que era hora de irme, antes de que
Pauline se preocupara por dónde estaba y viniera a buscarme, pero mis
piernas estaban demasiado cansadas para soportarme. Oí un ruido, un
revolver suave. Volví la cabeza hacia el camino, preguntándome si
Pauline ya me había atrapado, pero no era ella. Era Rafe.

Cerré los ojos y tomé una larga respiración dolorosa. Por favor,
vete. No podría tratar con él nunca más. Abrí los ojos. Él todavía estaba
allí, una botella en una mano, una pequeña cesta en la otra. Se
mantuvo de pie y quieto, y demasiado bello e irritantemente perfecto. Lo
miré fijamente, sin traicionar ninguna emoción. Vete.

Dio un paso más cerca. Negué con la cabeza, y se detuvo.

—Tenías razón, Lia —dijo en voz baja.

Me quedé en silencio.

—Cuando nos conocimos, me llamaste un patán mal educado. —


Pasó de un pie al otro, haciendo una pausa para mirar al suelo, una
expresión preocupada y torpe cruzando su rostro. Volvió a mirar hacia
arriba—. Soy todo lo que alguna vez me llamaste, y más. Incluyendo
estúpido patán. Tal vez todo eso. —Él se acercó.

Negué con la cabeza de nuevo, deseando que se detuviera. No lo


hizo. Me puse de pie, haciendo una mueca cuando puse el peso sobre
mi tobillo.

—Rafe —dije en voz baja—, solo vete. Todo es un gran error…

—Por favor. Déjame sacar esto mientras todavía tengo el coraje de


decirlo. —Un conflictuado ceño profundizó entre sus cejas—. Mi vida es
complicada, Lia. Hay tantas cosas que no puedo explicarte. Cosas que
ni siquiera querrías saber. Pero hay una cosa que nunca me podrás
llamar. —Dejó la botella y la cesta en el suelo, en un parche de hierba—
. La única cosa que nunca podrás llamarme es repulsivo por ti.

Tragué saliva. Él cerró el hueco que quedaba entre nosotros, y


tuve que levantar mi barbilla para verlo. Me miró.

—Porque desde el primer día que te conocí, me he ido a dormir


cada noche pensando en ti, y todas las mañanas cuando despierto, mis
primeros pensamientos son sobre ti. —Dio un paso increíblemente
cerca y levantó las manos, ahuecando mi rostro, su toque tan suave
que apenas existía—. Cuando no estoy contigo, me pregunto dónde
estás. Me pregunto qué estás haciendo. Pienso en lo mucho que quiero
tocarte. Quiero sentir tu piel, tu cabello, recorrer cada hebra oscura a
través de mis dedos. Quiero sostenerte, tus manos, tu barbilla. —Su
rostro se acercó más, y sentí su aliento en mi piel—. Quiero abrazarte
cerca y nunca dejarte ir —susurró.

Nos quedamos allí, cada segundo, cada respiración como una


eternidad, y poco a poco nuestros labios se encontraron, cálida, gentil,
su boca suave contra la mía, sus respiraciones convirtiéndose en las
mías, y luego así de lentamente, el momento perfecto hizo una pausa, y
nuestros labios se separaron de nuevo.

Él se echó hacia atrás, lo suficientemente lejos para mirarme, sus


manos deslizándose de mi rostro a mi cuello, entonces a mi cabello,
enredando sus dedos en él. Mis propias manos se elevaron,
deslizándose detrás de su cabeza. Lo atraje hacia mí, nuestros labios
apenas tocándose, asimilando el cosquilleo y la calidez del otro, y luego
nuestras bocas se presionaron juntas de nuevo, y sus manos se
deslizaron hasta mi espalda, tirando de mí más cerca.

—¿Lia?

Escuchamos la distante y preocupada llamada de Pauline, y nos


alejamos el uno del otro. Me sequé los labios, ajustando mi blusa, y la vi
rodear el camino. Rafe y yo nos quedamos de pie, como torpes soldados
de madera. Pauline se detuvo en seco cuando nos vio.

—Lo siento. Estaba oscureciendo, y cuando no te encontré en la


casa…

—Justo estábamos en nuestro camino de regreso —respondió


Rafe. Nos miramos el uno al otro, y él me envió un mensaje con los ojos.
Solo duró un breve segundo, pero fue una mirada completa y
conocedora que dijo que todo lo que yo había sentido e imaginado
acerca de nosotros era cierto.

Se agachó y cogió la cesta y la botella, entregándomelas.

—Pensé que te podría volver el apetito.

Asentí con la cabeza. Sí, parecía que ya lo había hecho.


Capítulo 32
Traducido por Meii
Corregido por katiliz94

Me incliné hacia adelante en la bañera mientras Pauline frotaba


mi espalda, saboreando el lujo resbaladizo de los aceites de baño en mi
piel y el agua caliente relajando mis músculos magullados. Pauline dejó
caer la esponja en el agua en frente de mí, salpicando mi cara.

—Vuelve a tierra, Lia —dijo.

—No todos los días se tiene un primer beso —le dije.

—¿Te recuerdo que no fue tu primer beso?

—Se sentía como si lo fuera. Fue la primera vez que me


importaba.

Ella me había dicho ya que estábamos sacando agua para


nuestros baños que todo el mundo nos podía oír gritar desde el
comedor, Berdi y Gwyneth habían empezado otra ronda de canciones
para ahogar nuestras palabras, pero Pauline me había oído gritar ¡Vete!,
así que nunca pensó que terminaría interrumpiendo un beso. Ya se
había disculpado varias veces, pero le dije que nada podía quitar el
momento.

Ella levanto una jarra caliente de agua de rosas.

—¿Ahora?

Me puse de pie y deje que el chorrito de agua aromática cayese


sobre mi cabeza y mi cuerpo en la bañera. Me envolví en una toalla y
salí, aun reviviendo cada momento, especialmente el breve intercambio
de miradas.

—Un granjero. —Suspiré—. ¿No es eso romántico?


—Si. —Acordó Pauline.

—Mucho más que un verdadero príncipe viejo aburrido. —Sonreí.


Él trabajaba las tierras. Hacía que las cosas crecieran—. ¿Pauline?
¿Cuándo lo hiciste?

Y entonces me acordé de que era un tema que no debía


mencionarle.

—¿Cuándo hice qué?

Sacudí la cabeza.

—Nada.

Ella se sentó en el extremo de la cama, frotando aceite sobre sus


tobillos recién bañados. Parecía haber olvidado mi media-pregunta,
pero después de un momento pregunto—: ¿Cuándo supe que me había
enamorado de Mikael?

—Sí.

Suspiró, tirando de sus rodillas y abrazándose a ellas.

—Fue a principios de la primavera. Había visto a Mikael varias


veces en el pueblo. Siempre tenía un montón de chicas a su alrededor,
así que nunca pensé que me había notado. Pero lo hizo. Un día
mientras caminaba, sentí su mirada en mí, aunque no me fije en su
camino. Cada vez que pasaba por ahí después de eso, él se detenía,
ignorando las atenciones de aquellos que lo rodeaban y me miraba
hasta que me desmayaba y un día… —Vi sus ojos mirando a la pared
opuesta pero viendo otra cosa. Mirando a Mikael—. Estaba en mi
camino hacia la costurera, de repente caí y él paso a mi lado. Estaba
tan nerviosa que solo podía mirar al frente. No dijo nada, sólo caminaba
a mi lado, y cuando estábamos casi en la tienda, me dijo: “Soy Mikael.”
Empecé a responder, y me detuvo. Dijo: “No tienes que decirme quien
eres. Ya lo sé. Eres la criatura más exquisita que los dioses jamás
hayan creado.”

—¿Y ahí es cuando te diste cuenta de que lo amabas?

Ella se echó a reír.


—Oh, no. ¿Qué soldado no tiene un ramillete de palabras dulces
en la lista? —Ella suspiro y sacudió la cabeza—. No, eso fue dos
semanas después, cuando él había agotado cada ramo a su disposición,
parecía tan abatido y me miró. Solo me miró. —Sus ojos brillaron—. Y
entonces susurró mi nombre con la voz más dulce, más débil, más
honesta “Pauline.” Eso es todo, solo mi nombre, Pauline. Es entonces
cuando lo supe. Él no tenía nada, pero no se daba por vencido. —Ella
sonrió, con expresión soñadora y reanudó el aceite de masaje en su pie
y el tobillo.

¿Era posible que Pauline y Mikael compartieran algo verdadero y


real, o Mikael solo recogía un pozo nuevo de trucos? Cualquiera que
fuese, había vuelto a sus andanzas y ahora calentaba su regazo con un
suministro fresco de chicas, olvidando a Pauline y echando a un lado
todo lo que tenía. Pero eso no hizo que su amor por él fuese menos
cierto.

Me incliné y me froté el cabello con la toalla para secarlo. Quiero


sentir tu piel, tu cabello, recorrer cada hebra oscura a través de mis
dedos. Tiré las hebras mojadas hacia mi nariz y las olfateé. ¿Le gustaba
el olor de las rosas?

Mi primer encuentro con Rafe había sido polémico, y no por


cualquier tramo había sido golpeada violentamente en el camino de
Walther cuando vino a Greta. Y Rafe ciertamente no me había cortejado
con palabras dulces de la manera que Mikael lo hizo con Pauline. Pero
quizás eso no lo hacía menos cierto. Tal vez había un centenar de
maneras diferentes para enamorarse.
De los lomos de Morrighan,

Desde el otro extremo de la desolación,

De las intrigas de los gobernantes,

De los temores de una reina,

La esperanza nacerá.

—Cantico de Venda.
Capítulo 33
Traducido SOS por Ale Westfall
Corregido por Pily

Estuve a punto de estallar de alegría al ver a Pauline usar la ropa


nueva que le había comprado, un holgado vestido recto de color
melocotón y delicadas sandalias verdes. Después de semanas de vestir
el aburrido conjunto de Civica o la monótona ropa de luto, floreció en
los colores veraniegos.

—Qué alivio con este calor. Lia, no podía amar más el vestido —
dijo, admirando su transformación en el espejo. Se movió a los lados,
tirando de la tela para juzgar su soltura—. Y debería ajustarme a finales
de otoño.

Coloqué la guirnalda de flores rosas en su cabeza, y se convirtió


en una ninfa del bosque mágico.

—Tu turno —me dijo.

Mi vestido era blanco con bordados de flores de lavanda


esparcidas en este. Me lo puse y di vueltas, mirándome al espejo y
sintiendo algo parecido a una nube, luz y libertad de esta tierra. Pauline
y yo nos detuvimos, contemplando la garra y la vid en mi hombro,
claramente visibles por los finos tirantes del recto vestido.

Pauline extendió la mano, tocó la garra y sacudió la cabeza


lentamente mientras lo analizaba.

—Te queda bien, Lia. No estoy segura de por qué, pero lo hace.

Cuando llegamos a la taberna, Rafe y Kaden estaban cargando la


carreta con mesas de comedor, barriles con vino de mora de Berdi y
conservas. Cuando nos acercamos, ambos se detuvieron a medio
levantar sus cargas y las bajaron lentamente. No dijeron nada,
simplemente miraron.

—Deberíamos bañarnos más a menudo —le susurré a Pauline, y


las dos reprimimos una risita.

Nos disculpamos para entrar y ver si Berdi necesitaba ayuda con


cualquier otra cosa. La encontramos con Gwyneth en la cocina,
colocando pasteles en una canasta. Pauline miró con nostalgia a los
dorados bollos de mora mientras desaparecían bollo tras bollo en la
cesta. Por último Berdi le ofreció uno. Ella mordisqueó una esquina con
timidez y tragó.

—Hay algo que necesito deciros a todos —espetó sin aliento.

Por un momento, la charla, el arrastrado de pies y el tintineo de


las cacerolas se detuvo. Todo el mundo miró a Pauline. Berdi colocó el
bollo que iba a añadir a la cesta de vuelta a la bandeja.

—Lo sabemos —dijo Berdi.

—No —insistió Pauline—. No lo sabéis. Yo…

Gwyneth extendió la mano y agarró los brazos de Pauline.

—Lo sabemos.

De alguna manera esto se convirtió en la señal para ir a la mesa


en el rincón de la cocina y sentarnos. Pliegues suaves aparecieron en
los párpados de Berdi al apretarlos, sus pestañas inferiores estaban
húmedas de lágrimas, mientras explicaba que había estado esperando
que Pauline se lo dijese. Gwyneth le asintió en comprensión mientras yo
las miraba con asombro.

Las palabras de ellas eran seguras y deliberadas. Manos fueron


apretadas, días contados y hombros fueron ofrecidos en consuelo. Mis
manos se extendieron para formar parte de todo esto, el acuerdo y la
solidaridad. La cabeza de Pauline reposó en el pecho de Berdi, Gwyneth
y yo intercambiamos miradas, se dijo tanto entre nosotras sin palabras
en absoluto. Nuestras relaciones cambiaron. Nos convertimos en una
hermandad con una causa común, soldados de nuestra propia guardia
de élite que prometía superar esto juntas, prometiendo ayudar a
Pauline, y todo en el espacio de veinte minutos antes de que un
golpecito sonora en la puerta de la cocina.

La carreta estaba cargada.

Volvimos a nuestros deberes con Pauline entre nosotras. Si antes


me había sentido como una nube, ahora era como un planeta brillando
desde los cielos. Una carga no era tan pesada al ser compartida. Al ver
los pasos ligeros de Pauline hicieron que los míos planearan sobre el
suelo.

Berdi y Pauline dejaron de cargar los cestos restantes, y Gwyneth


y yo dijimos que nos iríamos después de haber barrido el suelo y
limpiar las migajas de los contadores. Sabíamos que era mejor ahora
impedir las visitas de los roedores grises peludos que ver a Berdi
perseguirlos con una escoba después. Fue una pequeña tarea que se
realizó de forma rápida, y cuando abrí a medias, la puerta de la cocina
para salir, Gwyneth me detuvo.

—¿Podemos hablar?

Su tono había cambiado desde pocos minutos antes, cuando


nuestra conversación fluyó tan fácilmente como jarabe caliente.

Ahora oí un borde espinoso en ella. Cerré la puerta, todavía de


espaldas a ella y me preparé.

—He escuchado algunos rumores —dijo.

Me volví hacia ella y sonreí, negándome a dejar que su expresión


seria me alarmase.

—Escuchamos rumores todos los días, Gwyneth. Tienes que


decirme cuál de todos.

Dobló una toalla y la colocó con cuidado en el mostrador,


alisando una arruga y evitando hacer contacto visual conmigo.

—Hay un rumor, no, de hecho es casi cierto, que Venda ha


enviado a un asesino para encontrarte.

—¿Para encontrarme?

Levantó la mirada.
—Para matarte.

Traté de reír, para no darle importancia, pero lo único que


conseguí fue una sonrisa rígida.

—¿Por qué Venda haría tal cosa? No dirijo un ejército. Y todo el


mundo sabe que no tengo el don.

Se mordió el labio.

—No todos lo saben. De hecho, los rumores dicen que tu don es


poderoso y es el por qué te las arreglaste para eludir a los mejores
rastreadores del rey.

Caminé, mirando hacia el techo. Cómo odiaba los rumores. Me


detuve y la miré.

—Los eludí con la ayuda de planes muy estratégicos, y a decir


verdad, los esfuerzos del rey por encontrarme han sido vagos. —Me
encogí de hombros—. Pero la gente creerá lo que elijan creer.

—Sí, cierto —respondió—. Y ahora mismo Venda cree que eres


una amenaza. Es lo único que importa. No desean una segunda
oportunidad de una alianza. Venda sabe que Dalbreck no confía en
Morrighan. Nunca lo hacen. El casamiento con la Primogénita del rey
era crucial para una alianza entre ellos. Era un paso significativo hacia
la confianza. Ahora esa confianza está destruida. Venda quiere que siga
siendo así.

Traté de mantener a raya la sospecha de mi voz, pero a medida


que ella relataba cada detalle, sentí aumentar mi cautela.

—¿Y cómo sabes todo esto, Gwyneth? Sin duda, los clientes
habituales de la taberna no han comentado tales rumores.

—Donde lo escuché no es importante.

—Lo es para mí.

Bajó la mirada a sus manos apoyadas en la toalla, alisó una


arruga y luego se encontró con mi mirada de nuevo.

—Digamos que mis métodos ocupan un lugar preponderante


entre mis errores lamentables. Pero de vez en cuando son de utilidad.
La miré fijamente. Justo cuando pensé que conocía a Gwyneth,
otra faceta de ella salía a luz. Negué con la cabeza, ordenando mis
pensamientos.

—Berdi no te dijo quién era yo solo porque viviste en la ciudad,


¿verdad?

—No. Pero te aseguro que cómo lo sé no es asunto tuyo.

—Es mi asunto —le dije, cruzando los brazos sobre el pecho.

Apartó la mirada, exasperada, sus ojos brillaban de ira, y luego se


encontró con mi mirada. Exhaló un largo bufido de aire y sacudió la
cabeza. Parecía estar luchando contra sus errores lamentables justo
delante de mí.

—Hay espías por todas partes, Lia —espetó finalmente—. En cada


ciudad importante y aldea. Podría ser el carnicero. Podría ser el
pescadero. Una palma se estrecha con otra a cambio de espiar. Yo era
uno de ellos.

—¿Eres una espía?

—Antes. Todos hacemos lo que tenemos que hacer para


sobrevivir. —Su actitud cambió de defensiva a sincera—. Ya no soy más
parte de ese mundo. No lo he sido durante años, no desde que vine a
trabajar para Berdi. Terravin es una ciudad pacífica, y a nadie le
importa mucho lo que pase aquí, pero todavía escucho cosas. Todavía
tengo conocidos que a veces transitan por Terravin.

—Vigilantes.

—Sí. Los Ojos del Reino los llaman.

—¿Y todos regresan a Civica?

—¿Dónde más?

Asentí, tomando una respiración profunda. ¿Los Ojos del Reino?


De repente estaba mucho menos preocupada por un asesino bárbaro
cruzando el desierto en mi búsqueda que por Gwyneth, que parecía
haber vívido múltiples vidas.

—Estoy de tu lado, Lia —dijo, como si pudiera leer mi mente—.


Recuérdalo. Te lo digo para que tengas cuidado. Sé cuidadosa.
¿De verdad estaba de mi lado? Había sido una espía. Pero no
tenía que decirme nada de esto, y desde que llegué, había sido amable
conmigo. Por otra parte, más de una vez me había sugerido volver a
Civica y cumplir con mis responsabilidades. El deber. La tradición.
Gwyneth no creía que pertenecía aquí. ¿Estaba tratando de asustarme
ahora?

—Son solo rumores, Gwyneth, probablemente conjurados en


tabernas como la nuestra a falta de entretenimiento.

Una tensa sonrisa surgió de las comisuras de su boca, y asintió


con rigidez.

—Probablemente tienes razón. Solo pensé que debías saberlo.

—Y ahora lo sé. Vamos.

Berdi se había adelantado en el vagón con Rafe y Kaden para


colocar las mesas. Gwyneth, Pauline, y yo caminamos a la ciudad a un
ritmo pausado, contemplando la transformación de Terravin por la
festividad. Las tiendas y hogares, ya gloriosos en sus gamas de colores
brillantes, eran ahora de mágicos colores decorados con brillantes
guirnaldas y cintas. Mi conversación con Gwyneth no pudo empañar mi
ánimo. De hecho, por extraño que pareciese lo elevó. Mi resolución se
consolidó. Nunca volvería. Pertenecía aquí. Tenía más razones que
nunca para quedarme.

Llegamos a la plaza, llena de ciudadanos y comerciantes que


preparaban sus mesas con sus especialidades. Fue un día de compartir.
Sin monedas para negociar. El olor de jabalí asado cocinado en un
cubierto pozo excavado cerca de la plaza llenaba el aire, y un poco más
allá de eso, una gran lamprea y pimientos rojos crepitaba en las
parrillas. Vimos a Berdi colocando sus mesas en un rincón, tirando de
los manteles de colores alegres para cubrirlas. Rafe cargaba uno de los
barriles de la carreta y lo dejó en el suelo al lado de Berdi, y Kaden le
siguió con dos canastas.

—¿Todo salió bien anoche? —preguntó Gwyneth.


—Sí, salió muy bien —respondió Pauline por mí. Mi propia
respuesta a Gwyneth fue simplemente una sonrisa maliciosa. En el
momento en que llegué donde Berdi, había dejado a Pauline en una
mesa de panqueques, y Gwyneth fue con Simone, que la había llamado
desde un pony miniatura que cabalgaba.

—No se te necesita aquí —dijo Berdi, ahuyentándome mientras


me acercaba—. Ve, diviértete. Me sentaré a la sombra y me encargaré
de todo. Vigilaré las mesas.

Rafe estaba regresando de la carreta con otro barril. Traté de no


mirar, pero con las mangas arremangadas y los antebrazos tan
flexionados bajo el peso del barril, no pude apartar la mirada. Imaginé
que su trabajo como peón lo mantenía en forma: excavar zanjas, arar
los campos, cosechar… ¿qué? ¿Cebada? ¿Melón? Aparte del pequeño
jardín de la ciudadela, los únicos campos en los que trabajé fueron los
vastos viñedos de Morrighan. Mis hermanos y yo siempre los
visitábamos a principios de otoño antes de la cosecha. Eran magníficos,
y las viñas producían las cosechas más preciadas del continente. Los
Reinos Menores pagaban enormes sumas de dinero por un solo barril.
Sin embargo, en mis muchas visitas a los viñedos, nunca había visto un
peón como Rafe. Si lo hubiera hecho, sin duda habría tomado un
interés más activo en las vides.

Se detuvo junto a Berdi, dejando su caja abajo.

—Buenos días de nuevo —dijo, sonando sin aliento.

Sonreí.

—Has trabajado como nunca.

Sus ojos me recorrieron, desde de la guirnalda en mi cabeza que


le había dado algunos dolores en cazar, a mi decididamente nuevo y
ligero atuendo.

—Tú… —Miró a Berdi sentada en una caja al lado de él. Se aclaró


la garganta—. ¿Has dormido bien?

Asentí, sonriendo.

—¿Y ahora qué? —preguntó.


Kaden se colocó detrás de Rafe, chocando con él mientras
colocaba una silla para Berdi.

—¿Vamos a la lucha de troncos, no? Es lo que más entusiasma a


las personas según dijo Lia. —Ajustó la silla al agrado de Berdi y se
mantuvo de pie, estirando sus brazos sobre la cabeza, como si cargar y
transportar en la mañana hubiera sido solo un poco de calentamiento.
Palmeó el hombro de Rafe—. A menos que no estés a la altura. ¿Me
acompañarías, Lia?

Berdi rodó los ojos, dejándome retorcerme de incomodidad. ¿Creé


este problema cuando coqueteé con Kaden anoche? Probablemente,
como todo el mundo, me oyó gritarle a Rafe que se alejara, pero
evidentemente no había escuchado nada más.

—Sí —le dije—. Iremos todos juntos, ¿de acuerdo?

Un ceño fruncido cruzó el rostro de Rafe, pero su voz fue alegre.

—Estoy a favor de un buen juego, Kaden, y creo que podrías


necesitar un buen remojón. Vamos.

No era exactamente un remojón.

Una vez que nos abrimos paso entre la multitud, vimos un tronco
suspendido por cuerdas, solo que el tronco no estaba suspendido sobre
agua como había asumido, sino en un profundo charco de espeso barro
negro.

—¿Todavía quieres jugar? —preguntó Kaden.

—No seré quien que caerá —respondió Rafe.

Vimos dos hombres luchar sobre el tronco mientras la multitud


aplaudía en valentía por cada empuje y embestida que realizaba cada
jugador. Todo el mundo colectivamente se quedó sin aliento cuando los
dos hombres se tambalearon y balancearon los brazos para recuperar el
equilibrio, se embistieron de nuevo, y finalmente cayeron de bruces
juntos. Salieron del espeso barro como si hubieran estado sumergidos
en masa de chocolate. La multitud se rió y bramó su aprobación
mientras los hombres se alejaron de la suciedad, limpiando sus rostros
y escupiendo barro. Dos nuevos concursantes fueron llamados. Uno de
ellos era Rafe.

Las cejas de Rafe se elevaron de sorpresa. Al parecer estaban


llamando en orden aleatorio. Habíamos esperado que él y Kaden
quedaran emparejados. Rafe desabrochó su camisa, tiró de ella para
liberarla de su pantalón, se la quitó y me la entregó. Parpadeé, tratando
de no mirar a su pecho desnudo.

—¿Preparándote para caer? —preguntó Kaden.

—No quiero ensuciarla cuando mi oponente se desplome.

La multitud aplaudió cuando Rafe y el otro competidor, un tipo


alto de complexión muscular, subieron las escaleras para trepar al
tronco. El director de juegos explicó las reglas: sin puños, sin morder,
sin pisar fuerte en los dedos o en los pies, pero por lo demás todo era
válido. Sopló un cuerno, y comenzó la pelea.

Se movían lentamente al principio, midiéndose entre sí. Me mordí


el labio. Rafe ni siquiera quería hacer esto. Era un agricultor, un
campesino, no un luchador, y había sido incitado a pelear por Kaden.
Su oponente hizo un movimiento, saltando sobre Rafe, pero Rafe
expertamente lo bloqueó y agarró el antebrazo derecho del hombre,
girando su brazo así perdería el equilibrio. El hombre se tambaleó por
un momento, y la multitud gritó, pensando que el juego había
terminado, pero el hombre se liberó, dio un paso atrás de manera
inestable, y recuperó el equilibrio. Rafe no perdió tiempo y avanzó,
agachándose y golpeó detrás de la rodilla del hombre.

Se había acabado. Con torpeza los brazos del hombre se agitaron


de nuevo como un pelícano tratando de tomar vuelo. Cayó en el aire
mientras Rafe miró con las manos en las caderas. Barro salpicó,
manchando la parte inferior de sus pantalones. Éste sonrió e hizo una
profunda reverencia a la multitud. Aullaban en admiración con vítores
de más por sus gestos teatrales. Se volvió hacia nosotros, me dio una
inclinación de cabeza, y con una cautivadora pero petulante sonrisa,
levantó sus palmas a Kaden y se encogió de hombros como si fuera un
trabajo breve y fácil. La multitud aplaudió. Empezó a bajar la escalera,
pero el director de juegos lo detuvo y llamó al siguiente concursante.
Aparentemente las travesuras de Rafe para el público le habían ganado
otra ronda en el tronco. Se encogió de hombros y esperó a que siguiente
el concursante se acercarse a la escalera.
Hubo un silencio mientras éste se acercó. Lo reconocí. Era el hijo
del herrero, no más de dieciséis, pero era un muchacho robusto, con
facilidad sobrepasaba a Rafe en un centenar de libras, e incluso más.
¿Podría subir la escalera?

Recordé que era un chico de pocas palabras pero se enfocaba en


sus tareas cuando había venido con su padre a reemplazar un zapato
en Dieci. En este momento se veía tan centrado mientras subía la
escalera. Una expresión de desconcierto apareció en el rostro de Rafe.
Este nuevo oponente era dos cabezas más baja que él. El chico dio un
paso en el tronco y salió al encuentro de Rafe, sus pasos eran lentos y
cautelosos, pero su equilibrio era tan estable como el plomo.

Rafe extendió la mano y empujó sus hombros, probablemente


pensando que con eso terminaría todo. El muchacho no se movió.
Parecía estar unido a la madera, un leño creciendo de un tronco. Rafe
tomó sus brazos, y el muchacho luchó ligeramente con él, pero su
fuerza estaba en su centro de gravedad bajo, y no se inclinó ni de una
forma u otra. Rafe se acercó, empujando, riñendo, torciendo, pero el
leño no se movió fácilmente. Pude ver el sudor brillar en el pecho de
Rafe. Finalmente lo soltó, dio un paso atrás, sacudió la cabeza como si
se estuviera rindiendo, luego se abalanzó, agarrando los brazos del
chico y tirando de él hacia delante. El leño se movió de su posición, y
Rafe cayó hacia atrás, agarrando el tronco para no caer. El chico cayó
hacia delante, aterrizando sobre su estómago, y sus brazos buscaron
apoyo mientras se deslizaba hacia un lado. Rafe se levantó y se inclinó
hacia el chico, quien todavía estaba tratando desesperadamente de
evitar caer.

—Buen viaje, amigo mío —dijo Rafe sonriendo, mientras empujó


suavemente el hombro del chico. Eso fue todo lo que necesitó. El chico
se soltó y cayó como una piedra en el barro. Esta vez el barro salpicó
más alto, ensuciando el pecho de Rafe. Se frotó las gotas de barro con
su sudor y sonrió. La multitud enloqueció, y algunas chicas que
estaban cerca de mí susurraron entre ellas. Pensé que era hora de que
se colocara su camisa de nuevo.

—¡Kaden! —gritó el maestro de juegos.

Rafe ya había luchado lo suficiente, pero sabía que él no se


rendiría ahora. Kaden sonrió y subió con su camisa blanca puesta.

Era claro que tan pronto como Kaden subiera al tronco esta pelea
sería diferente de las demás.
La tensión entre los dos despertó el interés de la multitud y los
calmó.

Kaden y Rafe se movieron lentamente, ambos se agacharon para


mantener el equilibrio, con los brazos listo a los lados. Luego, con la
velocidad del rayo, Kaden dio un paso y movió la pierna. Rafe saltó en el
aire, evadiendo la pierna de Kaden y aterrizando con una gracia
perfecta en el tronco. Se abalanzó, agarrando los brazos de Kaden, y
ambos se tambalearon. Apenas podía ver mientras ambos luchaban
para recuperar su equilibrio, y luego se usaron el uno al otro como
contrapeso, se dieron la vuelta, para terminar en los lados opuestos de
donde habían empezado. Las aclamaciones descontroladas rompieron el
opresivo silencio.

Ni Rafe ni Kaden parecían escuchar el frenesí que los rodeaba.


Rafe saltó hacia delante de nuevo, pero Kaden lo esquivó hábilmente
varios pasos así Rafe perdería su impulso y se tropezaría. Luego avanzó
Kaden, arremetiendo contra él. Rafe se tambaleó hacia atrás, con los
pies luchando por equilibrio, y la batalla entre ellos continuó, cada uno
luchando por evitar caer mientras trabajaban en desequilibrar al otro.
No estaba segura de cuánto más podía ver.

Cuando su lucha llevó sus rostros a pocos centímetros el uno del


otro, vi que sus labios se movían. No pude escuchar lo que hablaron,
pero Rafe lo fulminó con la mirada y una mueca torció los labios de
Kaden.

Con una oleada de energía y un grito que estaba más cerca de un


grito de guerra, Kaden se impulsó, tirando a Rafe a un lado. Rafe cayó
pero consiguió asirse del tronco antes que sus piernas cedieran.
Colgaba precariamente de sus manos. Todo lo que Kaden tenía que
hacer era empujar sus dedos para soltarlos. En su lugar, se puso de pie
sobre él y le dijo en voz alta:

—¿Te rindes, amigo mío?

—Cuando esté en el infierno —gruñó Rafe, el esfuerzo de


permanecer colgado amortiguaba sus palabras. Kaden miró de Rafe a
mí. No estoy segura de lo que vio en mi cara, pero regresó su atención a
Rafe, mirándolo fijamente durante unos largos segundos, y luego dio un
paso atrás, dándole a Rafe mucho espacio.

—Levántate. Terminemos esto correctamente. Quiero ver tu cara


en el barro, no solo tus pantalones.
Incluso desde donde estaba, podía ver el sudor correr por el rostro
de Rafe. ¿Por qué no lo dejó caer? Si él caía ahora, solo se ensuciaría las
rodillas en el barro. Lo vi tomar una respiración profunda y balanceó
una pierna, enganchando una sobre el tronco. Luchó por subir al
tronco. Kaden se quedó atrás, dando tiempo a Rafe para recuperar el
equilibrio.

¿Cuánto tiempo podría durar esto? La multitud estaba animando,


gritando, aplaudiendo, y los dioses sabían qué más, todo se fundió en
un rugido lejano para mí. Rafe respiró pesadamente. Había estado bajo
el sol ardiente luchando contra tres contrincantes. Se limpió el labio
superior con el dorso de la mano, y avanzaron para encontrarse. Kaden
se impulsó en un momento, y Rafe, el siguiente. Finalmente, ambos
parecían apoyarse uno contra el otro, recuperando el aliento.

—¿Te rindes? —preguntó Kaden de nuevo.

—Cuando esté en el infierno —repitió Rafe.

Se apartaron, pero mientras Rafe tomaba aire y me miraba,


Kaden hizo su movimiento, un último golpe, moviendo su pierna,
lanzando del tronco a Rafe. Kaden se posó en su estómago, aferrándose
al tronco mientras Rafe salía del barro. Rafe se limpió el barro de la
cara y levantó la mirada.

—¿Te rindes? —preguntó Kaden.

Rafe hizo un gesto, amablemente aceptando la victoria de Kaden,


pero luego sonrió.

—En el infierno. —La multitud estalló en carcajadas y respiré


hondo, aliviada de que finalmente hubiera terminado. Por lo menos
esperaba que hubiera terminado.

Me abrí paso entre la multitud para reunirme con ellos cuando


salían del escenario. Aunque Kaden había ganado oficialmente la pelea,
Rafe sintió gran placer en señalar las manchas de lodo en la camisa de
Kaden.

—Supongo que después de todo debiste habértela quitado —dijo.

—Debí hacerlo —respondió Kaden—. Pero no esperé tal


espectacular caída de ti.
Ambos volvieron a la posada para bañarse y cambiarse,
prometiendo volver pronto. Mientras los observaba caminar juntos,
esperé que fuera el final de los juegos sucios.
Capítulo 34
Traducido SOS por Blonchick
Corregido por Key

Deambulé por la avenida principal sola, comprendiendo los otros


acontecimientos, comparando todo por la forma en que procedió en
Civica. Algunas cosas eran únicas de Terravin, como atrapar peces
vivos con las manos en la fuente de la plaza, pero todos los juegos
tenían sus raíces en la supervivencia del Remanente elegido. Aunque
Morrighan eventualmente los había conducido a una nueva tierra de
abundancia, la caminata no fue fácil. Muchos murieron y sólo los más
ingeniosos lograron pasar, por lo que los juegos fueron arraigados en
esas habilidades de supervivencia, como atrapar peces cuando se
aprovechaba la oportunidad pero un anzuelo no servía.

Me encontré con un gran campo acordonado con una variedad de


obstáculos puestos en el interior, en su mayoría barriles de madera y
un vagón o dos. Conmemoraban a Morrighan llevando al Remanente
por un paso sin salida cuando tenían que seguir sus instintos en su
don. Los concursantes estaban con los ojos vendados y girados, luego
tenían que dirigirse de un extremo del campo al otro. Habían sido uno
de mis eventos favoritos en Civica en la época en la que era muy joven.
Siempre había golpeado a mis hermanos, para el deleite de todos los
que lo veían, excepto tal vez de mi madre. Me estaba dirigiendo hacia la
línea del concursante, cuando alguien se cruzó en mi camino, y me
golpeé contra un pecho.

—Bueno, si es la chica altanera bocaza de la taberna.

Retrocedí varios pasos, aturdida, y levanté la mirada. Era el


soldado que había castigado hace unas semanas. Parecía que el escozor
de mis palabras todavía estaba fresco. Se pavoneó acercándose,
dispuesto a recibir su merecido. Mi disgusto se renovó. Un soldado del
ejército de mi padre. Por primera vez desde que me marché de Civica,
quería revelar quién era. Ponerlo en manifiesto en voz alta
descaradamente y verlo palidecer. Usar mi posición para ponerlo en su
lugar de una vez por todas, pero ya no tenía esa posición. Tampoco
estaba dispuesta a sacrificar mi nueva vida por hombres como él.

Él se acercó.

—Si lo que buscas es intimidarme —dije, manteniéndome firme—,


te advierto en este momento que las alimañas que se arrastran no me
asustan.

—Tú pequeña desagradable…

Su mano se alzó para golpearme, pero fui más rápida. Se detuvo,


mirando el cuchillo que ya tenía en la mano.

—Si fueras tan estúpido como para poner uno de tus asquerosos
dedos sobre mí, me temo que los dos nos arrepentiríamos. Arruinaría
las festividades para todos, porque rebanaría lo más cercano a mí, no
importa cuán pequeño sea. —Miré directamente su entrepierna, luego
giré el cuchillo en mis manos como si lo estuviera inspeccionando—.
Nuestro encuentro podría convertirse en un horrible asunto.

Su rostro estalló de ira. Sólo me provocaba más.

—Pero no temas —dije levantando el dobladillo de mi vestido y


regresando mi cuchillo a la segura funda de mi muslo—. Estoy segura
de que nuestros caminos se cruzarán de nuevo, y nuestras diferencias
se resolverán de una vez por todas. Camina con cuidado, porque la
próxima vez seré yo quien te sorprenda.

Mis palabras eran imprudentes e impulsivas, provocadas por el


odio y avivadas por la seguridad de cientos de personas que nos
rodeaban. Pero imprudentes o no, se sentía tan justas y adecuadas
como lanzar una cómoda patada hacia su trasero.

Sorprendentemente, su furia se convirtió en una sonrisa.

—Hasta que nos encontremos de nuevo, entonces. —Inclinó la


cabeza en un adiós lento y deliberado, y me rozó al pasar.

Lo observé marcharse, palpando la comodidad de mi daga debajo


de mi vestido. Incluso si mis brazos estuvieran sujetados a los lados,
podría alcanzarla ahora, y en mi muslo era mucho más fácil para
ocultarla, al menos en un fino vestido de verano. Desapareció entre la
multitud. Sólo podía esperar que fuera llamado pronto para regresar a
su batallón, y si los dioses eran justos, golpeado en la cabeza por un
caballo. No sabía su nombre, pero hablaría con Walther sobre él. Tal vez
podría hacer algo sobre una víbora en sus filas.

A pesar de su sonrisa, la cual sabía que pronosticaba un


resultado desagradable en que debíamos encontrarnos de nuevo.
Estaba llena de energía. Algunas cosas necesitaban ser dichas. Sonreí
ante mi propia audacia y fui a probar suerte a ciegas y a dominar los
obstáculos.

La campana del Sacristán sonó una vez, señalando la media hora.


Rafe y Kaden regresarían pronto, pero había algo que aún necesitaba
atender, y hoy podría permitirme tener la mejor oportunidad.

Caminé por las escalinatas del santuario. Los niños se perseguían


mutuamente alrededor de las columnas de piedra, y las madres
buscaban sombra en el pórtico, pero después del largo día de oraciones
de ayer, pocos estaban en el interior, justo como esperaba. Cumplí con
las formalidades, sentándome en un banco en la parte de atrás hasta
que mis ojos se ajustaron a la oscuridad y pude evaluar quien estaba
presente. Un hombre de avanzada edad sentado en la primera fila. Dos
mujeres de edad avanzada sentadas juntas en la mita, y arrodillado en
el presbiterio, un capiscol cantaba las gracias de los Dioses. Eso era
todo. Incluso los sacerdotes parecían estar afuera participando en las
festividades.

Hice los signos de conmemoración necesarios, retrocedí sin hacer


ruido, y me resbalé por el oscuro hueco de la escalera. Todos los
sacristas tenían estanterías de archivos de los textos de Morrighan y los
otros reinos. Los sacerdotes eran eruditos al igual que sirvientes de los
dioses. Pero los textos desconocidos, por orden del reino, no debían ser
compartidos con la ciudadanía sin ser aprobado primero por los
Eruditos de Civica, quienes verificaban su autenticidad y valoraban su
valor. El Erudito Real los supervisaba a todos.

Las escaleras eran estrechas y empinadas. Mis manos se


resbalaban en las piedras de la pared mientras ascendía lentamente.
Escuché ruidos. Salí con cuidado a un largo vestíbulo, y el silencio me
aseguró que el Sacristán estaba en gran parte sin vigilancia. Había
varias cortinas adornadas, su pesada tela separada para revelar
recamaras vacías, pero al final del pasillo estaba una gran puerta doble.

Allí. Caminé directamente hacia ella.


La habitación era grande y ampliamente abastecida. La colección
no era tan extensa como la de los Eruditos en Civica, pero era lo
suficientemente considerable para tomarse algún tiempo y buscar. No
había alfombras o exquisitas cortinas de terciopelo aquí para
amortiguar el sonido, así que tuve que mover los taburetes suavemente
para alcanzar las repisas más altas. Había pasado todos, sin encontrar
nada que resultaría ser útil, cuando por fin, saqué un pequeño volumen
de un estante superior. El libro entero no era mucho más grande que la
palma de un hombre. Frases de Vendan y Uso. ¿Tal vez era la guía de
un sacerdote para entregar las bendiciones de muerte a los bárbaros?

Metí los otros libros juntos para esconder el pequeño espacio que
el libro había dejado, y hojeé unas cuantas páginas. Podría ser útil para
ayudarme a descifrar el libro de Vendan que robé del Erudito, pero
tendría que ir por más en otro lado. Subí mi vestido y lo guardé en mi
ropa interior, un seguro, aunque incómodo lugar para esconderlo hasta
que por lo menos estuviera fuera del Sacristán. Bajé el vestido y lo alisé
reacomodándolo.

—Te lo habría dado, Arabella. No había necesidad de robarlo.

Me congelé, dándole la espalda a mi inesperada compañía, y


consideré mi siguiente movimiento. Aún encima del taburete, me giré
lentamente para ver a un sacerdote de pie en la puerta, el que me había
visto ayer.

—Debo estar perdiendo mi toque —dije—. Solía ser capaz de


deslizarme en una habitación, robar lo que quería, y escabullirme de
nuevo sin que nadie se diera cuenta.

Él asintió.

—Cuando no usamos nuestros dones, estos nos dejan.

La palabra dones se asentó en mí, sin duda de la manera en que


se proponía. Levanté mi barbilla.

—Algunos dones nunca fueron míos para perderlos.

—Entonces eres llamada para usar los que posees.

—¿Me conoce?

Sonrío.
—Nunca podría olvidarte. Era un joven sacerdote, uno de los doce
que entregó los sacramentos de tu consagración. Chillabas como un
cerdo.

—Quizás incluso como un bebé sabía a donde me llevaría esa


consagración.

—No hay duda en mi mente. Lo sabías.

Lo miré. Su cabello negro estaba teñido con gris en las sienes,


pero aún era un hombre joven para los estándares del antiguo
sacerdote, vigoroso y comprometido. Llevaba puestas las vestimentas
negras exigidas y la larga capa blanca, pero no parecía ser un sacerdote
en absoluto. Me invitó a bajar para continuar nuestra conversación y
movió dos sillas debajo de una ventanilla redonda de vidrio plomado.

Nos sentamos, y la luz rosa y azul filtrándose por el vidrio se


extendió por nuestros hombros.

—¿Cuál volumen tomaste? —preguntó.

—Cierre los ojos. —Lo hizo, y subí mi vestido para recuperar el


libro—. Éste —dije, mostrándoselo.

Abrió los ojos.

—¿Vendan?

—Tengo curiosidad por el idioma. ¿Lo conoce?

Sacudió la cabeza.

—Sólo unas cuantas palabras. Nunca me he encontrado con un


bárbaro, pero algunas veces los soldados traen de regreso recuerdos
verbales. Nos son palabras destinadas a ser repetidas en las Sacristas.
—Se inclinó para tomar el libro y echarle un vistazo—. Mmmm. Pasé
por alto éste. Parece que sólo proporciona unas cuantas frases
comunes, no es exactamente un manual básico de Vendan.

—¿Alguno de los sacerdotes aquí conoce el idioma?

Sacudió la cabeza. No estaba sorprendida. El idioma bárbaro era


tan alejado y ajeno a Morrighan como la luna, y por poco no se tenía en
un buen concepto. Los bárbaros rara vez eran capturados, y cuando
pasaba, no hablaban. El escuadrón de Regan una vez había
acompañado a un prisionero a un puesto de avanzada, y Regan dijo que
el hombre nunca dijo una sola palabra en todo el camino. Fue
asesinado cuando intentó escapar y al final pronunció algunas
incoherencias mientras agonizaba. Las palabras se habían quedado con
Regan aunque ni siquiera sabía lo que significaban, Kevgor ena te deos
paviam. Tras un largo silencio, Regan dijo que fue muy emocionante
escucharlo decir eso una y otra vez hasta que exhaló su último aliento.
Las palabras refrescaban su dolor.

El sacerdote me devolvió el libro.

—¿Por qué necesitarías saber el idioma de una tierra lejana?

Miré el libro en mi regazó y pasé los dedos por encima de la


cubierta de cuero sucia. Quiero lo que robaste. Digamos que es un
montón de curiosidades.

—¿Sabes de problemas?

—¿Yo? No sé nada. Como estoy segura de que es perfectamente


consciente en sus conversaciones con Pauline, soy una fugitiva ahora.
Ya no tengo conexiones con la corona.

—Hay muchos tipos de conocimiento.

Eso de nuevo. Sacudí la cabeza.

—Yo no…

—Confía en tus dones Arabella, cualesquiera que sean. Algunas


veces un don requiere un gran sacrificio, pero no podemos sólo darle la
espalda a eso que hará que nuestros corazones dejen de latir.

Endurecí mi expresión. No sería presionada.

Se reclinó en la silla, cruzando ligeramente una pierna sobre la


otra, no una piadosa pose sacerdotal.

—¿Sabías que la Guardia está marchando sobre la carretera


superior? —preguntó—. Dos mil tropas siendo trasladadas a la frontera
sur.

—¿Hoy? —dije—. ¿Durante los días santos?

Asintió.
—Hoy.

Aparté la mirada y tracé con el dedo la línea de desplazamiento


bajo el brazo de la silla. Esta no era una simple rotación de tropas. Que
tantos soldados fueran desplegados, durante los días santos, a menos
que las preocupaciones fueran reales. Recordé lo que Walther había
dicho, Los Merodeadores han estado creando todo tipo de caos. Pero
también había dicho, Los mantendremos fuera. Siempre lo hacemos.

Walther había estado seguro. Seguramente el movimiento de


tropas era sólo una estrategia preventiva. Más golpes de pecho, como
Walther lo llamaría. Los números y tiempo eran inusuales, pero con
Padre tratando de salvar su reputación con Dalbreck, podría estar
agitando su poder en sus rostros como un puño. Dos mil tropas eran
un tremendo puño.

Me puse de pie.

—¿Así que me puedo llevar el libro?

Sonrió.

—Sí.

¿Eso era todo? ¿Sólo sí? Estaba demasiado cooperativo. Nada


salía tan fácil. Levanté una ceja.

—Y ¿en qué situación nos encontramos?

Una pequeña risa se escapó de sus labios. Se puso de pie por lo


que estábamos cara a cara.

—Si te refieres a que reportaré tu presencia, la respuesta es no.

—¿Por qué? Esto se podría interpretar como traición.

—Lo que Pauline me dijo fue una confidencia sagrada, y tú no has


admitido nada, sólo que viniste a pedir prestado un libro. Y no he visto
a la Princesa Arabella desde que era un bebé llorón. Has cambiado un
poco desde entonces, a excepción de la parte llorona, se me ha dicho.
Nadie esperaría que te reconociera.

Sonreí, aun tratando de entenderlo.

—¿Por qué? —pregunté de nuevo.


Sonrió y levantó una ceja.

—Hace diecisiete años, sostuve a un bebé llorón en mis brazos. La


levanté hacia los dioses, rezando por su protección y prometiendo la
mía. No soy un tonto. Cumplo mis promesas a los dioses, no a los
hombres.

Lo miré con incertidumbre, mordiéndome la esquina del labio.


¿Un verdadero hombre de los dioses?

Deslizó su brazo alrededor de mi hombro y me acompañó a la


puerta, diciéndome que si quería cualquier otro libro, todo lo que tenía
que hacer era preguntar. Cuando estaba a mitad de camino al otro lado
del vestíbulo, me susurró—: No hablaría con los otros sacerdotes de
este asunto. No todos ellos podrían estar de acuerdo de qué lado están.
¿Entendido?

—Claramente.

La campana de la Sacrista sonó de nuevo, esta vez anunciando la


hora de mediodía. Mi estómago sonó. Me quedé a un lado del santuario,
cubierta del sol en un rincón oscuro mientras le echaba un vistazo al
libro.

Kencha tor ena shiamay? ¿Cuál es tu nombre?

Bedage nict. Sal.

Sevende. Apresúrate.

Adwa bas. Siéntate.

Mi nay bogeve. No te muevas.

Sonaba como un libro de órdenes elementales para manejar a los


prisioneros, pero lo podría estudiar más tarde. Tal vez me ayudaría a
entender mi propio libro de Venda. Lo cerré, escondiéndolo en mi ropa,
y miré por encima de las cabezas de los asistentes al festival. Noté el
reluciente cabello color miel de Pauline debajo de una corona de flores
rosadas. Estaba a punto de llamarla cuando sentí un susurro en mi
cuello.
—Al fin.

Cálidos temblores hormiguearon en mi piel. El pecho de Rafe se


presionó contra mi espalda, y su dedo viajó a lo largo de mi hombro y
bajó por mi brazo.

—Pensé que nunca tendríamos un momento a solas.

Sus labios rozaron mi mandíbula. Cerré los ojos, y un escalofrío


corrió a través de mí.

—A duras penas estamos solos —dije—. ¿No puedes ver a una


ciudad entera deambulando frente a ti?

Su mano rodeó mi cintura, su pulgar acariciándome.

—No puedo ver nada excepto esto… —besó mi hombro, sus labios
viajaron sobre mi piel hasta que alcanzaron mi oído—. Y esto… y esto.

Me di la vuelta, y mi boca se encontró con la de él. Olía a jabón y


algodón fresco.

—Alguien podría vernos —dije, sin aliento entre besos.

—¿Y?

No quería que me importase, pero suavemente lo aparté, teniendo


en cuenta que estábamos a plena luz del día y que la sombra de un
rincón proporcionaba muy poca privacidad.

Una sonrisa a regañadientes se levantó en la esquina de su boca.

—Nuestro tiempo siempre parece estar cortado. Un momento a


solas pero con toda la ciudad como audiencia.

—Esta noche habrá comida, baile y bastantes sombras para


perderse. No se nos pasará por alto.

Su expresión se volvió seria mientras sus manos se apretaban en


mi cintura.

—Lia, yo… —cortó sus propias palabras.

Lo miré, confundida. Había pensado que estaría contento por la


posibilidad de escaparnos.
—¿Qué pasa?

Su sonrisa regresó, y asintió.

—Esta noche.

Nos encontramos con Pauline, y muy pronto Kaden también nos


encontró. Ya no había combates en el barro, pero desde la captura de
peces, hacer fogatas hasta el lanzamiento de hachas, la competencia
era evidente. Pauline puso los ojos en blanco ante cada evento como
diciendo, Aquí vamos de nuevo. En cambio yo me encogía de hombros.
Estaba acostumbrada al espíritu competitivo de mi hermano y
disfrutaba un buen concurso, pero Rafe y Kaden parecían llevarlo a un
nuevo nivel. Finalmente sus estómagos fueron en contra de los juegos, y
los dos fueron en busca de la carne de venado ahumada que se sentía
en el aire. Por ahora, Pauline y yo estábamos contentas con nuestros
pasteles y continuamos paseando por el terreno. Llegamos al campo de
lanzamiento de cuchillos, y le entregué mí bollo de naranja con azúcar,
el cual tomó alegremente. Su apetito había regresado.

—Quiero probar este juego —le dije mientras me dirigía a la


puerta de entrada.

No tenía que esperar, y me alineé con otros tres concursantes.


Era la única mujer. Los objetivos eran grandes trozos redondos de
troncos pintados que estaban colocados a cinco metros de distancia, la
variedad sin movimiento, justo del tipo que me gustaba. Cinco cuchillos
estaban sobre las mesas junto a cada uno de nosotros. Los miré y los
levanté, calculando su peso. Todos eran más pesados que mi cuchillo y
ciertamente no tan equilibrados. El director del juego explicó que los
lanzaríamos todos al mismo tiempo a su señal, hasta que los cinco
cuchillos fueran arrojados.

—Levanten sus armas. Listos…

Él está observando.

Las palabras me golpearon como agua fría. Escaneé los asistentes


al festival que se amontonaban en el límite de la cuerda. Estaba siendo
observada. No sabía por quién, pero lo sabía. No por los cientos de
personas que rodeaban el evento sino por una.

—¡Lancen!

Vacilé y luego la arrojé. Mi cuchillo golpeó el objetivo con el


mango primero y rebotó, cayendo al suelo. Los cuchillos de todos los
demás concursantes se clavaron en los círculos de madera, uno en la
corteza externa, otro en el aro exterior blanco, ninguno en el centro rojo.
Apenas tuvimos tiempo de tomar el siguiente cuchillo antes de que el
director del juego dijera de nuevo. —¡Lancen!

El mío se clavó con un ruidoso golpe, golpeando en el círculo


blanco exterior y quedándose dónde estaba. Mejor, pero esos cuchillos
eran toscos y terriblemente desafilados.

Él está observando. Las palabras avanzaron lentamente hasta mi


cuello.

—¡Lancen!

Mi cuchillo voló pasando el objetivo por completo, incrustándose


más allá en la tierra. Mi frustración creció. No podía utilizar las
distracciones como excusa. Walther me había dicho eso muchas veces.
Ese era el punto de práctica, para apartar de la mente las distracciones.
En el mundo real cuando un cuchillo era necesario, las distracciones no
esperaban amablemente a que lo lanzaras, buscaban desarmarte.

Observando… Observando.

Sostuve la punta firmemente, la fijé en mi hombro, y dejé a mi


brazo hacer el trabajo.

—¡Lancen!

Esta vez golpeé la línea entre el blanco y el azul. Tomé una


respiración profunda. Sólo quedaba un cuchillo. Mire al público de
nuevo. Observando. Sentía la burla, la mirada socarrona, sonriendo
ante mis habilidades poco impresionantes para arrojar el cuchillo, pero
no pude ver un rostro, no el rostro.

Obsérvame entonces, pensé, mi ira en aumento.

Levanté mí dobladillo.
—¡Lancen!

El cuchillo cortó el aire tan rápido y limpio que apenas fue visto.
Golpeó justo en el centro rojo. De veinte tiros hechos por cuatro
concursantes, el mío fue el único que golpeó el rojo. El director del
juego echó un segundo vistazo, confundido, y luego me descalificó. Valió
la pena. Analicé la masa de curiosos alineados en la cuerda y vislumbré
a alguien retirándose, siendo absorbido por la multitud. ¿El soldado sin
nombre? ¿O alguien más?

Fue un tiro de suerte. Lo sabía, pero no mi vigilante.

Fui hasta el objetivo, saqué la daga incrustada de piedras del


centro, y la devolví a la funda en mi muslo. Practicaría como se lo había
prometido a Walther. No habría más tiros dejados a la suerte.
El coronado y el golpeado,

La lengua y la espada,

Juntos atacarán,

Como estrellas cegadoras arrojadas desde los cielos.

—Cantico de Venda
Capítulo 35
Kaden

Traducido por Nanami27


Corregido por katiliz94

No confiaba en él. Era algo más que el peón que decía ser. Sus
movimientos en ese registro fueron demasiado practicados. ¿Pero
practicados en qué? Y esa bestia infernal que montaba —no era el rocín
promedio de una granja. Él también era extrañamente hábil en disponer
de un cuerpo, como si lo hubiera hecho antes, ni un poco vacilante,
como un patán rural podría ser a menos que sus actividades rurales se
juzgasen por su lado más oscuro. Él podría ser un peón, pero era algo
más también.

Me froté el pecho con jabón. Sus atenciones hacia Lia eran igual
de malas. La había oído gritándole que se largara anoche. El canto
repentino de Berdi y los otros ahogó qué más se dijo, pero había oído lo
suficiente para saber que ella quería que la dejara en paz. Debería
haberla seguido, pero Pauline estaba demasiado decidida a que me
quedara. Era la primera vez que la había visto sin su pañuelo de luto en
semanas. Se veía tan frágil. No podía irme, ni ella me lo hubiera
permitido.

Me lavé el cabello en el arroyo. Era mi segundo baño del día, pero


después de atrapar peces, balancear hachas, y correr para encender
una fogata con dos palos, los proclamados juegos me habían dejado en
la necesidad de más baño —sobre todo si tenía la intención de bailar
con Lia esta noche— y tenía la intención de bailar con ella. Me
aseguraría de eso.

La forma en que me había mirado la noche anterior, en que me


tocó el hombro, me hubiera gustado que las cosas pudiesen haber sido
diferentes para nosotros. Tal vez, al menos por una noche, podrían
serlo.
Capítulo 36
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

Me apoyé en el poste del porche. Estábamos esperando a que


Berdi se uniera a nosotros para el paseo por la plaza y las festividades
de la noche. Ella había ido a lavarse y cambiarse. Había sido un largo
día, y yo todavía estaba reflexionando sobre el evento de lanzamiento de
cuchillos y la extraña sensación de ser observada cuando, ciertamente,
un centenar de personas me observaban. ¿Cuál era esa otra?

—Pauline, —pregunté vacilante—: ¿Alguna vez sabes cosas? ¿Sólo


saberlas?

Ella se quedó en silencio por un largo rato, como si no me hubiera


oído, pero, finalmente, levantó la vista.

—Lo viste, ¿no? Ese día pasamos por el ayuntamiento, viste que
Mikael había muerto.

Me alejé del poste.

—¿Qué? No, yo…

—He pensado en ello muchas veces desde entonces. Esa mirada


en tu cara aquel día. Tu oferta de parar. Lo viste muerto.

Negué con la cabeza vigorosamente.

—No. No es como eso. —Me senté a su lado—. No soy Siarrah. No


veo como mi madre hacía. Sólo sentí algo, algo vago, pero también
fuerte, un sentimiento. Ese día sólo sentía que algo estaba mal.

Consideró eso y se encogió de hombros.

—Entonces tal vez no es un don. A veces tengo un fuerte sentido


de las cosas. De hecho, tuve la sensación de que algo andaba mal con
Mikael también. Una sensación de que no iba a venir. Volvía una y otra
vez, pero me negaba a creerlo. Tal vez por eso tenía aún más ganas de
caminar a través de la taberna. Tenía que estar equivocada.

—Entonces no crees que sea el don.

—El don de tu madre venía en visiones —me miró como


disculpándose—. Al menos solía hacerlo.

Mi madre dejó de ver visiones después de que yo naciera. En


ocasiones un mezquino insinuaría que le había robado el don mientras
estaba en su útero, lo que por supuesto resultaba risible. Tía Bernette
dijo que no fui yo en absoluto, que su don disminuyó lentamente
después de llegar a la ciudadela de su tierra natal. Otros afirmaron que
nunca lo había tenido en absoluto, pero hace años, cuando era muy
joven, había sido testigo de cosas. Había visto sus ojos grises perder su
enfoque, su concentración alcanzando el máximo. Una vez nos había
guiado a todos fuera de peligro antes de que un caballo asustado
pisoteara el camino en el que habíamos estado. En otra ocasión nos
llevó fuera antes de que la tierra se sacudiera y las piedras se
desplomaran, y a menudo nos espantaba antes de que mi padre
estallara en uno de sus repugnantes estados de ánimo.

Ella siempre le restaba importancia, alegando que había oído el


caballo o sintió el movimiento de tierra antes que nosotros, pero en
aquel entonces, yo estaba segura de que era el don. Había visto su cara.
Ella vio lo que iba a pasar antes de que lo hiciera, o lo vio todo desde
lejos, como el día en que fue a su habitación con dolor el día que murió
su padre, aunque no recibió la noticia hasta dos semanas más tarde,
cuando un mensajero finalmente llegó. Pero en estos últimos años, no
hubo nada.

—Incluso si no es una visión —dijo Pauline—, todavía podría ser


el don. Podría haber otros tipos de conocimientos.

Un escalofrío se aferró en mi espina dorsal.

—¿Qué dijiste?

Ella repitió sus palabras, casi las mismas que el sacerdote había
utilizado esta mañana.

Debe haber visto la aflicción de mi cara, porque se echó a reír.


—¡Lia, no te preocupes! ¡Soy la única que tiene el don de ver! ¡No
tú! ¡De hecho, estoy teniendo una visión ahora! —Saltó a un pie y alzó
las manos a la cabeza en concentración simulada—. Veo a una mujer.
Una hermosa mujer mayor en un vestido nuevo. Tiene las manos en las
caderas. Sus labios están fruncidos. Es impaciente. Ella…

Ruedo los ojos.

—Ella está de pie detrás de mí, ¿verdad?

—Sí, lo estoy —dijo Berdi.

Me giré y la vi de pie en la puerta de la taberna justo cómo lo


había descrito.

Pauline gritaba de alegría.

—¿Mayor? —Dijo Berdi.

—Venerable —corrigió Pauline y la besó en la mejilla.

—¿Las dos estáis listas?

Oh, estaba lista. Había estado esperando por esta noche toda la
semana.

Los grillos cantaban, acogiendo las sombras. El cielo sobre la


bahía estaba envuelto con cintas delgadas de color rosa y violeta,
mientras el resto se profundizaba en cobalto. Una media luna
bronceada retenida con pinchazos de estrellas. Terravin pintaba un
paisaje mágico.

El aire estaba quieto y cálido, manteniendo toda la ciudad


suspendida. Segura. Cuando llegamos a la carretera principal, un
cruzado de linternas de papel brilló por encima. Y entonces, como si el
paisaje por sí solo no fuera suficiente, el cantico.

La oración se cantó como nunca la había oído cantar antes. Un


recuerdo aquí. Otro allí. De voces distintas, combinadas, recopiladas,
entregadas, una melodía uniéndose. Estaba cantado a diferentes
ritmos, diferentes palabras subiendo, bajando, corriendo como un coro
lavando por una ola creciente, dolorosa y verdadera.

—Lia, no llores, —susurró Pauline.


¿Era yo? Extendí la mano y sentí mis mejillas, bañadas en
lágrimas. Esto no era llorar. Esto era otra cosa. A medida que nos
acercábamos a la ciudad, la voz de Berdi, con el más bello timbre de
todos, se movió entre la canción para saludar y los recuerdos
derritiéndose en el ahora.

El herrero, el barrilero, los pescadores, ese artesano, ese modista,


los empleados del mercantil, el fabricante de jabón que recordaba a
Berdi que tenía algunos nuevos aromas que debía probar, todos ellos
ofrecieron sus saludos. Pronto Berdi se apartó.

Pauline y yo observamos a los músicos situarse, colocando tres


sillas en semicírculo. Fijaron sus instrumentos (una cítara, una viola y
un tambor) en las sillas y fueron a buscar algo de comida y bebida
antes de que comenzara su música. Mientras Pauline se alejaba a
probar los huevos en escabeche, me acerqué para examinar la cítara.
Estaba hecha de rojo oscuro con incrustaciones de madera de cerezo
con costuras finas de roble blanco y llevaba marcas donde las manos
habían descansado durante cientos de canciones.

Me agaché y cogí una cadena. Una punzada sorda sonó a través


de mí. En raras ocasiones, mi madre y sus hermanas jugaban con sus
cítaras, las tres creando música inquietante, la voz de mi madre torcida
y sin palabras, como un ángel mirando su creación. Cuando tocaban,
un escalofrío recorría la ciudadela y todo se detenía. Incluso mi padre.
Él miraba y escuchaba desde la distancia, escondido en la galería
superior. Era la música de su tierra natal, y siempre me hizo
preguntarme qué sacrificios había hecho al venir a Morrighan para ser
su reina. Sus hermanas la habían seguido dos años más tarde para
estar con ella, pero ¿a quién más habían dejado atrás? Tal vez mientras
escuchaba y observaba, eso era lo que mi padre se preguntaba también.

Más gente llegó para las fiestas por la noche, y las charlas y las
risas crecieron a un zumbido suave. La celebración había comenzado, y
los músicos tomaron sus asientos, llenando el aire de melodías
acogedoras, pero todavía faltaba algo.

Localicé a Pauline.

—¿Lo has visto? —pregunté.

—No te preocupes. Él estará aquí. —Ella trató de alejarse para ver


la iluminación de las velas flotantes en la fuente de la plaza, pero le dije
que la pondría al día más tarde.
Me quedé en las sombras fuera de la botica y observé las manos
del que tocaba la cítara presionar y puntear, una danza fascinante en sí
mismo. Deseé que mi madre me hubiera enseñado a usar el
instrumento. Estaba a punto de caminar más cerca cuando sentí una
mano en mi cintura. Él estaba aquí. El calor se precipitó a través de mí,
pero cuando me di la vuelta, no era Rafe.

Aspiré una bocanada de aire sorprendido.

—Kaden.

—No era mi intención asustarte. —Sus ojos viajaron sobre mí—.


Te ves radiante esta noche.

Miré hacia abajo, avergonzada, la culpa me pellizco por ser


demasiado generosa con mis atenciones anoche. Lo miré de nuevo y
sonreí.

—Gracias.

Su cabeza hizo un gesto hacia la calle, donde la gente bailaba.

—La música está sonando —dijo.

—Sí. Acaba de comenzar.

Sus cabellos rubios estaban húmedos peinados hacia atrás, y el


aroma de jabón estaba todavía fresco en su piel. Él asintió con la cabeza
de nuevo hacia la música, con torpeza infantil, aunque no había nada
más juvenil en él.

—¿Podemos bailar? —Preguntó.

Dudé, deseando que estuvieran tocando una canción más rápida.


No quería darle falsas esperanzas y tampoco podía rechazar un baile
sencillo.

—Sí, por supuesto —respondí.

Me tomó la mano y me guió hacia el espacio reservado frente a los


músicos para el baile. Uno de sus brazos se deslizó detrás de mi
espalda, y el otro me cogió la mano hacia un lado. Me aseguré de que
nuestra conversación estuviera llena, hablando de los juegos del día
para que pudiéramos mantener cierta distancia, pero cuando hablamos
tranquilos sólo brevemente, me tiró más cerca. Su toque era suave pero
firme, su piel caliente contra la mía.

—Has sido amable conmigo, Lia, —dijo—. Yo… —Se detuvo por
un largo rato, sus labios se abrieron ligeramente. Se aclaró la
garganta—. He disfrutado de mi tiempo aquí contigo.

Su tono se había vuelto extrañamente solemne, y vi la misma


gravedad en sus ojos. Lo miré, confusa por este repentino cambio en su
comportamiento.

—He hecho lo suficientemente poco por ti, Kaden, porque tú me


salvaste la vida.

Él negó con la cabeza.

—Te las arreglaste para liberarte. Estoy seguro de que habrías


sido capaz con el cuchillo.

—Tal vez —dije—. Pero tal vez no.

—Nunca sabremos lo que podría haber ocurrido. —Sus dedos se


cerraron sobre los míos—. Pero no podemos detenernos en los quizás.

—No... Supongo que no se puede.

—Tenemos que seguir adelante.

Cada palabra suya era pesada, como si estuviera pensando una


cosa, pero diciendo otra. El malestar que siempre había acechado sus
ojos se duplicó.

—Suenas como si te estuvieras por ir —dije.

—Pronto. Tengo que volver a mis deberes en casa.

—Nunca me dijiste dónde está tu hogar.

Las líneas en torno a sus ojos se profundizaron.

—Lia —dijo con voz ronca. La música ralentizando, mi corazón


latiendo más rápido, y su mano deslizándose más abajo en mi espalda.
La ternura reemplazando la inquietud, y su rostro se hundió cerca del
mío—. Yo desearía…
Una mano cayó sobre su hombro sorprendiéndonos. La mano de
Rafe.

—No seas tozudo, hombre —dijo Rafe con alegría, pero con un
brillo travieso en los ojos—. Da a los demás compañeros la oportunidad.

Asombro desfiló por la cara de Kaden como si Rafe hubiera caído


del cielo. En un instante, su sorpresa fue reemplazada por el ceño
fruncido. Él miró de Rafe a mí, y me encogí de hombros para mostrarle
que era educada y bailaba con todo el mundo. Él asintió y se hizo a un
lado.

Rafe deslizó su brazo alrededor de mí y me explicó que llegaba


tarde porque alguien había cogido la ropa que había ordenado en la
casa de baños y se había alejado. Al final había tenido que hacer una
carrera loca a la buhardilla del granero con sólo una toalla para
cubrirlo. Finalmente encontró su ropa arrojada en el establo de Otto.
Contuve una risita, imaginándolo correr hasta el desván envuelto sólo
en una toalla.

—¿Kaden?

—¿Quién más?

Rafe me atrajo hacia sí, y sus dedos tocaron suavemente mi


espalda. Astillas calientes giraron en mi estómago. Teníamos sólo unos
segundos juntos antes de que la música cambiara a una canción
rápida. Pronto nos separamos por el rápido intercambio de parejas. El
ritmo era rápido, y me encontré riendo, las luces parpadeando y
arremolinándose junto a mi juicio, más uniéndose, Pauline, Berdi,
Gwyneth, el sacerdote, el herrador, la pequeña Simone sosteniendo la
mano de su padre, los extranjeros que no conocía, todo el mundo cantó,
ululó, entrando en el círculo central para mostrar algunos pasos de
fantasía, la cítara, viola y el zumbido del tambor en nuestras sienes.

Mi cara húmeda con la fiesta, finalmente tuvo que recuperar el


aliento y dar un paso atrás para mirar. Fue un giro rápido de color y
movimiento, Rafe bailando con Berdi, la costurera, colegialas, Kaden
tomando la mano de Pauline, Gwyneth con el curtidor, el molinero, un
círculo sin fin de celebración y agradecimiento. Sí, eso es lo que era, el
agradecimiento por este momento, independientemente de lo que el
mañana podría traer.

Las palabras que Rafe había dicho sonaban claras de nuevo.


Algunas cosas persisten… las cosas que importan. Las mismas
palabras de las que me había burlado sólo semanas atrás ahora me
llenaban de asombro. Esta noche era una de esas cosas que durarían,
lo que estaba presenciando justo ahora en este mismo momento —y vi a
un tiempo pasado, un tiempo incluso antes de eso, los Ancianos
bailando en esta misma calle, sin aliento, sintiendo la misma alegría
que estaba experimentando ahora. Los templos, los maravillosos
puentes, la grandeza no podían durar, pero algunas cosas sí. Noches
como esta. Continuaban y continuaban, sobreviviendo a la luna, porque
estaban hechas de algo más, algo tan silencioso como un latido del
corazón y como un barrido del viento. Para mí, esta noche iba a durar
para siempre.

Rafe me vio en la periferia de la multitud y se alejó también.


Caminamos por la plaza que estaba parpadeando con velas flotantes, la
música desvaneciéndose detrás de nosotros, y desaparecimos en las
oscuras sombras del bosque más allá, donde nadie, ni Kaden, Pauline,
o cualquier otra persona podría encontrarnos.
Capítulo 37
Traducido por Nanami27
Corregido por katiliz94

Me estiré en la cama, con las piernas deslizándose por las


sábanas frescas y sonreí de nuevo. Había medio dormido, medio
soñado, y medio revivido cada momento toda la noche —demasiadas
mitades para encajar en una noche.

Había un vínculo entre nosotros que no podía nombrar. Una


tristeza, un lamento, una caída corta, un pasado. Vi el anhelo en sus
ojos, no solo para mí, sino por algo más, una paz, una totalidad, y yo
quería dársela.

Me sumergí de nuevo en su ternura... su dedo trazando una línea


por mi hombro, deslizando mi correa libre para poder besar mi espalda,
sus labios apenas rozando a lo largo de mi kavah, todo mi cuerpo
hormigueando ante su toque, nuestros labios reuniéndose una y otra vez.

Desde el primer día, Lia, yo quise esto, te quise a ti.

Nuestros dedos se entrelazaron juntos, cayendo en una cama de


hojas, con la cabeza apoyada en su pecho, sintiendo el latido de su
corazón, su mano acariciando mi cabello.

Tomé una respiración profunda. Tenía que dormir un poco, pero


no podía dejar de revivirlo. No había pensado que podía ser así. Jamás.
Con nadie.

Habíamos hablado durante horas. Le encantaba pescar desde la


orilla del río, pero rara vez tenía tiempo. Dudó cuando le pregunté
acerca de sus padres, pero luego me dijo que habían muerto cuando él
era joven. No tenía a nadie más, lo que explicaba por qué no había
aprendido los Textos Sagrados. Había trabajado en una granja, en su
mayoría atendiendo a caballos y otros animales, pero también
ayudando con los campos. Sí, los melones eran una de las cosas que
crecían, tal como lo había imaginado. Odiaba la carne de paloma y se
alegró de que dejáramos la cena temprano ayer. Compartí mis historias
también, sobre todo acerca de las incursiones en las montañas o los
bosques con mis hermanos, que permanecieron sin nombre. Tuve la
precaución de dejar los detalles reales fuera. Él se sorprendió al saber
que favorecía a la esgrima sobre los pespuntes, los juegos de cartas en
la trastienda sobre las clases de música. Se comprometió a retarme a
un juego algún día.

Era tarde, cuando me acompañó de regreso. Pauline había dejado


la linterna afuera para mí. Nuestras palabras seguían y seguían
encadenándose, siempre una cosa más que decir para evitar la
despedida, una cosa más que necesitábamos compartir. Finalmente lo
besé por última vez y le dije buenas noches, pero cuando llegué a la
manija de la puerta, él me detuvo.

—Lia, hay una cosa más, algo más que necesito…

—Mañana, Rafe. Tenemos todo el día de mañana. Es tarde.

Él asintió con la cabeza, luego levantó mi mano a sus labios y se


fue.

Una noche perfecta... un perfecto para siempre.

Estuve en ese mundo de sueños medio despierta toda la noche,


hasta las horas tempranas de la mañana, cuando la primera tenue luz
entró de puntillas a lo largo del borde de la ventana, y mis sueños
finalmente dieron paso al sopor.
Capítulo 38
Traducido por Nessied
Corregido por Pily

—Lia.

Un empujón en mi hombro.

—Lia, despierta.

Otro codazo.

—¡Lia! Tienes que despertar.

Me desperté asustada, sentándome en posición vertical. Pauline


estaba sentada sobre el borde la cama. La habitación estaba brillando.
Había dormido toda la mañana.

—¿Qué pasa? —dije, protegiendo mis ojos de la luz. Y entonces


me di cuenta de la expresión de Pauline—. ¿Qué?

—Es Walther. Está detrás del depósito de hielo. Algo está mal.
Él…

Salí de la cama, atontada, revolviendo por mis pantalones, una


camisa, y algo para echarme encima. ¿Walther está detrás del depósito
de hielo? Mis manos estaban húmedas de sudor. La voz de Pauline era
aguda. Algo estaba mal. Tiré todo lo que se agrupaba en mis manos y
salí corriendo de la cabaña descalza y en camisón.

Vi a su tobiano primero, espumando y resoplado, como si hubiese


sido montado toda la noche.

—Lo llevaré al establo y lo limpiaré —llamé a Pauline, quien ya


corría detrás de mí. Rodeó la esquina al depósito de hielo y vi a Walther
sentado en el suelo, apoyado en una carretilla rota volcada que estaba
almacenada allí junto con las cajas no utilizadas y un revoltijo de otros
desechos.

—Lia —dijo cuando me vio.

Mi aliento quedó muerto contra mis mejillas. Tenía una herida en


la frente, peor aún, su expresión parecía enloquecida, era un hombre
salvaje fingiendo ser mi hermano.

—Walther, ¿qué pasa? —Me apresuré a su lado y caí de rodillas.


Coloqué mi mano en su frente, y me miró y me dijo “Lia” otra vez, como
si fuera la primera vez—. Walther estás herido. ¿Qué pasó?

Sus ojos estaban desolados.

—Tengo que hacer algo, Lia. Tengo que hacer algo.

Tomé su rostro entre mis manos, obligándolo a que me mirara.

—Walther, por favor —dije con firmeza—. Tienes que decirme lo


que está mal, así te puedo ayudar.

Me miró casi como un niño.

—Eres fuerte, Lia. Siempre fuiste la más fuerte entre nosotros.


Eso es lo que le preocupaba a madre.

No estaba diciendo nada que tuviera sentido. Su mirada estaba a


la deriva, y sus ojos estaban vidriosos y con los bordes en rojo.

—No hubo nada que pudiera hacer —dijo—. No con cualquiera de


ellos.

Agarré su camiseta y lo sacudí.

—¡Walther! ¿Qué pasó?

Me miró, con los labios agrietados, su pelo cayendo en su rostro


en hebras, aceitosas y sucias. Su voz era desapasionada.

—Ella está muerta. Greta murió.

Negué con la cabeza. Era imposible.


—Una flecha le atravesó la garganta. —Su mirada permanecía
ausente—. Ella me miró, Lia. Lo sabía. Sus ojos. No podía hablar. Solo
me miró, sabiéndolo, y luego cayó hacia adelante en mi regazo. Muerta.

Escuché como mi hermano relataba cada pedazo roto de su


sueño. Lo retuve, meciéndolo, y acurrucándome con él junto con la
miseria y el barro. Cuando vi a Pauline y a Berdi dando la vuelta hacia
el depósito de hielo, las envié lejos. Mi hermano, mi hermano el fornido
soldado lloraba en mis brazos. Se sentó a horcajadas entre una línea de
lágrimas y una creencia desapasionada y me contó todos los detalles,
incapaz de separar lo relevante de lo irrelevante. Su vestido era de color
azul. Ella se había recogido el pelo en una trenza en un círculo
alrededor de su cabeza esa mañana. El bebé se movía. Estaban en
camino hacia la casa de la tía de Greta. Era solo una hora de viaje
desde la casa solariega de sus padres. Su hermana y su familia estaban
en otro carro justo detrás de ellos. Iban a almorzar. Solo una hora,
repitió una y otra vez. Una hora. Y a la luz del día. Era de día. Estaban a
punto de cruzar el puente de Chetsworth a Briarglen cuando hubo un
tremendo rugido. Oyeron al conductor gritar, hubo un fuerte golpe, y
luego el carro dio una sacudida. Iba a mirar y ver lo que había sucedido
cuando escuchó otro sonido, golpe, golpe, golpe de flechas. Se volvió a
empujar hacia abajo a Greta, pero ya era demasiado tarde.

—Estaban allí para destruir el puente —dijo. Sus ojos estaban


muy abiertos, su voz se adormecía otra vez, como si hubiera repetido la
escena otra vez en su cabeza una y mil veces—. Lo atravesábamos
cuando se estaba hundiendo. El conductor les gritó, y ellos lo mataron.
Luego nos rociaron con flechas antes de que galoparan lejos.

—¿Quién, Walther? ¿Quién hizo esto?

—La llevé de vuelta a sus padres. Sabía que era a donde ella
quería ir. La llevé, Lia. La lavé. La envolví en una manta y la abracé. A
ella y al bebé. La sostuve durante dos días antes de que me hicieran
dársela.

—¿Quién hizo esto?

Me miró, sus ojos repentinamente se centraron de nuevo, su boca


retorciéndose con disgusto, como si no hubiera escuchado.

—Me tengo que ir.

—No —le susurré en voz baja tratando de calmarlo—. No.


Extendí la mano para empujarle el pelo a un lado y comprobar la
herida de su frente. No me había dicho cómo se la hizo. En su estado
enloquecido, es probablemente que ni siquiera supiera que estaba allí.

Empujó mi mano.

—Me tengo que ir.

Trató de levantarse, pero lo empujé contra la carcasa de la


carretilla.

—¿Adónde? No puedes irte a ningún lado como…

Me empujó, y me caí de espaldas.

—¡Me tengo que ir! —gritó—. Mi pelotón. Tengo que alcanzarlos.

Corrí tras él, rogándole que se detuviera. Tiré de él, rogándole que
esperase, por lo menos para lavarle las heridas, alimentarlo con algo,
limpiar su ropa empapada de sangre, pero no parecía oírme. Cogió las
riendas de su tobiano, sacándolo fuera de la granja. Le grité. Me aferré.
Traté de tirar de las riendas de él.

Se dio la vuelta, agarrando mis dos brazos, y me sacudió,


gritándome.

—¡Soy un soldado, Lia! ¡Ya no soy un esposo! ¡No soy un padre!


¡Soy un soldado!

La rabia lo había convertido en alguien a quien no conocía, pero


luego me llevó hacia su pecho y me abrazó, llorando en mi cabello.
Pensé que mis costillas se agrietarían bajo su abrazo, y luego se apartó
y dijo—: Me tengo que ir.

Y lo hizo.

Y sabía que no había nada que pudiera detenerlo.


Capítulo 39
Traducido por Sandra289
Corregido por key

Podía tomar años moldear un sueño. Se necesitaba sólo una


fracción de un segundo para que se hiciese añicos. Me senté en la mesa
de la cocina, sosteniendo un pedazo del sueño roto de Walther.
Gwyneth, Berdi, y Pauline se sentaron conmigo.

Ya les había dicho todo lo que sabía. Ellas trataron de


tranquilizarme de que Walther iba a estar bien, que él necesitaba
tiempo para apenarse, que necesitaba un montón de cosas que ni
siquiera podría oírle decir más. En un lugar de mi cabeza latían los
gritos de mi hermano. Una flecha recta a través de su garganta.

Sus voces eran suaves, tentativas, tranquilas, tratando de


ayudarme en esto. Pero, ¿cómo podría Walther alguna vez estar bien?
Greta estaba muerta. Ella cerró los ojos en su regazo. Walther no la dejó
como un soldado, la dejó como un hombre enloquecido. Él no se fue a
unirse a su pelotón, se fue para conseguir su venganza.

Gwyneth estiró el brazo y tocó mi mano.

—No es tu culpa, Lia —dijo, como si pudiera leer mis


pensamientos.

Saqué mi mano y salté de la silla.

—¡Por supuesto que es mi culpa! ¿De quién más sería? ¡Esas


manadas de hienas se están extendiendo ahora directas a Morrighan
porque ya no tienen miedo! Todo porque me negué a casarme con
alguien que no amaba. —Escupí la última palabra con cada pedacito de
repulsión que sentía.

—Nadie sabe con certeza si una alianza habría hecho algo para
detenerlos. —Berdi trató de razonar.
La miré, negando con la cabeza, pensando que la seguridad no
importaba en lo más mínimo ya. Las garantías ni siquiera eran parte de
mi universo en este momento. Me habría casado con el diablo mismo si
hubiera habido siquiera la más pequeña oportunidad de haber salvado
a Greta y el bebé. ¿Quién sería el siguiente?

—Es sólo una banda salvaje, Lia, no un ejército. Siempre las


hemos tenido. Y el ataque fue en una frontera remota —argumentó
Pauline.

Me acerqué a la chimenea y me quedé mirando la pequeña llama.


Ella estaba en lo cierto en el recuento. Pero esta vez era algo más. Podía
sentirlo. Era algo gris y sombrío deslizándose a través de mí. Me acordé
de la vacilación en la voz de Walther. Los expulsaremos. Siempre lo
hacemos. Pero no esta vez.

Se había estado preparando todo el tiempo. Sólo que no lo había


visto. Una alianza fundamental, mi madre lo había llamado. ¿Fue
sacrificar una hija la única manera de lograrlo? Tal vez fue cuando
tanta desconfianza había sido depositada durante siglos. Esta alianza
era la intención de ser más que un pedazo de papel que podría ser
quemado. Iba a ser una alianza hecha de carne y hueso.

Miré hacia la pequeña cofia de encaje blanco en mis manos que


había planeado darle a Walther y Greta. Toqué el encaje, recordando la
alegría que tenía al comprarlo. Greta estaba muerta. El bebé estaba
muerto. Walther era un hombre enloquecido.

La arrojé al fuego, escuché las silenciosas respiraciones a mi


alrededor, vi el encaje contraerse, rizarse, ennegrecerse, llameando,
convirtiéndose en cenizas. Como si nunca hubiera estado allí.

—Tengo que ir a lavar los platos. —Mis piernas todavía estaban


cubiertas de barro.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Pauline.

—No —le contesté, y cerré la puerta detrás de mí.


En el lejano lado de la muerte,

Más allá de la gran división donde el hambre come almas,

Sus lágrimas se incrementarán.

—Cantico de Venda
Capítulo 40
Traducido por Key
Corregido por katiliz94

Thunk.

Thunk.

Thunk.

Thunk.

Había estado en el prado durante dos horas, lanzando el cuchillo


una y otra vez. Era un pequeño poste, y rara vez no acertaba. Había
pisoteado la mostaza silvestre en un camino derecho yendo a recuperar
el cuchillo. Sólo había perdido unos pocos lanzamientos cuando había
permitido que mi mente divagara.

Thunk.

Thunk.

Y luego el zumbido, la grieta, el crujido de que ha perdido su


marca y desaparecido en la hierba detrás del poste. Las palabras de
Walther, la cara de Walther, la angustia de Walther no me dejaban.
Traté de arreglar todo en algo que tuviera sentido, pero no había
sentido, no cuando se trataba de un asesinato. Greta no era un
soldado. El bebé ni siquiera había tomado un primer aliento. Salvajes.
Fui a buscar mi cuchillo, perdido en algún lugar en la hierba.

—¿Lia?

Me volví. Era Kaden. Se bajó de su caballo. Sabía por su forma


que había oído algo, probablemente por susurros en la taberna.

—¿Cómo me has encontrado?


—No fue difícil.

El prado bordeaba la carretera que conducía fuera de la ciudad.


Supuse que estaba a la vista de cualquiera que pasase por ahí.

—Berdi dijo que Rafe y tú salisteis temprano esta mañana. Antes


de la salida del sol. —Escuché la planitud de mi voz. Sonaba como si
perteneciera a otra persona.

—No sé a dónde salió Rafe. Tuve algunos arreglos de los que


ocuparme.

—Los deberes de los que hablaste.

Él asintió con la cabeza.

Lo miré, con el viento soplando su cabello, un blanco bruñido de


oro en el brillante sol del mediodía. Sus ojos se posaron en mí, seguros
y constantes.

Besé su mejilla.

—Eres una buena persona, Kaden. Firme y fiel a tu deber.

—Lia, puedo…

—Vete, Kaden —dije—. Vete. Necesito tiempo para pensar en mis


propios deberes.

Me di la vuelta y caminé hacia atrás a través de la pradera, no


esperé a ver si me escuchó o no, pero oí su caballo trotar. Saqué mi
cuchillo de la hierba y lo tiré de nuevo.

Su vestido era de color azul. El bebé se estaba moviendo.

Tengo que hacer algo, Lia. Tengo que hacer algo.

Esta vez vi más que la cara de Walther. Más que a Greta.

Vi a Bryn. Vi a Regan.

Vi a Pauline.

Tengo que hacer algo.


Capítulo 41
Rafe

Traducido por Key


Corregido por katiliz94

Caía la noche cuando volví. No había comido en todo el día, y mi


cabeza estaba golpeando. Dirigí mi caballo al establo y lo desensillé,
sintiendo la quemadura del viento y el sol en mi piel de un largo día de
paseos. Estaba cansado, todavía tratando de ordenar el tiempo de todo.
¿Cómo podríamos sacar esto adelante? Pasé mis dedos por mi cabello.
No había planeado mi viaje bien, pero después de la tarde noche con
Lia, tenía poco para dormir.

—Tenemos que hablar.

Miré por encima del hombro. Estaba tan preocupado que no la


había oído entrar. Me levanté de mi silla de montar en el bastidor y la
miré.

—Lia…

—¿A dónde fuiste? —Sus hombros estaban rígidos, y su tono


brusco.

Di un paso vacilante hacia ella.

—Tuve algunos negocios de los que ocuparme. ¿Es eso un


problema?

—¿Un desempleado con negocios?

¿Qué le pasaba?

—Te dije que mi desempleo era temporal. Los materiales


necesitaban ser ordenados. —Tiré la silla del caballo todavía en mis
manos sobre la pared de la ducha y cerré el espacio entre nosotros. La
miré a los ojos, con ganas de besar cada pestaña negra, preguntándome
cómo me había pasado esto a mí. Levantó la mano y tiró de mi cara
hacia la suya, apretó los labios con fuerza contra los míos, luego sus
manos se deslizaron por mi cuello hasta mi pecho, y sus dedos se
clavaron en mi piel. No era deseo lo que escuché en su respiración, sino
si desesperación. Me aparté. La miré y me toqué el labio donde su beso
áspero había llenado mi carne.

—Algo está mal —dije.

—Me voy, Rafe. Mañana.

La miré fijamente, sin entender lo que estaba diciendo.

—¿Qué quieres decir con irte?

Se acercó a un fardo de heno en un establo vacío y se sentó,


mirando las vigas.

—Tengo que volver a casa —dijo—. Tengo una obligación que


tengo que cumplir.

¿Casa? ¿Ahora? Mi mente corrió.

—¿Qué tipo de obligación?

—Del tipo de permanente. No estaré de vuelta.

—¿Nunca?

Ella me miró, su expresión en blanco.

—Nunca —dijo finalmente—. No te he dicho todo lo relacionado


con mi familia, Rafe. He sido manipulada y engañada toda mi vida. No
voy a volver porque quiera, pero un hecho sigue… les he causado a ellos
y a otros mucho dolor a través de mis deslealtades. Si no vuelvo, puedo
causar mucho más. Tengo que volver a vivir de acuerdo con mi deber.

Su voz era rígida e insensible. Me froté la barbilla. Se veía tan


diferente. Una Lia diferente de la que había visto jamás. Manipulada y
engañada. Aparté la mirada y sentí mis ojos lanzándose hacia atrás y
adelante, sin poder enfocarse. Traté de ordenar todo a través de lo que
ella había dicho y volver a calcular mis propios planes frustrados al
mismo tiempo. Miré de nuevo hacia ella.
—¿Y tu familia te dará esta oportunidad?

—No lo sé. Pero tengo que intentarlo.

Mañana. Había pensado que tenía más tiempo. Era demasiado


pronto. Los planes…

—¿Rafe?

—Espera —le dije—. Déjame pensar. Tengo que resolver esto.

—No hay nada que resolver.

—¿Tiene que ser mañana? ¿No puede esperar unos días más?

—No. No puede esperar.

Ella estaba muy quieta. ¿Qué había ocurrido durante mi


ausencia? Pero era obvio que tomó su decisión final.

—Entiendo de deber, Lia —dije, tratando de ganar tiempo y


pensar en esto—. El deber es importante. —Y la lealtad. Tragué saliva,
mi garganta seca con el polvo del camino—. ¿Cuándo vas a salir
mañana? —pregunté.

—Por la mañana. Temprano.

Asentí con la cabeza, incluso mientras mi mente daba vueltas.


Eso me daba muy poco tiempo. Pero una cosa sabía con certeza, no
podía dejarla ir de nuevo a Civica.
Capítulo 42
Traducido por Nanami27
Corregido por Pily

No había mucho que empacar. Todo lo que tenía cabría en una


alforja de doble cara con espacio de sobra. No traía la ropa nueva que
había comprado. Dejaría esas aquí para Pauline, ya que no las podía
usar en Civica de todos modos. También llevaría algo de comida, pero
esta vez me estaría quedando en hostales a lo largo del camino. Esa era
una de las concesiones que había hecho cuando Pauline me arrojó
airadamente a la cara la bolsa de joyas que le había dado. Habíamos
discutido durante toda la tarde. Hubo palabras con Berdi también, pero
finalmente aceptó que tenía que irme. En cuanto a Gwyneth, creo que lo
sabía desde el principio, incluso antes que yo.

Pero Pauline se había vuelto feroz, de una manera que nunca


había visto. Finalmente se fue pisoteando a la taberna cuando tiré mi
bolsa del armario. No podía decirle que el suyo había sido uno de los
rostros que había visto en el prado. Un rostro como el de Greta, con los
ojos abiertos pero sin ver, otra de las víctimas, si no hacía algo.

Tanto si la alianza terminaba siendo eficaz o no, no podía correr el


riesgo de que incluso una persona más que amaba fuera destruida si
podía haber sido capaz de impedirlo. Miré alrededor de la pequeña casa
de campo para ver si me había olvidado algo y vi mi guirnalda de flores
de lavanda colgando del poste de la cama. No podía llevarla conmigo.
Las flores secas solo serían aplastadas en la alforja. La levanté desde la
pata de la cama y la acerqué a mi rostro, oliendo el desvaneciente
aroma. Rafe.

Cerré los ojos, tratando de sofocar el picor. A pesar de que no


había nada que él pudiera decir o hacer para hacerme cambiar de idea,
había pensado que al menos iba a tratar de convencerme de ello. Más
que tratar, demandar. Quería que me hablara al respecto, que me diera
un centenar de razones por las que debería quedarme. No me había
dado ni siquiera una. ¿Era tan fácil dejarme ir?
Entiendo sobre el deber.

Sequé las lágrimas rodando por mis mejillas.

Tal vez lo había visto en mi rostro. Tal vez había oído la voluntad
de mi voz. Tal vez había estado tratando de hacer que fuera más fácil
para mí. Tomé una respiración lenta y profunda.

Tal vez me estaba poniendo excusas por él.

Lia, tengo que ocuparme de algo temprano, pero a media mañana


te veré en la cisterna azul para un último adiós. No debes estar más lejos
que eso para ese entonces. Prométeme que me encontrarás allí.

¿Qué bien haría un último adiós? ¿Acaso no solo prolongaría el


dolor? Tendría que haberle dicho que no, pero no podía hacer eso. Vi la
angustia en su rostro, como si estuviera luchando contra algo grande y
cruel. Mi noticia lo había sacudido. Tal vez eso era todo lo que
necesitaba, alguna señal de que no quería que me fuera.

Él me había tirado a sus brazos y besado suavemente,


dulcemente, como la primera vez que me había besado, lleno de
remordimientos como lo había estado esa noche.

—Lia —susurró—. Lia. —Y oí las palabras te amo, incluso si él no


las dijo.
Capítulo 43
Traducido por Sandra289
Corregido por Pily

Abracé a Berdi. Besé su mejilla. La abracé de nuevo. Ya me había


despedido anoche, pero Berdi y Gwyneth estaban en el porche de la
taberna de nuevo esta mañana con suficiente comida metida en sacos
de arpillera para alimentar a dos.

Rafe y Kaden se habían ido antes de que yo estuviera en pie. Me


dio pena que no hubiese, por lo menos, llegado a decir adiós a Kaden,
pues sabía que vería a Rafe después en el depósito. ¿Qué era todo este
asunto que de repente tenía que atender? Tal vez hoy era el día en que
todo el mundo tenía que hacer honor a las vidas pasadas y deberes.
Pauline y yo habíamos tenido más palabras antes de ir a la cama, y ella
estaba fuera de la casa incluso antes que yo esta mañana. No había
habido despedidas entre nosotras.

Abracé a Gwyneth.

—Cuidarás de Pauline, ¿verdad?

—Por supuesto —susurró.

—Cuida tu boca, ahora, ¿me oyes? —agregó Berdi—. Por lo menos


hasta que llegues allí. Y luego les das un rapapolvo.

Existía la posibilidad real de que no me sería dada la oportunidad


de decir nada. Todavía era una desertora. Una traidora. Pero,
ciertamente, incluso el gabinete de mi padre podría ver la ventaja en
este punto de dejar mis transgresiones a un lado y al menos dejarme
probar volver a ganarme la buena voluntad de Dalbreck.

Sonreí.

—Un rapapolvo —le prometí.


Levanté los dos sacos y me pregunté cómo iba Otto a cargar todo
esto.

—¿Lista?

Me di la vuelta.

Pauline estaba vestida con su ropa de montar con Nove y Dieci


clavados y en el remolque.

—No —le dije—. No vienes conmigo.

—¿Es una orden real? ¿Qué vas a hacer? ¿Decapitarme si te sigo?


¿Tan rápido has vuelto a ser Su Alteza Real?

Miré a los dos sacos de comida en las manos y luego entrecerré


los ojos a Berdi y Gwyneth. Ellas se encogieron de hombros.

Negué con la cabeza. No podía discutir más con Pauline.

—Vámonos.

Salimos igual que habíamos llegado, en nuestras viejas ropas de


montar, con tres burros cargándonos a dónde teníamos que ir. Pero no
todo era lo mismo. Ahora éramos diferentes.

Detrás de nosotros, Terravin seguía siendo una joya. No idílico.


No perfecto. Pero perfecto para mí. Perfecto para nosotras. Me detuve en
la cima de la colina y miré hacia atrás, solo pequeños destellos de la
bahía aún visibles entre los árboles. Terravin. Entendía los
monumentos ahora. Algunos fueron construidos de piedra y sudor, y
otros fueron construidos de sueños, pero estos estaban hechos de cosas
que no querías olvidar.

—¿Lia? —Pauline detuvo a Nove y estaba mirando hacía atrás por


mí.

Le di un codazo a Otto, y la alcanzamos. Tenía que moverme a


una nueva esperanza ahora. Una hecha de carne y hueso y promesas.
Una alianza. Y si podía exigir la venganza que vi en los ojos de Walther,
tanto mejor.
—¿Cómo te sientes? —pregunté a Pauline.

Me miró de reojo, un giro de ojos añadido en una buena medida.

—Estoy bien, Lia. Si fui capaz de montar todo el camino a una


velocidad vertiginosa en un Ravian, soy ciertamente capaz de
deambular a paso de tortuga en Nove. Mi mayor reto ahora mismo es
este pantalón de montar. Se está volviendo un poco apretado. —Tiró de
la cinturilla.

—Nos encargaremos de eso en Luiseveque —dije.

—Tal vez podamos encontrarnos con esos comerciantes


clandestinos de nuevo —dijo con picardía.

Sonreí. Sabía que estaba tratando de levantarme el ánimo.

La carretera estaba ocupada. Estábamos apenas fuera de la vista


de una persona u otra. Los pequeños pelotones de una docena o incluso
menos soldados nos pasaron tres veces. También había frecuentes
pasajeros transitorios regresando a sus casas lejanas después de la
fiesta, a veces en grupos, a veces solos. Los grupos en la carretera eran
un poco de consuelo. La advertencia de Gwyneth sobre un asesino tenía
más peso ahora, aunque todavía sería imposible de identificar. Después
de semanas al sol, y mucho tiempo con mis manos en un fregadero de
la cocina, más que nunca me veía como una sirvienta del país. Sobre
todo montada en un burro con pelo de mopa. Sin embargo, mantuve mi
jubón vagamente atado para que pudiera deslizar mi mano fácilmente
debajo de ella para llegar a mi cuchillo si lo necesitaba.

No tenía ni idea de donde podría estar el pelotón de Walther


cuando dijo que tenía que alcanzarlos. Tenía la esperanza de que
todavía estuvieran en Civica y no estacionados en algún puesto
fronterizo. Tal vez junto con Bryn y Regan podríamos hacerle entrar en
razón, si llegábamos a tiempo. Walther no estaba en sus cabales
cuando se fue montando a cualquier lugar. Yo también quería vengar la
muerte de Greta, pero no a costa de perderlo. Por supuesto, estaba
suponiendo de nuevo que tendría permitido hablar con alguien en
absoluto. No estaba segura de lo que me esperaba de vuelta en Civica.

El depósito estaba todavía al menos a una hora de distancia. Me


acordé de la primera vez que lo vi, pensando que parecía una corona en
la parte superior de la colina. Para mí había sido un marcador desde un
principio, ahora marcaría el final, el último lugar en el que me
encontraría con Rafe.

Traté de no pensar en él. Mi coraje y determinación fracasaron


cuando lo hice, pero fue imposible evitar mis pensamientos. Sabía que
tenía que decirle la verdad acerca de mí misma, por qué tenía que decir
adiós a Terravin y a él. Le debía mucho. Tal vez en algún nivel, ya me
entendía. Tal vez por eso no trató de disuadirme en ello. Entiendo sobre
el deber. Me hubiera gustado que no lo hiciera.

—¿Agua? —Pauline tendió una cantimplora hacia mí. Sus mejillas


estaban de color rosa con el calor. Como anhelaba la brisa fresca de la
bahía.

Tomé la cantimplora y bebí un trago, entonces eché un poco en


mi camisa para refrescarme. Todavía era temprano, pero el calor en el
camino ya era desalentador. La ropa de equitación era sofocante, pero
al menos ofrecía algo de protección contra el sol. Bajé la vista hacia una
de las muchas rasgaduras deshilachadas en mis pantalones, el tejido
pelado exponiendo mi rodilla, y me eché a reír, a reír con tanta fuerza
que apenas podía recobrar el aliento. Mis ojos se humedecieron con
lágrimas.

—¡Míranos! ¿Te imaginas? —dijo Pauline mirándome sorprendida.

Mi risa permaneció, y ella soltó un bufido y rió también.

—Puede que todo valga la pena —dijo—, solo por ver caer la
mandíbula de todos.

Oh, las mandíbulas sin duda caerían. Especialmente la del


Canciller y el Erudito.

Nuestras risas se calmaron poco a poco, como si algo dañara con


puño apretado, desenredándose, y en cuestión de segundos, parecía
que todo el mundo se había quedado en silencio con nosotras.

Escucha.

Me di cuenta de que la carretera estaba vacía, por una vez, no


había nadie por delante, y cuando miré hacia atrás, tampoco había
nadie detrás de nosotras. No podía ver a lo lejos. Estábamos en una
cuenca entre colinas. Tal vez eso explicaba el silencio espinoso que de
repente nos rodeaba.
Escuché con atención el andar con paso pesado de los cascos
sobre la tierra. La grieta y tintineo de tachuela. El silencio.

—Espera —dije, poniendo mi mano para parar a Pauline, y luego


susurrar—: espera.

Me senté allí callada, mi sangre corriendo en mis oídos, y ladeé la


cabeza hacia un lado. Escucha. Pauline no pronunció una palabra,
esperando que yo dijera algo. El diente saliente de Dieci balbuceando
detrás nuestro, y tomé una respiración profunda, sacudiendo la cabeza.

—No fue nada, supongo. Yo…

Y entonces lo vi.

Había una figura en un caballo a la sombra de los robles a menos


de veinte pasos de la carretera. Dejé de respirar. El sol estaba en mis
ojos, por lo que solo cuando salió de las sombras pude ver quién era.
Dejé escapar un suspiro de alivio.

—Kaden —llamé—. ¿Qué estás haciendo aquí? —Tiramos


nuestros burros de la carretera para reunirnos con él.

Trajo su caballo cerca, tranquilamente, hasta que estuvo solo a


un brazo de distancia de mí. Otto tironeó de las riendas y pataleó,
nervioso ante el caballo elevándose tan cerca de él. Kaden se veía
diferente, más alto y más rígido en la silla.

—No puedo dejarte ir, Lia —dijo.

¿Hizo todo el camino hasta aquí para decirme eso? Suspiré.

—Kaden, sé…

Extendió la mano y agarró mis riendas.

—¡Bajaos de los asnos!

Lo miré, confundida y molesta. Pauline miraba de él a mí, la


misma confusión en sus ojos. Extendí la mano para arrebatarle mis
riendas. Tendría que aceptar…

—¡Bedage! ¡Ges mi nay Akuro fasum! —Gritó, no a mí, sino hacia


los matorrales del bosque por el que había venido. Surgieron varios
jinetes.
Miré boquiabierta a Kaden. ¿Bedage? La incredulidad me dejó
inmóvil por un febril segundo y entonces la verdad me apuñaló con el
horror. Tiré de las riendas que él todavía aferraba en sus manos, la
furia estallando a través de mí, y grité a Pauline que corriera. Fue un
caos cuando un caballo golpeó al burro y Kaden agarró mis brazos. Me
aparté y me caí de Otto. Nuestra única posibilidad de escapar estaba
corriendo a pie y escondiéndose en la espesura del matorral —si
pudiéramos llegar tan lejos.

Ni siquiera tuvimos tiempo de movernos antes de que los otros


jinetes estuvieran sobre nosotros. Uno de ellos le arrebató a Pauline a
Nove. Ella gritó, y otro brazo me agarró. El silencio explotó en una bola
de fuego de ruido tanto de hombres como de animales. Una musculosa
mano me agarró del pelo, y me caí al suelo. Me di la vuelta y vi a
Pauline morder un brazo que la sostenía y escapar con el hombre en
sus talones. No recuerdo agarrarlo pero mi cuchillo estaba apretado en
mi puño y lo lancé, la hoja golpeó a su perseguidor sólidamente en el
hombro. Él gritó, cayendo de rodillas y rugiendo cuando sacó el
cuchillo. La sangre brotaba de la herida. Kaden atrapó a Pauline,
apoderándose de ella por la espalda, y dos brazos gruesos se cerraron
sobre mí al mismo tiempo. El herido continuó maldiciendo ya rugiendo
en un idioma que sabía que solo podía ser de Vendan.

Miré fijamente a Kaden.

—No deberías haber hecho eso, Lia —dijo—. No quieres conseguir


el lado malo de Finch.

Lo miré.

—Vete al infierno, Kaden. Vete directamente al infierno.

Inquebrantable, nunca parpadeó, su firmeza ahora transformada


en algo terriblemente independiente. Cambió su atención de mí a un
hombre cerca de él.

—Malich, esa tendrá que viajar contigo. No había contado con


ella.

El llamado Malich dio un paso adelante con una sonrisa lasciva y


agarró a Pauline más o menos por la muñeca, tomándola de Kaden.

—Con mucho gusto.


—¡No! —Grité—. Ella no tiene nada que ver con esto. ¡Déjala ir!

—No puedo hacer eso —respondió con calma Kaden, entregándole


a Finch un trapo sucio para meter debajo de la ropa para la herida—.
Una vez que estemos en medio de la nada, dejaremos que se vaya.

Malich arrastró a Pauline hacia su caballo mientras ella lo


arañaba y pateaba.

—¡Kaden, no! ¡Por favor! —Grité—. Por el amor de los dioses, ¡está
llevando a un niño!

Kaden se detuvo a medio paso.

—Espera —dijo a Malich. Me estudió para ver si era una


estratagema.

Se volvió a Pauline.

—¿Eso es cierto?

Las lágrimas corrían por el rostro de Pauline, y asintió con la


cabeza.

Él frunció el ceño.

—Otra viuda con un bebé —dijo en voz baja. Me miró de nuevo—.


Si la dejo ir, ¿vendrás todo el camino sin luchar?

—Sí —le respondí rápidamente, tal vez demasiado rápido.

Sus ojos se estrecharon.

—¿Tengo tu palabra?

Asentí.

—Kez mika ren —dijo.

El brazo que me apretaba con tanta fuerza me liberó, y me


tambaleé hacia delante, sin darme cuenta apenas de mis pies tocando
el suelo. Todos me miraron para ver si era fiel a mi palabra. Me quedé
inmóvil, tratando de recuperar el aliento.

—Lia, no —gritó Pauline.


Negué con la cabeza y puse mis dedos en los labios, besándolos,
apenas levantándolos en al aire.

—Por favor, Pauline. Confía en los dioses. Shh. Todo estará bien.
—Sus ojos estaban salvajes con miedo, pero asintió con la cabeza de
nuevo a mí.

Kaden se acercó a Pauline mientras Malich la abrazaba.

—Voy tomar los burros adentrados en los matorrales y atarlos a


un árbol. Tú te quedarás allí con ellos hasta que el sol se hunda detrás
de las colinas opuestas. Si abandonas un minuto antes que eso,
morirás. Si envías a alguien detrás de nosotros, Lia morirá. ¿Me
entiendes, Pauline?

—Kaden, no puedes…

Se inclinó más cerca, sosteniendo su barbilla con la mano.

—¿Entiendes, Pauline?

—Sí —susurró.

—Bien.

Agarró las riendas de su caballo, gritando instrucciones a un


piloto más pequeño al que no había prestado atención. Era solo un
niño. Tomaron la alforja de Otto y la sujetaron a otro caballo, junto con
mi cantimplora. Kaden recuperó mi cuchillo, que Finch había tirado al
suelo, y lo metió en su propia bolsa.

—¿Por qué no puedo simplemente matarla ahora? —preguntó el


muchacho.

—¡Eben! ¡Twaz enar boche! —gritó el hombre corpulento con


cicatrices.

Hubo una ráfaga de lenguaje caluroso, supuse sobre cuándo y


dónde matarme, pero incluso mientras hablaban, se movían
rápidamente, conduciéndonos a nosotras y a los burros a la cubierta de
los matorrales. Finch me miró, sosteniendo su herida y murmurando
maldiciones en un Morrighese roto por lo que tuve suerte de que solo
fuese una herida superficial.
—Mi puntería es pobre —le dije—. Apunté a tu negro corazón,
pero no te preocupes, el veneno en el que bañé la hoja debería hacer
efecto pronto y darte una muerte muy lenta y dolorosa.

Sus ojos brillaron a lo ancho, y se abalanzó sobre mí, pero Kaden


lo empujó hacia atrás y gritó algo en Vendan, luego se volvió hacia mí,
más o menos tirando de mi brazo y tirando de mí cerca.

—No te cebes con ellos, Lia —susurró entre dientes apretados—.


Todos quieren matarte ahora mismo, y llevaría poco tiempo el que lo
hicieran.

A pesar de que no sabía su lengua, había cogido ese mensaje sin


su traducción.

Caminamos más profundamente en los arbustos, densos de


robles y plantas, y cuando el camino ya no se podía ver más, ataron los
burros a los árboles. Kaden repitió sus instrucciones a Pauline.

Me indicó el caballo que iba a montar.

Me volví a Pauline, sus pestañas mojadas y la cara manchada de


tierra.

—Recuerda, amiga cuenta pasar el tiempo, como lo hicimos en


nuestro camino aquí.

Asintió, y me besó en la mejilla.

Kaden me miró con suspicacia.

—Levántate.

Mi caballo era enorme, casi tan grande como su bestia. Me dio


una mano, pero contuvo las riendas.

—Te arrepentirás si rompes tu palabra hacia mí.

Lo miré.

—¿Un astuto mentiroso que confía en la palabra de otro?


Supongo que debería apreciar la colosal ironía. —Sostuve mi mano
hacia las riendas—. Pero te di mi palabra, y la mantendré.

Por ahora.
Me entregó las riendas, y me volví a seguir a los demás.

Pauline y yo habíamos llevado nuestros Ravians en lo que parecía


una velocidad vertiginosa, pero estas bestias negras volaron como
demonios alados perseguidas por el diablo. No me atreví a girarme a un
lado u otro, o habría volado de la silla y acabaría siendo pisoteada por el
caballo de Kaden detrás de mí. Cuando los arbustos retrocedieron, el
matorral retrocedió, montamos en grupo, Kaden a un lado mío, el chico
Eben al otro. Solo salvajes entrenarían a un niño para matar.

Traté de contar, tal como había instruido a Pauline hacer, pero


pronto los números eran imposibles de mantener en mi cabeza. Solo
sabía que teníamos millas, millas y millas, y el sol estaba alto en el
cielo. Pauline y yo sabíamos que un recuento de doscientos era una
milla cubierta, al menos en nuestros Ravians. Ella sabría cuando los
bárbaros estarían demasiado lejos para atraparla otra vez. No tenía que
esperar hasta que el sol se pusiera detrás de las colinas. Dentro de una
hora, estaría corriendo de nuevo a Terravin tan rápido como nuestros
lentos burros la llevaran. Poco después de eso, estaría a salvo y fuera
del alcance de los bárbaros y luego el valor de mi palabra expiraría. Pero
todavía no. Todavía era demasiado pronto para tener una oportunidad,
si era incluso capaz de encontrar una.

No había huellas aquí, así que traté de memorizar el paisaje.


Montamos por el desierto, a lo largo de los arroyos secos, a través de
andrajosas colinas, a través de un escaso bosque, y a través de la
pradera plana. Noté la posición de las montañas, sus formas
individuales, las crestas de alta madera, cualquier cosa que pudiera
ayudarme a encontrar mi camino de regreso. Mis mejillas ardían con el
viento y el sol, y mis dedos dolían. ¿Por cuánto tiempo podríamos
montar a este ritmo?

—¡Sende Akki! —llamó Kaden finalmente, y todos ellos se echaron


hacia atrás, frenando su ritmo.

Mi corazón se aceleró. Si me iban a matar, ¿por qué me traían


todo el camino hasta aquí para hacerlo? Tal vez esta era mi última
oportunidad. ¿Podía correr más rápido que otros cuatro caballos?

Kaden trajo su caballo cerca del mío.

—Dame tus manos —dijo.

Lo miré con incertidumbre y luego a los demás.


—Puedo conseguir joyas —dije—. Y más dinero del que cualquiera
de vosotros podría gastar en la vida. Dejadme ir y…

Todos se echaron a reír.

—Todo el dinero de los dos reinos no vale lo que el Komizar hace a


los traidores —dijo Malich.

—El oro no significa nada para nosotros —dijo Kaden—. Ahora


dame tus manos.

Se las ofrecí, y enrolló una cuerda a su alrededor. Tiró de los


extremos para asegurarse de que estaba apretada, y me hizo una
mueca. Finch miró y soltó un ladrido de aprobación.

—Ahora inclínate ante mí.

Mi corazón latía tan furioso que no podía respirar.

—Kaden…

—Lia, inclínate hacia adelante.

Me miré las manos atadas. ¿Podría incluso montar un caballo


como éste? Mis pies temblaron en los estribos, listos para patear los
lados de mi caballo y correr por los árboles en la distancia.

—Ni siquiera lo consideres —dijo Kaden. Sus ojos eran


mortalmente fríos, nunca apartando la mirada de la mía, pero de
alguna manera sabía de mis pies tensos en mis estribos.

Me incliné hacia él como instruyó. Alzó una capucha negra hacia


mi cabeza.

—¡No!

Me retire, pero sentí una mano en mi espalda que me empujaba


hacia adelante. La capucha estaba sobre mi cabeza, y el mundo se
volvió negro.

—Es solo por un par de millas —dijo Kaden—. Hay senderos por
delante que es mejor que no veas.

—¿Esperas que monte así? —Oí el pánico en mi voz.


Sentí la mano de Kaden tocar las dos mías amarradas.

—Respira, Lia. Guiaré tu caballo. No trates de moverte hacia la


izquierda o hacia la derecha. —Hizo una pausa y luego apartó la mano,
y añadió—: del estrecho sendero. Un paso en falso, y tanto tú como tu
caballo moriréis. Haz lo que diga.

Mi respiración era caliente debajo de la capucha. Pensé que me


asfixiaría mucho antes de que el camino acabara, pero respiré. A
medida que avanzábamos hacia adelante, no me moví a la izquierda o la
derecha y me obligué a una respiración lenta y caliente después de otra.
No iba a morir de esta manera.

Oí rocas derrumbándose por los acantilados, sus ecos


continuando para siempre. Parecía que no había base para cualquier
abismo que bordeábamos, y con cada paso, me prometí que si alguna
vez encontraba el final del camino y estuviera sin máscara y sin atar,
nunca perdería una oportunidad de nuevo; si iba a morir, sería cuando
pudiera ver claramente a Kaden mientras empujaba un cuchillo entre
las fraudulentas costillas de Vendan.
Capítulo 44
Rafe

Traducido por Nessied


Corregido por Key

—Al parecer lo ha hecho de nuevo. Parece que su palomita ha


volado sin usted.

—No. —Me quedé mirando hacia la carretera, el sudor corría por


mi espalda—. Ella me prometió que vendría. Estará aquí.

—Ella ha hecho promesas antes y lo encontró bastante fácil para


romperlas.

Miré a Sven.

—Cállate. Solo. Cállate.

Estuvimos esperando por más de una hora. El sol estaba alto por
encima de nosotros. Nuestros planes fueron rápidamente aplastados,
pero me aseguré de que llegaremos allí antes de la media mañana y así
no perderla. Ella no podría haber llegado más allá de mí en la
carretera… a menos que se hubiese marchado antes de lo planeado. ¿O
tal vez no dejo todavía Terravin en absoluto? ¿Tal vez algo la había
retrasado? La carretera estaba ocupada con los viajeros, incluso por los
escuadrones de soldados. Era seguro para viajar. Ningún bandido se
atrevería a ejercer su oficio allí. Cada vez que algún viajero llegaba
desde la colina, me subía más en mi silla para ver, pero ninguno de
ellos era Lia.

—¿Cállate? ¿Eso es lo mejor que puede hacer?

Me di la vuelta para mirar a Sven, sentado allí, engreído e


imperturbable en su silla de montar.
—Lo que me gustaría hacer es romperte la mandíbula, pero no
puedo golpear a ancianos ni a enfermos.

Sven se aclaró la garganta.

—Ahora, eso sí es un golpe bajo. Incluso para usted. Realmente


quiere cuidar a esa chica.

Aparté la vista, mirando el punto donde la carretera desaparecía


sobre la colina. Giré mi vista hacía él.

—¿Dónde están los demás? —Exigí—. ¿Por qué todavía no están


aquí? —Sabía que estaba siendo un poco engreído, pero la espera me
estaba cansando.

—Los caballos no tienen alas, mi príncipe. Se reunirán con


nosotros más allá en la carretera, siempre y cuando lleguemos allí. Los
mensajes solo viajan rápido, si son enviados con urgencia.

Había pensado que tenía más tiempo. Más tiempo para darle la
noticia a ella, para convencerla, más tiempo para que la escolta llegara.
Quería que la llevasen a Dalbreck, donde estaría a salvo de los
cazadores de recompensas y de su padre asesino.

Sabía que no sería fácil convencerla de que dejase Terravin. Más


imposible que posible. Iba a ser difícil para mí dejarla. Pero luego de la
noche anterior todo lo que había planeado se había levantado como
humo. Ella se centró en volver a Civica, él último lugar al cual debía ir.
Iba a tratar de convencerla de que no fuera ahí, pero si no podía, quería
un lugar suficientemente sustancial para protegerla cuando cabalgara
por las puertas de Civica.

Por supuesto, iba a necesitar protección para ella una vez que le
dijese quién era yo. Había tenido miedo de decirle la verdad. La había
manipulado. La había mentido. La había engañado. Todas las cosas que
ella había dicho que eran imperdonables. Si ella volvía para completar
la alianza, yo sabía que no iba a casarse conmigo —se iba a casar con
un hombre al que nunca le tendría ni una pizca de consideración. Yo
aún era ese hombre. Y no podía deshacer lo que ya había hecho. Había
permitido que mi padre organizara un matrimonio para mí. Papi. El
desprecio amargo en su voz todavía estaba fresco en mi mente.
Volviendo mí estomago amargo.

—Lo he arruinado, Sven.


Él negó con la cabeza.

—No. No usted, muchacho. Dos reinos lo hicieron. El amor


siempre es una cuestión confusa y es mejor dejarla para los corazones
jóvenes. No existen reglas a seguir. Es por eso que yo prefiero ser
soldado. Puedo entenderlo mejor.

Pero si había reglas. Al menos, así lo creía Lia, y yo había roto la


más importante con mi engaño.

Si no puedes confiar en el amor, no puedes confiar en nada. Hay


cosas que no pueden ser perdonadas.

Podía argumentar que ella estaba viviendo en una mentira, pero


sabía que no sería lo mismo. Ella era una posada ahora. Eso era todo lo
que ella quería ser. Estaba tratando de construir una nueva vida. Yo
solo estaba usando mi identidad falsa durante un corto tiempo para
conseguir lo que quería. No habría sabido antes de venir aquí que lo
que necesitaba sería Lia.

Otro caminante llegó desde la colina. Una vez más, no era ella.

—¿Tal vez ya es hora de irse? —Sugirió Sven—. Ella


probablemente ya esté a la mitad del camino hacía Civica ahora, y
parece que es más que capaz de cuidarse por sí misma.

Negué con la cabeza. Algo estaba mal. Ella tenía que estar aquí.
Saqué mi caballo hacía la izquierda.

—Voy a ir a Terravin a encontrarla. Si no regreso antes del


anochecer, ven a buscarme junto con los otros. —Cavé en mis talones y
me dirigí hacia la carretera.
Capítulo 45
Traducido por Sandra289
Corregido por Key

El paisaje era estéril y caliente. Me habían tapado los ojos en dos


segmentos más del viaje. Cada vez que me ponían la capucha en la
cabeza, un nuevo mundo parecía que se extendía ante mí. Al que nos
enfrentábamos ahora estaba seco e implacable. Debido al intenso calor,
ellos desaceleraban por primera vez y eran capaces de conversar entre
sí, a pesar de que sólo hablaban en su propia lengua.

Era una hora después de la hora que iba a encontrarme con Rafe.
Había tantas cosas que había querido decirle. Cosas que necesitaba
decir que él nunca sabría ahora. Él estaba probablemente ya en su
camino a su granja, creyendo que había roto mi promesa de reunirme
con él.

Miré las bajas montañas brumosas en la distancia, y luego volví a


mirar hacia atrás, pero sólo vi más de lo mismo detrás de mí. ¿Qué tan
cerca de Terravin estaba Pauline ahora?

Kaden me vio evaluar el duro panorama.

—Estás callada —dijo.

—¿En serio? Perdóna. ¿De qué vamos a hablar? ¿El clima?

No respondió. No lo esperaba, pero me lo quedé mirando largo y


tendido. Sabía que él sentía mi mirada furiosa, aunque él fijó su mirada
hacia el frente.

—¿Necesitas un poco de agua? —preguntó, sin mirarme.

Quería desesperadamente un trago, pero no quería tomar nada de


él. Me volví hacia Eben montando en mi otro lado.
—Chico, ¿puedo tener mi cantimplora? —La última vez que me
desataron las manos y me quitaron la capucha, abalancé la cantimplora
a la cabeza de Kaden, por lo que me la confiscaron. Eben miró a Kaden,
esperando que él decida. Kaden asintió.

Tomé un trago profundo y luego otro. A juzgar por este paisaje,


sabía que no me atrevía a perderme el empaparme la camisa.

—¿Estamos todavía en Morrighan? —pregunté.

Kaden sonrió a medias, medio gruñó.

—¿No conoces las fronteras de tu propio país? Muy de la realeza.

Mi cautela se rompió. Fue el peor momento posible para hacer


una carrera por eso, pero pateé mis talones en los costados de mi
caballo, y volé sobre la arena compacta. El galope de los cascos fue tan
veloz y constante, que sonaba como un centenar de tambores golpeando
en un latido continuo.

No podía escapar, no había ningún lugar para ir en esta vasta


cuenca vacía. Si mantenía ese ritmo por mucho tiempo, el implacable
calor mataría a mi caballo. Tiré de las riendas y le di plomo para que
pudiera recuperar el aliento y el ritmo. Froté la mano en su melena y
serví un poco de agua preciosa sobre el hocico tratando de ayudarle a
enfriar.

Miré hacia atrás, esperando que estuvieran sobre mí, pero ellos
sólo avanzaban adelante pausadamente y con aire de suficiencia. No
iban a arriesgar sus propios caballos cuando sabían que estaba
atrapada en este páramo dejado de la mano de Dios.

Por ahora.

Eso se convirtió en mi invocación silenciosa.

Cuando me alcanzaron, Kaden y yo intercambiamos una mirada


severa, pero no más palabras fueron pronunciadas.

El viaje fue interminable. El sol desapareció detrás de nosotros.


Mi trasero dolía. Mi cuello pellizcaba. Mi ropa irritaba. Mis mejillas
ardían. Supuse que habíamos viajado un centenar de kilómetros.
La neblina finalmente dio paso a un naranja brillante cuando la
salida del sol puso el cielo en llamas. Justo enfrente había un
gigantesco afloramiento de rocas tan grandes como una casa de campo,
que parecía que había caído directamente del cielo en medio de este
desierto. Hubo otra ráfaga de palabras, y Griz hizo mucho de señalar y
gritar. Él era el único que no hablaba Morrighense. Malich y Finch
tenían ambos acentos gruesos, y Eben lo hablaba tan perfecto como
Kaden.

Los caballos parecían sentir que este iba a ser nuestro


campamento para pasar la noche y disminuyeron su ritmo. Mientras
nos acercábamos, vi un muelle y una pequeña piscina en la base de
una roca. Esto no era una parada al azar. Sabían su camino así como
cada buitre en el poder del desierto.

—Aquí —dijo Kaden simplemente mientras se bajaba de su


caballo.

Traté de no hacer una mueca cuando desmonté. No quería ser tan


de la realeza. Me estiré, probando a ver en qué parte tenía mayor dolor.
Me volví y miré el grupo.

—Voy al otro lado de estas rocas para hacerme cargo de algunos


asuntos personales. No me sigáis.

Eben levantó la barbilla.

—He visto el trasero de una mujer antes.

—Bueno, no vas a ver el mío. Quédate.

Malich rió, la primera risa que había oído de ninguno de ellos, y


Finch se frotó el hombro y frunció el ceño, tirando el trapo con sangre
seca que había llenado la camisa al suelo. Era cierto que estaba en su
lado malo, pero había sido obviamente una herida limpia, o estaría en
un estado mucho peor. Ojalá hubiera sumergido mi cuchillo en veneno.
Me dirigí hacia el otro lado, tomando un gran rodeo en torno a Griz, y
encontré un privado lugar oscuro para hacer pis.

Salí de las sombras. Me habrían matado por ahora si se lo


proponían. ¿Cuáles eran sus intenciones si no asesinarme? Me senté en
una roca baja y miré la ladera, tal vez un kilómetro de distancia. ¿O
tres? La distancia era engañosa en esta brillante llanura caliente. ¿Al
caer la noche iba a ser capaz de ver a mi manera lo suficientemente
bien como para escapar de allí? ¿Y luego qué? Yo al menos necesitaba
mi cantimplora y un cuchillo para sobrevivir.

—¿Lia?

Kaden se paseó alrededor de una roca, sus ojos buscando las


rocas bajo la tenue luz hasta que me vio. Lo miré mientras se acercaba,
su duplicidad pegándome profundamente y dolorosamente, no con la
rabia silvestre de esta mañana, sino con un dolor adherido. Había
confiado en él.

Con cada paso que daba, todos mis pensamientos sobre él se


desplegaban en algo nuevo, como un tapiz volviendose por su cara
posterior para revelar una maraña de nudos y fealdad. Hacía tan sólo
unas semanas había curado su hombro. Hacía sólo un par de noches,
Pauline había dicho que sus ojos eran amables. Hacía sólo dos noches,
había bailado con él, y ayer mismo, lo había besado en la mejilla en el
prado. Eres una buena persona, Kaden. Firme y fiel en su deber.

Qué poco había conocido lo que significaba para Kaden. Aparté la


vista. ¿Cómo me podía haber tenido tan completa y absolutamente
engañada? La arena seca crujió bajo sus botas. Sus pasos eran lentos y
medidos. Se detuvo a unos metros de distancia.

El dolor llegó a mi garganta. Tragué saliva.

—Dime más —le susurré—. ¿Tú eres el asesino que Venda envió
para matarme?

—Sí.

—Entonces ¿por qué estoy viva?

—Lia…

—Sólo la verdad, Kaden. Por favor. Mantuve mi palabra y vine


todo el camino sin luchar. Me debes esto mucho. —Temía que algo peor
que la muerte aún estuviese reservado para mí.

Dio otro paso por lo que estuvo de pie justo en frente de mí. Su
rostro parecía más suave y reconocible. ¿Era porque sus compañeros
no estaban aquí para verlo?

—Decidí que serías más útil para Venda viva que muerta —dijo.
Él decidió. Como un dios distante. Hoy Lia vivirá.

—Entonces has cometido un error estratégico —dije—. No tengo


secretos de estado. Ni estrategias militares. Y soy inútil para un rescate.

—Todavía tienes otro valor. Les dije a los demás que tienes el don.

—¿Qué? —Negué con la cabeza—. Entonces mentiste a tu…

Me agarró las muñecas y me estiró en mis pies, sosteniéndome a


centímetros de su cara.

—Es la única manera en que podía salvarte —dijo entre dientes,


manteniendo la voz baja—. ¿Lo entiendes? Así que nunca niegues que
tienes el don. No a ellos. No a cualquiera. Es todo lo que te mantiene
con vida.

Mis rodillas estaban tan débiles como el agua.

—Si no me quieres matar, ¿por qué no sólo dejas Terravin? Diles


que el trabajo estaba terminado, y no se enterarían.

—¿Así podrías volver a Civica y crear una alianza con Dalbreck?


El hecho de que no quiera matarte no significa que no siga leal a mi
propia clase. Nunca olvides eso, Lia. Venda siempre es lo primero.
Incluso antes que tú.

Fuego surgió a través de mi sangre, mis huesos; mis rodillas se


volvieron sólidas de nuevo, el músculo del tendón, la piel, la carne,
caliente y rígida. Saqué mis muñecas libres de su agarre.

¿Olvidar? Nunca.
Capítulo 46
Rafe

Traducido por Nanami27


Corregido por katiliz94

Miré por todas partes a lo largo del camino por cualquier rastro
de ella, rodeando dos casas cercanas en caso de que se hubiera
detenido por agua o que la hubieran visto pasar. No lo habían hecho.
Para el momento en que rodé por la calle principal de Terravin, estaba
seguro de que todavía tenía que estar en la posada.

Mientras iba cuesta arriba, vi los burros, sueltos e inestables,


paseando por fuera de la taberna. La puerta principal estaba abierta, y
oí la conmoción adentro. Até mi caballo y corrí hacia las escaleras del
porche. Pauline estaba sentada en una mesa, tratando de recuperar el
aliento entre sollozos. Berdi y Gwyneth paradas una a cada lado,
tratando de calmarla.

—¿Qué pasa? —Pregunté.

Berdi agitó su mano hacia mí.

—¡Silencio! Ella acaba de llegar. ¡Deja que nos lo diga!

Gwyneth trató de darle un poco de agua, pero Pauline la apartó.

Caí de rodillas frente a Pauline, agarrando sus manos.

—¿Dónde está Lia, Pauline? ¿Qué pasó?

—Ellos la tienen.

Escuché mientras me contaba los detalles entre respiraciones


asfixiadas. Había cinco de ellos. Uno era Kaden. No tuve el tiempo para
enfadarme. Ni tiempo para tener miedo. Solo escuché, memoricé cada
palabra, y le pregunté por los detalles importantes que no mencionó.
¿Qué tipo de caballos, Pauline? Dos eran de color marrón oscuro. Tres
eran negros. Todos sólidos. Sin marcas. La misma raza que los de
Kaden. Corredores entrenados para resistir. Pero no estaba segura. Todo
había sucedido demasiado rápido. Uno de los hombres era grande. Muy
grande. Uno de ellos era solo un niño. Hablaban otro idioma. Quizá
Vendan. Lia los había llamado bárbaros. ¿Hace cuánto tiempo? No
estaba segura. Quizás tres horas. Se habían dirigido al este. ¿Dónde las
detuvieron? En la pendiente del camino al norte de la granja amarilla.
Había un pequeño claro. Ellos salieron de la maleza. ¿Algo más que
deba saber? Dijeron que si alguien la seguía, Lia moriría. No va a morir.
No lo hará.

Di órdenes a Berdi. Pescado seco, algo seco como eso era rápido.
Tenía que irme. Fue a la cocina y estuvo de vuelta en segundos.

Había cinco de ellos. Pero no podía esperar a Sven y los otros. El


sendero se enfriaría, y cada minuto contaba.

—Escucha bien —dije a Pauline—. En algún momento después de


la caída de la noche, unos hombres vendrán aquí a buscarme. Estate
atenta a ellos. Diles todo lo que me dijiste. Díles a dónde voy. —Me volví
hacia Berdi y Gwyneth—. Tened alimentos preparados para ellos. No
van a tener tiempo para cazar.

—No eres un agricultor —dijo Gwyneth.

—Me importa un infierno lo que sea —dijo Berdi y empujó una


bolsa de tela en mi mano—. ¡Vete!

—El líder es Sven. Tendrá al menos una docena de hombres con


él —grité por encima del hombro mientras caminaba hacia la puerta.
Todavía tenía seis horas de luz del día. Llené mi bota en el zapato de
lona y cogí un saco de avena para mi caballo. Ellos tenían una larga
ventaja. Se necesitaría tiempo para ponerse al día con ellos. Pero lo
haría. Haría lo que fuera para traerla de vuelta. La encontré una vez. La
encontraría de nuevo.
Capítulo 47
Traducido SOS por Key
Corregido por katiliz94

Me desperté con un rostro sonriente y un cuchillo en mi garganta.

—Si tienes el don, ¿por qué no me ves llegar en tus sueños?

Era el chico, Eben. Tenía la voz de una niña, y sus ojos eran los
de un curioso niño abandonado. Un niño. Pero su intención era la de
un ladrón habitual. Tenía la intención de robar mi vida. Si el don era lo
único que me mantenía con vida, Eben no parecía haber captado el
mensaje.

—Te vi venir —le dije.

—Entonces, ¿por qué no te levantas para defenderte de mí?

—Porque también vi…

Él fue catapultado repentinamente a través del aire, aterrizando a


varios metros de distancia.

Me senté, mirando a Griz, a quien había visto deslumbrante sobre


el hombro de Eben. Si bien él no era un aficionado mío, Griz también
parecía no tolerar las decisiones independientes. Kaden ya estaba sobre
Eben, tirándole el suelo por el pescuezo.

—No iba a hacerle daño —se quejó Eben, frotándose la barbilla


magullada—. Sólo estaba jugando con ella.

—Juega así de nuevo, y serás dejado atrás sin un caballo —gritó


Kaden, y lo empujó al suelo—. Recuerda, ella es el premio del Komizar,
no el tuyo. —Se acercó y desencadenó mi tobillo de una silla de montar,
una precaución que había tomado, para asegurarse de que no trataba
de escaparme durante la noche.
—¿Y ahora soy un premio? —le pregunté.

—La generosidad de la guerra —dijo con mayor naturalidad.

—No me di cuenta que estábamos en guerra.

—Siempre hemos estado en guerra.

Me puse de pie, frotándomeme el cuello, a menudo abusado


últimamente.

—Como iba diciendo, Eben. La razón por la que no veía la


necesidad de despertar era porque yo también vi tus huesos secos
recogidos por buitres, y me alejé en mi caballo. Supongo que todavía
podría resultar de esa manera, ¿no?

Sus ojos se abrieron brevemente, contemplando la veracidad de


mi visión, y entonces me hizo una mueca, un ceño atado con demasiada
rabia para su corta edad.

El día transcurrió como el anterior, caliente y seco, agotador y


monótono. Más allá de las colinas había otra cuenca caliente, y otra.
Era el camino al infierno, y eso me daba ninguna oportunidad de
escabullirme. Incluso las colinas eran estériles. No había ningún lugar
para esconderse. No era de extrañar que no pasáramos a nadie. ¿Quién
más podría estar en esta tierra?

Al tercer día apestaba tanto como Griz, pero no había nadie para
darse cuenta. Todos ellos apestaban también. Sus rostros estaban
manchados de mugre, así que asumí que el mío parecía igual, todos
nosotros convertidos en animales rayados sucios. Probé arenilla en mi
boca, sentí en mis oídos, la arena por todas partes, secas partículas de
infierno que soplaba la brisa, mis manos con ampollas en las palmas.

Escuché con atención sus balbuceos gruñidos mientras


avanzabamos, intentando comprender sus palabras. Algunos eran
fáciles de descifrar. Caballo. Agua. Cállate. La chica. Matar. Pero no dejé
de escuchar. Por las noches, con la mayor discreción posible, buscaba
el libro de frases de Vendan dentro de mi bolsa por más palabras, pero
el libro era básico y breve. Come. Siéntate. Alto. No te muevas.

Finch a menudo llenaba el tiempo silbando o cantando canciones.


Una de ellas me hizo prestar atención, reconocí la melodía. Era una
canción tonta de mi infancia, y se convirtió en otra de las claves para su
balbuceo Vendan y comparé con sus palabras de Vendan las que yo
conocía en Morrighese.

Un tonto y su oro,

Monedas apiladas a lo alto,

Encontrando y acaparando,

Alcanzó al cielo,

Pero ni una sola moneda,

El tonto nunca pasó,

Mientras que su pila se hacía más alta,

El tonto sólo se volvió más delgado.

Ni una miseria para beber,

Ni una miseria para el pan,

Y un día soleado,

El tonto se encontró muerto.

Si sólo estos tontos apreciaran un poco las monedas, estaría fuera


de este maldito calor en este instante. ¿Quién era este Komizar que
inculcaba lealtad en la cara de las riquezas? ¿Y qué fue lo que les hizo a
los traidores? ¿Podría ser peor que soportar este purgatorio abrasador?
Me limpié la frente, pero sólo sentía la arena pegajosa.

Cuando incluso Finch se quedó en silencio, me pasé el tiempo


pensando en mi madre y su largo viaje desde el Reino Menor de
Gastineux. Yo nunca había estado allí. Era en el extremo norte, donde
el invierno duraba tres temporadas, lobos blancos gobernaban los
bosques, y el verano era un breve verde cegador, tan dulce que su olor
se quedaba durante todo el invierno. Al menos eso es lo que decía la tía
Bernette. Las descripciones de mi madre eran mucho más sucintas,
pero vi sus expresiones mientras la tía Bernette describía su tierra
natal, los pliegues que formaban sus ojos con sonrisas y tristeza.

Nieve. Me pregunté cómo se sentía. Tía Bernette dijo que podría


ser a la vez suave y dura, fría y caliente. Picaba y quemaba cuando el
viento la arrojaba a través del aire, y era una pluma fría suave cuando
flotaba en perezosos círculos en el cielo. No podía imaginar que fuese
tantas cosas opuestas, y me pregunté si ella había tomado licencia con
su historia como padre siempre decía. No podía dejar de pensar en ello.

Nieve.

Tal vez esa era la sonrisa y la tristeza que vi en los ojos de mi


madre, con ganas de sentirla sólo una vez más. Tocarla. Saborearla. La
manera en que yo quería probar Terravin sólo una vez más. Ella había
dejado su tierra natal, viajó cientos de kilómetros cuando no tenía más
que mi edad. Pero yo estaba segura de que su viaje no era nada como
en el que yo tenía ahora. Miré el paisaje incoloro abrasador. No, nada de
esto.

Destapé mi cantimplora y tomé un trago.

Cómo iba a volver a cualquier lugar que fuera civilizado ahora no


estaba segura, pero sabía que prefería morir perdida en este desierto
que estar en exhibición entre los animales Vendan —eran animales. Por
la noche, cuando hicimos el campamento, a excepción de Kaden, no
podían incluso ser molestados a caminar detrás de una roca para hacer
sus necesidades. Se rieron cuando miré para otro lado. Anoche se había
asado una serpiente que Malich mató con su hacha de guerra, y luego
golpeaban y eructaban después de cada bocado como cerdos en un
canal. Kaden arrancó un pedazo de la serpiente y me lo ofreció, pero lo
rechacé. No era la sangre chorreando por sus dedos o la serpiente
medio recién preparada lo que mató mi apetito, fueron sus gruesos
ruidos vulgares. Sin embargo, era evidente muy rápidamente que Kaden
era diferente. Él era de los de ellos, pero no era uno de ellos. Todavía
tenía verdades que estaban escondidas.

Con su charla calmada, todo lo que había oído por millas hasta
ahora era el golpeteo repetitivo del furor de los cascos en la arena y el
cuerpo, de vez en cuando los ruidos de Finch, que ahora montaba en mi
otro lado en lugar de Eben.

—¿Me estáis llevando todo el camino hasta Venda? —dije a


Kaden.
—Llevarte solo a la mitad del camino no serviría para nada.

—Eso está en el otro lado del continente.

—Ah, así que su realeza sabe geografía después de todo.

No valía la pena la energía para golpear mi cantimplora en su


cabeza de nuevo.

—Sé un montón de cosas, Kaden, incluyendo el hecho de que los


convoyes comerciales pasan por el Cam Lanteux.

—¿Las caravanas Previzi? Tus posibilidades con ellos serían cero.


Nadie consigue entrar cien pasos y vivir.

—Allí hay patrullas del reino.

—No en el camino por el que vamos. —Fue rápido para aplastar


toda esperanza.

—¿Cuánto tiempo se tarda en llegar a Venda?

—Cincuenta días, más o menos un mes. Pero contigo, el doble.

Mi cantimplora voló, golpeándolo como el plomo. Él se agarró la


cabeza, y me puse lista para golpear de nuevo. Él se abalanzó sobre mí,
sacándome de mi caballo. Caímos al suelo con un ruido sordo, y volví a
atacar, esta vez con mi puño, él lo capturó en la mandíbula. Me di la
vuelta y me puse de rodillas, pero me golpeó por detrás, sujetándome
boca abajo contra la arena.

Escuché a los demás riendo y silbando, de todo corazón


entretenidos por nuestra pelea.

—¿Qué es lo que te pasa? —susurró Kaden en mi oído. Su peso


completo pulsándome abajo. Cerré los ojos, luego los apreté y los cerré
con fuerza, tratando de tragar, tratando de respirar. ¿Qué pasa? ¿Esa
pregunta realmente requería una respuesta?

La arena se encendió contra mi mejilla. Fingí que era el aguijón de


la nieve. Sentí su humedad en mis pestañas, su toque ligero como una
pluma detrás a través de mi nariz. ¿Qué pasa? Nada en absoluto.
El viento por fin se había calmado. Escuché la grieta y el crujir del
fuego. Nos habíamos detenido a principios de esta noche en la base de
otra serie de colinas. Me subí a un peñasco y vi desaparecer el sol, el
cielo seguía al rojo vivo, ni una gota de humedad arremolinándose a
prestar color o profundidad. Kaden y yo no habíamos hablado una
palabra más. El resto del viaje había sido salpicado brevemente por más
risas de los demás, lanzando mi cantimplora entre ellos simulando
terror, hasta que Kaden les gritó para que se detuvieran. Me quedé
mirando hacia el frente el resto del viaje, nunca miré a la izquierda o a
la derecha. Sin pensar en la nieve o en el hogar. Sólo odiándome por
permitirles ver mis mejillas húmedas. Mi propio padre nunca me había
visto llorar.

—La comida —me llamó Kaden. Otra serpiente.

No le hice caso. Ellos sabían dónde estaba. Ellos sabían que yo no


funcionaría. No aquí. Y no quería comer su serpiente deslizándose por
su vientre que estaba probablemente llena de arena también.

En vez de eso vi el cielo transformándose, la fusión de color


blanco al negro, las estrellas tan gruesas, tan cerca, que pensé que aquí
tal vez podría llegar a ellas. Tal vez podría entender. ¿Qué salió mal?

Todo lo que había querido era deshacer lo que había hecho,


cumplir mi deber, asegurarme de que no le pasaba nada a Walther, que
más inocentes como Greta y el bebé no morirían. Había renunciado a
todo lo que amaba para hacer que eso sucediera, Terravin, Berdi,
Pauline, Rafe. Pero ahora aquí estaba yo, en el medio de la nada, sin
poder ayudar a nadie, ni siquiera a mí misma. Estaba aplastada en el
suelo del desierto, mi cara molida en la arena. Ridiculizada. Traicionada
por alguien en quien había confiado. Más que confiar. Me había
preocupado por él.

Froté mis mejillas, forzando más lágrimas a volver.

Levanté la vista hacia las estrellas, brillando, vivas, mirándome.


Podría salir de esto de alguna manera. Lo haría. Pero me prometí a mí
misma que no me gustaría gastar más esfuerzo en lucha e insultos.
Tenía que guardar mi energía para actividades más importantes.
Tendría que aprender a jugar su juego, sólo jugar mejor. Me podría
tomar un tiempo, pero tenía cincuenta días para aprender este juego,
porque estaba segura de que si me cruzaba Venda, nunca vería de
nuevo a casa.

—Te he traído algo de comida.

Me volví y vi a Kaden sosteniendo un trozo de carne clavada en su


cuchillo.

Volví a mirar a las estrellas.

—No tengo hambre.

—Tienes que comer algo. No has comido en todo el día.

—¿Se te olvidó? Comí un bocado de arena al mediodía. Eso fue


suficiente.

Lo escuché exhalar un suspiro cansado. Se acercó y se sentó a mi


lado, por lo que la carne en el cuchillo yacía en la roca. Levantó la vista
hacia las estrellas también.

—No soy bueno en esto, Lia. Vivo dos vidas separadas, y por lo
general nunca se encuentran la una con la otra.

—No te engañes, Kaden. No estás viviendo incluso una vida. Eres


un asesino. Te alimentas de la miseria de otras personas y robas vidas
que no te pertenecen.

Se inclinó hacia delante, mirando hacia abajo a sus pies. Incluso


en la luz de las estrellas, pude ver su mandíbula apretarse, la mejilla
contrayéndose.

—Soy un soldado, Lia. Eso es todo.

—Entonces, ¿quién eras en Terravin? ¿Quién eras cuando


cargabas mercancías en el vagón para Berdi? ¿Cuando yo atendí tu
hombro? ¿Cuando te me acercaste y bailaste conmigo? ¿Cuando besé tu
mejilla en el prado? ¿Quién eras entonces?

Su pecho se levantó en una medida respiración lenta. Se volvió


para mirarme directamente, con los labios entreabiertos. Sus ojos
oscuros estrechándose.

—Yo era sólo un soldado. Eso es todo lo que siempre fui.


Cuando no me pudo mirar a los ojos por más tiempo, se puso de
pie.

—Por favor, come —dijo en voz baja—. Necesitarás fuerza. —Se


agachó y sacó el cuchillo de la carne, dejando el pedazo de serpiente
puesto en la roca, y se alejó.

Miré a la carne. Odiaba que él tuviera razón. Necesitaba mi


fuerza, e incluso si me atragantaba con cada bocado arenoso, comería
la serpiente.
¿Adónde fue, Ama?

Ella se ha ido, hija mía.

Robada, como tantos otros.

Pero, ¿dónde?

Levanté la barbilla de la niña. Sus ojos están hundidos con


hambre.

Ven, vamos a buscar comida juntas.

Pero la niña crece, sus preguntas no se iban tan fácilmente.

Ella sabía dónde encontrar comida. La necesitamos.

Y es por eso que se ha ido. Porqué la robaron.

Tú tienes el don dentro de ti también, hija mía. Escucha. Mira.


Encontraremos comida, un poco de hierba, un poco de grano.

¿Volverá?

Ella está más allá de la pared. Está muerta para nosotros ahora.

No, no volverá.

Mi hermana Venda es una de ellos ahora.

—Los Últimos Testamentos de Gaudrel


Capítulo 48
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

—La llaman la Ciudad de la Magia Oscura.

Miramos las ruinas elevándose desde la arena como colmillos de


tiburón afilados.

Al menos ahora sabía que no estábamos más en Morrighan.

—Sé lo que es, —le dije a Kaden—. La Realeza también oye


historias. —Tan pronto como vi la ciudad en las ruinas, super lo que
era. Había oído describirla muchas veces. Se encontraba un poco más
allá de las fronteras de Morrighan.

Me di cuenta de que los otros se habían quedado en silencio. Griz


miró al frente bajo las gruesas cejas fruncidas.

—¿Qué pasa con ellos? —Pregunté.

—La ciudad. La magia. Pone los pelos de punta —dijo Kaden. Un


encogimiento de hombros siguió a su respuesta, y supe que él no tenía
tales reservas.

—Una espada no es buena contra los espíritus —susurró Finch.

—Pero la ciudad tiene agua —dijo Malich—, y la necesitamos.

Había oído muchas historias coloridas sobre la oscura ciudad


mágica. Se decía que fue construida en medio de la nada, un lugar de
secretos donde los Antiguos podían practicar su magia y ofrecer
placeres indecibles por un precio. Las calles estaban hechas de oro, las
fuentes fluían con néctar, y hechicerías de todo tipo se encontraban. Se
creía que los espíritus aún conservaban celosamente las ruinas y que
era por eso que muchos de ellos estaban todavía en pie.
Continuamos avanzando a un ritmo vigilado. Mientras nos
acercábamos, vi que las arenas habían arrastrado la mayoría de los
colores, pero los parches ocasionales sobrevivían. Un toque de rojo aquí,
un brillo de oro allí, un fragmento de escritura antigua tallada en una
pared. No había una totalidad de sobra en la ciudad. Cada una de las
torres mágicas que una vez habían llegado hasta el cielo se habían
derrumbado hasta cierto punto, pero las ruinas evocaban el espíritu de
una ciudad más que cualquier ruina que había visto nunca. Podías
imaginar a los Antiguos moverse.

Eben miró al frente, con los ojos abiertos.

—Mantenemos nuestras voces bajas mientras pasamos para no


despertar la magia negra y a los espíritus.

¿Despertar a los espíritus? Examiné los rostros de mis captores


una vez feroces, todos ellos sentados adelante en sus sillas. Sentí una
sonrisa detonando en mi interior profundamente, esperanza, un poco
de poder regresando a mí. Sin armas, tenía que usar todo lo que
pudiera para permanecer viva, y tarde o temprano tenía que
convencerlos de que realmente tenía el don.

Tironeé de las riendas, deteniendo mi caballo con una sacudida.

—¡Espera! —Dije y cerré los ojos, la barbilla levantada al aire. Oí a


los demás detenerse, el resoplido de sus respiraciones, la tranquilidad,
la pausa expectante.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Kaden impaciente.

Abrí los ojos.

—Es el don, Kaden. No puedo controlarlo cuando viene.

Sus labios se estrecharon, y sus ojos se redujeron. Los míos se


estrecharon enseguida.

—¿Qué ves? —Preguntó Finch.

Sacudí la cabeza y me aseguré de mostrar preocupación en mi


cara.

—No estaba claro. Pero eran problemas. Vi problemas en el


futuro.
—¿Qué tipo de problemas? —Preguntó Malich.

Suspiré.

—No lo sé. Kaden me interrumpió.

Los otros miraron a Kaden.

—¡Idaro! —refunfuñó Griz. Él comprendía claramente el


Morrighese, incluso si no lo hablaba.

Kaden tiró de las riendas de su caballo.

—No creo que tengamos que preocuparnos de…

—Tú eres el que dijo que tenía el don —señaló Eben.

—Y lo tiene —dijo Kaden con los dientes apretados—. Pero no veo


ningún problema por delante. Procederemos con cautela. —Él me lanzó
una rápida mirada severa.

Devolví una rígida sonrisa.

Yo no había pedido ser parte de este juego. Él no podía esperar


que jugara en sus reglas. Continuamos por el camino principal que
atravesaba la ciudad. No había calles, oro u otra cosa, para ser visto,
sólo la arena que reclamaba gran parte de la ciudad cuando podía, pero
no podía evitar sentirme llena de asombro ante la grandeza de las
ruinas. La ciudadela detrás de su casa era inmensa. Había tomado
medio siglo construirla y décadas más allá de eso para ampliarla. Fue la
más grande estructura que conocía, pero fue eclipsada por estas
silenciosas e imponentes gigantes.

Kaden me susurró que en medio de una de las ruinas había un


manantial natural y una piscina dónde podía lavarme. Decidí que
debería dejar atrás las visiones hasta que pudiera por lo menos
bañarme. Condujimos nuestros caballos entre las ruinas hasta donde
pudimos, luego los atamos a los restos de columnas de mármol que
bloqueaban nuestro camino y caminamos el resto del camino.

Era más que una piscina. Era un pedazo de magia, y casi creí que
los espíritus de los Antiguos todavía estaban por allí. El agua
burbujeaba en las gruesas losas de mármol roto, corriendo sobre la
piedra pulida y chapoteando en una piscina de aguas cristalinas
protegida por tres lados por muros derruidos.

La miré fijamente, codiciando el agua como nunca lo había


codiciado antes. No sólo quería meter las manos y lavarme la cara.
Quería caer y sentir cada deliciosa gota besando mi cuerpo. Kaden me
vio mirando.

—Dame tu cantimplora. La llenaré y dare agua a tu caballo. Ve


delante.

Miré a Griz y los otros, salpicando sus caras y cuellos.

—No te preocupes, —dijo—. No van a bañarse mucho más allá de


eso. Vas a tener la piscina para ti. —Sus ojos me rozaron y luego volvió
a mirar a Malich—. Pero preferiría que te dejases la ropa puesta.

Reconocí su prudente sugerencia con un solo movimiento de


cabeza. Bañarme con una gruesa capa de invierno era en este momento
mi única opción. Se fue a llenar las cantimploras, y me quité las botas.
Entré, mis pies hundiéndose en la fría arena blanca que se alineaba en
la parte inferior, y pensé que estaba en el cielo. Me metí más adentro,
hundiéndome bajo la superficie, nadando hasta el otro lado, dónde el
agua salpicaba desde las rocas rotas como una cascada. Cuando los
otros se fueron para darles agua a sus caballos, rápidamente me
desabroché la camisa y la tiré fuera junto con mis pantalones. Nadé en
mi ropa interior y camisa, frotando la suciedad y la arena que se había
arraigado en todos los poros y grietas de mi cuerpo. Metí la cabeza
debajo del agua otra vez y froté mi cuero cabelludo, sintiendo el lavado
de la arena suelta. Cuando salí a la superficie, tomé una limpia
respiración profunda. Nunca antes había sentido el agua tan
exquisitamente purificante. El infierno no estaba hecho de fuego pero
golpeaba con polvo y arena.

Rápidamente agité mis pantalones en el agua para lavar la


suciedad de ellos y luego me los puse de nuevo. Estaba a punto de
agarrar mi camisa y lavarla también cuando oí un duro estruendo. Volví
la cabeza hacia un lado tratando de discernir lo que era el sonido y de
dónde venía, y entonces escuché el ritmo sutil. Caballos.

Estaba confundida. Sonaba como muchos más que nuestros seis


y entonces oí la explosión de un cuerno. Me sorprendió
momentáneamente. ¡Oh, dioses benditos! ¡Una patrulla!
Salí corriendo de la piscina, trepando por rocas y ruinas.

—¡Aquí! —Grité—. ¡Aquí! —El ruido se hizo más fuerte, y yo corría


por vías estrechas, piezas de escombros rotos haciendo moretones y
cortando mis pies descalzos—. ¡Aquí! —Grité una y otra vez mientras
corría hacia la carretera principal que serpenteaba por el centro de la
ciudad. Era un laberinto llegar allí, pero sabía que estaba más cerca
cuando el estruendo se hizo más fuerte, y luego lo alcancé a ver a través
de un estrecho sendero de caballos a galope pasado—. ¡Aquí! —Grité de
nuevo. Estaba a punto de llegar a la carretera cuando sentí una mano
sujetándose alrededor de mi boca y me arrastraron hacia atrás a un
rincón oscuro.

—¡Tranquila, Lia! ¡O todos moriremos!

Luché contra la mano de Kaden, tratando de abrir la boca para


morderlo, pero su mano se ahuecó firmemente en mi barbilla. Él me tiró
al suelo y me apretó con fuerza contra su pecho, los dos acurrucados en
la esquina. Incluso con mi boca cerrada, grité, pero no era lo
suficientemente fuerte para ser escuchada por encima del ruido de los
cascos.

—¡Es una patrulla de Dalbreck! —Susurró—. ¡Ellos no saben


quién eres! Nos matarían primero y preguntarían después.

¡No! Luché contra su agarre. ¡Podría ser la patrulla de Walther! ¡U


otra! ¡No me matarían! Pero entonces me acordé del destello de color de
los caballos cuando pasaron volando. Azul y negro, las banderas de
Dalbreck.

Oí el retumbar desvanecerse, más suave y más suave, hasta que


fue sólo un aleteo, y luego se hubieron ido.

Se fueron.

Me dejé caer sobre el pecho de Kaden. Su mano se deslizó de mi


boca.

—Tenemos que quedarnos un poco más hasta que estemos


seguros de que se han ido —susurró en mi oído. Con el estruendo de los
caballos desaparecidos, me volví muy consciente de que sus brazos aún
me rodeaban.

—Ellos no me habrían matado —dije en voz baja.


Se acercó más, sus labios rozando mi oído en una advertencia
silenciosa.

—¿Estás segura? Te pareces a uno de los nuestros, y no importa,


hombre o mujer, nos mataran. Sólo somos bárbaros para ellos.

¿Estaba segura? No. Sabía muy poco acerca de Dalbreck y sus


militares, sólo que Morrighan había tenido escaramuzas y conflictos con
ellos durante siglos, pero sin duda mi situación actual no era nada
mejor.

Kaden me ayudó a ponerme de pie. Mi pelo todavía goteaba. Mis


pantalones mojados retorcidos a mí alrededor, cubiertos de arena de
nuevo. Pero cuando miré a mis pies magullados y sangrantes, dos
pensamientos me consolaron.

Uno, por lo menos sabía que las patrullas a veces se aventuraban


hasta aquí. Aún no estaba fuera de su alcance. Y dos, había problemas,
tal como había predicho que habría.

Oh, el poder que eso me daría ahora.


Capítulo 49
Rafe

Traducido por Nanami27


Corregido por katiliz94

Me agaché y miré la mancha oscura en el suelo.

Froté la tierra entre mis dedos.

Sangre.

Los mataría.

Mataría a cada uno de ellos con mis propias manos si le habían


hecho daño, y dejaría a Kaden para el final.

Avancé el doble de duro, tratando de permanecer tras su rastro


mientras todavía tenía luz. El suelo se convirtió en roca, y era más
difícil de seguir sus huellas. Tuve que frenar mi ritmo, y parecía que
sólo habían pasado minutos antes de que el sol se convirtiera en una
bola de fuego de color naranja en el cielo. Iba cuesta abajo demasiado
rápido. Continué a la medida que pude, pero no podía localizarlos en la
oscuridad.

Me detuve en un otero y construí una hoguera en caso de que


Sven y los otros llegaran en la noche. Si no, mi fogata fría sería fácil de
detectar por el día cuando me siguieran. Apuñalé en el fuego, hurgando
con un palo, y me pregunté si Lia estaba cálida o fría, o herida. Por
primera vez desde que había conocido de su existencia, cuando el
matrimonio fue propuesto por mi padre, esperé que ella tuviera el don y
me viera venir.

—Espera —le susurré a las llamas, y recé que ella hiciera lo que
tenía que hacer, mantenerse fuerte y sobrevivir hasta que llegáramos.
Incluso si los alcanzaba, sabía que tendría que quedarme atrás
hasta que los demás llegaran. Había sido entrenado en innumerables
tácticas militares y era muy consciente de lo que eran las
probabilidades de uno contra cinco. A excepción de una emboscada
oportuna, no podía arriesgar la seguridad de Lia yendo medio
envalentando y listo para tomar sus cabezas.

¿Qué estaba haciendo ella ahora? ¿La había lastimado? ¿La


estaba alimentando? ¿Ella…?

Rompí la rama en dos.

Recordé las palabras que él me escupió cuando luchamos en el


madero. Ríndete, Rafe. Vas a caer.

No, Kaden.

No esta vez.
Capítulo 50
Traducido por Key
Corregido por katiliz94

Las planas arenas blancas desaparecieron y fueron sustituidas


por arena del color del cielo quemado, ocre de todas las matices. Seguía
quemando, y el aire brilló en oleadas, pero ahora el paisaje ofrecía una
variedad de rocas y formaciones sobrenaturales.

Pasamos por enormes rocas con grandes agujeros redondos en


ellas, como si una serpiente gigante se hubiera deslizado a través, y
otras se tambaleaban precariamente como si hubieran sido apiladas por
una mano colosal. Si alguna vez fuera a creer en un mundo de magia y
gigantes, sería aquí. Este era su reino. Algunas veces nos toparíamos
con una lucha en las montañas para ver por millas cañones
multicolores tan profundos en el agua que el rastro a través de ellos se
volvería delgadas cintas verdes.

Eso me hizo preguntarme y doler con la misma sensación que un


cielo negro espolvoreado con estrellas brillantes hacía. Nunca había
conocido este peculiar mundo. Tanto yacía más allá de las fronteras de
Morrighan.

Mis captores eran todavía crudos y hostiles, y sin embargo, si


volvía la cabeza de cierta manera y me detenía, mis pestañas
revoloteaban como si estuviera viendo algo, me deleitaban en cómo me
llamaba la atención. Ellos se revolvían en sus sillas y miraban a través
del horizonte con oscuras miradas pensativas. Kaden dirigiría sus
miradas oscuras en mí. Él sabía que yo jugaba con sus miedos, y tal vez
se preocupaba por el poder que me dio, pero no había nada que pudiera
decir o hacer al respecto. Había utilizado este poder sobre ellos con
moderación, sin embargo, porque esperaba que llegara un momento en
que me serviría mejor que en largos tramos de vacío donde no había
escapatoria aparente. En algún momento, tal vez se abriría una puerta
para que yo huyera.
Llevaba la cuenta de los días, rasgando líneas en mi silla de
montar de cuero con una piedra afilada. No me importaba su táctica,
sólo cuanto tiempo había dejado de encontrar una forma de salir de su
alcance. Parecía que me estaban llevando deliberadamente a los tramos
desolados, más solitarios imaginables. ¿Era todo lo de la Cam Lanteux
como esto? Pero si no hubiera habido un error de cálculo estratégico
como el que habían hecho en la Ciudad Oscura, habría otros, y la
próxima vez estaría preparada para ello. De la misma forma en que sus
ojos recorrían el horizonte por visitantes inesperados, también lo hacían
los míos.

Traté de no pensar en Rafe, pero después de horas de la


mismidad, horas de preocuparme por Pauline, más horas de
cerciorarme de que ella estuviese bien, horas de preguntarme sobre
Walther y hacia dónde se dirigía y si se encontraba bien, horas de la
lucha contra el nudo en la garganta pensando en Greta y el bebé, mi
mente inevitablemente volvió de nuevo a Rafe.

Probablemente estaba en casa ahora, donde quiera que él fuera,


reanudando la vida que una vez tuvo. Entiendo acerca del deber. Pero,
¿todavía pensaba en mí? ¿Me veía él en sus sueños en la forma que yo
lo veía? ¿Él revivía nuestros momentos juntos como yo lo hacía?
Entonces como una oscura, madriguera de animales dañinos, otros
pensamientos comerían a través de mí y me preguntaba, ¿por qué no
trató de hacerme cambiar de opinión? ¿Por qué me dejó ir tan
fácilmente? ¿Era yo una chica más en el camino de aquí para allá, otro
coqueteo de verano, algo de lo que se jactaba en una taberna sobre una
jarra de cerveza? Si Pauline pudo ser engañada, ¿lo podría ser yo
también?

Negué con la cabeza tratando de extinguir la duda. No, no Rafe.


Lo que habíamos tenido era real.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Kaden. Los otros me miraban


demasiado.

Lo miré, confundida. No había dicho nada.

—Estabas sacudiendo la cabeza.

Ellos me estaban mirando con más cuidado de lo que sabía.


Suspiré.
—Nada. —Esta vez no estaba de humor para jugar con sus
miedos.

Los acantilados de color rojo y las rocas con el tiempo se


suavizaron en la ladera, pero esta vez no era una luz de color verde en
las que profundizaba y crecía a medida que viajamos por un largo y
sinuoso valle entre dos cadenas montañosas. Los inicios de los bosques
aparecieron, una revelación gradual de otro mundo. Se sentía como si
ya hubiese viajado a los confines de la tierra, ¿y todavía teníamos un
mes de camino? Recordé mirando al otro lado de la bahía en Terravin a
la línea que separaba el mar y el cielo y me preguntaba, ¿Podría alguien
realmente viajar tan lejos y no podrían encontrar su camino a casa otra
vez? Las casas brillantes que rodeaban la bahía protegían a sus seres
queridos de estar perdidos en el mar. ¿Qué me protegería a mí? ¿Cómo
encontrar siquiera mi camino de regreso?

Estaba oscureciendo. Las montañas a ambos lados se hacían más


altas, y el bosque que nos rodeaba se volvía más grueso y más alto, pero
vi a algo en el otro extremo del valle que era casi tan glorioso como una
patrulla.

Nubes. Oscuras, furiosas, y deliciosas. Su negrura batiendo


seguía nuestro camino como un ejército tronando. ¡Alivio del sol
implacable, por fin!

—¡Sevende! ¡Ara te mats! —Griz bramaba y pateaba a su caballo


al trote rápido. Los demás hicieron lo mismo.

—¿Miedo de un poco de lluvia? —dije a Kaden.

—A esta lluvia —respondió.

Amarramos los caballos a las maderas en el semi bosque de


ruinas y árboles. Me limpié la lluvia de los ojos para ver lo que estaba
haciendo.

—¡Ve dentro con los demás! —gritó Kaden por encima del rugido
del viento y el ensordecedor crujido del bosque—. ¡Desensillaré los
caballos y traeré tu equipo!
Los truenos charlaban entre dientes. Ya estábamos empapados.
Me di la vuelta para seguir a los demás a la ruina oscura escondida
cerca de la montaña. El viento arrancó de mi pelo, y tuve que
contenerme para huir. La lluvia cayó durante la mayor parte de la
estructura, pero los relámpagos iluminaban el esqueleto óseo y revelaba
algunos rincones secos. Griz ya estaba tratando de iniciar una fogata en
una de las alcobas de piedra en el lado opuesto de la caverna. Finch y
Eben fijaron su residencia en otra. Fue una vez una enorme vivienda,
un templo santo, como mis hermanos y yo lo habríamos llamado, pero
no se sentía santa esta noche.

—De esta forma —dijo Malich, y me tiró debajo de un bajo


saliente de piedra—. Está seco aquí.

Sí, estaba seco, pero también se estaba muy oscuro y muy


estrecho. Él no soltó mi brazo. En cambio, su mano se deslizó de mi
brazo hasta el hombro. Traté de dar un paso atrás en la lluvia, pero él
me agarró del pelo.

—Quédate —dijo y me tiró hacia atrás—. Ya no eres una princesa.


Eres una prisionera. Recuerda eso. —Su otra mano se extendió y se
deslizó por mis costillas.

Mi sangre se volvió fría, y mi aliento se hizo poco profundo. O


estaba bien o iba a perder un pedazo de mi cuero cabelludo, o él iba a
perder una parte de su virilidad. Prefería lo último. Mis dedos se
tensaron, listos para mutilar, pero Kaden entró y gritó, buscándome.
Malich inmediatamente me soltó.

—Por aquí. —Volví a llamar.

El fuego de Griz en el lado lejano de la caverna crujió y encendió


el interior fantasmal. Kaden nos vio en el nicho oscuro. Se acercó y me
entregó mi cantimplora.

—Ella puede dormir aquí conmigo esta noche —dijo Malich.

Kaden lo miró, una línea dorada de la luz le iluminaba el pómulo


y el goteó de su pelo. La vena en la sien estaba levantada.

—No —dijo simplemente.

Hubo un largo momento en silencio. Kaden no parpadeó. A pesar


de que era de igual tamaño y fuerza que Kaden, Malich parecía tener
reverencia si no miedo de él. ¿Los asesinos eran superiores en el orden
jerárquico de los bárbaros, o era otra cosa?

—Haz lo que quieras —dijo Malich y me empujó hacia Kaden. Me


encontré con su pecho, tropezando con escombros. Kaden me cogió y
me levantó de nuevo a mis pies.

Encontró otro nicho seco lejos de los demás y pateó algo de roca
para hacer un lugar para descansar. Dejó caer los sacos de dormir y su
bolsa. No habría ninguna cena esta noche. El tiempo hizo imposible
recopilar o cazar. Tomé otro trago de agua para sofocar el ruido en mi
estómago. Me podría haber comido uno de los caballos.

De espaldas a mí, Kaden se desabrochó la camisa empapada y lo


logró, colgándola de un afloramiento de piedra para que se secara. Me
quedé mirando su espalda. Incluso en la tenue luz del fuego, podía ver
las marcas a través de ella. Largas cicatrices múltiples que se extendían
desde los omóplatos a la espalda baja. Se dio la vuelta y me vio
mirando. Contuve un respiro. Su pecho tenía más, barras largas que
viajaban en sentido transversal a sus costillas.

—Supongo que tenías que verlas tarde o temprano —dijo.

Tragué saliva. Recordé cuando se negó a quitarse la camisa en los


juegos. Ahora entendía por qué.

—¿Algunas de tus víctimas se defendieron?

—¿En mi espalda? Difícilmente. No te preocupes, estas cicatrices


son viejas y han sanado. —Extendió los sacos de dormir y me indicó el
espacio junto a él, esperando a que me acostara. Avancé con torpeza y
me quedé tan cerca de la pared como era posible.

Lo oí estirarse junto a mí y sentí sus ojos en mi espalda. Me volví


hacia él.

—Si no recibiste las cicatrices de tu trabajo, ¿cómo lo hiciste?

Estaba apoyado en un codo, y su otra mano acariciaba


distraídamente las líneas en las costillas. Sus ojos estaban perturbados
como si estuviera recordando cada pestaña, pero su rostro se mantuvo
en calma, bien practicado en enterrar sus secretos.
—Fue hace mucho tiempo. No importa ya. Ve a dormir, Lia. —Él
rodó sobre su espalda y cerró los ojos. Me quedé mirando su pecho y lo
vi subir en respiraciones lentas y cuidadosas.

Importaba.

Dos horas más tarde, todavía estaba despierta, pensando en


Kaden y la violenta vida que llevaba, más violenta de lo que me di
cuenta. Las cicatrices me asustaron. No su apariencia, sino de donde
habían venido. Dijo que eran viejas y habían sanado. ¿Cuán viejas
podían ser? Era sólo un par de años mayor que yo. Me preguntaba si
Eben tenía cicatrices debajo de su camisa también. ¿Qué hacían los
Vendans a hacer sus hijos? ¿Qué iban a hacer conmigo?

Por primera vez en lo que pareció una eternidad, me enfrié. Mi


ropa estaba pegada a la piel, pero no tenía nada más que ponerme. El
viaje duro de Civica a Terravin había sido lujoso comparado con esto. El
trueno siguió en auge, pero Kaden dormía profundamente, ajeno al
ruido. No me había encadenado en la noche desde que salimos de la
Ciudad Oscura, probablemente pensando que mi corte y los pies
magullados eran suficientes para que yo no huyera. Eso había sido
cierto, al principio. En su mayoría estaban sanados ahora, pero me
aseguré de continuar cojeando lo suficientemente generosa para hacerle
creer lo contrario.

El viento y la lluvia todavía rugían en voz alta y furiosa, y el


trueno vibraba a través de mí. Estaba todo tan ensordecedor que
fácilmente enmascaraba el rugido de los ronquidos de Griz. Me di la
vuelta y miré la alforja acostada a los pies de Kaden. Mi pulso se
aceleró. Mi cuchillo todavía estaba allí. Lo necesitaría. El loco batir de
lluvia podría ocultar mucho más que los ronquidos.

Mi pecho se levantó en respiraciones rápidas mientras me


sentaba lentamente. Con el bosque rodeándonos, había lugares donde
esconderse ahora, pero ¿podría montar un caballo asustadizo
desensillado en una furiosa tormenta? Sólo tratando de levantarme
sobre su espalda sin estribos sería un reto si podía manejarlo todo. Pero
si pudiera conducir a uno de ellos a un tronco caído...

Me puse de pie, en cuclillas en un primer momento, y luego me


puse de pie, esperando a ver si alguien se dio cuenta. No lo hicieron.
Respiré profundo y me dirigí a los pies de Kaden, entonces me agaché,
sin apartar los ojos de él cuando levanté cuidadosamente su alforja.
Tenía miedo de tragar incluso. La tormenta cubría cualquier sonido que
hacía, pero me gustaría rebuscar en su bolso por mi cuchillo una vez
que estuviese fuera. Tomé un paso… cauteloso inestable.

No vayas. Todavía no.

Me detuve. Mi garganta se apretó. Mis pies estaban dispuestos a


correr, pero una voz tan clara como la mía me advirtió de no hacerlo. Mi
puño se estremeció, apretando con fuerza la bolsa.

Todavía no.

Me quedé mirando a Kaden, incapaz de moverme. Maldita sea lo


que sea que me habló. Forcé aire en mis pulmones y lentamente, contra
todas las demás demandas gritando en mi cabeza, me agaché de nuevo,
centímetro a centímetro, para establecer la alforja de nuevo a sus pies.
Y entonces, muy lentamente, di un paso atrás y me acosté a su lado.
Me quedé mirando las piedras por encima de nosotros, mis ojos
húmedos de frustración.

—Movimiento sabio —susurró Kaden, sin abrir los ojos.


Capítulo 51
Rafe

Traducido por Key


Corregido por katiliz94

Tenía doce años cuando Sven comenzó a enseñarme a rastrear.


Me había quejado amargamente, prefiriendo pasar mi tiempo
entrenando con una espada o el aprendizaje de maniobras en la parte
posterior de un caballo. No podía ser molestado con el tranquilo y
cuidado trabajo de un rastreador. Yo era un soldado. O iba a ser uno.

Él me había empujado, enviándome extenso al suelo. El enemigo


no siempre marcha en grandes ejércitos, muchacho, dijo con desprecio. A
veces, el enemigo es sólo una persona que va a derribar un reino. Había
fulminado con su larga nariz, afilada hacia mí, por si me atrevía a
levantarme. ¿Debería decirle a su padre que deseo ser esa persona que
falle al reino, ya que sólo quere hacer pivotar un palo largo de metal?
Fruncí el ceño, pero negué con la cabeza. No quería ser esa persona. Me
habían dejado de lado al principio, entregado a Sven para hacer un
hombre de mí. Había asistido celosamente a su trabajo. Él me dio una
mano, y me escuchó.

Sven conocía los caminos del desierto, los caminos del viento, el
suelo, las rocas y la hierba, y cómo leer las pistas que el enemigo dejó
atrás. Las pistas estaban en algo más que la camada de incendios o
excrementos. En más que la sangre goteada en el suelo. En más que
huellas o pistas de caballos. Tenías suerte si tenías eso. Había hierbas
también pisoteadas. Una rama crujió. El pedacito más pelado de brillo a
través de la vegetación que se había cepillado por un hombro o un
caballo. Incluso los pedregales dejaban pistas. Un guijarro aplastado en
el suelo. Grava pisada en patrones irregulares. Una cresta de suciedad
causada por una piedra recientemente lanzada. Polvo arrojado por la
pezuña y el viento a los que no pertenecía. Pero ahora mismo meditaba
su instrucción de hace mucho tiempo, la lluvia era un amigo y enemigo,
dependiendo de la hora.

Sven había sido capaz de obtener sólo un modesto equipo de tres


hombres en tan poco tiempo, sobre todo porque Dalbreck acumulaba
una demostración de fuerza en el puesto Azentil. Me habían alcanzado
al tercer día. Habían hecho mejor tiempo que yo, porque deje señales
claras para que me siguiesen, a veces apilar piedras que podían
detectar fácilmente desde la distancia, cuando el suelo se convertía en
rocoso.

Supuse que eran dos días completos detrás de Lia ahora. Quizá
más. Las pistas se estaban volviendo más delgadas. Habíamos tenido
que dispersarnos o dar marcha atrás varias veces cuando perdimos el
rastro, pero lo habíamos encontrado de nuevo a las afueras de la
Ciudad Oscura. Cuando nos acercamos, vimos que las huellas habían
sido borradas por decenas de caballos que viajaban en la dirección
opuesta. Una patrulla, pero ¿de quién?

Habíamos recogido las pistas de nuevo por un sendero estrecho


entre paredes altísimas. El final del sendero era una ruina, donde ahora
me sentaba acurrucado. Quería romper algo, pero todo lo que me
rodeaba ya estaba roto. Me quedé mirando una impresión de dedo
sangriento en una losa de mármol cerca de una piscina, y escuché el
feroz golpeteo de la lluvia, cada gota de las cuales era el enemigo, no
amigo.

Sven se sentó en uno de los pilares envejecido frente a mí. Él negó


con la cabeza, mirando a sus pies. Sabía por la realidad de tratar de
recoger pistas que estaban al menos a dos días por delante de nosotros.
Podía haber un centenar de millas o más antes de que encontrasemos
huellas frescas. Si lo hacíamos en absoluto. Las lluvias torrenciales
habrían arrasado todo entre nosotros y ellos.

—Su padre tendrá mi cabeza por esto —dijo Sven.

—Y un día yo seré rey, y tendría tu cabeza por no ayudarme.

—Me gustaría ser un hombre muy viejo para entonces.

—Padre ya es un hombre muy viejo. Puede ser que sea más


pronto de lo que piensas.

—¿Busca una señal de nuevo?


—¿En qué dirección, Sven? Desde este punto, hay una docena de
rutas que podrían haber tomado.

—Podríamos dividirnos.

—Y eso sería cubrir la mitad de las posibilidades y nos dejarían


un hombre contra cinco si eligiésemos la correcta.

Sabía que Sven no estaba sugiriendo en serio ninguna de estas


cosas, y él no estaba preocupado por mi padre ni su cuello. Él me
estaba empujando a tomar la dura decisión final.

—¿Tal vez es el momento de admitir que ella está fuera de nuestro


alcance?

—Deja de incitar, Sven.

—Luego de tomar su decisión y vivir por ella.

No podía soportar la idea de dejarla en manos de los bárbaros


durante tanto tiempo, pero era lo único que podía hacer.

—Vamos a montar. Llegaremos a Venda antes que ellos.


Capítulo 52
Kaden

Traducido por Sandra289


Corregido por katiliz94

Había tenido una quemazón en mi estómago desde que salimos


de Terravin. No esperaba que ella fuera agradable conmigo después de
lo que había hecho. ¿Cómo iba ella a entenderlo? Pero yo no tenía las
opciones de la realeza. Mis opciones eran pocas, y la lealtad era de
suma importancia para todas ellas. Era todo lo que siempre me
mantenía viva.

Incluso si hubiese sido capaz de hacer caso omiso de las lealtades


y no la hubiese traído con nosotros, alguien más habría sido enviado
para terminar con el trabajo en la forma que debía hacerse.

Alguien con más ánimo, como Eben. O peor, alguien como Malich.

Y por supuesto estaría muerto —como debería estarlo por mi


engaño.

Nadie mentía al Komizar.

Sin embargo, eso era exactamente lo que estaría haciendo cuando


le dije que ella tenía el don. Ella era capaz de engañar a los demás —
Griz y Finch eran de los antiguos pueblos de la colina donde aún se
creía en los espíritus y lo invisible— pero el Komizar no era un creyente
sobre el pensamiento mágico.

A menos que él viese la prueba visible del don, encontraría la


presencia de ella inútil. Ella tendría que llevar al máximo su juego. Sin
embargo, estaba seguro de que el Komizar me perdonaría este error al
haber decidido traerla de vuelta en vez de matarla. Él conocía mis
principios y el rol que el invisible había jugado en mi vida. También
comprendía la forma en que tantos Vendans todavía lo creían. Él podía
retorcerlo a sus intenciones.

Me froté el pecho, sintiendo las cicatrices de nuevo ahora que ella


ya las había visto, pensando en cómo debían verse para alguien como
ella. Tal vez sólo completaban la imagen de un animal. Y tenía miedo de
que ahora fuese todo eso para ella.
Capítulo 53
Traducido por Alisson*
Corregido por katiliz94

Solo era mediodía, pero sentí que nos estábamos acercando a


algo, y eso me ponía nerviosa. Finch había estado siblando sin parar, y
Eben siguió montando hacia delante, y luego hacia atrás. Tal vez
estaban estimulándose por el cambio en el clima. Era
considerablemente más frío, y la lluvia que nos había empapado la
noche anterior había arrojado una capa de suciedad sobre todos
nosotros.

Malich era su yo triste de costumbre, sólo cambiaba su expresión


para dispararme ocasionales miradas sugerentes, pero Griz empezó a
tararear. Mis manos se apretaron en mis entrañas. Griz nunca
tarareaba. Era demasiado pronto para estar llegando a Venda. No podría
haber perdido la pista por muchos días.

Eben llegó galopando de nuevo.

—¡Le fe esa! Te iche! —Gritó varias veces.

No traté de ocultar mi alarma.

—¿Ve un campamento? —dije.

Kaden me miró extrañamente.

—¿Qué dijiste?

—¿De qué campamento está hablando Eben?

—¿Cómo lo supiste? Habló en Vendan.

No quería que él supiera cuánto Vendan había aprendido, pero el


campamento era una de las primeras palabras que había aprendido.
—Griz refunfuña iche todas las noches cuando está listo para
detenerse por el día —expliqué—. El entusiasmo de Eben me dijo el
resto. —Kaden siguió sin contestar mi pregunta, lo cual sólo me ponía
más nerviosa. ¿Estábamos entrando en un campamento bárbaro?
¿Ahora estaría rodeada de cientos de Vendans?

—Nos detendremos durante varios días. Hay algunos buenos


prados, y eso dará a los caballos la oportunidad de reponerse y
descansar. No somos los únicos que han perdido peso, y todavía
tenemos un largo camino por recorrer.

—¿Qué tipo de campamento? —pregunté.

—Ya casi llegamos. Ya lo verás.

No quería ver. Quería saber. Ahora. Me obligué a pensar en el


lado positivo de cualquier tipo de campamento. Además de estar fuera
del calor abrasador, la próxima bendición más grande sería salir de la
parte de atrás de este caballo dragón por unos días. Sentarse en algo
más que esta dura silla de piedra era un placer que me había
imaginado más de una vez. Y quizás podríamos incluso llegar a comer
más de una comida al día. Una comida real. No un hueso, roído a medio
cocer que sabía cómo un zapato apestoso. Me había olvidado de lo que
se siente que el estómago estuviese lleno. Era verdad, todos habíamos
perdido peso, no sólo los caballos. Podía sentir mis pantalones en el
caballo por alrededor de mis caderas, deslizándose menos cada día sin
el cinturón de caminar para arriba.

Tal vez incluso robar un momento privado para estudiar los libros
que había tomado del Erudito. Estos fueron atiborrados en el fondo de
mi alforja, y todavía quería saber por qué eran lo suficientemente
importantes como para que él hubiera querido verme muerta.

Eben rodeó de nuevo con una amplia sonrisa.

—¡Veo a los lobos!

¿Lobos? Mis fantasías del campamento desaparecieron, pero tire


de mi caballo y galope por delante con Eben. Había dos maneras de
abordar lo inevitable —ser arrastrado a cumplir con tu destino o tomar
la ofensiva. Cualquiera que fuese estaba a punto de conocerlo, no podía
dejar que viesen mi miedo. Había tenido que aprender en un comienzo
en mi vida en la corte. Ellos te comerán viva si lo haces, Regan me había
dicho. Incluso mi madre hizo un arte de la severidad al enfrentar al
gabinete, pero con la más suave de las lenguas. Simplemente no había
dominado la parte suave todavía.

Eben rio al tenerme galopando a su lado, como si estuviéramos


jugando un gran partido. Él es sólo un niño, pensé de nuevo, pero si no
tenía miedo de los lobos, no lo tendría yo, aunque mi corazón decía lo
contrario.

—Es justo por estos árboles —me dijo. Las escarpadas montañas
a nuestro alrededor se habían abierto un poco, y el bosque daba paso a
dejar espacio a una amplia pradera y un lento riachielo que se ondeaba
a través de él. Rodeamos el profundo bosquecillo, y Eben galopó más
rápido, pero me tiró de las riendas y nos detuvimos. Mi estómago dio un
vuelco. ¿Qué estaba viendo? Parpadeé. Rojo, naranja, amarillo, morado,
azul, todo anidado en un mar de temblor verde en la brisa. Paredes de
tapiz, cintas ondeando al viento, al vapor suavemente de las teteras, un
mosaico de color brillante. Terravin. Los colores brillantes de Terravin.

La brisa que agitaba la hierba, saltó a través de la pradera, e hizo


temblar el álamo que se arremolinaba alrededor de mi cara. Aquí. Se
estableció calidez y seguridad en mis entrañas.

Kaden se detuvo a mi lado.

—Es un campo de vagabundos.

Nunca había visto uno, pero había oído hablar de los elaborados
vagones de colores a los que llamaban carvachis, sus tiendas hechas de
tapices, alfombras, y cualesquiera que fuesen las piezas de tela
atrapadas de su fantasía, las campanas que colgaban de sus vagones
hechas con trozos de vidrios de colores, crines de cuentas de sus
caballos, sus ropas de colores brillantes con adornos manchados de
cobre y plata, sus formas misteriosas que no tenían leyes ni fronteras.

—Es hermoso —susurré.

—Pensé que podrías apreciarlo. Lia.

Me volví a mirarlo, preguntándome por la forma en que marcó mi


nombre. Era la primera vez que lo decía sin angustia desde que salimos
de Terravin.

—¿El campamento siempre es aquí? —pregunté.


—No, se mueven por temporada. Los inviernos son demasiado
duros por aquí. Además, quedarte donde estás, no es el camino.

Griz, Finch, y Malich nos pasaron, dirigiéndose hacia el campo. El


caballo de Kaden se detuvo y tiró de las riendas, deseoso de seguir a los
demás.

—¿Deberíamos ir? —Preguntó.

—¿Tienen cabras? —pregunté.

Una sonrisa iluminó sus ojos.

—Creo que podrían tener una o dos.

—Bueno —le contesté, porque lo único que podía pensar era que
si ellos no hacían queso de cabra, me gustaría hacerlo por ellos. Queso
de cabra. Era lo único que importaba en este momento. Incluso me
atrevería a tolerar a lobos para conseguirlo.

Había cinco carvachis y tres pequeñas tiendas de campaña


esparcidas en un semicírculo, y frente a ellos había una sola tienda de
campaña de tamaño considerable. La disposición era la única cosa
ordenada sobre su pequeño campamento. Cada color, cada textura,
cada forma de carvachi, cada baratija saludando desde un árbol
cercano parecía nacer del momento y capricho.

Los demás ya estaban fuera de sus caballos, y los ocupantes del


campamento se acercaron a saludarlos. Un hombre golpeó a Griz duro
en la espalda y le ofreció un frasco pequeño. Griz echó hacia atrás la
cabeza, tomó un trago abundante, tosió, luego se limpió la boca con el
dorso de su brazo, y los dos se rieron. Griz rió. Más de una docena de
vagabundos de todas las edades lo rodearon. Una anciana con largas
trenzas de plata que colgaba pasando su cintura surgió de la gran
tienda de campaña y se dirigió a los recién llegados.

Kaden y yo sacamos los caballos detrás de ellos y nos detuvieron.


Las cabezas se volvieron a mirarnos, y las sonrisas se desvanecieron
momentáneamente cuando me vieron.
—Bajate —me susurró Kaden—. Ten cuidado con la anciana.

¿Qué tenga cuidado de una anciana, cuando tenía asesinos como


compañeros? No podía estar hablando en serio.

Me deslicé de mi caballo y me acerqué a interponerme entre Griz y


Malich.

—Hola —dije—. Soy Lia. Princesa Arabella Celestine Idris Jezelia,


Primogénita de la Casa de Morrighan, para ser precisos. Me han
raptado y traído aquí en contra de mi voluntad, pero puedo poner todo
eso a un lado para más adelante si teneis un cuadrado de queso de
cabra y una barra de jabón de sobra.

Sus bocas estaban abiertas, pero luego la anciana con trenzas de


plata presionó su cuerpo a través de la multitud.

—Ya la has oído —dijo ella, su acento era fuerte y su tono


impaciente—. Consiguele a la chica un poco de queso de cabra. El jabón
puede venir más adelante.

Ellos estallaron en risas por mi presentación, como si fuera una


historia salvaje, sentí manos a mi lado, y en mi espalda, un niño
tirando y empujando de mi pierna, todos me llevaron a la gran carpa en
el centro del campamento. Eran nómadas, me recordé a mí misma, no
Vendans. No tenían ninguna lealtad a ningun reino. Aun así, eran más
que amables con estos bárbaros. Ellos los conocían bien, y yo no estaba
segura de si me creían en absoluto. Era posible que se hubiesen reído,
pero había tomado nota de la larga pausa difícil de obviar antes de que
llegara la risa. Me había echo una bola por ahora, tal y como dije que
haría. La comida era lo primero. Alimentos reales. Mis dioses, tenían
queso de cabra. Besé mis dedos y los planteé a los cielos.

El interior de la tienda era de la la misma forma que el exterior.


Era un mosaico de alfombras y telas de flores que cubrían el suelo y las
paredes, con diferentes tamaños de almohadillas que recubrían el
perímetro. Cada uno era de un único color y patrón. Varias linternas de
vidrio, ninguna de ellas a juego, colgadas de los postes de la tienda y
docenas de adornos colgaban de las paredes de tela. Me sentaron en
una almohada de color rosa suave y mis pestañas revolotearon, mi
espalda se había olvidado de esta clase de comodidad. Suspiré y cerré
los ojos por un momento, dejando que la sensación tuviera toda mi
atención.
Sentí que levantaban mi pelo, y mis ojos se abrieron de golpe. Dos
mujeres estaban examinando, levantando mechones y meneando la
cabeza con simpatía.

—Neu, neu, neu —dijo una, como si una grave injusticia hubiese
perpetrado en contra de ella.

—Cha lou útor li pair au entrie noivoix —dijo la otra.

No era mucho Vendan, ni mucho Morrighese. Parecía que


recordaba tanto, salpicado de otros dialectos, pero entonces, eran
nómadas, recolectores y obviamente por el aspecto de su tienda de
campaña. Parecía que recogieron idiomas y los habían hecho girar
juntos.

Negué con la cabeza.

—Lo siento. No entiendo.

Ellas fácilmente cambiaron, nunca perdiendo el ritmo.

—Tu cabello necesita mucho trabajo.

Me extendió la mano y sentí lo enmarañado de lo que una vez fue


mi pelo. No me había cepillado en días. No parecía importar. Hice una
mueca, sabiendo que probablemente parecía un animal salvaje. Igual
que un bárbaro.

Una se agachó y abrazó mis hombros.

—No hay que preocuparse. Nosotras nos encargaremos de él más


tarde, tal como dijo Dihara, después de que hayas comido.

—¿Dihara?

—La anciana.

Asentí con la cabeza y me di cuenta de que ella no había entrado


en la tienda con las demás. Kaden y el resto no habían llegado, ya sea, y
cuando les pregunté dónde estaban, una mujer maravillosamente
redonda con grandes ojos de cuervo negro dijo—: Ah, los hombres,
rezan sus respetos al Dios del Grano primero. No lo estaremos viendo
en algo de tiempo.
Todas las demás se rieron. Fue difícil para mí imaginar a Griz,
Malich, y Finch prestando sus respetos a nadie. Kaden, por otro lado,
practicaba la decepción. Él cortejaría al dios con dulces palabras en un
momento mientras ya tramaba posar sus ojos paganos en el próximo.

La puerta de la tienda se abrió de golpe, y una chica de no más de


la edad de Eben entró con una bandeja grande y la puso a mis pies.
Tragué saliva. Mis mandíbulas dolían sólo por mirar la comida. En
platos. Platos de verdad. Y los más pequeños, pequeñas horquillas
bonitas con dibujos de flores en círculos a lo largo de sus asas. Viajaron
sorprendentemente bien. Me quedé mirando un plato de queso de
cabra, un poco de un adorno de porcelana de la miel, una canasta de
tres tartas de mantequilla, un gran tazón de sopa de zanahoria, y un
montón de rodajas fritas saladas crujientes. Esperé a que alguien más
fuera primero, pero todas estaban sentadas allí mirándome, y al final
me di cuenta de que todo era para mí.

Solté una rápida y nerviosa remembranza por respeto y me


adentré. Ellas charlaban mientras comía, a veces en su propio idioma, a
veces en el mío. La joven que había traído la comida me dijo que su
nombre era Natiya y me hizo docenas de preguntas que respondí entre
bocado y bocado. Era glotona y no traté de ocultarlo, lamiendo mis
dedos y suspirando con cada delicioso bocado. En un momento, pensé
que podría llorar de gratitud, pero el llanto habría interrumpido mi
fiesta.

Las preguntas de Natiya oscilaron entre la edad que tenía a


preguntarme qué alimento me gustó más, pero cuando me preguntó—:
¿Eres realmente una princesa? —La charla en la carpa se detuvo y
todas me miraron, esperando.

¿Lo era?

Había abdicado ese papel hacía semanas cuando me fui de Civica


y desterrado la frase "Su Alteza Real" del vocabulario de Pauline. Desde
luego, no ahora parecía o actuaba como una. Sin embargo, sólo había
sacado el título de exilio muy fácilmente cuando me convenía. Recordé
las palabras de Walther: Siempre serás tú, Lia.

Extendí la mano, tomé su barbilla y asentí.

—Pero no más de lo que lo eres tu por traerme esta comida. Estoy


verdaderamente agradecida.
Ella sonrió y bajó sus largas pestañas oscuras, un rubor
calentando sus mejillas. La charla se reanudó, y volví a mi última tarta
de mantequilla.

Cuando hube comido estaba a reventar, me llevaron a otra tienda


de campaña y, como habían prometido, trabajaron en mi pelo. Se
tomaron una buena cantidad de trabajo, pero eran amables y pacientes.
Mientras que dos de las mujeres peinaban a través de cada capa y otras
hacían un baño, llenaron una gran bañera de cobre con agua caliente
sobre el fuego. Me di cuenta de sus miradas de reojo. Yo era una
curiosidad para ellas. Probablemente nunca tuvieron visitas femeninas.
Cuando el baño estuvo listo, no me importó que me vieran desnuda. Me
desnudé, me sumergí, cerré los ojos y dejé que frotaran sus aceites y
hierbas en mi piel y el cabello y recé que si iba a morir en este viaje
podría ser en estos momentos.

Tenían curiosidad también, sobre mi Kavah, llamándolo un


tatuaje, me di cuenta que era en este punto. No había nada más
temporal en ello. Trazaron el diseño con sus dedos, diciendo lo
impresionante que era. Sonreí. Me alegré de que alguien pensara así.

—Y los colores —dijo Natiya—. Muy bonito.

¿Colores? No había colores. Sólo las líneas profundas rustzred


que componían el diseño, pero supuse que era lo que quería decir.

Oí gritar fuera de la tienda y me sobresalté hacia adelante. La


mujer redonda llamada Reena me empujó suavemente hacia atrás.

—Eso es sólo los hombres. Están de vuelta de las aguas termales


y sus respetos, aunque sus tributos probablemente continuarán en la
carpa durante toda la noche.

Eran una especie más reverente de lo que pensaba. Su bullicioso


ruido se desvaneció, y volví al lujo de mi baño. Odiaba la idea de
ponerme mis trapos sucios de nuevo, pero luego, cuando me sequé, las
mujeres comenzaron a vestirme con ropa de calle, poniéndome faldas
diferentes, bufandas, blusas y adornos como si estuvieran vistiendo a
una niña. Cuando terminaron, me sentí como una princesa de nuevo —
una princesa vagabunda. Reena colocó un pañuelo de seda azul con
elaborados bordados de plata en mi cabeza, centrándolo por lo que una
V de perlas colgaba por mi frente.
Ella dio un paso atrás con las manos en las caderas para revisar
su obra.

—Te ves menos como una loba ahora y más como un verdadero
miembro de la Tribu de Gaudrel.

¿La Tribu de Gaudrel? Volví la cabeza, mirando hacia abajo en la


alfombra de flores. Gaudrel. Me parecía tan familiar, como el nombre
había salido de mis labios antes.

—Gaudrel —dije en voz baja, poniendo a prueba la voz y entonces


me acordé.

Ve Feray Daclara au Gaudrel.

Era el título de uno de los libros que había robado del Sabio.
Yo la llamo, llorando, rezando que escuche,

No tengas miedo, niña,

Las historias son siempre ahí.

La verdad la trae el viento,

Escucha y te encontrará.

Yo te encontraré.

—Los Últimos Testamentos de Gaudrel


Capítulo 54
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

Me recosté en mi estómago sobre el prado, girando con cuidado


las quebradizas páginas del manuscrito antiguo. Había huido de Eben
bajo la amenaza de su vida. Ahora él se mantenía a una distancia
segura, jugando con los lobos y rociándolos con algo que no había
pensado que incluso poseía, o apreciara.

Aparentemente Kayden había cargado con la tarea de vigilarme


mientras él iba a presentar sus respetos al Dios del Grano. ¡Qué grande
debía ser este Dios ya que me encomendaría a Eben, aunque estaba
segura de que Kaden sabía que no era ninguna tonta. Necesitaba
recuperar algo de fuerzas antes de separarme de ellos. Esperaría mi
momento. Por ahora.

También sentí el tirón de algo más.

No había nada más que necesitara además de comida y descanso.

Las palabras del viejo manuscrito eran un misterio para mí,


aunque algunas podía adivinarlas, dada su frecuencia y posiciones.
Muchas de las palabras parecían tener la misma raíz que el
Morrighense, pero no estaba segura, porque muchas de las letras
estaban formadas diferente. Una clave sencilla ayudaría enormemente,
del tipo que el Erudito tenía en abundancia. Se lo había mostrado a
Reena y los otros, pero el lenguaje era tan extraño para ellos como lo
era para mí. Un idioma antiguo. Incluso en cada página, podía ver que
estaba escrito diferente por la manera en que hablaban. Sus palabras
eran entrecortadas y suaves. Estas tenían una cadencia más dura. Me
maravillé de lo rápido que se perdieron las cosas, incluso las palabras y
el lenguaje. Esto podía haber sido escrito por uno de sus antepasados,
pero ya no se entendía en la Tribu de Graudel. Toqué las letras, escritas
a mano con cuidado con una pluma. Este libro estaba destinado a
perdurar épocas. ¿Qué quería el Erudito de él? ¿Por qué lo escondía?
Tracé mis dedos sobre las letras de nuevo.

Meil au ve avanda. Ve beouvoir. Ve anton.

Ais evasa levaire, Ama. Parai ve siviox.

Ei revead aida shameans. Aun spirad. Aun narrashen. Aun


divesad etrevaun.

Ei útan petiar che oue bamita.

¿Cómo iba a aprender lo que el libro decía si el propio pueblo de


Gaudrel no lo sabía? La Tribu de Gaudrel. ¿Por qué nunca había oído
hablar de este libro antes? Para nosotros ellos habían sido sólo
vagabundos, personas sin raíces y sin historia, pero claramente tenían
una que el Erudito había ocultado. Cerré el libro y lo sostuve, cepillando
trozos de hierba de mi falda mirando el prado ir de verde a dorado
cuando el último rayo de sol cayó detrás de la montaña.

Un silencio inquietante pulsó debajo de mí. Aquí.

Cerré los ojos, sintiendo un dolor familiar. Una amarga necesidad


aumento en mi interior. Me sentía como una niña otra vez, mirando el
cielo iluminado por negras estrellas, todo lo que quería fuera de mi
alcance.

—Así que crees que tienes el don.

Me volví y me encontré mirando las profundas arrugas de la


anciana, Dihara. Parpadeé, recuperando el aliento.

—¿Quién le dijo eso?

Ella se encogió de hombros.

—Las historias… viajan. —Llevaba una rueca y un saco de


arpillera colgado de su hombro. Pasó por delante de mí, la alta hierba
temblando a su paso mientras cargaba la rueda dónde la pradera se
juntaba con el río. Se enfrentó a una dirección y luego a la otra, como si
escuchara algo, y puso la rueda abajo en un claro dónde la hierba era
más baja. Quitó la bolsa de su hombro y la dejo caer al suelo.

Caminé sin prisa más cerca pero todavía mantuve cierta


distancia, sin saber si ella daría la bienvenida a mis observaciones. Me
quedé mirando su espalda, notando sus largas trenzas de plata casi
tocando el suelo cuando se sentó.

—Puedes venir más cerca, —dijo—. La rueda no te morderá. Yo


tampoco lo haré.

Para una mujer mayor, tenía muy buen oído.

Me senté en el suelo a pocos pasos de distancia. ¿Cómo sabía ella


sobre mi supuesto don? ¿Finch o Griz le habían hablado sobre mí?

—¿Qué sabe usted de mi don? —pregunté.

Ella gruñó.

—Que tú sabes poco de él.

No consiguió la información de Griz o Finch, ya que estaban


completamente convencidos de mis habilidades, pero no podía discutir
con su conclusión. Suspiré.

—No es tu culpa —dijo mientras su pie empujaba el pedal de la


rueda—. Lo delimitado, ellos la mataran de hambre justo como los
Antiguos lo hicieron.

—¿Lo delimitado? ¿Qué quiere decir?

Su pie se detuvo en el pedal, y se giró para mirarme.

—Tu clase. Estás rodeada por el ruido de tu propia creación, y


asistes sólo a lo que puedes ver, pero esa no es la forma del don.

Miré a sus ojos hundidos, iris azules tan descoloridos que eran
casi blancos.

—¿Usted tiene el don? —cuestioné.

—No te sorprendas. El don no es tan mágico ni raro.


Me encogí de hombros, no queriendo discutir con esta mujer
mayor, pero conociendo por otro lado las enseñanzas de Morrighan y mi
propia experiencia. Era mágico, un regalo de los dioses a los elegidos
Remanentes y su descendencia. Eso incluía a muchos de los Reinos
Menores, pero no a los vagabundos sin raíces.

Ella levantó una ceja, escudriñándome. Se puso de pie dando un


paso lejos de su rueda, y se giró al campamento.

—Levanta, —ordenó—. Mira hacia allá. ¿Qué ves?

Hice lo que me dijo y vi a Eben luchando juguetonamente con los


lobos.

—Los lobos no toman a otros en el camino como lo hacen con


Eben, —dijo—. Su necesidad es profunda, y hay saber entre ellos. Él se
nutre incluso ahora, por lo que es más fuerte, pero en un camino que
no tiene nombre. Es una forma de confianza. Es misterioso, pero no
mágico.

Me quedé mirando a Eben, tratando de entender lo que estaba


diciendo.

—Hay muchos y tantos caminos que solo pueden ser vistos o


escuchados con un tipo diferente de ojos y oídos. El don, como tú lo
llamas, es un camino como el camino de Eben.

Ella volvió a su trabajo, como si su explicación estuviera


completa, a pesar de que seguía siendo un puzzle para mí. Sacó lana
cruda de su bolso, y luego algo con fibras rectar más largas.

—¿Qué hace girar? —pregunté.

—La lana de las ovejas, la piel de la llama, el lino del campo. Los
dones del mundo. Ellos vienen en muchos colores y fuerzas. Cierra los
ojos. Escucha.

—¿Escucharle girarla?

Ella se encogió de hombros.

Aquí.

La última sección de luz del sol había desaparecido, y el cielo


sobre las montañas se tiñó de color púrpura. Cerré los ojos y escuché
su giro, el zumbido de las ruedas, el clic del pedal, el susurro de la
hierba, el gorgoteo del arroyo, el bajo zumbido del viento por los pinos, y
eso era todo. Era tranquilo, pero no profundo y me impacienté. Abrí los
ojos.

—Dijo que las historias viajan. ¿Espera que crea que mi historia
viajo aquí hasta usted?

—Supongo que creerás lo que quieras. Solo soy una vieja que
tiene que volver a su hilado. —Tarareó, girando su cara al viento.

—Si cree en este tipo de maneras y mi historia viajó de verdad,


entonces sabe que era verdad cuando dije que me trajeron aquí en
contra de mi voluntad. No es de Vendan. ¿Me ayudará a escapar de
ellos?

Ella me miró por encima del hombro, de vuelta al campamento y


a los niños jugando fuera de la carreta. Las sombras del crepúsculo se
profundizaban en su rostro.

—Tienes razón, no soy de Vendan, pero tampoco soy Morrighese,


—dijo—. ¿Quieres que interfiera en las guerras entre hombres y
provoque la muerte de nuestros jóvenes? —Ella asintió con la cabeza
hacia los niños—. Así es como sobrevivimos. No tenemos ejército, y
nuestras pocas armas son sólo para la caza. Estamos solos porque no
tomamos partido, pero damos la bienvenida a todos con comida, bebida
y el calor del fuego. No puedo darte lo que me pides.

Estaba agradecida por la comida y la ropa limpia, pero todavía


esperaba más. Necesitaba más. No era una simple viajera en una larga
jornada. Era una prisionera. Puse los hombros atrás y me giré para
irme.

—Entonces sus caminos no son útiles para mí.

Estaba varias yardas lejos cuando me llamó.

—Pero te puedo ayudar con otros caminos. Ven mañana, y te


contaré más sobre el don. Prometo que lo encontrarás útil.

¿Tenía en realidad tiempo para las historias de una anciana?


Tenía un montón propias de Morrighan. Ni siquiera estaba segura de
que estaría aquí mañana. Para entonces yo estaría descansando, y mi
oportunidad de irme tal vez surgiría. No pretendía ser arrastrada más
lejos por el desierto. Mi oportunidad vendría con o sin su ayuda.

—Lo intentaré —dije, y me dirigí hacia el campamento.

Me detuvo de nuevo, su voz más suave.

—Los otros, no podrán decirte sobre el libro porque no leen. Están


avergonzados de decírtelo. —Sus pálidos ojos se entrecerraron—. Aún
somos culpables de no alimentar los dones, y los dones que no son
alimentados marchitan y mueren.

Cuando volví al campamento, Eben seguía observándome, fiel a


su tarea incluso cuando estaba con los lobos como si fuera uno de ellos.
Escuché un habla estridente y risas provenientes de la gran carpa en el
centro del campamento. Los respetos parecían haber escalado a una
variedad jovial. Reena y Natiya me saludaron.

—¿Quieres ir a tu carvachi para descansar primero o unirte a los


otros y comer? —preguntó Reena.

—¿Carvachi? ¿Qué quieres decir?

Natiya gorjeó como un pequeño pájaro ansioso.

—El rubio llamado Kaden, compró la carvachi de Reena para ti


por si querías dormir en una cama de verdad.

—¿Él qué?

Reena explicó que Kaden sólo la había alquilado durante el


tiempo que estuviera aquí, y ella iba a dormir en la tienda de campaña
u otra carvachi.

—Pero el mío es el más fino. Tiene un grueso colchón. Dormirás


bien ahí.

Empecé a protestar, pero ella insistió, diciendo que la moneda


que le dio sería útil cuando viajara al sur. Lo necesitaba más que el
carvachi para sí misma, y no habría muchas más noches solo para ella.
No estaba segura de qué quería más, otra buena comida o
acostarme en un colchón real con un techo sobre mi cabeza, lejos de los
ronquidos y ruidos del cuerpo de los hombres. Elegí la comida primero,
recordando que mi fuerza era importante.

Nos presentamos en la tienda junto con otras tres mujeres que


justo habían traído bandejas de costillas al fuego. Mi escoltas de
Vendan se sentaban en cojines en el medio de la tienda, junto con cinco
hombre del campamento. Su largo baño en las aguas termales había
dejado la suciedad atrás y traído de vuelta el color a sus pieles. Las
mejillas de Griz brillaban de color rosa. Bebían de cuernos de carnero y
comían con los dedos, aunque había visto utensilios disponibles.
Podrías ser capaz de ofrecer civilización a los bárbaros, pero eso no
significaba que fueran a formar parte de ella.

Ninguno de ellos pareció darse cuenta que entré y luego me di


cuenta que no sabían quién era yo. Con un baño, una bufanda de
cuentas en mi cabeza, y las ropas coloridas, no era la sucia chica
salvaje que había llegado al campamento el día de hoy. Las mujeres
pusieron dos de las bandejas abajo delante de los hombres, luego
tomaron la tercera para la esquina donde los cojines estaban apilados
altos y se sentaron juntas. Yo permanecí de pie, mirando a mis
captores, quienes festejaban y reían, echando la cabeza hacia atrás con
fuerza como si estuvieran en la corte de un rey sin cuidado en el
mundo. Había una ortiga en mi silla de montar. Tenía una
preocupación, una pequeña cosa llamada mi vida. Quería que ellos se
preocuparan también.

Gemí, y la risa se detuvo. Las cabezas se volvieron. Revoloteé mis


pestañas como si viera algo. Kaden me miró, tratando de recuperar el
foco, y finalmente se dio cuenta de quien era yo. Su rostro se enrojeció,
e inclinó la cabeza hacia un lado, como si estuviera echando un
segundo vistazo para decidir si era realmente yo.

—¿Qué es? —Preguntó Finch.

Mis ojos rodaron hacia arriba, e hice una mueca.

—Osan azen te kivada, —dijo Griz al hombre de su lado. El don.

Malich no dijo nada, pero sus ojos recorrieron tranquilamente mi


nuevo atuendo.

Kaden frunció el ceño.


—¿Y ahora qué? —preguntó él, con poca paciencia.

Esperé, tranquila, hasta que todos se sentaron más alto.

—Nada —dije poco convincente y fui a sentarme con las mujeres.


Me sentía como si hubiera vuelto a la taberna usando un nuevo set de
habilidades para controlar a los clientes ingobernables. A Gwyneth le
encantaría esto. Mi actuación fue suficiente para disminuir
considerablemente sus espíritus, al menos por un momento, y eso era
suficiente para iluminar el mío. Comí hasta llenarme, recordando que
cada bocado podría ser el que me sostuviera otra milla en el desierto
una vez que estuviera libre de ellos.

Intenté parecer participar en la charla de las mujeres, pero


escuché atentamente a los hombres a medida que reanudaban su
conversación. Siguieron comiendo y bebiendo, mayormente bebiendo, y
sus labios se volvieron más flexibles.

—¿Ade ena ghastery?

—¡Jah! —dijo Malich y señaló con la cabeza hacia mí dirección—.


¡Osa ve verait andel acha ya sah kest!

Todos se rieron, pero luego su charla se volvió más tranquila y


más secreta, sólo unas pocas palabras en voz baja eran lo suficiente
altas para que las escuchara.

—Ne ena hachetatot chadaros... Mias wei... Te Ontia lo besadad.

Hablaron de senderos y patrullas, y me incliné más cerca,


tratando de escuchar más.

Kaden me sorprendió escuchando. Fijó su mirada en mí y dijo en


voz muy alta sobre los demás—: Osa'r e enand vopilito Gaudrella. Shias
wei hal… le diamma camman ashea mika e kisav. —Los hombres
abuchearon, levantando sus cuernos a Kaden, luego volvieron a sus
conversaciones, pero los ojos de Kaden se mantuvieron enfocados en
mí, sin parpadear, esperando que yo reaccionara.

Mi corazón saltó. Trabajé para no mostrar reacción, para


mantener mi mirada indiferentemente ingenua y pretender que no sabía
lo que decían, pero finalmente tuve que apartar la mirada, sintiendo mi
cara volverse caliente. Cuando alguien anunciaba que pensaba que eras
una bella vagabunda y quería besarte, era difícil fingir ignorancia. Eligió
las palabras perfectas en su pequeña prueba para confirmar sus
sospechas. Miré de nuevo a mi comida, tratando de quitar el color de
mis mejillas. Terminé mi comida sin mirar en su dirección otra vez y
luego le pregunté a Reena si podría mostrarme su carreta.

Cuando nos acercamos a la carvachi al final del campamento, me


di cuenta de que Dihara caminaba lejos. En los escalones había un
pequeño libro, uno muy viejo, y con una rápida mirada, vi que estaba
todo escrito a mano. Lo recogí y dejé que Reena me mostrara su
colorida carreta.

Parecía mucho más grande por dentro de lo que parecía por fuera.
Ella me mostró todas las comodidades que tenía, pero la mayor
atracción era la cama en la parte trasera. Exuberante de color,
almohadas, cortinas y adornos con borlas, parecía algo de un cuento.
Me tiré sobre el colchón, y mis manos desaparecieron en una mágica
nube blanda.

Reena sonrió. Estaba contenta con mi reacción. No pude


resistirme a recorrer mi mano a lo largo de las bolas de oro colgantes y
verlas temblar a mi tacto. Mis ojos rozaron cada detalle de la cama
como si fuera una oveja hambrienta suelta en un pasto de tréboles. Ella
me dio un camisón para vestir y se fue, dándome su propia bendición
mientras bajaba las escaleras, golpeando el marco de la puerta con los
nudillos.

—Ojalá los Dioses te concedan un corazón tranquilo, ojos


intensos, y los ángeles guarden tu puerta.

Tan pronto como se fue, me dejé caer sobre el colchón,


prometiéndome que nunca volvería a dar una suave cama por sentado,
ni un techo sobre mi cabeza. Estaba más allá de agotada, pero no
quería dormir todavía, prefiriendo en su lugar meterme de lleno en el
lujurioso carvachi. Miré las numerosas baratijas que Reena había
colgado en las paredes, incluidas las extrañas jarras estriadas de los
Antiguos, uno de los pocos artefactos que todavía se encontraban en
abundancia.

Me pregunté acerca de todas las tierras de este pequeño grupo de


nómadas por las que viajaban, muchos más lugares de los que podía
imaginar, aunque por ahora parecía que había visto la mitad del
continente. Pensé en mi padre, quien nunca dejó Civica. Ni siquiera
visitó la mitad de su propio reino en Morrighan, mucho menos los
vastos territorios más allá. Por supuesto, tenía sus Ojos del Reino para
transmitirle el mundo. Espías. Están en todas partes, Lia.

No aquí. Una buena cosa acerca de este vasto desierto era que al
menos estaba fuera de las garras del Canciller y el Erudito. No era
probable que un cazador de recompensas me fuera a encontrar aquí.

Pero tampoco lo haría Rafe.

Me di cuenta de nuevo que no volvería a verlo nunca más. Los


buenos no se escapan, Lia. Él no había huido precisamente, pero no
había parecido listo para seguir adelante con su vida. No tomó mucho
convencerlo de que me tenía que ir. Había meditado sobre su reacción
más allá de la razón. Estaba demasiado aturdida y triste en el momento
de asimilarlo completamente, pero había tenido mucho tiempo para
pensarlo desde entonces. Reflexión, mi madre siempre lo llamaba
cuando estábamos pidiendo nuestros aposentos por alguna infracción
percibida. Mis reflexiones me dijeron que él estaba apenado también.
Déjame pensar. Pero entonces con la misma rapidez había dicho, Me
encontraré contigo para un último adiós. Su duelo fue de corta duración.
El mío no lo era.

Traté de no pensar en él después de dejar Terravin, pero no podía


controlar mis sueños. En medio de la noche, podía sentir sus labios
rozando los míos, sus fuertes brazos rodeándome, sus susurros en mi
oído, nuestros cuerpos presionados cerca, sus ojos buscando en los
míos como si fuera todo lo que le importara en el mundo.

Sacudí mi cabeza y me senté. Como Kaden había dicho, no era


bueno obsesionarse con los quizás. Los quizás podían retorcer cosas
que en realidad nunca existieron. Para Rafe probablemente yo era ya un
recuerdo lejano.

Tenía que concentrarme en el presente, lo real y verdadero. Agarré


el fino y suave camisón que Reena me había prestado y me lo puse. Un
camisón era otro lujo que no daría otra vez por sentado.

Hojeé el libro que Dihara había dejado para mí y me acurruqué en


la cama con él. Parecía ser un abecedario de niño en Gaudrian para
enseñar varios de los idiomas del reino, incluido el Morrighese y
Vendan. Lo comparé con el libro que había robado del Erudito. Los
idiomas no eran exactamente el mismo, como sospechaba. Ve Feray
Daclara au Gaudrel era cientos, tal vez millones de años más viejo, pero
el primero reveló que eran algunas de las extrañas cartas, y había
bastantes similitudes con el lenguaje presente por lo que podía traducir
alguna palabra con confianza. Mis dedos se deslizaban suavemente por
la página que estaba leyendo, sintiendo los siglos escondidos dentro.

El final de viaje. La promesa. La esperanza.

Hablame otra vez, Ama. Sobre la luz.

Busqué en mis recuerdos. Un sueño. Una historia. Un recuerdo


borroso.

Era más pequeña que tú, niña.

La línea entre la verdad y el sustento se aclara. La necesidad. La


esperanza. Mi propia abuela contando historias para llenarme porque
no había nada más. Miro a esta niña, seca, un estómago lleno ni
siquiera visitando sus sueños. Esperanzada. Esperando. Tiro de sus
delgados brazos, recojo la pluma de piel a mi regazo.

Érase un vez, mi niña, había una princesa no más grande que tú.
El mundo estaba en la puntas de sus dedos. Ella mandaba, y la luz
obedecía. El sol, la luna, y las estrellas se arrodillaban y se ponían a su
toque. Érase una vez…

Ausente. Ahora sólo está esa niña de ojos dorados en mis brazos.
Eso es lo que importa. Y el viaje acaba. La promesa. La esperanza.

Ven, hija mía. Es hora de irse.

Antes de que los carroñeros vengan.

Las cosas que perduran. Las cosas que permanecen. Las cosas
que no me atrevo a hablar con ella.

Te contaré más mientras caminamos. Sobre antes.

Había una vez….


Parecía más un diario o un cuento que se decía en torno a una
fogata, ¿una historia embellecida de una princesa que mandaba en la
luz? Pero también era una triste historia de hambre. ¿Fueron Graudel y
esta niña forasteros? ¿Los primeros vagabundos? ¿Y quién o qué eran
los carroñeros? ¿Por qué el Erudito tenía miedo de un narrador? A no
ser que Gaudrel le dijera más historias a esta niña. Quizás eso era lo
que el resto del libro revelaría.

Por mucho que quería seguir estudiando las desconcertantes


palabras, mis ojos se cerraban en contra de mi voluntad. Dejé los libros
a un lado y me levanté para apagar la linterna cuando oí tropezar en la
escalera exterior y Kaden entró por la puerta. Tropezó y se agarró a la
pared para recuperar el equilibrio.

—¿Qué estás haciendo? —exigí.

—Asegurarme de que te sientes cómoda. —Su cabeza se


balanceaba, y sus palabras eran lentas y confusas.

Me moví hacia adelante para empujarlo de vuelta, lo que parecía


ser una tarea sencilla, pero él cerró la puerta y me empujó contra ella.
Se apoyó contra la puerta, fijándome entre sus brazos, y me miró, sus
pupilas grandes, sus ojos oscuros tratando de concentrarse.

—Estás borracho, —dije.

Él parpadeó.

—Quizás.

—No hay quizás sobre eso.

Él sonrió.

—Es tradición. No puedo insultar a mis anfitriones. ¿Tú entiendes


de tradiciones, no, Lia?

—¿Siempre consigues esta borrachera apestosa cuando vienes


aquí?

Su sonrisa se desvaneció con cuidado, y se acercó más.

—No siempre. Nunca.


—¿Qué pasa? ¿Te sientes culpable esta vez y esperas que el Dios
del Grano te absolverá?

Sus cejas bajaron.

—No me siento culpable de nada. Soy un soldado y tú eres…


una… eres una de ellos. De la realeza. Sois todos iguales.

—Y conoces a muchos.

Un gruñido se deslizó de sus labios.

—Tú y tus visiones. ¿Crees que no sé lo que estás haciendo?

Estaba haciendo exactamente lo mismo que él haría en mi


posición, tratar de sobrevivir. ¿Esperaba que me arrastrara por todo el
continente y siguiera educadamente?

Sonreí.

—Ellos no saben lo que estoy haciendo. Eso es lo que importa. Y


no se lo dirás.

Él acercó su cara más cerca a la mía.

—No estés tan segura. Tu eres… soy uno de ellos. Soy de Vendan.
No olvides eso.

¿Cómo podría olvidarlo? Pero parecía inútil discutir con él.


Apenas podía hablar sin tropezar con sus palabras, y su rostro estaba
demasiado cerca de mí.

—Kaden, necesitas…

—Eres demasiado inteligente para tu propio bien, ¿lo sabías?


Sabes lo que dije ahí. Sabes lo que todos dijimos…

—¿Tus bárbaras tonterías? ¿Cómo voy a saberlo? Ni siquiera me


importa. ¡Fuera, Kaden! —Traté de empujarlo, pero se desplomó contra
mí, su cara enterrada en mi pelo, todos los músculos de su cuerpo
presionándome cerca. No podía respirar.

—Te oí, —susurró en mi oreja—. Esa noche. Te oí decirle a


Pauline que te gustaban mis ojos, que me encontrabas atractivo.
Su mano se acercó y tocó mi pelo. Reunió las hebras en la mano y
las apretó, y luego susurró en mi oído las mismas palabras que dijo en
la tienda, y más. Mis sienes golpeteaban. Su aliento era caliente en mi
mejilla mientras hablaba, y sus labios rozaron mi cuello, demorándose.

Se echó hacia atrás, y me quedé sin aliento.

—No eres… —se tambaleó, con los ojos perdiendo el foco—. Por tu
propio bien tan… —se tambaleó hacia un lado, agarrando la pared—.
Ahora tengo que dormir en… alerta, —dijo, empujándome a un lado—.
Voy a dormir fuera de tu carro. Porque no confío en ti, Lia. Eres
demasiado… —Sus párpados se cerraron—. Y ahora Malich.

Se cayó de espaldas contra la puerta, con los ojos cerrados, y se


deslizó hasta el suelo, todavía sentado en posición vertical. Todo lo que
tenía que hacer era abrir la puerta y él saldría disparado fuera, pero con
mi suerte, él se rompería el cuello bajando por las escaleras, y sería
dejada para tratar con Malich.

Me quedé mirándolo desmayado, con la cabeza colgando a un


lado. Él habría sido alguna protección contra Malich, pero todos ellos
eran probablemente unos estúpidos borrachos en este momento.

Tiré de la cortina de encaje a un lado y abrí la ventana cerrada.


Ahora podría ser el momento oportuno para funcionar si todos
estuvieran como este, pero vi a Malich, Griz, y Finch más cerca de los
caballos. Todavía parecía lo suficientemente segura en mis pies. Quizás
Kaden había contado la verdad y no estaba acostumbrado a tanta
bebida. En la taberna, siempre había sido cuidadoso y sosegado, nunca
teniendo más de dos sidras. Podría beber mucho sin sentir nada. ¿Qué
le había hecho beber tanto esta noche?

Cerré la persiana y volví a mirar a Kaden, su boca abierta. Sonreí,


pensando en cómo su cabeza se vería mañana. Agarré una almohada de
la cama de Reena y la tiré en el suelo junto a él, luego empujé su
hombro. Cayó sobre la almohada, nunca agitándose.

Era cierto. Le había dicho a Pauline que me gustaban sus ojos y


que pensaba que era atractivo. Estaba en forma, musculoso, y cómo
Gwyneth señalaba más de una vez, muy agradable a la vista. También
había compartido que encontré su actitud cautivante, grave y calmada
al mismo tiempo. Me había intrigado. Pero Pauline y yo estábamos
dentro de la casa cuando hablamos de él. ¿Había estado espiándonos?
¿Escuchando en la ventana? Es un asesino, me recordé. ¿Qué más
podría esperar? Trate de recordar otras cosas que Pauline y yo
habíamos hablado. Dioses, ¿qué más había oído? ¿Me había escuchado
preguntar…?

Suspiré. No podía preocuparme por eso ahora.

Me arrastré sobre el grueso colchón y puse uno de los edredones


de colores de Reena sobre mí. Me volví a mi lado, mirando a Kaden,
preguntándome por qué odiaba a los miembros de la realeza así. Pero
estaba claro que en realidad no me odiaba, sólo la idea de quién era yo,
justo como yo odiaba la idea de quién era el: Me hacía pensar en lo
diferente que todo podría haber sido si ambos hubiéramos nacido en
Terravin.
Capítulo 55
Traducido por Nessied
Corregido por katiliz94

Vi a Dihara la mayor parte de una hora desde la ventana antes de


que caminara sobre el silencio —Kaden todavía estaba durmiendo y salí
del vagón para acercarme a ella. Ella se sentaba en un taburete junto al
fuego en el centro del campo cepillándose su largo pelo plateado y
tejiéndolo de nuevo en trenzas. En lo siguiente se frotaba un bálsamo
color amarillo en los codos y los nudillos. Sus movimientos eran lentos
y metódicos, como si hiciese esto cada mañana durante mil años. Esa
era casi la edad que asemejaba, pero sus hombros no estaban
encorvados, y sin duda seguía siendo fuerte. Ella había girado una
rueda por todo el camino en el prado ayer. Un tallo cortó de pasto
brincaba desde la comisura de su boca mientras la masticaba.

Una cosa que sabía al observarla era que había algo diferente en
ella. Era la misma diferencia que había visto en Rafe y en Kaden cuando
por primera vez entraron en la taberna. Esa misma diferencia que había
visto cuando vi al Erudito. Algo que absolutamente no podía estar
oculto, sea bueno o malo. Algo que te invadía tan ligeramente como una
pluma o tal vez sentándose en tus entrañas como una roca pesada,
pero sabía que estaba allí de cualquier manera. Había algo inusual en
Dihara que me hizo pensar que ella podría realmente saber más sobre
el don.

Sus ojos se levantaron hacia los míos cuando me acerqué a ella.

—Gracias por el libro, —dije—. Me fue muy útil.

Ella presiono las manos en sus rodillas y se levantó. Me parecía


que me había estado esperando.

—Vamos a la pradera. Te enseñaré lo que sé.


Nos detuvimos en medio de una parcela de tréboles. Ella levantó
una hebra de mi cabello, y lo dejó caer, luego caminó en un círculo
alrededor mío. Ella olió el aire sobre mi cabeza y meneó la suya.

—Eres débil en el don, pero entonces has tenido mucha práctica


en ignorarlo.

—¿Lo sabes solo por inhalar?

Por primera vez, ella sonrió, un soplo de aire escapó de sus labios
arrugados casi en una carcajada. Me tomó la mano.

—Camínenos. —El prado se extendía en la longitud del valle, y la


pasamos a través de él hacia ningún destino en particular—. Eres
joven, niña. Tengo la sensación de que eres más fuerte en otros dones,
tal vez en los que estás destinada a alimentar, pero eso no quiere decir
que sea demasiado tarde para que manejes algo de este también. Es
bueno tener muchos puntos fuertes.

Mientras caminábamos, señaló la sobrecarga de nubes delgadas y


su lenta marcha sobre las cimas de las montañas. Señaló el brillo suave
las piernas largas de los sauces a lo largo de la orilla, y entonces me
hizo dar la vuelta para mirar nuestras huellas a lo largo del prado, ya
surgiendo mientras la brisa se agitaba como una mano a través de
ellas.

—Este mundo, te respira, te huele, te conoce, y luego te respira


hacia fuera otra vez, te comparte. No estás contenida aquí solo en este
lugar. El viento, el tiempo, los círculos se repiten, enseñan, revelan,
algunas franjas más profundas que otras. El universo sabe. El universo
tiene una gran memoria. Así es como funciona el don. Pero hay algunos
que son más abiertos a compartir con los demás.

—¿Cómo puede el mundo respirar?

—Hay algunos misterios que el mundo no revela. ¿No todos


tenemos nuestros propios secretos? ¿Sabemos por qué dos personas se
enamoran? ¿Por qué un padre sacrificaría a un hijo? ¿Por qué una
joven huiría en el día de su boda?

Me detuve y me quedé sin aliento, pero ella me tiró junto a ella.

—Las verdades del mundo desean ser conocidas, pero no fuerzan


sobre sí mismas sobre el camino de tu voluntad. Ellas te cortejan, te
susurran, juegan por detrás de tus parpados, se deslizan dentro y
calientan tu sangre, danzan a lo largo de tu columna vertebral y
acarician tu cuello hasta que tu carne se eleva en un bulto.

Ella tomó mi mano y la rodó en un puño, presionándolo duro en


el medio justo de mis costillas.

—Y a veces merodea por lo bajo, pesado en tu vientre —lanzó mi


mano y reasumió su camino—. Eso es el verdadero deseo de ser
conocido.

—Pero soy la Primogénita y de acuerdo con los Textos Sagrados…

—¿Crees que el camino de la verdad se preocupa por el orden del


nacimiento o palabras escritas en un papel? —Preguntó. Si Pauline
hubiese estado allí, habría estado diciendo una penitencia por el
sacrilegio de Dihara, y el Erudito hubiera roto los nudillos de Dihara
por pensar en tal cosa. El don que había descrito no era sobre el que yo
había aprendido.

—Entonces se supone que solo vienen, ¿no es así?

—¿Tu lectura ha venido a ti? ¿O tienes que dedicar esfuerzo a


ella? La semilla del don puede venir, pero si una semilla no se alimenta
muere rápidamente. —Se dio la vuelta, y me condujo hacia abajo más
cerca del río—. El don es una manera delicada de saber. Es escuchar
sin orejas, ver sin ojos, sin percibir el conocimiento. Es cómo
sobrevivieron los pocos antiguos que quedan. Cuando no tenían nada
más, tuvieron que volver a la lengua enterrada profundamente dentro
de ellos. Es una forma tan vieja como el universo mismo.

—¿Qué hay de los dioses? ¿Dónde están en todo esto? —


pregunté.

—Mira a tu alrededor, niña. ¿Qué árbol de este bosque no


crearon? Ellos están donde tú decides verlos.

Caminamos hasta donde el río se curvaba bruscamente de nuevo


hacia la montaña, y nos sentamos en un banco de grava gruesa. Ella
me habló más sobre el don y sobre ella misma. Ella no siempre fue una
vagabunda. Una vez fue la hija de un flechero en el Reino Menor de
Candora, pero sus circunstancias cambiaron cuando sus padres y su
hermana mayor murieron de fiebre. En lugar de vivir con su tío al cual
temía, ella huyó.
Sólo tenía siete años para entonces y se encontró perdida en
medio del bosque. Probablemente habría sido comida por los lobos si
una familia de vagabundos no la hubiese encontrado.

—Eristle me dijo que me escuchó llorando, lo que habría sido


imposible desde la carretera. Ella me escuchó de otra manera. —Dihara
se fue con ellos ese día y nunca regresó—. Eristle me ayudó a aprender
a escuchar, a acallar el ruido, incluso cuando el cielo temblaba con
truenos, incluso cuando mi corazón temblaba de miedo, incluso cuando
el ruido de los afanes de cada día llenaba mi cabeza en su lugar. Ella
me ayudó a aprender a estar en silencio y escuchar lo que el mundo
quería compartir. Ella me ayudó a aprender a estar quieta y saber.
Déjame ver si podré ayudarte.

Me senté sola en el prado, los hombros cepillando la hierba alta


en contra de mis brazos, y practiqué lo que Dihara me enseñó. Cerré
mis pensamientos, tratando de respirar lo que me rodeaba, la hierba
agitándose en la pradera, el aire, bloqueando el ruido de Griz
persiguiendo a su caballo, los gritos de los niños jugando, los ladridos
de los lobos.

Pronto todas esas cosas se arremolinaban lejos en una brisa.


Quietud.

Mi respiración se calmó al igual que lo hicieron mis


pensamientos. Era sólo una mañana de tranquilidad. Una mañana de
escucha. Dihara me había dicho que no podía invocar el don. Eso es
exactamente lo que era, un don. Pero tenía que estar lista, preparada.
El escuchar y confiar tomaba práctica.

No vino a mí plenamente conocido o claro, y aún tenía un montón


de preguntas, pero hoy cuando estaba sentada en la pradera, sentí
como si mis dedos hubiesen rozado la cola de una estrella. Mi piel se
estremeció con el polvo de la posibilidad.

Mientras estaba por volver al campamento, el cosquilleo se


convirtió bruscamente en dedos fríos agarrando mi cuello y mis pasos
tambalearon. Algo que dijo Dihara rebuscó y se apoderó de mí. Has
tenido mucha práctica en ignorar el don. Me detuve, todo el peso de sus
palabras finalmente se asentaron.
Era cierto. Había ignorado el don. Pero no lo hice por mi cuenta.

No hay nada que saber, dulce niña. Es sólo el frío de la noche.

Había sido entrenada para ignorarlo

Por mi propia madre.


Capítulo 56
Kaden

Traducido por Nessied


Corregido por katiliz94

Me desperté en el suelo del vagón de Lia y pensé que ella


finalmente me había plantado un hacha en el cráneo. Entonces me
acordé de algunos sucesos de la noche, y la cabeza me dolió un poco
más. Cuando vi que se había ido, traté de levantarme rápidamente, pero
fue un enorme error como beber el aguaardiente de los vagabundos en
primer lugar.

El mundo se astilló en mil luces cegadoras y mi estomago se


sacudió hacía mi garganta. Me sostuve por la pared y en el proceso tiré
para abajo las cortinas de Reene. Salí del carro y Dihara me dijo que Lia
había caminado hasta el Prado. Ella me sentó y me dio algunas de sus
antídotos viscosos para beber y una cubeta de agua para lavarme la
cara.

Griz y los demás se rieron de mi estado. Sabían que generalmente


no bebía más de un sorbo cortés debido a que me habían entrenado
para ser un asesino preparado. ¿Qué fue lo que me hizo perder mi buen
sentido anoche? Pero sabía la respuesta. Lia. Nunca había estado en un
viaje hacía el Cam Lanteux tan angustioso como éste.

Me limpié y fui hacia ella. Ella me vio llegar por el prado y se


levantó. ¿Estaba mirándome? Deseé poder recordar más sobre anoche.
Aún estaba vestida con el atuendo de vagabunda. Se le adaptaba
bastante bien.

Me detuve a unos pocos pasos de distancia.

—Buenos días.
Ella me miró, con la cabeza inclinada y una ceja levantada.

—¿No sabes que ya no es de mañana?

—Buenas tardes —corregí.

Me miró fijamente, sin decir nada, mientras esperaba que ella


llenase los espacios en blanco. Despejé mi garganta.

—Lo de anoche… —No sabía cómo abordar el tema.

—¿Sí?

Di un paso más cerca.

—Lia, espero que sepas que no pagué el vagón porque tenía la


intención de dormir allí contigo.

Ella todavía no dijo nada. Este no era el día que quería que
controlase la habilidad de mantener su lengua. Cedí.

—¿Hice algo…?

—Si lo hubieras hecho, todavía estarías en el suelo de la carreta,


sólo que no estarías respirando. —Suspiró—. Fuiste, en la mayor parte,
un caballero, Kaden… Bueno, tanto como un tonto borracho podía
serlo.

Respiré profundamente. Una preocupación menos.

—Te dije algunas cosas, sin embargo.

—Lo hiciste.

—¿Cosas que deba saber?

—Me imagino que si fuiste tú quien las dijo, supongo que lo


sabes. —Se encogió de hombros y volvió su mirada hacia el río—. Pero
no has dicho ningún secreto de Vendad, si eso es lo que te preocupa.

Me acerqué y tomé su mano en la mía. Ella me miró sorprendida.


La sostuve suavemente para que pudiera elegir si alejarse o no.

—Kaden, por favor, vamos…


—No estoy preocupado acerca de los secretos de Vendan, Lia. Y
creo que lo sabes.

Sus labios se estrecharon, y luego sus ojos brillaron.

—No dijiste nada que pudiese entender. ¿Bien? Solo tonterías de


borrachos.

No sabía si realmente podía creerla. Sabía lo que el aguaardiente


podía hacer con tu lengua, y también sabía que las palabras que decía
en mi cabeza cientos de veces al día salían en contra de mi voluntad,
cuando la miraba. Y luego estaban las cosas sobre mí que no quería que
supiese.

Ella me miró, con los ojos firmes, con la barbilla en alto como
siembre hacía cuando su mente estaba funcionando. Había estudiado
cada gesto, cada instante, cada detalle de ella, todo el lenguaje que era
Lia en todos los kilómetros que habíamos viajado y con todas las
fuerzas que tenía, regresé mi mano a mi lado. Un latido me atravesó las
sienes, y la miré.

Una sonrisa maliciosa se levantó de las comisuras de su boca.

—Bueno. Me alegra ver que estás pagando por tus excesos. —Ella
asintió con la cabeza en dirección al río—. Vamos a conseguirte algo de
hierba chiga. Crecen a lo largo de los bancos. Dihara dijo que sería
bueno para el dolor. Esté sería mi agradecimiento por hacer que yo
obtenga el carvachi. Fue un acto de bondad.

La observé girarse, vi la brisa atrapar su cabello y levantarlo. La vi


caminar. No odiaba a todos los de la Realeza. No la odiaba a ella.

La seguí y caminamos a lo largo de las orillas, primero de un lado


y luego del otro, cruzando entre las rocas resbaladizas, retrocediendo
debajo de otras. Ella me mostró la hierba chiga y arrancó varios tallos
cuando caminamos, quitando las hojas exteriores y rompiéndolas en
pedazos de cuatro pulgadas.

—Muérdelas —dijo ella entregándomelas.

La miré con recelo.

—No es venenosa prometió—. Si ya hubiese tratado de matarte,


encontraría otra manera más dolorosa para hacerlo.
Sonreí.

—Sí, supongo que sí.


Capítulo 57
Rafe

Traducido por Nessied


Corregido por katiliz94

—¿Va a decirnoslo si o no? —Jeb roía un hueso, saboreando


hasta el último pedacito de sabor de la fresca carne que habíamos
tenido en días y luego la lanzó al fuego—. ¿Si ella posee el don?

—No lo sé.

—¿Qué quiere decir con qué no lo sabe? ¿Pasó la mitad del verano
con ella y no lo descubrió?

Orrin resopló.

—Él estuvo demasiado ocupado poniendo su lengua en la


garganta de ella para hacer preguntas.

Todos rieron, y disparé a Orrin una mirada feroz. Sabía que era
una broma —a su manera, una aprobación que me contaba como un
hombre que había cazado a una chica y la inclinó a su voluntad. Pero
yo sabía la verdad. Y no era nada de eso. Si alguien había sido doblado
y roto, fui yo. No me gustaba que hablaran de ella de esa manera. Ella
llegaría a ser su reina. Por lo menos oré para que lo fuera.

—¿Cómo es ella, esta chica a la que haremos volver? —preguntó


Tavish.

Les debía mucho, algunas respuestas, un atisbo de Lia. Ellos


estaban arriesgando sus vidas, llegando a lo largo, con pocas
preguntas. Se habían ganado estas respuestas. También agradecía la
manera en que Tavish lo dijo —volver— nunca cuestionó si podríamos
lograr nuestro propósito. Necesitaba eso ahora. Aunque estábamos
repuestos en números, Sven había conseguido lo mejor de una docena
de regimientos. Fueron entrenados en todas las funciones y
armamentos de un soldado, pero cada uno tenía sus puntos fuertes.

Aunque Orrin jugaba rudo, su habilidad con el arco era refinada e


incuestionable. Su objetivo, incluso a través del viento y la distancia,
eran precisos, y podía mantener el ataque de tres hombres. Jeb era
experto en ataques silenciosos. Tenía una sonrisa notable y de manera
poco impresionante, pero eso era lo último que cualquiera de sus
víctimas notaba sobre él antes de que él quebrara sus cuellos. Tavish
era de voz suave y seguro. Mientras que otros se jactaban, él restaba
importancia a sus logros, que eran muchos. No era el más fuerte o el
más rápido de todos, pero era el más calculador. Él hacía el recuento de
cada movimiento hacia la victoria. Nos habíamos encontrado y
entrenamos juntos como promesas.

Yo también tenía mis fortalezas, pero sus habilidades


consumadas eran hechas en el campo, mientras que las mías solo eran
vistas en la práctica. A excepción de Tavish. Compartíamos un secreto
entre nosotros —el momento en que maté a ocho hombres en cuestión
de diez minutos. Salí de ello con una fuerte herida en el muslo que el
mismo Tavish había tenido que coser y eso permaneció en secreto. Sven
no era consciente de esa noche, y él lo sabía casi todo sobre mí.

Examiné los cuatro rostros esperando que yo dijera algo. Incluso


Sven, quien tenía treinta años sobre todos nosotros y por lo general
mostraba poco interés en la charla ociosa de los soldados alrededor de
una fogata, parecía solo estar esperando algunos detalles sobre Lia.

—Ella no es como las demás damas de la corte, —dije—. No


protesta sobre su vestimenta. La mayor parte del tiempo, si no está
trabajando en la taberna, lleva pantalones. Algunos con agujeros en
ellos.

—¿Pantalones? —dijo Jeb con incredulidad. Su madre era


maestra costurera de la corte de la reina, y había disfrutado de los
placeres de la moda a sí mismo como cuando él no estaba en uniforme.

Sven se inclinó hacia delante.

—¿Ella trabaja en una taberna? ¿Una princesa?

Sonreí.
—Sirve en las mesas y lava los platos.

—¿Por qué no me lo dijo antes? —Preguntó Sven.

—Me gusta —dijo Tavish—. Cuentenos más.

Les hablé de nuestra primera reunión y como quería odiarla, y


todos nuestros momentos juntos después de eso. Casi todos nuestros
momentos. Les dije que era pequeña, una cabeza más baja que yo, pero
tenía temperamento y se ponía tan alta como un hombre de pie cuando
estaba enfadada, y que la había visto poner de rodillas a un soldado de
Morrighan con solo unas pocas palabras afiladas. Les dije como
habíamos juntados moras y que ella coqueteaba conmigo, mientras yo
todavía pensaba que la odiaba, y que lo único que quería hacer era
besarla, pero cuando finalmente nos besamos —hice una pausa de mi
descripción y respiré en un largo y lento suspiro.

—¿Estuvo bien? —solicitó Jeb, ansioso por los detalles vicarios.

—Estuvo bien —respondí simplemente.

—¿Y por qué no le dijo quien es usted? —preguntó Travis.

Se supone que necesitaban saber esto también, más temprano


que tarde —por lo menos antes de llegar a ella.

—Te lo dije, no nos llevábamos tan bien desde un principio. Luego


me enteré de que ella no apreciaba a Dalbreck ni a nadie de allí. Ella no
puede tolerarlos, en realidad.

—Pero eso somos nosotros —dijo Jeb.

Se encogió de hombros.

—Ella no es una admiradora de las tradiciones, y tiene a Dalbreck


como responsable sobre la boda arreglada. —Tome un trago de mi
bota—. Y especialmente desprecia al Príncipe de Dalbreck por permitir a
su papi arreglar un matrimonio para él.

Vi una mueca de dolor en Tavish.

—Y ese es usted —dijo Jeb.

—¡Jeb, sé quién es quién! No tienes que decírmelo —le espeté. Me


senté de nuevo y le dije en voz más baja—. Ella dijo que nunca podría
respetar a un hombre así. —Y ahora ellos sabían exactamente con lo
que yo estaba tratando y lo que ellos estarían tratarían también.

—¿Qué sabe ella? —Preguntó Orrin, agitando una pierna de


urogallo en su mano. Chupó un trozo de carne entre los dientes—. Ella
es sólo una chica. Esa es la forma en que estas cosas se hacen.

—¿Y ella quién creía que era usted? —Preguntó Tavish.

—Un peón que se quedaba para el festival.

Jeb se rió.

—¿Un peón?

—Es cierto, un buen granjero que iba a la ciudad para su


diversión anual, —dijo Orrin—. ¿Ya ha puesto un bebé en su vientre?

Mi mandíbula se volvió rígida. Nunca sostuve mi posición por


encima de mis soldados iguales, pero no dudé ahora.

—Pisa con cuidado, Orrin. Estás hablando de tu futura reina.

Sven me miró y asintió sutilmente.

Orrin se sentó de nuevo, una mirada fingida de miedo en sus


ojos.

—Bueno, cuélguenme. Parece que nuestro príncipe finalmente ha


pulido sus joyas.

—Ya era hora —agregó Tavish.

—Compadezco al Vendan que las robó — intervino Jeb.

Al parecer a ninguno de ellos le importaba mi rango. Me parecía


que quizás aún estaban esperando por ella.

—La única cosa que no entiendo —dijo Jeb—, es por qué ese
Vendan no dejó que el caza recompensas le cortase a ella la garganta –e
hiciera su trabajo por él.

—Porque yo estuve parado detrás de él. Le dije que lo soltara.


—Pero entonces, ¿por qué la llevó hasta Venda? ¿Rescatándola?
—Tavish interrumpió—. ¿Cuál fue su propósito al llevarla?

Recordé cómo Kaden la había mirado esa primera noche, una


pantera sobre una cierva, y cómo la había mirado cada día después de
eso.

No contesté a Tavish, y tal vez mi silencio fue la respuesta


suficiente.

Hubo una larga pausa y luego Orrin eructó.

—Traeremos a mi futura reina de vuelta —dijo—, y entonces


pincharemos todas sus sangrientas joyas en un palo.

Y entonces hubo momentos en que la lengua cruda de Orrin


parecía más refinada y elocuente que cualquiera de nosotros.
Capítulo 58
Traducido por Nessied
Corregido por katiliz94

Me senté en el césped en el borde de la orilla del río viendo la


corriente pasar, mis pensamientos saltando entre el pasado y el
presente. Los últimos días, había conservado tanta energía como pude,
tratando de poner el peso atrás. Pasé la mayor parte de mi tiempo en la
pradera, bajo la atenta mirada de Eben o de Kaden, pero los bloqueé
como Dihara me había enseñado a hacerlo, tratando de escuchar. Era la
única manera que tenía orando a fin de encontrar mi camino a casa
otra vez.

Cuando incliné la cabeza hacia un lado, cerré los ojos, y levanté la


barbilla al aire, Kaden pensó que estaba siguiendo por los demás, pero
Eben me miró con asombro. Un día él me preguntó si realmente había
visto a los buitres limpiando sus huesos. Respondí encogiéndome de
hombros. Mejor lo tenía preguntando y a distancia. No quería que su
cuchillo estuviese de nuevo en mi garganta otra vez, y según las
palabras del propio Kaden, su creencia en el don era lo único que me
mantenía viva. ¿Cuánto tiempo podría durar todavía eso?

Después del desayuno de esta mañana Kaden me dijo que solo


teníamos tres días más antes de irnos, lo que significaba que tendría
que estar en mi camino antes. Se fue volviendose vago en su vigilancia
desde que yo no había hecho ningún esfuerzo por huir. Yo estaba
fabricando lentamente mi oportunidad. Había rodeado el campamento
en busca de armas que podría birlar de los vagabundos, pero si tenían
algunas, seguro todas debían estar almacenadas en sus carvachis. Un
escupitajo pesado de hierro, una hacha y un cuchillo de carnicero era lo
mejor que un campamento tenía por ofrecer —fácilmente ocultados y
voluminosos si intentara echarlos en uno de los pliegues de mi falda. La
ballesta de Kaden, su espada y su daga estaban todas dentro de su
tienda. Ir a escondidas hasta ahí sería una tarea imposible.
Además de un arma, un caballo sería esencial para escapar, y
estaba bastante segura de que el caballo más veloz pertenecía a Kaden,
de modo que era el que tenía que tomar. Ahí estaba otro problema.
Dejaron a los caballos desensillados y desenfrenados. Podía montarlo a
pelo si tuviera que hacerlo, pero podría ir mucho más rápido con una
silla de montar, y la velocidad sería esencial.

Vi a Kaden en la distancia, de pie junto a su caballo y


cepillándolo, aparentemente atento a su tarea, aunque me pregunté
cuantas veces él había estado mirando en mi dirección.

Todavía estaba pensando en lo que me había dicho la noche


anterior. Había pasado la mayor parte de ayer tratando de entender el
antiguo idioma Venda, y yo le había preguntado si alguna vez había
oído hablar del Cantico de Venda. El sabía sobre eso pero explicó que
había muchos canticos que eran cantados en varias versiones. Todos
ellos decían que eran las palabras el homónimo del reino.

Me dijo que Venda había sido la primera esposa del gobernante.


Ella se había vuelto loca y se sentó un día en la muralla de la ciudad,
cantando canciones a la gente. Algunos la escribieron, pero la mayoría
fueron memorizadas por los que escuchaba. Ella fue venerada por sus
bondades y sabiduría, e incluso después de que se volviera loca,
vinieron a escuchar sus gemidos, hasta que finalmente un día cayó de
la muralla y murió. Se creía por muchos que fue su esposo quién la
empujó, incapaz de escuchar más de sus tonterías.

Su balbuceo se volvió loco, a pesar de los esfuerzos del


gobernador para prohibirlos. El quemó todas las canciones que fueron
escritas que pudo encontrar, pero otros llevaron una vida propia
cuando fueron cantados por el pueblo como fueron en su día. Pregunté
a Kaden si él podría ser capaz de leer un pasaje de Vendan para mí,
pero me dijo que no sabía leer. Afirmó también que ninguno de ellos y
que la lectura era raro en Venda.

Eso me desconcertó. Estaba segura de que en Terravin lo había


visto leer varias veces. Berdi no tenía ningún menú en la taberna así
que recitaba la tarifa, pero había avisos puestos afuera, y estaba segura
de que había visto que él se había detenido afuera para verlos. Por
supuesto, eso no significaba que entendiera lo que veía, pero en los
juegos del festival, pensé que había leído el tablero de eventos junto con
el resto de nosotros, señalando el registro de lucha libre. ¿Por qué
mentiría acerca de ser capaz de leer?
Lo vi dándole palmaditas a su caballo, enviándolo a la pradera a
pastar con los otros, y luego desapareció en su tienda. Volví mi atención
de nuevo al río, lanzando una pequeña piedra y viendo que se hundía y
anidaba junto al lado de otro. Mi tiempo en el campamento con Kaden
se habían vuelto extraño varías veces, o tal vez, ahora sólo era más auto
consciente.

Tenía que saber que él se preocupaba por mí. Era el secreto a


voces. Era la razón por la que todavía estaba viva, pero no había
comprendido del todo lo mucho que le importaba. Y a pesar de mí
misma, sabía a mi propia manera, que yo también me preocupaba por
él. No por Kaden el asesino, sino por el Kaden que hacía conocido
anteriormente en Terravin, quien me había llamado la atención al
momento en que entró por la puerta de la taberna. El único que era
tranquilo y misterioso, pero amable, en su mirar.

Me acordé cuando bailé con él en el festival, sus brazos tirándome


más cerca y la manera en como luchó con sus pensamientos, lo retuvo.
No se pudo contener la noche que estuo borracho. El aguaardiente
había aflojado sus labios y lo expuso todo descaradamente. Arrastrado
y opacado pero claramente. Él me amaba. Esto de un bárbaro que fue
enviado a asesinarme.

Me recosté, mirando hacia el cielo sin nubes, de un tono más azul


y más brillante que el de ayer.

¿Acaso siquiera él sabía que era el amor? De hecho, ¿lo hacía yo?
Ni siquiera mis padres parecen parecían saberlo. Crucé los brazos
detrás de mi cabeza como una almohada. Tal vez no había una manera
de definirlo. Tal vez había muchos matices de amor como el azul del
cielo.

Me pregunté si su interés había comenzado cuando atendí su


hombro. Recordé su apariencia extraña y sorprendida cuando lo toqué,
como si nadie nunca le hubiese mostrado bondad antes. Si Griz, Pinzón
y Malich eran cualquier indicio de su pasado, tal vez nadie lo había
hecho. Ellos mostraban una cierta devoción férrea entre sí, pero de
ninguna manera se parecía a la bondad. Y luego estaban las cicatrices
en el pecho y la espalda. Sólo un salvaje cruel podría haberle causado
esos.

Sin embargo, en algún punto del camino, Kaden había aprendido


la bondad. Incluso, la ternura. Salían a la superficie en pequeñas
acciones. Parecía como si fuera dos persones distintas, el asesino de
Vendan intensamente leal y otra muy diferente, alguien que estaba
encerrado, y preso como yo.

Me puse de pie para volver al campamento y me estaba


sacudiendo la falda cuando vi a Kaden caminar hacia mí. Llevaba una
cesta. Salí a la pradera a su encuentro.

—Reena hizo estas esta mañana, —dijo—. Me dijo que te trajese


uno.

¿Reena enviándolo a una entrega? No era probable. Había estado


bastante conciliador desde que irrumpió en mi carvachi y se
derrumbase en una borrachera. Tal vez incluso avergonzado.

Me entregó la cesta llena de tres albóndigas crujientes.

—De manzanas silvestres —dijo.

Estaba a punto de tomar uno de la canasta cuando un caballo


que pastaba cerca de repente cargaba contra otro caballo. Kaden me
agarró y me sacó de su camino. Nos encontramos de vuelta, incapaz de
recuperar nuestro equilibrio, y ambos caímos en el suelo. Rodó sobre mí
en un movimiento protector, rodando en caso de que el caballo se
acercara, pero ya había desaparecido.

El mundo se rompió al silencio. La hierba ondeaba entre


nosotros, escondiéndonos de la vista. Él bajó la vista hacía mí, sus
codos a horcajadas en mi costado, su pecho rozando el mío, su rostro a
solo unos centímetros.

Vi la mirada en sus ojos. Mi corazón golpeando contra mis


costillas.

—¿Estás bien? —Su voz era baja y ronca.

—Sí —dije en voz baja.

Su rostro se cernía más cerca del mío. Lo iba a alejar, iba a


apartar la mirada, hacer algo, pero no lo hice, y antes de saber lo que
estaba pasando, el espacio entre nosotros desapareció. Sus labios eran
cálidos y suaves contra los míos, y su aliento vibraba en mis oídos. El
calor corrió a través de mí. Era tal como había imaginado esa noche con
Pauline de vuelta en Terravin hace tanto tiempo atrás. Antes…
Lo empujé.

—Lia…

Me puse de pie, mi pecho agitado, ocupándome con un botón flojo


en mi camisa.

—Olvidemos lo que pasó, Kaden.

Él había saltado sobre sus pies también. Agarró mi mano para


que así tuviera que mirarlo.

—Tú querías besarme.

Negué con la cabeza, negándolo, pero era cierto. Yo quería


besarlo. ¿Qué había hecho? Me liberé y me alejé, dejándolo de pie en el
prado, sintiendo sus ojos siguiéndome en todo mí camino de regreso a
mi carvachi.
Capítulo 59
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

Estábamos sentados bajo la luna llena alrededor de la fogata.


Hacía calor, haciendo que el olor del pino y la hierba del prado flotara
fuerte en el aire. Habían traído mantas y almohadas fuera por lo que
pudimos comer alrededor de la hoguera. Terminamos la última de las
tortas de salvia, y no dudé en lamer las migajas de mis dedos. Estos
vagabundos comían bien.

Miré a Kaden frente a mí, con el pelo dorado miel caliente a la luz
del fuego. Había cometido un error terrible besándolo. Todavía no
estaba segura de por qué lo había hecho. Ansiaba algo. Quizás sólo ser
abrazada, ser consolada, para sentirme menos sola. Quizás para fingir
un momento. ¿Fingir qué? ¿Qué todo estaba bien? No lo estaba.

Tal vez sólo me preguntaba. Necesitaba saber.

El resplandor del fuego acentuó el duro borde de su mandíbula y


la vena elevada en su sien. Estaba frustrado. Su mirada se encontró
con la mía, enfadado, buscando. Aparté la vista.

—Es tiempo de descansar, mi pequeño ángel —una de las jóvenes


madres le dijo a su hijo, un hijo llamado Tevio. Muchos de los otros ya
se habían ido a la cama. Tevio protestó diciendo que no estaba cansado,
y Selena, solo una pizca más vieja, se unió como anticipando que ella
sería la siguiente arrastrada. Sonreí. Me recordaba a mí a mi edad.
Nunca estaba lista para ir a mi dormitorio, tal vez porque me enviaban
allí tan a menudo.

—Si os cuento una historia —dije—, ¿estaréis listos para la cama


luego?

Ambos asintieron con entusiasmo, y me di cuenta de que Natiya


se acercó a ellos, a la espera de una historia también.
—Érase una vez —dije—, hace mucho, mucho tiempo, en una
tierra de gigantes, dioses y dragones, había un pequeño príncipe y una
pequeña princesa, que se parecían mucho a vosotros dos. —Alteré la
historia, de la manera que mis hermanos habían hecho para mí, la
manera que mis tíos y mi madre hacían, y conté la historia de
Morrighan, una chica joven y valiente especialmente elegida por los
dioses para llevar su carvachi morado a través del desierto y llevar el
santo Remanente a un lugar seguro. Me incliné más por la versión de
mis hermanos, contando los dragones que domesticó, los gigantes que
engañó, los dioses que visitó, y a las tormentas que habló desde el cielo
con su palma y alejó con un susurro. Mientras contaba la historia, me
di cuenta de que incluso los adultos escuchaban, pero especialmente
Eben. Se había olvidado de actuar como el duro rufián que era y se
convirtió en un niño con los ojos tan abiertos como el resto. ¿Nadie le
contó una historia antes?

Añadí algunas aventuras más que incluso mis hermanos nunca


se habían conjurado a sacar, así que para el momento en que
Morrighan llegó a la tierra del resurgimiento, un equipo de ogros sacó
su carvachi y ella había cantado a las estrellas caídas de destrucción de
vuelta al cielo.

—Y ahí es donde las estrellas se comprometieron a quedarse


siempre.

Tevio sonrió y bostezó, y su madre lo recogió en brazos sin más


protestas. Selena siguió a su madre a la cama también, susurrando que
ella era una princesa.

Un pesado silencio se instaló a su estela. Miré a aquellos que se


quedaron mirando fijamente el fuego como si la historia permaneciera
en sus pensamientos. Luego una voz rompió el silencio.

Resiste.

Di un fuerte respiro y miré por encima de mi hombro al bosque


negro. Esperé más, pero no salió nada. Poco a poco volví al fuego.
Atrapé la aguda mirada de Kaden

—¿Otra vez?

Pero esta vez era algo. No entendía qué. Miré hacia mis pies, no
queriendo soltar prenda de que esta vez no estaba actuando en
beneficio de nadie.
—Nada —respondí.

—Siempre parece ser nada —se burló Malich.

—No en la Ciudad Oscura —dijo Finch—. Ella los vio llegar ahí.

—Osa lo besadad avat e chadaro —agregó Griz.

El viejo hombre vagabundo sentado a cada lado de él asintió,


haciendo señas a los dioses.

—Grati te deos.

Kaden gruñó.

—Esa historia de los tuyos, ¿realmente crees lo que acabas de


decir a los niños?

Me enfadé. ¿Esa historia? No necesitaba atacar un cuento que los


niños disfrutaron claramente sólo porque estaba frustrado conmigo.

—Sí, Kaden, creo en ogros y dragones. Los he visto de primera


mano, a pesar de que son mucho más feos y más estúpidos de los que
he descrito. No quería asustar a los niños.

Malich resopló ante el insulto, pero Kaden sonrió como si le


gustara verme y dolida. Finch se rió de la chica Morrighan y luego él y
Malich siguieron la historia entera por un profano y vulgar camino.

Me puse de pie para irme, disgustada, entrecerrando los ojos


hacia Kaden. Sabía lo que había desatado.

—¿Los asesinos siempre tiene tantos escoltas vandálicos? —


pregunté—. ¿Son todos realmente necesarios, o sólo siguen adelante
por el crudo entretenimiento?

—Es un largo camino a través de Cam Lanteux…

—¡No somos escoltas! —se quejó Eben, su pecho hinchándose


como si estuviera herido—. Teníamos nuestro propio trabajo que hacer.

—¿Qué quieres decir con vuestro propio trabajo? —pregunté.

Kaden se inclinó hacia adelante.


—Eben, cállate.

Griz gruñó, haciendo eco de los sentimientos de Kaden, pero


Malich agitó su mano en el aire.

—Es derecho de Eben, —dijo—. Dejadlo hablar. Al menos


acabamos el trabajo que salimos a hacer, que es más de lo que tú
puedes decir.

Eben se apresuró a describir lo que habían hecho en Morrighan


antes de que Kaden pudiera pararlo de nuevo. Describió las carreteras
que habían bloqueado con deslizamientos de tierra, canales y cisternas
que habían invalidado, y los muchos puentes que habían tirado abajo.

Di un paso adelante.

—¿Tiraste abajo qué?

—Puentes, —repitió Finch, y sonrió—. Mantenían al enemigo


ocupado.

—No somos tan feos y viejos para algunas tareas, Princesa, —


abucheó Malich.

Me temblaban las manos, y sentí un nudo en mi garganta. La


sangre subió tan violentamente en mis sienes que me estaba mareando.

—¿Qué está mal con ella? —preguntó Eben.

Caminé alrededor del anillo de fuego hasta que estuve de pie


sobre ellos.

—¿Derribasteis el puente en Chetsworth?

—Ese fue el más fácil —dijo Finch.

Apenas podía hablar más que en un susurro.

—¿Excepto por el carro que llegó?

Malich rió

—Eso fue fácil también —dijo.


Oí los gritos de un animal, sentí carne bajo las uñas, la calidez de
mi sangre en las manos, y mechones de pelo entre mis dedos mientras
descendía sobre él una y otra vez, escarbando en sus ojos, apaleando
sus piernas, dando rodillazos a sus costillas, mis puños golpeando su
rostro. Unos brazos agarraron mi cintura y me tiraron de él, pero yo
continué gritando, y pateando y cavando mis uñas en cualquier carne a
mi alcance.

Griz restringió mis brazos, fijándolos a mis lados y sosteniéndome


con tanta fuera que apenas podía respirar. Kaden sostenía a Malich por
la espalda. Líneas de sangre cubrían su rostro, y más corrían por su
nariz.

—¡Déjame ir! ¡Voy a matar a esa perra! —gritaba.

—¡Inútiles, viles bastardos! —grité.

No estaba segura de las palabras que volaban de mi boca, una


amenaza tras otra, luchando contra las amenazas que Malich lanzaba
contra mí, Kaden gritándole a todo el mundo que callara, hasta que al
final me atraganté y tuve que recuperar el aliento. Tragué saliva,
degustando la acumulación de sangre caliente en el interior de mis
mejillas donde lo había mordido. Mi pecho se estremeció, y bajé la voz,
mis próximas palabras más mortales aún.

—Matasteis a la esposa de mi hermano. Sólo tenía diecinueve


años. Iba a tener un bebé, y vosotros cobardes miserables pusisteis una
flecha en su garganta. —Lo miré, mi cabeza palpitando, viendo como
ponían la imagen en sus propias mentes. Sentí tanta repulsión por mí
misma como por ellos. Había estado cenando y contado historias con
los asesinos de Greta.

Cualquiera que se había ido a la cama en sus carvachis o tiendas


de campaña había aparecido de nuevo. Se reunieron en silencio en sus
ropas de dormir, tratando de entender el furor. Finch tenía líneas
sangrientas por toda la mandíbula también, y Kaden tenía las tenía en
el cuello. Eben dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos, como si
hubiera visto a un demonio enloquecido.

—¡Ved mika ara te carvachi! —bramó Griz.

Finch y uno de los hombres vagabundos agarraron a Malich, que


todavía se esforzaba por llegar a mí y Kaden vino y me llevó
bruscamente por el brazo, arrastrándome a la carvachi. Abrió la puerta
y casi me tiró, cerrando la puerta tras él.

—¿Qué es lo que te pasa? —gritó.

Lo miré con incredulidad, todavía ahogándome con mi propia


respiración.

—¿Esperas que os felicite por asesinarla?

Su pecho todavía se movía, pero se obligó a una respiración lenta


y profunda. Sus manos estaban en puños a los costados. Bajó la voz.

—No era su intención, Lia.

—¿Crees que importa lo qué se proponían? Ella está muerta.

—La guerra es fea, Lia.

—¿Guerra? ¿Qué guerra, Kaden? ¿La imaginaria que estáis


librando? ¿A la que Greta se apuntó? Ella no era un soldado. Era una
inocente.

—Muchos inocentes mueren en la guerra. La mayoría son de


Venda. Innumerables han muerto tratando de establecerse en Cam
Lanteux.

¿Como se atrevía a comparar a Greta con infractores de la ley?

—¡Hay un tratado de cientos de años de antigüedad que lo


prohíbe!

Su mandíbula se endureció.

—¿Por qué no le dices eso a Eben? Él sólo tenía cinco años


cuando vio a sus padres muriendo tratando de defender su casa de
soldados prendiéndole fuego. Su madre murió con un hacha en el
pecho, y su padre fue incendiado junto con su casa.

La rabia aún latía en mi cabeza.

—¡No eran soldados Morrighenses quienes lo hicieron!

Kaden se acercó más, una sonrisa lobuna embardunando su


cara.
—¿En serio? Él era demasiado joven para saber qué tipo de
soldados eran, pero puede recordar un montón de rojo, los colores de la
bandera de Morrighan.

—Debe ser muy conveniente culpar a soldados de Morrighan


cuando no hay testigos y sólo los recuerdos de un niño de rojo. Busca
entre tus propios salvajes sanguinarios y la sangre que derraman los
culpables.

—Inocentes mueren, Lia. En todos los lados, —chilló—. ¡Pon tu


cabeza real fuera de tu culo y acostúmbrate!

Lo miré, incapaz de hablar.

Tragó saliva, sacudiendo la cabeza, y luego pasó la mano por su


pelo.

—Lo siento. No quise decir eso. —Sus ojos se posaron en el suelo,


luego en mí otra vez, su ira ahora sometida por su exasperante
practicada calma—. Pero ahora has hecho las cosas más difíciles. Será
más duro mantenerte a salvo de Malich ahora.

Di un falso aliento de shock.

—¡Mil perdones! ¡No quiero hacer nada más difícil para ti, porque
todo es tan fácil para mí! Esto son unas vacaciones, ¿no?

Mis últimas palabras se tambalearon, y mi visión se puso


borrosa.

Él suspiró y dio un paso hacia mí.

—Déjame ver tus manos.

Bajé la vista a ellas. Estaban cubiertas de sangre y todavía


temblaban. Mis dedos palpitaban donde tres uñas habían sido
arrancadas en carne viva, y dos dedos de la mano izquierda estaban ya
hinchados y azules, estaban rotos. Había atacado a Malich y a los
demás como si mis dedos estuvieran hechos de acero templado. Eran
las únicas armas que tenía.

Miré de nuevo a Kaden. Él había sabido todo el tiempo que


habían matado a Greta.
—¿Cuánta sangre tienes en tus manos, Kaden? ¿Cuántas
personas has matado? —No podía creer que no hubiese hecho la
pregunta antes. Era un asesino. Su trabajo era matar, pero lo ocultó
demasiado bien.

No contestó, pero vi su mandíbula apretarse.

—¿Cuántos? —pregunté de nuevo.

—Demasiados.

—Tantos que has perdido la cuenta.

Una arruga se profundizó en las esquinas de sus ojos.

Tomó mi mano, pero la arrojé lejos.

—¡Fuera, Kaden! Puedo ser tu prisionera, pero no soy tu puta.

Mis palabras dejaron una herida más profunda que las de su


cuello. La ira brilló por sus ojos y le destrozó la calma. Se dio la vuelta y
se fue, cerrando la puerta tras él.

Todo lo que quería era colapsar en una bola en el suelo, pero solo
unos segundos después, escuché un suave golpe en la puerta, y se
abrió fácilmente. Era Dihara. Entró con un pequeño cubo de agua
perfumada con hojas flotando en la superficie.

—Para tus manos. Los dedos se pudren rápidamente.

Mordí mi labio y asentí. Me sentó en la solitaria silla en el


carvachi y sacó un pequeño taburete para ella. Metió las manos en el
agua y las secó suavemente con un suave paño.

—Siento si asuste a los niños —dije.

—Has perdido a alguien cercano a ti.

—Dos personas, —susurré, porque no estaba segura de que


consiguiera nunca saber de Walther de nuevo. Aquí fuera no podía
hacer nada por él. O por cualquiera. Qué poco el valor de mi propia
fugaz felicidad parecía ahora. Incluso los bárbaros habían tenido el
buen sentido de retroceder ante la combinada fuerza de los dos
ejércitos. La perspectiva les había asustado lo suficiente para querer
deshacerse de mí. ¿Era así como Kaden había planeado eliminarme,
una flecha por mi garganta como con Greta? ¿Era eso lo que
profundamente lamentaba esa noche que bailamos? ¿La perspectiva de
matarme? Sus palabras, no podemos detenernos en los quizás, volvieron
a mí, amargas y mordiendo.

Dihara apartó un trozo de uña colgante, e hice una mueca. Puso


mis manos de vuelta en el cubo dejando atrás la sangre.

—Los dedos rotos necesitan vendajes también, —dijo—. Pero


sanarán rápidamente. Lo suficientemente pronto para que puedas
hacer lo que sea que necesitas hacer.

Vi las hierbas flotando en el agua.

—Ya no sé qué es.

—Lo harás.

Tomó mis manos del cubo y cuidadosamente pasó un trapo


secándolas, luego aplicó un grueso bálsamo pegajoso en la piel en carne
viva de las uñas rasgadas. Inmediatamente se alivió el dolor
adormeciendo la frialdad. Envolvió los tres dedos en tiras de tela.

—Toma un profundo respiro, —dijo, y tiró de los dos dedos


azules, haciéndome gritar—. Quieres que se curen rectos. —Los enrolló
juntos con más paño hasta que estaban rígidos e indeformables. Los
miré, tratando de imaginar ensillar un caballo o sosteniendo las riendas
ahora.

—¿Cuánto tiempo tomará?

—La naturaleza es confiable en tales cosas. Por lo general unas


semanas. Pero a veces la magia vendrá, más grande que la propia
naturaleza.

Kaden me había advertido de tener cuidado de ella, y ahora me


preguntaba si algo de lo que me dijo era cierto, ¿o si me había
simplemente aferrado a falsas esperanzas cuando no tenía nada más
que agarrar?

—Sí, siempre hay magia —dije, el cinismo pesando en mi lengua.

Puso mis manos vendadas de nuevo en mi regazo.


—Todos los caminos pertenecen al mundo. ¿Cuál es mágico pero
que no entendemos todavía? ¿Como la señal de la vid y el león que
llevas?

—¿Sabes de eso?

—Natiya me dijo.

Suspiré y sacudí la cabeza.

—Eso no fue magia. Sólo el trabajo de artesanos descuidados,


colorantes que eran demasiado fuertes, y mi infinita mala fortuna.

Su viejo rostro se arrugó con una sonrisa.

—Tal vez. —Cogió su cubo de agua medicinal y se levantó—. Pero


recuerda, hija, todos podemos tener nuestra propia historia y destino, y
a veces aparentemente mala fortuna, pero todos somos parte de una
historia más grande también. Una que trasciende a la tierra, el viento,
el tiempo… incluso nuestras propias lágrimas. —Se agachó y limpió
bajo mi ojo con el pulgar—. Las grandes historias tendrán su camino.
Capítulo 60
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

Me levanté temprano, esperando golpear a Malich con una taza


caliente de endivia antes de que se incorporara de su tienda de
campaña. No había dormido bien, lo que no era una sorpresa. Me
sobresalté despierta varias veces durante la noche después de ver la
mirada con los ojos abiertos de un títere articulado sangriento y
entonces, mientras me cernía sobre él, la cara se transformaría en la de
Greta.

Esos sueños fueron reemplazados por otros que había tenido de


Rafe cuando nos conocimos, atisbos parciales de su rostro
disolviéndose como un espectro en ruinas, bosque, fuego y agua. Y
entonces oí la voz de nuevo, la misma que había oído atrás en Terravin
que había pensado que era sólo un recuerdo. En el rincón más apartado,
te encontraré. Sólo que esta vez, sabía que la voz era de Rafe. Pero lo
peor eran los sueños de Eben caminando hacia mí, con el rostro
salpicado de sangre, un hacha en el pecho. Grité, despertándome a mí
misma, aspirando aliento con la palabra “inocentes” aún en mi
lengua. Hay que acostumbrarse a ello. Nunca me acostumbraré a ello.
¿Estaba Kaden alimentándome con más mentiras? Decepción parecía
ser todo lo que conocía. Cuando me desperté por la mañana, me sentí
como si hubiera forcejeado toda la noche con los demonios.

Los pájaros del bosque estaban empezando a llamar a la luz del


amanecer cuando salí del carvachi, por lo que me sorprendí al ver que
mis depravados compañeros de Vendan estaban ya todos sentados
alrededor del fuego. Me abstuve de jadear cuando los vi, pero todos ellos
parecía que habían luchado con un león. Los arañazos se habían
oscurecido durante la noche y eran ahora enfadados verdugones
sangrientos rayando su carne. Malich era el peor, con el rostro mutilado
y la piel debajo de su ojo izquierdo en azul y rojo brillante donde le
había golpeado, pero incluso Griz tenía un tajo en la nariz, y uno de los
brazos de Finch estaba plagado de líneas. Malich miraba mientras me
acercaba, y Kaden se inclinó hacia delante, dispuesto a intervenir si era
necesario.

Nadie habló, pero yo era consciente de que estaban viendo como


torpemente sostenía la taza con las manos vendadas y vertía de la olla
de archicoria. Iba a llevármela a la gran tienda para evitar su compañía,
pero cuando me di la vuelta y me encontré con la mirada de Malich, lo
pensé mejor. Si retrocedía ahora, pensaría que tenía miedo de él, y eso
sólo lo avivaría. Además, tenía una humeante achicoria caliente que
podía lanzar a su rostro mutilado si daba un paso hacia mí.

—Confío en que todos hayáis dormido bien —dije, manteniendo


deliberadamente mi tono ligero. Devolví la mirada de Malich con una
mueca con los labios apretados.

—Sí, lo hicimos —respondió Kaden rápidamente.

—Lamento escuchar eso. —Tomé un sorbo de mi achicoria y


observé que Eben no estaba presente—. ¿Eben todavía está durmiendo?

—No, —dijo Kaden—. Está cargando los caballos.

—¿Cargando los caballos? ¿Por qué?

—Nos vamos hoy.

La achicoria se derramó de mi taza, la mitad de ella


derramándose al suelo.

—Dijiste que nos iríamos en tres días.

Finch se rió y se frotó el brazo rasgado.

—¿Crees que te diríamos cuando realmente nos ibamos? —


Preguntó—. ¿Así podrías escaparse antes?

—Es una princesa, —dijo Malich—. Y nosotros los ogros


estúpidos. Por supuesto que eso es lo que pensaba.

Miré a Kaden, que había permanecido en silencio.

—Come algo y saca tus cosas fuera de la carvachi de Reena —


dijo—. Nos vamos en una hora.

Malich sonrió.
—¿Ese es aviso suficiente para ti, princesa?

Kaden me supervisó en un silencio sepulcral, sin importarle que


buscara a tientas con los dedos vendados mientras recogía juntas mis
pocas pertenencias. Él sabía exactamente donde guardaba la bolsa de
comida que había estado almacenando compulsivamente para el escape
—trozos de tartas de salvia, bolas de queso de cabra rodeadas en sal y
gasa, y las patatas y nabos que había robado de los suministros de los
vagabundos. Arrebató la bolsa de debajo de la cama de Reena sin
decirme una palabra. Fue a cargarla en los caballos, junto con la otra
comida, dejándome meter los últimos artículos en mi alforja. Dihara
vino al carvachi y me dio un pequeño frasco de bálsamo para los dedos
y un poco de hierba chiga por si tenía más dolor.

—Espera —dije cuando se giró para irse. Tiré de la solapa de mi


alforja y saqué la caja de joyas de oro que había robado del Erudito.
Saqué los libros y los devolví a mi bolsa. Sostuve la caja fuera para
ella—. En el invierno, cuando viajes al sur, hay ciudades en los Reinos
Menores donde los libros y los maestros pueden tenerse. Esto debería
comprarte muchos. Nunca es demasiado tarde para aprender algo de
otro don. Al menos por el bien de los niños. —Lo empujé en sus
manos—. Como dijiste, es bueno tener muchos puntos fuertes.

Ella asintió y dejó la caja sobre la cama. Sus manos se levantaron


y ahuecaron suavemente mi cara.

—Ascente cha ores ri vé breazza. —Se inclinó, presionando su


mejilla con la mía y me susurró—. Zsu viktara.

Cuando ella dio un paso atrás, sacudí la cabeza. Todavía no había


aprendido su idioma.

—Gira tu oído al viento, —interpretó—. Permanece fuerte.

Natiya miraba a Kaden cuando él me ayudó a subir mi caballo.


Malich había insistido en que mis manos fueran cortadas o atadas
antes de irnos. Mientras Kaden habría discutido con Malich hace una
semana, hoy no lo hizo, y mis manos estaban atadas. Natiya y las otras
mujeres habían reunido rápidamente un traje de montar para mí desde
que se habían quemado mis otras ropas. Estaba claro que no habían
sabido que partíamos hoy tampoco. Encontraron una falda larga de
montar que se deslizaba por mis piernas, y una camisa blanca ajustada
para que vistiera. También me dieron un vestido viejo por si el tiempo se
torcía, y yo lo empaqué en mi saco de dormir. Reena hizo que me
quedara con el pañuelo para la cabeza.

Griz gritó una despedida cordial, pero nadie más dijo nada. Tal
vez las despedidas no eran su forma, o tal vez se sentían como yo, que
no me parecía correcto. Una despedida parecía nacer de una opción de
partir, y todos ellos sabían que no era mi elección, pero en el último
minuto, Reena y Natiya corrieron detrás de nuestros caballos. Kaden
detuvo nuestra procesión para alcanzarlas.

Como Dihara, sus palabras de despedida llegaron en su propia


lengua, quizás porque era más natural y sincero para ellos de esa
manera, pero sus palabras sólo se dirigieron a mí. Se quedaron a ambos
lados de mi caballo.

—Revas Jate en meteux, —dijo Reena sin aliento—. Camina alta y


auténtica, —susurró con tanta preocupación y esperanza en sus ojos.
Se tocó la barbilla, levantándola, lo que indica que debía hacer lo
mismo.

Asentí con la cabeza y me agaché para tocar mis manos atadas


con las de ella.

Natiya me tocó la espinilla en el otro lado, con los ojos fieros


cuando miró en los míos.

—¡Kev cha veon bika reodes li cha scavanges baestra! —Su tono
no era ni blando ni esperanzador. Disparó a Kaden otra mirada, con la
cabeza inclinada hacia un lado esta vez como desafiándolo a
interpretarlo.

Frunció el ceño y obedeció.

—Ojalá tu caballo patee piedras en los dientes de tu enemigo, —


dijo rotundamente, compartiendo nada de la pasión de Natiya.
Bajé la vista hacia ella, mis ojos picando mientras besaba mis
dedos y los levantaba a los cielos.

—De tu noble corazón a los oídos de los dioses.

Nos fuimos con la bendición final de Natiya como nuestra


despedida. Kaden mantuvo su caballo cerca del mío, como si pensara
que podría tratar de huir incluso con las manos atadas. No estaba
segura de si estaba agotada, entumecida o rota, pero una parte extraña
de mí estaba tranquila. Tal vez eran las palabras de despedida de
Dihara, Reena, y Natiya que me fortalecieron. Levanté la barbilla. Había
estado más hábil, pero no estaba derrotada. Todavía.

Cuando estábamos a unos dos kilómetros por el valle, Kaden


dijo—: ¿Todavía planeas huir, ¿no?

Miré mis manos atadas descansando en el cuerno de la silla, las


riendas casi inútiles en mis manos. Me encontré lentamente con su
mirada.

—¿Podría mentir y decir que no, cuando ambos sabemos la


respuesta?

—Morirías aquí sola fuera en el desierto. No hay ningún lugar al


que ir.

—Tengo una casa, Kaden.

—Está lejos detrás de ti ahora. Venda será tu nuevo hogar.

—Podrías aún dejarme ir. No voy a volver a Civica para asegurar


la alianza. Te doy mi promesa solemne.

—Eres una mentirosa mediocre, Lia.

Lo miré de reojo.

—No, en realidad puede ser una muy buena, pero algunas


mentiras requieren más tiempo para hilarse. Tú sabes de eso. Eres tan
hábil en el hilado, después de todo.
Él no respondió durante un largo rato, y luego de repente
exclamó—: Lo siento, Lia. No podía decir que nos íbamos.

—¿O sobre el puente?

—¿Qué se podía ganar? Sólo lo haría más difícil para ti.

—Quieres decir más difícil para ti.

Tiró de las riendas y detuvo a mi caballo también. La frustración


chispeando en sus ojos.

—Sí, —admitió—. Más difícil para mí. ¿Es eso lo que querías oír?
No tengo las opciones que piensas que tengo, Lia. Cuando te dije que
estaba tratando de salvar tu vida, no era una mentira.

Me quedé mirándolo. Sabía que él creía lo que estaba diciendo,


pero todavía no lo hacía verdad. Siempre había opciones. Algunas
opciones simplemente no eran fáciles de hacer. Nuestras miradas
permanecieron trabadas hasta que finalmente dejó escapar un suspiro
molesto, chasqueó las riendas, y seguimos adelante.

El estrecho valle se extendía por unos cuantos kilómetros y luego


hicimos un largo y arduo descenso por un sendero que zigzagueaba por
la montaña. Desde nuestro primer punto de vista abierto, vi un terreno
llano que se extendía a kilómetros debajo de nosotros, al parecer hasta
los confines de la tierra, pero esta vez en lugar de desierto, era prado, la
hierba verde y dorada tan lejos como podía ver. Brillaba en olas
ondulantes.

En el horizonte norte, vi un resplandor de otro tipo, una brillante


línea blanca como el sol de la tarde en el mar y a tan largo alcance.

—El páramo, —dijo Kaden—. Roca estéril, en su mayoría blanca.

Infernaterr. El infierno en la tierra. Había oído hablar de él. Desde


la distancia, no parecía tan terrible.

—¿Alguna vez has estado allí?

Él asintió con la cabeza hacia el resto de jinetes.

—No con ellos. Esto es lo más cerca que van a ir. Sólo dos cosas
se dicen de los que habitan en el páramo –los fantasmas de un millar de
Antiguos atormentados que no saben que están muertos y las manadas
hambrientas de pachecos que muerden sus huesos.

—¿Cubre todo el país del norte?

—Casi. Incluso el invierno no puede visitar los páramos. Silba con


vapor. Dicen que vino con la devastación.

—¿Los bárbaros creen en la historia de la devastación también?

—No es de tu reino exclusivo, princesa, saber de nuestros


orígenes. Los Vendans tienen sus historias también.

Su tono no pasó desapercibido para mí. Le molestaba que le


llamara un bárbaro. Pero si él podía jugar una mano tan pesada con el
término realeza, arrojándolo a la cara como un puñado de barro, ¿por
qué debería esperar algo diferente de mí?

Una vez que estuvimos bajo las montañas, el aire se volvió más
caliente de nuevo, pero al menos siempre había una brisa que barría a
través de la llanura. Para tal gran extensión, nos encontramos con muy
pocas ruinas, como si hubieran sido arrastradas por una fuerza mayor
que el tiempo.

Cuando acampamos esa noche, les di la opción de desatar mis


manos para que pudiera hacer mis necesidades o manejar a mi lado
durante el resto del viaje con mi ropa sucia. Incluso los bárbaros tenían
líneas que elegían no cruzar, y Griz me desató. No me ataron de nuevo.
Habían hecho su punto, un recordatorio exigente de que yo era un
prisionero humilde y no un invitado en el viaje y lo tendría mejor
guardando mis manos para mí misma.

Los próximos días trajeron más del mismo paisaje, excepto


cuando pasamos una zona donde la hierba estaba quemada como una
gigantesca huella quemada. Sólo unos pocos fardos de paja no
quemados y algunos trozos de restos indiscernibles se quedaron atrás.
Ramitas verdes se disparaban entre los rastrojos quemados, tratando
de borrar la cicatriz.

Nadie dijo nada, pero me di de cuenta que Eben miraba hacia otro
lado. No parecía posible que este hubiera sido un asentamiento en el
medio de la nada. ¿Por qué iba alguien a construir un camino a casa
aquí? Más probable es que fuera el resultado de un rayo o una fogata de
un vagabundo sin atención, pero me preguntaba acerca de los pocos
trozos de podredumbre que se derretían en la huella negra.

Bárbaros.

La palabra estaba repentinamente sin sabor en mi boca.

Varios días fuera, nos encontramos con las ruinas importantes de


una ciudad enorme, o lo que quedaba de ella. Se estiraba como un
rodillo casi tan lejos como podía ver. Las fundaciones extrañas de la
antigua ciudad se levantaban por encima de la hierba, pero ninguno de
ellos tenía más altura de mi cintura, como si uno de los gigantes de mi
historia hubiera utilizado su guadaña para cortar de manera uniforme
todo abajo. Todavía podía ver indicios de donde las calles una vez
habían recorrido a través de los rastrojos de ruinas, pero ahora estaban
cubiertas de hierba, sin pavimentar. Un arroyo poco profundo corría por
el medio de una calle.

Más extraño que la ciudad media-segada y calles de hierba eran


los animales vagando a través de ella. Las manadas de grandes
criaturas como ciervos con abrigos finamente marcados pastaban entre
las ruinas. Sus elegantes cuernos nervados eran más grandes que mi
brazo. Cuando nos vieron, se dispersaron, saltando y despejando las
bajas paredes con la gracia de un bailarín.

—Por suerte son asustadizos —dijo Kaden—. Sus cuernos podrían


ser mortales.

—¿Qué son? —pregunté.

—Los llamamos miazadel –criaturas con lanzas. Sólo he visto sus


rebaños aquí y un poco más al sur, pero hay animales en toda la
sabana que no verás en ningún otro lugar.

—¿Los mortales?

—Algunos. Dicen que vienen de mundos lejanos y los Antiguos les


trajeron aquí como mascotas. Después de la devastación, fueron
desatados y algunos florecieron. Por lo menos eso es lo que uno de los
Canticos de Venda dice.
—¿Ahí es donde consigues tu historia? Pensé que habías dicho
que estaba loca.

—Tal vez no en todas las cosas.

No me podía imaginar a nadie teniendo una de esas criaturas


exóticas como mascota. Tal vez los Antiguos realmente estaban sólo un
escalón por debajo de los dioses.

Pensé en los dioses mucho mientras viajamos. Era como si el


paisaje lo exigiera. De alguna manera ellos eran más grandes en esta
inmensidad sin fin, más grandes que los dioses confinados en el texto
sagrado y el mundo rígido de Civica. Aquí parecían mayores en su
alcance. Incognoscible, incluso para la Real Erudito y su ejército de
recolectores de palabras. ¿Mundos lejanos? Me sentí como si ya
estuviera en uno, y sin embargo, ¿había más? ¿Qué otros mundos
habían creado —o abandonado como éste?

Puse dos dedos al aire por mi propio sacrilegio, un hábito


inculcado en mí, aunque no lo hice con ninguna de la sinceridad que
seguramente los dioses requerían. Sonreí por primera vez en días,
pensando en Pauline. Tenía la esperanza de que ella no se preocupara
por mí. Ella tenía el bebé para pensar en este momento, pero por
supuesto que sabía que estaba preocupada. Probablemente iba al
Sacristán todos los días para ofrecer oraciones por mí. Esperé que los
dioses estuvieran escuchando.

Acampamos en medio de esta gran pero ahora olvidada ciudad, y


mientras Kaden y Finch fueron a buscar algúna pequeña presa para la
cena, Griz, Eben y Malich desensillaron y se ocuparon de los caballos.
Yo dije que iba a recoger leña, aunque pocas maderas preciosas
parecían estar disponibles aquí. Bajando el arroyo, había un bosquecillo
de arbustos altos. Tal vez encontraría algunas ramas secas allí. Lavé mi
cabello mientras caminaba. Había prometido que no les dejaría
convertirme en el animal que había sido cuando había llegado al
campamento vagabundo, sucia, con el pelo enmarañado y devorando
comida con los dedos… poco más que un animal.

Me detuve, mis dedos demorándose en un nudo, retorciendo,


pensando en mi madre y la última vez que me había cepillado el pelo.
Tenía doce años. Había hecho mi propio pelo durante años en ese
momento, a excepción de ocasiones especiales, cuando un asistente lo
arreglaba pero esa mañana mi madre dijo que se ocuparía de ello. Cada
detalle de ese día estaba todavía vivo, un raro amanecer en enero,
cuando salió el sol cálido y luminoso, un día que no tenía derecho a ser
tan alegre. Sus dedos habían sido amables, metódicos, su murmullo sin
sentido como el viento entre los árboles que hacían que me olvidase por
qué ella estaba arreglando mi cabello, pero entonces su mano se detuvo
en mi mejilla, y me susurró al oído, Cierra los ojos si es necesario. Nadie
lo sabrá. Pero yo no había cerrado los ojos, porque sólo tenía doce años
y nunca había asistido a una ejecución pública.

Cuando me puse entre mis hermanos como testigo necesario,


recta y alta, quieta como una piedra, como se esperaba, mi pelo
perfectamente fijó y arreglado —con cada paso, cada proclamación de la
culpa, el endurecimiento de la cuerda, los ruegos y las lágrimas de un
hombre adulto, los gemidos frenéticos, la llamada final, y luego el
rápido ruido sordo de un suelo cayendo, un corto sonido humilde trazó
la línea entre la vida y la muerte, el último sonido que él alguna vez
oiría —a pesar de todo, mantuve los ojos abiertos.

Cuando regresé a mi habitación, tiré la ropa que llevaba puesta


en el fuego y me saqué las horquillas del pelo. Las aparté y lo rocé,
hasta que mi madre entró y me atrajo hacia su pecho, y lloré, diciendo
que ojalá hubiera ayudado al hombre a escapar. Tomar otra vida, ella
había susurrado, aunque sea culpable, nunca debe ser fácil. Si lo fuera,
seríamos poco más que animales.

¿Fue difícil para Kaden tomar otra vida? Pero sabía la respuesta.
Incluso a través de mi rabia y desesperación, había visto su rostro la
noche que le pregunté cuántos había matado, el peso pesado que
pulsaba detrás de sus ojos. Le había costado. ¿Quién podría haber sido
si no hubiera nacido en Venda?

Seguí caminando, trabajando en el nudo hasta que se fue.


Cuando llegué al arroyo, me quité las botas y las puse en una pared
baja. Moví mis dedos de los pies, apreciando la pequeña libertad de
arena fresca difundiendose entre ellos. Me metí en el agua, doblándolos
para ahuecar un poco en mis manos, y me lavé el polvo de la cara. Las
cosas que perduran. Sentí la ironía entre estas ruinas desmoronadas.
Todavía era un simple placer un baño que había sobrevivido a la
grandeza de una ciudad en expansión. La ruina y renovación siempre
uno al lado del otro.

—¿Refrescandote?

Me sobresalté y me volví. Era Malich. Sus ojos irradiaban malicia.


—Sí, —dije—. ¿Terminaste con los caballos ya?

—Pueden esperar.

Se acercó más, y vi que estábamos escondidos de la vista. Se


desabrochó la hebilla de su pantalón.

—Tal vez me una a ti.

Salí del agua para regresar al campamento.

—Me voy. Lo tendrás para ti mismo.

Extendió la mano y me agarró del brazo, tirando de mí hacia él.

—Quiero compañía, y no quiero tus garras yendo a ningún lado


que no deban esta vez. —Agarró mis manos detrás de mí y las sostuvo
con un solo puño aplastando hasta que me estremecí—. Lo siento,
Princesa, ¿estoy siendo demasiado duro? —Presionó su boca duro
contra la mía, y su mano buscó a tientas en mi falda, tirando de la tela.

Cada centímetro de él presionado tan cerca que no podía levantar


cualquiera de las piernas para darle una patada fuera de mí. Pensé que
mis brazos se romperían cuando él las tiró detrás de mí. Giré y
finalmente abrí mi boca lo suficiente contra él para morder su labio.
Aulló y me soltó y yo caí de espaldas al suelo. Su rostro se contrajo de
rabia mientras se acercaba a mí de nuevo maldiciendo, pero fue
detenido por un rugido. Era Griz.

—¡Sende ena idaro! ¡Chande le varoupa enar gado!

Malich se mantuvo firme, poniendo su mano en el labio


sangrando, pero después de unas cuantas respiraciones calientes,
pisoteó lejos.

Griz extendió la mano para ayudarme a levantarme.

—Ten cuidado, chica. No le des la espalda a Malich tan


fácilmente, —dijo en Morrighese claro.

Me quedé mirándolo, más sorprendida por su discurso que por su


bondad. Mantuvo la mano extendida, y vacilante la tomé.

—Hablas…
—Morrighese. Sí. No eres la única que tiene secretos, pero este
permanecerá entre nosotros. ¿Entendido?

Asentí con incertidumbre. Nunca había esperado compartir un


secreto con Griz, pero me gustaría seguir su consejo y no darle la
espalda a Malich de nuevo, aunque ahora tenía mucha más curiosidad
de por qué Griz ocultaba su conocimiento del Morrighese cuando los
demás lo hablaban abiertamente. Era evidente que no sabían de su
capacidad. ¿Por qué me la revelaba a mí en absoluto? ¿Un desliz? No
había tiempo de preguntar. Ya estaba caminando con fuerza hacia el
campamento.

Cuando Kaden y Finch regresaron con dos liebres para la cena,


Kaden notó el labio hinchado de Malich y le preguntó qué había
sucedido.

Malich sólo miró brevemente en mi dirección y dijo que era la


picadura de una avispa.

De hecho lo fue. A veces el animal más pequeño infligía el mayor


dolor. Se encontraba en un estado de ánimo más sucio de lo habitual
para el resto de la noche y atacó a Eben por adular a su caballo. Kaden
echó un vistazo a la pata del caballo, examinando cuidadosamente la
pezuña que Eben había estado revisando una y otra vez.

—Lo crió desde potro, —me explicó Kaden—. La parte delantera


del espolón está blanda. Tal vez sólo una distensión muscular.

A pesar del golpe de Malich, Eben continuó comprobando el


caballo. Me recordó cómo él estaba con los lobos. El muchacho estaba
más conectado con los animales que con las personas. Me acerqué a
mirar a la pata del caballo y toqué el hombro de Eben, con la esperanza
de contrarrestar las duras palabras de Malich con unas más
esperanzadoras. Él se dio la vuelta y me gruñó como un lobo, sacando
su cuchillo.

—No me toques —gruñó.

Retrocedí, recordando que a pesar de que podría ser como un


niño, incluso uno que podría olvidarse de sí mismo de vez en cuando y
escuchar una historia alrededor de una fogata, una infancia inocente
era algo que jamás había conocido. ¿Estaba destinado a ser como
Malich, jactándose de lo fácil que había sido matar al cochero y Greta?
Sus muertes le habían costado a Malich nada más que un par de
delgadas flechas.

Esa noche Kaden puso su saco de dormir cerca del mío, ya sea
para protegerme o por Malich no estaba segura. Incluso con mis dedos
vendados, Malich se había llevado la peor parte de nuestra animosidad
mutua, aunque sin duda esta tarde tenía la intención de igualar el
marcador. Si Griz no hubiera llegado a tiempo, fácilmente podría haber
estado con la cara amoratada e hinchada, o algo peor.

Me di la vuelta. Incluso si acabara muerta de hambre en medio de


la nada, como Kaden predijo, tenía que conseguir distancia. Malich era
bastante peligroso, pero pronto estaría en una ciudad con miles de
otros más como él.

No siempre podemos esperar el momento perfecto. Las palabras de


Pauline parecían más reales que nunca.
Capítulo 61
Kaden

Traducido por Nessied


Corregido por katiliz94

Nos detuvimos al mediodía en un pozo de agua un poco profundo


para llenar nuestras cantimploras y dar de beber a los caballos. Lia
caminó a lo largo del lecho del arroyo seco una vez después de haberse
alimentado, diciendo que quería estirar las piernas. Ella había estado
tranquila durante toda la mañana, no de una manera enfadada como
pensaba de ella, sino de otra manera, de alguna manera me pareció
más preocupante.

Seguí mirándola mientras ella se agachaba para recoger una


piedra y darle la vuelta.

Examinó su color, luego la lanzó a lo largo del lecho seco mientras


lo imaginaba rozando a lo largo del agua.

—Tres saltos —dije, imaginándolo junto con ella—. No está mal.

—Lo hubiera hecho mejor —respondió, sosteniendo sus dedos


vendados.

Se detuvo para deslizar su bota a lo largo de un charco de arena,


observando el brillo dorado de la arena. Sus ojos se estrecharon.

—Dicen que los Antiguos han sacado los metales más preciados
que el oro desde el centro de la Tierra –Metales que devanaban en unas
alas gigantes que los llevaban volando hacia las estrellas y luego
volvían.

—¿Eso es lo que harías tú con alas? —pregunté.

Ella negó con la cabeza.


—No. Volaría a las estrellas, pero nunca volvería. —Cogió un
puñado de arena brillante y la dejó caer de su puño al suelo como si
tratara de echar un vistazo a su magia oculta.

—¿Crees en todas las historias fantásticas que oyes? —pregunté.


Me acerqué y cerré mi mano suavemente alrededor de su puño, la arena
caliente escapando lentamente entre sus dedos.

Ella se quedó mirando mi mano cerrada sobre la suya, pero luego


su mirada se levantó poco a poco hasta la mía.

—No todas las historias —dijo en voz baja—. Cuando Gwyneth me


dijo que un asesino estaba en camino para matarme, no le creí.
Supongo que debí haberlo hecho.

Cerré mis ojos brevemente, deseando poder reprimir mi pregunta.


Cuando los abrí ella seguía mirándome. Lo último de la arena se
deslizaba de nuestros puños.

—Lia.

—¿Cuándo, Kaden, fue que decidiste no matarme?

Su voz seguía siendo suave. Genuina. Ella realmente quería


saberlo, y aún no había sacado su mano de la mía. Era como si se
hubiese olvidado de que estaba allí. Quería mentirle, decirle que nunca
había planeado matarla, convencerla de que nunca había matado a
nadie, recuperar toda mi vida y volver a escribirla en pocas palabras
falsas, mentirle de la manera que ya había hecho cientos de veces
antes, pero su mirada permanecía fija, estudiándome.

—La noche antes de salir —dije—. Estaba en tu cabaña, de pie


junto a tu cama mientras dormías… viendo el pulso de tu garganta con
el cuchillo en mano. Estuve allí más tiempo de lo que tenía que haber
estado, y finalmente puse mi cuchillo en su vaina… fue entonces
cuando me decidí.

Sus pestañas apenas revoloteaban, y su expresión no revelaba


nada, pero vi su pecho elevarse tras una respiración lenta.

—¿No fue cuando me vendaste el hombro? —Preguntó—. ¿No fue


cuando bailamos? No cuando…

—No. Justo en ese momento.


Ella asintió y lentamente sacó su puño de la mía. Ella sacudió las
trazas restantes de arena de su mano.

—¡Sevende! —Llamó Finch—. ¡Los caballos están listos!

—Ya voy —grité. Suspiré—. Está ansioso por llegar a casa.

—¿No lo hacemos todos? —respondió ella. El filo había vuelto a


su voz. Se dio la vuelta y regresó a su caballo y aunque ella no lo dijo,
sentí que quizás esta vez, ella quería que mintiera.
Que se sepa

Ellos la robaron,

A mi pequeña.

Sus brazos llegaron de nuevo a mí gritando,

Ama.

Ella es una mujer joven ahora,

Y esta vieja mujer no podía detenerlos.

Que se sepa de los dioses y de las generaciones,

Ellos robaron el Remanente.

Harick, el ladrón, me robó a mi Morrighan,

Entonces ella se vendió por un saco de grano,

A Aldrid el carroñero.

—Los últimos Testamentos de Gaudrel


Capítulo 62
Traducido por Nessied
Corregido por katiliz94

Levantamos el campamente antes del amanecer. Ellos dijeron que


querían llegar a nuestro próximo destino mucho antes de la puesta del
sol sin ninguna otra explicación. Sólo podía preguntar si algunos de los
animales salvajes de los que Kaden había hablado no eran tan
asustadizos. Caminamos a través de la parte más plana de la nada, sólo
el montículo ocasional y matorrales a la distancia rompía la infinitud.

No habíamos viajado por mucho a través de la hierba que se


extendía por debajo de las rodillas de los caballos, cuando mi pecho se
hinchó apretándose. Un presentimiento extraño presionó sobre mí.
Traté de ignorarlo, pero después de dos millas se hizo insoportable, y
detuvo mi caballo, mi respiración volviéndose poco profundo y rápido.
Era una forma de confianza. Esto no era sólo mi aprensión de ser
arrastrada a través del medio de la nada. Reconocí lo que era, algo
misterioso, pero no mágico. Algo estaba dando vueltas en el aire.

Por primera vez en mi vida, sabía con certeza que era el don.
Había venido a mí sin ser pedido. No era sólo una visión, o una
audición, o cualquiera de las formas que había oído sobre el don. Era
un saber. Cerré los ojos, y el miedo galopó a través de mis costillas. Algo
estaba mal.

—¿Qué pasa ahora?

Abrí los ojos. Kaden frunció el ceño como si estuviese cansado del
juego que jugaba.

—No debemos ir por ese camino —dije.

Sopló un profundo suspiro molesto de sus pulmones.

—Lia…
—No recibimos órdenes de ella —espetó Malich—. O escuchar su
parloteo. Ella sólo se sirve a sí misma.

Griz y Finch me miraron con incertidumbre. Esperando a que


algo se materializase, y cuando nada lo hizo, hicieron clic a sus riendas
ligeramente. Seguimos a un ritmo más lento a otra milla, pero el peso
opresivo sólo se hizo más pesado. Mi boca se secó, y mis palmas
estaban húmedas. Me detuve de nuevo. Estaban varios pasos por
delante de mí cuando Griz se detuvo también. Él se levantó de su silla,
y luego rugió—, ¡Chizon! —rompiendo su caballo a la izquierda.

Eben pateó a los costados de su caballo, siguiendo a Griz.

—¡Estampida! —Gritó.

—¡Al Norte! —me gritó Kaden.

Ellos azotaron sus caballos a todo galope, y me siguieron. Una


nube de polvo se levantó inmensa al este, tronante y oscura, en su
anchura. Lo que sea que venía, nosotros apenas podríamos dejarlo
atrás, si pudiéramos en absoluto. Retumbó hacía nosotros, furioso y
terrible en su poder. ¡Ahora! Pensé. Un puño golpeó en mi pecho. Ahora,
¡Lia! Era un suicidio darse la vuelta pero tiré fuertemente de las
riendas. Mi caballo se echó hacia atrás, y cambié de dirección hacia el
sur. No había vuelta atrás. Me gustaría hacerlo bien, o si no no lo haría.
En la fracción de segundo antes de que Kaden se diera cuenta de que
no estaba detrás de él, sería demasiado tarde para que girara y me
siguiese.

—¡Hah! —Grité—. ¡Hah!

Vi el horizonte como una creciente ola negra. El terror me agarró,


y vino muy rápido. El paisaje por delante se convirtió en un borrón
empujando cuando corrimos para vencer a la enorme nube. Vi un
montículo y me dirigí hacia allí, pero aún así estaba tan lejos. El caballo
conocía el terror también. Pulsando a través de los dos, el cegamiento
era caliente. ¡Sevende! ¡Date prisa! ¡Vamos! Pronto no fue sólo una
masa oscura lo que se aproximaba hacia nosotros, sino un revoltijo de
cuerpos, batiendo las piernas, y cuernos letales.

—¡Hah! —Grité. El calor de la muerte abalanzándose sobre


nosotros.
No podremos hacerlo, pensé. Ambos seríamos aplastados. El
caballo y yo. El rugido se hizo ensordecedor, ahogando incluso mis
propios gritos. Todo lo que podía ver era la oscuridad, el polvo, y un
final horrible. El montículo. Un terreno más alto. Y luego un trueno
retumbó a nuestras espaldas, y me preparé para la aglomeración de las
pezuñas y la sangre derramada de sus cuernos, pero ellos cargaron más
allá… detrás de nosotros. Lo hicimos. Lo hicimos. Me quedé con el
caballo hasta estar segura de que estábamos a una distancia segura, y
una vez que estuvimos en la cima de la loma, me detuve.

Me di la vuelta para ver lo que en realidad eran la masa


aplastante de pezuñas y cuernos, pero aún no estaba segura. Estaba
sin aliento, pero la vista aún se llevó mi aliento. Una amplia corriente de
bisontes llegaba hasta donde podía verlo, golpeando más allá de
nosotros.

Se movían con una fuerza mortal unificada, pero cuando mi


corazón se desaceleró, vi los detalles de los animales, magníficos en su
propio derecho. Enormes jorobas, cuernos blancos y curvados, barbillas
barbudas, y yunques transmitiendo más allá. Ellos bramaban un canto
de guerra. Tragué saliva, impactada con el asombro. Era un espectáculo
que nunca había visto en Morrighan y uno que probablemente nunca
volvería a ver.

Miré por encima de los animales, tratando de ver al otro lado,


pero las nubes de polvo oscurecían mi punto de vista. ¿Cómo lo
hicieron los demás? Pensé en Eben y la sensibilidad en la pierna de su
caballo. Pero seguro que si yo lo pude hacer con seguridad ellos
también pudieron hacerlo.

No tenía mucho tiempo antes de que los bisontes que nos


separaban se fueran y Kaden se convirtieran en el que vendría tras de
mí. Me volví a mi caballo y desaparecí en la loma, ampliando la brecha
entre nosotros.
Capítulo 63
Kaden

Traducido por Nessied


Corregido por katiliz94

Ya estaba oscureciendo. Y sabía que ella se había dirigido al Sur,


y sabía que se dirigía hacia el bosque. Podría darle el encubrimiento que
ella quería, pero también era el último lugar donde ella debería ir.
Siempre rodeamos el ancho alrededor de los bosques porque sabíamos
que siempre se escondían allí. Si no llegábamos a ella antes de que
oscureciera, ella no sobreviviría a la noche.

Griz y Finch estaban convencidos de que sólo se fue de nosotros


bajo confusión. Yo lo sabía mejor. Estábamos igualmente seguros de
que ella estaba salvando nuestras vidas y que su don era tan real como
el suelo bajo nuestros pies. No estaba seguro de si era coincidencia o un
conocimiento genuino. Si falsificabas un don tan menudo como ella lo
hizo, tu ritmo sin duda se convierte en suerte con el tiempo.

Me detuve, observando la línea de árboles que estaban hacía el


sur, alzándose como un muro imponente. Estaba helando, pensando si
ella lo atravesó. Habíamos perdido su rastro desde un kilómetro de
distancia, y sólo podía suponer que había entrado en el bosque oscuro.
Nos separamos, acordando reunirnos de nuevo al atardecer. Oré para
que Malich no la encontrara. No estaba seguro de con quien estaría
mejor con él o con las bestias del bosque.
Capítulo 64
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

Era un extraño bosque. El musgo gris colgaba en los mechones


rizados de los árboles negros con los troncos tan anchos como un
vagón. El caballo se resistió al principio, negándose a entrar, pero lo
incité a seguir. Las llamadas estridentes hacían eco a mí alrededor,
temblando en lo que sonaba como risa. Busqué en las copas de los
árboles, en busca de las aves que hacían los sonidos, pero sólo vi
sombras.

No tenía tiempo de pensar en tener miedo, sólo en lo que tenía


que hacer a continuación. Comida y fuego. No iba a morir en el desierto
como Kaden predijo. Dejé el caballo entre un círculo de cinco árboles
enormes, luego bajé y desaté mi alforja. Me deshice de los contenidos.
Todo lo que tenía eran los libros, un frasco de bálsamo, maleza de
chiga, algunos trozos de tela para vendajes, un cepillo, un collar de
cuero para atar atrás mi pelo, una bobina de seda para los dientes, un
cambio de ropa interior raída, y mi polvorín. Ni un bocado de comida.
Kaden había empacado alijo escondido en su caballo, quizás para
desalentar cualquier pensamiento de escape. Miré el pedernal y
contemplé encender un fuego. No quería estar en este bosque macabro
en la oscuridad, sino en el terreno salvaje, un fuego brillaba como un
faro. Examiné el hueco. El grosor de los troncos y el bosque más allá
escondería un pequeño fuego.

Mi estómago rugió ante la idea de no alimento. No podía


permitirme perder la fuerza que había adquirido en el campamento de
vagabundos, pero con ningún arma para cazar incluso la presa más
pequeña, tendría que buscar comida. Sabía lo que era vivir en la
podredumbre de un suelo del bosque, y sólo el pensamiento de estar
demasiado débil para huir me hacía buscarlo. Mis mandíbulas al
instante palpitaron, y mi saliva era amarga en mi lengua. Encontré un
tronco caído en decadencia y rodé por encima. Se retorció con cremosas
y gordas larvas.

Regan había retado a Bryn a tragarlas una vez, diciendo que los
cadetes en formación tenían que hacerlo. Bryn no era un ser menor, así
que se tragó el regordete gusano retorciéndose. A los pocos segundos,
vomitó. Pero yo sabía que podían sustentar a una persona, así como el
pato asado.

Tomé un suspiro profundo y estremecedor. Zsu Viktara. Apreté los


ojos cerrados, imaginándome a caballo de regreso a casa lo
suficientemente fuerte como para encontrar y ayudar a Walther, lo
suficientemente fuerte como para casarme con un príncipe que odiaba,
lo suficientemente fuerte como para olvidar a Rafe. Lo suficientemente
fuerte. Abrí los ojos y cogí un puñado de gusanos meneándose en mi
mano.

—Soy lo suficientemente fuerte como para comer esto e imaginar


que son pato, —susurré. Tiré mi cabeza hacia atrás, dejándolos en mi
boca y tragué.

Pato. Pato baboso.

Tomé otro puñado.

Pato retorciéndose.

Los tragué todos con un trago de mi cantimplora. Pato asado


jugoso. Me haría amar los gusanos si tenía que hacerlo. Tragué saliva
de nuevo, asegurándome de que se quedasen abajo.

¡Che-ah!

Salté. Otra sombra se dibujó entre el follaje. ¿Qué estaba


merodeando ahí arriba? Me puse a recoger leña seca y musgo, luego
avivé la chispa del pedernal a una llama. Los gritos extraños cortaban
por el aire, y pensé que cualquier animal que hubiera hecho eso debía
estar cerca.

Añadí más leña al fuego y saqué el Cantico de Venda a mi regazo


para mantener mi mente ocupada. Usé el libro que Dihara me había
dado para ayudarme a traducir el texto. La formación de las letras en
los dos libros se diferenciaba. Los de imprimación de Dihara tenían un
aspecto cuadrado, mientras que los del Cantico de Venda tenían
pergaminos y curvas, y una letra en bucle hasta la siguiente, por lo que
era difícil saber dónde se detenía cada letra y comenzaba otra. Me
quedé mirando, pensando que no había esperanza, y luego las cartas
parecieron moverse por su propia voluntad delante de mis ojos,
reorganizandose a sí mismas en un patrón que podía reconocer.
Parpadeé. Parecía obvio ahora.

Las similitudes aparecieron y las letras desconocidas se revelaron.


Las curvas, los acentos que faltaban, la clave. Tenía mucho sentido.
Traduje en serio. Palabra a palabra, frase por frase, corrí ida y vuelta
entre la imprimación y el viejo texto de Vendan.

Hay una historia verdadera y futuro verdadero.

Escucha bien, para la niña que brotó de la miseria,

Será la encargada de traer la esperanza.

De los más débiles vendrá la fuerza.

De los cazados vendrá la libertad.

Los ancianos soñarán sueños,

Las doncellas jóvenes verán visiones,

La bestia del bosque se alejará,

Verán a la hija de la miseria viniendo,

Y dejará claro el camino.

De la semilla del ladrón,

El Dragón se elevará,

El glotón, alimentándose de la sangre de los niños,

Bebiéndose las lágrimas de las madres.

Su mordedura será cruel, pero su lengua astuta,

Su aliento seductor, pero su agarre mortal,


El Dragón sólo conoce el hambre, nunca saciada,

Sólo la sed, nunca apagada.

Era de extrañar que el gobernante de Venda quisiera sus locos


balbuceos destruidos. Eran sombríos y no tenían sentido, pero había
algo en ellos que debía haber perturbado al Erudito. ¿O estaba
perdiendo mi tiempo? ¿Quizás sólo era el cuadro de joyas de oro lo que
tenía valor para él? ¿Podría ser digno de su cuello y la posición de ser
un ladrón de la corte? Pero estaba casi terminando de traducir la
canción sombría, así que continué.

Desde los lomos de Morrighan,

Desde el otro extremo de la desolación,

Desde las intrigas de los gobernantes,

Desde los temores de una reina,

La esperanza nacerá.

Al otro lado de la muerte,

Más allá de la gran división,

Cuando el hambre coma almas,

Sus lágrimas se incrementarán.

El Dragón conspirará,

Usando sus muchos rostros,

Engañando a los oprimidos, reuniendo a los malvados,

Ejerciendo quizás como un dios, imparable,

Implacable en su juicio,

Inflexible en su gobierno,
Un ladrón de sueños,

Un asesino de la esperanza.

Seguí leyendo, y con cada palabra, mi respiración se acortaba.


Cuando llegué a la última estrofa, un sudor frío saltó a mi cara. Corrí a
través de los papeles sueltos de nuevo, en busca de la catalogación de
las notas. El Erudito era meticuloso en esas cosas. Los encontré y las
volví a leer. Estos libros antiguos habían llegado a sus manos doce años
después de que yo naciera. Era imposible. No tenía ningún sentido.

Hasta que uno venga que sea más poderoso,

El que surgió de la miseria,

El que era débil,

El que fue cazado,

El que fue marcado con la garra y la vid,

El que fue nombrado en secreto,

El llamado Jezelia.

Nunca había oído hablar de nadie en Morrighan con el nombre


Jezelia. Nadie en la corte real lo hizo tampoco. Eso fue a lo que mi padre
tan fuertemente se opuso —a su falta de precedentes. ¿De dónde lo
consiguió mi madre? No de este libro.

Deslicé la camisa de mi hombro y me volví para ver lo que podía


de mi kavah. La terca garra y vid aún estaban ahí.

Las grandes historias tendrán su camino. Negué con la cabeza. No,


no esta. Había una explicación razonable. Metí los libros de nuevo en mi
alforja. Estaba cansada y asustada por este extraño bosque, y me había
apresurado con las traducciones. Eso era todo. No había tales cosas
como dragones, ciertamente no los que bebían sangre de bebés. Era un
balbuceo. Estaba buscando un significado donde no había ninguno.
Miraría de nuevo mañana a la luz del día, y las reglas de la razón lo
harían todo claro.

Puse una rama grande en el fuego y me instalé en mi saco de


dormir. Obligué a mi mente a pensar en otras cosas. Cosas que tenían
sentido. Cosas más felices. Me imaginé a Pauline, el bebé hermoso que
tendría, Gwyneth y Berdi ayudándola y sus vidas continuando en
Terravin. Por lo menos alguien estaba viviendo la vida que había sido mi
sueño. Pensé en lo mucho que me encantaría tener un sabroso guiso de
pescado de Berdi ahora; escuchar el sonido de los cuernos en la bahía,
el parloteo de los clientes de la taberna, el rebuzno de Otto; oler la sal
en el aire; y ver a Gwyneth evaluando a un nuevo cliente.

La manera que me había trabado. Rafe.

Me estaba volviendo más fuerte en algunos aspectos pero más


débil en otros. Desde el primer día que te conocí, he ido a dormir cada
noche pensando en ti.

Cerré los ojos y me acurruqué en mi saco de dormir, rezando


porque el mañana vendría pronto.
Capítulo 65
Pauline

Traducido por BrenMaddox


Corregido por katiliz94

Él murió en la batalla, mi madre me lo había dicho, al igual que lo


hizo Mikael. Nunca había conocido a mi padre, pero siempre lo había
imaginado por ser el tipo de hombre que envolvía sus brazos alrededor
de mí, suavemente calmando mis problemas, amándome sin
condiciones, y protegiéndome a toda costa. Así era como yo describiría
al propio padre de mi bebé para ella. Pero sabía que todos los padres no
eran así. El de Lia no lo era.

El rey era un hombre distante, más monarca que padre, pero


seguramente su sangre no era de hielo, ni su corazón de piedra. Lia
necesitaba ayuda. Ella se había ido desde hacía semanas, sin ninguna
palabra de Rafe. Aunque estaba segura de que él se preocupaba por
ella, Rafe y su secreta banda de hombres no me inspiraban confianza, y
con cada día que pasaba, mis sospechas sobre ellos crecían. No podía
esperar más. El Vicegerente había sido comprensivo con Lia. Él era
nuestra única esperanza. Seguramente él era la oreja del rey y podía
doblarla hacia el perdón y luego ayudar.

Berdi no me dejaba viajar sola, y una entusiasmada Gwyneth se


unió en mi búsqueda. Cómo Berdi gestionaría la taberna con sólo la
ayuda de Enzo no lo sabía, pero ahora todos estamos de acuerdo en que
la seguridad de Lia era más importante. Los Barbaros la tenían. Ya
temía lo que le habían hecho.

Y estaban los sueños también. Desde hacía una semana, me


habían acosado, las fugaces visiones de Lia cabalgando sobre un
caballo al galope, y con cada paso, ella se desvanecía hasta que no
estaba allí en absoluto. Ida, un eidolon3 brumoso, a excepción de su
voz, un alto, quejumbroso grito que atravesaba el viento.

Sabía que me ponía a mí misma en riesgo de ser arrestada yendo


devuelta, ya que había ayudado a Lia a escapar, pero tenía que correr el
riesgo. Aunque temía la posibilidad de la prisión, era el mismo miedo
que caminar por las calles de Civica de nuevo y ver los últimos lugares
donde Mikael y yo habíamos estado juntos, el lugar donde habíamos
concebido a nuestro hijo juntos —el niño que nunca lo sabría. Ya
estaba excavando mis sentimientos de pérdida. Su fantasma estaría
presente en cada calle que pasara.

La caminata sobre los burros estaba tomando mucho más tiempo


que el que Lia y yo habíamos hecho a Terravin en nuestros Ravians,
pero en mi condición, montar rápido y duro no era una opción de todos
modos.

—No está mucho más lejos, —dije a Gwyneth cuando nos


detuvimos a darle de beber a los burros—. Sólo otros dos días.

Gwyneth movió su grueso mechón rojo lejos de la cara, y sus ojos


se estrecharon, mirando hacia abajo al camino todavía por delante de
nosotras.

—Sí, lo sé —dijo con aire ausente.

—¿Cómo lo sabes? ¿Has estado en Civica?

Ella rompió de vuelta la atención, tirando de las riendas de Dieci.

—Apenas una suposición —dijo—. Creo que deberías dejarme


hablar con el Canciller cuando lleguemos allí. Yo podría tener más
poder de persuasión que tú.

—El Canciller odia a Lia. Él sería la última persona con la que


hablaría.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado y se encogió de hombros.

—Veremos.

3 Un eidolon es una copia astral de un difunto. Los antiguos griegos imaginaban a un eidolon como un doble
fantasmal de una forma humana.
Capítulo 66
Rafe

Traducido por BrenMaddox


Corregido por katiliz94

—¡Muerde! —Mandé.

No podíamos permitirnos que él gritara, no con la forma en que el


sonido hacía eco a través de estas colinas rocosas. Metí una correa de
cuero entre sus dientes. Sudor corría por su frente y salpicaba su labio
superior.

—Apresúrate, —le dije.

Tavish empujó la aguja en la mejilla de Sven y tiró de las


sangrientas tripas a través del otro lado de la herida que iba desde el
pómulo a la mandíbula. Era demasiado larga y demasiado abierta para
aplicarle un cataplasma4. Sostuve los brazos de Sven en caso de que él
se estremeciera, pero se quedó quieto —sólo sus párpados revolotearon.

Nos habíamos encontrado con una patrulla de Vendans. Los


bárbaros eran cada vez más audaces y más organizados. Nunca había
visto una patrulla de Vendan de gran cantidad que más de un puñado
tan lejos del Gran Río. Había un montón de pequeñas bandas de
renegados de tres o cuatro, feroces y violentos —esa era su manera—
pero no una patrulla organizada y uniformada. No auguraba nada
bueno para ninguno de los reinos.

El traicionero Gran Río siempre había sido nuestro aliado. Un


puente de finas cadenas levadizas que apenas podía soportar a un solo

4
Tratamiento tópico de consistencia blanda, y generalmente, caliente, que se aplica
con varios efectos medicinales; especialmente cuando los efectos son calmantes,
antiinflamatorios o emolientes. Antes de los antibióticos, este método casero fue
utilizado de forma habitual.
caballo era su única forma de cruzar. ¿Estaban criando caballos en este
lado del río ahora? La patrulla que encontramos tenía monturas finas y
bien entrenadas.

Llevamos a todos ellos hacia abajo, pero no antes de que Sven


sufriera el primer golpe. Él viajaba por delante de nosotros y fue
derribado de su caballo antes de que pudiera sacar mi espada, pero
luego se movió rápidamente, llevándose a su atacante y tres más que
siguieron detrás de él. En cuestión de minutos, los Vendans cubrían el
suelo a nuestros pies, una docena en total. El rostro de Jeb todavía
estaba salpicado de sangre, y yo podía sentir la corteza manchando en
el mío.

Orrin trajo el frasco de Sven de los ojos rojos como Tavish había
ordenado. Quité la correa de cuero apretada entre los dientes de Sven y
le hice dar un sorbo para ayudar a adormecer el dolor.

—No, —dijo Tavish—. Es para su cara, para limpiar la herida.

Sven comenzó a protestar, y empujé la correa de nuevo en su


boca. Él preferiría sufrir infección que ver a sus preciosos espíritus
derramarse por su mejilla hasta el suelo. Tavish empujó la aguja una
última vez y cerró la herida. Sven gimió, y cuando Tavish vertió el fuerte
contenido sobre la herida cosida, todo su cuerpo se estremeció de dolor.

Escupió la correa fuera.

—Maldito seas —dijo débilmente.

—De nada —contestó Tavish.

Estábamos a dos millas del Gran Río en el único camino que


conducía al reino de Vendan. Habíamos estado agazapados en un
campamento rocoso que daba al oeste, la dirección en la que sabía que
estarían yendo. En algún momento por encima de la ruta tendrían que
pasar, pero habíamos estado aquí durante dos días y no había indicios
de ellos. No podrían habernos golpeado aquí. Habíamos viajado tanto
hasta que tanto nosotros como nuestros caballos estábamos al punto
de colapso. Hoy sólo dejamos nuestra posición para explorar hacia
fuera a un mejor punto de observación más lejos de la frontera, pero
nos encontramos con la patrulla. Después de arrojar sus cuerpos en un
barranco, tomamos sus caballos con nosotros y esperamos que no se
esperara que regresaran pronto.
Tavish puso la aguja lejos y contempló su obra. Él palmeó el
hombro de Sven.

—Confía en mí. Es una mejora.

—Debería haberlo dejado ir primero entonces —dijo Sven


débilmente haciendo un gesto hacia mí.

—Vas a estar bien, viejo —le respondí, sabiendo que odiaba ese
apodo. Ni siquiera me había dado cuenta de cuán hábilmente Sven
siempre se colocaba justo delante de mí. No dejaría que lo hiciera de
nuevo.

Él y los demás dormían mientras tomé la primera guardia. No


esperábamos encontrar una patrulla aquí en las rocas, pero entonces
tampoco habíamos esperado encontrarnos con una abajo. Los bárbaros
eran del tipo impredecibles fuera de la ley, con poco respeto por toda
vida, incluso la suya propia. Había visto esto tratando de eliminar a las
bandas de renegados durante una patrulla. Ellos te pagan con violentos
gritos salvajes y ojos enloquecidos, incluso en la cara de las fuerzas que
no podían aspirar a superar. Muerte sobre captura fue siempre su
elección. No había vinculado a Kaden como uno de ellos. Había sabido
que había algo en él de lo que no me fiaba, pero nunca me hubiera
imaginado que fuese un bárbaro.

Y él estaba con ella ahora.

Escaneé el negro horizonte occidental, donde sólo las estrellas se


dibujaban en líneas.

—Te encontraré, Lia, —susurré.

En el rincón más lejano, te encontraré.


Capítulo 67
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Mis ojos se abrieron de golpe. Un chillido ensordecedor aún


resonaba en mis oídos, y me enfrentaba a una bestia negra peluda con
colmillos. Me di la vuelta, pero estaba rodeada. A mi alrededor, una
manada de criaturas chilló, dejando al descubierto brillantes encías
rosadas y salvajes dientes amarillos.

Cuando por fin logré enfocar más allá de sus colmillos, vi


criaturas que se parecían a los monos. No a los lindos y pequeños
vestidos que había visto en los hombros de los artistas de la corte.
Estos eran casi del tamaño de un hombre, y se acercaban a mí
lentamente, como si se alimentaran del terror en mis ojos. Me puse de
pie y grité hacia ellos, agitando los brazos, pero ellos solo se
enfurecieron, gruñendo y chillando hacia mí. Después de todo lo que
había pasado, estaba a punto de ser despedazada por una manada de
animales salvajes.

Un rugido horrible llenó el aire, aún más fuerte que sus gritos, y
chillaron en ráfagas cortas de pánico, huyendo en distintas direcciones.
Los únicos sonidos que dejaron a su paso fueron los de mi propia
respiración ―y luego la de alguien más. Un retumbante, bajo resoplido.

Alguien más estaba aquí.

El fuego se había oscurecido, solamente un pequeño círculo


parpadeante encendido. Miré hacia la oscuridad más allá de los árboles.
Las respiraciones eran lentas y profundas. Un resoplido. Un estruendo.
Un gruñido de laminación. Algo más grande y más feroz que los monos
de por ahí. Mirándome.

Un escalofrío presionó a mi espalda, y me volví. Dos brillantes


ojos ámbar me miraban. Al instante los reconocí, y mi garganta se secó.
La mirada oscura era algo que nunca había olvidado. Rugió de nuevo, y
una de sus patas se adelantó. Luego otra. No me podía mover. Él gruñó
y escupió, al igual que cuando yo era una niña, pero esta vez, no había
nadie para asustar a la bestia. ¿Qué estaba esperando? Sabía que no
tendría una oportunidad si me daba la vuelta y corría. Sería activar su
instinto de caza, ¿pero por qué estaba aquí si no me comía? Se acercó
más, y su cola se movió detrás de él. Su enorme cabeza rayada que
brillaba la luz del fuego ahora estaba demasiado cerca.

Mi corazón era una piedra en el pecho, como si ya estuviera


muerta. Me miró, y vi mi reflejo congelado en el vacío de sus ojos. Rugió
de nuevo, dejando al descubierto sus poderosos colmillos. No me podía
asustar más de lo que ya lo estaba. Abrí la boca, pero mi lengua estaba
tan seca que ningún sonido salio más allá de un débil susurro ronco,
“Vete.” Sus bigotes se movieron, su cola se movió, y él se volvió y
desapareció en el bosque.

Durante varios segundos más, me quedé allí temblando, todavía


demasiado asustada para moverme —pero entonces no podía moverme
lo suficientemente rápido. Me apresuré a recoger mi saco de dormir y la
bolsa. Ni los monos ni el tigre habían molestado al caballo —tal vez solo
yo parecía una comida fácil. ¿Mi sencilla orden susurrada fue lo que lo
hizo irse? No iba a cuestionar mi buena fortuna ahora. Iba a salir
mientras todavía pudiera.

Salí de la manera que había llegado, por fin inhalando una


respiración profunda cuando estuve libre de la selva infernal. Me quedé
cerca de su frontera, al ver que el horizonte era ya de color rosa, y
empujé mi caballo a todo galope. El sol saldría pronto, y sería fácil de
detectar en la sabana.

Cuando terminó el bosque, un afloramiento de rocas apareció, y


me metí por un camino que serpenteaba a través de ellas, agradecida de
que cubriesen, pero resultó ser un callejón sin salida superficial. Esa
inmensa dispersión de rocas solo daba a la meseta prominente que casi
dividía el valle en dos. Vi lo que parecía ser un camino sinuoso muy
transitado a través de la misma. Desmonté y me acerqué a la cornisa
rocosa, preguntándome si podía hacer mi camino hasta el fondo del
valle. La corriente ascendente era fuerte y batía mi pelo y falda. Vi algo
en la distancia, polvo como de otra estampida, pero éste se trasladó
más lento. Y luego se disparó a través de mí. Soldados. No es sólo una
pequeña patrulla sino una milagrosa, ¡era un enorme batallón de ellos!

A medida que se acercaban, me di cuenta de que eran menos de


doscientos, pero todavía no podía ver su bandera. ¿O tal vez no estaban
volando una? ¿Era Morrighan o Dalbreck? Me conformaría con
cualquiera en estos momentos. Busqué un camino hacia el valle, pero
en este lado de la cornisa había un descenso escarpado. Me puse al otro
lado de la cuesta, buscando otro camino hacia abajo, y vi a más
soldados que venían de la otra dirección, pero eran sólo una pequeña
cantidad de no más de treinta. Entrecerré los ojos, tratando de ver sus
colores, y capture el rojo. ¡Morrighan! Y entonces sus caballos entraron
en foco, un tobiano blanco y castaño distinto llevándolos. Walther. Un
destello de alegría estática me invadió. Pero la alegría fue anulada con
la misma rapidez. Entonces, ¿quiénes eran los…?

Otros. Corrí hacia el otro lado, mirando al gran ejército que se


acercaba rápidamente al punto. No, no doscientos. Trescientos o más.
No había banderas.

Vendans.

Los ejércitos se dirigían hacia el otro, pero con el punto de


proyección entre ellos, no tendrían ninguna advertencia de hacia lo que
se dirigían. ¡Walther tenía que ser advertido!

—Lia.

Me di la vuelta. Eran Kaden, Eben, y Finch.

—¡No!, —les dije—. ¡Ahora no!

Corrí hasta el punto, pero Kaden estaba justo detrás de mí,


agarrando mis brazos. Él cogió el hombro de mi camisa, y arranco la
tela.

—¡No!, —grité—. ¡Tengo que detenerlos!

Me agarró, rodeándome con sus brazos por detrás y apretándome


contra su pecho.

—¡No! —Lloré—. ¡Es mi hermano el de ahí abajo! ¡Déjame ir!


¡Matarán a todos!

El ejército de Vendan estaba casi al punto. En segundos, estarían


en la parte superior del pequeño pelotón de mi hermano, trescientos
contra treinta. Le rogué a Kaden para que me dejase ir. Pateé. Rogué.
Sollocé.
—No puedes llegar hasta ellos desde aquí, Lia. Para el momento
en que lleguemos…

El ejército de Vendan surgió alrededor del punto.

Me esforcé en contra del ajuste de Kaden.

—¡Déjame ir! —Grité—. ¡Walther! —Pero el viento tiro mis palabras


de vuelta en mi cara. Ya era demasiado tarde.

Mi mundo cambió en un instante a la velocidad de un rayo para


frenar, en un movimiento poco natural. Los movimientos y sonidos
fueron amortiguados como en un sueño. Pero esto no era un sueño. Vi
encontrarse a los dos reinos, ambos tomados por sorpresa. Vi a un
joven hombre de cargo delante en un castaño y blanco tobiano. Un
joven que sabía que era fuerte y valiente. Un hombre joven que todavía
estaba enamorado, pero consumido por la pena. El de la fácil sonrisa
torcida que me llevaba a lo largo de los juegos de cartas, pellizcaba mi
nariz, me defendía contra las injusticias, y me enseñó a lanzar un
cuchillo. Mi hermano. Lo vi sacar su arma para hacer justicia por
Greta. Vi cinco armas apuntar a cambio, pivoteando una espada, y otra,
y otra, y lo vi caer de su caballo. Y luego una espada definitiva apuñaló
su pecho para terminar el trabajo. Vi a mi hermano Walther morir.

Uno tras otro, cayeron tres, cuatro, cinco contra unos a otros en
lo que no era una batalla, sino una masacre. La corriente ascendente
era despiadada, entregando cada llanto y grito en una carrera contra
mucho viento. Y entonces se hizo el silencio. Mis piernas se aflojaron,
como si no estuvieran aún allí, y caí al suelo. Gemidos y gritos llenaron
mis oídos. Arranqué mi pelo y mis ropas. Los brazos de Kaden
rápidamente me sostuvieron, impidiéndome ir por el borde del
acantilado.

Finalmente me dejé caer y miré hacia abajo en el valle. Todo el


grupo yacía muerto. Los Vendans no tomaron prisioneros. Me
acurruqué en el suelo, sosteniendo mis brazos.

Kaden todavía me abrazaba por detrás. Me apartó el pelo de la


cara y se inclinó, meciéndose conmigo, susurrando en mi oído.

—Lia, lo siento. No había nada que pudiéramos hacer.

Me quedé mirando los cuerpos ensuciados, sus extremidades


torcidas en posiciones antinaturales. El caballo de Walther yacía
muerto a su lado. Kaden liberó lentamente su control sobre mí. Miré a
mi hombro desnudo, el tejido desgarrado, vi el rastro de la garra y la
vid, llevando bilis a mi garganta, sentía el goteo de mocos por la nariz,
escuché la tranquilidad asfixiante. Alisé mi falda, sentí mi cuerpo
meciéndose, balanceándose, como si el viento soplara lejos lo que
quedaba de mí.

Me senté allí durante minutos, estaciones, años, el viento


convirtiéndose en invierno contra mi piel, el día convertirse en noche,
entonces cegándome de nuevo, duro con detalles. Cerré los ojos, pero
los detalles todavía brillaban y eran exigentes detrás de mis párpados,
en una sustitución de toda una vida de recuerdos con una sola imagen
sangrienta de Walther y luego, gracias a Dios, las imágenes se
difuminaron, todo se desvaneció, dejando solo un aburrido y
adormecido gris.

Finalmente, miré como mis manos se deslizan sobre mis rodillas y


empujan contra ellas, obligando a mi cuerpo a levantarse. Me volví y los
enfrenté. Eben se me quedó mirando, los ojos muy abiertos y solemnes.
La boca de Finch colgaba entreabierta.

Miré a Kaden.

—Mi hermano necesita ser enterrado, —dije—. Todos ellos


necesitan ser enterrados. No voy a dejarlos para los animales.

Él negó con la cabeza.

—Lia, no podemos…

—Podemos tomar el camino del este hacia abajo, —dijo Finch.

Malicia impregnaba el fondo del valle con el hedor de la sangre


que aún se filtraba en el suelo, las entrañas de los animales y los
hombres derramadas de sus cuerpos, los bufidos y maullidos de los
animales aún no muertos y nadie molestándose en ponerlos fuera de su
miseria. El sabor dulce del terror flotaba en el aire —Este mundo, te
respira... te comparte. Hoy el mundo lloró con los últimos suspiros de mi
hermano y sus compañeros. ¿Mi madre había ido a su habitación? ¿Ya
estaba enterada de esta pena?
Un hombre fuerte, alto, montó encima de su silla hasta
encontrarnos con un escuadrón, sus espadas desenvainadas. Supuse
que era el comandante de la suerte brutal. Llevaba una barba trenzada
en dos hebras largas. Era mi primera visión de los verdaderos bárbaros.
Kaden y los demás se habían vestido para mezclarse con los
Morrigheses. No estos. Cráneos de animales pequeños colgados en
cuerdas de sus cinturones, creando un ruido hueco mientras se
acercaban. Correas largas colgaban de sus cascos de cuero, y sus
rostros se hicieron temibles con rayas negras bajo sus ojos.

Cuando el comandante reconoció a Kaden y a los demás, bajó la


espada y los saludó como si se reunían para hacer un picnic en un
prado. Hizo caso omiso de los cuerpos decapitados y rotos esparcidos a
su alrededor, pero muy rápidamente los saludos cesaron y todas las
miradas se centraron en mí. Finch explicó rápidamente que yo no
hablaba su idioma.

—Estoy aquí para enterrar a los muertos, —dije.

—No tenemos ningún muerto, —respondió el comandante en


Morrighese. Su acento era pesado, y sus palabras eran gruesas con
disgusto, como si hubiera sugerido algo vulgar.

—Los otros, —dije—. Los que matasteis.

Con una mueca se pellizcó el labio.

—No enterramos los cuerpos de los cerdos enemigos. Están


abandonados a las bestias.

—No esta vez —contesté.

Miró a Kaden con incredulidad.

—¿Quién es esta perra bocaza que trajiste contigo?

Eben saltó.

—¡Ella es nuestra prisionera! La Princesa Arabella de Morrighan.


Pero la llamamos Lia.

Desprecio iluminó el rostro del comandante y se recostó en su


silla, empujando hacia arriba la visera de su yelmo tachonado.
—Así que la llamas Lia, —se burló mientras me miraba—. Como
ya he dicho, mis soldados no entierran a los cerdos.

—No es un buen oyente, comandante. No pido a sus salvajes para


enterrarlos. No permitiría que manos indignas tocasen a los nobles
soldados de Morrighan.

El comandante se inclinó hacia delante en su silla, con la mano


levantada para golpearme, pero Kaden puso su brazo para detenerlo.

—Ella está en duelo, Chievdar. No tome en cuenta sus palabras.


Uno de ellos era su hermano.

Llevé a mi caballo hacia adelante, así que estaba rodilla a rodilla


con el comandante.

—Lo diré de nuevo, Chievdar. Los enterraré.

—¿A todos? ¿Vas a enterrar a toda un grupo de hombres? —Él se


rió. Los hombres con él también rieron—. Que alguien le traiga una pala
a la princesa, —dijo—. Dejadla cavar.

Me arrodillé en el centro del campo. Mi primer deber era bendecir


a los muertos, mientras que sus cuerpos aún estuvieran calientes. La
tradición que había evitado ahora era todo lo que me sostuvo. Levanté
mis manos a los dioses, pero mis canciones fluían de lo que se había
memorizado a algo nuevo, palabras de otra lengua, que sólo los dioses y
los muertos podían entender, unas escurridas de la sangre y el alma, la
verdad y el tiempo. Mi voz se elevó, se mezclo, respiro, entristeció, cortó
a través de los vientos y luego se convirtió en parte de ellos, trenzado
con las palabras de un millar de años, mil lágrimas, el valle llenándose
no solo con mi voz, sino con los lamentos de las madres, hermanas , y
las hijas de los tiempos pasados. Era un recuerdo que llevar al cielo y a
la tierra del distante sangrado, una canción de amor y desprecio,
amargura y misericordia, la oración no solo tejida de sonidos, sino de
las estrellas y el polvo y la eternidad.

—Y así será, —terminé—, para siempre.

Abrí los ojos, y todos los soldados a mí alrededor se habían


detenido, observándome. Me levanté y cogí la pala, y caminé primero
hacia Walther. Kaden me detuvo antes de llegar a su cuerpo.
—Lia, la muerte no es agraciada o disculpada. No quieres que se
le recuerde de esta manera.

—Yo lo recuerdo exactamente de esta manera. Los recordaré a


todos. Nunca olvidaré —solté mi brazo.

—No te puedo ayudar. Es traición enterrar al enemigo. Deshonra


a nuestros propios caídos.

Me alejé sin contestar y caminé alrededor de los cuerpos y sus


partes cortadas hasta que encontré a Walther. Caí de rodillas junto a él
y saqué el pelo de su cara. Cerré los ojos y besé su mejilla, susurrando
mi propia oración para él, deseándole felicidad en su viaje porque ahora
él estaría de nuevo con Greta, y si los dioses eran misericordiosos,
harían que su hijo naciese. Mis labios temblorosos se detuvieron en su
frente, no estando dispuestos a separarse de él, sabiendo que sería la
última vez que mi carne lo tocara.

—Adiós, dulce príncipe, —finalmente susurré contra su piel.

Y entonces me puse de pie y comencé a cavar.


Capítulo 68
Kaden

Traducido por BrenMaddox


Corregido por katiliz94

Todo el campamento se quedó en silencio observándola. A


diferencia de mí, ninguno de ellos nunca había visto a alguien de la
nobleza, y mucho menos a una princesa. Ella no era la delicada carne
de la realeza de su imaginación. Uno a uno, mientras las horas
pasaban, incluso los más endurecidos se sintieron atraídos a sentarse y
ver, en primer lugar debido a sus escalofriantes cantos que habían
saturado todo el valle y luego por su tenaz concentración, palada tras
palada.

Le tomó tres horas para cavar la primera fosa. La tumba de su


hermano. Ella luchó con su saco de dormir desde su caballo muerto, lo
ató alrededor de él, y lo rodó dentro del agujero. Oí sonar la garganta de
Finch y a Eben chupando su labio. Aunque ninguno de nosotros tenía
la menor simpatía por los caídos, era difícil verla besar a su hermano
muerto y luego luchar con el peso de su cuerpo.

Griz, que llegó más tarde con Malich, tuvo que alejarse, incapaz
de ver. Pero yo no podía irme. La mayoría de nosotros no podía.
Después de su hermano, fue al siguiente soldado muerto, se arrodilló
para bendecirlo, y luego cavo su tumba, saltando lejos en el duro suelo
y otra palada a la vez. Este soldado había perdido un brazo, y la vi
buscarlo y ponerlo debajo de un caballo caído. Lo colocó en su pecho
antes de envolverlo en una manta.

¿Cuánto tiempo podría continuar? La vi tropezar y caer, y cuando


pensaba que no podía levantarse de nuevo, lo hizo. Inquietud creció en
los soldados a mi alrededor, tensos susurros pasando entre ellos.
Entrecerraron sus ojos y se frotaron sus nudillos. El chievdar se
mantuvo firme, sus brazos cruzados sobre el pecho.
Terminó la tercera tumba. Siete horas habían pasado. Sus manos
sangran por sostener la pala. Pasó al cuarto soldado y se arrodilló.

Me puse de pie y caminé hacia el carro de alimentación y agarré


otra pala.

—Voy a ir a cavar algunos agujeros. Si ella debe rodar un cuerpo


dentro de una, que así sea. —Los soldados de pie cerca de la carreta me
miraron asombrados, pero no hicieron ningún movimiento para
detenerme. No era exactamente una traición.

—Yo también, —dijo Finch. Se acercó y agarró otra pala.

El escuadrón flanqueó y miraron del chievdar a nosotros con


incertidumbre, entonces sacaron sus espadas.

El chievdar agitó la mano.

—Ponedlas lejos, —dijo—. Si la perra de Morrighan quiere sangrar


sus dedos hasta el hueso, proporcionará un buen entretenimiento para
todos nosotros, pero no quiero estar aquí toda la noche. Si estos idiotas
quieren cavar algunos agujeros, hacedlos cavar.

El chievdar miró hacia otro lado. Si él hubiera estado cansado de


la demostración, fácilmente podría haberle puesto fin a la misma. Lia
era una prisionera y enemiga de Venda, pero tal vez su escalofriante
canción había provocado suficiente de su propio temor a los dioses y la
dejó terminar su trabajo.

Eben y Griz nos siguieron, y, probablemente, para la


consternación del chievdar, siete de sus soldados lo hicieron también.
Agarraron picos y hachas y todo lo que pudieron encontrar, y al lado de
caídos comenzamos a cavar.
Capítulo 69
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Pasamos la noche en el valle no tan lejos de donde los muertos


estaban enterrados y partiríamos de nuevo a la mañana siguiente. Eran
tres días más a Venda. Esta vez fuimos flaqueados por un batallón de
cuatrocientos. ¿O seiscientos? Los números no importaban más. Yo sólo
miraba hacia delante, dejando a mi cabeza mecerse libremente con el
ritmo atropellante del caballo. Frente a mí, mi vista era del caballo de
Eben, su pata delantera cojeaba haciendo a las otras trabajar más
duro. Él no lo lograría hasta Venda.

Mi ropa todavía goteando. Hacía tan sólo una hora,


completamente vestida, entré en el río que corría a lo largo del valle. No
sentí su agua en mi piel, pero vi la carne de gallina que generó. Dejé
que la corriente lavara mi ropa manchada de sangre. La sangre de
Walther y la sangre de treinta hombres se alejaron a través del agua y
viajaron de nuevo a casa. El mundo siempre lo sabría, incluso si los
hombres lo olvidaban. Había encontrado a Gavin boca abajo no muy
lejos de mi hermano, su espeso pelo rojo fácil de identificar, pero Avro y
Cyril no eran tan fáciles de reconocer—sólo su devota proximidad a mi
hermano me hizo pensar que eran ellos. Una cara estab firme y
hundida en la muerte una vez que la sangre se había evaporado, como
la madera tallada en un marco delgado, carne gris.

Los recordaré a todos. Nunca olvidaré.

Kaden, Finch, y otros ayudaron a cavar las tumbas. Sin ellos,


nunca habría sido capaz de enterrar a todos los muertos, pero fue por
ellos que toda una patrulla había sido masacrada. Uno de esos soldados
que ayudó a cavar pudo haber sido el que hundió la espada en el pecho
de Walther. O cortado el brazo de Cyril. ¿Debería sentirme agradecida
por su ayuda? Mayormente no podía sentir nada. Cada sentimiento
dentro de mí había sido evaporado como la sangre de los caídos y
fueron dejados en el fondo del valle.
Mis ojos estaban secos, y las ampollas en carne viva de mis
manos no sentían ningún dolor, pero dos días después de la masacre de
Walther, algo se sacudió suelto dentro de mí. Algo duro y afilado que
nunca había sentido antes, como un pedazo astillado de roca que se
volvía una y otra vez, arrojado desde el borde de una rueda. Se sacudió
sin rumbo pero con ritmo regular. Tal vez era el mismo algo que había
sacudido el interior de Walther cuando sostuvo a Greta en su regazo.
Estaba segura de que lo que se había desatado nunca estaría anclado a
mí otra vez.

Rápidamente se había corrido la voz entre las filas que tenía el


“don,” pero igual de rápido me enteré de que no todos los de Vendan
hacían reverencia por ello. Algunos se rieron de las costumbres
antiguas de los Morrigheses. El chievdar era el principal de los
burladores, pero había mucho más que miradas lascivas con recelo,
miedo de mirarme directamente a los ojos. La gran mayoría felicitó a
Kaden y a los otros por el buen premio que habían traído de vuelta al
Komizar. Una verdadera princesa del enemigo.

No sabían que su verdadera tarea era cortarme el cuello. Miré a


Kaden sin expresión. Él encontró mi mirada en blanco. Quería estar
orgulloso entre sus camaradas. Venda siempre estuvo primero, después
de todo. Él asintió con la cabeza a quien le palmeó la espalda y
reconoció su alabanza. Sus ojos, que una vez había pensado que
mantenían tanto misterio, no retenían ninguno para mí ahora.

Al día siguiente, el caballo de Eben empeoró. Oí a Malich y Finch


decirle que iba a tener que matarlo, que había un montón de otros
caballos capturados en el botín para él para montar. Eben les juró con
voz elevada como un niño que era sólo una distensión muscular y la
cojera pasaría.

No le dije nada a ninguno. Sus preocupaciones no eran mías. En


su lugar escuché el tintineo, la astillada roca caer dentro de mí. Y por la
noche mientras miraba las estrellas, a veces un susurro se abría paso,
uno que estaba demasiado aterrada de creer.

Te encontraré.

En el rincón más lejano, te encontraré.


Capítulo 70
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Me cepillé el pelo. Hoy era el día en que entraríamos a Venda. No


llegaría luciendo como un animal. Todavía parecía importante. Para
Walther. Para toda una patrulla. Yo no era una de ellos. Nunca lo sería.
Tiré de los enredos, a veces rasgando mi cabello, hasta que quedó liso.

Rodeada de cientos de soldados, sabía que había pocas


posibilidades de escapar. Tal vez nunca había habido una, a menos que
los propios dioses decidieran hundir otra estrella en la tierra y destruir
a todos. ¿Cómo éstos estaban más orgullosos de sentarse sobre sus
caballos junto a mí mejor que con los Antiguos, a quienes los dioses
habían destruido hace mucho tiempo? ¿Ahora qué hacían los dioses de
nuevo?

Nos montamos detrás de los vagones abarrotados con espadas,


sillas de montar, e incluso botas de los caídos. La generosidad de la
muerte. Cuando enterré a mi hermano, ni siquiera me había dado
cuenta de que la espada y el tahalí de cuero finamente labrado que
llevaba sobre el pecho ya se habían ido. Ahora se empujaban en algún
lugar de la carreta por delante.

Escuché el tintineo del botín, el tintineo, tintineo, y el ruido dentro


de mí.

Kaden montaba a un lado mío, Eben en el otro, con Malich y los


otros solo detrás de nosotros. El caballo de Eben tropezó, pero se las
arregló para corregirlo. Eben saltó de la espalda y le susurró. Él lo llevó
con su mano y se aferró a la crin del caballo. Solo habíamos ido un par
de pasos más cuando el caballo tropezó de nuevo, esta vez
tambaleándose unos veinte metros de la carretera, con Eben
persiguiéndolo. El caballo cayó sobre su costado, sus patas delanteras
ya no siendo capaz de apoyarlo. Eben trató desesperadamente de hablar
con él para que se pusiese de pie de nuevo.
—Cuida de él, —dijo Kaden a Eben—. Es el momento.

Malich se acercó a mi lado.

—¡Hazlo ahora! —Ordenó—. Estás retrasando a todo el mundo. —


Malich desabrochó la funda de cuero de su cinturón que sujetaba el
largo cuchillo trinchero y se lo lanzó a Eben. Éste cayó al suelo a los
pies de Eben. Eben se congeló, sus ojos muy abiertos mientras nos
miraba de nuevo. Kaden asintió, y él lentamente se agachó y lo recogió
del suelo.

—¿No puede alguien más hacerlo? —pregunté.

Kaden me miró, sorprendido. Era lo que más me había dicho en


tres días.

—Es su caballo. Es su trabajo —respondió.

—Él tiene que aprender —oí a Finch decir detrás de mí.

Griz murmuró en acuerdo.

—Y absorber.

Me quedé mirando la cara aterrorizada de Eben.

—Pero él lo crió desde que era un potro —Les recordé. Ellos no


respondieron. Me di la vuelta hacia Finch y Griz—. Es sólo un niño. Ya
ha aprendido demasiado, gracias a todos vosotros. ¿Ninguno de
vosotros está dispuesto a hacer esto por él?

Se quedaron en silencio. Me bajé de mi caballo y entré al campo.


Kaden me gritó para que volviese a mi caballo.

Me di media vuelta y escupí—: ¡Ena fikatande spindo keechas!


¡Fikat ena shu! ¡Ena mizak teevas ba betaro! ¡Jabavé! —Me volví hacia
Eben, y él respiró fuerte cuando le arrebaté el cuchillo envainado y
saqué la hoja libre. Una docena de arcos y flechas de los soldados
aparecieron, todos dirigidos a mí—. ¿No le has dicho adiós a Spirit
todavía? —pregunté a Eben.

Él me miró, con los ojos vidriosos.

—¿Sabes su nombre?
—Te he oído susurrarlo en el campamento. Se equivocaron, Eben,
—dije, sacudiendo la cabeza en dirección a los otros—. No hay
vergüenza en nombrar a un caballo.

Se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza.

—Me despedí.

—Ahora, date la vuelta, —le pedí—. No tienes que hacer esto. —Él
se estremeció e hizo lo que le dije.

Di un paso hacia el caballo. Sus patas traseras se estremecieron,


pasó por el esfuerzo de tratar de hacer el trabajo con sus patas
delanteras también. Él se había puesto a sí mismo fuera pero aun así
estaba con los ojos abiertos como Eben.

—Shhh, —le susurré—. Shhh. —Me arrodillé junto a él y le


susurré que los prados, el heno y un niño siempre lo amarían, aunque
él no entendía las palabras. Mi mano acarició su suave hocico, y se
calmó bajo mi toque. A continuación, hice lo que había visto a Walther
hacer en el camino, hundí el cuchillo en el tejido blando de la garganta
y le di paz.

Limpié la hoja en la hierba del prado, tiré de la alforja del caballo


muerto, y me volví hacia Eben.

—Está hecho, —le dije. Se dio la vuelta, y le entregué su bolsa—.


Él no siente más dolor. —Toqué el hombro de Eben. Él miró mi mano
apoyada allí y luego a mí, confundido, y por un breve momento, era un
niño desconcertado otra vez—. Puedes tomar mi caballo, —le dije—.
Caminaré. Ya he tenido bastante de mi compañía actual.

Me volví hacia los demás y sostuve el cuchillo envainado de


Malich hacia él. Con cautela se agachó y lo tomó. Los soldados bajaron
sus arcos al unísono.

—Así que ya sabes elegir las palabras de Venda —dijo Malich.

—¿Cómo no iba a hacerlo? Su inmundicia limitada es todo lo que


he oído durante semanas. —Comencé desatando la alforja de mi
caballo.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Kaden. Lo miré largo y duro,


la primera vez que mis ojos se habían reunido con los suyos con un
propósito. Prolongué el momento, tiempo suficiente para verlo
parpadear, saber. Esto no era el final.

—Voy a caminar el resto del camino, —le dije—. El aire es más


fresco aquí abajo.

—No le has hecho ningún favor al chico, —dijo.

Me volví y miré a los otros, Griz, Finch, Malich. Lentamente


midiendo a los cientos de soldados que nos rodeaban, esperando que la
caravana continuara, e hice un círculo alrededor hasta que mi mirada
se posó de nuevo en Kaden, lenta y condenada.

—Él es un niño. Tal vez que alguien le muestre compasión es el


único gran favor que ha conocido.

Saqué la alforja de mi caballo, y la procesión avanzó. Una vez


más, seguido por el repiqueteo, ruido, y tintineo metálico en la carreta
por delante, y el traqueteo suelto dentro de mí se hizo más fuerte.

Pasos y kilómetros borrados. El viento soplaba. Mi falda se


rompió, mi pelo azotado, y luego una extraña quietud cubrió el paisaje.
Solo el recuerdo del caballo de Eben y sus últimos suspiros temblorosos
revolvió el aire, las ráfagas calientes de los caballos de atrás, más
tranquilas, más débiles. Una última ráfaga. Un último estremecimiento.
Muerto. Y entonces los ojos de una docena de soldados listos para
matarme.

Cuando las flechas se elaboraron y dirigieron, por un momento,


había rezado que un soldado disparara. Y entonces los otros. No fue
doloroso como temía, pero ya no sentía —no sentía nada.

Nunca había matado a un caballo antes, solo lo había visto hacer.


Matar es diferente al pensar en matar. Se necesita algo de ti, incluso
cuando se trata de un animal que sufre. No lo hice sólo para aliviar a
Eben de una carga. Lo hice tanto por mí misma como por él. No estaba
dispuesta a dar hasta la última pizca de quien solía ser. No podía
esperar y ver a un niño matar a su propio caballo.
Me dirigía a un mundo diferente ahora, un mundo donde las
reglas eran diferentes, un mundo de mujeres balbuceando siendo
empujadas a las paredes, los niños entrenados como asesinos, y
calaveras colgando de los cinturones. La paz de Terravin era un
recuerdo lejano. Yo ya no era la criada despreocupada de la taberna que
Rafe había besado en un pueblo costero y tranquilo. Esa chica se había
ido para siempre. Ese sueño robado. Ahora yo era solamente una
prisionera. Únicamente una...

Mis pasos vacilaron.

Siempre serás tú, Lia. No puedes correr lejos de eso. La voz era tan
clara que parecía que Walther estaba caminando a mi lado, diciendo las
palabras de nuevo con mayor seriedad. Eres fuerte, Lia. Siempre has
sido la más fuerte de nosotros... Los conejos hacen buena comida,
¿sabes?

Sí. La hacen.

Yo no era una dama de taberna sin preocupaciones. Yo era la


princesa Arabella Celestino Idris Jezelia, Primogenita de la Casa de
Morrighan.

La única llamada en secreto.

Y entonces oí algo.

Silencio.

El chip suelto dentro de mí que había pensado que ya no estaría,


cayó, embaló, su borde afilado encontrando mi carne, una feroz
punzada caliente en mis entrañas. El dolor era bienvenido.

Los últimos versos del cantico de Venda resonaron en mi cabeza.

De los lomos de Morrighan...

¿Cómo podía haberlo sabido mi madre? Yo había luchado con esa


pregunta desde que había leído los versos, y la única respuesta era que
ella no lo sabía. El don la guió. Se entretejió dentro de ella, susurró.
Jezelia. Pero como en mí, el don no hablaba con claridad. Siempre has
sido la más fuerte de nosotros. Eso es lo que le preocupaba a madre. Ella
no sabía lo que significaba, solo le hizo temer a su propia hija.
Hasta que el único venga quien es más poderoso...

El único que surge de la miseria,

El único que era débil,

El único que fue cazado,

El único marcado con garras y vid,

Miré mi hombro, la tela rasgada que revelaba la garra y la vid,


ahora floreciendo en colores de la manera en que Natiya había descrito.
Todos somos parte de una historia más grande que trasciende el viento,
el tiempo... incluso nuestras propias lágrimas. Grandes historias harán
su camino.

Jezelia. Era el único nombre que alguna vez se sintió fiel a lo que
yo era —y el que todo el mundo se negó a llamarme, a excepción de mis
hermanos. Tal vez eran solo los balbuceos de una loca de un mundo
lejano, pero balbuceando o no, con mi último aliento, me gustaría hacer
verdaderas las palabras.

Por Walther. Por Greta. Por todos los sueños que se habían ido. El
ladrón de sueños no volvería a robar, incluso si eso significaba matar al
Komizar yo misma. Mi propia madre me había traicionado al suprimir
mi don, pero ella tenía razón en una cosa. Soy un soldado en el ejército
de mi padre.

Miré hacia Kaden montando a mi lado.

Tal vez ahora era yo quien se convertiría en la asesina.


Capítulo 71
Rafe

Traducido por BrenMaddox


Corregido por katiliz94

—¿Qué demonios...?

Era la vigilancia de Jeb. Su observación era tan lenta y tranquila


que pensé que había visto otra curiosidad como la manada de caballos
de rayas doradas que encontramos ayer.

Orrin se acercó para ver lo que lo hacía parecer embobado.

—Bueno... colgadme.

Tenían nuestra atención ahora, y Sven, Tavish, y yo corrimos al


mirador rocoso. Estuve frío.

—¿Qué es? —Preguntó Tavish, a pesar de que todos sabíamos lo


que era.

No era una diversa patrulla de bárbaros. O incluso un gran


pelotón organizado de ellos. Era un regimiento a caballo de diez de
ancho y al menos sesenta de profundidad.

A excepción de una.

Caminaba sola.

—¿Esa es ella? —Preguntó Tavish.

Asentí con la cabeza, no confiando en mi voz. Estaba rodeada de


un ejército. No nos enfrentábamos a sólo cinco bárbaros. Uno tras otro,
los oí exhalar lentamente. Estos no eran los bárbaros que conocíamos.
No los que siempre habían sido empujados fácilmente detrás del Gran
Río. No había manera de que pudiéramos tomar a esos muchos
hombres en una confrontación directa sin todos nosotros siendo
asesinados y Lia también. Me quedé mirando, observando cada paso
que daba. ¿Qué estaba llevando? ¿Una alforja5? ¿Estaba cojeando?
¿Cuánto tiempo había estado caminando? Sven puso su mano en mi
hombro, un gesto de consuelo y derrota.

Me di media vuelta.

—¡No! Esto no ha terminado.

—No hay nada que podamos hacer. Usted tiene ojos. No


podemos...

—¡No! —repetí—. No la dejaré cruzar ese puente sin mí. —Caminé


hacia los caballos y de regreso, mi puño moliendo mi mano, en busca
de una respuesta. Negué con la cabeza. Ella no iba a cruzar sin mí.
Miré sus rostros sombríos—. Lo que haremos, —les dije—. Escuchad —
presenté un plan apresurado, porque no había tiempo para idear otro.

—Es una locura, —Sven se resistió—. ¡Nunca funcionará!

—Tiene que hacerlo —argumenté.

—¡Su padre tendrá mi cuello!

Orrin rió.

—Yo no me preocuparía por el rey. El plan de Rafe va a matarnos


a todos primero.

—Lo hemos hecho antes, —me dijo Tavish con un gesto de


complicidad—. Podemos hacerlo de nuevo.

Jeb ya había recuperado mi caballo y me entregó las riendas.

—¿Qué está esperando? —preguntó—. ¡Vaya!

—¡Está a medias! —gritó Sven mientras deslizaba mi pie en el


estribo.

5Una alforja es una especie de saco o bolsa ancha y corta, de lienzo basto u otra tela,
que sirve para llevar o guardar cosas, por lo general provisiones comestibles para el
camino.
—Lo sé, —le dije—. Es por eso que estoy contando contigo para
averiguar la otra mitad.
El Dragón conspirará,

Vistiendo sus muchos rostros,

Engañando a los oprimidos, reuniendo a los malvados,

Ejerciendo podría ser como un dios, imparable,

Implacable en su juicio,

Inquebrantable en su gobierno,

Un ladrón de sueños,

Un asesino de esperanza.

Hasta que él único que viene sea más poderoso.

—Cantico de Venda
Capítulo 72
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

El miedo era una cosa curiosa.

Pensé que nada me quedaba. ¿Qué es lo que me quedaba por


temer? Pero cuando Venda apareció a la vista, sentí un escalofrío de
púas de miedo en mi cuello. Pasamos enmarcados a través de entre las
colinas rocosas que sobresalían, una cosa se elevó en el horizonte en
una nebulosa niebla gris. No podía llamarla ciudad. Respiré.

A medida que nos acercábamos, creció y se extendió como un


monstruo negro sin ojos elevándose de las cenizas humeantes. Un
desordenado torrente, escalado en piedra de reptil, y capas de paredes
retorcidas daban a entender que algo laberíntico y retorcido estaba al
acecho detrás de ellos. Esta no era cualquier ciudad lejana. Sentí el
temblor de su pulso, la dureza de su oscura canción. Vi a Venda en lo
alto de las paredes grises delante de mí, una rota aparición cantando
una advertencia a los que escuchaban desde abajo.

Me sentí deslizándome lejos, olvidando lo que antes me


importaba. Fue hace una vida atrás desde que dejé Civica cuando había
pensado era un simple sueño, que alguien me amase realmente por
quien era. Durante esos pocos días con Rafe, ingenuamente pensé que
tenía el sueño a mi alcance. No era esa chica con un sueño nunca más.
Ahora, como Walther, solo tenía un deseo frío de justicia.

Miré por delante al monstruo que crecía. Al igual que el día que
me había preparado para mi boda, sabía que me enfrentaba a la última
de las medidas que mantendrían desde aquí hasta allí. No habría vuelta
atrás. Una vez que entrara a Venda, nunca volvería a ver casa de nuevo.
Quiero ponerte dentro y nunca dejarte ir. Ahora estaba más allá del
rincón más lejano. Más allá de volver a ver a Rafe de nuevo. Pronto
estaría muerta para todo el mundo excepto para el misterioso Komizar
que sería capaz de exigir obediencia de un ejército brutal. Al igual que
la espada y las botas de Walther, yo era su premio de la guerra ahora, a
menos que él decidiera terminar el trabajo que había eludido Kaden.
Pero tal vez antes de que sucediera, él descubriría que no era suficiente
el premio para cualquier persona que me esperaba fuera.

La caravana se detuvo en el río. Era más que un gran río. Era un


abismo turbio, rugiendo y levantando niebla desde lejos. Humedad
resbalando en el suelo y las piedras. Cómo podríamos llegar a navegar a
través de ella, no lo sabía, pero entonces la masa de los cuerpos en el
otro lado capturó nuestra atención. Se retorcían en las paredes de negro
con rayas y comenzaban a tirar de cuerdas atadas a las ruedas de
hierro de proporciones colosales. Incluso por encima del rugido del río,
oí los gritos de un capataz sincronizar sus tirones. Innumerables
cuerpos se movían juntos y cantaban en un ruido sordo, y poco a poco,
con cada tirón, un puente se levanto desde la niebla, goteando con una
bienvenida. Su último esfuerzo lanzó al puente en su lugar con un
repiqueteante auge ominoso.

Kaden se bajó de su caballo de pie junto a mí, viendo como los


trabajadores se apresuraron a asegurar las cadenas del puente.

—Sólo haz lo que digo, y todo estará bien. ¿Estás lista? —


Preguntó.

¿Cómo iba a estar lista para esto? No le contesté.

Se dio la vuelta, agarrando mis dos brazos.

—Lia, recuerda, solamente estoy tratando de salvar tu vida.

Le devolví la mirada sin pestañear.

—Si esto es salvar mi vida, Kaden, me gustaría que dejaras de


intentarlo tan duro.

Vi dolor en su rostro. Los miles de kilómetros que habíamos


viajado me habían cambiado, pero no en la forma en que él había
esperado. Su agarre se mantuvo seguro, sus ojos escudriñando mi
rostro, su mirada deteniéndose en mis labios. Él se acercó y los tocó, su
pulgar deslizándose suavemente a lo largo de la cresta de mi labio
inferior como si estuviera tratando de borrar las palabras de mi boca.
Tragó saliva.
—Si tuviera que dejarte ir, habrían enviado a alguien más.
Alguien que hubiera terminado el trabajo.

—Y tú habrías traicionado a Venda. Pero ya lo hiciste, ¿no?


Cuando me ayudaste a enterrar a los muertos.

—Nunca traicionaría a Venda.

—A veces todos nos vemos forzados a hacer cosas que nunca


pensábamos que podríamos hacer.

Sus manos se apoderaron de las mías y las apretó.

—Voy a darte una vida aquí, Lia. Lo prometo.

—¿Aquí? ¿Cómo la vida que tú tienes, Kaden?

Las turbulencias que siempre estaban a fuego lento detrás de sus


ojos se duplicaron. Algunas verdades susurradas una y otra vez,
negándose a ser ignoradas.

El centinela dió la señal para que la caravana continuara.

—¿Caminas conmigo? —Preguntó Kaden. Negué con la cabeza, y


sus manos se aflojaron en las mías, lentamente dejándome ir. Subió de
nuevo en su caballo. Caminé por delante de él, sintiendo sus ojos en mi
espalda. Estaba a punto de dar un paso hacia el puente cuando un
clamor se levantó detrás de nosotros y me volví. Escuché más gritos, y
las cejas de Kaden se fruncieron. Se bajó de su caballo y me agarró del
brazo cuando un grupo de soldados se acercaron. Tiraron a un hombre
de entre ellos a la tierra delante de Kaden. Mi corazón se detuvo.
Queridos dioses. El agarre de Kaden en mi brazo se tensó.

—Este perro dice que lo conoces —dijo uno de los soldados.

Después de haber visto la perturbación, el chievdar cabalgó cerca.

—¿Quién es este? —exigió.

Kaden lo fulminó con la mirada.

—Un borracho muy estúpido. Un peón herido que montó un largo


camino para nada.

Mis pensamientos se desplomaron. ¿Cómo?


Rafe se puso de pie. Me miró sin reconocer a Kaden. Examinó mis
sucios dedos vendados, mi camisa rota exponiendo mi hombro, mi ropa
manchada de sangre, y sin duda la pena que aún persistía en mi cara.
Sus ojos buscaron los míos, cuestionándome en silencio, y vi su
preocupación de que me había hecho daño de manera que no podía ver.
Vi que estaba tan dolido por mí tanto como yo lo estaba por él.

Los buenos no se escapan, Lia.

Pero ahora, con una nueva pasión ardiente, deseaba


desesperadamente que él lo hubiera hecho.

Tiré contra el agarre de Kaden, pero sus dedos se clavaron


profundamente en mi brazo.

—¡Déjame ir! —Gruñí. Me solté y corrí hasta Rafe, cayendo en sus


brazos, llorando cuando mis labios encontraron los suyos—. No
deberías haber venido. No lo entiendes —pero incluso cuando dije las
palabras, estaba egoístamente contenta de que estuviera aquí, salvaje y
locamente feliz de todo lo que sentía por él y lo que había creído que él
sentía por mí, era real y verdadero. Las lágrimas corrían por mis
mejillas mientras lo besaba. Mis dedos con ampollas se alzaron hasta
sostener su rostro mientas dije más de una docena de cosas que nunca
recordaría.

Sus brazos me rodearon, con el rostro acurrucado en mi pelo,


sosteniéndome tan fuerte que casi podía creer que nunca estaríamos
separados de nuevo. Lo aspiré, su toque, su voz, y por un momento tan
largo y corto como un latido del corazón, todo el mundo y sus
problemas desaparecieron y solo estábamos nosotros.

—Va a estar bien, —susurró—. Te lo prometo, voy a sacarnos de


esto. Confía en mí, Lia. —Sentí a los soldados apartándonos, tirando de
mi pelo, una espada en su pecho, manos ásperas arrastrándome hacia
atrás.

—Mátalo, y vamos a seguir moviéndonos, —ordenó el chievdar.

—¡No! —Grité.

—No tomamos prisioneros —dijo Kaden.

—Entonces, ¿qué soy yo? —dije, mirando al soldado que se


apoderó de mi brazo.
Rafe se tensó contra los hombres que lo estaban tirando hacia
atrás.

—¡Tengo un mensaje para su Komizar! —Gritó antes de que


pudieran arrastrarlo lejos.

Los soldados que lo sujetaban se detuvieron, sorprendidos y sin


saber qué hacer a continuación. Rafe gritó el mensaje con autoridad. Lo
miré, algo desplegandose dentro de mí. ¿Cómo me encontraste? El
tiempo saltó. Se tambaleó. Se detuvo. Rafe. Un peón. De una región sin
nombre. Me quedé mirando. Todo en él parecía diferente para mí ahora.
Incluso su voz parecía diferente. Voy a sacarnos de esto. Confía en mí,
Lia. El suelo bajo mis pies se movió, inestable, el mundo que me
rodeaba se balanceó. Un balanceo real y verdadero.

—¿Cuál es el mensaje? —demandó el chievdar.

—Eso es sólo para los oídos del Komizar —respondió Rafe.

Kaden se acercó más a Rafe. Todo el mundo esperaba que dijera


algo, pero él permaneció en silencio, con la cabeza inclinada
ligeramente hacia un lado, con los ojos entrecerrados. No respiré.

—¿Un mensaje llevado por un peón? —preguntó finalmente.

Sus miradas se encontraron. Los ojos azules de Rafe se


congelaron con odio.

—No. Por el emisario del Príncipe de Dalbreck. Ahora, ¿quién es el


borracho estúpido?

Un soldado golpeó la cabeza de Rafe con la empuñadura de su


espada. Se tambaleó hacia un lado, sangre corriendo por su sien, pero
recuperó el equilibrio.

—¿Asustado de un simple mensaje? —Se burló de Kaden, su


mirada nunca vacilando.

Kaden le devolvió la mirada.

—Un mensaje no significa nada. No negociamos con el Reino de


Dalbreck, ni siquiera con el propio emisario del príncipe.

—¿Ahora hablas por el Komizar? —La voz de Rafe estaba llena de


amenaza—. Te lo prometo, es un mensaje que querrá.
—Kaden —rogué.

Kaden se volvió hacia mí, con los ojos picando, y una


cuestionadora mirada enfada ardiendo en ellos.

El chievdar empujó hacia adelante.

—¿Qué pruebas tienes de que siquiera eres su emisario? —se


burló—. ¿El sello del príncipe? ¿Su anillo? ¿Su pañuelo de encaje? —
Los soldados que lo rodeaban se echaron a reír.

—Algo que solamente él poseería, —respondió Rafe—. Una carta


real de la princesa, dirigida a él con su propio puño y letra. —Rafe me
miró cuando lo dijo, no al chievdar, sus ojos enviándome su propio
mensaje privado. Mis rodillas se debilitaron.

—¿Carta? —negó el chievdar—. Cualquiera podría escribir en una


pieza de…

—Espera, —dijo Kaden—. Dámelo. —Los soldados liberaron los


brazos de Rafe para que pudiera recuperar la nota desde el interior de
su chaleco. Kaden se lo quitó y lo examinó. Los restos rotos de mi sello
real rojo aún eran visibles. Sacó una nota arrugada de su propio
bolsillo. La reconocí como a la que el cazador de recompensas se le
había caído en el suelo del bosque que nunca tuve la oportunidad de
recuperar. Kaden comparó las dos notas y lentamente asintió con la
cabeza—. Es genuina. Príncipe Jaxon de Dalbreck, —leyó, escupiendo el
título con desprecio.

Desplegó la nota que Rafe le había dado y comenzó a leer en voz


alta para el chievdar y los soldados de los alrededores.

—Yo debería…

—No, —dije, interrumpiéndolo bruscamente. No quería que mis


palabras para el príncipe fueran conocidas por todos. Kaden se volvió
hacia mí, enfadado pero esperando—. Debería…

Me detuve y me quedé mirando a Rafe.

Inspeccionándolo.

Sus hombros.

Su pelo agitado por el viento.


La línea rígida de su mandíbula.

El enrojecimiento de la sangre que corría por su mejilla.

Sus labios medio-separados.

Tragué saliva para calmar el temblor en mi garganta.

—Me gustaría inspeccionarle... antes del día de nuestra boda.

Hubo risas de los soldados que nos rodeaban, pero solo vi el


rostro de Rafe y su imperceptible guiño mientras me devolvía la mirada.

Cada cosa apretada dentro de mí se aflojó.

—Pero el príncipe ignoró mi nota —dije débilmente.

—Estoy seguro de que lamenta profundamente esa decisión, Su


Alteza, —respondió Rafe.

Yo misma había firmado los documentos del matrimonio.

Rafe. Por mucho que él no hubiera mentido.

Príncipe Heredero Jaxon Tyrus Rafferty de Dalbreck.

Me acordé de cómo me había mirado aquella primera noche en la


taberna cuando dijo mi nombre, esperando a ver si había algún atisbo
de reconocimiento. Pero un príncipe había sido lo último que yo estaba
buscando.

—Encadénadlo y llevadlo, —dijo Kaden—. El Komizar lo matará si


está mintiendo. Y buscad en las colinas de los alrededores. Puede que
no haya venido solo.

Rafe se apretó contra los soldados que le retorcían las manos


detrás de la espalda encadenándolo, pero sus ojos nunca dejaron los
míos.

Lo miré, no a un desconocido, pero tampoco a un agricultor.


Había sido un engaño inteligente desde el principio.

El viento se arremolinaba entre nosotros, lanzando niebla en


nuestras caras. Susurrando. En el rincón más lejano... te encontraré.
Limpié mis ojos, la realidad y lo verdadero difuminándose.

Pero lo sabía. Él vino.

Estaba aquí.

Y tal vez, por ahora, esa era toda la verdad que necesitaba.
The Heart of Betrayal
(The Remnant chrOniles #2)

Cautivos en el reino bárbaro


de Venda, Lia y Rafe tienen
pocas posibilidades de
escapar. Desesperado por
salvar su vida, el antiguo
asesino de Lia, Kaden, ha
dicho al Komizar Vendan que
ella tiene el don, y el interés
del Komizar en Lia es mayor
de lo que nadie podría haber
previsto.

Mientras tanto, nada es


sencillo: ahí está Rafe, quien
mintió a Lia, pero ha
sacrificado su libertad para
protegerla; Kaden, quien tenía
intención de asesinarla pero
ahora le ha salvado la vida; y
los Vendans, quienes Lia
siempre creyó que eran
bárbaros. Ahora que vive entre
ellos, sin embargo, se da
cuenta de que puede estar muy lejos de la verdad. Luchando con su
educación, su don, y su sentido de sí misma, Lia debe tomar decisiones
de gran alcance que afectarán a su país... y su propio destino.
Sobre La Autora
Mary E. Pearson

Es una escritora estadounidense, conocida por


sus novelas dedicadas a un público de jóvenes
adultos.

En 2010 se tradujo al español, Adorada Jenna


Fox (The adoration of Jenna Fox, 2008).

Su obra ha recibido premios como el Golden Kite


Award, ALA Best Books for Young Adults, el Andre
Norton Honor, y el South Carolina Young Adult
Book Award.
Traducido, Corregido y
Diseñado:

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