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El hombre conduce pero la mujer no es una marioneta

Lidia Ferrari

Existen ideas sobre el tango que, a veces, sin ser explícitas, tienen
consecuencias sobre la forma en que se lo baila. Como en el tango el hombre es
quien toma a su cargo la conducción de la danza (dirección, figuras, etc.) se
tiende a ver esto de forma mecánica. Determinada marca es un estímulo que
forma parte de un arco reflejo, es decir: tal estímulo produce determinada
respuesta automática. Efectivamente, la marca del hombre condiciona lo que
hace la mujer. Si bien es ley en el tango que el hombre conduce esto no quiere
decir que la mujer sea una marioneta, pues se borraría la producción conjunta del
baile y sobre todo la emoción que hay en ella. Si uno es guiado por este
mecanicismo (aún sin darse cuenta) en la forma de considerar la marca del
hombre y la respuesta a ella se pueden registrar varias consecuencias.

Se puede notar en los comienzos del aprendizaje, tanto en el hombre


como en la mujer que, efectivamente, muchos se forman esta idea de la
conducción. Vemos entonces que los hombres realizan marcas mecánicas y
desarticuladas y las mujeres responden en forma inmediata o en forma resistida,
pero sin considerar lo que ellas pueden hacer en esa respuesta. Se tiende a
recortar muy esquemáticamente los signos de las marcas. La mano que marca en
la espalda y los brazos parecen desarticulados del resto del cuerpo. Se separa la
marca de toda la intención corporal de hacia donde quiere ir el hombre o qué
figura quiere hacer. Esto tiene consecuencias negativas sobre la forma de marcar
y conducir. Exageran la marca más de lo conveniente, como si el movimiento de
una mano debiera ser muy notorio para obtener la respuesta deseada. En la mujer
es posible observar esto en que el paso cae, como si la mujer no se tomara el
tiempo o la intención, y como si no pudiera sostener su cuerpo al margen del
hombre o como si el paso no lo hiciera ella.

Quizá convendría transformar la idea de esquema estímulo-respuesta por


la de un engranaje, donde la acción del hombre (todo su cuerpo, su sensibilidad y
su intención) conduce a que la mujer también produzca acciones (con todo su
cuerpo, su sensibilidad y su intención) que a su vez encadenan en las acciones del
hombre y así sucesivamente, siendo muy difícil aislar absolutamente la acción del
uno de la del otro.
Me interesa referirme a la parte del baile de la mujer pues aunque siempre
se diga que es mucho más sencilla que la del hombre (y esto es cierto) sin
embargo debe emprender una ardua tarea. Debe por un lado afinar su
sensibilidad para reconocer la intención del hombre y, al mismo tiempo,
responder con su seguridad, su consistencia en los pasos y su tiempo de baile. Un
delicado equilibrio que articula su necesaria y sutil disponibilidad a responder a la
conducción del hombre y su firmeza, seguridad y destreza en la danza.

Entonces, aunque el trabajo de convertirse en una buena bailarina implique


una tarea menos compleja que la del hombre no debe descuidarse la dificultad
que supone la delicada tarea de articular su disponibilidad a la conducción del
hombre con la firmeza de su baile. Y esto puede presentar problemas, si se
exacerban algunos de esos términos.

Si se exacerba la disponibilidad puede llegar a responder


automáticamente a la marca. Frecuentemente la mujer, en sus comienzos,
responde automáticamente. El paso se hace breve, poco consistente, como si
cayera. El efecto es que la mujer es arrastrada, zamarreada y hasta pierde el
equilibrio. Es un "flan" que no baila, sino que es bailada. Ella responde
automáticamente a la marca y no le da su volumen, su distancia y su estilo a los
pasos.

Si ella inclina la balanza del lado de la firmeza quizá no pueda bailar en


compañía y sensiblemente. Al sustraerse a la entrega al baile y al que la conduce,
quizá parezca que baila sola, como soslayando el engranaje del que forma parte.
En el engranaje las dos piezas deben ajustarse, coincidir, encontrarse, dialogar, al
fin de cuentas no es una maquinaria (aunque a veces lo parezca) sino un diálogo
de sensibilidades.

Una de las características del baile de la mujer está en sus adornos pero,
sobre todo, en su maestría para saber seguir al hombre y bailar con su estilo.

Cuando una buena bailarina responde muy bien a la marca, puede bailar
con cada hombre imponiendo su propio estilo y al mismo tiempo en
correspondencia con el estilo de baile del hombre. Esto puede parecer a los ojos
de los demás como que la mujer ya sabe lo que va a hacer el hombre. La marca o
la conducción masculina no se nota.

Parece que ya supiera qué es lo que va a hacer. Su respuesta es inmediata


pero muy consistente. No se nota que está dejándose llevar y que es
absolutamente sensible y dispuesta a la conducción masculina. Se advierte su
presencia por su estilo, porque hace fácil esa dificultad de entender y percibir la
marca del hombre y logra incluir su estilo, sus firuletes, sus adornos, su baile.

Artículo publicado en la Revista B.A.Tango, Año IV, Número 89, diciembre de


1998, Buenos Aires

Lifer07@hotmail.com

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