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estrenados y poder así encontrar las maneras de escribir sus segundas obras, o sus
terceras, deben atenerse a una serie de escalas. Cuatro personajes. Una hora y
media de duración. Listo. No mucho más.
Que conste que hablo de Alemania porque es un “modelo” en muchos sentidos: allí
el teatro es una cuestión de Estado; éste opera sobre los asuntos de la cultura, la
financia, la defiende, la ataca y problematiza sobre ella en tanto valor de circulación
ciudadano.
Ahora supongamos que no hablo más de Alemania. Ahora hablo del Abasto. Allí ya
no hay Estado alguno que legitime con sus escalas lo que es correcto, cobrable,
razonable, o soportable. Y sin embargo, el panorama es similar. Pero por otros
motivos. Poco abstractos.
Los teatros programan obras que deben compartir la sala. Tienen que armarse y
desarmarse en cuestión de minutos, minutos que son restados de la dramaturgia
general, lógicamente. Una obra extensa –como las que suelo encarar cuando mis
dramaturgias se crispan y van a para a planetas extraños- tiene problemas bien
concretos: debo buscarme salas que no compartan espectáculos en la misma noche.
Tarea casi imposible en el ámbito independiente. Porque las salas deben asumir
unos costos de luz, gas, teléfono, qué sé yo, que parecen resonar en concordancia
con otras escalas ya prefijadas como convenciones para que la maquinaria total
funcione sin chirridos. Las salas que están semi subsidiadas por estructuras
siempre deficitarias (INT, Proteatro, etc.) deben funcionar casi como rectores
estéticos de lo que será admisible: para afrontar los gastos, habrá que duplicar (o
triplicar) la brevísima, fugaz eficacia de una noche de acción. Dicho esto, se
comprenderá que toda obra que pretenda durar dos horas, o tres, o cuatro, debe
primero rendir una serie de explicaciones. Nunca alcanza con decir: “esta obra salió
así”. O mucho mejor: “esta obra debe ser así para ser esta obra”.
Creemos que podemos discutir en términos técnicos factores tales como atención,
complejidad de la intriga, postergación de las incertidumbres, etc., pero casi
siempre lo que estamos haciendo es explicando que esta obra no va a durar una
hora, y que entonces sus mecanismos de producción entrarán en carriles un poco
perversos. Estarán a contrapelo de esa maquinaria que se armó solita, y que
funciona aceitadamente para obras de una hora.
¿Qué estaba antes? ¿La atención humana dura una hora? ¿O se adaptó a durar lo
mismo que duren las experiencias que rodean a esos humanos?
2. Latitudes
Primera tesis: la duración de una obra es lo que la cultura que la ve nacer pueda
permitirse como tiempo robado (tiempo ocioso) al funcionamiento del capital que
se mueve (muerto y sepultado por Hegel) en sus estructuras más profundas.
3. Órdenes
Vienen a mi memoria unas reflexiones muy elocuentes de Eduardo del Estal acerca
de la poco confiable relación entre poder y escala, entre Orden y Belleza.
Escribe Del Estal:
deberíamos aceptar al menos que el Orden, que se eterniza mediante sus pactos
con el Poder, ha generado otro tipo de narices.
Cuando escribimos -mansamente o no- una obra, cuando filmamos una película,
cuando polemizamos en nuestras ficciones sobre algún tema con total conciencia
de estar presentándonos ante el Orden para rasgarlo salvajemente y entrever qué
hay atrás, ¿somos perfectamente concientes de que tanto los contenidos como las
formas responden a parámetros directamente relacionados con la capacidad de
ocio, de sustracción de utilidad de las operaciones de producción de mercancías,
que esa sociedad y ese orden permiten?
Los estudiosos marxistas que analizan, entre otras cosas muy dispares, las
sucesivas revoluciones tecnológicas que ha sufrido el mundo, y la maquinización
del trabajo humano, manifiestan indignados que –en términos de igualdad
matemática- alcanzaría con que cada adulto en edad activa trabajara 45 minutos
por día para que el mundo produjera sus necesidades básicas y con holgura. Es
decir, que veintitrés horas y cuarto de su vida, le pertenecerían de manera íntima y
privada al trabajador. Podría dedicarlas al ocio, al amor, a la abstracción, al arte, al
Sudoku, al deporte.
¿Cuánto duraría allí –en el mundo socialista- una obra larga?
4. Completitudes
Con el largo de una obra –y fíjense que no pasa exactamente lo mismo en el largo
de una novela o una obra literaria, fuere cual fuere, pensada para ser leída quizás
en un tiempo no mensurable en términos de producción de mercancías/pausa para
vivir/nueva producción de mercancías- ocurre exactamente lo mismo que con la
belleza sistemática. Preguntarse por el largo de una obra es como preguntarse por
su belleza. Si el largo está en relación al largo de otras cosas (el turno de un trabajo,
o la cantidad de obras que un teatro debe hacer por noche con una entrada muy
devaluadita para poder pagar el gas y la luz), la belleza de una obra también es una
instancia horrorosamente relativa. La primera de sus relaciones ocurre con el
Espanto.
Vuelvo a Del Estal, quien lo explica como un verdadero poeta, y con la cabeza muy
fría:
Dentro del devenir del universo, todo fenómeno no puede constituirse sin una
alteridad.
Nada es por sí mismo, nada es autónomo.
La belleza no puede existir, no puede ser percibida sin un fondo que la niegue
y la dinamice.
No hay belleza sin incompletitud, no hay simetría sin rotura.
El desorden, el caos, lo pavoroso es condición de la existencia de lo Bello.
La naturaleza de la belleza es que lo horroroso se presente como una ausencia
que no debe ser develada.
El poder, el vértigo y la esencia de lo Bello consiste en la SUSPENSIÓN DE
UN HORROR PRIMORDIAL.
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5. Centros
quieren. Pero más bien se espera de ellas que haga su trabajo: que produzcan
ficción, que agreguen a la vida ese valor de ocio que cada uno usa para imaginar,
justamente, el resto de las relaciones de su vida productiva.
La nariz de Justiniano es a veces la medida de una obra de factura alemana. O la de
una salita independiente del Abasto, que tiene contados los minutos de diálogo y
los minutos de clavar paneles.
6. Caprichos
Yo suelo hacer lo que se me canta. Esto siempre tiene un costo muy alto. A veces
mis obras me hacen perder no sólo paciencia, sino mucha plata. Que le aproveche
al sistema.
La primera de las explicaciones que debo dar cuando se me entrevista es por qué
hago obras largas. Soy un escritor frondoso, con poco control de imágenes: mis
obras me salen así; de un tiempo a esta parte han dejado de interesarme las obras
lineales, sencillas. Es muy difícil construir una obra compleja (realmente compleja,
no “complicada”, sino compleja) sin tematizar sobre la duración y permanencia de
lo dicho, de lo actuado, de lo visto. Nunca pretendo que las obras se extiendan más
de lo tolerable, pero tampoco sé qué es lo tolerable. He visto “Satantango”, una
película maravillosa del húngaro Béla Tarr, que duraba algo así como 8:40 hs. No
la vi solo. Éramos muchos en el cine, muchos que nos mirábamos con ojos
atravesados durante los tres o cuatro breves intervalos que si hicieron durante su
proyección en el Bafici. Creo que pocos de nosotros podríamos decir de qué se trata
la película. Y al mismo tiempo, lo sorprendente es que es tremendamente concreta.
No hay especulaciones abstractas. Ocurren cosas todo el tiempo. Alguien llega a un
pueblo. Planea algo. Oculta algún objetivo. Algunos lo saben. Otros le temen. Algo.
Alguien. Algunos. Otros. Una trama compleja, un laberinto para la mente, para que
la mente logre saltar a otras categorías de la percepción, categorías que nos
acerquen a esa anteúltima revelación.
¿Se puede acortar esa película? ¿Se puede abreviar esa experiencia?
Tenemos un ejemplo más vernáculo. La fabulosa “Historias Extraordinarias”, de
Mariano Llinás y sus amigos, es una película que –a mi caprichoso gusto- ha hecho
saltar de una vez y para siempre al cine argentino treinta años hacia el futuro. Si
bien es cierto que dura cuatro horas (una medida inédita para el mercado local, y
que obligará a la película a proyectarse en espacios cinéfilos que se puedan permitir
estas operaciones de exageración y despilfarro), lo más singular de la película es su
mecanismo narrativo. La relación entre la historia narrada por las voces en off y lo
que se ve, los cambios de negociación entre esos puntos de vista (el literario y el
visual), el cultivo atento de las emociones más raras (que son también las más
intensas e impredecibles) requerían que esta película durase esas cuatro horas.
¿Qué duda cabe?
¿Es larga? ¿Más larga que qué? ¿Hace saltar la escala? ¿A qué intereses sirve la
escala?
7. Síntesis
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La pesadilla de Hegel
En el teatro (una institución construida en base a varias narices muy distintas pero
muy concretas) todo cambio de escala (sobre todo cuando la escala se agranda)
produce alguna forma de complejidad. Y con suerte, es garantía de extrañamiento.
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8. Ampliaciones
héroes de “Lost” son héroes clásicos, los patrones de belleza siguen siendo
“modelos”) y por otro lado busca –y logra, lo juro- multiplicar exponencialmente
las capacidades narrativas de un medio que sólo parecía diseñado últimamente
para producir Gran Hermano. “Lost” (menudo sacrilegio) expande la literatura. Y
además factura billones. No sé si es una serie popular. No sé cuánta gente puede
seguirla sin perderse. De vez en cuando se ve que ellos tampoco lo saben y tratan de
ceder –entre tanta desmesura y tanta expansión en todas direcciones de la escala- a
las técnicas de resumen Lerú, y tratan de nivelar a sus espectadores. Pero para
cuando se inicie la quinta temporada, es evidente que los que hayamos llegado
hasta allí aceptaremos casi cualquier cosa.
El diálogo con el cine, con la literatura, incluso con la boba televisión no es sólo
necesario, sino inevitable. Pero esto no implica una anulación de la especificidad
del teatro; todo lo contrario. Si lago caracteriza al teatro, y veamos si no su historia,
es su capacidad para rapiñar a todas las otras artes, invitarlas a su cueva andrajosa,
y afanarlas sin compasión. Shakespeare robó la atención de las riñas de gallos;
nosotros podemos robar un poco de tecnología del video, otro poco de las técnicas
narrativas del flashback y el flashforward, y la especificidad del teatro seguirá
intacta: el teatro se juega cuerpo a cuerpo frente a una “polis”, una ciudad, que no
sólo va a “ver”, sino sobre todo a debatir: su presencia es ya una presencia política.
Sus reacciones de adhesión o rechazo, en tanto ocurren a la vista de sus otros
conciudadanos, es una demostración del estado de valores, conocimientos o
ignorancias que un pueblo detenta en un momento dado. En ninguna otra arte
narrativa ocurre con tanta inmediatez como en el teatro. Yo creo que su eficacia
está bien garantizada por más años de los que pronostican los agoreros
tecnologistas.
Rafael Spregelburd
Junio de 2008
Rafael Spregelburd es dramaturgo, actor, director, traductor y docente. Sus obras, muy ligadas a
búsquedas lingüísticas inéditas, son a la vez tan complejas como accesibles. Trabaja asiduamente en
Buenos Aires y para prestigiosas instituciones del mundo: la Schaubühne y el Hebbel-Theater de
Berlín, el Royal Court Theatre y el National Theatre de Londres, el Schauspielfrankfurt, el Centro
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