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The Kiss of Deception
The Kiss of Deception
Esperamos que este trabajo realizado con gran esfuerzo por parte de los
staffs tanto de traducción como de corrección, y de revisión y diseño, sea
de vuestro agrado y que impulse a aquellos lectores que están
adentrándose y que ya están dentro del mundo de la lectura. Recuerda
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localidad.
Índice
Índice
Moderadoras de Traducción:
Ale Westfall Nanami27 Pily
Traducción:
Ale Westfall Apolineah17 Blonchick
Nessied Nanami27
Agoss Meii
Moderadora de Corrección:
Katiliz94
Corrección:
Katiliz94 Key
Pily Meii
Recopilación y Revisión:
Katiliz94
Diseño:
Nanami27
Para el chico que me dio una
oportunidad
Para el hombre que me dio la ultima
Sinopsis
En esta nueva y atemporal trilogía sobre amor y sacrificio, una
princesa debe encontrar su lugar en un mundo nuevo.
Había una vez, mi niña, una princesa no más mayor que tú. El
mundo estaba en la puntas de sus dedos. Ella ordenaba, y la luz
obedecía. El sol, la luna y las estrellas se arrodillaban y se alzaban a su
tacto. Érase una vez...
Hecho. Ahora sólo queda esta niña de ojos de oro en mis brazos.
Eso es lo que importa. Y al final del viaje. La promesa. La esperanza.
Las cosas que perduran. Las cosas que quedan. Las cosas que no
me atrevo a decirle.
Hoy era el día que mil sueños morirían y nacería un solo sueño.
Para bien o para mal, las horas se estaban acercando. Cerré los
ojos en contra de ese pensamiento, sabiendo que pronto el día iba a
escindir en dos, creando para siempre el antes y el después de mi vida,
y que iba a suceder en un acto rápido que podría no más que alterar el
color de mis ojos.
El raspado terminó.
Sólo tenía diecisiete años. ¿No tenía derecho a tener mis propios
sueños para el futuro?
Una vez más, este paso fue declarado terminado, y los artesanos
se apartaron de su obra. Hubo un audible colectivo de suspiros
mientras los resultados finales sobre mi espalda fueron vistos.
—Un rey puede ser, pero un sapo, no obstante. ¿Me dices que
cuando te casaste con un extraño del doble de tu edad, uno creíste que
era un sapo?
Lia.
Asentí.
—Puedo…
—Por favor, Madre… —Mi voz se rompió por primera vez—. Solo
necesito unos minutos.
—No hay vuelta atrás. La elección fue hecha por mí, —respondí—.
Desde este momento, este es el destino con el que tendré que vivir, para
bien o para mal.
—Pero...
—¡Deprisa! ¡Una mano en alto! —Espeté, tomando las riendas de
él.
—¿Qué diablos…?
Perdí la noción del tiempo, el ritmo de los cascos era la única cosa
que importaba, cada paso ensanchando la distancia. Finalmente, casi al
unísono, nuestros relucientes Ravians castaños resoplaron y se
desaceleraron por su propia voluntad, como si un mensaje secreto se
había hablado entre ellos. Los Ravians eran el orgullo de los establos de
Morrighan, y éstos nos habían dado todo lo que valían. Miré a lo poco
del oeste que pude ver por encima de las copas de los árboles. Todavía
había por lo menos tres horas de luz del día. No podíamos parar
todavía. Viajamos a un ritmo más lento, y, finalmente, cuando el sol
desapareció detrás de la Cordillera Andeluchi, buscamos un lugar
seguro para acampar para pasar la noche.
Sonreí a Sven.
—Ya lo ha dicho.
—¿Todo el verano?
—Ya lo veremos.
—¿La enfrentará?
—Sea lo que sea lo que haga, no le diga quién es. Un líder del
estado de Dalbreck interviniendo en tierra de Morrighan podría ser
interpretado como un acto de guerra.
Montamos en silencio.
—Cantico de Venda
Capítulo 4
El Asesino
Este no es trabajo para ti, le había dicho yo. Eben era entusiasta
para probarse. Estaba calificado tanto con sus lenguajes como con el
cuchillo, y al ser pequeño y tener apenas doce años, podía pasar por un
niño, especialmente con sus apenados ojos marrones y el rostro de
querubín, lo cual tenía la ventaja de alejar sospechas. Pero había una
diferencia entre matar en una batalla y cortarle el cuello a una chica
mientras dormía. Él no estaba preparado para esto. Podría dudar
cuando viese sus ojos sorprendidos. Ese era el momento más difícil, y
no podía haber dudas. Ni segundas oportunidades. El Komizar había
dejado eso claro.
Sí.
Habían pasado un puñado de años, pero parecía que fue hace dos
vidas.
El Komizar ni siquiera era una docena de años mayor que yo,
difícilmente un hombre maduro cuando se convirtió en el gobernante de
Venda. Ahí fue cuando me tomó bajo su ala. Me salvó de la hambruna.
Me salvó de muchas cosas que había intentado olvidar. Me dio lo que
mi propio yo no tenía. Una oportunidad. Nunca he parado de pagárselo.
Hay algunas cosas que nunca puedes pagar.
Nos había llevado diez días llegar hasta aquí, pero lo habríamos
hecho antes si no hubiéramos pasado dos días para salir de nuestro
camino dejando pistas falsas en caso de que mi padre estuviera
rastreándonos.
Sabía que estábamos cerca. Era algo sobre el aire, algo acerca de
la luz, algo que no podía nombrar, pero que se transmitía por mí como
una voz cálida. Casa. Casa. Insensato, lo sabía. Terravin nunca había
sido mi casa, pero tal vez podría serlo.
Mi estómago se apretó.
Nadie nos miró. Nos hemos mezclado con otros que pasaban por
allí. Éramos dos trabajadores más en nuestro camino a casa después de
un largo día en los muelles, o tal vez extraños simplemente cansados en
busca de una acogedora posada. En nuestros pantalones y gorras,
probablemente nos veíamos como hombres escuálidos. Traté de
conservar la sonrisa cuando miré la ciudad que Pauline había descrito
tantas veces. Mi sonrisa se desvaneció cuando vi tres guardias reales
acercándose a caballo. Pauline los vio también y tiró de las riendas,
pero le susurró una orden silenciosa.
—Umm. ¿No estáis aquí con mis peces, eh? Una pareja de
impostores, supongo. —Hizo un gesto a una cesta en la puerta—. Coged
una manzana y una galleta y poneos en camino. Regresad temprano y
os prepararé un estofado caliente. —Su atención ya estaba en otra
parte, y le gritó a alguien que la llamó desde la habitación del frente de
la posada. Un muchacho alto y desgarbado tropezó a través de una
antigua puerta con una tela de arpillera en sus brazos, un pez
meneando la cola—. ¡Loafhead! ¿Dónde está mi bacalao? ¿Voy a hacer
un guiso con este tan desagradable? —Ella agarró el pez de él de todos
modos, lo golpeó abajo en el bloque del carnicero, y con un corte
decisivo, golpeó su cabeza con un cuchillo. Supuse que el pez lo haría.
Así que esta era Berdi. La amita de Pauline. Su tía. No una tía de
sangre, pero la mujer que había dado a la madre de Pauline un trabajo
y un techo sobre su cabeza cuando su marido había muerto y la viuda
despojada tenía un pequeño bebé que alimentar.
—¿Amita?
—¿Pollypie?
Pauline asintió.
Pauline se sonrojó.
—No, Amita, nada de eso. Ni siquiera son problemas,
exactamente. Al menos, eso no tendría que serlo.
—No quiero ningún trato especial. Vine aquí porque quiero una
vida real. Y eso incluye que tengo que ganarme mi sustento. Cualquier
trabajo que me dé, lo haré alegremente.
Te encontraré…
¡Snap!
—Oh, creo que sería más dulce que la miel… —Se abanicó como
si un recuerdo la estuviera haciendo sentirse mareada—. Sí, creo que
sería muy, muy bueno, es decir, si fuera a besarlo.
Suspiré.
—¿Por qué es ese suspiro? Sabes todo sobre besos, Lia. Has
besado a la mitad de los niños del pueblo.
Te encontraré…
Te encontraré.
Estaba equivocada.
Sonreí. Al fin.
Por suerte, la tarifa era simple y las opciones pocas, así que no
tuve problemas para la entrega de la bebida o el plato correcto al cliente
correcto. La mayoría solicitó el pan y el guiso de pescado que era
cocinado por Berdi, pero su carne de venado ahumado con verduras
frescas del jardín y melón eran deliciosos, sobre todo ahora que el
melón estaba en su apogeo. Incluso el chef en la ciudadela habría
tomado nota. Mi padre tendía a favorecer a los asados grasos
elaborados con ricas salsas, vistiendo la evidencia alrededor de su
vientre. Los platos de Berdi eran un alivio de las comidas pesadas.
—Eh, ¡pero mira los platos! —Dijo ella, agitando una cuchara en
el aire—. Él se fue para estabilizar un caballo y no ha regresado. Voy a
estar sirviendo guiso en orinales si él no consigue su miserable…
Volví al grifo para verter otra ronda de cerveza para los clientes
legítimos de la cerveza derramada en el soldado, tirando dos tazas
frescas de debajo del mostrador. En un breve momento de calma, me
detuve y observé a Pauline que miraba con nostalgia a la puerta. Se
acercaba el final de mes, a duras penas, y todavía era un poco pronto
para que Mikael pudiese haber hecho todo el camino desde Civica, pero
su previsión se mostraba cada vez que la puerta se abría. Ella había
estado buscando cetrina la semana pasada, el matiz normalmente de
color rosa de sus mejillas desapareció junto con su apetito, y me
pregunté si uno realmente podría llegar a estar enfermo de amor. Llené
las tazas hasta el borde y recé para que, por el amor de Pauline, el
próximo cliente al entrar por la puerta fuese Mikael.
—Por favor…
—¿Es ese una acento Eislandese el que detecto? ¿Vosê zsa tevou
de mito loje?
—¿Cómo lo sabías?
—Kaden.
—Rafe, —respondió.
Intenté ignorar la brasa caliente ardiendo en mis entrañas. Su
cara podría no haber sido amable cuando sonrió, pero era llamativo.
Sentí mis sienes arder, y recé porque él no pudiese verlo en la tenue luz.
Era un nombre poco habitual por estas partes, pero me gustaba su
simplicidad.
—Diecisiete años, al igual que yo. Pero sin duda más inocente en
ciertas formas.
Él sonrió.
Una vez que la tercera cebolla fue reducida a una masa picada y
la mayor parte de mi ira fue gastada, mis pensamientos volvieron a Rafe
y Kaden. Nunca había creído que tanto uno fuera un pescador como el
otro un comerciante. Por ahora probablemente se alejarían por la
carretera, y nunca los vería de nuevo. Pensé en Gwyneth y en cómo
flirteaba con sus clientes, manipulándoles por su voluntad. ¿Había ella
hecho lo mismo con ellos?
—Lia.
—¿Y tu amigo?
—¿Kaden?
—Mucho —contesté.
Pero no lo hice. Tal vez era su voz. Tal vez estaba escuchándole
decir mi nombre. O tal vez todavía sentía por completo que sabía que a
veces yo tenía razón, que a veces mi intestino impulsivo podría
dirigirme al peligro, pero no por ello lo hacía la dirección menos correcta
para ir. Tal vez era sentir que lo imposible estaba a punto de suceder.
Temor y anticipación embrollados juntos.
Tal vez eso es lo que me molestó más que nada. Mientras estaba
en el camino, preguntándome si era la presa de bandidos o de los osos,
ella estaba interpretando a una camarera. Era problemática, eso estaba
claro, y el día en que huyó de nuestra boda, me había esquivado una
flecha venenosa. Me hizo un favor. Casi podía reírme de la sugerencia
de mi padre de tomar una amante después de la boda. Esta chica
podría hacer que toda la corte real y la mitad del ejército del rey
lamentaran esa decisión.
—¿Kaden y Rafe?
—¿Tercer tipo?
—¿No le viste? Entró justo después de los otros dos. Un tipo
delgado y desaliñado. Lanzó varias miradas de lado en tu dirección.
—No, no le noté.
—¡Lo juro, Pauline, voy a decapitarte si me tiras una vez más del
pelo! ¿En qué te estás metiendo?
Suspiré.
Cuando estuvo fuera de vista, Pauline dijo—: Así que ese es Rafe.
Subí sobre Otto y no respondí. Hoy Pauline parecía haber
despertado para fortalecer relaciones, primero yo y Berdi, y ahora yo y…
quien quiera que fuera. ¿Era eso el porque estaba tan desesperada que
quería fortificar su propia relación con Mikael? Yo no era propensa a
llamar a los dioses al exterior de los rituales requeridos, pero me llevé
dos dedos a los labios y envié una súplica de que Mikael regresaría
pronto.
Ido… ido…
¿Pauline?
Me golpeó rápidamente como un golpe en las tripas. No era
sorpresa que hubiese estado tan amarillenta y cansada. No era sorpresa
que estuviese tan asustada.
—Pauline, —susurré.
El Dragón se elevará
Los ávidos,
—Cantico de Venda
Capítulo 14
Traducido por Nessied
Corregido por katiliz94
1
Jewelweed, en español conocido como Impatiens capensis. Es una especie de planta
anual perteneciente a la familia Balsaminaceae. Es nativa de América del Norte, donde
es común en los suelos de tierras bajas, canales y a lo largo de arroyos, a menudo,
creciendo junto con su pariente menos común, Impatiens pallida.
—¿Princesa?
Respiré sobresaltada.
—¿Berdi te lo dijo?
Ella asintió.
—Ya veo.
Acababa de cerrar los ojos cuando escuché otro sonido. Mis ojos
se abrieron de golpe. ¿Era el relincho lejano de Otto? ¿O era solo el
silbido del viento por el cañón? Pero no había viento.
Mantuve mi postura.
—No como las bayas de aquí. Estas son dos veces más grandes.
Me enderecé.
Haría a Pauline pagar por esto, comenzando con una charla sobre
conejos. Me di la vuelta y caminé hacia los arbustos de bayas.
Colocando una cesta en el suelo a mis pies, empecé a llenar la otra. Los
pasos de Rafe crujieron en el suelo detrás de mí. Se detuvo a mi lado y
cogió la canasta sobrante.
—Tregua —contesté.
Era obvio que no quería revelar exactamente de dónde era. Tal vez
estaba escapando de un pasado desagradable como el mío, pero eso no
quería decir que tuviera que tragarme su historia con el primer bocado.
Podría jugar un poco con él.
Él sonrió.
—Exactamente
—¿Eres devoto?
Me enfrenté a él.
—¿En serio? ¿Y cuáles serían?
Él frunció el ceño.
—La mayoría. Es por eso que vine a Terravin. Las cosas son
diferentes aquí.
Él me soltó.
Esperé, pensando que diría más, haría más. Yo quería más. Pero
él no hizo ningún movimiento.
—Cantico de Venda
Capítulo 16
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94
Giré el trozo de papel roto otra vez en mis manos. La letra era casi
ilegible, claramente escrita a toda prisa. ¿Quién era este loco que
pensaba que estaba tan loca como para viajar por el bosque y
encontrarme a solas con él basándome en una nota garabateada
escondida en mi armario?
Me volví y miré por la puerta abierta al bosque. ¿Pero por qué una
nota? ¿Por qué no iba directamente a la taberna y corría a sus brazos?
A menos que tuviera una razón para esconderse. Negué con la cabeza y
luché sobre que debía hacer. No podía mostrarle a Pauline la nota. ¿Y si
no era de Mikael?
—Si hubiera sabido que estarías tan feliz de verme, habría estado
aquí antes. Vamos, entremos. —Me llevó a la ruina como si
estuviéramos en una gran mansión, entonces me senté en un bloque de
piedra derrumbada. Él me miró, haciendo gala de evaluar mi salud,
volviendo la cara primero hacia un lado y luego al otro. Finalmente
asintió, juzgándome adecuada, y sonrió—. Te ves bien, hermanita. Los
mejores exploradores reales han estado rastreándote durante semanas.
Él se echó a reír.
—¿Confías en ellos?
Él frunció el ceño.
Saqué mi mano.
—Entonces no lo apruebas.
—¿Madre y Padre?
Él se encogió de hombros.
—¿Sólo obedientemente?
Él se encogió de hombros.
Él sonrió.
Él se echó a reír.
Sonreí.
—Discretamente —repitió
—Los dos nos tenemos que ir. ¿Vas a estar bien por tu cuenta?
—Casi te corté en dos cuando llegué por primera vez aquí —dije,
acariciando mi cuchillo envainado.
Él sonrió.
—Prometido.
—Lo haré. —Se volvió para irse, pero dejé escapar otra pregunta,
no pude dejarlo ir.
Una vez más, no era la respuesta que esperaba, pero asentí con la
cabeza y luego pensé en Pauline y sus preocupaciones.
—¿Mikael?
—Oh, buen dios, si no eres tú, es Pauline. ¿Ella tiene ojos para
él?
Así que.
Un amante.
Me puse a su lado.
Había tantas cosas que había querido decir a Pauline hoy. Tantas
cosas que parecían importantes en el momento. Iba a darle una charla
por propagar historias sobre mi miedo a los conejos. Me burlaría de su
ingenio imperecedero incluso cuando enfermaba. Hablaría con ella
sobre Rafe llevando los cestos y mi tiempo en el cañón con él. Quería
preguntarle qué pensaba que significaba y hablaría de todos los detalles
de nuestras vidas, del mismo modo que siempre lo hacíamos al final del
día, cuando estábamos en nuestra habitación.
—Lo siento. Puede que esté un poco distraída. ¿Olvidé algo que
ordenaste?
—Es solo por un pequeño dolor de cabeza. Estaré bien. —Sus ojos
se mantuvieron fijos en mí, al parecer sin estar convencido. Suspiré y
me confesé—. Me temo que hoy he recibido algunas noticias
desalentadoras de mi hermano.
—Estuvo aquí para una breve visita esta tarde. Estaba muy
contenta de verlo, pero por desgracia tuvimos que despedirnos por una
noticia difícil.
La verdad la mataría.
Vi más de lo que quizás ella quería que nadie viera. Lloró. Las
lágrimas corrían por sus mejillas, y ella con ira se las secaba, pero luego
cualquier cosa que la hubiese entristecido hizo que las lágrimas no
importasen, y fluyeron libremente.
Una vez más, sus únicas palabras que fueron discernibles eran
márchate, déjame en paz, cada una eran como puñaladas en el pecho.
Oí el roce de las botas de Rafe en el suelo y me di cuenta de que todavía
estaba en la habitación. Inclinó la cabeza hacía la puerta, sugiriendo
que saliéramos. Giré la linterna hacia abajo y lo seguí, en silencio
cerrando la puerta detrás de nosotros. Me recosté contra la puerta,
necesitando su apoyo. ¿Qué había dicho? ¿Cómo lo había dicho?
¿Acababa de decirle abruptamente las palabras cruelmente? Sin
embargo, ¿qué otra cosa podría haber hecho? Tenía que decirle algo,
tarde o temprano. Traté de retroceder cada palabra.
—No quería decírselo. —Lo miré, sin saber lo que había oído—.
¿Estabas allí? ¿Lo has oído?
La verdad.
Agarré su brazo.
—Es tarde.
Un susurro helado.
Me eché a reír.
Tal vez, al igual que los otros asistentes del festival, agradecieron
esta oportunidad para un descanso de la habitual monotonía y la rutina
de sus vidas. El festival era una obligación sagrada y un respiro
bienvenido en pleno verano. La ciudad fue adornada con cintas y
banderas coloridas, y portales fueron cubiertos con largas guirnaldas de
ramitas de pino en previsión de las celebraciones para conmemorar la
liberación. Los Días de Libertinaje, mis hermanos lo llamaban,
señalaban que sus amigos observaban seriamente la mayor parte de la
porción de bebidas de las fiestas.
El festival duró seis días. El primer día fue para los ritos
sagrados, el ayuno y la oración, el segundo para la comida, juego y
bailes. Cada uno de los restantes cuatro días fue dedicado a la oración
y a los actos de honor a los cuatro dioses que habían dotado a
Morrighan y entregado al Remanente.
Cada día parecía que compartíamos algún tipo de broma, tal vez
varias veces en un día. Cuando barría en el porche exterior en una
habitación, el aparecía de alguna parte y luego se detenía y se apoyaba
en un poste, preguntando cómo lo llevaba Pauline o si habría una sala
de apertura pronto, o cualquier tema que sirviera en el momento. Yo
quería apoyarme sobre mi escoba y hablar sin para con él, pero ¿con
qué fin? A veces me olvidaba de la esperanza de más y disfrutaba su
compañía y cercanía.
—Sí.
—Sí, pero…
Ahora entendía por qué las finas ropas que usaban las chicas
locales no eran adecuadas sino necesarios aquí. Las pocas ropas que
Pauline y yo habíamos traído desde Civica eran deplorablemente
inadecuadas para el clima en Terravin, pero las camisas sin mangas o
vestidos, ya había aprendido, presentaban problemas de otro tipo. No
podía andar por Terravin con un kavah real de compromiso en mi
hombro.
Suspiré.
—¿Nada?
—Inténtalo de nuevo.
—No saldrá, Lia. —Se sentó sobre una piedra sumergida que se
asomaba del agua como el caparazón de una tortuga—. Tal vez el
sacerdote echó un poco de magia en sus palabras como parte de los
ritos.
—Segura.
Aun así, rebusqué entre mis recuerdos. No podía ver a los
artesanos que trabajaron, pero sabía que el diseño fue hecho al mismo
tiempo con los mismos pinceles y los mismos tintes. Me acordé de mi
madre cuando llegó a consolarme durante la ceremonia, pero
instantáneamente sentí en su toque como una picadura caliente en mi
hombro. ¿Había salido algo mal entonces? Y ahí estaba la oración, una
en la lengua materna de mamá la cual no era tradición. Que los dioses
la ciñan con fuerza, la protejan con valor, y pueda la verdad ser su
corona. Era una oración extraña, pero vaga, y seguramente las palabras
en sí no tenían poder.
—Al principio, si, pero tal vez todo se equilibrará. Tal vez hay
momentos en el que verano se rezaga y se niega a dar paso al otoño.
Suspiró.
¿Nunca volverás?
—¿No os casasteis?
—No. Aunque estábamos muy enamorados. Por los dioses, era
guapo. No en el sentido habitual. Su nariz estaba torcida. Sus ojos eran
pequeños. Y no tenía una gran cantidad de pelo en la cabeza, pero él
iluminaba la habitación cuando entraba. Tenía lo que yo llamaba
presencia.
—¿Qué sucedió?
—No podría estar más feliz. Y una vez que Pauline se sienta
mejor, estaré delirante.
—¡Detente! Esas son dos palabras que nunca quiero volver a oír.
—Oí decir a Lia—. La tradición y el deber. No me importa lo que otros
piensen.
Berdi gruñó.
—Ninguno en absoluto.
—Es comprensible.
de prueba y ensayo,
Fiel, fiel,
La lluvia y el sol,
Fiel, fiel,
¡Canta el camino!
Morrighan dirige
Morrighan bendecido,
Para siempre.
—¿Qué quería?
Parecía tan ansioso como yo por tener algún rastro del encuentro
pasado. Había matado al hombre sólo por salvarme, nadie podía
culparlo por eso, pero tal vez, en este momento, él no podía responder
las preguntas de un agente más de lo que yo podía.
—¿Berdi?
—Berdi dijo que el corte no era más grande que una picadura de
pulga. La mayoría tienen una mala raspadura.
Me froté el hombro.
Asentí.
—Lo siento.
—Hay algo que tengo que mostrarte —dije. Puse la canasta entre
nosotras y me moví a un lado la servilleta, sacando un grueso fajo de
billetes de Morrighan, un bocado que se suponía que me bastaría
durante algún tiempo por venir. Mi hermano lo entendería—. Walther
trajo esto. Eran de Mikael. Dijo que Mikael dejó una carta diciendo que
era para ti si algo le sucedía.
—Todavía no.
Pero las dos sabíamos, ya sea el tiempo quien les dirá o Pauline.
Algunas verdades se negaban a ser ocultadas.
Háblame otra vez, Ama. Sobre la calidez. Sobre antes.
Érase una vez, había un hombre tan grande como los dioses...
Se aclaró la garganta.
—No, mi ira.
—Se dice que los dioses honran una lengua sincera. Al igual que
lo hago yo.
Lo miré de lado.
Sonrió.
Me encogí de hombros.
—¡Ahora! —grité.
—Vámonos.
Una semana.
—Oh, deja de actuar tan inocente, Lia. Sabes que los encuentras
atractivos a ambos. ¿Quién no lo haría?
Gwyneth negó.
—Suficiente —dije.
—¿Listo? —Preguntó.
Cada una de nosotras llevó una fuente al comedor, las que Berdi
había encendido con velas. Ella había empujado cuatro mesas juntas
para crear una grande en el centro de la sala. Los invitados ya estaban
sentados a su alrededor, Kaden, Rafe, y otros tres de la posada. El resto
se había ido a la comida pública.
Di un paso atrás.
—¿Qué es lo que te pasa? ¡Me dices una cosa con los ojos y otra
con tus acciones! Cada vez que pienso que hemos conectado, ¡te alejas
dando tumbos! Cada vez que quiero que… —luché por contener las
lágrimas. Mi garganta contraída—. ¿Soy tan repulsiva para ti?
—¿Otro amante?
Cerré los ojos y tomé una larga respiración dolorosa. Por favor,
vete. No podría tratar con él nunca más. Abrí los ojos. Él todavía estaba
allí, una botella en una mano, una pequeña cesta en la otra. Se
mantuvo de pie y quieto, y demasiado bello e irritantemente perfecto. Lo
miré fijamente, sin traicionar ninguna emoción. Vete.
Me quedé en silencio.
—¿Lia?
—¿Ahora?
Sacudí la cabeza.
—Nada.
—Sí.
La esperanza nacerá.
—Cantico de Venda.
Capítulo 33
Traducido SOS por Ale Westfall
Corregido por Pily
—Qué alivio con este calor. Lia, no podía amar más el vestido —
dijo, admirando su transformación en el espejo. Se movió a los lados,
tirando de la tela para juzgar su soltura—. Y debería ajustarme a finales
de otoño.
—Te queda bien, Lia. No estoy segura de por qué, pero lo hace.
—Lo sabemos.
—¿Podemos hablar?
—¿Para encontrarme?
Levantó la mirada.
—Para matarte.
Se mordió el labio.
—¿Y cómo sabes todo esto, Gwyneth? Sin duda, los clientes
habituales de la taberna no han comentado tales rumores.
—Vigilantes.
—¿Dónde más?
Sonreí.
Asentí, sonriendo.
Una vez que nos abrimos paso entre la multitud, vimos un tronco
suspendido por cuerdas, solo que el tronco no estaba suspendido sobre
agua como había asumido, sino en un profundo charco de espeso barro
negro.
Era claro que tan pronto como Kaden subiera al tronco esta pelea
sería diferente de las demás.
La tensión entre los dos despertó el interés de la multitud y los
calmó.
Él se acercó.
—Si fueras tan estúpido como para poner uno de tus asquerosos
dedos sobre mí, me temo que los dos nos arrepentiríamos. Arruinaría
las festividades para todos, porque rebanaría lo más cercano a mí, no
importa cuán pequeño sea. —Miré directamente su entrepierna, luego
giré el cuchillo en mis manos como si lo estuviera inspeccionando—.
Nuestro encuentro podría convertirse en un horrible asunto.
Metí los otros libros juntos para esconder el pequeño espacio que
el libro había dejado, y hojeé unas cuantas páginas. Podría ser útil para
ayudarme a descifrar el libro de Vendan que robé del Erudito, pero
tendría que ir por más en otro lado. Subí mi vestido y lo guardé en mi
ropa interior, un seguro, aunque incómodo lugar para esconderlo hasta
que por lo menos estuviera fuera del Sacristán. Bajé el vestido y lo alisé
reacomodándolo.
Él asintió.
—¿Me conoce?
Sonrío.
—Nunca podría olvidarte. Era un joven sacerdote, uno de los doce
que entregó los sacramentos de tu consagración. Chillabas como un
cerdo.
—¿Vendan?
Sacudió la cabeza.
—¿Sabes de problemas?
—Yo no…
Asintió.
—Hoy.
Me puse de pie.
Sonrió.
—Sí.
—Claramente.
Sevende. Apresúrate.
—No puedo ver nada excepto esto… —besó mi hombro, sus labios
viajaron sobre mi piel hasta que alcanzaron mi oído—. Y esto… y esto.
—¿Y?
—Esta noche.
Él está observando.
—¡Lancen!
—¡Lancen!
Observando… Observando.
—¡Lancen!
Levanté mí dobladillo.
—¡Lancen!
El cuchillo cortó el aire tan rápido y limpio que apenas fue visto.
Golpeó justo en el centro rojo. De veinte tiros hechos por cuatro
concursantes, el mío fue el único que golpeó el rojo. El director del
juego echó un segundo vistazo, confundido, y luego me descalificó. Valió
la pena. Analicé la masa de curiosos alineados en la cuerda y vislumbré
a alguien retirándose, siendo absorbido por la multitud. ¿El soldado sin
nombre? ¿O alguien más?
La lengua y la espada,
Juntos atacarán,
—Cantico de Venda
Capítulo 35
Kaden
No confiaba en él. Era algo más que el peón que decía ser. Sus
movimientos en ese registro fueron demasiado practicados. ¿Pero
practicados en qué? Y esa bestia infernal que montaba —no era el rocín
promedio de una granja. Él también era extrañamente hábil en disponer
de un cuerpo, como si lo hubiera hecho antes, ni un poco vacilante,
como un patán rural podría ser a menos que sus actividades rurales se
juzgasen por su lado más oscuro. Él podría ser un peón, pero era algo
más también.
Me froté el pecho con jabón. Sus atenciones hacia Lia eran igual
de malas. La había oído gritándole que se largara anoche. El canto
repentino de Berdi y los otros ahogó qué más se dijo, pero había oído lo
suficiente para saber que ella quería que la dejara en paz. Debería
haberla seguido, pero Pauline estaba demasiado decidida a que me
quedara. Era la primera vez que la había visto sin su pañuelo de luto en
semanas. Se veía tan frágil. No podía irme, ni ella me lo hubiera
permitido.
—Lo viste, ¿no? Ese día pasamos por el ayuntamiento, viste que
Mikael había muerto.
—¿Qué dijiste?
Ella repitió sus palabras, casi las mismas que el sacerdote había
utilizado esta mañana.
Oh, estaba lista. Había estado esperando por esta noche toda la
semana.
Más gente llegó para las fiestas por la noche, y las charlas y las
risas crecieron a un zumbido suave. La celebración había comenzado, y
los músicos tomaron sus asientos, llenando el aire de melodías
acogedoras, pero todavía faltaba algo.
Localicé a Pauline.
—Kaden.
—Gracias.
—Has sido amable conmigo, Lia, —dijo—. Yo… —Se detuvo por
un largo rato, sus labios se abrieron ligeramente. Se aclaró la
garganta—. He disfrutado de mi tiempo aquí contigo.
—No seas tozudo, hombre —dijo Rafe con alegría, pero con un
brillo travieso en los ojos—. Da a los demás compañeros la oportunidad.
—¿Kaden?
—¿Quién más?
—Lia.
Un empujón en mi hombro.
—Lia, despierta.
Otro codazo.
—Es Walther. Está detrás del depósito de hielo. Algo está mal.
Él…
—La llevé de vuelta a sus padres. Sabía que era a donde ella
quería ir. La llevé, Lia. La lavé. La envolví en una manta y la abracé. A
ella y al bebé. La sostuve durante dos días antes de que me hicieran
dársela.
Empujó mi mano.
Corrí tras él, rogándole que se detuviera. Tiré de él, rogándole que
esperase, por lo menos para lavarle las heridas, alimentarlo con algo,
limpiar su ropa empapada de sangre, pero no parecía oírme. Cogió las
riendas de su tobiano, sacándolo fuera de la granja. Le grité. Me aferré.
Traté de tirar de las riendas de él.
Y lo hizo.
—Nadie sabe con certeza si una alianza habría hecho algo para
detenerlos. —Berdi trató de razonar.
La miré, negando con la cabeza, pensando que la seguridad no
importaba en lo más mínimo ya. Las garantías ni siquiera eran parte de
mi universo en este momento. Me habría casado con el diablo mismo si
hubiera habido siquiera la más pequeña oportunidad de haber salvado
a Greta y el bebé. ¿Quién sería el siguiente?
—Cantico de Venda
Capítulo 40
Traducido por Key
Corregido por katiliz94
Thunk.
Thunk.
Thunk.
Thunk.
Thunk.
Thunk.
—¿Lia?
Besé su mejilla.
—Lia, puedo…
Vi a Bryn. Vi a Regan.
Vi a Pauline.
—Lia…
¿Qué le pasaba?
—¿Nunca?
—¿Rafe?
—¿Tiene que ser mañana? ¿No puede esperar unos días más?
Tal vez lo había visto en mi rostro. Tal vez había oído la voluntad
de mi voz. Tal vez había estado tratando de hacer que fuera más fácil
para mí. Tomé una respiración lenta y profunda.
Abracé a Gwyneth.
Sonreí.
—¿Lista?
Me di la vuelta.
—Vámonos.
—Puede que todo valga la pena —dijo—, solo por ver caer la
mandíbula de todos.
Escucha.
Y entonces lo vi.
—Kaden, sé…
Lo miré.
—¡Kaden, no! ¡Por favor! —Grité—. Por el amor de los dioses, ¡está
llevando a un niño!
Se volvió a Pauline.
—¿Eso es cierto?
Él frunció el ceño.
—¿Tengo tu palabra?
Asentí.
—Por favor, Pauline. Confía en los dioses. Shh. Todo estará bien.
—Sus ojos estaban salvajes con miedo, pero asintió con la cabeza de
nuevo a mí.
—Kaden, no puedes…
—¿Entiendes, Pauline?
—Sí —susurró.
—Bien.
—Levántate.
Lo miré.
Por ahora.
Me entregó las riendas, y me volví a seguir a los demás.
—Kaden…
—¡No!
—Es solo por un par de millas —dijo Kaden—. Hay senderos por
delante que es mejor que no veas.
Miré a Sven.
Estuvimos esperando por más de una hora. El sol estaba alto por
encima de nosotros. Nuestros planes fueron rápidamente aplastados,
pero me aseguré de que llegaremos allí antes de la media mañana y así
no perderla. Ella no podría haber llegado más allá de mí en la
carretera… a menos que se hubiese marchado antes de lo planeado. ¿O
tal vez no dejo todavía Terravin en absoluto? ¿Tal vez algo la había
retrasado? La carretera estaba ocupada con los viajeros, incluso por los
escuadrones de soldados. Era seguro para viajar. Ningún bandido se
atrevería a ejercer su oficio allí. Cada vez que algún viajero llegaba
desde la colina, me subía más en mi silla para ver, pero ninguno de
ellos era Lia.
Había pensado que tenía más tiempo. Más tiempo para darle la
noticia a ella, para convencerla, más tiempo para que la escolta llegara.
Quería que la llevasen a Dalbreck, donde estaría a salvo de los
cazadores de recompensas y de su padre asesino.
Por supuesto, iba a necesitar protección para ella una vez que le
dijese quién era yo. Había tenido miedo de decirle la verdad. La había
manipulado. La había mentido. La había engañado. Todas las cosas que
ella había dicho que eran imperdonables. Si ella volvía para completar
la alianza, yo sabía que no iba a casarse conmigo —se iba a casar con
un hombre al que nunca le tendría ni una pizca de consideración. Yo
aún era ese hombre. Y no podía deshacer lo que ya había hecho. Había
permitido que mi padre organizara un matrimonio para mí. Papi. El
desprecio amargo en su voz todavía estaba fresco en mi mente.
Volviendo mí estomago amargo.
Otro caminante llegó desde la colina. Una vez más, no era ella.
Negué con la cabeza. Algo estaba mal. Ella tenía que estar aquí.
Saqué mi caballo hacía la izquierda.
Era una hora después de la hora que iba a encontrarme con Rafe.
Había tantas cosas que había querido decirle. Cosas que necesitaba
decir que él nunca sabría ahora. Él estaba probablemente ya en su
camino a su granja, creyendo que había roto mi promesa de reunirme
con él.
Miré hacia atrás, esperando que estuvieran sobre mí, pero ellos
sólo avanzaban adelante pausadamente y con aire de suficiencia. No
iban a arriesgar sus propios caballos cuando sabían que estaba
atrapada en este páramo dejado de la mano de Dios.
Por ahora.
—¿Lia?
—Dime más —le susurré—. ¿Tú eres el asesino que Venda envió
para matarme?
—Sí.
—Lia…
Dio otro paso por lo que estuvo de pie justo en frente de mí. Su
rostro parecía más suave y reconocible. ¿Era porque sus compañeros
no estaban aquí para verlo?
—Decidí que serías más útil para Venda viva que muerta —dijo.
Él decidió. Como un dios distante. Hoy Lia vivirá.
—Todavía tienes otro valor. Les dije a los demás que tienes el don.
¿Olvidar? Nunca.
Capítulo 46
Rafe
Miré por todas partes a lo largo del camino por cualquier rastro
de ella, rodeando dos casas cercanas en caso de que se hubiera
detenido por agua o que la hubieran visto pasar. No lo habían hecho.
Para el momento en que rodé por la calle principal de Terravin, estaba
seguro de que todavía tenía que estar en la posada.
—Ellos la tienen.
Di órdenes a Berdi. Pescado seco, algo seco como eso era rápido.
Tenía que irme. Fue a la cocina y estuvo de vuelta en segundos.
Era el chico, Eben. Tenía la voz de una niña, y sus ojos eran los
de un curioso niño abandonado. Un niño. Pero su intención era la de
un ladrón habitual. Tenía la intención de robar mi vida. Si el don era lo
único que me mantenía con vida, Eben no parecía haber captado el
mensaje.
Al tercer día apestaba tanto como Griz, pero no había nadie para
darse cuenta. Todos ellos apestaban también. Sus rostros estaban
manchados de mugre, así que asumí que el mío parecía igual, todos
nosotros convertidos en animales rayados sucios. Probé arenilla en mi
boca, sentí en mis oídos, la arena por todas partes, secas partículas de
infierno que soplaba la brisa, mis manos con ampollas en las palmas.
Un tonto y su oro,
Encontrando y acaparando,
Alcanzó al cielo,
Y un día soleado,
Nieve.
Con su charla calmada, todo lo que había oído por millas hasta
ahora era el golpeteo repetitivo del furor de los cascos en la arena y el
cuerpo, de vez en cuando los ruidos de Finch, que ahora montaba en mi
otro lado en lugar de Eben.
—No soy bueno en esto, Lia. Vivo dos vidas separadas, y por lo
general nunca se encuentran la una con la otra.
Pero, ¿dónde?
¿Volverá?
Ella está más allá de la pared. Está muerta para nosotros ahora.
No, no volverá.
Suspiré.
Era más que una piscina. Era un pedazo de magia, y casi creí que
los espíritus de los Antiguos todavía estaban por allí. El agua
burbujeaba en las gruesas losas de mármol roto, corriendo sobre la
piedra pulida y chapoteando en una piscina de aguas cristalinas
protegida por tres lados por muros derruidos.
Se fueron.
Sangre.
Los mataría.
—Espera —le susurré a las llamas, y recé que ella hiciera lo que
tenía que hacer, mantenerse fuerte y sobrevivir hasta que llegáramos.
Incluso si los alcanzaba, sabía que tendría que quedarme atrás
hasta que los demás llegaran. Había sido entrenado en innumerables
tácticas militares y era muy consciente de lo que eran las
probabilidades de uno contra cinco. A excepción de una emboscada
oportuna, no podía arriesgar la seguridad de Lia yendo medio
envalentando y listo para tomar sus cabezas.
No, Kaden.
No esta vez.
Capítulo 50
Traducido por Key
Corregido por katiliz94
—¡Ve dentro con los demás! —gritó Kaden por encima del rugido
del viento y el ensordecedor crujido del bosque—. ¡Desensillaré los
caballos y traeré tu equipo!
Los truenos charlaban entre dientes. Ya estábamos empapados.
Me di la vuelta para seguir a los demás a la ruina oscura escondida
cerca de la montaña. El viento arrancó de mi pelo, y tuve que
contenerme para huir. La lluvia cayó durante la mayor parte de la
estructura, pero los relámpagos iluminaban el esqueleto óseo y revelaba
algunos rincones secos. Griz ya estaba tratando de iniciar una fogata en
una de las alcobas de piedra en el lado opuesto de la caverna. Finch y
Eben fijaron su residencia en otra. Fue una vez una enorme vivienda,
un templo santo, como mis hermanos y yo lo habríamos llamado, pero
no se sentía santa esta noche.
Encontró otro nicho seco lejos de los demás y pateó algo de roca
para hacer un lugar para descansar. Dejó caer los sacos de dormir y su
bolsa. No habría ninguna cena esta noche. El tiempo hizo imposible
recopilar o cazar. Tomé otro trago de agua para sofocar el ruido en mi
estómago. Me podría haber comido uno de los caballos.
Importaba.
Todavía no.
Sven conocía los caminos del desierto, los caminos del viento, el
suelo, las rocas y la hierba, y cómo leer las pistas que el enemigo dejó
atrás. Las pistas estaban en algo más que la camada de incendios o
excrementos. En más que la sangre goteada en el suelo. En más que
huellas o pistas de caballos. Tenías suerte si tenías eso. Había hierbas
también pisoteadas. Una rama crujió. El pedacito más pelado de brillo a
través de la vegetación que se había cepillado por un hombro o un
caballo. Incluso los pedregales dejaban pistas. Un guijarro aplastado en
el suelo. Grava pisada en patrones irregulares. Una cresta de suciedad
causada por una piedra recientemente lanzada. Polvo arrojado por la
pezuña y el viento a los que no pertenecía. Pero ahora mismo meditaba
su instrucción de hace mucho tiempo, la lluvia era un amigo y enemigo,
dependiendo de la hora.
Supuse que eran dos días completos detrás de Lia ahora. Quizá
más. Las pistas se estaban volviendo más delgadas. Habíamos tenido
que dispersarnos o dar marcha atrás varias veces cuando perdimos el
rastro, pero lo habíamos encontrado de nuevo a las afueras de la
Ciudad Oscura. Cuando nos acercamos, vimos que las huellas habían
sido borradas por decenas de caballos que viajaban en la dirección
opuesta. Una patrulla, pero ¿de quién?
—Podríamos dividirnos.
Alguien con más ánimo, como Eben. O peor, alguien como Malich.
—¿Qué dijiste?
Tal vez incluso robar un momento privado para estudiar los libros
que había tomado del Erudito. Estos fueron atiborrados en el fondo de
mi alforja, y todavía quería saber por qué eran lo suficientemente
importantes como para que él hubiera querido verme muerta.
—Es justo por estos árboles —me dijo. Las escarpadas montañas
a nuestro alrededor se habían abierto un poco, y el bosque daba paso a
dejar espacio a una amplia pradera y un lento riachielo que se ondeaba
a través de él. Rodeamos el profundo bosquecillo, y Eben galopó más
rápido, pero me tiró de las riendas y nos detuvimos. Mi estómago dio un
vuelco. ¿Qué estaba viendo? Parpadeé. Rojo, naranja, amarillo, morado,
azul, todo anidado en un mar de temblor verde en la brisa. Paredes de
tapiz, cintas ondeando al viento, al vapor suavemente de las teteras, un
mosaico de color brillante. Terravin. Los colores brillantes de Terravin.
Nunca había visto uno, pero había oído hablar de los elaborados
vagones de colores a los que llamaban carvachis, sus tiendas hechas de
tapices, alfombras, y cualesquiera que fuesen las piezas de tela
atrapadas de su fantasía, las campanas que colgaban de sus vagones
hechas con trozos de vidrios de colores, crines de cuentas de sus
caballos, sus ropas de colores brillantes con adornos manchados de
cobre y plata, sus formas misteriosas que no tenían leyes ni fronteras.
—Bueno —le contesté, porque lo único que podía pensar era que
si ellos no hacían queso de cabra, me gustaría hacerlo por ellos. Queso
de cabra. Era lo único que importaba en este momento. Incluso me
atrevería a tolerar a lobos para conseguirlo.
—Neu, neu, neu —dijo una, como si una grave injusticia hubiese
perpetrado en contra de ella.
—¿Dihara?
—La anciana.
¿Lo era?
—Te ves menos como una loba ahora y más como un verdadero
miembro de la Tribu de Gaudrel.
Era el título de uno de los libros que había robado del Sabio.
Yo la llamo, llorando, rezando que escuche,
Escucha y te encontrará.
Yo te encontraré.
Ella gruñó.
Miré a sus ojos hundidos, iris azules tan descoloridos que eran
casi blancos.
—La lana de las ovejas, la piel de la llama, el lino del campo. Los
dones del mundo. Ellos vienen en muchos colores y fuerzas. Cierra los
ojos. Escucha.
—¿Escucharle girarla?
Aquí.
—Dijo que las historias viajan. ¿Espera que crea que mi historia
viajo aquí hasta usted?
—Supongo que creerás lo que quieras. Solo soy una vieja que
tiene que volver a su hilado. —Tarareó, girando su cara al viento.
—¿Él qué?
Parecía mucho más grande por dentro de lo que parecía por fuera.
Ella me mostró todas las comodidades que tenía, pero la mayor
atracción era la cama en la parte trasera. Exuberante de color,
almohadas, cortinas y adornos con borlas, parecía algo de un cuento.
Me tiré sobre el colchón, y mis manos desaparecieron en una mágica
nube blanda.
No aquí. Una buena cosa acerca de este vasto desierto era que al
menos estaba fuera de las garras del Canciller y el Erudito. No era
probable que un cazador de recompensas me fuera a encontrar aquí.
Érase un vez, mi niña, había una princesa no más grande que tú.
El mundo estaba en la puntas de sus dedos. Ella mandaba, y la luz
obedecía. El sol, la luna, y las estrellas se arrodillaban y se ponían a su
toque. Érase una vez…
Ausente. Ahora sólo está esa niña de ojos dorados en mis brazos.
Eso es lo que importa. Y el viaje acaba. La promesa. La esperanza.
Las cosas que perduran. Las cosas que permanecen. Las cosas
que no me atrevo a hablar con ella.
Él parpadeó.
—Quizás.
Él sonrió.
—Y conoces a muchos.
Sonreí.
—No estés tan segura. Tu eres… soy uno de ellos. Soy de Vendan.
No olvides eso.
—Kaden, necesitas…
—No eres… —se tambaleó, con los ojos perdiendo el foco—. Por tu
propio bien tan… —se tambaleó hacia un lado, agarrando la pared—.
Ahora tengo que dormir en… alerta, —dijo, empujándome a un lado—.
Voy a dormir fuera de tu carro. Porque no confío en ti, Lia. Eres
demasiado… —Sus párpados se cerraron—. Y ahora Malich.
Una cosa que sabía al observarla era que había algo diferente en
ella. Era la misma diferencia que había visto en Rafe y en Kaden cuando
por primera vez entraron en la taberna. Esa misma diferencia que había
visto cuando vi al Erudito. Algo que absolutamente no podía estar
oculto, sea bueno o malo. Algo que te invadía tan ligeramente como una
pluma o tal vez sentándose en tus entrañas como una roca pesada,
pero sabía que estaba allí de cualquier manera. Había algo inusual en
Dihara que me hizo pensar que ella podría realmente saber más sobre
el don.
Por primera vez, ella sonrió, un soplo de aire escapó de sus labios
arrugados casi en una carcajada. Me tomó la mano.
—Buenos días.
Ella me miró, con la cabeza inclinada y una ceja levantada.
—¿Sí?
Ella todavía no dijo nada. Este no era el día que quería que
controlase la habilidad de mantener su lengua. Cedí.
—¿Hice algo…?
—Lo hiciste.
Ella me miró, con los ojos firmes, con la barbilla en alto como
siembre hacía cuando su mente estaba funcionando. Había estudiado
cada gesto, cada instante, cada detalle de ella, todo el lenguaje que era
Lia en todos los kilómetros que habíamos viajado y con todas las
fuerzas que tenía, regresé mi mano a mi lado. Un latido me atravesó las
sienes, y la miré.
—Bueno. Me alegra ver que estás pagando por tus excesos. —Ella
asintió con la cabeza en dirección al río—. Vamos a conseguirte algo de
hierba chiga. Crecen a lo largo de los bancos. Dihara dijo que sería
bueno para el dolor. Esté sería mi agradecimiento por hacer que yo
obtenga el carvachi. Fue un acto de bondad.
—No lo sé.
—¿Qué quiere decir con qué no lo sabe? ¿Pasó la mitad del verano
con ella y no lo descubrió?
Orrin resopló.
Todos rieron, y disparé a Orrin una mirada feroz. Sabía que era
una broma —a su manera, una aprobación que me contaba como un
hombre que había cazado a una chica y la inclinó a su voluntad. Pero
yo sabía la verdad. Y no era nada de eso. Si alguien había sido doblado
y roto, fui yo. No me gustaba que hablaran de ella de esa manera. Ella
llegaría a ser su reina. Por lo menos oré para que lo fuera.
Sonreí.
—Sirve en las mesas y lava los platos.
Se encogió de hombros.
Jeb se rió.
—¿Un peón?
—La única cosa que no entiendo —dijo Jeb—, es por qué ese
Vendan no dejó que el caza recompensas le cortase a ella la garganta –e
hiciera su trabajo por él.
¿Acaso siquiera él sabía que era el amor? De hecho, ¿lo hacía yo?
Ni siquiera mis padres parecen parecían saberlo. Crucé los brazos
detrás de mi cabeza como una almohada. Tal vez no había una manera
de definirlo. Tal vez había muchos matices de amor como el azul del
cielo.
—Lia…
Miré a Kaden frente a mí, con el pelo dorado miel caliente a la luz
del fuego. Había cometido un error terrible besándolo. Todavía no
estaba segura de por qué lo había hecho. Ansiaba algo. Quizás sólo ser
abrazada, ser consolada, para sentirme menos sola. Quizás para fingir
un momento. ¿Fingir qué? ¿Qué todo estaba bien? No lo estaba.
Resiste.
—¿Otra vez?
Pero esta vez era algo. No entendía qué. Miré hacia mis pies, no
queriendo soltar prenda de que esta vez no estaba actuando en
beneficio de nadie.
—Nada —respondí.
—No en la Ciudad Oscura —dijo Finch—. Ella los vio llegar ahí.
—Grati te deos.
Kaden gruñó.
Di un paso adelante.
Malich rió
Su mandíbula se endureció.
—¡Mil perdones! ¡No quiero hacer nada más difícil para ti, porque
todo es tan fácil para mí! Esto son unas vacaciones, ¿no?
—Demasiados.
Todo lo que quería era colapsar en una bola en el suelo, pero solo
unos segundos después, escuché un suave golpe en la puerta, y se
abrió fácilmente. Era Dihara. Entró con un pequeño cubo de agua
perfumada con hojas flotando en la superficie.
—Lo harás.
—¿Sabes de eso?
—Natiya me dijo.
Malich sonrió.
—¿Ese es aviso suficiente para ti, princesa?
Griz gritó una despedida cordial, pero nadie más dijo nada. Tal
vez las despedidas no eran su forma, o tal vez se sentían como yo, que
no me parecía correcto. Una despedida parecía nacer de una opción de
partir, y todos ellos sabían que no era mi elección, pero en el último
minuto, Reena y Natiya corrieron detrás de nuestros caballos. Kaden
detuvo nuestra procesión para alcanzarlas.
—¡Kev cha veon bika reodes li cha scavanges baestra! —Su tono
no era ni blando ni esperanzador. Disparó a Kaden otra mirada, con la
cabeza inclinada hacia un lado esta vez como desafiándolo a
interpretarlo.
Lo miré de reojo.
—Sí, —admitió—. Más difícil para mí. ¿Es eso lo que querías oír?
No tengo las opciones que piensas que tengo, Lia. Cuando te dije que
estaba tratando de salvar tu vida, no era una mentira.
—No con ellos. Esto es lo más cerca que van a ir. Sólo dos cosas
se dicen de los que habitan en el páramo –los fantasmas de un millar de
Antiguos atormentados que no saben que están muertos y las manadas
hambrientas de pachecos que muerden sus huesos.
Una vez que estuvimos bajo las montañas, el aire se volvió más
caliente de nuevo, pero al menos siempre había una brisa que barría a
través de la llanura. Para tal gran extensión, nos encontramos con muy
pocas ruinas, como si hubieran sido arrastradas por una fuerza mayor
que el tiempo.
Nadie dijo nada, pero me di de cuenta que Eben miraba hacia otro
lado. No parecía posible que este hubiera sido un asentamiento en el
medio de la nada. ¿Por qué iba alguien a construir un camino a casa
aquí? Más probable es que fuera el resultado de un rayo o una fogata de
un vagabundo sin atención, pero me preguntaba acerca de los pocos
trozos de podredumbre que se derretían en la huella negra.
Bárbaros.
—¿Los mortales?
¿Fue difícil para Kaden tomar otra vida? Pero sabía la respuesta.
Incluso a través de mi rabia y desesperación, había visto su rostro la
noche que le pregunté cuántos había matado, el peso pesado que
pulsaba detrás de sus ojos. Le había costado. ¿Quién podría haber sido
si no hubiera nacido en Venda?
—¿Refrescandote?
—Pueden esperar.
—Hablas…
—Morrighese. Sí. No eres la única que tiene secretos, pero este
permanecerá entre nosotros. ¿Entendido?
Esa noche Kaden puso su saco de dormir cerca del mío, ya sea
para protegerme o por Malich no estaba segura. Incluso con mis dedos
vendados, Malich se había llevado la peor parte de nuestra animosidad
mutua, aunque sin duda esta tarde tenía la intención de igualar el
marcador. Si Griz no hubiera llegado a tiempo, fácilmente podría haber
estado con la cara amoratada e hinchada, o algo peor.
—Dicen que los Antiguos han sacado los metales más preciados
que el oro desde el centro de la Tierra –Metales que devanaban en unas
alas gigantes que los llevaban volando hacia las estrellas y luego
volvían.
—Lia.
Ellos la robaron,
A mi pequeña.
Ama.
A Aldrid el carroñero.
Por primera vez en mi vida, sabía con certeza que era el don.
Había venido a mí sin ser pedido. No era sólo una visión, o una
audición, o cualquiera de las formas que había oído sobre el don. Era
un saber. Cerré los ojos, y el miedo galopó a través de mis costillas. Algo
estaba mal.
Abrí los ojos. Kaden frunció el ceño como si estuviese cansado del
juego que jugaba.
—Lia…
—No recibimos órdenes de ella —espetó Malich—. O escuchar su
parloteo. Ella sólo se sirve a sí misma.
—¡Estampida! —Gritó.
Regan había retado a Bryn a tragarlas una vez, diciendo que los
cadetes en formación tenían que hacerlo. Bryn no era un ser menor, así
que se tragó el regordete gusano retorciéndose. A los pocos segundos,
vomitó. Pero yo sabía que podían sustentar a una persona, así como el
pato asado.
Pato retorciéndose.
¡Che-ah!
El Dragón se elevará,
La esperanza nacerá.
El Dragón conspirará,
Implacable en su juicio,
Inflexible en su gobierno,
Un ladrón de sueños,
Un asesino de la esperanza.
El llamado Jezelia.
—Veremos.
3 Un eidolon es una copia astral de un difunto. Los antiguos griegos imaginaban a un eidolon como un doble
fantasmal de una forma humana.
Capítulo 66
Rafe
—¡Muerde! —Mandé.
4
Tratamiento tópico de consistencia blanda, y generalmente, caliente, que se aplica
con varios efectos medicinales; especialmente cuando los efectos son calmantes,
antiinflamatorios o emolientes. Antes de los antibióticos, este método casero fue
utilizado de forma habitual.
caballo era su única forma de cruzar. ¿Estaban criando caballos en este
lado del río ahora? La patrulla que encontramos tenía monturas finas y
bien entrenadas.
Orrin trajo el frasco de Sven de los ojos rojos como Tavish había
ordenado. Quité la correa de cuero apretada entre los dientes de Sven y
le hice dar un sorbo para ayudar a adormecer el dolor.
—Vas a estar bien, viejo —le respondí, sabiendo que odiaba ese
apodo. Ni siquiera me había dado cuenta de cuán hábilmente Sven
siempre se colocaba justo delante de mí. No dejaría que lo hiciera de
nuevo.
Un rugido horrible llenó el aire, aún más fuerte que sus gritos, y
chillaron en ráfagas cortas de pánico, huyendo en distintas direcciones.
Los únicos sonidos que dejaron a su paso fueron los de mi propia
respiración ―y luego la de alguien más. Un retumbante, bajo resoplido.
Vendans.
—Lia.
Uno tras otro, cayeron tres, cuatro, cinco contra unos a otros en
lo que no era una batalla, sino una masacre. La corriente ascendente
era despiadada, entregando cada llanto y grito en una carrera contra
mucho viento. Y entonces se hizo el silencio. Mis piernas se aflojaron,
como si no estuvieran aún allí, y caí al suelo. Gemidos y gritos llenaron
mis oídos. Arranqué mi pelo y mis ropas. Los brazos de Kaden
rápidamente me sostuvieron, impidiéndome ir por el borde del
acantilado.
Miré a Kaden.
—Lia, no podemos…
Eben saltó.
Griz, que llegó más tarde con Malich, tuvo que alejarse, incapaz
de ver. Pero yo no podía irme. La mayoría de nosotros no podía.
Después de su hermano, fue al siguiente soldado muerto, se arrodilló
para bendecirlo, y luego cavo su tumba, saltando lejos en el duro suelo
y otra palada a la vez. Este soldado había perdido un brazo, y la vi
buscarlo y ponerlo debajo de un caballo caído. Lo colocó en su pecho
antes de envolverlo en una manta.
Te encontraré.
—Y absorber.
—¿Sabes su nombre?
—Te he oído susurrarlo en el campamento. Se equivocaron, Eben,
—dije, sacudiendo la cabeza en dirección a los otros—. No hay
vergüenza en nombrar a un caballo.
—Me despedí.
—Ahora, date la vuelta, —le pedí—. No tienes que hacer esto. —Él
se estremeció e hizo lo que le dije.
Siempre serás tú, Lia. No puedes correr lejos de eso. La voz era tan
clara que parecía que Walther estaba caminando a mi lado, diciendo las
palabras de nuevo con mayor seriedad. Eres fuerte, Lia. Siempre has
sido la más fuerte de nosotros... Los conejos hacen buena comida,
¿sabes?
Sí. La hacen.
Y entonces oí algo.
Silencio.
Jezelia. Era el único nombre que alguna vez se sintió fiel a lo que
yo era —y el que todo el mundo se negó a llamarme, a excepción de mis
hermanos. Tal vez eran solo los balbuceos de una loca de un mundo
lejano, pero balbuceando o no, con mi último aliento, me gustaría hacer
verdaderas las palabras.
Por Walther. Por Greta. Por todos los sueños que se habían ido. El
ladrón de sueños no volvería a robar, incluso si eso significaba matar al
Komizar yo misma. Mi propia madre me había traicionado al suprimir
mi don, pero ella tenía razón en una cosa. Soy un soldado en el ejército
de mi padre.
—¿Qué demonios...?
—Bueno... colgadme.
A excepción de una.
Caminaba sola.
Me di media vuelta.
Orrin rió.
5Una alforja es una especie de saco o bolsa ancha y corta, de lienzo basto u otra tela,
que sirve para llevar o guardar cosas, por lo general provisiones comestibles para el
camino.
—Lo sé, —le dije—. Es por eso que estoy contando contigo para
averiguar la otra mitad.
El Dragón conspirará,
Implacable en su juicio,
Inquebrantable en su gobierno,
Un ladrón de sueños,
Un asesino de esperanza.
—Cantico de Venda
Capítulo 72
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94
Miré por delante al monstruo que crecía. Al igual que el día que
me había preparado para mi boda, sabía que me enfrentaba a la última
de las medidas que mantendrían desde aquí hasta allí. No habría vuelta
atrás. Una vez que entrara a Venda, nunca volvería a ver casa de nuevo.
Quiero ponerte dentro y nunca dejarte ir. Ahora estaba más allá del
rincón más lejano. Más allá de volver a ver a Rafe de nuevo. Pronto
estaría muerta para todo el mundo excepto para el misterioso Komizar
que sería capaz de exigir obediencia de un ejército brutal. Al igual que
la espada y las botas de Walther, yo era su premio de la guerra ahora, a
menos que él decidiera terminar el trabajo que había eludido Kaden.
Pero tal vez antes de que sucediera, él descubriría que no era suficiente
el premio para cualquier persona que me esperaba fuera.
—¡No! —Grité.
—Yo debería…
Inspeccionándolo.
Sus hombros.
Estaba aquí.
Y tal vez, por ahora, esa era toda la verdad que necesitaba.
The Heart of Betrayal
(The Remnant chrOniles #2)