Está en la página 1de 360

Coordinador

JAVIER LÓPEZ-CEPERO BORREGO


PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DE PERSONALIDAD, EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO
PSICOLÓGICOS DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA

Animales
de compañía
y salud
Del vínculo humano-animal al
diseño de intervenciones asistidas
por animales

2
Relación de autores

Javier López-Cepero Borrego


Doctor en Psicología. Profesor del Departamento de Personalidad, Evaluación y
Tratamiento Psicológicos de la U. de Sevilla. Miembro de la Comisión Académica del
Máster Oficial en Intervenciones Asistidas con Animales (UJA/UNIA). Fundador de la
Asociación INTAP. Docente, interventor e investigador. Correo-e: jalocebo@us.es;
Twitter: @jalocebo_psico; web: personal.us.es/jalocebo.

Sandra Marín García


Psicóloga. Fundadora y directora de la Asociación PsicoAnimal. Compagina la
intervención con la docencia y la difusión de unas buenas prácticas en el ámbito de las
IAA. Web: www.psicoanimal.org.

Rafael Martos Montes


Profesor titular de la Universidad de Jaén. Cocoordinador del Máster Universitario en
Intervención Asistida con Animales (UJA/UNIA). Cofundador de Emo-é: Centro para el
desarrollo de la Inteligencia Emocional. Correo: rmartos@ujaen.es; Web: www.emoe.es.

David Ordóñez Pérez


Cocoordinador del Máster Universitario en Intervención Asistida con Animales
(UJA/UNIA). Fundador y Director Técnico de Perruneando. Correo:
david@perruneando.com; Twitter: @davidogs; Web: www.perruneando.com/.

Arcadio Tejada Roldán


Diplomado en Magisterio. Máster en aplicación del perro a la terapéutica humana por la
U. de Sevilla. Ponente en numerosas conferencias y cursos de formación organizados en
universidades públicas. Fundador de la Asociación INTAP.

3
Agradecimientos

A David Ordóñez, Rafael Martos, Sandra Marín y Arcadio Tejada, por aceptar tomar
parte en este manual.
A mis compañeros y compañeras de Departamento y Facultad. Con amigos todo es
más fácil. Mención especial a Valle, para que vea que noto que hay mucha Universidad
más allá del PDI.
Al alumnado, que enseña más que aprende. Sobre todo a quienes dijeron que querrían
leer algo que escribiera. Ahora tenéis un dilema nuevo. Para la próxima, pedid una moto,
a ver si hay suerte.
A mi extensa familia extensa, que me ha ayudado a orientarme en el mundo. A los
que se fueron, a los que están, a los que llegarán. Que sigamos siendo los mismos,
aunque todo cambie.
A mi hija Paula, que me da fuerzas para ir a por el siguiente reto —y luego correr
detrás de una bicicleta—.
Y sobre todo a mis padres, que me educaron. No los culpen. ¡Hicieron lo que
pudieron!

4
Índice

Prólogo (Rafael Martos Montes y David Ordóñez Pérez)


Prefacio: a modo de presentación
1. Una breve justificación biográfica
2. Estructura de este libro
3. Otras consideraciones

BLOQUE I
Interacción humano-animal
1. Historia, definiciones y clasificación de las IAA (Javier López-Cepero Borrego)
1. Aspectos previos
2. Breve repaso histórico de las IAA
2.1. Animales y salud humana en la prehistoria
2.2. Estadíos precientíficos
2.3. Animales en los centros de salud
2.4. Etapa contemporánea
3. Términos relevantes para comprender las IAA
3.1. Términos para hacer referencia a las intervenciones que incluyen animales
3.2. La interacción humano-animal
3.3. La antrozoología
4. Definiciones y clasificación de las IAA
4.1. Animales que benefician a los seres humanos fuera de las IAA
4.2. Definiciones y clasificaciones de las IAA
5. Una propuesta integrada
5.1. Notas finales
2. Encaje entre humanos y otras especies I: antrozoología (Javier López-Cepero
Borrego)
1. Antrozoología, estudio de las comunidades de humanos y otros animales
1.1. La domesticación como proceso evolutivo compartido
2. Humanos y otros animales en sociedades contemporáneas
2.1. El creciente interés por los animales de compañía
2.2. Diferentes estatus de los animales no humanos en la actualidad
2.3. La interacción cotidiana entre humanos y los animales de compañía
3. Conclusiones del capítulo
3. Encaje entre humanos y otras especies II: variables individuales (Javier López-
Cepero Borrego)
1. Ajuste de personalidad entre humanos y animales
1.1. La relación entre personalidad humana y en otros animales
1.2. Personalidad humana y ajuste con animales de compañía

5
1.3. Implicaciones del conocimiento de la personalidad en otros animales
2. Antropomorfización
2.1. La antropomorfización como parte de la cognición social
2.2. Variables que afectan a la antropomorfización (y otras cogniciones sociales)
3. Modelos de apego e interacción humano-animal
3.1. La importancia del apego desarrollado con los animales de compañía
3.2. Comparación entre apego hacia humanos y otros animales
3.3. Variables que influyen en el apego hacia animales de compañía
4. Conclusiones e implicaciones de los estudios de interacción humano-animal
4.1. Adaptar la narrativa del encuentro para generar vínculos
4.2. Lo que «es» importa menos que lo que percibimos
4.3. Implicaciones para el bienestar animal
4.4. Desarrollo de nuevas tecnologías
4. Efectos asociados a la interacción humano-animal (Javier López-Cepero Borrego)
1. Los problemas de investigar la relación entre IHA y salud humana
1.1. Problemas con las definiciones del objeto de estudio
1.2. Sesgos de investigación
1.3. Mecanismos explicativos
2. Efectos de la IHA sobre el bienestar humano
2.1. Efectos sobre el sistema cardiovascular y la salud física
2.2. Efectos de la IHA sobre el ejercicio físico
2.3. Efectos sobre el bienestar psicológico
2.4. Efectos sobre el dolor
2.5. Efectos sobre el desempeño escolar
2.6. Efectos en la imagen personal y la interacción social
2.7. Efectos de la IHA sobre la soledad
2.8. Efectos a nivel comunitario
2.9. Conclusiones y guías para fundamentar intervenciones asistidas por animales
3. El otro lado de la balanza: efectos de la IHA en los animales no humanos
3.1. Efectos reportados sobre el bienestar en animales no humanos
3.2. Guías para mejorar el bienestar animal en las interacciones

BLOQUE II
Diseño de intervenciones asistidas por animales
5. El valor añadido de las IAA: pertinencia, efectividad y eficiencia (Javier López-
Cepero Borrego)
1. ¿Qué funciona en las intervenciones asistidas por animales?
1.1. Definir una estrategia para el cambio
1.2. Eficacia, efectividad y eficiencia de las intervenciones
1.3. La validez interna de las intervenciones asistidas por animales
1.4. Eligiendo un foco para el análisis
2. La evaluación de resultados en intervenciones asistidas por animales
2.1. La lógica de la evaluación longitudinal
2.2. Diseños de evaluación
2.3. Sesgos frecuentes en la evaluación de la efectividad de los programas de IAA
2.4. Algunas reflexiones sobre la evaluación de las IAA
3. El encuentro entre interacción humano-animal y los componentes de la
intervención
3.1. Oportunidades asociadas a la inclusión de animales

6
3.2. El encaje de estos beneficios sobre enfoques de trabajo preexistentes
4. Conclusiones sobre el valor añadido de las IAA
6. Diseño y gestión longitudinal de proyectos de IAA (Javier López-Cepero Borrego)
1. Diseñar la llegada al centro
1.1. La imagen de las IAA
1.2. Manejar las expectativas hacia las IAA
1.3. Manejo de los temores asociados a las IAA
1.4. Requisitos a tener en cuenta antes de ofertar un servicio
2. Presentar el proyecto
2.1. Establecer un marco de comunicación profesional
2.2. Participar en la selección de participantes
2.3. Valorar las dificultades... ¡y las fortalezas!
2.4. Buscar sinergias con programas del centro
2.5. Buscar la implicación comunitaria
3. Evolución de un programa
3.1. Primeras sesiones
3.2. Fase intermedia
3.3. Fase final
3.4. Una vez hemos acabado
4. Guía-resumen sobre la elaboración e implementación de proyectos de IAA
7. Diseño de sesiones: roles y contenidos (Javier López-Cepero Borrego)
1. Roles profesionales y formatos de trabajo
1.1. Roles profesionales
1.2. Roles de los voluntarios y personal en prácticas
1.3. Roles que no corresponde asumir
1.4. Formatos de trabajo
1.5. Una reflexión sobre la identidad profesional de los interventores de IAA
2. Roles de los animales
2.1. Trabajo con el animal
2.2. Trabajo sobre el animal
2.3. Trabajo para el animal
2.4. Los animales en el plano simbólico
2.5. Las funciones que los animales no deben desempeñar
3. Marco espacial de la sesión
3.1. Acceso a la sala de trabajo
3.2. Tamaño y disposición
3.3. El equipamiento de la sala
4. Manejo de la temporalidad
4.1. Secuencia típica de una sesión
4.2. Manejo del tiempo y las secuencias para mejorar las sesiones
8. Desarrollo de programas de IAA (Javier López-Cepero Borrego)
1. Aprovechar la interacción humano-animal como componente
1.1. Obtener una mejor relación con los participantes a través de los animales
1.2. Mejorar las expectativas hacia el tratamiento
1.3. Incluir animales como apoyo a técnicas reconocibles
2. Creación de narrativas para las IAA
2.1. La importancia de las narraciones personales
2.2. Adaptar la narrativa a la presencia de los animales
2.3. Elementos narrativos implicados en el diseño
3. Diseño de ejercicios para la sesión

7
3.1. El estado actual de la literatura en torno a ejercicios
3.2. Diseñar actividades para cubrir objetivos
3.3. Todos para uno, uno para todos
3.4. Consideraciones adicionales: el error como recurso para el cambio
4. Ejemplos prácticos
4.1. Programa de alfabetización y animación a la lectura en menores
4.2. Programa de facilitación de la interacción social en centros gerontológicos
4.3. Mejora de las habilidades básicas de la vida diaria con animal residente
5. A modo de cierre

BLOQUE III
Buenas prácticas en selección, guía y bienestar animal
9. Ética y guía de buenas prácticas en IAA (Javier López-Cepero Borrego)
1. Definiciones relevantes para el trato ético
1.1. Ética, moral y deontología
1.2. Animales y Derecho, una ecuación compleja
2. Estándares éticos referidos a los profesionales
3. Estándares éticos referidos a la selección y preparación de los animales de
intervención
3.1. Buenas prácticas en la selección
3.2. Buenas prácticas en la preparación conductual
3.3. Buenas prácticas veterinarias y médicas
4. Buenas prácticas durante las intervenciones
4.1. Tareas de preparación
4.2. Recomendaciones durante las sesiones
4.3.Propuestas para después de las sesiones
5. Algunas reflexiones finales
10. Selección e introducción del caballo en intervenciones asistidas (Sandra Marín
García)
1. Elección del caballo como especie
1.1. Caballos y rehabilitación física
1.2. Participación del caballo en otras intervenciones
2. Selección del caballo de intervención
2.1. Características físicas del caballo de intervención
2.2. Selección comportamental y procedencia del caballo de intervención
3. Preparación del individuo
3.1. Preparación comportamental
3.2. Aspectos físicos
4. Conclusiones y reflexión de la autora
11. Selección e introducción del perro en intervenciones asistidas (Arcadio Tejada
Roldán)
1. Métodos de selección canina para las intervenciones asistidas por animales
1.1. Evolución histórica
1.2. Evolución de las pruebas de selección para IAA
1.3. Revisión de las pruebas de temperamento: qué miden y cómo lo miden
2. Selección del perro para IAA
2.1. Algunas orientaciones para crear un protocolo de selección canina

8
2.2. Aspectos extraconductuales
2.3. Aspectos conductuales
3. Preparación del perro de intervención
3.1. Educación
3.2. Adiestramiento
4. Manejo del perro de IAA
4.1. Antes de las sesiones de IAA
4.2. Durante las sesiones de IAA
4.3. Después de las sesiones de IAA
5. A modo de resumen
Bibliografía
Glosario de términos y abreviaturas
1. Términos de utilidad y definiciones de uso
2. Algunos consejos de uso
2.1. Especificar la intervención realizada
2.2. Precaución con la sobredeterminación de las intervenciones
2.3. Eliminar las referencias a la especie animal
2.4. El uso de los conectores «por» y «con»
3. Términos en desuso
Créditos

9
Prólogo

El libro que tiene ahora mismo entre las manos es el resultado de un largo y arduo
trabajo de una persona concienzuda y sistemática. A nuestro juicio, la publicación de
este texto supone un hito editorial para las intervenciones asistidas por animales (IAA)
en nuestro país. Y decimos esto, porque la edición de este manual viene a cubrir un vacío
existente en este ámbito que el Dr. López-Cepero ha tenido el acierto y, por qué no
decirlo, la valentía de afrontar desde una perspectiva práctica, pero sin alejarse del rigor
y el aval de la ciencia actual. Equilibrar esto no es tarea fácil; sin embargo, Javier ha
conseguido una obra en la que el lector puede zambullirse de lleno en una temática que
podría considerarse ciertamente enrevesada y salir airoso con el resultado final. Para
quienes, desde el ámbito académico y/o profesional, como es nuestro caso, nos
dedicamos a las IAA, la aparición de este manual nos resulta altamente útil a la par que
interesante, tanto para aquel que quiera introducirse en este ámbito del conocimiento,
como para cualquier persona que se dedique a la docencia o a la práctica laboral en el
campo de las IAA.
Durante muchos años, en diferentes encuentros, foros profesionales y docentes, se
había reivindicado la necesidad de generar este tipo de recurso bibliográfico que ayudase
a dotar a este joven sector de una base científica y teórica consistente. Finalmente, ha
sido Javier quien ha tenido los arrestos de poner bajo su pluma y papel todo el
conocimiento que, tras largos años de estudio y práctica, ha ido acumulando. Para
aquellos que no lo conozcan: Javier es una persona con la que tenemos la enorme suerte
de poder contar como miembro de la Comisión de Coordinación Académica y profesor
destacado del Máster Universitario en Intervención Asistida con Animales de la
Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Andalucía. El Dr. López-Cepero,
además de un gran docente y académico, destaca por ser uno de los pocos profesores
universitarios que, en los últimos años en nuestro país, ha publicado en diferentes
revistas científicas al respecto del tema que nos ocupa en esta obra. Asimismo, ha sido
impulsor, junto al también autor de este libro, Arcadio Tejada, de diferentes propuestas
formativas y profesionales ligadas a la IAA en Sevilla. Así pues, este manual no deja de
ser una consecuencia lógica del trabajo bien hecho de estos últimos años.
En nuestro entorno más inmediato, las IAA están experimentando un auge y
presencia cada más amplios en ámbitos de la intervención psicológica, sanitaria,
educativa y social. Son cada vez más las entidades que se dedican a este campo,
caracterizándose por su naturaleza multiprofesional y aglutinando trabajadores del
campo del Adiestramiento Animal, la Psicología, la Sanidad, la Educación y la
Intervención Social, fundamentalmente. Conviven, en este panorama actual, una gran

10
actividad profesional alimentada por el entusiasmo de quienes se dedican al ámbito de
las IAA y por una actitud positiva, casi generalizada, de la población hacia dichas
prácticas profesionales. Y ello, con independencia del conocimiento riguroso y preciso
que la población pueda tener acerca de dicha intervención. Esto determina cierto
desequilibrio entre la práctica, el desarrollo de la actividad profesional, y su
correspondiente justificación y fundamentación científica.
Frente a este auge y expansión de las IAA, conviene ser críticos y reflexivos,
llamando la atención acerca de la necesidad de que la práctica en este ámbito siempre
vaya acompañada de una sólida fundamentación científica. Críticos para entender que las
IAA constituyen una estrategia de intervención complementaria que solo se justifica si
supone un valor añadido a la inter vención convencional. Críticos para exigir, y
autoexigirnos, que toda intervención esté sostenida y avalada por investigación rigurosa.
Reflexivos, críticos y respetuosos para con la dignidad de las personas objeto de dichas
intervenciones y con los animales que se involucran en ellas. En definitiva, lo que debe
caracterizar el quehacer académico y/o profesional de las IAA ha de ser su coherencia,
rigor y fundamentación científica propia de toda práctica profesional encaminada a
mejorar el bienestar del ser humano y animal.
En este contexto, el presente libro pretende poner orden, por un lado, acotando de
manera precisa y completa las definiciones y terminologías empleadas usualmente en el
sector; y por otro, analizando las implicaciones que el conocimiento derivado de la
interacción-humano animal tiene sobre las IAA. Se trata de un texto interdisciplinar y
completo al abordar los diferentes aspectos que están presentes en dichas intervenciones:
la interacción humano-animal y sus efectos (como base de la eficacia de las IAA), la
antrozoología, las actitudes de las personas ante los animales (tanto a nivel de la
comunidad como a nivel personal), la filosofía, el bienestar animal, etc. Todo ello
dirigido a comprender mejor los procesos de esta interacción humano-animal con el
propósito de mejorar los programas de IAA.
Sin duda, el presente texto contribuye a contextualizar el desarrollo histórico de las
IAA. Aunque los ejemplos que podríamos considerar intervenciones asistidas por
animales documentados por la historia son escasos, no es menos cierto que existe cierta
dificultad en acceder a las fuentes documentales originales de estos hitos. En este libro
se pueden obtener de manera ordenada todas esas referencias que habitualmente
encontramos desperdigadas y salpicadas en diferentes recursos y que, en escasas
ocasiones, mencionan fuentes documentales fidedignas. Del mismo modo, este libro
ayuda a delimitar y ordenar la terminología y conceptos básicos de las IAA. En este
sentido podemos decir que, si bien existe cierto consenso a nivel internacional sobre el
uso de definiciones en el ámbito, al igual que pasa con el desarrollo histórico de las IAA,
rara vez se puede encontrar un análisis de las distintas propuestas terminológicas que se
plantean en la actualidad desde organizaciones que, por lo general, están ligadas a este
campo profesional. En el caso que nos ocupa, nos resulta más que interesante la

11
propuesta propia de clasificación y definición, que encaja con el espíritu y filosofía del
resto del texto de construir un discurso propio a partir del conocimiento técnico y teórico
existente.
Por otra parte, consideramos más que acertado el objetivo de conocer de manera
precisa los procesos de la interacción humano-animal, la evolución y sus beneficios e
implicaciones para con las IAA. De hecho, es de sumo interés, para aquellos que
estamos más cercanos al ámbito académico, conocer cuáles son los mecanismos y
procesos cognitivos y emocionales que subyacen a las interacciones humano-animal. En
este sentido, encontramos en este libro un capítulo excepcional en que se recogen las
variables individuales que las definen, haciendo especial énfasis en el concepto de
antropomorfización y en el apego; sin duda, dos variables inherentes a las interacciones
humano-animal y que el autor recoge de manera óptima en esta obra. En esta línea, el
Dr. López-Cepero hace un repaso más que suficiente de los diferentes beneficios que la
interacción humano-animal tiene específicamente en el ser humano, pero también en el
animal, lo que aporta una novedad sobre otras obras, donde el efecto bidireccional de las
interacciones era pasado por alto con gran frecuencia.
A través de la lectura de esta obra, el lector también tendrá la oportunidad de conocer
y delimitar de manera precisa el trabajo específico de las IAA, identificando los
diferentes actores que intervienen, sus papeles y actitudes hacia ellas. En contraste con lo
anterior, el lector también encontrará una parte mucho más práctica, pero no por ello más
laxa a nivel teórico a la hora de afrontar cómo planificar y cómo diseñar adecuadamente
una intervención mediada por animales. Es sumamente importante conocer (para evitar)
cuáles son los problemas fundamentales que podemos encontrar a la hora de plantear y
desarrollar un programa de IAA, y esto viene determinado, irremediablemente, por las
actitudes de los receptores de estas intervenciones y el manejo que hagamos de ello a
través de buenas praxis a lo largo de todo el proceso, especialmente en la planificación y
en las fases iniciales de los programas. En este sentido, Javier incide en la importancia
de conocer las condiciones de selección y preparación de los animales de intervención:
cánidos y équidos. En nuestra opinión, es más que necesario, en una obra de estas
características, hablar sobre los actores que diferencian esta intervención de otras
convencionales. En este caso, acierta López-Cepero al confiar la redacción de esta parte
del texto a dos profesionales del ámbito canino: Arcadio Tejada, y equino: Sandra
Marín, que han desarrollado parte de su labor profesional en equipos de IAA. Tanto los
perros como los caballos que van a trabajar en contextos terapéuticos, educativos y/o de
intervención social, requieren una selección y un entrenamiento específicos para poder
desarrollar su labor en las mejores condiciones de bienestar para los animales y con unas
garantías de fiabilidad hacia las personas con las que trabajarán en un futuro.
Aunque no debería ser reseñable, sorprende gratamente el enorme número de
referencias bibliográficas que Javier recopila a lo largo de los capítulos del libro. Como
hemos destacado anteriormente, en ocasiones es difícil encontrar textos dedicados, bien

12
a la divulgación, o bien a la docencia en IAA, que se preocupen por buscar fuentes
documentales que apoyen el contenido de dichos textos. Por contra, en esta obra se
aprecia la dedicación y el esfuerzo del autor por cubrir esta carencia tradicional en el
sector y posibilitar una fuente documental que será de gran utilidad tanto para
estudiantes como para profesionales de las IAA. Igualmente destacable es la puesta en
valor que el Dr. López-Cepero realiza sobre la ética y el bienestar animal en el desarrollo
de programas de IAA. Cualquier proceso que implique la inclusión y mediación de un
animal para la consecución de unos beneficios para el ser humano debería ser objeto de
análisis ético por parte de las personas que van a impulsar este tipo de intervenciones.
Así, el autor realiza un repaso sobre las implicaciones que en este sentido deben tenerse
en cuenta, haciendo un compendio de buenas prácticas que serían deseables en cualquier
intervención en la que mediase un animal. Aplaudimos que esta cuestión aparezca al
principio del tercer bloque, pues realza la importancia que estos aspectos éticos y del
bienestar deben tener en las IAA. Finalmente, nos gustaría resaltar precisamente la
organización que el coordinador y autor principal de la obra realiza en bloques de la
misma. Esta distribución permite afrontar la lectura del texto de una manera limpia,
conectando conceptos e ideas para lograr una obra correctamente articulada. Asimismo,
se agradece la claridad expositiva y la evitación de rodeos y circunvalaciones a la hora
de plantear estos conceptos.
En definitiva, este manual se presume como una referencia dentro del sector de las
IAA tanto para estudiantes, profesionales como para el público en general que tenga
interés en hacer un acercamiento profundo y técnico a este campo profesional en auge.
Cada capítulo está enfocado hacia las implicaciones que el conocimiento, descrito en
cada uno de ellos, tiene para las IAA. Esto es un esfuerzo notable, pero que no es más
que la materialización y la conjunción razonable y equilibrada de todo el trabajo que
Javier ha venido desarrollando en los últimos años y del que hemos tenido la suerte de
ser testigos de excepción en cada edición del Máster; donde, no lo duden, este manual
ocupará un lugar destacado en nuestras recomendaciones. Este libro no debería faltar en
ninguna estantería ni colección personal de quienes tenemos una relación académica y/o
profesional con este ámbito. Solo nos queda agradecer enormemente al Dr. López-
Cepero que nos haya dado cabida en este prólogo y hacernos partícipes de esta magnífica
obra. Disfruten.

DAVID ORDÓÑEZ PÉREZ


RAFAEL MARTOS MONTES

13
Prefacio: a modo de presentación

Todo cuanto puede ser dicho lo es por un observador a otro observador, que puede
ser él mismo (Segal, 1986; p. 194 de la edición española).

1. UNA BREVE JUSTIFICACIÓN BIOGRÁFICA

Escribo estas líneas a escasos días de entregar la versión definitiva del manual a mi
editora, y me enfrento a la parte del proceso que más suele costarme: decidir cómo
presentarlo. Ahora que el tiempo apremia, llega el momento de capitular y afrontar el
reto.
Creo que mi lugar favorito de mi centro de trabajo, la Facultad de Psicología de la
Universidad de Sevilla, es y siempre ha sido la biblioteca. Me sobrecoge ver las librerías
expuestas, y saber que nunca podré leer todos esos miles de libros, por mucho que lo
intentara. Sí he tenido oportunidad, sin embargo, de leer monográficos muy diversos. No
sé estimar si he leído mucho o poco, o si ya he leído lo suficiente (aunque yo apostaría a
que no...), pero puestos a escuchar la voz de mi experiencia —es decir, algo que yo me
digo a mí mismo—, creo que tiene sentido introducir el volumen copiando una estrategia
presente en algunos de mis libros favoritos: aportando algo de contexto biográfico.
No se trata de realizar una exposición gratuita de tu vida privada, sino de dar algunas
pistas de los retos que el texto intenta afrontar. Como cualquier otro libro, este volumen
encaja con un hueco que has visto en la biblioteca.
Mi primer contacto con las intervenciones asistidas por animales se dio de manera
casual. El 11 de enero de 2011 aterrizaba en Sevilla después de realizar una estancia de
investigación en la Virginia Commonwealth University. Disfrutaba entonces de una beca
predoctoral en la Universidad de Sevilla (España), y participaba en varias iniciativas de
formación, entre las cuales se encontraba un novedoso curso de postgrado dedicado a la
terapia asistida por perros. Y este curso contaba con un programa de prácticas que había
que poner en marcha. Diez días después de aterrizar, sin experiencia previa con el
colectivo (aquejado de daño cerebral), el contexto (recurso residencial) ni la modalidad
de intervención (incluyendo perros), iniciaba el trabajo con dos grupos terapéuticos.
Aunque las intervenciones asistidas por animales se han popularizado bastante en los
años que han transcurrido desde entonces, en ese momento existía muy poca literatura
sobre programas pautados. De hecho, la mayor parte de las experiencias disponibles
tenían carácter anecdótico, en el sentido de que se expresaban —o así lo recuerdo—
como lo que cierto profesional o centro hacían. Yo no era capaz de abstraer qué tenían

14
esas experiencias en común, ni tampoco quedaba claro cómo encajar esas prácticas —
donde el animal aparecía como protagonista indiscutible, donde cada adiestrador o guía
ejercía roles muy diferentes...— con mi formación como psicólogo y terapeuta. Ese
vacío de información me provocó una notable preocupación, pero también me dio
energía para buscar soluciones nuevas —al fin y al cabo, no tenía «modelos de terapia
asistida» a los que traicionar—.
Tuve además la suerte de contar con Arcadio Tejada como compañero de viaje,
excelente en la preparación y guía de los perros —Ula, Maya y Jake— y creativo a la
hora de solucionar los problemas que se fueron presentando. Tras las primeras tomas de
contacto, y poniendo en común nuestra experiencia con los grupos, comenzamos a
distanciarnos de algunas prácticas usuales para la época. Establecimos un control en el
acceso a los perros durante la sesión para aumentar su valor, minimizando las
interferencias que su presencia provocaba a veces en la sesión. Diferenciamos roles
complementarios para terapeuta y guía, con límites claros y objetivos específicos —no
en el sentido jerárquico, sino como dos compañeros que realizan funciones diferentes
para lograr el éxito—. Y, sobre todo, dimos protagonismo al tipo de intervención
(psicoterapéutica), por encima de la presencia del perro.
Echando la mirada atrás, estos hitos parecen bastante limitados, pero en su momento
encontraron una resistencia notable entre muchos profesionales que ya trabajaban en este
ámbito. Eso nos animó a generar documentación, a crear una entidad —la asociación
INTAP— junto a María Perea (que obtuvo el título de Doctora con una de las primeras
tesis sobre esta temática en España) y a implementar cursos de formación en la
Universidad pública. Todas estas acciones nos permitieron crear un contexto en el cual
cooperar entre nosotros y con otros muchos actores, perfilando un abordaje integral de
las intervenciones asistidas.
En estos años, el panorama ha cambiado sustancialmente. Muchas organizaciones
dedicadas a las IAA han aparecido y crecido, facilitando la popularización de estas
intervenciones entre el público general. También la formación ha registrado una rápida
expansión, existiendo múltiples opciones ofrecidas desde la Universidad pública, y la
investigación ha comenzado a florecer. España es ya un país en el que las intervenciones
asistidas tienen arraigo.
En este tiempo han aparecido algunas «escuelas ocultas» o ágoras en las que el
intercambio de información fluye. De entre las muchas personas que han acelerado el
crecimiento de las IAA creo de justicia reconocer la labor de Rafael Martos y David
Ordóñez, promotores del primer máster de carácter oficial en la temática. Muchas
personas se han arrogado el papel de padres o madres de las IAA en España, como si
llegar el primero fuera un mérito. Plantar un árbol no me parece un reto especialmente
complejo, cualquiera —incluso el viento— puede hacerlo. Lo difícil es vigilarlo,
cuidarlo, nutrirlo. Y ahí poca gente puede igualar sus méritos. Ellos han servido como
pegamento para cohesionar a profesionales y visiones muy diferentes, han sido

15
generosos y honestos, y eso es —tristemente— algo infrecuente. Es una suerte contar
con ellos como prologuistas del libro, además de como amigos y compañeros.
Las intervenciones asistidas han pasado de ser una novedad a ganar un hueco en el
ideario de la población general y de los profesionales de diversas disciplinas. Algunos
retos iniciales han dejado de tener vigencia, y otros han aparecido o han ganado
protagonismo. Uno de estos retos consiste en la falta de literatura dirigida
específicamente a la formación de profesionales que desean diseñar e implementar
programas que incluyen animales. Y es ahí donde el presente volumen espera poder
rellenar, al menos en parte, una laguna.

2. ESTRUCTURA DE ESTE LIBRO

Este volumen está dedicado al diseño de intervenciones asistidas por animales, por lo
que es muy probable que muchos lectores tengan especial interés en acudir a los
capítulos dedicados a esta temática. La literatura actual no ofrece demasiada información
sobre cómo diseñar intervenciones asistidas. Además, la mayor parte de los textos que
tratan el tema lo hacen a través de ejemplos de programas concretos, pero sin aportar
información sobre cómo fueron desarrollados —es decir, por qué y para qué se tomaron
las decisiones que fueron tomadas—. Los capítulos 6, 7 y 8 tratan de paliar este
problema, ofreciendo esquemas y marcos conceptuales que puedan ser de utilidad para
diversas disciplinas profesionales. Cada uno de estos capítulos ha sido redactado de
manera independiente, por lo que es posible acudir directamente a ellos sin haber leído
los anteriores.
Sin embargo, y a pesar de su actual popularidad, el profesional debe plantearse por
qué es —o en qué condiciones sería— conveniente introducir animales en contextos de
intervención. Dicho de otra manera, si la inclusión de animales obedece a cuestiones
técnicas, estas deben ser explicitadas y valoradas más allá de la simple intuición. El
capítulo 5 revisa la literatura disponible y realiza una aportación original en el ámbito:
contemplar la inclusión del animal como un componente más dentro del programa de
tratamiento.
En otras palabras, este volumen opta por considerar que las intervenciones asistidas
no existen como entidad separada, sino que son desarrollos tecnológicos de las
disciplinas sobre las que se anidan. Deja de preguntar si las IAA son o no útiles, y centra
su atención en averiguar en qué puntos de un programa puede ser conveniente incluir
animales. Y para eso, conocer más sobre la interacción humano-animal (capítulos 2 y 3)
y sus beneficios (capítulo 4) es necesario.
De este modo, el manual ofrece una visión novedosa y totalmente integrada de las
intervenciones asistidas dentro de disciplinas profesionales bien instauradas, facilitando
con ello herramientas conceptuales que pueden ayudar a reducir las lagunas existentes en
la literatura actual. El volumen se completa con una revisión histórica y terminológica

16
del área (capítulo 1) como modo de señalar los malos entendidos que debilitan la validez
del objeto de estudio, y con un bloque dedicado a las buenas prácticas, referidas tanto al
trato ético de los animales no humanos (capítulo 9) como a realizar una primera
aproximación a la selección y preparación de perros y caballos (capítulos 10 y 11),
ofreciendo información clave para que el lector pueda comunicarse con los profesionales
dedicados al adiestramiento y guía de estos animales.

3. OTRAS CONSIDERACIONES

Este manual ha sido redactado y revisado con la vocación de ser sensible a la


diversidad de realidades existentes. Sin embargo, es esta una tarea tan compleja que
conviene dedicar un pequeño espacio para aclarar algunas limitaciones y decisiones
tomadas. Por ejemplo, aunque se ha intentado usar sustantivos colectivos que incluyan
indistintamente a varones y mujeres (por ejemplo, las personas), en muchos pasajes el
texto hace uso del género gramatical no marcado o neutro (estos, esos, aquellos) para
evitar caer en reiteraciones o desdoblamientos. Esto obedece a una simple cuestión de
economía del lenguaje.
Idéntico argumento sirve para explicar el uso de diversos términos referidos a los
animales. Siendo el ser humano un animal, el texto usa con frecuencia la expresión
animal no humano para diferenciar a nuestra especie del resto del reino animal. Sin
embargo, en algunas ocasiones la longitud de un párrafo —o la reiteración— ha llevado
a tomar la decisión de optar por el sustantivo animal, aun sabiendo que no es el uso más
exacto.
También cabe reseñar la escasez de términos disponibles para hacer referencia a los
animales de compañía —¡especialmente cuando pretendes destacar que nos hacen sentir
acompañados!—. Por eso, el texto usa como sinónimo el término mascota, e intercambia
los términos dueño y dueña por guardián y guardiana del animal. Estos términos están
en transformación, y en algunos círculos se prefiere usar a unos frente a otros por sus
nuevas connotaciones —aunque estas no son aún compartidas por el grueso de la
población—. Por ello, es importante anunciar que su uso indistinto no obedece a una
falta de sensibilidad, sino a la búsqueda de un uso pragmático de los términos. Tan
importante me parece, que este tema se aborda tanto en los primeros capítulos como en
el glosario.
Por último, cabe hacer un breve inciso para destacar la vocación de caducidad de este
manual. Como cualquier otra pieza de literatura técnica, es de esperar que el tiempo haga
que algunos puntos de la argumentación pierdan vigencia conforme el área siga
desarrollándose. He intentado abarcar e integrar toda la información que me ha sido
posible, y he realizado críticas —esperando que fueran constructivas— a propuestas
anteriores a las que aquí presento. Ahora la información presentada queda a disposición
de los lectores para que aprovechen lo que consideren adecuado y para que revisen —y

17
superen— lo que pueda ser mejorado.
Con ello, espero aportar una pequeña pieza al enorme entramado de esta área de
conocimiento. Y, si todo sale bien, animar a alguien más a buscar huecos y llenarlos con
nuevas experiencias.

En Sevilla, en diciembre de 2018


DR. JAVIER LÓPEZ-CEPERO BORREGO

18
BLOQUE I
Interacción humano-animal

19
1
Historia, definiciones y clasificación de las IAA

En la última década, las intervenciones asistidas por animales (IAA) han aumentado
su visibilidad en España hasta hacerse habituales en los medios de comunicación
generalista. Esta popularización no ha estado exenta de dificultades y distorsiones,
reflejadas en titulares del tipo «médicos que ladran» o «terapia de cariño», más centrados
en lo anecdótico que en la utilidad comprobada o en el encaje que estas intervenciones
pueden tener dentro del resto de servicios disponibles en contextos sanitarios,
educativos, comunitarios, etc.
Por lo general, un apartado denominado «historia, definiciones y clasificación» no
suele despertar un enorme interés en el lector medio, pero es probablemente el punto
clave para evitar confusiones que nos lleven a desdibujar todo el trabajo posterior. Si el
lector cuenta con experiencia en el ámbito (ya sea como profesional o como receptor), es
muy probable que haya escuchado opiniones muy diversas en torno a lo que son (o
deberían ser) las IAA. Es una duda presente en el medio y que debe ser resuelta antes de
proseguir con aspectos más avanzados.
Las IAA se identifican, en general, por la presencia de un animal en una intervención.
Pero ¿es suficiente que exista un animal para determinar que estamos ante una IAA?
¿Debe el animal ocupar una posición o rol concreto, o con su presencia es suficiente? Es
este un libro dirigido a profesionales que quieren aprender a mejorar sus intervenciones
introduciendo animales, por lo que es necesario trazar la línea entre qué son (y qué no
son) intervenciones asistidas, qué elementos o dimensiones pueden ser utilizados para
describir y diferenciar entre distintas propuestas, y cómo garantizamos que el trabajo se
realiza de modo congruente con las disciplinas en que se anidan, evitando el intrusismo
profesional (y, con ello, lesionar a los receptores de la intervención).
Ante estos retos, contar con una adecuada conceptualización es obligado. Por ello, los
siguientes epígrafes aportarán información para situar las IAA y servir de base a las
discusiones posteriores.

1. ASPECTOS PREVIOS

Más adelante en el texto se dedicará un capítulo a explorar las actitudes y

20
expectativas hacia las intervenciones asistidas por animales. Sin embargo, en este
epígrafe se hará referencia a algunos resultados de investigación concretos que servirán
para encuadrar la utilidad del capítulo.
A lo largo de las últimas dos décadas, diversos estudios se han concentrado en
evaluar las expectativas mantenidas por diversos grupos profesionales hacia las IAA.
Aunque el método (selección de participantes, país de procedencia, instrumentos de
medida utilizados, etc.) ha sido dispar entre investigaciones, todos los textos consultados
coinciden en señalar una misma conclusión: la mayor parte de profesionales son
partidarios de desarrollar IAA en su puesto de trabajo. Esto ha sido descrito para
terapeutas ocupacionales estadounidenses (Velde, Cipriani y Fisher, 2005), psicólogos y
profesionales de un ala pediátrica australianos (Black et al., 2011; Moody et al., 2002),
trabajadores sociales y psicólogos estadounidenses (Risley-Curtiss, 2010; Thew, Marco,
Erdman y Caro, 2015), profesionales de un ala de psiquiatría daneses (Berget et al.,
2008, 2011, 2013) y también en estudiantes universitarios de ciencias sociales y de la
salud en España y Rumanía (López-Cepero et al., 2016; Perea-Mediavilla et al., 2014).
Hasta aquí, los resultados parecen apoyar la implantación de las IAA como opción de
intervención en un amplio elenco de áreas profesionales. Sin embargo, los estudios que
han preguntado por el nivel de conocimiento señalan que este suele ser bajo o inexistente
(Berget et al., 2008; Black et al., 2011). Esto es así en un 71,5% de estudiantes
universitarios españoles, 84,7% de universitarios rumanos, y un 70% de profesionales de
centros gerontológicos españoles (López-Cepero et al., 2016; Perea-Mediavilla et al.,
2014).
Dicho de otro modo, parece que los profesionales consideran buena idea introducir
animales, pero no tienen una idea (ni tan siquiera aproximada) de lo que se les ofrece.
En este contexto, disponer de una base conceptual clara y compartida entre
profesionales es una herramienta necesaria, y debe servir como andamio para ordenar el
crecimiento y difusión de las IAA entre profesionales de diversas disciplinas.

2. BREVE REPASO HISTÓRICO DE LAS IAA

Por lo general, existe una tendencia a considerar que las intervenciones asistidas por
animales son una forma novedosa de afrontar la terapia o la educación. Si el lector hace
una búsqueda en Internet, corroborará que la mayor parte de entidades presentan estas
intervenciones como si fueran de su invención, quizá pensando más en el argumento de
venta que en el sentido que esto tiene para realizar un trabajo técnico. ¿Tomaríamos
acaso una pastilla totalmente nueva, que no se parece a nada conocido, y cuyos efectos
no han sido estudiados? Esto no tiene demasiado sentido profesional, pero parece ser un
reclamo para muchos clientes de las ciencias de la conducta o la educación.
Esta forma de presentar las intervenciones raya en la mala praxis profesional y nos
coloca fuera de la lógica de demostrar la utilidad de las intervenciones de manera

21
empírica (lo que sería sustentar la técnica en el conocimiento científico), por lo que no
parecen conductas deseables ni van a ayudar a instaurar las IAA como modalidad de
trabajo. Pero, volviendo a la perspectiva histórica, ¿de verdad son tan nuevas estas
intervenciones?
Existen diversos textos que han abordado esta temática. Para realizar un recorrido
sistemático por distintas etapas de desarrollo de la relación entre salud humana y
animales, probablemente el texto de James A. Serpell (2010) sea la opción más accesible
y que mayor impacto ha tenido en el ámbito, por lo que lo usaremos como base para
realizar el recorrido histórico. Aquí destacaremos algunos aspectos básicos, aunque
recomendamos la lectura del original para profundizar y encontrar nuevas fuentes
bibliográficas.

2.1. Animales y salud humana en la prehistoria

Serpell (2010) destaca que la relación entre la salud de los humanos y otros animales
se remonta varios milenios atrás, hasta la Prehistoria. En un plano espiritual, existen
evidencias de que el animismo (caracterizado por considerar la existencia de espíritus en
distintos elementos naturales, como los animales, los accidentes geográficos o los
fenómenos atmosféricos) ha acompañado al ser humano desde su etapa como cazador y
recolector (Kottak, 2006). Estas creencias perviven en nuestras sociedades (catalizadas a
través de espíritus y ángeles de la guarda, por citar algunos ejemplos), y se argumentan
sobre un vínculo espiritual que haría de espíritus animales puerta de entrada para la salud
o la enfermedad. La importancia de estos vínculos quedaría reflejada en el papel que los
animales tienen en las mitologías de diversos pueblos, o en la representación artística de
los mismos (Mithen, 1999). En muchas culturas, el contacto entre espíritus animales y
los miembros de la tribu no se realiza de manera directa, sino que cuenta con chamanes
como mediadores (Kottak, 2006; Harris, 1997).
Lógicamente, estas creencias poco tienen que ver con las intervenciones asistidas,
pero destacan dos cuestiones importantes: existe una tendencia a asumir que los animales
pueden jugar un papel importante en nuestra salud por vías indirectas; y es un fenómeno
pancultural (diversas culturas han llegado a creencias similares por vías independientes;
Praet, 2013). En consecuencia, es probable que estos fenómenos tengan asiento tanto en
aspectos orgánicos como culturales.

2.2. Estadíos precientíficos

Diversas culturas clásicas han dejado constancia de la importancia que los animales
no humanos tienen para el bienestar humano, sirviendo como guías espirituales hacia el
más allá en el Egipto de los faraones (Serpell, 2010), o teniendo un papel activo como

22
sanadores en la antigua Grecia, tanto en el tempo del dios Asklepios (Esculapio), donde
los perros ejercían como vehículo de transmisión del poder divino lamiendo las heridas
(Lowry, 2010), o recomendando la equitación como paliativo entre los enfermos
incurables (Renie, 1997).
Sin embargo, en un plano temporal más reciente, el fenómeno de la urbanización —
consistente en el paso de la mayor parte de la población a vivir en ciudades— supuso un
cambio radical en la manera en que nos relacionamos con los animales: por ejemplo, no
fue hasta la Edad Media cuando tener una mascota en casa (es decir, animales sin
función más allá de dar compañía) se convirtió en algo común. Este cambio de roles, que
será explorado en el siguiente capítulo (antrozoología), facilitó que la relación de
cuidado de niños (especialmente varones) a animales se percibiera como un campo de
trabajo para el desarrollo ético y de las responsabilidades.
De este modo, y hasta el Renacimiento (principios del siglo XVIII), los animales
ganaron un nuevo lugar en las ciudades y en los hogares, asociándose —tentativamente
— a áreas de mejora concretas. Sin embargo, siguiendo la revisión propuesta por Serpell
(2010), no existen evidencias de una búsqueda sistemática de cambio. Por tanto,
estaríamos aún en una etapa incipiente, en la que se reúnen los elementos necesarios,
pero en la que aún no se ha cristalizado en un nuevo paradigma.

2.3. Animales en los centros de salud

Un salto cualitativo importante se registró en centros hospitalarios británicos a partir


del siglo XVIII. Serpell cita el Asilo de York (York Retreat en el original), a las afueras de
Londres, como ejemplo de centro en que se introdujeron animales con la intención de
que los pacientes pudieran establecer interacciones. Esta novedad se encuadraba dentro
de un abanico de innovaciones para la época, ya que el centro permitía a los pacientes
deambular libremente por el recinto y conservar su ropa y libros, lejos del prototipo de
manicomio o frenopático primitivo, que solía estar más próximo a una prisión que a un
hospital moderno.
A principios del siglo XIX, estas novedades se asientan y pasan a otros centros
hospitalarios. El Hospital de Belén (Bethlem Hospital), también en Inglaterra, es otro
ejemplo clásico. En este caso, destaca Serpell (2010), los beneficios de la interacción con
animales no se limitaban a los pacientes, sino que se esperaba que fueran extensivos a
los profesionales que trabajaban en el centro. Como curiosidad, cabe mencionar que este
hospital cuenta con un museo cuyos archivos fotográficos son accesibles online
(https://museumofthemind.org.uk), siendo posible ver gatos, caballos y otros animales
dentro del recinto —de alguno de ellos se conoce hasta el nombre, como la gata Jane—.
Unas décadas más tarde, el Centro Bethel (Bielefeld, Alemania) inició la inclusión de
animales de compañía en similares condiciones (Chandler, 2017).

23
También en el mismo siglo XIX, como figura relevante, es posible destacar a Florence
Nightingale, pionera de la enfermería moderna, que abogó por la mejora de las
condiciones de los hospitales, y que dejó varias referencias expresas a las bondades de
los animales como elemento facilitador en las estancias (una mascota pequeña es a
menudo una excelente compañía para el enfermo, especialmente para los casos
crónicos; citado en Ormerod, Edney, Foster y Whyham, 2005).
Lógicamente, estos antecedentes son de interés para documentar que la incorporación
de animales a contextos sanitarios se remonta más de dos siglos atrás. Pero, aunque es
sencillo imaginar el efecto positivo de tener animales frente a las opciones
acostumbradas en esa época, poco se conoce del grado de impacto que estas medidas
tuvieron sobre la recuperación de las personas que pasaron por estos centros. Dicho de
otro modo, estos antecedentes tienen un valor anecdótico, sin que dispongamos de datos
que avalen ninguna mejora asociada.

2.4. Etapa contemporánea

Llegados al siglo XX, Serpell (2010) describe un período de latencia de unos 50 años,
en los que los animales pierden protagonismo documentado. Durante la primera mitad de
este siglo, Freud fue la principal figura de renombre que realiza anotaciones sistemáticas
sobre el efecto facilitador que uno de sus perros (Jofi) tiene sobre las personas que
acuden a consulta, si bien no profundiza en estos cambios (Chandler, 2017; Serpell,
2010).
A nivel institucional, las fuerzas armadas estadounidenses incorporan animales al
tratamiento psiquiátrico de los veteranos de guerra en el hospital Saint Elizabeth de
Washington D. C. en 1919 y en el Pawling Army Air Force Convalescent Center en la
década de 1940 (Chandler, 2017; Chumley, 2012).
Pero el inicio de la etapa contemporánea de las IAA arranca, sin lugar a duda, a partir
de la obra de Boris Levinson. Psicólogo de profesión, observó de manera incidental el
efecto que la presencia de su perro (Jingles) tenía en la ansiedad y motivación para
participar en la sesión entre menores. A diferencia de Freud, Levinson decidió traspasar
la barrera de lo anecdótico y convirtió este efecto en un objetivo de estudio sistemático,
colocando lo que hoy conocemos como intervenciones asistidas por animales bajo el
prisma de la investigación:

En ningún modo ha sido la intención de este escritor señalar a los animales de


compañía como una panacea para todas las enfermedades de esta sociedad o para el
dolor asociado a crecer y hacerse mayor. Sin embargo, las mascotas son tanto una
ayuda como un signo de rehumanización de la sociedad. Son un apoyo que ayuda a
cubrir necesidades que no son contempladas por otras fórmulas, quizá mejores,
porque la sociedad no pone los medios para darles respuesta. Mientras tanto, los

24
animales pueden ofrecer algún alivio, mucho bienestar, y recordarnos nuestros
orígenes (Levinson, 1969; p. 3; traducción propia).

Cabe destacar que sus propuestas fueron recibidas con una mezcla de opiniones,
enfrentándose al escepticismo de detractores e incluso a cierto grado de mofa:

El doctor Boris Levinson me contó las burlas que recibió de sus colegas
profesionales cuando presentó sus ideas en encuentros de Psicología, incluyendo
preguntas sobre si él compartía o no su tarifa con el perro (Hines, 2003; p. 10;
traducción propia).

No obstante, el interés por los beneficios aportados por los animales dentro de los
contextos de intervención ya no decayó, reuniendo un creciente interés en ámbitos
aplicados y de investigación. A ello contribuyó la publicación de monográficos y
artículos por parte del mismo Levinson (1965, 1969) y del grupo dirigido por Elizabeth y
Samuel Corson en la década de los setenta, quienes introdujeron las intervenciones
asistidas por perros en el hospital de la Universidad de Ohio (Goddard y Gilmer, 2015;
Urichuck y Anderson, 2003). De esto hace más de cuatro décadas.
También para el campo de las relaciones humano-animal (human-animal bond)
encontramos antecedentes que se remontan más de cuarenta años atrás, y que se
consolidan en torno a grupos de trabajo reconocibles, instituciones especializadas y
publicaciones sobre el objeto de estudio, entre otros (Hines, 2003). Es decir, el interés
científico por los efectos de estas interacciones entre especies, fuera de intervenciones
regladas, dista mucho de ser novedoso.
Estos antecedentes, sobre los que se puede profundizar acudiendo a las referencias
citadas, demuestran de manera muy clara que el interés por los beneficios de las
interacciones con animales sobre la salud humana, bien de manera espontánea o bien a
través de programas de intervención pautados, son antiguos. Y todo ello considerando
que, probablemente, las fuentes documentales revisadas por Serpell (2010) han
privilegiado los textos escritos en inglés y publicados en países de habla inglesa, siendo
esperable que la investigación termine encontrando nuevos ejemplos provenientes de
otros puntos del globo.
Por tanto, si alguien plantea que las IAA son una novedad, es probable que ocurra una
de estas dos cosas: o bien no tiene demasiado conocimiento del área, o bien antepone la
venta de servicios a la seriedad y transparencia. Y ninguna de las dos cosas es asumible
desde un punto de vista profesional.

3. TÉRMINOS RELEVANTES PARA COMPRENDER LAS IAA

En la actualidad existe una amalgama de términos con presencia en la literatura


dedicada a las intervenciones asistidas. Sin embargo, mientras que la mayor parte de

25
opciones han tenido una aceptación minoritaria, unos pocos han conseguido instaurarse
como opciones por defecto. Por otra parte, los términos de uso frecuente no siempre
obedecen al consenso, sino que parte de ellos han quedado instaurados por inercia, sin
que medie un debate sobre su utilidad para el desarrollo del ámbito.
Los próximos epígrafes recopilan y analizan las implicaciones de estos términos.

3.1. Términos para hacer referencia a las intervenciones que incluyen


animales

3.1.1. Términos de uso infrecuente

Hasta el momento, la literatura ha usado términos muy diferentes para hacer mención
a estas intervenciones. Durante los primeros años de desarrollo de un objeto de estudio
es frecuente que diversas propuestas convivan hasta que se alcance un acuerdo que
permita unificar la terminología (o, al menos, limitar el número de opciones).
Ya en 2003, LaJoie (citado en Kruger y Serpell, 2010) realiza una revisión de la
literatura y localiza hasta 12 términos con presencia continuada. Algunos de ellos
resultan bastante llamativos, como four-footed therapy —terapia cuadrúpeda— o pet-
oriented therapy —que podría ser traducida como terapia orientada «hacia» la mascota o
«por» la mascota—, ninguna de las cuales parece fácil de encajar en el ámbito técnico.
Otras son combinaciones de referencias a animales, a su rol facilitador y al contexto de
intervención (por ejemplo, pet-facilitated therapy, animal-facilitated counselling, etc.).
Pero el número total de términos usados en alguna ocasión es muy difícil de conocer.
En una revisión sistemática, López-Cepero, Rodríguez-Franco, Perea-Mediavilla, Blanco
et al. (2014) encontraron textos que utilizaron hasta 15 combinaciones diferentes de
referencias animales más assisted o facilitated (véase tabla 1.1).

TABLA 1.1 Referencias devueltas por PsycINFO a la búsqueda en el campo de


palabras clave (id/if)

López-Cepero et al. (2014) Actualización (diciembre 2017)


Términos
+ Assisted (id) + Facilitat* (id) + Assisted (if) + Facilitat* (if)

Animal 232 38 610 1.039


Equin* 23 14 121 41
Pet 14 22 52 25
Dog 14 13 87 16
14 0 18 2
Dolphin 3 0 6 0
Farm 3 3 43 12
Horse 1 17 3 40
Cat 0 2 0 2
Bird

26
Nota: Las cifras de la búsqueda original aparecieron publicadas en la International
Journal of Psychology and Psychological Therapy.

Estas cifras ofrecen un ejemplo no exhaustivo del amplio abanico terminológico


utilizado desde los inicios del área de trabajo, a la vez que muestran el diferente nivel de
arraigo que cada com-binación ha logrado. También resultan útiles para anticipar un
riesgo clave en el crecimiento del área, ya que la excesiva flexibilidad en el uso de
términos puede hacer difícil localizar la litera- tura deseada —como es el caso de las
expresiones que incluyen la expresión animal facilitated—, que en la búsqueda
actualizada recopiló principalmente referencias publicadas en revistas de neurología y
fisiología. Por ello, es necesario explorar los términos de uso más frecuente en el
momento actual.

3.1.2. Términos de amplio uso: terapia, hipoterapia e intervenciones asistidas


por animales

En la actualidad, la mayor parte de los profesionales tienden a usar «terapia asistida


por animales» (TAA) para hacer referencia a cualquier intervención asistida. En la citada
revisión, López-Cepero et al. (2014) indicaron que en torno a un 90% de los trabajos
indexados en PsycInfo usaba esta etiqueta como descriptor en el campo palabra clave.
Esta base de datos ha incluido «Animal-Assisted Therapy» como categoría dentro de su
diccionario de términos (Tesauro) a partir del verano de 2014, por lo que es de esperar
que el protagonismo siga en aumento. Si el lector no está familiarizado con esta
herramienta, cabe destacar que PsycInfo es una base de datos mantenida por la American
Psychological Association, principal organización sobre Ciencias de la Conducta a nivel
mundial. Esto la convierte, de facto, en el principal portal de búsqueda para
investigadores del ámbito, por lo que su influencia es muy amplia.
Sin embargo, en esa misma revisión, López-Cepero et al. (2014) también indicaron
que en torno a un 20% de estudios recogidos la hicieron coincidir con otras etiquetas
(como actividades, educación, intervenciones...), usándolas como sinónimos. Es decir,
en el momento en que se desarrolló la revisión, existía una clara tendencia a usar el
término TAA incluso cuando el trabajo no se centraba en ninguna forma de terapia —sin
entrar en mayores discusiones, es sencillo coincidir en que la educación y la terapia son
cuestiones diferentes—.
Por tanto, el uso del término «terapia» dentro del ámbito parece haberse desdibujado,
dando cabida tanto a las intervenciones de corte sanitario que buscan modificar variables
para mejorar las condiciones de vida del cliente (o cualquier otra definición de terapia
que quiera proponerse dentro de las distintas disciplinas que la ejercen) como a
intervenciones educativas o incluso lúdicas. Las razones que nos llevan a esta situación
serán abordadas más abajo en el texto, en el epígrafe dedicado a las definiciones y

27
clasificación. Pero, de momento, es sencillo intuir que este uso inconsistente puede
dificultar la comunicación entre profesionales.
Un segundo término relevante es el de hipoterapia, que corresponde a las
intervenciones fisioterapéuticas realizadas con caballos. Aunque bajo este término
pueden identificarse un elevado número de intervenciones, es probablemente el término
que más información descriptiva permite anticipar, haciendo referencia a una disciplina
profesional concreta y a un animal concreto. No existe ningún otro término de uso
frecuente que dé tanta información al respecto.
Por último, el lector habrá comprobado que, desde el inicio del libro, el término
utilizado por defecto ha sido el de «intervenciones asistidas por animales». Este término
sirve como paraguas para cualquier tipo de intervención (ya sea desde la Psicología,
Medicina, Trabajo Social, Terapia Ocupacional, Ciencias de la Educación...), por lo que
tiene una función genérica y comprensiva. Cualquier tipo de intervención profesional
que incluya un animal como parte integrante de su programación puede clasificarse
como IAA.
Por ello, a lo largo del manual usaremos esta etiqueta para hacer referencia a todos los
aspectos comunes compartidos por diversas formas de intervención —véase
clasificación más abajo—, añadiendo otros descriptores en los casos en que se prefiera
una diferenciación más fina del objeto de estudio.

3.2. La interacción humano-animal

Por lo general, las personas que se interesan por las intervenciones asistidas por
animales se imaginan llevando a cabo algún programa (terapéutico, educativo, lúdico).
Sin embargo, las IAA pueden ser entendidas como el escalón más alto de una estructura
con tres niveles.
La etiqueta IHA (interacción humano-animal) hace referencia a todas las formas en
las que los seres humanos contactan y se relacionan con miembros de otras especies
animales. El campo de investigación de las IHA abarca los beneficios asociados al
contacto para ambas partes, pero también los potenciales riesgos, la consideración ética y
moral de los animales, la consideración de los animales como sujetos con derechos, la
empatía, la atribución de cualidades humanas (antropomorfización), la comunicación
entre especies y un largo etcétera. Estos aspectos serán detallados dentro del capítulo 3,
dedicado a las características y efectos de la interacción humano-animal.
Por tanto, las intervenciones asistidas no se dan en el vacío, sino que se apoyan sobre
los fenómenos espontáneos que se suceden dentro del vínculo que forjamos con otros
animales. Cuestiones como la preferencia por una especie concreta o los temores
asociados a la conducta impredecible de un individuo subyacen y mediatizan cualquier
propuesta de intervención.

28
3.3. La antrozoología

Por último, en los últimos años el término antrozoología ha ganado presencia en la


literatura dedicada a las IAA, si bien es un campo de interés con amplia tradición
científica (por ejemplo, la revista Anthrozoös cuenta con 30 años de historia y Society
and Animals sobrepasa los 25). La antrozoología es el campo de estudio que investiga el
encaje entre humanos y otros animales en las comunidades, y se nutre de conocimientos
provenientes de la Antropología, Etología, Arquitectura, Psicología, etc.
Es importante subrayar que la antrozoología no busca incorporar a los animales a
nuestro conocimiento de las organizaciones humanas (perspectiva antropocéntrica;
Kean, 2012), sino entender cómo las especies se han relacionado y ajustado para permitir
el avance de las sociedades. Lógicamente, la interacción entre humanos y otros animales
se da dentro de un marco mayor (comunidad), por lo que conocer los roles que otras
especies han jugado en nuestra sociedad ofrece muchas pistas acerca de las opciones
compatibles con la cultura de un determinado grupo, así como de los retos que podemos
encarar al proponer una intervención.
Dada la importancia de este objeto de estudio, la antrozoología será explorada con
detenimiento en el capítulo 2.

4. DEFINICIONES Y CLASIFICACIÓN DE LAS IAA

Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como
yo (atribuida a Groucho Marx).

Definir el objeto de estudio es un requisito tan necesario como complejo. Por lo


general, muchos textos técnicos y de investigación eluden definir el fenómeno que
estudian, quizá porque den por supuesto que todos los lectores entenderán con exactitud
qué se propone (lo cual es un error), bien porque quieren protegerse de eventuales
críticas que pueden resultar muy destructivas, ya que un error en la base del trabajo hace
tambalearse todo lo que estaba sustentado en esos cimientos.
Sin embargo, definir qué son las IAA es un paso clave para evitar confusiones. Como
en la cita de Groucho, los límites y normas que rigen los grupos modifican su atractivo
de cara a los potenciales interesados, y eso toca directamente a su reconocimiento desde
profesiones establecidas.
Las intervenciones asistidas son un ámbito en el que el intrusismo profesional está
muy extendido, y eso es nocivo para los profesionales como colectivo, para cada
profesional concreto que asume funciones para las que puede no estar preparado (pero de
las que es legalmente responsable) y para los receptores de las intervenciones, que
depositan su confianza en personas que no están capacitadas para cumplir las
expectativas depositadas. Además, a largo plazo, las confusiones en torno a qué son (y

29
qué no son) las IAA influirán en la atención que recibirán por parte de profesionales e
investigadores de disciplinas sociales y sanitarias.
Por estas razones, el presente epígrafe estará dedicado a reunir y revisar términos de
uso frecuente, definiciones propuestas por diversas entidades hasta la fecha, y las
principales clasificaciones con presencia en el medio, realizando una propuesta unificada
al final del capítulo.

4.1. Animales que benefician a los seres humanos fuera de las IAA

Las relaciones entre seres humanos y otros animales vienen desarrollándose y


mutando desde los inicios de nuestra especie. Las principales características de estas
relaciones, así como los roles desempeñados por los animales en las comunidades, serán
abordadas en el capítulo dedicado a la antrozoología. Pero en este punto del texto es
necesario diferenciar dos grupos de acciones desarrolladas por animales que pueden ser
confundidas con las IAA. Hablamos de los animales de asistencia (o servicio) y los
animales de utilidad (o trabajo).

4.1.1. Animales de asistencia o servicio

Si se le pide a cualquier persona que piense en un animal que ayuda a las personas, es
muy probable que la primera imagen que acuda a su cabeza sea la del perro guía. El
perro guía —también llamado lazarillo o «para personas ciegas»— es el ejemplo
paradigmático de animal de servicio.
Un animal de asistencia o servicio, términos de elección en Reino Unido y Estados
Unidos, respectivamente (Arkow, 2011), se caracteriza por cubrir una función que el ser
humano no puede cubrir por sí mismo en su día a día, aumentando con ello la autonomía
de la persona. Un segundo rasgo identitario es que estos animales trabajan sin
supervisión directa (por ejemplo, el perro guía toma decisiones sobre cuándo cruzar la
calle, sin que un humano le dé información externa).
La mayor parte de los animales de servicio son, en la actualidad, perros. Esto se
explica por su adaptación a la vida en viviendas —incluido su tamaño—, por su imagen
social positiva, por su tolerancia al estrés generado por el contacto humano y por su
capacidad de aprendizaje y adiestramiento, difíciles de igualar por cualquier otra especie.
Estos animales son seleccionados a muy temprana edad y reciben un adiestramiento muy
exhaustivo, que es revisado cada cierto tiempo para asegurar que las pautas aprendidas
siguen vigentes (por el tipo de función que realizan, los errores pueden tener
consecuencias muy nocivas).
Ejemplos de los roles que desempeñan son: guiar a personas con déficits visuales
(perros guía); alertar de sonidos como timbres o alarmas (perros señal); detectar y alertar

30
mediante el olfato de episodios epilépticos o de hipoglucemia; ayudar a personas con
movilidad reducida a realizar tareas de la vida diaria, como abrir puertas y vestirse; y
acompañar y dar soporte a personas susceptibles de sufrir episodios de ansiedad (por
ejemplo, agorafobia con ataques de pánico) o agitación (por ejemplo, trastorno del
espectro autista).
Aunque la presencia de estos animales va en aumento en todo Occidente, no todos los
animales de asistencia gozan del mismo estatus legislativo, por lo que es importante
comprobar las prerrogativas de las que disfrutan en distintas comunidades autónomas (en
el caso de España) o en los países en los que se hace turismo.

4.1.2. Animales de apoyo emocional

Los animales destinados a proveer apoyo emocional constituyen un subgrupo dentro


de los animales de asistencia. La labor del animal de apoyo consiste en reducir el
impacto emocional de situaciones adversas o estresantes para la persona a la que
acompaña. Dado que los efectos perseguidos dependen de la interacción entre humano y
animal, y de que cualquier cambio se produce en el medio interno del ser humano, estos
animales no pueden ser identificados por ninguna característica física o por un
adiestramiento específico.
Aunque la interacción humano-animal puede tener efecto sobre el estrés agudo —en
el capítu- lo 4 serán revisadas las evidencias empíricas disponibles—, el hecho es que los
animales de apoyo emocional han registrado un crecimiento anormalmente rápido. Por
ejemplo, el registro de perros de apoyo en California ha crecido de manera
desproporcionada en relación a otros tipos de animal de asistencia (Yamamoto, Lopez y
Hart, 2015).
Este fenómeno puede ser explicado, al menos parcialmente, por cuestiones ajenas a
sus efectos sobre la salud. Registrar un animal —perro, gato, conejo, cerdo vietnamita,
etc.— franquea el paso a contextos en los que tienen prohibido entrar (Bradshaw, 2017;
Herzog, 2016). Esto no implica que los animales de apoyo no tengan un rol importante
para la salud de los humanos a los que acompañan, pero los datos disponibles —
mayormente provenientes de países anglófonos— deben ser tomados con extrema
cautela.

4.1.3. Animales de utilidad

Los animales de utilidad se caracterizan por realizar trabajos para los que están mejor
dotados que los seres humanos. Por ejemplo, los animales de tiro (caballos, bueyes...)
tienen una fuerza muy superior a la de nuestra especie, que ha sido aprovechada en
labores de transporte y labranza hasta la popularización de los motores de combustión.

31
También es posible señalar las cualidades para la caza de perros (en busca de comida) y
gatos (que mantienen a raya a los roedores), el olfato de los perros de rescate o de
detección de drogas, etc.
La denominación «de utilidad» hace referencia a que son valorados por su capacidad
instrumental (profit; Herzog, 2011a; Taylor y Signal, 2009). En ese sentido, llamarlos
«animales de trabajo» es igualmente válido, aunque este segundo término suele utilizarse
en contextos de competición canina, facilitando la confusión si nuestro interlocutor está
relacionado con el mundo del adiestramiento.

4.1.4. Análisis diferencial entre animal de intervención, de asistencia y de


utilidad

Llegados a este punto, tenemos información para enunciar diferencias entre los
animales de intervención, asistencia y utilidad.
El ejemplo paradigmático para un animal de intervención asistida es un perro que
convive con la persona a la que acompaña a las intervenciones (ya sea terapeuta,
educador, guía canino...), que visita el centro donde se desarrolla la intervención, y que
ejerce como potenciador de la tarea que el humano realiza. En ocasiones, un programa
de IAA puede incorporar a un animal que vive dentro del centro, aunque no es lo más
frecuente (Gammonley et al., 1997). El animal no tiene que realizar ninguna acción
concreta de manera autónoma, puesto que cuenta en todo momento con supervisión de
un profesional, por lo que su nivel de adiestramiento es muy variable.
En contraposición, los perros de asistencia o servicio siempre conviven con la
persona a la que asisten. Necesitan un nivel de adiestramiento muy elevado y tienen que
tomar decisiones autónomas, puesto que asumen funciones que el ser humano al que
acompañan no puede tomar. El animal de apoyo emocional queda encuadrado dentro de
los animales de asistencia, si bien representan una categoría con límites mucho más
difusos.
Un animal de utilidad realizará una función que puede hacer mejor que el humano
gracias a su fuerza, resistencia, velocidad, olfato, vista... El nivel de adiestramiento es
variable, según si tiene que realizar tareas básicas (por ejemplo, tirar de un carro o arado)
o avanzadas (por ejemplo, señalar dónde ha quedado una persona atrapada bajo un
derrumbamiento). La mayor parte de los animales de utilidad no conviven como
animales de compañía, sino que retornan a sus caniles, establos o jaulas una vez
terminado el trabajo.

TABLA 1.2 Principales diferencias entre animales de intervención, asistencia y utilidad

Intervención Asistencia Utilidad

32
Ejemplo Perro terapia Perro guía Perro rescate

Trabajo autónomo No Sí No

Alto nivel de adiestramiento Variable Sí Variable

Convive en comunidad (ciudad...) Sí Sí No

Suplanta trabajo humano No Sí Sí

Convive con bene-ficiario Rara vez Sí No

4.2. Definiciones y clasificaciones de las IAA

Una vez explorados otros conceptos que pueden dar lugar a errores, en este epígrafe
se presentan algunas definiciones clásicas en el ámbito de las IAA, extraídas de obras de
amplio alcance y de entidades reconocibles a nivel internacional. Muchas de estas
definiciones aparecen recopiladas por María Perea-Mediavilla (2015), aunque los
originales han sido revisitados y vueltos a traducir, por lo que pueden presentar algunas
diferencias.

4.2.1. Las definiciones clásicas de la Delta Society

Sin lugar a dudas, las definiciones más extendidas en la literatura técnica y entre los
profesionales que incluyen animales en contextos de intervención son las propuestas
hace más de dos décadas por la Delta Society.
Esta organización estadounidense ha jugado un papel clave en el desarrollo y
popularización de las IAA (Hines, 2003) y aún a día de hoy sigue siendo la principal
referencia en el ámbito, si bien pasó a denominarse PetPartners a partir de 2012. En
1996, Delta Society ofrecía unas definiciones dentro de sus guías para un itinerario
formativo que podrían traducirse como:

Las actividades asistidas por animales (AAA) ofrecen oportunidades para educar,
divertir y motivar, beneficios que pueden mejorar la calidad de vida. Las AAA son
desarrolladas en diferentes contextos, por parte de profesionales, auxiliares y/o
voluntarios específicamente entrenados, en compañía de animales que cumplen unos
criterios específicos.
La TAA es una intervención con objetivos concretos en la que un animal que
cumple unos criterios específicos es parte integral del proceso de tratamiento. La
TAA es llevada a cabo y/o dirigida por un profesional de ámbito social o sanitario
que trabaja dentro del ámbito de su profesión (...) El proceso es documentado y
evaluado (Delta Society, 1996; p. 49).

33
Estas definiciones muestran varias características que han sido objeto de abundante
discusión a lo largo de los años transcurridos desde su aparición. Por citar algunas de
ellas, llama la atención que se optara por localizar la educación dentro de las actividades
asistidas; que en las AAA se cite que pueden ser desarrolladas por voluntarios (sin
supervisión de profesionales); que el concepto de terapia esté abierto a trabajo ajeno al
sector sanitario; y que la necesidad de documentar y evaluar solo aparezca como una
obligación en la terapia (Martos, Ordóñez, De la Fuente, Martos et al., 2015). Esta
contraposición hace que las intervenciones queden separadas, de facto, entre
«organizadas» e «improvisadas», lo que facilitó la expansión de TAA como término más
usado.
Estas definiciones fueron matizadas apenas un año después en un texto editado por la
misma Delta Society (Gammonley, 1997), en el que se introducen matices dirigidos a
encuadrar el trabajo dentro de la lógica de cualquier otra intervención: haciendo mención
expresa a la necesidad de incorporar a un terapeuta legalmente habilitado en el caso de la
TAA; explicitando que las AAA no constituyen actos sanitarios; y haciendo mención
expresa a que las TAA: «no son un estilo de terapia, como la terapia racional-emotiva,
terapia cognitiva, terapia de conducta, etc. En lugar de eso, un terapeuta ejerce desde su
disciplina para facilitar el cambio del cliente» (traducción propia).
Sin embargo, estos matices han sido sistemáticamente ignorados hasta hace bien
poco. Aunque las definiciones disponibles actualmente (finales de 2017) en la web de
PetPartners han incorporado estas cuestiones, lo cierto es que estos cambios han sido
recientes, por lo que la versión original ha tenido casi veinte años para ser absorbida e
incorporada al discurso de profesionales e investigadores.
La generalización de esta definición de terapia asistida por animales ha sido tan
agresiva que incluso algunas instituciones reconocibles han ignorado la necesidad de
diferenciar las intervenciones sanitarias de otras formas de intervención. Por ejemplo, en
Austria, la organización Tiere als Therapie se refiere exclusivamente a la terapia
facilitada por animales, incluyendo en su definición la frase:

La terapia facilitada por animales incluye cualquier procedimiento que pueda


conllevar efectos positivos en la experiencia y la conducta humana, usando animales
de un modo claramente determinado. Esto se aplica tanto a enfermedades físicas
como psicológicas. El equipo formado por el animal y su responsable actúa como una
sola unidad. El tratamiento incluye elementos como la cercanía emocional, la calidez
y la aceptación incondicional del animal. Adicionalmente, son utilizadas diferentes
técnicas procedentes del campo de la comunicación y la interacción, la estimulación
basal y la psicología del aprendizaje (traducción propia a partir de Haubenhofer y
Kirchengast, 2006; p. 368).

Como se ha comentado un poco más arriba, PetPartners ha incorporado recientemente


nuevas definiciones y clasificaciones en su página web (disponibles en

34
www.petpartners.org). Las principales diferencias radican en que la definición de TAA
incluye una lista con profesionales que suelen ejercerla (médicos, psicólogos, terapeutas
ocupacionales, etc.) y que se han incorporado dos definiciones nuevas, una para la
educación asistida por animales (paralela a la TAA, solo que desarrollada en contextos
educativos por profesionales del ámbito) y otra para las IAA. Traducidas, estas podrían
leerse como:

Las intervenciones asistidas por animales son intervenciones dirigidas a objetivos


y estructuradas que incorporan animales en contextos sanitarios, educativos y sociales
con la intención de obtener mejoras terapéuticas y bienestar. TAA, EAA y AAA son
formas de IAA. En todas estas intervenciones, el animal puede ser un animal de
terapia perteneciente a un equipo voluntario que trabaje bajo la dirección de un
profesional, o un animal que pertenezca al propio profesional (extraído de
www.petpartners.org, en julio de 2017).

Estas definiciones solucionan parte de las dificultades apuntadas anteriormente, como


colocar la educación asistida al mismo nivel jerárquico que otras formas de intervención
o introducir el paraguas de las IAA como colectivizador. Pero también siguen
destacando algunas cuestiones problemáticas. Según se expone, las IAA deben tener
objetivos definidos y programación, pero en la definición de AAA aún aparece la
mención a que son intervenciones «de naturaleza más informal», lo que supone no
delimitar con claridad el nivel de profesionalización necesario para desarrollarlas.
También es llamativo que la definición de AAA haga mención expresa a que el
animal debe cumplir ciertos requisitos para participar, pero que esta mención
desaparezca en las definiciones de terapia y educación asistidas por animales.
Y no parece ser una errata, ya que en el párrafo anterior se destaca que el animal
puede ser un «animal de terapia» (certificado) si trabaja con voluntarios o un animal que
conviva con el profesional acreditado. ¿Significa esto que el animal debe tener
habilidades distintas según quién dirija las sesiones? ¿Se supone que trabaja de manera
más autónoma en las AAA que en TAA/EAA? Después de veinte años, las definiciones
propuestas por la principal institución de las IAA siguen sin aportar la claridad deseable.

35
Figura 1.1.—Clasificación propuesta por Delta Society en 1996 (arriba) y actual
(abajo).

4.2.2. La propuesta de la IAHAIO

La IAHAIO (siglas de International Association of Human-Animal Interaction


Organizations) es una entidad que reúne diversas organizaciones del ámbito de las IAA
de varios puntos geográficos. PetPartners está entre sus componentes, y las definiciones
recogidas en su última propuesta consensuada hasta la fecha (diciembre de 2014)
guardan un gran parecido con las propuestas originales que se detallaron en el punto
anterior.

36
Figura 1.2.—Clasificación de las IAA para la IAHAIO (2014).

Una novedad interesante es que definen las IAA como intervenciones orientadas a
objetivos, colocando la terapia y la educación como dos subtipos (con definiciones
parecidas a las propuestas por PetPartners; para evitar la redundancia, no se incluyen las
traducciones, disponibles en Perea-Mediavilla, 2015). Sin embargo, las actividades
asistidas por animales ocupan un epígrafe diferente, no estando contenidas dentro de las
IAA. Destacan algunos aspectos de su definición, cuya traducción sería:

Las AAA son interacciones o visitas informales, generalmente basadas en la labor


voluntaria de un equipo humano-animal, que persigue objetivos motivacionales,
educativos y recreativos. No existen objetivos de tratamiento para estas interacciones
(...) Los ejemplos de AAA incluyen las respuestas en situación de crisis enfocadas a
proveer confort y apoyo a supervivientes de traumas, crisis y desastres, y las visitas
para conocer y saludar a animales de compañía en residencias de personas mayores
(IAHAIO, 2014; pp. 4-5).

Esta definición vuelve a poner el énfasis sobre la falta de programación de las AAA.
Incluso si traducimos «tratamiento» como sinónimo de «terapia» (que es una posibilidad
bastante restrictiva), la definición sigue sin hacer mención a ningún tipo de objetivo
personal o grupal. Luego, la definición ofrece dos ejemplos difíciles de armonizar: hace
referencia a objetivos educativos (lo que entra en conflicto con la definición de
educación asistida como entidad independiente), y usa como ejemplo de AAA una
intervención en crisis, que no parece ser el mejor contexto para introducir a personas sin
formación específica.
Estas definiciones son anteriores a la última propuesta de PetPartners, pero comparten
algunas debilidades relevantes a pesar de haber sido consensuadas con otras entidades.
¿Qué sentido puede tener esto?
Una lectura conjunta de todas las definiciones propuestas permite delimitar una

37
característica común: al hablar de terapia y educación hacen referencia a la participación
de un profesional cualificado, mientras que las actividades asistidas por animales son un
terreno preferente para las personas que realizan una labor voluntaria (y sin cualificación
legal para ejercer funciones especializadas). Al dar protagonismo a quien participa, se
deja en un segundo plano las funciones que deben desempeñar, y ahí surge la confusión.
PetPartners y otras entidades tienen un funcionamiento basado en el personal
voluntario, que es evaluado junto a sus animales de compañía y certificado por la entidad
antes de poder participar en cualquier intervención. Quizá las definiciones ofrecidas
busquen reservar un área de trabajo a las muchas personas dispuestas a donar su tiempo
y esfuerzo para ayudar a los demás, pero, si movemos el foco desde esta vertiente
voluntarista hacia la profesional, las distinciones propuestas por estas entidades resultan
poco claras. Esta discusión no es nueva, sino que se viene desarrollando desde hace años
(Arkow, 2011).
No se busca con este análisis minar la labor de los voluntarios, sino llamar la atención
sobre el valor estratégico de estas decisiones para el desarrollo de las IAA en su vertiente
profesional. Si las definiciones de uso más frecuente facilitan la confusión, las
intervenciones asistidas por animales serán asociadas al intrusismo y la informalidad. ¿Y
cómo va a afectar esto a su reconocimiento desde las disciplinas profesionales que
podrían hacer uso de sus bondades?

4.2.3. Definiciones de hipoterapia

Al explorar los términos de uso frecuente en el campo de las IAA, la hipoterapia


emerge como el paradigma de la especialización, ya que acota la especie animal
(caballos) y la disciplina en la que se anida la intervención (fisioterapia).
En este sentido, la definición de hipoterapia no pertenece al mismo nivel de
abstracción que la definición de IAA. De hecho, sería un subgrupo dentro de las terapias
asistidas. Pero, precisamente por eso, ofrecen un contrapunto mucho más concreto para
valorar la definición de qué son intervenciones asistidas.
La American Hippotherapy Association (AHA) realiza una definición en la que
detalla los grupos profesionales que pueden desarrollarla, los principales objetivos
perseguidos y el mecanismo de mejora. Además, anida la intervención asistida dentro de
las disciplinas a las que complementan (profesionalización), y marca una diferencia clara
con otras actividades que pueden ser confundidas por los potenciales usuarios. Traducida
al español, la propuesta de la AHA sería:

La hipoterapia es realizada por un terapeuta ocupacional, fisioterapeuta o terapeuta


del habla [logopeda] que ha sido especialmente entrenado para aprovechar el
movimiento del caballo en la mejoría de su cliente/paciente.
No es enseñar al cliente a montar a caballo. Los terapeutas usan técnicas

38
tradicionales, como tratamientos para mejorar el desarrollo neural o la integración
sensorial, junto con el movimiento del caballo como parte de su estrategia de
intervención. Los objetivos incluyen: mejoras del equilibrio, coordinación, postura
corporal, motricidad fina, mejoras articulares y aumento de habilidades cognitivas
(American Hippotherapy Association, 2005).

Otra organización de referencia en el ámbito de la hipoterapia es PATH International


(Proffesional Association of Therapeutic Horsemanship International), organización
nacida de la fusión entre la Equine Facilitated Mental Health Association y la North
American Riding for the Handicapped Association (PATH, 2009) y que integra a 877
instituciones alrededor del mundo (PATH, 2015). Su definición de hipoterapia se basa en
la propuesta de la AHA, aunque ofrece una redacción alternativa, que puede traducirse
por:

El término hipoterapia se refiere al uso del movimiento del caballo como una
estrategia de tratamiento para fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales y especialistas
de trastornos del discurso/lenguaje [logopedas, en España] para atender déficits,
limitaciones funcionales y discapacidades en pacientes con disfunción neuromotora y
sensorial. Esta estrategia de tratamiento es usada como parte de un programa de
tratamiento integral para alcanzar metas funcionales (PATH, 2017; recuperado de
pathintl.org).

En conjunto, estas definiciones muestran un abordaje mucho más exacto de qué son
(y qué no son) las IAA a las que se dedican. Sin embargo, esta concreción es posible
bajo unas circunstancias especiales: la hipoterapia concentra su interés en los
movimientos tridimensionales que el caballo realiza al moverse, y busca aprovecharlos
dentro del contexto de ciertos tratamientos físicos. Pero sus definiciones excluyen
elementos tales como los beneficios psicológicos, físicos o sociales del vínculo humano-
animal, que están en la base de la mayor parte de intervenciones asistidas por animales
(incluidas aquellas que incorporan caballos sin tener objetivos fisioterapéuticos). Por
tanto, resulta difícil generalizar estas propuestas para dar cobertura al global de las IAA.

4.2.4. Definición de la Animal-Assisted Intervention International (AAII)

En último lugar, recuperamos las definiciones ofrecidas por la Animal-Assisted


Intervention International, una organización registrada en 2013 en Países Bajos. Sus
definiciones y clasificación de las IAA son similares a la actual propuesta de PetPartners,
pero introducen algunas novedades interesantes.
En primer lugar, la TAA y EAA vuelven a aparecer como áreas de trabajo
especializadas, que demandan la participación de un profesional acreditado, mientras que
las AAA aparecen como tercera vía, abierta a la participación de personas no

39
profesionales. Pero todas ellas deben responder a objetivos, no se concibe la posibilidad
de que una actividad asistida se realice de manera totalmente espontánea.
Otra diferencia radica en que la propuesta de la AAII no es categorial, sino que
contempla que los programas de IAA pueden encontrarse dentro de un gradiente
dimensional en cuanto a su nivel de especificación (diseño y evaluación). Su definición
de IAA se traduce como sigue:

Una intervención orientada a objetivos, diseñada para promover mejoría en el


funcionamiento físico, social, emocional y/o cognitivo de la(s) persona(s)
participante(s), y en la que un equipo guía-animal especialmente entrenado forma
parte integral.
La Intervención Asistida por Animales está dirigida y/o desarrollada por un
profesional experto y dentro de las competencias de su práctica profesional. Existen
objetivos específicos para cada participante y el proceso es documentado y evaluado.
Los ámbitos de la Educación Asistida (EAA) y la Terapia Asistida por Animales
(TAA) comprenden este tipo de IAA.
Una intervención también puede estar menos centrada en objetivos, ser más casual
o espontánea. Este tipo de intervención se diseña para promover una serie de
beneficios que no son terapéuticos ni educativos, sino que se centran en mejorar la
calidad de vida. Las Actividades Asistidas por Animales (AAA) designan este tipo de
Intervención Asistida por Animales.
Una IAA puede llevarse a cabo en diversos contextos, pueden ser de naturaleza
individual o grupal y pueden estar dirigidas a personas de cualquier edad (AAII,
2013).

Por tanto, estas definiciones parecen dar una respuesta ordenada a los retos señalados
hasta el momento. En otras palabras, esta propuesta ofrece una buena solución para dar
una guía coherente a las personas que se incorporan a la práctica de las IAA, solventando
las inconsistencias que han estado presentes en el medio durante dos décadas.
Sin embargo, es posible que resolver estas dificultades haya sido una meta
intermedia. Si deseamos ayudar al progresivo desarrollo de las IAA, quizá sea necesario
seguir matizando estas definiciones para darles una proyección mayor, apuntando a los
mecanismos explicativos que subyacen (beneficios de la interacción humano-animal) y
abriendo la puerta a nuevas incorporaciones (más allá de la terapia, educación y
actividades). Por ello, el siguiente epígrafe realiza una aportación original en cuanto a las
definiciones y clasificación de las IAA.

5. UNA PROPUESTA INTEGRADA

En este punto, el texto ha aportado información acerca del desarrollo histórico de las
IAA, así como de los principales términos, definiciones y clasificaciones abordados en la

40
literatura previa. También han sido revisados otros conceptos clave, como la interacción
humano-animal y la antrozoología, que ayudan a ampliar el marco de referencia en torno
a las IAA como campo de trabajo. Por tanto, se dispone de los elementos necesarios para
realizar una propuesta integradora.
Sin embargo, la definición de las IAA no puede abordarse de manera aséptica, sino
intencional. Esto hace referencia a que las definiciones y clasificación seleccionadas
deben cubrir funciones concretas, y para eso hace falta tomar decisiones sobre las
necesidades del área en la actualidad. La formulación debe ser sencilla de entender por
los distintos agentes implicados (tanto profesionales de la intervención como
especialistas de la preparación y guía animal y potenciales beneficiarios), con un nivel de
abstracción que permita acomodar el abanico de intervenciones realizadas en la
actualidad a la vez que delimite qué intervenciones quedan excluidas:

Las intervenciones asistidas por animales ofrecen una etiqueta genérica para reunir
cualquier intervención programada (diseñada y evaluada) que aproveche las bondades
de la interacción humano-animal como elemento potenciador o facilitador, dentro de
un contexto sociocultural antrozoológico determinado.
Las IAA no conforman una modalidad de intervención propia, sino que se
identifican por incluir animales como apoyo a cualquier labor profesional
preexistente, como el ejercicio de la psicoterapia, fisioterapia, la educación o incluso
la animación sociocultural; por tanto, los profesionales implicados deben cumplir con
los requisitos legales y formativos necesarios para realizar estas tareas. El diseño de la
intervención valorará en todos los casos la pertinencia, eficiencia e implicaciones
éticas de la inclusión del animal.
El adiestramiento y certificación de los animales dependerán de las tareas
encomendadas, pero estos actuarán siempre bajo supervisión de personal cualificado
para garantizar su bienestar y la seguridad de todos los participantes.

Esta definición quedaría complementada con una nueva clasificación, que sitúa bajo
el paraguas de la interacción humano-animal diversas interacciones beneficiosas con
otros animales, ya sea para desarrollar labores en sustitución de un ser humano (animales
de utilidad y de asistencia), ya sea como compañía (mascotas), o dentro de
intervenciones diseñadas y regladas (IAA). Dentro de estas intervenciones asistidas, cabe
diferenciar (siguiendo el apunte de Gammonley, 1997) que el trabajo puede girar sobre
animales visitantes (que acompañan al equipo técnico en las sesiones, pero que
abandonan el centro al terminar), o aprovechar las opciones brindadas por animales
residentes. Y en ambos casos, las intervenciones que pueden desarrollarse son todas
aquellas que los técnicos disponibles sean capaces de llevar a cabo dentro de los límites
de su conocimiento técnico y su capacitación legal.

41
* Adaptaciones.

Figura 1.3.

Probablemente, al lector se le pueden ocurrir otros aspectos interesantes, y también es


probable que esta colección de retos pierda vigencia conforme el desarrollo de las IAA
siga su curso. Pero en el momento actual, a la luz del estado de desarrollo de estas
intervenciones en la literatura científico-técnica, atendiendo a las circunstancias con las
que se está llevando a cabo su profesionalización y de acuerdo a la experiencia atesorada
en los terrenos profesional e investigador, esta propuesta parece estratégicamente
conveniente, ya que:

a) Propone usar un término genérico como base (IAA), con el objetivo de reunir bajo
un mismo paraguas la investigación de intervenciones caracterizadas por la
inclusión de animales. Su redacción no entra en conflicto con otros términos,

42
como hipoterapia, pero aboga por que, salvo que exista una razón de peso para
cambiar la etiqueta (por ejemplo, el animal realiza una función que ningún otro
animal puede hacer, como soportar el peso del beneficiario y desplazarse), se
utilice el colectivizador «animales» para no ramificar innecesariamente el catálogo
de términos.
b) Establece una relación jerárquica entre distintas formas de IAA presentes en la
literatura. En lugar de subordinar la educación dentro de una forma de actividad
lúdica (elemento difícil de incorporar a la lógica profesional), considera que las
disciplinas profesionales son el marco de referencia para entender las
intervenciones desarrolladas, y no la presencia del animal (en consonancia con la
propuesta de la AAII, 2013).
c) Incluye distintos niveles de abstracción, situando IAA como un aprovechamiento
planificado (con diseño y evaluación) de los beneficios de la IHA específicos de
un contexto histórico y cultural concreto (vertiente antrozoológica). Esta
definición es incompatible con la noción de actividad asistida por animales de la
Delta Society (1996; sf) e IAHAIO (2014), ya que entiende que, aunque el nivel
de complejidad del diseño puede ser muy variable, un trabajo totalmente
improvisado y sin dirección concreta cae en el área de lo espontáneo y, por tanto,
no intencional. La visión de que las IAA pueden ser desarrolladas a través de la
voluntad, pero sin preparación, aleja estas intervenciones de la profesionalización,
facilitando la confusión y los riesgos para los receptores.
d ) Diferencia las IAA de otras situaciones que incluyen animales y resultan
beneficiosas para los seres humanos. Que los animales ejerzan como
potenciadores (sin sustituir las funciones del humano) es una diferencia con
respecto a los animales de asistencia y de utilidad; que necesiten supervisión
continuada es una diferencia añadida con respecto a los animales de asistencia; y
que las intervenciones deban contar con un diseño diferencia a las IAA de los
beneficios espontáneos de la convivencia con mascotas.
e) Establece un reparto de roles claro, cediendo el protagonismo a la disciplina en la
que se anida la intervención y al diseño de programas, e identificando al animal
como potenciador (es decir, un elemento valioso, pero no central). Esto se
condensa en la afirmación de que las IAA no existen, en el sentido estricto, sino
que son transformaciones de otras formas de intervención conocidas. Es decir, las
IAA se caracterizan por aprovechar un recurso técnico, pero no son una
intervención «alternativa».
f ) Subraya la necesidad de atender a los requisitos y certificaciones de los
profesionales implicados, dificultando el intrusismo profesional. Esto tiene sentido
porque, contra toda lógica profesional, aún es frecuente encontrar a personas que
ofrecen intervenciones reguladas (por ejemplo, psicoterapias) sin contar con la
titulación legalmente exigible. Los interventores humanos deben estar cualificados

43
para dirigir e implementar las acciones a las que se comprometen.
g) Hace mención expresa a la pertinencia, eficiencia e implicaciones éticas de la
inclusión del animal. Virtualmente, toda intervención puede incluir un animal
dentro de su programación, pero ¿tiene sentido para el desarrollo del programa?,
¿se compensa el mayor coste con un mayor beneficio? Y ¿se garantiza el bienestar
del animal en el proceso? Estas preguntas son prototípicas para los profesionales
de la Psicología, Medicina, Educación, Trabajo Social... por lo que su inclusión
puede facilitar que las IAA se contemplen como una opción mensurable dentro de
los mismos estándares de la profesión de referencia.
h) De manera secundaria, indica que los requisitos y certificaciones de los animales
no humanos implicados son variables, ya que la falta de legislación actual puede
cambiar más adelante. No obstante, frente a otras definiciones disponibles en la
literatura, abre la opción a incluir animales sin habilidades adquiridas (de hecho,
puede ser interesante contar con un animal sin experiencia y vertebrar la
intervención a través del proceso de adiestramiento) o que incluso no permitan un
adiestramiento (por ejemplo, cuando el trabajo se realiza en torno a un acuario).
Estas cuestiones serán exploradas más adelante, en los capítulos 7 y 8 —dedicados
al diseño de las intervenciones—.
i) La definición señala la existencia de diversas tareas a desempeñar dentro de las
intervenciones, subrayando la responsabilidad del equipo humano en el diseño,
evaluación, guía del animal y cuidado de los participantes, frente al rol motivador
y facilitador del animal.
j ) Finalmente, esta propuesta señala claramente la obligación de velar por el
bienestar del animal. En combinación con la idea de que los animales ofrecen un
apoyo —sin ser protagonistas— sirve para recordar que, en caso de contratiempo,
es obligación del profesional seguir la sesión sin el animal (circunstancia que se
abordará en el capítulo 8). Complementariamente, esta consideración nos lleva a
desaconsejar abiertamente cualquier práctica que suponga someter al animal a una
situación de estrés anormal, como sucede en la inclusión de actividades con
contacto directo con animales no domesticados como los delfines —este punto
será abordado en el capítulo 9—.

5.1. Notas finales

La definición propuesta permite, además, responder de manera sistemática a diversos


retos actuales. Es probable que, dentro de unos años, el lector encuentre que estas
cuestiones carecen de sentido por obvias, pero en el momento en que el manual se
escribe aún son objeto de debate —y no solo en España—. En todo caso, es de esperar
que el paso del tiempo haga que estas dudas sean superadas.

44
5.1.1. ¿Funcionan las IAA?

Aunque es una pregunta recurrente en la literatura, es muy probable que obedezca a


un planteamiento erróneo porque se concentra en el recurso de apoyo y no en qué trabajo
se realiza (sería el equivalente a preguntar si la «psicoterapia con mesa y sillas» es
efectiva o no).
El presente texto/manual explorará esta cuestión en varias etapas. En primer lugar, los
capítulos 2 y 3 analizarán cómo nos relacionamos con otras especies animales; el
capítulo 4 se concentrará en los beneficios de esta interacción, y el capítulo 5 estará
dedicado al análisis del rol que los animales desempeñan en las IAA. Pero, como punto
de partida, los profesionales deben incorporar la noción de que el animal complementa,
ayuda, facilita... en definitiva, asiste a la acción profesional, pero no la suplanta ni la
convierte en algo cualitativamente diferente.

5.1.2. ¿Puede un adiestrador proponer un trabajo terapéutico si trabaja con


perros?

Esta cuestión es paradigmática del área, probablemente porque ciertas definiciones


disponibles en la literatura —algunas de las cuales se han revisado más arriba en el texto
— alimentan la confusión al respecto.
Nuevamente, y en congruencia con lo expuesto, la respuesta es negativa, dado que las
diferentes formas de terapia, en tanto que actos sanitarios, dependen de las atribuciones
profesionales legalmente establecidas.
Tampoco puede un profesional de la Psicología administrar tratamiento fisioterápico,
ni un titulado en Ciencias de la Educación realizar una cirugía, por más que incorporen
perros o caballos. Es posible —y deseable— que el lector encuentre estas cuestiones
excesivamente obvias, pero basta llevar a cabo una búsqueda en internet para corroborar
que el área está lejos de superar esta confusión cuando se trata de intervenciones
dirigidas a modificar intangibles —en general, todas las referidas a la conducta o la
emoción—.
Por otra parte, existen muchas áreas de trabajo que no exigen de una formación
especializada, o que pueden completarse sin estar en posesión de títulos superiores. Un
buen ejemplo son las actividades lúdicas, donde existe un amplio abanico de
posibilidades para el desarrollo profesional de las denominadas actividades asistidas por
animales (AAA).

5.1.3. ¿Es posible incorporar un perro o un gato a mis sesiones de counselling


o mediación?

Siempre que exista una base racional que justifique el coste —en tiempo y dinero— y

45
se garantice el bienestar y seguridad de todos los implicados, sí.
Esta pregunta conecta de manera directa con un aspecto polémico, referente a la
regulación específica para ejercer como interventor en programas asistidos por animales.
¿Debe regularse la IAA como una profesión separada? ¿Necesitamos un registro de
«profesionales de las IAA» que delimite quién puede incluir animales en sus
intervenciones? Siguiendo la lógica expuesta hasta el momento, ambas respuestas deben
ser negativas.
Lo característico del trabajo en IAA es la inclusión de animales, y este reto debe
afrontarse bajo la supervisión del animal por una persona capaz de garantizar que el
trabajo se realiza de manera segura para humanos y no humanos. Esto exige un
conocimiento de la etología de la especie y del individuo concreto. Sin embargo, no es
necesario que sea el interventor quien se encargue de estas funciones. Como se explorará
en el capítulo 7, estos roles pueden ser ejercidos por personas distintas —por ejemplo,
uno de los formatos clásicos en las IAA es el trabajo en parejas, con un interventor y un
guía animal—.
También puede ser interesante acreditar que el animal posee ciertas cualidades —
físicas, higiénicas y conductuales—. Estos aspectos serán explorados en los capítulos 10
(caballos) y 11 (perros). En la actualidad no existen agencias encargadas de emitir
certificados y que cuenten con suficiente prestigio a nivel nacional, pero es probable que
más adelante aparezcan. En todo caso, la certificación del animal no se solapa ni
modifica la capacitación profesional del interventor —incluir un animal «de terapia» no
convierte una actividad lúdica en un acto sanitario—.
Exigir legalmente una titulación diferencial para desarrollar intervenciones asistidas
puede suscitar más problemas de los que solucionaría. Por ejemplo, sería necesario
plantear si un psicoterapeuta solo puede incluir recursos como sillas y mesas en una
sesión cuando cuente con la certificación adecuada —probablemente, expedida por una
tienda de muebles—. Por supuesto, siempre es recomendable contar con formación y con
experiencia directa para garantizar la correcta aplicación del recurso —obligación
deontológica, como se describe en el capítulo 9—, y crear asociaciones que agrupen a
quienes trabajan conforme a unas normas básicas de calidad y ética puede ser un buen
modo de ayudar al desarrollo de estas intervenciones en el ámbito profesional. Pero en
un país en que apenas existen especialidades legalmente reconocidas para muchas
profesiones (por ejemplo, en Psicología solo se reconocen como especialidades la
Psicología Clínica y la Psicología General Sanitaria, a pesar de que las intervenciones
comunitarias, educativas, de gestión de recursos humanos... tienen una larguí-sima
tradición y presencia), establecer las IAA como un campo de acceso restringido parece
poco óptimo.
A pesar de los argumentos lógicos, en la actualidad coexisten sensibilidades muy
diferentes, siendo necesario estar atentos a posibles desarrollos normativos que puedan
acotar las IAA como un área de intervención per se.

46
2
Encaje entre humanos y otras especies I: antrozoología

El capítulo 1 ha servido para documentar que las intervenciones asistidas por


animales representan un objeto de estudio con un largo recorrido. También han sido
revisados diferentes términos limítrofes y concepciones de IAA, culminando con una
propuesta de definición y clasificación que concibe estas intervenciones como un punto
de encuentro entre el vínculo que los seres humanos establecemos con otros animales y
disciplinas profesionales como la Psicología, Medicina, Fisioterapia, Trabajo Social,
Educación o Terapia Ocupacional.
Rige aquí una perspectiva tecnológica (de medios y fines), que busca aprovechar las
ventajas asociadas al contacto con otras especies animales para mejorar nuestra
capacidad de conseguir cambios en la dirección deseada. La interacción humano-animal
(IHA) debe ser analizada, por tanto, ya que ofrece un marco teórico para prever las
ventajas y riesgos que la inclusión de animales puede tener sobre un determinado
programa de intervención asistida. Según la concepción defendida en este texto, las IAA
solo pueden entenderse si se anidan en una comprensión adecuada de las IHA, como si
fueran peldaños de un zigurat. A la vez, más abajo en esta pirámide, estaría la cuestión
general de cómo los seres humanos y otras especies animales han convivido y se han
ajustado a lo largo de milenios hasta alcanzar el punto de desarrollo actual —objeto de
estudio denominado antrozoología—.

47
Figura 2.1.—Distintos niveles de abstracción para entender las IAA.

El reto de explorar el ajuste entre especies será abordado en dos capítulos


diferenciados. El primero de ellos (presente) realizará un repaso longitudinal por algunos
de los principales hitos evolutivos y culturales que han llevado a la situación actual a las
distintas especies que ahora convivimos. Estará centrado, por tanto, en el análisis de
cuestiones comunitarias y grupales. En el capítulo 3 se retomará el análisis del encaje
entre humanos y otros animales, pero concentrando la atención en las variables que
influyen en el funcionamiento entre individuos concretos. Probablemente esta división
no es conceptualmente perfecta, pero permitirá organizar el material de una manera más
accesible para el lector.

1. ANTROZOOLOGÍA, ESTUDIO DE LAS COMUNIDADES DE HUMANOS Y


OTROS ANIMALES

El ser humano es un animal. En especial, es un primate, cercanamente emparentado


con los bonobos, chimpancés y gorilas, por citar algunos ejemplos. Este hecho no tiene
discusión desde el punto de vista biológico. Sin embargo, en el ámbito social el terreno
se vuelve más resbaladizo. La palabra animal tiene diversas acepciones que connotan
significados muy dispares. Por ejemplo, el Diccionario de la Real Academia Española

48
recoge en su versión digital:

2. m. animal irracional.
3. m. persona de comportamiento instintivo, ignorante y grosera.

Si detenemos aquí la lectura, parece que ser un animal —que, recordemos, lo somos
— no es algo muy bien considerado. Sin embargo, como si fuera un giro inesperado en
una novela, la siguiente acepción introduce un signo positivo en la ecuación:

4. m. coloq. Persona que destaca extraordinariamente por su saber, inteligencia o


esfuerzo. Es un animal estudiando (Real Academia Española, s.f. Recuperado de
https://dle.rae.es/?id=2gzhuuF|2h2JkZX).

Los diccionarios recogen los usos lingüísticos de la población, por lo que la


coexistencia de significados tan diferentes no viene propuesta por la Academia.
Sencillamente, parece que los hispanohablantes no terminan de decidir si ser un animal
es positivo o negativo. Y teniendo en cuenta que el ser humano lleva conviviendo con
otros animales desde hace milenios, ha habido tiempo más que de sobra para tomar una
decisión, aunque el resultado siga sin ser claro.
Lógicamente, este contraste tiene un carácter anecdótico, pero busca llamar la
atención sobre la dificultad que el ser humano actual encuentra para trazar fronteras con
respecto a otros animales. Y no es un fenómeno exclusivo del ciudadano de a pie, sino
que es posible encontrar inconsistencias en círculos científico-técnicos; no por los
aspectos descriptivos (qué somos), sino por los connotativos (qué implica ser un primate
más). En palabras del conocido primatólogo Frans de Waal:

No soy un partidario de emplear una terminología diferente para estas reacciones


en personas y antropoides, como demandan los críticos del antropomorfismo. Los que
afirman que «los animales no son personas» tienden a olvidar que, aunque sea cierto,
es igualmente cierto que las personas son animales (De Waal, 2013; p. 160).

Sirvan estas líneas como primera piedra de la pirámide anteriormente citada. Aunque
humanos y otros animales interactuamos todos los días, lo cierto es que la literatura ha
prestado escasa atención a cómo hemos construido estos espacios compartidos hasta
hace relativamente poco tiempo. Y la labor de llenar esas lagunas de conocimiento recae
sobre la antrozoología.
La antrozoología es un campo de estudio interdisciplinar que se dirige a mejorar
nuestro entendimiento de cómo funcionan las comunidades conformadas por animales
humanos y no humanos. El término es un neologismo obtenido de la conjunción de
antropología y zoología que sirvió como título a una de las principales revistas del
ámbito: Anthrozoös (Mills, 2010). Guarda un paralelismo con la antropología, si bien su
objetivo no es incorporar los animales a los marcos conceptuales preexistentes (lo que

49
supondría una visión antropocéntrica; Kean, 2012), sino crear nuevas explicaciones de
cómo la interrelación entre especies ha contribuido a llegar a las sociedades actuales.
Los efectos provocados por los humanos sobre los animales domésticos son sencillos
de evidenciar. Por citar uno de los ejemplos más comentados por la literatura, cabe
destacar los cambios físicos registrados en distintas razas de perro, asociados a la
fluctuación de los gustos de la población (AKC-American Kennel Club, 2017; Herzog,
2011a). Estas tendencias han facilitado la aparición de problemas de salud en perros de
raza por la excesiva endogamia —a mayor demanda, mayor presión sobre la cría—, y
sus efectos son tan notorios que han suscitado la aparición de una nueva corriente de
trabajo enfocada a corregir la transmisión de estos defectos congénitos (Asher, Diesel,
Summers, McGreevy et al., 2009; Collins, Asher, Summers y McGreavy, 2011). Las
oleadas de popularización pueden estar asociadas a cuestiones tan distales como la
presencia de un determinado animal o raza dentro de los espacios de ocio: el actor Peter
Dinklage, que encarna al personaje de Tyrion Lannister en la serie Juego de Tronos,
realizó un llamamiento público para que los fans dejaran de demandar huskies, raza de
estética parecida a los lobos huargo que aparecen en la ficción (PETA, 2017). También
se registran efectos de gran calado para la vida animal sin que medie una intencionalidad
clara, como el abandono de los hábitats naturales de las aves asociado a la
contaminación sonora (Stone, 2000). Todos estos fenómenos son ejemplos de cómo el
ser humano provoca derivas en distintas direcciones en distintos momentos (y lugares
del mundo).
Pero también existen fenómenos en los que causas y efectos son difíciles de
establecer, como el hecho de que en torno a la mitad de los dueños de perros y gatos
duerman con el animal dentro de su cuarto, compartiendo cama en un 10% de los casos
(Smith, Thompson, Clarkson y Dawson, 2014), algo especialmente llamativo cuando en
Occidente existe una tendencia a excluir de este espacio a los niños desde temprana edad
(Thompson y Smith, 2014). Dada la interrelación entre todos los actores implicados,
resulta interesante realizar una aproximación que analice estos cambios a través de la
mutua interacción entre especies (Kean, 2012; Madden, 2014; Smith, Hazelton,
Thompson, Trigg et al., 2017; Thompson et al., 2014).

1.1. La domesticación como proceso evolutivo compartido

Existe un segmento de la literatura dedicada a las IAA que concentra su atención en


cómo hacer que los animales sean atractivos para los beneficiarios de la intervención.
Ejemplos de esto serían los diversos recetarios conductuales destinados a preparar
ejercicios para las sesiones. Estos recursos son valiosos para ampliar el catálogo de
actividades entrenadas, e indudablemente pueden ayudar en el trascurso del diseño, pero,
incidentalmente, nos llevan a realizar una pregunta importante: ¿qué hace falta para que
las personas se interesen por los animales?

50
Probablemente, esta pregunta llega unos milenios tarde.
Las principales especies domesticadas acompañan al ser humano desde hace miles de
años. El perro, probablemente el primero en quedar incorporado a nuestras comunidades,
inició esta etapa en algún punto de la horquilla de 9.000-14.000 años atrás, aunque se
discute que los orígenes pueden ser incluso anteriores (Germonpre, Sablin, Stevens,
Hedges et al., 2008; Ovodov, Crockford, Kuzmin, Higham et al., 2011). Los procesos de
domesticación, como el que siguió el perro actual desde el lobo gris, pueden ser
tentativamente explicados por dos factores: antropofilia y comensalismo.
La antropofilia hace referencia a que, dentro de la dimensión afinidad-rechazo por los
humanos, es de esperar que los individuos con mayor afinidad fueran quienes realizaran
incursiones en las comunidades humanas. La hipótesis del comensalismo hace referencia
a que la domesticación del perro probablemente se inició de manera incidental, cuando
algunos lobos comenzaron a permanecer cerca de los asentamientos humanos para
aprovechar los desechos como fuente de alimento. En conjunto, estas hipótesis ofrecen
una explicación del inicio del itinerario, más parsimoniosa que asumir que nuestros
ancestros tuvieran la capacidad técnica necesaria para forzar la domesticación
(Bradshaw, 2017; Herzog, 2011a; Vigne, 2011).
Como opción complementaria (atracción del humano hacia el animal), podemos
rescatar la denominada «hipótesis de la biofilia». Enunciada inicialmente por Edward
Wilson, la biofilia sería una «tendencia innata a atender a la vida y sus procesos» (citado
por Gullone, 2000). Esta conjetura cuenta con varias dificultades, como que es mucho
más útil para explicar por qué nos gustan ciertos animales que para entender cómo
llegamos a detestar a otros, y que la referencia a su naturaleza innata debería estar
asociada a circuitos neurales separados a los de otros procesos, algo que no ha sido
documentado —como se discute en el capítulo 3, la tendencia actual consiste en
aglutinar constructos muy atomizados en estructuras más amplias, como en el caso de la
empatía, la antropomorfización y otros ejemplos de cognición social, en lugar de crear
más constructos en torno a funciones inferidas—. Además, la biofilia es una hipótesis
que atribuye la aparición de mascotas a la acción humana, pero que no dice nada de
cómo otras especies han afectado a nuestra evolución. ¿Pero es la domesticación un
proceso unidireccional?
La investigación empírica ofrece otra perspectiva sobre cómo se produjo la evolución
conjunta de humanos y otros animales. Así, diversos estudios han puesto de relieve la
capacidad de los perros para seguir las indicaciones realizadas mediante la mirada
(mirada deíctica), de modo que son capaces de encontrar un objeto escondido siguiendo
estas órdenes (Hare y Tomasello, 2005). La capacidad de seguir la mirada se ve influida
por la experiencia adquirida (Wallis, Range, Muller, Seriser et al., 2015), pero también
está presente en especies no domesticadas, por lo que parecen contar con una base
genética (Miklósi y Sorponi, 2006). Lo que parece claro es que esta capacidad ha sido
potenciada —seleccionada— a través de la convivencia entre especies, porque algunas

51
características relevantes, como mantener la mirada, están presentes entre perros, pero no
entre lobos —incluso cuando estos tienen un nivel de socialización similar (Miklósi,
Kubinyi, Topál, Gácsi et al., 2003)—. Esta información es consistente con el hecho de
que los perros actuales, a pesar de tener un cerebro apreciablemente más pequeño que el
de los lobos grises (un 25% menos de peso), tienen una notable capacidad para
responder a las expresiones emocionales humanas (para una revisión más completa,
consultar Morell, 2013).
Lógicamente, estas hipótesis explicativas tienen más sentido al hablar de animales de
compañía que de animales domesticados por su utilidad para la alimentación, caza, tiro,
etc. Probablemente, el progresivo refinamiento de estas características no sea esperable
entre especies dedicadas a la alimentación (como las ovejas o las vacas, en nuestro
contexto).
En esta línea, la antrozoología defiende una lectura de corte circular, en la que el
desarrollo de las sociedades actuales implica la mutua afectación de las especies
implicadas. No es que los animales se sumaran a las comunidades humanas, sino que
tanto los humanos como los lobos y otras especies quedaron interrelacionados, dando
lugar a un intercambio dinámico que supuso el cambio para todos los implicados. La
prosperidad de las comunidades ha sido tradicionalmente narrada con una visión
antropocéntrica, pero otras especies animales jugaron un papel importante para el
traspaso de las sociedades dependientes de los recursos del medio natural (cazadoras-
recolectoras) a sociedades que podían abastecerse a sí mismas mediante agricultura y
ganadería, y que podían optar al sedentarismo (Bradshaw, 2017; Harris, 1997; Tresset y
Vignes, 2011).
Esto no implica que todas las especies tengan el mismo protagonismo en el proceso;
simplemente, no parece plausible explicar la evolución social poniendo a los humanos en
el centro, ejecutando un plan conforme a un diseño voluntario, y al resto de especies
alrededor como meros objetos. Además, las relaciones entre humanos y otros animales
no se limitan solo a la domesticación. Los seres humanos han cazado presas y han
competido (y luchado para evitar su propia muerte) frente a otros depredadores. Los
animales han servido como sustento, como enemigos frente a los que mostrar el valor en
ritos de paso, han protagonizado mitos y leyendas de diversos pueblos —ejerciendo
tanto de benefactores como de vehículos de los malos espíritus—. En definitiva, los
animales no humanos han sido una pieza importante en el proceso que ha llevado al ser
humano hasta el momento actual.
Un análisis pormenorizado de la evolución de estas relaciones excede los intereses de
este libro (para una revisión: Bradshaw, 2017). Pero dedicaremos el siguiente epígrafe a
resaltar algunos datos relevantes para entender el momento por el que atravesamos en
esta etapa histórica.

2. HUMANOS Y OTROS ANIMALES EN SOCIEDADES CONTEMPORÁNEAS

52
2.1. El creciente interés por los animales de compañía

El ser humano ha domesticado y criado durante milenios diversas especies animales


por el valor de su carne, pieles o capacidad de trabajo (guarda, defensa, capacidad de
tiro, entre otras). En este sentido, el argumento sociobiológico, entendido como el
equilibrio entre los costes asumidos y los beneficios reportados, sería sencillo de
dilucidar para las vacas, cerdos, ovejas e incluso para perros destinados a la caza o gatos
que ejercen como control de plagas. Sin embargo, la popularización de las mascotas (o
animales de compañía) no encaja demasiado bien con esta hipótesis explicativa.
En la actualidad, la presencia de mascotas es muy frecuente en nuestros hogares.
Diversas fuentes estiman que la proporción de viviendas en las que vive al menos un
animal de compañía alcanza el 68% en Estados Unidos (APPA-American Pet Products
Association, 2017), el 63% en Australia (Richmond, 2013) y el 40% en España
(AMVAC-Asociación Madrileña de Veterinarios de Animales de Compañía, 2017), por
citar algunos ejemplos. Probablemente, las personas que crecen en un contexto cultural
como el nuestro, en el que las mascotas han conquistado el espacio doméstico, no
dedican demasiado tiempo a analizar si convivir con otras especies animales es o no
«normal» desde el punto de vista estadístico, del mismo modo que no es frecuente
concentrarse en si vivir en ciudades es la mejor opción para nuestra especie o si el
concepto de familia nuclear y estable es o no la mejor opción para criar a los hijos.
Sencillamente, su arraigo hace que se asuman como si fueran naturales —lo sean o no—.
Sin embargo, la inclusión de las mascotas —definidas como animales que conviven
sin más función que dar compañía— como parte de nuestros hogares es relativamente
reciente. Al igual que se ha hecho hincapié en los riesgos de narrar la convivencia entre
especies poniendo al ser humano en el centro (antropocentrismo), también conviene
subrayar la idea de que estas relaciones han variado a lo largo del tiempo, por lo que no
se debe asumir que la situación actual sea representativa del trayecto realizado hasta el
momento. De hecho, es probable que el punto de inflexión en la popularización de la
convivencia con mascotas se asociara con la migración de la mayor parte de la población
a ciudades. Este proceso migratorio masivo puede datarse a lo largo de la Edad Media,
cuando las urbes se convirtieron en la opción preferente para la mayor parte de la
población, que perdió con ello el acceso directo a animales que ofrece el entorno rural
(Serpell, 2010).
Un análisis sociobiológico permite valorar mejor la dimensión del cambio: dado que
estos animales no estaban destinados a la guarda, defensa ni alimentación, su inclusión
dentro del hogar reporta gastos claros (espacio, alimentos, etc.). Es posible que muchos
de los primeros perros-mascota sobrevivieran a base de sobras de comida y que vivieran
en los alrededores de las viviendas, minimizando con ello los costes de mantenimiento.
Pero su paulatina inclusión dentro de los hogares significa, sin ningún género de dudas,
que los habitantes de las ciudades comenzaron a dedicar parte de sus recursos de

53
supervivencia a mantener a estos animales, los cuales no parecen ofrecer ningún
rendimiento positivo en la supervivencia de las familias que los acogen. Desde este
prisma, mantener mascotas no parece un paso evolutivo beneficioso.
Es también en la Edad Media cuando las mascotas ganan presencia como elementos
de interés en la literatura, pintura y otros ámbitos artísticos, más allá de aparecer como
símbolos representativos del mundo espiritual (como sucede en las creencias animistas o
en la brujería; Sax, 2009). Ejemplos de este interés son la popularización de bestiarios no
mitológicos (como el Bestiario de Rochester, del siglo XII), la aparición de animales
como protagonistas en obras literarias (loros, perros, gatos...; Blaisdell, 1999; McMunn,
1999; Sax, 1999) y su aparición como miembros de la familia en obras pictóricas.
Unos siglos más adelante, los registros de tasas por tenencia de animales en Londres a
principios del siglo XVIII aportan otra evidencia documental de la popularización de los
animales de compañía. Blaisdell (1999) encontró un alza del número de registros de
perros como mascota, a pesar de que las tasas pagadas eran mayores si se censaba como
animales de compañía que como perros de caza. Estos registros ilustran la importancia
que estos perros tenían para sus familias. También en Reino Unido, durante los inicios
del siglo XIX, la aparición de ilustraciones animales en The Penny Magazine se convirtió
en una herramienta para llegar hasta las clases medias (Austin, 2010).
Esta tendencia al crecimiento ha continuado hasta nuestros días, en los que los
animales de compañía han conquistado un espacio relevante en nuestra cotidianeidad —
especialmente desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial (Bradshaw, 2017)—.
Así, en el catálogo de series infantiles resulta casi imposible no cruzarse con La Abeja
Maya, Peppa Pig, La Patrulla Canina, My Little Pony... o cualquiera de los cientos de
propuestas argumentadas sobre animales antropomorfizados. El entretenimiento para
jóvenes y adultos también ofrece numerosos ejemplos, desde Fújur en La Historia
Interminable (Never Ending History) hasta la franquicia de El Planeta de los Simios
(Planet of the Apes). Muchas tiras cómicas y cómics han incorporado a protagonistas
como el gato Gardfield o Snoopy.
Además, los animales protagonizan una buena proporción de los bits de información
que se traspasan a través de internet en forma de memes (Dawkins, 1989), incluyendo
clásicos como el Chemistry cat, Grumpy cat, Lawyer dog, Cool dog... que aparecieron
hace casi una década y ya han pasado a formar parte del conocimiento comunitario (para
conocer la evolución de su propagación y las oleadas en las que han recuperado
popularidad, es recomendable visitar el sitio www.knowyourmeme.com). Tanta es la
popularidad de estos memes que incluso existen sitios web colaborativos donde los
usuarios envían creaciones propias basadas en este formato (como
www.cuantafauna.com o https://icanhas.cheezburger.com). A diferencia del mundo
físico, el mundo digital parece haber sido conquistado por los gatos (Gouabault, 2011;
Muers, 2015), alguno de los cuales incluso ha adquirido notoriedad como personaje
público y sirve como reclamo en la apertura de tiendas o en fiestas.

54
En definitiva, los animales de compañía han encontrado un hueco importante en las
sociedades modernas. Actualmente, el mercado generado en torno a la alimentación y
cuidado de los animales de compañía en España supera los 1.000 millones de euros
anuales, con un auge de los productos de belleza y juguetes y con un aumento paralelo
de establecimientos especializados en los cuidados veterinarios y estéticos (IberZoo,
2017). Por supuesto, estas cifras no implican que la situación de todos los animales sea
igualmente positiva, ni que su aceptación sea homogénea para toda la población. A
modo de ejemplo, Haslam y Loughnan (2014) destacan la alta frecuencia de uso de
denominaciones animales en los procesos de deshumanización y exclusión étnica.
Sirva esta nota para recoger algún dato negativo, pero, de cualquier modo, la
información reunida en este apartado es en cierta medida anecdótica y está condenada a
quedar obsoleta en un corto período de tiempo. El objetivo de este epígrafe es mostrar la
importancia que los animales juegan en diversos ámbitos de nuestro día a día. De
momento, existen pocas fuentes a las que recurrir para hacer una estimación fiable y
comprensiva del cambio de roles de nuestras mascotas, debido a que el interés por
entender esta evolución es relativamente reciente. Sin embargo, el auge de la
antrozoología y de la interacción humano-animal como objetos de estudio hace
previsible que, en los próximos años, asistamos a la aparición de explicaciones más
pormenorizadas y sistemáticas de esta evolución.
Pero mientras este conocimiento se cristaliza, es posible destacar algunas lecciones
aprendidas hasta la fecha sobre las posiciones y estatus de los animales en nuestra
sociedad.

2.2. Diferentes estatus de los animales no humanos en la actualidad

... why it’s so hard to think straight about ani-mals (Hal Herzog, 2011a).

Se propone una pregunta sencilla al lector. En una escala de 0 a 10, donde 0 es


«totalmente en contra» y 10 «totalmente a favor», ¿hasta qué punto considera que los
animales no humanos deben tener garantizado su bienestar? Anote la respuesta (aunque
sea mentalmente) antes de continuar la lectura.

0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

Totalmente en contra Ni a favor ni en contra Totalmente a favor

Una vez obtenida esta respuesta, piense: ¿le parece una buena respuesta cuando nos
referimos a un cachorro de perro o gato?, ¿y si hablamos de una rata?, ¿de un gusano?,
¿o de un animal de granja que terminará en nuestro plato?

55
2.2.1. Las mascotas como fenómeno cultural

En su libro Some we love, some we hate, some we ate (Los amamos, los odiamos y los
comemos, en su traducción española), Hal Herzog encara este tipo de debates desde
varias perspectivas, señalando las inconsistencias típicas de nuestro sistema de
clasificación del mundo animal (Herzog, 2011a). Lógicamente, extraer lecturas a partir
de una única pregunta es demasiado apresurado, pero sirve para ilustrar en primera
persona una cuestión muy relacionada con los roles y consideraciones que los animales
tienen en las sociedades contemporáneas.
En un estudio desarrollado con población australiana, Taylor y Signal (2009) extraen
apoyo empírico a la división entre diferentes grupos de animales: mascotas (pet), plagas
(pest) y animales útiles (profit). Entre las conclusiones presentadas resalta que las
mismas acciones, como proteger o dar muerte a un animal, se valoran de manera
diferente en función del estatus asignado en un determinado contexto cultural. Por tanto,
la discusión no gira en torno a nuestras relaciones con los animales como bloque, sino
con distintos grupos de animales.
Esta distinción, además, no suele guardar consistencia con las cualidades intrínsecas
de la especie. Una rata es un animal más próximo a un humano que una mariposa, y
posee estructuras cerebrales que lo capacitan para sentir dolor como cualquier otro
mamífero. Pero si hubiera que elegir a cuál de ellos erradicar, ¿cuál de los dos tiene más
opciones de ser envenenado? ¿Y si la comparación incluyera a una rata frente a un
hámster, o a una mariposa frente a una polilla? Las categorías impuestas a las distintas
especies se reflejan también en nuestra conceptualización sobre su capacidad cognitiva,
ya que tendemos a asumir mayores habilidades entre las mascotas que entre los animales
de granja (Maust-Mohl, Fraser y Morrison, 2012).
Las agrupaciones a las que hacemos referencia solo pueden ser entendidas en función
de la información etnográfica (costumbres de un determinado grupo social). Gray y
Young (2011) realizan un estudio transcultural y recopilan información sobre qué
especies son mantenidas como animales de compañía (es decir, sin funciones de caza,
defensa, etc.) en 60 sociedades alrededor del mundo. Entre los datos presentados destaca
la amplia presencia del perro como mascota, que convivió con humanos en un 88% de
las sociedades analizadas (aunque en dos tercios de los casos tuvo funciones más allá de
la compañía), el gato (presente en un 53% de sociedades, aunque solo en un tercio
fueron mascotas «puras») y las aves (28%). A partir de ahí las respuestas se vuelven
menos frecuentes: así, ocho sociedades contemplaron los caballos como mascotas; nueve
incluyeron otros animales como camellos, ovejas, búfalos de agua..., e incluso dos
eligieron a los murciélagos.
Dentro del mismo estudio, Gray et al. (2011) analizan las razones que los
participantes esgrimen para mantener a los animales. En el caso del perro, más de la
mitad de las sociedades lo aprovechaban como apoyo para la caza, y en menos

56
ocasiones, como elemento de defensa, animal de tiro, diversión y/o eliminación de
residuos, y el gato aparece con frecuencia como un elemento de control de plagas.
Estos hallazgos sirven para llamar la atención sobre las ambigüedades del concepto
de mascota. ¿Pueden una serpiente, un murciélago o un insecto ser considerados
animales de compañía? Probablemente las respuestas van a variar entre países y grupos
étnicos. Incluso el perro, que es la especie animal más nombrada en el estudio, no es
considerado una mascota en el 12% de comunidades estudiadas por Gray et al. (2011). Y
si nos referimos a los animales que podemos comer, es fácil encontrar información sobre
las normas sociales que prohíben comer vacas en India, cerdos en comunidades
musulmanas, perros en Occidente o conejos en muchos países orientales. Los tabús
existen en todas las regiones del mundo, pero sus contenidos dependen del contexto
cultural dominante (Herzog, 2011a).
Incluso es posible que una misma especie animal ocupe las tres posiciones en una
misma sociedad: los conejos pueden ser mascotas en viviendas, son fuentes de carne en
muchas regiones, y pueden representar una amenaza para las cosechas. Y esto también
puede hacerse extensible a las especies más populares: muestra de ello es que, según las
últimas estimaciones, en España se abandonan cada año más de 137.000 perros y gatos
(Fundación Affinity, 2017), mientras que muchos miles de personas dedican su tiempo y
dinero a participar en entidades de protección animal. Dentro de un mismo contexto
sociológico, el estatus de los animales presenta grandes inconsistencias.
Estas cuestiones tienen implicaciones directas a la hora de incluir animales en
contextos de intervención. Es probable que el profesional que se interesa por las IAA sea
una persona que disfrute de la compañía de los animales, pero no todas las personas
tienen el mismo grado de afinidad ni de costumbre, por lo que es sencillo cometer
errores al estimar el encaje entre beneficiario y animales. También debe señalarse que
distintas generaciones han estado expuestas a diferentes mensajes predominantes sobre
qué se considera un trato adecuado hacia los animales. En general, cuanto mayor sea la
brecha cultural entre interventor y beneficiarios, mayores opciones de confusión y
malentendidos existirán. Por tanto, un reto de futuro radica en la necesidad de construir
modelos de análisis que permitan localizar los procesos comunes, a pesar de la diferencia
en los contenidos (Jegatheesan, 2012).

2.2.2. La posición moral de los animales no humanos

Diversas corrientes de pensamiento han reflejado las inquietudes que el ser humano
ha experimentado en torno a la consideración que otros animales deben tener en la
sociedad. Algunas figuras relevantes de la Filosofía se han pronunciado al respecto,
dando visibilidad a las dificultades de posicionar a los animales dentro de algunas áreas
de la disciplina, como la ética y consideración moral de los mismos.
Una revisión del devenir histórico de estos debates —en español— puede encontrarse

57
en el libro Ética de la relación entre humano y animales, de Úrsula Wolf (2012). Esta
autora propone un análisis pormenorizado de las diferentes corrientes implicadas,
señalando similitudes y diferencias tanto en sus planteamientos como en las soluciones
alcanzadas, siendo una lectura recomendable para las personas que tienen interés en la
temática.
De un modo genérico, es posible agrupar en un primer taxón las propuestas
caracterizadas por considerar que personas y otros animales pertenecen a categorías
claramente diferenciadas, justificando así la exclusión de las consideraciones morales de
los animales no humanos. Dentro de este grupo puede resaltarse a René Descartes, cuya
concepción dualista (separando el cuerpo de la mente) tuvo un fuerte arraigo en el
desarrollo temprano de la Psicología científica. Descartes consideró que los animales
funcionaban mediante reflejos, de manera automatizada, lo cual los colocaba en un
peldaño inferior frente a los humanos. También Emmanuel Kant abogó por trazar una
línea de separación en función de la razón, elemento diferenciador del ser humano. Así,
y a pesar de que Kant se pronuncia en contra del maltrato a otras especies irracionales,
considera que los beneficios pueden justificar infligirles daño.
En un segundo grupo de propuestas, es posible señalar aquellas en las que la
diferenciación entre humanos y otros animales se mantiene, pero que incluyen
obligaciones morales de las personas hacia otras especies. Por ejemplo, Schopenhauer
considera que el comportamiento moral tiene su base no en las cualidades del individuo
con el que se interactúa, sino sobre el altruismo y la compasión. Este planteamiento
permite compatibilizar la existencia de una división entre especies con la inclusión de
otros animales dentro de los códigos morales, si bien los animales no humanos
desempeñan un rol de objeto y no de sujeto.
Por último, como tercer bloque, es posible señalar propuestas centradas en la
similitud entre especies, más que en sus diferencias. Por ejemplo, diversas autoras de la
Moral de la virtud y Peter Singer, autor del popular libro Liberación animal (Animal
liberation, 1975) coinciden en señalar que humanos y otros animales pertenecen a un
mismo continuo, comparten estructuras neurales y que son capaces de experimentar
sensaciones similares, como el placer y el dolor. Desde estas posiciones se critica la
elección de la razón como elemento diferenciador.
Esta revisión es una simplificación excesiva, pero una revisión exhaustiva del debate
resultaría inabarcable para el presente texto. Para los objetivos del manual, quizá lo más
relevante sea señalar la existencia de propuestas vigentes que llegan a conclusiones
difíciles de compatibilizar. Además, la discusión descrita continúa en activo a través, por
ejemplo, del debate de si los animales deben (o pueden) ser sujetos de derecho (Defez,
2012) o de si los avances de la neurociencia deben llevarnos a replantear las barreras
entre los humanos y otros animales en cuanto a garantías de bienestar (Horta, 2012;
Llorente, 2009; Varsava, 2014).
Las discusiones acerca de qué consideración moral deben ocupar otras especies tienen

58
relación directa con otros aspectos de la convivencia entre humanos. Por ejemplo,
cuando Singer (1975) apela a la capacidad de diversas especies para sentir dolor, lo hace
en clara oposición a la capacidad de razonar. Pero este debate tiene resonancia en otras
cuestiones humanas: si el raciocinio fuera la cualidad que determina la superioridad de
unos individuos sobre otros, ¿dónde coloca esto a los seres humanos que, por diversas
cuestiones, sufren una discapacidad intelectual que afecta a su entendimiento? Desde
otro prisma, la jerarquía que sitúa al ser humano sobre otras especies se imbrica con
otros esquemas de funcionamiento social, como son los establecidos en función del
género, etnia, identidad racial, credo o cualquier otra variable que haya sido usada para
someter a parte de la humanidad bajo el control de otra. Por ello, es frecuente encontrar
referencias cruzadas entre posición moral de los animales y modelo productivo,
feminismo, etc.
Esto se refleja, por ejemplo, en la representación de los animales no humanos dentro
de los marcos jurídicos de distintos países. Portugal considera a los animales como seres
sintientes desde una reforma de su Código Civil realizada en 2016, pero,
simultáneamente, rechazó tipificar en el Código Penal los delitos de abandono, muerte o
maltrato en animales destinados a la producción; España sí cuenta con estas
tipificaciones para la protección animal, pero nuestro Código Civil seguía considerando
a los animales como bienes inmuebles a finales de 2017, de modo consistente con las
derivaciones del Derecho Romano (Giménez-Candela, 2016). Mientras, la Constitución
de Suiza hace referencia explícita no solo a la protección de otras especies animales, sino
a su dignidad, si bien esta es considerada relativa con respecto a la de los seres humanos,
algo que dificulta extraer una lectura unívoca de qué garantías ofrece en caso de
conflicto de intereses (Wolf, 2012).
Por otra parte, la legislación recoge diferenciaciones entre especies animales que no
se derivan de la exploración lógica, sino que proceden de intereses sociales variados.
Así, distintas comunidades autónomas españolas disponen de legislación contra el
maltrato animal, aunque a fecha de 2017 la mayor parte de ellas (a excepción de
Cataluña y Canarias) establecen excepciones para no hacer extensiva la protección a los
toros de lidia usados durante festejos tradicionales. Y la legislación de Estados Unidos
opta por considerar que ratas y ratones no son animales (Herzog, 2011a), con la
intención de facilitar su inclusión dentro de la investigación médica.
Es probable que algunas de las cuestiones señaladas al respecto del ordenamiento
jurídico resulten llamativas para el lector, pero, como bien señala Herzog (2011a),
mantener una coherencia rígida en la consideración de los animales tiene implicaciones
de gran calado. Por ejemplo, si asumimos el concepto de «especismo» propuesto por
Singer (1975) y determinamos que los animales sintientes (equipados con estructuras
neurales capaces de detectar dolor) deben quedar en un mismo escalón que los seres
humanos, vacas, cerdos, ovejas, roedores y un largo etcétera quedarían excluidos de los
laboratorios, granjas y otras formas de explotación. Pero si reconocemos la dignidad de

59
los animales, ¿es moralmente aceptable mantenerlos en nuestros hogares como mascotas,
obligándolos con ello a vivir en un entorno determinado por el ser humano? O aún más,
¿sería lícito incluirlos dentro de las sesiones de intervención, por más que se intente
garantizar su bienestar? La interacción entre humanos y otros animales es un campo con
muchas aristas.
En resumen, aproximarse a la consideración moral de los animales en distintos
contextos culturales pone al descubierto un entramado de debates simples de enunciar,
pero difíciles de solucionar: ¿qué hace humano a un humano?, ¿cómo de humanos son
otros animales? o ¿cómo de animales somos los humanos? Estas preguntan incorporan
argumentos metafísicos (por ejemplo, qué es «ser humano»), hallazgos empíricos (por
ejemplo, cómo funciona el sistema nervioso de otros animales) y emocionales (por
ejemplo, cuándo sentimos lástima o tristeza ante prácticas como la caza), por lo que
alcanzar acuerdos para el común de la sociedad resulta complejo. Y con independencia
de las opciones personales y del código moral compartido en un determinado grupo
étnico, mantener la alerta ante la diversidad de criterios es una herramienta valiosa de
cara a evitar malentendidos en los contextos de intervención.

2.3. La interacción cotidiana entre humanos y los animales de


compañía

En puntos anteriores han sido analizados los diferentes estatus o posiciones que los
animales ocupan en la comunidad. Aunque existe un nutrido grupo de estudios
dedicados a evaluar nuestras actitudes y formas de interacción con animales de granja,
zoológicos o laboratorio, el presente epígrafe estará dedicado a analizar algunos puntos
clave que permitan describir la posición de la que los animales de compañía
(especialmente gatos y perros) gozan en la actualidad.

2.3.1. Familias con mascotas y familias no-solo-humanas

Un dato frecuentemente repetido en la literatura hace referencia a que la mayor parte


de las personas que conviven con animales de compañía los considera parte de la
familia. Esta conclusión se mantiene en estudios realizados con diferentes metodologías
y rangos de edad en Reino Unido, Japón o Estados Unidos, entre otros (American
Veterinary Medical Association-AVMA, 2012; Morrow, 1998; Veldkamp, 2009).
Conocido este dato, una pregunta pertinente es: ¿y qué posición ocupan dentro de la
organización familiar?
Algunos estudios resaltan que los adultos que conviven con mascotas pueden
considerarlas equivalente a sus hijos e hijas (AVMA, 2000; Laurent-Simpson, 2017),
ocupando la misma altura jerárquica en la configuración familiar que los descendientes

60
humanos. Este fenómeno es tan frecuente que incluso ha dado lugar al término «hijo
sustituto» (surrogate children), que arrastra connotaciones peyorativas por su
contraposición con la noción de «hijo real» o adecuado a la norma social. Irvine y Cilia
(2017) realizan un análisis sociológico de estas nuevas formas de familia y sitúan el
debate en un marco más amplio: el de la ruptura del modelo clásico (heteronormativo,
con división de roles asignados a género, etc.) y la progresiva diversificación de las
familias en Occidente. En otras palabras, las posiciones que las mascotas pueden ocupar
en las familias-no-solo-humanas son variadas y los prototipos aún se están formando,
pero la evolución se distanciaría paulatinamente de la diferenciación binaria entre
«nosotros» los humanos y «ellos» los demás animales (no es que la familia tenga
animales, es que la familia se conforma de animales humanos y no humanos). En esta
misma línea argumental, las autoras destacan el progresivo abandono de los estereotipos
negativos en torno a quienes optan por compartir su vida parcial o exclusivamente con
animales no humanos —haciendo referencia explícita al cliché de la (mujer) «loca de los
gatos» (Irvine et al., 2017, p. 8)—.
Dentro de estos cambios actuales, existe una corriente de opinión que aboga por
abandonar el término «dueño» y hacer referencia a la labor de «guardián» del animal. Y
la investigación señala que el etiquetado encierra un valor más allá de la mera
terminología. En un estudio desarrollado con adultos estadounidenses, Carlisle-Frank y
Frank (2006) encontraron diferencias relevantes entre las personas que se consideraron
dueñas y aquellas que se consideraron guardianes. En general, los «dueños» indicaron
realizar menos castraciones, registraron al animal a su nombre en menos ocasiones y
presentaron mayor frecuencia de abandono, mientras que el grupo de «guardianes»
presentó una mayor frecuencia de celebración del cumpleaños de sus mascotas, llevar
fotos, hacerles regalos en fechas especiales e incluir al animal como firmante en las
tarjetas de felicitación. Dicho de otro modo, las personas que se identificaron como
guardianes fueron aquellas que consideraron al animal como compañero o miembro de la
familia, mientras que el término dueño fue más usado por quienes marcaron mayor
distancia entre sí mismos y sus mascotas. Estos hallazgos no implican una relación de
causalidad entre la elección de un término y la forma de convivencia, pero dan apoyo
empírico inicial a la idea de que las personas establecen vínculos con significados
diversos.
De modo independiente, un estudio cualitativo realizado por Blouin (2013) detectó
tres posiciones básicas en el modo de entender la convivencia con animales: con
superioridad de los intereses humanos (perspectiva dominante), en horizontal
(perspectiva humanista) o dando prioridad a las necesidades de los animales (orientación
proteccionista). En este sistema de categorías, la identidad de dueño o jefe se asocia más
a la posición dominante; la de guardián, cuidador o compañero encajaría con la visión
proteccionista del animal; y el rol familiar o de amistad corresponde con la visión
humanista.

61
Aunque el valor predictivo de estas clasificaciones no ha sido contrastado
empíricamente hasta la fecha, los trabajos de Carlisle-Frank et al. (2006) y Blouin (2013)
atraen la atención hacia el hecho de que no todas las personas experimentan la
convivencia con animales domésticos de una manera unívoca. Esto tiene interés, por
ejemplo, al examinar los beneficios asociados a la interacción humano-animal, ya que es
probable que distintas formas de relación se asocien con diferentes perfiles de
experiencia. De momento, y a la espera de nuevos avances en la investigación, conviene
mantener la cautela antes de generalizar cualquier conclusión obtenida al total de la
población que convive con animales domésticos.
Es probable que estas tipologías no sean estancas, sino que puedan cambiar a lo largo
del ciclo vital de la familia. En un estudio longitudinal desarrollado con 52 parejas
israelíes, Shir-Ver-tesh (2012) llevó a cabo una investigación etnográfica centrada en los
papeles asumidos por los animales de compañía. Las conclusiones del estudio coinciden
en señalar varias posibilidades ya revisadas: una pequeña parte de las parejas sin hijos
convivían con animales para cubrir sus aspiraciones de cuidado, otorgándole la
consideración de «hijo»; un porcentaje mayor de las parejas indicaron que los animales
cubrían esa función, pero solo parcialmente, aspirando a tener descendencia más
adelante; y la mayor parte informaron tener gran aprecio por sus mascotas y
considerarlas parte de la familia, pero en un escalón inferior al de otros miembros. Sin
embargo, la autora extrae una conclusión poco explorada en la literatura científica: ante
cambios en las condiciones de vida (como el nacimiento de un hijo o una mayor
exigencia laboral), la consideración de los animales de compañía suele disminuir en su
importancia. Shir-Vertesh habla de «humanidad flexible» para hacer referencia a esta
variabilidad.
En conjunto, la literatura analizada permite extraer al menos dos conclusiones
interesantes para la programación de intervenciones. En primer lugar, los animales
ocupan diferentes roles y posiciones dentro de las familias; y, a la vez, dentro de un
mismo contexto social es posible encontrar esquemas muy diferentes de relación con los
animales domésticos (Laurent-Simpson, 2017). Por ello, los técnicos deben estar abiertos
a bucear en esta información durante la evaluación de los clientes, y explorar estas
relaciones como elementos sobre los que actuar para promover el cambio.

2.3.2. El vínculo familiar con nuestros animales de compañía

El punto anterior ofrece una base teórica sólida sobre la que relativizar algunos
hallazgos presentes en la literatura científica. A pesar de que existe la tendencia a
trabajar con los hogares que incluyen animales como si representaran un grupo
sociológico uniforme, parece lógico considerar tanto la existencia de diferentes perfiles
de convivencia —según la intensidad del contacto o la percepción del vínculo— como
su variabilidad a lo largo del ciclo vital. Pero, una vez subrayada la necesidad de evitar la

62
idealización de las relaciones entre humanos y otros animales, lo cierto es que existe un
nutrido cuerpo de investigación empírica que coincide en señalar la importancia de este
vínculo.
Por ejemplo, Topolski, Weaver, Matty y McCoy (2013) desarrollaron un estudio
basado en la resolución de un dilema moral centrado en el conocido como dilema del
tranvía. El equipo planteó una situación hipotética (un autobús pierde el control cuesta
abajo, se aproxima a una zona llena de gente y hay que elegir hacia dónde dirigirlo para
minimizar daños) y solicitó a una amplia muestra de estudiantes estadounidenses que
informaran sobre qué opción le pareció mejor en 12 combinaciones de animal (mascota
propia o ajena) y personas (con seis niveles de familiaridad, desde un turista desconocido
hasta un hijo). Aunque los autores discuten que las elecciones se realizan en un plano
abstracto —lo que elimina en gran medida la influencia del impacto emocional directo
que se obtendría en una situación real—, en torno a un 40% de los participantes eligió
salvar a su mascota frente a un humano completamente desconocido, cifra que descendió
hasta el 12% cuando el animal no fue la propia mascota. De acuerdo con la hipótesis de
partida, a mayor nivel de conocimiento y relación con el humano, menor el porcentaje de
respondientes que elige salvar al animal; por ejemplo, en torno a un 6% preferiría salvar
a su perro frente a un buen amigo, y casi nadie optaría por salvar un animal desconocido
en esta situación. De manera consistente, las mujeres presentaron mayor tendencia a
elegir al animal sobre el humano en todas las combinaciones. De este estudio pueden
extraerse dos ideas clave: que los participantes tienen en alta consideración a sus
mascotas; y que trabar amistad con los vecinos puede salvar tu vida en situaciones
extremas.
Más allá de los supuestos teóricos, Froma Walsh (2009) realiza una revisión de las
posiciones que las mascotas pueden desempeñar en las familias, encontrando evidencias
de su participación como centro de atención, primera figura de interacción, vértice de
formaciones triangulares y otras muchas funciones prototípicas de funcionamiento
evaluadas en la terapia familiar.
Existe abundante documentación que señala la alta frecuencia con la que los humanos
ponen en peligro sus vidas para intentar salvar animales domésticos en caso de
emergencia (Thomp-son, 2013). De hecho, diversos estudios señalan que las familias
con animales de compañía tienen mayores probabilidades de no completar una
evacuación en caso de emergencia (Glickman, Heath y Kass, 2000; Heath, Kass, Beck y
Glickman, 2001), dadas las dificultades añadidas para el transporte de los animales. Por
ello, diversas iniciativas han promovido la inclusión de los animales de compañía dentro
de las campañas de información sobre desastres, buscando maximizar la probabilidad de
éxito en caso de emergencia (Thompson, Every, Rainbird, Cornell et al., 2014).
Un fenómeno más cotidiano corresponde a la costumbre de compartir el espacio
personal con los animales, tanto durante el día como durante la noche. El estudio
transcultural propuesto por Gray et al. (2011) refleja que perros y gatos suelen pasar el

63
día fuera de la casa en la mayor parte de regiones estudiadas, pero que más de dos tercios
de las poblaciones optan por dejarlos dormir dentro de casa (en un tercio de las
ocasiones, compartiendo habitación con humanos). En una amplia muestra de
participantes australianos (más de 10.000), Smith, Thompson, Clarkson y Dawson
(2014) encuentran que en torno al 10% de las familias practican el colecho (es decir,
alguno de sus miembros comparte una misma cama con el animal de compañía a la hora
de dormir). Este colecho se asocia con una disminución de diversos indicadores de
calidad del sueño debido a los ruidos y distracciones asociadas (Smith et al., 2014;
Thompson et al., 2014). Sin embargo, las personas que lo practican señalan la seguridad
percibida y sensación de pertenencia como elementos que compensan estos costes,
justificaciones similares a aquellas usadas para explicar el colecho con otros seres
humanos (Smith et al., 2017).
Pero el paralelismo entre animales de compañía y humanos no acaba aquí. Muchos de
los rituales y costumbres de nuestra sociedad han ido extendiéndose paulatinamente a
otras especies. En el estudio desarrollado por Carlisle-Frank y Frank (2006) con muestra
estadounidense, se encontró que más de la mitad de los participantes indicaron celebrar
el cumpleaños de su mascota; que casi el 60% la incluyó como firmante de las tarjetas de
felicitación; que casi tres cuartas partes les hicieron regalos en las ocasiones especiales, y
que un 85% incluyeron a sus mascotas dentro de los álbumes familiares. Sería
interesante realizar un nuevo estudio preguntando por la presencia de mascotas en las
fotos de perfil de redes sociales, dado el auge de Facebook, Twitter, etc.
Como último ejemplo de la importancia de los vínculos desarrollados entre humanos
y otros animales, cabe reseñar las reacciones que siguen al fallecimiento de un miembro
de la familia. Wilson, Netting, Turner y Olsen (2013) analizaron los obituarios
publicados en periódicos estadounidenses y suizos en busca de referencias a animales de
compañía. Aunque su presencia fue relativamente baja, la enorme cantidad de
documentos incluidos en el estudio (por encima de 11.000) permitió reunir 260
referencias para un período de tres meses. Los animales aparecieron nombrados como
supervivientes del fallecido en más de la mitad de estos obituarios, mientras que la mitad
de las notas incluyeron información sobre el deseo póstumo de realizar donaciones a
favor de entidades protectoras de animales. Aunque existe una amplia distancia entre el
2% de obituarios que mencionan animales y el casi 70% de hogares estadounidenses que
conviven con mascotas (APPA, 2017), este estudio pone de manifiesto que los animales
juegan un papel relevante en los rituales que rodean a la muerte, aunque el formato haya
variado desde la Prehistoria hasta nuestros días.
Pero la muerte también afecta a las propias mascotas. Hace dos décadas, Turner
(1997) ya informaba de la existencia de una experiencia piloto desarrollada por la
Universidad de Ohio (Estados Unidos) para ofrecer apoyo ante la muerte de un animal
de compañía. De su análisis de las demandas recibidas se deriva que algunas de las más
frecuentes guardaron paralelismo con lo esperable en el caso de los duelos por personas

64
allegadas, como la culpa y las dudas de si se podría haber hecho algo más por salvar su
vida. Las líneas de atención telefónicas son populares en otros países, y las lecciones
aprendidas a través de su uso indican una creciente necesidad de apoyo para afrontar la
pérdida de las mascotas (Remillard, Meehan, Kelton y Coe, 2017).
Algunos investigadores han estudiado las reacciones que los seres humanos sufren
ante la pérdida de una mascota, encontrando similitudes con los procesos de duelo que
siguen a la muerte de familiares y amigos (Banyard-Nguyen, Breit y Anderson, 2016;
Kaufman y Kaufman, 2006). Esta similitud se extiende también a los rituales mortuorios,
como refleja que cada vez sea más frecuente encontrar cementerios específicos para
mascotas. Por otra parte, desde comienzos del siglo XX se documenta la paulatina
equiparación de los rituales mortuorios de animales de compañía, haciéndolos más
parecidos a aquellos dedicados a humanos en Japón (Veldkamp, 2009) y Estados Unidos
(Brandes, 2009).

3. CONCLUSIONES DEL CAPÍTULO

La convivencia entre seres humanos y otras especies animales ha jugado un papel


relevante en la evolución de las sociedades. En los últimos años, la antrozoología ha
emergido como campo de encuentro multidisciplinar dedicado a entender cómo las
diferentes especies interactúan, evitando el antropocentrismo y dando protagonismo a la
idea de que nuestro encaje es dinámico, y no estático.
En la actualidad, nuestra relación con otros animales no es lineal, sino que presenta
numerosas inconsistencias. Por ejemplo, el estatus otorgado a otras especies animales en
nuestro pensamiento o marco legal resulta incoherente en muchos puntos. Estas
dificultades se constatan en diversos países, por lo que no parecen ser el producto de una
cultura concreta. Sencillamente, poner de acuerdo al conjunto de una sociedad en torno a
lo que siente, piensa, desea y necesita es extremadamente complejo, y los animales
juegan un papel crucial en ámbitos tan dispares como el bienestar personal y el poder
económico de un país.
En general, los estudios revisados coinciden en señalar que los animales de compañía
están conquistando, poco a poco, posiciones anteriormente reservadas a los familiares
humanos. No parece previsible, sin embargo, que estos cambios vayan a suponer un
viaje directo desde una posición A hacia un punto B, sino que la literatura detecta la
existencia de diferentes grupos o perfiles que coexisten en las mismas comunidades ¡Y
eso, contando solo con participantes que sí conviven con animales! Para tener una visión
completa de este tapiz será necesario integrar información ofrecida por personas que
deciden no convivir con animales y/o que no experimentan ningún tipo de atracción por
esta interacción.
Por todo esto, es posible concluir que el conocimiento científico crece a buen ritmo,
pero está lejos de ofrecer una visión comprensiva de cómo funcionan estos enlaces. Para

65
las personas que trabajan con animales, entender mejor este universo de relaciones es
una herramienta útil, ya que les permite anticipar las dificultades e inconsistencias a las
que se van a enfrentar y ponerles solución.
De cara a la implementación de intervenciones asistidas por animales, este capítulo
busca remarcar que las relaciones entre humanos y otros animales son muy diversas. Y
dado que la inclusión de animales busca mejorar la probabilidad de éxito, las discusiones
acerca de qué opción moral es la acertada pueden tener poco valor aplicado. Es un caso
prototípico de choque entre tener éxito y tener razón. La literatura nos advierte de que,
cuando se incorporan animales a la ecuación, es sencillo desviarse de lo primero y
terminar centrado en lo segundo.
Las relaciones antrozoológicas son complejas y difíciles de aprehender. Por ello, el
interventor debe trabajar su flexibilidad cognitiva y marcarse como obligación entender
la concepción que el beneficiario de la intervención tiene sobre los animales. Si no, el
recurso técnico puede convertirse en una fuente de ruido y colapso.

66
3
Encaje entre humanos y otras especies II: variables
individuales

En el capítulo anterior se analizaron algunas claves acerca de cómo el ser humano y


otras especies se han engranado y complementado para evolucionar de manera conjunta
hasta el momento actual, usando una unidad de análisis amplia (a nivel comunitario). En
este segundo apartado, el foco se moverá de la antrozoología hacia procesos personales
que influyen sobre la interacción humano-animal a un nivel más individualizado: el
ajuste de la personalidad de humanos y animales de compañía; las cogniciones sociales,
entre las que destaca la antropomorfización; y el vínculo de apego desarrollado hacia las
mascotas. Cada uno de estos tres objetos de estudio contará con un epígrafe propio.
El objetivo de este capítulo es completar la descripción de cómo es nuestra
interacción con los animales no humanos, concentrándonos especialmente en los
animales que conviven en nuestros hogares. Pero, más allá, cabe recordar que el objetivo
estratégico de este análisis radica en entender mejor los procesos que sustentan la
interacción humano-animal como medio a través del cual mejorar los programas de
intervención. Por eso, se reservará un último apartado para condensar las principales
conclusiones y señalar las implicaciones directas para el desarrollo de intervenciones
asistidas por animales.

1. AJUSTE DE PERSONALIDAD ENTRE HUMANOS Y ANIMALES

Personalidad es un término de gran relevancia en casi cualquier contexto de las


Ciencias de la Conducta. Por citar una definición de amplio espectro, es posible
recuperar la propuesta de la American Psychological Association (APA), que en su web
la define —en inglés— del siguiente modo:

La personalidad comprende las diferencias individuales en los patrones


característicos de pensamiento, sentimientos y comportamiento (recuperada de
www.apa.org en agosto de 2017).

Existen diversas maneras de enfrentarse al reto de definir cuáles son las diferentes

67
características de personalidad. En el ámbito humano, se parte de la premisa de que es la
interacción entre carga genética y la experiencia la que determina el desarrollo de la
personalidad, aunque existen teorías que dotan de mayor importancia a aspectos
biológicos (por ejemplo, las teorías de rasgos, como los cinco grandes de Costa y
McCrae, 1992; o la propuesta triádica de Eysenck y Eysenck, 1983), frente a otras que
dan mayor prioridad al proceso de construcción en el ámbito social (como la teoría de
los constructos personales de George Kelly o las teorías anidadas en el construccionismo
social). Por otra parte, disciplinas como la Etología o la Biología suelen recurrir a
términos como carácter o temperamento, otorgando mayor protagonismo a la base
biológica sobre el aprendizaje. El término personalidad sirve como paraguas para todas
estas concepciones, lo que puede resultar confuso si se recurre a literatura de distintas
áreas de conocimiento.
En los siguientes epígrafes se abordará una secuencia de tres cuestiones. En primer
lugar, ¿se parece la personalidad de los humanos y de otros animales? Una vez analizado
este punto, se plantea la cuestión: ¿hay alguna relación entre personalidad humana y el
ajuste con nuestras mascotas? Y, en tercer lugar, ¿qué elementos estéticos y
conductuales afectan a nuestra percepción de la personalidad en animales no humanos?
Una vez completado este itinerario, se señalarán las implicaciones de las respuestas
ofrecidas para el diseño de intervenciones asistidas por animales.

1.1. La relación entre personalidad humana y en otros animales

Gran parte de la literatura dedicada a las diferencias individuales en animales no


humanos opta por un enfoque teórico que privilegia la carga biológica en detrimento del
desarrollo ontogenético. Es decir, se concentra en el temperamento. A consecuencia de
esta divergencia de criterio, la mayor parte de la información disponible sobre
evaluación de personalidad en animales no humanos ha sido obtenida a través de
instrumentos y ha sido expresada a partir de marcos conceptuales específicos, difíciles
de compatibilizar con cualquier otra especie animal.
Las diferencias en el comportamiento de animales no humanos han sido
frecuentemente evaluadas desde ámbitos como la Etología, Veteri-naria, Adiestramiento,
Protección Animal, etc. Por citar algunos ejemplos, McGarrity, Sinn y Gosling (2015)
localizan hasta nueve categorías de conducta contempladas en el instrumental de
evaluación canina (agresividad, seguridad, exploración, miedo/nerviosismo, etc.);
Bennet, Rutter, Woodhead y Howell (2017) detectan seis factores en gatos a raíz de la
información ofrecida por sus dueños (amigables, juguetones, demandantes de atención,
confiados, dominantes y nerviosos); y Gorecka-Bruzda et al. (2011) encuentran que los
jinetes polacos valoran especialmente como cualidades comportamentales la sociabilidad
(hacia humanos y otros caballos, que no sea miedoso...) y que el caballo sea retador
(independiente, curioso...). Sin necesidad de realizar un estudio más detallado, salta a la

68
vista que estas propuestas ofrecen resultados que, si bien pueden ser de interés por
separado, no ofrecen demasiadas pistas para realizar comparaciones entre especies.
Sin embargo, existe una línea de trabajo alternativa, centrada en establecer los
factores de personalidad presentes en diversas especies. Aunque es fácil consensuar que
el comportamiento de perros, gatos, caballos... y humanos presenta claras diferencias
etológicas, lo cierto es que todas estas especies guardan una relación filogenética
relativamente cercana, siendo todos mamíferos con más parecidos estructurales que
diferencias. Y dado que las teorías de rasgos señalan que las diferencias individuales en
humanos se distribuyen a lo largo de dimensiones que encuentran su base en estructuras
cerebrales, ¿no sería lógico explorar los parecidos que puedan darse entre especies?
Esta pregunta no es, ni mucho menos, novedosa. Ya en 1998, Gosling y Bonnenburg
plantearon la necesidad de establecer estándares que permitieran la evaluación y
comparación entre especies animales. En un estudio posterior, Gosling y John (1999)
realizaron una revisión de trabajos de investigación dedicados a la evaluación de la
personalidad en 12 especies no humanas, incluyendo otros primates, perros, gatos,
burros, hienas, peces y pulpos. En esta revisión, los autores usan como base la teoría de
los cinco grandes, no como un movimiento antropocéntrico, sino con la idea de
comprobar la existencia de similitudes auspiciadas por estructuras neurológicas
comunes. Entre las conclusiones del estudio, destaca la existencia de tres factores de
personalidad presentes en todas las especies: neuroticismo, extraversión y
afabilidad/sociabilidad; la apertura (incluyendo rasgos como interés en el juego y
curiosidad) fue detectada para diez de las doce especies; y los indicadores de
autoconsciencia solo fueron referidos en estudios con primates no humanos —si bien la
literatura ha acumulado cientos de publicaciones que presentan evidencias de
autoconsciencia en un buen número de especies (Delgado y Sulloway, 2017)—.
Los resultados apuntados por Gosling y John (1999) no implican que los factores
compartidos se expresen de manera idéntica en distintas especies. Además, los autores
también señalan que dos factores ajenos a los cinco grandes aparecen de manera
consistente en las investigaciones dedicadas a la evaluación de la personalidad en
animales: dominancia y actividad. De este modo, este estudio invitaba a considerar que
al menos parte de las cualidades que hacen diferentes a los humanos debían estar
presentes en individuos de otras especies —idea que arraigó en la comunidad científica
en los años siguientes, llegando hasta nuestros días (Gosling y Olson, 2008)—. A la vez,
otras voces han señalado la necesidad de mantener abierta la puerta a incorporar factores
o rasgos que o bien son propios de determinadas especies, o bien tienen especial
relevancia para especies concretas (Koski, 2014).
De este modo, diferentes trabajos han aprovechado la base común añadiendo
características específicas de cada especie. Por ejemplo, Ley, Bennet y Coleman (2008)
encuentran parecidos en tres de los cinco factores al describir la personalidad en perros y
humanos (neuroticismo, extraversión y amigabilidad), si bien incluyen dos factores

69
novedosos (motivación y concentración en el adiestramiento). Litchfield, Quinton,
Tindle, Chiera et al. (2017) describen la conducta de los gatos domésticos en Oceanía
según cinco factores, de los cuales tres coinciden con la propuesta humana
(neuroticismo, extraversión y afabilidad) y dos son originales (dominancia e
impulsividad). Como último ejemplo, Morris, Gale y Howe (2002) encuentran que los
cinco grandes tienen aplicación en caballos, aunque una muestra de más de 200 jinetes
británicos distribuyó sus observaciones en tres categorías (neuroticismo, extraversión y
psicoticismo; compatibles con la propuesta triádica de Eysenck et al., 1983).
Así pues, la investigación demuestra que la evaluación de la personalidad encuentra
múltiples aspectos trasversales —sobre todo en torno a los factores de neuroticismo,
extraversión y afabilidad—, si bien resulta interesante añadir factores específicos en
función de la especie evaluada. De este modo, se maximiza la compatibilidad entre
resultados a la vez que aumenta la validez ecológica de las observaciones (Koski, 2014).
El debate actual se encuentra, por tanto, en un punto intermedio entre las propuestas
originales.
El siguiente epígrafe presentará información sobre nuestro conocimiento actual de las
aplicaciones de estas conclusiones ¿Existe alguna relación entre la personalidad de
nuestros animales de compañía y nosotros mismos?

1.2. Personalidad humana y ajuste con animales de compañía

Existe la creencia popular de que las mascotas se parecen a sus dueños. Una vez
discutida la posibilidad de evaluar algunos factores comunes de la personalidad de
humanos y otros animales, esta hipótesis es susceptible de ser comprobada
empíricamente. Es posible que esta idea no se sustente con los datos en la mano, pero en
caso de corroborarse que existe dicha relación, ¿cómo se explicaría? Si desechamos la
idea de que la coincidencia se dé por azar, habría entonces que contemplar distintas
posibilidades: que los humanos elijan a sus mascotas en función de sus preferencias; que
las personalidades se ajusten a través de la convivencia; o incluso que no exista ajuste,
sino que sean los humanos quienes malinterpretan determinadas conductas de los
animales de compañía para encontrar parecidos. La lista no es exhaustiva, pero sirve para
ilustrar la complejidad del asunto.

1.2.1. Perfiles de personalidad y preferencia por distintos tipos de mascota

La hipótesis más obvia es, probablemente, que las personas tendemos a elegir
mascotas que coinciden con nuestras preferencias. Por ejemplo, las personas físicamente
más activas buscarán animales que puedan compartir ese ritmo de vida, eligiendo perros
frente a gatos y animales jóvenes frente a mayores. Siguiendo esta misma línea

70
argumental, las personas que prefieren pasar sus fines de semana en casa optarán por
animales de compañía con un nivel de actividad inferior.
En la actualidad, la literatura recoge varios estudios centrados en comprobar este tipo
de hipótesis.
Dado que perros y gatos representan los prototipos de animal de compañía en las
sociedades occidentales (en este momento histórico), varios estudios han desarrollado
comparativas entre «gente de perros» y «gente de gatos». Estos términos, aunque
informales, están muy arraigados en sociedades angloparlantes, donde es frecuente usar
como descriptor dog person o cat person.
El primer estudio a comentar se publicó hace ya dos décadas. Perrine y Ousborne
(1998) reunieron una muestra de 126 universitarios estadounidenses y analizaron algunas
características de personalidad en función de su preferencia por gatos o perros,
eliminando a quienes se identificaron con ambos o con ninguno como animal preferido.
Entre los resultados obtenidos, destacó que las personas de perros se valoraron a sí
mismas como más independientes y atléticas que las personas de gatos. No obstante, el
pequeño tamaño de muestra (50 personas de perros y 24 de gatos) y el uso de etiquetas
de personalidad poco frecuentes dificultan extraer conclusiones claras a partir de los
resultados.
Unos años más tarde, Gosling, Sandy y Potter (2010) analizaron las puntuaciones
medias obtenidas en los cinco grandes (Costa y McCrae, 1992) por más de 2.600
personas de todas las edades que se identificaron exclusivamente como gente de perros o
de gatos. Comparativamente, el grupo de personas que se identificó con los perros fue
mucho más numeroso que el de gatos (aproximadamente, cuatro veces mayor), pero
ambos grupos tuvieron un tamaño suficiente para desarrollar comparaciones sin temor a
artefactos estadísticos. Las personas «de perros» indicaron ser más extrovertidas, afables
y autoconscientes que las personas de gatos, si bien estas presentaron mayores
puntuaciones en neuroticismo y apertura. Estas diferencias se mantuvieron para varones
y mujeres por separado. Complementariamente, un estudio desarrollado por Alba y
Haslam (2015) concentró su atención en los rasgos de dominancia y narcisismo. La
muestra estuvo conformada por algo más de 500 estadounidenses, captados a través de
una plataforma online. Los autores corroboraron que la gente «de perros» fue más
dominante, competitiva y narcisista que la gente «de gatos», y que este efecto se
mantuvo para varones y mujeres.
Sin embargo, es posible que este impacto reducido pueda ser explicado, al menos en
parte, por la asunción de que es la especie que inclina la balanza a la hora de elegir
mascota. Por ello, resulta interesante analizar el impacto diferencial de otras
características del animal, como la raza concreta, que pueden añadir mayor detalle a la
información de la que disponemos. Concentrándose solo en perros, Wells y Hepper
(2012) llevaron a cabo un análisis más detallado de la personalidad según la raza con la
que se convive. Como hipótesis de partida, los autores anticiparon diferencias entre los

71
dueños de perros considerados no agresivos (como labradores o golden retrievers) y
agresivos (pastores alemanes o rottweilers). Usando como base el sistema triádico de
Eysenck et al. (1983), los autores corroboraron que las personas que convivieron con
perros caracterizados por su agresividad obtuvieron mayor puntuación en el factor
psicoticismo (que incluye descriptores como la dureza), aunque los factores
neuroticismo y extraversión no presentaron diferencias. Usando los resultados presentes
en el texto para calcular la d de Cohen (1988), es posible corroborar que la diferencia en
psicoticismo alcanzó un tamaño de efecto grande. En la misma línea, Egan y MacKencie
(2012) comprobaron, en una muestra de personas provenientes de Estados Unidos,
Canadá y Reino Unido, que los dueños de perros de razas consideradas agresivas fueron
menos afables (o sociables) que los dueños de perros no agresivos.
Por último, cabe destacar el estudio desarrollado por Hergovic, Mauerer y Riemer
(2011) con una muestra de 250 alemanes de ambos sexos. Los autores realizaron un
estudio similar al descrito por Gosling, Sandy y Potter (2010) pero contemplando cuatro
grupos de comparación: sin animales, dueños de mascotas tradicionales (perros y gatos),
mascotas exóticas de sangre caliente (roedores, loros...) y animales exóticos de sangre
fría (reptiles, arácnidos...). En general, los resultados obtenidos en los cinco grandes
factores de personalidad fueron similares para todos los grupos. El análisis de la
interacción entre tipo de mascota y sexo del participante indicó que los tres primeros
grupos siguieron obteniendo resultados similares entre sí, con mayores puntuaciones en
apertura (por ejemplo, búsqueda de nuevas experiencias) entre las mujeres y una menor
afabilidad entre los varones.
Por tanto, la asociación entre personalidad y preferencia por ciertas especies parece
existir, aunque no se observa coincidencia entre estudios. Además, la mayor parte de
resultados coinciden en señalar que el tamaño de efecto sería pequeño. En otras palabras,
la preferencia por uno u otro animal parece anticipar diferencias en la personalidad de
sus dueños, pero no se deben esperar grandes variaciones. Estas divergencias deberán ser
contrastadas en futuras investigaciones.
Los resultados explorados asocian la personalidad del dueño con su preferencia por
una u otra especie, pero no dicen nada sobre el nivel de coincidencia entre la
personalidad de una persona y un animal concretos. Este reto ha sido afrontado por
Turcsan, Range, Viranyi, Miklosi et al. (2012), quienes reunieron una muestra próxima a
los 400 participantes provenientes de Austria y Hungría. Estos participantes completaron
una evaluación de personalidad basada en los cinco grandes tanto para los humanos
como para los perros, y corroboraron la existencia de una correlación positiva y
significativa en todos los factores (por ejemplo, las personas con mayor neuroticismo
convivieron con perros que puntuaron alto en esa misma dimensión). Entre las fortalezas
de este estudio cabe destacar que estas correlaciones se presentaron cuando observadores
externos evaluaron a parejas dueño-perro, y que no alcanzaron significación estadística
cuando observaron parejas asignadas al azar. En otras palabras, la evaluación a ciegas

72
demostró que el parecido de personalidad entre perros y sus dueños no vino provocado
por una generalización de las observaciones realizadas sobre el humano, sino que
obedeció a una coincidencia real.

1.2.2. Variables que determinan las atribuciones de personalidad en mascotas

El apartado anterior reúne estudios en los que se conecta la personalidad de los


dueños con la elección de sus mascotas. Esta conexión sería coherente con el hecho de
que la personalidad se expresa en todos los ámbitos de la vida, incluyendo cómo se
decide qué animal servirá como compañía. Sin embargo, la anticipación de las
cualidades de cada especie o raza no se deriva solo de la experiencia directa, sino que
también viene influida por la cultura popular.
Sin necesidad de acudir a la literatura especializada, el lector encontrará ciertos
patrones en la elección de prototipos de animales fieles y sociables —en nuestro
contexto, los perros de razas como golden o labradores y colores claros— o fuertes —
¿quién contrataría una empresa de seguridad que tuviera un caniche en su logotipo?—.
También parece lógico pensar que la inclusión de ciertas razas en la legislación española
bajo el denominador «perros potencialmente peligrosos» habrá tenido un impacto
negativo sobre la percepción que la población general tiene de pitbulls o american
staffords. Sin embargo, no se debe asumir que estos efectos sean simples y lineales: por
ejemplo, algunos autores discuten que la creencia popular de que los animales de color
oscuro tienen menos probabilidad de ser adoptados ha tenido un efecto rebote, haciendo
que en la actualidad tener pelaje negro haga más probable la adopción (Garrison y
Weiss, 2015; Weiss, 2016).
Diversas investigaciones se han concentrado en determinar el efecto de ciertas
variables externas en la valoración que hacemos de los animales como potenciales
compañeros de vida. Delgado, Munera y Reevy (2012) analizaron las respuestas de unos
200 participantes a través de una encuesta online. En ella se presentaron fotogra-fías de
cinco gatos con diferentes combinaciones de color (negro, blanco, naranja, bicolor y
tricolor) y se solicitó información sobre diez cualidades de personalidad (activo,
calmado, amigable, tímido, entrenable, etc.) Los resultados indicaron que el color del
pelaje se asoció a ciertas características: por ejemplo, los gatos blancos solían ser
percibidos como tímidos, distantes y poco amigables, justo al contrario que los gatos de
color anaranjado. Estos hallazgos llaman la atención porque los participantes evaluaron a
animales a través de fotos, pero, sobre todo, porque en torno al 75% indicó que el color
del gato tenía poca o ninguna importancia a la hora de plantearse una adopción. Estos
resultados pueden ser discutidos desde un prisma cultural, pero apuntan a que las
atribuciones tienen lugar sin que medie una intención manifiesta.
En cuanto a aspectos psicológicos, Brown y McLean (2015) llevaron a cabo un
estudio en que solicitaron a 158 participantes que evaluaran el significado de conductas

73
mostradas por perros en un vídeo. La grabación mostró conductas seleccionadas por su
ambigüedad, con la intención de valorar la posible influencia de la propia personalidad
sobre los resultados de la observación. Los autores encontraron una correlación directa
entre la tendencia del observador a sentirse culpable y la valoración del perro como
culpable y ansioso. Por tanto, este estudio apoya la idea de que, al menos en ocasiones,
las atribuciones sobre los animales entroncan con cuestiones personales (lo que, en
términos clásicos, se denominaría proyección).
El proceso de atribución de características de personalidad no solo se detecta hacia
los animales, sino que también puede hacerse extensivo a los humanos que los
acompañan. En un estudio desarrollado con estudiantes universitarios del sur de Estados
Unidos, Mae, McMorris y Hendry (2004) encontraron una relación entre la raza de perro
con el que se convive y la personalidad inferida en personas desconocidas (por ejemplo,
fueron valorados como agresivos cuando se presentaron junto a un doberman). Cuando
se advirtió que las parejas perro-dueño no eran reales, el efecto se desvaneció entre los
evaluadores que no convivieron con perros, pero se mantuvo entre quienes sí tenían
perros en casa.
En conjunto, la investigación revisada apunta a que las personas realizan atribuciones
sobre los animales de compañía en función de cuestiones poco definitorias, a través del
color del pelaje o aprovechando conductas ambiguas para proyectar características de
personalidad propias. También existen resultados que apuntan la tendencia a hacer
atribuciones sobre otras personas en función del animal que los acompaña. Pero ¿existe
alguna evidencia de que la mascota elegida guarde relación con la personalidad del
dueño?
Pues la literatura apunta a que sí existe dicha relación, a la luz de los resultados
obtenidos en una serie de estudios sobre emparejamiento de fotografías. El diseño base
de estas investigaciones consistió en presentar varios pares de fotos, algunas de las
cuales presentaban a perros de raza con sus verdaderos dueños, mientras que otras eran
parejas creadas azar, valorando la capacidad de los observadores para determinar qué
emparejamientos eran reales y cuáles ficticios. De manera consistente, la investigación
muestra que los observadores fueron capaces de discriminar los emparejamientos con
una frecuencia demasiado alta para ser explicada por el azar. Además, este hallazgo ha
sido corroborado en muestra japonesa (Nakajima, Yamamoto y Yoshimoto, 2009),
venezolana (Payne y Jaffe, 2005) y estadounidense (Roy y Christenfeld, 2004; 2005).
Estos resultados muestran que, de alguna manera, existe una conexión entre la
estética de personas y perros —no podría ser de otra manera, ya que las decisiones se
toman en función de fotografías—. Payne et al. (2005) discuten que esta coincidencia
puede ser explicada según la tendencia a buscar aquello que se parece a nosotros mismos
—hipótesis del emparejamiento selectivo o assortative mating—, pero los datos
manejados no permiten contrastar esta hipótesis frente a otras alternativas.
Cabe discutir si la correspondencia entre perros y dueños no podría ser explicada

74
satisfactoriamente a través de una hipótesis de corte sociocultural. Quizá el aspecto de
los dueños y la raza de perro coincidan con la expresión de la personalidad del humano
dentro de un determinado contexto cultural. En consonancia con la propuesta de Mae et
al. (2004), los dueños que eligen perros de la raza doberman saben que son perros que se
asocian a la agresividad, por lo que esta elección puede ser tan representativa como el
corte de pelo, uso de complementos de vestir, etc. En esta dirección se expresa Coren
(1999) a raíz de un estudio desarrollado con 261 mujeres canadienses. El autor
comprobó que las mujeres con pelo largo prefirieron perros con orejas largas y caídas,
mientras que las mujeres con pelo corto eligieron con mayor frecuencia perros con orejas
levantadas.
En resumen, las personas atribuimos formas de ser —personalidad— a los animales
de compañía según ciertas características estéticas. Es muy probable que esta operación
esté mediatizada por las asociaciones realizadas sobre las distintas razas: no recibimos
los mismos mensajes acerca de dobermans y rottweilers —mencionados en la legislación
española como perros potencialmente peligrosos— que sobre golden o labrador
retrievers —prototipos de perro de compañía, presentes en campañas publicitarias,
películas, etc.—, a pesar de que golden y labradores causan lesiones con una frecuencia
similar a los pastores alemanes, y hasta seis veces más que los rottweilers (Horisberger,
Stark, Rufenacht, Pillonel et al., 2004). Quizá estas razas necesiten asistencia de un
publicista para mejorar su imagen —y los dueños de razas «inofensivas», más
advertencias para aprender a detectar las señales que anteceden a un mordisco—.
Sea como sea, el conocimiento popular y la proyección de la personalidad propia
sobre el animal (a través de la interpretación de su conducta) parecen distorsionar
claramente nuestra percepción de cómo son los animales de compañía. ¿Puede ser que la
elección de la mascota dependa más de la estética que de su comportamiento?
Lógicamente, parece poco probable que alguien elija adoptar un perro que se muestra
agresivo ya en el primer encuentro. Pero descartando conductas extremas, parece que
nuestras elecciones se ven contaminadas por cuestiones que no pertenecen al animal,
sino que se nutren del imaginario popular.

1.3. Implicaciones del conocimiento de la personalidad en otros


animales

El epígrafe anterior ha reunido información sobre algunas razones que parecen influir
sobre la elección que las personas hacen entre animales de compañía. Sin embargo, los
estudios analizados han tomado como unidad de análisis una especie o razas concretas,
como si fueran grupos homogéneos —que es como aceptar que todos los gatos, o todos
los golden retrievers, son iguales—. Indudablemente, cada uno de estos grupos tiene
unas características etológicas típicas, y también es de esperar que las razas obedezcan a
prototipos de temperamento diferentes. Al fin y al cabo, tienen su origen en una

75
selección artificial por parte del ser humano, que busca potenciar distintas cualidades.
Sin embargo, la variabilidad individual hace que virtualmente cualquier perro o gato
de cualquier raza pueda presentar niveles de neuroticismo, extraversión, afabilidad en
cualquiera de los extremos. Más allá del prototipo, se debe atender a las características
concretas de cada individuo. Y sobre esta base temperamental se superpone el efecto de
aprendizaje y las condiciones ambientales que también tienen un peso importante sobre
el desarrollo de la personalidad. Es posible que los dueños busquen perros o gatos que
proyecten una determinada imagen o que pertenezcan a una raza prototípicamente afable
o dominante, pero la conducta del animal que llega a casa puede no corresponder con las
expectativas.
Pero ¿tiene alguna influencia la personalidad real del animal sobre la convivencia en
los hogares? Walker (2014) destaca que la coincidencia entre personalidad de los
animales humanos y no humanos es un elemento clave para prevenir los problemas de
convivencia. Es sencillo intuir, por ejemplo, que diferencias radicales en la cantidad de
contacto físico preferido (afabilidad), estimulación (extraversión) o nivel de activación
basal (neuroticismo) ofrecen oportunidades extra para tener desencuentros en el hogar.
Walker encuentra que los adoptantes mostraron una menor satisfacción al convivir con
perros caracterizados por valores elevados de neuroticismo o extraversión, aunque no
encuentra relación entre la satisfacción con la mascota y la coincidencia de
personalidades —quizá porque solo compara el factor más sobresaliente en cada
miembro de la pareja, en lugar de todas las puntuaciones simultáneamente—.
Curb, Abramson, Grice y Kenninson (2013) sí desarrollaron análisis cualitativos
sobre la coincidencia de personalidad y su relación con la satisfacción. A partir de las
valoraciones emitidas por 88 dueños de perros de origen estadounidense, localizaron
cuatro aspectos concretos en los que la coincidencia perro-humano tuvo un alto impacto
sobre el bienestar informado: tendencia a compartir posesiones, gusto por el ejercicio
fuera de casa, tendencia a romper cosas y capacidad para interactuar con otros, dominios
mucho más concretos que los grandes factores propuestos por Costa y McCrae o
Eysenck y Eysenck.
Casey, Vandenbussche, Bradshaw y Roberts (2009) realizaron un seguimiento de las
razones que rodearon a los abandonos y devoluciones de gatos a 11 entidades protectoras
británicas. Sobre un total de más de 6.000 casos, los autores comprobaron que el 7% de
los gatos entregados lo hicieron por razones conductuales tales que la agresividad o el
nerviosismo (cifras que ascendieron al 10% una vez eliminados los casos de gatos
encontrados en la calle sin dueño conocido). Este porcentaje subió hasta el 38% entre los
gatos devueltos a la protectora después de la adopción.
En resumen, la literatura disponible muestra que el encaje de ciertas características de
personalidad puede jugar un papel relevante para el bienestar de animales de compañía y
humanos. Sin embargo, este encaje no es el único aspecto a valorar, ya que coexiste con
otras variables, como la empatía o antropomorfización en el lado del humano, que

76
pueden servir como amortiguadores de los conflictos (Brown y McLean, 2015; Szantho,
Miklosi y Kubinyi, 2017).

2. ANTROPOMORFIZACIÓN

La antropomorfización es un fenómeno psicológico que consiste en la atribución de


cualidades humanas a elementos no humanos. Esta definición es probablemente la más
extendida, aunque cabe matizar que definir qué conductas son netamente humanas puede
ser complicado. Citando al primatólogo De Waal:

Estamos asistiendo a una aceptación creciente de nuestra afinidad con los


chimpancés. Es cierto que la humanidad nunca deja de encontrar justificaciones para
considerarse un caso aparte, pero es rara la que aguanta más de una década (De Waal,
2013; p. 27).

Tomando la definición inicial, ejemplos frecuentes de antropomorfización incluyen


atribuir emociones y motivaciones humanas —culpa, venganza— a animales no
humanos y asumir que nuestra mascota entiende la información verbal que le
transmitimos. Estos ejemplos sirven para señalar la enorme presencia del fenómeno en la
actividad cotidiana.
Esta operación no se circunscribe a la interacción con animales, teniendo lugar
incluso con objetos inanimados. En un estudio clásico, Heider y Simmel (1944)
comprobaron la tendencia de los participantes de sus experimentos a atribuir intenciones
y características de personalidad a simples figuras geométricas que se desplazaban por la
pantalla. También es sencillo descubrirse amenazando al ordenador si no arranca o
pensando en las malas intenciones del coche, que siempre falla cuando más se lo
necesita. Incluso se hacen bromas recurrentes en torno a la capacidad de las impresoras
para detectar la ansiedad y atascarse a propósito.
Realizar este tipo de atribuciones no siempre implica que la persona espere que el
animal o máquina le pueda entender. En general, las personas asumen con mayor
facilidad que otros animales son capaces de memorizar, comunicarse con sus congéneres
y resolver problemas sencillos relacionados con su supervivencia, mientras que los
fenómenos prototípicamente humanos —como la resolución de problemas complejos, la
empatía y la autoconsciencia— ofrecen mayor resistencia (Maust-Mohl et al., 2012).
Tener mascotas en casa e identificarse como «defensor de los animales» ha sido
asociado a una mayor atribución de capacidades cognitivas entre otras especies, sobre
todo entre mamíferos primates, perros y gatos (Knight, Vrij, Bard y Brandon 2009;
MaustMohl et al., 2012).
La antropomorfización no es un fenómeno patológico ni implica ruptura del contacto
con la realidad. De hecho, tiene una implicación evolutiva plausible en el desarrollo de la

77
comunicación humana, ya que hablar a los bebés como si nos pudieran entender facilita
su exposición al lenguaje pautado (cultural, no natural). Por supuesto, los bebés tienen
cualidades humanas, pero sus funciones cognitivas no han alcanzado la maduración
necesaria para compartir el proceso en igualdad de condiciones —es decir, el
entendimiento se le supone por parte del emisor, no se deriva de las capacidades actuales
—. Se hace extraño pensar en cómo se habrían generado lenguas comunes sin la
asunción de que nuestros congéneres pueden entender lo que se pretende expresar.
En la literatura del área, la mayor parte de las referencias a la antropomorfización se
realizan con tintes negativos, para describir un posible sesgo del investigador que trabaja
con animales y que piensa haber observado una cualidad humana, pero que no está en
disposición de demostrar fehacientemente. Esta tendencia queda ilustrada en la siguiente
conversación entre Virginia Morell y Jane Goodall en torno a las interacciones entre dos
chimpancés, Dilly y Beethoven:

Cuando Goodall y yo nos encontramos un poco más tarde, hice referencia


inmediatamente a la conducta de Dilly.
«¡Qué demostración tan maravillosa de cómo los chimpancés pueden mentir y
engañar!», dije. «¿Vas a escribir sobre esto en alguna revista científica?».
«No puedo», respondió Goodall.
«¿Pero por qué no?», pregunté. La conducta de Dilly había sido claramente
engañosa. Incluso se había coordinado con Goodall para engañar a Beethoven.
¿Cómo podría explicarse esa secuencia de eventos de otra manera?
Goodall respondió calmadamente: «No. Otros científicos dirán que ha sido solo
una anécdota y que no hay manera de saber en qué pensaba Dilly. Si lo escribo, todos
dirán “Oh, Jane, qué tontería. Estás antropomorfizando”» (Morell, 2013; p. 7;
traducción propia).

En los siguientes apartados se ofrecerá una visión panorámica de dónde se sitúa la


antropomorfización dentro del aparato cognoscitivo humano; se revisará la información
disponible en la literatura sobre qué variables guardan relación con la
antropomorfización; y se analizarán las implicaciones que estas cuestiones pueden tener
para realizar programas de intervención asistida por animales.

2.1. La antropomorfización como parte de la cognición social

La antropomorfización es tan frecuente que resulta interesante colocarla bajo el


microscopio y aprender de sus implicaciones para entender la interacción con los
animales no humanos. Una gran parte de la literatura científica centrada en esta variable
la trata como un fenómeno diferenciado y encapsulado de otros procesos. Sin embargo,
el desarrollo de la investigación ha demostrado que, lejos de ser una entidad autónoma,
la antropomorfización está fuertemente interrelacionada con otros procesos cognitivos

78
del ámbito social, como la empatía, las expectativas sobre la conducta de terceros, el
comportamiento prosocial y un largo etcétera.
Por ello, y siendo la empatía un constructo más amplio y con mayor volumen de
investigación, el recorrido por las cogniciones sociales comenzará por este punto e irá
avanzando hasta analizar la definición, connotaciones y relación con otras variables de la
antropomorfización.

2.1.1. Las bases neurales de la empatía

La empatía es una cualidad fácil de definir —ponerse en la posición del otro—, pero
no tan sencilla de explicar. Aunque analizar en profundidad las bases orgánicas de la
empatía escapa a los objetivos de este libro, sí se ofrecerán algunas referencias clave
para entender qué es la empatía, proponiendo una base conceptual que permita mejorar
el abanico de opciones que los animales ofrecen para la programación de intervenciones.
En primer lugar, cabe destacar que la investigación reciente ha dado gran
protagonismo a las neuronas espejo (mirror neurons). Estas neuronas, inicialmente
descritas en el cerebro de macacos, ocupan su lugar dentro de la región premotora
denominada F5 (Rizzoletti, Camarda, Fogassi, Gentilucci et al., 1988). La particularidad
de estas neuronas que llevó a su descubrimiento radica en que no reaccionan ante la
presentación de objetos, sino ante acciones que incluyeron estos objetos (agarrar,
morder...) La localización de las neuronas en un área implicada en la organización de
acciones motoras y que su patrón de respuesta obedeciera a acciones dirigidas a objetos
llevó a plantear que estas células podrían jugar un papel relevante en la cognición social,
como la comunicación (Corballis, 2010) o la imitación (Rizzolatti y Craighero, 2004).
Rápidamente, estas neuronas fueron colocadas en el centro de numerosos debates
sobre cómo el individuo gana conocimiento de las acciones que otros organismos
realizan a su alrededor. Específicamente, se ha conjeturado que estas neuronas, por su
capacidad de reaccionar ante eventos externos al organismo, pueden estar implicadas en
fenómenos como el contagio emocional —reacciones de dolor ante el sufrimiento de
otros individuos, alegría, etc.—. Esta hipótesis parece darle una nueva dimensión a la
expresión «ponerse en el lugar del otro»: parece ser que la acción de estas neuronas es,
precisamente, reproducir en el medio interno los eventos percibidos en el medio externo.
En esta dirección, autores como De Waal (2013) apuntan a que estructuras como las
neuronas espejo ofrecen un mecanismo explicativo que daría soporte al comportamiento
prosocial. Si las emociones ajenas se experimentan como propias, entonces colaborar es
emocionalmente rentable para los animales equipados con estos circuitos. Además, la
colaboración entre individuos de la misma especie es una estrategia con valor adaptativo,
por lo que su progresiva instauración a nivel filogenético también sería plausible (para
una revisión: Seyfarth y Cheney, 2015).
A esta hipótesis, según la cual la prosocialidad tendría una base biológica, la

79
denomina «de la moralidad ascendente». Básicamente, se entiende que la colaboración
dentro de las especies sociales se asienta sobre la genética y no sobre la cultura, a pesar
de que los seres humanos tendamos a asumir que los códigos morales generan estos
comportamientos. En palabras de De Waal:

La ciencia no puede decirnos cómo construir la moralidad (...) esto es cierto, pero
la ciencia sí puede ayudarnos a explicar por qué ciertas soluciones son preferibles a
otras y, por ende, por qué la moralidad es como es. Para empezar, no tendría sentido
concebir reglas morales imposibles de cumplir, como tampoco tendría sentido dictar
normas de tráfico que los vehículos no pudieran obedecer, como ordenarles saltar por
encima de los vehículos más lentos (De Waal, 2013; p. 176).

Sin embargo, y a pesar de que las neuronas espejo han sido recurrentemente citadas
como elemento explicativo, lo cierto es que su encaje dentro del proceso de empatía aún
no cuenta con suficiente apoyo empírico (Lamm y Majdanzic, 2015). Y demostrar su
función en seres humanos puede ser complejo, dado que la igualdad de estructuras
cerebrales entre humanos y otros primates no implica igualdad de funciones. Por
añadidura, muchas de las técnicas usadas con otros primates (como la colocación de
electrodos en el cerebro) son demasiado invasivas para ser llevadas a cabo en personas.
La empatía implica varias vías neurales especializadas. La literatura apunta a que la
empatía puede ser analizada a distintos niveles que, si bien guardan una fuerte
interrelación, estarían inscritos en circuitos diferenciados. Así, se distinguen los
componentes cognitivos, emocionales y motores (Baird, Scheffer y Wilson, 2011; Blair,
2005; Dvash y Shamay-Tsoory, 2014), que darían soporte a entender (en función, por
ejemplo, de la aplicación de una teoría de la mente), sentir (experimentar emociones
similares a las observadas) y copiar conductas (como el contagio del bostezo o la tos).
Estas reacciones en espejo tienen una base neural, pero también se ven afectadas por la
experiencia y el aprendizaje. Por ejemplo, existe documentación sobre intensas
reacciones empáticas al dolor de otros humanos experimentadas en miembros amputados
—el conocido como dolor del miembro fantasma (Fitzgibbon, Giummarra, Georgiou-
Karistianis, Enticott et al., 2010)—.
Por tanto, existen evidencias de que el cerebro humano tiene estructuras
especializadas —con o sin neuronas espejo— que dan soporte diferenciado a distintos
componentes de la empatía. A la luz de esta información, y teniendo en cuenta que el ser
humano guarda lazos evolutivos próximos con otros muchos animales, es lógico poner
sobre el tablero una pregunta que suele provocar reacciones de diverso signo:
¿experimentan otras especies empatía?
Incluso sin ser aficionado a los documentales de vida salvaje, el lector conocerá un
buen número de ejemplos de especies animales gregarias que tienen un funcionamiento
social complejo. Lobos, cetáceos, primates... cuentan con un sistema nervioso
filogenéticamente próximo al del ser humano, en contraposición, por ejemplo, a

80
hormigas o abejas —que presentan un comportamiento coordinado, pero de tipo
automático—. Conseguir que los grupos funcionen y se adapten a los cambios del
entorno de un modo ágil, difícil de explicar según el simple ensayo y error, implica la
existencia de mecanismos que permitan extraer información sobre los congéneres y
aprovecharla para tomar decisiones (De Waal, 2013; Morell, 2013).
El conocimiento de la circuitería que sustenta la empatía no está, ni mucho menos,
completo. Pero el avance de la investigación en esta área ayuda a recolocar al ser
humano entre otros animales, y no en un plano diferenciado (Iacobini, 2009). Cabe
reiterar que, incluso si se demostrara la existencia de estructuras neurales similares en
otras especies, esto no implicaría que las funciones que realizan fueran iguales. Pero
también debe contemplarse la opción contraria: que diversos mecanismos neurales hayan
evolucionado de manera convergente para cubrir una función similar —como las alas de
las mariposas, murciélagos y aves—, dadas las ventajas derivadas de la coordinación
grupal (Seyfarth et al., 2015). Por tanto, existen apoyos empíricos y argumentos lógicos
para sostener que otras especies animales poseen componentes de la empatía, aunque eso
no implique necesariamente que la experimenten de un modo similar a los humanos.
Este debate tiene un gran interés en sus muchas facetas, principalmente porque
reconoce la existencia de algunas de las características prototípicamente humanas en
animales no humanos. Una exploración exhaustiva tomaría demasiado espacio y
escaparía al objetivo de este libro, que recae sobre el diseño de intervenciones asistidas
por animales. Por ello, es preferible avanzar hacia una segunda cuestión, quizá más
relacionada con las IAA: ¿qué se sabe de la empatía entre distintas especies animales?
La literatura recoge algunos resultados de investigación que corroboran la similitud
de la respuesta neurofisiológica de los seres humanos ante personas y otras especies. Por
ejemplo, Fran-klin, Nelson, Bake, Beeney et al. (2013) llevaron a cabo un estudio de
neuroimagen para observar la activación cerebral ante fotografías mostrando sufrimiento
de personas y otros animales. Los resultados demostraron que en todos los casos se
producía una activación de las zonas tradicionalmente asociadas a la respuesta empática,
si bien cada grupo de fotografías activó de manera diferencial algunas regiones
cerebrales. Por otra parte, Buccino, Lui, Canessa, Patteri et al. (2004) desarrollaron un
estudio a través de resonancia magnética funcional comparando la respuesta ante
movimientos de la boca en personas, monos y perros, mostrando actividad similar ante
las distintas especies. Por tanto, existen indicios de que algunos componentes de nuestra
empatía son activados en nuestras interacciones con animales no humanos.
La investigación de las bases neurales que subyacen y dan soporte a las conductas
sociales es un campo que congrega interés creciente. Aunque es este un debate abierto, la
literatura muestra que los procesos de empatía son múltiples y que se asientan sobre
circuitos neurales diferenciados en los seres humanos. La observación de las
interacciones sociales de otras especies gregarias, así como la similitud estructural con
respecto a nuestros cerebros, hace plausible pensar en que las diferencias pueden ser de

81
grado y no tanto de cualidad.
En resumen, la empatía hacia otros animales no obedece solo a un relato cultural, sino
que es procesada (al menos en parte) en las mismas regiones cerebrales que son
utilizadas para descodificar las conductas y expresiones de nuestros congéneres.

2.1.2. La antropomorfización como un componente de la cognición social

Como se comentó más arriba en el texto, gran parte de los estudios sobre
antropomorfización tienden a contemplar este proceso sin establecer conexiones con
otros procesos. Sin embargo, las hipótesis explicativas actuales suelen observar la
antropomorfización como un elemento estrechamente relacionado con otras funciones.
En una revisión reciente, Urquiza-Haas y Kotrschal (2015) recopilan posibles
explicaciones sobre el encaje de este fenómeno y la cognición social. Aunque la
hipótesis clásica asume que la antropomorfización funciona de manera aislada, los
autores discuten que agrupar este proceso con el resto de las cogniciones sociales ofrece
una explicación más parsimoniosa. De este modo, la aplicación de una teoría de la
mente, de intenciones y de características «humanas» a otros animales obedecería al uso
generalizado de las herramientas que han permitido al ser humano prosperar en
comunidades (Caporael y Heyes, 1997; Guthrie, 1997). Las autoras también destacan la
existencia de explicaciones que unen la antropomorfización con ciertas variables
disposicionales, como la necesidad de control del entorno (Epley, Watz y Cacioppo,
2007). En otras palabras, y de manera coincidente con las explicaciones neurales
anteriormente citadas, la antropomorfización sería un proceso cercano (con diferencias
de grado, pero no de cualidad) a otros procesos habituales en el ser humano.
Dentro de los constructos de la cognición social, la principal asociación del
antropomorfismo se ha dado con la empatía. Es posible citar diversos ejemplos. En un
estudio realizado con más de 800 personas provenientes de dos grupos (población
general y participantes de protección animal), Signal y Taylor (2007) describen una
relación significativa entre dos dimensiones de la empatía (preocupación empática y
asunción de perspectivas) y las actitudes hacia el trato de los animales. Por otra parte, un
estudio realizado con más de 1.800 participantes noruegos encontró una correlación
entre empatía, actitudes hacia los animales y el sufrimiento percibido en perros
(Ellingsen, Zanella, Bjerkas y Indrebo, 2010).
La antropomorfización también ha sido estudiada como un fenómeno
complementario a otras formas de percepción social. Kwan, Gosling y John (2008)
llevaron a cabo dos estudios para comprobar si las valoraciones emitidas para personas y
perros guardan alguna relación, indicando así una tendencia común a percibir ciertas
cualidades en otros actores (humanos y caninos). Los autores encontraron poca evidencia
de la proyección indiscriminada de la propia personalidad sobre los animales
desconocidos. Sin embargo, al estudiar la correlación entre la evaluación de sí mismos y

82
de las mascotas propias (es decir, el guardián del animal con su perro) la apertura al
cambio (creatividad, imaginación e inteligencia) registró una relación significativa —
aunque otros factores, como extraversión o neuroticismo, no parecieron correlacionar—.
En un experimento realizado por Kujala, Somppi, Jokels, Vainio et al. (2017) se
comprobó que el nivel de empatía del observador se relacionó de manera directa con la
percepción del estado emocional en perros y humanos. Los participantes del estudio
valoraron el nivel de intensidad emocional presente en distintas fotografías que
mostraron expresiones negativas (enfado), neutras y positivas (alegría), encontrando
valores más extremos cuanto mayor fue el nivel de empatía. Este fenómeno no se
registró al valorar elementos no emocionales, como objetos inanimados.
Adicionalmente, la correlación entre empatía y atribución emocional funcionó de manera
paralela para perros y para humanos, por lo que las conclusiones son consistentes con la
idea de que ambos fenómenos están anclados sobre el mismo proceso cognitivo. Por
último, en una serie de ocho estudios desarrollados con una muestra canadiense, Amiot y
Bastian (2017) encuentran relación entre diversas variables referidas a la cognición
social, como son la solidaridad, la empatía y la antropomorfización.
En general, la investigación sobre cognición social (empatía, teoría de la mente, etc.)
coincide en señalar la fuerte relación con la antropomorfización de animales no humanos
(Urquiza-Haas et al., 2015), y estos hallazgos parecen coincidir con la dirección actual
de la investigación de las bases neurales de las conductas prosociales (aunque las
conclusiones aún no puedan ser consideradas firmes; Lamm et al., 2015). Por ello,
parece lógico conceptualizarlo como una expresión de un modo de comportamiento más
amplio en humanos —que tiende a atribuir estados mentales y emocionales a elementos
no humanos porque la cognición social juega un papel central en su aparato cognoscitivo
—.
Dado que el auge de la investigación en torno a este proceso es relativamente
reciente, aún es pronto para dar por concluido el debate sobre su encaje en el aparato
cognoscitivo del ser humano, pero es previsible que registre una fuerte expansión en el
futuro inmediato. Al fin y al cabo, conocer mejor las razones que nos llevan a interactuar
con otros entes es de vital importancia para el desarrollo de la robótica (Matute y
Vadillo, 2012). Pero mientras se alcanza un modelo explicativo comprensivo, conviene
focalizar sobre lo que conocemos de la interacción humano-animal, revisando las
variables que influyen sobre la antropomorfización de animales no humanos.

2.2. Variables que afectan a la antropomorfización (y otras cogniciones


sociales)

2.2.1. Características de personalidad

Hasta el momento, la literatura recoge diversos estudios que buscan establecer

83
relación entre las características del ser humano y su tendencia a la antropomorfización.
En general, estos estudios coinciden en trabajar desde el paradigma de los denominados
«cinco grandes» (Costa y McCrae, 1992), una aproximación que conceptualiza las
diferencias humanas en función de cinco factores, anclados en circuitos neurales
diferenciables, que se componen a su vez de diferentes rasgos (Carver y Scheier, 1997).
Cada uno de estos factores representaría una dimensión continua comprendida entre dos
polos opuestos y funcionaría de manera independiente entre sí, de modo que las
puntuaciones obtenidas en uno de ellos no permiten anticipar las puntuaciones de
ninguno de los demás. Aunque la literatura recoge diversas nomenclaturas para hacer
referencia a estos cinco rasgos, las etiquetas de la validación española del principal
instrumento de evaluación (NEO-PI-R) son: neuroticismo, afabilidad, extraversión,
apertura al cambio y autoconsciencia (Romero, Villar, Gómez-Fraguela y López-
Romero, 2012; Romero, Villar, Luengo y Gómez-Fraguela, 2009).
De momento, el rasgo de personalidad asociado con mayor claridad a la
antropomorfización de animales es el autocontrol (dentro del factor de autoconsciencia).
Así, Epley, Waytz, Akalis y Cacioppo (2008) señalan que las personas con alto
autocontrol tienen mayor probabilidad de atribuir características humanas a animales
percibidos como imprevisibles. Esta tendencia no se limita a otros animales, sino que se
extiende a otras entidades tales que robots y ordenadores y parece compartir circuitos
neurales con las atribuciones realizadas sobre otros humanos (Waytz, Morewedge,
Epley, Monteleone et al., 2010). En otros términos, las personas con mayor
predisposición a mantener el control tienden a aplicar sobre los elementos a su alrededor
su teoría de la mente, de modo que el entorno se percibe como más controlable. También
en un estudio reciente, Amiot y Bastian (2017) señalan la correlación de la apertura al
cambio con una serie de indicadores de cognición social —empatía disposicional,
solidaridad con naturaleza y animales, y la antropomorfización—.
Sin embargo, otros informes han presentado resultados poco concluyentes. Letheren,
Khun y Ling (2016) encuentran una relación pequeña entre las puntuaciones obtenidas
en neuroticismo y apertura a la experiencia, y despreciable con respecto a afabilidad,
extraversión y autoconsciencia en población australiana. Por tanto, las posibles
relaciones entre personalidad, antropomorfización y otras cogniciones sociales referidas
a animales no ofrecen resultados concluyentes por el momento.
Otros estudios han analizado las interacciones entre características de personalidad y
la situación social de los humanos —parafraseando a Ortega y Gasset, «yo y mi
circunstancia»—. En un primer estudio, Epley et al. (2008) señalan que las personas con
alta motivación social —afabilidad— tienden a antropomorfizar más cuanto mayor es su
soledad, sobre todo con mascotas conocidas. Este hallazgo coincide con uno de los
prototipos presentes en el imaginario social: el de la persona que convive con mascotas
para compensar sus necesidades sociales. Sin embargo, en un estudio construido como
continuación, Bartz, Tchalova y Fenerci (2016) encuentran que el patrón de apego

84
ansioso fue más determinante que la soledad. Por otra parte, Duvall y Pychyl (2008)
encontraron una relación directa entre el apoyo obtenido de la mascota y la atribución de
cualidades antropomórficas. Nuevamente, el entramado de estudios disponibles apunta a
conclusiones inconsistentes entre sí.

2.2.2. El efecto de la variable género

Una segunda variable de interés es el sexo del participante. Teniendo en cuenta que la
antropomorfización ha sido relacionada con la empatía (Caporael et al., 1997; Guthrie,
1997; Urquiza-Haas et al., 2015), y que las mujeres suelen obtener mayores
puntuaciones en esta última (Mathews y Herzog, 1997), no es sorprendente que los
hallazgos coincidan en señalar mayor tendencia a la antropomorfización entre mujeres
que entre varones.
Por ejemplo, Dotson y Hyatt (2008) corroboran esta relación entre sexo y
antropomorfización en más de 700 estadounidenses que convivieron con perros;
Letheren et al. (2016) extraen resultados similares en una muestra australiana. Además,
este fenómeno no se limitaría a los animales. Así, Tam (2013) comprueba que la
antropomorfización y la empatía hacia la naturaleza (es decir, hacia todos los elementos
que componen los ecosistemas —animales, vegetales, clima...—) fueron mayores entre
mujeres en muestras provenientes tanto de Estados Unidos como de China. En una serie
de estudios desarrollados con población sueca, Angantyr, Eklund y Hansen (2011)
comprobaron que la intensidad de la respuesta emocional y de empatía de las
participantes mujeres fue superior cuando se presentaron situaciones hipotéticas que
incluyeron perros y gatos, frente a los casos que incluyeron humanos adultos. Cabe
reseñar, de cualquier modo, que la empatía despertada por animales y humanos fue
similar para el total de la muestra, de modo que este estudio vuelve a colocar dentro de
un mismo continuo las atribuciones y cogniciones sociales para humanos y otros
animales.
En cuanto a las experiencias emocionales atribuidas a los animales, las mujeres han
mostrado ser más propensas a atribuir emociones secundarias (construidas socialmente,
como el amor, la culpa, etc.) a otros animales que los varones, mientras que la atribución
de emociones primarias (aquellas derivadas del sustrato biológico, como el miedo o la
alegría), fueron similares para ambos sexos (Walker, McGrath et al., 2014).
En conjunto, estos estudios coinciden en señalar que las mujeres obtienen mayores
puntuaciones en antropomorfización, de manera conjunta a otras variables implicadas en
la interacción social como la empatía. Además, las mujeres de distintos puntos del
mundo parecen atribuir cualidades más complejas a otros animales que los varones. La
falta de una herramienta de medida capaz de aglutinar el interés de los distintos grupos
de investigación hace que los resultados sean difíciles de comparar, lo que pone de
relieve la necesidad de llevar a cabo estudios transculturales que permitan establecer el

85
tamaño de efecto real introducido por el sexo del respondiente.

2.2.3. Edad, experiencia y tiempo de convivencia con los animales

Algunos estudios han analizado la influencia de las variables temporales sobre la


antropomorfización, como la edad del respondiente. En su estudio, Lethen et al. (2016)
encontraron una correlación negativa entre la edad y el nivel de antropomorfización, de
manera que los niños presentaron la mayor intensidad, descendiendo conforme avanzan
los estadios evolutivos. Sin embargo, otros estudios ofrecen resultados dispares. Por
ejemplo, Amiot et al. (2017) no encontraron diferencias en cuanto a la solidaridad con
los animales dentro de una muestra de adultos (en el tercer estudio de los ocho
presentados dentro del mismo artículo), y Dotson et al. (2008) encontraron un descenso
en el nivel de antropomorfización de las mascotas propias entre jóvenes adultos (menos
de 25 años) y mayores (por encima de 65), si bien los rangos de edad intermedios
mostraron un comportamiento irregular. Es probable que las diferencias entre
conclusiones correspondan a que estos estudios usan muestras de diferente procedencia y
rango de edad. Previsiblemente, la atribución de cualidades antropomorfas —y también
fantásticas— será mayor a edades muy tempranas, descendiendo a través de la
adolescencia hasta quedar estabilizada durante la adultez, aunque de momento esto no es
más que una hipótesis por contrastar.
En cuanto al efecto de la experiencia conviviendo con mascotas, Epley et al. (2007)
apuntan que la falta de conocimiento directo sobre cualquier fenómeno fomenta la
aparición de atribuciones antropomórficas, ancladas en creencias propias del entorno
cultural. Aunque convivir con animales de compañía no asegura adquirir conocimiento
veraz sobre el comportamiento de dichos animales, un estudio realizado por Diesel,
Brodbelt y Pfeiffer (2008) con voluntarios —no profesionales— de protectoras
británicas señala que el aumento de la experiencia sí coincide con un mayor acierto en la
clasificación de la conducta en perros.
De manera consistente, Bahling-Pieren y Turner (1999) encuentran una relación entre
convivir con animales de compañía (perros y gatos), un mayor porcentaje de
valoraciones plausibles desde el punto de vista etológico y una disminución de
interpretaciones antropomórficas erróneas. Sin embargo, cabe reseñar que este estudio se
realizó a través de vídeos sobre animales no conocidos por los observadores, por lo que
los resultados no aportan información sobre el efecto de la experiencia sobre la
antropomorfización de los animales con los que se convive. Tomando como referencia a
los perros con los que convivieron los participantes, Dotson et al. (2008) encontraron
justo la tendencia contraria (mayor presencia de atribuciones de carácter humanizante a
las mascotas más longevas). Por su parte, Morris, Knight y Leslie (2012) analizan la
relación entre contacto con diversas especies animales y reconocimiento de emociones
primarias y secundarias en animales no humanos. Los autores concluyen que haber

86
tenido animales de compañía se asoció con una mayor atribución de emociones, si bien
el número total de mascotas no tuvo impacto sobre este resultado. Además, Morris et al.
(2012) y Wilkins, McCrae y McBride (2015) coinciden en señalar que tener experiencia
con una especie concreta aumenta el número de emociones (primarias y secundarias)
atribuidas a esa misma especie.
En resumen, la literatura que analiza el impacto de las variables temporales no
permite realizar una lectura sencilla. Haber convivido con animales parece guardar
relación directa con la atribución de cualidades antropomorfas (aunque no se sabe si
como causa, efecto o a través de una tercera variable), si bien el nivel de experiencia (en
tiempo, número de mascotas o número de especies) ofrece resultados poco consistentes.
Por tanto, es necesario atender a estas variables temporales para poder aclarar el signo y
tamaño de sus efectos sobre la antropomorfización.

2.2.4. Proximidad filogenética y antropomorfización

En cuarto y último lugar, es posible localizar una serie de estudios que se han
concentrado sobre el efecto de la proximidad percibida entre otras especies y el ser
humano. Hablar de proximidad puede resultar confuso, ya que existen diversas maneras
de plantear las comparaciones: morfología, funcionalidad, cercanía filogenética, estatus
social en un contexto determinado, etc.
Un ejemplo de estas dificultades se muestra en el estudio desarrollado por Harrison y
Hall (2010) en una muestra de adultos estadounidenses. En un primer momento, los
autores solicitaron a los participantes que valoraran su capacidad para leer los estados
emocionales de 30 especies animales, y también el nivel de comprensión que atribuían a
cada una de esas especies sobre las emociones humanas. Gusanos, insectos, peces,
anfibios y reptiles coparon las puntuaciones más bajas, mientras que los gorilas,
chimpancés, gatos y perros obtuvieron puntuaciones muy elevadas; sin embargo, gorila y
chimpancé (orden primate, al igual que los humanos) ocuparon el tercer y cuarto lugar
de la lista, por debajo de felinos y canes (se ha eliminado de esta lista la etiqueta mono
—monkey— por ser taxonómicamente confusa). Probablemente, estos resultados están
más relacionados con la experiencia directa que con cualquier razonamiento de base
filogenética o morfológica.
La atribución de emociones secundarias —con base cultural y aprendida, como la
culpa o el orgullo— también parece estar mediatizada por la proximidad percibida entre
especies. Así, Morris, Doe y Godsell (2008) confirman que en torno a un 80% de los
dueños de perros y caballos coinciden en señalar que estos animales demuestran sentir
celos y en torno a un 65% indicó que eran animales empáticos. Sin embargo, estos
porcentajes descendieron drásticamente al hablar de ratas (47% y 9%) o hámsteres (17%
y 2%, respectivamente), a pesar de que su proximidad filogenética con el ser humano es
similar (si no superior) a perros y caballos.

87
Estos resultados pueden ser discutidos incluyendo el estatus social del animal dentro
del debate. Wilkie (2010; citado en Irvine y Cilia, 2017) des-cribe que los individuos de
una misma especie son percibidos como «más humanos» cuando son mantenidos como
animales de compañía que cuando se identifican como animales de granja. En nuestro
contexto cultural actual, esta situación la ocupan animales como los conejos, cerdos
vietnamitas e incluso caballos, que pueden desempeñar roles diferentes (mascota, útiles
y/o plagas; Signal y Taylor, 2007). Sin embargo, no se aclara si las diferencias en las
atribuciones son posteriores a la elección del animal como mascota, si la elección se ve
influida por esta antropomorfización, o si ambas cuestiones ocurren de manera paralela.
En un estudio realizado con más de 300 británicos de entre 16 y 65 años, Wilkins,
McCrae y McBride (2015) corroboraron que el total de personas que reconocieron la
capacidad de sentir emociones fue superior cuando se preguntó por mascotas, intermedio
al hacer referencia a los animales dedicados a la producción, y bajo al referirse a
especies consideradas plagas. Por otra parte, Bilewick, Imhoff y Drogosz (2011)
encuentran que las personas omnívoras atribuyen emociones secundarias con mayor
frecuencia a los animales de compañía que a los animales destinados al consumo,
mientras que las personas de alimentación vegetariana no presentaron estas diferencias.
En conjunto, el estatus social asignado a una especie parece ser un indicador fiable de las
capacidades atribuidas por la población —aunque no dispongamos de información sobre
la posible relación causal entre ambas—.
Dentro del ámbito de la cognición animal, los loros (pertenecientes al orden
Psittaciformes) han despertado especial interés entre investigadores. Morell (2013)
dedica un capítulo de su libro a plantear una diferenciación básica: probablemente, los
loros son la especie no humana que mayor capacidad tiene para la reproducción vocal,
pero eso no implica que su capacidad para entender y generar lenguaje hablado como
medio de comunicación estén al mismo nivel. Aun así, la noción de que los loros pueden
hablar es muy popular. Partiendo de esta base, Xu, Burnham, Kitamura y Vollmer-
Conna (2013) analizaron el modo en que once madres australianas leyeron un texto a
bebés, humanos adultos, perros y loros. Comparando la presencia de sobrearticulaciones
(exageración de las vocales) los autores comprobaron que el mayor esfuerzo se realizó al
dirigirse a los bebés, seguidos de los loros, perros y, en último lugar, adultos. Aunque el
artículo recoge dentro de su discusión la necesidad de replicar el estudio añadiendo
nuevas medidas, los hallazgos son compatibles con la hipótesis de que las participantes
invirtieron más energía en hacerse entender por los loros que por los perros porque los
primeros fueron percibidos como más aptos para aprender.
En la misma línea, Sims y Chin (2002) analizan la relación entre inteligencia
percibida en gatos y el número de actos comunicativos (verbales y no verbales) que
estudiantes universitarios estadounidenses dirigieron a un felino durante una situación de
juego. Los datos derivados de la observación permitieron comprobar una relación
positiva entre el nivel de inteligencia atribuida, el número de preguntas formuladas y el

88
número de referencias acerca de la actividad cognitiva (pensamiento) del gato.
En conjunto, la literatura coincide en señalar que la mayor proximidad percibida entre
un animal no humano y nuestra especie facilita la atribución de cualidades humanas,
como emociones complejas, pensamiento o intención comunicativa. Sin embargo, el
método usado para determinar el grado de proximidad entre especies es muy variable. En
todo caso, parece que las capacidades reales o la genética del animal no juegan un papel
determinante, siendo necesario atender al modo en que cada participante entiende la
organización del reino animal.

3. MODELOS DE APEGO E INTERACCIÓN HUMANO-ANIMAL

Al igual que en epígrafes anteriores, cabe reseñar que existe un amplio número de
estudios que han concentrado su atención en evaluar el apego y las reacciones
emocionales ante animales de zoológico, destinados al consumo humano, que son
utilizados en rituales y festejos tradicionales, etc. Estos estudios son relevantes para
cualquier persona interesada en mejorar su conocimiento de la antrozoología, pero han
sido excluidos para no alargar innecesariamente el capítulo con información poco
conectada con las intervenciones asistidas por animales —las cuales suelen incorporar
animales de compañía—.
En el capítulo 2, al explorar los roles que los animales de compañía juegan en nuestra
sociedad, se hizo referencia a la fuerte expansión que la literatura del área está
registrando. Cada vez es más frecuente encontrar ejemplos, tanto en contextos sociales
como en la intimidad del hogar, en que nuestras mascotas ocupan lugares anteriormente
reservados a los humanos. En este epígrafe se revisan estudios que han analizado y
cuantificado la presencia e intensidad de estos fenómenos, dando una visión
complementaria y concentrada en la experiencia individual de los hogares que incluyen
animales de compañía como parte de la familia; en un segundo momento, presenta
información acerca de la comparación de los vínculos creados con humanos y otros
animales; y finalmente, se revisarán evidencias de la influencia que diversas variables
han demostrado sobre la aparición del apego hacia los animales no humanos.

3.1. La importancia del apego desarrollado con los animales de


compañía

Un primer dato descriptivo sirve para ilustrar la importancia de las mascotas como
elemento de apego. En un estudio desarrollado con más de 900 jóvenes estadounidenses,
Kurdek (2008) encuentra que un 22% de los participantes otorgaron a su perro la
máxima valoración como figura de referencia. Esta valoración incluyó cuatro
componentes: el perro funcionó como base y apoyo; sirvió de refugio —safe haven—

89
frente a la adversidad; fue un elemento que permitió mantener la sensación de
proximidad, y se presentó estrés asociado a la separación de la mascota. Estos
fenómenos reportados coinciden con algunas de las vivencias más frecuentemente
descritas en la literatura dedicada al apego entre humanos.
La sensación de seguridad ofrecida por las mascotas es una referencia recurrente en la
literatura científica. Por ejemplo, en un estudio desarrollado con más de 500 jóvenes
procedentes de Estados Unidos, Kurdek (2009) analizó el papel que los perros
domésticos jugaron como figuras de apoyo ante episodios de estrés. En este estudio, los
jóvenes también informaron recurrir a sus mascotas para cubrir la necesidad de
pertenencia y proximidad, por la sensación de seguridad y como refugio, además de
informar de que la ausencia del perro resultaba ansiógena —resultados prácticamente
paralelos a su anterior estudio—. Roles similares emergieron a raíz de un trabajo
cualitativo desarrollado con una muestra de 25 canadienses cuyo perro había fallecido.
La imagen del animal fue asociada con ser una base segura, lugar de refugio (safe
haven), ansiedad por las separaciones, permitir ser cuidadores y tristeza por la pérdida
(Kwong y Bartholomew, 2011). La coincidencia entre estudios muestra que algunos de
los componentes del vínculo humanoanimal son asimilables a otras relaciones
significativas con humanos, y apuntan a su validez transcultural.
La mayor sensación de seguridad también ha sido descrita para situaciones en las que
se enfrenta un reto. Zilcha-Mano, Mikulincer y Shaver (2012) llevaron a cabo una serie
de estudios con muestras israelíes, solicitando a los participantes que completaran una
tarea estresante bajo una de tres condiciones: en presencia de su perro o gato; con su
mascota en una habitación aparte, pero escribiendo una pequeña redacción sobre ella —
presencia cognitiva—; y con su mascota en otra habitación, completando una tarea
referente a una persona conocida pero no amiga. Los resultados mostraron que las
personas que contaron con la presencia física o cognitiva de sus mascotas obtuvieron
mejores resultados en la realización de la tarea, mayor autoconfianza y menor presión
sanguínea con respecto a los participantes que trabajaron sin mascota, siempre que el
animal fuera una figura de apego importante. Aunque los modelos explicativos de estos
efectos serán analizados en el siguiente capítulo, cabe reseñar en este punto que estos
resultados son compatibles con el valor adquirido por asociación —condicionamiento
clásico— de la mascota y situaciones de relax (Virués-Ortega y Buela-Casal, 2006).
La hipótesis de la base segura también ha sido explorada en menores que viven en
hogares con distintas configuraciones familiares. Bodsworth y Coleman (2001)
evaluaron el nivel de apego experimentado hacia los perros por menores de distintas
edades. Los autores concluyen que los niños de edades más tempranas (de tres a seis
años) presentaron un apego mayor a sus mascotas cuando vivieron en casas
monomarentales que cuando convivieron con ambos progenitores, si bien no se
encontraron diferencias entre los niños de mayor edad (de siete a doce años). Aunque
este estudio puede ser interpretado como un apoyo a la hipótesis de que los animales de

90
compañía pueden ser una figura de apego que aporte seguridad en casos de estrés
adaptativo, lo cierto es que el estudio da por supuesto que la crianza en solitario debe
conllevar efectos negativos para los menores, premisa difícil de sostener en la actualidad.
Por ello, es importante tomar estas conclusiones con especial cautela.
Los animales de compañía también pueden jugar un papel relevante en la selección de
la pareja sentimental. En un estudio realizado con más de 1.200 adultos estadounidenses
heterosexuales, Gray, Volsche, Garcia y Fisher (2015) solicitaron información a usuarios
de una plataforma de búsqueda de pareja sobre el papel que las mascotas juegan en el
establecimiento de sus relaciones. Un 10% informó estar dispuesto a llevar a su mascota
a una primera cita. Además, en torno a un 40% de los participantes indicó tener en
cuenta las reacciones de su mascota para valorar su cita, mientras que un 69% refirió que
el comportamiento de la pareja con su mascota es un indicador que le permite juzgarla
como potencial compañero.
En conjunto, los estudios consultados apuntan a que los animales de compañía cubren
de manera efectiva alguno de los roles tradicionalmente asignados a familiares o amigos.
Esto lleva a plantear como siguiente pregunta: ¿hasta qué punto son comparables los
vínculos de apego creados con humanos y con otros animales?

3.2. Comparación entre apego hacia humanos y otros animales

Es posible localizar algunos estudios que han dado cabida a la comparación del apego
experimentado hacia nuestros congéneres y hacia los animales de compañía. Por
ejemplo, Kurdek (2009) solicitó a los jóvenes adultos que indicaran el orden de
importancia que los perros tuvieron como figura de apoyo ante problemas personales,
corroborando la existencia de tres niveles de prioridad: el más elevado, que comprende a
la pareja, la madre y los amigos como recursos a los que acudir en un primer momento;
un escalón intermedio, donde aparece el perro; y un grupo con menor probabilidad de ser
consultado, compuesto por el padre y los hermanos y hermanas. De este modo, los
resultados del estudio señalaron que, entre jóvenes adultos, el perro funciona como una
pieza maestra capaz de cubrir las funciones de apoyo de cualquier integrante del peldaño
inferior; y en una quinta parte de los casos, es valorado al mismo nivel que la madre,
amigos o pareja (Kurdek, 2008).
También existen antecedentes sobre el uso compartido de procesos relacionales con
humanos y otros animales. En una muestra compuesta por unos 200 adultos procedentes
de Estados Unidos, Beck y Madresh (2008) analizaron de manera paralela el estilo de
apego desarrollado con animales de compañía y con las parejas sentimentales. Un primer
hallazgo consistió en comprobar la consistencia entre los resultados obtenidos para
ambos grupos, apuntando a que los animales de compañía encajan dentro de los
esquemas relacionales usados con los seres humanos. En segundo lugar, los resultados
mostraron que, como promedio, la presencia de estilo de apego seguro fue mayor al

91
valorar la relación con las mascotas, mientras que las relaciones de pareja fueron
valoradas como más ansiógenas. En otro estudio, Prato-Previde, Fallani y Valse-chi
(2006) corroboran que las interacciones entre dueños y perros ante un desconocido —
paradigma de investigación clásico en Psicología Evolutiva, denominado «situación de
la persona extraña»— fue muy similar a las descritas para relaciones paterno-filiales. Y,
por otra parte, entre las conclusiones extraídas del estudio de Kwong et al. (2011) se
señala que el proceso de duelo de las personas que han perdido un perro de asistencia fue
asimilable al de una persona cercana, dado su doble valor como apoyo emocional y
como ayuda instrumental para mejorar la adaptación al medio.
Los estudios que comparan el vínculo creado hacia humanos y animales de compañía
no son numerosos, pero sirven para indicar que el apego hacia las mascotas puede
estudiarse de manera paralela al apego humano. Lógicamente, cabe preguntarse si estos
resultados se mantendrían ante un problema actual, más allá de los autoinformes basados
en situaciones hipotéticas, o si puede existir algún tipo de sesgo en torno a la selección
de los participantes —en estas investigaciones parece más probable contar con la
participación de personas que otorguen mucho valor al vínculo con sus mascotas—.
Sin embargo, parece plausible asumir que las experiencias emocionales vividas con
animales no humanos son construidas a través de los mismos circuitos neurales de los
que disponemos para procesar los elementos relacionales con humanos. La alternativa —
que existan estructuras diferenciadas para relacionarnos con otros animales— es poco
armónica y tiene difícil encaje con los cambios sociales que han sido descritos en el
capítulo 2.

3.3. Variables que influyen en el apego hacia animales de compañía

3.3.1. Influencia del sexo del respondiente

Según la literatura revisada anteriormente, el sexo del respondiente ha demostrado


tener un impacto diferencial en la antropomorfización —mayor entre mujeres, de manera
consistente con su mayor empatía promedio—. También existe literatura que apoya la
existencia de diferencias en ciertas variables de personalidad. Por tanto, el sexo del
respondiente es una variable a atender como posible modulador del apego hacia los
animales.
En una revisión publicada en 2007, Herzog analizó el efecto de la variable sexo sobre
un amplio rango de cuestiones relacionadas con la interacción humano-animal. Entre las
conclusiones destaca que las mujeres, en promedio, informan de mayores niveles de
apego a sus animales de compañía que los varones, si bien estas diferencias tienen en
conjunto un tamaño de efecto nulo o pequeño. Como matiz, el autor destaca que la
distancia entre varones y mujeres es inferior a la amplitud de respuestas de cada sexo por
separado, lo que se traduce en un solapamiento de gran parte de las puntuaciones: es

92
decir, aunque los valores muy altos son prototípicos de mujeres y los muy bajos de
varones, los valores intermedios no tienen diferencias reseñables (Herzog, 2007; 2011a).
En la misma línea, otros estudios coinciden en señalar la falta de diferencias de
relieve entre sexos en el nivel de apego (Bagley y Gonsman, 2005; Prato-Previde et al.,
2006) ni en las pautas de interacción observadas (Prato-Previde et al., 2006). Por su
parte, Gray et al. (2015) describen pequeñas diferencias en cuanto a la importancia
otorgada al perro como termómetro en la elección de la pareja sentimental —algo más
frecuente entre mujeres—, pero es una conclusión extraída de una única pregunta.
Debido a cuestiones metodológicas, como el instrumental utilizado o el escaso tamaño
de la muestra, la revisión de Herzog (2007) sigue siendo el mejor baremo disponible
hasta la fecha.

3.3.2. Apego y personalidad

Diversos estudios han valorado la relación entre los cinco grandes factores de
personalidad y el apego hacia animales de compañía. Uno de los más ambiciosos fue el
realizado por Reevy y Delgado (2015), en el que unas 1.100 personas respondieron a una
aplicación online ofreciendo información sobre ambas variables. Entre los resultados del
estudio destaca que la autoconsciencia y el neuroticismo guardaron una relación positiva
con el nivel de apego desarrollado, de modo que valores más elevados en estos factores
coincidieron con mayores puntuaciones en el Lexington Attachment to Pets Scales —
una de las herramientas de uso frecuente en el ámbito—. Pero al valorar por separado
distintos estilos de apego, las autoras encontraron que la autoconsciencia guardó relación
con el apego evitativo, mientras que el neuroticismo lo hizo con el estilo de apego
ansioso. La dificultad para interpretar estos hallazgos no se limita solo a la personalidad,
dado que los análisis de regresión también mostraron un efecto inconsistente del sexo del
respondiente y de la identificación como gente de perros o de gatos. Por su parte, Kurdek
(2008) encuentra una relación positiva entre la apertura al cambio y el apego a perros,
con una muestra próxima a las 900 personas. De este modo, los dos principales estudios
encuentran resultados aparentemente independientes trabajando con constructos
presumiblemente similares.
Usando un método de evaluación de personalidad basado en perfiles o prototipos,
Bagley y Gonsman (2005) describen que las personas identificadas con un perfil de
personalidad idealista presentan un apego mayor a sus mascotas que los demás perfiles
evaluados (artesanos, racionales y guardianes). Sin embargo, estos resultados permiten
una lectura alternativa: la mayor parte de los perfiles evaluados (tres de los cuatro) no
parecieron tener ningún impacto sobre el apego generado, por lo que una interpretación
conservadora nos lleva a mantener estas conclusiones en suspenso hasta contar con
nuevos resultados que puedan aclarar la existencia de una relación.
Estos estudios sirven como ejemplo del momento actual de la literatura en torno a

93
estos tópicos. Nuevamente, la lectura más inmediata nos lleva a subrayar la falta de
consistencia en las conclusiones obtenidas. Sin embargo, como comentan Reevy et al.
(2015), aprender más sobre el impacto de la personalidad en relación con el apego nos
ayudará a realizar mejores procesos de asignación entre humanos y animales de
compañía, por lo que es un tópico con un importante valor estratégico.

4. CONCLUSIONES E IMPLICACIONES DE LOS ESTUDIOS DE


INTERACCIÓN HUMANO-ANIMAL

Hasta el momento, este capítulo ha presentado resultados de investigación en torno a


las variables que influyen en la relación humano-animal desde una perspectiva
individualizada. La elección de tres variables clave —cognición social, personalidad y
apego— es arbitraria y cuenta con limitaciones. Por ejemplo, el término «cognición
social» hace referencia a operaciones que pueden suceder en situaciones no sociales, por
lo que no representa un objeto de estudio único y estrictamente delimitado. Igualmente,
la definición de personalidad utilizada ha sido deliberadamente amplia, por lo que
profesionales con diversas perspectivas teóricas encontrarán argumentos para considerar
que la investigación revisada toca aspectos muy diferentes. Y el apego cubre solo un
aspecto de la vivencia emocional que rodea a la convivencia con animales, dando más
protagonismo a los aspectos estructurales (el modelo de apego) que de proceso (cómo se
experimenta la emoción, cuestión que será analizada en el siguiente capítulo). De hecho,
poner el foco sobre los animales de compañía (y no sobre otros animales que ocupan
otras posiciones o roles en nuestra sociedad) es también una decisión arbitraria y, como
tal, discutible.
Sin embargo, estas elecciones reflejan grandes sectores o intereses presentes en la
literatura científico-técnica. El lector debe tener en cuenta que las investigaciones
revisadas no siempre se desprenden de un itinerario continuo diseñado a priori, sino que
en muchas ocasiones aparecen de manera aislada, creciendo en paralelo en distintos
puntos del mundo y siendo desarrolladas por equipos diferentes. Esto hace que la
organización del material sea una labor original y sujeta a discusión.
De cualquier modo, la exploración de la información no se realiza de manera neutra,
sino con la vista puesta en ofrecer una lectura útil para los profesionales que quieren
incluir animales en su labor profesional. Tener información sobre la influencia de cómo
somos (personalidad), cómo entendemos el encuentro (cognición social) y cómo
encajamos a nivel emocional (apego) resulta pertinente tanto para revisar grandes
bloques de estudios como para ofrecer conclusiones que pueden ser de interés para el
diseño de las intervenciones asistidas por animales. Por ello, los siguientes epígrafes
serán definidos por las implicaciones prácticas, más que por las variables que subyacen.
En general, la principal conclusión del presente capítulo apunta a la importancia de
diversas variables individuales para el ajuste entre humanos y otros animales, aunque

94
cómo encajar las distintas piezas resulte complejo. Eso implica que el conocimiento
actual es superior en el plano abstracto que en el aplicado, siendo urgente impulsar un
crecimiento ordenado del área en al menos tres vertientes: estableciendo líneas de trabajo
reconocibles que faciliten una mayor uniformidad en los métodos de investigación
utilizados —probablemente, en este momento urja más consolidar lo que pensamos que
sabemos que abrir nuevos debates—; desarrollar iniciativas sensibles al contexto cultural
en que tienen lugar, recabando información clave que permita la comparación de
resultados obtenidos en otros lugares o momentos; y el intento de dar cabida al estudio
del encaje antrozoológico como una pieza más dentro de otros temas más amplios, como
personalidad, apego o cognición social —al fin y al cabo, la investigación coincide en
señalar las similitudes por encima de las diferencias—.
Sin embargo, el estado del área sí permite extraer información apoyada en la
evidencia de mucha utilidad para las personas que trabajan en el ámbito de las
intervenciones asistidas por animales. Los siguientes puntos recogen algunas de estas
implicaciones.

4.1. Adaptar la narrativa del encuentro para generar vínculos

La investigación revisada en torno a la cognición social coincide en señalar la


similitud entre los procesos que aplicamos con personas y con otros animales. En este
sentido, una primera implicación radica en el hecho de que percibir cualidades humanas
en animales no humanos —o incluso en objetos inanimados o fenómenos climáticos—
no es una anomalía de ningún tipo, sino que se localiza dentro de un continuo que
conecta con otras formas de cognición, y que se ancla en las mismas bases neurales. A su
vez, el interventor debe contemplar que no todas las personas experimentan la
antropomorfización o la empatía hacia los animales del mismo modo.
Un profesional que diseña una intervención asistida con animales debe mantener en
mente la idea de continuo para adaptar la narrativa del encuentro a las necesidades y
puntos de vista de los beneficiarios de la intervención. Intentar convencer a una persona
de que perros o gatos son inteligentes y se preocupan por ella puede resultar
contraproducente si trabajamos con personas que sencillamente no les atribuyen estas
cualidades, mientras que trabajar con una perspectiva jerarquizada (humanos por encima
de otros animales) puede terminar en fracaso si los receptores de la intervención
experimentan el encuentro como deshumanizado. Este aspecto será retomado en el
capítulo 8, dedicado a la creación de programas de IAA.

4.2. Lo que «es» importa menos que lo que percibimos

La investigación desarrollada hasta el momento muestra que el grado de coincidencia

95
entre personalidad de humanos y otros animales tiene una influencia pequeña, o que al
menos los resultados han sido inconsistentes hasta la fecha. Es probable que la relación
sea débil, o que el efecto solo sea detectable en casos extremos (puntuaciones muy altas
o bajas, o amplia diferencia entre humano y mascota). De cualquier modo, conocer más
sobre el encaje de personalidades parece una línea interesante, especialmente de cara a
minimizar el riesgo de fracaso al generar el vínculo tanto en las adopciones como en las
situaciones de intervención asistida.
Sin embargo, tomando en conjunto lo aprendido en este capítulo, cabe preguntar si las
inconsistencias descritas pueden ser explicadas por los efectos mediadores de la
cognición social y del modelo de apego. Por ejemplo, un porcentaje importante de
personas consideran a su mascota uno más de la familia, pero desconocemos cuánto
tiempo hace falta para que el animal gane esta posición. Además, esta concepción puede
cambiar si lo hacen las condiciones de vida (Casey et al., 2009; Zilcha-Mano et al.,
2012). Y faltan por encajar en este entramado todos aquellos mecanismos de atribución
de intenciones y vivencias emocionales que los humanos ponen en funcionamiento al
contactar con animales.
Las personas experimentan de formas muy diversas su interacción con animales no
humanos, pero la investigación suele ofrecer resultados para grupos establecidos por el
observador (perros-gatos, razas concretas, etc.). Quizá el avance de la investigación pase
por dar mayor protagonismo a las construcciones realizadas en primera persona —cómo
entiendo mi relación con mi mascota— y no solo a cuestiones observables de manera
externa. En otras palabras, es posible que la investigación tenga una visión demasiado
objetivista, olvidando que un mismo animal (sujeto) puede ser percibido
(subjetivamente) como herramienta, compañero, hijo, pareja, etc. Consecuentemente, el
diseño de intervenciones en las que los animales de compañía jueguen un papel relevante
debe partir de la exploración de los significados que dichos animales pueden tener para
todas las partes implicadas. En el caso del interventor, es necesario volver a incidir sobre
la necesidad de conocer y controlar las posibles áreas ciegas que puedan influir sobre las
decisiones técnicas que puede tomar.
Con respecto a los beneficiarios, reunir información sobre estas percepciones ayudará
a controlar los efectos de la interacción con animales, ampliando el abanico de opciones
a disposición del interventor. No determinar el tipo de relación mantenida por los
beneficiarios con los animales de compañía puede introducir ruido, limitar el control del
encuentro e incluso jugar un papel contrario al pretendido, como se explicitará en el
capítulo 7 —dedicado al diseño transversal de las intervenciones—.

4.3. Implicaciones para el bienestar animal

Las garantías éticas de los animales que participan en intervenciones asistidas serán
atendidas en la parte final del libro, en el capítulo 9. Aun así, de manera genérica, cabe

96
reseñar la importancia de ajustar todo lo posible los perfiles de actividad (extraversión),
calidez (afabilidad) y reactividad (neuroticismo) de humanos y animales. Lógicamente,
la elección del animal puede estar predispuesta por las condiciones de vida del
interventor —como se explicitó al hablar de las definiciones de IAA—. Los animales de
intervención deben ser conocidos por la persona responsable de su seguridad, por lo que
suelen ser mascotas que ya conviven en el hogar.
Pero si existe la opción de incorporar animales, especialmente si se trabaja con
entidades protectoras, analizar la interacción entre personalidad del individuo y
estereotipos sociales brindará oportunidades para enriquecer nuestros programas de
intervención. Por ejemplo, contar con un animal de aspecto fiero (cruces de american
stafford, pittbulls, etc.) pero con una personalidad estable y afable ofrece un contraste
interesante entre fuerza y tranquilidad que puede tener encaje en prisión o centros de
menores. ¿Por qué desaprovechar la oportunidad de mejorar un programa, a la vez que se
da visibilidad a animales que no se encuentran entre los preferidos de la población
general? Mejorar los métodos de selección y preparación de los animales ayudará a
romper con algunos prejuicios populares.
Más allá de las implicaciones que tiene para su aplicación en intervenciones regladas,
el avance en el conocimiento sobre las interacciones entre humanos y otros animales ha
ido acercando progresivamente líneas de trabajo que hasta ahora se habían mantenido
apartadas. Y esto se traduce en objetos de interés emergente que irán recibiendo una
atención creciente en los próximos años. Por citar un ejemplo, se ha señalado que la
consideración moral, la atribución de capacidades cognitivas y la percepción de estados
emocionales complejos interactúan entre sí. Analizando las implicaciones a medio o
largo alcance, la discusión sobre qué animales ocupan la posición de mascota —frente a
animales de utilidad o plagas; pet, profit, pest— en una sociedad, o la investigación
sobre la proximidad estructural y funcional de humanos y otros animales, son tópicos
que exceden lo investigado y terminan implicando aspectos filosóficos, antropológicos,
alimentarios, psicológicos y un largo etcétera.

4.4. Desarrollo de nuevas tecnologías

Aunque es un tópico que no conecta directamente con la temática del libro, aprender
sobre IHA no solo tiene implicaciones actuales sobre los animales, sino que ofrece un
terreno para ampliar nuestro conocimiento del modo en que nos relacionamos con las
nuevas tecnologías, especialmente con robots físicos y virtuales.
Los robots son máquinas capaces de comportarse con cierta autonomía, regulándose
en función de sus condiciones internas y del entorno (cibernética). Aunque los robots
sustituyen o complementan con frecuencia al ser humano en el contexto industrial, el
auge de los robots en otras esferas cotidianas es mucho más reciente. Ejemplos de robots
serían los asistentes virtuales (como Siri o Cortana), los animales robotizados (como el

97
perro Aibo, el dinosaurio PleoRb o la foca Nuka) o ingenios antropomorfos como (NAO
o Pepper).
Aunque el ritmo de implantación es difícil de prever, lo cierto es que elementos como
los coches autónomos o los robots de atención al público están a la vuelta de la esquina.
La literatura científica ya dispone de resultados que indican que los humanos atribuimos
intenciones y emociones a estas máquinas y que dichos procesos afectan a nuestra
manera de interactuar con ellas (Pepe, Ellis, Sims y Chin, 2008; Waytz, Haefner y Epley,
2014).
Aprender de nuestras relaciones con los animales no humanos puede proporcionar
información valiosa para analizar qué características facilitarán el ajuste a personas
concretas, qué aspectos físicos y comportamentales modulan la atribución de cualidades
humanas y qué nivel de proximidad experimentaremos con ellas. Por ejemplo, la
literatura muestra que una mayor humanización puede tener efectos adversos en los
usuarios, fenómeno conocido como el «valle de lo desconcertante» (uncanny valley;
Matute y Vadillo, 2012; Moran, Bachour y Nishida, 2015).
Como ocurre en miles de ejemplos conocidos —desde la disposición de elementos
para mejorar la resistencia de un edificio a los reactores de un avión—, la tecnología
puede dar grandes saltos adelante con solo aprender de cómo funciona la naturaleza ¿Por
qué no crear modelos en función de lo que esta nos enseña, en lugar de aventurarse con
estéticas y patrones de comportamiento sin más base que la novedad técnica? Al fin y al
cabo, la capacidad de los animales para despertar reacciones en los seres humanos lleva
miles de años siendo puesta a prueba, por lo que parece una apuesta más que segura.

98
4
Efectos asociados a la interacción humano-animal

Los capítulos 2 y 3 abordaron el encaje entre humanos y otros animales desde el


punto de vista comunitario (antrozoológico) e individual. En el presente apartado se
proyecta revisar los hallazgos disponibles en la literatura científica acerca de los efectos
asociados a dichas interacciones, como paso previo a poder discutir el impacto
diferencial que las intervenciones asistidas por animales ofrecen sobre otras formas de
intervención. Como recogen Katcher y Beck (2010; p. 49 del original en inglés):

La terapia asistida por animales (TAA) es una actividad de voluntariado con una
aceptación marginal mayormente basada en el cariño casi universal hacia los
animales bonitos y la creencia general de que los animales y la naturaleza están entre
las mejores cosas de la vida. Para que la TAA gane aceptación como una modalidad
de tratamiento legítima será necesaria mucha más información al respecto.

Aunque la definición de TAA usada es bastante discutible, el párrafo señala un hecho


importante: si los efectos de la interacción humano-animal están en la base de las
intervenciones asistidas, es necesario conocer todo lo posible sobre estos cimientos para
construir el siguiente nivel con la mayor solidez.
Más allá de las impresiones y expectativas mantenidas acerca de las bondades del
contacto con animales, que han acompañado al ser humano desde el principio de los
tiempos, la publicación que sirvió como hito para popularizar este objeto de estudio entre
los académicos fue aquel dirigido por Friedmann en 1980. La autora presentó datos de
seguimiento de pacientes infartados, encontrando una tasa de supervivencia superior
entre quienes tuvieron mascotas que entre quienes no. La noticia de este hallazgo se
propagó en círculos profesionales y también entre el gran público.
De cualquier modo, y con independencia de los resultados atesorados hasta el
momento, es necesario establecer mecanismos teóricos capaces de dar una explicación
de estos. ¿Cómo se traduce la IHA en cambios para la salud? ¿Bajo qué circunstancias
funciona mejor o peor? ¿Se ve modulado por otras variables, personales o contextuales?
En la segunda mitad de cada apartado se abordarán las explicaciones disponibles en la
literatura, ofreciendo una lectura conjunta al final del capítulo.
Los siguientes epígrafes analizan, en primer lugar, algunas dificultades presentes en

99
la literatura científica, que se ha centrado en valorar los efectos de la IHA sobre la salud
humana, haciéndose eco de las voces que piden revisitar algunas conclusiones clásicas,
esgrimiendo la existencia de un sesgo positivo al respecto. Sobre esta base, se realizará
una revisión acerca de los efectos demostrados de la IHA sobre la salud humana en las
esferas física, psicológica-emocional, social y comunitaria. Finalmente, se dedicará un
epígrafe a esbozar algunos de los efectos que la IHA tiene sobre los animales no
humanos, atendiendo especialmente a las implicaciones que estos fenómenos pueden
tener sobre su incorporación a las IAA.

1. LOS PROBLEMAS DE INVESTIGAR LA RELACIÓN ENTRE IHA Y


SALUD HUMANA

Correr es una actividad física popular, que exige poco gasto material y que puede ser
practicada en un amplio rango de niveles —desde el corredor esporádico hasta el atleta
profesional—, por lo que está al alcance de la inmensa mayoría de personas. Sin
embargo, esta amplitud hace que no sepamos con claridad a qué se refiere uno cuando se
califica a sí mismo como corredor —runner, en el argot actual—.
Se propone un ejercicio de imaginación al lector. Imagínese junto a la línea de meta
de una maratón para preguntar a los participantes por su experiencia. Aunque a un
observador externo le llamará la atención los signos del esfuerzo y el desgaste, es de
suponer que el participante debe tener buenas razones (bioquímicas, narrativas o de
cualquier otro tipo) para haberse decidido a realizar este esfuerzo.
Sin embargo, esta información no puede ser considerada definitiva. Las razones
aducidas por el corredor pueden entrar en conflicto con las valoraciones del observador
exterior: con frecuencia, los corredores realizan actividad física que resulta peligrosa o
lesiva a largo plazo, pero aun así continúan corriendo. Probablemente, preguntar si
correr es positivo o negativo suponga plantear un falso debate, ya que esta actividad
(como cualquier otra) combina aspectos positivos y negativos. Por tanto, cualquier
investigación al respecto debe ser sensible también a los costes para dar una visión más
completa y compensada.
Pero el debate es, en realidad, mucho más amplio. Preguntar a las personas que han
completado la carrera supone concentrar nuestro foco sobre un porcentaje concreto de la
población. Quizá las conclusiones alcanzadas a través de este trabajo serían muy
diferentes si se preguntara a las personas que lo intentaron pero que tuvieron que
abandonar. O más aún, a las personas que han decidido —al contemplar costes y
beneficios— que correr no es una actividad a la que dedicar su tiempo y esfuerzo, y que
también ofrecen información valiosa sobre el fenómeno.
Lógicamente, correr y convivir con animales son cuestiones muy diferentes, pero las
preguntas planteadas son de aplicación a ambos casos. Los siguientes epígrafes plantean
tres aspectos relevantes que afectan a la calidad de nuestro conocimiento sobre los

100
efectos de la IHA sobre la salud humana: las dificultades asociadas a la definición del
objeto de estudio —qué es convivir con animales—, los sesgos incluidos en el diseño de
las investigaciones desarrolladas, y los mecanismos explicativos disponibles para
mejorar el entendimiento de los hallazgos.

1.1. Problemas con las definiciones del objeto de estudio

Un primer aspecto a atender al leer informes de investigación radica en la relación


establecida entre humanos y otros animales. Como se exploró en capítulos anteriores, los
vínculos y posiciones generados por personas hacia otros animales no humanos varían
enormemente entre contextos culturales, y también en función de características
personales (personalidad, cognición social, etc.). Por ello, definir en qué consiste
«convivir con animales» o «interacción humano-animal» parece relevante.
Gran parte de la literatura disponible establece como único requisito la presencia del
animal en el hogar habitual, pero no delimita el efecto de la intensidad del contacto —
medido mediante el tiempo dedicado a su cuidado, existencia de zonas o habitaciones
compartidas, etc.—. Esto nos lleva a incluir dentro de un mismo grupo a las personas
que mantienen a su perro fuera de casa, sin que exista contacto continuado ni rutinas de
paseo, y a quienes practican el colecho y/o comparten su propia comida.
Tampoco la trayectoria temporal suele recibir la atención necesaria en los estudios
publicados. Si la convivencia con animales tiene efectos sobre la salud del ser humano,
es de suponer que estos no se notarán de manera homogénea a lo largo de los años, por
lo que sería recomendable incluir esta información en los análisis realizados.
Adicionalmente, cabe preguntarse si existen diferencias entre las personas que mantienen
una relación prolongada con un número discreto de animales de compañía frente a
quienes ejercen, por ejemplo, como casas de acogida por tiempo limitado, conviviendo
así con un número mayor de animales. Estos ejemplos no agotan el catálogo de
situaciones potencialmente influyentes, pero sirven para señalar la diversidad de
situaciones que, al ser ignoradas en la investigación, limitan la validez y generalidad de
las conclusiones obtenidas.
Mención aparte merece el hecho de que una gran parte de las revisiones disponibles
sobre la relación entre IHA y salud humana dediquen algún epígrafe a las intervenciones
asistidas. En un sentido estricto, las IAA incluyen interacción con otros animales, por lo
que su presencia no puede ser considerada un error en términos absolutos. Pero las
intervenciones regladas tienen una temporalidad concreta y limitada, y se anidan sobre la
tecnología desarrollada por disciplinas como la Psicología, la Educación, etc. Si se
plantea revisar los efectos de las relaciones sociales sobre la salud humana, difícilmente
se puede incluir la psicoterapia al mismo nivel que las relaciones de amistad, con
compañeros profesionales u otras cotidianas. ¿Tiene sentido agrupar en un solo bloque
todas las experiencias que incluyan un animal? Probablemente no, pero es algo que

101
sucede, y que ayuda a diluir las fronteras entre distintos objetos de estudio.

1.2. Sesgos de investigación

Toda investigación cuenta con limitaciones. El modo en que se recaba la información,


cómo se conforma la muestra de participantes, los recursos técnicos incluidos... A lo
largo de todo el proceso de investigación se toman decisiones que van delimitando el
universo de respuestas que pueden encontrarse. Además, cualquier persona con
experiencia en el ámbito dispone de un arsenal de anécdotas sobre eventos inesperados
que la obligan a maniobrar y realizar ajustes sobre el plan inicial. Las limitaciones son
consustanciales con el hecho de investigar, y deben ser controladas, a través de la
replicación de los estudios, y también a través del proceso de discusión de los hallazgos
reportados.
Desde que el trabajo de Friedmann et al. (1980) fuera publicado, la mayor parte de los
trabajos académicos aparecidos en medios especializados han hecho referencia a los
beneficios de la IHA, sin apenas mencionar efectos adversos. Esto podría ser entendido
como una demostración de que interactuar con animales resulta siempre beneficioso,
pero lo cierto es que los estudios rara vez contemplan la opción contraria. Y dado que
solo se puede encontrar algo si se pregunta por ello, podemos contar con que existe un
sesgo positivo en la investigación del área. Si se pregunta a 1.000 personas cómo de
felices se sienten en una escala de 0 a 10, es imposible que determinemos el grado de
tristeza, ira o miedo. Atender a un solo fenómeno impide dar una respuesta integral a las
preguntas planteadas.
Adicionalmente, dentro de los estudios que apuntan a una relación positiva entre
interacción y salud humana abundan los que tienen un carácter anecdótico.
Seleccionando solo los estudios con un buen poder estadístico (muestras considerables)
y que usen instrumental validado, los resultados parecen ser bastante más moderados.
Por tanto, los resultados disponibles deben ser analizados y matizados en conjunto, a
través de revisiones sistemáticas o metaanálisis (Gilbey y Tani, 2015; Herzog, 2011a).
También cabe destacar el sesgo positivo de los investigadores, que suelen atender a los
resultados que concuerdan con las hipótesis de partida y considerar no publicables los
que no, evitando obtener una visión más compensada —el conocido como efecto del
archivador o file drawer effect (Herzog, 2011b)—.
Una tercera característica de gran parte de los estudios publicados consiste en el
hecho de que se concentran únicamente en evaluar la experiencia de personas que
conviven con animales de compañía. Contar con personas que no tienen animales de
compañía, e incluso con personas que prefieren no convivir con ellos, es un elemento
necesario para poder establecer el alcance de los hallazgos. Preguntar por las bondades
de la bicicleta como medio de transporte a los miembros de una asociación ciclista
ofrece una información valiosa pero limitada. Preguntar a colectivos con distinto grado

102
de implicación en el fenómeno estudiado nos ayuda a ganar una visión más amplia y
compensada de la situación real (Hart, 2010).
En el caso que nos ocupa, además, resulta imposible realizar algunos procedimientos
tradicionales en el campo de los estudios cuasiexperimentales, como sería asignar las
distintas condiciones a distintos grupos para comprobar si existen efectos diferenciales
sobre la salud humana (Katcher y Beck, 2010). Existe una limitación ética evidente en
asignar el cuidado de un ser vivo a personas que no quieren tenerlo en casa, del mismo
modo que resulta impensable pedirle a quien convive con animales que deje de hacerlo
para comprobar si su salud empeora. Investigar los efectos de la interacción humano-
animal exige desarrollar paradigmas de investigación que sean respetuosos con la
importancia de dicho vínculo, añadiendo dificultades frente a otros objetos de estudio de
menor implicación personal.
La lista de posibles sesgos es amplia y crece conforme mejora nuestro conocimiento.
Encontrar limitaciones en los hallazgos previos no es negativo, sino un síntoma de
fortalecimiento en el área. Pero es necesario incorporar estas mejoras al discurso,
matizando las afirmaciones clásicas conforme se avanza en el conocimiento científico
del funcionamiento de la relación entre salud humana e interacción con otros animales.

1.3. Mecanismos explicativos

La noción de que los animales poseen ciertas cualidades inherentes que facilitan la
terapia está muy extendida en la literatura sobre IAA. De acuerdo con esta propuesta,
la mera presencia del animal, su conducta espontánea y su disponibilidad para la
interacción proveen oportunidades y conllevan beneficios imposibles —o mucho más
difíciles— de obtener sin su presencia (Kruger y Serpell, 2010; p. 37; traducción
propia).

Una vez subsanadas las potenciales amenazas de definición y diseño, queda un tercer
elemento por dilucidar: el mecanismo explica-tivo. El conocimiento científico parte de la
observación, pero la mera descripción resulta insuficiente. Es necesario establecer una
explicación del fenómeno, que permita hacerlo predecible y que deberá ser puesta a
prueba. Cuanto menor es nuestro conocimiento de cómo funcionan los fenómenos
observados, mayor es el riesgo de que aparezcan explicaciones de tipo mágico.
La búsqueda de una explicación —o varias— es un elemento común a todas las
disciplinas de base científica, por lo que realizar un análisis pormenorizado de cómo se
lleva a cabo este proceso resulta excesivo para los objetivos de este capítulo. Sin
embargo, sí es posible recuperar algunos de los modelos explicativos disponibles en la
literatura sobre IHA, y que pueden ayudar al lector a clasificar las conclusiones ofrecidas
por la literatura.
La literatura científica reporta un buen número de experiencias de investigación que

103
asocian la convivencia con animales a una mayor salud —el alcance de estas evidencias
será revisado a partir del segundo epígrafe—. Pero ¿cómo podría afectar el contacto con
animales a nuestra salud? Existen diferentes mecanismos y constructos usados para
explicar esta relación, por lo que se adoptará el marco conceptual propuesto por
McNicholas, Gilbey, Rennie, Ahmedzai et al. (2005) para clasificar los hallazgos en
torno a los efectos de la IHA en tres categorías: asociación directa —o causal—,
asociación indirecta —o mediada— y asociaciones no causales —hipótesis del factor
común—.

Figura 4.1.—Mecanismos explicativos de las asociaciones entre IHA y salud humana


(adaptado de McNicholas et al., 2005).

1.3.1. Efectos directos sobre la salud

Son efectos directos o causales a todos aquellos que se deriven del contacto con los
animales. Cabe matizar que «directo» hace referencia a que se incide sobre los circuitos
que nos llevan a un cambio en el bienestar, pero no es sinónimo de «importante» —
encontrar una moneda en el suelo tiene efecto inmediato sobre tu situación financiera,
pero probablemente resulte poco relevante—.
Un ejemplo de mecanismo de acción directa se anida en las reacciones fisiológicas
que se producen en contacto con los animales. Ya se ha discutido con anterioridad que el
proceso de domesticación de varias especies animales supuso la paulatina selección de
las características más deseables para un fin, por lo que no debe sorprender que los
considerados como «animales de compañía» sean capaces de elicitar estas respuestas
somáticas. La investigación corrobora que el contacto con animales modifica la
presencia de hormonas como la oxitocina, que juega un papel relevante sobre diversas
variables de salud (para una revisión, Beetz, Uvnas-Moberg, Julius y Kotrschal, 2012).
Como se exploró en el capítulo anterior, es muy probable que estos efectos guarden

104
relación —y compartan circuitos neurales— con aquellos que llevan al ser humano a ser
un animal social.
Las reacciones también se modifican por la experiencia. Virués-Ortega y Buela-Casal
(2006) encuentran que el paradigma del condicionamiento clásico explica
satisfactoriamente las diferencias entre reacciones fisiológicas, que son mayores cuando
el animal es conocido. De modo esquemático, los animales de compañía nos acompañan
en contextos placenteros —el hogar, el descanso, el ocio...—, lo que facilita un
aprendizaje asociativo perro-relax que dota a la interacción con este animal de un poder
amortiguador del estrés agudo. Estos efectos son automáticos, no voluntarios ni
mediados por la cognición: aunque decidamos dejar el teléfono móvil en casa para salir
con amigos, escuchar el sonido de la mensajería instantánea llamará nuestra atención
como lo hace siempre, ¡no importa cuánto intentes convencerte a ti mismo de que no
debes hacerlo!
Antes de terminar este epígrafe, es necesario recuperar dos conceptos clásicos en el
área y con los que es frecuente cruzarse al navegar por internet: biofilia y objeto
transicional. Ambos serían ejemplos de mecanismos de acción directa, pero de uso
restringido y en declive.
Propuesta por Wilson (1984), la biofilia fue definida como la «tendencia innata a
atender a la vida y sus procesos» (p. 1; traducción propia), condición que nos llevaría a
interesarnos y disfrutar del contacto con la naturaleza (Gullone, 2000). Aunque la
hipótesis de la biofilia es citada con mucha frecuencia en la literatura (quizá más unida a
las intervenciones asistidas que a la simple interacción con animales), la investigación
antrozoológica muestra que no todos nuestros congéneres sienten la misma atracción por
los seres vivos, y que quienes sí se sienten atraídos por la naturaleza no tienen por qué
hacerlo al mismo nivel por vegetales y animales, o por las distintas especies disponibles
en el medio (para saber más, es recomendable leer a Herzog, 2011a).
Por otra parte, la noción de objeto transicional corresponde a una hipótesis de corte
psicodinámico lanzada por Winnicott en 1953, según la cual elementos como juguetes,
prendas de ropa o animales pueden ayudar a paliar la falta de otras figuras de apego
durante separaciones puntuales, lo que podría ser un elemento técnico relevante para
ayudar a la maduración de los vínculos afectivos en niños (Kruger y Serpell, 2010; Litt,
1986). Aunque el resultado neto para un observador externo puede ser que la presencia
de animales en contextos de intervención ayuda a minimizar el estrés adaptativo,
abriendo una ventana temporal en la cual realizar un trabajo emocional con mayor
seguridad, la hipótesis del objeto transicional exige un nivel de inferencia muy superior a
la explicación aportada desde el condicionamiento clásico y su uso ha decaído hasta
hacerse marginal en la literatura científica.

1.3.2. Efectos indirectos o mediados por un tercer elemento

105
Un segundo grupo de mecanismos explicativos hace referencia al posible impacto del
contacto con animales sobre una variable o proceso que guarde relación con la salud. El
ejemplo prototípico es salir a pasear con el perro —que conlleva que el humano pasee—,
pero también comprende todas las acciones realizadas para asegurar el bienestar de los
animales de compañía —cocinar, limpiar, jugar, etc.—. La presencia del animal no
introduce bagaje conductual nuevo (la opción de salir a pasear existía previamente) y los
beneficios se derivan del ejercicio aeróbico, no de la interacción por sí misma. Sin
embargo, muchas personas encuentran en dicha interacción con el animal la motivación
necesaria para iniciar el hábito (Westgarth, Christley, Marvin y Perkins, 2017). Otro
ejemplo de efecto indirecto se describe cuando la interacción con el animal sirve como
distracción de eventos negativos o frente al dolor (Beetz, 2017).
Dentro de los efectos indirectos, un término clásico en la literatura es el de
catalizador social (McNicholas y Collis, 2000), que en ocasiones aparece como
lubricante social. Así, los animales ofrecen contextos —por ejemplo, un parque
frecuentado por personas con perros— y/o contenidos —la convivencia con la mascota
— para entablar interacciones sociales. Estos efectos serán explorados en un epígrafe
posterior.
Cabe destacar que, en ocasiones, el rol del animal puede ser prácticamente pasivo,
pero su presencia facilita que ciertos procesos se activen. Por ejemplo, las personas con
apego inseguro y mayor tendencia a la antropomorfización tienden a percibir un alto
apoyo por parte de sus animales de compañía (Bartz, Tchalova y Fenerci, 2016; Duvall y
Pychyl, 2008). En este caso, los beneficios para la salud no provienen de la presencia o
conducta del animal, sino de lo que sus guardianes perciben y sienten. Esta información
se ampliará en el epígrafe dedicado al efecto de la IHA sobre la soledad.

1.3.3. Efectos independientes causados por un factor común

En último lugar, parte de los hallazgos que relacionan la convivencia con animales
con la salud humana pueden obedecer a análisis erróneos de la información disponible.
Como se comentó en el capítulo 3, existe un cuerpo creciente de estudios dedicados a
medir las diferencias de personalidad entre «gente de perros», «gente de gatos» e incluso
«gente de animales exóticos» (Alba y Haslam, 2015; Gosling, Sandy y Potter, 2010;
Hergovic, Mauerer y Riemer, 2011). Dado que la personalidad influye en las elecciones
realizadas en todos los ámbitos de la vida, es previsible que la elección de un animal de
compañía y el estilo de vida no se influyan entre sí, sino que sean mejor explicados por
las diferencias personales preexistentes. Por ejemplo, si una persona tiene un terrario con
una serpiente en casa y practica deportes de riesgo, parece más armonioso explicarlo por
una condición previa —búsqueda de sensaciones, extroversión, etc.— que decir que
empezó a practicar puenting porque tiene una serpiente.
Saunders, Parast, Babey y Miles (2015) analizan datos demográficos y de salud de

106
más de 42.000 estadounidenses en busca de diferencias entre personas que conviven (o
no) con animales de compañía. Entre los resultados, los autores destacan que los hogares
con animales de compañía suelen tener mayores ingresos y es más probable que estén
conformados por mujeres, que estén casados, que vivan en una casa individual, que
vivan fuera de las ciudades, que se identifiquen como caucásicos (frente a asiáticos o
afroamericanos) y que no sean latinos. Estas diferencias estadísticas apuntan a que las
características personales previas pueden jugar un papel en la elección de vivir con
animales, bien sea por estatus social o por razones culturales. Estudios desarrollados en
Irlanda (Downes, Canty y More, 2009) e Inglaterra (Westgarth, Pinchbeck, Bradshaw,
Dawson et al., 2007) también han encontrado diferencias entre grupos —aunque estas se
anclan en variables sociodemográficas diferentes—.
En definitiva, es importante recordar que las correlaciones y contingencias no
implican la existencia de causalidad entre fenómenos. Para dirimir si dichas relaciones
obedecen a una relación directa o a la existencia de un tercer factor, será especialmente
relevante acudir a estudios de medidas repetidas.

2. EFECTOS DE LA IHA SOBRE EL BIENESTAR HUMANO

La interacción con animales de compañía puede darse de manera continua o


discontinua, con animales que conviven en el hogar propio o en casa ajena, y en
contextos muy variados. Esta variabilidad dificulta acotar en un solo epígrafe todas las
opciones.
Probablemente, los efectos más fáciles de determinar en interacciones a corto plazo
sean las de signo negativo, como los accidentes, mordeduras o contagio de enfermedades
zoonóticas (por citar algunos ejemplos: Horisberger, Stark, Rufenach, Pillonel et al.,
2004; Ogundare, Olantuya, Oluwayemi, Inubile et al., 2017; Sharma, Agarwal, Khan e
Ingle, 2016). Sin embargo, aún sin olvidar estos casos, el presente texto busca revisar los
efectos derivados de la interacción continuada entre animales humanos y no humanos.
Los siguientes epígrafes revisarán y expondrán algunos de los tópicos más estudiados
dentro de los efectos que la IHA tiene sobre el bienestar humano. La información se
organizará en torno a temas de especial interés: por citar un ejemplo, la actividad física
asociada a la interacción es de tipo conductual (psicológica, por tanto) pero tiene efectos
sobre la salud cardiovascular. Establecer una organización por temas facilita la lectura de
los resultados.
A continuación, se presenta epígrafes dedicados a los efectos de la IHA sobre: el
sistema cardiovascular y la salud física; el ejercicio físico; bienestar emocional; dolor;
desempeño escolar, esfera social; soledad, y funcionamiento comunitario.

2.1. Efectos sobre el sistema cardiovascular y la salud física

107
Desde que Friedmann et al. (1980) reportaron una mayor tasa de supervivencia entre
pacientes australianos infartados, varios han sido los estudios dedicados a comprobar la
relación entre convivir con animales de compañía y salud cardiovascular, lo que hace
que esta sea probablemente la relación más citada en el ámbito. La literatura cuenta con
revisiones como las de Barker y Wolen (2008) y Matchock (2015), que subrayan y
discuten las inconsistencias encontradas hasta el momento, que son de enorme utilidad
para realizar una primera exploración de las dificultades asociadas a medir el impacto de
los animales de compañía sobre la salud humana.
Para comenzar el recorrido, es necesario comentar que no todos los estudios
corroboran el impacto positivo de convivir con mascotas sobre el riesgo cardiovascular
—aunque los resultados negativos rara vez reciben la misma atención que aquellos que
corroboran lo que esperamos encontrar—. Por ejemplo, Anderson, Reid y Jennings
(1992) encontraron un menor riesgo cardiovascular entre las personas que convivieron
con animales, mientras que Parslow y Jorm (2003) no encontraron diferencias y Parker,
Gayed, Owen, Hyett et al. (2010) encontraron un mayor riesgo de muerte o recaída entre
quienes vivieron con mascotas —especialmente, con gatos—. Los tres estudios contaron
con muestras amplias de adultos australianos, pero el primer estudio contó con
participantes voluntarios en lugar de usar métodos de muestreo que garantizaran su
mayor representatividad. Esto no invalida las conclusiones de Anderson et al. (1992) —
es posible que el riesgo cardiovascular fuera inferior entre esos participantes—, pero trae
a colación el riesgo de incluir solo a quienes buscan activamente participar en el estudio.
Otra explicación para la existencia de hallazgos inconsistentes radica en el uso de
«convivencia con mascotas» como criterio de selección. Friedmann, Thomas, Stein y
Klieger ya apuntaron en 2002 la posibilidad de que la especie tuviera influencia, con
mejores resultados para quienes convivieron con perros. Este resultado gana sentido,
especialmente, si se considera que la relación entre convivir con animales y la salud
cardiovascular puede estar mediada por un tercer elemento, como la realización de
ejercicio físico (paseando, jugando...). En la misma línea, Xie, Zhao, Chen, Wang et al.
(2017) encuentran una mejor recuperación de las enfermedades coronarias en una
muestra de 561 pacientes chinos entre quienes tuvieron perros frente a gatos,
describiendo además la influencia positiva del tiempo de convivencia y del tiempo
dedicado a jugar con los animales.
Estos hallazgos no pueden ser explicados de manera directa, sino por la mediación de
otras variables como el mayor apoyo social percibido (Friedmann y Thomas, 1995) o la
menor presencia de síntomas depresivos (Friedmann, Thomas y Son, 2011) entre las
personas que conviven con perros frente a otras especies —por ejemplo, las personas
mayores que conviven con gatos presentan mayor sintomatología depresiva y mayor
neuroticismo, y estos elementos pueden tener más peso sobre la salud que la convivencia
con animales (Enmarker, Hellzen, Ekker y Berg, 2015)—. Para Arhant-Sudhir, Arhant-
Sudhir y Sudhir (2011), la interrelación entre ejercicio físico asociado a la interacción y

108
la menor activación periférica derivada del descenso del estrés ofrecen un modelo
explicativo comprensivo para estos fenómenos.
Sin embargo, los resultados encontrados en población general (no identificada como
paciente) ofrecen resultados diferentes en torno a la especie animal. En un estudio
reciente desarrollado con casi 4.000 estadounidenses, Ogechi, Snook, Davis, Hansen et
al. (2016) encontraron que la probabilidad de morir a causa de un problema coronario —
especialmente, por infartos— fue inferior entre las personas que convivieron con gatos,
seguidos por quienes lo hicieron con perros, mientras que las personas que no
convivieron con animales presentaron la mayor probabilidad de muerte. Este resultado
puede ser explicado por el efecto amortiguador del estrés de las mascotas, pero tiene
difícil encaje con la hipótesis del ejercicio físico. Los autores discuten una posible
explicación basada en una condición previa de los participantes, de modo que la especie
animal y el riesgo cardiovascular derivarían de una variable común —personalidad,
estilo de vida—. pero no tendrían relación directa. Idéntico razonamiento puede
aplicarse al estudio de Headey (1999) en muestra comunitaria, en que se encuentra que
los dueños de perros o gatos realizan menos visitas al médico que las personas que no
tienen mascotas, y que los dueños de perros fueron menos propensos a tener tratamientos
farmacológicos.
Esta revisión de la literatura dista mucho de ser exhaustiva, pero permite extraer
algunas conclusiones. La primera es que los animales de compañía tienen un efecto
sobre la salud cardiovascular, probablemente por su valencia positiva —
condicionamiento o asociación a elementos positivos para la persona—, aunque la
potencia de estos efectos varía entre personas. La segunda, que este efecto no es directo,
sino que aparece mediado por elementos como el apoyo social o el estado de ánimo, que
a su vez redundan sobre mecanismos que minimizan los riesgos —descenso de la
activación periférica—. Tercero, que es muy probable que algunos de los efectos
descritos dependan del animal de compañía elegido y de las actividades desarrolladas —
si no se pasea con el perro, poco puede influir por la vía del ejercicio físico—. Y cuarto,
que parte de estos elementos guardan relación con variables precursoras como la
personalidad —mayor neurocitismo y apertura en «gente de gatos», mayor dominancia
en «gente de perros» (Alba y Haslam, 2015; Gosling, Sandy y Potter, 2010), lo que lleva
a considerar la elección de la especie animal como efecto, además de como causa—.
La figura 4.2 representa gráficamente este entramado, aunque debe entenderse como
un esquema parcial. Tomando como referencia lo expuesto en los capítulos 2 y 3, existe
un buen número de condiciones contextuales (cultura, entorno físico...) y personales
(cognición social, antropomorfización...) susceptibles de ser incluidas.
Y las dificultades no terminan aquí, ya que la influencia de algunas variables
diferenciales ha sido destacada en la literatura. Por ejemplo, Matchock (2015) y Barker
et al. (2008) coinciden en señalar que parte de las inconsistencias descritas pueden ser
entendidas por la edad, con un mayor impacto entre personas mayores que entre

109
adolescentes —probablemente, mediado por el impacto diferencial de los animales de
compañía para combatir la soledad—. También el sexo del participante puede estar
jugando un papel relevante, dado que la respuesta somática ante la interacción parece
funcionar de manera diferencial en varones y mujeres (Miller, Kennedy, DeVoe, Hickey
et al., 2009).

Figura 4.2.—Esquema de mecanismos mediados y de hipótesis del factor común.

Casi cuarenta años después de la publicación del estudio de Friedmann et al. (1980),
la investigación sigue sin ofrecer una lectura sencilla de los beneficios que la interacción
con animales no humanos tiene sobre la salud de las personas. Esto no quiere decir que
la conclusión original —convivir con animales de compañía es beneficioso para nuestra
salud— sea falsa, sino que su alcance se ve matizado por un buen número de
circunstancias sobre las cuales no se tiene suficiente control predictivo. Tomando las
palabras de Hal Herzog (2011a), no debemos esperar que el contacto con animales
funcione como una panacea, una solución sencilla a los problemas de salud del total de
la población.

2.2. Efectos de la IHA sobre el ejercicio físico

En estrecha relación con el epígrafe anterior, la literatura ha dedicado una notable


cantidad de estudios a analizar el impacto de la convivencia con animales sobre la
actividad física de los humanos. La lectura de resultados exige prestar atención a
cuestiones muy similares a las expuestas al hablar de la salud cardiovascular, como la
especie animal (pasear con perros cuenta incluso con un término específico —dog
walking—, mientras que otras especies no), el análisis de las variables de personalidad
que favorecen un estilo de vida activo, etc.
Según destaca Matchock (2015), la interacción con perros ofrece un contexto para el

110
desarrollo de actividades físicas en la adolescencia o durante el embarazo, pero la
realización de ejercicio puede estar mediada por diversas variables. En su revisión,
Westgarth, Christley y Christian (2014) señalan la correlación positiva con el apego
hacia el perro —probablemente exista una retroalimentación entre interacción y apego
generado—, el tamaño y juventud del animal, y la percepción de que el ejercicio es
beneficioso para el perro —pero no para uno mismo—. Sin embargo, poco se conoce de
los efectos de otras especies sobre la actividad física —por ejemplo, juego dentro de casa
—.
Por tanto, el grueso de la investigación se concentra en torno a los efectos asociados a
convivir con perros. El análisis metaanalítico de veintinueve estudios mostró que las
personas que convivieron con perros caminaron en torno a 160 minutos a la semana y
realizaron cuatro paseos (ambos valores corresponden a las medianas; Christian,
Westgarth, Bauman, Rhodes et al., 2013). El tiempo dedicado a pasear y a la actividad
física en general fue estadísticamente superior entre los dueños de perros, con tamaños
de efecto moderado y pequeño, respectivamente.
Como ya se ha discutido más arriba en el texto, cabe la posibilidad de que la relación
entre tener perro y caminar sea un artefacto, y que quede mejor explicada por una tercera
variable personal o contextual. Por ello, el trabajo de Cutt, Knuiman y Giles-Corti (2008)
tiene especial relevancia. Los autores reunieron una muestra de más de 700 adultos que
no convivieron con perros, y realizaron un seguimiento para detectar posibles cambios.
A lo largo de un año, noventa y dos de estas personas incorporaron un perro a su hogar,
y su rutina de paseos aumentó en veintidós minutos semanales como media. Los autores
proponen como mecanismo explicativo de este aumento la percepción de apoyo —
compañía— para realizar actividad física, y la creencia de que tener perro les ayudará a
realizar más ejercicio —es decir, una especie de profecía autocumplida—.
Por tanto, la literatura muestra que sí existe un efecto cuantitativo entre la
convivencia con perros y la cantidad de actividad física realizada. Sobre esta evidencia,
estudios cualitativos reportan otros efectos subjetivos referidos a la felicidad, disfrute
conjunto y sensación de compañerismo o pertenencia a una unidad familiar, entre otros
(Higgins, Temple, Murray, Kumm et al., 2013; Westgarth et al., 2017). Estos resultados
cuentan con la limitación de recoger solo la percepción de los participantes —que no
tiene por qué corresponder con la realidad—, que además representan solo a una porción
de la población general —y de los dueños de perros en particular—. Sin embargo, son
importantes por cuanto ayudan a profundizar en la narrativa que acompaña a las
interacciones con otros animales, algo de interés para diseñar intervenciones que incidan
sobre los hábitos y el estilo de vida.
Dado que otras especies animales han recibido una atención menor, aún no se dispone
de estudios metaanalíticos o de seguimiento comparables a los expuestos. Algunas de las
investigaciones realizadas sobre muestras amplias provenientes de población general sí
han apuntado, por ejemplo, a que las personas que conviven con gatos tienen mejor

111
percepción de su estado de salud, obtienen mejores evaluaciones de salud por parte de su
médico y tienen una incidencia especialmente baja de ciertos trastornos cardiovasculares
o reumatoides, incluso por debajo de los obtenidos por dueños de perros (Utz, 2014). Sin
embargo, la autora discute que estos resultados pueden estar sesgados por variables
personales (nuevamente, la hipótesis de la personalidad y/o el estilo de vida). No se han
localizado estudios específicos sobre el impacto de la interacción con animales de granja
o caballos, probablemente porque no suelen entrar dentro de la categoría de «animales de
compañía» —no porque no sea posible, sino por convencionalismo social—, aunque en
ambos casos resulta previsible que exista un incremento de ejercicio físico relacionado
con el cuidado y/o montar sobre el animal.

2.3. Efectos sobre el bienestar psicológico

Los beneficios que la interacción con animales de compañía tiene sobre el bienestar
psicológico son frecuentemente citados en la literatura. Por ejemplo, en población
universitaria, dos estudios encuentran que las razones aducidas para convivir con
animales fueron por su rol activador/motivador y porque combaten la soledad (Staats,
Sears y Pierfelice, 2006; Staats, Wallace y Anderson, 2008). Obtener compañía, cumplir
con las aspiraciones de cuidado y divertirse con un compañero de juegos son
frecuentemente referidos en la literatura como motivos para tener mascotas (Herzog,
2011). Sin embargo, valorar el impacto real de la convivencia con animales exigiría,
como ya ha sido comentado anteriormente, contemplar comparativas entre personas con
y sin animales de compañía o usar un diseño de medidas repetidas.
Dentro de los potenciales beneficios de la IHA, la literatura presenta resultados en
torno a síntomas ansioso-depresivos, el estado de ánimo, la calidad de vida, la
satisfacción vital y un largo etcétera. Dado que la mayor parte de estudios incluyen
varias medidas, y que los resultados suelen reflejar el carácter interactivo de estas
variables, establecer una lectura ordenada dentro del epígrafe puede resultar difícil.

2.3.1. Expresión emocional

Dentro de la esfera anímica, algunos estudios se han centrado en analizar el efecto de


la IHA sobre la expresión emocional. Por ejemplo, un estudio de Bryan, Quist, Young,
Steers et al. (2014) desarrollado con una muestra de N = 198 estadounidenses concluyó
que la presencia del perro de la familia ejerció como mediador entre el apoyo social
percibido y la expresión de emociones. De este modo, estar en contacto con el animal
facilitó percibirse apoyado, tanto de manera directa como a través de la interacción con
la ambivalencia ante la expresión emocional. De modo complementario, Schneider y
Harley (2006) encuentran que la presencia de un perro influyó sobre la intención de

112
desvelar información personal ante un psicoterapeuta en jóvenes canadienses. Esta
diferencia no se vio influida por la experiencia cuidando de mascotas ni por las actitudes
hacia los animales. Los estudios de Bryan et al. (2011) y Schneider et al. (2006) apuntan
al efecto facilitador de un perro familiar en la expresión emocional, aunque el uso de un
diseño transversal hace imposible valorar si estas percepciones corresponden con una
expresión emocional más fluida y abierta.

2.3.2. Sintomatología asociada a la salud mental

Dentro de las investigaciones sobre el bienestar y la salud mental, destaca la alta


proporción de trabajos desarrollados con personas mayores en contextos residenciales.
Este hecho parece guardar relación con la mayor facilidad para realizar evaluaciones
longitudinales —lo que se traduce en un fortalecimiento de la metodología—, además de
ser un colectivo de especial interés.
Un primer estudio comparativo fue publicado por Crowley-Robinson, Fenwick y
Blacshaw (1996). Los investigadores evaluaron la evolución en la sintomatología
depresiva, la tensión, la confusión y la fatiga en noventa y cinco personas mayores
residentes en tres centros australianos. A cada uno de estos centros se le asignó una
condición diferencial: tener un perro residente, implementar un programa de visitas
(actividades lúdicas asistidas por un perro), o recibir la visita de un investigador como
control. El grupo que incluyó un perro residente registró un descenso significativo de los
niveles de depresión, fatiga y confusión. Sin embargo, también se registró un descenso
de la depresión en el grupo control y de la fatiga en el grupo de visitas caninas. Los
investigadores discuten que estos hallazgos indican la existencia de efectos positivos
derivados de la presencia del perro en el centro, aunque estos cambios pueden ser
similares a otros programas —resultado que conecta con la necesidad de valorar la
eficiencia o relación coste-beneficio de cada propuesta, aspecto que será abordado en el
capítulo 5—.
En un estudio desarrollado por Colombo, Buono, Smania, Raviola et al. (2006), 144
personas mayores italianas con buen funcionamiento cognitivo fueron divididas en tres
grupos de similares características a los que se les asignó una condición diferencial: estar
al cuidado de una planta, estar al cuidado de un canario, y quedar como grupo control.
Tras tres meses, el grupo que cuidó al ave presentó un descenso significativo de
sintomatología ansioso-depresiva, agresividad, somatizaciones y un aumento en la
satisfacción vital, sin que se registraran cambios en las otras dos condiciones. El uso de
metodología cuasiexperimental hace que este estudio destaque frente a otros basados en
métodos transversales, aunque cuenta con la limitación de usar autoinformes como única
medida. Adicionalmente, cabe discutir si los beneficios se derivaron solo del hecho de
cuidar (efectos directos), o si pudieron verse afectados por la modificación de variables
identitarias, atribución de la asignación a una mayor valía personal, etc.

113
Otra experiencia incluyó treinta y ocho personas mayores, residentes en un centro
estadounidense (Holcomb, Jendro, Weber y Nahan, 1997). Los participantes
completaron evaluaciones referidas a su sintomatología depresiva a lo largo de ocho
semanas, en las cuales tuvieron acceso intermitente (dos semanas no, dos semanas sí y
repetir) a un aviario construido en el centro. Se corroboró un leve descenso (que no
alcanzó significación estadística) de la sintomatología contingente con las visitas al
aviario, que guardó relación directa con el tiempo dedicado a la actividad.
Sin embargo, no todos los resultados parecen apoyar esta relación positiva. Un
estudio comparativo de N = 88 mayores dependientes mostró que los niveles de
sintomatología depresiva no presentaron diferencias en función de la convivencia con
mascotas, a pesar de que los niveles de apego hacia los animales fueron elevados
(Branson, Boss y Cron, 2016). Por otra parte, otros estudios han descrito una relación no
beneficiosa, con mayores niveles de sintomatología depresiva entre las personas que
convivieron con mascotas en una muestra de N = 2.554 australianos con edades
comprendidas entre sesenta y sesenta y cuatro años (Parslow, Jorm, Christenses, Rodgers
et al., 2005) y en una muestra de N = 117 mayores estadounidenses provenientes de
ámbito rural (Miltiades y Shearer, 2011).

2.3.3. Algunas conclusiones sobre el impacto sobre el bienestar psicológico

En conjunto, el impacto de la tenencia de animales sobre el estado de ánimo no ofrece


una lectura sencilla. Por una parte, puede discutirse que muchos de los estudios que
encuentran beneficios han sido desarrollados en centros residenciales, donde las
opciones de esparcimiento y desarrollo personal pueden ser más limitadas que las de las
personas que viven en sus hogares. Por otra parte, cabe destacar que estudios trasversales
como el de Miltiades et al. (2011) o Parslow et al. (2005) no abordan la trayectoria de los
participantes, por lo que no tenemos información del tiempo de convivencia ni de si
parte de estas personas decidieron vivir con animales domésticos en un intento de paliar
una situación previa, como el aislamiento social. La riqueza contextual de los
participantes, así como la influencia diferencial de la trayectoria de cuidados del animal,
deben ser incluidas en futuras investigaciones.
De cualquier modo, se observó que la mayor parte de las experiencias descritas
concentraron su diseño sobre los potenciales efectos directos, soslayando los efectos
mediados por otras variables. A esto se refieren Holcomb et al. (1997) al decir que, de
manera inesperada, parte de los familiares de los participantes expresaron su interés por
el aviario y acompañaron a los mayores en la actividad, ofreciendo oportunidades no
contempladas en el diseño para obtener efectos positivos por vías indirectas. También en
el artículo de Crowley-Robinson et al. (1996) se describen cambios, pero sin controlar el
grado de interacción real entre mayores y perro residente —lo que impide valorar si el
impacto positivo se asoció a dicho contacto, al hecho de incluir elementos novedosos en

114
el contexto residencial o a otras variables no controladas—. Aunque es una lectura
genérica, no está de más recordar la necesidad de documentar, aunque sea a través de
notas de campo, los efectos no esperados que puedan producirse, a fin de facilitar su
inclusión en futuros estudios.
Por último, cabe mencionar que los resultados anecdóticos o derivados de
percepciones subjetivas pueden resultar poco relevantes para generar un cuerpo teórico
de tipo científico, pero pueden tener una alta relevancia para el profesional que trabaja en
el ámbito aplicado. Con independencia de que el impacto de los animales sobre el estado
de ánimo o la sintomatología pueda ser discreto, es posible observar que las narrativas
mantenidas por muchas personas otorgan a sus animales una influencia amplia y directa.
Es labor del interventor alinear estos intereses personales con los objetivos de la
intervención —si alguien encuentra en su animal de compañía una razón para cambiar
sus hábitos, ¿por qué no aprovecharlo para iniciar el cambio?—.

2.4. Efectos sobre el dolor

El dolor es una experiencia muy variable en intensidad (de leve a incapacitante) y


duración (de agudo a crónico), pero siempre es dependiente del nivel de alerta. Por eso,
cuando dormimos no experimentamos dolor. La mayor parte de las intervenciones no
farmacológicas incluyen alguna forma de distracción como elemento técnico (Boerner,
Birnie, Chambers, Taddio et al., 2015; Oliveira y Linhares, 2015). Dentro de las
estrategias de afrontamiento disponibles, buscar formas de ignorar el dolor se relaciona
con una menor incidencia de ansiedad y depresión en pacientes con dolor crónico
(Miller-Matero, Chipungu, Martínez, Eshelman et al., 2017). En este contexto, realizar
actividades que incluyan contacto con animales puede ser una opción para afrontar el
dolor durante períodos de tiempo concretos (Beetz, 2017).
Adicionalmente, la liberación de oxitocina se asocia a un efecto analgésico (Beetz et
al., 2012). Teniendo en cuenta los antecedentes revisados en este capítulo, existen tanto
mecanismos directos —derivados de la interacción con los animales— como indirectos
—asociados a la interacción social y la realización de ejercicio físico suave— que
pueden favorecer la segregación de esta hormona y, con ello, el descenso del dolor.
La literatura recoge diversas experiencias de investigación sobre el impacto de la IHA
sobre el dolor experimentado. Por ejemplo, Sanchez, DelPont, Bachy, Kabbaj et al.
(2015) describen un aumento significativo de la resistencia al dolor en adultos —
inducido de modo controlado mediante electrodos en la piel de los participantes sanos—
tras unos minutos admirando un tanque de agua con peces tropicales. Los autores
tomaron una nueva medida de resistencia transcurridos 10 minutos desde que el grupo
experimental se retiró del tanque, encontrando que los efectos positivos se mantuvieron
en el nivel anteriormente alcanzado, mientras que el grupo control no registró cambios
de ningún signo. Estos resultados apuntan a que la interacción con animales, incluso

115
cuando no media contacto directo, puede tener efectos sobre la percepción del dolor.
En otra experiencia, Bradley y Bennett (2015) llevaron a cabo un estudio sobre el
dolor percibido en 173 personas con dolor crónico, usando medidas de autoinforme. En
un primer bloque de resultados, las autoras encontraron que las personas que convivieron
con animales reportaron mayor dolor percibido y mayor presencia de sintomatología
depresiva. Sin embargo, cuando el nivel de interacción con la mascota fue incluido en el
análisis, los resultados apuntaron a que las personas con fuerte vinculación
experimentaron menos dolor y menor sintomatología ansioso-depresiva que las personas
sin mascotas, pero las personas que tuvieron una vinculación débil con sus animales
reportaron los peores resultados en el estudio. Dicho de otro modo, los animales de
compañía parecen ayudar a aminorar el dolor crónico cuando existe una relación
estrecha, pero en caso contrario pueden suponen una carga adicional para personas ya
sometidas a una situación estresante.
En conjunto, la literatura indica que la interacción con animales de compañía
representa un recurso de utilidad para afrontar el dolor durante períodos concretos. Sería
necesario generar investigación adicional para medir el posible efecto diferencial del
contacto con animales frente a otros distractores ante el dolor agudo, así como ganar más
información acerca de las variables que modulan su influencia sobre la experiencia con
el dolor crónico, a fin de valorar los beneficios (y riesgos) que la interacción humano-
animal ofrece para el manejo del dolor.

2.5. Efectos sobre el desempeño escolar

La literatura recoge diversas experiencias que relacionan la interacción con animales


y el desempeño en contexto escolar. En especial, Nancy Gee participa de una serie de
estudios desarrollados con niños estadounidenses de edad preescolar (entre tres y seis
años) que contaron con un perro en el aula. Por ejemplo, los niños realizaron con mayor
velocidad una tarea de habilidad motora en presencia del perro que sin él, obteniendo
niveles de acierto similares (Gee, Harris y Johnson, 2007) y siguieron con mayor
fidelidad las instrucciones de una tarea de clasificación (Gee, Sherlock, Bennett y Harris,
2009). También necesitaron un menor número de correcciones verbales al realizar una
prueba de memoria (Gee, Crist y Carr, 2010); obtuvieron mejores resultados en una
prueba de reconocimiento de objetos (Gee, Belcher, Grabski, DeJesus et al., 2012); y
cometieron menos errores en una tarea de categorización (Gee, Church y Altobelli, 2010;
Gee, Gould, Swanson y Wagner, 2012). Sin embargo, cabe reseñar que los estudios
implicaron muestras de tamaño discreto (entre 11 y 20 participantes).
Otros estudios se han centrado en analizar el efecto de la IHA sobre el estrés en
situaciones de evaluación. Polheber y Matchock (2014) realizaron medidas de la
activación ante una tarea estresante —paradigma conocido como test de estrés social de
Trier—. Se tomó medida del cortisol en saliva, tasa cardiaca y ansiedad experimentada

116
antes, durante y después de llevar a cabo el test, asignando a 48 alumnos universitarios a
una de tres condiciones posibles: esperar a la realización de la prueba interactuando con
un perro, con un amigo o sin ningún elemento añadido (grupo control). Los resultados
mostraron que las personas que pudieron interactuar con el perro presentaron la menor
concentración de cortisol en saliva en las tres medidas tomadas. La tasa cardiaca fue
similar en los tres grupos en la primera y tercera medida, pero las personas que
interactuaron con el perro presentaron menor número de pulsaciones durante la misma.
En una experiencia desarrollada con menores de entre 7 y 12 años con una versión
infantil del test de Trier, los investigadores Kertes, Liu, Hall, Hadad et al. (2017)
también encontraron que la presencia del perro durante la realización de la evaluación
ayudó a mitigar el estrés (especialmente cuando los menores acariciaron al perro) frente
a realizar la prueba solos o en compañía de sus padres.
Pero no todos los resultados ofrecen lecturas tan lineales. En un estudio sobre el
desempeño en una tarea de memoria de trabajo (N = 31 estudiantes universitarios), Gee,
Friedmann, Coglitore, Fisk et al. (2015) encontraron que los jóvenes alcanzaron mejores
resultados estando acompañados por perros o personas, pero que estar en contacto con el
perro tuvo un efecto negativo.
En conjunto, estos resultados apuntan a un impacto positivo de la interacción con el
perro frente a otras condiciones —experimentador, amigo, peluche... según el estudio—.
Estos beneficios serían explicados tanto por un efecto directo (condicionamiento clásico)
como por mecanismos indirectos (por ejemplo, aspecto más relajado y lúdico de la
situación experimental) que incidirían sobre el nivel de estrés. En otras palabras, la
presencia del perro prevendría una sobreexcitación que dificulte realizar la tarea. Sin
embargo, y de manera similar a lo expresado en epígrafes anteriores, un porcentaje
elevado de los estudios disponibles adolece de debilidades metodológicas —muestras
pequeñas, divergencias en la forma de interacción con el animal, etc.— que impiden
establecer con claridad el efecto de la IHA sobre el desempeño en tareas del contexto
educativo (para una revisión, Brelsford, Meints, Gee y Pfeffer, 2017).

2.6. Efectos en la imagen personal y la interacción social

Probablemente, el impacto de la interacción con animales sobre la esfera social sea,


junto con la salud física, el más citado tanto en literatura científica como en medios de
comunicación generalistas. Este epígrafe examina de manera conjunta las evidencias en
torno a dos tópicos que guardan una relación estrecha entre sí: los efectos sobre la
imagen personal y el papel de los animales como vehículos para la interacción entre
personas.
Dada la creciente importancia de los animales de compañía en la sociedad occidental,
y teniendo en cuenta el elevado porcentaje de personas que los consideran una parte
importante de su vida cotidiana, no sorprende que el modo en que interactuamos con

117
ellos tenga un peso relevante sobre la imagen personal. Algunos estudios desarrollados
con estudiantes universitarios han apuntado a diferencias en función de la especie
animal. En un primer ejemplo, las personas acompañadas por un perro fueron percibidas
como más agradables que aquellas acompañadas por gatos, pájaros u otros animales
(Geries-Johnson y Kennedy, 1995); además, estas percepciones han mostrado ser
diferentes para varones y mujeres (Budge, Spicer, Jones y George, 1996).
La presencia de un perro ha sido asociada a una imagen más relajada, feliz y segura
(Rossbach y Wilson, 1992) y a una mayor probabilidad de recibir ayuda en un entorno
social (Gueguen y Ciccotti, 2008), pero la apariencia del perro tiene un impacto sobre
estos resultados. Por ejemplo, los perros de raza golden o labrador retriever y los
cachorros han mostrado ser mejores precursores de la interacción social (sonrisas,
intercambio verbal) que otras razas —como los rottweiler— y niveles madurativos
(Wells, 2004). También se ha apuntado que las personas acompañadas de perros
asociados a la agresividad —como los doberman— tienden a ser percibidos como más
agresivos (Mae, McMorris y Hendry, 2004). Es importante hacer constar que estos
efectos no tienen por qué derivarse de las cualidades intrínsecas de los animales de
compañía, sino que pueden ser explicados desde la representación social que hacemos de
ellos en un determinado contexto cultural. En este sentido, variables como especie o raza
del animal de compañía pueden dar lugar a efectos muy diferentes en distintos lugares
del mundo, siendo necesario atender a contenidos etnográficos locales para realizar
predicciones más ajustadas.
Los animales de compañía también parecen jugar un rol como termómetro social. En
el estudio desarrollado por Gray, Volsche, Garcia y Fisher (2015) a través de una web de
búsqueda de pareja, el 40 % de los participantes indicó evaluar la interacción entre su
mascota y la persona a la que se está conociendo como una vía para determinar si la
relación puede funcionar. Este fenómeno se presentó más entre mujeres que entre
hombres, y la reacción se valoró como más importante para los perros que para los gatos.
Un dato que no está de más tener en cuenta si se busca mantener una relación estable (al
fin y al cabo, los animales de compañía son considerados parte de la familia en la mayor
parte de hogares).
En resumen, la investigación apunta a que la interacción con animales puede tener
diversos efectos sobre la percepción que unas personas tienen sobre otras, pero ¿se
traducen estas percepciones en una mayor actividad social?
El mismo trabajo de Gray et al. (2015) ofrece una pista al respecto, al detallar que en
torno a un 30 % de los participantes de su estudio se habían sentido atraídos hacia otras
personas por su relación con animales de compañía —con un porcentaje superior entre
mujeres que entre varones— y que un 12 % había usado deliberadamente a su mascota
para atraer a potenciales parejas. Lógicamente, que un porcentaje de las personas
encuestadas incluyera a los animales de compañía dentro de la estrategia de conquista no
quiere decir que su presencia fuera realmente útil —quizá consiguieron pareja a pesar de

118
convivir con animales—. Pero el hecho es que muchas personas consideran que los
animales de compañía pueden ayudarte a conseguir pareja (hasta un 85 % de
participantes en un estudio desarrollado por Cloutier y Peetz, 2016), por lo que este
aserto representa un bit de información compartida en el imaginario popular (meme, en
términos de Richard Dawkins; 1989). A su vez, este meme puede dar lugar al desarrollo
de otros contenidos, como generar recelo hacia la presencia de animales —con ideas del
tipo «quizá esté usando el perro para parecer más simpático...»—. Sin ánimo de exprimir
el debate, este ejemplo permite subrayar que las características reales del animal, aunque
importantes, quedan muy mediatizadas por las construcciones sociales que surgen —y
evolucionan— alrededor suyo.
Wood, Martin, Christian, Nathan et al. (2015) desarrollan un estudio en cuatro
ciudades estadounidenses y australianas, realizando un muestreo aleatorio a través de
teléfono para conformar cuatro grupos amplios. Un 11 % de la muestra comentó haber
conocido a personas de su entorno a través de sus mascotas, principalmente mediante el
paseo de perros (9 %). Consecuentemente, los participantes que convivieron con perros
reportaron haber conocido a más personas y haber recibido alguna forma de apoyo social
en su barrio con mayor frecuencia que los guardianes de animales de otras especies.
El efecto facilitador de la interacción social ha sido profusamente descrito en el caso
de personas con discapacidad que son acompañadas por sus perros de servicio (perros
guía, perros señal...) Las personas en silla de ruedas reciben más elementos
comunicativos positivos —miradas, sonrisas...— y entablan conversación con mayor
facilidad cuando están acompañadas por perros de servicio (Eddy, Hart y Boltz, 1988;
Hart, Hart y Bergin, 1987). Estos animales cuentan con un adiestramiento muy
específico, pero es poco probable que este influya sobre la interacción, ya que los perros
solo asisten a las personas que acompañan. Sin embargo, la presencia del perro parece
tener un impacto sobre la percepción social de la persona con discapacidad, ayudando a
visibilizar la diversidad funcional en la comunidad (Mills, 2017) y modificando la
identidad del beneficiario, lo que sirve como base segura para entablar nuevas relaciones
sociales (Guest, Collis y McNicholas, 2006; Saunders, 2000).
Por tanto, y de acuerdo con la hipótesis de la facilitación social (McNicholas et al.,
2000), la literatura muestra que tener animales de compañía ofrece oportunidades para la
interacción, puede mejorar la probabilidad de recibir actos comunicativos espontáneos y
proporciona un contenido sobre el cual hablar.
En el siguiente epígrafe (efectos de la IHA sobre la soledad) se discutirá otro
fenómeno relevante para la esfera social: los efectos de hablar con los animales de
compañía.

2.7. Efectos de la IHA sobre la soledad

Dado que «compañía» y «soledad» son dos términos contrapuestos, no es de extrañar

119
que las referencias al efecto de los animales de compañía sobre la soledad sean
frecuentes en la literatura. Aunque la soledad es un tópico que encaja dentro de la esfera
social, la literatura sobre el tema suele abordar los efectos de la interacción con los
animales de compañía sobre la sensación de soledad, con independencia de los efectos
facilitadores para conocer a otras personas. Este hecho lleva a justificar la creación de un
epígrafe exclusivo.
Antonacopoulos y Pychyl (2010) analizan la relación entre apoyo social humano,
apego a los animales de compañía y soledad en personas que viven solas. Para ello,
contaron con dos grupos (con y sin mascotas) de 66 canadienses. En un primer momento
los resultados indicaron que la presencia de mascotas no influyó sobre la sensación de
soledad, mientras que la red de apoyo humano sí lo hizo. Dentro del grupo de personas
que convivieron con animales, la regresión lineal multinivel mostró que el apego a la
mascota no afectó de manera directa a la sensación de soledad, pero cuando el nivel de
apoyo social fue introducido en la ecuación aparecieron dos tendencias en espejo: las
personas con buena red social se sintieron menos solas cuando tuvieron mucho apego a
sus mascotas, mientras que las personas con bajo apoyo social reportaron más soledad
cuanto mayor fue su apego a las mascotas. La existencia de efectos interactivos muestra
que la relación entre el apego a la mascota y la sensación de soledad no es sencilla, sino
que puede estar mediada por otras condiciones.
En contexto gerontológico, Banks y Banks (2002, 2005) encuentran que el contacto
esporádico con un perro, a través de actividades lúdicas (sin programación ni guía por
parte del investigador), ayudó a disminuir la sensación de soledad entre las personas
mayores (medida mediante la UCLA Loneliness Scale-III; Russell, 1996). En el primer
estudio (Banks et al., 2002), 45 personas sin deterioro cognitivo fueron asignadas a tres
grupos —una sesión individual de 30 minutos a la semana, tres sesiones individuales por
semana, y grupo control— y su evolución analizada al cabo de seis semanas. Los
resultados mostraron que la sensación de soledad descendió de manera significativa en
los grupos que disfrutaron de la actividad, aunque el número de sesiones no introdujo
diferencias significativas. En Banks et al. (2005) los autores realizan una comparación
entre actividades grupales e individuales con 33 participantes, encontrando un descenso
significativo de la sensación de soledad entre medidas. Los autores destacan que el
beneficio fue superior cuanto mayor fue la soledad al principio, y que las modalidades
individual y grupal funcionaron de manera similar. En conjunto, estos estudios indican
un descenso significativo de la soledad percibida tras el contacto continuado con un
perro, especialmente cuando la sensación de aislamiento es alta, pero que dependen más
del contacto con el animal que de la modalidad de la actividad (individual o grupal,
número de sesiones por semana...).
Por tanto, existen estudios que indican que el contacto con animales (específicamente
perros) tiene un impacto sobre la soledad, pero también reportes que indican que las
personas retornan a niveles de soledad similares con el paso de los meses tras la

120
adquisición de una animal de compañía (Gilbey, McNicholas y Collis, 2007). En una
revisión reciente, Gilbey y Tani (2015) subrayan que la mayor parte de estudios
disponibles tienen deficiencias en cuanto a poder estadístico y sesgos mencionados en
epígrafes anteriores, como recoger información exclusivamente de la experiencia de
personas que conviven con animales. En consonancia, la principal conclusión de esta
revisión es que aún no se dispone de suficientes evidencias de que la interacción con
animales afecte a la soledad experimentada, hallazgo que resulta poco intuitivo.

2.8. Efectos a nivel comunitario

En último lugar, se ha reservado un epígrafe para revisar algunos estudios referidos al


efecto que la presencia de animales tiene sobre el entorno comunitario. A diferencia del
punto anterior, aquí se revisa cómo afectan los animales a la percepción y
funcionamiento de los espacios públicos y compartidos, más allá de las impresiones
personales.
Los animales siempre han estado presentes en las sociedades humanas, y la
domesticación de ciertas especies —como el ganado— se encuentra entre los principales
hitos de la evolución social y cultural humana. Por ejemplo, en el paso de la caza y
recolección a la agricultura y ganadería, pieza clave en la creación de asentamientos
permanentes, solo fue posible mediante la selección y domesticación de animales y
plantas (Bradshaw, 2017). Los papeles desempeñados por los animales en la actualidad
son diversos, siendo clasificados como animales de compañía, recursos a consumir o
plagas a erradicar (pet, profit, pest, en términos de Taylor y Signal, 2009).
En las últimas décadas, Occidente ha asistido a la creciente presencia de los animales
de compañía en contextos anteriormente vedados, como los centros de trabajo. En su
revisión, Foreman, Glenn, Meade y Wirth (2017) señalan que cada vez es más frecuente
permitir a animales no humanos permanecer en contextos profesionales, ya sea por su
labor de asistencia en casos de diversidad funcional, o como medida organizativa
destinada a mejorar el clima del centro. Sin embargo, los efectos que esta inclusión tiene
para el conjunto de los actores implicados han recibido menos atención que otros tópicos
anteriormente revisados.
En un primer bloque, podemos comentar algunos estudios realizados sobre contextos
profesionales tradicionales (a puerta cerrada). Perrine y Wells (2006) analizaron el efecto
que los animales de compañía tienen sobre la percepción del funcionamiento de una
oficina, encontrado que tanto perros como gatos influyeron sobre los observadores. Estos
percibieron el entorno de trabajo como más relajado, con mayor fluidez social y mejor
clima emocional. En otra investigación, Wells y Perrine (2001) desarrollan un estudio
mediante fotografías de un directorio de profesores, modificando los elementos
contextuales que aparecen (perro, gato o ningún animal). Los participantes percibieron al
profesor como más amigable cuando estuvo acompañado de un perro, y como más

121
ocupado cuando hubo un gato presente. La presencia de un perro se asoció con la
percepción de que la oficina era más confortable para los alumnos. De ambos estudios se
desprende que la presencia de animales tiene un efecto sobre la percepción del contexto
de trabajo, si bien cabe destacar que ambas muestras estuvieron compuestas por
estudiantes universitarios, lo que limita la generalización de los resultados. Igualmente,
ambas experiencias se desarrollaron usando fotografías, circunstancia que facilitó que el
material fuera estándar para todos los participantes, aunque puede limitar la validez
ecológica de los hallazgos.
En un segundo bloque de estudios se agrupan aquellos que analizan el impacto de los
animales sobre la percepción de la vida en el barrio. Por ejemplo, Power (2013) recopila
las experiencias de 24 australianos que conviven con perros, que apuntan a que los
paseos ofrecen una motivación para pasar más tiempo fuera de casa del que pasarían sin
perro, además de un contexto en el que conocer a más gente de su barrio —lo cual
supone una mayor percepción de red social—. Por su parte, Wood et al. (2015) destacan
que la gente conoce a más habitantes de su barrio sacando a pasear al perro, y eso ayuda
a generar la percepción de comunidad. Además, la creencia de que pasear los perros
ayuda a mantener el barrio habitado y seguro aparece asociado al dog walking en la
literatura disponible (Westgarth, Christley y Christian, 2014).
Por supuesto, no todos los efectos descritos son positivos. Foreman et al. (2007)
destacan en su revisión los riesgos asociados al contacto con animales (zoonosis,
mordiscos, accidentes y caídas). Perrine et al. (2006) detectaron que, aunque la presencia
de perros y gatos provocó reacciones positivas entre los participantes, también se
asociaron a una menor profesionalidad e higiene percibidas en el contexto laboral. Y
Power (2013) destaca entre sus conclusiones que los perros pueden ayudar a mejorar la
red de relaciones dentro del barrio, pero que también pueden suponer un elemento
distanciador entre su dueño y el resto de los vecinos.
Por tanto, y al igual que en el resto de los epígrafes explorados, la investigación no
resulta concluyente. Así, no se encuentra información comparativa sobre el efecto que
ciertos recursos del barrio o el ordenamiento jurídico pueden tener sobre las costumbres
humanas —por ejemplo, parques equipados para perros, prohibición de pasear sin
cadena y/o bozal, playas habilitadas...—. Tampoco se dispone de información sobre si
los potenciales beneficios de los animales de compañía pueden tener algún efecto sobre
la trayectoria de un barrio o de un negocio. Será necesario generar más investigación,
dando cabida también a los miedos y actitudes negativas que pueden estar presentes en
los potenciales usuarios de estos contextos, a fin de ganar una visión más compensada y
comprensible de estos fenómenos.

2.9. Conclusiones y guías para fundamentar intervenciones asistidas


por animales

122
La literatura científica recoge un ingente número de publicaciones referidas, total o
parcialmente, a los efectos que el contacto con los animales puede tener sobre la salud
humana. La diversidad de definiciones, métodos y objetivos presentes en estos estudios
hace difícil proceder a una clasificación exhaustiva y mutuamente excluyente de los
hallazgos. Por esta razón, la revisión se ha estructurado en torno a tópicos frecuentes.
Esta decisión, siendo arbitraria, aspira a facilitar la lectura.
Por otra parte, el presente capítulo no intenta realizar una revisión extensiva, sino
recopilar algunos de los principales estudios realizados alrededor de estos objetos de
estudio. Dada la variedad de ámbitos en los que se investiga y los distintos niveles de
análisis incluidos —desde los aspectos más moleculares (Biología, Neurología...) hasta
los más generales (Antrozoología)—, realizar una revisión exhaustiva es un objetivo
poco abordable, y condenado a quedar caduco en un período de tiempo corto.
Más interesante parece establecer un marco conceptual desde el cual entender los
hallazgos actuales y futuros. La diferenciación entre efectos directos, indirectos y
explicados por un factor común ayuda a dar mayor nivel de detalle a la explicación de
los fenómenos descritos, dotando a los técnicos de más recursos para desarrollar su
labor. Para las personas interesadas en el vínculo humano-animal, así como en su
aprovechamiento para generar mejores programas de intervención, disponer de este
marco conceptual permite dar mayor sustento a sus hipótesis de trabajo, evitando un
enfoque de «todo vale» —one size fits all, en inglés— que nos acerca peligrosamente a
la idea de que el animal sirve como una panacea (Herzog, 2011a) o un amuleto.
El contacto con los animales de compañía genera en muchas personas una serie de
reacciones directas, probablemente mediadas por hormonas como la oxitocina (Beetz et
al., 2012). Este sistema viene inscrito en la genética humana y explica que los animales
de compañía hayan avanzado hasta ocupar las posiciones desempeñadas en las
sociedades actuales. Pero estos efectos también son modificados por la experiencia,
como la asociación entre estímulos descrita por Virués-Ortega et al. (2006), y que
explican por qué los animales de compañía pueden tener un mayor efecto sobre el estrés
agudo que un animal desconocido.
Dado que un estrés elevado se asocia con menor rendimiento académico, mayor dolor
percibido, mayor activación autonómica y otros muchos efectos negativos, no es de
sorprender que la presencia de un animal de compañía pueda ayudarnos a mejorar el
funcionamiento de muchas personas. Sin embargo, se debe recalcar la noción de que
estos cambios se producen de manera aguda, no sostenida en el tiempo. De hecho, es
previsible que cualquier efecto derivado de la introducción de un nuevo elemento (efecto
novedad) se extinga conforme el contacto se prolonga (habituación), regresando al punto
inicial (por ejemplo, Gilbey et al., 2007). Por ello, el técnico que desarrolla una
intervención asistida por animales no debe conformarse con estos efectos directos, sino
aprovechar la ventana temporal que nos ofrecen para fomentar el cambio en las personas
que buscan mejorar su situación —elementos atendidos en el segundo segmento del

123
manual—.
Probablemente, los mecanismos indirectos sean de mayor interés que los directos
para los profesionales que trabajan con la conducta y los compromisos adquiridos del
beneficiario —un grupo amplio que incluye a titulados en Psicología, Ciencias de la
Educación, Trabajo Social, Terapia Ocupacional, etc.— o que necesitan generar
adherencia a tratamientos —como la Fisioterapia—. Por ejemplo, tener perro en casa
puede ser un motivador para invertir más tiempo paseando —aunque esta relación
depende, en gran medida, del apego generado—. Pero sacar a pasear al perro implica una
secuencia de acontecimientos y contextos en los que un profesional puede insertar
rutinas beneficiosas: preparar al perro para salir puede compatibilizarse con trabajar las
habilidades para la vida diaria; la elección del itinerario del paseo puede dar paso a una
competición entre dueños, o incluso a una colaboración para alcanzar un kilometraje
semanal a favor de una ONG local; también es posible aprovechar estos paseos para
realizar experimentos conductuales en un entorno más lúdico y amortiguador del estrés,
como los desarrollados dentro de ciertas terapias; y observar los espacios ocupados por
estas personas nos dará pistas sobre los sitios donde llevar a cabo acciones de
acondicionamiento del barrio, en un intento de animar a «retomar» las zonas en declive.
Por último, cabe reseñar que muchas de las conexiones establecidas entre la
convivencia con animales y la salud humana pueden obedecer a errores de planteamiento
en la investigación, siendo ambas variables explicadas por terceros elementos como la
personalidad. Sin embargo, la ausencia de efectos beneficiosos puede no ser un
impedimento para mejorar un programa si se aprende a aprovechar ciertos fenómenos
asociados. Por ejemplo, Cutt et al. (2008) señalan que la percepción de que los perros
ayudan a salir de paseo puede ser un mecanismo que nos lleve a buscar un perro en un
intento de comprometernos con el cambio. Por supuesto, esto supone invertir causas y
efectos, y es un ejemplo de error o sesgo cognitivo (como cuando nos apuntamos a un
gimnasio para adelgazar, pero terminamos yendo bajo el pretexto de que no hacerlo sería
tirar el dinero —la decisión la tomamos nosotros, pero al final se explica como si la
responsabilidad fuera externa a nosotros—). Pero estos sesgos pueden ser aprovechados
para generar oportunidades de cambio. La representación cultural de los animales de
compañía crea profecías que se sustentan a sí mismas, y es probable que buscar una
mascota ayude a mucha gente a encontrar esa motivación exógena que los mantenga
comprometidos con la tarea —aunque la decisión inicial surgiera de ellas mismas—.
Sin embargo, esto también entraña riesgos. Ni todas las personas experimentan los
mismos efectos en su convivencia, ni todos los animales son idénticos como individuos,
ni existe garantía sobre el ajuste entre personas y otros animales en el presente o en el
futuro. Convivir con animales puede tener efectos directos e indirectos sobre la salud,
pero no deben ser identificados como panacea, ya que existe el riesgo de abandono por
frustración. Si alguien está pensando en «recetar» animales como si fueran
complementos vitamínicos para todos, sin atender a características como las descritas en

124
el capítulo 3, es muy probable que esté poniendo en riesgo a animales humanos y no
humanos.
En resumen, la investigación de los efectos de la IHA sobre la salud humana ha
avanzado notablemente en las últimas décadas, aunque aún nos encontramos lejos de
tener un catálogo definitivo de explicaciones satisfactorias. La literatura señala el efecto
modulador que variables como el nivel de apego (Parslow et al., 2005) o el sexo del
beneficiario (Miller et al., 2009) pueden tener sobre el sistema endocrino; esto
ejemplifica la dificultad de generar modelos unificados para dar cuenta del
funcionamiento de estos fenómenos, incluso en los mecanismos más dependientes de la
biología. ¡Qué complejo será llegar a una explicación para los eventos basados en
elementos culturales! De cualquier modo, este avance será más rápido si contemplamos
variables como el tiempo de convivencia, fortaleza del vínculo... que son reportados en
una minoría de estudios en este ámbito (Stern y Chur-Hansen, 2013).
Mientras, sí disponemos de evidencias sobre beneficios objetivos y subjetivos
derivados de la interacción con animales de compañía, los cuales representan
oportunidades para complementar las herramientas utilizadas en distintas profesiones
basadas en la evidencia. El segundo bloque del manual está dedicado a analizar su
transferencia para fortalecer programas de intervención. Pero antes de pasar al diseño de
las intervenciones asistidas, realizaremos un recorrido breve sobre los efectos que la IHA
tiene sobre la parte no humana de la ecuación.

3. EL OTRO LADO DE LA BALANZA: EFECTOS DE LA IHA EN LOS


ANIMALES NO HUMANOS

En último lugar, cabe destacar la existencia de resultados de investigación referidos a


los efectos que la IHA tiene sobre el bienestar de los animales no humanos. Dados los
objetivos del presente manual, la exploración se concentrará en aquellas evidencias
referidas a animales de compañía.

3.1. Efectos reportados sobre el bienestar en animales no humanos

Dentro de los marcadores biológicos de estrés, la oxitocina es probablemente el más


atendido, y muchos son los estudios que incluyen medidas de su presencia en fluidos,
junto con otros correlatos bioquímicos y/o conductuales. Si bien existen evidencias del
papel de este neuropéptido en el establecimiento de vínculos sociales entre especies, es
necesario advertir que nuestro conocimiento actual sobre las vías neurales sobre las que
actúa es limitado (Kis, Ciobica y Topal, 2017; Nagasawa, Mutsui, En, Ohtani et al.,
2015) y que su valor como indicador de bienestar psicológico en animales es discutido
en la actualidad (Rault, Van den Munkhof y Buisman-Piljman, 2017).

125
El comportamiento de estos biomarcadores en perros parece guardar paralelismo con
el descrito en humanos. Por ejemplo, Odendaal y Meintjes (2003) desarrollaron una
investigación sobre los correlatos biológicos de la interacción entre humanos y perros,
encontrando que una situación de juego se asoció a un aumento de oxitocina, dopamina
y beta-endorfinas en sangre, junto a un descenso del cortisol, en los participantes de
ambas especies. Por otra parte, MacLean, Gesquiere, Gee, Levy et al. (2017) encuentran
que los perros liberan más oxitocina y menos vasopresina en un contexto novedoso
cuando pudieron interactuar con un investigador desconocido, frente a la situación de
encontrarse solos en la sala. Además, dentro del grupo con contacto humano, los
investigadores encontraron evidencias de un mejor manejo del estrés en los perros que
mantuvieron mayor interacción —contacto físico, juego...—. McGreevy, Righetti y
Thompson (2005) encuentran un descenso en la tasa cardiaca de los perros al ser
acariciados durante unos minutos. Estos estudios apuntan a que la interacción con
humanos puede tener un efecto positivo sobre el manejo del estrés en perros. Resultados
similares han sido descrito para gatos (Bradshaw, 2013).
Otros estudios han puesto de relieve la importancia de la familiaridad (es decir, del
vínculo) entre perros y humanos. En un estudio desarrollado con doce perras residentes
en un centro de investigación, Rehn, Handlin, Uvnas-Moberg y Keeling (2014)
encontraron que el mero contacto visual con la persona encargada de sus cuidados
supuso un aumento en la concentración de oxitocina y un descenso del cortisol en
sangre. También el estudio de McGreevy et al. (2005) señala que los perros muestran
mayor relajación al entrar en contacto con cuidadores habituales. La literatura también
recoge algunas evidencias de este fenómeno en caballos (Hockenhull, Young, Redgate y
Birke, 2015). Este resultado es susceptible de ser explicado por el condicionamiento
clásico, en el cual la presencia del humano de referencia hace las veces de estímulo
condicionado, elicitando respuestas somáticas de tranquilidad (Virués-Ortega et al.,
2006).
En esta misma línea argumental, el establecimiento de un vínculo entre humano y
perro podría servir como amortiguador del estrés ante retos novedosos. Algunos estudios
han analizado el impacto de este vínculo en situaciones de intervención. Por ejemplo,
Glenk, Kothgassner, Stetina, Palme et al. (2014) encuentran que los niveles de cortisol
en saliva encontrados en perros de intervención entrenados durante las sesiones de
intervención son similares a los presentados en casa. También Ng, Pierce, Otto,
Buechner-Maxwell et al. (2014) y Koda, Watanabe, Miyaji, Ishida et al. (2015)
encuentran un impacto nulo en la concentración de cortisol en saliva cuando el perro
estuvo acompañado de una persona de referencia. Por tanto, existen razones teóricas y
resultados de investigación que animan a establecer equipos de trabajo (humano-canino)
estables.
Por otra parte, diversos estudios señalan el valor estresante que las situaciones
novedosas pueden suponer para los perros de intervención, Por ejemplo, el estudio de Ng

126
et al. (2014) destaca que permanecer en una sala desconocida provocó una reacción de
estrés más intensa que la participación en sesiones de intervención en los 15 perros de su
estudio. Kerepesi, Doka y Miklosi (2015) encuentran que los perros responden a las
órdenes entrenadas con independencia de que sean emitidas por su humano de referencia
o por un desconocido, pero que las manipulaciones y otras situaciones potencialmente
aversivas provocaron un estrés elevado cuando el perro no se encontraba en compañía de
su dueño.

3.2. Guías para mejorar el bienestar animal en las interacciones

La revisión de la literatura muestra que la mayor parte de estudios sobre los efectos
de la interacción con humanos han incluido perros y se han concentrado en analizar el
estrés mediante evaluación fisiológica y comportamental, muchas veces mediante
estrategias de evaluación invasivas (como la extracción de sangre; para una revisión,
Martínez-Martínez, 2017).
Sin embargo, el impacto de la IHA podría ser evaluado en términos muy similares a
los contenidos en la investigación sobre la parte humana. Por ejemplo, la rutina de paseo
permite a los perros acceder a un ejercicio físico moderado. ¿Qué impacto tiene que el
guardián sea aficionado al ciclismo, running, senderismo o natación en aguas abiertas?
Poco se sabe al respecto. Igualmente, el estilo de vida de los humanos que conviven con
animales de compañía incide sobre las oportunidades que estos tienen de interactuar con
humanos y otros animales más allá de la familia. ¿Cómo impactan estos hábitos y cómo
se puede garantizar una mejor respuesta a sus necesidades? ¿Es recomendable contratar
un servicio de paseo para perros si se pasa la mayor parte del día fuera de casa? ¿Qué
características ambientales —juguetes, obstáculos, etc.— protegen mejor a los animales
domésticos contra el disconfort? Muchas de estas preguntas no encuentran respuesta en
la literatura.
Sin embargo, de cara a incorporar animales a contextos de intervención, sí
disponemos de información que nos permite proponer algunas guías sencillas:

1. Los animales que participen en intervención deben ser animales domesticados,


especialmente aquellos considerados como animales de compañía. Estos animales
han sido seleccionados —artificialmente— por sus cualidades para la interacción
con humanos, por lo que es más probable que cuenten con mecanismos que les
ayuden a manejar el estrés de la interacción.
2. La elección de la especie animal debe ser coherente con el trabajo que se proyecta
realizar. Si las intervenciones incluyen contacto, debe optarse por especies
animales seleccionadas para tolerarlo. Esto es de especial relevancia para los
animales exóticos y/o salvajes, que no han sido sometidos a ningún proceso de
adaptación al contacto con humanos. Por ejemplo, la inclusión de delfines en IAA,

127
aunque muy comentada, es rechazada por la amplia mayoría de profesionales del
ámbito por su impacto negativo sobre estos cetáceos —y que, pese a ser retratados
como animales muy próximos a los seres humanos en películas, siguen siendo de
naturaleza salvaje—.
3. Más allá de la especie o raza, los animales incorporados deben ser seleccionados
por sus características individuales. Al igual que entre los humanos, los animales
de compañía presentan una variabilidad en torno a aspectos como el contacto
social óptimo para su bienestar (afabilidad), la cantidad de estimulación que
necesitan (extraversión), su activación y reactividad ante estímulos fuertes
(neuroticismo), etc. Seleccionar al individuo adecuado no solo evita el disconfort,
sino que puede propiciar que el animal experimente sensaciones positivas durante
la interacción con otros humanos.
4. Es necesario realizar un proceso de habituación a las condiciones bajo las cuales se
desarrollará el trabajo. Los animales —incluidos los humanos— pueden registrar
reacciones adversas ante contextos novedosos o sobreestimulantes.
5. Por último, es muy importante subrayar el vínculo afectivo entre animal y cuidador
humano como elemento protector para el animal. Estos efectos protectores se
derivan de mecanismos directos —liberación de hormonas como la oxitocina
durante la interacción— y por condicionamiento clásico —elemento contextual
que elicita la relajación—. Además, tener una relación estrecha con el animal de
intervención permite una detección temprana de las señales de estrés, anticipar las
limitaciones del animal, y también redunda sobre la mayor seguridad para el resto
de los participantes de la intervención.

Estos aspectos aparecen resumidos, y serán expandidos y analizados en profundidad


en el capítulo 9, al hablar de las consideraciones éticas de la inclusión de animales en
intervenciones.

128
BLOQUE II
Diseño de intervenciones
asistidas por animales

129
5
El valor añadido de las IAA: pertinencia, efectividad y
eficiencia

En general, la imagen profesional de los interventores que trabajan en este ámbito


tiende a identificarse con uno de los dos siguientes prototipos: o el de una persona que
considera que los animales traerán bienestar a los beneficiarios, y que se preocupa
especialmente de la preparación, adiestramiento y presentación de ejercicios lo más
atrayentes posible; o el de un profesional de una disciplina reconocible, que incluye
animales para mejorar sus opciones de éxito al aplicar programas de intervención.
El presente manual aboga —lógicamente— por desarrollar intervenciones asistidas
desde la segunda opción, lo cual supone asumir que las IAA no son una forma de
intervención o terapia per se, sino que consisten en añadir un elemento concreto (la
interacción humano-animal) como potenciador, acompañando a otros elementos técnicos
de los que dispone el profesional para promover el cambio. En términos actuales, la
inclusión de animales es un componente más dentro del plan de tratamiento, que puede
ser añadido o no en función de las necesidades de los beneficiarios y del momento que
atraviese el programa.
Los capítulo previos han explorado los elementos básicos que el lector necesita para
encuadrar las intervenciones asistidas por animales. Entre las tareas afrontadas, el texto
ha expuesto argumentos que muestran que la inclusión de animales en intervenciones
viene de antiguo, que existen definiciones muy dispares en la literatura —que conllevan
fortalezas y debilidades específicas—, que los animales desempeñan roles muy
diferentes en función del momento histórico y lugar, y que la interacción humano-animal
se asocia a ciertos efectos sobre la salud —aunque no para todos por igual, dependiendo
del estilo de vida, características de personalidad, sexo, etc.—.
En este segundo bloque temático el texto abordará los aspectos más relevantes del
diseño de intervenciones asistidas, no como un área de conocimiento separado, sino
como una versión o modalidad de la disciplina en la que el lector esté formado. Esta
visión guarda una mayor coherencia teórica que su alternativa —precisamente porque no
es alternativa a nada, sino un desarrollo tecnológico de aplicación bajo ciertas
circunstancias—, manteniendo la lógica y nutriéndose del amplio bagaje de técnicas y
procedimientos desarrollados desde la Psicología, Trabajo Social, Terapia Ocupacional,

130
Ciencias de la Educación, etc. En consonancia, el presente capítulo expone de manera
sistemática los retos a los que se enfrentan las IAA para continuar un desarrollo
coherente con las disciplinas basadas en la evidencia: lógica de análisis, valor añadido y
principios de la evaluación de programas.

1. ¿QUÉ FUNCIONA EN LAS INTERVENCIONES ASISTIDAS POR


ANIMALES?

Investigar la utilidad de las intervenciones —en general— es una tarea compleja. Por
suerte, la literatura ofrece diversas fuentes que pueden servir como referencia a la
persona interesada en profundizar en este aspecto dentro de las IAA.
El texto de Kazdin (2015) es probablemente el referente más claro sobre la
sistemática de la evaluación de los programas de IAA recogida por la literatura. Su
principal virtud consiste en conectar de manera clara los retos a los que se enfrentan las
IAA con las soluciones disponibles en disciplinas reconocibles —en el caso de este
autor, dentro de las psicoterapias—. Aunque es probable que no todos los profesionales
estén de acuerdo con esta idea, lo cierto es que en la intervención sobre problemas
humanos la originalidad no tiene por qué ser una ventaja. Lo lógico es trabajar conforme
a planteamientos conocidos, explorados y testados, y no por simple intuición.

1.1. Definir una estrategia para el cambio

Para Kazdin (2015), toda intervención debe partir de una serie de hipótesis que sirvan
para explicar el fenómeno que se interviene (¿por qué ocurre esto? o ¿cómo se mantiene
la situación? son dos buenas preguntas guía) y los mecanismos del cambio (¿cómo logro
llegar desde el punto A al punto B?). Esta pequeña teoría del cambio (small theory)
servirá como base para aplicar técnicas de manera consistente, con la vista puesta
siempre en alcanzar el objetivo marcado.
Todas las disciplinas cuentan con al menos una perspectiva al respecto de cuál es el
problema y cómo organizar la intervención. A menudo, diversas teorías coexisten y dan
respuesta a problemas similares. El técnico debe tener en cuenta que distintas
perspectivas no solo implican diferentes técnicas para lograr el cambio (medios), sino
que es probable que definan de manera diferente el problema al que se enfrentan (fines).
Es labor del profesional conocer el planteamiento epistemológico que subyace a la
corriente desde la que trabaja, ya que las técnicas son desarrolladas para cubrir
necesidades específicas bajo condiciones específicas. Para profundizar en este aspecto, el
lector puede recurrir a Fernández-Liria y Rodríguez-Vega (2001).
Las intervenciones desarrolladas sobre la conducta humana suelen tener más de un
componente (Ogles, 2013). Entendemos por componente una unidad reconocible dentro

131
del plan de intervención que tiene un efecto concreto sobre la conducta. A modo de
ejemplo, la mayor parte de intervenciones incluirán componentes de tipo relacional —
interacción entre profesional y beneficiario— y técnicas específicas para alcanzar el
objetivo. Dentro de esta lógica, plantear si «la educación» o «la psicoterapia» funcionan
puede tener un valor relativo, siendo una pregunta más adecuada: «¿cuánto aporta cada
componente a la consecución del objetivo?». El epígrafe 1.3 volverá sobre esta cuestión.

Figura 5.1.—Esquema de la visión por componentes frente a la visión del tratamiento


como bloque.

1.2. Eficacia, efectividad y eficiencia de las intervenciones

Las intervenciones programadas, como la Educación o la Psicoterapia, son


aplicaciones tecnológicas que no tienen como objetivo último hacer ciencia. Se basan en
el conocimiento científico disponible —Epistemología, Patología, Diversidad Funcional,
Teoría del Cambio, Cibernética, Antropología, Etología, etc.— pero su objetivo no es
generar más conocimiento, sino obtener bienestar personal, cambios en la comunidad u
otros bienes sociales (Fernández-Liria et al., 2001), como si de una ingeniería se tratase.
Aunque una intervención particular no busca generar conocimiento, el avance de las
disciplinas aplicadas sí exige mensurar la utilidad del esfuerzo, determinando hasta qué
punto sirven para obtener los resultados deseados y a qué precio. Es decir, las
intervenciones no buscan generar información sobre los receptores —personas o grupos
—, pero es perfectamente posible obtener información sobre el proceso de intervención
en sí mismo. En este contexto, los términos eficacia, efectividad y eficiencia ganan

132
especial relevancia para desarrollar prácticas basadas en la evidencia.
Eficacia y efectividad hacen referencia a la utilidad —capacidad de lograr objetivos
— de un programa. Ambos términos aparecen con frecuencia intercambiados en la
literatura, aunque hacen referencia a distintas vertientes del proceso de intervención
(Singal, Higgins y Waljee, 2014). Según define Hunsley (2007), la eficacia valora el
nivel de validez interna de los tratamientos bajo condiciones controladas, incluyendo la
existencia de un manual de tratamiento, el cual seguir sin desviarse, la correcta
formación del interventor en la técnica y colectivo determinados, la selección y
asignación de los participantes a distintos grupos de comparación, etc., mientras que la
efectividad hace mención a los cambios obtenidos a raíz de la intervención en la
población objetivo (validez externa), donde el control es notablemente inferior. Para
ejemplificar las diferencias entre ambos términos, basta con pensar en la situación de
investigación, cuando se puede seleccionar participantes con características muy
concretas, frente a la práctica de la profesión, cuando se debe desarrollar la intervención
en muestras con distintas procedencias, bagajes culturales, experiencias de tratamiento,
etc.
Dado que el presente manual está orientado a la inclusión de animales dentro de
programas de intervención, el texto optará por hacer referencia a la efectividad, como
sinónimo de la utilidad demostrada para obtener el resultado deseado en contextos reales
de intervención.
Complementariamente, la eficiencia hace referencia a la relación entre efecto logrado
(cambio) y costes del proceso (temporal, económico, etc.). Este índice es especialmente
relevante, ya que los interventores no disponen de un presupuesto ilimitado, sino que
deben optar por la mejor intervención disponible dentro de los recursos existentes.
Dedicar el doble de dinero (o tiempo) para obtener un resultado ligeramente superior no
es una elección justificable desde el punto de vista de la eficiencia.
Discutir acerca de la utilidad de las IAA supone abordar su capacidad para lograr
objetivos (efectividad) con un coste asumible (eficiencia). Dado que los animales suelen
conllevar gastos económicos —veterinarios, transporte, inclusión de un guía— ,
temporales —rutinas de preparación y de finalización de las sesiones— y atencionales
—si un profesional desarrolla la intervención en solitario, el animal supone un elemento
más que controlar—, obtener una tasa de éxito similar a la de otras intervenciones
disponibles puede no ser suficiente para justificar la introducción del animal.
Por ello, los profesionales que trabajan con animales deben analizar detalladamente
los costes adicionales y proporcionar una previsión de mejoras que justifique la
pertinencia de desarrollar una IAA, referidas tanto a los componentes del tratamiento —
mejoras en la relación interventor-beneficiario, aumento de la adherencia, mejor
desarrollo de las técnicas prescritas...— como a los resultados principales —consecución
de los objetivos— y secundarios —incidencia sobre la calidad de vida, humanización
percibida, etc.—.

133
1.3. La validez interna de las intervenciones asistidas por animales

En la última década, diversos estudios han revisado sistemáticamente la literatura en


busca de indicios de utilidad para las intervenciones asistidas por animales. Estas
publicaciones se concentran en torno a una variedad de perfiles de necesidad,
generalmente identificados a través de una etiqueta diagnóstica como los trastornos del
espectro autista o la depresión. Dentro de los estudios de revisión, los metaanálisis
ocupan un lugar destacado, ya que permiten la comparación cuantitativa de los
resultados derivados del tratamiento (outcomes) usando un índice común, como el
tamaño de efecto o el índice de confiabilidad del cambio (Ogles, 2013).
Algunos de estos metaanálisis se han convertido en referencias básicas para gran
parte de los investigadores que trabajan en el ámbito. Por citar solo tres ejemplos —que
acumulan unas 750 citas en Google Scholar a finales de 2017—, Nimer y Lundhal
(2007) analizaron 49 estudios para concluir que las terapias asistidas por animales
tuvieron un efecto de tamaño moderado en cuatro ámbitos: síntomas asociados a los
trastornos del espectro autista, problemas somáticos, problemas de conducta y bienestar
emocional; por otra parte, Souter y Miller (2007) localizan cinco estudios de
intervención con personas diagnosticadas de depresión, concluyendo que las IAA
redujeron de manera significativa y con tamaño moderado los síntomas depresivos; y
Halm (2008) describe distintos beneficios emocionales y médicos en pacientes que
reciben tratamiento hospitalario a partir de 10 referencias.
Estos resultados han sido interpretados, por lo general, como un apoyo unánime a la
efectividad de las intervenciones asistidas por animales. Sin embargo, existen dudas
razonables acerca de la validez interna del objeto de estudio analizado. En otras palabras,
cuando se analiza si las IAA funcionan, ¿qué se está evaluando realmente?
Conforme fue descrito en el capítulo 1, la literatura generada en torno a las IAA
presenta notables inconsistencias en cuanto a los términos y definiciones utilizados, con
una marcada tendencia a utilizar el término terapia para hacer referencia a cualquier
intervención (López-Cepero, Rodríguez, Perea-Mediavilla, Blanco et al., 2014). Incluso
es frecuente encontrar confusión entre las intervenciones regladas y la simple interacción
humano-animal, conglomeradas dentro de un mismo epígrafe por Halm (2008). Estas
inconsistencias han sido señaladas en trabajos previos, y las dificultades asociadas a la
confusión se reflejan en trabajos como el de Souter et al. (2007), que optan por
conglomerar como un solo bloque actividades y terapias asistidas por animales
(AAA/TAA) porque la mayor parte de fuentes no ofrecen información suficiente para
diferenciar el tipo de intervención que se realiza.
La realización de un metaanálisis exige coherencia entre los elementos (Botella y
Gambara, 2006), y la literatura en torno a las intervenciones asistidas por animales
presenta inconsistencias que pueden llevar a errores de lectura. Analizar de manera
conjunta intervenciones educativas, psicológicas, ocupacionales, comunitarias... solo

134
porque incluyen un animal supone dar prioridad a la estética frente al diseño de la
intervención, amenazando de manera clara la validez interna de las intervenciones.
El excesivo protagonismo del animal dentro de las intervenciones asistidas se
corrobora fácilmente al recurrir a la literatura, ya que pocos estudios de tratamiento dan
alguna indicación sobre qué papel juega el animal dentro de la mecánica del programa,
mientras que la especie, raza, sexo, peso, castración y adiestramiento sí suelen venir
descritos dentro del apartado de método. ¿Se imagina el lector que una intervención
fuera descrita como «desarrollada por un psicólogo, varón, de 30 años, que se tituló en la
universidad de...», sin mencionar qué programa implementó o desde qué perspectiva o
corriente trabaja? Pues esta situación es muy frecuente dentro de las IAA. Este fenómeno
fue destacado en 2007 por Nimer y Lundhal, pero sigue siendo sistemáticamente
ignorado por la mayor parte de los trabajos publicados en la actualidad.

1.4. Eligiendo un foco para el análisis

Proporcionar información metaanalítica sobre la utilidad de las IAA como si fueran


una propuesta unitaria supone asumir una homogeneidad alejada de la realidad actual.
Focalizar la atención sobre las intervenciones asistidas como grupo no solo conlleva
riesgos derivados de la inconsistencia, sino que puede suponer un error estratégico para
su desarrollo.
Se propone un ejemplo. En un centro educativo se va a implementar un currículum
pedagógico en el cual los animales van a tener protagonismo. Este programa, aunque sea
nuevo para el centro, no vendrá a llenar un vacío absoluto de diseño, pues a buen seguro
el centro disponía de otro currículum pedagógico anterior. Además, es muy probable que
el nuevo diseño tenga muchos aspectos similares —si no idénticos— al diseño anterior,
ya que ciertos elementos de la docencia son estándar. Por tanto, hablar de «educación
asistida por animales» no debe asociarse con la aparición de un programa
cualitativamente diferente, sino la adaptación del trabajo que ya se realizaba. Bajo este
prisma, analizar diferencias y parecidos entre versiones del currículum parece más
pertinente que analizar el nuevo programa como entidad de nueva aparición, 100 %
original.
Sin embargo, la literatura tiende a tratar las IAA como si de entes independientes se
trataran. Más allá, gran parte de la información diseminada en libros, artículos y medios
generalistas tiende a representar las IAA como unidades o bloques (véase figura 5.1).
Esta perspectiva puede tener un sentido comercial —cuanto más diferente parece un
producto o servicio, más sencillo es hacerlo reconocible en el mercado—, pero no
encuentra soporte lógico dentro del ejercicio de las profesiones regladas. Esto equivale a
decir que carece de validez. Además, supone un error estratégico, ya que coloca a las
IAA a espaldas del desarrollo científico-técnico de las disciplinas en las que se anidan.
En general, la corriente de trabajo actual opta por diferenciar componentes de

135
tratamiento o intervención, más que bloques. Algunos de estos elementos, como la
relación entre interventor y beneficiario, son considerados elementos trasversales o
comunes —todas las intervenciones implican una relación—, mientras que otros
componentes —técnicas, límites temporales y físicos— son específicos de ciertas
propuestas. Adaptar los discursos y métodos a esta perspectiva es un elemento necesario
para trabajar dentro de la lógica de la programación basada en la evidencia.
En consecuencia, el siguiente epígrafe concentrará su atención sobre la evaluación de
la utilidad de las IAA no como bloque, sino como intervenciones que incorporan un
componente (interacción humano-animal) dentro del entramado tecnológico ofrecido por
diversas disciplinas aplicadas.

2. LA EVALUACIÓN DE RESULTADOS EN INTERVENCIONES ASISTIDAS


POR ANIMALES

Una vez asumido que la presencia del animal es un componente más dentro del
programa de intervención, cabe destacar la aparición de nuevas dificultades prácticas
para valorar su impacto. Por supuesto, y en coherencia con el planteamiento seguido
hasta el momento, no es pertinente hablar de «evaluación de intervenciones asistidas por
animales» como si de un área de conocimiento se tratara, siendo necesario recurrir a la
disciplina del interventor para encontrar los procedimientos adecuados para llevar a cabo
la valoración de las necesidades a intervenir —asociadas a términos como evaluación
psicológica, evaluación funcional, diagnóstico, detección de necesidades, etc.— y los
medios para su medida —observación, autoinforme, registros fisiológicos, etc.—.
El presente epígrafe revisa la lógica de la evaluación con un doble objetivo: realizar
recomendaciones generales de utilidad para los profesionales, y señalar algunas
cuestiones relevantes para mejorar la documentación de su efectividad en ámbitos de
investigación.

2.1. La lógica de la evaluación longitudinal

Un punto en común a toda disciplina dedicada a la intervención es que el objetivo es


conseguir un cambio, bien sea entre una situación inicial y otra final (obteniendo
mejorías), bien sea frente a una evolución esperada (mantenimien-to de funciones en
cuadros degenerativos). Dentro de esta lógica, la evaluación de las necesidades
seleccionadas debe incluir varias medidas —diseño longitudinal—. De nada servirá
evaluar solo al final del programa, ya que no será posible valorar si ha existido cambio
en los participantes.
Los diseños longitudinales también son conocidos como diseños de medidas
repetidas. Esta etiqueta es de utilidad para resaltar una cuestión relevante: los

136
instrumentos de medida deben ser iguales al principio y al final, con independencia de
que se analicen correlatos fisiológicos, percepciones o metodología observacional, por
citar algunos ejemplos. Eso no impide que algunos instrumentos puedan ser añadidos al
final —por ejemplo, una evaluación de la satisfacción con el programa—, pero la
evaluación inicial y final deben mantener una misma batería a fin de posibilitar la
comparación directa de las cualidades evaluadas.
Una tercera cuestión relevante, estrechamente relacionada con la sistemática de
medios y fines presente en Kazdin (2015) y Marino (2012) —y, virtualmente, en
cualquier manual sobre diseño de intervenciones—, es que la evaluación debe incluir
variables que sean abordadas de manera específica por el programa diseñado. En el
terreno de las IAA, es frecuente encontrar referencias genéricas del tipo «el trabajo con
animales mejorará la autoestima», a pesar de que el programa no lo marque entre sus
objetivos ni incluya explicación alguna de cómo va a posibilitar este cambio.
También existe una tendencia clara a destacar los efectos emocionales agudos —
dependientes de la presencia del animal— que, si bien son un elemento positivo de las
intervenciones, no suponen por sí mismos un objetivo del programa. Pondremos un
ejemplo paradigmático en el área: cuando un niño con un trastorno del espectro autista
monta por primera vez a caballo, los familiares suelen verse impactados por la
efusividad que muestran —vocalizaciones, sonrisas, etc.—. Es algo fácil de entender
desde el punto de vista humano, sobre todo en familias que han pasado por situaciones
de tratamiento muy variadas sin obtener apenas retorno (Pavlides, 2008). Pero el
profesional debe separar claramente este tipo de signo —pasajero— de las mejoras que
aspira a instaurar a medio y largo plazo. Y, sobre todo, no debe aprovechar estos efectos
para justificar la utilidad de una intervención, ya que es previsible que el paso del tiempo
reduzca la intensidad de la respuesta.
Esto conecta directamente con el uso inadecuado (pero muy extendido) del adjetivo
terapéutico para toda situación agradable, desde contactar con animales a hacer teatro,
salir a tomar café con amigos, ir al cine... Pasarlo bien puede abrir puertas para mejorar
el trabajo de intervención, pero si el objetivo radica en obtener un cambio duradero, es el
cambio a medio o largo plazo el que debe tener protagonismo.
En conjunto, la evaluación longitudinal sirve para establecer hasta qué punto se ha
logrado alcanzar el objetivo marcado en inicio (es decir, el producto o efecto del
programa). Pero más allá de marcar una meta y comprobar si se alcanza, establecer una
explicación de cómo se espera conseguir los beneficios anunciados es una obligación
deontológica. Por ejemplo, en el capítulo 4 se han discutido una variedad de efectos
directos e indirectos de la interacción humano-animal, entre los cuales se describen la
facilitación social o la reducción del estrés agudo. Estos efectos pueden aparecen de
manera espontánea —es decir, el profesional no necesita hacer gran cosa para que
sucedan—. Pero si el programa marca como objetivo conseguir que un grupo mejore su
interacción social, el interventor debe explicitar cómo va a facilitar y consolidar este

137
cambio de dinámica.
Salvo que el objetivo final del programa sea «pasar un rato divertido» como actividad
lúdica, fiar el éxito del programa a los efectos espontáneos carece de lógica, supone una
falsa mejora totalmente dependiente del contexto inmediato (presencia del animal),
predispone a una más que probable regresión a la media con el paso de las sesiones, y
puede generar situaciones de habituación en las que el equipo de intervención no solo no
puede retirarse de la intervención, sino que se verá obligado a aumentar la frecuencia
(número de sesiones semanales) o intensidad (exigiendo más actividad al animal, con los
riesgos que esto supone) para igualar los efectos iniciales. Todo esto con un coste
económico para el beneficiario y escasa probabilidad de consolidar ningún cambio.
Cobrar por aumentar la dependencia de personas que buscan mayor autonomía no solo
es un sinsentido profesional, sino que supone abusar de los beneficiarios y de sus
allegados.

2.2. Diseños de evaluación

La casuística de la evaluación de programas es muy variada, por lo que revisar en


profundidad todas las opciones disponibles necesitaría de un manual completo. Hay
ciertas generalidades que los profesionales de diversas disciplinas pueden compartir,
como el hecho de que todo programa debe contar con una guía que explicite las
operaciones fundamentales que permita comprobar si se ha implementado conforme a lo
estipulado o si han existido desviaciones sobre el plan inicial —elemento que se conoce
como «evaluación de proceso» o «formativa»—, así como presentar indicadores válidos
y fiables que permitan comprobar la mejora de las cualidades deseadas —«evaluación de
resultado» o «de producto»—. Sin embargo, estos no son elementos específicos de las
intervenciones asistidas por animales, por lo que se ha optado por no profundizar al
respecto. Si el lector tiene dudas sobre cómo evaluar la implementación de un programa,
es recomendable que acuda a literatura específica de su área de conocimiento.
En lugar de eso, los siguientes epígrafes comentarán algunas cuestiones de utilidad
para profesionales e investigadores de las IAA, relacionadas con los retos específicos
que se presentan al incluir animales en el contexto de intervención. A fin de facilitar la
comprensión de las diferencias entre propuestas, se usará un ejemplo común (cuadro
5.1).

CUADRO 5.1 Descripción de una situación de intervención

Un equipo de intervención, compuesto por una educadora y una guía canina, propone
realizar un programa de intervención educativa centrado en la prevención del acoso
escolar (bullying) en cuarto curso de Educación Secundaria Obligatoria. El programa

138
consta de seis sesiones semanales de una hora, desarrolladas dentro de las horas
destinadas a tutorías, y centra su atención sobre las actitudes hacia dicha violencia.

Además de realizar trabajo de carácter expositivo y de discusión en grupo, el


programa incluye la realización de ejercicios mediante role-playing. La intervención
incluirá un perro de gran tamaño como elemento destacado, participando como
modelo de conducta —al ser un perro físicamente fuerte, pero de conducta afable—
y proporcionando un elemento distintivo sobre el cual concentrar la atención de los
participantes y modular la narrativa —facilitando analogías sobre la importancia del
grupo, la gestión de conflictos en la naturaleza, etc.—.

2.2.1. Diseño longitudinal de dos o más medidas repetidas para un solo grupo

Como se comentó más arriba en el texto, ningún diseño de programas de intervención


puede incluir un único momento de medición —diseños transversales—. Valorar si se ha
producido algún cambio exige comparar al menos dos momentos para los participantes.
Realizar una evaluación antes del inicio (pre-intervención) y otra al finalizar (post) es
el diseño mínimo exigido para cualquier interventor. Las medidas deben ser iguales al
principio y al final, a fin de comprobar si se han registrado cambios entre ambos
momentos. Con toda probabilidad, este diseño es el más extendido entre los
profesionales que trabajan en ámbitos aplicados. Estos diseños no están destinados a la
investigación.
Sobre este diseño mínimo pueden añadirse más momentos de evaluación. Por
ejemplo, en programas que se prolongan a lo largo del tiempo es frecuente incluir
evaluaciones intermedias, dirigidas a comprobar si hay indicios de cambio —lo cual
permite continuar con el programa, realizar modificaciones y/o retirar del programa a
personas que no estén beneficiándose del mismo—. Aunque lo ideal es que estas
medidas intermedias se realicen con la misma batería utilizada al inicio y al final, es
posible administrar solo una parte de estas si las condiciones lo exigen —por ejemplo, si
las evaluaciones resultan exigentes para los participantes, si se anticipan dificultades (a
nadie le gusta completar cuatro veces la misma evaluación), etc.—.
En el ejemplo del cuadro 5.1, el equipo de intervención puede preparar una
evaluación basada en autoinformes. Un ejemplo sería preparar una escala sobre actitudes
hacia los conflictos entre iguales, medidas mediante cinco niveles de acuerdo (1-
totalmente en desacuerdo, 2-algo en desacuerdo, 3-ni a favor ni en contra, 4-algo de
acuerdo y 5-totalmente de acuerdo) o, preferiblemente, utilizar instrumental
psicométricamente validado. Realizar una aplicación en la primera y tomar una segunda
medida en la última sesión permite obtener dos puntuaciones medias del grupo para
comprobar si ha habido cambios.
También es frecuente incluir un nuevo momento de evaluación pasado un tiempo

139
desde la finalización del programa, destinado a valorar la permanencia de los efectos
relacionados con el programa. En el ejemplo propuesto, la misma herramienta sería
aplicada por tercera vez, permitiendo comprobar si los cambios se han mantenido, o si se
ha producido una vuelta a la puntuación original —es decir, una regresión a la media, un
fenómeno muy frecuente en las intervenciones de corta duración—.
Cabe insistir en que existe la opción de incluir alguna herramienta nueva en la batería,
en caso de que el técnico lo considere necesario. Ejemplos clásicos serían los
cuestionarios de satisfacción al final del proceso —que no podrían ser completados en el
momento pretratamiento— o algunas herramientas de cribado o screenings dirigidas a
descartar la existencia de un problema no contemplado en inicio. Pero la evaluación final
debe incluir, en todo caso, los mismos elementos que la evaluación inicial. En el ejemplo
del cuadro 5.1, es posible que las interventoras descubran durante los debates de grupo
que algún aspecto importante ha quedado descuidado dentro de la evaluación —por
ejemplo, las agresiones realizadas online, o las formas de acoso realizadas por omisión y
no por acción directa—. En estos casos, pueden optar por incluir algún ítem extra que, si
bien no estaría en igualdad de condiciones que el resto, sí puede ayudar a reunir unas
primeras evidencias de cara a mejorar el diseño para la segunda edición del programa.

Figura 5.2.—Esquemas de evaluación longitudinal de resultados.

Disponer de un mayor número de medidas por cada participante permite tener una
mejor descripción de los cambios, ya que nos dará más información con respecto a
posibles modificaciones de tendencia —si un beneficiario pierde el compromiso o sufre
un problema de salud, es probable que se encuentren puntos de inflexión que pueden
ayudar a documentar mejor el proceso—. Igualmente, es interesante guardar
evaluaciones individuales de los avances, ya que es posible que unos participantes se
beneficien más que otros del programa. En el ejemplo utilizado, es posible que varones y
mujeres muestren diferencias en el cambio de actitudes, quizá relacionado con el

140
tratamiento que la variable género ha tenido en el programa.
Realizar evaluación pre y postintervención es una práctica suficiente para el
profesional que ofrece intervenciones como un servicio a terceros. En nuestro ejemplo, si
las actitudes han registrado una modificación sustancial en el grupo —medida mediante
la amplitud, porcentaje de personas que mejoraron, significación estadística en la
comparación de medias, tamaño de efecto o posición con respecto a un punto de corte,
en el caso de las herramientas validadas—, el equipo de intervención puede defender el
éxito de la iniciativa.
Pero ¿hasta qué punto fue útil incluir al animal?

2.2.2. Diseño longitudinal de medidas repetidas con un grupo control

Los diseños descritos permiten determinar la evolución de una persona o grupo, pero
no ofrecen información sobre el grado de responsabilidad que el programa
implementado tuvo sobre dicha evolución. Por ejemplo, un programa puede ser útil, pero
coincidir con algún evento externo que distorsione los resultados —como un divorcio o
un fallecimiento—. De modo complementario, algunos problemas humanos tienen
carácter agudo y tienden a desaparecer de manera espontánea, lo que puede llevar a
atribuir al programa cambios que obedecen a cuestiones no controladas. Ambos
ejemplos muestran solo una fracción de las dificultades existentes para demostrar
empíricamente que una intervención permite alcanzar un determinado objetivo (y en qué
proporción).
El grupo control es un elemento básico en la investigación de la efectividad de las
intervenciones. El grupo que sirve como control debe tener una composición similar en
cuanto a sexo, edad, ocupación, necesidades y fortalezas que el grupo al que se aplica la
intervención. Evaluar a ambos grupos al principio y al final de un período de tiempo, en
el que un grupo recibe intervención y el otro queda a la espera como control, permite
diferenciar la mejora espontánea de aquella derivada de la intervención. En nuestro
ejemplo, se seleccionarían dos grupos del mismo nivel educativo (4.º A y B) que serían
evaluados a la vez a lo largo de seis semanas, pero solo el A recibiría el tratamiento.

141
Figura 5.3.—Comprobación de efectividad del programa como bloque unitario.

En condiciones ideales, el investigador podría establecer parejas de personas con


características similares y asignar cada una de ellas al azar para garantizar la paridad
entre grupos, condición necesaria para establecer estudios experimentales. En el trabajo
que implica a seres humanos, la asignación aleatoria no siempre es posible, dando lugar
a grupos determinados por la oportunidad o aparejados por los investigadores, en los
denominados estudios cuasiexperimentales (Ato y Vallejo, 2015). En el ejemplo
propuesto, los estudiantes de distintas clases están sujetos al horario dispuesto por el
centro, de modo que no pueden ser asignados al azar a distintas condiciones —con y sin
tratamiento—.
Adicionalmente, un estudio que busque demostrar la utilidad de una intervención
debe implicar a evaluadores que no conozcan qué persona participa en qué grupo, a fin
de evitar sesgos derivados de las expectativas —situación conocida como «doble ciego»,
que está en la base de la determinación de la efectividad de cualquier intervención
(Kazdin, 2015; Marino, 2012)—. Por otra parte, cualquier intervención asistida por
animales supone no solo la realización de una actividad para el grupo de intervención,
sino que puede variar de manera llamativa la rutina de los participantes. Para controlar
este impacto, lo acostumbrado es que el grupo control no permanezca sin tratamiento
(control puro), sino que sea sometido a un pseudotratamiento que imite las condiciones
del tratamiento —un interventor y un perro visitan una hora a la semana el centro, por
ejemplo—, pero sin incluir la mecánica diseñada para alcanzar el cambio —el grupo
control realizaría actividades lúdicas con el animal de manera libre, mientras que el
grupo de intervención recibiría la intervención diseñada—. En otros términos, el grupo
de control se sometería a una situación de placebo (sham treatment).
Estos diseños solo tienen sentido si se plantean dentro de un proyecto de
investigación. Por una parte, suponen duplicar —al menos— el coste y, además,
introducen dificultades éticas con la designación del grupo control, que se define como
aquel que no recibe una atención o apoyo que podría beneficiarle. Una alternativa

142
sencilla consiste en ofrecer la intervención a todos los interesados, pero escalonando su
participación. De este modo, el grupo control comenzaría recibiendo una
pseudointervención, para pasar a recibir el programa más adelante.
Además, en condiciones ideales, la segunda fase debería incluir el tratamiento para el
grupo B, pero también el tratamiento simulado para el grupo A. De este modo, al valorar
al final de las 12 sesiones ambos grupos habrán recibido la misma atención por parte del
equipo de intervención, con seis sesiones de tratamiento y seis sesiones de actividades
lúdicas no relacionadas con los objetivos. Huelga decir que conseguir enrolar en este tipo
de diseños a los docentes de un centro educativo supone un reto importante... para
obtener indicios de efectividad no concluyentes.
La mayor parte de estudios rigurosos disponibles en este momento incorporan un
único grupo de control, pero este recurso puede ser insuficiente para determinar la
utilidad real de una intervención asistida por animales. El siguiente epígrafe profundiza
en esta idea.

2.2.3. Diseño longitudinal de medidas repetidas con más de un grupo control

La inclusión de un grupo control no permite solucionar uno de los principales retos de


la investigación de tratamientos multicomponente (Fernández-García, Vallejo-Seco,
Livacic-Rojas y Tuero-Herrero, 2014). La mayor parte de los programas de intervención
que implican la conducta humana no conforman un solo bloque, sino que afectan a
varios dominios. Por ejemplo, una intervención psicoterapéutica implica técnicas
destinadas a modificar conductas (componente 1), pero estas se dan dentro de una
relación profesional (componente 2). Diremos que hay indicios de cambios producidos
por el programa si el grupo de intervención muestra mejoría sobre el grupo control, pero
esto no agota el problema. ¿Se deben estos cambios a la relación establecida, a las
técnicas ejecutadas, a una interacción de ambas o a otros elementos no contemplados?
La lógica de la investigación empírica implica comparar situaciones similares excepto
por un componente. Si partiendo de situaciones similares se llega a puntos diferentes a
través de dos procesos paralelos en todo, excepto un componente concreto, la diferencia
puede ser tentativamente explicada en función de este componente —aunque será la
replicación la que determine si el hallazgo es estable y, por tanto, puede ser incluido
dentro del corpus de conocimiento del área—.
En el caso de las intervenciones asistidas por animales, el número de componentes
existentes es superior a uno. En el capítulo 4 fueron revisados los efectos descritos para
la interacción humano-animal, y este impacto beneficioso es frecuentemente señalado en
los reportes anecdóticos como motor del cambio (Wilson, 2010) —generalmente,
confundiendo la simple interacción con una intervención reglada—. La cuestión es que
un programa de inserción social asistida por animales no solo compite con la situación
de no-intervención (control puro), sino que también debe demostrar que incluir animales

143
aporta algo que no estaba ya presente en el programa sin animales. Es decir, incluso si se
contempla el programa como un bloque, existen cuatro situaciones que deberían ser
analizadas: control puro, animal sin programa, programa sin animal y programa con
animal.
Analicemos el ejemplo del cuadro 5.1. Un primer grupo (A) recibe la intervención,
mientras que otro (B) no recibe ningún tipo de intervención, quedando como control
puro. Esto permite conocer el impacto del programa —taller educativo asistido por
animales— comparando la evolución de un grupo sobre otro. Supongamos que existe
una mejora relevante. ¿Qué porcentaje de esta mejora obedece al programa y qué parte
obedece al equipo de intervención —que incluye al guía y al perro?—. Tengamos en
cuenta que tanto el programa como el equipo suponen una novedad con respecto a la
experiencia estándar de la clase. Quizá la educadora que aplica el programa tenga unas
habilidades que faciliten la colaboración de los alumnos. O quizá sea la presencia del
perro con su guía la que elicita reacciones positivas entre el alumnado —menor
ansiedad, estética lúdica—, facilitando que incorporen los mensajes preventivos. Como
recoge la figura 5.4, sería necesario contar con al menos cuatro grupos para poder
controlar el valor relativo del programa aplicado por la educadora, de la presencia de la
guía con su perro, y de la interacción entre ambos —el programa de IAA propiamente
dicho—. ¡Y eso que la intervención era de lo más simple en inicio!
Este ejemplo no busca desanimar a la investigación sobre la utilidad de los programas
de IAA, sino señalar la necesidad de progresar hacia una visión más compleja y ajustada
al reto real. Dentro de la lógica de las intervenciones multicomponente (figura 5.1), las
intervenciones que incorporan animales presentan dificultades adicionales en
comparación con una intervención realizada por un equipo de un solo humano. La
literatura muestra que los animales pueden tener un impacto positivo en muchas
personas, pero dicho efecto es espontáneo, ajeno al programa de intervención. Por otra
parte, el profesional dispone de argumentos técnicos para realizar la intervención sin
necesidad de incorporar al guía y al perro, ahorrando en costes. Si se opta por llevar a
cabo una IAA, es necesario demostrar que esta opción tiene sentido: quizá por generar
mayor adherencia, o por acelerar el proceso mediante una mejor alianza de trabajo, o por
ofrecer una plataforma para realizar un trabajo difícil de abordar en el contacto humano a
humano, o por las especiales características del colectivo que recibe la intervención. Pero
estas asunciones deben ser demostradas empíricamente, permitiendo emparejar los
costes y beneficios.
Quizá esta propuesta pueda parecer difícil de incorporar, pero hace apenas una década
la literatura no contaba con ninguna de las experiencias de intervención asistida que
cumpliera con la asignación aleatorizada (randomized controlled trial) de las que
disponemos ahora. Señalar la necesidad es un primer paso para seguir progresando en
nuestro conocimiento de cómo funcionan las IAA.

144
Figura 5.4.—Utilidad de distintos grupos de comparación para determinar la
efectividad en IAA.

2.3. Sesgos frecuentes en la evaluación de la efectividad de los


programas de IAA

La evaluación de IAA incurre en los mismos riesgos de error que cualquier otra forma
de intervención. Sin embargo, ciertos sesgos son especialmente frecuentes en la
literatura dedicada a las IAA, e incluso algunos de ellos —como los efectos de la
novedad— explican una fracción importante de los hallazgos anecdóticos que suelen
copar los titulares de los medios de comunicación.
Un texto de referencia obligada es el publicado por Lori Marino (2012). A partir de la
revisión de 28 estudios, la autora localiza sesgos que representan amenazas a la validez
de sus conclusiones: efecto placebo, efecto de la novedad, confusión entre constructos y
efectos de las expectativas de participantes e investigadores. Aunque esta lista no agota
todos los posibles errores, ofrece un recordatorio útil tanto para académicos como para
profesionales del ámbito aplicado.
A fin de dar una visión aplicada —aunque no exhaustiva— del funcionamiento de
estos sesgos, se propone un caso práctico (véase cuadro 5.2).
Aunque corto, el ejemplo presentado reúne muchas de las características presentes en
la mayor parte de los informes anecdóticos sobre intervenciones asistidas por animales
—aunque no reproduce el contenido de ninguna publicación concreta—. En los
siguientes epígrafes se revisan algunas de sus debilidades.

2.3.1. Validez de constructo

«No hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va»
Atribuida a Séneca

145
Una de las principales amenazas para demostrar la utilidad de una intervención es la
definición insuficiente de los constructos a los que se hace mención. En especial, toda
intervención debe marcar de manera clara objetivos (o fines) que permitan entender qué
se espera obtener de la intervención. Además, la definición de metas guarda una relación
muy estrecha con el diseño de la intervención, que consiste, en todo caso, en disponer
recursos y acciones de manera estratégica para llegar al punto deseado (little theory), en
términos de Kazdin (2015).

CUADRO 5.2 Ejemplo de informe de intervención

Unos técnicos en intervenciones asistidas llevan a cabo una terapia en un centro


residencial, presentando un perro a personas mayores con distinto grado de deterioro
cognitivo. El perro fue un macho de golden retriever de cuatro años, castrado y
seleccionado por el equipo de investigación.

Se diseñó una intervención de una sola sesión, en la que se presentó el perro a las
personas mayores de una en una, dejándolas interaccionar libremente durante 15
minutos en su habitación. Como única instrucción, los interventores comentaron a
los beneficiarios que podrían «interactuar con el perro de la manera que les hiciera
más felices», aunque siempre dentro de lo éticamente aceptable.

Durante la interacción, los mayores sonrieron con frecuencia, dieron palmadas,


buscaron contacto directo y se mostraron atentos. Algunos de los mayores con mejor
funcionamiento cognitivo indicaron sentirse «mejor» al término de la sesión.
Además, los trabajadores del centro describieron la experiencia como positiva, ya
que las personas participantes se mostraron «contentas, alegres y activas».

En el informe, el equipo de intervención concluye: «la inclusión del animal para


mejorar la situación de mayores con demencia queda empíricamente justificada».

En el ejemplo práctico, los profesionales no especifican ningún objetivo, por lo que el


lector no tiene elementos de juicio para valorar si existe —como se aduce en el texto—
éxito en la intervención ¿Cómo saber si existe un beneficio, cuando la necesidad no ha
sido definida? Las deficiencias de definición hacen que, incluso, el interventor no pueda
atribuir a su labor cualquier signo de mejora que pudiera aparecer, ya que no tiene
elementos para justificar dicho cambio.
En un segundo nivel, e incluso si se asume que los objetivos de la intervención
giraban en torno a la mejora del bienestar de los participantes, los indicadores
seleccionados por los interventores (dar palmadas, acariciar al perro...) tienen una
relación discutible. Por ejemplo, una persona puede dar palmadas como signo de

146
ansiedad o como parte de un comportamiento estereotipado, y acariciar puede estar
relacionado con la percepción de que el animal esté triste. En otras palabras, hay dudas
fundadas de que las conductas observadas pueden no ser demostrativas de aquello que
pretendemos valorar.
Por último, calificar la intervención como «terapia asistida por animales» no parece
sencillo de sustentar. De hecho, ofrecer interacción sin ningún tipo de pauta —es decir,
espontánea y no diseñada— no solo no corresponde a ningún tipo de terapia, sino que se
encuentra entre los niveles menos estructurados de actividad lúdica. Eso no quiere decir
que las personas no puedan encontrar beneficio en el encuentro, pero cualquier efecto
será, además de transitorio, atribuible a la interacción humano-animal, y no a un
programa de intervención.
Este ejemplo puede parecer demasiado evidente al lector profesional, pero el hecho es
que una parte relevante —si no la mayoría— de las menciones a las intervenciones
asistidas por animales en medios de comunicación o de las propuestas realizadas desde
entidades especializadas en IAA incurren en este error. Como se ha comentado
anteriormente, incluso entre las publicaciones académicas es frecuente que los
investigadores cometan errores u omisiones al definir objetivos, medios y/o indicadores.

147
Figura 5.5.—Amenazas a la validez de constructo en programas de IAA.

Que la definición del objetivo y los medios dispuestos para alcanzarlos contengan
errores no implica que la intervención no sea adecuada, pero imposibilita documentar los
beneficios obtenidos, impide ofrecer información al beneficiario para que tome una
decisión sobre la intervención y, en general, supone un ejercicio profesional mejorable.
Las disciplinas de base científica cuentan con herramientas conceptuales adecuadas
para determinar las necesidades y explicitar los medios para darles respuesta, por lo que
permitir que la presencia del animal eclipse los argumentos técnicos no solo retrasa el
desarrollo de intervenciones basadas en la evidencia, sino que escapa a toda lógica
profesional.

2.3.2. Efecto de la novedad

Introducir elementos nuevos en un contexto relativamente constante puede facilitar la


aparición de conductas novedosas para el observador. Estas conductas no son realmente
nuevas, sino que suponen recuperar parte del bagaje conductual del sujeto. En sentido
estricto, no suponen ningún cambio, sino una activación de elementos preexistentes.
En el ámbito de las IAA, la irrupción del animal en el centro —junto a un equipo de
intervención desconocido— puede suscitar reacciones de efusividad en muchos de los
participantes (recordemos el ejemplo del niño con TEA). Los cambios observables no
tienen por qué coincidir con los objetivos de tratamiento, pero suelen elicitar expresiones
emocionales positivas, que son especialmente valoradas por beneficiarios, sus familiares
y/o los cuidadores profesionales, que pueden verse sorprendidos por la novedad.
Sin embargo, estos efectos tienen una contrapartida en la habituación y regresión a la
situación inicial. Por ejemplo, cuando una persona de costumbres sedentarias comienza a
convivir con un perro es probable que comience a caminar más; pero pasados los
primeros días, es también muy probable que la cantidad de ejercicio se reduzca
progresivamente hasta volver a los niveles originales. Como destacan Westgarth,
Christley y Christian (2014) en su trabajo de revisión, en ausencia de apego al animal o
de otras variables mediadoras, la mejora tiende a desaparecer.
Los efectos de la novedad pueden ser aprovechados para conseguir adherencia en las
primeras etapas de la intervención, pero el interventor no puede fiar su éxito a estos
fenómenos espontáneos. Es obligación del profesional diferenciar con claridad la
influencia de la novedad y los efectos previstos para su intervención, evitando transmitir
una imagen de cambio «milagroso».

2.3.3. Efecto placebo

148
El denominado «efecto placebo» comprende las mejoras derivadas de un tratamiento
que no puede provocarlas. En investigación farmacológica, un ejemplo clásico de efecto
placebo corresponde a las mejoras experimentadas —bien de manera subjetiva, bien de
manera objetiva— por personas a las que se les administra un tratamiento inefectivo,
como una pastilla de azúcar sin principio activo.
Entre los mecanismos explicativos se encuentran el condicionamiento —elementos
del contexto de intervención quedan asociados a ciertas mejoras, y entrar en contacto con
dichos elementos elicita ciertos cambios— y las cogniciones anticipatorias —esperar el
cambio lleva a percibirlo (Stewart-Williams y Podd, 2004)—. Además, y de modo
similar a lo descrito en el capítulo 4, estos procesos asociativos pueden incidir sobre la
activación neurofisiológica, dando lugar a correlatos objetivables (Colloca, Klinger, Flor
y Bingel, 2013).
En el ejemplo de la tabla 5.1, los participantes comentan sentirse «mejor». Más allá
de la ambigüedad del término utilizado, los interventores deben tener en cuenta la
posibilidad de que cualquier mejora reportada puede ser explicada mediante efecto
placebo. En un contexto de investigación, una opción para comprobar la existencia de
estos efectos consiste en someter a un grupo control a una pseudointervención (sham
treatment), algo que no es factible dentro de las intervenciones ofrecidas como servicios
a terceros —prometer una intervención que no va a realizarse no es deontológicamente
sostenible—. Una opción consiste en valorar la evolución de las necesidades
intervenidas junto con otras necesidades no atendidas por el programa; si el beneficiario
describe cambios similares en todas ellas, es muy probable que exista efecto placebo.

2.3.4. Efecto de las expectativas

Existen otros efectos relacionados con las expectativas más allá del placebo, y que
pueden afectar tanto al profesional como a beneficiarios u otras personas, sesgando la
valoración de la experiencia hacia los eventos esperados e ignorando las evidencias que
no encajan (Marino, 2012).
En el caso descrito, las afirmaciones del personal del centro —por ejemplo, los
participantes se mostraron contentos, alegres y activos— pueden reflejar una realidad,
pero también pueden obedecer a que estos profesionales hayan prestado atención a los
posibles cambios positivos. Como se analizará en el capítulo 6, las expectativas hacia las
intervenciones asistidas por animales guardan una estrecha relación con la experiencia
con animales de compañía (Perea-Mediavilla, López-Cepero, Tejada y Sarasola, 2014;
López-Cepero, Perea-Mediavilla, Tejada y Sarasola, 2015). Por tanto, el profesional
puede esperar que las personas —profesionales, familiares, beneficiarios— que disfrutan
conviviendo con animales tiendan a concentrar su atención sobre los elementos
positivos, mientras que las personas que hayan tenido malas experiencias dedicarán
mayor atención a los problemas asociados. Con independencia del signo de la

149
expectativa, estos sesgos provocan importantes distorsiones en el desarrollo y valoración
del trabajo profesional.
Las expectativas mantenidas por los distintos actores que participan de la
intervención deben ser contempladas e incorporadas a la intervención, ya que son un
factor influyente en la conformación de la alianza de trabajo (Corbella y Botella, 2004) y
son un predictor —aunque menor— del resultado de la intervención (Lambert, 2013).
Sin embargo, el profesional que implementa un programa de IAA debe preparar
estrategias para diferenciar el efecto de las expectativas del efecto de su intervención.
Un control sistemático de estos efectos implicaría establecer una barrera entre
intervención y evaluación de resultados, de modo que el interventor no supiera de
antemano qué indicadores se van a utilizar para medir el cambio y que el evaluador no
conozca el plan de intervención. Una versión más asumible de esta estrategia para
contextos aplicados consiste en limitar la información ofrecida a las personas que puedan
ejercer como informantes clave —si la observación de un cuidador o familiar es
importante, intentaremos dar el mínimo de detalle posible sobre el trabajo que se está
desarrollando en cada momento—. Otro elemento que puede ayudar a minimizar estos
sesgos consiste en explicitar la diferencia entre los efectos agudos de la interacción con
el animal y el cambio perseguido, de un modo similar al comentado al hablar del efecto
de la novedad.

2.3.5. Eficiencia

Los cuatro epígrafes anteriores hacen referencia a amenazas para la validez interna de
la intervención destacadas por Marino (2012). Sin embargo, existen otras dificultades
para justificar el programa del ejemplo desde el punto de vista de su pertinencia o
validez externa, que serán analizadas bajo el prisma de su eficiencia.
La relación entre coste y beneficio ofrece un indicador especialmente relevante para
seleccionar el programa de intervención más adecuado a las necesidades del beneficiario.
Al hablar de costes no solo se hace referencia a aspectos económicos, sino también
temporales —preparación del animal—, implicaciones éticas —molestias o estrés para el
animal— y riesgo asumido —por ejemplo, montar a caballo implica mayor peligro que
trabajar de pie o sentado—.
Dado que las intervenciones asistidas consisten en incluir un animal dentro de
programas preexistentes, toda IAA encuentra un competidor inmediato en la versión del
programa que no cuenta con animales. Y si los objetivos pueden ser alcanzados a través
de un diseño más simple y económico, optar por una opción más costosa no es
preceptivo. En el ejemplo analizado, si los beneficios son explicados como dependientes
de la novedad, tiene sentido plantear que las visitas sean realizadas por personal
voluntario —menor molestia para los animales—, o que se sustituyan por una excursión
—una opción probablemente más barata— o una sesión de cine en el centro —más

150
barata y segura, etc.— entre otras opciones.
Por supuesto, el profesional puede argumentar que incluso en intervenciones como la
descrita —esporádicas, sin apenas diseño ni objetivos claros— la interacción con
animales puede conllevar beneficios por vías directas e indirectas, conforme se exploró
en el capítulo 4. Si en lugar de plantear un programa de visitas lúdicas se hubiera optado
por un diseño de múltiples sesiones, con una sistemática clara entre medios y fines, las
opciones para incluir al animal como potenciador se multiplicarían. Y justo este es el
reto al que debe enfrentarse el profesional que quiere desarrollar una intervención
asistida: fundamentar su elección por criterios técnicos, y no por preferencias personales
—el lector encontrará una discusión detallada a este respecto en los siguientes capítulos
—.

2.4. Algunas reflexiones sobre la evaluación de las IAA

Los anteriores epígrafes han realizado un recorrido exprés en torno a la lógica del
diseño de evaluación. Siendo este un manual dirigido a la intervención asistida por
animales, realizar un análisis pormenorizado de cómo se realiza una evaluación no tiene
sentido práctico. Pero la aproximación realizada permite extraer cuestiones relevantes.
Una evaluación con dos medidas permite cubrir la mayor parte de las demandas que
pueden atender los profesionales que realicen intervenciones centradas en el cambio —
con o sin animales—. Sin embargo, la validación empírica de los programas de
intervención exige diseños más complejos, que permitan controlar el peso de cada
componente implicado.
Esto nos avoca a una reflexión de importancia, y que atañe a todas las personas que
trabajan en torno a las intervenciones asistidas por animales. Validar un programa
concreto de intervención asistida por animales puede implicar solo dos grupos
(intervención y control) si se considera que la intervención con animales forma un solo
pack. Comprobar el efecto de la interacción con animales también puede implicar a dos
grupos (con y sin interacción). Pero determinar hasta qué punto se justifica la presencia
de animales dentro de una intervención que puede llevarse a cabo sin ellos supone
disponer de al menos cuatro grupos de contraste.
Es posible que esta reflexión tenga más interés para los profesionales con perfiles
académicos que para quienes ejercen en el ámbito aplicado, pero atañe de manera directa
a la validez de las IAA como objeto de estudio, por lo que la resolución tomada delimita
sus opciones de crecimiento. Por ejemplo, este debate nos permite comparar las dos
aproximaciones principales a las IAA, en una de las cuales se asume que son una forma
de intervención per se —lo que nos lleva a considerar que todas las IAA tienen
elementos comunes que explican los resultados— o si se considera que la inclusión de
animales es un componente más dentro de los programas propuestos desde Psicología,
Trabajo Social, Terapia Ocupacional, Ciencias de la Educación, etc. —en cuyo caso, los

151
programas que incluyen animales no deben mostrar su utilidad en el vacío, sino en
comparación con programas análogos sin animales—.
En el momento actual, las intervenciones asistidas no concitan suficiente acuerdo
entre profesionales para dar lugar a un crecimiento coherente. Sin embargo, el desarrollo
de programas de IAA basados en la evidencia es un objetivo asumible si se establecen
líneas de trabajo claras, como abandonar la noción de que estas intervenciones
conforman una alternativa a otras disciplinas y adquirir la visión de que los animales
ofrecen componentes concretos para mejorar programas basados en disciplinas
arraigadas en el método científico. Este sencillo cambio conceptual hará que muchos de
los errores y sesgos actualmente presentes en la literatura queden definitivamente
desterrados en los trabajos de investigación futuros. Bajo la lógica de componentes, y
partiendo de un tratamiento empíricamente validado, comprobar el efecto diferencial de
la interacción humano-animal solo necesitaría de dos grupos de comparación —uno con
el programa original y otro que añada la IHA como componente adicional—, algo que
facilita de manera radical la tarea de demostrar su valor añadido (Bell, Marcus y
Goodlad, 2013).
Estas reflexiones transcienden la investigación, teniendo implicaciones directas para
los profesionales que ofrecen intervenciones asistidas como servicios a terceros. Tanto el
análisis de la literatura como la consulta de medios de comunicación generalistas
permiten detectar una preocupante aceptación de los sesgos positivos —la bondad de los
animales—, efectos de la novedad —en intervenciones puntuales— y beneficios
espontáneos de la interacción humano-animal —por lo general, poco relacionados con
los objetivos perseguidos— como principales apoyos al desarrollo de IAA. En otras
palabras, muchos profesionales han aceptado desarrollar su trabajo fuera de los límites
éticos y técnicos de sus respectivas profesiones, abonándose a blandir la buena imagen
de los animales para tapar un pobre ejercicio profesional.
Esta práctica no solo ralentiza el desarrollo de programas de intervención asistida que
puedan ser considerados de elección bajo ciertas circunstancias, sino que provoca el
recelo de muchos profesionales, que perciben esta falta de rigor. En última instancia, la
combinación de intrusismo profesional y carencias técnicas en torno a las intervenciones
que incluyen animales facilitan que estas sean clasificadas como pseudoterapias o
tratamientos alternativos, lo que supone su exclusión automática de los círculos
profesionales.
Por tanto, atender a la sistemática de la evaluación de estas IAA se erige como uno de
los retos urgentes para asegurar su consideración dentro de las intervenciones basadas en
la evidencia. En consecuencia, el último punto de este capítulo está dedicado a analizar
la conexión entre los beneficios ofrecidos por la interacción humano-animal y los
componentes de los programas de intervención, completando con ello la transición desde
el conocimiento antrozoológico hasta las aplicaciones prácticas.

152
3. EL ENCUENTRO ENTRE INTERACCIÓN HUMANO-ANIMAL Y LOS
COMPONENTES DE LA INTERVENCIÓN

Por todo lo expuesto hasta el momento, existe una necesidad urgente de situar la
interacción humano-animal dentro del entramado conceptual de las disciplinas dedicadas
a modificar conductas. Conocer los mecanismos de acción no solo permite mejorar la
atención ofrecida a los receptores de una intervención, sino que permite justificar las
elecciones realizadas en función de su efectividad —criterio profesional—, y no por
preferencias personales o la creencia en la capacidad sanadora de los animales.
Adicionalmente, el profesional debe estar en disposición de explicar de manera clara
por qué ha decidido incluir animales dentro de su programa. De otra manera, no podrá
ofrecer información ajustada para que el cliente decida sobre su participación, no podrá
justificar los sobrecostes asociados (eficiencia), ni tendrá una previsión de riesgos
asociados —por ejemplo, en forma de distracción indeseada (Chandler, 2017)—.
Los siguientes epígrafes ejemplifican algunas justificaciones para la inclusión del
animal. No obstante, estos ejemplos no deben considerarse argumentos universales ni ser
usados de manera indiscriminada. Es labor del profesional determinar el encaje real de la
interacción humano-animal dentro de su enfoque o propuesta.

3.1. Oportunidades asociadas a la inclusión de animales

El capítulo 4 dedicó un amplio espacio a revisar parte de las evidencias disponibles


en torno al impacto de la interacción humano-animal. Una conclusión general del
capítulo es que los beneficios existen, pero no son ni mucho menos universales. Sexo,
edad, especie animal, nivel de implicación, personalidad..., múltiples variables parecen
jugar un papel relevante en esta transducción. Por tanto, la literatura no facilita lecturas
del tipo «las personas que conviven con perros mejoran su salud», sino «las personas que
conviven con perros disponen de ciertos contextos en los que realizar acciones que
pueden llevar a una mejor salud, y que se ven moderados por otras variables
contextuales y personales». La primera frase ofrece un mejor argumento de venta, pero,
por desgracia, está más basada en los deseos personales que en la certeza empírica. Los
animales no son una panacea ni una pastilla milagrosa (Herzog, 2011b). Por el contrario,
la segunda afirmación recoloca el debate en la senda del desarrollo tecnológico y del
perfeccionamiento de la disciplina.
Los animales ofrecen un elenco de oportunidades para que el profesional encaje su
trabajo. Estas oportunidades vienen ancladas en mecanismos de corte somático —como
la liberación de oxitocina o la asociación elicitante mediante condicionamiento clásico
—, psicológico —percepción de apoyo social, disfrute experimentado— y social —
contexto y contenido para conversar, etc.—.
Las intervenciones asistidas no son un objeto de estudio independiente (una forma de

153
intervención per se), sino que son aplicaciones prácticas basadas en una disciplina —
Psicología, Trabajo Social, Terapia Ocupacional, Ciencias de la Educación— que
incorporan la interacción humano-animal como un componente más de la intervención.
Es labor del interventor establecer la relación entre este medio y los fines perseguidos, y
para eso debe hilvanar las opciones ofrecidas con los procesos que facilitan la realización
de su labor.
Si el profesional no dispone de un marco teórico donde dar cabida a estos híbridos,
todos los beneficios se producirán de manera espontánea y sin control estratégico. Quizá
el lector pueda pensar que esto es positivo, pero en un proceso de cierta duración la
probabilidad de que el cambio se produzca de manera azarosa es muy baja —al fin y al
cabo, no hay intervención reglada, sino simple espontaneidad—. Si un problema mejora
bajo estas condiciones, probablemente no necesitaba tratamiento, y el profesional habrá
cargado con un coste al participante por, literalmente, no ofrecerle ningún servicio. Es un
ejemplo de efecto placebo.
Por esto, el profesional debe responder una pregunta clara: ¿por qué piensa que el
animal va a ayudar a alcanzar los objetivos marcados de mejor manera que no hacerlo?

Figura 5.6.—Las IAA exigen una integración técnica, no mera superposición.

3.2. El encaje de estos beneficios sobre enfoques de trabajo


preexistentes

Todas las disciplinas técnicas destinadas a buscar un cambio en las personas, ya sea
generalizado —como la educación— o personal —como las distintas formas de terapia
— han desarrollado armazones teóricos para analizar las necesidades humanas, describir
mecanismos de cambio y obtener mayor poder predictivo sobre los resultados de la
intervención. Dada la variedad de disciplinas que trabajan con necesidades humanas, y la
existencia de diversas corrientes o escuelas de intervención en cada una de ellas, realizar
una revisión exhaustiva de opciones resulta totalmente inviable.
Sí resulta de interés, sin embargo, hacer uso de alguna propuesta genérica que permita
ejemplificar el encaje entre beneficios de la IHA y los componentes en que pueden

154
integrarse. A fin de maximizar la utilidad del análisis, se utilizará el denominado modelo
contextual (Wampold, 2015; Wampold e Imel, 2015) como base para realizar
propuestas. Este modelo concibe la existencia de tres medios por los que la psicoterapia
puede provocar cambio: el establecimiento de la relación entre beneficiario e interventor;
las narrativas y expectativas de mejora; y la inclusión de elementos técnicos específicos,
generalmente relacionados con técnicas reconocibles. Aunque resulta indudable que este
modelo está más adaptado a la intervención psicológica que a otras áreas de
conocimiento, es un planteamiento anclado en factores comunes —transversales— entre
propuestas, algo que facilita encontrar puntos asimilables a varias disciplinas.

3.2.1. Aprovechar los beneficios de la IHA para mejorar la relación


interventor-cliente

La presencia de animales ha sido asociada a efectos sobre el bienestar físico y


psicológico de los seres humanos. Muchas personas registran descensos en los niveles de
distintos marcadores somáticos de estrés —descenso de la presión arterial, descenso del
cortisol, liberación de oxitocina, etc.— explicados por mecanismos directos e indirectos.
Además, la presencia del animal ofrece un contraste claro con otros formatos de
intervención que pueden tener connotaciones negativas dentro de un determinado
contexto.
Estos beneficios —espontáneos— convergen con algunas de las operaciones —
estratégicas— que los profesionales deben realizar para desarrollar la intervención. Por
ejemplo, Fine (2010) comenta que los animales puede ejercer como lubricantes sociales,
facilitar la creación de confianza en el terapeuta y catalizar la expresión emocional.
Pichot y Coulter (2006) exploran los roles desempeñados dentro de una corriente
concreta —la psicoterapia breve centrada en soluciones—, comentando que los animales
pueden ayudar a compensar el poder entre profesionales y clientes, mejorar el nivel de
confort de los participantes, ayudar a los clientes a focalizar sobre aspectos positivos y
desviar la atención. Otros trabajos han explorado los posibles efectos del animal sobre la
alianza terapéutica (Chandler, 2017) o la creación de las condiciones necesarias para
establecer una relación congruente, empática y basada en la aceptación positiva (de
acuerdo con las propuestas de Carl Rogers; Chandler, 2017; Jenkins, Laux, Ritchie y
Tucker-Gail, 2014).
La mayor parte de estas propuestas tienen un carácter propositivo, sin que el impacto
real haya sido medido en estudios científicos. Una excepción a esta norma radica en los
estudios realizados por Martin Wesley sobre el impacto diferencial de la presencia de
perros en la alianza terapéutica (Wesley, 2007; Wesley, Minatrea y Watson, 2009).
Wesley lleva a cabo intervenciones grupales con personas diagnosticadas por
dependencia de sustancias a través de un programa con dos modalidades: tradicional y
asistida por animales. Este diseño le permitió comprobar la trayectoria de ambos grupos,

155
pero, además, el autor evaluó la alianza terapéutica como componente explicativo del
cambio. De sus resultados se deriva una información especialmente valiosa: las personas
que participaron de IAA mejoraron más que las que participaron de la versión estándar,
y esta mejora puede ser explicada por la alianza terapéutica.
Estos estudios representan un ejemplo de buenas prácticas. Por un lado, parte de un
programa de tratamiento existente e introduce al animal como componente, permitiendo
evaluar el valor añadido de la presencia del animal. Y, en segundo lugar, establece un
mecanismo (el animal mejora la alianza, lo que debe redundar sobre los resultados) que
permite explicar las diferencias encontradas de modo consistente con la disciplina de
base. Como se describió anteriormente, encontrar resultados, pero no saber cómo
explicarlos, es solo un avance relativo, por lo que adoptar la perspectiva modular o de
componentes de tratamiento ofrece ventajas evidentes para el futuro de las IAA. La
alianza terapéutica —o de trabajo— ha sido señalada como uno de los principales
precursores del cambio en las intervenciones psicológicas (Corbella y Botella, 2004;
Wampold e Imel, 2015), y existen indicios de que la presencia de animales puede
generar cambios en la percepción de profesionales de distintos ámbitos, por lo que
profundizar en su exploración es una tarea de interés.
Las propuestas de Chandler (2017), Fine (2010), Jenkins et al. (2014) y Pichot et al.
(2006) no cuentan con el mismo respaldo empírico, pero tienen un buen encaje dentro de
las disciplinas sobre las que se anidan y son susceptibles de ser comprobadas
empíricamente de modo similar al expuesto por Wesley (2007) y Wesley et al. (2009).

3.2.2. Mejorar las expectativas hacia la intervención

Las expectativas mantenidas por el beneficiario y las personas con las que convive —
familiares, cuidadores— pueden introducir sesgos en la apreciación de resultados, siendo
necesario que el interventor establezca mecanismos para prevenir confusiones. No
obstante, y aunque las intervenciones deben demostrar su capacidad más allá del simple
placebo, el papel de las expectativas de mejora en el beneficiario no debe ser ignorado.
De acuerdo con el modelo contextual, los participantes de la intervención no se
mantienen neutrales hacia sus propias necesidades. Las personas que solicitan la
atención del profesional mantienen creencias sobre la naturaleza de su situación y de
cómo puede abordarse, delimitando el equivalente a una small theory, solo que basada
en argumentos obtenidos del medio cultural en lugar de venir avalados por la evidencia
(Wampold, 2015).
El capítulo 4 analizó el impacto que la presencia de animales puede tener sobre la
sensación de apoyo percibido (Bryan, Quist, Young, Steers et al., 2014) y sobre la
revelación de información personal ante un terapeuta (Schneider y Harley, 2006).
También fueron citados otros estudios que muestran una asociación entre la presencia
del animal y una mejor expectativa hacia una potencial pareja sentimental (Cloutier y

156
Peetz, 2016; Gray, Volsche, Garcia y Fisher, 2015). Aunque resulta muy probable que
estos efectos positivos guarden más relación con elementos culturales —creencias— que
con los efectos directos de la interacción con animales no humanos, el hecho es que la
literatura apunta, de manera consistente, que la presencia del animal puede influir
positivamente sobre la percepción del beneficiario.
Por tanto, el interventor puede aprovechar la imagen que ciertos animales juegan en
su contexto cultural para mejorar las expectativas de los participantes. Esto no significa
que el profesional pueda eludir la responsabilidad de realizar su trabajo, sino que puede
aprovechar las dinámicas positivas existentes en torno a la presencia del animal en
beneficio del proceso de intervención. A la vez, es necesario advertir que algunos efectos
de la presencia del animal pueden ser negativos, ya sea por la percepción de menor
salubridad del entorno de trabajo (Perrine et al., 2006), la creación de distracciones
(Chandler, 2017), etc.
En cierto modo, las expectativas de los participantes dibujan el tablero sobre el que se
desarrolla la intervención, con independencia de que estén más o menos ajustadas a la
realidad. Contemplarlas y ajustar el discurso son elementos que hacen más probable
desarrollar la intervención (esta información se ampliará en el capítulo 8, al hablar de los
aspectos narrativos de las IAA).

3.2.3. Mejorar técnicas concretas a través de la interacción humano-animal

Algunos autores han descrito la posibilidad de aprovechar la presencia del animal


para desarrollar ciertas técnicas destinadas a conseguir el cambio. Por ejemplo, Chandler
(2017) describe diversas situaciones en las que los animales pueden tener un papel de
apoyo al desarrollo de técnicas propias de terapias cognitivo-conductuales, existenciales,
Gestalt, o dinámicas. Ejemplos de estas técnicas son el moldeado, modelado (Fine, 2010)
o la ejecución de role-playing (Chandler, Portrie-Bethke, Barrio, Fernando et al., 2010),
etc.
Los ejemplos encontrados suelen incluir al animal como parte activa de la técnica,
pero existe la opción de valorar aspectos positivos del animal como elemento contextual.
Por ejemplo, la relajación y la distracción son componentes importantes en muchas
intervenciones psicológicas (por citar algunos ejemplos: dentro del tratamiento de las
fobias o del dolor crónico, respectivamente), y la literatura muestra la aparición de estos
efectos de manera espontánea en un porcentaje elevado de personas. Valorar el impacto
diferencial de la interacción con animales sobre estas técnicas implica una dificultad
técnica relativamente baja, y disponer de apoyo empírico supondría abrir la puerta a la
inclusión de animales como elemento potenciador en muchas intervenciones ya
existentes. Por tanto, el desarrollo de las IAA puede encontrar en esta vía una forma
simple de atesorar evidencias de su pertinencia, sin necesidad de valorar programas
completos —que, al incluir múltiples componentes, suponen una labor a largo plazo—.

157
4. CONCLUSIONES SOBRE EL VALOR AÑADIDO DE LAS IAA

Las intervenciones asistidas por animales han suscitado un interés creciente durante
los últimos años, tanto para el público general como para los profesionales de diversas
disciplinas. Sin embargo, el crecimiento del corpus de conocimiento en torno a estas
IAA ha sido mucho más discreto, atesorando éxitos, pero también muchos reportes
anecdóticos que pueden ser considerados nulos.
Es muy probable que una parte importante de las dificultades encontradas provengan
de erro-res de conceptualización. El primer error corresponde con los sesgos positivos y
homogeneizadores que ocurren en torno a los animales de compañía, que han sido
destacados como sanadores, benefactores, terapéuticos... como si de una panacea se
trataran. Un segundo error, más específico de las IAA, reside en el excesivo
protagonismo otorgado a los animales que participan de las intervenciones, que llega a
eclipsar el trabajo profesional que —se supone— facilitan. Estos errores no pueden ser
explicados ni desde las intervenciones ni desde los propios animales, siendo necesario
recurrir a un marco conceptual antrozoológico para entender las distorsiones que se
producen alrededor de los animales de compañía.
La inclusión de animales puede ser un poderoso recurso para enrolar a participantes
que no suelen trabajar con formatos más tradicionales. También puede mejorar la
adherencia al tratamiento, o aumentar el compromiso con las acciones, haciendo más
probable el cambio y su mantenimiento. Sin embargo, estas ventajas no son universales
ni homogéneas, y el desarrollo profesional de las IAA necesita incorporar esta idea a su
discurso general.
Igualmente, los interventores deben realizar un ejercicio de reflexión en torno al
protagonismo otorgado a los animales dentro del ejercicio profesional. Cuando
interactuar con el perro o el caballo se convierte en un fin, en lugar de ser un medio para
mejorar la intervención, el programa se desdibuja.
Por otra parte, el valor añadido por los animales a los programas de intervención
puede ser mensurada, los programas de IAA pueden ser validados y las confusiones
entre interacción humano-animal e intervención reglada barridas de la literatura y de los
medios de comunicación. Pero es necesario desarrollar un debate reflexivo al respecto.
De otro modo, las IAA terminarán quedando arrinconadas, por dar cabida bajo su
paraguas a terapias alternativas más próximas a la magia que al ejercicio profesional.
Los siguientes capítulos analizan la creación de un programa de intervención desde
un punto de vista longitudinal y sesión a sesión (capítulos 6 y 7) de un modo coherente
con este marco de trabajo. Por último, el capítulo 8 mostrará ejemplos prácticos sobre
cómo crear y gestionar un programa de manera integral.

158
6
Diseño y gestión longitudinal de proyectos de IAA

El presente capítulo resume algunas de las dificultades que se presentarán en distintas


etapas: en la preparación del proyecto, en la llegada al centro o institución y durante la
evolución de la implementación.
Cualquier intervención profesional debe sustentarse en un proyecto, entendido como
un documento que recoja los objetivos marcados, medios empleados para su
consecución, que establezca un marco espacial, temporal y económico para su
desarrollo, etc. Existen maneras muy diversas de encarar esta tarea, incluso dentro de
una misma profesión. Por ejemplo, un proyecto de Psicología Comunitaria puede diferir
de los proyectos de intervención clínica en cuanto a secciones, protagonismo de estas
partes, etc. Y estas divergencias tienden a crecer cuando comparamos disciplinas
diferentes. Por ello, resulta imposible para este manual dar una guía unívoca centrada en
las IAA. Sin embargo, presentar y gestionar un proyecto de IAA sí presenta ciertos retos
transversales a los que debemos dar una respuesta.
El procedimiento más lógico es basar la creación del proyecto en las pautas ofrecidas
desde la disciplina y especialidad del lector, y poner especial atención a quién —o a qué
institución— se presenta el texto. Algunas instituciones públicas, como las diputaciones
o ayuntamientos, suelen disponer de fondos para realizar intervenciones, solicitando a
los participantes que el proyecto se ajuste a unos criterios técnicos determinados por el
equipo gestor. Esto también puede ser cierto para entidades privadas, como empresas o
fundaciones. Si el lector no tiene experiencia en la elaboración de proyectos, consultar la
documentación ofrecida por Fundación La Caixa (2017) puede servirle para aproximarse
a los principales aspectos que deben explicitarse: quién propone, qué objetivos se
persiguen, qué resultados e impacto tendrá el proyecto, y qué costes implica ponerlo en
marcha.
El lector notará diferencias en el número de citas realizadas en los siguientes
epígrafes. Aunque cualquier revisión de la literatura debe considerarse incompleta —y la
realizada para este manual no es una excepción—, lo cierto es que estos desequilibrios
reflejan la escasa atención prestada a algunos de los tópicos tratados. A su vez, esto
permite estimar la necesidad —y urgencia— de abordar ciertos retos en el futuro
inmediato.

159
1. DISEÑAR LA LLEGADA AL CENTRO

Antes de presentar cualquier proyecto, existen una serie de cuestiones que deben ser
abordadas. Desde luego, todas las que tienen que ver con el ejercicio profesional de
psicólogos, terapeutas ocupacionales, educadores, trabajadores sociales... deben estar
cubiertas conforme a la legislación vigente en el territorio donde se desarrolle el trabajo.
Cuestiones como la formación exigible (grado, máster...), el registro en grupos de
trabajo, la colegiación (en profesiones donde sea exigible), el alta en el sistema de
empleo (ya sea nacional o local) y disponer de un seguro de responsabilidad civil
profesional son requisitos que nada tienen que ver con el empleo de animales en
intervenciones, sino con el desarrollo de las profesiones regladas. Si el lector no dispone
de esta información, los colegios profesionales son una parada obligada.
Dentro de la literatura especializada, el manual de Merope Pavlides (2008) es una
lectura recomendable por diversas cuestiones. Una de ellas es que incluye listas de
preguntas o aspectos relevantes que los potenciales clientes —en su caso, familiares de
personas diagnosticadas con trastornos del espectro autista— deben seguir para dirimir si
los servicios ofertados reúnen un mínimo de garantías, tanto en la parte humana —
formación, experiencia en IAA, experiencia con el colectivo atendido— como en los
animales no humanos —cómo se seleccionan, qué entrenamiento tienen, control de
zoonosis, garantías de bienestar, etc.—. Con ello, ofrece un catálogo de cuestiones a
atender que puede resultar instructivo para el profesional en formación.
Trabajar con animales nos enfrenta a peculiaridades que deben ser atendidas antes de
dirigirnos al centro a proponer un proyecto. Anticipar las dificultades permite prevenir el
riesgo de que el proceso fracase incluso antes de comenzar. Consecuentemente, el
siguiente punto analiza qué imagen proyectan las IAA entre el público.

1.1. La imagen de las IAA

La literatura recoge varias experiencias de investigación dedicadas a mensurar el


nivel de aceptación de las intervenciones asistidas por animales entre diversos gremios
profesionales, y todas las referencias consultadas alcanzan una conclusión unánime: las
IAA cuentan con el apoyo de la mayor parte de participantes (más del 80%; Berget,
Grepperud, Aasland y Braastad, 2013; Perea-Mediavilla, López-Cepero, Tejada y
Sarasola, 2014).
Esta aceptación ha sido corroborada en muestras muy variadas, como trabajadores
sociales de Estados Unidos (Risley-Curtiss, 2010), terapeutas ocupacionales de Estados
Unidos (Velde, Cipriani y Fisher, 2005), psicólogos de Australia (Black, Chur-Hansen, y
Winefield, 2011) y Estados Unidos (Thew, Marco, Erdman y Caro, 2015), en los
distintos profesionales de un ala de salud mental de Noruega (Berget, Ekeberg y
Braastad, 2008; Berget y Grepperud, 2011; Berget et al., 2013), entre los profesionales

160
de un ala pediátrica australiana (Moody, King y O’Rour-ke, 2002), en profesionales de
gerontología españoles (Perea-Mediavilla, 2015) y en estudiantes universitarios de
diversas carreras en España (López-Cepero, Perea-Mediavilla, Tejada y Sarasola, 2015;
Perea-Mediavilla et al., 2014) y Rumanía (López-Cepero, Perea-Mediavilla y Netedu,
2016). Aunque en este punto tiene sentido lógico contemplar posibles sesgos de
muestreo —que las personas más interesadas en los animales estén sobrerrepresentadas
en algunos estudios—, lo cierto es que la polarización de las respuestas está fuera de
duda.
Sin embargo, estos resultados pueden ser matizados a la luz de otros hallazgos. Por
ejemplo, diversos estudios encuentran que el nivel de conocimiento y experiencia son
escasos (Berget et al., 2013; Black et al., 2011; Risley-Curtiss, 2010). En un estudio
desarrollado en España, más del 70% de los trabajadores de centros gerontológicos
valoraron positivamente la opción de implementar IAA en su centro de trabajo a pesar de
no tener ninguna formación al respecto (Perea-Mediavilla et al., 2017). Cifras similares
se han descrito entre estudiantes universitarios de diversas ramas de conocimiento
(Perea-Mediavilla, 2015). Por tanto, el conocimiento real de qué son (y qué no son) las
IAA no parece jugar un papel importante en la toma de decisiones. Los estudios que han
valorado el peso de diversas variables explicativas señalan, por el contrario, que la
experiencia de convivencia con animales de compañía tiene un mayor impacto en la
intención de uso de las IAA que cualquier variable formativa (Berget et al., 2011; Berget
et al., 2013; López-Cepero, Perea-Mediavilla, Sarasola et al., 2015; Moody et al., 2002).
En conjunto, estos hallazgos permiten dibujar un escenario con claros y oscuros. Es
cierto que una clara mayoría de los participantes en los estudios citados están abiertos a
realizar intervenciones que incluyan animales en sus centros, pero la decisión parece
obedecer más a la intuición que a cuestiones técnicas. Adicionalmente, que tres cuartas
partes de los participantes en los estudios españoles se encuentren en esta situación es
indicativo del bajo arraigo que las IAA tienen como recurso técnico dentro de distintos
contextos de intervención.
Por supuesto, encontrar expectativas positivas hacia las intervenciones asistidas por
animales no es negativo —mucho peor sería encontrar un rechazo mayoritario—. Pero
este hallazgo evidencia una confusión entre la convivencia con animales domésticos y
las intervenciones que incluyen animales (López-Cepero et al., 2016). Esta falta de
criterio puede entrañar peligro para los beneficiarios de las intervenciones, ya que abre la
puerta de los centros escolares, sanitarios, comunitarios a pseudoprofesionales sin la
preparación necesaria.
Por ello, el próximo punto explora un aspecto poco atendido dentro de la literatura
destinada a formación profesional: ¿cómo podemos controlar las expectativas
desmesuradas en torno a las IAA?

1.2. Manejar las expectativas hacia las IAA

161
Una correcta definición de qué son (y qué no son) las intervenciones asistidas, el
establecimiento de objetivos de intervención operativos y una programación de
contenidos coherente son pilares para ahuyentar las expectativas desmesuradas en torno
a las IAA. A la hora de preparar el proyecto escrito, es importante mencionar de manera
expresa que el trabajo con animales puede no estar recomendado para todos los
potenciales beneficiarios, siendo necesario valorar su inclusión en cada caso. Esto
ofrecerá una visión más compensada, alejada de las concepciones mágicas de la
curación.
Los sesgos descritos no se refieren solo a los profesionales del centro o institución
que aceptan (o rechazan) el programa de intervención, sino que deben ser evaluados
también entre los profesionales que desarrollan las IAA. En este sentido, resulta
interesante comparar resultados de una investigación en curso (véase tabla 6.1), en la que
se contrastan las expectativas y actitudes hacia las IAA mantenidas por los estudiantes
del único curso universitario oficial disponible en estos momentos en España: el Máster
en Intervención Asistida con Animales desarrollado de manera conjunta por la
Universidad de Jaén y la Universidad Internacional de Andalucía.
Los resultados que se recogen en la tabla 6.1 inciden sobre dos efectos previsibles:
que las personas interesadas en formarse en el ámbito de las IAA tienen (aun) mejores
expectativas que la población general; y que prácticamente no presentaron temores ante
los posibles problemas que pueden presentarse en la intervención. Probablemente, las
respuestas ofrecidas a las dos últimas preguntas estén relacionadas con el contexto en
que se realizó la evaluación —antes de una clase sobre diseño de intervenciones asistida,
dirigida hacia una audiencia interesada en la temática—. También es de esperar que una
evaluación mediante entrevistas hubiera arrojado un resultado sensiblemente diferente al
permitir matizar las respuestas —si de verdad opinas que los animales logran mejores
resultados que los profesionales, entonces formarte como interventor no tendría sentido
alguno—.
Aun así, estos resultados preliminares inciden sobre una cuestión clave: cuando las
actitudes hacia los animales son positivas, resulta frecuente dejarse arrastrar por los
sesgos y preferencias personales. Sería interesante comprobar si este mismo fenómeno se
reproduce cuando se ofrecen otros recursos técnicos para la intervención, como animales
robotizados, realidad aumentada o virtual, meditación, arte... en función de las
preferencias y experiencias del profesional.

TABLA 6.1 Avance de resultados sobre actitudes y expectativas entre alumnado del
Máster Oficial en IAA (UJA/UNIA)

Un total de N = 62 participantes (98% de los inscritos en las dos primeras ediciones;


X = 21,9 años, DT = 7,20; 87% mujeres) completaron durante las primeras semanas
de curso dos instrumentos: el cuestionario de mejora de la calidad de vida (MCV;

162
Perea-Mediavilla, López-Cepero, Tejada et al., 2014), que evalúa el impacto
esperado del contacto con animales sobre cuatro áreas de funcionamiento —salud y
bienestar, autonomía y adaptación, clima de centro e interacción social—, y el
cuestionario de actitudes hacia las intervenciones asistidas por perros (CAINTAP;
López-Cepero, Perea-Mediavilla, Sarasola et al., 2015), que evalúa las actitudes
positivas y negativas hacia la introducción de perros dentro del catálogo de
intervenciones de un centro o recurso.

Los resultados obtenidos fueron comparados con datos ofrecidos por N = 584
participantes de ambos sexos, profesionales y estudiantes de formación profesional y
universitaria ajena a las IAA.

Los resultados apuntaron a que los estudiantes del citado máster esperaron un mayor
impacto de la presencia del animal en tres de las cuatro áreas evaluadas por el MCV,
además de mantener mejores expectativas sobre las intervenciones asistidas por
perros (CAINTAP). Sin embargo, las mayores diferencias se detectaron al valorar las
actitudes negativas (preocupación por los problemas asociados a las intervenciones),
que fueron muy inferiores entre los estudiantes recién ingresados en el citado máster.

Nota: Significación ***p < 0,001. Tamaño de efecto d = + pequeño, ++ mediano,


+++ grande.

Figura 6.1.—Expectativas del impacto de los animales en la calidad de vida


(MCV) y actitudes hacia las intervenciones asistidas por perros (CAINTAP).

Adicionalmente, se analizó la distribución de respuestas en dos preguntas clave. Un


23,2 % de los estudiantes del máster indicó estar de acuerdo o muy de acuerdo con la
afirmación «el principal beneficio de las IAA será la diversión», mientras que el

163
40,6% indicó que «los perros pueden ser de más ayuda que cualquier profesional».

Existen buenas razones para incluir animales en contextos de intervención, tanto por
sus efectos espontáneos (que fueron resumidos en el capítulo 4) como por las
oportunidades que nos brindan como potenciadores de las intervenciones (como se
abordará en los capítulos 7 y 8). Pero todo elemento técnico tiene sus limitaciones. Es
importante que el profesional en formación reciba información sobre estos límites (como
recibieron a lo largo de este máster). Combatir de manera activa las expectativas
irracionales evita establecer objetivos demasiado ambiciosos, eliminando riesgos para
los beneficiarios y previniendo la frustración del profesional.

1.3. Manejo de los temores asociados a las IAA

Ya se ha comentado en numerosas ocasiones a lo largo del texto que la literatura


científica presenta cierto sesgo positivo en torno a la investigación que incluye
vinculación entre humanos y otros animales (Herzog, 2011b). Este hecho se demuestra,
por ejemplo, en que la mayoría de los instrumentos de evaluación específicos del área se
hayan dedicado a mensurar el apego y los beneficios de esta relación, frente a la escasa
presencia de herramientas que valoren los aspectos negativos (Anderson, 2007; Wilson y
Netting, 2012). Sin embargo, aunque la investigación le haya reservado menos espacio
hasta el momento, parece lógico prever que parte de las personas implicadas en una IAA
—participantes, equipo técnico del centro— puedan presentar actitudes y expectativas
negativas hacia la presencia de animales.
Los temores hacia el trabajo con perros han sido abordados en algunas referencias.
Por ejemplo, López-Cepero et al. (2016) encontraron que los riesgos percibidos
afectaron negativamente a la intención de uso de las IAA entre estudiantes. Entre los
temores más frecuentes se han descrito: que los perros ladren en el centro, que defequen
u orinen, que empeoren problemas respiratorios, que molesten a los no participantes, que
dañen las instalaciones o el instrumental, que transmitan enfermedades zoonóticas o que
puedan morder o arañar (López-Cepero, Perea-Mediavilla, Tejada et al., 2015; Moody et
al., 2002). No se han localizado estudios centrados en otras especies animales, aunque es
previsible que el temor a recibir un arañazo por parte de un gato o a sufrir una caída si se
trabaja con caballos también tengan presencia.
Una cuestión relevante para encarar estos miedos es que son racionales. Es decir, que
un perro muerda o se orine en el centro entra dentro de lo posible. Esto se refleja en la
estructura bifactorial del CAINTAP (López-Cepero, Perea-Mediavilla, Sarasola et al.,
2015), que apunta a que las actitudes positivas y negativas funcionan de manera
independiente, de modo que es posible que una misma persona espere tanto ventajas
como inconvenientes de las intervenciones. Por tanto, el reto no radica en discutir la

164
irracionalidad de la creencia, sino en dar argumentos que aporten tranquilidad a las
personas implicadas.
Como se comentó más arriba en el texto, el principal precursor de la intención de uso
de las IAA no es el conocimiento técnico o científico, sino la experiencia personal con
animales de compañía. En su experiencia en un ala de pediatría, Moody et al. (2002)
encontraron que los profesionales cambiaron su percepción del programa de IAA,
mostrando una actitud más positiva hacia la presencia del perro una vez finalizada la
intervención. Esto es una buena noticia para los profesionales que implementan
programas de IAA por segunda vez, pero el reto consiste en conseguir el apoyo
suficiente para desembarcar en el centro. Así pues, la pregunta clave es: ¿qué aspectos
pueden facilitar una acogida positiva del programa en el centro?
La literatura no aporta demasiada información sobre la modificación de las actitudes
antes de tener experiencia directa. En un pequeño ensayo realizado en un aula de
formación (López-Cepero, Perea-Mediavilla, Sarasola y Tejada, 2015), 20 profesionales
españolas que cursaron estudios de máster en dirección de centros gerontológicos fueron
evaluadas antes y después de un seminario de tres horas de duración. El alumnado no
supo del contenido de la sesión hasta que completó la primera evaluación. Los
contenidos de la sesión incluyeron un apartado de introducción teórica, la presentación
de conclusiones sobre la efectividad demostrada por las IAA en gerontología y el trabajo
con perros adiestrados. Comparando las expectativas finales con las iniciales, se
encontró un descenso significativo y de tamaño grande en los temores. Estos cambios
fueron atribuidos por las participantes al contacto con el perro (tanto en fase de descanso
como durante el mostraje de su adiestramiento). Curiosamente, los contenidos que
menor efecto tuvieron sobre las expectativas fueron los relacionados con la
investigación. Estos resultados deben ser tomados con cautela, dado que provienen de
una experiencia puntual y que el tamaño de la muestra es muy limitado. Sin embargo, y
en ausencia de otros trabajos que aporten nuevos matices, las conclusiones extraídas
señalan dos aspectos complementarios que tienen lugar en torno a las IAA: que la
información puede jugar un papel relevante para aminorar los temores, y que la
evidencia empírica queda claramente eclipsada por el comportamiento del animal.
En resumen, el profesional que quiera desarrollar un programa que incluya animales
debe tener en cuenta que los temores existen y pueden estar bien fundados. Es labor del
interventor presentar la información necesaria para anticiparse a estos miedos en aras de
aumentar las opciones de éxito. En especial, la presencia de los animales es el elemento
que mayor saliencia parece tener —entendemos que solo si estos se comportan de
manera «civilizada», ya que nadie ha investigado el efecto de llevar un perro que
efectivamente ladre, salte y corra sin control por el centro—. Por tanto, la presentación
del proyecto puede quedar reforzada si se contempla un plan de contingencias para el
control de riesgos y se presenta a los animales a los responsables.

165
1.4. Requisitos a tener en cuenta antes de ofertar un servicio

Los puntos anteriores sirven como marco de referencia para encajar el presente punto,
que aborda —finalmente— algunos requisitos clave para la elaboración de un proyecto
de intervención asistida por animales.
Con ánimo de aumentar su carácter aplicado, la información de este epígrafe tomará
la forma de consejos, algunos de los cuales pueden no ser de aplicación en todos los
contextos. En todo caso, más allá de aportar soluciones cerradas, el objetivo radica en
señalar puntos de interés sobre los cuales establecemos nuestra postura profesional.
Incluso sin pretenderlo, el modo en que organizamos el proyecto de trabajo refleja
nuestro concepto de la labor profesional, nuestra posición con respecto a la legislación y
el desarrollo de nuestra profesión, nuestra consideración hacia el centro, los beneficiarios
y los animales... ya sea por acción u omisión.
La palabra escrita permanece. Y en muchas ocasiones será la principal información
disponible para el personal que toma las decisiones ejecutivas. Por ello, su redacción
debe ser tratada como una inversión, no como un coste.

1.4.1. Marco legal y profesional

En la fecha en que este manuscrito se prepara no existe marco normativo a nivel


estatal para regular las IAA, ni es fácil anticipar cómo se desarrollará el área. Por una
parte, los condicionantes éticos y sanitarios de la inclusión de animales en centros
dedicados a la educación o los tratamientos sanitarios son susceptibles de ser regulados,
aunque las regulaciones disponibles —de nivel autonómico— hacen referencia
preferentemente a perros de asistencia —como perros guía— y a cuestiones como los
permisos de acceso. Por supuesto, esta situación puede cambiar a lo largo del tiempo, lo
cual obliga a mantenerse informado a nivel regional.
Realizar un análisis pormenorizado de la situación actual en distintos puntos del
territorio nacional supondría un esfuerzo amplio y estaría condenado a ser revisado
continuamente, por lo que no se incluye dentro de este capítulo. Lo que sí puede
señalarse es que esta organización territorial provoca inconsistencias entre distintos
puntos de la geografía, algo que debe ser observado si el profesional trabaja con
movilidad.
Por ejemplo, en la Comunidad Valenciana se hace mención expresa a los perros de
terapia dentro de la Ley 12/2003, sobre perros de asistencia para personas con
discapacidades, artículo 3, punto 2, explicitando que:

Cuando se use el término perro de asistencia, en los diferentes artículos de esta


ley, se entenderá referido a todos aquellos a que alude la siguiente catalogación,
independientemente de la especialidad para que hayan sido entrenados.

166
(...)
d) Perros incluidos en los proyectos de terapia asistida con animales de compañía,
destinados a visitas a hospitales, centros geriátricos, pisos tutelados, centros de
discapacitados, viviendas particulares, etc. (Boletín Oficial del Estado, 2003; p.
19.520).

Como ya se anticipó en el capítulo dedicado a las definiciones, establecer una


regulación de las intervenciones asistidas puede provocar más problemas de los que
resuelve. Por una parte, deja fuera de la definición a cualquier animal que no sea un
perro. En segundo lugar, coloca bajo un mismo epígrafe a perros que realizan labores
que exigen niveles de autonomía muy diferentes, ya que mientras que el perro de
asistencia tiene que compensar las dificultades funcionales de los humanos a los que
acompaña —por ejemplo, un perro guía—, los perros que participan en terapias siempre
funcionan bajo supervisión de un profesional, no teniendo que tomar decisiones —como
si cruzar o no en un semáforo—. Esto no es baladí, ya que el artículo 4 recoge que: «La
acreditación se concederá previa comprobación de que el perro reúne las condiciones
higiénico-sanitarias, de adiestramiento y de aptitud para paliar los efectos de la
discapacidad de su propietario». Pero ¿qué adiestramiento necesita un perro para
participar en terapia? ¿Implica esto que una entidad debe decidir sobre el adiestramiento
que necesita el animal para hacer, por ejemplo, psicoterapia (idea que exploraremos en
los siguientes capítulos)? Y siendo el propietario el terapeuta, ¿cómo encaja prestar
servicios a terceras personas? Además, esta normativa solo nombra el supuesto de la
terapia, dejando fuera la educación y otros contextos profesionales, animando —
nuevamente— al uso indiscriminado del término «terapia» para lograr las acreditaciones
que permitirían entrar en centros educativos, entre otros.
La definición de las IAA está sometida a un debate vivo, por lo que cualquier
propuesta que se realice —incluida la del presente manual— debe ser tomada como una
aproximación posible, con sus puntos fuertes y débiles. Encajar a los animales de
intervención dentro de normativas dirigidas a animales de asistencia permite que estos
pueden beneficiarse de todas las garantías del nuevo estatus, como poder acceder a
cualquier recinto en la comunidad autónoma —algo que no ocurre en la Comunidad de
Madrid, donde la Ley 2/2015 estipula en su artículo 1, punto 2, que: «no son objeto de la
presente ley los denominados animales de terapia, que deberán regularse por su
normativa específica» (Ley de acceso al entorno de personas con discapacidad que
precisan el acompañamiento de perros de asistencia; Boletín Oficial del Estado, 2015a),
por ejemplo. Pero también añade nuevas dificultades para mantener la coherencia dentro
del área, al mezclar roles muy diferentes, aunque sean desempeñados por el mismo
animal.
Sea como sea, y con independencia de la opinión que la normativa regional merezca,
lo cierto es que cumplir con los requisitos contemplados es obligatorio. El éxito del
proyecto puede depender de muchas cuestiones, pero no ajustarse a la norma vigente es

167
introducir un error en los cimientos. Por tanto, conviene recabar esta información y, a ser
posible, incluir definiciones que sean compatibles con la terminología presente en este
marco legal.
Otro aspecto relevante —pero analizado en varios puntos del manual— es la
necesidad de destacar la disciplina en la que se anidan las intervenciones, así como el
cumplimiento de los requisitos legales para ejercerla. Si el interventor cuenta con
formación especializada (grado o postgrado), está habilitado para ejercer una rama
concreta de su disciplina (por ejemplo, especialista en Psicología General Sanitaria) y se
encuentra colegiado (en los casos en que sea obligatorio), consignarlo en el proyecto es
necesario.

1.4.2. Características del animal y comunicación profesional

Es muy probable que el equipo técnico del centro —o los familiares del beneficiario
— carezcan de experiencia en la selección y preparación del animal que participará en la
intervención. Dado que las IAA son identificadas especialmente por la presencia del
animal, es recomendable dedicar un epígrafe específico a detallar de dónde proviene,
cuáles son sus principales características —especie, raza, si ha sido seleccionado por
algún rasgo de personalidad— y qué habilidades tiene —si cuenta con adiestramiento, y
con la acreditación necesaria en caso de existir regulación normativa—. Los principales
requisitos para caballos y perros aparecen consignados dentro de los capítulos 10 y 11,
por lo que no abundaremos más en este momento.
El lenguaje utilizado al hablar sobre animales en el proyecto tiene un impacto claro y
directo sobre la imagen proyectada, a pesar de lo cual no suele ser tratado dentro de la
literatura. En el presente epígrafe se analizan dos prototipos de discurso que minan la
credibilidad del profesional: el sensacionalista y el utilitario.
Un discurso sensacionalista es aquel que busca crear un efecto emocional en el
receptor del mensaje, a expensas de maquillar —cuando no inventar— sus contenidos.
En el caso de las intervenciones asistidas, el sensacionalismo se presenta, por ejemplo,
cuando se atribuye al animal responsabilidad como terapeuta, educador..., etiquetas que
deben reservarse para los profesionales que realizan las intervenciones. Otras
expresiones típicas hacen referencia a la «magia» del encuentro o a la «buena intención»
de los animales, atribuyéndoles una posición moral antropomorfa. Construir un discurso
basado en elementos no contrastables, procesos místicos o experiencias reveladoras
facilita la confusión entre los profesionales que podrían hacer uso de estas intervenciones
y potencia la imagen de que las IAA pertenecen al cuerpo de las terapias alternativas.
Los medios de comunicación generalistas suelen hacer uso de estos discursos, que
serían impensables en otros contextos. Por ejemplo, un programa de visitas de payasos al
ala pediátrica de un hospital puede mejorar el bienestar de los niños que esperan una
intervención, pero esas actividades no suelen confundirse con la cirugía, ni a los payasos

168
con el cirujano. ¿Por qué abogar entonces por titulares como «el terapeuta que ladra»,
«galopando contra la depresión» o «mi maestro es un gato»?
Huir del sensacionalismo no es incompatible con atribuir emociones complejas o
buenas intenciones a los animales en las sesiones, si esto ayuda a generar una narrativa
que facilite el trabajo con los beneficiarios. Pero adoptar esta estética no exime al
profesional de la responsabilidad de trabajar bajo los parámetros propios de cualquier
otra propuesta de intervención. Así, frente a los profesionales del centro, el animal debe
ser identificado como un facilitador o precursor del proceso de cambio. Su presencia y
acciones representan un componente dentro del programa (Kaz-din, 2015), pero existe
programa más allá de los animales.
El segundo prototipo de discurso corresponde al utilitarismo, en el cual el animal es
representado como una herramienta a nuestra disposición para ser usada para el
beneficio humano. Desde luego, trabajar bajo la idea de que los animales son recursos o
máquinas autómatas tiene difícil encaje con el compromiso ético exigible, pero dado que
estas obligaciones serán exploradas más adelante —capítulo 9—, aquí discutimos solo el
uso del lenguaje.
Las expresiones utilitarias tienen poco encaje con la estética de la intervención, que
suele aprovechar el aumento de la humanización percibida por los beneficiarios (Arluke,
2010). Además, existe una creciente preocupación por el bienestar animal, que incluso
está variando el uso de los términos utilizados para hacer referencia a la vinculación
entre humanos y otros animales. Por ejemplo, el término mascota —aunque correcto—
ha ganado tintes negativos en los últimos tiempos (Blouin, 2013; Carlisle-Frank y Frank,
2006), siendo recomendable el uso de la expresión animal de compañía siempre que sea
posible. Por desgracia, aún no existen muchas alternativas de uso frecuente (expresiones
como guardián o cuidador del compañero animal pueden encontrarse, pero no son
populares), lo que puede provocar un exceso de repeticiones en el texto. En los casos en
que se opte por utilizar el término mascota quizá sea recomendable realizar una
aclaración al principio del documento, de manera similar a la que suele realizarse al
respecto del uso de género gramatical neutro para hablar de colectivos que incluyen a
varones y mujeres —de hecho, este manual ha optado por incluir notas aclaratorias
dentro del prefacio y en el glosario; ¡no es fácil mantener la consistencia!—.
Además, los proyectos deben incluir un protocolo de bienestar animal, donde se
expliciten los cuidados veterinarios y las garantías establecidas para salvaguardar su
integridad. Algunas publicaciones (por ejemplo, Animal Assisted Intervention
International, 2015; Delta Society, 1996; Sepell, Coppinger, Fine y Peralta, 2010)
ofrecen guías que, una vez adaptadas a las particularidades normativas que puedan
existir, pueden ser fácilmente incluidas en el proyecto (citando la fuente, por supuesto).
Dado que estas guías serán analizadas sistemáticamente en el capítulo 9, reservamos su
discusión para más adelante.
En definitiva, la redacción de un proyecto no solo incluye información —explícita—

169
sobre qué trabajo se pretende realizar, sino que aporta información —implícita— sobre
cómo el interventor se sitúa con respecto a su profesión, a las intervenciones asistidas
por animales y a los animales mismos. El profesional de las IAA debe buscar un
equilibrio entre las referencias a los aspectos técnicos y a la humanización.
Desde luego, definir cómo se logra este doble objetivo es operativamente complejo, y
tampoco parece recomendable copiar o versionar propuestas ajenas —si la exposición
oral choca con el discurso escrito, el conflicto será evidente—. Por tanto, la
recomendación final se centra en la necesidad de reflexionar sobre la coherencia del
discurso que cada profesional desarrolla, más que en una solución cerrada.

1.4.3. Control de riesgos y plan de contingencias

La investigación muestra que los profesionales de diversos ámbitos suelen albergar


diversos temores hacia la inclusión de animales en el trabajo del centro o institución,
incluyendo aquellos asociados a ruidos, suciedad, accidentes, alergias y un largo
etcétera.
Estos riesgos realmente existen, pero todos ellos pueden ser minimizados a través de
una correcta selección del animal y de la elaboración de un plan de contingencia (López-
Cepero, Perea-Mediavilla, Sarasola et al., 2015), que contribuirá a disipar parte de las
reticencias que pueden encontrarse en la dirección del centro o entre los familiares de un
beneficiario. Además, los supuestos de este plan no suelen conllevar grandes costes
temporales ni materiales y son reutilizables entre proyectos, por lo que su elaboración
tiene una rentabilidad alta.
Un primer apartado hace referencia a la conducta de los animales. Por ejemplo, la
totalidad de los perros que participan en intervenciones asistidas deben haber sido
seleccionados por su afabilidad —buscan la interacción— y baja reactividad —no son
agresivos ni asustadizos—, y han pasado por un proceso de socialización y habituación
para prepararse para la experiencia, por lo que reúnen requisitos que no todos los perros
de compañía cumplen. Estos elementos son importantes para las personas encargadas de
autorizar las intervenciones en un centro —al fin y al cabo, son responsables de la
seguridad de los beneficiarios—, pero es probable que los profesionales de la IAA los
den por supuestos y no los refieran dentro de la documentación. En las regiones en las
que la normativa autonómica prevea la certificación de los animales participantes, la
vigencia de esta debe ser consignada en el proyecto.
Otros riesgos hacen referencia a la salud física de los animales. Por ejemplo, los
animales que participen en intervenciones deben someterse a controles veterinarios
periódicos, ser desparasitados frecuentemente y guardar ciertas normas en su dieta e
higiene (Jofré, 2005; Lefebvre, Golab, Christensen, Castrodale et al., 2008). Una lista
que resuma el plan de cuidados, específicos de la especie incluida, puede ayudar a
minimizar los temores a que se produzcan traspasos de parásitos o enfermedades del

170
animal a los beneficiarios (zoonosis) o de que se produzcan reacciones alérgicas —
cepillando a los animales antes de las sesiones, por ejemplo—. Aunque se tratará de
manera específica en el capítulo 9, conviene recordar la importancia de contemplar la
seguridad del animal por sí mismo, subrayando que los participantes también deben
cumplir ciertas obligaciones hacia los animales.
Por otra parte, la posibilidad de que un animal enferme o provoque algún accidente
no se puede descartar nunca al 100 %. Durante la presentación oral del proyecto, esto
suele abordarse diciendo que, en realidad, el psicólogo o educador también pueden
enfermar o romper algún material —no porque sean incontrolables, sino porque son
cosas que pertenecen al universo de lo posible—. Tener a mano fregona y agua, papel de
cocina, toallitas húmedas y/o una toalla permite solventar cualquier problema de
incontinencia, tener un rodillo adhesivo permitirá recoger pelo de la ropa si fuera
necesario, y el gel desinfectante de manos es un buen recurso para reducir el riesgo de
transmisión zoonótica. Estos materiales son sencillos de obtener y dan cobertura a la
inmensa mayoría de contingencias que pueden aparecer en las sesiones.
Sin embargo, es indispensable contratar un seguro de responsabilidad civil que cubra
específicamente los accidentes derivados de las acciones del animal durante las
intervenciones, la defensa jurídica en caso de reclamación de daños, etc. Los
profesionales colegiados suelen tener un seguro de estas características y, en caso
contrario, se puede contratar como producto separado —no es muy recomendable
trabajar sin un seguro, ya que cualquier reclamación civil o penal implica un desembolso
importante, mientras que el coste del seguro es relativamente bajo—. Pero ni los seguros
profesionales ni los seguros del hogar —que incluyen la cobertura de daños provocados
a terceros por los animales de compañía, pero no en labores profesionales— dan
respuesta a los problemas que pueden derivarse de que un animal provoque un
desperfecto en el centro —por ejemplo, si la correa se engancha en una máquina y la
derriba—. La oferta disponible para dar cobertura a los animales de intervención ha
crecido de manera notable en los últimos años y las pólizas resultan asequibles, por lo
que es recomendable contratar una póliza exclusiva, señalándolo en la documentación
del proyecto.
Un último elemento a reseñar es que los animales pueden necesitar ausentarse por
enfermedad o lesión, al igual que cualquiera de los profesionales implicados. Si se
dispone de más de un animal para desarrollar las sesiones, o si existe la opción de
desarrollar sesiones con poca o nula participación del animal, consignarlo en el proyecto
puede servir para anticiparse a posibles temores o dudas.
Ofrecer respuesta a los posibles temores es una estrategia de sencilla implementación
y de alta importancia, sobre todo cuando las personas encargadas de autorizar la
intervención tienen una experiencia limitada con las IAA. Presentar información sobre el
control de riesgos, así como presentar a los animales seleccionados, permiten reducir los
temores y facilitan el aterrizaje en el centro (López-Cepero, Perea-Mediavilla, Sarasola

171
et al., 2015).

1.4.4. Revisar y comentar experiencias exitosas

Dentro de los discursos presentes en prensa y entre profesionales, la idea de novedad


tiene un claro protagonismo. Sin embargo, la etapa contemporánea de las intervenciones
asistidas por animales comprende al menos los últimos 60 años (Serpell, 2010), por lo
que aducir que las IAA son una fórmula nueva y rompedora no tiene más sentido que el
de manipular su imagen para hacerla más atractiva.
Un análisis pausado de este fenómeno permite señalar que asociar las intervenciones
asistidas con la novedad no solo es falso, sino que también supone un descrédito. ¿Quién
querría probar una pastilla de efecto desconocido? ¿Aceptaríamos pasar por quirófano
para probar una cirugía experimental y totalmente desconectada del resto de la
Medicina?
Como ya se ha argumentado al tratar la definición (capítulo 1) y la lógica subyacente
a la programación de IAA (capítulo 5), las intervenciones asistidas no son un ente
independiente de otras disciplinas, sino que se caracterizan por incluir un recurso —la
presencia del animal— para potenciar la intervención. Por tanto, la terapia ocupacional
asistida por animales en personas mayores no debe ser tratada como un objeto de estudio
nuevo, sino que se sustenta sobre el cuerpo de conocimiento de la Terapia Ocupacional,
las Intervenciones Asistidas y la Gerontología. Consecuentemente, un proyecto así
rotulado debe revisar las evidencias disponibles en estos tres ámbitos para hacer una
propuesta de intervención (figura 6.2). Y eso no solo no es un problema, sino que
permite ofrecer una propuesta más sólida y justificada a las personas que deben valorar
la pertinencia del programa.
Más allá de hacer referencia a las áreas de conocimiento implicadas, la experiencia y
formación personales deben ser destacadas dentro del proyecto. Si el programa de IAA
se dirige a personas con trastornos del espectro autista, cualquier experiencia y
formación académica en TEA representa un argumento que apoya la viabilidad de la
propuesta. Esta idea guarda coherencia con la noción de que las intervenciones asistidas
son ejemplos concretos de intervenciones psicológicas, educativas, comunitarias... y no
una forma de intervención per se. Por tanto, consignar esta información redunda en
beneficios para el profesional (conseguir el proyecto) y para la imagen de las IAA entre
los profesionales.

172
Figura 6.2.—La justificación del proyecto no se establece exclusivamente en torno a
las IAA.

1.4.5. Establecer presupuestos

Un último punto trasversal al que los interventores de IAA deben atender es la


tarificación de la intervención. Lógicamente, los rangos de precio guardan relación con
los de una intervención similar dentro de la misma disciplina o especialidad, pero ciertas
características específicas deben ser atendidas cuando se incluyen animales en el
ejercicio profesional.
En general, incluir animales en cualquier disciplina supone un sobrecoste temporal
y/o económico con respecto a realizar el mismo trabajo sin ellos. Esto no tiene por qué
suponer un problema insalvable, ya que existen múltiples argumentos que permiten
justificar este formato de trabajo —mejoras de adherencia, alianza de trabajo, impacto
positivo de la interacción humano-animal, humanización de la atención— (véase
capítulo 5). El profesional puede defender que las mejoras sobrepasan el aumento del
coste, convirtiendo al programa de IAA en una opción más eficiente. Pero lo cierto es
que existe cierta tendencia en el ámbito a establecer precios iguales o inferiores de los
propios de cada profesión, lo que se traduce en una sobrecarga no reconocida para el
interventor.

173
Incluso partiendo de la base de que el animal viva con el interventor (en caso de
perros, gatos...), o que al menos existe un vínculo estable con él (en el caso de caballos u
otros animales de granja), los animales que se incorporan a las intervenciones asistidas
por animales están sometidos a una supervisión veterinaria e higiénica extra. Por
ejemplo, es recomendable que los animales con pelo sean cepillados antes de las
sesiones para desprender el cabello suelto (que puede adherirse a la ropa o provocar
alergias), y también es importante revisar la limpieza del pelaje, ojos, oídos... Esto
supone que el profesional debe reservar un tiempo extra para preparar al animal para las
sesiones, traduciéndose en horas de cuidados que no se realizarían si el animal no
participara de las intervenciones. Esto también ocurre cuando el animal vive en el centro,
ya que el interventor tendrá que comprobar el estado de salud e higiene del animal antes
de comenzar la sesión. Probablemente, muchas personas valorarán estas actividades
como un contexto más para interactuar con animales de compañía, pero dado que estas
operaciones son obligatorias, deben tenerse en cuenta en el proyecto.
Otro aspecto que debe atenderse es el transporte. Aunque algunas comunidades
autónomas permiten acreditar a los perros de terapia como si fueran de asistencia, lo
cierto es que la mayor parte del territorio nacional no garantiza que estos animales
puedan acceder al transporte público. Esto hace que cualquier transporte exija usar un
vehículo particular, y eso suma un coste —incluso en acciones de voluntariado—.
Por tanto, trabajar con animales supone un desgaste extra en tiempo y dinero para el
interventor, y esto debe verse reflejado en el presupuesto. Una opción consiste en alterar
otras variables del acuerdo de intervención, como trabajar en grupo en lugar de en
formato individual —aumento de beneficiarios—, solicitar al centro o entidad que se
encargue de parte de la evaluación —reducción de horas—, acordar la realización de
varias sesiones consecutivas —reducción del tiempo de preparación del animal— o
buscar vías de cofinanciación —por ejemplo, mediante sponsors—. Siempre que no se
ponga en riesgo la realización del programa, el abanico de opciones es muy amplio.
Por tanto, existen muchas vías para compensar las dificultades. Pero el profesional
que implementa IAA debe ser consciente de los sobrecostes que se derivan de realizar
intervenciones asistidas por animales o terminará asumiéndolos de manera personal. Y
realizar más esfuerzo para obtener el mismo o menor rendimiento no parece ser un buen
planteamiento de inicio.

2. PRESENTAR EL PROYECTO

Una vez elaborado el proyecto, el profesional se enfrenta a la fase de aproximación al


centro o colectivo sobre el que pretende trabajar. El interventor debe contar con que el
proyecto elaborado solo es una versión preliminar, y que lo normal es que el documento
sufra cambios para ajustarse a las necesidades actuales del centro. Esto no debe
traducirse en la flexibilización absoluta por parte del interventor, sino en un proceso de

174
negociación para ultimar el servicio ofrecido.
Los siguientes puntos recopilan algunos aspectos trasversales que pueden valorarse
en esta fase.

2.1. Establecer un marco de comunicación profesional

La falta de información presente entre los profesionales que pueden hacer uso de
programas de IAA, junto con las expectativas irracionales generadas por el vínculo
emocional que muchas personas tienen hacia sus animales de compañía, hace que los
proyectos de intervención asistida sean especialmente proclives a acumular errores de
comunicación.
Como se ha descrito anteriormente, el nivel de conocimiento entre los profesionales
es bajo y, si bien la intención de uso de las IAA supera el 80% (Berget et al., 2013;
Perea-Mediavilla, 2015; Perea-Mediavilla, López-Cepero, Tejada et al., 2014), su
aceptación parece estar más relacionada con la experiencia personal que con el
conocimiento de qué son estas intervenciones. Adicionalmente, los medios de
comunicación suelen destacar más los aspectos anecdóticos y emotivos que la vertiente
profesional. En consecuencia, el interventor debe analizar las necesidades expresadas y
estudiar su inclusión dentro del programa, pero ante todo debe comprobar que su
interlocutor entiende qué servicio se ofrece —remarcando los límites entre interacción
humano-animal y la intervención reglada, dando protagonismo a la disciplina profesional
que sirve de base, explicando la necesidad de garantizar el bienestar animal, etc.—.
En el momento actual, la recomendación básica consiste en indagar sobre el nivel de
conocimiento sobre IAA. Incluso si el personal del centro ha tenido experiencia directa
con intervenciones asistidas, indagar en qué consistieron y marcar las diferencias entre
esa experiencia y la intervención ofertada permitirá prevenir malos entendidos. Como se
discutió al principio del manual, las definiciones de IAA resultan confusas incluso en la
literatura académica (López-Cepero, Rodríguez-Franco, Perea-Mediavilla, Blanco et al.,
2014).

2.2. Participar en la selección de participantes

Como consecuencia de la falta de estándares en la formación de los profesionales en


torno a qué son las IAA, es probable encontrar expectativas desmesuradas que pueden
conllevar errores en la selección de los participantes. Por ejemplo, la experiencia dice
que es frecuente que los profesionales del centro propongan grupos definidos,
principalmente, porque sus componentes no suelen participar en otras actividades.
Los animales ofrecen una gama de recursos potencialmente útiles para incorporar a
estos participantes, pero eso no significa que este criterio de inclusión sea adecuado. Es

175
recomendable que el profesional de las IAA concentre su discurso sobre los fines
perseguidos y los medios disponibles, animando a incluir a aquellas personas que más
puedan beneficiarse de las intervenciones.
Aunque se ofrezca como servicio externo a un centro o institución, el interventor
debe tener voz sobre cómo se conforma el grupo de intervención. Si no, se arriesga a
asumir la responsabilidad de un colectivo para el que no tiene una propuesta concreta.
Esto no significa que no se pueda tener un grupo heterogéneo —de hecho, el capítulo 8
abordará cómo adaptar actividades a personas con casuísticas muy diversas dentro de
una misma sesión—, pero la decisión sobre la admisión al grupo debe ser consensuada.
Para ello, el movimiento lógico consiste en participar de la selección, incluyendo la
evaluación si es preciso —y está contemplado dentro del proyecto—. Incluso si esto no
es posible, el interventor puede solicitar entrevistarse con los potenciales participantes y
acceder a sus historiales de evaluación, a fin de tener una visión más completa de la
composición del grupo. En todo caso, una recomendación genérica para los trabajos
desarrollados en grupos consiste en mantener su provisionalidad hasta realizar al menos
una sesión, de modo que la decisión definitiva se realice con información obtenida sobre
el terreno.
Como última nota, cabe destacar que los programas de intervención prolongados se
desarrollarán con un grupo establecido, no siendo posible modificar su composición sin
acuerdo previo. Esta idea, obvia para cualquier interventor, puede caer en el olvido
cuando el equipo del centro identifica a las IAA más con aspectos lúdicos que con una
intervención reglada. Por la experiencia atesorada hasta el momento, parece
recomendable recoger esta condición por escrito en el proyecto.

2.3. Valorar las dificultades... ¡y las fortalezas!

Tradicionalmente, los esfuerzos de evaluación profesional han concentrado su


atención sobre los déficits, dando menor espacio a las habilidades y aptitudes de los
participantes. Esto no implica que los aspectos positivos no tuvieran cabida en los
paradigmas clásicos (Fernández-Ríos y Comes, 2009), pero el hecho es que la patología
y el déficit cuentan con mayor presencia en los planes de estudio que las fortalezas (Carr,
2004; Vázquez y Hervás, 2008).
Las intervenciones asistidas por animales pueden amoldarse a paradigmas muy
diversos, pero, en comparación con las estéticas más tradicionales, nos ofrecen un
contexto más relajado donde realizar el trabajo. Por ejemplo, incluir animales facilita
recuperar recuerdos y anécdotas que pueden generar un discurso más distendido,
permitiendo desviar la atención de los aspectos negativos —déficits— a los positivos —
bienestar— (Costa y López, 2008).
Esta información anecdótica no tiene por qué jugar un papel relevante dentro de la
sistemática de la intervención ni variar la estrategia seguida para generar cambio, pero sí

176
puede ser de interés para mejorar los contenidos, dando cabida a reforzadores más
relevantes y a narrativas más significativas para los participantes.
Adaptar los tratamientos a las preferencias de los participantes —dentro de lo
asumible— es una práctica estándar en todas las disciplinas que trabajan sobre los
problemas humanos, pero el trabajo con animales puede generar un contexto de trabajo
muy diferente al que se experimenta en el día a día del centro (en España aún no es
frecuente tener animales de compañía dentro de los dispositivos residenciales). Por ello,
la exploración de las historias personales con animales de compañía puede hacer aflorar
recursos que han permanecido ocultos hasta el momento (Boat, 2010), aumentando el
número de dianas sobre las cuales impactar para generar compromiso y adherencia.

2.4. Buscar sinergias con programas del centro

En el proceso de adaptación del proyecto a las necesidades del centro, recabar


información sobre otros programas y talleres del centro (o centros colaboradores) puede
resultar especialmente valioso —sobre todo cuando el interventor no pertenece al equipo
técnico—.
Conocer qué programas se implementan (terapia ocupacional, fisioterapia, etc.)
permite evitar los conflictos entre intervenciones, mejora nuestro conocimiento del día a
día de los participantes y puede ser el punto de partida para establecer sinergias —por
ejemplo, cuando se diseñan sesiones de IAA enlazadas con otras labores, como las
desarrolladas en talleres ocupacionales—. Estas sinergias se explorarán en el capítulo 7,
por lo que no se desarrollarán en este punto.
Ofrecer apoyo de manera inespecífica a todo el personal del centro puede ser
percibido como una falta de conocimiento sobre el trabajo desarrollado —al fin y al
cabo, difícilmente el interventor tendrá formación en todas las disciplinas—. Una opción
más realista respondería a la explicación del proyecto de IAA y al ofrecimiento a
explorar puntos donde pudieran aparecer sinergias con otros talleres e intervenciones.
Tender puentes entre distintos contextos de trabajo permite ejercitar las estrategias y
funciones aprendidas en la intervención, a la vez que ofrece un entorno en el cual
aprovechar estas adquisiciones para resolver problemas bajo circunstancias novedosas.
Ejercitar las nuevas conduc-tas —tanto en su versión original como adaptada a nuevas
circunstancias— es un paso necesario para generalizar la conducta, afectando a su vez al
mantenimiento de los resultados (Mace y Nevin, 2003; Osnes y Lieblein, 2003).

2.5. Buscar la implicación comunitaria

Por último, el proyecto de intervención puede mejorar al tener en cuenta las opciones
de interacción más allá del propio centro, bien sea mediante salidas u organizando visitas

177
de otras entidades o grupos. Agregar a actores ajenos a la intervención ofrece una
oportunidad de poner en práctica destrezas entrenadas (generalización), ganar
reconocimiento de terceros y servir como rito de paso entre etapas.
Muchos centros y entidades organizan excursiones fuera de su centro. Estas
actividades suponen una oportunidad para aunar la motivación de los participantes y el
cambio de contexto, a un coste reducido —o incluso nulo, si se organiza para hacerla
coincidir con alguna salida organizada con fines lúdicos—. Igualmente, los interventores
pueden acordar con el centro la realización de sesiones en las que participen familiares o
en las que se reciba la visita de otras entidades —como colegios o asociaciones
culturales del entorno comunitario—.
Las actividades que incorporan a otros miembros del entorno local (conocidos o
desconocidos) facilitan que los participantes ejerzan un rol distintivo —personas que
manejan al animal— en un contexto en que pueden recibir la atención y felicitaciones de
personas ajenas a la intervención. El interventor puede proponer alguna sesión especial o
acomodar dicha sesión a las actividades programadas —lo cual redundará en una mayor
eficiencia, al no tener coste añadido para el centro—.
Estas sesiones pueden desempeñar funciones muy diversas dentro del programa. Por
ejemplo, se puede organizar una jornada al aire libre con el pretexto de mostrar los
avances a otras personas —bien sean otros potenciales participantes o familiares y
allegados—. También pueden funcionar como colofón a un programa —en cuyo caso la
actividad puede servir para marcar una fecha límite, facilitando la elaboración del duelo
asociado a la terminación—. Disponer de un hito en el calendario permite aunar
esfuerzos entre distintas intervenciones dentro de un mismo centro (como se describió en
el epígrafe anterior) y proponer retos de mayor envergadura a realizar en varias etapas.
Además, las sesiones especiales facilitan generar material gráfico (fotos, vídeos...)
que puede dar mayor visibilidad y reforzamiento a los participantes. Ser imagen de la
entidad en los perfiles en redes sociales —contando siempre con los permisos
correspondientes y con el acuerdo de los interesados— puede ser un elemento de
conversación y reconocimiento para los beneficiarios, generando a su vez nuevas
oportunidades para continuar el trabajo —mediante talleres de informática, preparación
de fotomontajes o collages, etc.—.
En resumen, contar con personas del entorno local para realizar actividades conjuntas
tiene sentido ecológico, puede resultar muy reforzante —especialmente en contextos
residenciales, en los que la mayor parte de las interacciones se dan en un número
limitado de escenarios— y tiene un coste bajo o incluso nulo, elemento que facilita una
alta eficiencia.

3. EVOLUCIÓN DE UN PROGRAMA

Por último, una vez el proyecto inicial se ajusta a las necesidades y recursos del

178
centro y se han estudiado las opciones de desarrollo, llega el momento de implementar el
programa de intervención.
Aunque la casuística de los participantes puede ser muy variada, es probable que las
intervenciones asistidas no sean la opción de elección para su abordaje —dado su mayor
coste frente a otras aproximaciones—. Por tanto, es frecuente encontrar que los grupos
de participantes reúnen a personas con baja adherencia a formatos clásicos de
intervención. La falta de adherencia guarda una estrecha relación con la alianza de
trabajo y supone un contratiempo casi definitivo para obtener éxito a través de la
intervención —de nada sirve disponer de un completo arsenal técnico si los beneficiarios
no acuden o se niegan a jugar un rol activo dentro del cambio—.
La creación de una alianza precede a la modificación de conductas, siendo uno de los
elementos con mayor influencia en los resultados de la intervención —probablemente de
manera indirecta, ayudando al participante a asumir un mayor esfuerzo de manera más
constante (Botella, Corbella, Belles, Pacheco et al., 2008; Corbella y Botella, 2004;
Wampold e Imel, 2015)—. El correcto manejo del vínculo con los animales permitirá
engranar los beneficios de la interacción humano-animal dentro de esta alianza,
sirviendo como potenciador de la efectividad de las intervenciones. A la vez, los errores
en la gestión de este vínculo pueden convertirse en un problema que impida al
interventor avanzar. Los siguientes epígrafes recogen una propuesta para gestionar estas
interacciones a lo largo del proceso de intervención.
Los programas de IAA tienen una duración y temporalidad parecidas a otros
programas asimilables dentro de la disciplina en la que se anidan. En intervención
psicológica grupal o educación, una sesión semanal es un formato acostumbrado, pero la
calendarización variará en función de los objetivos del programa y de la carga que
suponga para el animal —que nunca se verá exigido a participar en programas que le
supongan ser sometido a estrés intenso y/o prolongado—.
Los siguientes puntos recogen aspectos trasversales a los programas de intervención
asistida, realizando propuestas para mejorar el manejo del proceso a lo largo de su
implementación: en la fase inicial, intermedia, final y posintervención. Los ejemplos
propuestos se focalizan sobre intervenciones con varias sesiones y diseñadas para
trabajar en grupo, por ser el caso más frecuente y con un manejo más complejo, por lo
que la traducción a otros formatos de trabajo resultará sencilla.

3.1. Primeras sesiones

Cuando el interventor llega a la primera sesión, ya cuenta con un conocimiento


aproximado de las necesidades y fortalezas de los participantes, obtenido de la
evaluación realizada por sí mismo o por el centro. También cuenta con un planteamiento
teórico sobre cómo se va a abordar el cambio. Sin embargo, todo conocimiento técnico
puede volverse inútil si no se dan condiciones suficientes para establecer un contexto de

179
trabajo.
Las primeras sesiones darán prioridad a la creación de una alianza de trabajo —
objetivo a corto plazo— sobre la aplicación de técnicas dirigidas a obtener cambios —
objetivos a medio y largo plazo—. Disponer de un mayor compromiso y adherencia al
programa permite realizar un trabajo más intenso en las siguientes sesiones, por lo que
supone una inversión que revertirá en la mejoría de los participantes a lo largo del
proceso. Aunque pueda resultar contraintuitivo, no aplicar las técnicas de modificación
de la conducta objetivo en esta fase puede ayudar a obtener mayores mejoras a medio o
largo plazo.
Consecuentemente, las actividades desarrolladas en estas primeras sesiones incluirán
una participación amplia de los animales. Las interacciones incluirán contacto directo —
si las especies lo permiten— y profusión de elementos positivos. Esto no se traduce en
una total espontaneidad, sino en dar prioridad a las técnicas destinadas a generar relación
frente a aquellas dedicadas a generar cambio conductual. Igualmente, disponer de un
contexto distendido y lúdico nos permitirá observar la conducta de los participantes —
incluyendo sus interacciones— con pocas indicaciones por parte del equipo de
intervención.
Por tanto, la estética de las primeras sesiones parecerá lúdica para los participantes,
pero el interventor realizará operaciones destinadas a forjar la alianza y a obtener
información relevante de cara a adaptar los contenidos de la intervención. Aprender
sobre las preferencias, historia de convivencia, significado del vínculo humano-animal o
atribuciones sobre las capacidades de los animales —por ejemplo, cualidades
antropomórficas— ofrece opciones para dotar de mayor significación a la narrativa que
envuelve al programa.
Igualmente, en estas sesiones es probable que aparezcan contenidos negativos en
algunos participantes, referidos a la tristeza por la pérdida de algún animal de compañía
o historias referidas a prácticas dañinas para los animales —como su abandono tras una
temporada de caza—. En programas de intervención puntual, como las visitas caninas a
un ala pediátrica, es posible soslayar estos contenidos concentrando la atención sobre los
aspectos que el interventor considera más productivos, pero si el programa se prolonga a
lo largo de varias sesiones, es previsible que estos contenidos vuelvan a aparecer.
Ignorar repetidamente el problema puede terminar minando la confianza en el equipo de
intervención y generar ruido en torno al programa. El interventor debe tomar decisiones
sobre hasta qué punto conviene trabajar estas cuestiones dentro o fuera del grupo,
haciéndolo en coordinación con el equipo del centro en el caso de que las demandas
excedan sus competencias profesionales. Pero, de manera genérica, es fácil acordar que
es mejor contar con esta información al principio del proceso, y no que aparezca cuando
la dinámica de trabajo está instaurada —algo que, por ejemplo, puede bloquear el avance
de una sesión—.
En los casos en que el programa incorpore animales residentes, es importante realizar

180
ciertas operaciones para aumentar las opciones de éxito —centradas principalmente en
limitar el libre acceso—. Tanto si los animales viven en terrarios, tanques de agua o
aviarios, como si deambulan por el centro, el interventor debe interesarse por el plan de
cuidados existente —que puede depender de los profesionales o los usuarios del recurso
— y por las zonas en las que se da la interacción —zonas de paso, como el recibidor, o
áreas específicas, como salas o jardines— para decidir cómo afrontar esta operación. Si
la introducción de animales en el programa de intervención busca mejorar la adherencia
y fomentar una percepción positiva, tener disponibilidad total para contactar con el
animal fuera de las sesiones puede devaluar su valor como reforzador. ¿Para qué
someterse a un nuevo tratamiento si ya se disfruta del animal en otros momentos?
Esto no debe interpretarse de manera radical, ya que no sería bueno para los humanos
ni para los propios animales romper un vínculo que les reporta beneficios a ambas
partes, pero sí puede regularse, de modo que el acceso se dé de modo ordenado y
previsible. De hecho, disponer de una programación de cuidados —quién hace qué cada
cuánto tiempo— es un elemento crucial para garantizar el bienestar del animal, ya que
ofrecerá constancia dentro de un contexto en el que se contacta con muchas personas.
Igualmente, esta programación ofrece nuevos contextos en los que desarrollar o poner a
prueba habilidades beneficiosas para el participante. Por ello, analizar este plan no solo
es de interés para mejorar el desarrollo del programa de intervención, sino que puede dar
lugar a generar un segundo proyecto (en el capítulo 7 se retomará esta idea).
En definitiva, las primeras sesiones permiten recabar información relevante para el
buen funcionamiento del programa y generar una relación sólida entre profesionales y
participantes. El animal estará presente en un porcentaje elevado del tiempo de sesión,
aunque desde la primera sesión el interventor introducirá momentos en los que el animal
salga de la escena para valorar las reacciones de los participantes.

3.2. Fase intermedia

El transcurso de las sesiones permitirá adquirir una estructura de sesión (explicada en


el capítulo 7) y mejorar la coordinación entre participantes y equipo de intervención,
dando cada vez más protagonismo a los procesos dirigidos a establecer el cambio
deseado. Cuando el interventor dedica más tiempo a realizar estas operaciones que a
gestionar el grupo, podemos hablar de fase intermedia —término de utilidad para
describir un momento dentro del proceso, pero que no representa una categoría estanca
—.
En esta fase, las sesiones tienen momentos diferenciados en los que el animal
participa de las acciones frente a otros en los que el animal permanece en descanso. El
interventor puede aplicar técnicas específicas tanto con el animal como sin el animal, por
lo que el trabajo puede desarrollarse uniformemente a lo largo de toda la sesión. De
manera genérica, la presencia del animal puede mantener la intensidad en sus

181
apariciones, pero estas se darán de modo más espaciado conforme avance el proceso.
Esta propuesta puede chocar con otros estándares de intervención presentes en el
medio formativo, por lo que es importante explicitar las razones que soportan su valor
estratégico. Como se comentó en el capítulo 5, los interventores deben tener hipótesis
sobre el funcionamiento del problema y hacer propuestas que sirvan como puente hacia
la solución marcada (lo que se denominó planteamiento de medios y fines). En las IAA,
el vínculo establecido con el animal no es un fin, sino un medio para alcanzar los
objetivos de la intervención.
El interventor realiza una labor de ingeniería, destinada a la mejora de la calidad de
vida de los participantes. A menudo sus productos no son tangibles —algo típico en
Educación, Psicología, etc.—, pero siempre son mensurables. Y salvo que establecer un
vínculo con el animal sea un objetivo del programa, tratarlo como fin en sí mismo no
tiene sentido. Si se valora que los participantes podrían beneficiarse del contacto
espontáneo con animales de compañía, el movimiento lógico es plantear la incorporación
de una mascota al centro —lo cual es mucho más barato y sencillo de organizar que un
programa de intervención reglada—. Algunas propuestas de intervención necesitan de un
contacto continuado con el animal (por ejemplo, la hipoterapia), pero en estos casos el
vínculo sigue siendo un medio, y no un fin. Cabe recordar que los programas de
intervención asistida suelen conllevar el contacto con animales durante un tiempo
determinado, por lo que el interventor debe proponer un trabajo que permita mejorar a
los participantes más allá del contacto actual (lo cual tiene más que ver con los
beneficios de la IHA que con la modificación de la conducta). A menudo, en su intento
de ayudar a conseguir una mayor autonomía, los técnicos fomentan la dependencia entre
los participantes.
Por tanto, gestionar el tiempo de contacto con los animales tiene relevancia técnica y
ética. Si existe una buena alianza y los interventores cuentan con un buen planteamiento
de medios y fines, el programa funcionará correctamente, con independencia de la
presencia del animal. Si la sesión se colapsa cuando este animal no tiene el
protagonismo, entonces ha pasado de ser un potenciador a una interferencia, ya que resta
flexibilidad al equipo de intervención. Tampoco debe olvidarse de que concentrar la
atención sobre el animal forzará a incluir ejercicios cada vez más novedosos para
combatir la habituación, sometiéndolo a una carga de trabajo mayor, y dificultando su
retirada o descanso si se detectan signos de estrés.
La fase intermedia representa el valle de la intervención, y tendrá una duración acorde
a los objetivos planteados. A lo largo de esta fase es posible realizar actividades que
sirvan como hito, incorporar tareas que aumenten la sinergia con otras intervenciones del
centro y realizar evaluaciones intermedias programadas, a fin de comprobar el nivel de
consecución de los objetivos y realizar reajustes.

TABLA 6.3 Comparación de la evolución de programas de IAA según papel del animal

182
Animal como potenciador Animal como protagonista

Rol de la IHA Interacción como medio. Interacción con fin último.

Narrativa Lúdica y/o emotiva. Lúdica y/o emotiva.

Etapa inicial Fuerte protagonismo del animal. Fuerte protagonismo del animal.
Alianza con todo el equipo. Relación fuerte con el animal.

Etapa Presencia intermitente. Presencia continuada.


intermedia Disminuye la presencia. Presencia mantenida.
Alta flexibilidad, trabajo con y sin Baja flexibilidad, interventor «obligado» a trabajar con
animal. el animal.

Fase final Retirada paulatina, natural. Retirada problemática, posible duelo.

3.3. Fase final

Por último, bien sea porque los objetivos se han alcanzado o porque el programa
tuviera una duración determinada, la intervención debe tener una conclusión. La
despedida no consiste únicamente en comunicar el final del programa, sino que debe
servir para anticipar posibles problemas relativos a la separación del animal —como el
duelo— y establecer puentes para facilitar la generalización de las novedades a distintos
contextos, propiciando su mantenimiento (Chandler, 2017).
En el capítulo 4 se comentó que la interacción humano-animal ha sido
sistemáticamente asociada a ciertos efectos sobre el bienestar de los seres humanos,
especialmente cuando el vínculo establecido es fuerte. Las IAA buscan aprovechar estos
fenómenos para mejorar el desarrollo de las intervenciones, y es previsible que los
participantes noten la finalización de las sesiones y la pérdida del contacto con los
animales —y con el resto de los componentes del encuentro, lógicamente—. Aunque no
todas las personas son igualmente proclives a experimentar estas reacciones negativas, el
interventor debe gestionar la fase final para evitar la aparición de duelos.
El manejo del discurso puede ayudar a este fin. Conforme se acerca el momento de
culminación, los interventores introducirán esa información durante las sesiones. Si el
programa es lo bastante largo, se puede animar a los participantes a proponer ideas para
la despedida unas sesiones antes de que se produzca, permitiendo la elaboración personal
de esta despedida con antelación.
Otra operación discursiva estaría relacionada con los tiempos verbales utilizados.
Conforme se acerca el final de la intervención, el profesional hablará en pasado de las
actividades realizadas, preguntando por las favoritas del grupo o por las cuestiones que
más les han sorprendido. De especial interés resulta indagar sobre si el programa
coincidió con lo que esperaban en principio. En otra vertiente, se usarán tiempos
verbales futuros para facilitar la exploración de opciones para cubrir la pérdida de las
IAA (el manejo del discurso se retomará en el capítulo 8). De especial interés será

183
asociar las competencias trabajadas —pasado, en las IAA— con los posibles escenarios
en los que podrían usarse de manera productiva —futuro, sin IAA—. El interventor
puede comunicar esta información al equipo del centro para que supervisen la
realización de estos ensayos, que son puerta a la generalización y mantenimiento de las
mejoras en un contexto socialmente significativo —es decir, con alta validez ecológica
—.
Las preguntas dirigidas a analizar la experiencia ofrecen una excusa perfecta para
reducir el tiempo de contacto con los animales participantes. En las actividades
realizadas se primará la abstracción —hablar sobre los animales— frente a la
experimentación directa —contacto físico—. En los ejercicios que conlleven contacto, el
interventor puede diseñar actividades dirigidas a zonas de menor implicación emocional
—el lomo o los cuartos traseros del perro generan una reactividad menor que trabajar
mirando a la cara; si se trabaja con caballos, se dedicará más tiempo a ejercicios pie a
tierra; y si se trabaja con animales sin contacto físico, se intentará reducir el tiempo de
observación— o trabajará con materiales que establezcan mayor distancia —como
actividades que se realicen en el peto del animal, y no sobre pelo o piel—. Estas
recomendaciones buscan establecer mayor distancia entre participantes y animales, pero
el interventor debe valorar si la velocidad es adecuada o si resulta demasiado brusca para
alguno de los participantes.
Otro componente que puede ayudar a preparar la despedida es incluir otros animales
dentro de las sesiones finales. Por ejemplo, si el interventor cuenta con un segundo
perro, gato, caballo... puede traerlo a estas sesiones comentando que es un animal en
formación y pidiendo al grupo que le dé su opinión sobre su preparación. De este modo,
el trabajo se realizará sobre otro animal con el que hay menos vínculo, se podrá revisar
la experiencia y aprendizajes obtenidos en el grupo —pasado— y se animará a los
participantes a que hablen del cambio de etapa —intervenciones futuras una vez el grupo
ha sido disuelto—.
En resumen, el principal consejo para gestionar la separación —en programas de
duración prolongada— es anticiparla y dar la oportunidad de trabajar la idea en el grupo.
Es frecuente que el grupo aproveche estas últimas sesiones para preparar actividades
especiales, como una jornada con la familia —donde mostrar los avances en su trabajo
con los animales— o una fiesta de despedida —incluso se puede acordar el intercambio
de regalos como fotos o elementos creados en talleres ocupacionales—. Como se
comentará en el capítulo 8, el diseño de las actividades es muy flexible, por lo que las
preferencias del grupo pueden adaptarse a los objetivos del programa en la mayor parte
de casos.
Como última nota, cabe mencionar que las IAA desarrolladas con animales residentes
en el centro tienen ciertas particularidades —los participantes seguirán viendo al animal
si así lo desean—. El manejo del discurso será similar, marcando de manera clara la
terminación de la intervención y concentrando la atención sobre las acciones futuras,

184
externas al trabajo realizado hasta el momento. En este punto, establecer un plan de
cuidados coordinado con los profesionales del centro ofrece una variedad de
oportunidades para generalizar y mantener los cambios adquiridos.

3.4. Una vez hemos acabado

La última sesión marca el fin del formato establecido, pero no necesariamente la


terminación de las tareas relacionadas con la intervención. Cuestiones como la
evaluación final, el seguimiento, la creación de la memoria de ejecución y la preparación
de visitas puntuales merecen ser comentadas.
La evaluación de los resultados obtenidos se realizará comparando las medidas
obtenidas en pre y postratamiento —idealmente, se contaría con una línea base más
amplia y con medidas intermedias, aunque tener dos momentos de evaluación es lo más
frecuente entre los profesionales que prestan servicios a terceros—. También es posible
establecer una medida extra transcurrido un período de tiempo sin intervención, a fin de
realizar seguimiento del mantenimiento de las habilidades desarrolladas.
El proyecto también puede contemplar la realización de visitas finalizada la
intervención. Por ejemplo, si las sesiones han sido semanales, la visita se realizaría dos o
tres semanas después de la finalización. Estas visitas tienen un carácter social y lúdico
—un saludo y un breve intercambio—, alejado del formato de una sesión para evitar
confundir a los participantes, y pueden organizarse bajo el pretexto de entregar fotos de
la última sesión —las fotos son un recurso barato pero muy valorado por personas de
todas las edades—. Estas visitas también pueden ayudar a valorar la aparición de duelos
tras la retirada del programa, si bien cabe subrayar que su resolución recaería sobre el
centro (salvo que se acuerde lo contrario).
Por último, cabe destacar la necesidad de elaborar un documento para su entrega en el
centro que recoja las actividades realizadas y los avances logrados. Este documento
puede ser paralelo al presentado como proyecto inicial, indicando si las unidades
diseñadas se han desarrollado según lo previsto o si han sido necesarios ajustes, y
destacando los resultados obtenidos. El documento puede incluir fotografías,
información sobre los resultados individuales y/o grupales y recomendaciones para
consolidar los avances logrados.
Este dosier puede ser puesto a disposición de los participantes, de sus familiares y de
los profesionales del centro para su consulta, y provee material de interés para difundir a
través de la web y redes sociales de la institución (lo cual tiene un valor estratégico para
la captación de nuevos proyectos). En todo caso, es obligatorio contar con el
consentimiento de las personas nombradas, o procurar el anonimato efectivo —en un
centro residencial, tapar la cara de un participante en una foto no impedirá reconocerlo
—. Si el lector no está familiarizado con la Ley Orgánica de Protección de Datos
(Boletín Oficial del Estado, 1999), su consulta es más que recomendable.

185
4. GUÍA-RESUMEN SOBRE LA ELABORACIÓN E IMPLEMENTACIÓN DE
PROYECTOS DE IAA

La elaboración e implementación de un proyecto de intervención asistida por


animales presenta ciertas particularidades con respecto a otros programas disponibles
dentro de una misma disciplina. El vínculo establecido entre participantes y animales
puede ayudar a generar una mejor dinámica de trabajo, pero los errores en su gestión
pueden terminar por restar eficacia al profesional, en lugar de servir como apoyo.
A modo de resumen, se destacan las siguientes ideas:

1. Los profesionales suelen percibir las IAA como una oportunidad interesante para
su centro, pero rara vez tienen formación o experiencia. A la espera de que estas
intervenciones ganen presencia en los planes de estudio, el interventor debe
poner especial atención en las expectativas desmesuradas o infundadas.
2. No todas las personas desean trabajar con animales y, entre las que sí acceden, es
probable encontrar temores. Una correcta selección y preparación de los
animales permite reducir los riesgos, y los profesionales son sensibles a esta
información. El interventor debe dar cabida a estos contenidos en su proyecto.
3. La normativa en torno a las IAA no es clara ni coherente entre regiones del
territorio nacional. El interventor debe conocer la normativa vigente en su
ámbito geográfico.
4. Hacer mención a las intervenciones asistidas por animales como intervenciones
novedosas o milagrosas supone utilizar un discurso ajeno a la evidencia
científica. El reconocimiento de las IAA como opción de tratamiento exige que
los propios profesionales del ámbito marquen como prioridad transmitir un
discurso exacto y transparente.
5. Las IAA no son una disciplina independiente, sino que son desarrollos técnicos
de la Terapia Ocupacional, Psicología, Trabajo Social, Educación... En
consecuencia, los proyectos deben programarse conforme a los estándares
epistemológicos, tecnológicos y éticos de la profesión del interventor. Dar
protagonismo a la profesión de base ofrece mayores garantías y guía para
implementar programas exitosos.
6. Los animales ofrecen grandes oportunidades de trabajo, pero no son un material
ni un recurso inerte. El bienestar del animal debe ser garantizado a lo largo de la
intervención, prescindiendo de su participación en caso de ser necesario.
7. El vínculo humano-animal ofrece una plataforma para acelerar el cambio, pero
esta interacción es un medio, no la finalidad de la intervención. Confiar en que el
contacto con los animales arreglará los problemas de manera espontánea implica
confiar en el efecto placebo y/o ofertar intervenciones en las que el profesional
no juega ningún papel relevante, algo insostenible desde el punto de vista
deontológico.

186
8. Si el profesional no conoce los mecanismos que explican las mejoras, no puede
atribuirse mérito alguno en el cambio, incluso si los objetivos fueran alcanzados.
9. Los participantes son personas con necesidades, pero también con deseos,
expectativas y fortalezas. Adaptar los contenidos a sus intereses mejorará la
implementación del programa y añadirá validez ecológica, al aproximar el
trabajo desarrollado a la realidad del participante.
10. Las intervenciones deben fomentar la autonomía de los participantes, no su
dependencia. En consecuencia, la gestión del vínculo y de los contenidos de las
sesiones debe operar con vistas a la generalización de las competencias
adquiridas, evitando reforzar pautas no funcionales. Tener buena intención no
implica que el trabajo reporte ningún beneficio a los participantes.

Revisadas estas nociones, el siguiente capítulo se ocupará de explorar cómo se


organizan las sesiones desde el punto de vista de los roles, formatos de trabajo,
disposición espacial y organización temporal.

187
7
Diseño de sesiones: roles y contenidos

Este capítulo aborda la organización espacial y temporal de las sesiones, cómo


conducirlas y cómo organizar las labores de los profesionales que participan en ellas.
Probablemente, en el momento actual, estos contenidos son los más demandados entre
los profesionales en formación, que suelen acudir en busca de ejemplos concretos de
cómo incluir perros o caballos en sus sesiones. Sin embargo, se ha optado por presentar
estos contenidos pasado el ecuador del manual para poder introducir un marco teórico
desde el cual intentar explorar las posibilidades de manera sistemática y profesional.
Como se ha comentado en diversos puntos de la argumentación, las intervenciones
asistidas por animales no existen como entidad independiente, sino que se caracterizan
por incluir un valioso recurso —los beneficios de la IHA— dentro de profesiones
regladas como la Psicología, Educación, Trabajo Social, Terapia Ocupacional, etc. Por
desgracia, existe una confusión palpable en torno a las IAA que facilita que, de alguna
manera, personas que no están habilitadas para ejercer profesiones sanitarias se arroguen
la etiqueta de «terapeutas asistidos por animales» o que digan realizar «educación
asistida por animales» sin contar con formación en el área.
El vínculo humano-animal es una herramienta importante y puede ser un
complemento técnico que obtenga un gran impacto dentro de un programa de
intervención. Conocer cómo surge y evoluciona este vínculo es necesario para
maximizar nuestras opciones de éxito y para eliminar la percepción de que las mejoras
pueden llegar por «arte de magia». Pero, además, el programa debe existir más allá del
animal. Poner la profesión en primer lugar y superponer las ventajas de la interacción
con animales no humanos en segundo lugar supone trabajar al abrigo de tradiciones
teóricas y prácticas que, durante décadas o siglos, han sido afinadas para mejorar más y
más nuestro entendimiento de las necesidades humanas y las vías para promover el
cambio.
Gran parte de la oferta formativa en este ámbito comienza y se mantiene siempre
cerca de qué hacen los animales. Es una elección interesante desde el punto de vista
empresarial, ya que, como se comentó en el capítulo 6, el gusto por los animales es el
principal precursor de la intención de uso de las IAA. Pero esta forma de actuar facilita
que estas intervenciones se muevan en un terreno paracientífico, lo que inclina la balanza
hacia su expulsión del catálogo de opciones para intervenir sobre las necesidades

188
humanas. Si se pretende que las IAA sean tomadas en serio, hay que comenzar por los
propios profesionales.
Lógicamente, existe un buen número de intervenciones basadas en las vertientes más
lúdicas y espontáneas de la vida cotidiana. Y son de interés —¿a quién no le gusta
pasarlo bien?—. Pero si alguien planea ejercer en el terreno de la Educación, la
Psicoterapia, el Trabajo Social o cualquier otro ámbito profesional definido, el primer
requisito (ético y legal) es tener la formación necesaria para ejercer esa labor. Cualquier
otra cosa supone una intromisión profesional, ofrecer soluciones para las cuales se
necesitan recursos que no se poseen y, con ello, asumir riesgos para uno mismo y para
los demás.
Con esta idea en mente, se procede a comentar los principales componentes de una
sesión estándar.

1. ROLES PROFESIONALES Y FORMATOS DE TRABAJO

Un buen punto de inicio para describir cómo se organiza una sesión es establecer qué
animales (humanos y no humanos) conformarán el equipo de intervención. En este
primer punto se abordarán las funciones que deben asumir los componentes humanos,
delimitando las responsabilidades de los interventores frente a otras figuras. En un
último punto se propondrá una clasificación de diversos formatos de trabajo disponibles
para los profesionales que trabajan en IAA, y que no siempre coinciden con el prototipo
de visitar un centro con un animal de compañía.

1.1. Roles profesionales

El número de personas implicadas dentro de un programa de intervención es muy


variable, estando en función del número de beneficiarios, el contexto de trabajo y los
objetivos perseguidos, entre otros. La formación exigible a estos profesionales es la
misma que para desarrollar el mismo trabajo sin animales: psicólogos, educadores,
terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales o monitores de tiempo libre, de manera
coherente con los objetivos seleccionados.
Con el objetivo de ofrecer una visión más comprensible de cómo se organiza el
equipo humano, resulta de interés diferenciar los roles profesionales no por especialidad,
sino por su relación con el programa de intervención. Por ello, con fines formativos, la
descripción de los profesionales se realizará según las funciones desempeñadas: diseño,
implementación y guía/supervisión de los animales implicados.
Estos roles pueden ser asumidos por una misma persona o por varias, en función del
programa diseñado. En el terreno aplicado (prestación de servicios), el diseño y la
implementación del programa, así como su evaluación, suelen recaer sobre la misma

189
persona. Disponer de dos personas separadas —una para el diseño del programa y otra
para la aplicación de lo diseñado— ofrece muchas ventajas procedimentales, como evitar
sesgos que provienen de la implicación personal, pero resulta económicamente inviable
en la mayoría de los casos.
Mención aparte merece el rol de guía —si el animal elegido permite esta
manipulación— o supervisión del animal. Cada animal incluido en las intervenciones
debe tener una persona de referencia, a fin de garantizar su bienestar durante las
sesiones, su preparación y el manejo del estrés residual. Esta persona debe tener
conocimiento de la etología de la especie, y mantener un vínculo con el individuo
concreto si esto es posible —serpientes y lagartos no son especies sociales, pero los
mamíferos y muchas aves sí pueden generar nexos emocionales con humanos—. Una
misma persona puede supervisar a más de un animal, especialmente si se opta por
trabajar con especies de terrario, jaula o pecera, pero en todo caso debe identificarse un
responsable para cada animal. En ocasiones, a la persona que desarrolla este rol se la
denomina «técnico en intervención asistida», aunque no es la nomenclatura utilizada
para este volumen.
Es difícil que estas líneas sirvan para dar una imagen nítida de cómo se organiza el
personal en una intervención asistida, pero, por desgracia, la literatura no ofrece
demasiada información sobre este aspecto. En todo caso, el formato elegido debe ser
coherente con los objetivos a alcanzar, y a este respecto las opciones deben valorarse
dentro de la disciplina profesional en la que se anidan.

1.2. Roles de los voluntarios y personal en prácticas

Se dedica un epígrafe a comentar dos figuras que tienen una fuerte presencia dentro
de las intervenciones con animales. Estas reflexiones son extensibles a cualquier ámbito
profesional, pero dado que el manual versa sobre las IAA los ejemplos estarán
contextualizados.
En una entrevista a Larry Beutler (Buela-Casal, 2015) sobre su experiencia en
intervenciones con caballos, este psicoterapeuta advierte:

Creo que hay una cuestión adicional que debe aplicarse aquí: concretamente, ¿es
esta forma de terapia asistida con animales gradualmente válida como tratamiento?
En otras palabras, ¿produce un cambio lo suficientemente grande como para justificar
su uso en lugar de un tratamiento menos costoso? (...) Con total sinceridad, no podría
justificar mi uso de la terapia asistida ecuestre si no fuera porque es una beca de
investigación, más que pacientes individuales, la que se hace cargo del coste.

Este fragmento señala en unas pocas palabras un problema y una posible solución. En
el caso de las intervenciones con animales de costoso mantenimiento o que exigen tener

190
a varias personas supervisando a un solo beneficiario, como ocurre en muchas
intervenciones desarrolladas con caballos, es probable que no exista viabilidad
económica si la única vía de ingresos es a través del pago del demandante. Es cuestión,
por tanto, de incluir otras formas de captación de recursos para darles viabilidad. Pero no
es lógico pedir a terceras personas que asuman y compensen este desequilibrio,
especialmente cuando no reciben ningún pago al respecto.
En la actualidad, el voluntariado tiene como marco legal para el territorio español la
denominada como Ley de Voluntariado (Boletín Oficial del Estado, 2015c). Esta Ley
define el voluntariado en su artículo 3 como «el conjunto de actividades de interés
general desarrolladas por personas físicas», con los requisitos de que tengan carácter
solidario, voluntario, se realicen sin contraprestación económica y se desarrollen a través
de entidades dedicadas al voluntariado (p. 5). Por tanto, las acciones destinadas a
promover el bien común fuera de los parámetros de una relación laboral, sustentadas por
la motivación de la persona voluntaria, quedarían recogidas dentro de esta definición.
Sin embargo, el artículo 4 —límites a la acción voluntaria— recoge de manera muy
concisa dos cuestiones no asumibles: la realización de actividades que suplanten la
prestación de servicios que las Administraciones públicas deben garantizar (la policía o
los bomberos deben ser profesionales), y aquellas que representen «causa justificativa de
extinción del contrato de trabajo» (p. 6). En otras palabras, el voluntario no puede, bajo
ningún concepto, suplantar a un profesional.
La participación de voluntarios en los programas de intervención asistida puede ser
pertinente y muy valiosa. Los voluntarios ofrecen su tiempo e ilusión para ayudar a
terceras personas por altruismo, en busca de una mejora de la comunidad, y generan un
espacio más humanizado y espontáneo para desarrollar el trabajo. Y suelen hacerlo
mediante un compromiso, verbal o escrito, a fin de garantizar que el plan de actividades
se llevará a cabo del modo esperado. Pero en ningún momento debe asumirse que ellos
van a sacar adelante el trabajo de un profesional. La única persona responsable de hacer
que la actividad sea viable es aquella que dirige —y cobra— el servicio, nunca los
voluntarios.
Estas líneas no pretenden desanimar a la incorporación de voluntarios a nuestra labor,
en los casos en que sea pertinente. Existen muchas experiencias exitosas en nuestro país.
Pero, en la actualidad, existe la tendencia a cargar sobre los voluntarios la
responsabilidad de hacer viable la intervención asistida por animales. Principalmente,
porque algunos formatos de IAA son económicamente insostenibles si se paga el trabajo
de todos los implicados, y eso merece una reflexión, por incómoda que resulte. Esto es
un ejemplo de problema clásico de eficiencia: querer hacer un trabajo sin poder
garantizar los medios necesarios.
Un caso relativamente parecido se da con el alumnado en prácticas. En este caso,
estas personas acuden a los centros para cubrir un número de horas como requisito para
obtener un título académico, aportando sus habilidades a cambio de contacto con el

191
terreno profesional. Por tanto, sí que puede exigirse una dedicación horaria sin más
retribución que la experiencia —siempre que no cubran ninguna función sin supervisión
directa, dado que aún no disponen de la titulación necesaria—. Aun así, la reflexión
sobre su viabilidad —eficiencia— sigue siendo pertinente. ¿Qué sentido tiene desarrollar
programas que solo pueden llevarse a cabo si contamos con personal no retribuido? Y
para las personas que acuden como futuros profesionales, ¿vale la pena invertir en
formarse en formatos de trabajo que son económicamente deficitarios?
Cabe insistir en que estas reflexiones no pretenden señalar a las entidades que
incluyen voluntarios y/o personal en prácticas, sino ayudar a fomentar el debate en torno
al uso —o abuso— que en ocasiones se hace de estas figuras. En última instancia,
instaurar costumbres que no tienen encaje con la lógica profesional difícilmente va a
ayudar al crecimiento de las IAA en nuestro país.

1.3. Roles que no corresponde asumir

Existe una amplia variedad de circunstancias en las que los receptores de la


intervención pueden expresar o demostrar necesidades que no se circunscriben de
manera clara a las atribuciones profesionales del interventor. Lógicamente, existen unos
límites estipulados en los códigos deontológicos de cada profesión para cuestiones como
el manejo del contacto físico o qué hacer cuando un riesgo excede de nuestras
competencias —por ejemplo, cuando un paciente representa un peligro para sí mismo o
los demás—, pero en este epígrafe se destacan otras situaciones menos claras.
Trabajar con animales proporciona una estética diferente a muchos programas de
intervención, que suelen ser percibidos como más lúdicos y humanizados. Pero esta
ventaja puede convertirse en un riesgo cuando el interventor se enfrenta a dificultades
emergentes. El profesional es responsable de sí mismo y de su equipo, incluyendo a los
animales no humanos de los que se acompañe. También es responsable de velar por la
seguridad de las personas a las que atiende, hasta los límites marcados por su capacidad
técnica (no generar más disconfort del adecuado en la psicoterapia, no dar información
errónea o sesgada en educación, etc.). Pero es obligado mantener la atención sobre los
límites con otras profesiones y funciones.
Se proponen algunos ejemplos. Si un animal derrama agua de su bebedero en el suelo
y se dispone de medios para recogerla de manera efectiva, tiene lógica proceder a
hacerlo, pero si hay demasiada agua como para realizar la operación con garantías,
entonces es preceptivo avisar al personal del centro —si alguien resbala por no haber
puesto medios, el interventor se enfrenta a responsabilidades legales—. Otro ejemplo
prototípico de exceso sería proceder a movilizar a una persona con discapacidad física
que quiere levantarse, o ayudar a reincorporarse en su silla de ruedas a alguien que ha
ido resbalando por una hipotonía en la espalda. Las movilizaciones se realizan mediante
técnicas específicas que previenen lesiones tanto en el profesional como en la persona

192
atendida. No es necesario temer que el interventor vaya a fracturar un hueso (que podría
pasar), sino que basta con pensar en lo sencillo que es provocar un hematoma por
presión a una persona mayor. Y podría citarse un buen número de situaciones más. Una
persona nos pide un caramelo —y es intolerante, alérgico o diabético—, o agua —y tiene
problemas con la deglución—, recoger vómitos o esputos —sin guantes puede
representar un riesgo de contagio—, ayudar a alguien a ir al servicio —movilización,
riesgo de caídas... hasta una acusación de acoso sexual—, etc.
Esto no se traduce en que el interventor se muestre insensible a las necesidades
emergentes, ni en que deba dejar que alguien se caiga al suelo durante las sesiones por
no prestarle ayuda. Simplemente, pone el énfasis en que el profesional de IAA acude al
centro a prestar un servicio, pero no a sustituir las funciones que el centro, organismo o
personas responsables —en el caso de los padres de menores— deben ejercer. La
preparación del proyecto debe dar cabida a las necesidades de apoyo que el interventor
tendrá, siempre en función de la población a la que se dirige la intervención, y que serán
bastante similares a las de cualquier otro taller o actividad organizada en el mismo
centro. Incluso si el equipo de IAA cuenta con formación para acometer estas demandas
ajenas al proyecto, lo recomendable es no asumirlas si no aparecen explícitamente en el
proyecto. Al fin y al cabo, si no hubiese intervención, la responsabilidad seguiría siendo
de la institución, por lo que no le supone un coste añadido.
Una fórmula sencilla al respecto es preguntar directamente al representante de la
institución por las necesidades específicas del grupo y consignar quién —o quiénes—
cubrirán estas demandas, en caso de presentarse. Establecer este protocolo al principio
de la relación profesional contribuirá a acotar con más claridad los límites del servicio y,
en el caso de que el centro no acceda, ahorrará contratiempos que pueden ser muy
perniciosos para las personas beneficiarias y para el equipo de IAA. Siempre es duro
perder una oportunidad laboral, pero si no se garantizan las condiciones mínimas, lo
lógico es no desarrollar el programa.

1.4. Formatos de trabajo

En la actualidad no existe información disponible sobre los estándares o formatos de


trabajo más extendidos. Uno de los pocos estudios dedicados a valorar la presencia
relativa de distintas modalidades es el desarrollado por Furst (2006) en contextos
penitenciarios, aunque sus conclusiones apuntaron a que las intervenciones regladas
fueron minoritarias, cediendo el protagonismo a diversas formas de contacto con
animales dentro —socialización de perros de asistencia— y fuera —mediante trabajo
comunitario en centros de protección animal— de la prisión. Las revisiones y
metaanálisis realizados hasta la fecha tampoco suelen incluir información al respecto
(por nombrar algunos de los más citados: Halm, 2008; Nimer y Lundhal, 2007), por lo
que las clasificaciones se realizan de manera intuitiva, más que basadas en datos

193
contrastables.
A pesar de estos antecedentes, y advirtiendo de que la descripción se asienta más
sobre la experiencia directa que en evaluaciones sistemáticas, sí es un dato conocido que
la mayor parte de las intervenciones asistidas por animales implican la visita de un
equipo humano-animal a una institución. En los casos en que se trabaja con perros —que
son la mayoría—, este equipo suele incluir uno o dos profesionales atendiendo a grupos
pequeños de tres-seis personas en centros residenciales, hospitalarios o educativos.
Cuando la intervención incluye animales menos propensos a la guía —gatos, conejos,
roedores u otros pequeños animales—, el equipo suele estar compuesto de un único
profesional —salvo que el número de animales sea elevado—. Las intervenciones que
incluyen caballos suelen desarrollarse en un centro hípico, e implican entre dos y cuatro
personas para atender a un solo beneficiario, el cual pasa al menos parte del tiempo
montado sobre el animal. Aunque el trabajo con caballos puede ser desarrollado por un
único profesional, gran parte de las intervenciones buscan aprovechar el movimiento de
la marcha para mejorar déficits motores, lo que justifica la participación de personal de
apoyo.
Estos prototipos son los más frecuentes, pero el catálogo de variantes presentes en el
medio es muy extenso. Los siguientes epígrafes realizarán un análisis más detallado de
estas opciones, usando como variable diferencial la relación del interventor con el centro
al que se ofertan los servicios.

1.4.1. Asesor externo

Un primer perfil de trabajo radica en asesorar a una entidad como profesional externo.
Aunque aún no es una política generalizada, muchos centros residenciales, educativos y
hospitalarios han incorporado animales domésticos a sus instalaciones. Sin embargo, no
todos cuentan con un plan específico para obtener resultados beneficiosos, más allá de la
mera exposición al animal.
Por ello, preguntar a la dirección del centro por el plan de trabajo puede servir como
puerta de acceso para el experto en IAA. Programar los cuidados necesarios facilita
realizar una variedad de actividades con ellos, sobre ellos y para ellos (esta
diferenciación se analiza más abajo en el texto), a través de las cuales se pueden marcar
objetivos mensurables y compatibles con actividades ocupacionales, trabajo de las
actividades de la vida diaria, etc. Igualmente, si el centro ha instalado un tanque de peces
o una pajarera, el centro puede abordar ciertas necesidades haciendo coincidir a personas
concretas u organizando actividades que impliquen a las familias, entre otros.
De este modo, la asesoría externa puede representar una vía para ejercer
profesionalmente, incluso sin tener que incluir un animal nuevo en el contexto. Basta
con presentar un plan de trabajo que recoja las ventajas espontáneas —con el previsible
efecto de la habituación como contrapunto— y las oportunidades que la presencia de

194
animales ofrece para incentivar ciertos cambios. También parece recomendable advertir
a los responsables del animal que permitir el acceso a estos animales sin supervisión ni
planificación puede suponer riesgos para su bienestar —ni siquiera hace falta un maltrato
intencional, basta con que se le den alimentos inadecuados como «regalo» o que sean
sometidos a manipulaciones para las que no están preparados—.
Estos programas suponen una implicación menor que la realización de visitas al
centro y ofrecen una plataforma sobre la cual el personal de la institución puede encajar
sus propios proyectos para maximizar el impacto, por lo que la relación coste/beneficio
las dota de gran atractivo.

1.4.2. Interventor externo

La figura del interventor externo o visitante corresponde con el prototipo de


intervención asistida desarrollada en la mayor parte de las ocasiones. En estos casos, el
equipo acude a un centro u organismo para prestar un servicio puntual y con vocación de
tener una duración limitada en el tiempo.
Probablemente, el principal riesgo de este formato radica en errores de coordinación
con el equipo técnico de la institución para la que se prepara la intervención. Los
profesionales del centro ya realizan intervenciones, por lo que conocer su calendario y
contenidos puede ayudarnos a evitar solapamientos o incluso incompatibilidades.
Además, los recursos que atienden a personas durante largos períodos de tiempo —como
residencias o asociaciones de personas aquejadas de una dolencia crónica— suelen
realizar eventos, excursiones o semanas temáticas que pueden competir con el programa
de IAA —especialmente, si se percibe como algo externo al centro—. En el caso de que
la intervención se realice sobre clientes individuales, estos problemas de coordinación
pueden suceder como consecuencia de vacaciones, viajes, comienzo de otros
tratamientos..., por lo que la exploración inicial también es necesaria.
A menudo la implementación del programa sufre más contratiempos incidentales que
intrínsecos, así que la comunicación con el equipo del centro es un puntal a trabajar
desde el primer momento. Además de evitar problemas de calendario y de adecuación de
contenidos, conocer las evaluaciones que el centro realiza de manera rutinaria —tanto de
manera general como para participantes concretos— nos permitirá tener una mejor
medida de la evolución de los participantes y evitará que dupliquemos parte del trabajo
—lo que supone un ahorro en número de horas dedicadas y, con ello, facturadas (otro
argumento a favor de la eficiencia)—.
Es posible que algún miembro del centro tome parte en el programa, sea como
interventor, como evaluador o ambos, y esto puede ser un elemento enriquecedor. En
todo caso, el proyecto de intervención debe delimitar claramente qué funciones recaen
sobre el equipo de intervención de IAA, cuáles son competencias del equipo técnico de
la institución y el calendario acordado, a fin de evitar situaciones indeseadas que

195
dificulten culminar el trabajo planificado.

1.4.3. Interventor interno

Otra opción es, y no hay que olvidarlo, que sea una persona ya contratada por un
centro la que lleve a cabo la intervención asistida por animales. Dado que el auge de las
IAA en España es relativamente reciente, es probable que el profesional obtenga la
formación como parte de un reciclaje profesional y pueda añadir nuevas competencias a
su currículum.
En estos casos, el acceso al material diagnóstico y al historial de tratamientos de los
potenciales participantes será más sencillo que en el caso de las intervenciones externas.
Además, la probabilidad de establecer colaboraciones con diversos profesionales
(fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales, psicólogos...) es mayor,
ya que la propuesta nace de un trabajador del centro. Pero eso no elimina los riesgos.
El profesional debe contar con que el nivel de conocimiento de qué son las IAA
puede ser bajo entre el resto del personal, lo que hace más necesario aún realizar un
trabajo de difusión de los parámetros dentro de los cuales se desarrollará la intervención.
En el capítulo 6 se comentó que el público general suele concentrarse más en los
animales que en el trabajo que subyace, y que los planes de formación de grado no
suelen dar información sobre las IAA. La investigación desarrollada en España subraya
que trabajar con animales puede llevar a los profesionales del centro a percibir la IAA
como un proceso principalmente lúdico. La intervención desarrollada por un interventor
interno corre especial riesgo de ser confundida con un trabajo voluntario —frente a las
intervenciones desarrolladas por entidades externas centradas en las IAA—, lo cual
puede llevar a devaluar la propuesta.

1.4.4. Equipos mixtos

Aunque no es el formato más popular, existe la opción de que un profesional del


centro quiera incorporar las intervenciones asistidas por animales al elenco de
tratamientos ofertados, pero que no disponga de los medios para hacerlo. En estos casos,
el programa será dirigido por este profesional, pero existe la opción de añadirse a las
sesiones como guía del animal.
En estos casos, la labor de asesoramiento será inexcusable, a fin de garantizar que el
equipo del centro conozca los límites de la intervención, realizar una adaptación de
actividades asumible por las características del animal, etc. En todo caso, ceder el animal
para que sea guiado por una persona desconocida queda descartado, ya que esto elimina
parte de la protección ante el estrés de los animales (que responden mejor cuando están
acompañados de personas conocidas, como se discutió en el capítulo 4) y puede

196
dificultar la detección temprana del malestar a través de observación, además de facilitar
una imagen —errónea— de que el animal sabe lo que tiene que hacer.

1.5. Una reflexión sobre la identidad profesional de los interventores


de IAA

En último lugar, cabe plantear una reflexión. España ha registrado un fuerte


crecimiento en el número de entidades dedicadas a la implementación de intervenciones
asistidas por animales. En un estudio nacional, Martos, Ordóñez, De la Fuente, Martos et
al. (2015) identificaron hasta 57 entidades con actividad, aunque es probable que muchas
otras hayan quedado fuera del estudio por falta de visibilidad —por ejemplo, iniciativas
locales— o porque su aparición haya sido posterior. La identificación con las IAA puede
tener más sentido en el caso de las organizaciones sin ánimo de lucro —asociaciones y
fundaciones—, pero si un profesional de la Psicología, Trabajo Social, Educación...
ofrece sus servicios profesionales a través de una empresa, ¿hasta qué punto tiene
sentido aferrarse únicamente a las IAA? Si una persona o colectivo acepta trabajar con
enfoques más tradicionales, ¿es pertinente incluir animales, con las dificultades que esto
conlleva para el interventor y el propio animal?, ¿se rechazará hacer intervenciones que
no incluyan al animal, aunque queden dentro de su ámbito profesional?
Identificar la labor del profesional con la inclusión de animales puede parecer una
buena operación para ganar visibilidad, pero a la vez limita la entrada de demandas que
puede atender. Además, potencia la idea de que las IAA son una forma de intervención
propia, y no una versión de las intervenciones al uso. Quizá tenga más sentido incluir las
IAA dentro del catálogo de recursos disponibles, en lugar de identificarse solo a través
de las mismas. Será interesante valorar la evolución de esta cuestión en los próximos
años.

2. ROLES DE LOS ANIMALES

Pasamos en este punto a discutir los roles desempeñados por los animales en las
intervenciones. Probablemente, este es el punto que más preguntas suscita a cualquier
colega profesional cuando se nombran las IAA. ¿Qué hace el caballo? o ¿cómo
adiestras al perro? son preguntas acostumbradas para cualquier profesional que realice
intervenciones que incluyen animales. Por tanto, debe ser atendido de manera especial.
Este epígrafe se sustenta sobre dos ideas básicas: que el animal representa una ayuda,
pero no debe eclipsar a la técnica; y que lo que hace el animal no tiene demasiada
importancia. En torno a estas premisas existe un debate vivo, que en realidad no
pertenece per se al campo de las IAA, sino a las distintas tradiciones de las que se nutre
este ámbito. Pero las personas que trabajen con animales deben darles respuesta, por lo

197
que discutirlas en este texto resulta pertinente.
Como se comentó en los capítulos dedicados a la introducción conceptual y al análisis
del valor añadido de las IAA (1 y 5, respectivamente), una parte importante de las
definiciones de IAA se construyen colocando al animal en el centro, protagonismo que
dificulta el encaje de estas intervenciones dentro de cualquier disciplina.
Otorgar el protagonismo a los animales devalúa el trabajo del profesional, carga toda
la responsabilidad al vínculo humano-animal (valioso, pero sin dirección estratégica ni
capacidad de dar respuesta a necesidades personales) y crea una discontinuidad en el
discurso que aísla a las IAA, como si fueran cualitativamente diferentes a otras formas
de intervención. La perspectiva defendida a lo largo de este volumen es que los animales
aportan diferencias muy sensibles en la probabilidad de éxito de muchos programas —
como un componente añadido—, pero que el cambio a medio y largo plazo se produce a
través de los procedimientos contemplados en las disciplinas sobre las que se integran.
Esta aproximación permite que las IAA se nutran de las bases teóricas y elementos
técnicos de las Ciencias de la Educación, Psicología, Terapia Ocupacional... a la vez que
subraya la obligación de cumplir con sus requisitos legales, éticos y formativos.
Por otra parte, frente a la idea de que los animales deben realizar tareas complejas
basadas en un adiestramiento muy avanzado, la opción defendida en este libro es que los
beneficios de la interacción con animales no se derivan de la espectacularidad de las
acciones. Muchas personas conviven con animales sin ningún tipo de habilidad especial
y disfrutan de su compañía y de un buen número de efectos positivos —tranquilidad,
apoyo, diversión...—. Si una persona necesita que el caballo se yerga sobre dos patas o
que el perro realice rutinas muy complejas para prestar atención, la inclusión de animales
no parece una buena elección.
Adoptar estos principios tiene sentido de cara a profesionalizar el ámbito de las
intervenciones asistidas, ya que difícilmente serán reconocidas como válidas si no juegan
bajo las mismas reglas que cualquier otro ámbito de intervención humana. Pero también
tiene implicaciones para el bienestar animal. Dado que las IAA nacen de la intersección
entre una disciplina profesional —por ejemplo, la Psicoterapia— y los beneficios de la
interacción humano-animal, la presencia del animal no es central, sino complementaria.
Esto quiere decir que, en caso de ser necesario por criterios técnicos, el animal puede
pasar inactivo gran parte de la sesión, mientras el profesional realiza un trabajo
psicoterapéutico tradicional. Igualmente, la intervención se realizará sin el animal si este
sufriera algún contratiempo —enfermedad, estrés, etc.—. El único ámbito en que se
podría aducir una pérdida es en el del marketing a corto plazo, ya que los vídeos resultan
más llamativos cuando los animales hacen cosas poco frecuentes. Pero el objetivo de las
intervenciones es mejorar la situación de las personas a las que atendemos, y eso suele
tener poco de espectacular.
Comentados estos principios, pasamos a describir las acciones que se canalizan a
través de los animales en las sesiones. Dado que una clasificación exhaustiva de las

198
conductas —caminar, sentarse, girar— es totalmente inviable, y que hacer una
clasificación de las intenciones de cada ejercicio —trabajar la memoria, facilitar la
movilidad— debe afrontarse desde la disciplina sobre la que se anida la intervención, la
propuesta que se presenta gira en torno a la posición que el animal desempeña dentro de
los procesos guiados por el interventor, distinguiéndose un continuo desde la máxima
exigencia hasta operaciones que solo implican trabajar sobre un nivel simbólico —es
decir, desde la máxima hasta la nula implicación—.
El lector encontrará muchos ejemplos de tareas que pueden quedar en una zona gris
entre categorías. Esto sucede porque esta clasificación no aspira a servir como paradigma
en el crecimiento científico del área, sino que busca dar una respuesta sencilla a la
pregunta de qué actividades se pueden hacer con animales dentro de distintos contextos
de intervención, cubriendo objetivos formativos que no encuentran respuesta en la
literatura previa.

2.1. Trabajo con el animal

Las personas que conviven con animales realizan muchas actividades que implican
interacción. Dentro de estas, existe un buen catálogo de cuestiones que implican una
actividad del animal, como pasear con el perro, jugar con el gato o entrenar con el
caballo. Es decir, humano y animal de compañía se mantienen activos durante la
interacción —aunque con roles diferentes—.
Existen ejemplos que implican una alta tecnificación —como realizar un circuito de
agility, sesiones de adiestramiento o alguna disciplina hípica— que pueden incorporarse
a las IAA si las personas implicadas tienen experiencia y el animal está preparado para
realizarlas sin riesgos, pero pueden entenderse como un extra.
Como se ha argumentado en la parte inicial del libro, la interacción humano-animal y
los beneficios asociados se derivan de cuestiones bastante básicas, como el encaje entre
especies, la asociación —condicionamiento— del animal con eventos gratificantes o la
sensación de apoyo percibido, elementos que aparecen de manera espontánea. Si alguien
disfruta en compañía de animales, difícilmente va a exigir espectáculo para trabajar con
ellos, así que la recomendación es no sobreexigir al animal. Esto protege su bienestar —
menor exigencia— y alarga la vida de la intervención, ya que empezar en niveles muy
altos de espectacularidad deja poco margen para la mejora (cabe insistir en que el
cambio se produce a través del trabajo del profesional, no se deriva de lo que el animal
haga).
Mención especial merece la inclusión de especies salvajes. Dado que no han pasado
el proceso de domesticación —por selección paulatina—, estos animales no han
desarrollado los mecanismos de control del estrés necesarios para mantener interacciones
activas. Igualmente, especies como el perro han demostrado tener mecanismos que les
permiten ajustarse mejor al estado emocional de los humanos que sus congéneres

199
salvajes —lobos (Morell, 2013)—, por lo que las opciones de interacción son mucho
más ricas y variadas. Incluir animales salvajes entraña riesgos para estos mismos
animales y su rendimiento será, con toda probabilidad, peor. ¿Por qué optar por su
inclusión? Si lo que buscamos es una foto bonita, sustituyamos al terapeuta por el
futbolista de moda. ¿Le encuentran sentido? Entonces el debate está próximo a zanjarse.

2.2. Trabajo sobre el animal

Existe otro buen número de actividades que los humanos realizan y en las que los
animales de compañía tienen un rol pasivo. Por ejemplo, cepillarlos, bañarlos,
acariciarlos... La diferencia con el epígrafe anterior es que el animal no tiene por qué
hacer gran cosa, más allá de aceptar ser manipulado.
Nuevamente, existen grados en la exigencia de estas actividades. Acariciar a un gato
es poco exigente en comparación con colocarle apliques de pelo (pinzas, gomillas, etc.).
Igualmente, recibir el contacto de una mano es menos estresante que ser manipulado por
muchas personas a la vez. Un ejemplo de actividad de alta demanda sería colocar
disfraces (prendas adaptadas, diademas, gorras, etc.) a los animales, lo que puede
suponer presión sobre determinadas partes del cuerpo, peligro de enganche si tienen
botones o cremalleras, etc.
Las actividades basadas en la manipulación de los animales exigen menos trabajo,
pero no por ello serán menos estresantes. De hecho, mantenerse quieto evita el uso de
estrategias conductuales que ayudan a disminuir el estrés. Para prevenir el malestar,
pueden combinarse tres elementos: una correcta selección —para individuos que exijan
poca actividad, mantenerse quietos será mucho más sencillo—; un entrenamiento que
permita la habituación gradual a los ejercicios que se realizarán —y que posibilite
detectar límites para no sobrepasarlos en las sesiones—; y utilizar materiales que
admitan reducir el impacto de la manipulación, como el uso de petos o arneses de
trabajo.
Un ejemplo destacado dentro de este epígrafe sería el uso del denominado «perro
alfombra» o «perro almohada», actividades en las que el animal queda tumbado en el
suelo y un participante se apoya sobre su torso para realizar un trabajo. Es un tipo de
actividad utilizado con personas diagnosticadas con trastornos de espectro autista o con
altos hándicaps de movilidad, y permite un contacto muy estrecho con el animal. Este
trabajo puede resultar muy exigente para el perro, tanto por el contacto continuado como
por la exigencia mecánica —tener que mover el peso de la cabeza del usuario para
respirar— y por mantener una misma postura durante un tiempo continuado. La
literatura no ofrece información empírica sobre los efectos de este tipo de trabajo sobre
el perro, que sería necesario analizar a fin de comprobar los costes del ejercicio.

200
2.3. Trabajo para el animal

Las intervenciones asistidas por animales obedecen a una programación concreta y


tienen una duración discreta —al contrario de la interacción humano-animal, que puede
darse de manera espontánea y continuada a lo largo de toda la semana—. Esto significa
que, incluso si la frecuencia de las sesiones es alta, el tiempo entre sesiones es muy
superior al tiempo de sesión. Por tanto, aprovechar este período de ausencia es muy
relevante.
Trabajar para el animal supone realizar acciones motivadas por la búsqueda del
bienestar del animal o para el buen funcionamiento de las intervenciones que los
incluyen. Posibles ejemplos comprenden pedir a los participantes que preparen un regalo
para el perro en un taller ocupacional o que practiquen un movimiento concreto en las
sesiones de fisioterapia, etc. Estas operaciones permiten establecer puentes o sinergias
entre las IAA y otras intervenciones desarrolladas por el personal del centro, mejorando
la adherencia de los participantes que no suelen acudir, pero que sí disfrutan de las
sesiones con animales.
Este tipo de actividades suele incorporarse a las sesiones cuando ya existe un vínculo
con el animal. El equipo de intervención debe conocer el plan de trabajo de los demás
programas para la semana próxima a fin de obtener una coordinación efectiva —de nada
serviría pedir un trabajo que no va a realizarse, salvo para aumentar la sensación de
fracaso y frustración—. Antes de finalizar una sesión, se pregunta al grupo qué actividad
querrían desarrollar la próxima sesión, y se determina algún objeto, movimiento o
complemento que podría ser necesario para completarla —es decir, se localiza una
acción reforzadora para el grupo y se establece una tarea intermedia para lograrla—.
Ejemplos de esto serían la creación de adornos propios de una festividad (Navidades,
ferias locales...), que se usarían en la siguiente sesión para realizar una actividad, y que
podrían utilizarse para sacar fotos de grupo. Estas fotos serán entregadas en la siguiente
sesión, donde se preguntará quién se las va a quedar para generar nuevos pasos: si
deciden regalarlas a sus familiares, se puede organizar un taller sobre envío de
correspondencia —lectoescritura, motricidad fina—; si prefieren quedárselas en su
cuarto, se puede proponer preparar un soporte o marco —lo que permite entrenar
destrezas referidas a cortar, pegar, pintar, etc.—. Si un grupo de adolescentes en riesgo
de exclusión social aprende adiestramiento, proponer una actividad en el exterior —
ejercitar mediante circuitos de agility— hace pertinente dedicar horas a la fabricación de
materiales en talleres profesionalizantes. El universo de opciones es prácticamente
inagotable.
Estos ejemplos sirven como primera guía, pero en este apartado prima la flexibilidad.
Es importante mantener el foco sobre la unión entre medios y fines, teniendo en cuenta
que el objeto en sí puede no ser relevante. Al igual que en el caso de las IAA, hacer un
marco de foto, un objeto con barro o completar fichas de lectoescritura no son fines, sino

201
medios para mejorar una habilidad o capacidad personal. Por ello, es más relevante
aprovechar las oportunidades que el grupo brinda al expresar sus intereses que seguir
una actividad diseñada antes de conocer al grupo.
Como ventaja, las actividades desarrolladas para el animal permiten obtener
resultados evaluables —asistencia a otros talleres, realización de productos solicitados
—, a la vez que aumentan la integración del participante en la vida del centro, y todo a
un coste prácticamente nulo —los talleres ya se realizan, por lo que el coste no varía—.
Por tanto, son un ejemplo perfecto de alta eficiencia, y abren la puerta al mantenimiento
de las mejoras una vez el programa de IAA se extinga, ya que los participantes que se
adhieran a otras intervenciones podrán seguir mejorando con los recursos propios del
centro.
Como nota final, es recomendable que la realización de las actividades para el animal
sirva como potenciador de la recompensa, pero no como elemento para apartar a nadie
de las actividades de intervención asistida. Si unos participantes traen el producto
encargado y otros no, todos obtendrán una foto, pero solo los que han realizado el
trabajo tendrán un elemento distintivo para enseñar a familiares o compañeros. Es
normal que las personas que no suelen acudir a otros talleres necesiten algunos intentos
para volver a sumarse, y castigar su no participación puede conllevar la pérdida de la
confianza generada. Es recomendable animar a que se sumen al próximo taller para que
obtengan el reconocimiento y reforzamiento del resto de compañeros, más que señalar
las carencias.

2.4. Los animales en el plano simbólico

Bajo este epígrafe se clasifican actividades que implican un plano simbólico,


abstracto, de modo que el trabajo se desarrollará en torno a anima-les que ni siquiera
están presentes. Lógicamente, una intervención que incluye animales solo en este plano
representacional —como trabajar valores de respeto hacia los animales en un aula— no
será calificada de intervención asistida por animales. Pero la experiencia práctica
muestra que trabajar con animales suele ayudar a conectar con recuerdos y experiencias
en los participantes, por lo que estar preparados para trabajar con estos contenidos ofrece
más oportunidades para gestionar el cambio.
La mayoría de las personas que conviven con animales los considera parte de la
familia, pero no todos los interventores van a rastrear el historial de animales domésticos
al realizar una evaluación —por ejemplo, al trazar el genograma—. Estos animales
pueden tener un papel relevante en la amortiguación de eventos estresantes o servir
como apoyo en caso de conflicto interpersonal —a menudo, son el único componente del
hogar con el que todos mantienen una relación positiva—. No tenerlos en cuenta puede
suponer obviar información relevante de cara a tomar ciertas medidas —muchos centros
residenciales o de acogida no permiten la entrada de animales, lo que dificulta tomar la

202
decisión de acudir a recursos dirigidos a personas mayores, personas sin hogar o mujeres
supervivientes de violencia de género, por citar algunos ejemplos—.
Quizá preguntar directamente si una persona convive con animales y si los considera
parte de la familia resulte demasiado abrupto, atrayendo la atención hacia un debate que
puede no interesar en ese momento. Al fin y al cabo, no todas las personas consideran a
los animales como parte la familia. Una forma sencilla de evaluarlo consiste en
preguntar: ¿quiénes vivís en casa? y esperar a ver si se nombra a perros, gatos u otras
especies. En intervenciones familiares, los animales de compañía pueden facilitar un
contexto menos conflictivo por donde comenzar la exploración —aunque no hay que
descartar que puedan ser elementos de pelea, por supuesto—.
Adicionalmente, es muy probable que las personas que participen de una IAA
recuperen de manera espontánea experiencias vividas en relación con otros animales,
como suele ocurrir dentro de otros contextos de interacción social. Probablemente, la
mayor parte de los recuerdos serán de signo positivo, pero es frecuente que alguno de los
participantes haya perdido algún animal de compañía, y eso puede despertar tristeza.
También existen historias referidas a mordeduras, lesiones y prácticas que pueden
resultar controvertidas o tener impacto para el equipo de intervención —como el uso de
perros para la caza, tener aves enjauladas como reclamo, tauromaquia...—. De modo
resumido, las IAA ofrecen un contexto al cual traer contenidos personales referentes a
animales, de los cuales algunos pueden suponer un apoyo para las acciones diseñadas,
mientras que otros pueden tener un efecto negativo sobre las opciones de éxito.
La aparición de contenidos no directamente relacionados con la intervención no es un
fenómeno exclusivo de las IAA, pero la conexión emocional que la mayor parte de las
personas forjan con sus animales de compañía hace que su irrupción sea especialmente
difícil de obviar. Por tanto, para que puedan ser manejadas a favor de los objetivos de la
intervención, es importante tomar una serie de decisiones. Por ejemplo, si el profesional
no tiene los recursos necesarios para hacer frente a este tipo de demandas (por
formación, tiempo, número de sesiones, etc.), hacer preguntas que lleven a bucear en el
pasado (¿quién ha tenido perro en casa?) no es la mejor opción, siendo recomendable
preguntar sobre la situación presente (¿a quién le gustan los animales?) y realizar
indicaciones más centradas en la conducta evidente (mira lo que hace el gato) que sobre
su estado interno (creo que el gato se siente...). El manejo de estos elementos narrativos
será tratado con mayor detalle en el capítulo 8.
Con estas notas no se pretende decir que traer recuerdos y emociones a las sesiones
sea negativo, pero si no se cuenta con los recursos adecuados, es fácil verse atrapado en
una situación que bloqueará la sesión, sin solución óptima.
Prepararse para trabajar con estos contenidos forma parte de la formación en
disciplinas que trabajan con grupos humanos. Pero en lo que a los animales respecta,
reflexionar sobre la concepción personal de los animales de compañía, sobre la propia
biografía y sobre las percepciones actuales permitirá anticipar parte de estos conflictos.

203
En la primera parte del libro (capítulos 2 a 4) se exploran parte de las áreas
potencialmente conflictivas, pero si se desea una revisión más amplia, el libro de Hal
Herzog (2011a) es una fuente recomendable.

2.5. Las funciones que los animales no deben desempeñar

Por tanto, los animales pueden ocupar una variedad de posiciones dentro de los
programas de intervención. Dado que las acciones desarrolladas no son fines en sí
mismos, sino que sirven como plataforma para realizar las tareas propuestas desde
distintas disciplinas profesionales, establecer un catálogo de actividades —el animal se
sentará, jugará y buscará objetos— y funciones no es pertinente, más allá de servir como
ejemplos para las personas que supervisan o autorizan la intervención desde la dirección
del recurso.
No conviene terminar este apartado sin mencionar los límites de las exigencias a las
que se pueden ver sometidos los animales que participan de las sesiones. Aunque es un
tema que se retomará específicamente en el capítulo 9 (referido a ética y bienestar), en
este momento es preceptivo señalar una de las normas básicas para cualquier profesional
que desarrolle programas de IAA: jamás debe solicitar acciones que queden claramente
fuera del conjunto de conductas naturales (etograma) de la especie con la que trabaje
(Animal Assisted Intervention International, 2015). Esto incluye la noción de no exigir al
animal que soporte tratos para los que no está filogenéticamente o madurativamente
preparado —por ejemplo, contacto físico con animales salvajes o con crías de corta edad
—. También supone que no se solicitará realizar acciones que pueden dañar a los
animales, bien sea por acción de los seres humanos —manipulaciones bruscas, tirones
del pelo, golpes— o por la misma conducta del animal —por ejemplo, exigir a un perro
saltos o que trabaje durante períodos largos sobre dos patas, que son ejercicios agresivos
para las articulaciones—.
El objetivo es mejorar el bienestar humano, pero no a costa de infligir daño a los
animales.

3. MARCO ESPACIAL DE LA SESIÓN

Las intervenciones asistidas por animales pueden ser desarrolladas en una amplia
variedad de espacios, siempre que permitan llevar a cabo las actividades de manera
cómoda y segura. En este epígrafe se revisarán algunas de las necesidades prototípicas,
centrando la atención en las intervenciones realizadas mediante visitas a un centro.

3.1. Acceso a la sala de trabajo

204
El itinerario de entrada a la sala donde se desarrolla la intervención debe ser
cuidadosamente establecido para evitar varios riesgos. En primer lugar, no todas las
personas que conviven en un centro aceptan de buen grado que los animales entren en su
lugar de residencia; en segundo lugar, existen riesgos asociados a la higiene que
necesitan ser controlados; y, en tercer lugar, es necesario que la introducción se realice
de manera segura y cómoda para humanos y animales.
Estos retos pueden ser superados mediante el diseño (y consignación en el proyecto)
de un itinerario fijo. Una fórmula sencilla consiste en localizar la salida de emergencia
más cercana a la sala y utilizarla para acceder y salir del centro, estableciendo el trayecto
más corto disponible. Este itinerario debe evitar pasar por zonas comunes siempre que
sea posible, especialmente las utilizadas como comedor o para administrar cuidados
enfermeros, médicos o fisioterapéuticos.
En caso de no ser posible cumplir estos requisitos, es recomendable el uso de un
trasportín para cubrir esta distancia. Si el animal es grande, añadirle ruedas puede
facilitar mucho el transporte.
Por último, es necesario destacar un riesgo especialmente difícil de detectar: el
contacto de las personas no participantes —incluyendo el personal del centro— con los
animales durante el trayecto. Aunque este contacto no puede ser considerado negativo
per se, lo cierto es que someter al animal a manipulaciones innecesarias a lo largo del
itinerario, sobre todo si usamos la entrada principal o atravesamos zonas comunes, no
está exento de riesgos. Estas interacciones, a menudo cortas pero múltiples, pueden
provocar un estrés y/o sobreexcitación en el animal, además de producir retrasos en el
inicio de las sesiones. Por ello, además de diseñar un itinerario que prevea estas
circunstancias, puede ser interesante comunicar al personal que las interacciones solo
pueden realizarse al terminar, nunca al empezar.

3.2. Tamaño y disposición

En primer lugar, es necesario asegurar que el espacio es lo suficientemente grande


como para desarrollar la intervención. En general, las sesiones se vuelven más
controlables si los participantes permanecen sentados y la disposición es constante, por
lo que la recomendación es colocar sillas formando una herradura —si hay sillas de
ruedas, conviene accionar el freno para evitar desplazamientos involuntarios—. Esta
herradura puede cerrarse en círculo colocando la silla del interventor, o quedar abierta
para facilitar la incorporación y retirada del animal.
Si el trabajo incluye animales pequeños, colocar una mesa en el centro con las sillas
alrededor puede facilitar el trabajo. Sin embargo, cuando se cuente con la participación
de animales que deambulan —principalmente perros—, mantener una separación
mínima entre sillas resulta recomendable por dos razones: permite que el guía acompañe
y haga de pantalla al perro en aproximaciones laterales, evitando que los participantes

205
tengan acceso fuera de su turno; y posibilita que el animal dé la vuelta por detrás de la
silla para volver al área de trabajo, en lugar de tener que caminar hacia atrás.
En el caso de que algunos de los miembros tengan necesidades especiales para la
presentación del animal durante los ejercicios —movilidad reducida, úlceras o vendajes
en una pierna que obliguen a concentrar el trabajo en el lado contrario, etc.—, estas
deben ser tenidas en cuenta para realizar las adaptaciones oportunas. Muchas de estas
dificultades pueden ser solventadas colocando a la persona en un extremo de la
herradura —de modo que se gane un espacio extra— o dejando mayor separación entre
las sillas.
Si la intervención se realiza con caballos o con otros animales de granja, la
disposición espacial vendrá determinada por el centro que se visita. Como sugerencia
general, es recomendable comprobar que las instalaciones cuenten con los permisos
legales para acoger la visita —como un seguro de responsabilidad civil y un permiso de
apertura—, así como aulas o salas en las cuales se puede realizar parte del trabajo en
caso de ser necesario guarecerse por razones climatológicas.
Por último, conviene recordar que los animales no se mantienen en fase activa
durante toda la sesión. Por ello, es importante habilitar una zona de descanso fuera del
alcance y de la visión de los participantes, a fin de evitar distracciones, donde el animal
dispondrá de agua. Esta zona puede conformarse usando una mesa y/o sillas, que harán
de pantalla para el animal.

3.3. El equipamiento de la sala

Una sala de tamaño medio con unas sillas puede ofrecer un contexto adecuado para
desarrollar las intervenciones. Sin embargo, algunos aspectos contextuales pueden influir
sobre el funcionamiento de las sesiones, por lo que conviene tenerlos en cuenta al
seleccionar el espacio.
Un primer aspecto tiene que ver con la ventilación, necesaria para evitar la aparición
de olores y el empeoramiento de cualquier sensibilidad al pelo. Igualmente, controlar la
temperatura es importante, ya sea por exceso — los perros no sudan, sino que corrigen la
temperatura jadeando— o defecto —además del impacto sobre su bienestar, se
producirán reacciones evidentes como erizar el pelo o ahuecar las plumas, fácilmente
perceptibles por los participantes—.
Si se trabaja con animales que deambulan, atender a los materiales del suelo nos
permitirá prever ciertas dificultades, especialmente relacionadas con deslizamientos y
resbalones —que pueden ser paliados mediante el uso de toallas o alfombras—. Es
necesario atender a la existencia de ventanas, tanto por el riesgo de escape de algunos
animales (gatos, aves...) como por ser fuente de ventilación. También debemos
comprobar que la iluminación es adecuada para el trabajo a realizar.
En tercer lugar, es recomendable explorar el mobiliario existente en la sala. Si la

206
intervención se desarrolla en zonas habilitadas para la terapia ocupacional o actividades
de ocio, es probable que exista mobiliario en el cual guardar materiales (estanterías,
cajoneras, arcones...). Estos muebles pueden servir como soporte para algunas
actividades (juegos de esconder objetos, apoyo para pictogramas, etc.) y tienen un
impacto positivo sobre la estética (más agradable que una sala desnuda) y la acústica (el
mobiliario vertical reduce el eco, que puede resultar molesto). Estas advertencias no son
baladíes, ya que no es infrecuente que las intervenciones asistidas queden relegadas a
espacios en los que la dirección del centro considera que no se generará suciedad
asociada a los animales. Por ello, comprobar el espacio es importante, aunque de facto
casi cualquier sala pueda servir para desarrollar la intervención.
En el caso de visitar una granja escuela o centro hípico, los espacios estarán
adaptados a las necesidades y actividades desarrolladas por los animales, por lo que la
atención se centra más en los requisitos para los participantes humanos. Cuestiones
como el uso de materiales no deslizantes y la existencia de servicios o áreas de descanso
deben ser comprobadas, con especial atención a si están adaptados a personas con
movilidad reducida.

4. MANEJO DE LA TEMPORALIDAD

La dimensión temporal guarda una estrecha relación con el número de personas


participantes y con los objetivos propuestos. Dentro de cada disciplina existen prototipos
de programas que pueden ayudar a tomar estas decisiones: como se argumentó al hablar
de eficacia y eficiencia (capítulo 5), las IAA no deben ser comparadas con una situación
de no intervención, sino con un programa similar que no incorpore animales. Por tanto,
la temporalidad será similar a la del programa de base —si en una escuela las sesiones
duran una hora, esa será la duración de cada sesión de IAA—.
A continuación, se exploran dos aspectos de la disposición temporal de las sesiones.
En primer lugar, se analizarán la duración y secciones a contemplar dentro de una sesión
y, en segundo lugar, se comentarán algunas cuestiones básicas para mejorar su
desarrollo.

4.1. Secuencia típica de una sesión

En general, las intervenciones que incluyen animales se ajustan a una duración que
ronda los 60 minutos, desde el inicio a la conclusión. Sobre este período es necesario
añadir un tiempo suficiente para dar descanso a los animales si hay otra sesión a
continuación y realizar las anotaciones pertinentes (por ejemplo, consignar la asistencia,
implicación en las actividades, etc.).
Como estructura básica, se suele incluir una fase de apertura o saludo, entre uno y tres

207
ejercicios —en función del número de participantes— y una sección dedicada a la
despedida. Este esquema se resume en la figura 7.1.
La apertura de la sesión coincide con el primer contacto con cualquiera de los
participantes. A menudo, los profesionales sitúan el comienzo de la sesión en el
momento en que se inician las técnicas propias de la disciplina que ejercen, pero el
contacto humano empieza, valga la redundancia, desde que hay un contacto de cualquier
tipo. Este principio podría identificarse fácilmente con el primer axioma de la
comunicación humana propuesto por Jackson, Watzlawick y Bavelas (1967): toda
conducta humana puede ser entendida co-mo un acto comunicativo, por lo que resulta
imposible no comunicar. Aunque es más sencillo de ilustrar con un ejemplo en primera
persona. ¿Quién no se ha quedado esperando a que alguien —ya sea en la consulta del
médico o en la panadería— le atienda, mientras que su interlocutor permanece abstraído
en otras tareas? ¿Qué tal se sintió?
La comodidad de los participantes es un elemento importante para forjar la alianza de
trabajo, pero en el caso de las intervenciones asistidas por animales, las situaciones
socialmente incómodas pueden resultar aún más llamativas —al fin y al cabo, se espera
que la presencia del animal ayude a percibir el contexto de intervención como más
amable que el de otras intervenciones al uso—.
La fase de presentación o saludo busca reservar un espacio a la calidez, a la
activación y motivación de los participantes para desarrollar la sesión. Pero más allá del
cuidado del clima relacional que se da en estos primeros momentos —de aspecto más
informal—, es importante desarrollar una primera secuencia que sirva para dar por
iniciada la sesión, captando la atención de los participantes y fijándola sobre las
indicaciones del interventor. Por lo general, consistirá en ejecutar una rutina de saludo
con el animal siguiendo un orden previamente negociado —llamar, acariciar, pasar el
turno—.
El segundo segmento de la sesión corresponde con la ejecución de actividades que
permitan cubrir el trabajo diseñado para cada participante. El número de ejercicios es
variable, debiendo mantener siempre en mente que los ejercicios no son nunca fines en sí
mismos, sino medios para trabajar una necesidad específica. En este sentido, dedicar
tiempo a elegir el ejercicio, el orden en que se realizará, detallar los pormenores con el
grupo... puede ser más valioso de cara a gestionar el cambio que la ejecución en sí, salvo
que se trabaje una destreza motora o se busque perfeccionar el seguimiento de una
secuencia concreta. Por ello, aunque es previsible que las primeras sesiones incluyan un
contacto más intenso con el animal, el interventor debe comprobar si es posible mantener
períodos cada vez más largos de trabajo sin que dicho animal participe. Mientras que los
participantes estén dispuestos a trabajar, no debemos marcar ningún tiempo mínimo de
acción para el animal —si algo funciona, ¿para qué intentar modificarlo artificialmente?
—.
Cuando el trabajo se desarrolla en grupos, establecer momentos diferenciados para

208
que cada participante interactúe con el animal permite una mejor supervisión de la
acción, aunque también supone que mientras que una persona trabaja con el animal hay
varias que permanecen a la espera. La incorporación de dos profesionales —uno
dedicado a la implementación del programa y otro centrado en la guía del animal—
permite solventar esta dificultad. En el siguiente apartado se incluye un ejemplo de cómo
diferenciar y coordinar los roles de estos dos profesionales.
Por último, la sesión debe disponer de una rutina que facilite darle un cierre. Durante
los momentos finales, el interventor avisará de la proximidad del final, manejará el
discurso de los participantes para evitar la aparición de nuevos contenidos de alta
implicación emocional —ya que no dispondrá de tiempo para trabajarlos— y se
despedirá al animal.
En esta franja temporal puede ser interesante solicitar información sobre la valoración
de la sesión, localizando puntos fuertes y planteando opciones para la siguiente fecha
(por ejemplo, se puede pedir al grupo que elija un ejercicio o actividad para desarrollar, a
fin de traer los materiales adecuados). Esta información permite además introducir tareas
a realizar durante la semana en otros talleres —para el animal— y dar respuesta a las
preferencias de los participantes sobre qué actividades, dinámicas o productos les
resultan más reforzantes y significativos —realizar fotos, preparar una actividad al aire
libre, organizar una sesión con familiares...—.

209
Figura 7.1.—Estructura básica de las sesiones de IAA gru-pales.

4.2. Manejo del tiempo y las secuencias para mejorar las sesiones

Como se argumentó en el capítulo dedicado al diseño longitudinal, la estética y la


narrativa que envuelven a las intervenciones asistidas por animales sirven como máscara
o pantalla, facilitando la implementación de técnicas con un aspecto más humanizado y
natural que otros enfoques tradiciones. Sin embargo, el trabajo subyacente responde a las
mismas exigencias y se ancla en las mismas bases teóricas de las profesiones desde las
que se actúa. Repetir esto resulta relevante porque el profesional debe tomar decisiones
que hagan probable alcanzar los objetivos sin romper la percepción de que el encuentro

210
tiene un carácter lúdico (si los participantes trabajaran bien con un enfoque tradicional,
la inclusión del animal sería difícil de justificar). Por ello, prevenir los contratiempos es
mejor que tener que corregirlos una vez aparecen.
Como primera recomendación, conviene que el interventor atienda al orden con el
que los participantes realizan las actividades. En el trabajo en grupos es esperable que
existan diferencias en cuanto a iniciativa, que se traduce en que unos participan en
primer lugar y otros al final. Esto debe ser manejado para no alimentar las diferencias
presentes en el grupo; si no, las personas con mayor autonomía o con menor control de
impulsos ocuparán siempre los primeros puestos y tomarán la mayor parte de las
decisiones, representando una amenaza para la adherencia del resto.
Una forma típica de iniciar las sesiones consiste en preguntar quién quiere ser el
primero en realizar una acción (por ejemplo, el saludo). Si el interventor busca fomentar
el vínculo, entonces puede iniciar la rutina de saludo con esta primera persona mientras
atiende a otros componentes —preguntando quién quiere ser el siguiente—. Pero si
busca mejorar el control de impulsos o evitar el exceso de efusividad, entonces puede
dirigir una pregunta a este primer voluntario, del tipo ¿y después de a ti, a quién crees
que querrá saludar? Esto permite dar una respuesta dirigiendo la atención hacia el
grupo, no hacia la satisfacción de las necesidades personales (para una clasificación de
los efectos de distintos tipos de pregunta, se recomienda la propuesta clásica de Karl
Tomm, 1988).
El profesional que gestiona el grupo debe buscar en su propia profesión las pautas y
técnicas adecuadas para mejorar el flujo de trabajo, pero es posible delimitar una
advertencia genérica: si se desea que el grupo alcance soluciones diferentes a los retos
planteados, el interventor no debe reproducir los mismos esquemas de interacción que lo
han traído hasta aquí. Un ejemplo de esto aparece cuando el interventor intenta acelerar
el proceso y completa las frases o da excesivas pistas a un participante con dificultades.
Si el interventor toma la iniciativa, ¿cómo va a ayudar a esta persona a ganar autonomía?
Si no aceptamos los errores ni las dificultades, ¿cómo vamos a facilitar que se tomen
riesgos o se hagan pruebas? A menudo, la buena intención juega en contra de los
objetivos marcados. Si se pretende que el grupo gestione sus propias necesidades, el
interventor no debe dar respuesta directa a todas las cuestiones, sino animar a que
interactúen entre ellos (véase figura 7.2).

211
Figura 7.2.—Esquema de funcionamiento con el interventor ofreciendo respuestas
directas (izquierda) y el interventor solicitando al participante que interactúe con sus
compañeros (derecha).

Igualmente, cada sesión tendrá varias etapas o actividades, lo que permite otorgar la
iniciativa a distintas personas. Pero el número de momentos para operar es superior. Por
ejemplo, si la sesión incorpora a más personas que ejercicios, el interventor puede
solicitar ayuda a alguno de los participantes «para poner orden», ayudando a supervisar
la secuencia en que se realizan las actividades. A pesar de que los participantes acuden
para realizar actividades en torno a los animales, establecer una buena alianza de trabajo
hace que el contacto con los interventores gane valor intrínseco, lo que multiplica los
elementos que pueden servir para generar un clima emocional que sirva como soporte al
cambio.
Cabe recordar, por enésima vez, que en las IAA coexisten dos realidades paralelas: la
experimentada por los beneficiarios, que acuden a las sesiones para disfrutar con los
animales —motivación— y la del profesional, que aprovecha esta inercia para trabajar
las variables que se desea modificar —control de impulsos, número de interacciones, etc.
—. En otras palabras, los animales cambian el contexto de trabajo, pero interactuar con
los animales no es un fin, sino un medio para alcanzar los objetivos propuestos.
De este modo, los momentos aparentemente vacíos entre actividades pueden resultar
igual o más valiosos que aquellos en los que los animales participan. Si se opta por un
formato grupal con dos profesionales, donde uno esté dedicado a promover el cambio
mientras que el otro ejerce como guía del animal, la separación de funciones permitirá
una experiencia óptima. El interventor organizará el trabajo, ayudando a determinar el
orden y contenidos de las actividades. Luego el guía ejecutará las actividades, cuidando
que se cumplan los pasos o secuencias previamente acordados en el equipo, proveyendo
los reforzamientos adecuados, mientras que el interventor queda libre para trabajar con el
resto de las personas que no están en contacto con el animal —¿qué os ha parecido?,
¿quién es el siguiente?, ¿qué nos falta por hacer?...—. Y al terminar con la actividad, el
guía puede retirar al animal a la zona de descanso, mientras que el interventor atrae la
atención de todos los participantes hacia sí.
La siguiente tabla muestra un esquema de la labor en paralelo del interventor, del guía
y del animal. Cabe recordar que, como se indicó al hablar de los roles necesarios para la
intervención, el guía tiene como función principal velar por el bienestar del animal y por
la realización de los ejercicios según las pautas propuestas, pero puede participar de otras
acciones que faciliten la fluidez de la sesión —por ejemplo, saludando al empezar la
sesión o respondiendo preguntas sobre cómo se encuentra el animal hoy—.
Este formato de trabajo tiene numerosas ventajas, como la de realizar dos trabajos de
manera sincrónica (uno con el animal, dirigido a la ejecución de tareas y pautas por el
beneficiario y a la obtención del reforzamiento, y otro a través del interventor, que busca

212
generar y afianzar el cambio). Pero, por supuesto, debe asentarse sobre una correcta
formación técnica. En caso contrario, es previsible que la atención se centre en el animal,
que la dinámica de trabajo se colapse por falta de implicación con el interventor, y que al
final el animal se torne más en obstáculo que en ayuda para generar trabajo.

TABLA 7.1 Esquema de acciones coordinadas en el inicio de sesión

Interventor Guía + animal

Inicio de sesión Inicio de saludos (humanos) Guía saluda


Animal en zona de descanso
Preguntar por última sesión

Organizar actividad actual

Saludo animal Solicitar voluntarios El animal se incorpora a zona de trabajo

Organizar orden participantes

(saludo Da paso a saludo de P1 Se acerca a P1


participante 1)
Interacción con otros Ejecuta secuencia P1
participantes
Administra reforzador P1

Cierra secuencia P1

Comprueba finalización Espera indicación


saludo

(saludo Da paso a saludo de P2 Repite secuencia anterior


participante 2) Interacción con otros
participantes
Comprueba finalización
saludo

... Idem Idem

(terminar saludo) Comentar saludo con grupo Vuelve a zona de descanso

Comentar saludo con guía Guía valora el saludo (el animal se mantiene en zona de
descanso)
Ejercicio A Solicitar voluntarios Animal en zona de descanso

Organizar orden participantes

Iniciar rutina P1 Se incorporan a zona de trabajo

... ... ...

213
8
Desarrollo de programas de IAA

Los anteriores capítulos han ido desgranando las cuestiones que sirven como sustento
teórico y empírico a las intervenciones asistidas por animales. De manera resumida, se
han revisado contenidos en un capítulo introductorio, se ha explorado cómo humanos y
otros animales encajan en las sociedades actuales, y qué evidencias existen sobre el
efecto de esta interacción. En un segundo bloque, se ha explorado la noción de que la
introducción de animales en contextos de intervención es un componente más de la
programación, y que el éxito depende de nuestra capacidad para darle una lógica externa
e interna.
Ahora, para cerrar el trayecto, se propone un capítulo en el que se hilvanen la
antrozoología, los beneficios de la interacción humano-animal y los contenidos
específicos de programación para dar lugar a ejemplos concretos de programas de
intervención. El texto ha sido redactado para cubrir sus objetivos de manera autónoma,
de modo que pueda ser leído incluso sin haber consultado los capítulos anteriores. Por si
este fuera el caso, los distintos epígrafes hacen referencia a las partes del manual que
recogen la información necesaria para profundizar en cada uno de los aspectos
nombrados.
Este capítulo aborda cuatro tareas. En primer lugar, ejemplifica el encaje de la
interacción humano-animal dentro de mecanismos explicativos del cambio humano. En
segundo lugar, recoge propuestas de narrativas coherentes y socialmente adecuadas que
pueden dar sustento a las IAA. En tercer lugar, ofrece una guía sobre cómo preparar y
adaptar ejercicios dentro de las sesiones. Y, por último, presenta ejemplos de programas
de intervención que, sin agotar las opciones, permiten hacerse una idea de cómo puede
trasladarse toda la información anterior al terreno aplicado.

1. APROVECHAR LA INTERACCIÓN HUMANO-ANIMAL COMO


COMPONENTE

La noción de que la interacción humano-animal puede ser entendida como un


componente más de la intervención, en lugar de asumir que la intervención asistida por
animales conforma una unidad propia y cualitativamente diferente a otras formas de

214
intervención, ya ha sido objeto de atención específica en este manual. En consecuencia,
este epígrafe tiene como objetivo recordar los principales aspectos destacados en el
capítulo 5 para facilitar la integración de contenidos, pero el lector debe dirigirse al
citado capítulo para encontrar una visión más completa.
De entre todas las opciones disponibles para dar soporte a la exploración, se ha
optado por seguir el modelo contextual (Wampold, 2015; Wampold e Imel, 2015), el
cual apunta a la existencia de tres grandes áreas para explicar la consecución de
objetivos a través de la intervención: la relación entre beneficiario e interventor, las
expectativas mantenidas y los ingredientes específicos —tales que técnicas o
instrumental propio de la intervención—. Esta propuesta resulta especialmente
comprensiva gracias a que centra su atención en los denominados factores comunes —
mecanismos que subyacen a todas las propuestas—, pero cabe reseñar que el debate
sobre qué funciona dentro de las intervenciones sigue estando muy abierto (Bell, Markus
y Goodlad, 2013; Crits-Christoph, Gibbons y Mukherjee, 2013).

1.1. Obtener una mejor relación con los participantes a través de los
animales

Las relaciones personales juegan un rol importante dentro de las intervenciones


dirigidas al cambio conductual. Frente a otras disciplinas en las que el cambio puede ser
provocado por medios químicos —fármacos— o físicos —una operación quirúrgica—
ejercidos de manera puntual, los cambios conductuales suelen exigir un proceso de cierta
duración sobre el que el beneficiario tiene una cuota de responsabilidad —el cliente no
es un mero objeto, sino que son necesarios el compromiso y la proactividad para que los
cambios se establezcan y se generalicen a nuevos contextos, permitiendo su adquisición
a largo plazo (Lambert, 2013)—.
De este modo, la relación tiene un doble papel: por una parte, la correcta
comunicación entre interventor y beneficiario permite crear un contexto de trabajo, y por
otra, la literatura apunta a que la relación en sí misma puede ser un factor que potencie el
cambio (Botella y Corbella, 2011; Botella, Corbella, Belles, Pacheco et al., 2008).
La mayor parte de las personas que conviven con animales valoran positivamente su
presencia, lo cual supone una primera ventaja. Además, el animal ofrece múltiples
opciones para mejorar la interacción, como permitir el contacto y confort físico sin
incurrir en riesgos éticos, ofrecer un tercer elemento al que desviar la mirada si el
beneficiario experimenta ansiedad en el encuentro, ofrecer temas de conversación
alejados de déficits y patologías —tanto por su presencia como por ser un facilitador
para recuperar episodios biográficos— y proyectar una imagen del centro como recurso
humanizado, entre otros muchos. Estos fenómenos tienden a ocurrir de manera
espontánea, ofreciendo recursos que el profesional puede aprovechar para acelerar la
forja de una alianza de trabajo (Wesley, 2007; Wesley, Minatrea y Watson 2009).

215
1.2. Mejorar las expectativas hacia el tratamiento

Los capítulos 4 y 5 analizaron en profundidad la complejidad de los mecanismos de


acción que llevan a traducir la interacción humano-animal en beneficios para los
humanos. Una parte importante de estos beneficios tienen un fuerte componente social y
aprendido, tomando la forma de creencias o expectativas compartidas entre los
participantes de un determinado grupo.
Estas creencias no son universales, encontrando sentido solo dentro de un
determinado contexto cultural —lo que vuelve a subrayar la importancia de la
antrozoología como ámbito de conocimiento—. Así, la construcción social del valor de
una vaca es radicalmente diferente para las personas crecidas en India y para el español
promedio, al igual que los perros son considerados comestibles en Corea del Sur, algo
impensable para los países occidentales (Bradshaw, 2017; Herzog, 2011a).
Más allá de las creencias compartidas, la literatura muestra la existencia de claras
diferencias individuales en cuanto a la percepción de las capacidades de los animales.
Por ejemplo, distintos niveles de antropomorfización llevan a las personas a considerar
que los animales perciben y viven sus vidas de manera muy similar a la nuestra o a
considerarlos meros autómatas, por citar los dos extremos del continuo.
En conjunto, el interventor debe contemplar que los participantes de una intervención
pueden mantener expectativas muy diferentes hacia los animales. Realizar una
evaluación de las mismas dotará al técnico de recursos extras para mejorar la
implementación, a la vez que le permitirá evitar puntos de conflicto o incurrir en
prácticas y discursos que no concuerden con lo que los participantes esperan.
Dado que siempre es más sencillo trabajar a favor de los valores y expectativas de los
participantes que hacerlo en contra, el interventor debe aprovechar esta información para
mejorar su programa. Incluso si estas ideas no son sustentables desde el punto de vista
científico —por ejemplo, «el perro me entiende» o «el gato se preocupa por mí»—, aún
pueden resultar útiles para atraer a los participantes hacia el trabajo, no siendo
recomendable discutir su veracidad salvo que sea necesario para alcanzar el objetivo, del
mismo modo que si un cliente viene a consulta para superar un cuadro de ansiedad,
discutir su entendimiento de la teoría de la evolución no parece preceptivo. Igualmente,
la literatura muestra que las personas tienden a asumir que la presencia de animales es
signo de ciertas características personales, como mayor distensión y apertura (Perrine y
Wells, 2006; Schneider y Pilchak, 2006; Wells y Perrine, 2001).
El profesional no debe descargar su responsabilidad sobre los animales, estando
obligado a cumplir con las mismas exigencias técnicas y deontológicas que cumpliría al
trabajar sin ellos. Y, como se expuso en el capítulo 5, debe prevenir la aparición de
efectos de placebo o de sesgos derivados de las expectativas. Pero esto no elimina el
peso que las construcciones creadas en torno a los animales de compañía pueden tener
para mejorar la adherencia o el compromiso con las tareas propuestas. Siempre que el

216
profesional haga su trabajo, ¿por qué no aprovechar la buena imagen de los animales
para crear una dinámica positiva?

1.3. Incluir animales como apoyo a técnicas reconocibles

La interacción humano-animal ha sido asociada a diversos beneficios para la salud de


los humanos. Algunas de estos beneficios pueden ser agudos, presentándose solo cuando
el animal está en contacto con el beneficiario. Pero estos efectos pueden ser integrados
dentro de la aplicación de técnicas reconocibles, facilitando la realización de actividades.
Aunque la literatura recoge distintos monográficos acerca de las actividades que los
animales pueden desarrollar dentro de sesión (véase más abajo), la perspectiva aquí
propuesta es diferente. Básicamente, se plantea: ¿cómo podría mejorarse la ejecución de
una técnica mediante la inclusión de animales? Este matiz recoloca al animal como
apoyo, en lugar de como protagonista, siendo más coherente con el ejercicio profesional
(el diseño de actividades será abordado más adelante en este mismo capítulo). La tabla
8.1 propone un ejemplo.

TABLA 8.1 Beneficios de la IHA dentro de técnicas concretas

Una persona experimenta un temor muy intenso a las situaciones sociales, hasta el
punto de evitar exponerse a cualquier situación que pueda conllevar la evaluación
por terceros —no come en público, no participa en las reuniones de trabajo, etc.—.
Dado que la ansiedad está afectando a su calidad de vida, esta persona decide acudir
a una psicóloga.

Una vez desarrollada la evaluación pertinente, la psicóloga determina que la


intervención debe incluir una serie de pasos destinados a controlar la ansiedad
experimentada en situaciones cada vez más exigentes, desde la práctica de
habilidades sociales en consulta (nivel 1) hasta la interacción con desconocidos en un
sitio público (nivel 10).

Dado que la persona se «siente más segura» cuando está acompañada de su mascota
—un perro—, la terapeuta decide incluirlo dentro de la programación. Así, en los
primeros pasos, el animal acompañará al beneficiario aprovechando su valor como
amortiguador del estrés agudo, siendo retirado paulatinamente conforme mejora el
desempeño.

En las últimas etapas de la intervención, el beneficiario visita un parque acompañado


de su perro, entablando conversaciones cortas con otros paseantes. En esta situación,
el animal proporciona tanto una amortiguación de la ansiedad como un elemento
mediador para establecer el contacto social.

217
En la última etapa de tratamiento, el beneficiario es capaz de realizar la interacción
en diversos contextos y sin necesidad de ir acompañado del perro.

Es probable que el lector reconozca algunos elementos del ejemplo anterior, que sería
compatible con un diagnóstico de fobia social y la aplicación de una desensibilización
sistemática. Sin embargo, no está entre los objetivos del capítulo ofrecer una descripción
exhaustiva ni del trastorno ni de la intervención preceptiva (para una visión más
completa: Botella, Baños y Perpiñá, 2003; Olivares, Rosa y García-López, 2010), sino
señalar el encaje de los beneficios espontáneos de la interacción humano-animal sobre
un plan de intervención concreto. A diferencia de las propuestas centradas en las
acciones de los animales, el ejemplo subraya la utilidad del plan de tratamiento,
incorporando al animal en los pasos en que puede aportar mejoras. Y más importante
aún, señalando la necesidad de excluirlo en otros pasos —dado que el objetivo es
mejorar la autonomía del beneficiario, la intervención debe concluir con la retirada del
animal como apoyo, si es posible—.
Existen muchas opciones para incorporar animales a técnicas reconocibles. Por
ejemplo, los animales pueden representar un modelo de conducta —siendo obedientes y
educados— para trabajar el control de impulsos entre alumnos de corta edad. También
pueden servir como elemento distractor dentro de una intervención sobre el dolor
crónico, servir como motivador en programas de economía de fichas, etc.
Lógicamente, las posibilidades de hibridación entre beneficios de la IHA y técnicas
son muy numerosos. Si el lector desea conocer más ejemplos, se recomienda consultar
las propuestas de Chandler (2017) y Chandler, Portrie-Bethke, Barrio, Fernando et al.
(2010) en torno a la asesoría psicológica —también cabe señalar que no existen
catálogos similares para otras especialidades, laguna que podría ser interesante llenar
para mejorar la difusión de las intervenciones asistidas en el futuro inmediato—.
La clasificación de todas las opciones teóricamente posibles resulta inabarcable, pero
la delimitación operativa del papel del animal dentro de las propuestas técnicas no
guarda especial complejidad. Por ello, es necesario incidir nuevamente sobre la
necesidad de que el profesional realice este trabajo durante el diseño, como modo de
sustituir la noción pseudocientífica del animal como amuleto o panacea por un
mecanismo explicativo reconocible y mensurable.

2. CREACIÓN DE NARRATIVAS PARA LAS IAA

El concepto de narrativa ha sido nombrado anteriormente en este manual, y guarda


estrecha relación con diversos puntos de la argumentación propuesta —por ejemplo,
todas las relaciones incluyen un componente narrativo—. Sin embargo, contar con un
epígrafe dedicado en exclusiva a la narrativa de las intervenciones asistidas tiene sentido

218
por al menos tres razones. En primer lugar, por la existencia de un contenido diferencial
y llamativo —cuando se designa a una intervención por la presencia de un animal es
porque la presencia del animal marca alguna diferencia, y esta se reflejará en el modo de
entender la situación de intervención—. En segundo lugar, porque las IAA han
demostrado ser un ámbito en el que las confusiones son frecuentes entre clientes, medios
de comunicación e incluso en el ámbito académico, algo que muestra que la inclusión de
animales conecta con contenidos relevantes para muchas personas. Y, por último, porque
el discurso construido sirve a la vez como envoltorio del programa y como vehículo a
través del cual implementar el trabajo técnico, por lo que un mayor conocimiento nos
surtirá de herramientas para poder desarrollar la intervención con buenas opciones de
éxito.

2.1. La importancia de las narraciones personales

Las buenas historias no solo son verosímiles, son además seductoras. Cautivan a la
audiencia y hacen que esta se identifique con las emociones que experimenta el
protagonista. Por tanto, contar historias es algo que liga a unos seres humanos con
otros, sirve como mecanismo de ordenación de las relaciones y como vehículo de
transporte de significados socialmente relevantes (el poder, la justicia, la maternidad,
lo bueno y lo malo, etc.), significados que se convierten en formas concretas de
entender el mundo (García-Martínez, 2012; p. 19).

De entre todos los elementos que rodean a una intervención (definición del problema,
técnicas, relación interventor-cliente...), las narrativas generadas por cada participante —
ya tome parte directamente o como observador— merecen una atención especial dentro
de las IAA. Y para aprender sobre este aspecto, la literatura sobre terapia narrativa
representa una vía preferente.
Las terapias narrativas son intervenciones argumentadas en la metáfora de la
narración. Bajo esta percepción, una persona no se entiende como un autómata que
responda a los elementos externos de manera automática, sino como un ser que vive,
interpreta y crea expectativas a través de una narración personal («rela-to del yo»). Esta
aproximación se ancla en la noción postmodernista de que la realidad no es conocible de
manera directa (objetiva), sino que es construida a través de nuestras herramientas
cognoscitivas (subjetivas) —incluyendo el procesamiento de información, pero también
la emoción (Payne, 2000)—.
Las personas desarrollan sus vidas a través de sus narraciones. Una misma situación
objetiva puede ser entendida —narrada— de manera muy dispar por personas diferentes.
No hace falta recurrir a ejemplos técnicos para ilustrar este hecho: basta con pensar en la
última discusión que tuvo el lector con un familiar o amigo. ¿Quién tenía más razón en
sus argumentos? ¿Y qué pensaría la otra persona? Por lo general, todas las personas se

219
comportan de modo congruente con el modo en que entienden la situación, pero cada
participante tiene una visión diferente de cuál es esa situación. Llegar a un acuerdo no
depende tanto de las soluciones en sí como de la definición de problemas comunes —si
cada parte entiende cosas distintas, no existe un problema común sobre el cual ponerse
de acuerdo—.
No es este un manual dedicado a las intervenciones narrativas, por lo que no se
profundizará más sobre las bases epistémicas que sustentan a esta aproximación (para
saber más: García-Martínez, 2012; Payne, 2000; White y Epston, 1993). Pero sí se
rescatará una de sus implicaciones: la verosimilitud. Las personas toman decisiones en
función de su situación percibida, valores y expectativas, y todos estos elementos son
construcciones —elementos no naturales— que son adquiridos y mantenidos a través de
narraciones personales. Estas narraciones pueden tener distintos niveles de coherencia, y
algunas narraciones ocupan una posición más privilegiada que otras dentro de nuestra
identidad —organización análoga a la descrita por George Kelly en su teoría de
constructos personales (Botella y Feixas, 2008)—. Estas narraciones pueden ser
modificadas, de modo que nuestras historias varían con el tiempo. Y distintas
narraciones llevan a tomar distintas posiciones ante una misma situación. Pero dentro de
estos parámetros, en un momento determinado las personas desarrollarán pautas de
acción coherentes con su propia historia.
Disponer de información acerca de los roles que los animales ocupan en nuestras
sociedades (antrozoología) es relevante, ya que delimita un universo de opciones a partir
del cual categorizar la experiencia personal. Todas las personas que se formen en una
disciplina dirigida a trabajar con problemas humanos habrán recibido instrucción sobre
la importancia de ser respetuosos con la cultura de las personas con las que trabajen.
Pues esta idea toma mayor protagonismo al hablar de narrativa, ya que las maneras en
las que contamos nuestra historia vital, aunque virtualmente inagotables, suelen
mantenerse cerca de los prototipos disponibles en nuestro medio —es decir,
incorporamos y construimos el discurso interno a partir de la información disponible en
la cultura (White et al., 1993)—. En este sentido, el interventor no puede imponer de
manera externa una narrativa, pero puede maniobrar para modificar la trama (Ramos,
2001).
Por todo lo expuesto, el interventor de las IAA debe ser especialmente cuidadoso con
cuestiones que escapan a la intervención en sí —aspectos técnicos—, pero que atañen a
la narración que envuelve al trabajo con animales. El profesional debe disponer los
elementos de modo que guarden coherencia con el contexto cultural en que se desarrolle
el trabajo, además de ofrecer información que pueda encajar con los relatos internos de
los participantes.
Como recogía la cita al inicio de esta sección, el relato debe ser verosímil y seductor
para ser apreciado. Y dado que la alianza de trabajo depende en gran medida de la
coincidencia percibida en los objetivos y tareas entre interventor y participantes

220
(Hovarth et al., 1986), ofrecer la información de manera adecuada ayudará a poner las
bases para una relación productiva. Consecuentemente, los siguientes epígrafes exploran
algunas de las oportunidades —y riesgos— que deben ser observados para conseguir una
buena narrativa en los programas de IAA.

2.2. Adaptar la narrativa a la presencia de los animales

Los potenciales beneficiarios pueden presentar perfiles muy diferentes en lo que


respecta a su participación en intervenciones regladas, con independencia de que
incluyan o no animales. La decisión de tomar parte en un nuevo programa se ve afectada
por su estado de ánimo, los beneficios anticipados, por el interés intrínseco a las
actividades, por el contexto físico y social en que se desarrollan, el nivel de
funcionalidad, la necesidad percibida, la experiencia en intervenciones anteriores, etc.
(Beck, Weeks, Montelpare y MacDonald, 2016; Chuang, Liu, Chen y Lin, 2015; Oates,
Bebbington, Bourke, Girdler et al., 2011; Ruiter, Lichstein, Huisingh y Bradley, 2014).
Como resultado de esta multiplicidad de factores, algunas personas son propensas a
participar en las actividades propuestas, mientras que otras participan poco o de manera
inconsistente. Dentro de este grupo o perfil es donde las intervenciones asistidas por
animales tienen mayor pertinencia, ya que el aumento de coste asociado a incluir
animales se ve compensado con la oportunidad de incluir en la intervención a personas
que no se benefician de otras propuestas disponibles. Lógicamente, las personas con
adherencia generalizada también pueden beneficiarse de las ventajas aportadas por las
IAA, aunque el interventor debe justificar por qué los beneficios serán mayores al
trabajar con animales a fin de compensar la eficiencia de la propuesta.
La presencia de los animales es un elemento saliente y llamativo. Esto puede suponer
una ventaja inmediata, ya que encontrar a un perro o gato deambulando por un centro
donde los animales no tienen presencia resulta un reclamo poderoso. Como se comentó
en el capítulo 5, estos efectos inmediatos y espontáneos suelen ser etiquetados como
«efectos de la novedad» y tienen una duración muy limitada en el tiempo, regresándose
al nivel inicial de manera paulatina. Por tanto, el técnico debe maniobrar durante esta
primera ventana temporal para establecer un marco narrativo y relacional que pueda
perdurar más allá del primer encuentro. En palabras de García-Martínez (2012), debe
crear pertinencia e interés.
La pertinencia no solo depende del mensaje, sino del oyente que lo recibe. Un error
prototípico entre los profesionales que implementan intervenciones asistidas es mantener
un relato estándar con independencia del contexto en que se desarrolle la intervención —
es decir, intentar imponer una narración concreta (Ramos, 2001)—. La edad, trayectoria
vital, nivel formativo, sexo, experiencia con animales... son algunos de los elementos
que han demostrado tener influencia en la relación que se establece entre humanos y
otros animales (capítulos 2, 3 y 4). Esta influencia puede ser de tipo directo —el nivel de

221
abstracción guarda relación con la edad y el nivel formativo— o indirecto —por
ejemplo, las diferencias detectadas entre varones y mujeres en cuanto a la empatía hacia
los animales tienen fuertes implicaciones de género, que es una construcción social—.
Con independencia del mecanismo explicativo, el interventor debe valorar las
características de los beneficiarios para confeccionar una narrativa adaptada.
Por ejemplo, hacer referencia a que «los perros disfrutan viniendo a jugar» o que «el
gato está deseando que llegue el día de la visita» puede ser preceptivo con personas que
presenten una alta antropomorfización (por ejemplo, niños), pero puede tener una
acogida negativa entre personas que mantengan una diferenciación rígida entre humanos
y otros animales. En el ejemplo inverso, realizar descripciones centradas en la tarea, pero
sin implicación emocional («el caballo está aquí para que puedas trabajar las rutinas» o
«el perro esperará a que el guía le dé la orden, mientras no puede moverse») pueden ser
experimentadas como una señal de deshumanización entre las personas que sientan
mayor empatía o se preocupen por la explotación animal. Por tanto, no existen
soluciones óptimas de aplicación universal, sino que la narrativa debe adaptarse a los
receptores, y evolucionar conforme lo haga el programa.

2.3. Elementos narrativos implicados en el diseño

Resulta imposible establecer un catálogo exhaustivo de narrativas, pero sí es posible


establecer unas cuestiones clave a través de las cuales organizar el discurso.

2.3.1. Estética y mecánica de las intervenciones asistidas por animales

Las intervenciones asistidas tienen una apariencia más relajada que otros formatos.
Como se ha comentado en distintos puntos del manual, la presencia de los animales
suele elicitar ciertas reacciones positivas en gran parte de la población, que pueden
redundar en una mayor implicación emocional de los participantes. Nótese que la
redacción relativiza estos efectos como modo de insistir en que los animales no son una
panacea.
Lógicamente, cuando el cliente y el beneficiario son la misma persona, enmascarar
una intervención sistemática como una actividad lúdica no es posible, ya que los clientes
tienen derecho a decidir si se someten a dicha intervención teniendo información
suficiente. Pero en muchas ocasiones el beneficiario es una persona que se encuentra
bajo tutela de personas o instituciones responsables (menores de edad, personas con
diversidad cognitiva, etc.), y la IAA toma lugar de manera simultánea con otras
intervenciones. En estos casos, poner énfasis sobre la estética puede ayudar a enrolar a
personas que no suelen tomar parte en otros programas de intervención, ya que el animal
desvía la atención del contexto (intervención) hacia la experiencia personal (disfrute).

222
Esta operación tiene un coste nulo y puede facilitar el desarrollo del programa, pero el
interventor no debe engañar bajo ningún concepto a los participantes.
Utilizar esta percepción positiva que rodea a los animales es un recurso más para
fomentar la adherencia, pero no debe ser forzado si la oportunidad no se presenta. Si
alguien pregunta qué van a hacer los animales allí, el interventor puede describir
acciones en lugar de objetivos («nos acompañarán durante unos talleres», en lugar de
«están aquí para ayudarte a completar el programa»). Pero si un participante pregunta
directamente si la intervención es algún tipo de terapia o de programa educativo, el
interventor debe proporcionar información veraz, adaptada a su nivel de entendimiento.
Enmascarar no implica, bajo ningún concepto, engañar. Establecer una relación
profesional negando su existencia puede suponer una pérdida de confianza por parte del
participante, y un educador que reniega de la educación o un terapeuta que niega hacer
terapia transmiten un mensaje confuso.

2.3.2. Determinar el rol de los animales

Otro eje a atender se deriva de los papeles que el animal va a jugar. Aunque cualquier
clasificación de los roles está condenada a ser arbitraria —puesto que en modo alguno
puede defenderse que las cosas funcionen «realmente» conforme a estas categorías—,
trasmitir una idea abstracta resulta más sencillo cuando se añaden ejemplos. Por ello, la
descripción de los roles se realizará como si estos se movieran en un gradiente
(dimensión) comprendido entre dos polos: tareas y emociones. Por supuesto, presentar
tareas y emociones como extremos contrarios e incompatibles tiene una validez
discutible, y el interventor puede incluir referencias a ambas cuestiones para crear una
representación más rica del animal. Pero separar ambos polos permite ofrecer una
caracterización más clara del valor estratégico de esta distinción.
Hablar sobre tareas supone comentar aspectos concretos, observables y externos al
animal, delimitando con claridad la función que han venido a desempeñar. Ejemplos de
narrativas centradas en la tarea serían las referentes a ayudar en un proceso («te
acompañará en la rehabilitación») o servir como soporte físico («es más sencillo salir a
pasear cuando se está acompañado») o psicológico («te vendrá bien para no
desanimarte»). En estos casos, el animal queda representado como un elemento más del
contexto, al que no se le atribuyen cualidades internas. Los participantes con mayor
motivación de logro, que entienden la intervención como un medio para obtener un
resultado, pueden sentirse más cómodos con una narrativa basada en acciones. Sin
embargo, un discurso exclusivamente centrado en las acciones puede ser percibido como
frío, distante o deshumanizado.
En el polo contrario, el interventor puede optar por hacer continuas referencias a las
intenciones, motivaciones y gustos del animal. Frente al trato del animal como objeto, un
discurso centrado en las emociones representa al animal como un sujeto. Una narrativa

223
muy emocional permite dar respuesta a los intereses de participantes con una empatía
más acentuada, pero lleva aparejado un mayor riesgo de borrar el límite entre la
intervención y otras relaciones —por ejemplo, amistad—.
Un programa de intervención no tiene por qué quedar identificado con uno de estos
polos, pero el interventor debe conocer el gradiente de opciones disponible. Introducir
cambios en el discurso permitirá moldear la intervención y hacerla evolucionar de
manera fluida y natural, ayudando a los participantes a migrar desde una visión más
emocional hacia el compromiso con las tareas.

2.3.3. Establecer los beneficiarios de la intervención

A pesar de que cualquier intervención profesional siempre persigue objetivos


claramente definidos y mensurables, los participantes pueden encontrar motivación y
sentido a sus acciones pensando en los beneficios para terceras personas, los animales, el
centro o la comunidad. Ignorar las aspiraciones personales supone como mínimo una
pérdida de poder para mejorar la adherencia, pero puede llegar a decantar el fracaso del
programa si los beneficiarios perciben que este no concuerda con sus ideales o
expectativas.
Por ejemplo, entre las personas que no se adhieren a los talleres propuestos por el
centro es frecuente encontrar un discurso prototípico argumentado en torno a la falta de
utilidad del trabajo. ¿Para qué participar, si no puedo recuperar el nivel de vida que tuve
antes, o si mis objetivos me parecen inalcanzables? Estos discursos son compatibles con
períodos de ansiedad adaptativa —tras un accidente u operación, o cuando una persona
ingresa en un recurso residencial— o disforia —tristeza, que puede coincidir con falta de
esperanza en el futuro y valoración negativa de sí mismo—.
Aunque no existe una solución óptima para potenciar el cambio en estos casos, el
interventor puede ampliar las opciones de fomentar la movilización explorando la
importancia que otros actores o elementos tienen para el beneficiario. Por ejemplo,
personas que han desarrollado una labor de cuidado y atención a terceras personas a lo
largo de su vida —muchas veces, desatendiendo sus propias necesidades— pueden
sentirse más motivadas a participar cuando el programa permite dar salida al rol de
cuidador. Esto no implica que el interventor esté de acuerdo con ese esquema de
funcionamiento, pero pone a su servicio una información que mejorará la presentación
del programa —subrayando los beneficios que el cuidado tendrá para el animal—. Una
vez establecida la alianza de trabajo, si se considera oportuno, se podrá incorporar
contenido referido al autocuidado del animal, a cómo este busca su propia satisfacción...
para hacer de puente hacia la importancia de trabajar para uno mismo.
Se pueden citar muchos otros ejemplos. Algunas personas dotan de mayor
importancia a promover la justicia social o están motivados por realizar acciones que les
transciendan —hacer cosas que perduren más allá de uno mismo— como motor de sus

224
acciones. Otras personas consideran que sus capacidades personales las hacen acreedoras
de determinadas posiciones y necesitan establecer discursos en los cuales ellas manejan
el funcionamiento de su contexto para mejorarlo. Otras personas experimentan —y
narran— mayor intención de proteger a los demás que a sí mismas —por ejemplo,
víctimas que no han dado el paso de denunciar a sus agresores—, y el vínculo con el
animal puede servir como puente hacia la exploración de esta paradoja.
Los discursos pueden hacer referencia a los beneficios personales, para los demás
participantes, para el centro, para la comunidad o para la sociedad en general. La
congruencia entre los objetivos personales y del programa facilitarán crear un marco de
trabajo centrado en la colaboración —lograr algo entre todos—, en contraposición a la
coacción —si no trabajas, perderás privilegios—. En términos de Viktor Frankl, es más
sencillo conseguir el cambio cuando algo tira desde dentro, en lugar de empujar al
interesado desde fuera (Frankl, 1946).
Nuevamente, una norma fundamental radica en dar protagonismo a los beneficios
más valorados, pero sin mentir en ningún caso a los participantes. Implicar a otros
actores de la comunidad, como asociaciones culturales o entidades de protección animal,
permitirá darle verdadero sentido —y obtener el impacto deseado sobre la comunidad—
a muchos programas de intervención asistida por animales.

2.3.4. Incorporar elementos culturales del entorno

En consonancia con el punto anterior, las intervenciones se beneficiarán de


modificaciones que las lleven a contemplar y ser congruentes con las costumbres y
estilos de vida presentes en el medio cultural de los beneficiarios. Trabajar a favor de los
valores presentes en el entorno exige menos energía que hacerlo a contracorriente.
Tener en cuenta la dimensión antrozoológica también ayudará a prevenir ciertos
errores que pueden amenazar la alianza de trabajo. Como se exploró en el capítulo 6, los
profesionales que desarrollan intervenciones asistidas por animales suelen atender más a
los beneficios potenciales que a los riesgos asociados al contacto con animales, y esto
puede dificultar un buen entendimiento con los participantes. Por lo general, cualquier
experiencia tendrá aspectos positivos y negativos; conocer ambos dotará de mayor
sensibilidad a la narrativa y de mayores recursos al interventor.
Los eventos locales —por ejemplo, época de vacaciones o festividades— suelen
provocar distorsiones sobre el plan de trabajo, pero también pueden ser incluidos en la
programación para conseguir mayor motivación entre los participantes. Los centros
educativos y residenciales suelen organizar actividades en torno a fiestas patronales,
eventos de carácter religioso, ferias, celebraciones asociadas al paso de las estaciones...,
por lo que contemplarlas nos ofrecerá mayores opciones de hibridar el programa de IAA
con el resto de las acciones desarrolladas en el centro. Además, estos elementos
culturales tradicionales han acompañado a las personas a lo largo de su vida, por lo que

225
ofrecen una excusa perfecta —es decir, coherencia y pertinencia— para explorar
recuerdos, recuperar historias e incorporar elementos biográficos significativos al trabajo
desarrollado.
La exploración de la relación con animales no humanos en una comunidad también
nos permitirá anticipar ciertas dificultades y generar discursos alejados de los puntos
conflictivos. Explorar las construcciones sociales en torno a distintos animales es
recomendable en todos los casos, pero especialmente cuando se trabaja fuera del
contexto cultural propio —por ejemplo, ámbito rural o urbano—, con personas
pertenecientes a generaciones diferentes, etc. Prácticas que hoy en día son claramente
identificadas como maltrato animal pueden ser consideradas normales en ciertos
contextos, y traer estos contenidos a un grupo de trabajo puede provocar malestar en
otros participantes.
Por ejemplo, muchos peregrinajes o romerías incluyen animales de carga como
caballos o bueyes, y las cacerías suelen incorporar perros para señalar o cobrar las
piezas. Como se comentó en el capítulo 3, no todas las personas considerarán dentro de
una misma categoría a un mismo animal, existiendo un gradiente que varía desde un
compañero de camino hasta una herramienta. El interventor debe estar atento al discurso,
previniendo la aparición de estos contenidos o dirigiendo la atención hacia aspectos
productivos. Esto no quiere decir, nuevamente, que el profesional no considere necesario
tratar estos contenidos y procurar un cambio de perspectiva, pero su abordaje debe darse
de manera ordenada y no como reacción a un comentario negativo.

2.3.5. Advertencias sobre las estrategias de control en el contexto de las IAA

La gestión de la asistencia a las intervenciones es un elemento transversal a muchas


disciplinas y propuestas. En nuestro entorno existen contextos a los que podemos asistir
con diferente nivel de libertad, desde la obligatoriedad por ley (por ejemplo, el colegio
para los menores), la necesidad (por ejemplo, el puesto de trabajo) o el interés y
atracción personal (idealmente, las intervenciones propuestas).
Como se ha comentado en otros puntos del manual, las IAA configuran un contexto
de intervención de estética más amable que otras opciones tradicionales. Este aspecto
puede servir para conseguir la adherencia de personas que no suelen participar en talleres
o intervenciones, pero no es un recurso infalible. Y un mal manejo de las negativas a
participar puede anular las ventajas del programa —o incluso tener efectos negativos—.
El estudio de la pragmática de la comunicación humana destacó, hace más de medio
siglo, que en cualquier intercambio comunicativo coexisten dos niveles de información:
una explícita, en la que se expresa un contenido, y otra implícita, que informa sobre la
relación (Linares, Pubill y Ramos, 2005; Jackson, Watzlawick y Bavelas, 1967). Este
axioma de la comunicación humana es de especial utilidad en todos aquellos casos en los
que los interlocutores no son capaces de encontrar un punto de acuerdo a pesar de

226
mantener posiciones aparentemente compatibles. «No es lo que dices, sino cómo lo
dices» es un ejemplo que recoge ambos aspectos del axioma, aunque establecer la
existencia de ambos niveles puede resultar complejo cuando los conflictos se viven en
primera persona.
Por tanto, las interacciones humanas no solo traspasan información explícita, sino que
permiten a los interlocutores entender qué posición ocupan uno frente a otro —es decir,
el nivel de poder o la jerarquía que existe entre ellos—. Esto ocurre en las interacciones
con familiares y amigos, pero también entre los actores que participan dentro de una
institución. Volviendo al ejemplo prototípico descrito con anterioridad (personas que no
desean participar en las intervenciones realizadas desde el centro), el interventor debe
valorar si la negativa se deriva de un intento por ejercer una cuota de poder (y no de una
falta de interés en la temática, abulia, anhedonia, etc.). En estos casos, insistir sobre la
importancia de su participación puede alimentar un esquema de funcionamiento basado
en ver qué parte consigue imponerse, dando lugar a una escalada que mina las opciones
de desarrollar el programa. Estas secuencias suelen ser arbitrariamente interpretadas
desde el punto de vista del profesional, que percibe que el participante «se niega» o «se
resiste» al tratamiento, pero un observador externo podrá observar que la interacción es
posible porque todos los implicados se mantienen en sus posiciones. Además, en
contextos con formatos muy rígidos, a veces los profesionales perciben desacato donde
probablemente hay una preferencia personal —el lector puede imaginar el impacto que
ingresar en un centro residencial tiene sobre la autonomía al decidir menús, horarios, etc.
—. Una máxima de la intervención sistémica es que, en un contexto de interacción,
cualquiera de los participantes puede iniciar un cambio haciendo algo distinto.

Figura 8.1.—Esquema del manejo de la narrativa en los programas de IAA.

227
Coaccionar al participante —amenazando con retirar privilegios, por ejemplo— es un
recurso de uso frecuente, pero en el caso de las intervenciones asistidas supone
minimizar las ventajas del enfoque. Además, el uso de la imposición no solo afecta a la
persona que no participa, sino que impacta también en aquellos participantes que sí
aceptan tomar parte. Reproducir el mismo esquema de funcionamiento, pero con
mayores costes, no tiene sentido desde el punto de vista técnico. Una opción consiste en
mantener la posibilidad de sumarse a las actividades más adelante, o preguntar si ha
hablado con alguien que haya participado en otras sesiones como forma de detectar qué
cuestiones pueden motivarle a participar. Pero, si pasadas las sesiones iniciales la
persona sigue sin acceder, es preferible esperar nuevos programas que seguir insistiendo.

3. DISEÑO DE EJERCICIOS PARA LA SESIÓN

El diseño de ejercicios es probablemente el aspecto que mayor atención ha recibido


hasta el momento dentro de las intervenciones asistidas. Sin embargo, mucho de este
esfuerzo se ha concentrado más en aspectos técnicos sobre la instauración de conductas
—adiestramiento— que en buscar su encaje dentro de la lógica de medios y fines.
Los siguientes epígrafes exploran el estado actual de la materia, proponiendo un
esquema para el diseño centrado en el valor funcional de las actividades —en lugar de en
las acciones desarrolladas por el animal—, aportando ejemplos prácticos de la
plasticidad de estos recursos para cubrir objetivos diversos.

3.1. El estado actual de la literatura en torno a ejercicios

Que las personas en formación tienen un gran interés en este punto queda reflejado en
el hecho de que existe una amplia variedad de manuales publicados en torno a esta
cuestión —con una productividad que supera a la de los manuales dedicados al diseño de
intervenciones—. Así, encontramos propuestas con 101 «ideas creativas» para el trabajo
en IAA (Grover, 2010), «104 ejercicios e ideas para enriquecer» las intervenciones
(Ristol y Domenech, 2011) y los 128 «ejercicios para terapia y actividades con perros»
(Gilbert, Arroyo, De la Calle y Muñoz, 2011), entre otros.
El análisis de sus contenidos resulta llamativo porque, principalmente, se concentran
en las acciones que desarrolla el animal. Es decir, el caballo permanece quieto mientras
lo cepillan, el perro salta por un aro... Esta información resulta valiosa para la persona
que guía al animal, que puede incorporar ideas sobre qué rutinas o conductas pueden
instaurarse para llevar a cabo en las sesiones. Pero una de las tesis centrales del presente
manual radica en que la acción que desarrolla el animal solo es un soporte para
desarrollar la intervención, no un fin en sí mismo. Por tanto, incluso cuando se indica
que un determinado ejercicio puede servir para mejorar un área específica (esfera

228
emocional, atención y memoria, etc.), la descripción de medios y fines aparece
incompleta, descontextualizada.
Un psicoterapeuta suele utilizar preguntas que cualquiera puede plantear (¿cómo se
siente?, ¿qué querría conseguir?, ¿cómo piensa hacerlo?), y las actividades que
desarrolla un educador también están al alcance de cualquiera (escribir sobre un papel,
colorear, revisar materiales...), pero lo hacen dentro de un proyecto que organiza esos
medios para hacer más probable el éxito. Leer un manual con actividades puede ayudar a
obtener variedad, pero no dice demasiado de la coherencia entre medios y fines
perseguidos. Hablar de qué hace el animal solo nos acerca a la estética, pero no aporta un
conocimiento estratégico de cómo alcanzar objetivos.
Esta advertencia puede resultar reiterativa al lector, pero es especialmente definitoria
de una línea de trabajo en el ámbito de las IAA: aquella que pone las acciones del animal
(y el adiestramiento) por encima de la profesión en la que se anida la intervención
(Trabajo Social, Terapia Ocupacional, Psicología, Educación...). Este enfoque lastra el
desarrollo de las intervenciones asistidas como objeto de estudio. Si el lector busca
artículos de investigación referentes a la utilidad de programas de IAA, descubrirá que la
mayor parte de los textos dedica más espacio a describir raza, sexo, edad, castración y
otras características del animal que los roles que desempeña o el programa en que se
anida —de hecho, esta información no aparece en la mayor parte de informes, lo que
obliga a leer los resultados prácticamente a ciegas—. Que la atención se desvíe hacia qué
hacen los animales no es solo un problema de estética, sino que afecta a la validez
interna de la intervención y, con ello, al desarrollo de programas empíricamente
validados.
Los problemas de validez que esta perspectiva acarrea tienen una importancia central,
pero no son el único riesgo que se deriva de focalizar la atención sobre el papel de los
animales. El exceso de atención prestada al adiestramiento es también uno de los
factores que facilitan que las IAA se estén conformando como un ámbito con una fuerte
presencia de intrusismo, donde personas sin la formación adecuada ofrecen servicios que
escapan a sus competencias profesionales. También conlleva riesgos para el animal, ya
que muchas de las actividades solo pueden realizarse tras un adiestramiento complejo y
son físicamente exigentes. El tiempo invertido en este adiestramiento supone un gasto de
tiempo importante —no solo hay que enseñar, sino realizar un trabajo de mantenimiento
—, lo cual afecta negativamente a la eficiencia de la propuesta. Y centrar la intervención
en las acciones espectaculares aumenta el riesgo de que el animal cometa errores dentro
de la sesión, lo cual coloca al equipo de intervención en una disyuntiva relevante: ¿se
debe repetir el ejercicio hasta que salga conforme a lo diseñado, o se opta por seguir
adelante a pesar de que el animal no hace lo que se supone que debe hacer? Una
herramienta debe sumar, no restar opciones al profesional.
Lógicamente, la alternativa no consiste en incluir animales sin ningún tipo de
adiestramiento en la intervención. El adiestramiento es necesario para mantener el

229
control en animales que deambulan —mejor no imaginar un caballo sin domar dentro de
una sesión—, pero la persona que se forma en IAA debe mantener el foco de atención
sobre cómo conectar lo que los animales representan para las personas (medio) y los
objetivos de mejora marcados (fin). Y muchas de las actividades prototípicas no exigen
de un adiestramiento muy preciso, sino que se apoyan sobre acciones que los animales
realizan durante la convivencia. Por ejemplo, la organización Animal Assisted
Intervention International (AAII, 2015) recomienda que los perros incluidos en
intervenciones sean capaces de obedecer las órdenes de sentarse, tumbarse, mantenerse
quieto, caminar con correa sin tirar, venir cuando se le llama, soltar objetos —
especialmente comestibles— e interactuar sin saltar sobre las personas con un 80%-90%
de acierto, lo que parece una propuesta razonable y respetuosa para el animal de
compañía promedio, que no necesitará de un adiestramiento intensivo (para obtener más
información sobre estos mínimos se puede recurrir a los capítulos del bloque III).

3.2. Diseñar actividades para cubrir objetivos

Las personas que eligen convivir con animales lo hacen porque les resulta agradable.
Tener un animal en casa supone una mala decisión desde el punto de vista
sociobiológico (consumen recursos sin aportar opciones de supervivencia). A veces
rompen cosas en casa, piden atención cuando estamos cansados y hay que sacarlos a
pasear haga calor o llueva. Pero acompañan al ser humano desde hace milenios, por lo
que su habilidad para captar nuestro interés parece más que probada. En consecuencia,
crear artificios para conseguir la atención de los participantes de una IAA no parece ser
una prioridad.
El procedimiento de diseño de las actividades será idéntico a las fórmulas prototípicas
de la disciplina desde la que se trabaje. Sin embargo, diseñar ejercicios para IAA supone
una serie de retos transversales que serán abordados a continuación. Así, se presenta un
guía general que pretende ser de aplicación para una amplia gama de áreas de
conocimiento, basada en cuatro pasos: definición del reto, establecer el mecanismo,
adaptar la actividad e implementar.
El primer paso para crear una actividad consiste en la definición del objetivo que se
persigue. Para ello es necesario determinar un área de necesidad (memoria, atención,
psicomotricidad fina...) y definir el reto al que nos enfrentamos (ya sea mejorar la
capacidad, aprender una estrategia compensatoria, etc.). Aunque la literatura suele
utilizar etiquetas diagnósticas para describir los grupos, las disciplinas como la
Psicología, la Educación, la Intervención Comunitaria... rara vez trabajan con «la
enfermedad» —si es que existe como entidad tangible—, sino que marcan como objetivo
modificar las conductas desadaptativas. En otras palabras, un profesional de la conducta
humana no puede combatir «la depresión» o «el autismo» como si fuera un elemento
extraño del cuerpo, sino que centrará su atención en conductas concretas, facilitando

230
cambios que mejoren la vida de las personas diagnosticadas (Carrobles, 2012; Mesa,
Rodríguez-Testal y Senín, 2011).

Figura 8.2.—Esquema para la adaptación de ejercicios en IAA.

La definición del objetivo debe ser operativa, de modo que cualquier profesional
pueda entender a qué hace referencia —por ejemplo, hablar de «bienestar» es demasiado
genérico; incluso «bienestar emocional» resulta ambiguo, porque puede implicar
contenidos muy diversos—. El objetivo también debe ser medible, bien sea mediante
observación directa (número de interacciones con compañeros), medición fisiológica
(presión arterial), autoinforme (cuestionarios validados) o cualquier otra vía que
garantice su validez y fiabilidad.

231
En el segundo paso se debe establecer el me-canismo por el que se fomentará el
cambio (Kaz-din, 2015). Aquí entran en juego técnicas con nombre propio, ya estén
ancladas en las teorías de aprendizaje, análisis del discurso o cualquier otro concepto con
apoyo empírico dentro de la disciplina del profesional.
Es importante delimitar variables cuantitativas u ordinales que ayuden a dar
evolución a los ejercicios. El tiempo que un participante espera antes de ejecutar una
acción, el número de pasos en una secuencia, la intensidad o fuerza con la que se
mantiene un contacto, el orden en que se participa, la distancia a la que se disponen los
elementos... son ejemplos de variables que pueden ser alteradas de manera sencilla y
mensurable.
En tercer lugar, el interventor debe generar un ejercicio que implique al animal. Y
para hacerlo, es importante partir de sus características y habilidades. Si cuenta con un
adiestramiento avanzado, la variedad de ejercicios se multiplicará y la seguridad sobre el
control crecerá (por ejemplo, para trabajar a distancia). Pero actividades sencillas como
pasear con correa, acariciar, peinar y responder a órdenes para sentarse y tumbarse, en el
caso de los perros, pueden ser suficientes para dar soporte al trabajo.
Localizar las actividades más interesantes es sencillo: basta preguntar al grupo qué
actividad quieren desarrollar. La mayor parte de participantes realizan propuestas que
poco tienen que ver con el adiestramiento avanzado, lo que facilita la labor tanto al
profesional como al animal, liberando recursos atencionales que pueden ser destinados a
un mejor control del desarrollo de la sesión.
Por último, se alcanza la fase de implementación del ejercicio. Es probable que el reto
marcado (control de impulsos) sea trabajado a través de una variable (tiempo de espera)
incluso antes de entrar en contacto con el animal (que ejercería como reforzador),
aunque también puede darse durante el contacto (trabajar atención contando las veces
que el animal realiza una acción, por ejemplo paseando) o incluso después (cuando se
trabaja la interacción social comentando el saludo o una actividad).
Si se trabaja en grupo, es probable que exista diversidad funcional que haga
recomendable la adaptación de los ejercicios. Dado que hemos establecido nuestro foco
de trabajo sobre las variables (tiempo, intensidad, repeticiones, orden...) como medio
para mejorar la necesidad, el ejercicio realizado por el animal puede alterarse para dar
respuesta a las necesidades de cada participante —mientras que trabaje el componente de
fondo, la estética de la actividad puede variar—. El hecho de focalizar sobre las variables
de trabajo y no sobre las actividades del animal representa un giro conceptual
extremadamente sencillo, pero solventa muchas de las dificultades que suelen
presentarse en contextos de intervención —donde poner el centro en las acciones del
perro o gato supone, de facto, tener que conformar un grupo con necesidades muy
similares, algo que no siempre es posible—.
Esta propuesta resulta sencilla de adaptar a disciplinas muy diversas. Pero, por
supuesto, sigue moviéndose en un terreno abstracto. Por ello, el próximo punto aporta

232
ejemplos de fácil aplicación, mostrando cómo un mismo ejercicio puede encajar con
objetivos muy diversos y cómo una misma necesidad puede ser trabajada a través de
actividades diferentes. Por último, estos ejemplos ser pondrán en relación con la
dimensión longitudinal, explicitando narrativas y fórmulas para su evolución a lo largo
del tiempo.

3.3. Todos para uno, uno para todos

Desarrollar una IAA conlleva unos sobrecostes que deben ser compensados por unas
mejores prestaciones en aras de alcanzar la mayor eficiencia posible. Dentro de esta
lógica, las intervenciones grupales se han convertido en la opción más común para la
mayor parte de colectivos atendidos.
El contexto social es un medio en el cual desarrollar la intervención, pero fomentar
las interacciones entre participantes también puede ser un objetivo de programas
realizados en centros educativos, residenciales, hospitalarios y un largo etcétera.
Además, las intervenciones grupales ofrecen algunas ventajas para el proceso, como la
posibilidad de que los participantes continúen con las rutinas fuera del contexto de
intervención, ayudando al mantenimiento y generalización de los cambios. Por tanto,
optar por intervenciones grupales no supone ningún problema.
Por otra parte, trabajar con varias personas a la vez pone sobre la mesa algunas
dificultades técnicas, como la necesidad de adaptar las actividades a participantes que
pueden tener diferentes niveles de autonomía. La literatura disponible en el ámbito de la
IAA tiende a identificar a los grupos que participan en los tratamientos a través de
categorías diagnósticas (por ejemplo, depresión), transmitiendo una falsa sensación de
uniformidad entre los participantes, pero lo cierto es que las intervenciones suelen
contemplar adaptaciones que dan cabida a la alta variabilidad de trayectorias vitales,
recursos y dificultades presentadas por las personas a las que se dirigen.
Por tanto, la dificultad de las adaptaciones es consustancial al trabajo en grupos. En el
caso de las IAA, las perspectivas centradas en las acciones del animal pueden
experimentar problemas para dar flexibilidad a las rutinas implementadas, pero mientras
el foco del interventor se mantenga en abordar una variable —o necesidad— con las
herramientas de su propia disciplina profesional, esta dificultad desaparece. Puede
encontrarse un ejemplo en la tabla 8.2 (en página siguiente).
Este ejemplo hipotético permite ilustrar la relativa independencia de las acciones del
perro y del trabajo de fondo. En el programa, el interventor expone a los participantes a
niveles de frustración creciente para trabajar sus estrategias de control. En el primer
ejercicio distintos jóvenes ejecutan distintas rutinas, mientras que, en el segundo
ejercicio, una misma actividad se adapta a distintos perfiles de capacidad física. En
ambos casos, la lógica de la sesión —añadir frustración y proporcionar estrategias para
su manejo— se mantiene intacta, y el interventor puede implementar técnicas basadas en

233
teorías de aprendizaje (por ejemplo, reforzamiento diferencial, modelado, moldeado...),
trabajar cogniciones (tanto en primera persona como solicitando al menor que infiera el
estado del perro), etc. El cambio no se deriva de la actividad ejecutada por el animal,
sino del trabajo que subyace.
Sobre este entramado se pueden insertar modificaciones. Por ejemplo, si uno de los
menores tiene déficits atencionales, el instructor puede asignarle un rol como auxiliar
para supervisar las actividades de los demás participantes, andamiando el ejercicio de la
atención sostenida. También puede trabajarse la cohesión grupal como medio para
prevenir conflictos en el centro, preparando actividades que impliquen colaboración
entre los participantes. Si se busca una inserción comunitaria y laboral, el centro puede
promover convenios de colaboración con entidades o empresas del entorno, donde
puedan llegar cuando hayan completado la formación.
Las opciones para mejorar el programa son virtualmente inagotables, pero tienen un
condicionante: el interventor debe poner los medios necesarios para que las
modificaciones sean efectivas. Confiar en que los resultados aparecerán de manera
espontánea no es compatible con el ejercicio profesional.

TABLA 8.2 Adaptación de actividades para cubrir necesidades específicas

Un programa de intervención se desarrolla en un centro de menores infractores.


Todos los implicados han participado en peleas y se comportan conforme a una
cultura «de honor», según la cual las afrentas deben ser respondidas con violencia. El
interventor busca trabajar la resistencia a la frustración, y para ello selecciona
algunas variables relacionadas (tiempo de espera, número de correcciones por parte
del interventor, etc.). Los jóvenes participan en el programa porque es una
oportunidad de aprender habilidades que valoran (adiestramiento canino), y el centro
lo incentiva porque es una actividad de tipo formativo que puede ayudar a la
inserción laboral. El interventor ha seleccionado perros de gran tamaño en el
programa (american stafford, pitbull...), provenientes de una protectora de animales.

En la sesión actual, el interventor solicita a los participantes que muestren si han


aprendido una determinada técnica de adiestramiento. Para ello deben aplicar una
rutina previamente trabajada con un perro bajo supervisión. Cada participante trabaja
una orden diferente (sienta, tumba, etc.) El interventor solicita la ejecución del
ejercicio, haciendo llamadas de atención para corregir posibles errores, solicitando
que se realice la rutina desde el principio cuando la ejecución no es adecuada e
introduciendo tiempos de espera. Una vez culminado el ejercicio, el interventor
felicita al menor, interpreta las señales de calma del animal —destacando lo
importante que es para el perro contar con un modelo, ya que «copian lo que ven»—
y da paso al siguiente participante.

234
Más tarde, en la misma sesión, el interventor instruye en una técnica de
adiestramiento novedosa —trabajo con clicker—. En la primera fase los menores
deben usar una mano para proporcionar comida al animal mientras que la otra
maneja el instrumento. Sin embargo, uno de los menores tiene una mano escayolada,
por lo que no puede hacer las dos operaciones. El instructor adapta el ejercicio,
colocándose junto al menor y administrando él mismo la comida, mientras el
participante maneja el clicker. Posteriormente, le ofrece un clicker que puede ser
accionado con el pie.

3.4. Consideraciones adicionales: el error como recurso para el cambio

En último lugar, se reserva un apartado para añadir matices al diseño de ejercicios,


relacionados con el papel de los errores en las sesiones de intervención.
El interventor debe tener en mente que los errores van a producirse y, siempre que no
conlleven riesgos para humanos y animales, debe estar preparado para aprovecharlos
como un recurso a favor. Los animales no son infalibles, y no importa cómo de avanzado
sea el adiestramiento con el que cuenten, los errores son esperables. Además, los
programas de IAA se desarrollan bajo una estética pretendidamente relajada. Por ello,
aspirar a una ejecución perfecta supone una frustración innecesaria para el equipo de
intervención, además de implicar una mayor exigencia para los animales participantes.
Los errores forman parte de cualquier proceso de aprendizaje. Crear un ambiente en
el que el error no tenga connotaciones negativas es importante si se desea que los
participantes adquieran habilidades, pero aún más si se pretende que las generalicen e
integren en su día a día. A menudo los interventores se preocupan tanto de la correcta
ejecución de las rutinas que no dan lugar a la creatividad de los participantes, y esto es
un mensaje poderoso —ya se explique en función del reforzamiento diferencial o de la
percepción personal—. Ningún programa puede agotar los contenidos disponibles para
desenvolverse en la vida cotidiana, por lo que los interventores deben poner atención
sobre las competencias desarrolladas y respetar la coexistencia de variantes. Importa más
el fondo que la forma.
Además de guardar una lógica con la estética, dar cabida a los errores permite al
interventor introducir fallos voluntarios dentro de las sesiones. Por ejemplo, puede dar
instrucciones erróneas antes de realizar un ejercicio ya conocido, y comprobar si entre
los participantes alguien lo advierte y lo corrige. Las situaciones de la vida cotidiana no
suelen cumplir rígidamente con un formato establecido, así que introducir lagunas o
pequeñas incoherencias puede suponer un mejor entrenamiento para el futuro. La vida
no va sobre raíles.
Un interventor que comete errores es un interventor más humano, que se aleja del
canon de perfección y lejanía que muchos beneficiarios pueden esperar. Además,
compartir con los participantes responsabilidad de supervisión es una estrategia que se

235
aproxima más a la situación final —que sean capaces de valorar la información
disponible para tomar decisiones— que el simple seguimiento de órdenes y pautas.
En definitiva, el error es parte integrante del camino hacia el cambio. Las
intervenciones asistidas ofrecen un contexto amigable para promover las mejoras, y en
ellas los errores tienen un encaje más sencillo que en otros formatos de trabajo. Por ello,
conviene reflexionar sobre las ventajas de incluir estos errores como parte de un trabajo
más flexible.

4. EJEMPLOS PRÁCTICOS

Los epígrafes anteriores han explorado distintos aspectos que deben servir para dar
forma a los programas de intervención. Usando un símil de automoción, las IAA deben
incorporar una carrocería atractiva sobre el mismo chasis que proporciona la disciplina
de base. Procurar un encaje adecuado entre las piezas es una labor que exige tomar
decisiones tanto durante el diseño como en las mismas sesiones, ya que las
inconsistencias pueden provocar que los elementos se descosan y que los participantes
pierdan la confianza en el proceso.

Figura 8.3.—Las IAA desde el punto de vista del participante y el profesional.

Describir exhaustivamente los medios necesarios para maniobrar ante los distintos
retos existentes resulta imposible en el presente texto, siendo necesario recurrir en todo
caso a los argumentos técnicos y epistémicos de las disciplinas que sirven como
plataforma a las intervenciones. Sin embargo, sí se adjuntan esquemas de programas de
IAA, con la intención de ofrecer información al lector de algunas combinaciones que
pueden servir de ejemplo.
La literatura no ofrece una guía o estándar sobre el cual realizar esta tarea, de modo
que se propone el siguiente esquema:

TABLA 8.3 Elementos descriptivos del programa de intervención

236
Ejemplo A

Título Descriptivo, que genere interés en el receptor.

Colectivo Características del grupo de participantes.

Objetivos Meta propuesta. Por simplicidad, se señala solo una.

Formato Equipo de intervención, duración, grupal/individual, etc.


trabajo

Narrativa Breve descripción de la justificación de cara a los participantes. Siempre debe estar
adaptado a intereses y nivel madurativo.

Características Especie, tamaño, personalidad... cuestiones que pueden mejorar la integración del
animal programa.

Roles del Nivel de intensidad en su participación.


animal

Desarrollo de Elementos distintivos de la sesión.


sesión

Evolución de En función de la variable seleccionada, se ejemplifica el desarrollo longitudinal de los


ejercicios ejercicios.

4.1. Programa de alfabetización y animación a la lectura en menores

Colectivo Menores escolarizados con dificultades para la adquisición de destreza lectora. En caso de
existir dificultades específicas (dislexia...), la intervención será coordinada con los
especialistas del centro.

Objetivos Mejorar comprensión lectora.

Formato Un interventor, un conejo, sesiones individuales de 15 minutos. Se desarrollarán en la


trabajo biblioteca de la escuela durante las sesiones de refuerzo de lectura.

Narrativa Pepe es un conejo al que le encantan las historietas. Nunca se pierde un capítulo de La
Patrulla Canina* y le encanta ver cómo viven los leones y las jirafas en los documentales
que echan por las tardes. Hoy ha venido porque quiere conocer nuestra biblioteca, y le
hemos dado permiso siempre que no sea muy revoltoso. ¿Podrías ayudarme para que no
haga trastadas? Como le encantan los libros, seguro que si le leemos un cuento se queda
quietecito.

[*Paw Patrol, serie de animación que incluye animales antropomorfos.]

Características Afable e introvertido, que exija poca estimulación.


animal

Roles del El animal permanece junto al menor mientras lee.


animal

237
Desarrollo de • Usar materiales y cuentos relacionados con la especie animal seleccionada.
sesión • El interventor solicita al menor paráfrasis sobre lo leído para asegurar la comprensión, y se
dirige al animal para asegurarse de que «lo ha entendido».
• Se solicita al menor que busque una historia de animales que pueda gustarle a Pepe, y que
la practique en casa para leérsela en la próxima sesión.

Evolución de • Las sesiones pueden pasar a ser grupales, de modo que los menores sirvan de modelo
ejercicios positivo los unos a los otros.
• Combinar la lectura de materiales relacionados con animales con otras asignaturas, como
Ciencias de la Naturaleza o Educación para la Ciudadanía, a fin de dotar de mayor utilidad
a la información aprendida.

4.2. Programa de facilitación de la interacción social en centros


gerontológicos

Colectivo Personas mayores, con deterioro cognitivo leve o nulo.

Objetivos Aumento del número de interacciones sociales entre residentes de un centro gerontológico.

Formato • Equipo de intervención compuesto por interventor (psicólogo), guía canino y un perro de
trabajo intervención.
• Sesiones de 50 minutos con un grupo de entre cuatro y seis participantes (según nivel
funcional). El trabajo se desarrolla en círculo.

Narrativa Explorar los intereses del grupo:


• Comprobar la adaptación del animal al centro, para decidir si se incorpora una mascota.
• Organizar actividades con animales de una protectora, para ayudarles a visibilizar que aún
tienen «mucho que ofrecer».
• Aprender nuevas habilidades de adiestramiento, y enseñarlas luego a niños de una escuela
cercana.
• Etc.

Características Perro con educación básica, capaz de ejecutar órdenes sencillas (sienta, tumba, dar la pata...)
animal y pasear con correa. No puede tirar de la correa ni empujar o echar las patas. Afable
(sociable) y de bajo neuroticismo (poco excitable).

Roles del Completar tareas a través de juegos (debe estar motivado por juguetes, comida o ambos).
animal

Desarrollo de • El interventor desarrolla la sesión en tres-cuatro bloques, incluyendo el saludo, una o dos
sesión actividades y la despedida.
• En cada uno de los casos, se comienza solicitando voluntarios para desarrollar la tarea,
hasta establecer orden. Luego, se dan instrucciones sobre la actividad, y los participantes
las ejecutan por orden. El guía canino comprueba que la secuencia se completa, mientras
que el interventor dinamiza al resto del grupo (mediante preguntas sobre el siguiente paso,
la valoración de la ejecución anterior...).
• El interventor propone preguntas circulares: ¿cómo crees que se ha sentido el perro?,
¿cómo crees que lo ha hecho tu compañero? En todo caso, se solicita que lo comente
directamente con los interesados, fomentando la interacción directa. El interventor moldea
y refuerza diferencialmente la ejecución.

Evolución de • El interventor ofrece cada vez menos instrucciones, devolviendo la iniciativa a los
ejercicios participantes (¿cómo podemos lograr eso?, ¿qué queréis hacer a continuación?).
También se da cabida a la improvisación (interesa la interacción, no el contenido).

238
• La primera etapa se realiza con un grupo fijo. En un segundo momento las sesiones
pueden incorporar a otras personas (profesionales del centro, otros residentes) que acudan
a ver los avances. En un tercer momento se puede programar una salida o excursión para
compartir actividad con otros habitantes del barrio.

4.3. Mejora de las habilidades básicas de la vida diaria con animal


residente

Colectivo Personas diagnosticadas de trastorno mental grave (por ejemplo, esquizofrenia en fase
residual, con síntomas negativos como la abulia o el aplanamiento afectivo). Residentes en
un recurso de puertas abiertas.

Objetivos Mejorar las habilidades de autocuidado.

Formato • Un supervisor visitante coordinará las tareas, que serán ejecutadas por un miembro del
trabajo equipo técnico del centro.
• Se diseña y aplica un plan de cuidados sobre un animal residente. Se confecciona un
calendario de cuidados, incluyendo pautas de alimentación (sólida y líquida),
acicalamiento (cepillado, limpieza de ojos y orejas, revisión de la dentadura...), ejercicio
físico (paseos diarios y ejercicio moderado en días alternos), etc. Este calendario incluye
actividades de frecuencia variable (desde varias veces al día hasta una vez cada semana).

Narrativa [Dado que el animal ya reside en el centro, es más importante destacar la utilidad del
programa que la inclusión del animal.]
Ejemplo: «Este perro lleva con nosotros desde cachorro y ya es mayorcito, pero va siempre
hecho un desastre. Ni tiene horarios, como cuando le da la gana, lleva el pelo fatal... esto hay
que arreglarlo. Necesitamos que algunos voluntarios nos ayuden a enseñarle lo que un perro
necesita saber, si no, no lo podremos dejar entrar en la casa ni lo podremos sacar a las
excursiones. ¡Vamos a prepararlo!».

Características Variables, al ser un animal de compañía que ya convive en el centro. El animal debe tener
animal asignada un área o recinto propio, de modo que la interacción espontánea pueda ser
controlada.

Roles del Animal de compañía. Será receptor de los cuidados, por lo que no se exige ninguna habilidad
animal determinada.

Desarrollo de • Las tareas del calendario son asignadas a los participantes incluidos en el programa,
sesiones comprobando que las mismas no coinciden con otras actividades programadas.
• Durante las interacciones con el animal, el técnico del centro se asegurará de que las
rutinas se realizan de manera adecuada (intensidad, frecuencia, etc.), ejerciendo como
modelo en caso de ser necesario. Estas rutinas deben guardar paralelismos con las
exigidas dentro del entrenamiento en actividades básicas de la vida diaria.
• El paseo y el juego se establecen como recompensa.

Evolución de • Conforme el programa avanza, el supervisor puede ofrecer más autonomía al beneficiario,
ejercicios con mayor poder de decisión. A la vez, se establece una contingencia entre el autocuidado
y el cuidado del perro (si no se completa el aseo personal, no habrá tiempo para la
interacción).
• Se acuerdan objetivos a medio plazo para hacer actividades extra con el perro. Por
ejemplo, se puede realizar una salida específica con el grupo de participantes por el barrio,
acompañados por el perro «cuando esté listo para comportarse bien en la calle».
• Es posible acordar actividades sinérgicas con otras organizaciones próximas, como una
asociación protectora o una asociación de fotografía, para tender puentes hacia una mayor
visibilidad comunitaria.

239
5. A MODO DE CIERRE

El punto anterior ha presentado algunos ejemplos de programas posibles, intentando


dar cabida a algunas de las principales diferencias existentes en el medio —en función
de los roles desempeñados por el animal (desde el más activo al mero convivir), los
objetivos perseguidos (personales o interpersonales), los contextos y colectivos
implicados—.
Por supuesto, este catálogo resulta enormemente limitado. Como se ha defendido a lo
largo de todo el volumen, las posibilidades de incluir animales en contextos de
intervención no tienen límite intrínseco, siempre que el interventor sea capaz de dotar de
coherencia a la narrativa, que tenga suficiente capacidad técnica para maniobrar a favor
de los objetivos perseguidos, y que sea capaz de cumplir estas premisas sin poner en
riesgo la seguridad de todos los implicados (humanos y no humanos).
El lector debe explorar las opciones que la interacción humano-animal ofrece para
realizar su trabajo cotidiano para decidir cuándo es recomendable —y cuándo no—
añadir la presencia de un animal. Pero es importante partir de la formación y experiencia
previa, no siendo recomendable lanzarse a explorar un terreno totalmente desconocido
para poder realizar IAA. Recuerde siempre que la intención es facilitar nuestra labor, no
condenarnos a usar este recurso incluso contra nuestro criterio.
Si se desea obtener más información sobre intervenciones regladas, se recomienda
recurrir a la tesis de Martin Wesley (2007) sobre terapia grupal para el tratamiento de
dependencia a sustancias o al manual de Pichot y Coulter (2006) sobre terapia breve
centrada en soluciones, que representan ejemplos completos de programas asistidos por
animales.
Con estos párrafos acaba la segunda sección del manual. El tercer y último bloque
temático reúne tres capítulos dedicados a las buenas prácticas, atendiendo a los
requerimientos éticos trasversales (capítulo 9) y a los estándares de selección y
preparación de caballos y perros para participar con garantías en una intervención
(capítulos 10 y 11).

240
BLOQUE III
Buenas prácticas en selección,
guía y bienestar animal

241
9
Ética y guía de buenas prácticas en IAA

Con este capítulo el libro entra en su última etapa. Se ha realizado un camino desde lo
más general hasta lo más específico, colocando la antrozoología en la base de una
pirámide, sobre la cual se ha encajado nuestro conocimiento de cómo interactuamos con
animales, qué beneficios conlleva, cómo podemos aprovechar el vínculo humano-animal
como componente de una intervención y cómo diseñar un programa. Con esto el objetivo
principal del libro puede considerarse alcanzado.
Sin embargo, todos estos pasos pueden (y deben) ser analizados desde una posición
ética. Las profesiones de referencia sobre las que se pueden organizar intervenciones
asistidas ya cuentan con códigos establecidos para desarrollar buenas prácticas, pero la
inclusión de animales es un supuesto que la mayor parte de profesionales no saben cómo
encajar dentro de los conceptos de uso general. Son el primer capítulo (definiciones) y
este (ética y buenas prácticas) los que ayudan a entender los límites de las
intervenciones, tanto en los aspectos abstractos como en los aplicados.
La cuestión de cómo nos relacionamos en nuestro día a día con los animales —ya
sean de compañía, destinados a la alimentación...— ha quedado fuera del capítulo, por
ser un objeto de estudio mucho más amplio que el que aquí nos ocupa. Aunque la
impresión es que se avecina un cambio de paradigma al respecto, algo que sin duda
variará el modo en que vemos y tratamos a los animales no humanos.

242
Figura 9.1.—Esquema jerárquico del manual, con los capítulos de referencia.

El presente capítulo realizará un recorrido por los aspectos éticos que deben ser
atendidos en el diseño e implementación de programas de IAA, revisando retos
prototípicos y ofreciendo soluciones y vías de exploración. Si el lector se halla inmerso
en el diseño de un programa, este capítulo puede ayudarle a comprobar si algún aspecto
ha quedado desatendido.

1. DEFINICIONES RELEVANTES PARA EL TRATO ÉTICO

Primum non nocere [lo primero es no hacer daño]


Cita atribuida a Hipócrates

243
La preocupación por el bienestar de los animales no humanos ha variado
radicalmente a lo largo de la historia, en consonancia con los cambios registrados en
torno a su consideración y roles desempeñados en las comunidades. Aunque la tendencia
apunta a un creciente interés por garantizar la calidad de vida de los animales, lo cierto
es que este avance no está exento de incoherencias, que reflejan las ambivalencias que
los humanos mantenemos hacia otras especies (Herzog, 2011a).
España no cuenta con una legislación estatal sobre protección animal, pero todas las
comunidades autónomas cuentan con normativa en vigor. A su vez, el Código Penal
hace acreedor de pena de cárcel a quien: «(...) por cualquier medio o procedimiento
maltrate injustificadamente, causándole lesiones que menoscaben gravemente su salud
(...) a) un animal doméstico o amansado» (Boletín Oficial del Estado, 1995; art. 337). Un
73% de españoles (77% para el conjunto de Europa) considera que las condiciones de los
animales de granja necesitan ser mejoradas, y un 64% (62% en Europa) indica estar
dispuesto a cambiar sus hábitos de consumo para mejorar la situación de estos animales
(Comisión Europea, 2007). Al mismo tiempo, existe normativa específica para la
regulación de la tauromaquia como patrimonio cultural (Boletín Oficial del Estado,
2013), que permite —y de hecho incentiva— realizar acciones sobre los toros de lidia
que serían consideradas delito de realizarse sobre una vaca o buey. Estas inconsistencias
no son exclusivas de España, tomando distintas formas alrededor del mundo (Herzog,
2011a).
Existe un amplio corpus de literatura científica que ha concentrado su atención sobre
las actitudes hacia el mantenimiento de animales en recintos como zoológicos (Hacker y
Miller, 2016) o delfinarios (Perelberg, Veit, Van der Woude, Donio et al., 2010;
Yerbury, Boyd, Lloyd y Brooks, 2017). Por ejemplo, los visitantes son sensibles a la
calidad del entorno en que estos animales viven, influyendo en las inferencias realizadas
sobre su grado de bienestar (Davey, 2006; Melfi, McCormick y Gibbs, 2004). También
existe un creciente rechazo a la inclusión de animales en espectáculos, que ya se refleja
en la prohibición de mantener animales salvajes dentro de los números de circo en
comunidades autónomas como Cataluña, Galicia e Islas Baleares (respectivamente:
Boletín Oficial del Estado 2015b; 2017a; 2017b). En general, la preocupación por el
bienestar animal está en auge.
Esto nos lleva a abordar un debate filosófico con aspectos abstractos —qué define el
buen trato— y aplicado —cómo se traduce a la hora de desarrollar una actividad, ya sea
la tenencia de animales de compañía o su inclusión en intervenciones asistidas—. Dar
una perspectiva comprensiva de este debate exigiría mucho más espacio del que se
puede dedicar en este manual, que se concentrará especialmente en analizar las guías que
pueden servir de orientación para el profesional de las IAA. Para una revisión más
amplia —y en español—, se puede recurrir a los manuales de Rodríguez-Carreño (2012)
o Wolf (2012).

244
1.1. Ética, moral y deontología

La valoración de la conducta humana según su aceptabilidad nos lleva a abordar las


diferencias entre términos que pueden llegar a confundirse en el ideario popular. Por
ejemplo, ética y moral suelen coincidir en la literatura, hasta el punto de aparecer
intercambiados como si fueran una misma cosa en textos técnicos (França-Tarragó,
2012). La Ética es una rama de la Filosofía dedicada al análisis sistemático de la
conducta moral humana, mientras que la Moral es el conjunto de normas que rigen
nuestra vida en sociedad. En otras palabras, las concepciones morales son ejemplos
concretos de un universo de posibilidades, que sería el atendido de manera abstracta por
la Ética.
Dadas estas definiciones, la Deontología queda definida como una postura concreta
—es decir, moral— que guía el ejercicio de una profesión, describiendo los límites que
deben respetar tanto las actividades como las relaciones personales e institucionales
establecidas (Del Río, 2005). El código deontológico que rige una profesión es un
catálogo de acciones morales, sustentado en el acuerdo entre profesionales en un
momento y contexto determinados.

1.2. Animales y Derecho, una ecuación compleja

En último lugar, cabe destacar que el debate sobre la ética en nuestra interacción con
animales no humanos contacta de manera ineludible con la preocupación por las
herramientas legales que pueden salvaguardar su seguridad. Pero ¿tienen derechos los
animales no humanos?
Esta cuestión tiende a abordarse desde una perspectiva antropocéntrica, dando por
supuesto que los seres humanos tenemos derechos inherentes por el mero hecho de
existir, y tratando de dilucidar si otros animales deben ocupar un mismo escalón
(abolición del especismo, en términos de Singer, 1975) o si solo pueden beneficiarse de
los derechos que las personas les otorgan de manera externa (en términos de moral de la
compasión de Schopenhauer; Wolf, 2012). No es un tema sencillo de abordar, y su
análisis queda lejos de los objetivos primarios de un profesional de la intervención. Sin
embargo, el interventor entrará en contacto con personas de convicciones muy variadas,
y desarrollar sensibilidad ante las distintas posiciones (desde el continuismo radical entre
humanos y otros animales hasta el establecimiento de jerarquías entre especies) le
permitirá comprender mejor a sus interlocutores y buscar soluciones a las posibles
dificultades.
Defez (2012) analiza la cuestión y señala que el Derecho recoge normas acordadas
entre los participantes de una comunidad y, dado que los animales no humanos no
participan del acuerdo —contrato social—, no se puede defender que tengan derechos.
Pero, a su vez, considera que la discusión sobre la inherencia de los derechos animales

245
puede no ser la más productiva para garantizar su bienestar, ya que: «como pasa con
otros problemas morales, la discusión no es tanto un asunto de razones como de
actitudes» [p. 265]. En el momento en que este volumen se escribe, el Observatorio de
Justicia y Defensa Animal mantiene una campaña publicitada en redes sociales bajo el
lema #AnimalesNoSonCosas, destinada a modificar la consideración de los animales —
de «bienes inmuebles» a «seres sintientes»— en el Código Civil. Dado que en España se
pueden registrar iniciativas legislativas populares reuniendo 500.000 firmas, aprovechar
los cambios actitudinales puede ser estratégicamente mejor que resolver el problema
desde la abstracción de la Ética. Como ya se ha conseguido en otros países, es posible
reconocer la dignidad animal con independencia de cómo se resuelva el debate de los
derechos (Wolf, 2012).

2. ESTÁNDARES ÉTICOS REFERIDOS A LOS PROFESIONALES

Revisada la definición de Deontología, este segundo epígrafe analiza estándares


deontológicos concretos que conectan con la labor de los interventores. En consonancia
con lo expuesto a lo largo del manual, cada profesional debe mirar a su disciplina de
base para conocer sus atribuciones, derechos y obligaciones. Sin embargo, ciertos
aspectos deontológicos encajan con algunos de los retos específicos a los que se
enfrentan los profesionales que implementan IAA, por lo que su análisis es pertinente.
Los códigos deontológicos son documentos promovidos por organizaciones
profesionales, como los colegios profesionales y colegios oficiales. El objetivo de estos
documentos es establecer unos estándares mínimos que garanticen que el ejercicio
profesional se realiza conforme a unos requisitos de calidad, y eso hace que existan
códigos específicos para cada profesión. Sin embargo, muchos de los requisitos resultan
transversales, como demuestra el análisis de las guías publicadas para Psicología
(Colegio Oficial de Psicólogos-COP, 2010), Terapia Ocupacional (Consejo General de
Colegios Profesionales de Terapia Ocupacional de España-CGCPTOE, 2015), Trabajo
Social (Consejo General del Trabajo Social-CGTS, 2012) y Ciencias de la Educación
(Consejo General de los Ilustres Colegios Oficiales de Doctores y Licenciados-CGCDL,
2010).
Un primer aspecto resaltado en estos códigos es la obligación del profesional de estar
en disposición del conocimiento necesario para ejecutar los actos profesionales por los
que se le contrata. Esto se refleja tanto en la necesidad de tener el título oficial
preceptivo como en la obligación de continuar la formación a lo largo de la vida
profesional. Es responsabilidad del profesional mantenerse informado de cómo realizar
su trabajo.
El segundo aspecto destacado tiene que ver con los compromisos adquiridos hacia el
cliente o beneficiario. Por ejemplo, los clientes están en su derecho de conocer los
términos de la intervención, incluyendo los objetivos marcados, los medios previstos

246
para conseguirlos, los retos a los que se va a enfrentar..., a fin de poder consentir en
participar contando con la suficiente información. En este punto cabe destacar prácticas
de dudosa profesionalidad como presentar las IAA como una intervención novedosa
(capítulo 1), denominar terapia a intervenciones que no son tal (lo que además puede
constituir una estafa; capítulo 1), la propuesta de programas sin objetivos definidos o sin
un plan para alcanzarlos (teoría del cambio, capítulo 5), el uso de lenguaje
sensacionalista (capítulo 6), etc.
En tercer lugar, varios de estos catálogos señalan directamente a la obligación del
profesional de ofrecer intervenciones apoyadas por la evidencia, y que coincidan con las
necesidades del paciente. El interventor debe elegir de su arsenal las opciones que mejor
compensen costes y beneficios, y no las de su preferencia. Como se comentó en el
capítulo 5, las intervenciones asistidas suelen ser más costosas que la alternativa sin
animal, siendo obligación del interventor justificar la elección en función de los datos
disponibles en la literatura científica. Las IAA no compiten contra la situación de no
tratamiento, sino contra tratamientos similares sin animales. Si esta información se
esconde al cliente, no se le está dando opciones para tomar una decisión de manera libre
e informada (Del Río, 2005; França-Tarragó, 2012).
Por último, existe una recomendación trasversal de respetar bajo toda circunstancia
los derechos del beneficiario a la intimidad, no distribuyendo material de contenido
personal ni su imagen sin un consentimiento expreso. Incluso si se cuenta con permiso
por escrito, el profesional debe poner especial cuidado en no utilizar estos materiales
para cubrir intereses personales del interventor (como conseguir notoriedad). Una foto
con los participantes de espaldas, o un primer plano de las manos sobre el animal sin que
aparezcan las caras, son suficientes para ilustrar la actividad desarrollada en redes
sociales, en una presentación como docente o conferenciante, etc. Actualmente, las redes
sociales están llenas de imágenes entrañables de intervenciones asistidas, que hacen
mucho bien a los profesionales pero que suponen una exposición innecesaria de la
identidad de los participantes. Y esto contraviene directamente todos los estándares de
calidad de cualquier profesión reglada.
En general, todas estas notas podrían resumirse en una sola frase: «desarrollen su
intervención bajo parámetros normales, con independencia de que haya animales
implicados». Desgraciadamente, la presencia de animales en el contexto de intervención
resulta tan saliente —quizá por inexperiencia, quizá por su importancia en la vida de
muchos de nosotros— que desvía la atención de cuestiones centrales para cualquier
profesión. Es obligación del profesional asegurarse de que este efecto no contamine el
proceso de intervención, insistiendo en las limitaciones de la propuesta y buscando un
encaje lógico con las necesidades de las personas beneficiarias (Mallon, Ross, Klee y
Ross, 2010).

3. ESTÁNDARES ÉTICOS REFERIDOS A LA SELECCIÓN Y PREPARACIÓN

247
DE LOS ANIMALES DE INTERVENCIÓN

La selección, cuidado y preparación de los animales de intervención ofrecen mayores


particularidades con respecto a sus implicaciones éticas, tanto para garantizar el
bienestar del propio animal como la seguridad de los humanos que contactan con ellos.
Los siguientes puntos abordan algunas de las principales cuestiones que deben ser
tenidas en cuenta, ofreciendo una panorámica de los retos y sus posibles soluciones.

3.1. Buenas prácticas en la selección

3.1.1. Elección de la especie animal

Una primera cuestión dentro de este epígrafe hacer referencia a la especie animal
seleccionada. En general, la recomendación básica es que solo se incluyan animales
domesticados, ya que sus características han sido sometidas a un proceso de selección
por parte de los humanos (durante milenios, en el caso de perros, gatos, animales de
granja, etc.). Los animales salvajes, entre los que pueden encontrarse primates no
humanos, muchas aves, grandes felinos, reptiles, arácnidos, peces... no han desarrollado
estrategias que privilegien la interacción con humanos (Arkow, 2011; International
Association of Human-Animal Interaction Organizations-IAHAIO, 2014). De hecho,
serpientes y tarántulas son buenos ejemplos de animales no sociales —no conviven en
comunidades en su entorno natural—, por lo que su bagaje para la interacción es pobre
dentro de su misma especie, ¡qué decir de hacerlo con humanos!
En sendas revisiones, Lefebvre, Golab, Christensen, Castrodale et al. (2008) y
Lefebvre, Peregrine, Golab, Gumley et al. (2008) realizan una recomendación más
conservadora desde el punto de vista veterinario, señalando que las intervenciones solo
deberían incluir animales de compañía que conviven en hogares. Esto excluiría reptiles,
anfibios, primates no humanos, roedores y cualquier mascota de reciente adopción, por
combinar riesgos de lesión y zoonosis (contagio de enfermedades entre especies) para
los humanos.
La inclusión de animales salvajes se sustenta, principalmente, en su atractivo. Pero el
contacto humano provocará estrés con mayor frecuencia que en cualquier animal
domesticado. Incluso entre los animales sociales, como puedan ser los primates o los
cetáceos, obligar a mantener el contacto —sin opción de escapar— puede devenir en
problemas conductuales y estrés.
Centrando la atención sobre la especie salvaje más nombrada en la literatura —los
delfines—, cabe destacar el estudio desarrollado por Brensing, Linke, Busch, Matthes et
al. (2005) en dos centros, donde observaron las reacciones de 18 delfines a lo largo de
120 sesiones de «natación con delfines». Los delfines que vivieron en delfinarios (con
una planta de 600 m 2 ) presentaron reacciones de estrés y evitación del contacto con

248
humanos, mientras que los que vivieron dentro de recintos amplios (14.000 m 2 ) sí
presentaron conductas espontáneas de aproximación. Los problemas éticos de la
inclusión de delfines que viven confinados en delfinarios han sido probablemente los
más comentados entre las especies salvajes (Marino, 2014; Marino y Lilifienfeld, 2007;
Yerbury et al., 2017), elemento que ha favorecido su paulatino abandono como opción
para realizar IAA —por ejemplo, las organizaciones reunidas bajo la IAHAIO los
excluyen específicamente—.
Además, trabajar con animales salvajes reviste mayores riesgos también para los
participantes humanos. Compartir espacio con especies venenosas, depredadoras,
acuáticas o de gran volumen corporal es someterse a un riesgo a todas luces innecesario.
Muchas de estas intervenciones implican la interposición de barreras para preservar la
seguridad (mamparas, rejas, correas de sujeción...) Y los accidentes o reacciones
inesperadas —especialmente cuando los animales son sometidos a estrés— nunca
pueden descartarse. A este respecto, es recomendable visionar el documental Blackfish
(Cowperthwaite, 2013). Además, ¿alguien sabe dónde gestionar un seguro de
responsabilidad civil de un guepardo o un rinoceronte en intervenciones educativas o
comunitarias?
En conjunto, no existen argumentos técnicos —accesibilidad, adaptación al ser
humano, seguridad, coste...— ni éticos para sustentar la elección de animales salvajes,
por lo que su inclusión en IAA será excepcional. Una de estas excepciones puede darse
cuando el animal es rescatado y cuidado en un centro de recuperación. Por ejemplo,
Mallon et al. (2010) describen este tipo de prácticas dentro del proyecto Green Chimneys
(localizado en Brewster, Nueva York; www.greenchimneys.org), en el que el paso de los
animales se aprovecha para realizar actividades de cuidado que sean beneficiosas para
todas las partes implicadas, y siempre bajo el respeto estricto a la etología y necesidades
del animal (por ejemplo, si un animal puede ser devuelto a la naturaleza, el contacto con
humanos debe reducirse al mínimo).
Más allá de estos ejemplos, incluir animales salvajes supone asumir riesgos
innecesarios para obtener un beneficio estético, perdiendo a cambio las prestaciones que
miles de años de selección intencional han instaurado en nuestros animales domésticos.
En consecuencia, el consejo estándar es que los interventores de IAA no deben incluir
especies salvajes en sus intervenciones.

3.1.2. Elección del individuo

Una vez determinada la especie animal, resta seleccionar al individuo concreto que
participará en la intervención. Dado que los capítulos 10 y 11 abordarán los criterios de
selección de perros y caballos, no será necesario extenderse demasiado en este epígrafe,
pero conviene destacar dos cuestiones transversales que son de aplicación a otros
animales.

249
En primer lugar, la selección debe tener en cuenta aspectos morfológicos que puedan
tener impacto sobre la intervención. Como se comentó en el capítulo 3, el aspecto de los
animales suele asociarse con ciertas características, no tanto por experiencia personal
como por la representación social que se mantiene en la cultura de referencia. Como
corolario, la narrativa del programa debe ser coherente con el aspecto del animal: a día
de hoy, en Occidente, un golden retriever de color claro responde bien al prototipo de
perro «bondadoso» y «bienintencionado» —por citar ejemplos de atribuciones
antropomorfas—, mientras que un doberman se asociará al peligro y la agresividad. Esto
no quiere decir que se deba desechar trabajar con animales de aspecto fiero o peligroso,
sino que el interventor debe tener en cuenta esa información para elegir el colectivo
sobre el que se puede trabajar —por ejemplo, adolescentes en centros de menores— o en
el mensaje que se quiere transmitir —por ejemplo, como metáfora de control sobre algo
que da miedo—.
Dentro de las características físicas, también es recomendable analizar las exigencias
a las que se verá sometido el animal durante las sesiones de trabajo. Por supuesto,
ninguna intervención puede incluir el sufrimiento del animal como una condición
aceptable, pero algunos colectivos son más propensos a tener ciertos errores o
accidentes, debidos a procesos degenerativos, lesiones, etc. En estos casos, el tamaño y
fortaleza del animal marcan la diferencia entre una molestia o una lesión. En el otro lado
de la balanza, ciertos contextos de trabajo implican a personas de escasa fuerza o
movilidad —personas encamadas, con inhibiciones conductuales, etc.—, por lo que
contar con un animal pequeño permitirá interactuar sobre el regazo o en la cama,
evitando que el animal tenga que adoptar posturas poco naturales para poder realizar la
sesión —por ejemplo, que un pastor alemán tenga que permanecer a dos patas para
trabajar con alguien postrado en una cama—.
En un segundo bloque de cuestiones, los animales que participen en la intervención
deben ser valorados por sus particularidades conductuales (personalidad). Dado que las
intervenciones suponen coincidir con seres humanos, elegir especímenes con bajo
neuroticismo —baja reactividad emocional, poco asustadizo, seguro en contextos
novedosos— facilitará desarrollar las sesiones sin sobresaltos, y con una menor carga
para el animal. Esto es cierto incluso si el trabajo desarrollado no implica contacto, ya
que la proximidad a una jaula o terrario también puede ser un elemento estresante. En el
caso de que las intervenciones incluyan el contacto físico, seleccionar a individuos muy
afables —sociables— y extrovertidos —que encuentren confort en contextos muy
estimulantes— facilitará que las sesiones sean una ocasión para el disfrute del animal.
Por último, cabe destacar una cuestión controvertida, y que se relaciona tanto con
aspectos físicos como conductuales: la edad del animal. Que una cría de animal despierta
una reacción emocional más positiva (como promedio) que su equivalente adulto es algo
fácil de observar en nuestro contexto cercano, y eso hace que el trabajo con cachorros
sea muy demandado. Pero ¿es aceptable trabajar con animales que no han llegado a su

250
adultez? La respuesta corta y directa es que no. Las crías tienen un nivel madurativo bajo
que limita su capacidad para gestionar el estrés fisiológico, son más pequeñas y tienen
menos resistencia física que los adultos, elementos que aumentan el riesgo de sufrir
lesiones. Además, están más expuestos al contagio de enfermedades zoonóticas
(Lefebvre, Peregrine et al., 2008).
Por otra parte, el interventor no podrá realizar una correcta valoración de la
personalidad —o temperamento, en especies cuyo desarrollo ontogenético se vea poco
influido por el contexto— hasta que el animal alcance la madurez. Este punto puede
chocar con el conocimiento previo de las personas dedicadas a la cría de animales, ya
que existen pruebas muy populares para realizar selección durante las primeras etapas
vitales, especialmente con perros (para una revisión, McGarrity, Sinn y Gosling, 2015).
Estas pruebas suelen usarse para determinar qué cachorros de cada camada pasarán
por un proceso de adiestramiento y cuáles no, algo de utilidad cuando se desea entrenar
un perro de asistencia o incorporarlo a IAA (Harvey, Craigon, Somerville, McMillan et
al., 2016; Tomkins et al., 2011). Sin embargo, la literatura no ha recabado hasta el
momento información empírica que apoye el valor de estas pruebas para predecir la
personalidad del individuo adulto (Jones y Gosling, 2005; Lopate y Seksel, 2012).
Evaluar solo a los animales seleccionados permite comprobar que los cachorros reunían
las condiciones necesarias, pero no ofrece información sobre si el resto de los candidatos
podrían haber alcanzado un nivel de desarrollo similar. Demostrar el valor predictivo de
estas pruebas implicaría valorar la trayectoria de los perros desechados o, más allá,
asignar al azar a todos los perros —seleccionados y no seleccionados— a las
condiciones programadas —con y sin entrenamiento— y valorar si el éxito depende de
la selección, de la atención profesional o de una combinación de factores. Teniendo en
cuenta el coste del entrenamiento y la alta demanda de animales de asistencia, parece
poco probable que este tipo de diseño encuentre su sitio en la literatura de próxima
publicación.
En conjunto, trabajar con crías no parece tener más sentido que el de atraer a los
potenciales beneficiarios, pero este beneficio no justifica la asunción de riesgos para la
salud del animal. Además, la evaluación de la personalidad de los animales presenta una
mayor confiabilidad si se realiza en individuos adultos (Jones et al., 2005). Por ello, los
animales jóvenes podrán tener una participación muy limitada, dirigida a que se habitúen
al contexto de intervención, pero no serán sometidos a la presión de participar como
protagonistas en las sesiones de intervención.
Por todo lo comentado, el prototipo de animal elegido para participar en IAA debe ser
un ani-mal de compañía adulto con buenas cualidades comportamentales. Y eso nos
lleva a elegir preferentemente como compañeros de intervención a perros y gatos —
domesticados, pequeños, versátiles y que pueden convivir con el interventor—. El
caballo también cumple con estos requisitos —no convive en casa, pero establece
vínculos fuertes y estables con sus cuidadores—, aunque cuestiones como el coste de

251
mantenimiento o el transporte deben ser atendidos de cara a la viabilidad del programa.
Otras elecciones son posibles, pero obligan a explorar con detenimiento sus
implicaciones éticas —y si se pretende ser respetuoso con su etología, el contacto físico
y el confinamiento estarán fuera de escena, lo que limitará mucho el elenco de escenarios
disponibles para la intervención—.

3.1.3. El mito del perfecto animal de intervención

Como nota adicional, cabe comentar que en este medio se encuentra muy extendida la
creencia de que los animales de intervención deben pertenecer a razas concretas o tener
características concretas, lo que suele llevar a la compra de individuos provenientes de
criadores. Esto es algo perfectamente lícito, aunque conviene asegurarse de que los
animales son criados conforme a unos estándares que garanticen la calidad de vida de los
animales implicados.
Perros como los golden o labrador retriever de colores claros suelen encontrar una
acogida positiva en la mayor parte de contextos, ya que obedecen al prototipo de animal
de compañía en Occidente. Esta imagen no depende del individuo en sí, sino de una
construcción social transmitida a través de medios como el cine o en la literatura. Por
otra parte, estas preferencias cambian a lo largo del tiempo (Herzog, Bentley y Hahn,
2004). Además, el vínculo entre humano y animal exige de cierta constancia, y a través
de las sesiones el comportamiento tiene mayor influencia que el aspecto físico. Por todo
ello, apuntar unas características como estándar inmutable puede estar más relacionado
con prejuicios y actitudes que con la capacidad real.
Las intervenciones pueden incluir animales de muy diversa procedencia, con raza
determinada o mestizos, sin sufrir apenas variaciones. Dado que estos animales
convivirán con el guía —o al menos pasarán mucho tiempo en su compañía—, la
elección obedece a criterios no solo técnicos, sino también a la preferencia personal.
Pero si un interventor está pensando en adquirir un animal, no debe tener miedos
infundados que lo desanimen a acudir a las sociedades protectoras de animales, donde
encontrará muchos candidatos (de raza y mestizos) que pueden encajar perfectamente en
las intervenciones asistidas.

3.2. Buenas prácticas en la preparación conductual

El presente capítulo no se centra ni en la selección ni en el adiestramiento, sino en los


requisitos éticos que deben contemplarse para garantizar el bienestar de todas las partes
que participan en la intervención. La literatura ofrece una variedad de referencias a las
que recurrir para ganar una visión completa de los estándares disponibles para
seleccionar y preparar un animal. Si el lector piensa introducir animales en un contexto

252
de intervención, debe buscar el asesoramiento de un profesional en Veterinaria, Etología
y/o adiestramiento experto en la especie animal elegida para que realice las
comprobaciones pertinentes sobre el individuo.
Dicho esto, el epígrafe se divide en dos apartados, referidos a la conducta espontánea
del animal y al entrenamiento mínimo exigido. La mayor parte de organizaciones
dedicadas a las IAA exigen una evaluación de los animales conforme a sus estándares,
revisable con cierta frecuencia (por ejemplo, Animal Assisted Intervention International-
AAII, 2015; IAHAIO, 2014). En todo caso, la evaluación no se refiere solo al animal,
sino que incluye también a la persona que lo acompañará en las intervenciones.

3.2.1. Conducta espontánea del animal

La selección debe valorar la conducta espontánea del animal, definida como todas
aquellas acciones en las que no media una orden concreta por parte del equipo de
intervención. Este patrón conductual (o personalidad) es el resultado de las condiciones
disposicionales (temperamento) y la experiencia (ontogénesis), lo cual implica que
pueden ser entrenadas. Sin embargo, esto no quiere decir que cualquier animal pueda
llegar a reunir las condiciones necesarias con un coste emocional asumible. Seleccionar
un individuo adulto que cumpla con estas características ahorra trabajo tanto al animal
como a su guía.
Pet Partners (2017) argumenta sus pruebas de selección en tres principios: fiabilidad,
predictibilidad y controlabilidad. De este modo, el guía del animal debe tener certeza de
que este mantendrá una conducta consistente y que responderá a las indicaciones en caso
de ser necesarias. Entre las conductas que deben mantenerse bajo control se encuentran
las vocalizaciones, los saltos o poner las patas encima de las personas, chupar o agarrar
con los dientes a personas o materiales y el control de esfínteres —al menos, en especies
que visitan centros—.
El proceso de evaluación consiste en exponer a los animales a situaciones
potencialmente estresantes y observar su respuesta. Entre estas situaciones se encuentran
el contacto con elementos desconocidos (personas, animales y objetos inertes), gritos o
discusiones, ruidos fuertes y manipulaciones molestas, como caricias fuertes o un abrazo
prolongado (González, Pérez, Aguilera, Rodero et al., 2017; Lucidi, Bernabo, Panunzi,
Dalla Villa et al., 2005; Tucker, 2005).
No existe un estándar único de conducta adecuada, sino una política de condiciones
mínimas exigibles sobre la que se superponen condiciones individuales que deben ser
tenidas en cuenta para asegurar el bienestar de todos los participantes. Usando como
marco la teoría de los cinco grandes factores de personalidad (Costa y McRae, 1992;
Gosling, Sandy y Potter, 2010), los animales deben tener un nivel de neuroticismo bajo
—por ejemplo, baja reactividad ante elementos novedosos, pocas reacciones de miedo o
ansiedad— y alta afabilidad —búsqueda del contacto social, baja dominancia y muy baja

253
agresividad—. Sin estos mínimos, existe el riesgo de que eventos fortuitos como un mal
gesto, un ruido inesperado o una manipulación brusca provoquen reacciones
emocionales dañinas para el animal y/o para el beneficiario. Por supuesto, esta selección
no tiene como objetivo escoger individuos que aguanten un trato abusivo, sino garantizar
que los incidentes se resolverán sin una respuesta agresiva o una huida. Grandin, Fine y
Bowers (2010) lo plasman de manera gráfica en el siguiente fragmento, traducido del
original:

Los autores recomiendan incluir caballos con un temperamento plácido, muy


calmado (...) Los mejores caballos de equitación terapéutica son extremadamente
calmados y estables. Cuando un jinete profesional monta en el caballo de terapia
perfecto le parecerá un completo aburrimiento. Un caballo de terapia no necesita estar
en condiciones de ganar el Derbi de Kentucky; tan solo necesita ser un animal
confiable sobre el cual la mejor terapia pueda desarrollarse (p. 261).

Entre las cualidades de personalidad que sí permiten una mayor variabilidad se


encuentran el grado de extraversión —entendido como el nivel de estimulación óptimo
para el animal— y de apertura al cambio —que incluye las conductas de exploración y
facilidad para adaptarse a los cambios contextuales—. Estas características de
personalidad pueden ajustarse mejor a unos contextos que a otros. Por ejemplo, el nivel
de actividad física o variedad estimular difiere mucho en función del colectivo, siendo
previsible que un animal muy extrovertido disfrute más de la interacción con menores en
espacios exteriores, mientras que uno marcadamente introvertido se encontrará más a
gusto trabajando con personas mayores en una sala. Las puntuaciones intermedias
permiten trabajar en un mayor número de contextos, pero los animales que puntúan en
los extremos de estas escalas pueden encajar de manera muy natural en contextos
específicos.
Lógicamente, las pruebas deben variar en función de la especie animal, pero los
principios de fiabilidad, predictibilidad y controlabilidad (Pet Partners, 2017) son una
buena base sobre la que construir. Los interventores deben incorporar a su discurso que
no todos los animales de compañía pueden ser utilizados en IAA, ya que estos contextos
imponen una serie de retos que pueden encajar mejor o peor con sus características.
Incluirlos sin la debida evaluación por parte de un profesional de la conducta animal
pone en riesgo tanto al mismo individuo como a los potenciales beneficiarios, por lo que
las comprobaciones son inexcusables.

254
Figura 9.2.—Requisitos de personalidad para los animales de intervención.

3.2.2. Adiestramiento o entrenamiento del animal

Este segundo epígrafe hace referencia a las conductas que el animal realiza bajo las
órdenes directas de su guía. Aunque la facilidad para aprender nuevas conductas no es
un factor de personalidad de uso en Psicología humana, la literatura centrada en especies
como el perro (Gartner, 2015; McGarrity et al., 2015) o los caballos (Momozawa,
Kusunose, Kikusui, Takeuchi et al., 2005; Nagy, Bodo Bardos, Banszky et al., 2010) sí
suele hacer referencia a su «entrenabilidad» (trainability). Los trabajos son mucho más
escasos en el caso de los gatos, quizá por la creencia extendida de que son animales
difíciles de adiestrar (Bradshaw y Ellis, 2014; Gartner, 2015). Sin embargo, todos los
animales domésticos pueden aprender conductas nuevas —y bajo qué condiciones
realizarlas— con el adiestramiento adecuado (basta con buscar los vídeos de Chicken
Camp en YouTube para corroborarlo).
Un primer aspecto a discutir es el tipo de programa de adiestramiento usado para
implementar este. Aunque una discusión completa del asunto escapa a los objetivos de
este manual, el lector sí debe conocer que existen claras diferencias en el grado de
presencia de eventos aversivos para el animal. Existe una marcada tendencia hacia la
limitación de los castigos (especialmente los de tipo positivo, como usar collares
eléctricos o correcciones basadas en la imposición) y la apuesta por un trabajo basado en
el vínculo con el animal y el uso de reforzadores como vía de conseguir los objetivos sin
sacrificar el bienestar de los animales.
Algunas de las propuestas con mayor presencia en España serían el adiestramiento
cognitivo-emocional (López-García, 2013) y diversas vertientes del adiestramiento en
positivo (caracterizado por usar reforzamiento positivo como principal recurso) en perros
o la doma natural (natural horsemanship) en caballos. Existen indicios de que el

255
entrenamiento de perros por cualquier método se asocia con mejoras conductuales,
aunque la eliminación de métodos aversivos ha sido asociada a una menor reactividad
ante personas y perros, menor conducta agresiva y disminución de la conducta de huida
(Blackwell, Twells, Seawright y Casey, 2008), mayor habilidad para aprender (Rooney y
Cowan, 2011) y mejor vínculo entre perro y guía (Haverbeke, Stevens, Giffroy y
Diederich, 2012). En el caso de los caballos, existen indicios de que la doma natural se
asocia con mejor interacción con humanos (Dorey, Conover y Udell, 2014) y, aunque se
encuentran menos estudios que en el caso de los perros, existen razones éticas y teóricas
que animan a investigar si los beneficios pueden ser similares (Savvides, 2012). En
definitiva, la adopción de métodos de modificación de conducta basados en la gestión
del vínculo mediante técnicas no aversivas parece aunar ventajas éticas y mejores
resultados.
Sin embargo, dado que el adiestramiento es un campo profesional con regulación
insuficiente, es recomendable no confiar exclusivamente en el término utilizado como
reclamo, sino indagar sobre los métodos usados, la experiencia y formación del
adiestrador. La instauración o modificación de conductas es un área de conocimiento
bien desarrollada en la literatura —tanto en humanos como para otras especies animales
—, por lo que los adiestradores deben conocer los argumentos científicos que subyacen a
su profesión, no guiándose por su intuición. Nuevamente estamos ante una
recomendación muy genérica, pero el estado actual del adiestramiento en España hace
recomendable insistir al respecto.
Un segundo aspecto hace referencia a las habilidades básicas que deben tener los
animales de intervención. Como se comentó en capítulos anteriores, existen distintas
aproximaciones presentes en la literatura. Dentro del trato ético que debe guiar la
intervención, destaca la importancia de mantener la conducta de los animales lo más
cercana posible a su registro etológico, por lo que el presente manual aboga por trabajar
con un catálogo de habilidades reducido pero respetuoso con el bienestar del animal —
tanto en el aspecto físico como en cuanto al trabajo necesario para instaurar las
conductas—. Para los perros, la AAII señala siete ejercicios básicos (2015): sentarse,
tumbarse, parar, caminar sin tirar de la correa, acudir a la llamada, soltar objetos o
comida y saludar sin saltar sobre las personas. Fine (2010) señala como requisitos del
perro la obediencia básica, mantener la posición, recobrar la tranquilidad después del
juego y ser capaz de deambular entre personas —algunas de estas habilidades guardan
estrecha relación con la personalidad del animal—, elementos que bien podrían ser
exigibles a otras especies.
No se han encontrado publicaciones que relaten las habilidades requeridas para otras
especies. Los requisitos para los gatos podrían ser paralelos a los descritos para perros,
aunque teniendo en cuenta sus diferentes etogramas. En cuanto al caballo, la mayor parte
de intervenciones implican trabajar durante parte de la sesión a lomos del animal, por lo
que conocer distintos aires (patrones de marcha, como paso, galope o trote) y

256
permanecer quieto cuando se le solicite serían requisitos suficientes.
Cabe insistir en que la conducta del animal ofrecerá un soporte para desarrollar las
sesiones, pero demostrar habilidades no es nunca un fin en sí mismo. Como corolario, el
interventor debe adaptar su programa a las habilidades típicas para cada especie y
siempre en función del nivel actual del individuo, en lugar de presionar al animal para
que desarrolle ejercicios de alta exigencia. En palabras de Fine (2010), «la primera regla
a seguir consiste en proteger siempre al animal de terapia» (p. 185; traducción propia).

3.2.3. El comportamiento de los participantes y profesionales del centro

En último lugar, se reserva un epígrafe para insistir sobre la importancia de establecer


límites claros sobre quién, cómo y cuándo se llevará a cabo la interacción con los
animales implicados. De nada sirve establecer límites a perros o gatos si no se hace lo
mismo con la parte humana.
Por su estética lúdica, las intervenciones asistidas por animales son proclives a
infringir ciertas normas básicas. Por ejemplo, es frecuente que el personal del centro
acaricie a un perro que se dirige a la sesión, algo que puede resultar perjudicial para el
animal —en función de la manipulación a la que se vea sometido—, para el profesional
y para las personas que entren en contacto con él a continuación —ya que este contacto
escapa al protocolo de higiene, que implica limpiar las manos con agentes desinfectantes
tras la interacción (Jofré, 2005; Lefebvre, Peregrin et al., 2008)—. Esto no busca decir
que los animales sean especialmente peligrosos, pero ¿sería aceptable que un profesional
no se lave las manos después de contactar con la nariz o saliva de un humano?
Dentro de las sesiones, establecer límites es también importante. Algunos de estos
límites serán compartidos de manera explícita con los participantes —por ejemplo, no
tocar los ojos, no tirar del pelo, aproximarse de una manera tranquila, etc.—, mientras
que otros pueden incorporarse de manera implícita —retirar al animal a la zona de
descanso durante la transición entre actividades introduce una estructura en la sesión,
incluso sin verbalizarlo—. Es labor de la persona que guía al animal velar por que estos
límites se cumplan y, si no dispusiera de medios para asegurar el bienestar del animal,
retirarlo a la zona de descanso o incluso interrumpir su participación en la sesión —algo
más sencillo de hacer cuando el equipo separa en dos personas distintas las
responsabilidades de intervenir y de manejar al animal—.

3.3. Buenas prácticas veterinarias y médicas

3.3.1. Control veterinario de los animales de intervención

Garantizar el bienestar del animal implica necesariamente a los profesionales de la


Veterinaria, como gremio especializado en el diagnóstico e intervención sobre su salud

257
interna y externa. En este sentido, realizar un análisis en profundidad de todas las
dificultades relevantes sobrepasa los límites esperables del manual, por lo que pasaremos
a comentar algunas generalidades que pueden servir de orientación para el profesional en
formación. En cualquier caso, el lector encontrará una visión panorámica de los
requisitos veterinarios en textos como Jofré (2005); Lefebvre, Golab et al. (2008), o
Lefebvre, Peregrine et al. (2008).
Entre los cuidados veterinarios más destacados se encuentran las vacunaciones. En
España existe legislación que marca el calendario mínimo de estas acciones —por
ejemplo, en perros solo se solicita la vacuna contra la rabia—, pero estos pueden resultar
insuficientes para realizar una prevención efectiva de problemas en el ámbito de la
intervención, donde los animales contactan con una variedad de personas con diferente
estatus de salud. Por ello, es importante establecer un calendario de cuidados preventivos
junto con el veterinario, al que se visitará al menos cada seis meses —si no existen
complicaciones de salud (Lefebvre, Golab et al., 2008)—.
Una segunda acción preventiva incluye las desparasitaciones internas y externas.
Nuevamente, los cuidados legalmente exigibles para cada especie aparecen registrados a
través de un calendario, pero cumplir con el mínimo es a todas luces insuficiente (en
perros, la normativa exige una sola desparasitación anual). Los animales que participan
de contextos de intervención deben seguir un calendario específicamente dispuesto por
el veterinario, que sea sensible al tipo de beneficiario con el que se contacta
normalmente —si es población de riesgo, el control debe ser mayor—, el estilo de vida
—no es igual un gato doméstico que vive en un centro residencial que uno que deambula
por los alrededores del centro— y las características del entorno —algunos parásitos son
endémicos de ciertos climas o ecosistemas—. En caso de corroborarse una infección
parasitaria, el tratamiento y el tiempo de cuarentena para evitar transmisión zoonótica
serán determinados por el veterinario.
Otro aspecto a cuidar es la alimentación de los animales carnívoros, como perros y
gatos. Existe consenso en que los animales que participan en intervenciones no deben
consumir alimentos de origen animal si no están cocinados, ya que son un vector de
contagio relevante (Lefebvre, Peregrine et al., 2008; Pet Partners, 2017). El período
recomendado de observación para estos animales varía entre 28 y 90 días
(respectivamente: Pet Partners, 2017; Lefebvre, Golab et al., 2008). En general, los
animales no deben comer la comida destinada a personas (Mallon et al., 2010).
El correcto manejo de los materiales de desecho es especialmente importante, por
cuanto son depositarios de patógenos y el contacto puede favorecer la reinfectación del
animal (Lefebvre, Peregrine et al., 2008). En caso de que el animal evacue dentro de un
centro —por enfermedad o porque sea residente—, las personas encargadas de la
limpieza deben retirar las heces u orina usando productos adecuados, depositarlos en
contenedores diseñados para contener restos biológicos y ser retirados conforme a estas
precauciones. Como prevención, estas tareas no serán desarrolladas por personal que

258
trabaje en contacto con alimentos (Mallon et al., 2010).
En general, el interventor debe poner medios adecuados para garantizar que los
animales se encuentran en un buen estado de salud. En caso de que aparezca fiebre,
vómitos, diarrea, inflamación, heridas o cualquier otro síntoma de enfermedad, es su
obligación comunicar la incidencia y buscar una alternativa de trabajo en la que el
animal no participe —incluyendo un animal distinto o trabajando sin apoyo animal—. El
objetivo de las intervenciones asistidas es mejorar la situación de los beneficiarios, pero
nunca a costa de provocar o empeorar la situación del animal.
Por último, diversas fuentes alertan de los riesgos de incluir animales de protectora en
contextos de intervención sin tomar ciertas medidas, como exigir la convivencia con el
guía durante al menos seis meses (Lefebvre, Peregrine et al., 2008; Pet Partners, 2017).
Los animales de protectora suelen tener origen desconocido y pueden ser anfitriones de
agentes patógenos —bien sea por contagio directo o por traspaso entre animales que
cohabitan en la protectora—. Además de las implicaciones para el control de
enfermedades, este período servirá para comprobar la estabilidad y controlabilidad del
animal, a la vez que permitirá crear un vínculo con su guía, que es uno de los principales
elementos protectores contra el estrés agudo para el animal y el humano (para más
detalles, consultar capítulo 4).

3.3.2. Control médico de la salud de los participantes

Aunque la mayor parte de advertencias recaen sobre el animal, el interventor debe


recabar información sobre los participantes, consultando a los facultativos sobre ciertos
aspectos.
En primer lugar, debe comprobarse que los participantes no tienen ninguna condición
que dificulte el desarrollo de una IAA. Los ejemplos más obvios son los referidos a
alergias y a miedos. Estas cuestiones pueden presentarse con diversos grados de
intensidad, por lo que recae sobre el interventor la responsabilidad de reunir la
información suficiente para tomar una decisión, implicando siempre a los responsables
del centro.
En general, si los problemas no son graves, existen medios que pueden permitir el
desarrollo normal de la sesión. En el caso de que la alergia sea leve, una buena
ventilación y el cepillado del animal antes de la sesión pueden paliar gran parte de las
molestias, y adaptar el ejercicio para que las personas con temores contacten con el
animal por los flancos, lejos de los dientes, puede reducir el miedo y dar oportunidad a la
habituación del participante. En todo caso, cabe recordar que la intervención asistida no
es una forma de intervención separada, sino que se anida en otras disciplinas más
amplias, por lo que no tiene sentido enrolar a personas que presentan grandes
dificultades para trabajar con animales.
Los participantes pueden tener heridas, úlceras, vías destinadas a extraer sangre,

259
sondas y otros elementos que hacen poco recomendable el contacto directo, por lo que
deben permanecer cubiertos durante la sesión (Jofré, 2005). Estos elementos deben ser
tenidos en cuenta por el interventor para adaptar las actividades —por ejemplo,
aproximando al animal por el lado más alejado de una vía o sonda y colocando su mano
entre este elemento y el animal para prevenir accidentes—. La inclusión de estos
participantes deberá ser siempre supervisada por un facultativo responsable. En caso de
no contar con el preceptivo visto bueno, el interventor debe abstenerse de desarrollar la
intervención sobre esta persona, para evitar riesgos no controlados y no implicarse en
actos que pueden tener consecuencias negativas (e incluso legales).
Por último, el interventor debe tener información por escrito de la presencia de
enfermedades contagiosas entre los participantes. El centro debe ser informado de que en
caso contrario el animal puede contagiarse de estas enfermedades, sufriendo sus
consecuencias y/o sirviendo como vector de transmisión para otros participantes. Este
riesgo no tiene por qué ser superior al del contacto directo entre beneficiarios —estrechar
la mano, compartir mesa...—, pero el interventor debe procurar no añadir nuevas vías de
propagación. Además, cabe recordar que los animales suelen convivir en el hogar del
guía.

4. BUENAS PRÁCTICAS DURANTE LAS INTERVENCIONES

Probablemente una de las referencias más citadas dentro de la literatura de bienestar


animal sea el informe Brambell, presentado en la Cámara de los Comunes británica en
1965. Este texto, creado en inicio para ayudar a mejorar la situación del ganado —no de
animales domésticos— recogió un catálogo de cinco principios que debían regir el trato.
Más recientemente, el Consejo para el Bienestar de los Animales de Granja británico
publicó una reedición de estos principios (Farm Animal Welfare Council-FAWC, 2009),
que representan objetivos a cumplir para garantizar el bienestar animal. Una traducción
de los mismos sería:

Estar libres de sed, hambre y malnutrición, mediante el acceso a una dieta que
permita mantener la salud y el vigor.
Estar libres de malestar físico y térmico, ofreciendo un entorno adecuado con
cobijo y zonas donde descansar.
Estar libres de dolor, lesiones y enfermedades, mediante la prevención o el
diagnóstico temprano y tratamiento.
Estar libres del miedo y el estrés, ofreciéndoles suficiente espacio, instalaciones
adecuadas y compañía de otros animales de su misma especie.
Ser libres para expresar una conducta normalizada, asegurando las condiciones
que eviten el sufrimiento psicológico (FAWC, 2009; p. 2).

A pesar de su popularidad en la literatura, estos principios han sido criticados por

260
concentrar su atención solo en el aminoramiento de los problemas de animales
entendidos como recursos a gestionar, no ofreciendo una hoja de ruta para mejorar la
calidad de vida de los animales como seres sintientes (Carenzi y Verga, 2009). En este
sentido, John Webster, uno de los proponentes del informe original, señala que estos
axiomas tienen diversas fortalezas, como que son fáciles de comprender y que ofrecen
indicadores sencillos de evaluar, pero que necesitan ser revisados para dar cabida a las
nuevas sensibilidades en torno al trato que dispensamos a los animales no humanos
(Webster, 2016). Específicamente, aboga por cambiar la redacción del último principio,
ya que la conducta normalizada incluye cuestiones que pueden no ser posibles en el
contexto actual —la caza, la reproducción, las migraciones... son conductas normales
que el ser humano limita—. En su lugar, Webster propone introducir la «libertad de
elegir» para buscar su propio bienestar, algo que exige que el ser humano garantice cierta
riqueza ambiental y capacidad de movimiento.
La correcta selección, preparación y mantenimiento del animal de intervención deben
dar sobrada respuesta a estos cinco principios. El reto es mantener el nivel de bienestar
durante las intervenciones, en las que un número de personas desconocidas para el
animal interactúan con él en formas pautadas por los humanos. A continuación se
desgranan ideas para conseguir buenas prácticas en intervenciones asistidas.

4.1. Tareas de preparación

La preparación del animal antes de cada sesión es un ritual que implica varios pasos,
hecho que hace recomendable establecer un protocolo fijo con acciones concretas que
puedan realizarse en un orden establecido.
Gran parte de estas tareas hacen referencia a la limpieza y acondicionamiento del
animal. Algunas guías señalan la necesidad de bañar al animal antes de cada sesión
como forma de maximizar la seguridad de los participantes (Jofré, 2005; Pet Partners,
2017). Sin embargo, un lavado demasiado frecuente puede debilitar los mecanismos de
protección del animal (Lefebvre y Peregrine, 2008). Por tanto, los baños deben ser
frecuentes pero no excesivos. El estándar de preparación consiste en cepillar bien al
animal para eliminar suciedad y desprender el pelo sobrante de la capa. También debe
vigilarse la limpieza de orejas, ojos e incluir el olor corporal y el aliento —existen
productos cosméticos específicos para cada una de estas necesidades (Pet Partners, 2017)
—.
Uñas y cascos deben ser revisados antes de cada sesión. Las uñas largas también
pueden provocar sonidos al chocar y dificultar el agarre en suelos de interior, por lo que
deben ser recortadas con frecuencia por un profesional para prevenir arañazos o lesiones.
En las intervenciones que incluyen animales domésticos es muy frecuente incluir
ejercicios que implican «dar la pata», por lo que la limpieza de las almohadillas debe ser
exhaustiva (Pet Partners, 2017) y realizarse incluso en la misma sala donde se llevan a

261
cabo las sesiones, ya que el trayecto recorrido dentro del centro ofrece nuevas
oportunidades de recoger patógenos (Lefebvre, Peregrine et al., 2008).
Es recomendable que el animal tenga tiempo para pasear y hacer sus necesidades
antes de entrar en la sesión. Para ello, el interventor debe localizar zonas habilitadas a tal
efecto en las proximidades del centro donde se desarrolle la intervención.
Por último, el interventor debe revisar que los materiales necesarios para la
intervención (petos, correas, juguetes, cepillos, alimento seco, toallas, gel
desinfectante...) estén listos y en condiciones de ser usados durante la siguiente sesión
(Chandler, 2017). Para ello, se recomienda elaborar una lista que facilite la revisión.

4.2. Recomendaciones durante las sesiones

Un segundo bloque de recomendaciones hace referencia a las estrategias que mejoran


la seguridad de animal y participantes durante las sesiones.

4.2.1. Protección de los animales durante las sesiones

Un primer factor protector para los animales radica en la familiaridad con el contexto,
que puede obtenerse por dos vías: presencia de un guía conocido y habituación al
contexto de intervención. Los beneficios de contar con un humano de confianza sobre la
respuesta al estrés agudo están bien documentados en la literatura (Glenk, Kothgassner,
Stetina, Palme et al., 2014; McGreevy, Righetti y Thompson, 2005; Rehn, Handlin,
Uvnas-Moberg y Keeling, 2014), encontrando una explicación satisfactoria en el
paradigma del condicionamiento clásico (Virués-Ortega y Buela-Casal, 2006). Otra
estrategia de protección radica en la habituación del animal al contexto en que se
desarrolla la intervención a través de experiencias similares durante su aprendizaje y
permitiéndole reconocer el terreno antes de la primera sesión (King, Watters y Mungre,
2011; Rooney, Clark y Casey, 2016). La combinación de estrategias añade protección
para el bienestar del animal. Para una revisión del manejo de estas referencias de cara a
generar calma en perro y caballos, es recomendable consultar la revisión de McGreevy,
Henshall, Starling, McLean et al. (2014).
Un segundo elemento protector para todos los implicados radica en la proactividad
del guía. El animal debe estar bajo su control y visión en todo momento, acompañándolo
cuando deambula por la sala, colocándose en paralelo durante las actividades, etc. En
todos los casos, y especialmente cuando se prevea la posibilidad de un trato brusco por
parte del beneficiario, el guía se situará físicamente en una posición intermedia entre este
y el animal —por ejemplo, colocando la mano cerca de la zona de contacto— para poder
ofrecer una respuesta rápida a cualquier eventualidad. En casos en que la persona tenga
problemas motrices que puedan llevar a tirones de pelo o pellizcos, el interventor

262
colocará su mano entre animal y participante, o adaptará la actividad para ser realizada a
través de materiales como petos de trabajo.
Un tercer bloque de recomendaciones hace referencia a las condiciones ambientales,
que ya fueron descritas en el capítulo 7. La falta de espacio y la temperatura inadecuada
son algunos de los principales estresores que suelen darse en las intervenciones
desarrolladas en interiores (Marinelli, Normando, Siliprandi, Salvadoretti et al., 2009).
El interventor no desarrollará la sesión en recintos que no cumplan con los requisitos
mínimos de iluminación, ventilación, mobiliario, espacio —importante para separar un
área de trabajo y otra de descanso para el animal—, etc. En caso de surgir imprevistos —
por ejemplo, el centro necesita la sala habitual para otra actividad—, el interventor debe
estar preparado para negarse a trabajar si el espacio alternativo no cumple con los
mínimos exigibles.
Los animales participantes deben trabajar dentro de su zona de confort. El interventor
debe asegurarse de que las actividades estén adaptadas a la capacidad del animal.
Someter al animal a situaciones demasiado intensas, que le provocan mie-do o
inseguridad, resulta éticamente insostenible. Ejemplos de estas situaciones pueden ser:
subir a una superficie inestable, colocarse en superficies de altura considerable, recibir
manipulaciones por varias personas a la vez, estar sometidos a ruidos fuertes o gritos,
etc. Todos los animales ofrecen señales determinadas cuando se encuentran bajo estrés
(McGeevy et al., 2014) y es obligación del equipo de intervención conocerlas y
maniobrar en consecuencia. En este sentido, que el animal conviva con el guía garantiza
un mejor conocimiento de sus límites y de sus señales de molestia.
Igualmente, el animal debe disponer de un área de descanso fuera de la vista de los
participantes —o al menos, a sus espaldas— a la cual retirarse. Esta zona de descanso
será de utilidad después de terminar una actividad, si presentan síntomas de cansancio o
estrés, o si el animal necesita refrescarse —siempre debe tener acceso a agua durante las
sesiones—. En caso de que el animal presente belfos o pelo abundante que puedan
retener agua, el guía del animal debe vigilar su secado antes de volver a interactuar con
los beneficiarios, así como comprobar que transitar por el área de trabajo es seguro para
prevenir caídas o accidentes.

4.2.2. Buenas prácticas que incluyen a los participantes

Trabajar de manera confortable y segura es una norma extensible a la interacción con


los participantes. El interventor debe abstenerse de forzar o presionar a las personas que
no quieran desarrollar alguna actividad con el animal, ya que esta práctica provoca
molestias y puede traducirse en resultados negativos a largo plazo —abandono del
programa, empeoramiento de fobias, etc.—. Mallon et al. (2010) condensaron esta
recomendación en una frase simple: «Aunque se ha escrito que el vínculo entre humanos
y animales es universal (...), lo cierto es que no a todas las personas les gustan los

263
animales» (p. 13; traducción propia).
Con respecto a la higiene, deben contemplarse varias recomendaciones. Estas
sencillas normas, junto con un adecuado control veterinario, permiten reducir
drásticamente los riesgos derivados del contacto entre humanos y otros animales.
En primer lugar, todas las guías consultadas coinciden en señalar la importancia de
una correcta higiene y desinfectación con productos adecuados de las manos de los
participantes como estrategia para prevenir cualquier contagio zoonótico (Arkow, 2011;
Lefebvre, Peregrine et al., 2008; Jofré, 2005; Pet Partners, 2017). Estas desinfectaciones
deben hacerse extensivas a los materiales utilizados durante las sesiones, usando para
ello productos que sean inocuos para los animales en caso de ingesta accidental. Esta
labor será más sencilla aún si se opta por usar materiales plásticos e impermeables, en
lugar de telas, cuerdas, pelotas de tenis... que puedan absorber los fluidos.
En segundo lugar, conforme a lo expuesto en el capítulo 7, el interventor y el centro
deben acordar las zonas en las que el animal puede permanecer, a fin de mantenerlo
alejado de zonas relacionadas con alimentación, vehículos destinados a transportar
comida, servicios y dormitorios de los residentes, y lugares destinados a los tratamientos
enfermeros (Mallon et al., 2010).
Un tercer punto a discutir tiene que ver con el trabajo que puede desarrollarse en
personas encamadas. En estos casos, el interventor debe disponer de material que
prevenga depositar residuos transportados en las patas del animal, colocándolo sobre una
toalla u otra barrera física, en lugar de sobre las sábanas (Lefebvre, Peregrine et al.,
2008). Igualmente, el interventor realizará las adaptaciones necearias para prevenir
accidentes, como que el animal quede enganchado en sondas o vías o pueda entrar en
contacto con zonas sensibles (heridas, boca, ojos...).
Estas recomendaciones son clave para mejorar la seguridad y tienen un impacto nulo
o positivo en el disfrute de los participantes. Por ello, su observación es más que
recomendable.

4.2.3. Recomendaciones para los interventores

Por último, se reserva un pequeño epígrafe para lanzar dos recordatorios a los
interventores. Hasta el momento el capítulo se ha concentrado en analizar los riesgos (y
soluciones) referidos a los animales y a los beneficiarios, pero no debemos pasar por alto
que el objetivo final del manual es ayudar a los interventores a desarrollar el trabajo para
el que fueron formados.
La inclusión de animales entraña riesgos que deben ser gestionados. Pero una vez se
ha garantizado la seguridad de todos los implicados (humanos y no humanos), el
interventor debe concentrarse en alcanzar los objetivos de la intervención. Marcada la
política de mínimos, es momento de buscar el máximo rendimiento a la experiencia. Y
para lograrlo es necesario contemplar el vínculo humano-animal como un medio

264
poderoso, no como una finalidad en sí misma. Por tanto, la recomendación es sencilla:
¡no olviden hacer su trabajo!
En estrecha relación con lo anterior, la segunda recomendación hace referencia a las
limitaciones que deben imponerse a animales y participantes. El vínculo creado
espontáneamente entre ellos puede resonar en el interventor (recordando los estudios
sobre empatía revisados en el capítulo 3), haciendo emerger ciertas dudas: ¿debo
interrumpir algo tan hermoso?, ¿cómo retirar al perro, con lo mucho que están
disfrutando ahora?, ¿es lícito mantener al animal en la zona de descanso?
La respuesta corta a las tres, si se presentan, es siempre sí. La presencia del animal
dentro de una IAA tiene un sentido técnico. La relación y la experiencia son auténticas,
espontáneas, no fabricadas artificialmente, pero aún así quedan dentro del control del
interventor. Cualquier otra opción supone la pérdida de poder estratégico, y dejar más
interrogantes sobre el proceso no es una opción profesionalmente sustentable.
El interventor contacta con los beneficiarios a raíz de una necesidad, y toda la
relación —recordemos, profesional— está basada en la prestación de un servicio, en la
búsqueda de un resultado. Eso no significa que no puedan surgir emociones o vínculos, o
que el interventor no pueda disfrutar —o sufrir— durante las sesiones. Significa que
estas cuestiones quedan en un segundo plano. Cualquier otro planteamiento facilita que
el interés de los participantes —mejorar su situación— entre en conflicto con las
necesidades del profesional —participar de un intercambio humano interesante.— Y eso
contraviene la base más elemental de cualquier código deontológico.
Igualmente, el papel que desempeñan los animales dentro de la intervención debe
obedecer a los objetivos marcados. Más arriba en el texto se han revisado los requisitos
éticos que deben guiar la inclusión con animales, y que buscan garantizar su seguridad y
promover su bienestar. Sin embargo, los animales deben mantenerse bajo control en
todos los casos, por el bien de todos los implicados. Dejar deambular a los animales
dentro de la sala sin objetivo concreto no solo carece de utilidad práctica, sino que puede
convertirse en un hándicap para desarrollar la sesión con normalidad. Ni siquiera es
justificable argumentar que la distracción para los participantes puede ser mínima. En
palabras de Pichot y Coulter (2006):

Un perro de terapia no debe estar presente solo porque le conviene al terapeuta o


porque «no hará ningún daño», del mismo modo que el terapeuta no usaría ninguna
otra herramienta terapéutica sin un propósito y un diseño (p. 21; traducción propia).

Si el técnico percibe que mantener al animal bajo control supone demasiado estrés,
entonces el animal no debe participar en la interveción. También puede ocurrir que el
profesional experimente conflictos al aplicar este control, en función de argumentos que
tienen que ver con su entendimiento de la relación entre humanos y otros animales. Esto
es una posición personal totalmente respetable, pero las normas de la intervención no
pueden ser cambiadas para ajustarse a las preferencias personales. Si el profesional

265
siente que los animales no deben amoldarse a las normas del contexto de intervención,
entonces las intervenciones asistidas por animales no serán un ámbito adecuado para que
desarrolle su profesión. Esto no dice nada en contra de la competencia del profesional, y
es similar al hecho de que no todos los interventores quieren trabajar con agresores de
género, víctimas de abuso sexual, etc.
Si en algún momento el interventor valora más la relación personal establecida con
los participantes que la búsqueda del cambio, o si siente la necesidad de entrar a formar
parte del grupo que atiende como un miembro más —sin función definida—, entonces es
momento de abandonar el caso y derivar a otro profesional, incluso en los casos en que
las intervenciones estén conformadas por actividades lúdicas. Este tipo de relaciones
duales contraviene los principios básicos de cualquier relación profesional (Del Río,
2012).
Hay muchas formas de conseguir los objetivos perseguidos, y hay muchas formas de
estar en contacto con los animales. Las intervenciones asistidas ofrecen un punto de
encuentro entre ambas cuestiones, pero su aplicación es de carácter técnico. Aproximarse
a las IAA como una cuestión de voluntad supone colocarlas entre las pseudoterapias y
poner en riesgo a todos los implicados.

4.3.Propuestas para después de las sesiones

Una vez terminada la sesión, el animal debe tener unos minutos de descanso en los
cuales pueda pasear y tener libertad de movimientos —capacidad de elegir, en términos
de Webster (2016)—. Este período ayudará a dar salida a cualquier estrés residual que
pueda haber acumulado (King et al., 2011), ya que permitirá un comportamiento
espontáneo —frente al control necesario durante la sesión— en compañía de su guía.
Además, se implementarán rutinas de limpieza, en caso de ser necesarias. Esta ventana
temporal servirá, además, para marcar al animal la finalización de la tarea, lo que supone
volver a un contexto en que no debe permanecer a la espera de las órdenes del guía.
El interventor debe contemplar este período como parte del proceso normal de una
sesión. Esto es especialmente relevante en los casos en que se programe más de una
sesión de manera consecutiva, ya que la acumulación de trabajo es una de las principales
amenazas que afrontan los animales de intervención (Marinelli et al., 2009). En caso de
tener que moverse entre servicios o salas de un centro, a esta carga se añade el riesgo de
que el animal arrastre agentes patógenos a lo largo del camino, por lo que al llegar al
destino el guía deberá vigilar la limpieza de las patas. En caso de que el animal sea
pequeño, usar un transportín puede ser la mejor opción.
Si el interventor programa varias sesiones consecutivas y no dispone de tiempo para
organizar una transición completa, es recomendable disponer de al menos dos animales,
de modo que uno pueda permanecer en el área de descanso mientras el otro participa en
una sesión, cambiando los papeles en la siguiente. Todas las guías y estándares

266
disponibles en la literatura inciden especialmente sobre la obligación del interventor en
proveer descanso efectivo a los animales después de una sesión (por ejemplo, AAII,
2013; Mallon et al., 2010; Pet Partners, 2017; Pichot et al., 2006).

5. ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

Las intervenciones asistidas se llevan a cabo con una alta variabilidad de formatos y
objetivos, mimetizando las diferencias presentes en las profesiones en las que se anidan.
Sin embargo, las IAA presentan un denominador común, que es la presencia de un
animal. La selección del animal, su preparación y cuidado son centrales para garantizar
su bienestar.
El presente capítulo revisa algunos de los principales retos a los que los interventores
se enfrentan al poner en marcha un programa de intervención asistida, ofreciendo
posibles soluciones. Sin embargo, estas recomendaciones no son moralmente neutras,
sino que encajan dentro de una determinada perspectiva ética de cómo debe funcionar la
inclusión de animales en contextos de intervención.
Dicho marco de referencia se ancla en dos pilares:

1. Considerar la intervención como el elemento principal.


2. Considerar al animal como un complemento, que solo será activado bajo los
principios de seguridad y pertinencia.

Dar protagonismo a la disciplina de base permite solventar muchas de las dudas que
suelen presentarse entre profesionales que quieren implementar intervenciones asistidas,
ya que los límites deontológicos y legales, objetivos posibles, técnicas disponibles y
aproximaciones epistémicas pasan a coincidir con los ya adquiridos en su formación
técnica. Las IAA no existen como objeto de estudio separado, sino que son desarrollos
de otras formas de intervención, y deben ser comparadas con estas.
Este planteamiento recoloca a las IAA dentro de paradigmas conocidos, traza
conexiones claras con el cuerpo teórico y evidencias empíricas atesoradas por estos, e
identifica visiblemente las competencias necesarias para desarrollar las intervenciones.
Para que la presencia de animales en contextos de intervención se afiance resulta urgente
trazar líneas claras entre el trabajo reglado y legal y el intrusismo profesional, cuya
presencia es fuerte en el momento actual. Este principio no atañe únicamente a las
profesiones técnicas de nivel superior —grados o másteres universitarios—, sino
también a las de nivel medio, como los ciclos de formación profesional en educación
infantil, atención de personas en situación de dependencia, integración social, promoción
de la igualdad de género, enseñanza y animación sociodeportiva, etc.
El segundo pilar del planteamiento hace referencia a la necesidad de justificar la
inclusión del animal. Tener la impresión de que «puede funcionar» no es suficiente para

267
someterlo al proceso de preparación, mantenimiento y control exigible para mantener la
seguridad del contexto de intervención. Igualmente, poner en riesgo al animal para
buscar un beneficio en el lado humano no resulta éticamente aceptable.
En general, demostrar la pertinencia —congruencia, adecuación— de la participación
del animal en el programa es una obligación del profesional. Esta pertinencia no se
valora de manera dicotómica (positiva o negativa), sino que se distribuye en un gradiente
o escala de grises, dependiente del coste y el beneficio que su inclusión supone para
todos los implicados (animal, beneficiario e interventor). Considerar al animal como un
componente más dentro de la intervención —aunque puede estar presente en el 100% de
las sesiones— facilita cumplir con ciertos estándares, como mantenerlo en la zona de
descanso mientras se realiza una sesión más clásica.
En definitiva, las intervenciones asistidas por animales se identifican estéticamente
por la presencia de animales, pero los animales no soportan el peso la intervención. Son
a la vez compañeros y vehículos del cambio, pero no han elegido estar en este contexto.
El profesional debe asumir siempre el 100% de la responsabilidad del proceso,
manteniendo un compromiso ético hacia los participantes (lograr mejoras) y los animales
(garantizar su bienestar). Bajo estos principios, el universo de opciones es prácticamente
inagotable.

268
10
Selección e introducción del caballo en intervenciones
asistidas
SANDRA MARÍN GARCÍA
Asociación PsicoAnimal

El caballo es una de las especies más frecuentemente incluidas en las intervenciones


asistidas con animales. La literatura refleja su participación en programas ocupacionales,
fisioterapéuticos, psicológicos y de otras disciplinas, y en la actualidad es posible
encontrar iniciativas que incluyen équidos en todos los rincones de España.
Por ello, en este capítulo nos vamos a acercar a las necesidades físicas, cognitivas,
sociales y emocionales de este animal, para que su inclusión en los programas de
intervención asistida sea lo más respetuosa y efectiva, ya que es recomendable que
ambas palabras vayan de la mano.

1. ELECCIÓN DEL CABALLO COMO ESPECIE

El caballo (Equus Ferus Caballus) ha estado y está al servicio del ser humano desde
hace milenios. Las primeras referencias de interacción humana con este animal se
intuyen ya en el Paleolítico, en el 30.000 a. C., en las primeras pinturas rupestres,
sirviéndonos de alimento. Sin embargo, varias hipótesis apuntan al 3.000 a. C. como la
fecha inicial donde aparecen las primeras prácticas de domesticación de equinos en la
zona de Kazajistán.
Sacando la calculadora, este animal lleva a nuestro lado 5.000 años
aproximadamente. Pero eso no impide que aún podamos aprender más sobre cómo
facilitar su camino a nuestro lado.
Su anatomía, su velocidad y su docilidad han sido las características que han
destacado y lo han convertido en un gran medio gracias al cual hemos conseguido
resultados. Hemos cubierto necesidades incorporando a este animal a diferentes ámbitos
de nuestra vida. Sin embargo, otras características han sido menos atendidas,
comprometiendo el trato ético y responsable de estos animales, y es importante
reseñarlas con el fin de procurar la introducción del animal en la intervención bajo unas
nociones de ética y de responsabilidad. En la mayor parte de los ámbitos sus necesidades

269
emocionales y sociales han pasado desapercibidas.
Las intervenciones asistidas con animales (IAA), y más específicamente las
intervenciones asistidas con caballos (IAC) —más comúnmente conocidas como
equinoterapia e hipoterapia—, han ido creciendo en los últimos 50 años, siendo
indiscutible el protagonismo del caballo como facilitador. El caballo es la segunda
especie animal más utilizada en las IAA, justo detrás del perro (Martos, Ordóñez, De la
Fuente, Martos y García-Viedma, 2015). Pero ¿por qué con caballos?

1.1. Caballos y rehabilitación física

La mayor parte de las referencias históricas donde el caballo actúa como facilitador
tienen que ver con los aportes de su biomecánica, que trae consigo beneficios en nuestras
áreas fisiológica, motora y sensorial. Según la RAE, la biomecánica es la ciencia que
aplica las leyes de la física al movimiento de los seres vivos. La biomecánica del caballo
tiene especial protagonismo en patologías neurológicas y lesiones del sistema nervioso,
donde su uso es fundamental para una mejora en el desarrollo neuromotor. Esta es una
de las bases a tener en cuenta a la hora de elegir el caballo como especie en las IAA:

El término hipoterapia se refiere al uso del movimiento del caballo como una
estrategia de tratamiento para fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales y especialistas
de trastornos del discurso/lenguaje [logopedas, en España] para atender déficits,
limitaciones funcionales y discapacidades en pacientes con disfunción neuromotora y
sensorial. Esta estrategia de tratamiento es usada como parte de un programa de
tratamiento integral para alcanzar metas funcionales (PATH, 2017; recuperado y
traducido de pathintl.org).

Una vez que avanzamos en el término hipoterapia, es preciso introducir los aires del
caballo. Los patrones de movimiento que el caballo tiene cuando se desplaza se llaman
aires (paso, trote y galope) (Zabala, 2018).

Figura 10.1.—Aires del caballo (basado en diagrama disponible en


www.wikimedia.org).

270
Se estima como favorecedora una biomecánica del caballo regular y cadente. Esta
propicia un efecto rehabilitador en el sistema nervioso y en el sistema
musculoesquelético y, además, promueve un efecto dominó en otros sistemas como, por
ejemplo, en el sistema respiratorio (Kim y Lee, 2015; Uchiyama, Ohtani y Ohta, 2011).
Pero no todo son beneficios en la monta a caballo. Estos impulsos y movimientos
tridimensionales generados por la monta pueden tener contraindicaciones en personas
con ciertas alteraciones neurológicas, patrones musculares o anatomía ósea. Por ello, el
profesional médico que trate las dolencias específicas será el encargado de extender un
certificado donde aclare el estado del beneficiario y autorice la práctica de la monta
terapéutica.

1.2. Participación del caballo en otras intervenciones

Por otro lado, diferentes autores y especialistas en etología y entrenamiento equino


apuntan a que, además, el caballo es un animal eminentemente emocional, social y
comunicativo (Hill, 2013). Como resultado de la selección natural, el caballo tiene un
importante patrón de autoconservación y esto le lleva a crear una sociedad cooperativa y
muy unida para sobrevivir. Así, buscan la supervivencia en grupo creando lazos
familiares muy estrechos. Es importante contemplar esta dimensión para enfocar su
participación en los programas de IAA de forma más integral.
La sociedad del caballo ha servido de ejemplo para desarrollar propuestas de trabajo
en Psico-logía y otras profesiones sociosanitarias. El caballo se propone como un
facilitador emocional y un apoyo en el desarrollo personal y social del beneficiario
(Wilson, Buultjens, Monfries y Kari-mi, 2015). Como ya hemos comentado, para crear
una manada o grupo social que sobreviva a las adversidades como los depredadores, las
inclemencias y el hambre, la comunicación y las interacciones sociales tienen que ser
muy efectivas. Su condición de animales de presa les hace sensibles al lenguaje corporal
y a las emociones y esto da la oportunidad de trabajarlo con los beneficiarios en las
relaciones con otros humanos (Gustavson-Dufour, 2011). La cooperación y coordinación
son estrategias que han ayudado a la adaptación y supervivencia de la especie. La
coherencia y la comunicación efectiva de los caballos ofrecen un contexto de trabajo
para practicar el autocontrol y la regulación emocional (Wilson et al., 2015).
Una vez llegados a este punto, es importante tener en cuenta que este mismo animal
con esa parte social y comunicativa tiene una parte emocional muy resaltable. La
autoconservación alude a un patrón de conductas enfocadas a la supervivencia que se
pretende conseguir en unión con el grupo. El miedo a lo desconocido forma parte de su
día a día incluso en los caballos domesticados. Aquí es donde comienza el trabajo por
parte de los equipos que quieran incluir un caballo como compañero en su trabajo,
siendo la habituación una de las bases de aprendizaje y entrenamiento de este animal.

271
2. SELECCIÓN DEL CABALLO DE INTERVENCIÓN

Frente a la ya tradicional creencia de que los animales han sido creados para el uso y
disfrute del ser humano, las últimas tendencias en bienestar se encuentran ligadas al
concepto de one welfare o one health de la Medicina veterinaria. Según este enfoque, si
mejoramos o conservamos la salud de los animales que nos rodean, seremos capaces de
mejorar la nuestra propia (Ordóñez, 2018).
De esta forma, se propone mejorar el estado físico y mental de los animales con los
que compartimos el planeta y sobre todo de aquellos estrechamente relacionados con
nuestra salud (Woldehanna y Zimicki, 2015; Wolf, 2015). Si lo extrapolamos a las IAA,
el animal seleccionado será más adecuado como compañero en tanto en cuanto presente
conductas naturales adecuadas a su especie.
El caballo de terapia, en sus inicios, fue definido como un caballo con unos requisitos
muy concretos en cuanto a anatomía y biomecánica. Por ejemplo, se considera
imprescindible una conformación rectangular y un paso estable y cadente, para facilitar
la transmisión de impulsos y sensaciones en el cuerpo del paciente de la forma más
equilibrada y simétrica posible (Federación Española de Terapias Ecuestres, 2013). Sin
embargo, en la actualidad no existe ningún protocolo o estándar que regule con claridad
este tipo de selección, revisión y recogida de datos sobre el uso de caballos. Investigando
el ámbito, muchos de los caballos que hacen terapia hoy en día pertenecen a centros
hípicos donde por su edad y condición física ya no dan servicio en las actividades de
equitación, y son prestados o cedidos a los equipos de IAA con la justificación de que
son caballos tranquilos y recomendables para las terapias. Es necesaria —y urgente—
una regularización y evaluación del número de equinos destinados a participar en
intervenciones (Máximo y Marín, 2018), ya que son cada vez más las entidades que
incorporan caballos en su práctica profesional.
En referencia a la responsabilidad del profesional de las IAA, cabe resaltar la
importancia de la formación sobre salud equina e información sobre el estado general del
animal. En ocasiones, los caballos cedidos o destinados a la práctica de las IAA son
caballos geriátricos, con lesiones y cojeras. Es decir, son destinados a intervención por
no ser aptos para otros usos. Sin embargo, estas cesiones, además de ser
contraproducentes para la salud del animal, son desaconsejables para las sesiones de
intervención, ya que estos caballos pueden presentar una biomecánica alterada y un
comportamiento poco equilibrado.

2.1. Características físicas del caballo de intervención

En los primeros tiempos de la introducción del caballo como facilitador los objetivos
de trabajo eran exclusivamente físicos, lo que hacía de la selección del animal un
momento crucial para los equipos de terapia. Caballos anchos, con el dorso fuerte y una

272
conformación rectangular han sido los seleccionados a lo largo de estos años para incluir
en programas de hipoterapia enfocados a personas con alteraciones neurológicas o
lesiones musculoesqueléticas, principalmente.
Este tipo de caballo normativo en los equipos de IAC suele ser denominado caballo
de sangre fría atendiendo a unas características específicas... ¡y no a caballos con el
sistema circulatorio con baja temperatura! Dejando a un lado la broma, y consultando
literatura, los caballos de sangre fría son descendientes de las antiguas razas europeas
utilizadas para labor, la agricultura y la tracción (Hendricks, 2007). En nuestro país,
caballos como el hispano-bretón o el asturcón, criados para trabajos pesados, han sido
seleccionados como caballos de terapia. Su robustez y su fuerza son indispensables para
cargar con ciertas personas que, por sus dificultades, no pueden mantener fácilmente el
control postural sobre el dorso del animal. Además, este tipo de caballo está predispuesto
a tener un carácter plácido y estable que concuerda con las necesidades en una práctica
de hipoterapia. Es usual que el temperamento del animal esté definido por la raza, pero
es recomendable evaluar estas variables de forma individual.
Siguiendo con el rol del caballo, en este caso típico actuaría como un «transportista»,
cargando con el usuario —y en ocasiones con el experto, en el denominado back riding o
monta gemela—. En estos casos, es importante que el caballo tenga un dorso alargado
que permita esta práctica. Se debe observar especial cuidado en colocar la montura en el
lugar adecuado, teniendo en cuenta que influye en el centro de gravedad del animal.
La veterinaria Margarita Zabala ha desarrollado esquemas visuales para que los
equipos de IAA puedan identificar los puntos clave en la anatomía osteomuscular del
caballo (Zabala, 2018). Cuando realizamos monta gemela, es muy aconsejable repasar la
anatomía del caballo y tener en cuenta que el experto se sitúe en el lugar adecuado sin
riesgos de dañar las vértebras lumbares del animal. Estaría desaconsejada la monta
gemela de dos personas adultas o de experto y usuario que supere el tamaño o peso que
pueda perjudicar el dorso y la salud física del animal. Aunque la raza de estos animales
los predisponga a tener un dorso fuerte, son indispensables los trabajos de
mantenimiento y estiramiento muscular —incluyendo revisiones periódicas por parte de
un profesional de la salud física del caballo—. El Refugio el Burrito, entidad
internacional que aboga por el bienestar de los équidos en España y otros países,
recomienda que el peso total no supere el 15% del peso íntegro del caballo
(www.thedonkeysanctuary.org.uk).
Igualmente, será imprescindible evaluar la cadencia del paso y la regularidad de este
para asegurar que el usuario recibe los impulsos que le queremos transmitir con el
movimiento del caballo. Se aconseja una altura a la cruz del animal de entre 160-165
centímetros, de tal forma que el experto puede acceder en todo momento a la
manipulación del usuario que está montado. Lógicamente, en esta horquilla de altura o
morfología no están incluidas otras especies como el poni o el burro —sobre las que no
se encuentran, por el momento, estudios sobre beneficios biomecánicos—.

273
En el verano del 2017 tuvo lugar la primera edición del Encuentro Internacional sobre
Ética y Bienestar del Caballo de Intervención, llevado a cabo en la Universidad
Internacional de Andalucía (UNIA), donde fueron analizadas las necesidades de los
equipos de intervenciones asistidas con caballos (IAC) para unas buenas prácticas. Uno
de los puntos destacados radicó con la selección del caballo en cuanto a su biomecánica.
¿Cómo saber que un caballo camina equilibrado?
Incluso profesionales de la Veterinaria o la Fisioterapia equina pueden tener
dificultades para evaluar cojeras y patrones alterados de marcha, ya que los caballos
evitan manifestar sus dolencias por su condición de presa. Lucy Rees (2000) nos
propone un guion para tener en cuenta a la hora de evaluar el movimiento en un caballo
(tabla 10.1).

TABLA 10.1 Valoración del movimiento del caballo (Rees, 2000)

1. Observando al caballo desde un lado:

a) El pie (pata trasera) debe sobrepasar la huella de la pata delantera.


b) Los dos pies deben tener el mismo alcance.

2. Observando al caballo desde atrás:

a) El caballo debe andar recto y en línea.


b) La grupa debe vascular con la misma amplitud a ambos lados.
c) A cada tranco (a cada paso) la cola debe pendular de un lado a otro hasta cubrir
el corvejón (parte medial de la extremidad posterior).
d) A cada tranco (a cada paso), la grupa debe subir hasta esconder la cruz y bajar
hasta descubrirla.
e) Al revolcarse, el caballo debe ser capaz de darse la vuelta.

Siendo esta parte una de las imprescindibles a la hora de seleccionar el caballo para el
trabajo rehabilitador, la persona encargada de la selección también debe evaluar si el
caballo puede presentar algún dolor o molestia en su anatomía que luego desembocará
en conductas disruptivas o lesivas.
Otras características del caballo han de ser valoradas en función de a qué colectivo
deben adaptarse. Hoy en día, el abanico de posibilidades que nos encontramos a la hora
de recibir demanda de un programa de IAC es muy amplio. Este recurso técnico fue
inicialmente destinado a colectivos vulnerables, como personas con diversidad funcional
—sobre todo niños y niñas con dificultades de desarrollo—. Este primer público diana
ha ido dejando paso a otros colectivos como son personas en riesgo de exclusión social,
personas mayores, personas diagnosticadas de trastornos mentales y personas con

274
trastornos del estado del ánimo, entre otros, transformando las IAC o los programas de
educación asistida en un recurso que pueden llevar a cabo diferentes profesionales
sociosanitarios o de la educación.

Figura 10.2.—Sesión de hipoterapia guiada por Alba Pacheco, terapeuta ocupacional


de PsicoAnimal.

Hasta el momento han sido comentadas las características recomendables para un


caballo que tome parte en terapia rehabilitadora. Sin embargo, en otras prácticas de IAC
se puede optar por características físicas variadas, color, tamaño temperamento y
conformación. El caballo que acompaña a un psicólogo no tiene por qué compartir
características con el caballo compañero de un fisioterapeuta. Así, el primero puede
buscar el apoyo de un caballo más expresivo y comunicativo, mientras que el segundo
necesitará un caballo tranquilo y estable.
La edad del caballo es una de las características a tener en cuenta en este epígrafe.
Como se comentó anteriormente, parte de la práctica desarrollada con caballos de
intervención incluye animales mayores y geriátricos, que no sería recomendable incluir
en el equipo por su salud física y emocional —y las del paciente—.

275
El caballo de terapia no tiene por qué ser un caballo mayor. Pero, antes de la
explicación, ¿qué tal un poco de cronología de desarrollo equino? El caballo es potro
desde su nacimiento hasta los cuatro años (Hill, 2013). Su proceso de maduración física
y mental acaba en torno a esta edad y es a partir de entonces cuando puede empezar su
entrenamiento, siendo importante comenzar con los procesos de habituación poco a
poco, a lo largo de su etapa de desarrollo (tema que se aborda en el epígrafe 3). Hasta los
cinco años el caballo no está preparado para ser montado y se considera arriesgado llevar
a cabo cualquier tipo de trabajo con él, pero sí que resulta recomendable empezar con su
proceso de doma. Por otro lado, a partir de los veinte años el caballo ya puede
considerarse animal geriátrico. Es importante que durante esta última etapa el caballo se
siga manteniendo activo, con pequeñas acciones esporádicas que le sirvan como
estímulo, pero sin verse sometido a una carga regular de trabajo.
En resumen, es interesante que un equipo de intervenciones asistidas con caballos
cuente con un equipo equino de unos tres o cuatro caballos —idealmente, cinco o seis
animales—, asegurando un mínimo de dos caballos con físico adecuado para realizar
hipoterapia que puedan ser alternados en los programas que requieran más esfuerzo. Se
recomienda que el resto de la manada pueda ser variopinto y complementario para cubrir
la variedad de necesidades específicas de las personas que atendemos. Estos requisitos
son orientativos, siendo necesario consultarlos con el etólogo o profesional adecuado
para ajustarlos al caso concreto (Dalla Costa, Dai, Lebelt, Scholz et al., 2016).

2.2. Selección comportamental y procedencia del caballo de


intervención

El comportamiento del caballo está estrechamente relacionado con su proceso de


desarrollo. Aquí se conjugan el comportamiento innato que le viene dado como especie,
el comportamiento adaptativo que ha ido generando en consonancia con su manada para
la supervivencia y el comportamiento aprendido como un extra en ese individuo
específico y sus experiencias individuales (Rees, 2000).
De cara a la selección, ya hemos interiorizado que la carga genética, lo innato, es
compartido por caballos salvajes y domésticos. En otras palabras, incorporamos un
animal de presa con un patrón de conservación muy arraigado, que necesitará de la
manada para su bienestar. Además, habrá que valorar cómo el caballo se adapta y
resuelve nuevas situaciones y, por último, lo que le han enseñado, quién le ha enseñado y
cómo le ha enseñado. A priori, se aconseja que estas cuestiones tengan una respuesta
común, la manada, el grupo como agente de enseñanza en el caballo.
Podemos encontrar caballos que han tenido un rudo proceso de domesticación en un
centro ecuestre tradicional, cuyas condiciones suelen ir en contra de sus necesidades
como especie. O podemos encontrar caballos que han vivido en libertad o semilibertad y
no han participado en un ningún proceso de doma. También es posible encontrar el

276
formato mixto, animales que viven en centros tradicionales con un proceso de
conversión a una vida más naturalizada.
El primer caso es el más habitual y está relacionado con el sistema de estabulación
equina en España —y en muchos otros países—. Estos casos se identifican con
estructuras que confinan a los animales a pasar la mayor parte del tiempo en boxes o
cuadras, donde la interacción social intraespecie es muy reducida y donde su actividad se
limita casi siempre al trabajo. Con poco tiempo para dar rienda suelta a sus necesidades
etológicas, en ocasiones se generan prácticas que son antinaturales para la especie —
como su patrón de alimentación o manipulaciones y manejo aversivos—. Todas estas
circunstancias dificultan el encontrar caballos con un comportamiento equilibrado y con
una buena salud emocional. De hecho, parte importante de los caballos que se
encuentran hoy día al servicio de las intervenciones son animales que sufren estrés
constante, desembocando en patrones de conducta alterados, estereotipias... que
redundan en una salud psicológica y física cuestionables. En una interesante revisión del
bienestar de equinos reproductores en el sur de España (San Martín et al., 2015), los
investigadores aluden a los factores de riesgo relacionados con el tipo de estabulación y
su nivel de estrés.
Gracias a su capacidad de adaptabilidad, los caballos son susceptibles de aprender,
siempre y cuando la técnica usada por el guía lo facilite. Por ello, no existe razón para
excluir de antemano a un caballo de participar en IAA por su procedencia. Seleccionar a
un caballo proveniente de un centro tradicional puede tener varias ventajas. Entre ellas,
destaca la posibilidad de mejorar la situación del propio animal. Además, esta opción
ofrece la oportunidad de educar y concienciar sobre la necesidad de adaptar los centros
tradicionales como centros más naturales y acordes a las necesidades del caballo, como
nos transmite Jaime Jackson en su propuesta por adaptar los centros hípicos a formatos
de paddocks dinámicos (Jackson, 2007).
¿Cómo podemos valorar si un caballo está equilibrado emocionalmente? En primer
lugar, atendemos a los patrones conductuales y naturales de su especie —es decir, a sus
patrones etológicos—. Se recomienda que el futuro caballo de intervención viva en
grupo, con yeguas y caballos que le acompañen en el aprendizaje social y comunicativo
de su especie. Sería recomendable que los equipos que se dediquen a incorporar caballos
en sus terapias aprendan y se formen sobre los principios de aprendizaje que llevan a
cabo los caballos en la naturaleza, ya que de esta forma conseguiremos un ajuste
paulatino con el animal y sus procesos de entendimiento.
Hay que advertir que en determinadas ocasiones se confunde un animal tranquilo (de
baja reactividad o neuroticismo) con el caballo desmotivado, aburrido y/o en indefensión
aprendida. Si promovemos un ambiente social, emocional, cognitivo y físico acorde a las
necesidades etológicas del caballo, será más fácil contar con caballos armoniosos en su
conducta, prestándose como voluntariosos y colaboradores. En IAC se buscan caballos
tranquilos pero que sean reactivos al ambiente, esto es, que reaccionen ante lo novedoso,

277
pero de manera estable. Que sean curiosos y tolerantes a los cambios y a las personas y
que tengan una disposición al aprendizaje.
¿Cómo podemos conseguir que un caballo reúna las características adecuadas? Y lo
más importante, ¿cómo podemos medirlo? La recomendación es proponer al animal un
proceso de habituación y entrenamiento de seguridad y confianza entre ambas partes,
guía y caballo. Que el caballo avance en lo desconocido siempre con opción de huida y
alejamiento por su parte, de modo que él mismo module su proceso de aceptación y
adaptación a las nuevas situaciones. Es importante el afianzamiento de los
conocimientos del técnico o guía y de la persona que se va a encargar de habituar y de
entrenar al animal. Existen distintas propuestas para lograrlo y, aunque su análisis
excede los objetivos del capítulo, se recomienda consultar los textos de Birke,
Hockenhull, Creighton, Pinno et al. (2011) y Hausberger, Roche, Henry y Visser (2008).

3. PREPARACIÓN DEL INDIVIDUO

3.1. Preparación comportamental

3.1.1. Concepto y tipos de doma

En primer lugar, se va a dar sentido a una palabra que a lo largo de los años ha tenido
diferentes connotaciones y significados.
Se propone un ejercicio de cultura general. Imagínese en su cabeza a un domador.
Seguramente, en la mente del lector aparezca la imagen de una persona que usa una fusta
o un látigo para dominar a las bestias, trasladándonos a los circos o a las actividades con
animales salvajes. Pero, si se traduce de manera adecuada la palabra doma (domus),
significa domesticación. No debe confundirse con la palabra dominancia. Con esta
aclaración se afianza la palabra doma como la técnica de domesticación o cómo
acostumbrar a los animales a las personas y no como la forma culturalmente entendida
de dominar a los animales por la fuerza. En el mundo del adiestramiento de caballos la
figura del domador es lo que equivaldría a la figura del entrenador o educador en el
mundo del perro o de otros animales.
Así pues, se propone dejar el látigo a un lado y adentrarse en las definiciones latinas.
Es aquí donde aparece la primera bifurcación en las diferentes tipologías. En nuestros
tiempos existen dos tipos de doma principales que forman la base del entrenamiento y
adiestramiento del caballo. En primer lugar, aparece la doma tradicional, que trabaja el
amansamiento mediante la dominancia y el castigo —en términos populares,
enseñándole quién es el que manda—. El proceso de aprendizaje desde el que se llega al
caballo es la inundación, negándole la huida frente a sus reacciones de miedo y
presentándole el estímulo que desconoce de una manera constante mediante obligación
sin escape. Por suerte, esta forma de adiestramiento está siendo cuestionada, ya que

278
promueve patrones educativos y sociales poco adecuados y poco coherentes para los
beneficiarios de las IAA. Estos métodos hacen más probable que el caballo desarrolle
miedos o incluso indefensión aprendida, fenómenos que resultan contraproducentes tanto
para el animal como para el desarrollo de intervenciones (McGreevy y McLean, 2009).
La propuesta que se plantea en este capítulo es acompañar al caballo en ese
descubrimiento del mundo de una forma más sencilla, quizá más lenta, pero desde luego
más efectiva para generar interacciones estables a largo plazo, originando vínculo y
confianza (Dorey, Conover y Udell, 2014). De aquí surge la otra vía de entrenamiento, la
doma natural, un tipo de acercamiento y educación del caballo utilizando los mismos
procesos de aprendizaje que usa la especie en la naturaleza, de forma progresiva y acorde
a su edad y temperamento. En libertad, los procesos de aprendizaje que más utiliza el
caballo cuando toca enfrentarse a situaciones y estímulos novedosos son el de la
habituación y el del ensayo-error (Rees, 2000).
De la doma natural han ido surgiendo diferentes etiquetas (doma racional, doma
india, doma integral...) asociadas a lo que parece ser el mismo tipo de método. Pero
¡cuidado!, pueden no aplicar los mismos principios. ¿Cómo podemos hacer la criba e
identificar métodos respetuosos y adecuados de entrenamiento? Aprender a mirar e
identificar las emociones y la comunicación no verbal en el animal servirá de guía en el
proceso de entrenamiento del caballo de intervención. Aunque una descripción completa
excede los objetivos del presente capítulo, el lector puede encontrar más información
sobre esta temática en el artículo de Suwala, Gorecka-Bruzda, Walczak y Ensminger
(2016) sobre la personalidad del caballo.
Una vez definidos ambos tipos de doma o entrenamientos y asentando el aprendizaje
del caballo en una de estas dos bases, a partir de aquí se desarrollarían el resto de las
disciplinas o actividades relativas al uso del caballo para el ocio o el deporte.

3.1.2. Incorporación del caballo a la manada

Como ya hemos comentado anteriormente, los caballos son gregarios. El grupo es su


protección, su medio de aprendizaje y supervivencia. Si queremos crear un espacio de
aprendizaje para el caballo, es importante que esté acompañado de otros caballos,
facilitando así la predisposición del animal a curiosear. Para ellos es todo más fácil si lo
hacen acompañados. En el campo de las IAC una de las fases más importantes en el
entrenamiento del caballo de intervención es la de habituación, en la que es expuesto a
todos los estímulos y situaciones que se van a experimentar durante las sesiones.
Cuando incorporamos un caballo en un equipo de IAA es importante conocer de qué
forma ha sido entrenado y cuál es su doma previa. En el caso de los caballos, existen
indicios de que la doma natural se asocia con una mejor interacción con humanos (Dorey
et al., 2014). En caballos que han sido entrenados mediante doma tradicional nuestra
labor principal va a ser la de que el caballo se desensibilice de todo aquello que ha

279
aprendido de manera rápida y brusca. El proceso para la doma y el entrenamiento de los
caballos que no tengan doma, bien porque los hemos criado desde potros o bien porque
han pasado toda su vida sin participar en ninguna disciplina ecuestre, será similar.
En la naturaleza, los caballos forman grupos o bandas. Dentro de cada una de ellas
crean lazos sociales específicos por lo que se encuentran parejas o tríos dentro de una
misma manada. Será recomendable que el nuevo habitante sea introducido de manera
progresiva, creando primero una separación entre este y el resto de los caballos para que
se vayan conociendo poco a poco. Se puede crear fácilmente un corral grande y separar
dos espacios que faciliten esta primera socialización. Caballos que hayan vivido en
soledad o hayan tenido poca comunicación intraespecie necesitarán más tiempo de
adaptación y de conocimiento para entender lo que les comunican sus congéneres.
Además de esta adaptación en el grupo de caballos, será muy recomendable que los
profesionales también pasen a formar parte del entorno y de la burbuja de seguridad del
animal, entendiendo la palabra seguridad como aquel entorno en el que el caballo va a
desarrollar sus conductas naturales y donde va a enfrentarse a estímulos novedosos con
más disponibilidad que si estuviese él solo. Ya se ha incidido en que es un animal social
y que necesita de los otros para tener bienestar emocional. Téngase en cuenta la
importancia que va a tener este vínculo y esta seguridad durante las sesiones de
intervención asistida con caballos.
Con esto, las interacciones con el nuevo caballo de intervención no tendrán que ver
con lo que se espera de él en las terapias, sino con lo que él puede esperar del profesional
y su presencia. Es recomendable en un inicio que los momentos que dediquemos al
nuevo compañero en la intervención puedan ser desde pasear juntos por el campo, a
buscar bellotas, a rascarle en las espaldas o acompañarle mientras pasta.

3.1.3. Habituación al contexto de trabajo

Según vayamos avanzando en la relación entre congéneres y con el equipo de trabajo,


será interesante proponer al animal que acompañe al guía al espacio donde se llevan a
cabo las sesiones de intervención.
Estas propuestas se harán de manera progresiva en pequeños espacios de tiempo, a fin
de que el caballo siga manteniendo la motivación y la curiosidad. En situaciones donde
se observe que el caballo no muestra una disponibilidad a trabajar con nuevos estímulos,
el entrenamiento quedaría interrumpido hasta la próxima sesión. En este punto del
proceso de habituación y adaptación es importante que el nivel de exigencia con el
animal sea lo más reducido posible, ya que a cualquier mala experiencia que se genere
durante este proceso se condicionarán los pasos que vienen después.
Una vez que el animal lleva un tiempo conociendo su nuevo grupo y las instalaciones
donde va a vivir es cuando se propone que el animal conozca los materiales
psicopedagógicos y el aparejo o material ecuestre, como monturas y riendas. Se aconseja

280
proponer este trabajo de habituación cuando el animal pueda estar acompañado por otro
caballo. En este punto, se hace importante referenciar a Dalla Costa et al. (2014), quienes
revisaron y aunaron en su estudio los indicadores de bienestar animal en equinos de
granja. Así, se remarcaron evidencias en señales de estrés por aislamiento (Lansade,
Nowak, Lainé, Bonneau et al., 2018), con un aumento en las vocalizaciones cuando se
separaba a los animales. Cuando viven en manada y crean grupos estables, las conductas
afiliativas como el grooming —acicalado mutuo— aparecen para aliviar el estrés
mostrado en los individuos (McDonnell y Poulin, 2002).
En los procesos de aprendizaje y entrenamiento de los caballos, el nivel de tensión del
músculo masetero —en su mandíbula— es un indicador accesible de estrés. Cuando se
observa al animal masticando y moviendo la mandíbula a la vez que resopla por la nariz,
es signo de que el animal se encuentra relajado (Rees, 2000). Otros signos relevantes se
observan mediante la posición del cuello respecto a su dorso. La alerta, el miedo o la
tensión son observables en el caballo, cursando con respiración intensa, taquicardia,
ollares y boca tensas, y sus orejas tiesas y cuello muy levantados (Pritchard, Lindberg,
Main y Whay, 2005).
Estos signos ayudan a identificar si el animal atraviesa un estado emocional
desagradable, inadecuado para seguir mostrando o trabajando un estímulo específico.
Lógicamente, en esta fase de habituación a nuevos materiales el caballo permanece
suelto, con posibilidad de evitación y de huida de la situación que se le muestra. Una
forma apropiada de presentar los materiales psicopedagógicos y de trabajo es dejándolos
a su disposición para que pueda curiosear libremente, de tal forma que comprenden que
no son utensilios ni materiales dañinos o agresivos.
No hay un tiempo estándar recomendado para caballos de intervención en
entrenamiento, sino que va a ser el propio caballo y su comunicación con el guía lo que
vaya temporalizando el proceso. Una vez que el animal se adapta a los nuevos
materiales, es muy interesante que llevemos a cabo las fases y actividades simulando una
sesión estándar de terapia.
Cada caballo es un individuo con necesidades emocionales y físicas particulares. Así,
es interesante que el técnico o guía que esté trabajando en esta fase de aprendizaje o
habituación del caballo haga un seguimiento y un registro del proceso.

3.1.4. Formatos de trabajo en intervenciones que incluyen caballos

En primer lugar, se va a diferenciar entre actividades o habilidades que el caballo


realiza cuando los usuarios están pie a tierra y aquellas que se llevan a cabo cuando los
usuarios están montados. En este punto, se tendrá muy en cuenta el sentido de la vista
del caballo y cómo funciona en cuanto a integración de la información.
Su visión es periférica y tienden a mantenerse en alerta. En nuestro ámbito será
importante permitir al caballo mirar y habituarse a los nuevos estímulos, ya sean

281
materiales, otros animales, incluso otros lugares de trabajo. Es aconsejable que el guía
permita al caballo explorar y curiosear —por ejemplo, girando la cabeza— y, teniendo
en cuenta que los animales de presa usan su visión binocular para situarse en el espacio,
atender a posibles peligros y aprender (Hanggi, 1999).
En los primeros tiempos de las IAC se destacaron las posibilidades que ofrecía el
caballo desde arriba, a través de la equitación. Pero no tiene por qué ser el único recurso.
En una cita atribuida a Earl Nightingale se aboga por considerar que: «la creatividad es
una extensión natural del entusiasmo». Con esta premisa en mente, se pueden incluir
actividades, objetivos y tareas en un programa de IAC sin necesidad de que el
beneficiario se suba en el caballo.
El pie a tierra o groundwork hace referencia a todas aquellas actividades que se llevan
a cabo desde abajo, con el caballo suelto o con el caballo con una cabezada de cuadra o
cabezada sin embocadura —arnés que se dispone en torno a la cabeza del caballo sin
hierro o freno en su boca— y un ramal —correa o cuerda— mientras se camina a su
lado, se le cepilla o se comparte tiempo con él. Se considera que el pie a tierra es
imprescindible como punto de partida para todos aquellos que quieran conocer más de
cerca la etología del caballo, ya que facilita incorporar conductas naturales del animal en
la sesión, potenciando el vínculo.
Primero, el trabajo se centra en conseguir confianza y sincronía con el caballo con el
que estamos trabajando. Así, es usual que el animal tome como referencia al guía o
experto. En este tipo de situación aparece la sincronía, y así, cuando el guía pare, el
caballo se parará con él, sucediendo lo mismo cuando el guía reinicie el paso. Una vez
establecido este primer juego de paseo y avance juntos, se puede asociar este
acompañamiento a una palabra o comando —anda y para, respectivamente— para
introducirlo en sesiones y trabajarlo con el usuario.
Aprender a manejar nuestra posición respecto al cuerpo del caballo es otra de las
habilidades importantes para un técnico o un guía. Teniendo en cuenta que el caballo
tiene dos puntos ciegos que pueden condicionar el entrenamiento y provocar sustos en él
(figura 10.3), se evitarán las áreas de inmediatamente detrás y delante del animal. Lo
recomendable será acercarnos al caballo por sus laterales (Birke et al., 2011).
En las intervenciones asistidas con caballos, una de las habilidades más importantes
que hay que entrenar en el caballo es la permanencia, ya que, en determinados
momentos, como por ejemplo una actividad de cepillado, el movimiento del caballo
puede ser un riesgo para usuarios con movilidad reducida. El trabajo con caballos
conlleva riesgos, ya que es un animal muy grande y fuerte. Desde abajo se aconseja
prestar especial atención a sus manos y a sus pies y desde arriba tener muy en cuenta el
riesgo de caída por parte del beneficiario. En ambos formatos estos factores de riesgo se
ven disminuidos conforme más se conozca al animal —haciendo previsibles sus
reacciones—. Además, como se ha propuesto, será importante reducir los factores de
estrés al mínimo.

282
Conociendo desde abajo al caballo, el siguiente paso es ponerle la montura —bien sea
una silla completa o un cinchuelo— y subir a su dorso.

Figura 10.3.—Puntos ciegos en el caballo (Sonia Martín y Merlín. Foto:


PsicoAnimal).

Previo proceso de habituación a la montura, empezaría la actividad de monta. Los


pasos seguidos de manera rutinaria para subir al caballo serán denominados
transferencias. Es importante habituar al caballo a los dispositivos usados para dichas
transferencias, como pueden ser escaleras y rampas de acceso para movilidad reducida.
Además, como ya se ha advertido antes, es importante que el caballo se habitúe a que
varias personas caminen a su lado, sujetando o manipulando, en ocasiones, a la persona
que va en el dorso (figura 10.4).

283
Figura 10.4.—Sesión de hipoterapia con apoyo de una voluntaria en un flanco (Foto:
PsicoAnimal).

3.2. Aspectos físicos

En este apartado se contemplan los requisitos recomendables para la buena salud


física del caballo de intervención. La salud física está estrechamente relacionada con los
cuidados veterinarios, la nutrición y la podología. Las cuestiones zoosanitarias
relacionadas con el caballo deben ser revisadas y actualizadas para promover prácticas
fiables y seguras para los beneficiarios de IAC, los profesionales y los propios caballos.

3.2.1. Control veterinario

284
Una vez que se ha expuesto que el entrenamiento y la habituación del caballo de
intervención es un proceso flexible y al que hay que dedicar tiempo, se va a ahondar en
el estado óptimo en cuanto a la salud veterinaria y zoosanitaria.
En este punto cabe resaltar el protagonismo de un equipo veterinario adecuado que
trabaje codo con codo con el equipo de IAC para evaluar y mantener la salud física del
animal de intervención. Es interesante que los profesionales que se encarguen de guiar al
animal cuenten con unas nociones básicas de prevención de riesgos en la salud del
caballo y un abordaje de los primeros auxilios. Por lo demás, los controles veterinarios
deben ser realizados por el veterinario, dado que no existe ningún protocolo específico
de caballo de IAA que pueda ser tomado como referencia.
En consonancia con los colegios veterinarios y atendiendo a los protocolos de la OIE
(Organización Internacional de Sanidad Animal), podemos evaluar cada día la rutina y el
estado general de nuestro animal de intervención (Minero, Dalla Costa, Dai, Scholz y
Lebelt, 2005). La tabla 10.3 recoge algunas de las principales recomendaciones, además
de los requisitos de vacunación y control de la zoonosis.
Gran parte de las afectaciones físicas del caballo tienen que ver con la calidad de su
alimentación y el tipo de nutrición, el cuidado de sus cascos y su podología. La
alimentación y el movimiento libre son centrales, y resulta obligatorio asegurarse de que
los caballos que participen en IAA tengan estas necesidades correctamente cubiertas.
El caballo es un mamífero perisodáctilo que soporta su peso en un único dedo central.
Los caballos nacen para poder caminar descalzos. Sus cascos son una estructura
epidermal, parecida a nuestras uñas, y crecen constantemente. Los caballos los desgastan
al paso, acondicionándolos a diferentes terrenos, texturas y temperaturas.

TABLA 10.3 Signos vitales y control sanitario en caballos. Basado en Minero et al.
(2005)

Signos vitales del caballo estándar

— Frecuencia cardíaca y pulso: 25-40 latidos/min.


— Frecuencia respiratoria: 8-16 respiraciones/min.
— TRC (tiempo de relleno capilar): presionando la encía ver cuándo recupera el
color:

• Debería ser =< 2 seg.


• Sirve para valorar el estado de hidratación.
• Opción B: pellizco en el cuello o en la espalda.

— Color de las mucosas:

285
• Normal: rosa y ligeramente húmedas.
• Alteraciones: blanco, amarillo, morado, azul, muy secas...

Vacunación y control de zoonosis (OIE)

— Obligatorias:

• Gripe: cada 6 meses.


• Tétanos: anual.

— Recomendadas en caballos de terapia:


• West Nile o virus del Nilo Occidental: anual.

— ¿Control serológico de enfermedades zoonóticas?:

• Rabia.
• Leptospirosis.
• Brucelosis.
• Muermo.
• Ántrax.

Es probable que al lector le haya venido a la cabeza la imagen de una herradura y la


pregunta de si es imprescindible su uso en las IAA. Las herraduras las ha diseñado el ser
humano para, por un lado, paliar el desgaste excesivo que se les provoca a los cascos en
determinadas disciplinas y, por otro lado, como tratamiento ortopédico en la corrección
de alteraciones locomotoras. Hay ocasiones donde la disciplina que lleva a cabo el
animal condiciona el uso de elementos para sus cascos, como por ejemplo el raid, que
son pruebas de resistencia donde los animales están galopando durante muchos
kilómetros y donde sus cascos necesitarán dispositivos artificiales como la herradura. Sin
embargo, cada vez se encuentran alternativas más adaptadas y más respetuosas, como los
shoes o las herraduras de materiales menos dañinos para el casco.
Como ya se ha visto, en las intervenciones asistidas con caballos el patrón de
movimiento más usual es el paso. Además, los terrenos por los que desplazamos al
caballo no son constantemente duros o abrasivos, así pues su casco sufre un desgaste y
acondicionamiento natural compatible con los pies descalzos o barefoot. El equipo de
intervención se coordinará con un especialista en podología o especialista en pies
descalzos para llevar el acondicionamiento y el mantenimiento de los cascos de los
animales al día. Es recomendable una revisión cada dos meses que informe del estado de
la podología del equipo equino. Estos requisitos son orientativos, siendo necesario
consultarlos con el especialista para ajustarlos al caso concreto.
En el caso de las IAA, será interesante hacer partícipe al usuario de estos cuidados tan
específicos para poder incluirlos en las sesiones de trabajo. El cambio de rol, de

286
convertirse en cuidador y responsable de la salud del animal, puede promover beneficios
a nivel emocional en los beneficiarios de IAA.
Viviendo en semilibertad y en compañía de otros caballos, las condiciones de
bienestar serán óptimas si, además, los caballos pueden moverse libremente, pastando
entre 12 y 16 horas, especialmente si el espacio por donde se mueven presenta diferentes
tipos de terreno, con obstáculos naturales como árboles, piedras, montículos, que
favorezcan el fortalecimiento de sus cascos y su anatomía. Con estos factores, el tiempo
previo dedicado al comienzo de la sesión tendrá que ver con preparar materiales y
espacio de intervención. En animales que viven en boxes, serán necesarios tiempos de
suelta previos a las sesiones, aconsejándose el calentamiento libre y en compañía de otro
caballo de intervención.

3.2.2. Cuidado del caballo dentro de las sesiones de intervención asistida

En cuanto a la preparación y acondicionamiento físico del animal, desde PsicoAnimal


se recomienda hacer partícipe al beneficiario de la sesión preparando al caballo mediante
actividades del pie a tierra: actividades como puede ser el cepillado o almohazado con
diferentes materiales, la limpieza de cascos, desenredo de crines y colocación de todo el
aparejo para poder llevar a cabo la actividad. Estas tareas estarían dentro de una sesión
estándar y se podrían enfocar a objetivos terapéuticos como la motricidad gruesa y fina
dentro del área física, pero también al trabajo de las funciones ejecutivas dentro del área
cognitiva, teniendo que anticipar, planificar y tomar decisiones sobre cómo vamos a
preparar al caballo para la jornada.
También se recomienda introducir en la sesión terapéutica tareas o actividades a
realizar una vez concluya el trabajo con el caballo. Así, los estiramientos básicos o
masajes en el dorso del animal, el juego o el traslado de los caballos participantes con el
resto de la manada pueden ser también incluidos dentro de la sesión y el programa
terapéutico. En este punto, se recomienda que el guía del animal apoye al experto en las
necesidades previas y posteriores a las sesiones con cada caballo, para así maximizar el
número de opciones de trabajo con el usuario.
¿Cómo se prepara el espacio para la intervención? Se recomienda organizar la
participación de los caballos de forma previa, teniendo en cuenta que siempre haya dos
caballos en el espacio y pautando con los guías los momentos de cambio de caballo.
Es importante que entre sesión y sesión los caballos puedan tener tiempos de
relajación y descanso, también acordados con el guía. Una de las recomendaciones por
parte del equipo de PsicoAnimal es, como enriquecimiento contextual para el animal,
incorporar a otro caballo que está apoyando al caballo de intervención —normalmente,
el caballo que mejor relación tenga con el animal que trabaja—. Un ejemplo de este
enriquecimiento sería introducir piedras de sal o redes de forraje que permitan mantener
al caballo de apoyo ocupado en los tiempos de espera. Así, el segundo caballo

287
permanece en el mismo espacio que el caballo de intervención e incluso ambos pueden
apoyar el experto y al guía con un mismo beneficiario.
La sesión se puede llevar a cabo en diferentes espacios, siendo el campo abierto uno
de los más enriquecedores y motivadores para los usuarios —que es a la vez el que más
riesgos conlleva debido a los imprevistos naturales que se pueden desencadenar—.
Además, en el campo el caballo tiene especial pulsión por bajar la cabeza para comer
hierba, lo que puede provocar un desequilibrio para el usuario si este va montado. Se
recomienda extremar las precauciones en el campo y habituar al caballo previamente a
los caminos y lugares frecuentados.
La variedad de espacios presentes en el centro ecuestre ofrece muchas posibilidades
de trabajo. Las pistas abiertas o pistas cubiertas son los espacios más habituales de
trabajo, siendo recomendable la introducción de actividades creativas y ricas en
estímulos para motivar al usuario y al caballo. Es usual la introducción de materiales
psicopedagógicos para apoyar el trabajo terapéutico.

4. CONCLUSIONES Y REFLEXIÓN DE LA AUTORA

Las IAC se proponen como una técnica que facilita crear experiencias con el caballo
como apoyo. Las recomendaciones incluidas en este capítulo van encaminadas a que esta
visión respetuosa con el animal y el usuario traiga consigo una práctica más eficaz y
eficiente.
De esta forma, para la parte beneficiaria de la intervención se estarán proponiendo
rutinas terapéuticas más variadas, donde no solo es la monta la actividad principal, sino
que se incorporan actividades de preparación, cuidado y responsabilidad sobre el animal
de intervención. A nivel terapéutico esto facilita un contexto para fomentar la autonomía,
dejando en manos del beneficiario la toma de decisiones adaptada a cada caso. Además,
el rol de cuidador promueve beneficios a nivel emocional. Siguiendo estas líneas, el
manejo del caballo propone al beneficiario un aprendizaje sobre su lenguaje corporal y
sus habilidades sociales, teniendo que desarrollar una comunicación efectiva para la
consecución de los objetivos con el animal.
Esta última parte estaría muy relacionada con el equipo de profesionales de IAA. El
trabajo con caballos requiere desarrollar la inteligencia emocional y competencias
relacionadas con la cooperación y la asertividad, lo que puede suponer una gran
motivación.
En resumen, la propuesta del caballo como compañero en las sesiones puede ser
atendida desde una visión más naturalizada. Así, aprendiendo sobre sus necesidades
físicas, cognitivas, sociales y emocionales el caballo nos ofrece un enorme abanico de
opciones para potenciar el bienestar de los humanos. Además, este modo respetuoso de
trabajo fomenta la estabilidad y bienestar en los propios caballos, lo que se puede
traducir en menor coste económico —en gastos veterinarios, mantenimiento de los

288
animales— y una mayor seguridad durante el trabajo en las sesiones.
En este capítulo se ha realizado un recorrido muy básico sobre cuestiones clave, pero
la educación del caballo es un tema más amplio que se puede complementar con diversos
autores. Si el lector desea conocer más sobre la preparación de caballos para desarrollar
intervenciones asistidas, algunas referencias clave en etología y doma serían las de Rees
(2000), Hill (2013) o Plana (2014). En cuanto a las condiciones de creación y
mantenimiento de centros ecuestres más respetuosos con la etología de estos animales,
se recomienda consulta el libro de Jackson (2007). Y en cuanto a los cuidados
nutricionales, la guía de Bolger (2010) puede resultar un buen punto de inicio.

289
11
Selección e introducción del perro en intervenciones
asistidas
ARCADIO TEJADA ROLDÁN Asociación INTAP

Entre los miembros pertenecientes a una misma especie son más que evidentes las
diferencias individuales. Diferencias, todas ellas, suficientes para hacer necesaria la
elección de unos individuos frente al descarte de otros.
En el caso del perro se hace más necesaria esta elección, dado que a las diferentes
capacidades iniciales se debe sumar la selección artificial ejercida durante siglos por el
ser humano. Esta selección artificial ha consistido en la elección de individuos que
presentasen las características tanto físicas como comportamentales más adecuadas al
trabajo al que los ejemplares han sido tradicionalmente destinados. Así, durante cientos
de años se fueron abriendo paso las diferentes razas de perros, hasta estar fuertemente
arraigadas y diferenciadas en nuestros días.
Al hablar de razas no se pretende resaltar la pureza de estas —como suele ocurrir en
el ámbito de las intervenciones asistidas por animales—. El término se refiere a una
tipología de raza que puede provenir de cruces, pero que presenta una dotación genética
similar, prototípica, que predispone a unas características físicas y comportamentales
previsibles. Es obvio que el trabajo posterior de las personas encargadas de la
preparación del animal puede hacer que las características conductuales impuestas por el
hombre se sobrepongan a las previsibles del individuo por su raza. Cuantas más
experiencias haya vivido el ejemplar, más influido estará por ellas.
Pero, aun así, un galgo nunca defenderá como un mastín, ni un mastín cazará como
un galgo. En atención a estas diferencias en la predisposición genética, se defiende que
una correcta elección de la raza facilitará el mayor aprovechamiento de sus cualidades
inherentes. Si está en su naturaleza comportarse como se desea, se necesitará menos
trabajo para conseguir la conducta que se pretende.
Esta última afirmación está en consonancia con algo que es de mayor relevancia en
ese sentido. No solo el humano necesitará menos esfuerzo, también el perro tendrá más
fácil adaptarse a lo que se le exige. El adiestramiento tendrá una menor incidencia en el
can, por ser más acorde a su predisposición genética.
El presente capítulo desarrolla cuatro epígrafes, dedicados a revisar los métodos de

290
evaluación de uso frecuente, criterios para la selección del individuo, preparación para la
intervención y manejo dentro de las sesiones.

1. MÉTODOS DE SELECCIÓN CANINA PARA LAS INTERVENCIONES


ASISTIDAS POR ANIMALES

1.1. Evolución histórica

Es muy aventurado exponer cuál fue el motivo exacto por el que sucedió la primera
interacción entre humanos y perros/lobos (o posibles antecesores comunes). Pero desde
el mismo instante en que se produjo, ya existió la elección de un ejemplar frente a otro.
Posiblemente las causas que llevaron a esta elección fueron totalmente circunstanciales,
pero sin duda supuso el punto de partida para la selección posterior.
Estos primeros ejemplares comenzarían a alimentarse de las sobras de los
campamentos, despojos de la caza, restos de comida olvidados o dejados... y habitarían
en las inmediaciones de los campamentos. Desde ese primer contacto, la permanencia de
unos ejemplares más cercanos al hombre pudo producirse gracias a una mayor
sociabilidad de esos animales. Así, se acercarían con más facilidad los más confiados,
dóciles, curiosos y abiertos al contacto con otras especies, permaneciendo cerca gracias
al refuerzo que suponía obtener recursos con menor esfuerzo. Hasta aquí, lo que pudo
suponer una primera selección fue más por la iniciativa del propio cánido que por un
acto consciente por parte del humano.
A partir del momento en que la relación con el perro se hizo más consistente, fue
necesario elegir a qué ejemplares se les permitía convivir en el campamento, dado que
los recursos eran limitados y cada animal suponía un gasto extra de alimento, espacio,
etc. La cercanía de muchos animales podía suponer un problema. Que esperasen
alimentarse de las sobras, y esas sobras no llegasen, supondría un intento de hacerse con
los alimentos destinados a los humanos. Desde entonces hasta muy avanzada la relación
entre humanos y perros la selección se realizó en atención a la utilidad de cada animal.
Los que cumplían mejor los trabajos a que se dedicaban se quedaban. Los que no, serían
descartados para la convivencia.
Herencia de estos criterios de selección se llega a nuestra historia reciente, en la que
se han ido seleccionando los ejemplares en atención a su capacidad para desarrollar
trabajos de utilidad para el hombre: pastoreo, guarda, caza, arrastre, etc. El hecho de que
durante siglos se cruzasen entre sí los mejores ejemplares en cada una de esas áreas dio
origen a las diferentes razas tal como se conocen hoy en día.
En atención a lo expuesto, es entendible que, tradicionalmente, el principal interés de
criadores, propietarios y adiestradores a la hora de seleccionar haya sido el de diferenciar
aquellos ejemplares que presentasen unas características concretas que les permitiesen
desarrollar mejor las tareas asignadas. Se podría concluir que fueron criterios de utilidad.

291
Lo normal era que, en cada raza, los interesados tuvieran pruebas de carácter intuitivo
con las que comprobar qué habilidades innatas tenían los cachorros.
Más recientemente, el auge del perro como animal de compañía, participante en
disciplinas deportivas, ayudante de policías, bomberos... ha redirigido el interés de la
selección a una visión diferente. Esto ha provocado que aparezcan pruebas que miden su
idoneidad para cada una de estas disciplinas (por ejemplo: Brady, Cracknell, Zulch y
Mills, 2018; MacLean y Hare, 2018; Serpell y Hsu, 2001).
Cuando el perro deja de ser un animal de trabajo y se populariza su adquisición
exclusivamente para compañía, aparecen pruebas que buscan garantizar su idoneidad
para vivir en familia, libres de problemas de conducta, miedos, estrés... En este ámbito,
tuvieron un papel muy relevante las protectoras que buscaban dar segundas
oportunidades a perros abandonados. Sin embargo, la literatura coincide en señalar que
gran parte de estas pruebas carecen de apoyo empírico a su validez y fiabilidad
(Haverbeke, Pluijmakers y Diederich, 2015; Patronek y Bradley, 2016).
Por último, es importante prestar especial atención a la creciente tendencia a
seleccionar perros teniendo en cuenta, exclusivamente, su aspecto físico, promovida
principalmente por las exposiciones de belleza y por el interés por vender ejemplares de
cualquier raza como perros de familia. Se debe tener claro que no todas las razas son
aptas para todos los propietarios, ni para todos los contextos. Privar a las diferentes razas
de la posibilidad de ejercer las capacidades que las llevaron a desempeñar el papel que
han tenido tradicionalmente, con la intención de popularizarlas, podría suponer, tras
varias generaciones, un daño irreversible (Herzog, 2011a).

1.2. Evolución de las pruebas de selección para IAA

Este apartado centra su atención en las pruebas destinadas a seleccionar perros aptos
para las intervenciones asistidas por animales (IAA), obviando la tradicional búsqueda
de las mejores características para el desempeño de los animales como perros de utilidad.
En principio, el objetivo de las pruebas de selección se limitaba a evitar los riesgos
que para la salud de las personas suponía la interacción humano-animal, bastando con
revisiones veterinarias que comprobasen que el animal no presentaba ninguna
enfermedad zoonótica (por ejemplo, North American Riding for the Handicapped
Association, 1994). Poco a poco cobró importancia la valoración del comportamiento del
perro. Así, las pruebas se preocuparon también de que el animal no presentase
agresividad, miedo, imprevisibilidad... las cuales podrían suponer un riesgo para el trato
con personas (Fredrickson-MacNamara y Butler, 2010).
Otro avance más reciente corresponde con la ampliación del foco de atención hacia
dos vertientes. Por una parte, se hizo patente la necesidad de valorar cómo la
participación en IAA afectaba al animal. Y, por otra parte, el hecho de que, a la hora de
valorar los resultados de las pruebas, se tuviese en cuenta la interacción perro-guía. Esto

292
hizo que se comenzasen a evaluar equipos de trabajo, y que las pruebas se concibiesen
para testar al tándem perro y guía como equipo. En este momento el interés de las
pruebas empieza a contemplar rasgos comportamentales del perro que van más allá de la
peligrosidad que él puede suponer para las personas.
Una vez que la selección comienza a preocuparse por los aspectos conductuales del
animal, cabe plantearse qué es lo que se valora realmente en las pruebas. En la literatura
científica es posible encontrar numerosos términos en los que poner el énfasis a la hora
de elegir los ejemplares más idóneos: personalidad, carácter, predisposición emocional,
etc. (Gosling y John, 1999; Ruefenacht et al., 2002; Svartberg, 2005; Sheppard y Mills,
2002). De los conceptos referidos por los diferentes autores, el que más podría encajar
con el planteamiento que se expondrá a lo largo del capítulo, sin ser del todo
coincidente, es la definición de temperamento (Diedrich y Giffroy, 2006; Taylor y Mills,
2006), entendido como todas aquellas diferencias en el comportamiento entre individuos
que se muestran de forma sostenible cuando se evalúan bajo condiciones similares. Cabe
resaltar que, dadas las diferentes interpretaciones que se pueden observar en las distintas
disciplinas implicadas, resulta recomendable atender más a la definición que al término
utilizado.

1.3. Revisión de las pruebas de temperamento: qué miden y cómo lo


miden

Las pruebas de selección de temperamento, efectuadas sobre todo en cachorros,


miden varios aspectos del comportamiento del animal. McGarrity, Sinn y Gosling (2015)
destacan la existencia de nueve dimensiones prototípicas en la literatura (nivel de
actividad, agresividad, seguridad en sí mismo, curiosidad, miedo/nerviosismo,
excitabilidad, sociabilidad, sumisión y adiestrabilidad). Para medir cada una de estas
dimensiones se crean test —que a su vez contienen varios subtest—, consistentes en
someter al animal al conjunto de situaciones que contemple la prueba concreta.
Existen numerosos instrumentos disponibles en la literatura científica, pero la
mayoría de ellos están compuestos por subtest muy similares. Taylor y Mills (2006)
exponen hasta veinte ítems que se podrían considerar los más presentes en la literatura al
respecto. Estos ítems se muestran, adaptados y traducidos, en la tabla 11.1.
De entre todas las opciones disponibles en la literatura, es posible destacar tres
pruebas de uso frecuente: el denominado test de Campbell, el protocolo de evaluación
desarrollado por PetPartners y el Ethotest. Estas pruebas son detalladas a continuación.

TABLA 11.1 Principales ítems de evaluación del temperamento (Taylor et al., 2006)

1. Proposición de juego con diferentes juguetes.

293
2. Exposición a un espacio nuevo. Puede incluir:

• Que entre en escena una persona desconocida.


• Que se le deje solo por un período corto de tiempo.

3. Exposición a otro perro.


4. Presencia de un maniquí que simule un niño y que se desplaza hacia el animal.
5. Reacción a las caricias.
6. Reacción ante órdenes tales como sentado, tumbado...
7. El perro es ignorado durante un tiempo.
8. Aproximación brusca. Puede incluir:

• Movimientos rápidos.
• Simular intención de agredirlo.
• Gritos...

9. Abrir un paraguas frente al perro.


10. Reacción ante la retirada de comida.
11. Contención y manipulaciones similares a una revisión veterinaria.
12. Aproximación amigable al espacio de descanso del perro.
13. Observar el comportamiento con correa.
14. Reacción a los ruidos.
15. Sensibilidad física. Se pellizca al perro para observar su umbral de dolor.
16. Exposición a nuevos objetos. Durante su estancia en el espacio nuevo se le
presenta un objeto desconocido y en movimiento.
17. Agresión/amenaza al guía del perro.
18. Mirar de manera directa y sostenida.
19. Comportamiento con el collar, puede incluir un bozal o un collar de los que
sujetan del hocico.
20. Reacciones a diferentes estímulos mientras se le permite deambular libremente
por un espacio.

1.3.1. Test de Campbell

Consiste en una batería de cinco pruebas (atracción social, seguimiento, contención,


dominancia social y dominación por elevación) que se ejecutan en unas condiciones
predeterminadas. La conducta del perro es valorada mediante opciones de respuesta
prefijadas para cada uno de los ítems.
Una vez finalizado, el temperamento del cachorro queda clasificado en uno de los
cinco grupos que contempla el test, que van desde los más dominantes/agresivos hasta
los más sumisos. También existe la opción de considerarlo no evaluable cuando el

294
comportamiento es excesivamente independiente (Campbell, 1972).
Es un test específico para cachorros. Busca conocer el temperamento del animal
alrededor de los dos meses de vida (siete semanas, según la propuesta original del autor),
valorando la predisposición conductual del animal en ese momento. Aunque no es
específico para IAA, se ha incluido por su gran difusión y uso acostumbrado por los
criadores y adiestradores (Pérez-Guisado, Muñoz-Serrano y López-Rodríguez, 2008).
Actualmente existen gran variedad de adaptaciones particulares que diversifican su uso
para enfocarlo a la búsqueda de cachorros aptos para diferentes disciplinas caninas.

1.3.2. Pet partners program team evaluation

Fue propuesto por la antigua Delta Society, actual Pet Partners. Es una prueba
específica en la que se evalúan equipos de trabajo (compuestos de perro y guía). Consta
de dos baterías de subtest, en las que se somete al equipo perro-guía a diferentes pruebas
—similares a las descritas en la tabla 11.1—.
La primera batería contiene doce ejercicios enfocados principalmente a valorar el
nivel de adiestramiento del animal, además de un examen de aptitud para el guía. En
caso de superar esta primera prueba, se aplica la segunda batería, que consta de nueve
ejercicios enfocados fundamentalmente a comprobar el nivel de tolerancia del perro a las
manipulaciones y ruidos. Aquí los ejercicios se repiten en bloques de tres, aumentando la
intensidad y tipo de estímulos. Algunos ejercicios diferencian su modo de ejecución
entre perros medianos/grandes y perros pequeños/gatos.
Esta evaluación valora como aptos o no aptos a los equipos de intervención.

1.3.3. Ethotest

Publicado por Lucidi, Bernabó, Panunzi, Dalla Villa y Mattioli (2005), consiste en
tres bloques de pruebas, denominados A, B y C. Es necesario superar cada bloque para
pasar a valorar el siguiente.
El bloque A busca medir la agresividad y el temperamento del perro, basado en varios
ejercicios con respuestas de SÍ o NO (valorados como 0-1). El bloque B valora la
capacidad del animal para mantener contacto con humanos u otros perros mediante
ejercicios con varias posibilidades de respuesta, a las que se le asigna una valoración
numérica. El bloque C está destinado a valorar la entrenabilidad del perro, con un
sistema de registro similar al del bloque B —ejercicios con varias posibilidades de
respuesta y una asignación numérica a cada una de ellas—.
Está diseñado para que cualquier persona pueda valorar los resultados, gracias a las
definiciones operativas que acompañan a cada una de las posibles respuestas. Sin
embargo, que el evaluador no disponga de conocimientos sobre la conducta de los perros

295
representa una amenaza a la fiabilidad de los datos obtenidos.

1.3.4. Discusión de las pruebas de selección

Aunque las expuestas no son las únicas opciones posibles, sí se podrían entender
como representativas de gran parte de las pruebas disponibles en la literatura científica.
Sin embargo, su popularidad no las exime de ciertas críticas y apuntes que pueden
resultar interesantes de cara a proponer alternativas y crear protocolos propios de
selección. Por ejemplo, Fredrickson-MacNamara et al. (2010) apuntan algunas de ellas:

1. Estas pruebas presentan dificultades para ser aplicadas a perros provenientes de


entidades protectoras. Estos no siempre son cachorros, no suelen tener un guía
fijo (para poder evaluar al tándem), presentan un nivel de excitación alto por la
frustración acumulada, carecen del adiestramiento para ser evaluados —o
exigirían una inversión de tiempo para llegar a este punto—, etc.
2. No se contemplan diferencias en las pruebas o su interpretación para diferentes
tipos de intervención —por ejemplo, terapias ocupacionales, actividades lúdicas,
educativas, terapéuticas...—. Y, dado que no hay intervenciones estándar, se
supone que las pruebas solo son aptas para el tipo de actuación que su creador
tenía en mente. No presentan opciones para hacer valoraciones abiertas del
comportamiento del perro.
3. Que las pruebas se produzcan en contextos aislados, que poco o nada tienen que
ver con contextos reales, hace que sus resultados sean difícilmente extrapolables
a situaciones de intervención.
4. Muchas de las pruebas ponen el énfasis en la reacción a situaciones conocidas y
entrenadas. Esta selección no permite valorar las conductas espontáneas del
perro en situaciones desconocidas.
5. No hay pruebas específicas con niños. Aunque en algunas se presente un maniquí
con su forma y tamaño, la falta de realismo y la posibilidad de entrenar la prueba
restan validez de cara a las intervenciones reales.
6. No hay referencia expresa a quién es el evaluador o qué formación se le exige, lo
que puede afectar a la fiabilidad de las evaluaciones.
7. No se tienen en cuenta las preferencias del beneficiario de las IAA. Esto está
directamente ligado al punto 2, que pone de manifiesto la falta de especificidad
de las pruebas para las diferentes intervenciones.

Más allá de las críticas propuestas por estos autores, aún es posible señalar algunas
objeciones que deben ser tenidas en cuenta de cara a crear o elegir pruebas de selección
de perros de intervención:

296
8. Se usan las mismas pruebas tanto para selección como para homologación —
ambos términos se definen en el epígrafe 2.1—. Es evidente la gran diferencia
que para la elección de un ejemplar supone que el objetivo sea uno u otro.
9. Solo se valora la respuesta del perro, no hay interpretación de las contingencias
que lo llevan a responder de ese modo. Esto puede suponer que se descarten o
elijan perros cuya reacción acertada o equivocada se haya debido a motivos
ajenos a los que se pretende medir.
10. Están basadas exclusivamente en aspectos comportamentales. No se valora la
apariencia física, entendiendo como tal no solo si los ejemplares son más o
menos bonitos, sino la talla, el color, tipo de pelo... Aspectos que pueden resultar
relevantes para ciertos fines, como se verá más adelante en el capítulo.
11. Valoran la reacción del perro, pero no contemplan la posibilidad de resolver los
posibles fallos que presente. Esto puede descartar animales por falta de
dedicación anterior, y que, sin embargo, podrían haber desempeñado un papel
adecuado dentro de las IAA.
12. El hecho de que no contemplen diferencias en las pruebas en función del trabajo
al que se vayan a dedicar, tal como se expuso anteriormente (Fredrickson-
MacNamara et al., 2010), hace que no puedan seleccionarse animales específicos
para intervenciones concretas, prolongando la idea estereotipada de sesiones de
IAA.

Por tanto, cabe destacar que muchas de las pruebas de selección disponibles no
acreditan apoyo empírico que justifique su uso en los términos —o para los objetivos—
perseguidos por los profesionales (Haverbeke et al., 2015; Patronek et al., 2016). Ante
una eventual selección, es necesario contrastar las evidencias de utilidad disponibles para
el instrumental elegido, más allá de su popularidad. El ámbito de la selección canina
necesita, por tanto, de mayor investigación para alcanzar un desarrollo suficiente.
Al objeto de complementar los trabajos de otros autores, los siguientes epígrafes
describen algunos aspectos centrales en la selección del perro de intervención, a fin de
ofrecer una perspectiva amplia de qué características pueden jugar un papel relevante en
su inclusión.

2. SELECCIÓN DEL PERRO PARA IAA

Antes de exponer las alternativas de selección que se estiman más adecuadas, resulta
preciso saber qué se busca en la elección del perro para IAA. Aunque se entiende que la
idea de este capítulo no es la de capacitar al lector para seleccionar ejemplares, sí resulta
relevante ofrecer una idea general de qué factores pueden influir en la elección y cómo
podrían hacerlo. Las propuestas se basan en las características observadas como
necesarias en el perro durante la experiencia vivida en las diferentes intervenciones en

297
diversos contextos implementadas con la asociación INTAP. Están pensadas para elegir
animales cuyas características físicas y comportamentales se adapten lo más posible al
tipo de intervención, a las personas receptoras y al contexto en el que se realizarán. Para
facilitarlo se proponen tres bloques de contenidos, dedicados a las orientaciones
generales del proceso, a los aspectos extraconductuales del perro y a cuestiones
relacionadas con el comportamiento del animal.

2.1. Algunas orientaciones para crear un protocolo de selección canina

Una buena selección minimiza el esfuerzo y tiempo de dedicación, mejora las


posibilidades del perro dentro de las IAA y facilita al animal su adaptación al trabajo
requerido. Por tanto, resulta conveniente dedicar especial atención a este proceso.
Por supuesto, existen algunas circunstancias que restringen la posibilidad de elegir.
Ejemplos de esto se dan cuando el guía debe seleccionar entre un grupo de perros que
proviene de una protectora, o cuando el animal ya esté incluido en un programa de
trabajo —o viva dentro del centro— al que el profesional se incorpora, porque sea
propiedad del usuario, etc. En estos casos, en lugar de proceder a la selección de un
perro, se pasará a ser selectivo con el tipo de intervención en la que el animal va a
participar, estableciendo límites claros en las exigencias a las que se someterá en función
de sus capacidades.
Visto esto, se recomienda a quienes deseen dedicarse profesionalmente a las IAA que
preparen protocolos de selección propios, que se adapten a los profesionales que
desarrollan las intervenciones, a las características de los trabajos a realizar, a las
circunstancias específicas de cada programa, a los usuarios, etc., para conseguir una
selección lo más adecuada posible a todos los factores —humanos, caninos, contextuales
—. Teniendo en cuenta el análisis realizado de las pruebas de selección existentes, la
información disponible en la literatura científica y la propia experiencia de selección con
la asociación INTAP, se establecen unos pocos consejos u orientaciones a las que
atender en el diseño:

1. Se debe diferenciar entre homologación y selección. La primera consiste en la


elección o certificación de un animal que se encuentre actualmente en disposición
de comenzar a participar en intervenciones asistidas. La segunda, en la elección de
un animal que se encuentre en disposición de iniciar el entrenamiento para
convertirse —en el futuro— en perro para IAA.
2. La selección puede iniciarse desde antes de que el cachorro nazca. Una adecuada
elección de los progenitores facilitará la mejor carga genética. Esto, sumado a que
se inicie una estimulación temprana, puede facilitar mucho el trabajo posterior.
3. Se recomienda contar con dos roles claramente diferenciados, el de evaluador y el
de guía. La persona que ejerza el primero debe tener conocimientos sobre

298
conducta animal, mejorando con ello la fiabilidad de las observaciones realizadas
en la evaluación y detectando posibles problemas conductuales que necesiten de
especial atención. El segundo rol debe recaer sobre una persona de confianza para
el animal, de modo que el perro se encuentre cómodo mientras participa en las
pruebas. Es posible que ambos roles sean ejercidos por la misma persona, pero en
caso de no contar con la formación adecuada, resulta lógico buscar a un
profesional que pueda cubrir con garantías cada una de las funciones descritas.
4. Las pruebas deben incluir apartados para anotar cuantas observaciones estime
oportunas el evaluador, permitiendo triangular información obtenida mediante los
ítems estándar con otras valoraciones cualitativas.
5. Por último, si en algún momento se considera que el perro no será seleccionado,
los protocolos deben contemplar la posibilidad de dar por finalizada la prueba. No
resulta lógico someter a un perro a un proceso de evaluación completo si da, por
ejemplo, muestras de estrés elevado.

Teniendo en cuenta estas cuestiones generales, los siguientes epígrafes pasan a


explorar algunas de las principales cuestiones valoradas en la selección del perro de
intervención.

2.2. Aspectos extraconductuales

¿Es importante el físico? Sí, indudablemente sí.


No se pretende resaltar una imagen superficial de las IAA. Al hablar de físico hay que
alejarse de la idea prejuiciosa de que lo único valorable en este sentido es que sea bonito,
de raza u otros aspectos que obedezcan exclusivamente a la estética. A continuación se
exponen las características observables que se entienden más relevantes, como son la
salud, la edad, el sexo, la raza, el tamaño, el tipo de pelo y su color, la expresión, las
orejas, hocico, belfos, tipo de piel...

2.2.1. La salud del animal

Aunque puede resultar obvio, es el primer punto a atender por distintos profesionales
sanitarios, con dos vertientes a tener en cuenta.
Por un lado, existen enfermedades que pueden conllevar un riesgo para el animal.
Aquí deberá ser el veterinario quien valore y garantice que el perro reúne las condiciones
necesarias para intervenir sin riesgos, si el animal debe dejar de participar durante algún
período, o si es necesaria su retirada definitiva del programa para salvaguardar su
integridad.
Por otro lado, cuando las enfermedades supongan un riesgo para el usuario humano,
será el conjunto del personal sanitario, teniendo en cuenta la prevalencia zoonótica de las

299
diferentes enfermedades, quien deba decidir qué animales no deben participar en IAA.

2.2.2. La edad del perro

Existen criterios muy controvertidos en referencia a este aspecto, que contemplan la


edad de inicio y la de jubilación. Una edad mínima de comienzo que permita estar
seguro de que se ha alcanzado la madurez suficiente para trabajar debería fijarse a partir
de los dos años. El estrés que se genera en este tipo de trabajos, sobre todo cuando
incluyen usuarios con características que los diferencian mucho de las personas con las
que el perro está acostumbrado a mantener contacto, hace que se necesite de un animal
plenamente desarrollado y maduro psicológicamente.
La inclusión de un cachorro, de forma puntual y extremando las medidas de
protección del mismo —en un entorno controlado y limitando su participación— no se
descarta por completo, aunque no es una práctica recomendada por los riesgos que
conlleva.
En cuanto a la edad de jubilación, no se puede hablar de una edad exacta. Cada
animal envejece a su manera. Siempre que acuda con ánimo y se muestre activo y con
ganas de trabajar —en términos operativos, que muestre reacciones emocionalmente
positivas—, se entiende que puede seguir participando. Una vez que se decida apartar al
perro de estas tareas, se debe plantear una retirada paulatina, siempre que sea posible, en
la que se le permita asistir a las sesiones, pero con un papel secundario. También es
recomendable su participación en cursos, seminarios, demostraciones... que permiten
mantener las rutinas, pero con menor exigencia.

2.2.3. El sexo y raza del animal

Al hablar del sexo se deberá atender también a la raza —debe valorarse si existen
grandes diferencias en el comportamiento o el físico—. Además, es importante conocer
los ciclos fértiles de las hembras y el comportamiento sexual de los machos. Es posible
que los animales detecten olores que despierten sus instintos, aunque los estímulos que
los despierten estén a bastante distancia, y eso puede afectar al desempeño en las
sesiones. Las diferencias en la conducta sexual pueden paliarse en parte con la
castración, aunque no es imprescindible castrar a los ejemplares.
La importancia de la raza —referido, como se comentó anteriormente, a la tipología
de raza, que presenta cierta carga genética— atañe a dos vertientes diferentes. De un
lado, se asocia a la predisposición genética del perro para mostrar determinados
comportamientos, lo cual facilitará que la dinámica del trabajo sea más acorde a la
naturaleza del animal. Como ya se comentó anteriormente, esto no es ni invariable ni
determinante en términos absolutos. Por otro lado, nos enfrentamos a cómo percibe el

300
usuario de la intervención al perro que se le acerca. En este aspecto puede influir mucho
la experiencia anterior con perros, la fama de afabilidad de algunas razas —protagonistas
de anuncios, películas, usadas como imagen de marca...— frente a la tristemente habitual
publicidad negativa de la que otras razas son objeto (como se exploró en el capítulo 2).
¿Existe una raza que siempre sea mejor que la otra? A la hora de seleccionar, siempre
se debe tener presente que la elección depende del efecto que se busque en los
receptores. Si se va a trabajar con un colectivo que necesita sentirse seguro o que puede
verse intimidado por la presencia imponente de razas fuertes —tipo perros de presa—,
será deseable optar por un tipo de perro cuya estética facilite y promueva el
acercamiento. Pero si se presenta el caso de que se trabaje con un grupo de adolescentes
conflictivos, en riesgo de exclusión social, con incipientes comportamientos delictivos...
esta misma elección podría servir como catalizador del vínculo con ellos, al trabajar con
un perro cuya estética les resulte más atrayente.

2.2.4. Tamaño del animal

Aunque se puede creer que un tamaño medio/grande de perro facilita el número de


interacciones que se pueden realizar y la naturalidad de las mismas, la idoneidad de la
talla dependerá del tipo de usuario y de la intervención que se plantee. Así, personas con
movilidad reducida en miembros superiores, usuarias de sillas de ruedas, personas que
deben guardar cama... pueden verse más cómodas interaccionando con perros altos. Sin
embargo, si la interacción consiste en caricias durante un tiempo prolongado, quizá se
debería aconsejar un perro pequeño que pueda permanecer en el regazo de los usuarios.

2.2.5. Tipo y color de pelo

Son dos aspectos estéticos que pueden influir mucho en el tipo de intervención. Si se
imagina un perro que tiene continuamente que pasar cerca y/o mantenerse en contacto
directo con sillas de ruedas, andadores... un pelaje largo o rizado hace más probable que
se enrede en algún tornillo o pieza de estos elementos. Aunque si algún usuario presenta
una alergia al pelo del perro —y aun así se decide continuar—, el pelo rizado suele
provocar menos reacciones que el liso. Del mismo modo, si se está inmerso en un
programa de terapia ocupacional y se busca formar o motivar la formación como
peluqueros caninos, se necesitarán ineludiblemente animales de pelo largo. Además, el
color del pelo puede influir sobre la percepción del animal —habitualmente, los tonos
claros suelen ser más aceptados (Herzog, 2011a; Weiss, 2016)—.

2.2.6. La expresión, orejas, hocico, belfos, tipo de piel

301
A fin de no prolongar innecesariamente el número de epígrafes, se agrupan varias
características en un último punto. Por ejemplo, los perros de belfos colgantes y hocicos
chatos generan gran cantidad de baba y dificultan el acceso a lo que tengan en la boca, lo
que puede ser algo desagradable cuando se juega con algún objeto. Las orejas erectas, y
sobre todo si están cortadas, pueden despertar más desconfianza por dar la sensación de
que el perro está alerta. Las pieles arrugadas o sin pelo presentan texturas con las que los
usuarios suelen estar menos familiarizados. Y así, un largo etcétera.
Mención especial merece la expresión —percibida— en el rostro del perro, pues es
un elemento decisivo a la hora de sentir atracción, crear vínculo, ofrecer confianza...
Existe cierta tendencia a vivir la selección como una ayuda al perro. En este sentido, se
puede dar prioridad a seleccionar pensando en las mejoras que para la vida del can
podría tener el ser seleccionado (véanse los perros de refugio), lo que puede beneficiar a
individuos con expresiones faciales tristes. La selección debe estar guiada por motivos
racionales, más que emocionales.

2.3. Aspectos conductuales

Se expuso anteriormente que uno de los términos más usados en la literatura a la hora
de referirse a qué se debe seleccionar es el de temperamento, entendiendo como tal el
conjunto de comportamientos que se mantienen estables cuando se evalúan en
condiciones similares. A este respecto se propone poner el énfasis directamente en los
comportamientos que el animal muestra, entendiendo como comportamiento el modo en
que el perro actúa.
Cabe afirmar que lo más importante a valorar en un perro para IAA es su
comportamiento, fruto de la interacción entre su predisposición genética, la educación
vivida y el adiestramiento recibido —conceptos que se diferenciarán más adelante—.
Con un perro que muestre buen comportamiento, un buen guía, un profesional de la
intervención experimentado e imaginación, ya es posible llevar a cabo una IAA.
Como ejemplo, se puede pensar en intervenciones que tengan como objetivo el
control de los impulsos. Con un perro sociable que se pueda acariciar, un guía que lo
mantenga en cada momento en el lugar adecuado y una buena narrativa por parte del
terapeuta, ya se puede lograr que los usuarios se pongan de acuerdo en los turnos y
secuencias, que trabajen a través del tiempo de espera, etc. Para aumentar el nivel de
dificultad de la tarea, se puede pedir también que se pongan de acuerdo en la parte del
cuerpo que se debe acariciar, que alguno de ellos controle los tiempos y los turnos... El
perro solo tendrá que dejarse colocar por su guía cerca del usuario y permanecer quieto y
tranquilo, pudiendo además ser ayudado por el guía mientras dura el ejercicio.
No se debe pensar por ello que solo con el comportamiento ya es suficiente, ni que el
perro descrito en el párrafo anterior responda al estándar para cualquier programa de
intervención. Pero sí puede ser el mínimo deseable para comenzar.

302
La revisión de McGarrity et al. (2015) destacó la existencia de hasta nueve
dimensiones de personalidad (o temperamento) con fuerte arraigo en la literatura. Tres
de estas dimensiones deben ser especialmente atendidas: sociabilidad, estabilidad
emocional —como opuesta al nerviosismo— y adiestrabilidad (tabla 11.2).

TABLA 11.2 Definiciones propuestas para tres dimensiones del temperamento

Sociabilidad: Engloba la tolerancia a la cercanía de personas y animales, el agrado


ante el contacto y la búsqueda del mismo. Una alta sociabilidad permitirá que el
perro disfrute lo más posible de la intervención —dado que el contacto será
inevitable entre usuarios y perro—, protegiéndolo ante la mayor parte del estrés que
le generen las sesiones, y hará más natural el modo en que los usuarios perciban las
visitas.

Estabilidad emocional: Se valora que el perro se mantenga constante en sus estados


de ánimo, no se excite, aburra, ni pierda el control de los impulsos ante eventos
inesperados. La previsibilidad del comportamiento facilitará sobremanera el control
y manejo durante las sesiones, a la vez que aumenta la seguridad del entorno.

Adiestrabilidad: No es un término aceptado por la RAE, pero esta etiqueta


transmite con claridad el concepto al que hace referencia: facilidad para ser
adiestrado y de adquirir nuevas conductas. Aunque el adiestramiento es secundario,
resulta claro que cuantas más habilidades tenga un perro, mayor abanico de recursos
ofrecerá en caso de ser necesario.

3. PREPARACIÓN DEL PERRO DE INTERVENCIÓN

En este apartado se presentarán propuestas en relación a la educación y


adiestramiento del animal. Como se expuso a lo largo del punto anterior, lo principal en
un perro para IAA es el comportamiento, fruto de su predisposición genética, influida
directamente por la educación y el adiestramiento recibidos.
Es importante especificar que no se pretende en este capítulo que el lector adquiera
formación como adiestrador/educador canino, ni siquiera que aprenda a adiestrar a su
propio perro. Tan solo que adquiera unos conocimientos básicos sobre el tema.
En primer lugar, resulta útil diferenciar entre la educación y el adiestramiento del que
dispone un animal. La línea divisoria entre ambos conceptos no es muy clara, algo que
facilita las confusiones entre los profesionales que trabajan con perros. Por ello, la tabla
11.3 recoge una definición inicial, para introducir sendos epígrafes dedicados a cada uno
de estos conceptos.

303
TABLA 11.3 Definición de educación y adiestramiento y diferencias operativas

Educación del perro: Conductas que el perro realiza por sí mismo, de manera
espontánea, sin que sea necesaria la intervención del guía. Se considera
educación, independientemente de que el animal lo haga de un modo innato o
gracias al trabajo del propietario. Algunos ejemplos son: no ladrar ante
determinados estímulos, hacer sus necesidades en zonas adecuadas, saludar sin
saltar encima de las personas, no hurgar en la basura...

Adiestramiento: Es la conducta que el perro emite tras una orden directa del guía.
Algunos ejemplos son: sentarse, tumbarse, mantener la posición, acudir a la
llamada...

Ejemplos diferenciales:

• Que el perro no ladre ante un evento de manera autónoma sería una muestra de
educación, y que cuando ladra se calle tras una la orden demostraría
adiestramiento.
• Que no coja nada del suelo obedecería a su educación, mientras que suelte un
objeto cuando se lo pedimos sería muestra de adiestramiento.

3.1. Educación

Se trata de un término que suele estar dirigido al humano, aunque teniendo en cuenta
que el perro comparte hogar y vida con nuestra especie, resulta relevante ampliar el
concepto para facilitar la convivencia. En un perro para IAA debe primar su educación
sobre el adiestramiento. De nada sirve tener un perro muy adiestrado si ladra o hace sus
necesidades durante la sesión de IAA.

3.1.1. Socialización del perro

Una parte fundamental de la educación es la socialización del cachorro a edades


tempranas. La socialización es la habituación al contacto con humanos, con otros perros
y especies animales, así como con una diversidad de estímulos y contextos.
Aunque no es fácil poner fechas a esta etapa, sí que existe un período sensible para su
comienzo —y cuanto más se aleje el inicio del trabajo de ese momento, más dificultades
se encontrarán para instaurarlo—. El mejor momento para empezar es cuando el
cachorro comienza a separarse de su camada. Una persona que cuente con la suficiente
experiencia y conocimientos puede iniciar un programa de estimulación desde los

304
primeros días de vida, facilitando un mejor desarrollo cognitivo y conductual.
Sin embargo, los errores en esta etapa pueden traducirse en efectos negativos sobre la
evolución del individuo. Existe entre muchos profesionales la noción de que la
socialización implica enfrentar al cachorro al mayor número de situaciones posible para
que se habitúe. Es un error potencialmente muy grave. Cada nueva situación supone un
reto para el animal joven, y su gestión incorrecta puede generar un estrés excesivo para
su nivel de desarrollo. El acúmulo de estrés residual —que se prolonga más allá de la
exposición— puede dar lugar a animales muy nerviosos, con estados de excitación
permanente, con desconfianza hacia lo nuevo, etc.
Por tanto, un primer objetivo de esta etapa consiste en dotar de un valor positivo a
estas exposiciones. El uso de reforzadores frecuentes facilitará que los animales se
habitúen a la exploración con seguridad y confianza hacia su guía.
La socialización del perro también incluye presentarle animales de otras especies. Si
la principal preocupación es acercarlo a muchos animales diferentes, sin prestar atención
a la calidad del encuentro y a la gestión del estrés, el resultado será difícil de prever. De
manera análoga a lo descrito anteriormente, prima fomentar el acercamiento paulatino a
pocos tipos de animal, pero asegurando que cada encuentro sea placentero. Esto
provocará en el perro predisposición a futuros encuentros con nuevas especies.
En general, es fundamental adaptarse al ritmo del can. La mayor o menor
sensibilidad, curiosidad, seguridad en sí mismo, crecimiento madurativo... se deben tener
en cuenta como factores principales antes de exponerlo a su socialización. Siempre será
preferible posponer una experiencia a vivirla negativamente. Al final del proceso, el
animal se habrá habituado paulatinamente a ruidos, ambientes, tipos de suelo, animales,
personas distintas, diferentes manipulaciones, olores, objetos...

3.1.2. Educación y convivencia

Además de lo referido, es necesario que el perro adquiera una serie de hábitos de


convivencia que le permitan compartir espacio con los humanos, sin perturbar el normal
funcionamiento de los centros que visite. Los hábitos de los que hablamos pueden
resumirse en conductas deseables y no deseables (tabla 11.4).
Por último, es importante reseñar que la relación entre perro y guía forma parte de la
preparación del animal de intervención. Es necesario crear un vínculo para mejorar el
control en la sesión y por su efecto protector sobre la salud del animal. Este vínculo está
en directa relación con el liderazgo y la jerarquía, términos que son objeto de polémica
en el mundo del adiestramiento. No es el objeto de estas líneas extenderse en referencia a
esto, pero cabe apuntar que, aunque las ideas tradicionales de jerarquía y macho alfa
están algo obsoletas, no conviene obviar el marcado carácter jerárquico de los cánidos.

TABLA 11.4 Ejemplos de conductas deseables e indeseables en un perro de

305
intervención

Conductas deseables:

• Interacción social. Que disfrute y busque el contacto con las personas, ya sea en
forma de caricias, juego, paseos...
• Atender a su guía. Es imprescindible que el guía mantenga el control sobre el
comportamiento del perro en todo momento, sin la necesidad de usar elementos
externos.

Conductas no deseables:

• Ladrar. Aunque en ocasiones pueda parecer divertido jugar a «el perro habla», las
vocalizaciones frecuentes pueden resultar muy molestas tanto para los
participantes en la sesión como para el resto de las personas del centro. También
pueden hacer que algunas personas se muestren reacias a participar.
• Hacer sus necesidades. Sobran explicaciones sobre lo que esta situación puede
hacer sobre la imagen de las IAA y el trabajo que se esté desarrollando. Es
importante contar con un plan de contingencia, en caso de que accidentalmente
ocurra.
• Relamer excesivamente. Cuando se da de comer al perro, que lama la mano del
usuario es algo normal. Lo que se debe evitar es que el can no pare de lamer a
todas las personas que pasen cerca.
• Saltar sobre la gente. Aquí entran echar las patas a las piernas o pecho del
usuario, saltar, ser muy enérgico al saludar... Todo ello dificulta mucho el control
del animal e imposibilita realizar un buen trabajo, ya que habrá personas a las que
ni tan siquiera pueda acercarse por motivos de seguridad.
• Las conductas repetitivas o impulsivas. Debe desconectar de los estímulos
externos, e ignorar sus impulsos. Para ello hay que trabajar mucho la resistencia a
la frustración.

3.2. Adiestramiento

Cuando se habla de adiestramiento, existe la tendencia a englobar todo trabajo


desarrollado con el perro. Así, se entiende —erróneamente— que es lo mismo que
modificación de conducta, educación, entrenamiento... No solo deben diferenciarse unos
conceptos de otros, también se debe tener claro que existen muchos tipos de
adiestramiento. Cuando se es desconocedor de la materia y se debe enfrentar una
entrevista buscando adiestrador o un guía para que acompañe al perro durante las
sesiones de IAA, es posible encontrar grandes dificultades para interpretar lo que se oye.

306
Para poder hablar de un perro adiestrado, se debe entender que será un animal que a
una orden del guía realizará la conducta deseada. Aunque parece sencillo, hay
numerosos términos llenos de controversia. Adquirir destrezas como adiestrador no entra
en los objetivos de este capítulo, pero sí se intentará exponer de un modo clarificador
aquellos conceptos de uso más frecuente por los profesionales, pasando a continuación a
proponer los niveles mínimos y los recomendables de obediencia necesarios para
desarrollar intervenciones.

3.2.1. Adiestramiento en positivo

Se suele definir como aquel en el que solo se usan estímulos agradables para el perro.
Se podría pensar que lo opuesto es el adiestramiento en negativo, aquel en el que solo se
usan estímulos desagradables para el perro, pero la lectura no es tan simple.
Este término es muy utilizado en el sector, ya que para los propietarios supone una
gran publicidad y un valor añadido el pensar que su perro aprenderá disfrutando en todo
momento, sin ser reprendido ni corregido. Sin embargo, no existen acuerdos sobre
definiciones en el área del adiestramiento. Una corriente más ortodoxa explica el trabajo
en positivo como un tipo de trabajo en el que se premian las conductas correctas
(refuerzo positivo), ignorando las incorrectas (extinción). Otra realidad teórica menos
ortodoxa plantea el adiestramiento en positivo como el uso de estímulos agradables para
el perro (refuerzo positivo), rechazando el uso de estímulos desagradables (castigo
positivo) y optando por la supresión de estímulos agradables (castigo negativo) para
modificar la conducta.
Ambas propuestas se sitúan frente al denominado adiestramiento tradicional, que se
revisa en el siguiente epígrafe.

3.2.2. Adiestramiento tradicional

Es una corriente de trabajo que proviene de la escuela alemana y consiste en que el


perro aprenda a través de la imposición. De este modo se somete a estímulos
desagradables que desaparecen cuando se realiza la conducta deseada (refuerzo
negativo) y se aplican estímulos desagradables cuando se realiza una conducta no
deseada (castigo positivo). Desde hace algunos años, los practicantes de este estilo han
ido incorporando algunos estímulos agradables como elementos de motivación (refuerzo
positivo), sin abandonar las técnicas anteriores.

3.2.3. Adiestramiento con clicker

Introducido por Karen Pryor, se define como «un subconjunto del condicionamiento

307
operante que utiliza refuerzo positivo, extinción, castigo negativo y un marcador de
evento para modificar la conducta» (Pryor, 2002). El marcador de evento consiste en la
incorporación de una cajita con un pulsador que realiza un sonido metálico —clic— al
ser presionado. Una correcta asociación entre el sonido y un estímulo placentero hace
que la inmediatez y claridad de esta técnica consigan que el perro asocie con mayor
contingencia cuál es la conducta deseada.
Aunque se suele asociar al adiestramiento en positivo, la literatura divulgativa es muy
ambigua en cuanto a qué tipo de refuerzos y técnicas cabe usar dentro de este estilo
(Feng, Howell y Bennett, 2018).

3.2.4. Adiestramiento cognitivo-emocional

Esta propuesta propone un marco conceptual integrador para entender el proceso de


adiestramiento. Por una parte, la aproximación cognitivista da importancia al animal
como sujeto activo, que deja de ser conceptualizado como un simple receptor de
estímulos para convertirse en un procesador de información. Desde esta perspectiva, el
comportamiento se basa más en la interpretación de la información que en la simple
asociación estímulo-respuesta. El término emocional pone de manifiesto la necesidad de
trabajar esta dimensión para hacer más productivo el entrenamiento. Los procesos
cognitivos son más fáciles de desarrollar si el estado emocional es el adecuado.
Este método implica la creación de estructuras de aprendizaje —formatos de trabajo
— que serán de aplicación a diferentes situaciones. Desde la perspectiva del
adiestramiento asociativo —generalmente denominado conductual— el perro sigue la
comida para aprender a sentarse, tumbarse, acudir a la llamada... por el efecto asociado a
dichas acciones —reforzamiento—. Desde las posiciones cognitivistas, seguir la comida
se aprendería como una estructura, siendo utilizada luego como medio para comunicar
qué nuevas conductas se desea enseñar (López-García, 2013).

3.2.5. El momento actual del adiestramiento canino

Los anteriores puntos han señalado cuatro corrientes de uso frecuente dentro del
adiestramiento canino actual. Esta lista no es ni mucho menos exhaustiva, pero ayuda a
mostrar la amplia variedad de perspectivas disponibles.
Pero ¿ha sido siempre así? Sería difícil concretar una fecha a partir de la cual se
podría hablar de adiestramientos reglados. Pero es evidente que desde el primer
momento en que perro y humano comenzaron su interacción se estableció entre ellos un
vínculo que tuvo como fruto la continua labor de ayuda en los diferentes ámbitos en que
el perro ha sido tan importante: caza, guarda, arrastre, pastoreo... En aquellos tiempos no
existían clickers, ni collares tecnológicos, ni corrientes etológicas, ni al humano se le

308
habría ocurrido usar un trozo de comida para enseñar al perro a recoger un rebaño. Cabe
pensar que la gran fuerza del humano sobre el animal residía en la comunicación y en un
vínculo basado en la colaboración, donde la aprobación y reconocimiento del dueño eran
recompensa suficiente.
Actualmente existe un creciente afán de tecnificación que se da entre los
profesionales del sector, por lo que es fácil encontrar métodos anunciados como
novedosos, y que consisten en una diversidad de técnicas bastante intuitivas, basadas en
la propia experiencia, y que se encuentran en puntos intermedios entre las propuestas
descritas. También es habitual encontrar teorías de adiestramiento que aplican la
psicología humana al aprendizaje del perro. Ambas pretenden cuantificar los tiempos de
respuesta, el número de repeticiones, el modo en que se muestran los estímulos... en
definitiva, protocolizar la interacción con el animal con base científico-técnica.
Sin embargo, a día de hoy no se dispone de evidencia empírica lo suficientemente
consistente como para afirmar que unos métodos sean superiores —más efectivos y
eficientes— que otros. Sí cabe pensar que una enseñanza basada en la motivación es más
efectiva —o, al menos, más ética— que una enseñanza basada en la obligación.
Desde estas líneas se aboga por recuperar una relación más natural con los animales,
basada en el refuerzo del vínculo entre perro y guía y que tenga como punto de partida la
etología del can. Igualmente, es lógico pensar que no todos los perros aprenden igual,
que no a todos los adiestradores se les dan igual todos los métodos, que no todas las
tareas se aprenden del mismo modo... Cuantas más técnicas se dominen, más estímulos
se sepan usar y más herramientas se conozcan, más posibilidades de éxito con el menor
esfuerzo para guías y perros se alcanzará. Por ello no se descarta ninguna técnica de
adiestramiento, siempre que no se dañe al animal ni física ni psicológicamente, y parta
del respeto a la propia naturaleza del perro.

3.2.6. El adiestramiento del perro de intervención

¿Qué nivel de adiestramiento es necesario? Independientemente del modo de


adiestramiento elegido, es posible alcanzar niveles muy altos —o muy bajos— de
obediencia. Como se ha referido anteriormente, el adiestramiento no es lo más
importante de cara a implementar las IAA. Sin embargo, cuantas más habilidades tenga
el perro, mayor número de opciones ofrecerá para desarrollar sesiones de intervención.
No se busca un perro de circo o capaz de realizar un show televisivo, con un amplio
abanico de trucos que mostrar. Normalmente, estos animales presentan mayor necesidad
de trabajo, y la lentitud de las sesiones y la falta de actividad prolongada pueden
provocarles estrés. Tampoco se busca un perro con un alto nivel de energía, con una
ejecución de las conductas espectacular, que se sienta muy rápido, que se mueve con
brío... ya que podría encontrarse con el mismo problema que en el caso anterior.
Lo ideal debería ser un perro con un nivel de excitación medio, y que esté adiestrado

309
para que el guía pueda influir en su nivel de activación —elevándolo o reduciéndolo—
mediante la interacción. Que realice las conductas que se le pidan con tranquilidad, sin
importar que, en alguna ocasión, haya que repetir la orden. Pero sobre el que se tenga
mucho control. Es decir, si se le pide que se siente, no importa que tarde un poco o que
haya que repetirle la orden, pero sí es muy importante que permanezca sentado hasta que
se le dé otra orden, con independencia de las distracciones que pueda haber alrededor.
Por diferenciar máximos y mínimos, se podría decir que el mínimo sería cero
adiestramiento, lo cual exigiría mucho trabajo por parte del guía y el terapeuta dentro de
cada sesión. Un nivel intermedio podría ser que el perro se siente, se tumbe, acuda a la
llamada y se quede quieto, ofreciendo opciones de trabajo con un coste de atención bajo
para el equipo de intervención. El nivel avanzado llegaría a que el perro dominase
diferentes formas de contacto, aproximación, juego, desplazamiento, etc. (tabla 11.5).
Más conductas no se entienden necesarias y podrían llegar a ser contraproducentes si se
implementan a costa de elevar la activación del perro.

TABLA 11.5 Niveles de adiestramiento en un perro de intervención

Nivel mínimo Nivel medio Nivel avanzado

Tocar al beneficiario:
• Pata.
• Hocico.
• Apoyar cabeza.
Aproximación:
• Directa.
Sentarse • Lateral.
Tumbarse • Elevada (usando elementos como sillas,
Sin adiestramiento (educación Acudir a llamada mesas...).
básica) Permanecer Juego con objetos:
quieto • Buscar.
• Cobrar (recoger).
• Transportar.
• Entregar (soltar).
Desplazamiento a distancia:
• Cerca/lejos.
• Izquierda/derecha.

Como se nombró anteriormente (apartado 2.1), este cuadro hace referencia a los
requisitos de homologación —para comenzar con el trabajo—, y no tanto a los de
selección de un perro para iniciar su preparación como animal de intervención.

4. MANEJO DEL PERRO DE IAA

Antes de empezar, es importante destacar la importancia de la ética profesional de los


implicados —sean profesionales o voluntarios—, que no deben experimentar con

310
técnicas o métodos para los que no están correctamente formados. Esto significa que
deben tener la certeza total de que perro y guía —y el terapeuta también, aunque eso no
forma parte de este capítulo— cuentan con la capacidad suficiente para desarrollar las
sesiones específicas del programa de IAA que se haya preparado. Para ello, los
protocolos de selección y la preparación del perro deben haberse seguido con
meticulosidad.
Para dar estructura a la materia, se abordará la introducción del animal en un contexto
real de intervención desde tres momentos diferentes: antes, durante y después.

4.1. Antes de las sesiones de IAA

El mantenimiento de un perro para IAA excede del habitual de una mascota. Por ello,
se debe crear un protocolo zoosanitario propio que recoja los cepillados, limpiezas de
dientes, revisiones de uñas, oídos, glándulas perianales... y también los programas de
vacunaciones, desparasitaciones, tipo de alimentación, revisiones veterinarias... Disponer
de dicho protocolo facilitará el chequeo rutinario del estado del animal, dejando
evidencias documentales que pueden ser de interés para su inclusión en memorias
anuales, como anexos de un proyecto, etc.
Es útil diferenciar entre niveles de exigencia al pensar en estos protocolos. Así, se
puede hablar de unos requisitos mínimos legales, acordes a la normativa vigente para la
tenencia de mascotas; recomendables, prescritos por el profesional veterinario para las
mascotas; exigibles, que exceden de los necesarios para las mascotas y son los mínimos
para IAA; y óptimos. El nivel de exigencia se decidirá en función del tipo de
intervención que se vaya a desarrollar, pero, en general, un perro de IAA debe contar con
una supervisión notablemente superior a la de la mascota promedio. En aquellos
períodos en que no se esté interviniendo, se podría llevar una rutina menos estricta. No
es necesario especificar que todo esto debe realizarse bajo la supervisión de un
veterinario, ya que es el profesional capacitado para tal fin (para una orientación, se
recomienda consultar: Lefebvre, Golab, Christensen, Castrodale et al., 2008; Lefebvre,
Peregrine, Golab, Gumley et al., 2008; Pet Partners, 2017).
En ocasiones, los beneficiarios padecerán enfermedades crónicas, tendrán heridas,
portarán sondas, serán personas inmunodeprimidas, etc. Por ello, el protocolo
zoosanitario debe ser específico y estar adaptado a las necesidades de los participantes de
cada intervención.
Otro aspecto a tener en cuenta es la parte referente a la adaptación a las normas del
centro. Así, habrá que establecer un lugar específico para el desarrollo de las sesiones y
un camino lo más directo posible hasta él, que evite el paso por zonas en las que haya o
se sirva comida, se almacenen medicinas o material sanitario, se realicen curas, los
baños, duchas, dormitorios, personas que se deban evitar —por alergias o miedos—.
Igualmente habrá que adaptar los horarios a las actividades del centro, y evitar horarios

311
comprometidos: horarios de descanso, comida, revisiones... Ni que decir tiene que el
protocolo debe contemplar medidas higiénicas personales, como lavarse las manos o
evitar el contacto con mucosas.
Desde el punto de vista de la conducta —se entiende que el perro ya ha sido
correctamente preparado antes de iniciar las sesiones de IAA— es importante que se le
habitúe al contexto en el que se va a desarrollar el trabajo: los olores, el tipo de suelo, el
recorrido dentro del centro, etc. Aunque el perro cuente con experiencia en
intervenciones similares, conviene considerar cada contexto como nuevo, realizando una
habituación previa antes de comenzar las intervenciones.

4.2. Durante las sesiones de IAA

Se debe atender al cumplimiento de unos requisitos contextuales de material, espacio


y uso de ambos que permitan desarrollar la intervención con garantías de seguridad para
animal y usuarios. Los materiales que se usen deben ser: limpios y fáciles de limpiar,
resistentes, seguros, cómodos y útiles (tabla 11.6).

TABLA 11.6 Recomendaciones para seleccionar material para las intervenciones

Limpios y fáciles de limpiar: los objetos de plástico sin rugosidades son higiénicos
y se limpian fácilmente durante la sesión con un simple trapo. Las pelotas de tenis,
los peluches y demás objetos que absorban la saliva del animal se ensuciarán con
mucha facilidad en cuanto el perro los sujete con la boca y resultan difíciles de
limpiar durante la sesión.

Resistentes: no solo en el aspecto de la durabilidad, también debemos estar seguros


de que no se romperán al ejercer fuerza. Que se desprendan piezas pequeñas puede
ser peligroso para el perro —porque se las trague, por ejemplo—. Otra situación de
riesgo puede ser que al jugar a tirar de algo que el perro sujeta con la boca, se rompa
y pueda provocar una caída.

Seguros: deben estar libres de peligros como filos cortantes, puntiagudos, materiales
que se deterioren con facilidad, ser de un tamaño que el perro pueda tragar... Los
mordedores o pelotas con cuerda facilitan que el usuario contacte menos con las
mucosas del perro al recogerlos de su boca, y alejan las manos de sus dientes, lo cual
disminuye la posibilidad de un daño fortuito.

Cómodos: tanto para usuarios y guía como para el perro. Los collares metálicos —
ya sean de ahogo, de púas u otro tipo— son menos seguros y más incómodos. Si se
usa un collar, lo ideal es que sea de nylon y que esté correctamente ajustado, aunque
es preferible un arnés que presente el punto de anclaje en el pecho. Esto hace que si

312
por error o despiste del guía algún usuario tiene un uso brusco de la correa, tirones o
arrastres, la fuerza no se ejerza directamente sobre el cuello del animal. Los collares
que sujetan al animal por el hocico quedan descartados, pues dificultan mucho la
interacción natural con las personas.

Útiles: se podría decir que todo lo que no suma, resta. Todo el material que no sea
imprescindible en el momento no debe estar al alcance ni del perro ni de los usuarios.

Todos los utensilios que no son estrictamente necesarios se deben retirar durante las
sesiones. Si se usa un arnés, no se necesita que el perro lleve puesto un collar, y
viceversa. Mención expresa merecen los petos de trabajo. Si su única función es la de
portar elementos identificativos como perro de intervención, no suponen un gran aporte
en comparación con la merma que provocan para el contacto, pues tapa gran parte de la
espalda —lo que disminuye las zonas a acariciar, por ejemplo—. Otra cosa muy
diferente es su uso en perros de asistencia, o que en ese momento los ejercicios incluyan
un trabajo sobre el propio peto.
Además de los materiales necesarios para la puesta en práctica de los ejercicios que se
hayan diseñado para la sesión, hay otros imprescindibles que deberán estar presentes en
todas las sesiones (tabla 11.7).
Por último, en relación a los materiales, se debe especificar que siempre deben estar
controlados directamente por el guía, no deben ser accesibles ni repartirse entre los
usuarios y, mucho menos, estar a disposición del perro.
El espacio de trabajo debe presentar unas características mínimas, tales como:
suficientemente amplio, suelo no muy resbaladizo, seguro, cómodo, ventilado y
exclusivo. Estas cuestiones ya fueron abordadas en el capítulo 7.
Finalmente, aunque no es el objeto de este capítulo, sí se cree interesante aportar unos
apuntes sobre el manejo del perro durante la sesión. El guía debe mantener al perro
siempre bajo control y cuidar de su seguridad, permaneciendo en todo momento lo más
cerca posible de él y de la actividad que desarrolle. Tiene la función de supervisar la
interacción entre el perro y los usuarios, y debe prestar especial atención al bienestar del
can, resolviendo cualquier incomodidad que sufra.

TABLA 11.7 Materiales de apoyo recomendados

Trasportín: preferiblemente de tela y plegable, lo que facilita el transporte y el


almacenaje mientras no es necesario. Por supuesto, antes de su uso habrá que
acostumbrar al animal a permanecer tranquilo y calmado dentro. Si la dinámica de la
sesión exige largos períodos de inactividad para el perro, es recomendable que tenga
un espacio de descanso en el que aislarse del resto del entorno, previniendo la
aparición de estrés. En perros altamente entrenados y habituados a espacios de

313
intervención, se podría sustituir por un lugar fuera de la vista de los usuarios.

Útiles para dar de beber al perro: aunque no es recomendable que tenga acceso
libre durante la sesión —por ejemplo, con un cuenco abierto—, el guía habrá de
facilitarle agua cada vez que se sea necesario. Se debe realizar en un lugar apartado,
cuidando de que no queden restos derramados que puedan suponer un peligro.

Bolsitas higiénicas: aunque antes de permitir al animal participar en sesiones reales


hay que estar seguros de que controla sus necesidades, siempre puede haber un
accidente en este sentido, y hay que estar preparados para una primera retirada,
aunque inmediatamente habría que proceder a una limpieza adecuada en
profundidad.

Toallitas higiénicas, desinfectante de manos y toallas: un uso puede ser esa


primera retirada del accidente referido en el párrafo anterior. El otro es el de estar
preparados para cualquier contingencia que precise de una limpieza inmediata, o al
terminar la sesión. Como ejemplos pueden verse los objetos en contacto con la saliva
del perro, las manos de usuarios y guías, los belfos del perro si babea...

Si se estima que se debe dar un rato de descanso al animal —con independencia del
motivo—, el guía tiene que preocuparse de que vuelva a estar en plenas condiciones para
participar. Si no lo consigue, habrá que sacar al perro de la intervención. Es importante
estar preparado para esta contingencia, pues para los usuarios deberá verse como algo
natural.
Es de vital importancia que el guía sea capaz de interpretar al animal para entender su
estado anímico, y respetarlo por encima de todo. Si el perro no se encuentra en
condiciones para ayudarnos, no es ético ni recomendable forzar la situación para que el
can siga participando.

4.3. Después de las sesiones de IAA

En función de la exigencia que la sesión realizada haya supuesto para el perro, justo
al terminar hay que empezar a trabajar para que el animal libere la posible carga de
ansiedad que haya podido acumular. Esto puede abordarse mediante diferentes
actividades. La gestión del estrés es una de las funciones a las que el guía debe prestar
más atención.
Para el perro debe existir un espacio de recompensa tras el trabajo. Hay muchos
modos de recompensarlo, pero lo fundamental es que sienta el reconocimiento y
satisfacción del guía. Al ser un animal social, la aceptación por parte de su grupo —lo
que algunos llaman manada— es para él el mayor reforzador.
Es muy importante dedicar un tiempo al análisis de la sesión, para buscar puntos

314
fuertes y débiles. De ese análisis se extraerá en qué se debe trabajar más con él para
facilitar que esté más adaptado a la ayuda que presta. Si hay actividades a las que no se
adapta plenamente, se deben buscar otras alternativas a las que sí se adapte.
El perro de IAA es un perro de familia, y como tal debe tener una vida satisfactoria.
Con ello se pretende resaltar la importancia de los paseos, los juegos con otros animales
y personas, el descanso, la alimentación, la preparación para futuras intervenciones, el
cuidado de su salud... en definitiva, el guía debe preocuparse de que se cubran todas las
necesidades propias de una mascota, aunque no se deba considerar como tal al perro de
IAA.
Por último, en relación al trato ético que el animal merece, resulta de especial
relevancia poner mucha atención en no anteponer sistemáticamente el interés de los
humanos al del perro. Él no ha elegido estar ahí, y la ayuda que preste —sea mucha o
poca— debe encontrar recompensa.

5. A MODO DE RESUMEN

El perro es el animal con mayor presencia dentro de las intervenciones asistidas por
animales, además de ser el animal de compañía preferido por la mayor parte de las
sociedades occidentales. Por eso, resulta sorprendente descubrir que los métodos de
selección, educación, adiestramiento, supervisión... no han alcanzado aún un nivel de
acuerdo suficiente en la literatura científica.
Esto no busca invalidar la información disponible en el medio, pero subraya la
necesidad de extremar la precaución al tomar decisiones referidas a la selección y
manejo del animal. Como se ha comentado en otros capítulos del presente manual,
dispensar un trato ético y responsable al animal es una línea roja por debajo de la cual no
es posible trabajar. Pero existe un amplio abanico de posibilidades de trabajo que
cumplen con estos mínimos, y orientarse entre tanta corriente —pretendidamente—
novedosa puede resultar complejo para alguien no iniciado.
Por ello, cuando el lector se enfrente al reto de contratar a un guía canino o a un
adiestrador/educador que pueda ayudar a completar la formación del animal, la
recomendación genérica consiste en recabar información de diferentes opciones en el
mercado, solicitando información sobre el trabajo a desarrollar más allá de las simples
etiquetas. El presente capítulo ofrece algunas nociones básicas que aspiran a facilitar este
trabajo de investigación.
Es posible que algunos de los puntos explorados no resulten de aplicación en el
contexto específico en que el lector desarrolla su trabajo, pero basta un poco de tiempo
navegando en internet para descubrir una extensa colección de mitos que han servido
como guía para preparar el texto. Muchos particulares defienden la idea de que unas
razas son superiores a otras en todos los casos, descartando con ello a los individuos
mestizos o de procedencia indeterminada. También existe una marcada pugna entre

315
escuelas de adiestramiento que aducen ser mejores que las alternativas, aunque sin
presentar evidencias que lo respalden —ni explicitar por qué consideran que su
propuesta es diferente a otras—. Dentro de las IAA, muchas propuestas consideran
necesario un adiestramiento elevado y un nivel de actividad alto para desarrollar las
sesiones, generando incapacidad entre los profesionales —¿dónde encuentro yo un perro
tan preparado?— y sometiendo al animal a una exigencia innecesaria.
El presente texto busca facilitar el debate en torno a estos tópicos, entendiendo que
reexplorar estas ideas es un paso necesario en el camino a la profesionalización de las
intervenciones asistidas.

316
Bibliografía

Alba, B. y Haslam, N. (2015). Dog people and cat people differ on dominance-related
traits. Anthrozoös, 28, 37-44. DOI: 10.2752/089279315X14129350721858.
American Kennel Club (2017). Breaking news: The Labrador Retriever wins top breed
for the 26th year in a row. Publicado en http://www.akc.org el 21 de marzo de 2017.
American Veterinary Medical Association (2000). Survey says: Owners taking good
care of their pets. Recuperado de http://www.avma.org.
American Veterinary Medical Association (2012). U.S. pet ownership and demographics
sourcebook. Schaumburg, IL: AVMA.
Amiot, C. E. y Bastian, B. (2017). Solidarity with animals: Assessing a relevant
dimesnion of social identification with animals. Plos ONE, 12(1), e0168184. DOI:
10.1371/journal.pone.0168184.
Anderson, D. C. (2007). Assessing the Human-Animal Bond. EE.UU.: Purdue University
Press.
Angantyr, M., Eklund, J. y Hansen, E. M. (2011). A comparison of empathy for humans
and empathy for animals. Anthrozoös, 24, 369-377. DOI:
10.2752/175303711X13159027359764.
Animal Assisted Intervention International (2013). General standards of practice for
animal assisted activity, animal assisted education, animal assisted therapy and
animal support. Disponible en: http://www.aai-int.org.
Animal Assisted Intervention International (2015). Standards for health and welfare of
dogs working in a range of interventions. Disponible en: http://www.aai-int.org.
Antonacopoulos, N. M. y Pychyl, T. A. (2010). An examination of the potential role of
pet ownership, human social support and pet attachment in the psychological health
of individuals living alone. Anthrozoös, 23, 37-54. DOI:
10.2752/175303710X12627079939143.
Arhant-Sudhir, K., Arhant-Sudhir, R. y Sudhir, K. (2011). Pet ownership and
cardiovascular risk reduction: Supporting evidente, conflicting data and underlying
mechanisms. Clinical and Experimental Pharmacology and Physiology, 38, 734-738.
DOI: 10.1111/j.1440-1681.2011.05583.x.
Arkow, P. (2011). Animal-assisted therapy and activities: A study and research resource
guide for the use of companion animals in animal-assisted interventions (10.ª ed.).
Stratford, NJ: AnimalTherapy.net.
Arluke, A. (2010). Animal-assisted activity as a social experience. En A. H. Fine (ed.),
Handbook on animal-assisted therapy: Theoretical foundations and guidelines for
practice (3.ª ed., pp. 401-419). EE.UU.: Academic Press. DOI: 10.1016/B978-0-12-
381453-1.10019-4.

317
Asher, L., Diesel, G., Summers, J. F., McGreevy, P. D. y Collins, L. M. (2009). Inherited
defects in pedigree dogs, part 1: Disorders related to dogs standards. The Veterinary
Journal, 182, 402-411. DOI: 10.1016/ j.tvjl.2009.08.033.
Ato, M. y Vallejo, G. (2015). Diseños de investigación en psicología. Madrid: Pirámide.
Austin, A. L. (2010). Illustrating animals for the working classes: The Penny Magazine
(1832-1845). Anthrozoös, 23, 365-382. DOI: 10.2752/175303710X12750451259417.
Bagley, D. K. y Gonsman, V. L. (2005). Pet attachment and personality type.
Anthrozoös, 18, 28-42. DOI: 10.2752/089279305785594333.
Bahlig-Pieren, Z. y Turner, D. C. (1999). Anthropomorphic interpretations and
ethological descriptions of dog and cat behavior by lay people. Anthrozoös, 12, 205-
210. DOI: 10.2752/089279399787000075.
Banks, M. R. y Banks, W. A. (2002). The effects of animal-assisted therapy on
loneliness in an elderly population in long-term care facilities. Journal of
Gerontology: Medical Sciences, 57, M428-M432. DOI: 10.1093/gerona/57.7.M428.
Banks, M. R. y Banks, W. A. (2005). The effects of group and individual animal-assisted
therapy on loneliness in residents of long-term care facilities. Anthrozoös, 18, 396-
408. DOI: 10.2752/0892793057855 93983.
Baird, A. D., Scheffer, I. E. y Wilson, S. J. (2011). Mirror neuron system involvement in
empathy: A critical look at the evidence. Social Neuroscience, 6, 327-335. DOI:
10.1080/17470919.2010.547085.
Banyard-Nguyen, S., Breit, S. y Anderson, K. A. (2016). Pet loss and grief: Identifying
at-risk pet owners during the euthanasia process. Anthrozoös, 29, 421-430. DOI:
10.1080/08927936.2016.1181362.
Barker, S. B. y Wolen, A. R. (2008). The benefits of human-companion animal
interaction: A review. Journal of Veterinary Medical Education, 35, 487-495. DOI:
10.3138/jvme.35.4.487.
Bartz, J. A., Tchalova, K. y Fenerci, C. (2016). Reminders of social connection can
attenuate anthropomorphism: A replication and extension of Epley, Akalis, Waytz,
and Cacioppo (2008). Psychological Science, 27, 1644-1650. DOI:
10.1177/09567976166 68510.
Beetz, A. M. (2017). Theories and possible processes of action in animal assisted
interventions. Applied Developmental Science, 21, 139-149. DOI: 10.1080/108886
91.2016.1262263.
Beetz, A., Uvnas-Moberg, K., Julius, H. y Kotrschal, K. (2012). Psychosocial and
psychophysiological effects of human-animal interactions: The possible role of
oxytocin. Frontiers in Psychology, 3, Art. 234. DOI: 10.3389/fpsyg.2012.00234.
Beck, L. y Madresh, E. A. (2008). Romantic partners and four-legged friends: An
extension of attachment theory to relationships with pets. Anthrozoös, 21, 43-56.
DOI: 10.2752/089279308X274056.
Beck, K. L., Weeks, L. E., Montelpare, W. J. y MacDonald, D. J. (2016). Identifying
important factors for older adults’ physical activity participation across
individual/group, structured/unstructured contexts. European Journal of Ageing, 13,

318
209-218. DOI: 10.1007/s10433-016-0376-1.
Bell, E. C., Marcus, D. K. y Goodlad, J. K. (2013). Are the parts as good as the whole?
A meta-analysis of component treatment studies. Journal of Consulting and Clinical
Psychology, 81, 722-736. DOI: 10.1037/a0033004.
Bennet, P. C., Rutter, N. J., Woodhead, J. K. y Howell, T. J. (2017). Assessment of
domestic cat personality, as perceived by 416 owners, suggests six dimensions.
Behavioral Processes, 141, 273-283. DOI: 10.1016/j.beproc.2017.02.020.
Berget, B., Ekeberg, O. y Braastad, B. O. (2008). Attitudes to animal-assisted therapy
with farm animals among health staff and farmers. Journal of Psychiatric and Mental
Health Nursing, 15, 576-581. DOI: 10.1371/journal.pone.0083993.
Berget, B. y Grepperud, S. (2011). Animal-assisted interventions for psychiatric patients:
Beliefs in treatment effects among practitioners. European Journal of Integrative
Medicine, 3, e91-e96. DOI: 10.1016/j.eujim.2011.03.001.
Berget, B., Grepperud, S., Aasland, O. G. y Braastad, B. O. (2013). Animal-assisted
interventions and psychiatric disorders: Knowledge and attitudes among general
practitioners, psychiatrist, and psychologists. Society and Animals, 21, 284-293. DOI:
10.1163/15685306-12341244.
Birke, L., Hockenhull, J., Creighton, E., Pinno, L., Mee, L. y Mills, D. (2011). Horses’
responses to variation in human approach. Applied Animal Behaviour Science, 134,
56-63. DOI: 10.1016/j.applanim.2011.06.002.
Black, A. F., Chur-Hansen, A. y Winefield, H. R. (2011). Australian psychologists’
knowledge of and attitudes towards animal-assisted therapy. Clinical Psychologist,
15, 69-77. DOI: 10.1111/j.1742-9552.2011.00026.x.
Blackwell, E. J., Twells, C., Seawright, A. y Casey, R. A. (2008). The relationship
between training methods and the occurrence of behavior problems, as reported by
owners, in a population of domestic dogs. Journal of Veterinary Behavior, 3, 207-
217. DOI: 10.1016/j.jveb.2007.10.008.
Blaisdell, J. D. (1999). The rise of man’s best friend: The popularity of dogs as
companion animals in late eighteenth-century London as reflected by the Dog Tax of
1796. Anthrozoös, 12, 76-87. DOI: 10.2752/089 279399787000363.
Blair, R. J. (2005). Responding to the emotions of others: Dissociating forms of empathy
through the study of typical and psychiatric populations. Consciousness and
Cognition, 14, 698-718.
Blouin, D. D. (2013). Are dogs children, companions, or just animals? Understanding
variations in people’s orientations toward animals. Anthrozoös, 26, 279-294. DOI:
10.2752/175303713X13636846944402.
Boat, B. W. (2010). Understanding the role of animals in the family: Insights and
strategies for clinicians. En A. H. Fine (ed.), Handbook on animal-assisted therapy:
Theoretical foundations and guidelines for practice (3.ª ed., pp. 265-282). DOI:
10.1016/B978-0-12-381453-1.10014-5.
Bodsworth, W. y Coleman, G. J. (2001). Child-companion animal attachment bonds in
single and two-parent families. Anthrozoös, 14, 216-223. DOI:

319
10.2752/089279301786999391.
Boerner, K. E., Birnie, K. A., Chambers, C. T., Taddio, A., McMurtry, C. M., Noel, M.,
Shah, V. y Ridell, R. P. (2015). Simple psychological interventions for reducing pain
from common needle procedures in adults: Systematic review of randomized and
quasi-randomized controlled trials. Clinical Journal of Pain, 31, s90-s98. DOI:
10.1097/AJP.0000000000000270.
Boletín Oficial del Estado (1995). Ley 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal.
Madrid: Jefatura del Estado.
Boletín Oficial del Estado (1999). Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de
protección de datos de carácter personal. Madrid: Jefatura del Estado.
Boletín Oficial del Estado (2003). Ley 12/2003, de 10 de abril, sobre perros de
asistencia para personas con discapacidades. Madrid: Jefatura del Estado.
Boletín Oficial del Estado (2013). Ley 18/2013, de 12 de noviembre, para la regulación
de la tauromaquia como patrimonio cultural. Madrid: Jefatura del Estado.
Boletín Oficial del Estado (2015a). Ley 2/2015, de 10 de marzo, de acceso al entorno de
personas con discapacidad que precisan el acompañamiento de perros de asistencia.
Madrid: Jefatura del Estado.
Boletín Oficial del Estado (2015b). Ley 22/2015, de 29 de julio, de modificación del
artículo 6 del texto refundido de la Ley de protección de los animales. Madrid:
Jefatura del Estado.
Boletín Oficial del Estado (2015c). Ley 45/2015, de 14 de octubre, del voluntariado.
Madrid: Jefatura del Estado.
Boletín Oficial del Estado (2017a). Ley 4/2017, de 3 de octubre, de protección y
bienestar de los animales de compañía en Galicia. Madrid: Jefatura del Estado.
Boletín Oficial del Estado (2017b). Ley 9/2017, de 3 de agosto, de regulación de las
corridas de toros y de protección de los animales en las Illes Balears. Madrid:
Jefatura del Estado.
Bolger, J. W. (2010). Guía básica de la nutrición equina. Madrid: Tutor.
Botella, C., Baños, R. M. y Perpiñá, C. (2003). Fobia social: avances en la
psicopatología, la evaluación y el tratamiento psicológico del trastorno de ansiedad
social. Barcelona: Paidós.
Botella, L. y Corbella, S. (2011). Alianza terapéutica evaluada por el paciente y mejora
sintomática a lo largo del proceso terapéutico. Boletín de Psicología, 101, 21-33.
Botella, L., Corbella, S., Belles, L., Pacheco, M., Gómez, M. A., Herrero, O., Ribas, E. y
Pedro, N. (2008). Predictors of therapeutic outcome and process. Psychotherapy
Research, 18, 535-542. DOI: 10.1080/10503300801982773.
Botella, L. y Feixas, G. (2008). Teoría de los constructos personales: aplicaciones a la
práctica psicológica (2.ª ed.). DOI: 10.13140/RG.2.1.1046.2482.
Botella, J. y Gambara, H. (2006). Doing and reporting a meta-analysis. International
Journal of Clinical and Health Psychology, 6, 425-440.
Bradley, L. y Bennett, P. C. (2015). Companion-animals’ effectiveness in managing
chronic pain in adult community members. Anthrozoös, 28, 635-647. DOI:

320
10.1080/08927936.2015.1070006.
Bradshaw, J. (2013). Cat sense. Londres: Penguin Books.
Bradshaw, J. (2017). The animals among us: the new science of antrozoology. Londres:
Penguin Books.
Bradshaw, J. y Ellis, S. (2016). The trainable cat: A practical guide to making life
happier for you and your cat. Nueva York: Basic Books.
Brady, K., Cracknell, N., Zulch, H. y Mills, D. S. (2018). A systematic review of the
reliability and validity of behavioral tests used to assess behavioural characteristics
important in working dogs. Frontiers in Veterinary Science, 5, 103. DOI:
10.3389/fvets.2018.00103.
Brandes, S. (2009). The meaning of American pet cemetery gravestones. Ethnology, 48,
99-118.
Branson, S., Boss, L. y Cron, S. (2016). Examining differences between homebound
older adult pet owners and non-pet owners in depression, systemic inflammation, and
executive function. Anthrozoös, 29, 323-334. DOI: 10.1080/08927936.2016.1152764.
Brelsford, V. L., Meints, K., Gee, N. R. y Pfeffer, K. (2017). Animal-assisted
interventions in the classroom: A systematic review. International Journal of
Environmental Research and Public Health, 14, 669. DOI: 10.3390/ijerph14070669.
Brensing, K., Linke, K., Busch, M., Matthes, I. y Van der Woude, S. E. (2005). Impact
of different groups of swimmers on dolphins in swim-with-the-dolphin programs in
two settings. Anthrozoös, 18, 409-429. DOI: 10.2752/089279305785593956.
Brown, C. M. y McLean, J. L. (2015). Anthropomorphizing dogs: Projecting one’s own
personality and consequences for supporting animal rights. Anthrozoös, 28, 73-86.
DOI: 10.2752/089279315X14129350721975.
Bryan, J. L., Quist, M. C., Young, C. M., Steers, M. L. N., Foster, D. W. y Lu, Q.
(2014). Canine comfort: pet affinity buffers the negative impact of ambivalence over
emotional expression on perceived support. Personality and Individual Differences,
68, 23-27. DOI: 10.1016/j.paid.2014.04.003.
Buccino, G., Lui, F., Canessa, N., Patteri, I., Lagravinese, G., Benuzzi, F., Porro, C. A. y
Rizzolatti, G. (2004). Neural circuits involved in the recognition of actions performed
by nonconspecifics: An FMRI study. Journal of Cognitive Neuroscience, 16, 114-
126. DOI: 10.1162/089892904322755601.
Budge, C. R., Spicer, J., Jones, B. R. y George, R. S. (1996). The influence of
companion animals on owner perception: Gender and species effects. Anthrozoös, 9,
10-18. DOI: 10.2752/08927939678700158.
Budge, C. R., Spicer, J., George, R. S. y Jones, B. R. (1997). Compatibility stereotypes
of people and pets: A photograph matching studies. Anthrozoös, 10, 37-46. DOI:
10.2752/089279397787001274.
Buela-Casal, G. (2015). Cómo seleccionar el tratamiento más adecuado para cada
paciente: entrevista a Larry Beutler. Disponible en http://www.infocop.es. Accedido
en noviembre de 2017.
Campbell, W. E. (1972). A behavior test for puppy selection. Modern Veterinary

321
Practice, 12, 29-33.
Caporael, L. R. y Heyes, C. (1997). Why anthropomorphize? Folk psychology and other
stories. En R. W. Mitchell, N. S. Thompson y H. L. Miles (eds.), Anthropomorphism,
Anecdotes, and Animals (pp. 59-73). Albany, NY: University of New York Press.
Carenzi, C. y Verga, M. (2009). Animal welfare: Review of the scientific concept and
definition. Italian Journal of Animal Science, 8, 21-30. DOI: 10.4081/ijas.2009.s1.21.
Carlisle-Frank, P. y Frank, J. M. (2006). Owners, guardians, and owner-guardians:
Differing relationships with pets. Anthrozoös, 19, 225-242. DOI: 10.2752/0892
79306785415574.
Carrobles, J. A. (2012). Psicólogo clínico y/o psicólogo general sanitario. Psicología
Conductual, 20, 449-470.
Carver, C. S. y Scheier, M. F. (1997). Teorías de la Personalidad (3.ª ed.). México:
Prentice-Hall Hispanoamericana.
Casey, R. A., Vandenbussche, S., Bradshaw, J. W. S. y Roberts, M. A. (2009). Reasons
for relinquishment and return of domestic cats (Felis Silvestris Catus) to rescue
shelters in the UK. Anthrozoös, 22, 347-358. DOI:
10.2752/089279309X12538695316185.
Chandler, C. K. (2017). Animal-assisted therapy in counseling (3.ª ed.). Nueva York:
Routledge.
Chandler, C. K., Portrie-Bethke, T. L., Barrio, C. A., Fernando, D. M. y O’Callaghan, D.
M. (2010). Matching animal-assisted therapy techniques and intentions with
counseling guiding theories. Journal of Mental Health Counseling, 32, 354-374. DOI:
10.17744/mehc.32.4.u72lt21740103538.
Christian, H. E., Westgarth, C., Bauman, A., Richards, E. A. y Rhodes, R. E. (2013).
Dog ownership and physical activity: A review of the evidence. Journal of Physical
Activity and Health, 10(5), 750-759. DOI: 10.1123/jpah.10.5.750.
Chuang, L. L., Liu, S. C., Chen, Y. H. y Lin, L. C. (2015). Predictors of adherence to
relaxation guided imaginery during pregnancy in women with preterm labor. The
Journal of Alternative and Complementary Medicine, 21, 563-568. DOI:
10.1089/acm.2013.0381.
Chumley, P. R. (2012). Historical perspectives of the human-animal bond within the
Department of Defense. US Army Department Journal, Apr.-Jun., 18-20. Recuperado
de: cs.amedd.army.mil/amedd_journal.
Cloutier, A. y Peetz, J. (2016). Relationships’ best friend: Links between pet ownership,
empathy, and romantic relationship outcomes. Anthrozoös, 29, 395-408. DOI:
10.1080/08927936.2016.1181361.
Cohen, J. (1988). Statistical Power Analysis for the Behavioral Sciences (2.ª ed.).
Hillsdale, NY: Erlbaum.
Collins, L. M., Asher, L., Summers, J. y McGreevy, P. (2011). Getting priorities straight:
Risk assessment and decision-making in the improvement of inherited disorders in
pedigree dogs. The Veterinary Journal, 189, 147-154. DOI:
10.1016/j.tvjl.2011.06.012.

322
Colloca, L., Klinger, R., Flor, H. y Bingel, U. (2013). Placebo analgesia: Psychological
and neurobiological mechanisms. Pain, 154, 511-514. DOI:
10.1016/j.pain.2013.02.002.
Colombo, G., Dello Buono, M. D., Smania, K., Raviola, R. y De Leo, D. (2006). Pet
therapy and institutionalized elderly: A study on 144 cognitively unimpaired subjects.
Archives of Gerontology and Geriatrics, 42, 207-216. DOI: 10.1016/j.archger.
2005.06.011.
Comisión Europea (2007). Attitudes of EU citizens towards animal welfare. Bruselas:
Special Eurobarometer. Disponible en: http://ec.europa.eu/.
Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos (2010). Código deontológico.
Disponible en: http://www.cop.es/.
Consejo General de Colegios Profesionales de Terapia Ocupacional en España (2015).
Código ético y deontológico de terapia ocupacional. Disponible en:
http://www.terapeutas-ocupacionales.es/.
Consejo General de los Ilustres Colegios Oficiales de Doctores y Licenciados (2010).
Código deontológico de la profesión docente. Disponible en:
https://www.consejogeneralcdl.es/codigo-deontologico-de-la-profesion-docente/.
Consejo General del Trabajo Social (2012). Código deontológico del trabajo social.
Disponible en: https://www.cgtrabajosocial.es/.
Corballis, M. C. (2010). Mirror neurons and the evolution of language. Brain and
Language, 112, 25-35. DOI: 10.1016/j.bandl.2009.02.002.
Corbella, S. y Botella, L. (2004). Investigación en psicoterapia: proceso, resultado y
factores comunes. Madrid: Visión Net.
Coren, S. (1999). Do people look like their dogs? Anthrozoös, 12, 111-114. DOI:
10.2752/089279399787000336.
Costa, M. y López, E. (2008). La perspectiva de la potenciación en la intervención
psicológica. En C. Vázquez y G. Hervás (eds.), Psicología positiva aplicada (pp. 75-
100). Bilbao: Desclée de Brouwer.
Costa, P. T. y McCrae, R. R. (1992). The revised NEO Personality Inventory (NEO-PI-
E) and NEO-Five-Factor Inventory (NEO-FFI) professional manual. Odessa, FL:
Psychological Assessment Resources.
Cowperthwaite, G. (2013). Blackfish. Nueva York: Magnolia Pictures.
Crits-Christoph, P., Gibbons, M. B. C. y Mukherjee, D. (2013). Psychotherapy process-
outcome research. En M. J. Lambert (ed.), Handbook of psychotherapy and behavior
change (6.ª ed., pp. 298-340). Nueva Jersey: Wiley.
Crowley-Robinson, P., Fenwick, D. C. y Blackshaw, J. K. (1996). A long-term study of
elderly people in nursing homes with visiting and resident dogs. Applied Animal
Behavior Science, 47, 137-148. DOI: 10.1016/0168-1591(95)01017-3.
Curb, L. A., Abramson, C. I., Grice, J. W. y Kennison, S. M. (2013). The relationship
between personality match and pet satisfaction among dog owners. Anthrozoös, 26,
395-404. DOI: 10.2752/175303713X13697429463673.
Cutt, H. E., Knuiman, M. W. y Giles-Corti, B. (2008). Does getting a dog increase

323
recreational walking? The International Journal of Behavioral Nutrition and Physical
Activity, 5, 17. DOI: 10.1186/1479-5868-5-17.
Dalla Costa, E., Dai, F., Lebelt, D., Scholz, P., Barbieri, S., Canali, E., Zanella, A. J. y
Minero, M. (2016). Welfare assessment of horses: The AWIN approach. Animal
Welfare, 25, 481-488. DOI: 10.7120/09627286. 25.4.481.
Davey, G. (2006). Visitor behavior in zoos: A review. Anthrozoös, 19, 143-157. DOI:
10.2752/0892793067855 93838.
Dawkins, R. (1989). The Extended Selfish Gene. EE. UU.: Oxford University Press.
De Waal, F. (2013). El bonobo y los diez mandamientos: en busca de la ética entre los
primates. Madrid: Booket.
Del Río, C. (2005). Guía de ética profesional en psicología clínica. Madrid: Pirámide.
Defez, A. (2012). ¿Qué decimos cuando decimos que los animales tienen derechos? En
J. Rodríguez-Carreño (ed.), Animales no humanos entre animales humanos (pp. 265-
276). Madrid: Plaza y Valdés.
Delgado, M. M., Munera, J. D. y Reevy, G. M. (2012). Human perceptions of coat color
as an indicator of domestic cat personality. Anthrozoös, 25, 427-440. DOI:
10.2752/175303712X13479798785779.
Delgado, M. M. y Sulloway, F. J. (2017). Attributes of conscientiousness throughout the
animal kingdom: An empirical and evolutionary overview. Psychological Bulletin,
143, 823-867. DOI: 10.1037/bul0000107.
Delta Society (1996). Standards of practice for animal-assisted activities and animal-
assisted therapy. EE. UU.: Delta Society.
Diederich, C. y Giffroy, J. M. (2006). Behavioural testing in dogs: A review of
methodology in search for standardization. Applied Animal Behaviour Science, 97,
51-72. DOI: 10.1016/j.applanim.2005.11.018.
Diesel, G., Broadbelt, D. y Pfeiffer, D. U. (2008). Reliability of assessment of dogs’
behavioural responses by staff working at a welfare charity in the UK. Applied
Animal Behaviour Science, 115, 171-181. DOI: 10.1016/j.applanim.2008.05.005.
Dorey, N. R., Conover, A. M. y Udell, M. A. (2014). Interspecific communication from
people to horses (Equus ferus caballus) is influenced by different horsemanship
training styles. Journal of Comparative Psychology, 128, 337-342. DOI:
10.1037/a0037255.
Dotson, M. J. y Hyatt, E. M. (2008). Understanding dog-human companionship. Journal
of Business Research, 61, 457-466. DOI: 10.1016/j.jbusres.2007. 07.019.
Downes, M., Canty, M. J. y More, S. J. (2009). Demography of the pet dog and cat
population on the island of Ireland and human factors influencing pet ownership.
Preventive Veterinary Medicine, 92, 140-149: DOI:
10.1016/j.prevetmed.2009.07.005.
Duvall, N. M. y Pychyl, T. A. (2008). An examination of the relations between social
support, anthropomorphism and stress among dog owners. Anthrozoös, 21, 139-152.
DOI: 10.2752/175303708X305783.
Dvash, J. y Shamay-Tsoory, S. G. (2014). Theory of mind and empathy as

324
multidimensional constructs: neurological foundations. Topics in Language
Disorders, 34, 282-295. DOI: 10.1097/TLD.00000000000 00040.
Eddy, J., Hart, L. A. y Boltz, R. P. (1988). The effects of service dogs on social
acknowledgement of people in wheelchairs. The Journal of Psychology, 122, 39-45.
DOI: 10.1080/00223980.1988.10542941.
Egan, V. y MacKenzie, J. (2012). Does personality, delinquency, or mating effort
necessarily dictate a preference for an aggressive dog? Anthrozoös, 25, 161-170.
DOI: 10.2752/175303712X13316289505305.
Ellingsen, K., Zanella, A. J., Bjerkas, E. e Indrebo, A. (2010). The relationship between
empathy, perception of pain and attitudes towards pets among Norwegian dog
owners. Anthrozoös, 23, 231-243. DOI: 10.2752/175303710X12750451258931.
Enmarker, I., Hellzen, O., Ekker, K. y Berg, A.-G. (2015). Depression in older cat and
dog owners: The Nord-Trondelag Health Study (HUNT)-3. Aging and Mental Health,
19, 347-352. DOI: 10.1080/ 13607863.2014.933310.
Epley, N., Waytz, A., Akalis, S. y Cacioppo, J. T. (2008). When we need a human:
motivational determinants of anthropomorphism. Social Cognition, 26, 143-155.
DOI: 10.1521/soco.2008.26.2.143.
Epley, N., Waytz, A. y Cacioppo, J. T. (2007). On seeing human: A three-factor theory
of anthropomorphism. Psychological Review, 114, 864-886. DOI: 10.1037/0033-
295X.114.4.864.
Eysenck, H. J. y Eysenck, S. B. G. (1983). EPQ: Cuestionario de personalidad. Madrid:
Técnicos Especialistas Asociados.
Farm Animal Welfare Council (1993). Second Report on Priorities for Research and
Development in Farm Animal Welfare. Londres: Defra.
Federación Española de Terapias Ecuestres (2013). Programa FETE de regulación de
las terapias ecuestres e intervenciones asistidas por caballos. Disponible en:
https://www.asociacionestavida.org/.
Feng, L. C., Howell, T. J. y Bennett, P. C. (2018). Practices and perceptions of clicker
use in dog training: A survey-based investigation of dog owners and industry
professionals. Journal of Veterinary Behavior, 23, 1-9. DOI:
10.1016/j.jveb.2017.10.002.
Fernández-García, P., Vallejo-Seco, G., Livacic-Rojas, P. E. y Tuero-Herrero, E. (2014).
Validez estructurada para una investigación cuasi-experimental de calidad: se
cumplen 50 años de la presentación en sociedad de los diseños cuasi-experimentales.
Anales de Psicología, 30, 756-771. DOI: 10.6018/anales ps.30.2.166911.
Fernández-Liria, A. y Rodríguez-Vega, B. (2001). La práctica de la psicoterapia: la
construcción de narrativas terapéuticas (2.ª ed.). Bilbao: Desclée de Brouwer.
Fernández-Ríos, L. y Comes, J. M. (2009). Una revisión crítica de la historia y situación
actual de la psicología positiva. Anuario de Psicología Clínica y de la Salud, 5, 7-13.
Fine, A. H. (2010). Incorporating animal-assisted therapy into psychotherapy:
Guidelines and suggestions for therapists. En A. H. Fine, Handbook on animal-
assisted therapy: Theoretical foundations and guidelines for practice (3.ª ed., pp.

325
169-191). DOI: 10.1016/B978-0-12-381453-1.10010-8.
Fitzgibbon, B. M., Giummarra, M. J., Georgiou-Karistanis, N., Enticott, P. G. y
Bradshaw, J. L. (2010). Shared pain: from empathy to synaesthesia. Neuroscience
and Biobehavioral Reviews, 34, 500-512. DOI: 10.1016/j.neubiorev.2009.10.007.
França-Tarragó, O. (2012). Manual de psicoética: ética para psicólogos y psiquiatras.
Bilbao: Descleé de Brouwer.
Frankl, V. (1946). Man’s searching for meaning. Trad. El hombre en busca de sentido
(3.ª ed., 2015). Barcelona: Herder.
Franklin, R. G., Nelson, A. J., Baker, M., Beeney, J. E., Vescio, T. K., Lenz-Watson, A.
y Adams, R. B. (2013). Neural responses to perceiving suffering in human and
animals. Social Neuroscience, 8, 217-227. DOI: 10.1080/17470919.2013.763852.
Foreman, A. M., Glen, M. K., Meade, B. J. y Wirth, O. (2017). Dogs in the workplace: a
review of the benefits and potential challenges. International Journal of
Environmental Research and Public Health, 14, 498. DOI: 10.3390/ijerph14050498.
Fratkin, J. L. y Baker, S. (2013). The role of coat color and ear shape on the perception
of personality in dogs. Anthrozoös, 26, 125-133. DOI:
10.2752/175303713X13534238631632.
Friedmann, E., Katcher, A. H., Lynch, J. J. y Thomas, S. A. (1980). Animal companions
one-year survival of patients after discharge from a coronary care unit. Public Health
Reports, 95, 307-312.
Friedmann, E. y Thomas, S. A. (1995). Pet ownership, social support, and one-year
survival after acute myocardial infarction in the Cardiac Arrhythmia Suppression
Trial (CAST). The American Journal of Cardiology, 76, 1213-1217. DOI:
10.1016/S0002-9149(99)80343-9.
Friedmann, E., Thomas, S. A. y Son, H. (2011). Pets, depression and long term survival
in community living patients following myocardial infarction. Anthrozoös, 24, 273-
285. DOI: 10.2752/175303711X13045914865268.
Friedmann, E., Thomas, S. A., Stein, P. K. y Kleiger, R. E. (2002). Relation between pet
ownership and heart rate variability in patients with healed myocardial infarcts. The
American Journal of Cardiology, 91, 718-721. DOI: 10.1016/S0002-9149(02)03412-
4.
Fundación Affinity (2017). Estudio de abandono y adopción 2017. Recuperado de
http://www.fundacion-affinity.org.
Fundación La Caixa (2017). Programa de ayudas a proyectos de iniciativas sociales:
Guía de apoyo a la solicitud de ayudas. Barcelona: Obra Social «La Caixa».
Disponible en: https://obrasociallacaixa.org.
Furst, G. (2006). Prison-based animal programs: A national survey. The Prison Journal,
86, 407-430. DOI: 10.1177/0032885506293242.
García-Martínez, J. (2012). Técnicas narrativas en psicoterapias. Madrid: Síntesis.
Garrison, L. y Weiss, E. (2015). What do people want? Factors people consider when
acquiring dogs, the complexity of choices they make, and implications for nonhuman
animal relocation programs. Journal of Applied Animal Welfare Science, 18, 57-73.

326
DOI: 10.1080/10888705.2014.943836.
Gartner, M. C. (2015). Pet personality: A review. Personality and Individual
Differences, 75, 102-113. DOI: 10.1016/j.paid.2014.10.042.
Gee, N. R., Belcher, J. M., Granski, J. L., DeJesus, M. y Riley, W. (2012). The presence
of a therapy dog results in improved object recognition performance in preschool
children. Anthrozoös, 25, 289-300. DOI: 10. 2752/175303712X13403555186172.
Gee, N. R., Church, M. T. y Altobelli, C. L. (2010). Preschoolers make fewer errors on
an object categorization task in the presence of a dog. Anthrozoös, 23, 223-230. DOI:
10.2752/175303710X12750451258896.
Gee, N. R., Crist, E. N. y Carr, D. N. (2010). Preschool children require fewer
instructional prompts to perform a memory task in the presence of a dog. Anthrozoös,
23, 173-184. DOI: 10.2752/175303710X12682332910051.
Gee, N. R., Friedmann, E., Coglitore, V., Fisk, A. y Stendahl, M. (2015). Does physical
contact with a dog or person affect performance of a working memory task?
Anthrozoös, 28, 483-500. DOI: 10.1080/ 08927936.2015.1052282.
Gee, N. R., Gould, J. K., Swanson, C. C. y Wagner, A. K. (2012). Preschoolers
categorize animate objects better in the presence of a dog. Anthrozoös, 25, 187-198.
DOI: 10.2752/175303712X13316289505387.
Gee, N. R., Harris, S. L. y Johnson, K. L. (2007). The role of therapy dogs in speed and
accuracy to complete motor skills tasks for preschool children. Anthrozoös, 20, 375-
386. DOI: 10.2752/089279307X24 5509.
Gee, N. R., Sherlock, T. R., Bennett, E. A. y Harris, S. L. (2009). Preschoolers’
adherence to instructions as a function of presence of a dog and motor skill tasks.
Anthrozoös, 22, 267-276. DOI: 10.2752/1753037 09X457603.
Geries-Johnson, B. y Kennedy, J. H. (1995). Influence of animals on perceived
likeability of people. Perceptual and Motor Skills, 80, 432-434. DOI: 10.2466/pms.
1995.80.2.432.
Germonpre, M., Sablin, M. V., Stevens, T. E., Hedges, R. E. M., Hofreiter, M., Stiller,
M. y Jaenicke-Desprese, V. (2008). Fossil dogs and wolves from Palaeolithic sites in
Belgium, the Ukraine and Russia: Osteometry, ancient DNA and stable isotopes.
Journal of Archaeology Science, 36, 473-490. DOI: 10.1016/ j.jas.2008.09.033.
Gilbert, P., Arroyo, B., De la Calle, A. y Muñoz, M. (2011). Recetario ilustrado de
ejercicios para la terapia y actividades asistidas por perros. Madrid: Cuerpo
Terapéutico Lincoln.
Gilbey, A., McNicholas, J. y Collis, G. M. (2007). A longitudinal test of the belief that
companion animal ownership can help reduce loneliness. Anthrozoös, 20, 345-353.
DOI: 10.2752/089279307X245473.
Gilbey, A. y Tani, K. (2015). Companion animals and loneliness: A systematic review of
quantitative studies. Anthrozoös, 28, 181-197. DOI: 10.1080/08927936.2015.
11435396.
Giménez-Candela, T. (2016). Reforma de Código Civil de Portugal: los animales como
seres sintientes. Recuperado de http://www.derechoanimal.info/es en agosto de 2017.

327
Glenk, L. M., Kothgassner, O. D., Stetina, B. U., Palme, R. M., Kepplinger, B. y Baran,
H. (2014). Salivary cortisol and behavior in therapy dogs during animal-assisted
interventions: A pilot study. Journal of Veterinary Behavior, 9, 98-106. DOI:
10.1016/ j.jveb.2014.02.005.
Glikman, L.T., Heath, S. E. y Kass, P. H. (2000). Pet and human-related risk factors for
household evacuation failure in disasters. Comunicación presentada en el 9th
International Symposium on Veterinary Epidemiology and Economics (Breckenridge,
CO). Recuperado de http://www.sciquest.org.nz en agosto de 2017.
Goddard, A. T. y Gilmer, M. J. (2015). Th role and impact of animals with pediatric
patients. Continuing Nursing Education, 41, 65-71.
González, C. A., Pérez, A., Aguilera, R., Rodero, E. y Mendoza, F. J. (2017).
Temperament test for donkeys to be used in assisted therapy. Applied Animal
Behaviour Science, 186, 64-71. DOI: 10.1016/j.applanim.2016.11.006.
Górecka-Bruzda, A., Chruszczewski, M. H., Jaworski, Z., Golonka, M., Jezierski, T.,
Dlugosz, B. y Pieszka, M. (2011). Looking for an ideal horse: Rider preferences.
Anthrozoös, 24, 379-392. DOI: 10.2752/175303711X13159027359827.
Gosling, S. D. y Bonnenburg, A. V. (1998). An integrative approach to personality
research in anthrozoology: Rating of six species of pets and their owners. Anthrozoös,
11, 148-156. DOI: 10.2752/089279398 787000661.
Gosling, S. D. y John, O. P. (1999). Personality dimensions in nonhuman animals: A
cross-species review. Current Directions in Psychological Science, 8, 69-75. DOI:
10.1111/1467-8721.00017.
Gosling, S. D. y Olson, Z. (2008). Animal personality. Japanese Journal of Personality,
17, 111-119.
Gosling, S. D., Sandy, C. J. y Potter, J. (2010). Personalities of self-identified «dog
people» and «cat people». Anthrozoös, 23, 213-222. DOI:
10.2752/175303710X12750451258850.
Grandin, T., Fine, A. H. y Bowers, C. M. (2010). The use of therapy animals with
individuals with autism spectrum disorders. En A. H. Fine, Handbook on animal-
assisted therapy: Theoretical foundations and guidelines for practice (3.ª ed., pp.
247-264). DOI: 10.1016/B978-0-12-381453-1.10013-3.
Gray, P. B., Volsche, S. L., Garcia, J. R. y Fisher, H. E. (2015). The roles of pet dogs
and cats in human courtship and dating. Anthrozoös, 28, 673-683. DOI:
10.1080/08927936.2015.1064216.
Grover, S. (2010). 101 creative ideas for animal-assisted therapy: interventions for AAT
teams and working professionals. EE. UU.: Motivational Press.
Gueguen, N. y Ciccotti, S. (2008). Domestic dogs as facilitators in social interaction: An
evaluation of helping and courtship behaviors. Anthrozoös, 21, 339-349. DOI:
10.2752/175303708X371564.
Guest, C. M., Collis, G. M. y McNicholas, J. (2006). Hearing dogs: A longitudinal study
of social and psychological effects on deaf and hard-of-hearing recipients. Journal of
Deaf Studies and Deaf Education, 11, 252-261. DOI: 10.1093/deafed/enj028.

328
Gullone, E. (2000). The biophilia hypothesis and life in the 21st century: increasing
health or increasing pathology? Journal of Happiness Studies, 1, 293-321. DOI:
10.1023/A:1010043827986.
Gustavson-Dofour, J. (2011). Equine-assisted psychotherapy and adolescents. Trabajo
de Fin de Máster presentado para la obtención del título en Asesoramiento y
Psicoterapia Adleriana [Adlerian Counseling and Psychotherapy]. Minnetonka, MN:
Adler Graduate School. Disponible en: http://alfredadler.edu.
Guthrie, S. E. (1997). Anthropomorphism: A definition and a theory. En R. W. Mitchell,
N. S. Thompson y H. L. Miles (eds.), Anthropomorphism, Anecdotes, and Animals
(pp. 50-58). Albany, NY: State University of New York Press.
Hacker, C. E. y Miller, L. J. (2016). Zoo visitor perceptions, attitudes, and conservation
intent after viewing African elephants at the San Diego Zoo Safari Park. Zoo Biology,
35, 355-361. DOI: 10.1002/zoo.21303.
Halm, M. A. (2008). The healing power of the human-animal connection. American
Journal of Critical Care, 17, 373-376.
Hanggi, E. B. (1999). Interocular transfer of learning in horses (Equus caballus). Journal
of Equine Veterinary Science, 19, 518-524. DOI: 10.1016/S0737-0806(99)80232-9.
Hare, B. y Tomasello, M. (2005). Human-like social skills in dogs? Trends in Cognitive
Sciences, 9, 439-444. DOI: 10.1016/j.tics.2005.07.003.
Harris, M. (1997). Introducción a la Antropología General (7.º ed.). Madrid: Alianza.
Harrison, M. A. y Hall, A. E. (2010). Anthropomorphism, empathy, and perceived
communicative ability vary with phylogenetic relatedness to humans. Journal of
Social, Evolutionary, and Cultural Psychology, 4, 34-48. DOI: 10.1037/h0099303.
Hart, L. A. (2010). Positive effects of animals for psychosocially vulnerable people: a
turning point for delivery. En A. H. Fine (ed.), Handbook on animal-assisted therapy:
Theoretical foundations and guidelines for practice (3.º ed., pp. 59-84). Londres:
Academic Press. DOI: 10.1016/B978-0-12-381453-1.10005-4.
Hart, L. A., Hart, B. L. y Bergin, B. L. (1987). Socializing effects of service dogs for
people with disabilities. Anthrozoös, 1, 41-44.
Harvey, N. D., Craigon, P. J., Somerville, R., McMillan, C., Green, M., England, G. C.
W. y Asher, L. (2016). Test-retest reliability and predictive validity of a juvenile
guide dog behavior test. Journal of Veterinary Behavior, 11, 65-76. DOI:
10.1016/j.jveb.2015.09.005.
Haslam, N. y Loughnan, S. (2014). Dehumanization and infrahumanization. Annual
Review of Psychology, 65, 399-423. DOI: 10.1146/annurev-psych- 010213-115045.
Haubenhofer, D. K. y Kirchengast, S. (2006). Austrian and American approaches to
animalbased health care services. Anthrozoös, 19, 365-373. DOI: 10.2752/
089279306785415484.
Hausberguer, M., Roche, H., Henry, S. y Visser, E. K. (2008). A review of the human-
horse relationship. Applied Animal Behaviour Science, 109, 1-24. DOI:
10.1016/j.applanim.2007.04.015.
Haverbeke, A., Pluijmakers, J. y Diederich, C. (2016). Behavioral evaluations of shelter

329
dogs: Literature review, perspectives, and follow-up within the European member
states’s legislation with emphasis on the Belgian situation. Journal of Veterinary
Behavior, 10, 5-11. DOI: 10.1016/j.jveb.2014.07.004.
Haverbeke, A., Stevens, M., Giffroy, J. M. y Diederich, C. (2012). Ethical use of
positive training methods: Improvement of the human-animal relationship. Journal of
Veterinary Behavior, 7, e8.
Headey, B. (1999). Health benefits and health cost savings due to pets: Preliminary
estimates from an Australian National Survey. Social Indicators Research, 47, 223-
243. DOI: 10.1023/A:1006892908532.
Heath, S. E., Kass, P. H., Beck, A. M. y Glickman, L. T. (2001). Human and pet-related
risk factors for household evacuation failure during a natural disaster. American
Journal of Epidemiology, 153, 659-665. DOI: 10.1093/aje/153.7.659.
Heider, F. y Simmel, M. (1944). An experimental study of apparent behavior. American
Journal of Psychology, 57, 243-249. DOI: 10.2307/1416950.
Hendricks, B. L. (2007). International encyclopedia of horse breeds. Denver, CO:
Denver Art Museum.
Hergovic, A., Mauerer, I. y Riemer, V. (2011). Exotic animal companions and the
personality of their owners. Anthrozoös, 24, 317-327. DOI:
10.2752/175303711X13045914865349.
Herzog, H. A. (2007). Gender differences in human-animal interactions: A review.
Anthrozoös, 20, 7-21. DOI: 10.2752/089279307780216687.
Herzog, H. A. (2011a). Some we love, some we hate, some we ate. Nueva York: Harper
Collins.
Herzog, H. A. (2011b). The impact of pets on human health and psychological well-
being: Fact, fiction, or hypothesis? Current Directions in Psychological Science, 20,
236-239. DOI: 10.1 177/096372141 1415220.
Herzog, H. A. (2016). Emotional support animals: The therapist’s dilemma. Psychology
Today, 19 de julio de 2016. Recuperado de http://www.psychologytoday.com.
Herzog, H. A., Bentley, R. A. y Hahn, M. W. (2004). Random drift and large shifts in
popularity of dog breeds. Proceedings of the Royal Society of London B: Biological
Sciences, 271, s353-s356. DOI: 10.1098/rsbl.2004.0185 .
Higgins, J. W., Temple, V., Murray, H., Kumm, E. y Rhodes, R. (2013). Walking sole
mates: Dogs motivating, enabling and supporting guardians’ physical activity.
Anthrozoös, 26, 237-252. DOI: 10.2752/ 175303713X13636846944286.
Hill, C. (2013). Cómo piensa tu caballo. Madrid: Tutor.
Hockenhull, J., Young, T. J., Redgate, S. E. y Birke, L. (2015). Exploring synchronicity
in the heart rates of familiar and unfamiliar pairs of horses and humans undertaking
an in-hand task. Anthrozoös, 28, 501-511. DOI: 10.1080/08927936.2015.1052284.
Holcomb, R., Jendro, C., Weber, B. y Nahan, U. (1997). Use of an aviary to relieve
depression in elderly males. Anthrozoös, 10, 32-36. DOI: 10.2752/089279397
787001292.
Horisberger, U., Stark, K. D. C., Rufenacht, J., Pillonel, C. y Steiger, A. (2004). The

330
epidemiology of dog bite injuries in Switzerland: Characteristics of victims, biting
dogs and circumstances. Anthrozoös, 17, 320-339. DOI: 10.2752/08927930478564
3212.
Horta, O. (2012). Tomándonos en serio la consideración moral de los animales: más allá
del especismo y el ecologismo. En J. Rodríguez-Carreño (ed.), Animales no humanos
entre animales humanos (pp. 191-226). Madrid: Plaza y Valdés.
Hovarth, A. O. y Greenberg, L. S. (1989). Development and validation of the Working
Alliance Inventory. Journal of Counseling Psychology, 36, 223-233. DOI:
10.1037/0022-0167.36.2.223.
Hunsley, J. (2007). Addressing key challenges in evidence-based practice in psychology.
Professional Psychology: Research and Practice, 39, 113-121. DOI: 10.1037/0735-
7028.38.2.113.
Iacobini, M. (2009). Imitation, empathy, and mirror neurons. Annual Review of
Psychology, 60, 653-670. DOI: 10.1146/annurev.psych.60.110707.163604.
International Association of Human-Animal Interaction Organizations (2014). The
IAHAIO definitions for animal assisted intervention and animal assisted activity and
guidelines for wellness of animals involved. Disponible en: https://petpartners.org.
Irvine, L. y Cilia, L. (2017). More-than-human families: Pets, people and practices in
multispecies households. Sociology Compass, 11, e12455. DOI: 10. 1111/soc4.12455.
Jackson, D. D., Watzlawick, P. y Bavelas, J. B. (1967). Pragmatics of human
communication. Nueva York: Norton & Company.
Jackson, J. (2007). Paddock paradise: A guide to natural horse boarding. Centerton,
AR: Star Ridge Publishing.
Jegatheesan, B. (2012). Using an adaptative methodology to study human-animal
interactions in cultural context. Anthrozoös, 25(sup. 1), s107-s121. DOI:
10.2752/175303712X13353430377138.
Jenkins, C. D., Laux, J. M., Ritchie, M. H. y Ticker-Gail, K. (2014). Animal-assisted
therapy and Roger’s core components among middle school students reveiving
counseling services: A descriptive study. Journal of Creativity in Mental Health, 9,
174-187. DOI: 10.1080/15401383.2014.899939.
Jofré, L. (2005). Visita terapéutica de mascotas en hospitales. Revista Chilena de
Infectología, 22, 257-263. DOI: 10.4067/S0716-10182005000300007.
Jones, A. C. y Gosling, S. D. (2005). Temperament and personality in dogs (Canis
familiaris): A review and evaluation of past research. Applied Animal Behavior
Science, 95, 1-53. DOI: 10.1016/j.applanim.2005.04. 008.
Katcher, A. H. y Beck, A. M. (2010). Newer and older perspectives on the therapeutic
effects of animals and nature. En A. H. Fine (ed.), Handbook on animal-assisted
therapy: Theoretical foundations and guidelines for practice (3.ª ed., pp. 49-58).
Londres: Academic Press. DOI: 10.1016/B978-0-12-381453-1.10004-2.
Kaufman, K. R. y Kaufman, N. D. (2006). And then the dog died. Death Studies, 30, 61-
76. DOI: 10.1080/ 07481180500348811.
Kazdin, A. E. (2015). Methodological standards and strategies for establishing the

331
evidence base of animal-assisted therapies. En A. H. Fine (ed.), Handbook on animal-
assisted therapy: Theoretical foundations and guidelines for practice (4.º ed., pp.
377-390). EE. UU.: Academic Press. DOI: 10.1016/B978-0-12-801292-5.00027-4.
Kean, H. (2012). Challenges for historians writing animal-human history: what is really
enough? Anthrozoös, 25, sup1., s57-s72. DOI:
10.2752/175303712X13353430377011.
Kerepesi, A., Doka, A. y Miklosi, A. (2015). Dogs and their human companions: The
effect of familiarity on dog-human interactions. Behavioural Processes, 110, 27-36.
DOI: 10.1016/j.beproc.2014. 02.005.
Kertes, D. A., Liu, J., Hall, N. J., Hadad, N. A., Wynne, C. D. L. y Bhatt, S. S. (2017).
Effect of pet dogs on children’s perceived stress and cortisol stress response. Social
Development, 26, 382-401. DOI: 10.1111/ sode.12203.
Kim, S. G. y Lee, J. H. (2015). The effects of horse riding simulation exercise on muscle
activation and limits of stability in the elderly. Archives of Gerontology and
Geriatrics, 60, 62-65. DOI: 10.1016/j.archger.2014.10.018.
King, C., Watters, J. y Mungre, S. (2011). Effect of a time-out session with working
animal-assisted therapy dogs. Journal of Veterinary Behavior, 6, 232-238. DOI:
10.1016/j.jveb.2011.01.007.
Kis, A., Ciobica, A. y Topal, J. (2017). The effect of oxytocin on human-directed social
behaviour in dogs (Canis familiaris). Hormones and Behavior, 94, 40-52. DOI:
10.1016/j.yhbeh.2017.06.001.
Knight, S., Vrij, A., Cherryman, J. y Nunkoosing, K. (2004). Attitudes towards animal
use and belief in animal mind. Anthrozoös, 17, 43-62. DOI: 10.2752/
089279304786991945.
Koda, N., Watanabe, G., Miyaji, Y., Ishida, A. y Miyaji, C. (2015). Stress levels in dogs,
and its recognition by their handlers, during animal-assisted therapy in a prison.
Animal Welfare, 24, 203-209. DOI: 10.7120/09627286.24.2.203.
Koski, S. E. (2014). Broader horizons for animal personality research. Frontiers in
Ecology and Evolution, 2, a70. DOI: 10.3389/fevo.2014.00070.
Kottak, C. P. (2006). Introducción a la Antropología Cultural (5.ª ed.). Madrid: McGraw
Hill.
Kruger, K. A. y Serpell, J. A. (2010). Animal-assisted interventions in mental health:
Definitions and theoretical foundations. En A. H. Fine (ed.), Handbook on animal-
assisted therapy: Theoretical foundations and guidelines for practice (3.ª ed., pp. 33-
48). Londres: Academic Press. DOI: 10.1016/B978-0-12-381453-1.10003-0.
Kujala, M. V., Somppi, S., Jokela, M., Vainio, O. y Parkkonen, L. (2017). Human
empathy, personality and experience affect the emotion ratings of dog and human
facial expressions. Plos ONE, 12(1), e0170730. DOI: 10.1371/journal.pone.0170730.
Kurdek, L. A. (2008). Pet dogs as attachment figures. Journal of Social and Personal
Relationships, 25, 247-266. DOI: 10.1177/0265407507087958.
Kurdek, L. A. (2009). Young adults’ attachment to pet dogs: Findings from open-ended
methods. Anthrozoös, 22, 359-369. DOI: 10.2752/089279309X12538695316149.

332
Kwan, V. S. Y., Gosling, S. D. y John, O. P. (2008). Anthropomorphism as a special
case of social perception: A cross-species social relation model analysis of human
and dogs. Social Cognition, 26, 129-142. DOI: 10.1521/soco.2008.26.2.129.
Kwong, M. J. y Bartholomew, K. (2011). «Not just a dog»: An attachment perspective
on relationships with assistance dogs. Attachment and Human Development, 13, 421-
436. DOI: 10.1080/14616734.2011. 584410.
Lambert, M. J. (2013). The efficacy and effectiveness of psychotherapy. En M. J.
Lambert (ed.), Handbook of psychotherapy and behavior change (6.ª ed., pp. 169-
218).
Lamm, C. y Majdandzic, J. (2015). The role of shares neural activations, mirror neurons,
and morality in empathy-a critical comment. Neuroscience Research, 90, 15-24. DOI:
10.1016/j.neures.2014.10. 008.
Lansade, L., Nowak, R., Lainé, A. L., Leterrier, C., Bonneau, C., Parias, C. y Bertin, A.
(2018). Facial expression and oxytocin as possible markers of positive emotions in
horses. Scientific Reports, 8, 14680. DOI:10.1038/s41598-018-32993-z.
Laurent-Simpson, A. (2017). Considering alternate sources of role identity: Childless
parents and their animal «kids». Sociological Forum (en prensa). DOI:
10.1111/socf.12351.
Lefebvre, S. L., Golab, G. C., Christensen, E. L., Castrodale, L., Aureden, K.,
Bialachowski, A., Gumley, N., Robinson, J. et al. (2008). Guidelines for animal-
assisted interventions in health care facilities. American Journal of Infection Control,
36, 78-85. DOI: 10.1016/j.ajic.2007.09.005.
Lefebvre, S. L., Peregrine, A. S., Golab, G. C., Gumley, N. R., Walter-Toews, D. y
Weese, J. S. (2008). A veterinary perspective on the recently published guidelines for
animal-assisted interventions in health-care facilities. Journal of the American
Veterinary Medical Association, 233, 394-402. DOI: 10. 2460/javma.233.3.394.
Letheren, K., Kuhn, K. A. L., Lings, I. y Pope, N. K. L. (2016). Individual difference
factors related to anthropomorphic tendency. European Journal of Marketing, 50,
973-1002. DOI: 10.1108/EJM-05-2014-0291.
Ley, J., Bennett, P. y Coleman, G. (2008). Personality dimensions that emerge in
companion canines. Applied Animal Behaviour Science, 110, 305-317. DOI:
10.1016/j.applanim.2007.04.016.
Linares, J. L., Pubill, M. J. y Ramos, R. (2005). Las cartas terapéuticas: una técnica
narrativa en terapia familiar. Barcelona: Herder.
Litchfield, C. A., Quinton, G., Tindle, H., Chiera, B., Kikilius, K. H. y Roetman, P.
(2017). The «Feline Five»: An exploration of personality in pet cats (Felis catus).
Plos ONE, 12(8), e0183455. DOI: 10.1371/journal.pone.0183455.
Litt, C. J. (1986). Theories of transitional object attachment: An overview. International
Journal of Behavioral Development, 9, 383-399. DOI: 10.1177/01650254
8600900308.
Llorente, R. (2009). The moral framework of Peter Singer’s Animal Liberation: An
alternative to utilitarism. Ethical Perspectives, 16, 61-80. DOI:

333
10.2143/EP.16.1.2036278.
Lopate, C. y Seksel, K. (2012). Canine neonatal physiology behavior and socialization.
En C. Lopate, Management of pregnant and neonatal dogs, cats, and exotic pets (pp.
93-128). Iowa: Wiley-Blackwell. DOI: 10.1002/9781118997215.ch7.
López-Cepero, J., Perea-Mediavilla, M. A. y Netedu, A. (2016). Influence of attitudes,
formative and biographical background on intention of use of animal-assisted
interventions developed with dogs: Some conclusions on a sample of Romanian
students. Journal of Psychological and Educational Research, 24, 101-116.
López-Cepero, J., Perea-Mediavilla, M. A., Sarasola, J. L. y Tejada, A. (2015). Influence
of biographical variables and academic background on attitudes towards animal-
assisted interventions. Human-Animal Interaction Bulletin, 3, 1-10.
López-Cepero, J., Perea-Mediavilla, M. A., Tejada, A. y Sarasola, J. L. (2015).
Validación del cuestionario de actitudes ante las intervenciones asistidas por perros
(CAINTAP) en estudiantes universitarios del sur de España: beneficios y temores
percibidos. Alternativas: Cuadernos de Trabajo Social, 22, 123-138. DOI:
10.14198/ALTERN2015.22.07.
López-Cepero, J., Rodríguez, L., Perea-Mediavilla, M. A., Blanco, N., Tejada, A. y
Blanco, A. (2014). Animal-assisted interventions: Review of current status and future
challenges. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 14, 85-
101.
López-García, C. A. (2013). Adiestramiento canino cognitivo-emocional. Madrid: Díaz
de Santos.
Lowry, A. E. (2010). Sexual healing: Gender and sexuality in the healing cult of
Asklepios. Honors Project, 4.
Lucidi, P., Bernabo, N., Panunzi, M., Dalla Villa, P. y Mattioli, M. (2005). Ethotest: A
new model to identify (shelter) dogs’ skills as service animals or adoptable pets.
Applied Animal Behaviour Science, 95, 103-122. DOI:
10.1016/j.applanim.2005.04.006.
Mace, F. C. y Nevin, J. A. (2017). Mintenance, generalization, and treatment relapse: A
behavioral momentum analysis. Education and Treatment of Children, 40, 27-42.
DOI: 10.1353/etc.2017.0001.
MacLean, E. L., Gesquiere, L. R., Gee, N. R., Levy, K., Martin, W. L. y Carter, S.
(2017). Effects of affiliative human-animal interaction on dog salivary and plasma
oxytocin and vasopressin. Frontiers in Psychology, 8, Art. 1606. DOI: 10.3389/
fpsyg.2017.01606.
MacLean, E. L. y Hare, B. (2018). Enhanced selection of assistance and explosive
detection dogs using cognitive measures. Frontiers in Veterinary Science, 5, 236.
DOI: 10.3389/fvets.2018.00236.
Madden, R. (2014). Animals in the limits of ethnography. Antrozoos, 27, 279-293. DOI:
10.2752/175303714X13903827487683.
Mae, L., McMorris, L. E. y Hendry, J. L. (2004). Spontaneous trait transference from
dogs to owners. Anthrozoös, 17, 225-243. DOI: 10.2752/0892793047856 43249.

334
Mallon, G. P., Ross, S. B., Klee, S. y Ross, L. (2010). Designing and implementing
animal-assisted therapy programs in health and mental health organizations. En A. H.
Fine, Handbook on animal-assisted therapy: Theoretical foundations and guidelines
for practice (3.ª ed., pp. 135-147). DOI: 10.1016/B978-0-12-381453-1.10008-X.
Marinelli, L., Normando, S., Siliprandi, C., Salvadoretti, M. y Mongillo, P. (2009). Dog
assisted interventions in a specialized centre and potential concerns for animal
welfare. Veterinary Research Communications, 33, s93-s95. DOI: 10.1007/s11259-
009-9256-x.
Marino, L. (2012). Construct validity of animal-assisted therapy and activities: How
important is the animal in the AAT? Anthrozoös, 25, S139-S151. DOI:
10.2752/175303712X13353430377219.
Marino, L. (2014). Cetacean captivity. En L. Gruen (ed.), The ethics of captivity (pp. 22-
37). DOI: 10. 1093/acprof:oso/9780199977994.003.0003.
Marino, L. y Lilinfeld, S. O. (2007). Dolphin-assisted therapy: More flawed data and
more flawed conclusions. Anthrozoös, 20, 239-249. DOI: 10.2752/08927930
7X224782.
Martínez-Martínez, M. (2017). Marcadores moleculares de estrés en animales de
intervención asistida. Trabajo de Fin de Máster presentado en el Máster en
Intervención Asistida con Animales de la Universidad de Jaén/Universidad
Internacional de Andalucía.
Martos, R., Ordóñez, D., De la Fuente, I., Martos, R. y García-Viedma, M. R. (2015).
Intervención asistida con animales (IAA): análisis de la situación en España. Escritos
de Psicología, 8(3), 1-10. DOI: 10.5231/psy.writ.2015.2004.
Matchock, R. L. (2015). Pet ownership and physical health. Current Opinion in
Psychiatry, 28, 386-392. DOI: 10.1097/YCO.0000000000000183.
Mathews, S. y Herzog, H. (1997). Personality and attitudes towards the treatment of
animals. Society & Animals, 5, 57-63.
Matute, H. y Vadillo, M. A. (2012). Psicología de las nuevas tecnologías. Madrid:
Síntesis.
Maust-Mohl, M., Fraser, J. y Morrison, R. (2012). Wild minds: What people think about
animal thinking. Anthrozoös, 25, 133-147. DOI:
10.2752/175303712X13316289505224.
Máximo, N. y Marín, S. (2018). Presentación de las jornadas. Ponencia presentada en las
Jornadas de intervención y terapia asistida con caballos: ética y bienestar del animal
de intervención. Cátedra Animales y Sociedad, 19-20 octubre, Madrid.
McDonnell, S. M. y Poulin, A. (2002). Equid play ethogram. Applied Animal Behavior
Science, 78, 263-290. DOI: 10.1016/S0168-1591(02)00112-0.
McGarrity, M. E., Sinn, D. L. y Gosling, S. D. (2015). Which personality dimensions do
puppy test measure? A systematic procedure for categorizing behavioral assays.
Behavioral Processes, 110, 117-124. DOI: 10.1016/j.beproc.2014.09.029 0376-6357.
McGreevy, P. D., Henshall, C., Starling, M. J., McLean, A. N. y Boakes, R. A. (2014).
The importance of safety signals in animal handling and training. Journal of

335
Veterinary Behavior, 9, 382-387. DOI: 10.1016/j.jveb.2014.06.006.
McGreevy, P. D. y McLean, A. N. (2009). Punishment in horse-training and the concept
of ethical equitation. Journal of Veterinary Behavior, 4, 193-197. DOI:
10.1016/j.jveb.2008.08.001.
McGreevy, P. D., Righetti, J. y Thompson, P. C. (2005). The reinforcing value of
physical contact and the effect on canine heart rate of grooming in different
anatomical areas. Anthrozoös, 18, 236-244. DOI: 10.2752/089279305785594045.
McMunn, M. T. (1999). Parrots and poets in late medieval literature. Anthrozoös, 12, 68-
75. DOI: 10.2752/089 279399787000345.
McNicholas, J. y Collis, G. M. (2000). Dogs as catalysts for social interactions:
Robustness of the effect. British Journal of Psychology, 91, 61-70. DOI: 10.1348/
000712600161673.
McNicholas, J., Gilbey, A., Rennie, A., Ahmedzai, S., Dono, J. A. y Ormerod, E. (2005).
Pet ownership and human health: A brief review of evidence and issues. British
Medical Journal, 331, 1252-1254. DOI: 10. 1136/bmj.331.7527.1252.
Melfi, V. A., McCormick, W. y Gibbs, A. (2004). A preliminary assessment of how zoo
visitors evaluate animal welfare according to enclosure style and the expression of
behavior. Anthrozoös, 17, 98-108. DOI: 10.2752/089279304786991792.
Mesa, P., Rodríguez-Testal, J. F. y Senín, M. C. (2011). Introducción a la psicopatología
clínica. En P. Mesa y J. F. Rodríguez-Testal (eds.), Manual de psicopatología clínica
(pp. 19-33).
Miklósi, A., Kubinyi, E., Topál, J., Gácsi, M., Virányi, Z. y Csányi, V. (2003). A simple
reason for a big difference: Wolves do not look back at humans, but dogs do. Current
Biology, 13, 763-766. DOI: 10.1016/S0960- 9822(03)00263- X.
Miklósi, A. y Soproni, K. (2006). A comparative analysis of animals’ understanding of
the human pointing gesture. Animal Cognition, 9, 81-93. DOI: 10.1007/s10071-005-
0008-1.
Miller, L. R., Chipungu, K., Martinez, S., Eshelman, A. y Eisenstein, D. (2017). How do
I cope with pain? Let me count the ways: Awareness of pain coping behaviors and
relationships with depression and anxiety. Psychology, Health & Medicine, 22, 19-27.
DOI: 10.1080/13548506.2016.1191659.
Miller, S. C., Kennedy, C. C., DeVoe, D. C., Hickey, M., Nelson, T. y Kogan, L. (2009).
An examination of changes in oxytocin levels in men and women before and after
interaction with a bonded dog. Anthrozoös, 22, 31-42. DOI:
10.2752/175303708X390455.
Mills, J. (2010). The encyclopedia of applied animal behavior and welfare. Londres:
CAB International.
Mills, M. L. (2017). Invisible disabilities, visible service dogs: The discrimination of
service dogs handlers. Disability & Society, 32, 635-656. DOI: 10.1080/09687
599.2017.1307718.
Miltiades, H. y Shearer, J. (2011). Attachment to pet dogs and depression in rural older
adults. Anthrozoös, 24, 147-154. DOI: 10.2752/175303711X12998632257585.

336
Minero, M., Dalla Costa, E., Dai, F., Scholz, P. y Lebelt, D. (2005). AWIN welfare
assessment protocol for horses. DOI: 10.13130/AWIN_HORSES_2015.
Mithen, S. (1999). The hunter-gatherer prehistory of human-animal interactions.
Anthrozoös, 12, 195-204. DOI: 10.2752/089279399787000147.
Momozawa, Y., Kusunose, R., Kikusui, T., Takeuchi, Y. y Mori, Y. (2005). Assessment
of equine temperament questionnaire by comparing factor structure between two
separate surveys. Applied Animal Behaviour Science, 92, 77-84. DOI:
10.1016/j.applanim.2004.11.006.
Moody, W. J., King, R. y O’Rourke, S. (2002). Atti-tudes of paediatric medical ward
staff to a dog visitation programme. Journal of Clinical Nursing, 11, 537-544. DOI:
10.1046/j.1365-2702.2002.00618.x.
Moran, S., Bachour, K. y Nishida, T. (2015). Perceptions of anthropomorphic robots as
monitoring devices. Artificial Intelligence and Society, 30, 1-21. DOI:
10.1007/s00146-013-0515-6.
Morell, V. (2013). Animal wise: The thoughts and the emotions of our fellow creatures.
Reino Unido: Old Street Publishing.
Morris, P. H., Doe, C. y Godsell, E. (2008). Secondary emotions in non-primate species?
Behavioral reports and subjective claims by animal owners. Cognition and Emotion,
22, 3-20. DOI: 10.1080/02699930701273 716.
Morris, P. H., Gale, A. y Howe, S. (2002). The factor structure of horse personality.
Anthrozoös, 15, 300-322. DOI: 10.2752/089279302786992414.
Morris, P. H., Knight, S. y Lesley, S. (2012). Belief in animal mind: Does familiarity
with animals influence beliefs about animal emotions? Society and Animals, 20, 211-
224. DOI: 10.1163/1568530612341234.
Morrow, V. (1998). My animals and other family: Children’s perspectives in their
relationships with companion animals. Anthrozoös, 11, 218-226. DOI:
10.2752/089279398787000526.
Nagasawa, M., Mutsui, S., En, S., Ohtani, N., Ohta, M., Sakuma, Y., Onaka, T., Mogi,
K. y Kikusi, T. (2015). Oxytocin-gaze positive loop and the coevolution of human-
dog bonds. Science, 348, 333-336. DOI: 10.1126/science.1261022.
Nagy, K., Bodo, G., Bardos, G., Banszky, N. y Kabai, P. (2010). Differences in
temperament traits between crib-bitting and control horses. Applied Animal
Behaviour Science, 122, 41-47. DOI: 10.1016/j.applanim.2004.11.006.
Nakajima, S., Yamamoto, M. y Yoshimoto, N. (2009). Dogs look like their owners:
Replications with racially homogeneous owner portraits. Anthrozoös, 22, 173-181.
DOI: 10.2752/175303709X434194.
Ng, Z. Y., Pierce, B. J., Otto, C. M., Buecher-Maxwell, V. A., Siracusa, C. y Were, S. R.
(2014). The effects of dog-human interaction on cortisol and behavior in registered
animal-assisted activity dogs. Applied Animal Behaviour Science, 159, 6-81. DOI:
10.1016/j.applanim.2014.07.009.
Nimer, J. y Lundhal, B. (2007). Animal-assisted therapy: A meta-analysis. Anthrozoös,
20, 225-238. DOI: 10.2752/089279307X224773.

337
North American Riding for the Handicapped Association (1994). How to start a NARHA
center. Disponible en https://www.nchpad.org.
Oates, A., Bebbington, A., Bourke, J., Girdler, S. y Leonard, H. (2011). Leisure
participation for school-aged children with Down syndrome. Disability and
Rehabilitation, 33, 1880-1890. DOI: 10.3109/09638288. 2011.553701.
Odendaal, J. S. J. y Meintjes, R. A. (2003). Neurophysiological correlates of affiliative
behavior between humans and dogs. The Veterinary Journal, 165, 296-301. DOI:
10.1016/S1090-0233(02)00237-X.
Ogechi, I., Snook, K., Davis, B. M., Hansen, A. R., Liu, F. y Zhang, J. (2016). Pet
ownership and the risk of dying from cardiovascular disease among adults without
major chronic medical conditions. High Blood Press Cardiovascular Prevention, 23,
245-253. DOI: 10.1007/s40292-016-0156-1.
Ogles, B. M. (2013). Measuring change in psychotherapy research. En M. J. Lambert
(ed.), Handbook of psychotherapy and behavior change (6.ª ed., pp. 134-166).
Ogundare, E. O., Olantuya, O. S., Oluwayemi, I. O., Inubile, A. J., Taiwo, A. B., Agaja,
O. T., Airemionkhale, A. y Fabumni, A. (2017). Pattern and outcome of dog bite
injuries among children in Ado-Ekiti, Southwest Nigeria. Pan African Medical
Journal, 27. DOI: 10.11604/pamj.2017.27.81.7360.
Olivares, J., Rosa, A. I. y García-López, L. J. (2010). Fobia social en la adolescencia: el
miedo a relacionarse y a actuar ante los demás. Madrid: Pirámide.
Oliveira, N. C. A. C. y Linhares, M. B. M. (2015). Nonpharmacological interventions for
pain relief in children: A systematic review. Psychology & Neuroscience, 8, 28-38.
DOI: 10.1037/h0101030.
Ordóñez, D. (2018). Bienestar animal: influencia del pensamiento humano en su
definición. Ponencia presentada en las Jornadas de intervención y terapia asistida
con caballos: ética y bienestar del animal de intervención. Cátedra Animales y
Sociedad, 19-20 octubre, Madrid.
Ormerod, E. J., Edney, A. T. B., Foster, S. J. y Whyham, M. C. (2005). Therapeutic
applications of the human-companion animal bond. Veterinary Record, 157, 689-691.
DOI: 10.1136/vr.157.22.689.
Osnes, P. G. y Lieblein, T. (2003). An explicit technology of generalization. The
Behavior Analyst Today, 3, 364-374. DOI: 10.1037/h0099994.
Ovodov, N. D., Crockford, S. J., Kuzmin, Y. V., Higham, T. F. G., Hodgins, G. W. L. et
al. (2011). A 33,000-year-old incipient dog from the Altai mountains of Siberia:
Evidence of the earliest domestication disrupted by the last glacial maximum. PLoS
ONE, 6(7), e22821. DOI: 10.1371/journal.pone.0022821.
Parker, G. B., Gayed, A., Owen, C. A., Hyett, M. P., Hilton, T. M. y Heruc, G. A.
(2010). Survival following an acute coronary syndrome: A pet theory put to the test.
Acta Psychiatrica Escandinavica, 121, 65-70. DOI: 10.1111/j.1600-
0447.2009.01410.x.
Parslow, R. A., Jorm, A. F., Christensen, H., Rodgers, B. y Jacomb, P. (2005). Pet
ownership and health in older adults: Findings from a survey of 2.551 community-

338
based Australians aged 60-64. Gerontology, 51, 40-47. DOI: 10.1159/000081433.
PATH (2009). EFMHA and NARHA to Integrate. Recuperado de
http://www.pathintl.org en julio de 2017.
PATH (2015). 2015 PATH Intl. Statistics. Recuperado de http://www.pathintl.org en
julio de 2017.
PATH (2017). Equine Animal-Assisted Therapy definitions. Recuperado de
http://www.pathintl.org en julio de 2017.
Patronek, G. J. y Bradley, J. (2016). No better than flipping a coin: Reconsidering canine
behavior evaluations in animal shelters. Journal of Veterinary Behavior, 15, 66-77.
DOI: 10.1016/j.jveb.2016.08.001.
Pavlides, M. (2008). Animal-assisted interventions for individuals with autism. Londres:
Jessica Kingsley Publishers.
Payne, C. y Jaffe, K. (2005). Self seeks like: Many humans choose their dog pets
following rules used for assortative mating. Journal of Ethology, 23, 15-18. DOI:
10.1007/s10164-004-0122-6.
Payne, M. (2000). Narrative therapy. Londres: Sage.
Pepe, A. A., Ellis, L. U., Sims, V. K. y Chin, M. G. (2008). Go, dog, go: Maze training
AIBO vs. a live dog, an exploratory study. Anthrozoös, 21, 71-83. DOI:
10.2752/089279308X274074.
Perea-Mediavilla, M. A. (2015). Actitudes y expectativas hacia las intervenciones
asistidas por animales: impacto esperado sobre la mejora de la calidad de vida.
Tesis presentada para la obtención del título de doctora. Sevilla: Universidad Pablo de
Olavide.
Perea-Mediavilla, M. A. y López-Cepero, J. (2017). Expectations towards animal-
assisted interventions and improvement on quality of life: Triangulating information
from different actors and levels of analysis. En A. Maturo, S. Hoskova-Mayerova, D.
T. Soitu y J. Kapcprzyk (eds.), Recent trends in social systems: Quantitative theories
and quantitative models (pp. 399-406). Suiza: Springer.
Perea-Mediavilla, M. A., López-Cepero, J., Tejada, A. y Sarasola, J. L. (2014).
Intervenciones asistidas por animales y calidad de vida: expectativas en estudiantes
universitarios españoles. Escritos de Psicología, 3, 10-18. DOI:
10.5231/psy.writ.2014.19 09.
Perelberg, A., Veit, F., Van der Woude, S. E., Donio, S. y Shashar, N. (2010). Studying
dolphin behavior in a semi-natural marine enclosure: Couldn’t we do it all in the
wild? International Journal of Comparative Psychology, 23, 625-643.
Pérez-Guisado, J., Muñoz-Serrano, A. y López-Rodríguez, R. (2008). Evaluation of the
Campbell test and the influence of age, sex, breed, and coat color on puppy
behavioral responses. The Canadian Journal of Veterinary Research, 72, 269-277.
Perrine, R. M. y Ousbourne, H. L. (1998). Personality characteristics of dog and cat
persons. Anthrozoös, 11, 3-40. DOI: 10.1080/08927936.1998.11425085.
Perrine, R. M. y Wells, M. (2006). Labradors to Persians: Perceptions of pets in the
workplace. Anthrozoös, 19, 65-78. DOI: 10.2752/089279306785593928.

339
Pet Partners (2017). Pet Partner handler guide. Disponible en: https://petpartners.org.
PETA (2017). Peter Dinklage ask «Game of Thrones» fans to stop buying huskies.
Recuperado de http://www.peta.org en agosto de 2017.
Pichot, T. y Coulter, M. (2006). Animal-assisted brief therapy: A solution-focused
approach. Nueva York: Routledge.
Plana, M. (2014). El caballo: entendimiento y respeto. Jerez de la Frontera: Librería
Agrícola Jerez.
Polheber, J. P. y Matchock, R. L. (2014). The presence of a dog attenuates cortisol and
heart rate in the Trier Social Stress Test compared to human friends. Journal of
Behavioral Medicine, 37, 860-867. DOI: 10.1007/s10865-013-9546-1.
Power, E. R. (2013). Dogs and practices of community and neighboring. Anthrozoös, 26,
579-591. DOI: 10.2752/175303713X13795775536011.
Praet, I. (2013). The positional quality of life and death: A theory of human-animal
relations in animism. Anthrozoös, 26, 341-355. DOI:
10.2752/175303713X13697429463510.
Prato-Previde, E., Fallani, G. y Valsecchi, P. (2006). Gender differences in owners
interacting with pet dogs: An observational study. Ethology, 112, 64-73. DOI:
10.1111/j.1439-0310.2006.01123.x.
Pritchard, J. C., Lindberg, A. C., Main, D. C. y Whay, H. R. (2005). Assessment of the
welfare of working horses, mules and donkeys, using health and behavior parameters.
Preventive Veterinary Medicine, 69, 265-283. DOI: 10.1016/j.prevetmed.2005.
02.002.
Pryor, K. (2002). Don’t shoot the dog! The new art of teaching and training. Gloucester:
Ringpress Books.
Ramos, R. (2001). Narrativas contadas, narrativas vividas: un enfoque sistémico de la
terapia narrativa. Barcelona: Paidós.
Rault, J. L., Van den Munkhof, M. y Buisman-Piljman, F. T. A. (2017). Oxytocin as an
indicator of psychological and social well-being in domesticated animals: A critical
review. Frontiers in Psychology, 8, Art. 1521. DOI: 10.3389/fpsyg.2017.01521.
Rees, L. (2000). La mente del caballo. Buenos Aires: J. Noticias.
Reevy, G. M. y Delgado, M. M. (2015). Are emotionally attached companion animal
caregivers conscientious and neurotic? Factors that affect the human-com-panion
animal relationship. Journal of Applied Welfare Science, 18, 239-258. DOI:
10.1080/10888705.2014. 988333.
Rehn, T., Handlin, L., Uvnas-Moberg, K. y Keeling, L. J. (2014). Dogs’ endocrine and
behavioral responses at reunion are affected by how the human initiates contact.
Physiology & Behavior, 124, 45-53. DOI: 10.1016/j.physbeh.2013.10.009.
Remillard, L. W., Meehan, M. P., Kelton, D. F. y Coe, J. B. (2017). Exploring the grief
experience among callers to a pet loss support hotline. Anthrozoös, 30, 149-161. DOI:
10.1080/08927936.2017.1270600.
Rennie, A. (1997). The therapeutic relationship between animals and humans. Society
for Companion Animal Studies Journal, 9, 1-4.

340
Risley-Curtiss, C. (2010). Social Work Practitioners and the Human-Companion Animal
Bond: A National Study. Social Work, 55, 38-46. DOI: 10.1093/sw/55.1.38.
Ristol, F. y Domenech, E. (2011). Terapia asistida por animales: I manual práctico para
técnicos y expertos en TAA. Barcelona: CTAC Ediciones.
Rizzolatti, G., Camarda, R., Fogassi, L., Gentilucci, M., Luppino, G. y Matelli, M.
(1988). Functional organization of inferior area 6 in the macaque monkey: II, area F5
and the control of distal movements. Experimental Brain Research, 71, 491-507.
DOI: 10.1007/BF00248742.
Rizzolatti, G. y Craighero, L. (2004). The mirror-neuron system. Annual Review of
Neuroscience, 27, 169-192. DOI: 10.1146/annurev.neuro.27.070203.144230.
Rodríguez-Carreño, J. (2012). Animales no humanos entre animales humanos. Madrid:
Plaza y Valdés.
Romero, E., Villar, P., Gómez-Fraguela, J. A. y López-Romero, L. (2012). Measuring
personality traits with ultra-short scales: A study of the Ten Item Personality
Inventory (TIPI) in a Spanish sample. Personality and Individual Differences, 53,
289-293. DOI: 10.1016/j.paid.2012.03.035.
Romero, E., Villar, P., Luengo, M. A. y Gómez-Fraguela, J. A. (2009). Traits, personal
strivings and well-being. Journal of Research in Personality, 43, 535–546. DOI:
10.1016/j.jrp.2009.03.006.
Rooney, N. J., Clark, C. C. A. y Casey, R. A. (2016). Minimizing fear and anxiety in
working dogs: A review. Journal of Veterinary Behavior, 16, 53-64. DOI:
10.1016/j.jveb.2016.11.001.
Rooney, N. J. y Cowan, S. (2011). Training methods and owner-dog interactions: Links
with dog behaviour and learning ability. Applied Animal Behaviour Science, 132,
169-177. DOI: 10.1016/j.applanim.2011.03.007.
Rossbach, K. A. y Wilson, J. P. (1992). Does a dog’s presence make a person appear
more likeable? Two studies. Anthrozoös, 5, 40-51. DOI: 10.2752/08927939
2787011593.
Roy, M. M. y Christenfeld, N. J. S. (2004). Do dogs resemble their owners?
Psychological Science, 15, 361-363. DOI: 10.1111/j.0956-7976.2004.00684.x.
Roy, M. M. y Christenfeld, N. J. S. (2005). Dogs still resemble their owners.
Psychological Science, 16, 743-744. DOI: 10.1111/j.1467-9280.2005.01605.x.
Ruefenacht, S., Gebhardt-Heinrich, S., Miyake, T. y Gaillard, C. (2002). A behaviour
test on German Shepherd dogs: Heritability of seven different traits. Applied Animal
Behaviour Science, 79, 113-132. DOI: 10.1016/S0168-1591(02)00134-X.
Ruiter, M. E., Lichstein, K. L., Huisingh, C. E. y Bradley, L. A. (2014). Predictors of
adherence to a brief behavioral insomnia intervention: Daily process analysis.
Behavior Therapy, 45, 430-442. DOI: 10.1016/j.beth.2014.01.005.
Russell, D. (1996). The UCLA loneliness scale (version 3): Reliability, validity, and
factor structure. Journal of Personality Assessment, 66, 20-40. DOI:
10.1207/s15327752jpa6601_2.
Sanchez, M., Delpont, M., Bachy, M., Kabbaj, R., Annequin, D. y Vialle, R. (2015).

341
How can surgeonfish help pediatric surgeons? A pilot study investigating the
antinociceptive effect of fish aquariums in adult volunteers. Pain Research and
Management, 20, e28-e32. DOI: 10.1155/2015/419412.
Saunders, C. R. (2000). The impact of guide dogs on the identity of people with visual
impairments. Anthrozoös, 13, 131-139. DOI: 10.2752/089279300786999815.
Saunders, J., Parast, L., Babey, S. H. y Miles, J. V. (2015). Exploring the differences
between pet and non-pet owners: Implications for human-animal interaction research
and policy. PlosONE, 12, e0179494. DOI: 10.1371/journal.pone.0179494.
Savvides, N. (2012). Communication as a solution to conflict: Fundamental similarities
in divergent methods for horse training. Society and Animals, 20, 75-90. DOI:
10.1163/156853012X614378.
Schneider, M. S. y Harley, L. P. (2006). How dogs influence the evaluation of
psychotherapists. Anthrozoös, 19, 128-142. DOI: 10.2752/08927930678 5593784.
Segal, L. (1986). The dream of reality: Heinz von Foerster’s constructivism [Soñar la
realidad: el constructivismo de Heinz von Foerster]. Nueva York: W. W. Norton and
Company Inc.
Serpell, J. A., Coppinger, R., Fine, A. H. y Peralta, J. M. (2010). Welfare considerations
in therapy and assistance animals. En A. H. Fine (ed.), Handbook on animal-assisted
therapy: Theoretical foundations and guidelines for practice (3.ª ed., pp. 481-503).
EE.UU.: Academic Press. DOI: 10.1016/B978-0-12-381453-1.10023-6.
Serpell, J. A. y Hsu, Y. (2001). Development and validation of a novel method for
evaluating behavior and temperament in guide dogs. Applied Animal Behaviour
Science, 72, 347-364. DOI: 10.1016/S0168-1591(00)00210-0.
Seyfarth, R. y Cheney, D. L. (2015). Social cognition. Animal Behavior, 103, 191-202.
DOI: 10.1016/j.anbehav.2015.01.030.
Sharma, S., Agarwal, A., Khan, A. M. e Ingle, G. K. (2016). Prevalence of dog bites in
rural and urban slums of Delhi: A community-based study. Annals of Medical and
Health Sciences Research, 6, 115-119. DOI: 10.4103/2141-9248.181836.
Sheppard, G. y Mills, D. S. (2002). The development of a psychometric scale for the
evaluation of the emotional predispositions of pet dogs. International Journal of
Comparative Psychology, 15, 201-222.
Shir-Vertesh, D. (2012). «Flexible personhood»: Loving animals as family members in
Israel. American Anthropologist, 114, 420-432. DOI: 10.1111/j.1548-
1433.2012.01443.x.
Signal, T. D. y Taylor, N. (2007). Attitudes to animals and empathy: Comparing animal
protection and general community samples. Anthrozoös, 20, 125-130. DOI:
10.2752/175303707X207918.
Sims, V. K. y Chin, M. G. (2002). Responsiveness and perceived intelligence as
predictors of speech addressed to cats. Anthrozoös, 15, 166-177. DOI: 10.2752/
089279302786992667.
Singal, A. G., Higgins, P. D. R. y Waljee, A. K. (2014). A primer on effectiveness and
efficacy trials. Clinical and Translational Gastroenterology, 5, e45. DOI:

342
10.1038/ctg.2013.13.
Singer, P. (1975). Animal Liberation. Nueva York: Random House.
Smith, B. P., Hazelton, P. C., Thompson, K. R., Trigg, J. L., Etherton, H. C. y Blunden,
S. L. (2017). A multispecies approach to co-sleeping: Integrating human-animal co-
sleeping practices into our understanding of human sleep. Human Nature, 28, 255-
273. DOI: 10.1007/s12110-017-9290-2.
Smith, B. P., Thompson, K. R., Clarkson, L. y Dawson, D. (2014). The prevalence and
implications of human animal co-sleeping in an Australian sample. Anthrozoös, 27,
543-551. DOI: 10.2752/089279314X14072268687880.
Souter, M. A. y Miller, M. D. (2007). Do animal-assisted activities effectively treat
depression? A meta-analysis. Anthrozoös, 20, 167-180. DOI: 10.2752/175303707
X207954.
Staats, S., Sears, K. y Pierfelice, L. (2006). Teachers’ pet and why they have them: An
investigation of the human animal bond. Journal of Applied Social Psychology, 36,
1881-1891. DOI: 10.1111/j.0021-9029.2006. 00086.x.
Staats, S., Wallace, H. y Anderson, T. (2008). Reasons for companion animal
companionship (pet ownership) from two populations. Society and Animals, 16, 279-
291. DOI: 10.1163/156853008X323411.
Stern, C. y Chur-Hansen, A. (2013). Methodological considerations in designing and
evaluating animal-assisted interventions. Animals, 3, 127-141. DOI:
10.3390/ani3010127.
Stewart-Williams, S. y Podd, J. (2004). The placebo effect: Dissolving the expectancy
versus conditioning debate. Psychological Bulletin, 130, 324-340. DOI:
10.1037/0033-2909.130.2.324.
Stone, E. (2000). Separating the noise from the noise: A finding in support of the «Niche
hypothesis», that birds are influenced by human-induced noise in natural habitats.
Anthrozoös, 13, 225-231. DOI: 10.2752/089279300786999680.
Suwala, M., Gorecka-Bruzda, A., Walczak, M. y Ensminger, J. (2016). A desired profile
of horse personality -A survey study of Polish equestrians based on a new approach
to equine temperament and character. Applied Animal Behaviour Science, 180, 65-77.
DOI: 10.1016/j.applanim.2016.04.011.
Svartberg, K. (2005). A comparison of behaviour in test and in everyday life: Evidence
of three consistent boldness-related personality traits in dogs. Applied Animal
Behaviour Science, 91, 103-128. DOI: 10.1016/j.applanim.2004.08.030.
Szantho, F., Miklósi, A. y Kubinyi, E. (2017). Is your dog empathic? Developing a Dog
Emotional Reactivity Survey. PLoS ONE, 12(2), e0170397. DOI:
10.1371/journal.pone.0170397.
Tam, K. P. (2013). Dispositional empathy with nature. Journal of Environmental
Psychology, 35, 92-104. DOI: 10.1016/j.jenvp.2013.05.004.
Taylor, K. D. y Mills, D. S. (2006). The development and assessment of temperament
tests for adult companion dogs. Journal of Veterinary Behavior, 1, 94-108. DOI:
10.1016/j.jveb.2006.09.002.

343
Taylor, N. y Signal, T. D. (2009). Pet, pest, profit: Isolating differences in attitudes
towards the treatment of animals. Anthrozoös, 22, 129-135. DOI: 10.2752/
175303709X434158.
Thew, K., Marco, L., Erdman, P. y Caro, B. I. (2015). Assessing attitudes towards
animal assisted therapy among students and faculty in American Psychological
Association accredited programs. Human-Animal Interaction Bulletin, 3, 11-27.
Thompson, K. (2013). Save me, save my dog: Increasing natural disaster preparedness
and survival by addressing human-animal relationships. Australian Journal of
Communication, 40, 123-136.
Thompson, K., Every, D., Rainbird, S., Cornell, V., Smith, B. y Trigg, J. (2014). Not pet
or their person left behind: Increasing the disaster resilience of vulnerable groups
through animal attachment, activities and networks. Animals, 4, 214-240. DOI:
10.3390/ani4020214.
Thompson, K. y Smith, B. (2014). Should we let sleeping dogs lie... with us?
Synthesizing the literature and setting the agenda for research on human-animal co-
sleeping practices. Humanimalia, 6, 114-127.
Tomkins, L. M., Thompson, P. C. y McGreevy, P. D. (2011). Behavioral and
physiological predictors of guide dog success. Journal of Veterinary Behavior, 6,
178-187. DOI: 10.1016/j.jveb.2010.12.002.
Tomm, K. (1988). Interventive interviewing, part III: Intending to ask circular, strategic,
or reflexive questions? Family Process, 27, 1-15. DOI: 10.1111/j.1545-
5300.1988.00001.x.
Topolski, R., Weaver, J. N., Martin, Z. y McCoy, J. (2013). Choosing between the
emotional dog and the rational pal: A moral dilemma with a tail. Anthrozoös, 26, 253-
263. DOI: 10.2752/175303713X13636846944321.
Tucker, M. T. (2005). The Pet Partners team training course manual (6.ª ed.).
Washington: Delta Society.
Turcsan, B., Range, F., Viranyi, Z., Miklosi, A. y Kubinyi, E. (2012). Birds of a feather
flock together? Perceived personality matching in owner-dog dyads. Applied Animal
Behaviour Science, 140, 154-160. DOI: 10.1016/j.applanim.2012.06.004.
Uchiyama, H., Ohtani, N. y Ohta, M. (2011). Three-dimensional analysis of horse and
human gaits in therapeutic riding. Applied Animal Behaviour Science, 135, 271-276.
DOI: 10.1016/j.applanim.2011.10.024.
Urichuk, L. y Anderson, D. (2003). Improving Mental Health through Animal-Assisted
Therapy. Alberta, Canadá: Chimo Project.
Urquiza-Haas, E. G. y Kotrschal, K. (2015). The mind behind anthropomorphic
thinking: Attribution of mental states to other species. Animal Behaviour, 109, 167-
176. DOI: 10.1016/j.anbehav.2015.08.011.
Utz, R. L. (2014). Walking the dog: The effect of pet ownership on human health and
health behaviors. Social Indicators Research, 116, 327-339. DOI: 10. 1007/s11205-
013-0299-6.
Varsava, N. (2014). The problem of anthropomorphous animals: Toward a

344
posthumanistic ethics. Society & Animals, 22, 520-536. DOI: 10.1163/15685306-
12341270.
Vázquez, C. y Hervás, G. (2008). Salud positiva: del síntoma al bienestar. En C.
Vázquez y G. Hervás (eds.), Psicología positiva aplicada (pp. 17-40). Bilbao:
Desclée de Brouwer.
Velde, B. P., Cipriani, J. y Fisher, G. (2005). Resident and therapist views of animal-
assisted therapy: Implications for occupational therapy practice. Australian
Occupational Therapy Journal, 52, 43-50. DOI: 10.1111/j.1440-1630.2004.00442.x.
Veldkamp, E. (2009). The emergence of «pet as family» and the socio-historical
development of pet funerals in Japan. Anthrozoös, 22, 333-346. DOI:
10.2752/089279309X12538695316103.
Vigne, J. D. (2011). The origins of animal domestication and husbandry: A major
change in the history of humanity and the biosphere. Comptes Rendus Biologies, 334,
171-181. DOI: 10.1016/j.crvi.2010.12.009.
Virues-Ortega, J. y Buela-Casal, G. (2006). Psychophysiological effects of human-
animal interaction: Theoretical issues and long-term interaction effects. Journal of
Nervous and Mental Disease, 194, 52-57. DOI:
10.1097/01.nmd.0000195354.03653.63.
Walker, J. K., McGrath, N., Nilsson, D. L., Waran, N. K. y Phillips, C. J. C. (2014). The
role of gender in public perception of whether animals can experience grief and other
emotions. Anthrozoös, 27, 251-266. DOI: 10.2752/175303714X13903827487601.
Walker, S. L. (2014). Human and canine personality assessment instruments to predict
successful adoptions with shelter dogs. Tesis presentada para la obtención del título
de Doctora. Indiana: Purdue University.
Wallis, L. J., Range, F., Muller, C., Seriser, S., Huber, L. y Virányi, Z. (2015). Training
for eye contact modulates gaze following in dogs. Animal Behavior, 106, 27-35. DOI:
10.1016/j.anbehav.2015.04.020.
Walsh, F. (2009). Human-animal bonds II: The role of pets in family systems and family
therapy. Family Process, 48, 481-499. DOI: 10.1111/j.1545-5300.2009. 01297.x.
Wampold, B. E. (2015). How important are the common factors in psychotherapy? An
update. World Psychiatry, 14, 270-277. DOI: 10.1002/wps.20238.
Wampold, B. E. e Imel, Z. E. (2015). The great psychotherapy debate: The evidence for
what makes psychotherapy work (2.ª ed.). Nueva York: Routledge. DOI:
10.4324/9780203582015.
Waytz, A., Heafner, J. y Epley, N. (2014). The mind in the machine: Anthropomorphism
increases trust in autonomous vehicles. Journal of Experimental Social Psychology,
52, 113-117. DOI: 10.1016/j.jesp.2014.01. 005.
Webster, J. (2016). Animal welfare: Freedoms, dominions and «a life worth living».
Animals, 6(5). DOI:10.3390/ani6060035.
Weiss, E. (2016). Black is still the new white. Recuperado de
http://www.aspcapro.org/blog/ en septiembre de 2017.
Wells, D. L. (2004). The facilitation of social interactions by domestic dogs. Anthrozoös,

345
17, 340-352. DOI: 10.2752/089279304785643203.
Wells, D. L. y Hepper, P. G. (2012). The personality of «aggressive» and «non-
aggresive» dog owners. Personality and Individual Differences, 53, 770-773. DOI:
10.1016/j.paid.2012.05.038.
Wells, M. y Perrine, R. (2001). Pets go to college: The influence of pets on students’
perceptions of faculty and their offices. Antrozoos, 14, 161-168. DOI: 10.
2752/089279301786999472.
Wesley, M. (2007). Animal assisted therapy and the therapeutic alliance in the
treatment of substance dependence. Tesis doctoral.
Wesley, M. C., Minatrea, N. B. y Watson, J. C. (2009). Animal assisted therapy in the
treatment of substance dependence. Anthrozoös, 22, 137-148. DOI:
10.2752/175303709X434167.
Westgarth, C., Christley, R. M. y Christian, H. E. (2014). How might we increase
physical activity through dog walking? A comprehensive review of dog walking
correlates. International Journal of Behavioral and Physical Activity, 11, 83-96. DOI:
10.1186/1479-5868-11-83.
Westgarth, C., Christley, R. M., Marvin G. y Perkins, E. (2017). I walk my dog because
it makes me happy: A qualitative study to understand why dogs motivate walking and
improved health. International Journal of Environmental Research and Public
Health, 14, E936. DOI: 10.3390/ijerph14080936.
Westgarth, C., Pinchbeck, G. L., Bradshaw, J. W., Dawson, S., Gaskell, R. M. y
Christley, R. M. (2007). Factors associated with dog ownership and contact with dogs
in a UK community. BMC Veterinary Research, 3, 5. DOI: 10.1186/1746-6148-3-5.
White, M. y Epston, D. (1993). Medios narrativos para fines terapéuticos. Barcelona:
Paidós.
Wilson, C. C. (2010). The future of research, education and clinical practice in the
animal/human bond and animal-assisted therapy, part B. En A. H. Fine (ed.),
Handbook on animal-assisted therapy: Theoretical foundations and guidelines for
practice (3.ª ed., pp. 554-563). DOI: 10.1016/B978-0-12-381453-1.10026-1.
Wilson, C. C. y Netting, F. E. (2012). The status of instrument development in the
human-animal interaction field. Anthrozoös, 25, S11-S55. DOI:
10.2752/175303712X13353430376977.
Wilson, C. C., Netting, F. E., Turner, D. C. y Olsen, C. H. (2013). Companion animals in
obituaries: An exploratory study. Anthrozoös, 26, 227-236. DOI:
10.2752/175303713X13636846944204.
Wilson, E. O. (1984). Biophilia. EE. UU.: Harvard University Press.
Wilson, K., Buultjens, M., Monfries, M. y Karimi, L. (2015). Equine-Assisted
Psychotherapy for adolescents experiencing depression and/or anxiety: A therapist’s
perspective. Clinical Child Psychology and Psychiatry, 22, 16-33. DOI:
10.1177/13591045155723 79.
Woldehanna, S. y Zimicki, S. (2015). An expanded One Health model: Integrating social
science and One Health to inform study of the human-animal interface. Social

346
Science and Medicine, 129, 87-95. DOI: 10.1016/j.socscimed.2014.10.059.
Wolf, M. (2015). Is there really such a thing as «one health»? Thinking about a more
than human world from the perspective of cultural anthropology. Social Science and
Medicine, 129, 5-11. DOI: 10.1016/j.socscimed.2014.06.018.
Wolf, U. (2012). Ética de la relación entre humanos y animales. Madrid: Plaza y
Valdés.
Wood, L., Martin, K., Christian, H., Nathan, A., Lauritsen, C., Houghton, S., Kawachi, I.
y McCune, S. (2015). The pet factor: Companion animals as a conduit for getting to
know people, friendship formation and social support. PlosONE, 10, e0122085. DOI:
10.1371/journal.pone.0122085.
Xie, Z. Y., Zhao, D., Chen, B. R., Wang, Y. N., Ma, Y., Shi, H. J., Yang, Y., Wang, Z.
M. y Wang, L. S. (2017). Association between pet ownership and coronary artery
disease in a Chinese population. Medicine, 96, e6466. DOI:
10.1097/MD.0000000000006466.
Xu, N., Burnham, D., Kitamura, C. y Vollmer-Conna, U. (2013). Vowel
hyperarticulation in parrot, dog- and infant-directed speech. Anthrozoös, 26, 373-380.
DOI: 10.2752/175303713X13697429463592.
Yamamoto, M., Lopez, M. T. y Hart, L. A. (2015). Registration of assistance dogs in
California for identification tags: 1999-2012. Plos ONE, 10, e0132820. DOI:
10.1371/journal.pone.0132820.
Yerbury, R., Boyd, W., Lloyd, D. y Brooks, A. (2017). Right to leisure? Refocusing on
the dolphin. Annals of Leisure Research, 20, 368-385. DOI: 10.1080/
11745398.2017.1314190.
Zabala, M. (2018). Anatomía funcional, biomecánica y botiquín del caballo. Ponencia
presentada en las Jornadas de intervención y terapia asistida con caballos: ética y
bienestar del animal de intervención. Cátedra Animales y Sociedad, 19-20 octubre,
Madrid.

347
Glosario de términos y abreviaturas

A continuación se recopilan algunos términos y abreviaturas de especial interés en el


ámbito de las intervenciones asistidas por animales. El lector encontrará información
detallada en el capítulo 1, por lo que este apartado se concentra en destacar cuestiones
clave y en prevenir confusiones frecuentes del área.
En general, cuando existe más de un término para hacer referencia a un mismo
fenómeno, la presente obra opta por usar los más arraigados y/o cortos para facilitar la
lectura. Sin embargo, en el glosario se contemplan las disensiones presentes en el área en
la actualidad.
Al final de esta lista también se incluyen algunos términos que han caído en desuso.

1. TÉRMINOS DE UTILIDAD Y DEFINICIONES DE USO

Animal. Todo ser vivo que necesite moverse para mantenerse con vida. La presente
obra se concentra sobre todo en los animales domesticados, especialmente en
aquellos que ocupan un sitio en los hogares (ver definiciones de animal doméstico
y animal domesticado más abajo). Dentro del ámbito de las intervenciones
asistidas por animales, existen distintas etiquetas de uso frecuente:

— De apoyo emocional. Animales que acompañan a sus dueños en contextos


amenazantes o estresantes, con la intención de ofrecer confort y protección
contra el estrés. De aparición relativamente reciente, algunos países han
comenzado a establecer normativa para fijar sus requisitos —por ejemplo, ser
recomendado por un facultativo—.
— De asistencia. Animales que conviven con un ser humano para compensar un
déficit. Por ejemplo, los perros lazarillo o los perros señal.
— De compañía/mascotas (ver más abajo).
— De intervención/de terapia. Son animales que participan en intervenciones
regladas. Existe debate sobre si pueden ser definidos por sus características
(especie, raza, personalidad, adiestramiento...) o por sus funciones (figura de
apego, apoyo a las intervenciones). Estos aspectos son analizados en los
capítulos 1 (definiciones), 10 y 11 (selección y preparación de los animales de
intervención).
— De utilidad. Animales que son valorados por su capacidad para cumplir tareas
para las que están más capacitados que los seres humanos. Por ejemplo,

348
rastrear, cargar, etc.

Animal de compañía. Animal domesticado y doméstico (ver abajo) que convive con
humanos, sin más función asignada que la de acompañar a las personas con las
que convive. En distintos contextos culturales, diversas especies son consideradas
o no animales de compañía. También es posible que una misma especie sea
considerada de compañía en ciertos contextos y no en otros (por ejemplo, perros
de guarda, gatos para el control de plagas, etc.). Por tanto, el animal de compañía
se define por la función otorgada, no por sus características intrínsecas. En el
presente volumen se usará como sinónimo de mascota por economía del lenguaje,
aunque su uso ha sido asociado con connotaciones negativas en ciertos contextos
(ver dueño y mascota).
Animal domesticado. Animal seleccionado y adaptado al trato con humanos. No
todos los animales que viven en casa están domesticados —por ejemplo,
serpientes o tarántulas—, y no todos los animales domesticados conviven
usualmente en casas (por ejemplo, el ganado). Esta definición diverge de la
propuesta por la RAE, que la recoge como sinónimo de animal amansado —
definido como aquel que, mediante el adiestramiento, ha cambiado su condición
salvaje y que puede ser reclamado por quien lo amansó—. En el presente manual,
un animal salvaje adiestrado no será considerado ni doméstico ni domesticado.
Animal doméstico. Animal seleccionado y adaptado para la vida en domicilios
humanos. Es un término ambiguo, ya que hace referencia al contexto (el animal
vive en casa), pero no a su situación (selección artificial para adaptarlo a la
interacción con humanos). Un animal salvaje puede ser mantenido en un hogar,
pero no tiene consideración de animal doméstico. En la definición ofrecida por la
RAE, doméstico aparece como sinónimo de animal manso.
Dueño/a. Es la persona responsable del bienestar del animal que habita y acompaña a
una persona (mascota). En esta obra el término será usado como sinónimo de
guardián del animal o de otras fórmulas aparecidas para acortar la redacción,
aunque es importante hacer constar que existe una creciente sensibilidad hacia sus
connotaciones jerárquicas (analizadas en el capítulo 2).
Guardián/guardiana del animal. Sinónimo estricto de dueño/a en cuanto a
funciones, aunque suele usarse para connotar una mayor proximidad entre
animales humanos y no humanos.
Guía del animal. Persona capacitada legal y técnicamente para acompañar al animal
durante las intervenciones, garantizando su seguridad y la de los participantes
humanos. Al trabajar con animales que no permiten guía —peces, aves en
recintos, etc.—, puede sustituirse por el término supervisor del animal. El rol de
guía puede compatibilizarse con el ejercicio del rol técnico (educativo, sanitario,
etc.) siempre que se cuente con la capacitación legal y técnica exigible.

349
Hipoterapia. Intervención fisioterapéutica realizada a través de la interacción con un
équido (principalmente caballos). Estas intervenciones aprovechan especialmente
las características del movimiento del animal para trabajar diversos aspectos
funcionales del cliente, por lo que la referencia a la especie animal es pertinente.
Interacción humano-animal (IHA). Etiqueta de elección para describir cualquier
forma de contacto entre humanos y otros animales, desde la eventual hasta la
continuada —aunque la investigación se ha centrado especialmente en esta última
—. Curiosamente, contiene un error lógico —los humanos también somos
animales—, pero la economía del lenguaje lo lleva a ser el más usado en el
ámbito.
Intervenciones asistidas por animales (IAA). Cualquier intervención diseñada en la
que los animales no humanos participan como apoyo o potenciador. Estas
intervenciones suelen diferenciarse en distintas categorías:

— Actividades (AAA). Se caracterizan por tener objetivos lúdicos. A menudo son


desarrolladas por personal voluntario, y es frecuente que se encuentren
definidas por su espontaneidad. En este volumen se aboga por la obligación de
contar con programación previa, incluso cuando el objetivo es lúdico.
— Educación (EAA). Intervenciones desarrolladas dentro de un currículo
formativo, bien sea en contextos formales —por ejemplo, centros educativos—
como informales —por ejemplo, otras organizaciones comunitarias—.
Tradicionalmente han estado consideradas dentro de las AAA, pero el presente
volumen aboga por definirlas como intervenciones profesionales cualificadas,
asimiladas a cualquier otra intervención educativa.
— Terapia (TAA). Intervenciones sanitarias desarrolladas por un profesional
cualificado en alguna disciplina legalmente establecida (Medicina, Psicología,
Terapia Ocupacional, Fisioterapia, etc.) Es frecuente que se use como término
generalista (así se contempla en el tesauro de la base de datos PsycINFO, por
ejemplo), pero el presente volumen aboga por reservarlo exclusivamente para
las intervenciones legal y profesionalmente establecidas como terapias.

Mascota. Animal que convive con seres humanos sin más función asignada que la de
ofrecer compañía. En esta obra se usa como sinónimo de animal de compañía o
compañero animal salvo que se indique lo contrario —aunque existe una creciente
sensibilidad hacia las connotaciones negativas del término, de manera similar a lo
apuntado para dueño/a (ver capítulo 2).
Técnico/a. (Referido a personas) profesional con capacitación legal para desarrollar
la intervención (por ejemplo, Psicoterapia o Educación Especial). Este rol es
compatible con el de guía o supervisor del animal, siempre que se cuente con la
capacitación legal y técnica exigible.

350
— en IAA. Término usado en medios profesionales (especialmente del
adiestramiento) como sinónimo de guía del animal. En el presente manual se
opta por reservar la mención al rol técnico para el profesional que dirige el
programa, y de guía para quien se centra en las funciones relacionadas con el
animal no humano —de manera arbitraria, pero consistente—.

2. ALGUNOS CONSEJOS DE USO

Más allá de las definiciones ofrecidas —que buscan ser pragmáticas, más que
exhaustivas—, resulta relevante reflexionar sobre ciertos usos y costumbres que pueden
detectarse en torno a las IAA. Estos aspectos se amplían en el capítulo 1, pero aquí se
ofrecen algunas pistas a modo de resumen.

2.1. Especificar la intervención realizada

Existe una laxitud problemática en el uso del término terapia dentro del ámbito. El
término TAA debe quedar reservado para las intervenciones de tipo sanitario, realizadas
conforme a los requisitos técnicos y deontológicos exigibles para la disciplina de
referencia.
El uso indiscriminado del término TAA devalúa el campo de estudio, ya que los
profesionales que realizan una primera aproximación encontrarán una amalgama de
intervenciones bajo un mismo rótulo, muchas de las cuales no acreditan el rigor exigible
a una intervención sanitaria.
Igualmente, muchos informes derivados de intervenciones educativas son
sistemáticamente incluidos dentro del epígrafe de actividades —lúdicas— asistidas por
animales, proyectando una imagen distorsionada y poco profesional.
La terapia no es mejor o peor que la educación o las actividades, simplemente es de
aplicación bajo ciertas circunstancias. Y resulta poco racional desarrollar «terapias» con
grupos completos de escolares que no presentan ningún déficit específico, por citar un
ejemplo. Por suerte, la solución es sencilla: olvide al animal. ¿Qué intervención ha
diseñado? ¿Una actividad lúdica, una intervención sanitaria, una educativa...? Use esa
etiqueta para rotular la intervención y prevendrá cualquier confusión.

2.2. Precaución con la sobredeterminación de las intervenciones

De manera complementaria al punto anterior, conviene advertir de las dificultades


asociadas al uso de etiquetas muy limitadas o específicas a la hora de describir las
intervenciones realizadas. Por ejemplo, dentro de la Psicoterapia sería posible proponer
intervenciones rotuladas como «modificación de conducta asistida por animales»,

351
«terapia familiar asistida por animales» o «psicodrama asistido por animales».
Especialmente en el ámbito de la investigación, al seleccionar las palabras clave
(keywords) de una publicación es recomendable utilizar el término genérico (IAA)
acompañado de otros términos más específicos —como el tipo de intervención:
disciplina, paradigma o corriente, etc.—. De este modo la literatura científico-técnica
crecerá en torno a una etiqueta común (IAA) que facilitará las búsquedas en bases de
datos, a la vez que el uso de términos más específicos permitirá una selección más fina
de los textos deseados.

2.3. Eliminar las referencias a la especie animal

Como se defiende a lo largo de todo el libro, las IAA basan su valor añadido en los
beneficios de la interacción humano-animal dentro de programas de intervención.
Mientras que esto sea así, hacer referencia específica a perros, gatos, animales de
compañía o cualquier otra etiqueta más allá del genérico «animales» es innecesario.
Existen intervenciones en las que la especie animal introduce una diferencia
cualitativa, como cuando se aprovecha el movimiento tridimensional del caballo para
realizar rehabilitación física. Esta intervención no puede ser implementada con otros
animales, por lo que la creación de términos específicos (como hipoterapia) es
coherente. Pero si el profesional no cuenta con un argumento racional para defender una
diferencia, lo lógico es mantener el área lo menos atomizada posible.

2.4. El uso de los conectores «por» y «con»

Recientemente algunos autores han comenzado a usar la expresión intervenciones


asistidas con animales como opción preferente, en lugar de la traducción clásica,
intervención asistida por animales. Ambas son traducciones legítimas de un único
término en inglés, animal-assisted interventions, por lo que este debate es específico de
los profesionales de habla castellana.
Algunos profesionales consideran que el uso de «con» reconoce una relación más
horizontal y respetuosa entre animales humanos y no humanos. Sin embargo, las
diferencias entre ambas opciones son ínfimas, resultando equivalentes en el plano
gramatical según una consulta cursada a la RAE (comunicación personal, 2017). Así, el
debate se mueve dentro del terreno de las connotaciones, que en un terreno de expansión
tan reciente están poco cristalizadas.
Por tanto, conviene mantener la atención sobre el desarrollo dialéctico de esta
cuestión, aunque de momento no parecen existir razones de peso para sustituir el término
de uso más frecuente, aumentando el elenco de etiquetas a contemplar al revisar la
literatura.

352
3. TÉRMINOS EN DESUSO

Existe un amplio número de etiquetas que han sido usadas con diversa frecuencia
para hacer referencia a las IAA, pero la mayor parte de ellas ha caído en desuso ante la
aparición de términos más modernos. Podemos destacar algunos ejemplos:

Intervenciones facilitadas por animales (animal-facilitated interventions). Aunque


es un término próximo a IAA, su uso ha declinado. Que bases de datos como
PsycINFO han optado por incluir en su tesauro (diccionario de términos) la
fórmula terapia asistida por animales puede haber fomentado su declive.
Terapia de mascotas (pet therapy). Término ambiguo, que no aclara si la mascota
realiza o recibe la acción.

También están en retroceso expresiones que hagan referencia a especies animales


concretas, o a colectivos como animales de compañía o animales de granja.
Por supuesto, esta lista no es exhaustiva. Para ampliar el elenco de términos, pueden
consultarse las revisiones de Kruger y Serpell (2010) o de López-Cepero et al. (2014).

353
Edición en formato digital: 2019

Director: Francisco J. Labrador

© Javier López-Cepero Borrego (Coord.)


© Ediciones Pirámide (Grupo Anaya, S.A.), 2019
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid
piramide@anaya.es

ISBN ebook: 978-84-368-4024-7

Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro electrónico, su transmisión, su descarga, su
descompilación, su tratamiento informático, su almacenamiento o introducción en cualquier sistema de repositorio
y recuperación, en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, conocido o por inventar,
sin el permiso expreso escrito de los titulares del Copyright.
Conversión a formato digital: REGA

www.edicionespiramide.es

354
Índice
Prólogo 10
Prefacio: a modo de presentación 14
1. Una breve justificación biográfica 14
2. Estructura de este libro 16
3. Otras consideraciones 17
Bloque I. Interacción humano-animal 19
1. Historia, definiciones y clasificación de las IAA 20
1. Aspectos previos 20
2. Breve repaso histórico de las IAA 21
2.1. Animales y salud humana en la prehistoria 22
2.2. Estadíos precientíficos 22
2.3. Animales en los centros de salud 23
2.4. Etapa contemporánea 24
3. Términos relevantes para comprender las IAA 25
3.1. Términos para hacer referencia a las intervenciones que incluyen
26
animales
3.2. La interacción humano-animal 28
3.3. La antrozoología 29
4. Definiciones y clasificación de las IAA 29
4.1. Animales que benefician a los seres humanos fuera de las IAA 30
4.2. Definiciones y clasificaciones de las IAA 33
5. Una propuesta integrada 40
5.1. Notas finales 44
2. Encaje entre humanos y otras especies I: antrozoología 47
1. Antrozoología, estudio de las comunidades de humanos y otros animales 48
1.1. La domesticación como proceso evolutivo compartido 50
2. Humanos y otros animales en sociedades contemporáneas 52
2.1. El creciente interés por los animales de compañía 53
2.2. Diferentes estatus de los animales no humanos en la actualidad 55
2.3. La interacción cotidiana entre humanos y los animales de compañía 60
3. Conclusiones del capítulo 65
3. Encaje entre humanos y otras especies II: variables individuales 67

355
1.1. La relación entre personalidad humana y en otros animales 68
1.2. Personalidad humana y ajuste con animales de compañía 70
1.3. Implicaciones del conocimiento de la personalidad en otros animales 75
2. Antropomorfización 77
2.1. La antropomorfización como parte de la cognición social 78
2.2. Variables que afectan a la antropomorfización (y otras cogniciones
83
sociales)
3. Modelos de apego e interacción humano-animal 89
3.1. La importancia del apego desarrollado con los animales de compañía 89
3.2. Comparación entre apego hacia humanos y otros animales 91
3.3. Variables que influyen en el apego hacia animales de compañía 92
4. Conclusiones e implicaciones de los estudios de interacción humano-
94
animal
4.1. Adaptar la narrativa del encuentro para generar vínculos 95
4.2. Lo que «es» importa menos que lo que percibimos 95
4.3. Implicaciones para el bienestar animal 96
4.4. Desarrollo de nuevas tecnologías 97
4. Efectos asociados a la interacción humano-animal 99
1. Los problemas de investigar la relación entre IHA y salud humana 100
1.1. Problemas con las definiciones del objeto de estudio 101
1.2. Sesgos de investigación 102
1.3. Mecanismos explicativos 103
2. Efectos de la IHA sobre el bienestar humano 107
2.1. Efectos sobre el sistema cardiovascular y la salud física 107
2.2. Efectos de la IHA sobre el ejercicio físico 110
2.3. Efectos sobre el bienestar psicológico 112
2.4. Efectos sobre el dolor 115
2.5. Efectos sobre el desempeño escolar 116
2.6. Efectos en la imagen personal y la interacción social 117
2.7. Efectos de la IHA sobre la soledad 119
2.8. Efectos a nivel comunitario 121
2.9. Conclusiones y guías para fundamentar intervenciones asistidas por
122
animales
3. El otro lado de la balanza: efectos de la IHA en los animales no humanos 125
3.1. Efectos reportados sobre el bienestar en animales no humanos 125
3.2. Guías para mejorar el bienestar animal en las interacciones 127

356
Bloque II. Diseño de intervenciones asistidas por animaless 129
5. El valor añadido de las IAA: pertinencia, efectividad y eficiencia 130
1. ¿Qué funciona en las intervenciones asistidas por animales? 131
1.1. Definir una estrategia para el cambio 131
1.2. Eficacia, efectividad y eficiencia de las intervenciones 132
1.3. La validez interna de las intervenciones asistidas por animales 134
1.4. Eligiendo un foco para el análisis 135
2. La evaluación de resultados en intervenciones asistidas por animales 136
2.1. La lógica de la evaluación longitudinal 136
2.2. Diseños de evaluación 138
2.3. Sesgos frecuentes en la evaluación de la efectividad de los
145
programas de IAA
2.4. Algunas reflexiones sobre la evaluación de las IAA 151
3. El encuentro entre interacción humano-animal y los componentes de la
153
intervención
3.1. Oportunidades asociadas a la inclusión de animales 153
3.2. El encaje de estos beneficios sobre enfoques de trabajo preexistentes 154
4. Conclusiones sobre el valor añadido de las IAA 158
6. Diseño y gestión longitudinal de proyectos de IAA 159
1. Diseñar la llegada al centro 160
1.1. La imagen de las IAA 160
1.2. Manejar las expectativas hacia las IAA 161
1.3. Manejo de los temores asociados a las IAA 164
1.4. Requisitos a tener en cuenta antes de ofertar un servicio 166
2. Presentar el proyecto 174
2.1. Establecer un marco de comunicación profesional 175
2.2. Participar en la selección de participantes 175
2.3. Valorar las dificultades... ¡y las fortalezas! 176
2.4. Buscar sinergias con programas del centro 177
2.5. Buscar la implicación comunitaria 177
3. Evolución de un programa 178
3.1. Primeras sesiones 179
3.2. Fase intermedia 181
3.3. Fase final 183
3.4. Una vez hemos acabado 185
4. Guía-resumen sobre la elaboración e implementación de proyectos de

357
IAA 186
7. Diseño de sesiones: roles y contenidos 188
1. Roles profesionales y formatos de trabajo 189
1.1. Roles profesionales 189
1.2. Roles de los voluntarios y personal en prácticas 190
1.3. Roles que no corresponde asumir 192
1.4. Formatos de trabajo 193
1.5. Una reflexión sobre la identidad profesional de los interventores de
197
IAA
2. Roles de los animales 197
2.1. Trabajo con el animal 199
2.2. Trabajo sobre el animal 200
2.3. Trabajo para el animal 201
2.4. Los animales en el plano simbólico 202
2.5. Las funciones que los animales no deben desempeñar 204
3. Marco espacial de la sesión 204
3.1. Acceso a la sala de trabajo 204
3.2. Tamaño y disposición 205
3.3. El equipamiento de la sala 206
4. Manejo de la temporalidad 207
4.1. Secuencia típica de una sesión 207
4.2. Manejo del tiempo y las secuencias para mejorar las sesiones 210
8. Desarrollo de programas de IAA 214
1. Aprovechar la interacción humano-animal como componente 214
1.1. Obtener una mejor relación con los participantes a través de los
215
animales
1.2. Mejorar las expectativas hacia el tratamiento 216
1.3. Incluir animales como apoyo a técnicas reconocibles 217
2. Creación de narrativas para las IAA 218
2.1. La importancia de las narraciones personales 219
2.2. Adaptar la narrativa a la presencia de los animales 221
2.3. Elementos narrativos implicados en el diseño 222
3. Diseño de ejercicios para la sesión 228
3.1. El estado actual de la literatura en torno a ejercicios 228
3.2. Diseñar actividades para cubrir objetivos 230
3.3. Todos para uno, uno para todos 233

358
3.4. Consideraciones adicionales: el error como recurso para el cambio 235
4. Ejemplos prácticos 236
4.1. Programa de alfabetización y animación a la lectura en menores 237
4.2. Programa de facilitación de la interacción social en centros
238
gerontológicos
4.3. Mejora de las habilidades básicas de la vida diaria con animal
239
residente
5. A modo de cierre 240
Bloque III. Buenas prácticas en selección, guía y bienestar animal 241
9. Ética y guía de buenas prácticas en IAA 242
1. Definiciones relevantes para el trato ético 243
1.1. Ética, moral y deontología 245
1.2. Animales y Derecho, una ecuación compleja 245
2. Estándares éticos referidos a los profesionales 246
3. Estándares éticos referidos a la selección y preparación de los animales
247
de intervención
3.1. Buenas prácticas en la selección 248
3.2. Buenas prácticas en la preparación conductual 252
3.3. Buenas prácticas veterinarias y médicas 257
4. Buenas prácticas durante las intervenciones 260
4.1. Tareas de preparación 261
4.2. Recomendaciones durante las sesiones 262
4.3.Propuestas para después de las sesiones 266
5. Algunas reflexiones finales 267
10. Selección e introducción del caballo en intervenciones asistidas 269
1. Elección del caballo como especie 269
1.1. Caballos y rehabilitación física 270
1.2. Participación del caballo en otras intervenciones 271
2. Selección del caballo de intervención 272
2.1. Características físicas del caballo de intervención 272
2.2. Selección comportamental y procedencia del caballo de intervención 276
3. Preparación del individuo 278
3.1. Preparación comportamental 278
3.2. Aspectos físicos 284
4. Conclusiones y reflexión de la autora 288
11. Selección e introducción del perro en intervenciones asistidas 290

359
11. Selección e introducción del perro en intervenciones asistidas 290
1. Métodos de selección canina para las intervenciones asistidas por
291
animales
1.1. Evolución histórica 291
1.2. Evolución de las pruebas de selección para IAA 292
1.3. Revisión de las pruebas de temperamento: qué miden y cómo lo
293
miden
2. Selección del perro para IAA 297
2.1. Algunas orientaciones para crear un protocolo de selección canina 298
2.2. Aspectos extraconductuales 299
2.3. Aspectos conductuales 302
3. Preparación del perro de intervención 303
3.1. Educación 304
3.2. Adiestramiento 306
4. Manejo del perro de IAA 310
4.1. Antes de las sesiones de IAA 311
4.2. Durante las sesiones de IAA 312
4.3. Después de las sesiones de IAA 314
5. A modo de resumen 315
Bibliografía 317
Glosario de términos y abreviaturas 348
1. Términos de utilidad y definiciones de uso 348
2. Algunos consejos de uso 351
2.1. Especificar la intervención realizada 351
2.2. Precaución con la sobredeterminación de las intervenciones 351
2.3. Eliminar las referencias a la especie animal 352
2.4. El uso de los conectores «por» y «con» 352
3. Términos en desuso 353
Créditos 354

360

También podría gustarte