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2004 Transferencia, ¿Amor? - Hospitales - ElSigma
2004 Transferencia, ¿Amor? - Hospitales - ElSigma
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» Entrevistas
Transferencia, ¿amor? ingresá tu email
» Hospitales
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» Psicoanálisis <> Ley
» Educación Propongo no creerle a Freud, sino, con Lacan, cuestionarlo (en su doble
acepción). ¿Principiante? Tal vez, pero advertido en todo caso, o al
» Arte y Psicoanálisis menos en éste, de los obstáculos que la transferencia conlleva.
Propongo, en fin, separar lo que parece constituir una serie, a saber:
» Cine y Psicoanálisis las condiciones de amor y las pulsiones.
» Psicoanálisis<>Filosofía
» Psicoanálisis y Ciencias
» Lecturas
» Literatura Acaso todo principiante en el psicoanálisis tema al comienzo las dificultades
que le deparará la interpretación de las ocurrencias del paciente (...). Pero
» Historia Viva pronto aprenderá a tenerlas en poco y a convencerse, en cambio, de que las
únicas realmente serias son aquellas con las que se tropieza en el manejo de
» Coleccionables la transferencia.”
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En la siguiente entrevista, mencionó por primera vez el método que había encontrado para » Las vías traumáticas, o la
evitar el encuentro con un hombre, su marido, por quien actualmente no tenía ningún deseo: cada
uno en su lugar, el hijo en su cama y el padre... en la del niño. Pero la mayoría de sus frases construcción de la víctima
aludían aún a su madre: “se murió y me morí”, “yo era la nena de la casa”, “no sé como llenar esa contemporánea.
falta”, “sólo quedé embarazada tras su muerte”, “cuando nos peleábamos, ella no me hablaba.”
Atino a agregar: “como en su muerte”. Tras segundos de esfuerzo, de su boca afónica se escuchó: » Trauma e historia
“no puedo hablar”. La angustia no retornaría por un largo tiempo: iban tres sesiones. » Interlocutores del psicoanálisis:
Una madre y un hijo: ¿el marido? Michel Foucault y la historia de las
prácticas psi.
El esposo de Silvia comenzó a ser el eje de las sesiones. La idea de “plantearse seriamente
separarse de él” la aterrorizaba, por lo que prefería alejarlo de la cama mientras dormía con su » Cuatro perspectivas para una
hijo y fantaseaba con otros. Afirmó que no le incomodaba rechazarlo, como así tampoco historia crítica del psicoanálisis
proponerle que cada uno tuviera amantes, aun cuando él insistía con ella. Había, sin embargo,
algo que nunca le había dicho(:) con voz(s), no se me mueve un pelo. Imagina que, si así lo » Disciplinas y disciplinas
hiciera, “él se pondría mal, le dolería y todo se arruinaría... ¿quién miraría a mi hijo?” Mirar a un » Velador
hijo... una madre bien lo hace. Ella, “todo el tiempo”. Su madre, también, pero en especial en una
escena, cuando niña. Un vecino la tocaba y la obligaba a mirar mientras él hacía lo mismo » De tapas
consigo. Su madre, una tarde, la revisó, la miró “meticulosa e íntimamente” y le preguntó si la
había tocado. De su voz, sólo se escuchó un no: así, algo se mantuvo sin decir. En este punto » Residencial, ¿resistencial?
apareció la vergüenza. Con sus fantasías sexuales, la escena se repetía en sesión. Nuevamente
hubo algo que evitaba pronunciar: el nombre de su protagonista.
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El pez por la boca muere
» transferencia
Las diferentes escenas que Silvia relataba tenían un elemento en común: para que aquéllas se » amor
sostuviesen, algo debía mantenerse impronunciado. No obstante, lo importante aquí no era el
contenido de esos dichos retenidos. Para Lacan, el campo narcisista donde aparece la imagen » pulsión
especular se sostiene no sólo de un rasgo significante sito en el Otro, sino también en la medida
» tratamiento
en que, en dicho campo, algo falta. El brillo fálico (φ) que pueden adquirir ciertos objetos
[7] » hospital
depende de que algo, a, se mantenga más acá de la imagen. Lo retenido, pues, no es un
enunciado sino la voz. Y sin embargo...
En una sesión Silvia afirmó: “Acá cuento cosas que nunca dije. Pero no todo. Tengo miedo de
que me derives.” Entonces, mordí el anzuelo. Pregunté hasta que de su boca emergió: “confundí
la relación profesional y la personal; tengo fantasías con vos.” Fui en busca de un enunciado que
intuía, como quien busca el falo detrás del velo, cuando en realidad, se sabe, no hay nada que ver
allí. Es más, esa nada (la voz en falta) fue la causa de mi interés. Las posiciones que analista y
[8]
analizante ocupan en la transferencia se habían invertido . Ahora bien, cuando esa falta faltó,
apareció, nuevamente, la angustia.
La escena se rearma
A la sesión siguiente, Silvia trajo consigo las mismas manifestaciones que la llevaron a
consultar y algunos agregados: pesadillas de “abandono”, ideas de que no la saludaría, etc. En el
registro imaginario, la significación que pudo armar podría leerse así: había confesado algo
prohibido, algo que el otro (como antes su marido y aún antes su madre) no soportaría y,
entonces, ella sería rechazada. Hacerle saber que no estaba en mis planes derivarla la alivió. Pero,
una pregunta emergió en mí ¿cómo intervenir ahora? ¿Desde dónde hacerlo?
Freud sostiene: ni rechazar ni satisfacer dicha demanda de amor, sino más bien “retener la
[9]
transferencia...” y “reorientarla hacia sus orígenes inconscientes.” Así, bajo el lema de “no es
conmigo, es con Agatón”, interrogué por los “factores” que la habían conducido a dicha
“confusión”. La respuesta de Silvia, quien odió “que tome este asunto como tema de terapia”
mientras juraba que el asunto sí era conmigo, me condujo a reorientar la dirección de la cura. Con
Lacan, la transferencia no ha de confundirse “con la eficacia de la repetición, con la restauración
de lo que está escondido en el inconsciente y aun con la catarsis de los elementos
[10]
inconscientes.” Buscar los “factores” de la “confusión”, como arqueólogo que busca las marcas
pasadas (y significantes) que constituyeron el clisé de las condiciones de amor no permite llegar
muy lejos, pues lo que aquí está en juego, en este punto donde la transferencia es resistente y es
[11]
cierre del inconsciente, no es el amor ni el significante sino el objeto a, causa de dicho cierre.
Ahora bien, la insistencia de las miradas en los relatos de Silvia, no debe llevar a confusión: la
[12]
fantasía de rechazo que aparece en transferencia no es escópica o, al menos, no lo es
únicamente. Si hay un objeto que soporta las diferentes escenas (y la satisfacción en juego en
ellas), ése es la voz: alguien retiene la voz y el teatro continúa; un dicho prohibido es enunciado y
el otro es herido (o, como se verá, sometido); entonces todo se arruina, ella es rechazada y la
escena cae. Tal vez por ello no volvió a mencionar por mucho tiempo sus anhelos para conmigo;
quizás por ello me exigió que nadie se enterara de sus fantasías.
Entretanto, mis intervenciones se volvieron más equívocas, menos interrogativas. Modificación
en la forma de los enunciados que, en verdad, remite a un cambio en la posición desde donde
intervenía. Si antes sus silencios conducían mi interés hacia lo que en ellos quedaba retenido,
ahora mis dichos producían en ella interrogantes y permitían desplegar el modo en que leía el
efecto que sus propias palabras provocaban en el otro, ese otro desvalido que se armaba, pero
que daba cuenta de su falta de lugar en el Otro al caer la escena. De a poco, “las voces” se
multiplicaron: “¿puedo llamarte por t.e. si estoy mal?”, “la voz de mi marido me acompaña
siempre, con mi hijo no puedo hablar”, “mi amiga es hincha, pero tengo que escucharla”, “me
quedo callada, disfrutando”.Y también sus lecturas: “estás tenso”, “te estoy complicando la vida”,
etc. Así, durante tres meses, no hubo noticias del “amor de transferencia”.
Che vuoi?
Las últimas sesiones parecían transcurrir sin que nada importante fuese enunciado. Silvia, tras
concluir con algunas de sus reflexiones sobre la felicidad, la vida o los problemas de la gente,
resumía la cuestión en estos términos: “estamos hablando en abstracto.” A su vez, multiplicaba
sus pedidos con una peculiar exigencia: “hablame, decime, preguntame.” Tal vez demasiado
preocupado por lo que ella había dicho alguna vez, me preguntaba cómo intervenir para trabajar
con lo que ahora parecía ser evitado. Pero también me interrogaba por la función que tanto el
enamoramiento como estas argumentaciones seudofilosóficas tenían en la transferencia. Además,
sabía que no bastaba con volver a hablar de las fantasías con su analista para que las resigne y
así relanzar la cura, por lo que no tenía mucho sentido preguntarle nuevamente acerca de ello. La
operación sobre la transferencia debía ser otra. Así fue que en una entrevista en la que afirmó que
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tendría relaciones con quien estuviera interesado por su cuerpo, intervine del siguiente modo:
“Hay alguien interesado por tu cuerpo con el cual no tuviste relaciones.” Su pregunta, ansiosa, no
se hizo esperar: “¿Quién?” “Alguien que mencionaste hoy?”, respondí. Las palabras de Silvia salían
de su boca entrecortadas: “¿Quién es? Yo sólo hablé de mi amigo.” Entonces agregué “Tu marido.”
Ella respiró profundamente antes de pronunciar “Pensé que hablabas de vos... No me hagas esto.”
¿Cómo leer lo sucedido? Una frase mía parece haber funcionado en ella como un enigma. Che
vuoi? fue la pregunta abierta, no sin su correlato subjetivo de angustia, que cesó tras el fin de la
vacilación. Pero un detalle más debería ser subrayado, a saber, la lectura que ella misma realizó
de la intervención. “No me hagas esto”... Tal vez, este enunciado nos permita situar,
posteriormente, el fantasma que estaba aquí en juego, el cual, sin embargo, no llegó a ser
trabajado.
En la sesión siguiente, Silvia decidió comenzar con estas palabras: “Me quedé mal el otro día.
Me había ilusionado y después me di cuenta de que yo sola estoy pensando en eso.” Uno podría
pensar que, tras ubicar este punto, cedería aquello que hasta entonces obstaculizaba la cura.
Dicha impresión quedó desautorizada por un silencio que sólo se rompía para disertar sobre la
inutilidad de hablar sobre problemas que, desde su punto de vista, los fabricaba ella misma.
Evidentemente, si no se trata aquí del campo de la creencia, una ilusión que cae no se lleva
consigo el obstáculo al análisis. No, al menos, cuando el “enamoramiento” parece ser el único
modo de mantener el lazo con el analista. No, seguramente, cuando nada de la estructura había
cambiado: (alguien) se hace oir si y solo si alguien mantiene algo sin decir.
El desenlace
En la última entrevista en el hospital, me vi confrontado con una paradoja. “Descubrí —afirmó
Silvia— que abandoné terapia hace tiempo y sólo vengo por vos. Quiero que me digas si alguna
vez va a pasar algo entre nosotros más allá de la terapia. Estoy dispuesta a resignar lo que sea
[13]
por ello pero no quiero que me hables como el licenciado.” He aquí un “dilema sin salida.”
Consentir su demanda, es abandonar la posición de analista. ¿Qué implicaría rehusarla?
Apresuradamente, creyendo que lo importante era no alimentar una ilusión, contesté: “Siempre
seré el licenciado.” Mi respuesta fue hecha desde el mismo lugar donde la paciente me ubicaba,
vale decir, mi persona, sin poder correrme hacia la posición que el analista ha de ocupar para
[14]
responder a la transferencia . De todos modos, tal cómo se había presentado la situación, uno
podría preguntarse si Silvia estaba dispuesta a escuchar cualquier intervención que saliera del
dilema planteado. En los hechos, rehusar su demanda implicó en ella el arrepentimiento por haber
hablado, pues esto, según sus palabras casi freudianas, la “expuso nuevamente al rechazo.”
Inmediatamente, solicitó el cierre del tratamiento hospitalario.
Una contingencia, la imposibilidad de la derivación tras haber vencido el tiempo institucional, y
mi deseo de seguir atendiéndola, confluyeron en el pedido que realizó para continuar en
consultorio privado. Sostuvo entonces que estaba arrepentida de haber pedido una derivación. Sin
embargo, el margen para intervenir parecía ser muy limitado. Luego de manifestar su sorpresa
porque yo “no me había ofendido” se sucedieron las siguientes frases: “me estás psicoanalizando,
íbamos a hablar”, “si avanzo más me vas a dar un golpe”, “vengo embalada con vos, pero
después me callo para no ir presa”. Me exigió entonces que respondiera una pregunta personal.
Ante mi negativa, afirmó que se quería ir, porque no toleraba que yo “esquivara el tema”.
Entonces atiné a decir: “no es mi intención hacerte pensar que estoy esquivando un tema. Pero
tomo nota de que vos lo leíste de esa manera.” Esta intervención permitió no sólo que se quedara
hasta el final de la sesión, sino que terminara de desplegar el fantasma sádico que había estado
en juego desde mucho antes. Sus palabras fueron: “Perdoname. Por momentos siento que te
someto y que me voy a ligar un golpe por eso.” Este guión (significante) parece ordenar
fantasmáticamente la relación que Silvia mantiene con sus semejantes, poniendo en escena una
fantasía de dominio. En otras palabras, alguno de sus dichos quedan marcados por este matiz
sádico por lo que queda prohibido enunciarlos. Hacerlo implicaría no sólo el riesgo del “golpe”, sino
también, puesto que se trata de una histeria, el rechazo, la pérdida de amor. Sin embargo, este
abordaje entre simbólico e imaginario del fantasma no debe opacar lo anteriormente planteado en
relación al objeto voz.
Una madre y un niño: ¿el analista?
Una cuestión más. Decidí preguntarle a Silvia si existía otra situación en la que sentía someter
a alguien e hizo referencia a su pequeño. ¿Puede un analista ser ubicado en el mismo lugar que un
hijo? ¿Qué función tendría esto sino la de evitar alguna otra cosa? Ante lo insoportable de la falta
de su madre, un niño nace y cede la angustia. Ante la insistencia de un marido, un niño duerme
en su cama y ella retiene algún dicho. Tal vez, podría pensarse, con Freud y Lacan, que el
[15]
“resistente” amor de transferencia también había permitido evitar algo . Silvia decidió no
concurrir más, despidiéndose telefónicamente con estas palabras: “sé que hay otras cosas de las
que debería hablar. Pero cuando te veo, sólo puedo pensar en vos.”
Postfacio. Posición del analista
Los obstáculos que aparecieron a lo largo del tratamiento conducen el texto a la posición del
analista. Diferentes intervenciones atraviesan este análisis. Pero sobre todo, importa el lugar
desde donde éstas fueron realizadas. Lacan critica la relación especular: no se trata de responder
desde la persona del terapeuta, aunque esto haya ocurrido alguna vez. El Otro y el Sujeto
supuesto Saber aparecen como referencias que permiten salir del eje imaginario y evitar la
intersubjetividad. Pero la interpretación (significante) tiene un límite; el análisis, sólo con aquella,
carece de éste. A través del recorte del caso, se puede apreciar lo que ocurría cuando puntuaba
un significante o pedía asociaciones: ella leía un rechazo y nada se resolvía de la posición
subjetiva; distinto era el efecto cuando las intervenciones apuntaban a leer su posición en las
distintas escenas o constituían un enigma. En el recorrido de todo análisis, se vuelven necesarias
operaciones con la transferencia distintas de la interpretación, aun cuando aquellas no se
correspondan estrictamente con el acto analítico, tal como éste es conceptualizado en los
seminarios XIV y XV en relación a la caída de la neurosis de transferencia. Por ello concluyo
citando a Lacan: “No basta con que el analista sirva de soporte a la función de Tiresias, también
[16]
es preciso, como dice Apollinaire, que tenga tetas.” La función deseo del analista, a la altura
del seminario XI, es el operador que hace posible intervenir sirviendo de soporte al objeto a y
manteniendo “la mayor distancia posible del I, que el analista es llamado por el sujeto a
[17]
encarnar.”
· Trabajo presentado con mención en las X Jornadas de Residentes del Área
Metropolitana. Buenos Aires, 25 al 27 de noviembre de 2003.
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· El autor es Residente en Psicología Clínica, 2do. año, Hospital «Teodoro
Álvarez». Su mail es luissanfe@sinectis.com.ar
Notas
[1]
Freud, S.: Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica del
psicoanálisis, III). En Obras Completas. Tomo XII. Amorrortu Editores. Bs. As. 1976. p. 163.
[2]
Freud, S.: Sobre la dinámica de la transferencia. En Obras Completas. Tomo XII. Amorrortu
Editores. Bs. As. 1976. p. 97.
[3]
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Paidós. Bs. As. 1984. p. 152.
[4]
Lacan, J.: Op. cit. p. 181-182.
[5]
Obviamente, los nombres y lugares se encuentran modificados para preservar su identidad.
[6]
El resaltado de la frase remite al lector al final del texto.
[7]
Ver Lacan, J.: El Seminario. Libro X. Inédito. Clases del 28/11/62 y 05/12/62.
[8]
O al menos, no estaba yo ubicado como analista en la intervención en la que interrogué por
aquello que ella no decía.
[9]
Freud, S.: Puntualizaciones sobre el amor de transferencia... Op. Cit. P. 169.
[10]
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Op. Cit. P. 149.
[11]
Ver Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Op. Cit. Clase X: “Presencia del Analista”.
[12]
Aunque, claro está, todo fantasma es estructuralmente una escena que se mira.
[13]
Freud, S.: Puntualizaciones sobre el amor de transferencia... Op. Cit. P. 170.
[14]
Ver, por ejemplo, Lacan, J.: El Seminario. Libro VIII. Paidós. Bs. As. 2003. “Clase XXIII”
[15]
¿Evitar, quizás, “plantearse seriamente separarse de él”, su marido?
[16]
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Op. Cit. P. 278
[17]
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Op. Cit. P. 281
Bibliografía
Freud, S: Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica del
psicoanálisis, III). En Obras Completas. Tomo XII. Amorrortu Editores. Bs. As. 1976.
Freud, S.: Sobre la dinámica de la transferencia. En Obras Completas. Tomo XII. Amorrortu
Editores. Bs. As. 1976.
Lacan, J.: El Seminario. Libro VIII. Paidós. Bs. As. 2003.
Lacan, J.: El Seminario. Libro X. Inédito.
Lacan, J.: El Seminario. Libro XI. Paidós. Bs. As. 1984.
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