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Técnicas de Lectura G#2
Técnicas de Lectura G#2
Continuando con la temática que se ha iniciado, donde entre otras cosas, se aprendió que
existen procedimientos específicos para un estudio provechoso, en este texto vamos a considerar
algunas técnicas de lectura, como requisitos para desarrollar estudios con significativos grados de
profundidad.
Galiano (1986) nos recuerda que toda lectura hecha con un propósito que puede ser la
investigación, la crítica, la comparación, la verificación, la ampliación o la integración de
conocimientos. Por eso para alcanzar esos propósitos debemos identificar las ideas principales del
autor, ya que puede suceder que nos encontramos leyendo un artículo, el capítulo de un libro o
simplemente un párrafo.
¿Cómo proceder?: Recomiendan los especialistas que se proceda inicialmente con una
lectura integral del texto y se determine la unidad de la lectura a ser estudiada, Ahora bien, para
establecerse la unidad de lectura, es preciso entender que la unidad es la parte del texto que presenta
un sentido total, integral. Entonces el texto queda de esta manera, dividido en etapas que van siendo
sucesivamente estudiadas. En sí es un estudio analítico, al final del cual el lector rehace el sentido
total del libro, sintetizándolo.
Salomón destaca más aún, la necesidad de identificar los detalles importantes, básicos de la
idea principal. Ellos se manifiestan a través de hechos y ejemplos que constituyen los argumentos
o pruebas de la idea principal.
Veamos a continuación las principales técnicas para estos efectos: subrayar, esquematizar y
resumir.
LA TÉCNICA DE SUBRAYAR.
Es necesario tener un primer contacto con la unidad de lectura, sea este un párrafo, capítulo,
etc., haciendo algunas marcas en las márgenes. Cuando se esté realizando la segunda lectura, se
busca la idea principal, los detalles significativos, los conceptos, las clasificaciones, que deberán
ser entonces subrayados.
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En suma, al desarrollar la segunda lectura subraye lo que fuera relevante para los propósitos
de su estudio, haciéndolo de tal manera, que al releer lo que fue subrayado la idea principal aparezca
de manera clara.
LA TÉCNICA DE ESQUEMATIZAR.
El esquema es una presentación sintética del texto a través de gráficos, códigos y palabras.
Debe ser organizado según la secuencia lógica en que aparecen las ideas principales, aquellas a
ellas subordinadas y el Inter.-relacionamiento de hechos e ideas.
LA TÉCNICA DE RESUMIR.
El resumen es una condensación del texto. Presenta las ideas esenciales y puede también
tener la interpretación del lector, siempre y cuando lo haga en forma separada. Para elaborar un
resumen deben ser usados los mismos procedimientos señalados para subrayar y para elaborar
esquemas.
El objetivo del resumen es de abreviar las ideas de un autor sin la concisión de un esquema,
haciendo transcripciones de las palabras del propio autor cuando se considere necesario y relevante,
colocándolas entre comillas y entre paréntesis en número de la página donde se encuentra la frase
o palabras.
EL RESUMEN ESQUEMÁTICO.
Estableciendo la unidad de lectura, destacando las ideas principales y utilizando las técnicas
de subrayar, esquematizar y resumir, usted estará preparado para hacer la lectura analítica.
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EJEMPLO DE ELABORACIÓN DE RESUMEN ESQUEMÁTICO, DEL SIGUIENTE
TEXTO
LA LECTURA EN EL ESTUDIO
INTRODUCCIÓN.
Hasta ahora, esta parte práctica se dirige hacia puntos básicos, tomando el estudio como un
todo. Ahora debemos profundizar la metodología de estudio a uno de los ítems más significativos:
la lectura.
En cualquier medio intelectual la lectura constituye uno de los factores decisivos de estudio.
Es principalmente a través de ella que las personas amplían y profundizan su campo cultural,
porque los textos forman una fuente prácticamente inagotable de ideas y conocimientos. Por lo
tanto, es preciso leer, siempre y mucho.
No basta, sin embargo, ser alfabeto, para saber leer realmente. Hay lectores, por ejemplo, que
dejan los ojos pasar por las palabras, mientras su mente vuela por esferas distantes. Esos leen
apenas con los ojos. Sólo perciben que no leyeron, cuando llegan al final de una página, un capítulo
o un libro. Entonces, deben recomenzar todo de nuevo porque de hecho no aprendieron a leer.
Sí, es preciso leer, pero también es preciso saber leer. De nada vale devorar un libro de
doscientas páginas en algunas decenas de minutos, horas o días, si al finalizar la lectura, no se
puede decir nada sobre lo que se acabó de leer. El tiempo empleado en lecturas así, es enteramente
desperdiciado. La cantidad de lectura es siempre significativa, pero solamente cuando es asimilada
de manera adecuada, o sea, cuando es aprovechada. Caso contrario, es como ir a un concierto
sinfónico y dormir. Hay gente que hace exactamente eso y después discute el desempeño del
maestro. Aquellos que solo leen con los ojos y no con la mente se engañan a sí mismos.
Cabe, sin embargo, distinguir dos especies de lectura: una que se practica más por cultura
general o entretenimiento desinteresado, y otra que requiere atención especial, profunda
concentración mental y que es realizada por necesidad de saber.
La segunda especie de lectura es la que se hace para aprender alguna cosa o para profundizar
el conocimiento que se tiene de alguna cosa. Esa generalmente es efectuada en libros y revistas
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especializadas y es en ella que nos vamos a detener ahora, pues casi siempre los estudiantes
encuentran en tal especie de lectura un obstáculo difícil de vencer en el estudio.
La lectura provechosa al estudio requiere siempre de una atención dedicada por parte del
lector. Se puede propiamente decir, que atención y concentración mental constituyen el primer
requisito indispensable para una lectura eficiente. No es lo único, pero sin ello, de nada vale intentar
mejorar el rendimiento de lo que se lee, buscando desarrollar otros ítems. Sin dedicar atención al
texto que está delante de nuestros ojos y sin concentrar en él nuestra actividad mental, en verdad
no se lee.
Por otro lado y sobre todo para el estudiante que tiene que asimilar gran cantidad de libros
indicados en las bibliografías de las diferentes disciplinas, la lectura veloz es también una
imposición de nuestra época. Si ya nos parece que el tiempo disponible no da para la realización
de todo lo que se tiene que hacer en las veinticuatro horas del día, ¿cómo permitirnos el lujo de
lecturas lentas, que se arrastren por días, semanas y meses?
Y, ¿acaso es posible conciliar lectura atenta y provechosa, con lectura necesariamente veloz?
I. Jamás realizar una lectura de estudio sin un propósito definido. La definición del
propósito de la lectura evita la dispersión del espíritu y ayuda a la concentración mental.
II. Reconocer siempre que cada asunto, cada género literario, requiere de una velocidad
propia de lectura. Una historieta de revista, una noticia, un cuento, un romance, un libro
técnico y un poema no pueden ser leídos con la misma velocidad visual y mental.
Generalmente la literatura de ficción puede ser absorbida más velozmente que una obra
teórica especializada, porque exige menos reflexión por parte del autor.
III. Entender lo que se lee. El entendimiento de lo que se lee implica la necesidad de disipar
cualquier duda de vocabulario. Cuando no se consigue captar el sentido de una palabra en el
contexto donde está insertada, sólo hay una salida: consultar un diccionario general de la
lengua o un diccionario especializado de la materia en estudio. Muchas veces la mala
comprensión del sentido de un término invalida toda la lectura, porque puede dar al lector
una idea falsa o distorsionada del pensamiento del autor.
IV. Evaluar lo que se lee. Cuando se efectúa la lectura, es importante la evaluación permanente
de lo que se está leyendo. Se cuestiona la validez del texto intentando encontrar respuestas a
cuestiones del siguiente tipo:
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b) ¿Cómo el autor está demostrando el tema?
c) ¿Cuál es la idea principal de este texto?
d) ¿Puedo aceptar la argumentación del autor?
e) ¿Qué estoy aprendiendo con este texto?
f) ¿Vale la pena continuar con la lectura?
V. Discutir lo que se lee. Aunque la evaluación del texto sea positiva, muchas veces la opinión
de otras personas permite el descubrimiento de puntos importantes del texto que pasaron
desapercibidos durante nuestra lectura, o por el contrario, encontramos el real valor de los
aspectos que subestimamos. Discutir es también una forma mejor de analizar y evaluar lo que
se lee.
VI. Aplicar lo que se lee. Siendo aún más difícil que la discusión, la aplicación de lo que se
aprende en la lectura, no es menos importante. Obviamente se debe aplicar apenas aquello
que es pasible de aplicación. Por ejemplo, si Ud. acaba de leer que la fuerza de gravedad tiene
el poder de desviar los rayos luminosos, probablemente no tendrá la oportunidad de aplicar
ese conocimiento en un trabajo de historia –a menos que tenga un motivo muy sólido para
ello- Pero, ese su nuevo conocimiento posiblemente tendrá aplicación en un próximo trabajo
de física. Surgiendo la oportunidad, aplique lo que aprendió. La aplicación ayuda a consolidar
la absorción de los nuevos conocimientos.
El estudiante que desea mejorar su desempeño en el estudio debe, por lo tanto, estar atento
para leer de todo, libros, folletos, revistas, etc., desde que la lectura le proporcione alguna fuente
de placer cultural. Por eso, es indispensable que visite librerías especializadas y sepa localizar el
material que desea. Pero eso no significa que deba tomar la lectura como una actividad exclusiva
de su área específica de estudios. Es bueno y provechoso leer y conocer otros asuntos. Eso se
tornara más fácil cuando consiga desarrollar la velocidad y la capacidad de absorción de la lectura.
Observamos que todo intelectual tiene la necesidad imperiosa de leer constantemente y siente
placer en eso. Pero, ¿c6mo leer con provecho real, si cada día surgen más libros sobre los más
diversos asuntos? LA única manera conocida de solucionar este problema es desarrollando la
habilidad de seleccionar la lectura.
Mencionamos antes que la lectura provechosa deber tener siempre un propósito claro.
Realmente, quién estudia un texto tiene por objetivo aprender algo, revisar detalles o buscar
respuestas para ciertas indagaciones. Entonces, la lectura es hecha para cumplir una obligación, asi
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sea el de un compromiso apenas con la propia honestidad intelectual. Ahora, siendo así, es evidente
que no todos los textos sirven al objetivo de un determinado estudio. La mayoría no sirve. Y de los
que sobran de la primera selección general es preciso todavía distinguir aquellos en los cuales se
puede confiar de aquellos que, por cualquier razón, no son de mucha confianza. El problema está
en saber cómo seleccionarlos previamente.
Sería tarea insana –sino imposible- tener que leer todo lo que existe sobre el asunto de estudio
para, solo después de esa actividad extenuante y nada práctica, estar en condiciones de seleccionar
lo que sirve y dejar de lado lo que no sirve. Obviamente las personas que tienen gran intimidad con
el hábito de estudiar y leen constantemente encuentran mayor facilidad para efectuar una selección
previa de su lectura. El simple hecho de frecuentar bibliotecas y librerías ya les da gran ventaja en
este sentido. Esos lectores son capaces de identificar con rapidez una obra que les interesa, porque
generalmente ya poseen información sobre el autor o sobre la obra en cuestión. Pero, ¿y los
estudiantes que se están iniciando en la vida intelectual y no disponen todavía de un bagaje cultural
suficiente? ¿Cómo podrán seleccionar previamente su material de lectura para tornarlo su estudio
más provechoso?
En la medida que gane familiaridad con las obras leídas y con el mundo intelectual en general,
el estudiante podrá obviar las consultas al maestro, pues desarrollará de forma progresiva su propia
habilidad de seleccionar previamente su lectura.
El desarrollo de esa habilidad, sin embargo, podrá ser más rápida si fuera bien orientado. Es
esa orientación la que presentamos a continuación:
Toda vez que un libro le despierte interés, tómelo en las manos y examínelo – aunque
sumariamente- para verificar de que se trata. Pase los ojos por el título (y subtítulos, si hubiese),
orejas de tapa y nombre del autor. Verifique si hay alguna presentación del autor, si él posee títulos
profesionales y es autoridad en el asunto. Después vaya al índice; muchas veces Ud. consigue
descubrir el plan del libro a través del índice y, así, tener una idea de cómo se desarrolla la
explicación. A continuación, haga una rápida lectura del prefacio. En general, cuando es escrito
por el mismo autor, el prefacio equivale a una introducción de la obra y expone su objetivo. Cuando
es escrito por otra persona que no es el autor, casi siempre el prefacio trae una presentación de este,
resalta sus principales cualidades y enfoca la obra de manera más amplia, relacionándola con la
lectura existente en el área. De un modo otro, no desprecie el prefacio –el siempre ofrece
informaciones precisas para la selección previa.
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Leído el prefacio, consulte la lista bibliográfica indicada por el autor. Frecuentemente ella se
encuentra en las páginas finales del libro y permite que Ud. tenga una noción más precisa sobre las
bases en que el autor apoyó el texto. Finalmente, observe el nombre de la editora, el número de la
edición y la fecha de publicación. Es difícil que una editora de prestigio lance una obra sin calidad,
en la cual Ud. no pueda confiar. Pero, atención, editoras de renombre también lanzan libros
inexpresivos y, muchas veces, libros realmente significativos son publicados por pequeñas
editoras. Por otro lado, el número de la edición podrá informarle si Ud. tiene en la mano un libro
ya consagrado por sucesivas reediciones o si es obra que aún no mereció mayor atención de los
estudiosos. Evidentemente, tratándose de una primera edición, la fecha de publicación, es
fundamental para ese juzgamiento, pues puede ser que el libro haya sido lanzado recientemente.
Hecho esto, Ud. ya dispondrá de un buen número de informaciones para decidir si el libro
vale la pena ser leído ahora, si su lectura deberá ser postergada para otra ocasión, o si merece mayor
atención. Caso subsista dudas, tenga paciencia y procure obtener mayores datos concluyentes.
Tratándose de libros recientes, comience por informarse sobre la obra y el autor a través de las
secciones especializadas de los periódicos y revistas. Si la obra es clásica, consulte con una
enciclopedia, la opinión del profesor y algunos colegas. Todo eso es de gran valía entre la opción
entre este u otro libro.
Y aquí va una última recomendación en ese sentido. Habitúese a formar su propio archivo de
fuentes de lectura y de inicio a la formación de su biblioteca personal. Al descubrir una obra
importante para su área de estudio, trate de adquirirla. Los libros son instrumentos de trabajo y una
biblioteca seleccionada podrá prestar servicios inestimables a su vida académica y profesional.
Una biblioteca personal no precisa ser grande, basta que sea bien seleccionada. Ud. podrá
iniciarla con los libros indicados en la lista bibliográfica de su curso, adquiriendo sobre todo las
obras citadas como fundamentales. Deje para un segundo plano las complementarias. Pero desde
el inicio no exceptúe poseer un buen diccionario general de la lengua y de un diccionario
especializado en el área de su estudio.
ENTRENAMIENTO Y AMBIENTE.
Quién estudia un texto no puede alienarse de él. Como indica Paulo Freire “Estudiar
seriamente un texto es estudiar el estudio de quién estudiando, lo escribió (...) Es buscar las
relaciones entre el contenido en estudio y otras dimensiones afines del conocimiento. Estudiar es
una forma de reinventar, de recrear, de rescribir –tarea del sujeto y no del objeto” (21: p. 11). El
estudio de un texto, por lo tanto, exige concentración y reflexión. Consecuentemente, la lectura de
estudio provechosa depende también del entrenamiento, sobre todo para personas que tienen poco
hábito de concentrarse y reflexionar. El lector entrenado en el estudio de textos vence cualquier
barrera psicológica momentánea que pueda impedir su interacción con lo que lee, siempre
encuentra estímulo interior suficiente para proseguir en el estudio y es capaz de superar la ausencia
de condiciones ambientales ideales para efectuar su estudio.
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Tal entrenamiento, sin embargo, no se hace de un día para otro. Al contrario, en la gran
mayoría de las veces requiere tiempo, paciencia y persistencia por parte de quien se entrena.
Aunque el resultado final dependa siempre del individuo, cualquier persona decidida mejora el
rendimiento de su lectura sí, realmente, se dedicase a ese objetivo. Veamos como eso es posible.
Mas después, cuando el hábito de estudiar estuviera sólidamente establecido en el lector, las
condiciones ambientales dejarán de ejercer influencia tan significativa. Es posible estudiar en
cualquier ambiente, sea el interior de un ómnibus lleno, un banco de una plaza ruidosa, o una silla
de dentista –hay innumerables ejemplos de personas que jamás dispusieron de condiciones
ambientales ideales y consiguieron tornarse estudiantes eficientes. Empero, por lo menos en el
inicio del entrenamiento, el interesado en mejorar su rendimiento debe buscar que el ambiente
posea las condiciones ideales: tranquilidad, iluminación adecuada y silencio.
Hay estudiantes que están habituados a realizar sus tareas mientras oyen música. El hábito,
en sí, nada tiene de negativo. La música, como el cigarro, puede también ejercer una influencia
estimulante. Con todo, para los que no están habituados a dominar su capacidad de concentración,
la música, aun suave, puede significar un elemento más de dispersión mental y debe ser evitada.
Después, cuando el estudiante sienta que el entrenamiento surtió efecto y que su concentración ya
obedece a su voluntad consciente, su estudio podrá ser arrullado por el sonido que le sea dado.
En cuanto a la iluminación, es claro, que aun el de una vela puede bastar. Sin embargo,
iluminación ideal es aquella que siendo fuerte, ilumina el texto sin causar innecesaria fatiga a los
ojos. La lectura se realiza a través del sentido de la vista, cuyos delicados instrumentos son los ojos.
Por lo tanto, nunca está por demás, preservarlos en buen estado de salud y eficiencia, pues los ojos
cansados o enfermos no pueden desempeñar correctamente su función.
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El pupitre o la mesa de trabajo también es motivo de atención. Es aconsejable que sea
despojada de adornos o decoraciones: Aunque esos detalles parezcan de poca importancia, ejercen
cierta influencia en la concentración del lector que inicia el entrenamiento. La experiencia
demuestra que una simple mesa volcada para la pared –y no para una calle movida- contribuye de
manera considerable para tornar la lectura, del principiante, a una lectura más compensadora.
Antes de dar inicio a la lectura es recomendable una previa preparación del lugar de trabajo.
Esa preparación consiste en dejar a la mano un cuaderno o las fichas de apuntes, un lápiz para
subrayar los trechos importantes del texto, un bolígrafo para hacer las anotaciones, un diccionario
de la lengua y otras obras de consulta requeridas por el estudio.
Por último, la preparación psicológica constituye la condición final que, aunque no siendo
ambiental, aparece aquí por ser facilitada por el sosiego del ambiente y la postura del lector. Antes
de comenzar la lectura es necesario liberar la mente de todos los problemas no directamente
relacionados al estudio de lo que se va a leer. Personas habituadas a la lectura provechosa son
capaces de alcanzar ese grado de abstracción en cualquier momento y sin esfuerzo. Pero lo mismo
no ocurre con los principiantes. Generalmente ellos no consiguen fijar la atención en el texto porque
su mente está ocupada – y hasta supe llena- con pensamientos que los alienan enteramente de la
lectura. Cuando eso sucede, los ojos pasan mecánicamente por las palabras sin comunicar nada a
la mente, porque está perdida en su ruido interior.
Cada individuo puede desarrollar su proceso personal de llegar al silencio interior. Sin
embargo, una de las técnicas que han producido resultados significativos con numerosos
estudiantes es la de la preparación mental por algunos minutos, buscando la concentración con los
ojos cerrados. Se trata de una actitud, una postura ante la tarea, semejante a la del atleta que va a
saltar de un trampolín –un momento de total concentración en el objetivo que desea alcanzar.
Obtenido el estado mental deseado, resta apenas partir para la acción.
RENDIMIENTO Y RAPIDEZ.
Hay personas que, aunque intentan concentrarse en el texto, son incapaces de absorber el
contenido de lo que leen. En general esa dificultad se manifiesta debido a la ausencia de velocidad
y ritmo adecuado a la lectura. Normalmente no es posible absorberse un contenido filosófico,
estudiado y meditado por el autor de una doctrina, con la misma facilidad con que se asiste, y
absorbe, a un espectáculo circense o a un programa de variedades en la televisión. Pero también no
se puede hacer la lectura de un texto filosófico, teórico, con tanta lentitud que al llegar al final de
un párrafo ya no nos recordamos de su inicio. Es preciso que nuestros ojos lean con el ritmo y a
la velocidad de la mente.
Casi siempre esa velocidad es la misma con la que hablamos, narramos alguna cosa,
explicamos un hecho a alguien. Por ese motivo, durante el entrenamiento se debe adoptar, siempre
que sea posible, la práctica de la lectura oral. Leer en vos alta es también un ejercicio de ritmo de
lectura. Él permite mayor empleo de la mente, pues ella casi siempre tiene que percibir de forma
más consciente lo que es leído para comandar la acción de los órganos de expresión oral. Y poco a
poco se va adquiriendo la capacidad de leer en voz alta sin tropiezos, con expresión y hasta con
cierta riqueza de interpretación –lo que torna la lectura más agradable y provechosa. En verdad esa
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interpretación es significativa porque, al hacer las puntualizaciones y las modulaciones de la voz
con naturalidad (como quien expresa lo que piensa) el lector ha de entender lo que está leyendo.
Por otro lado, numerosos cursos de lectura silenciosa desarrollan técnicas dinámicas para
acelerar la velocidad del acto de leer sin perjuicio de la comprensión del texto. Una de esas técnicas
se relaciona con el empleo de los ojos y condena el hábito de leer sílaba por silaba o palabra por
palabra. El lector eficiente debe abarcar en su campo de visión todo un grupo de palabras o unidades
de pensamiento expresados en el texto.
Esta afirmación puede ser comprobada mediante un ejemplo clásico, utilizado por los
especialistas, que consiste en lo siguiente: Recorra con los ojos continuamente, sin hacer pausa, las
líneas de abajo.
Si sus ojos se movieran continuamente, sin parar un solo instante, con seguridad Ud. no capto
el sentido de lo que acabo de leer. Ahora, lea el mismo texto con el ritmo y la velocidad habituales
de su lectura.
En esta segunda lectura sus ojos hicieron paradas, deteniéndose en grupos de palabras o en
palabras aisladas. Y fueron esas pausa (paradas o momentos de fijación) que le permitieron
comprender el sentido de lo que leyó. Haga nuevamente una lectura de las tres líneas. Esta vez, sin
embargo, marque con un lápiz los lugares en que los ojos hicieron pausas. Es probable que su
lectura normal se haya procesado así.
Decimos probablemente, que sus pausas hayan sido localizadas en los puntos del ejemplo de
encima, porque cada lector tiene su forma personal, propia, de reaccionar frente a la lectura. Esa
reacción no es automática ni mecánica, pero se procesa de acuerdo con la percepción de cada uno
delante de tal situación. Ese es el motivo por el cual las pausas pueden ocurrir en lugares diferentes
y abarcando grupos con diferentes números de palabras. Si la reacción fuese mecánica, los ojos
encontrarían el momento de pausa después de recorrer un número igual de sílabas o palabras, o una
extensión determinada de la línea impresa.
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El ritmo de la lectura, por lo tanto, es distinto del musical. En este la extensión del compás es
sucesivamente repetida formando una cadencia matemática. La cadencia matemática. La cadencia
del intelecto, sin embargo, no obedece a una expresión matemática, pero si a un conjunto complejo
de reacciones de interacción con la situación.. Por eso se concluye que no se trata de un ritmo
pasivo, común a cualquier persona, pero activo, distinto de individuo a individuo.
Por esa razón, en el ejemplo de arriba, fue omitida la puntuación: debería haber comas
después de las palabras “Medicina” y “Joel”. Pero como la puntuación tiene por finalidad: 1)
señalar las pausas y la entonación de la lectura; 2) separar palabras, expresiones y oraciones que
deben ser destacadas; 3) aclarar el sentido de la frase, apartando cualquier ambigüedad –su empleo
perjudicaría la comprensión de lo que se deseaba demostrar, pues induciría la localización de
pausas de fijación de los ojos del lector.
Finalmente, la lectura es mejor cuanto más corta es la pausa de fijación de los ojos. La
duración de la pausa es también un problema importante porque está directamente relacionada con
la sustentación de la atención del lector en el texto: cuanto más lenta la lectura, más fácilmente la
atención se dispersa. El uso de la imaginación, el empleo de la creatividad mental, la actitud crítica
y la reflexión son elementos imprescindibles al estudio. Pero nada tiene que ver con la distracción
en la lectura, que apenas provoca los famosos vuelos de la mente por situaciones ajenas al texto y
causa cansancio sin producir nada.
El mejor rendimiento en el estudio, por lo tanto, pide lectura más rápida. Para aquellos que
pretenden ser campeones de velocidad, suele recomendarse que frecuenten cursos especiales de
lectura. Esos cursos desarrollaran técnicas altamente especializadas de lectura diagonal. En síntesis,
esas técnicas demuestran que lectura provechosa también se hace a través de un trazado diagonal
invisible, que relaciona la primera con la última palabra de un párrafo o de una página. O sea, no
solamente cuando se lee línea por línea.
No cabe aquí detallar normas y reglas aplicadas por los cursos de lectura diagonal, pues lo
que se pretende es apenas instrumentar al estudiante para el estudio más eficiente. Con todo, como
la velocidad de lectura es uno de los requisitos para implementar la eficiencia, se recomienda que
durante el entrenamiento sea practicado el siguiente ejercicio:
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Persistiendo en ese ejercicio, en poco tiempo su lectura habrá alcanzado una velocidad
satisfactoria sin perjuicio de la comprensión del texto.
Tal vez juzgue que domina un vasto vocabulario. Si tiene el hábito de leer frecuentemente e
si su lectura es amplia y abarca varios asuntos distintos, entonces debe realmente dominar un
vocabulario significativo. Con todo, haga una experiencia y responda rápidamente cual el
significado de las siguientes palabras:
Áptero
Anfótero
Apnea
Aceite
Si Ud. no consultó un diccionario, probablemente solo fue capaz de decir cual era el
significado de aceite, óleo extraído de la oliva o la aceituna. En verdad, de los cuatro vocablos
presentados en la prueba de arriba, “aceite” es el único de uso frecuente y difundido en el lenguaje
general. Los demás son términos empleados en áreas específicas. Así:
Áptero es un adjetivo en Zoología, para designar a los animales que carecen de alas.
Anfótero es un adjetivo en química, para designar a las moléculas que reaccionan como ácido
y como base
Apnea, es una palabra usada cuando se presenta una suspensión en la respiración.
En cualquier lengua hay siempre una cantidad de vocablos de uso común, popular y general,
y de vocablos especializados, de uso restringido a determinadas áreas. El acervo de vocabulario de
la lengua “castellana” no es una excepción y solamente los eruditos son capaces de dominar con
seguridad la mayor parte.
Por otro lado, al contrario de los eruditos, las personas de poca instrucción dominan apenas
un pequeño número de palabras, confunden el sentido de otras tantas y desconocen prácticamente
la totalidad de las empleadas en áreas especializadas, por lo menos de las áreas de actividades, que
nada tiene que ver con la suya. Ese vocabulario reducido constituye una barrera para la lectura
provechosa. Muchas personas alegan que leen poco precisamente porque su vocabulario
insuficiente no les posibilita la comprensión de lo que leen. Pero, al adoptar esa actitud de inercia,
jamás aprenden otras palabras y, consecuentemente, viven un círculo vicioso: no leen porque no
tienen vocabulario; no tienen vocabulario porque no leen. Con eso están condenadas a permanecer
en la ignorancia.
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La manera más práctica de adquirir buen vocabulario es convivir con las palabras, estar en
contacto con ellas y observarlas en acción. Así, no solo se aprende su significado, sino también su
uso. Y eso se hace a través de una lectura constante.
Pero, ¿cómo leer, y entender lo que se lee, cuando se desconoce el significado de las palabras?
Simplemente tratando de descubrir cuál es ese significado. Para eso es que existen
diccionarios: aclarar el sentido de los vocablos.
En verdad no hay porque optar por una u otra orientación táctica sin antes experimentar
ambas. Es el lector que debe decidir cuál de las dos tácticas sirve mejor a su necesidad, de acuerdo
con las circunstancias de la situación real.
Muchas veces una palabra mal comprendida o mal interpretada puede desfigurar o cambiar
todo el sentido del texto. Se corre ese riesgo principalmente cuando eso sucede con una palabra
clave. Por lo tanto, el tiempo empleado en investigar en el diccionario o el aclarar las duda en otras
fuentes, jamás es desperdiciado – de él puede depender el resultado del estudio. Quien come gato
por liebre confunde ajo por ojo y ciertamente está sujeto a sufrir indigestión. De ahí la significativa
importancia del dominio de vocabulario en el estudio de otro ítem del entrenamiento que visualiza
aumentar el rendimiento de la lectura productiva.
Extraído de:
GALLIANO, A. G. O método científico. Teoría e prática. Sâo Paulo: Harbra, 1986.
Traducción del portugués: CF.DEMN. Franz Wilson Vera Barba.
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EJEMPLO DEL RESUMEN ESQUEMÁTICO
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LA LECTURA ANALÍTICA.
A continuación veremos cómo hacer una lectura analítica, aplicando las técnicas de lectura
aprendidas. Inicialmente conviene aclarar que existen diferentes nomenclaturas para designar las
etapas de la lectura analítica y que en este caso optamos por la clasificación de Severino (1994).
Esta clasificación divide a la lectura analítica en tres etapas: el análisis textual, el análisis
temático y el análisis interpretativo.
ANÁLISIS TEXTUAL.
En la primera lectura (como usted bien podrá recordar, la que fue vista en el texto anterior),
es el contacto inicial con la unidad de lectura. En ella se adquiere una visión de conjunto del
pensamiento y del estilo del autor. En esta lectura nada se subraya, pero sí, se debe señalar en las
márgenes, los puntos que exigen ser aclarados para comprender el texto: Informaciones sobre el
autor, sentido de las palabras desconocidas, hechos históricos, otros autores citados, etc. Esto es un
análisis textual.
Concluida la lectura, se hace una investigación para buscar las informaciones, consultándose
obras de referencia tales como diccionarios, enciclopedias, etc.
El análisis textual ofrece, dentro de otras, las siguientes ventajas: (Severino, 1994):
Puede concluirse esta primera etapa, con una versión simplificada de resumen esquemático
que ofrece una visión de conjunto del texto.
ANÁLISIS TEMÁTICO.
Es desarrollada con el objetivo de llevar al lector a una comprensión del mensaje propuesto
por el autor en la unidad de lectura. En esta etapa se busca aprehender el pensamiento del autor sin
intervenir en él. Este procedimiento se facilita dando respuestas a las siguientes preguntas:
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¿Existen sub-temas o temas paralelos en la unidad de lectura?
El análisis temático, además de permitir la elaboración de un esquema más coherente y
riguroso, es la base para obtenerse resúmenes que sintetizan las ideas del autor, en lugar de ser tan
solo resúmenes de los párrafos.
ANÁLISIS INTERPRETATIVA.
(...) tomar una posición propia respecto a las ideas enunciadas, es superar el
mensaje estricto del texto, es leer entre las entrelíneas, es forzar al autor en un
diálogo, es explorar toda la fecundidad de las ideas expuestas, es cotejarlas
con otras, en fin es dialogar con el autor.”
El análisis interpretativo tiene el papel primordial en la construcción del lector sujeto, del
lector crítico. Esta lectura es dividida por Severino, en las siguientes etapas:
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EJERCICIO Nº 1 Desarrolle un resumen esquemático del siguiente texto.
EJERCICIO Nº 2 Desarrolle una lectura analítica del mismo texto, cumpliendo las etapas y
procedimientos indicados, incluyendo una síntesis personal.
LA PREMISA REVOLUCIONARIA
Pese a carácter conservador de las instituciones militares, siempre ha habido innovadores que
han clamado por un cambio revolucionario. Don Morelli y los demás soldados encargados de
concebir cómo debe combatir un ejército en el mundo de mañana, formaban parte de una larga
tradición militar. De hecho, los historiadores han llenado las estanterías de las bibliotecas con libros
acerca de “revoluciones en la actividad bélica”.
Con demasiada frecuencia, empero, el término se ha aplicado con una generosidad excesiva.
Se dice, por ejemplo, que hubo una revolución en la guerra cuando Alejandro Magno 1 derrotó a los
persas, combinando “la infantería de occidente con la caballería de oriente”. Alternativamente, la
palabra “revolución” se aplica a menudo a cambios tecnológicos, la introducción de la pólvora
negra, por ejemplo, o la del avión o del submarino.
Conforme a esta medida exigente, solo dos veces en la historia se han registrado auténticas
revoluciones militares y existen razones sólidas para creer que la tercera revolución –la que ahora
comienza- será la más profunda de todas. Porque sólo en las últimas décadas han alcanzado sus
últimos límites algunos de los parámetros claves de la guerra: el alcance, la mortalidad y la
velocidad.
Por lo general, ganaban los ejércitos capaces de llegar más lejos, con más fuerza y mayor
rapidez, mientras que perdían los de alcance más limitado, peor armados y más lentos. Por esta
razón buena parte del esfuerzo creativo humano ha estado consagrado a incrementar el radio de
acción, aumentar la potencia de fuego y acelerar la velocidad de las armas y de los ejércitos.
1
FERRIL, Arthur. The Origins of war. Thames & Hudson, Londres, 1988, p. 149
17
UNA CONVERGENCIA MORTAL.
Máquinas antiguas como las catapultas y las balistas eran capaces de lanzar un pedrusco de
45 kilos a una distancia de 320 metros. La ballesta, ya empleada en China quinientos años a. C. y
común en Europa hacia el año 1100, proporcionaba al soldado un arma con la que él podía combatir
desde una distancia aparentemente considerable. (Tan horrible era esta arma que en 1139 el Papa
Inocencio II4 trató de prohibir su uso). En los siglos XIV y XV las flechas lograron un alcance
máximo de unos 350 metros. Pese a todas las experimentaciones con las saetas a lo largo del
tiempo, el máximo radio de acción de una flecha, conseguido en el siglo XIX por los turcos, no
superó los seiscientos metros. Y en el combate auténtico las armas conseguían en raras ocasiones
su alcance máximo.
En 1942, Alexander de Seversky, en su visionaria obra Victory through air power, apremió
a Estados Unidos a construir aviones capaces de recorrer una distancia de 9.650 kilómetros5 lo que
entonces parecía imposible. Hoy en día –al margen del potencial de las armas espaciales- apenas
existe un punto del planeta que no pueda ser en teoría alcanzado por misiles balísticos
intercontinentales, portaaviones, submarinos, bombarderos de largo radio de acción reabastecidos
en vuelo o por una combinación de estos y de otros sistemas bélicos. A todos los fines prácticos,
la ampliación del radio de acción ha alcanzado sus límites terrestres.
Con la velocidad sucede lo mismo que con el alcance. En 1991 el Departamento de Defensa
de Estados Unidos dio a conocer su láser6 químico Alpha, capaz de producir la potencia de un
millón de vatios, como parte del desarrollo de un sistema antimisiles. Apuntando correctamente, el
láser puede alcanzar un misil enemigo a la velocidad de la luz, presumiblemente la mayor posible.
2
BRODIE, Bernard y BRODIE, Fawn. From crossbow to H-Bomb. Indiana University Press, Bloomington,
1973. p. 35. DIAGRAM GROUP, Ed. Weapons. St. Martin´s, Nueva York, 1990. p. 36.
3
FERRIL, Arthur. The Origins of war. Thames & Hudson, Londres, 1988, p. 116
4
McNEILL, William. The pursuit of power. The University of Chicago Press. Chicago 1982. p. 68.
5
DE SEVERSKY, Comandante Alexander P. Victory thruogh air power. Simon and Schuster, Nueva York,
1942. p. 7.
6
LÁSER: ““Star Wars” chemical laser is unveiled”, de Thomas H. Maugh. Los Angeles Times, 23 de junio de
1991.
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este medio siglo se han convertido en materia de un debate serio las posibilidades de una catástrofe
planetaria.
Extraído de:
TOFFLER, Alvin y TOFLER, Heidi. Las guerras del futuro. Traducción de Guillermo Solana
Alonso. Barcelona: Plaza & Janes Editores, 1994.
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