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Marsolaire

A M I R A DE LA ROSA*

La casita está sobre una loma guijarreña. Techo de


enea y paredes sin encalar. Sobre la pared, a dos
colores, junto a la puerta de entrada, un nombre «El
Lucerito».
El solar, sin lindes ni heredad cercana. Un atajadizo
de cañas para torcer el rumbo de las corrientes
invernizas. Redes tendidas al aire. Una lata con brea.
Andando por todos lados, un cerdo gordísimo, que
barre, con la cogullada, cascaras de yuca, zuros,
ventallas de legumbres, barro y lodo.

* Barranquilla, 1900-1971. Educadora, dramaturga, mujer cívica y


diplomática. Miembro de una familia dedicada a la docencia. Estuvo
largos años como agregada cultural de la embajada de Colombia en
España. Escribió cinco obras de teatro: Los hijos de ella, Madre borrada,
Piltrafa, Las viudas de Zacarías y El ausente, al parecer, hoy perdidas en
su integridad. Es autora de la letra del himno de Barranquilla. Escribió
artículos y crónicas, sobre todo semblanzas, viñetas y cuadros
costumbristas, algunos de los cuales han sido reunidos en libros con
el nombre genérico de «prosas». La noveleta Marsolaire, que es además
su obra más comentada, fue tomada de Marsolaire y otras páginas,
Bogotá, Banco de América Latina, 1976.

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Una cocina sin fábrica, sostenida la techumbre sólo Y el hijo, aquí presente, ¡sí!, ¡no voy a negarlo!, cuando
por horcones. La olla en el suelo, sobre ladrillos. Un estabas chiquita, no dejaba la ía por la venía, y sus
horno para cocer pan, y al pie, leña rocera y hornija. buenos pares e zapatos te pusites con su plata.
Sobre una tabla, que hace de mesa, un pez sin agalludas, —Se los volverá a poner, comadre. Se los volverá a
con las ijadas rotas al sesgo y en cura de sal. Sobre un poner.
asiento vacarí, albarda y mochila de colores. En el —Dios lo oiga. Toma, niña, endúrzale er café.
rincón, la tinaja húmeda, fresca, por el agua recalada, La niña recibe la tacita de manos de la señora Cande,
que lleva en su vientre, con letras blancas, una leyenda que sale a buscar los pollos, sacudiendo el afrecho en
tierna: «Te quiero». Se la trajo de arriba, a María Julia, una totuma:
un primo hermano que viaja. —Pito... pito... pito... pito...
Separada de la cocina, una salita, y paredaño un En un plato de peltre azul hay dos o tres puñados de
cuarto pequeñito. En la sala, con el piso de tierra azúcar y María Julia, con el recazo del cuchillo, va
endurecida, una mecedora, tres banquetas, una mesa llevándola al café poquito a poco:
de cativo y una máquina de coser. Sobre la máquina un —¿Ya? ¿Ya? ¿Ya? Usté dirá, padrino.
pote de barro con unas clavellinas de papel crespón. —Echa hasta que te canses.
Por las paredes cometas de todas clases y colores, un —¡Usso! Esto es pura azúcar.
aviso del café «Sabroso» y otro de manteca «La Mejor». El padrino ha puerto los ojos sobre las manos de la
En el cuarto, una cama de viento, abierta, con el lienzo doncella, su ahijada. Las tiene limpias, morenas y
blanquísimo, y dos más, cerradas, sobre la pared cu- nuevas. No tiene color en las uñas ni aliño alguno. Son
biertas con una colcha de retazos. Baúles viejos; una unas manos de mujer, comunes y corrientes; pero tiene
mesa de altar con el Anima Sola de yeso, metida entre un modo, la niña, de volver hacia arriba la palma y de
llamas; y unas oleografías de santa Rita de Casia, san recoger los dedos, que parece que llevara agua en el
Expedito y el beato Claret. En el marco de la santa, una cuenco.
lacinia seca de palma de Ramos. María Julia se siente mirada con regalo y se azora
—¿Cómo fue esto de vení, padrino, después de toda:
tanto tiempo? —¡Que me se derrama er café!
—Me tiraba la tierra. Bogotá está bien y amarra, —¿No te han dicho que tienes las manos lindas?
pero la tierra tira, tira; la tierra y... las ahijadas bonitas. —No señó.
La señora Candelaria dice medio resentida: —Ya tendrás novio, de seguro.
—Mentira mija. N i siquiera se acordaba de ti. ¡Uf! —Mire... ¡Ni siquiera! ¿Quién se va a fija en mí?
¡Qué padrino más ingrato! La difunta misiá Josefita, mi —Cualquiera que tenga ojos.
comadre, esa sí que nos quería. ¡Buena mujé, aquella! —¿Ojos?

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Y levanta los de ella, verdes y jubilosos. A l padrino escarnio. Puerto sin barcos y sin tranjería. Ya esto no es
se le clavan con miseria de pecado en el ánimo: más que mar, sol y aire. Debería llamarse Marsolaire.
—Llama a tu madre, muchacha. Así, todo unido, como un nombre de mujer.
— M i papá es er que viene ahí. —¿Cómo padrino?
El padre saluda: —Marsolaire.
—Compae Grabié, ¿usté por aquí? La doncella aprende el nombre que se abre como un
—Por aquí, compadre. ¿Mucha pesca? abanico sobre el calor de sus años.
—Noo señó. Si ajora no se coge na. Los pejes se han —Marsolaire.
vuerto juyilones. Si señó. En las nasas no cae na y en las —¿Te gusta, niña?
atarrayas tampoco. Si tuviera otra embarcación, me —Me gusta, sí señó.
abriría ajuera. Si señó. Pero así, atenío ar remo y a la —Si tuviera una hija la llamaría así.
vela... Er pargo se pesca lejos, er buré hay que corretealo. —¿No tiene ninguna... por ahí? —escudriña ella con
Ahí, anzueliando, coge uno cualquier cosa. Le digo, malicia.
compa, que se cansa uno sin gracia. Se jueron los barcos —Ninguna.
y se jue er pescao. Si señó. —¡Qué raro!
—Se fueron los barcos y se ha quedado el puerto —Nunca fui mujeriego.
vacío, ¿no? —Pues cásese...
—Requetevacío. Sí señó. ¡Lo que era este Puerto El padrino mira lejos y responde desde lejos:
Colombia entonces, ¿no, compae?, cuando usté bauti- —Ya es tarde
zó a la niña! Barcos van y barcos vienen Sí señó. Güenos —¿Por qué? —insiste María Julia.
jornales, los trenes llenos e gente, las casas baratas, Ahora la mira él, y vuelve a realidad.
musiules por toas partes... Sí señó. Toíto se ha perdió. —¿Porqué? Porque... soy ya viejo.
Jasta er condenao má la ha cogió con uno. Ca rato —¿Cuántos años tiene?
tumba un barranco. ¿Lo ve como se va metiendo? —Cuarenta y cinco.
El pescador arrastra las redes y arrastra las quejas y —Eso no es se viejo —responde ella alabancera—;
arrastra las palabras por el patiecillo, y va hacia la además... usté no los representa.
mujer: —¿Qué sabes tú, chiquita? —replica él agradeci-
—¡Cande! ¡Niña Cande...! do—.
Gabriel Méndez Olaya queda en pie, junto a la Y se va lejos otra vez.
puerta de la salita, con la cara vuelta al mar y con la voz Gabriel Méndez Olaya es un hombre bizarro, fuerte
serena: y ágil. Tiene la cabeza alzada, de venado en celo, airosa
—No debiera llamarse esto Puerto Colombia. Es un y bien vista, con canas a lo gris y cabello espeso. Los

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dientes enteros y bien unidos, blancos y sensuales. La muchacha baja la cabeza dolida y asustada.
boca fresca aún. Tiene larga la línea de los ojos y el La madre conviene con palabras mediadoras:
mentón partido. En el entrecejo se le hace una tajadura —¿Tas viendo, niña? No tenga cuidao, compa, que
fina de mal genio, desmentida por un perenne comien- no irá. Si a su pae tampoco le gustan esas cosas. ¡Ge!
zo de sonrisa. El cuerpo, ni de vencedor ni de vencido, Hay que promedia las arciones como es debió. Y na.
de hombre sano, sin alardes, con el equilibrio del varón Basta qu usté no quiera. ¡Ge!
que no se fatigó en correrías ni despiltarros. Volvió Gabriel a buena vías; sacó del bolsillo un
María Julia le reclama: billete de cinco pesos y se lo dio a la comadre:
—Hace un mes, cuando allegó, me gustaba usté —Pague el traje y que se lo ponga para estar por aquí
más. o cuando salga con ustedes.
—¿Cómo nena? Y salió de la casa sin mirar a la ahijada, señor de
—No sé. Era como más entrao en cariño y venía más pasos contados, por la veredita de trupillos.
a la casa. El trupillo es eiárbol del pueblo. Los hay por todas
El padrino sonríe afable: partes, en llano y en cumbre y en ladera y en barranco
—Es que estoy ocupado. y en calles y plazas. Es niño y es doncel y es maduro y
—¿Ocupao... en qué? grandevo y pasado de años, pero en todo momento,
—Escribiendo muchas cartas airoso y cortesano y con apostura de galán. Sus ramas
—¿Quiere que vaya yo a Viña del Mar? no las tiende como un árbol cualquiera, sino con estilo
—No mija, no. Vendré más a menudo. y con linaje. Siempre parece que se adiestra en una
Y con la tajadura del ceño honda: reverencia o que dice un cumplido. Podría decirse que
— N o bajes allá por donde están los choferes. es un árbol que tiene maneras. Estando como está, por
Quietecita en casa, ayudando a tu madre. todos los sitios, no se contamina de mal vivir y sigue en
La madre llega a tiempo de nombrada: todo caso su tono y su línea. Según la estación, cambia
—Regáñela. Sí señó. Que no más quiere está con el de verdes pero no se queda desnudo nunca. Da una
espejito y por ahí me ha hecho fiale un traje y que pa di flor, verde también, que no se distingue de las hojas: un
a la cumbiamba... escapo de felpilla, retorcido como un ricillo de criatura
El padrino se vuelve a la muchacha con un fuerte o como un gorgorito. Y la vaina, que da a comer a los
virazón de genio: cabritos y al ganado mayor, no la hace igual de línea,
—¿Tú a la cumbiamba? ¿Tú? ¿En qué estás pensan- sino con la gracia dulce del filete de orejuelas que se
do? ¿Te volviste loca? ¿Tú a la cumbiamba? ¡No faltaba borda al canto de la ropa blanca. Tiene en tronco, hojas
más! y flor una suave fragancia que no llega a ser aroma. Es
Y tal celo pone y tan corajuda hace la voz, que la una exhalación discreta de cosa viva o de llovizna de

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mayo. El follaje es espeso pero transparente, como una Buen mozo ¿Nosverdá?
mantilla de blonda. La hojas las echa en macillos fieles Llegó al hotel y cayó como un fardo sobre uno de los
a su base. Cada hojita nace mirada en la otra, su pareja; sillones del comedor; presto levantóse, inquieto, y vino
y si una rama cae, arrancada, ellas se buscan y se a la escalera. Subió las gradas de dos en dos y se
cierran, y la juntura es apretada como la de las valvas hundió, pesado, sobre la otomana del cuarto. N i descasó
de los mejillones. Las espinas le salen en cada retoñecida ni encauzó la dolencia. Se irguió y fue al balconcillo,
sin encono y sin escuela de mal hacer. Son como un respirando fuerte. Halló cansada la línea mansa de los
pico fino de colibrí, o también como las uñas de la cerros de Cupino y Pan de Azúcar y achatado el follaje
paloma, que presionan sin herir. costanero y ofensivo el brillo de las paredes enlucidas.
Gabriel Méndez Olaya deja la veredita de trupillos Fue al espejo, se alisó el cabello con las manos, moderó
y entra en el caserío apretado. la expresión tormentosa y repitió con miedosa certi-
Pensamientos y crudezas de alma le hicieron i n - dumbre:
quietud y desazón. Bajó y subió cuestecitas con el —Bueno mozo^, ¿nosverdá?
disgusto en calzas de arena, con la pasioncilla en agraz,
inconsciente, inaceptada. «¡La muchacha a la
cumbiamba!, con los mozos llenos de sudor y aguar-
diente. Tendría él, Gabriel Méndez, que agarrar a las ¿Qué tiene María Julia?
pocas vueltas a uno, o a dos, por el cuello. María Julia, —Fiebre y mucho acaloro.
con su traje corto y las piernas sin medias, allí, en la ola —¿Desde cuándo?
de hombres. Ella, con sus manos bonitas, chorreadas —Ayer tarde le prencipió.
de esperma. Ella, con el cuerpecito nuevo, sometido a —¿Por qué no me avisaron?
los esguinces del bailador, en sesgo, sobre el ritmo —Da pena, compae, moléstalo tanto.
caliente, aventado en el deseo de la media noche de —¿Hay médico en el pueblo?
tragos y de lujuria. Ella, María Julia... ¡No y no!» —Ahora allega, a las cuatro, en la farmacia.
De una casa en canillas sale una voz pasada del —Que vayan a buscarle.
medio siglo: —Yo misma iré.
—Es Gabrielito Méndez. ¡Quién lo vio y quién lo ve! —¿Y Desiderio?
¡Tan dergaíto que era! —Ta pescando
Más adelante, de un ventano con jaulita de pájaros, —Iré yo entonces.
trote de máquina de cocer y risitas sofocadas, viene —No compae. No se moleste usté. Enseguía güervo.
otro decir: Y dando una voz:
—Es el padrino e María Julia, la hija e Desiderio. —Niño Manué! Deja la cometa y ven pa acá, pa si tu

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hermana quiere argo. —¿Que qué te dijo?


La madre se va. El niño Manué sigue volando la —Naa, ¿qué va a decirme?
cometa; y Gabriel Méndez queda solo con la enferma, —Te enamora....
en la casa. —No señó.
En el cuartico, frente a la puerta, está María Julia en —Sí. Te enamora. Y a ti te gusta. ¿Por qué no lo dices
una cama de viento. Tiene el cabello suelto y marañoso; de una vez?
los brazos, desde el comienzo, al aire, sin un filo de
Y dominando el golpe de ira:
manga; la sábana a la cintura; el corpino es de una
—Si te gusta te casas. Eso no es problema.
muselina artificial, desteñida y resbalosa.
—No señó. No me gusta —responde ella con ente-
El padrino le habla con ternura:
—María Julia... ¡Nena! reza.
—¿Qué dice, padrino? —¿Por qué? Es joven...
—¿Qué tienes? —Tiene la cara pica e viruelas.
—Malrespiro... y fiebre. El padrino ríe impulsivo:
—¿Qué diablura hiciste? —Diableja —dice tirándole el vocablo a la cara
—Me bañé en el aguacero. como una piedrecita de una travesura.
—¿Con quién? Ella ríe también.
—Sola. Detrás e la casa, con el chorro e la canal. Dice —¿Por qué no dentra, padrino?
m i papá que estaría sofoca. Gabriel no contesta. Se queda mirándola, en lucha,
—¿Sola? ¿Sólita...? con evidente malestar nervioso.
—Sí... padrino. A María Julia se le cae la almohada. Ahora es la
De repente cambia la expresión godesca por una perversidad de las cosas inanimadas la que fogariza.
sombría: —Me se cayó la armuada.
—¿Y el primo de la tinaja? Gabriel Méndez la recoge:
María Julia calla. —Espera, muchacha. No sabes estar en la cama.
—¿No me contesta? —Es que me se refalan las cosas.
—Se fué er mismo día ese... El padrino la incorpora. Con la mano izquierda,
—¿Para dónde? abierta toda como una hoja de vid. El varón sostiene la
—Pa Barranquilla, a coge su buque. Como es espalda virgen y con la otra dobla los cogujones de la
despensero... almahoda para hacerla más alta y empuja hacia el
—¿Qué te dijo? centro el relleno, que es de lana limpia de Castilla.
—Me trajo un lebrillo y un adorote e casabe. —Así. ¿No estás mejor?
—Sí, padrino.

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—¿Quieres otra? —¡Qué va! Si usté ya no me quiere.


—No hay más. —¡Niña, calla!
—¡Qué aliento tienes, hija! —No me quiere —insiste exigente y mujercita.
—¿Caliente? Gabriel la besa en el cuello y en los brazos.
— N o , sabroso. —¡Quemas! ¡Quemas!
—Que me dieron una toma e yerbabuena. —El otro día se fue bravo.
—Échamelo a la cara —pide entre suplicante y —No hables.
dueño. —Me regañó.
—¿Qué? —¡Porque te quiero!
—El aliento. —¿De verdá?
—Noo. —Sí. Te quiero.
—¿Por qué? Y la besa los cabellos voltizos sobre los hombros de
—Me da pena. piedra.
—¿Pena de mí? Ella le mira de cerca los dientes enteros, bien unidos,
— A usté le tengo más pena que a nadie en er blancos.
mundo. —Padrino, ¡déjeme! —ruega con entrega y dulzura.
—¿Por qué? —¡Nena! ¡Nena!
—¡Hum! —y se tapa la cara. La cabeza gris está llena de hilos azogados. La carne
Gabriel la urge: joven de María Julia huele a fiebre y a cogollos de
—¿Por qué? hierba.
—Porque sí — y se mueve con desasosiego. —¡Nena! ¡Nena! ¡Mi vida...!
—¿Qué tienes? Fuera, la cometa del niño Manué runrunea suave y
—Me se ruedan lar armuadas. galana, como un palomo sabio. Sopla viento marero y
—¿Te arreglo otra vez? el bramante tenso corta con una raya la montaña
La niña quiebra una risita angustiosa. Gabriel vuel- verde-azul. Se oyen los gritos las voces alborozadas:
ve a levantarla y ella se agarra con los brazos al cuello «¡Cóbrala!» «¡Cóbrala!» «¡Que se cabecea.» «Déjala
del hombre que se vaya.» «Échale toa la pita.» «¡Cóbrala!»
—¡Quemas! El niño Manué es un cometero excelente. Tiene en su
Ella calla. conocimiento todas las formas y todos los vuelos. La
—Quemas, María Julia. cometa estrella, la flor de lis, el barrilete... Posee geo-
—Se le va a pega la fiebre. metría instintiva y razón natural de línea pura. Sabe la
—No importa. medida justa del rabo y de los trazados y de la hicadura.

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Hace de la guadua hebras y filetes y sabe dar al arco la —Se jué. Como usté no venía... Dijo que le pasaran
perfecta curva de Eros. En su cometa las verticales a er la cuenta de too.
tienen fuerza de flechas; y en el nudo de encuentro las —Pobre m i compae. ¡Tan güeno! ¿Y esta armuá en
pegaduras no se hallan. Es un trabajo fino, de artesano er suelo?
maduro, pero con la ternura de las manos sin durezas — M e se refala ca rato...
y del tacto sin hieles. Para los peredengues, que son —Pa ve, ¿te has refrescao?
como las arracadas de la cometa, el niño Manué tiene — N o , señora.
en su tijera los mil calados y celosías. En los bordes hace —Muchacha, si estás que ardes. Y ese condenao
un repicado lujoso de gorguera de ricadueña; y, hacia médico que no allega. Claro, como tiene su güeña plata
adentro, en las lonjas angostas, que son como las guarda y su güen artomovi, ¿a er que le importa?
márgenes del aire, hace círculos y ranuras que, sin L a señora Cande, preocupada, se detiene ante la
saberlo, le dan, como en la rosa de los vientos, los mesa del altar, hace un rezo y prende un cirio.
treinta y dos rumbos de la vuelta del horizonte. —Niña, ¿por qué te tapas la cara?
Por la veredita de trupillos viene la niña Cande. — M e molesta la luz.
—Niño Manué, ¿y tu hermana? La señora Cande apaga la vela que encendió para el
—Aentro con don Grabié. beato Claret.
—Anda tú palla, soo bandolero. Te dije que te jueras —¡Ave María Purísima! — y se santigua supersticio-
a está con ella. sa.
La niña Cande lleva traje negro y pañuelón de Fuera, la cometa del niño Manué sigue volando con
merino. La mujer legítima de nuestro pueblo, por ley viento de mar. Ahora tiene un run-run estremecido y
de rubor puro, no se atreve a salir en cuerpo. N i el agorero, y esto que el aire es limpio y que los colores de
sombrero de jipa como la sabanera del altiplano, n i el su estrella se abren sobre la tarde como un pañuelo
rebozo como en otras partes; pero requiere, para los jovial de retazos encendidos.
hombros y el escriño materno de su cuerpo, velo claro
o espeso. Es un hacer de la casta de madres señoril y
ritual casi. Y, para decir que una perdió el equilibrio y
la excelencia de obra, la paremiología, así como en la El día, lleno de relámpagos y truenos y tormenta, trajo
península dice: «Se soltó el pelo», aquí exclama: «Soltó al filo de la noche el cuento de un ahogado. Y la noche,
el pañolón.» que sufre de insomnios y cree en brujerías, lo repitió a
Cuando la niña Cande entra en casa, no halla a don su modo con hilazas de miedo y graznidos de lechuzas.
Gabriel: El mar está terriblemente oscuro y el cielo cerrado
—Niña. ¿Y mi compae? también a toda luz. Por debajo del barranco van y

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vienen hombres descalzos, con los pantalones a media Hay dos mocitas en la yema de los años:
pierna, batiendo con las plantas el agua de la orilla. El —Es que el pueblo está de malas desde aquello...
chapaleo es, en la noche, un chasquido funesto y en el —Cállate, que las paredes oyen.
ánimo produce destiento y sobresalto. —¡Adiós! ¿Y no es verdá? Creyeron que no iban a
El pueblo está lleno de linternas y desvelos y pre- salí los malos Jechos ar so.
guntas: —¿Tú la viste?
—¿Lo encontraron? —Ta escondía.
—Noo. —¡Pobrecita! Me prestaba su chalina pa d i a misa...
—¡Pobre hombre! —Ahora, ¡no irás por allá!
Era joven. Estaba al canto de los veinte años. Iba —No. No va nadien por ese lao. Dicen que en er
para Guaraco, pero el arroyo de «Boca e Caña» estaba trupillá se oye un vajío de cosa mala.
crecido y torrentoso, y se lo llevó agarrado por las —Y que le han quedao los tobillos hinchaos...
piernas. Se salvó la bestia; y él, de más valía pero menos —La señora Juana dijo que era er diablo, que por las
esforzado, halló la muerte de agua, que dicen que es madrugas le afuetiaba las piernas con er rabo.
horrible. —¡Virgen Santísima!
—Agua mala la que ajoga —refunfuña un viejo que —Nadie pue decí: desta agua no beberé; pero yo...
viene de los lados de Morro Hermoso. manque me quedara sin marío toa la vida... ¡ju!
Las mujeres le preguntan: —¡Dios nos libre!
—¿Usté lo vio? —El pobre viejo y que se está quedando ciego e
—No lo han jallao. Argún peje grande, a lo mejó... llora.
—Jesús, ¡Dios mío! —Yo la hubiera contramatao, a la perra esa...
Y las mujeres se hacen cruces sobre el rostro. Hay un revuelo y un rizadillo de exclamaciones:
Con la amanecida se le va la dolencia al mar. Lleva —Míralo. ¡Ya traen al ahogado!
en el lomo las cuchilladas amarillas del arroyo y, a flor —¿Lo traen?
de lumbre, las grandes manchas rojas del aserrín que —Sí, señora. Allá en los botes.
hizo el aguacero en la molienda de maderas viejas por —En el más grande.
el monte. La orilla está llena de troncos retorcidos, de —¿El de la vela?
árboles rotos y de hierbas sin nombre. A l fondo, la —Sí señó. En ese.
greca oscura del muelle inútil y el barco negro refugia- —¡Pobre mae!
do en la bahía, levantan el cartelón lúgubre de entierro. —¿Quién lo encontró?
Sube el primer sol y se engruesan los grupos y se —El viejo Tiberio. U n pae puede mucho, por viejo
inflaman los comentarios. que esté.

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—¿Por qué lao? decí que se aprovecha. ¿Hasta cuándo va a está mora?
—Ahí mismo estaba. La señora Juana le evocó el La muchacha protesta supersticiosa:
espíritu y él dijo que no salía porque estaba cogió en —¡Ay! ¿Con el cura del ahogao...?
una paliza, que lo sacaran ligero, porque ya por mo- —Que se va jacé, mija —interviene Candelaria.
mentos reventaba. —¿Quién la lleva... mama?
Los botes arriman a la playa. El cadáver tiene los —Yo, mija. Yo soy la madrina. ¿Quién va a sé más
pies amarillos como las cuchilladas del mar y la cara que t u mae?
tapada con un lienzo de vela. El buzo que le halló dice Hay un silencio grave y doloroso. La muchacha se
que tenía, allá en el fondo, los ojos abiertos sobre una atreve al fin con la pregunta:
cinta de algas. —¿Jayó padrino?
Un perro deshambrido quiere lamerle. —No.
—¡Usschi, animal! — y le dan patadas crueles. Y la señora Juana, cruel:
—¡Ay! ¡quera su amo! — N o quiere nadie, niña.
—¡Pobre perro! —dice una muchacha con la voz —¿No le dijo a m i primo antiyeil, cuando estuvo
desgarrada. usté en Barranquilla, mama?
Y se riega un murmullo de espanto. —Sí le dije.
Por la veredita de trupillos llega a «El Lucerito» una —¿No quiso tampoco?
vieja que es comadre y es sortílega y lenguaraz: La señora Cande contesta con la voz en lágrimas:
—¡Candelaria! —grita desde la puerta. —Me dio la esparda y se puso a llora.
—Dentre, señora Juana. María Juana traga nudos de angustia. Los ojos ver-
En el cuartico, sobre la cama de lienzo blaquísimo, des perdieron el júbilo y son ahora como dos manchas
hay una criatura dormida. Tiene larga la línea de los de agua estadiza.
ojos y el mentón partido. En el entrecejo lleva una La sortílega tercia:
taj adura fina de mal genio, desmentida por un perenne —Pero güeno, niña, ¡si er cura dijo que la bautizaran
comienzo de sonrisa. manque juera sin padrino! Y la gente dice que así es
La señora Juana dice a sovoz a María Julia: mejó, porque no hay peligro de que er crimen se...
—Es clava su padre. ¡Qué parejura! Muchacha, es —Cállese —rompe María Julia con ira.
iguá, iguá. —Niña, te lo digo por la confianza... que tengo, no
María Julia tiene un silencio solemne. La señora por na. Ya ve que soy la única amista que les ha
Cande pregunta tímida: quedao...
—¿Cómo sabe que hay cura, señora Juana? Y va carantoñera a la muchacha y la cuenta con
—Viene ahora a ponele los olios al ahogao. Quiere misterio que el naipe ha dicho que vendrá una carta

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por camino de agua... carne que le dieran, chiquito en su ternura de madre


A la niña la visten casi dormida. La señora Cande la nueva, como un grano de incienso o como puñadito de
acoge en el escriño materno bajo su pañuelón de meri- flor de harina. Allá va la sin padrino, bajando por la
no. La afrentadita se rebulle, pero halla en la abuela vereda de trapillos verdes.
roce tibio y pega de nuevo la hebrita de sueño. Hasta «El Lucerito» llegan los gritos de la otra
La señora Juana indica: madre triste, la del ahogado, que vive allí a la bajada de
—Se llamará María er Carmen, como la patrona. la loma.
— N o —replica María Julia —¡Hijo de m i arma! ¡Mijo! ¡Mijito!
—Candelaria, como tu madre. Y la campana trémula de almas da el eco macabro.
— N o , señora.
—Desideria... María Julia...
—Noo.
—¿Y cómo, pues? En la iglesia, el ^gua pura, el agua bendita, que no sabe
—Marsolaire. de rencores, pone gracia y nombre sobre la frentecita
Y el nombre se abre como un abanico de rubores de jacintos.
sobre su vergüenza. Y una voz solemne:
La sortílega protesta: —Yo te bautizo, Marsolaire, en el nombre del Padre
—Niña, ese es nombre e perra. y del Hijo y del Espíritu Santo...
—Que la pongan ¡Marsolaire!
La señora Cande insinúa:
—Niña Julia, no querrá er cura...
Ella replica desazonada, impúdica:
—¡Marsolaire! Como lo hubiera puesto... su padre.
El padre de María Julia, el viejo pescador, arrastra su
amarulencia por el patiecillo y da mordiscos rabiosos
al tabaco. La cara le escuece. «¡Como si no hubiera
habió más hombres en er mundo! Tampoco yo me casé
con su mae, pero éramos na más que una mujé y un
hombre. Sí señó. Sin impedimenta e por medio. Sí señó.
¡Esgraciá muchacha!»
María Julia se queda de pie en la puerta falsa, cara al
camino. Allá va el pedacito de su alma, el pedacito de

74 VEINTICINCO CUENTOS BARRANQUILLEROS Ramón Ulan Bacca 75

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