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EUROPA
Hasta ahora, la segunda ola del coronavirus en Europa había mostrado una cara
mucho más amable que la primera, con infectados más jóvenes, menos
hospitalizados y menos muertos, lo que invitaba a creer que lo peor había quedado
atrás. Un espejismo. Los expertos advierten que las señales de alarma están ahí y
auguran que el continente puede estar a las puertas de un otoño aún más difícil que
la primavera pasada.
El avance del coronavirus en Europa es hoy más rápido de lo que lo fue en China
en su peor momento. Si hace un mes se discutía sobre restringir el tránsito de
personas procedentes del país asiático, hoy es China la que teme que los
extranjeros vuelvan a introducir un virus que el jueves tan solo provocó 15 nuevos
casos. Ese mismo día, en Europa, con la mitad de población, superaba de largo
los 4.000.
Ghebreyesus puso como ejemplo a China, Japón y Singapur como ejemplo de que
si se actúa de forma “agresiva" realizando las pruebas y trazando los contactos, en
combinación con las medidas de distanciamiento social y movilización de la
comunidad, “se puede prevenir la Covid-19 y salvar vidas”.
CONCEPTOS POLÍTICOS
En primer lugar, esta crisis que se inició en Wuhan golpeó muy fuerte a la
economía china y, diría, a la propia credibilidad de los políticos chinos y sus
políticas. La crisis también reveló las debilidades del sistema chino. No olvidemos
que el virus nació debido a la fragilidad del sistema sanitario y alimentario de
China: el coronavirus nació en esos mercados que no responden a las reglas
elementales de higiene. Fue la base de su propagación. La credibilidad china se
vio disminuida debido a esta fragilidad sanitaria. Al mismo tiempo, hay una
paradoja: China ingresó antes que nadie en esta crisis, pero también salió de ella
antes que los demás y de forma eficaz. No estoy seguro de que Europa tenga la
misma capacidad de reacción que China. Salvo si, por desgracia, China conoce
una segunda ola de contaminación, es muy probable que esté de pie cuando
Estados Unidos y los países de Europa sigan de rodillas. China está tratando de
probarlo enviando médicos y equipos y ofreciendo ayuda a los países que están
en plena tormenta. Esto puede significar que cuando nosotros continuemos
peleando contra el virus China se habrá levantado y tendrá, entonces, una ventaja
frente a las viejas potencias.
Si se observan los Estados europeos, todos tienen un sistema político
descompuesto. En Francia no hay más partidos políticos, en Alemania la
socialdemocracia no cesa de debilitarse mientras que los demócrata-cristianos de
la canciller Angela Merkel están sumidos en una crisis, en Italia la democracia
cristiana y el Partido Comunista desaparecieron, e incluso en Gran Bretaña el
sistema partidario que antaño estaba tan bien estructurado ya no existe más.
Estamos en plena recomposición política. La versión optimista quiere que esta
recomposición política desemboque en el nacimiento de partidos con capacidades
de llevar las riendas de la globalización. De hecho, actualmente, ningún partido
político sabe qué es la globalización. Tal vez advenga un keynesianismo político.
Por el contrario, el horizonte negativo sería que esa recomposición no se lleve a
cabo.
La pandemia intervino en un contexto doble que no se debe olvidar. El primero es
el ascenso vertiginoso del neonacionalismo en diferentes latitudes: en Estados
Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Europa e incluso en los países del Sur. Ese
nacionalismo lleva a los dirigentes en el poder a promover o halagar a las
opiniones públicas fomentando la ilusión de una respuesta nacional o de
protección frente a los peligros. Ello agrava la situación porque esta tentación
demagógica viene a complicar la gestión multilateral de esta crisis. El segundo
contexto remite a que recién salimos de un año 2019 absolutamente excepcional.
2019 fue el año en que se dieron una multitud de movimientos sociales a través
del mundo: América Latina, Europa, Asia, África, Oriente Medio. Estos
movimientos sociales reclamaban lo mismo: un cambio de políticas. Las revueltas
sociales denunciaban el neoliberalismo y la debilidad de la respuesta de los
Estados y, también, de las instituciones y de las estructuras políticas. Hoy, para
los Estados, la gran dificultad se sitúa en el hecho de que tratan de responder a
corto plazo y con un perfil nacionalista mientras que, al mismo tiempo, cuentan
con muy poca legitimidad en el seno de sus sociedades. La consecuencia de este
esquema han sido las dudas, los tanteos y la ineficacia demostrada por los
gobiernos. Una situación semejante obligará a cambiar la gramática de los
gobiernos.