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26/3/2017 Transferencia, ¿amor?

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» Introducción al Psicoanálisis 24/02/2004‐ Por Luis César Sanfelippo ‐ Realizar Consulta

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» Psicoanálisis <> Ley

» Educación Propongo no creerle a Freud, sino, con Lacan, cuestionarlo (en su doble
acepción). ¿Principiante? Tal vez, pero advertido en todo caso, o al
» Arte y Psicoanálisis menos en éste, de los obstáculos que la transferencia conlleva.
Propongo, en fin, separar lo que parece constituir una serie, a saber:
» Cine y Psicoanálisis las condiciones de amor y las pulsiones.
» Psicoanálisis<>Filosofía

» Psicoanálisis y Ciencias

» Lecturas
 
» Literatura Acaso todo principiante en el psicoanálisis tema al comienzo las dificultades
que le deparará la interpretación de las ocurrencias del paciente (...). Pero
» Historia Viva pronto aprenderá a tenerlas en poco y a convencerse,  en cambio, de que las
únicas realmente serias son aquellas con las que se tropieza en el manejo de
» Coleccionables la transferencia.”

» Subjetividad y Medios                                      


[1]
» Audio y Video                                            (Freud, 1915)
 
» Agenda de Eventos (...)  Todo  ser  humano,  por  efecto  conjugado  de  sus
disposiciones  innatas  y  de  los  influjos  que  recibe  en  su
» Noticias infancia,  adquiere  una  especificidad  determinada  para  el
ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de
» I Congreso elSigma
 
amor que establecerá y las pulsiones que satisfará (...). Esto
da por resultado, digamos así, un clisé (...) que se repite.”
Actividades Destacadas
  Institución Fernando Ulloa
Escuela de Psicoanálisis del
[2] Posgrados en Psicoanálisis con
Borda
                                           (Freud, 1912) Practica Clínica bonificada
PROGRAMA DE INTRODUCCIÓN AL
  PSICOANÁLISIS 2017 ­ 2018
          Propongo  no  creerle  a  Freud,  sino,  con  Lacan,  cuestionarlo  (en  su  doble  acepción). Leer más
¿Principiante? Tal vez, pero advertido en todo caso, o al menos en éste, de los obstáculos que la Leer más
transferencia  conlleva.  Propongo,  en  fin,  separar  lo  que  parece  constituir  una  serie,  a  saber:  las
condiciones de amor y las pulsiones. Realizar consulta
          ¿De  que  se  trata  en  el  “amor  de  transferencia”?  Las  condiciones  de  amor,  en  tanto  éste  es Realizar consulta
esencialmente  narcisista,  remiten  a  los  rasgos  significantes  que  lo  determinan.  Así,  desde  un
rasgo  Ideal,  situado  en  el  Otro,  se  sostiene  un  campo  donde  el  analizante  intenta  proponerse
como  objeto  amable  a  los  ojos  de  quien  lo  escucha.  El  amor  aparece  entonces  como  un  efecto
(engañoso) de transferencia.
     Pero no basta con esto para situar lo que en un análisis se presenta como “la puesta en acto « »
[3]
de  la  realidad  —sexual—  del  inconsciente. ”  Cito  a  Lacan:  “Estamos  seguros  de  que  la
sexualidad está presente en acción en la transferencia únicamente porque en ciertos momentos se
muestra  al  descubierto  como  amor  (...).  A  esto  se  opone  con  todas  sus  letras  el  texto  de  Freud
[4]
que  tiene  por  objeto  las  pulsiones  y  sus  vicisitudes  (...)” .       Opongamos,  pues,  Freud  contra
Freud para poder situar aquello que en la pulsión no permite reducirla a su reversión significante,
vale decir, el vaivén que estructura su trayecto alrededor del objeto.
     A partir de esta diferencia, con lo que ésta implica en cuanto a la posición del analista y las
operaciones  que  habrá  de  sostener,  se  intentará  abordar  el  siguiente  caso.  Pero...  ¿cómo
transmitir  algo  de  la  experiencia?  ¿qué  significa  que  el  analista  habrá  de  sostener  ciertas
operaciones? Interrogante doble que remite a la propuesta inicial. La creencia, como el amor, se
sostiene  en  ideales,  los  de  la  masa  analítica,  que  a  su  vez  atraviesan  los  modos  habituales  de
enseñar  psicoanálisis.  La  transmisión,  en  cambio,  es  lo  que  má(s)tematiza  Lacan  al  final  de  su
enseñanza.  Este  texto  no  escrito  no  pretende  enseñar  ni  transmitir:  tan  sólo  poder  ubicar  los
obstáculos que aparecieron en un tratamiento y las razones de su desenlace.
 
Una madre y un hijo: la angustia
 
[5]
     Silvia  llegó a los consultorios externos de un hospital público cargando entre sus brazos a
su  niño  de  5  años.  Cualquier  intento  de  comenzar  a  hablar,  si  lo  había,  se  vio  obstaculizado de
[6]
entrada  por  los  reclamos  del  pequeño .  Decidí  detenerla  y  solicitarle  que  regresara  sola,  la Del mismo autor
semana  siguiente.  Relató  entonces  que  había  consultado  a  otros  tres  psicólogos  desde  el
fallecimiento de su madre, algunos años atrás. La presencia de ésta había sido suplantada por el
» ¿Por qué no lo dice?... Silencios y
retorno  constante  de  lo  que  denominaba,  modernamente,  “ataques  de  pánico”,  suspendidos dichos sobre la sexualidad y la histeria
únicamente  durante  su  embarazo  y  los  primeros  meses  de  vida  de  su  hijo.  El  primero  de  ellos (1885-1896)
repetía  todos  los  detalles  de  la  escena  de  esa  muerte  inesperada:  presa  de  un  A.C.V., la miraba
fijo y sin hablar. “Aún me hace falta —agregó Silvia—. Desde entonces no tengo nadie que pueda » Dos críticas a los supuestos de las
mirar a mi hijo.” Además, hizo referencia a un cuadro con la foto de su madre, frente al cual no versiones canónicas sobre la teoría de
podía  pasar  sin  sentirse  mirada  y  presa  del  miedo.  Me  atreví  a  puntuar  la  insistencia  de  las
miradas.  La  paciente  respondió  asociando  con  un  sueño  en  el  que  los  ojos  maternos  habían la seducción
provocado su despertar. » Palabras desnudas

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          En  la  siguiente  entrevista,  mencionó  por  primera  vez  el  método  que  había  encontrado  para » Las vías traumáticas, o la
evitar el encuentro con un hombre, su marido, por quien actualmente no tenía ningún deseo: cada
uno  en  su  lugar,  el  hijo  en  su  cama  y  el  padre...  en  la  del  niño.  Pero  la  mayoría  de  sus  frases construcción de la víctima
aludían aún a su madre: “se murió y me morí”, “yo era la nena de la casa”, “no sé como llenar esa contemporánea.
falta”,  “sólo  quedé  embarazada  tras  su  muerte”,  “cuando  nos  peleábamos,  ella  no  me  hablaba.”
Atino a agregar: “como en su muerte”. Tras segundos de esfuerzo, de su boca afónica se escuchó: » Trauma e historia
“no puedo hablar”. La angustia no retornaría por un largo tiempo: iban tres sesiones. » Interlocutores del psicoanálisis:
 
Una madre y un hijo: ¿el marido? Michel Foucault y la historia de las
  prácticas psi.
     El  esposo  de  Silvia  comenzó  a  ser  el  eje  de  las  sesiones.  La  idea  de  “plantearse  seriamente
separarse  de  él”  la  aterrorizaba,  por  lo  que  prefería  alejarlo  de  la  cama  mientras  dormía  con  su » Cuatro perspectivas para una
hijo  y  fantaseaba  con  otros.  Afirmó  que  no  le  incomodaba  rechazarlo,  como  así  tampoco historia crítica del psicoanálisis
proponerle  que  cada  uno  tuviera  amantes,  aun  cuando  él  insistía  con  ella.  Había,  sin  embargo,
algo  que  nunca  le  había  dicho(:)  con  voz(s),  no  se  me  mueve  un  pelo.  Imagina  que,  si  así  lo » Disciplinas y disciplinas
hiciera, “él se pondría mal, le dolería y todo se arruinaría... ¿quién miraría a mi hijo?” Mirar a un » Velador
hijo... una madre bien lo hace. Ella, “todo el tiempo”. Su madre, también, pero en especial en una
escena,  cuando  niña.  Un  vecino  la  tocaba  y  la  obligaba  a  mirar  mientras  él  hacía  lo  mismo » De tapas
consigo.  Su  madre,  una  tarde,  la  revisó,  la  miró  “meticulosa  e  íntimamente”  y  le  preguntó  si  la
había  tocado.  De  su  voz,  sólo  se  escuchó  un  no:  así,  algo  se  mantuvo  sin  decir.  En  este  punto » Residencial, ¿resistencial?
apareció  la  vergüenza.  Con  sus  fantasías  sexuales,  la  escena  se  repetía  en  sesión.  Nuevamente
hubo algo que evitaba pronunciar: el nombre de su protagonista.
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El pez por la boca muere
» transferencia
 
     Las diferentes escenas que Silvia relataba tenían un elemento en común: para que aquéllas se » amor
sostuviesen,  algo  debía  mantenerse  impronunciado.  No  obstante,  lo  importante  aquí  no  era  el
contenido  de  esos  dichos  retenidos.  Para  Lacan,  el  campo  narcisista  donde  aparece  la  imagen » pulsión
especular se sostiene no sólo de un rasgo significante sito en el Otro, sino también en la medida
» tratamiento
en  que,  en  dicho  campo,  algo  falta.  El  brillo  fálico  (­φ)  que  pueden  adquirir  ciertos  objetos
[7] » hospital
depende  de  que  algo,  a,  se  mantenga  más  acá  de  la  imagen.   Lo  retenido,  pues,  no  es  un
enunciado sino la voz. Y sin embargo...
     En una sesión Silvia afirmó: “Acá cuento cosas que nunca dije. Pero no todo. Tengo miedo de
que me derives.” Entonces, mordí el anzuelo. Pregunté hasta que de su boca emergió: “confundí
la relación profesional y la personal; tengo fantasías con vos.” Fui en busca de un enunciado que
intuía, como quien busca el falo detrás del velo, cuando en realidad, se sabe, no hay nada que ver
allí. Es más, esa nada (la voz en falta) fue la causa  de  mi  interés.  Las  posiciones  que  analista  y
[8]
analizante  ocupan  en  la  transferencia  se  habían  invertido .  Ahora  bien,  cuando  esa  falta  faltó,
apareció, nuevamente, la angustia.
 
La escena se rearma
 
          A  la  sesión  siguiente,  Silvia  trajo  consigo  las  mismas  manifestaciones  que  la  llevaron  a
consultar y algunos agregados: pesadillas de “abandono”, ideas de que no la saludaría, etc. En el
registro  imaginario,  la  significación  que  pudo  armar  podría  leerse  así:  había  confesado  algo
prohibido,  algo  que  el  otro  (como  antes  su  marido  y  aún  antes  su  madre)  no  soportaría  y,
entonces, ella sería rechazada. Hacerle saber que no estaba en mis planes derivarla la alivió. Pero,
una pregunta emergió en mí ¿cómo intervenir ahora? ¿Desde dónde hacerlo?
     Freud  sostiene:  ni  rechazar  ni  satisfacer  dicha  demanda  de  amor,  sino  más  bien  “retener  la
[9]
transferencia...” y “reorientarla hacia sus orígenes inconscientes.”   Así,  bajo  el  lema  de  “no  es
conmigo,  es  con  Agatón”,  interrogué  por  los  “factores”  que  la  habían  conducido  a  dicha
“confusión”.  La  respuesta  de  Silvia,  quien  odió  “que  tome  este  asunto  como  tema  de  terapia”
mientras juraba que el asunto sí era conmigo, me condujo a reorientar la dirección de la cura. Con
Lacan, la transferencia no ha de confundirse “con la eficacia de la repetición, con la restauración
de  lo  que  está  escondido  en  el  inconsciente  y  aun  con  la  catarsis  de  los  elementos
[10]
inconscientes.”  Buscar los “factores” de la “confusión”, como arqueólogo que busca las marcas
pasadas (y significantes) que constituyeron el clisé de las condiciones de amor no permite llegar
muy lejos, pues lo que aquí está en juego, en este punto donde la transferencia es resistente y es
[11]
cierre del inconsciente, no es el amor ni el significante sino el objeto a, causa de dicho cierre.
     Ahora bien, la insistencia de las miradas en los relatos de Silvia, no debe llevar a confusión: la
[12]
fantasía  de  rechazo  que  aparece  en  transferencia  no  es  escópica   o,  al  menos,  no  lo  es
únicamente.  Si  hay  un  objeto  que  soporta  las  diferentes  escenas  (y  la  satisfacción  en  juego  en
ellas), ése es la voz: alguien retiene la voz y el teatro continúa; un dicho prohibido es enunciado y
el  otro  es  herido  (o,  como  se  verá,  sometido);  entonces  todo  se  arruina,  ella  es  rechazada  y  la
escena cae. Tal vez por ello no volvió a mencionar por mucho tiempo sus anhelos para conmigo;
quizás por ello me exigió que nadie se enterara de sus fantasías.
     Entretanto, mis intervenciones se volvieron más equívocas, menos interrogativas. Modificación
en  la  forma  de  los  enunciados  que,  en  verdad,  remite  a  un  cambio  en  la  posición  desde  donde
intervenía.  Si  antes  sus  silencios  conducían  mi  interés  hacia  lo  que  en  ellos  quedaba  retenido,
ahora  mis  dichos  producían  en  ella  interrogantes  y  permitían  desplegar  el  modo  en  que  leía  el
efecto  que  sus  propias  palabras  provocaban  en  el  otro,  ese  otro  desvalido  que  se  armaba,  pero
que  daba  cuenta  de  su  falta  de  lugar  en  el  Otro  al  caer  la  escena.  De  a  poco,  “las  voces”  se
multiplicaron:  “¿puedo  llamarte  por  t.e.  si  estoy  mal?”,  “la  voz  de  mi  marido  me  acompaña
siempre,  con  mi  hijo  no  puedo  hablar”,  “mi  amiga  es  hincha,  pero  tengo  que  escucharla”,  “me
quedo callada, disfrutando”.Y también sus lecturas: “estás tenso”, “te estoy complicando la vida”,
etc. Así, durante tres meses, no hubo noticias del “amor de transferencia”.
 
Che vuoi?
 
     Las últimas sesiones parecían transcurrir sin que nada importante fuese enunciado. Silvia, tras
concluir  con  algunas  de  sus  reflexiones  sobre  la  felicidad,  la  vida  o  los  problemas  de  la  gente,
resumía  la  cuestión  en  estos  términos:  “estamos  hablando  en  abstracto.”  A  su  vez,  multiplicaba
sus  pedidos  con  una  peculiar  exigencia:  “hablame,  decime,  preguntame.”  Tal  vez  demasiado
preocupado por lo que ella había dicho alguna vez, me preguntaba cómo intervenir para trabajar
con  lo  que  ahora  parecía  ser  evitado.  Pero  también  me  interrogaba  por  la  función  que  tanto  el
enamoramiento como estas argumentaciones seudo­filosóficas tenían en la transferencia. Además,
sabía que no bastaba con volver a hablar de las fantasías con su analista para que las resigne y
así relanzar la cura, por lo que no tenía mucho sentido preguntarle nuevamente acerca de ello. La
operación sobre la transferencia debía ser otra. Así fue que en una entrevista en la que afirmó que

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tendría  relaciones  con  quien  estuviera  interesado  por  su  cuerpo,  intervine  del  siguiente  modo:
“Hay alguien interesado por tu cuerpo con el cual no tuviste relaciones.” Su pregunta, ansiosa, no
se hizo esperar: “¿Quién?” “Alguien que mencionaste hoy?”, respondí. Las palabras de Silvia salían
de su boca entrecortadas: “¿Quién es? Yo sólo hablé de mi amigo.” Entonces agregué “Tu marido.”
Ella respiró profundamente antes de pronunciar “Pensé que hablabas de vos... No me hagas esto.”
     ¿Cómo leer lo sucedido? Una frase mía parece haber funcionado en ella como un enigma. Che
vuoi? fue la pregunta abierta, no sin su correlato subjetivo de angustia, que cesó tras el fin de la
vacilación. Pero un detalle más debería ser subrayado, a saber, la lectura que ella misma realizó
de  la  intervención.  “No  me  hagas  esto”...  Tal  vez,  este  enunciado  nos  permita  situar,
posteriormente,  el  fantasma  que  estaba  aquí  en  juego,  el  cual,  sin  embargo,  no  llegó  a  ser
trabajado.
     En la sesión siguiente, Silvia decidió comenzar con estas palabras: “Me quedé mal el otro día.
Me había ilusionado y después me di cuenta de que yo sola estoy pensando en eso.” Uno podría
pensar  que,  tras  ubicar  este  punto,  cedería  aquello  que  hasta  entonces  obstaculizaba  la  cura.
Dicha  impresión  quedó  desautorizada  por  un  silencio  que  sólo  se  rompía  para  disertar  sobre  la
inutilidad  de  hablar  sobre  problemas  que,  desde  su  punto  de  vista,  los  fabricaba  ella  misma.
Evidentemente,  si  no  se  trata  aquí  del  campo  de  la  creencia,  una  ilusión  que  cae  no  se  lleva
consigo  el  obstáculo  al  análisis.  No,  al  menos,  cuando  el  “enamoramiento”  parece  ser  el  único
modo de mantener el lazo con el analista. No, seguramente, cuando nada de la estructura había
cambiado: (alguien) se hace oir si y solo si alguien mantiene algo sin decir.
 
El desenlace
 
     En la última entrevista en el hospital, me vi confrontado con una paradoja. “Descubrí —afirmó
Silvia— que abandoné terapia hace tiempo y sólo vengo por vos. Quiero que me digas si alguna
vez va a pasar algo entre nosotros más allá de la terapia. Estoy dispuesta a resignar lo que sea
[13]
por  ello  pero  no  quiero  que  me  hables  como  el  licenciado.”  He  aquí  un  “dilema  sin  salida.”
Consentir  su  demanda,  es  abandonar  la  posición  de  analista.  ¿Qué  implicaría  rehusarla?
Apresuradamente,  creyendo  que  lo  importante  era  no  alimentar  una  ilusión,  contesté:  “Siempre
seré  el  licenciado.”  Mi  respuesta  fue  hecha  desde  el  mismo  lugar  donde  la  paciente  me  ubicaba,
vale  decir,  mi  persona,  sin  poder  correrme  hacia  la  posición  que  el  analista  ha  de  ocupar  para
[14]
responder a la transferencia . De todos modos, tal cómo se había presentado la situación, uno
podría  preguntarse  si  Silvia  estaba  dispuesta  a  escuchar  cualquier  intervención  que  saliera  del
dilema planteado. En los hechos, rehusar su demanda implicó en ella el arrepentimiento por haber
hablado,  pues  esto,  según  sus  palabras  casi  freudianas,  la  “expuso  nuevamente  al  rechazo.”
Inmediatamente, solicitó el cierre del tratamiento hospitalario.
     Una contingencia, la imposibilidad de la derivación tras haber vencido el tiempo institucional, y
mi  deseo  de  seguir  atendiéndola,  confluyeron  en  el  pedido  que  realizó  para  continuar  en
consultorio privado. Sostuvo entonces que estaba arrepentida de haber pedido una derivación. Sin
embargo,  el  margen  para  intervenir  parecía  ser  muy  limitado.  Luego  de  manifestar  su  sorpresa
porque yo “no me había ofendido” se sucedieron las siguientes frases: “me estás psicoanalizando,
íbamos  a  hablar”,  “si  avanzo  más  me  vas  a  dar  un  golpe”,  “vengo  embalada  con  vos,  pero
después  me  callo  para  no  ir  presa”. Me exigió  entonces  que  respondiera  una  pregunta  personal.
Ante  mi  negativa,  afirmó  que  se  quería  ir,  porque  no  toleraba  que  yo  “esquivara  el  tema”.
Entonces  atiné  a  decir:  “no  es  mi  intención  hacerte  pensar  que  estoy  esquivando  un  tema.  Pero
tomo nota de que vos lo leíste de esa manera.” Esta intervención permitió no sólo que se quedara
hasta el final de la sesión, sino que terminara de desplegar el fantasma sádico que había estado
en  juego  desde  mucho  antes.  Sus  palabras  fueron:  “Perdoname.  Por  momentos  siento  que  te
someto  y  que  me  voy  a  ligar  un  golpe  por  eso.”  Este  guión  (significante)  parece  ordenar
fantasmáticamente  la  relación  que  Silvia  mantiene  con  sus  semejantes,  poniendo  en  escena  una
fantasía  de  dominio.  En  otras  palabras,  alguno  de  sus  dichos  quedan  marcados  por  este  matiz
sádico por lo que queda prohibido enunciarlos. Hacerlo implicaría no sólo el riesgo del “golpe”, sino
también, puesto que se trata de una histeria, el rechazo, la pérdida de amor. Sin embargo, este
abordaje entre simbólico e imaginario del fantasma no debe opacar lo anteriormente planteado en
relación al objeto voz.
 
Una madre y un niño: ¿el analista?
 
     Una cuestión más. Decidí preguntarle a Silvia si existía otra situación en la que sentía someter
a alguien e hizo referencia a su pequeño. ¿Puede un analista ser ubicado en el mismo lugar que un
hijo? ¿Qué función tendría esto sino la de evitar alguna otra cosa? Ante lo insoportable de la falta
de su madre, un niño nace y cede la angustia. Ante la insistencia de un marido, un niño duerme
en  su  cama  y  ella  retiene  algún  dicho.  Tal  vez,  podría  pensarse,  con  Freud  y  Lacan,  que  el
[15]
“resistente”  amor  de  transferencia  también  había  permitido  evitar  algo .  Silvia  decidió  no
concurrir más, despidiéndose telefónicamente con estas palabras: “sé que hay otras cosas de las
que debería hablar. Pero cuando te veo, sólo puedo pensar en vos.”
 
Postfacio. Posición del analista
 
     Los obstáculos que aparecieron a lo largo del tratamiento conducen el texto a la posición del
analista.  Diferentes  intervenciones  atraviesan  este  análisis.  Pero  sobre  todo,  importa  el  lugar
desde donde éstas fueron realizadas. Lacan critica la relación especular: no se trata de responder
desde  la  persona  del  terapeuta,  aunque  esto  haya  ocurrido  alguna  vez.  El  Otro  y  el  Sujeto
supuesto  Saber  aparecen  como  referencias  que  permiten  salir  del  eje  imaginario  y  evitar  la
intersubjetividad. Pero la interpretación (significante) tiene un límite; el análisis, sólo con aquella,
carece de éste. A través del recorte del caso, se puede apreciar lo que ocurría cuando puntuaba
un  significante  o  pedía  asociaciones:  ella  leía  un  rechazo  y  nada  se  resolvía  de  la  posición
subjetiva;  distinto  era  el  efecto  cuando  las  intervenciones  apuntaban  a  leer  su  posición  en  las
distintas escenas o constituían un enigma. En el recorrido de todo análisis, se vuelven necesarias
operaciones  con  la  transferencia  distintas  de  la  interpretación,  aun  cuando  aquellas  no  se
correspondan  estrictamente  con  el  acto  analítico,  tal  como  éste  es  conceptualizado  en  los
seminarios  XIV  y  XV  en  relación  a  la  caída  de  la  neurosis  de  transferencia.  Por  ello  concluyo
citando a Lacan: “No basta con que el analista sirva de soporte a la función de Tiresias, también
[16]
es preciso, como dice Apollinaire, que tenga tetas.”  La función deseo del analista, a la altura
del  seminario  XI,  es  el  operador  que  hace  posible  intervenir  sirviendo  de  soporte  al  objeto  a  y
manteniendo  “la  mayor  distancia  posible  del  I,  que  el  analista  es  llamado  por  el  sujeto  a
[17]
encarnar.”
 
·                    Trabajo  presentado  con  mención  en  las  X  Jornadas  de  Residentes  del  Área
Metropolitana. Buenos Aires, 25 al 27 de noviembre de 2003.
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26/3/2017 Transferencia, ¿amor? | Hospitales - ElSigma
·                    El  autor  es  Residente  en  Psicología  Clínica,  2do.  año,  Hospital  «Teodoro
Álvarez». Su mail es luissanfe@sinectis.com.ar
 
Notas

[1]
Freud, S.: Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica del
psicoanálisis, III). En Obras Completas. Tomo XII. Amorrortu Editores. Bs. As. 1976. p. 163.
[2]
Freud, S.: Sobre la dinámica de la transferencia. En Obras Completas. Tomo XII. Amorrortu
Editores. Bs. As. 1976. p. 97.
[3]
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Paidós. Bs. As. 1984. p. 152.
[4]
Lacan, J.: Op. cit. p. 181-182.
[5]
Obviamente, los nombres y lugares se encuentran modificados para preservar su identidad.
[6]
El resaltado de la frase remite al lector al final del texto.
[7]
Ver Lacan, J.: El Seminario. Libro X. Inédito. Clases del 28/11/62 y 05/12/62.
[8]
O al menos, no estaba yo ubicado como analista en la intervención en la que interrogué por
aquello que ella no decía.
[9]
Freud, S.: Puntualizaciones sobre el amor de transferencia... Op. Cit. P. 169.
[10]
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Op. Cit. P. 149.
[11]
Ver Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Op. Cit. Clase X: “Presencia del Analista”.
[12]
Aunque, claro está, todo fantasma es estructuralmente una escena que se mira.
[13]
Freud, S.: Puntualizaciones sobre el amor de transferencia... Op. Cit. P. 170.
[14]
Ver, por ejemplo, Lacan, J.: El Seminario. Libro VIII. Paidós. Bs. As. 2003. “Clase XXIII”
[15]
¿Evitar, quizás, “plantearse seriamente separarse de él”, su marido?
[16]
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Op. Cit. P. 278
[17]
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Op. Cit. P. 281
 
Bibliografía
 
  Freud, S: Puntualizaciones sobre el amor de transferencia   (Nuevos consejos sobre la técnica del  
     psicoanálisis, III). En Obras Completas. Tomo XII. Amorrortu Editores. Bs.    As. 1976.
  Freud, S.:  Sobre la dinámica de la transferencia. En Obras Completas. Tomo XII.     Amorrortu
              Editores. Bs. As. 1976.
  Lacan, J.: El Seminario. Libro VIII. Paidós. Bs. As. 2003.
  Lacan, J.: El Seminario. Libro X. Inédito.
  Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Paidós. Bs. As. 1984.
 
 

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