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OBJECCIÓN DE CONCIENCIA
1.1. DILEMA ÉTICO.
Éstas son algunas de las circunstancias en las que la autonomía profesional puede entrar en
colisión con otros valores. En el ámbito médico, no es un problema menor, y se resume en
la siguiente encrucijada ética:
¿Cuáles son las obligaciones profesionales frente a un paciente que solicita un tipo de
atención o de intervención con el cual el profesional no está de acuerdo?
2. MARCO CONCEPTUAL.
7
La expresión objeción de conciencia tiene de por sí un significado genérico e indica la
oposición y la protesta de la conciencia contra una determinada institución o ley. Tal
oposición puede surgir en los campos más disparatados de la vida social y estatal: por
ejemplo, en la oposición de los padres contra determinadas formas de escuela y
determinados principios educativos puestos en marcha en las escuelas, en la oposición de
los médicos y del personal sanitario contra ciertas leyes referentes al aborto, etc…1
Hay que precisar que la objeción de conciencia se ubica dentro del género más amplio del
disentimiento o disenso en el que se ubica también la desobediencia civil. Por ello es
necesario definir primero qué se entiende por disenso para ubicar después la objeción de
conciencia distinguiéndola de la desobediencia civil.
Las fronteras entre desobediencia civil y objeción de conciencia no siempre están claras, sin
embargo podemos señalar con la mayoría de los autores que se distinguen en cuanto que la
primera tiene un carácter más estratégico y político, además de que suele ser colectiva y
generalizada, mientras que la segunda subraya el carácter moral y personal2.
1
GÜNTHOR A., Chiamata e risposta.Una nuova teologia morale III, Torino 1998, pp. 573-574.
2
L. PRIETO SANCHIS, La objeción de conciencia como forma de desobediencia al derecho, pág. 41-62; E.
TREVISI, Coscienza morale e obbedienza civile, Bologna 1992, pág. 268.
8
De manera general la objeción de conciencia representa una forma de disentimiento de
carácter no violento, que se manifiesta en el rechazo individual, por motivos
fundamentalmente de carácter ético y religiosos, de la obediencia externa a una disposición
legislativa. Con la objeción de conciencia se quiere manifestar el consentimiento profundo
a otra ley de mayor rango e ineludible que percibe la conciencia3.
La primera forma de objeción de conciencia que se tipificó y que sirvió de base para la
elaboración posterior de otras formas de objeción de conciencia, fue la objeción de
conciencia al servicio militar, sin embargo, hay elementos de ésta que no son válidos para
otras formas, por ejemplo, la aceptación de una sanción o de un servicio social sustitutorio.
9
también de que una persona para ser honesta y sincera consigo misma y con quienes le
circundan tiene el deber de actuar según su conciencia. Ahora bien el reconocimiento de la
libertad de conciencia implica que sus motivos sean de alguna manera plausibles pues no
basta actuar autónomamente para que la acción deba ser reconocida y permitida. Para
comprender esta afirmación pongamos un caso que puede resultar ilustrativo, a alguien
muy sinceramente se le puede ocurrir que lo bueno y conveniente sea liquidar a quienes
tengan ojos rasgados, por muy sincera que sea su convicción, por muy auténtica y libre que
sea nadie debería permitir que tal sujeto llevara a la práctica tal atrocidad que comporta la
realización de un crimen. De la misma manera el campo de los deseos de los ciudadanos
puede ser prácticamente infinito y urge por ello regularlos en orden al bien común.
Pero ¿Bastará que una determinada conducta esté sancionada legalmente para que sea por
eso mismo lícita desde el punto de vista moral? Es decir ¿Será suficiente con llegar a
consensos de ciertas conductas para que estas sean por eso mismo justas y vinculantes? De
hecho en algunos ambientes se pretende hoy negar el derecho a la objeción de conciencia
justamente apelando a que tal recurso implicaría una conducta antisocial y antidemocrática
ya que pondría en riesgo la convivencia cívica previamente acordada. Para escapar a esta
trampa es necesario apelar a la búsqueda sincera de la verdad objetiva. Sólo así se
comprende entonces que la objeción de conciencia no sea simplemente el reconocimiento
abusivo de un individualismo antisocial y antidemocrático, sino un servicio al bien común
que pretende operar una corrección del derecho cuando este se percibe erróneo, sobre bases
objetivas y por lo mismo vinculantes intrínsecamente tanto para la conciencia como para el
derecho.
3. MARCO JURÍDICO
10
ellos. De manera especial, en la Sentencia C-616 de 1997 la Corte definió los anteriores
asuntos. En cuanto a la libertad de pensamiento, explicó que ella comportaba para su titular
la facultad de adherir o de profesar determinada ideología, filosofía o cosmovisión,
implicando para el individuo el atributo de estar conforme con un determinado sistema
ideológico en torno del mismo hombre, del mundo y de los valores. La libertad de
pensamiento conllevaba, dijo, la libertad de expresión, por lo cual el artículo 20 de la Carta
afirma que “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su
pensamiento...”. En cuanto a la libertad religiosa, la sentencia sostuvo que ella comportaba
no solo el derecho de profesar una creencia o de hacer un acto de fe, sino básicamente la
posibilidad de una relación personal del hombre con Dios, que se traducía en el
seguimiento de un sistema moral y en la práctica de un culto. Por lo tanto, si bien se
relacionaba con la libertad de pensamiento, por cuanto la religión llevaba a adoptar una
determinada cosmovisión, la libertad religiosa contenía un elemento propio que la
diferenciaba claramente de aquella, que era, precisamente, la relación con Dios que
resultaba ser protegida como derecho. Finalmente, refiriéndose a la libertad de conciencia,
la Corte en esta sentencia expresó que en su sentido jurídico y ético por conciencia se
entendía el propio discernimiento sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Es decir, se
trataba de la conciencia moral. Distinguiendo esta libertad con las anteriores, dijo la Corte
que consistía en “la facultad del entendimiento de formular juicios prácticos en relación con
lo que resulta ser una acción correcta frente a una situación concreta que se presenta de
facto”. En otras palabras, “es la facultad de discernir entre lo que resulta ser el bien o el mal
moral, pero en relación con lo que concretamente, en determinada situación, debemos hacer
o no hacer. Por eso se dice que es un conocimiento práctico”. Por consiguiente, “a
diferencia de la libertad de opinión o de la libertad religiosa, la de conciencia se ejerce
siempre de modo individual. En cuanto prerrogativa personal, la conciencia a la que se
refiere la libertad constitucionalmente protegida, es la conciencia subjetiva, o mejor, la
regla subjetiva de moralidad. No se trata pues de la protección abstracta de un sistema
moral determinado, o de una regla objetiva de moralidad”. En este mismo pronunciamiento,
la Corte explicó así la relación que se da entre las libertades de conciencia, religión y
pensamiento: la libertad de conciencia, dijo, “es una consecuencia de las libertades de
religión y de pensamiento; por su parte, las libertades de religión y de pensamiento son
distintas y paralelas entre sí”. Así mismo, explicando la relación entre la libertad de
conciencia, la libertad de pensamiento y la libertad religiosa, la Corte dijo que aunque la
ideología adoptada por una persona, o su religión, podían determinar su conciencia, es
decir, su personal manera de emitir juicios morales prácticos, no por ello la libertad de
conciencia se confundía con las otras dos. Más bien, podía decirse que era un complemento
de las mismas. Pues de hecho, no hacía falta estar inscrito en una religión determinada, ni
11
en un sistema filosófico, humanístico o político, para emitir juicios prácticos en torno de lo
que era correcto o incorrecto, pues las personas ateas, o las agnósticas, igualmente lo
hacían. Entrando a analizar el alcance de estos derechos fundamentales, recordó también la
Corte, en esta ocasión, que las libertades de pensamiento, religión y de conciencia
abarcaban una doble significación: “de una parte implican la autonomía jurídica del
individuo en lo referente al objeto jurídico que amparan, y de otro, conllevan la inmunidad
de coacción con respecto al mismo objeto. Es decir, se reconoce la facultad de auto
determinarse que compete a cada individuo en estos aspectos y también se impide el que el
individuo sea forzado o presionado en torno a ellos”.
Otras sentencias expresan la misma línea anterior; en efecto, de manera uniforme la libertad
de conciencia ha sido entendida por la jurisprudencia como una facultad para auto
determinar la propia conducta en situaciones concretas, en atención a las propias
convicciones; en este sentido pueden consultarse las sentencias T-332 de 2004 y T-409 de
1992. Y en cuanto a la relación existente entre la libertad de conciencia y la libertad
religiosa, en la Sentencia T-026 de 2005 la Corte explicó que la libertad de religión no se
detenía en la asunción de un determinado credo, sino que se extendía a los actos externos
en los que este se manifestaba. Lo anterior, por cuanto “para el creyente la coherencia de su
vida personal con los dogmas y creencias de su religión reviste una importancia medular,
en tanto muchas veces ella determina los proyectos de vida personal”. Si esto era así,
prosiguió el fallo, sería incongruente que el ordenamiento, de una parte, garantizara la
libertad religiosa, y de otra, se negara a proteger las manifestaciones más valiosas de la
experiencia espiritual, como la relativa a la aspiración de coherencia entre lo que profesaba
el creyente y lo que practicaba. Este elemento, que podía pertenecer al núcleo esencial de la
libertad religiosa, definía igualmente una facultad que era central a la libertad de
conciencia.
12
3.3. Supuestos de objeción de conciencia.
13
Puede definirse en términos generales como la negativa a ejecutar o cooperar directa o
indirectamente en la realización de un aborto, negativa motivada por la convicción de que
tal actuación constituye una grave infracción de la ley moral, de las normas deontológicas
o, en el caso del creyente, de la norma religiosa. En aquellos ordenamientos jurídicos en los
que el aborto se encuentra total o parcialmente despenalizada, la práctica del mismo pasa a
formar parte de los deberes derivados de la relación laboral o funcionarial del personal
sanitario y asimilado por la administración sanitaria, por ello, para Escobar Roca, este
modelo de objeción de conciencia quedaría contenido dentro de la objeción laboral.
Tiene como presupuesto fundamental la llamada “conciencia fiscal”, esto es las razones
ideológicas, religiosas y axiológicas que sitúan a la persona ante el deber de abstenerse de
tributar. Se define generalmente como la pretensión del impago de aquella parte de las tasas
o tributos debidos al Estado o a otras organizaciones de Derecho público que corresponden
14
a la financiación de actividades contrarias a la conciencia de determinados contribuyentes,
como pueden ser: los destinados a gastos militares, práctica del aborto en centros públicos,
cuotas por la obligatoria afiliación a la Seguridad Social que vulnera determinados
preceptos religiosos.
Dentro de esta modalidad pueden distinguirse varios supuestos: objeción a emitir el voto
(derecho de sufragio o participación); y, en segundo lugar, objeción a formar parte de una
mesa electoral.
También dentro del ámbito de la objeción de conciencia médica, puede definirse como la
negativa de los profesionales farmacéuticos a dispensar determinados medicamentos por
motivos de conciencia. Se da en algunos supuestos tales como la dispensa de la píldora del
día después.
4. MARCO ANTROPOLÓGICO.
15
4.1. La objeción de conciencia y los derechos humanos
Sin lugar a dudas, nuestra época se encuentra marcada por la idea del reconocimiento de los
derechos humanos, hasta el punto de entrar a formar parte del patrimonio ideal de la vida
política. Ciertamente la idea los derechos humanos es anterior a la época moderna, pero ha
sido sólo hasta 1948 al término de la traumática experiencia de la segunda guerra mundial
cuando solemnemente son proclamados.
Los derechos humanos son los derechos que le pertenecen al hombre en cuanto hombre.
Son derechos que lógicamente son anteriores al Estado. Han nacido y se han extendido en
occidente siguiendo dos líneas teóricas e históricas diferentes: la del derecho natural y la de
la reivindicación de la libertad y seguridad personales de frente al poder absolutista del
Estado. Hacen referencia a las exigencias fundamentales de la persona, originadas en el
mismo ser del hombre, que deben ser reconocidas, valoradas y defendidas jurídicamente.
No se fundamentan en la libertad, menos aún en cierto concepto de libertad que es deudor
de una concepción falaz del ser humano y que la arranca de su profunda vinculación al bien
y a la verdad. La pretensión de radicar los derechos humanos en la libertad individual
entendida como autonomía en el sentido de una soberanía encerrada en sí misma, es lo que
ha conducido a ciertos grupos a pretender la afirmación de ciertos “derechos”, como son los
llamados “derechos reproductivos”, entre los cuales, se incluye el “derecho de abortar”4.
Los derechos humanos se asientan en la dignidad del hombre, que deriva a su vez de la
verdad del ser humano: “Para el futuro de la sociedad y el desarrollo de una sana
democracia, urge, pues, descubrir de nuevo la existencia de valores humanos y morales
esenciales y originarios, que derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y
tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna
mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir, sino que deben sólo
reconocer, respetar y promover”5. Para los cristianos tal dignidad se fundamenta en el
hecho de que la naturaleza humana refleja la “imagen de Dios” y que el hombre está
“llamado” a la comunión con Dios que se inicia con su bautismo en el que es “injertado”
en Cristo.
4
Evangelium vitae: “La tolerancia legal del aborto o de la eutanasia no puede de ningún modo invocar el
respeto de la conciencia de los demás, precisamente porque la sociedad tiene el derecho de protegerse de los
abusos que se pueden dar en nombre de la conciencia y bajo el pretexto de la libertad” (Acta Apostolicae
Sedis 87 (1995), pag. 484.
5
Evangelium vitae No. 71; Acta Apostolicae Sedis 87 (1995), pag. 483.
16
De cara a nuestro tema, nos interesa el derecho a la libertad de conciencia, de pensamiento
y de religión. La objeción de conciencia se inscribe dentro de este derecho que debe ser
reconocido a todo hombre y que implica el reconocimiento de que cada uno tiene derecho a
obrar de acuerdo a las exigencias morales de su conciencia y a no obrar en contra de ella.
Tal derecho es actualmente reconocido entre los derechos humanos que todo Estado está
obligado a proteger. El hito decisivo lo marca el artículo 18 de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos6. A partir de ahí, la necesidad de garantizar esta triple libertad es
reafirmada por todos los documentos internacionales relativos a los derechos humanos,
entre ellos podemos mencionar aquí el Convenio Europeo de Derechos Humanos (1950); el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de las Naciones Unidas (1966); la
Convención Americana de los Derechos Humanos (1969); la Declaración sobre la
Eliminación de todas las Formas de Intolerancia y Discriminación fundadas en la Religión
o en las Convicciones, de las Naciones Unidas (1981)7.
6
“Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye
la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como de la libertad de manifestar su religión o su
creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto
y la observancia”.
7
: J. MARTINEZ TORRON, La protección internacional de la libertad religiosa, en AA.VV., Tratado de
derecho eclesiástico, Pamplona, 1994.
8
J. T. MARTIN DE AGAR, La Iglesia Católica y la objeción de conciencia, en INSTITUTO DE
INVESTIGACIONES JURIDICAS., Objeción de Conciencia, México 1998, pag. 236.
17
libertad, pero tampoco se le podrá decir que su cuestión es irrelevante porque no está
prevista en una ley. En las libertades de pensamiento, conciencia y religión están ya
potencialmente planteadas todas las posibles objeciones de conciencia, llamadas a delinear
la frontera del espacio de autonomía personal y de incompetencia del Estado en que
consisten primariamente tales libertades. Una frontera sinuosa y cambiante, difícil de
establecer de modo definitivo desde postulados teóricos (ciertamente útiles a su nivel
propio), o sobre la rígida base de la ley, y que más bien conviene a la jurisprudencia”9.
La conciencia moral, por su parte, es la consciencia del valor moral o ético de la acción que
se realiza. Esta conciencia implica un juicio en dos momentos, antes de actuar al evaluar
qué es lo que voy a hacer teniendo en cuenta los valores morales implicados y asumiendo
este juicio como norma y, después de la acción al evaluar moralmente lo que se hizo.
Cuando la libertad sigue el juicio de la conciencia anterior a la acción hay coincidencia, en
cambio cuando la libertad no sigue ese juicio hay un contraste.
Ahora bien, el juicio de la conciencia está vinculado a la verdad del valor que mi acción
pretende realizar. Una verdad que no depende únicamente de la percepción o de los deseos
del sujeto que actúa. Está fuera de discusión que se debe seguir siempre un claro dictamen
de la conciencia, o que al menos no se puede ir jamás en contra de él. Pero es cuestión del
todo diversa si el juicio de conciencia, o aquello que uno toma como tal, tenga también
siempre la razón, esto es, si siempre es infalible. Desde el momento en que los juicios de
conciencia se contradicen, entonces existiría solo una verdad del sujeto, que se reduciría a
su sinceridad. Pero el bien moral no puede reducirse a la sinceridad del sujeto. Si se
aceptara esta perspectiva no existiría ninguna verdad al menos en el ámbito moral y los
juicios de la conciencia podrían ser contradictorios e igualmente válidos, así el sujeto
quedaría aislado sin ninguna ventana o puerta que lo condujese a la verdadera comunión
con los hombres. Pero no es esta la realidad de las cosas, el juicio de conciencia debe apelar
9
Ibid., pag. 529.
18
a los fundamentos verdaderos y propios del sujeto que es lo que determina la verdad del
valor moral. Esta verdad objetiva, que es una verdad ontológica vincula a la razón y vincula
a la conciencia.
Llegados a este punto hay que recordar que el conocimiento moral tiene una especificidad
cuyas conclusiones no derivan sólo de un razonamiento o de un conocimiento. En este
ámbito, el que una cosa sea reconocida o no, depende siempre de la voluntad que permite o
impide tal reconocimiento. Ahora bien, tanto el juicio antecedente, como la elección y la
decisión de una acción específica en un contexto particular, están sostenidos por
determinadas disposiciones del sujeto, que son cualidades habituales en él y que
tradicionalmente se han llamado virtudes. Estas capacitan al sujeto que actúa para
reconocer la acción excelente que realiza la verdad y el bien.
El proceso que acabamos de describir puede ser identificado como una “búsqueda” pues
efectivamente, en relación con el conocimiento práctico, como hemos señalado, la razón se
encuentra de modo intuitivo con una ley que el hombre no se dicta a sí mismo y a la cual
debe obedecer: Practicar el bien y evitar el mal. A partir de este principio ella asume el
compromiso de buscar la verdad moral, vinculada a un camino discursivo que le permite
descubrir las condiciones del actuar el bien, plasmadas en normas objetivas a las que, si
19
quiere conseguir el bien, debe obedecer. Esto ocurre en el marco del encuentro del hombre
con Dios en la conciencia10.
Así pues, la conciencia tiene un compromiso radical, primordial e ineludible con el bien,
que tiene, lógicamente, razón de fin al que el hombre debe ordenar sus acciones. Como
consecuencia de este compromiso radical la conciencia está vinculada con la ley mediante
la cual Dios instruye sobre los comportamientos adecuados en orden al bien y por tanto al
fin. Este compromiso con la ley aunque derivado del compromiso con el bien, tiene un
carácter absoluto e ineludible en la medida en que las leyes divinas, nos instruyen sin
posibilidad de error, sobre los comportamientos adecuados en orden al bien. Así resulta
que el juicio práctico sobre la moralidad de una acción es fruto de un diálogo con Dios,
cuya voz se deja oír en la ley a la que el hombre, empeñado como está en recorrer el
camino que conduce al bien, responde con libertad responsable y con gratitud gozosa.
Pero aún siendo verdadera la ley moral no siempre es fácil que sea recogida en las leyes
humanas y muchas veces incluso puede haber distorsiones en la percepción o en la
formulación de la misma. De ahí que pueda surgir el conflicto de conciencia. Así se
comprende por qué no debería existir conflicto cuando la norma moral es objetiva y
verdadera y la conciencia recta y verdadera también. El conflicto aparece cuando la ley
civil contradice la ley moral verdadera y la objeción de conciencia opera entonces como un
servicio profético de denuncia y de servicio al bien común señalando que en ese aspecto la
ley civil es injusta y debería ser corregida.
20
Tanto la experiencia como la revelación cristiana, nos hacen descubrir al hombre como un
ser de naturaleza social. Este dato es significativo, pues si se retiene que el hombre es un
ser atomizado, aislado en sí mismo, entonces la sociedad sería algo extrínseco a él, algo
opcional, cuyo único significado sería el de ser un medio para garantizar su propia
individualidad y limitar dentro de márgenes tolerables el irreducible conflicto que está a la
base de la vida social11. La sociedad sería entonces, tan solo una invención humana, un
hecho extrínseco a la persona, un contrato convencional y la legalidad no sería otra cosa
que la regla disciplinar de la vida social, sin más fundamento que el consenso de los
contratantes. Pero, si como hemos señalado arriba, con toda la tradición cristiana y con la
experiencia humana como base, se retiene que el hombre es un ser de naturaleza social,
entonces la sociabilidad es una dimensión constitutiva de la persona y la vida en sociedad
es la expresión plena de esta dimensión, como modalidad propia y específica de su
realización. La sociedad, se entiende entonces como una comunidad de personas en la que
mediante el respeto de los derechos de cada uno y el cumplimiento de los correlativos
deberes, se busca promover el pleno desarrollo de la persona y la construcción del bien
común12. Ella y el Estado tienen, por tanto, su fundamento en la naturaleza humana y la
legalidad tiene que ver no sólo con el consenso social, sino sobre todo con la verdad de la
persona, con su naturaleza y vocación social, al servicio de la cual se pone.
Debido a diversos factores entre los cuales se sitúa la corrupción y la ausencia de fines
verdaderamente comunes a causa del pluralismo, hoy se verifica lo que algunos llaman
“crisis de legalidad”, es decir, la gente no percibe el compromiso de la ley civil con la ley
moral y su vinculación con la conciencia. Se ha llegado al extremo de pensar que la moral
11
A este respecto puede verse el estudio sintético sobre el origen y desarrollo del Estado moderno y de las
propuestas actuales de justicia social en G. CHALMETA, Etica especial. El orden ideal de la vida buena,
Pamplona 1996, pp. 153-215.
12
Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 25.
21
tiene poco o nada que ver con la legislación e incluso que si se hiciera caso a los valores
morales se perturbaría la pacífica convivencia. Se piensa que la democracia debería estar
fundada en el relativismo y ante la ausencia de un debate auténtico sobre los valores, es
frecuente que se pretenda imponer “legalmente” mediante equilibrios de poder y
manipulación mediática, conductas inaceptables desde el punto de vista moral.
En este contexto hay que recordar que las personas tienen derecho a no renunciar a su
propia identidad, ni pueden olvidar su compromiso en la búsqueda de la verdad moral y del
bien y esto concretamente de frente a la legislación civil. Es aquí donde se inscribe el deber
y el derecho a la objeción de conciencia, pues si bien es verdad que la ley civil cuando es
respetuosa de su fundamento en la verdad moral, es vinculante para la conciencia y muestra
el camino del bien, también es verdad que la ley civil tiene un ámbito más restringido que
el de la ley moral y como se ha señalado ya, puede prescribir conductas injustas ante las
cuales el juicio de conciencia debe oponerse. Intentemos profundizar un poco esta idea.
La ley debería buscar el bien común, entendido no como el bien de la mayoría, sino como
la búsqueda de las condiciones mediante las cuales cada persona pueda realizar su propio
ser y su propia vida. Por esto la ley no es constitutiva de la ética ni debe imponer su propia
eticidad, sino que debe ser respetuosa y capaz de crear las condiciones para la realización
de las personas. En la definición del bien común la ley deberá frecuentemente pedir
sacrificios incluso en el ejercicio de las libertades de cada uno en particular, dentro de
ciertos límites; y deberá permitir también algunas cosas que en sí podrían ser consideradas
por algunos como no buenas para evitar mayores males. Por eso decimos que la ley civil
tiene un ámbito más restringido y no siempre puede coincidir, aún en el mejor de los casos,
totalmente con la ley moral. No puede evitar siempre cualquier mal y cualquier abuso en el
ejercicio de las libertades personales. Debería eso sí, crear las condiciones objetivas para la
eticidad de cada uno, para la realización de cada una de las personas y aquí encuentra
también espacio la objeción de conciencia, dentro del derecho a la libertad de conciencia,
pensamiento y religión.
Ahora bien, antes dijimos que hay unos límites que la ley no debería jamás brincar para
garantizar el bien de las personas y el bien común. Estos límites son las garantías de
constitucionalidad y de legitimidad, y es indudable que entre ellos se encuentra el respeto
de la vida de todos los ciudadanos, especialmente la tutela y defensa de los más débiles e
indefensos. La ley no puede tampoco imponer a nadie el quitar la vida a otras personas. De
ahí que cuando la ley por las razones que sean llegase a prescribir conductas como las
señaladas que claramente están en contraste con el bien común, la conciencia individual
22
deberá oponerse a ella mediante la objeción de conciencia, ofreciendo con ello un
importante servicio al bien común.
Podemos decir que el Magisterio de la Iglesia se ha interesado en esta figura hasta tiempos
muy recientes, primero para señalar el derecho a oponerse al servicio militar, sobretodo en
el contexto de la guerra moderna considerada inhumana y cuestionada frecuentemente su
licitud por el enorme potencial destructivo del armamento actual y, más tarde para señalar
el deber de los católicos a oponerse mediante ella a determinadas disposiciones legales que
convierten en un deber profesional algunas prácticas médicas o jurídicas como es la
práctica del aborto, la esterilización voluntaria y directa, la clonación o la celebración del
reconocimiento de las uniones homosexuales, entre otras.
Con relación al primer aspecto, se puede citar a manera de ejemplo el siguiente texto de la
declaración del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa: “en materia religiosa ni se
obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en
privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos”13.
13
Dignitatis humanae, n. 2; Enchiridium Vaticanum, I, pag. 1045
23
El segundo aspecto relacionado con el modo de obrar en una situación de contraste entre la
norma humana y la ley civil, es retomado continuamente, por ejemplo por Juan Pablo II con
referencia al tema del aborto: “No existe disposición humana que pueda legitimar una
acción intrínsecamente inicua, ni tanto menos obligar a quien sea a consentirla. En efecto,
la ley, retoma su valor vinculante de la función que ella en fidelidad a la ley divina cumple
al servicio del bien común, y esto a su vez, es tal, en la medida en que promueve el
bienestar de la persona. Por lo tanto, de frente a una ley que se ponga directamente en
contraste con el bien de la persona, que reniegue incluso de la persona en sí misma,
suprimiendo su derecho a vivir, el cristiano acordándose de las palabras del Apóstol San
Pedro en presencia del Sanedrín: ‘Es necesario obedecer a Dios en lugar de los hombres’,
no puede sino oponer su civilizado pero firme rechazo”.
Santo Tomás de Aquino en la Summa trató este argumento: Las leyes injustas pueden serlo
por dos razones: Primera, porque, se oponen al bien humano, tales leyes son más bien
violencias, porque, como dice San Agustín: la ley, si no es justa, no parece que sea ley, por
eso tales leyes no obligan en el foro de la conciencia, si no es para evitar el escándalo y el
desorden; por cuya causa el hombre debe ceder de su propio derecho, segunda, por ser
opuestas al bien divino; por ejemplo, las leyes de los tiranos que obligan a la idolatría o a
cualquier cosa contraria a la ley divina. Nunca es lícito observar estas leyes, porque es
necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”.
15
“Insuper aequum videtur ut legges humaniter provideant pro causa illorum qui ex motivo conscientiae arma
adhibere recusant, dum tamen aliam formam communitati hominum serviendi acceptant.” N. 79, en
Enchiridion Vaticanum I, 1595.
24
contradicen a la moral. Porque conforme al inalienable derecho del hombre al matrimonio y
a la procreación, la decisión sobre el número de hijos depende del recto juicio de los padres
y de ningún modo puede someterse al criterio de la autoridad pública” 16. Para este
documento, son dos los sectores del obrar humano que se presentan problemáticos y que lo
inducen a hablar de una decidida toma de posición en contra de la norma y de la autoridad
civil: De una parte la reflexión sobre la inhumanidad de la guerra,
16
No. 87, en Ibid., 1627.
17
Enchiridion Vaticanum I, 1594.
25
persona humana”18. Este texto como se ve, si bien no hace una alusión explícita a la
objeción de conciencia, indudablemente tiene como intención promoverla.
En intervenciones más recientes tanto el Cardenal López Trujillo, presidente del Pontificio
Consejo para la Familia como la Conferencia Episcopal Española se han referido al derecho
y a la obligación de la objeción de conciencia frente al reconocimiento civil de las uniones
homosexuales, mal llamado “matrimonio de homosexuales”, pues no constituye en modo
alguno verdadero matrimonio.
18
Acta Apostolicae Sedis 66 (1974) 744, nn. 22 y 24.
19
Ibíd., 80 (1988) 100.
20
Cfr. Ai giovani venuti a Roma per il Giubileo, 14 de abril de 1984, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II,
VIII, 1, pag. 1022; Discurso This evening, durante la vigilia de oración para la Jornada Mundial de la
Juventud en Denver (14-VIII-1993) en Acta Apostolicae Sedis 86 (1994) 420.
21
“Acta Apostolicae Sedis” 87 (1995) 486, n.73: “Así pues, el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna
ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia,
sino que, por el contrario, imponen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de
conciencia”.; n. 74: “Quien recurre a la objeción de conciencia debe estar a salvo no solo de sanciones
penales, sino también de cualquier daño en el plano legal, disciplinar, económico y profesional”.
26
La Conferencia Episcopal Mexicana por su parte se ha referido a ella repetidas veces en
tiempos recientes. Así por ejemplo en la Instrucción Pastoral “Del encuentro con Jesucristo
a la solidaridad con todos”, en el número 301 pide el reconocimiento de este derecho y
vuelve sobre el tema, esta vez para recordar la obligación a oponerse a colaborar con las
prácticas de clonación humana y de investigación con células madre provenientes de
embriones humanos, en el documento “Orientaciones pastorales acerca de la clonación
humana”. Más recientemente ante los intentos de legislar a favor de la práctica de la
eutanasia y frente a la introducción de la Anticoncepción Hormonal Oral de Emergencia,
conocida también como “Píldora del día después”, ha vuelto a recordar esta obligación de
coherencia cristiana.
27