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Uno de los primeros que define el término “comunicación”, en el siglo III antes de Cristo,
es Aristóteles, el filósofo griego, que definía a la comunicación como un “proceso en el
cual el emisor comunica un discurso a una audiencia en una determinada situación,
generando un efecto específico” (Beltrán, 2007) Bajo esta definición, Aristóteles presenta
un modelo de comunicación donde el centro de la comunicación es el emisor,
considerando que el flujo comunicacional se presenta de forma unilateral, considerando a
la audiencia como pasiva. De esta manera, para Aristóteles, sostiene que la función de la
comunicación consiste en persuadir a la audiencia.
Sin embargo, el modelo de Aristóteles presenta, partiendo desde su definición, una serie
de falencias como, por ejemplo, que dicho concepto no considera la retroalimentación por
ser unidireccional, tampoco considera los fallos o barreras que pueden haber en la
comunicación, y solo es aplicable al momento de hablar en público en condiciones de
nula interacción.
Luego, dando un gran salto cronológico en estas líneas por cuestiones de extensión; en
1928, R.V. Hartley es el primero que define a la comunicación como “transmisión de
información”, aunque luego cambia dicha definición por la de “sucesión sucesiva de
signos o palabras de una lista dada” (Aguado, 2004). Como se nota en dichas
definiciones, no hay consideración de la cuestión del significado de la definición de
información. Al presentarse como una selección sucesiva de signos (Hartley se basó en
las Estadísticas para sus propuestas), la información es relacionada con la frecuencia de
aparición de dichos signos (Aguado, 2004).
Aun cuando Berlo propone a la Fuente, Codificador, Canal, Mensaje y Receptor como
elementos fundamentales de su modelo, también presta importancia al contexto que para
él es el lugar donde se realiza el proceso de comunicación; y a la situación, que es el
momento psicológico y social que impera mientras se desarrolla el proceso de
comunicación. Además, considera los Ruidos o barreras de comunicación y la
retroalimentación. Quizás su falla está en no saber incluir estos últimos dentro de su
modelo o, mejor dicho, cómo se relacionan con los constituyentes fundamentales.
Quizás con Berlo se extiendan más estas líneas, pero es importante destacar que para este
autor “la principal preocupación de la comunicación es el significado”. Siendo que el
mensaje es el único componente común a la fuente y al receptor, entonces la búsqueda de
un sentido para el significado debe partir del análisis del mensaje en sí. Así que la
construcción de significados se da en este proceso de comunicación, incluso desde que el
niño balbucea pues, Berlo citando la obra de Thorndike, señala que el balbuceo llega a
tener significado para el niño toda vez que dicha producción de sonidos parece ser
recompensatoria en sí, al ver que el padre comunica algo en respuesta de ello (Berlo,
1978).
Otras definiciones interesantes incluyen la de Paulo Freire, que la define como una
interacción basada en lo que él mismo denomina como la dialogicidad, lo cual implica un
encuentro entre partes que están a un mismo nivel, con carácter bidireccional,
construyendo significados a partir de esta dialogicidad, donde los interlocutores llegan a
poseer saberes y significados propios.
Como todo sistema, Watzlawick propone que la comunicación es regida por principios
como, por ejemplo, el principio de la totalidad, referido en párrafo anterior (el todo es
mayor que la suma de las partes), el principio de causalidad circular, que refiere a la
sinergia o juego de implicaciones mutuas entre las partes; y el principio de regulación que
propone que todo el proceso se da bajo ciertas reglas o convenciones, permitiendo un
equilibrio en el sistema.
Otro de los aspectos diferenciales de la Teoría de Watzlawick respecto a otras teorías o
concepciones, es la de considerar que todo comportamiento es en sí mismo un mensaje y,
toda vez que se acepta esto como cierto, ya el mensaje no se percibe como una unidad
monofónica, sino más bien como un como un conjunto fluido y multifacético de muchos
modos de conducta: verbal, tonal, postural, contextual, entre otros; los cuales delimitan el
significado (Watzlawick, 2014). Continúa diciendo Watzlawick que “si se acepta que
toda conducta en una situación e interacción tiene un valor de mensaje, es decir, es
comunicación, se deduce que por mucho que uno lo intente, no puede dejar de
comunicar” (Ibid). Tal como el poema del epígrafe, en el que la pareja comunican sin
decir absolutamente nada.
Esto último, es el planteamiento del primero de los cinco axiomas planteados por
Watzlawick, quien, como psicólogo, teórico y filósofo, pudo ver e incluir en su modelo d
comunicación, las formas no verbales, la situación y el contexto, como modeladores de
un mensaje. A través del desarrollo de su teoría, en el marco de sus investigaciones en
Psicoterapia en la Universidad de Palo Alto, concluye que no hay nada contrario al
comportamiento (no existe el “no-comportamiento”), en sus propias palabras: “es
imposible no comportarse”. De forma análoga concluye que no existe la no-
comunicación, por lo tanto “es imposible no comunicarse”.
Ahora bien, estas relaciones pueden mostrar la gradación que los participantes pueden
hacer de las secuencias comunicacionales entre ellos. Mientras que Shannen y Weaver,
así como sus antecesores, presentaron una relación lineal entre emisor y receptor,
Watzlawick, lo presenta como un modelo cíclico en el que cada parte contribuye a la
continuidad (o ampliación, o modulación) del intercambio; es decir, mientras otros
modelos se basan en la propuesta psicológica lineal de estímulo-respuesta, Watzlawick
(2014) lo ve como un ciclo de estímulo-respuesta-refuerzo, denominada por Bateson y
Jackson como la “puntuación de la secuencia de hechos”. De esta manera, se presenta el
tercer axioma que dice que “la naturaleza de una relación depende de la gradación que los
participantes hagan de las secuencias comunicacionales entre ellos”.
Luego, el último axioma, que plantea que “los intercambios comunicacionales pueden ser
tanto simétricos como complementarios, bajo el cual se establece que las relaciones entre
los interactuantes pueden tender hacia la reciprocidad, es decir, se comparten las mismas
conductas o comportamientos comunicacionales; o se tiende a la diferencia, toda vez que
uno de los interactuantes ejerza cierto dominio sobre otro. Claro está que este dominio
como dice Watzlawick(2014) no tiene que ver con bueno/malo o fuerte/débil, sino que es
establecida por un contexto social o cultural (como en los casos de madre e hijo, medico
y paciente, maestro y alumno).