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El sol rascando el ventanal, pidiendo entrar.

Su luz oscura de calidez baña el escritorio, la


alfombra, las sillas, las siluetas de nuestros cuerpos. Casi como el swing de un piano de
jazz mientras se toma, uno, un café por la tarde en el porche. Casi el mismo sentimiento
acogedor de confort primaveral, aunque se esté en invierno, en otoño o en verano. Esas
sensaciones que tenemos, como quien dice, para escapar de la realidad por unos
momentos; para abrazarse a uno mismo, mientras la negrura de la rutina se va diluyendo,
poco a poco, en el mar de nuestras mentes. Mientras el silencio suena de fondo, el ruido de
hojas leídas interrumpe el poco ruido sonoro que el ritmo tibio de nuestras respiraciones se
olvida dentro del cuarto. Un bloc de notas improvisado, de tapa infantil incluso, el increpado;
allí donde duermen algunos de los poemas más vergonzosos que alguna vez parí. Ella los
lee sin apuro, mientras, de reojo, me mira cada vez que termina de leer un verso. Yo,
entretanto, actúo de distraído, mirando al vacío de la tele apagada, el sondeo muerto de las
perchas colgadas, o quizá a un punto neutro entre todo; con la excusa, por si ella
preguntase, de estar calculando en cuánto estaría hirviendo el agua para ese café que me
sirvió de pretexto. Aunque en realidad estoy mirando cada parte diminuta de su rostro;
mirando, incluso, hasta la sombra del perfume que se puso para venir. Sus labios
climatizados a la primavera, color sangre; sus mejillas enrojecidas como de amor, por el frío
seco de afuera; sus ojos castaños, brillosos, tan hermosos que parecen el centro de su
alma, y entrecerrados, como acompañando la sonrisa tímida que tiene tatuada a instinto en
la boca. Las ganas de morirme en ella sobran, pero el valor para siquiera intentar sospechar
cualquier cosa que pudiese sentir por mí, en lo absoluto. Héroe nunca; cobarde vivo, al
menos.
El sol rasca el ventanal, pide entrar
Su luz oscura de calidez mancha el cuarto
y nuestras siluetas
Ahí adentro,
primaveral como el swing de un piano jazz;
con el invierno crudo afuera

Mira los poemas


que parí en el miedo de mi cuaderno
Mirándome de reojo, entre cada verso
O al menos
eso quiere pensar mi cabeza

Me hago el distraído mirando al vacío


aunque en realidad estoy mirándola a ella
A ella y hasta a la sombra del perfume que se puso
Sus labios color sangre, climatizados a primavera;
Sus mejillas enrojecidas como de amor, del frío de afuera
Sus ojos castaños, que provocan;
tan hermosos que parecen el centro de su alma,
y entrecerrados, acompañando la sonrisa de vergüenza
que tiene tatuada a instinto en la boca

Mientras tanto, el agua para el café se me pasa


Así como se me pasa la vida
especulando qué hacer con ella
No me gusta jugar con mi destino de cobarde sano
a ser un héroe lleno de heridas
Da muchos problemas
Es que tengo poca labia y mucha letra

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