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TEXTOS
NARRATIVOS
HECHO POR: PAOLA YERENA
VILLASEÑOR
GRUPO: 3° “A”
PRÓLOGO
Elegí una variedad de textos que me parecieron muy interesantes e
investigué los más atractivos para el lector. Los cuentos clásicos, son
muy populares alrededor del mundo y entre los más famosos son de
los hermanos Grimm y Charles Perrault. No olvidemos que estas
narraciones nos divierten, nos emocionan, desarrollan el lenguaje,
amplían nuestro mundo interior, nos permiten soñar e imaginar y,
sobre todo, nos enriquecen como personas y nos permiten
adentrarnos en el mágico y fascinante mundo de la literatura en el
que quedaremos cautivados para siempre.
Analizando un poco las leyendas como “LA LAGUNA DE EL CAJAS” nos
damos cuenta que es una narración fantástica basada en la realidad
que intenta explicar el surgimiento de una laguna. Así hay una gran
variedad que también busca interpretar los fenómenos de la
naturaleza, el origen de un pueblo o características de animales y
plantas.
Los mitos nos dejan un mensaje que es expresar la vida cultural de
una sociedad o comunidad. Surgieron cuando el ser humano quiso
explicar y entender el origen de todo lo que lo rodea. La mitología
griega es una de las que destaca internacionalmente y se caracteriza
por explicar los orígenes del mundo, detallar las vidas y aventuras de
una amplia variedad de dioses, héroes y otras criaturas mitológicas
A diferencia de los demás, el poema, al ser expresión de los
sentimientos, a lo largo de la historia se ha relacionado con el amor,
pero hay que relacionarla con otros temas que reflejen las emociones
del autor ante la contemplación del mundo o de la realidad: amor,
pena, soledad, miedo, fracaso, alegría, desamparo, nostalgia…
ADVERTENCIA:
La creadora no responde molestias que puedan ocasionar los textos
elegidos. Aunque le pese. El lector tendrá que darse siempre por
satisfecho. Esta antología que propone al lector un viaje a aventuras
y prodigios imaginativos, es una versión ligeramente reducida. Incluye
varios textos breves en las que sus autores, de todos los tiempos,
concretaron, con precisión y brevedad admirables fantasías, que
hacen un todo interesante. Es al fin, un libro que se explica por sí
mismo.
No necesita de más advertencias o informaciones.
DEDICATORIA:
A mis papás por haberme formado como la persona que soy
actualmente; muchos de mis logros se los debo a ellos. Me criaron
con algunas reglas y libertades, pero al final de cuentas, me motivaron
para alcanzar mis sueños. También a mis hermanos Ailyn y Kevin por
brindarme felicidad y tiempo; y a mi demás familia por permitirme
aprender más de la vida a su lado.
La historia favorita de los tres ocurría en un lugar lejano, conocido como “El
País de Nunca Jamás” donde Peter Pan y el hada Campanilla vivían. Allí nadie
crecía, nadie se convertía en un adulto y podía jugar y divertirse como un niño
para siempre.
Cada noche, los tres hermanos se sentaban a escuchar historias antes de
dormir. Una de esas noches, los niños vieron una pequeña luz brillante
revoloteando por el cuarto y se quedaron maravillados al descubrir que no era
otra que Campanilla, la pequeña hada amiga de Peter Pan y el propio Peter
que miraba divertido desde la ventana.
Aquella noche, les propuso viajar al País de Nunca Jamás, conocer a los niños
perdidos y jugar sin que ningún adulto les diera órdenes.
“¿Y cómo iremos? – Pregunto Wendy
“¡Hahahaha!” – se echó a reír Peter Pan… “¡Volando!”
“Pero nosotros no podemos volar” contestó Michele.
“Campanilla os ayudará”
Y entonces la pequeña hada comenzó a revolotear sobre sus cabezas,
esparciendo un brillante polvo dorado que olía a piruleta. De este modo, los
niños empezaron a levantarse unos centímetros del suelo.
Asustados y divertidos, empezaron a volar por el cuarto junto a Wendy, la
hermana mayor que no podía creer lo que estaba viendo.
Emprendieron el viaje juntos, volando por la noche de la ciudad de Londres,
hasta que subieron tan alto que solo había nubes. Pasadas unas horas, volaban
sobre mar abierto y el sol lanzaba los primeros rayos de luz. ¡Estaban llegando
a Nunca Jamás!
Allí abajo vieron el temible barco pirata del Capitán Garfio, debían de tener
mucho cuidado con él… Era el malo del cuento. Aunque sabían que le
atemorizaba escuchar el sonido de un reloj “tic, tac, tic, tac” desde el día que
un cocodrilo gigante le comió una mano y se tragó su reloj. Desde entonces,
cada vez que escuchaba un reloj, se ponía tenso y empezaba a sudar de miedo.
Por eso, cada vez que un reloj llegaba a sus manos, lo destrozaba a martillazos.
Campanilla, Peter Pan, los niños perdidos junto a Wendy y sus hermanos lo
pasaban genial. Jugaban, comían dulces y escuchaban las historias de Wendy
antes de dormir.
Pero un día, los malvados piratas tendieron una emboscada a Wendy y la
llevaron atada dentro de un saco hasta el barco del Capitán Garfio.
El malvado pirata odiaba a Peter Pan… No podía soportar que fuera tan
alegre… siempre haciendo lo que quería sin importarle la opinión de los demás,
sin miedos… Sin complejos. ¡Justo lo contrario a él! El Capitán Garfio no
entendía la forma de vida de Peter y los niños perdidos, por lo que la detestaba
y quería acabar con ellos.
Pensó que, si secuestraba a Wendy, Peter haría lo que fuera por salvarla.
Y así fue.
Peter, se presentó en el barco dispuesto a pelear con Garfio y los piratas que,
aunque se hacían los valientes, tenían mucho miedo de Peter Pan porque era
mucho más rápido y fuerte que ellos.
Entre empujones y castañazos, el Capitán tropezó y calló al mar. Como no sabía
nadar, empezó a dar pataletas y a gritar pidiendo ayuda a Smith el segundo de
a bordo, que le tiró una cuerda para que pudiera trepar.
Entonces, los niños perdidos que eran muy listos y bromistas, soltaron al agua
un tronco pintado de verde con un reloj atado.
La corriente arrastró el tronco, que visto desde arriba parecía un cocodrilo. Al
oír “tic-tac-tic-tac” el Capitán Garfio entró en pánico. Subió corriendo al barco
y agarró con fuerza el timón.
Gritó lo más fuerte que pudo “AAAAAAAAAAAALTOOOO” y todo el mundo se
quedó quieto.
¡El cocodrilo está aquí! – dijo Garfio.
Peter Pan, que sabía de la broma, saltó al agua con Wendy y juntos vieron
cómo el barco pirata se alejaba de allí a toda velocidad.
Las risas de los niños perdidos todavía se pueden oír si escuchas una caracola…
Pasaron varios días de fiestas y celebraciones, hasta que Peter y Campanilla
acompañaron de nuevo a sus amigos a Londres, volando en la oscuridad de la
noche.
Pasaron los años y aunque se hicieron mayores, los tres hermanos siempre
recordaron aquella aventura que vivieron junto a Peter Pan, los niños perdidos
y Campanilla en El País de Nunca Jamás.
EL CAMPESINO Y EL DIABLO
Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm
Érase una vez un campesino famoso en el lugar por ser un chico muy listo y
ocurrente. Tan espabilado era que un día consiguió burlar a un diablo ¿Quieres
conocer la historia?
Cuentan por ahí que un día, mientras estaba labrando la tierra, el joven
campesino se encontró a un diablillo sentado encima de unas brasas.
– ¿Qué haces ahí? ¿Acaso estás descansando sobre el fuego? – le preguntó con
curiosidad.
– No exactamente – respondió el diablo con cierta chulería – En realidad,
debajo de esta fogata he escondido un gran tesoro. Tengo un cofre lleno de
joyas y piedras preciosas y no quiero que nadie las descubra.
– ¿Un tesoro? – El campesino abrió los ojos como platos – Entonces es mío,
porque esta tierra me pertenece y, todo lo que hay aquí, es de mi propiedad.
El pequeño demonio se quedó pasmado ante la soltura que tenía ese
jovenzuelo ¡No se dejaba asustar ni siquiera por un diablo! Como sabía que en
el fondo el chico tenía razón, le propuso un acuerdo.
– Tuyo será el tesoro, pero con la condición de que me des la mitad de tu
cosecha durante dos años. Donde vivo no existen ni las hortalizas ni las
verduras y la verdad es que estoy deseando darme un buen atracón de ellas
porque me encantan.
El joven, que a inteligente no le ganaba nadie, aceptó el trato, pero puso una
condición.
– Me parece bien, pero para que luego no haya peleas, tú te quedarás con lo
que crezca de la tierra hacia arriba y yo con lo que crezca de la tierra hacia
abajo.
El diablillo aceptó y firmaron el acuerdo con un apretón de manos. Después,
cada uno se fue a lo suyo. El campesino plantó remolachas, que como todos
sabemos, es una raíz, y cuando llegó el momento de la cosecha, apareció el
diablo por allí.
– Vengo a buscar mi parte – le dijo al muchacho, que sudoroso recogía cientos
de remolachas de la tierra.
– ¡Ay, no, no puedo darte nada! Quedamos en que te llevarías lo que creciera
de la tierra hacia arriba y este año sólo he plantado remolachas, que como tú
mismo estás viendo, nacen y crecen hacia abajo, en el interior de la tierra.
El diablo se enfadó y quiso cambiar las condiciones del acuerdo.
– ¡Está bien! – gruñó – La próxima vez será al revés: serás tú quien se quede
con lo que brote sobre la tierra y yo con lo que crezca hacia abajo.
Y dicho esto, se marchó refunfuñando. Pasado un tiempo el campesino volvió
a la tarea de sembrar y esta vez cambió las remolachas por semillas de trigo.
Meses después, llegó la hora de recoger el grano de las doradas espigas.
Cuando reapareció el diablo dispuesto a llevarse lo suyo, vio que el campesino
se la había vuelto a dar con queso.
– ¿Dónde está mi parte de la cosecha?
– Esta vez he plantado trigo, así que todo será para mí – dijo el muchacho –
Como ves, el trigo crece sobre la tierra, hacia arriba, así que lárgate porque no
pienso darte nada de nada.
El diablo entró en cólera y pataleó el suelo echando espuma por la boca, pero
tuvo que cumplir su palabra porque un trato es un trato y jamás se puede
romper. Se fue de allí maldiciendo y el campesino listo, muerto de risa, fue a
buscar su tesoro.
LEYENDAS
LA LEYENDA DE LA LLORONA
Hace muchos años en la Ciudad de México, cerca de Xochimilco, se escuchaban
los tristes lamentos de una mujer.
- ¡Ay mis hijos! Qué será de ellos - decía una voz perturbadora.
Mientras se escuchaba a la mujer misteriosa, los temerosos habitantes de la
ciudad se encerraban en sus casas a base de lodo y piedra. Tampoco los
antiguos conquistadores se atrevían a salir a la calle, pues los gritos de aquella
mujer eran realmente espeluznantes.
Los rumores decían que se trataba de la llorona, una mujer vestida de blanco
con cabellos largos y aspecto fantasmagórico, que flotaba en el aire con un
velo para cubrir su horripilante rostro. Lentamente vagaba por la ciudad entre
calles y plazas, y quien llegó a ser testigo de su presencia dice que, al gritar, ¡ay
mis hijos!, agitaba sus largos brazos de manera angustiosa, para después
desaparecer en el aire y seguir aterrorizando en otras partes de la ciudad con
sus quejidos y gritos.
Mientras la llorona recorría las plazas, lloraba desesperada, después de un
tiempo se dirigía al río hasta perderse poco a poco en la oscuridad de la noche,
y así terminar disolviéndose entre las aguas. Esto pasaba todas las noches en
la ciudad de México y tenía verdaderamente inquietos a sus habitantes, pues
nadie sabía la causa de aquellos lamentos
Algunas personas decían que la mujer tenía un enamorado, con el cual nunca
había podido casarse gracias a que la muerte la había sorprendido
inesperadamente. Al morir el hombre se quedó solo y triste, y descuidó a tal
punto a sus 3 hijos, que los pobrecitos se quedaron huérfanos sin que nadie
les ayudara. A causa de esto la mujer regresaba del más allá para cuidar de sus
hijos, y los buscaba desesperadamente a través de gritos y lamentos.
Otra versión cuenta que hace mucho, vivía una madre junto con sus tres hijos.
El padre de los niños los había abandonado hace mucho tiempo, hasta que un
día, aquel hombre regresó. El hombre volvió cuando los pequeños se
encontraban solos en casa y cuando la madre regresó a su hogar buscó a sus
niños, pero no los encontró, ni a ellos ni al hombre.
Salió y buscó por el pueblo llorando y gritando los nombres de sus niños sin
poder encontrarlos. Con el pasar de los años, su búsqueda continuó, pero sin
éxito alguno y tras tanto esfuerzo, la mujer falleció de la tristeza. Desde
entonces su espíritu errante vaga todas las noches buscando a sus hijos,
llorando y lamentando por los alrededores de los pueblos.
LA LEYENDA DE LA LAGUNA DE “EL
CAJAS”
Adaptación de la antigua leyenda de Ecuador
Si algún día viajas a Ecuador quizá puedas dirigirte al sur del país. Allí, en plena
cordillera de los Andes, hay un hermoso parque nacional que tiene una
impresionante laguna de aguas cristalinas, famosa por su enorme belleza. Se
la conoce como la laguna de El Cajas.
Según parece, antiguamente esta laguna no existía. Los mayores del lugar
todavía recuerdan que, donde ahora hay agua, existía una finca enorme que
pertenecía a un rico caballero. Dentro de la finca había una magnífica casa
donde vivía con su familia rodeado de lujos y comodidades. El resto del terreno
era un gran campo de cultivo en el que trabajaban docenas de campesinos que
estaban a sus órdenes.
Cuentan que una calurosa tarde de verano una pareja de ancianos pasó por
delante de la casa del ricachón. La viejecita caminaba con la ayuda de un
bastón de madera y él llevaba un cántaro vacío en su mano derecha.
– ¡Querida, mira qué mansión! Vamos a llamar a la puerta a ver si pueden
ayudarnos. Ya estamos demasiado mayores para hacer todo el camino de un
tirón ¡Debemos reponer fuerzas o nunca llegaremos a la ciudad!
La familia estaba merendando cuando escuchó el sonido del picaporte. Casi
nunca pasaba nadie por allí, así que padres e hijos se levantaron de la mesa y
fueron a ver quién tocaba a la puerta.
Cuando la abrieron se encontraron con un hombre y una mujer muy mayores
y de aspecto humilde. El anciano se adelantó un paso, se quitó el sombrero
por cortesía, y se dirigió con dulzura al padre de familia.
– ¡Buenas tardes! Mi esposa y yo venimos caminando desde muy lejos
atravesando las montañas. Estamos sedientos y agotados ¿Serían tan amables
de acogernos en su hogar para poder descansar y rellenar nuestro cántaro de
agua?
El dueño de la finca, con voz muy desagradable, dijo a la sirvienta:
– ¡Echa a estos dos de nuestras tierras y si es necesario suelta a los perros! ¡No
quiero intrusos merodeando por mis propiedades!
Su esposa y sus tres hijos tampoco sintieron compasión por la pareja. Muy
altivos y sin decir ni una palabra, dieron media vuelta, entraron en la casa, y el
padre cerró la puerta a cal y canto. Tan sólo la sirvienta se quedó afuera
mirando sus caritas apenadas.
– No se preocupen, señores. Vengan conmigo que yo les daré cobijo por esta
noche.
A escondidas los llevó al granero para que al menos pudieran dormir sobre un
lecho de heno mullido y caliente durante unas horas. Después salió con cautela
y al ratito regresó con algo de comida y agua fresca.
– Aquí tienen pan, queso y algo de carne asada. Lo siento, pero es todo lo que
he podido conseguir.
La anciana se emocionó.
– ¡Ay, muchas gracias por todo! ¡Eres un ángel!
– No, señora, es lo menos que puedo hacer. Ahora debo irme o me echarán de
menos en la casa. A medianoche vendré a ver qué tal se encuentran.
La muchacha dejó al matrimonio acomodado y regresó a sus quehaceres
domésticos.
La luna llena ya estaba altísima en el cielo cuando se escabulló de nuevo para
preguntarles si necesitaban algo más. Sigilosamente, entró en el establo.
– ¿Qué tal se encuentran? ¿Se sienten cómodos? ¿Puedo ofrecerles alguna
otra cosa?
La anciana respondió con una sonrisa.
– Gracias a tu valentía y generosidad hemos podido comer y descansar un buen
rato. No necesitamos nada más.
El viejecito también le sonrió y se mostró muy agradecido.
– Has sido muy amable, muchacha, muchas gracias.
De repente, su cara se tornó muy seria.
– Ahora escucha atentamente lo que te voy a decir: debes huir porque antes
del amanecer va a ocurrir una desgracia como castigo a esta familia déspota y
cruel. Coge tus cosas y búscate otro lugar para vivir ¡Venga, date prisa!
– ¿Cómo dice?…
– ¡No hay tiempo para explicaciones! ¡Confía en mí y sal de aquí lo antes
posible!
La chica no dijo nada más y se largó corriendo del establo. Entró en la casa sin
hacer ruido, metió en la maleta sus pocas pertenencias, y salió por la parte de
atrás tan rápido como fue capaz. Mientras, los ancianos salieron de granero,
retomaron su camino y también se alejaron de allí para siempre.
Faltaban unos minutos para el amanecer cuando unos extraños sonidos
despertaron al dueño de la casa y al resto de su familia. Los pájaros chillaban,
los caballos relinchaban como locos y las vacas mugían como si se avecinara el
fin del mundo.
El padre saltó de la cama y gritó:
– ¡¿Pero qué escándalo es éste?! ¡¿Qué demonios pasa con los animales?!
Todavía no había comprendido nada cuando, a través del ventanal, vio una
enorme masa de agua que surgía de la nada y empezaba a inundar su casa.
Invadido por el pánico apremió a su familia:
– ¡Vamos, vamos! ¡Salgamos de aquí o moriremos ahogados!
No tuvieron tiempo ni de vestirse. Los cinco salieron huyendo hacia la montaña
bajo la luz de la pálida luna y sin mirar hacia atrás ni para coger impulso.
Corrieron durante dos horas hasta que por fin llegaron a un alto donde
pudieron pararse a observar lo que había sucedido y… ¡La visión fue
desoladora! Todo lo que tenían, su magnífica casa y sus campos de cultivo,
habían desaparecido bajo las aguas.
No tuvieron más remedio que seguir su camino e irse lejos, muy lejos, para
intentar rehacer su vida. La historia dice que lograron sobrevivir pero que
jamás volvieron a ser ricos. Nunca llegaron a saberlo, pero se habían quedado
sin nada por culpa de su mal corazón.
Según la leyenda esas aguas desbordadas que engulleron la finca se calmaron
y formaron la bella laguna que hoy todos conocemos como la laguna de El
Cajas.
LA LEYENDA DE LA PRINCESA DE
ACAFALA
Adaptación de la antigua leyenda de Perú
Hace muchos años vivió en Perú una princesa muy bella llamada Acafala. La
fama de su hermosura era conocida en todas partes pues jamás nadie había
visto nada igual. Tenía el cabello negro como el azabache, la piel suave como
la seda y unos ojos redondos y enigmáticos que no parecían de este mundo.
Además de guapa era inteligente y refinada. Cuando caminaba parecía que
flotaba sobre el suelo y a su paso dejaba un rastro del más delicado perfume a
flores que os podáis imaginar.
Sólo tenía un defecto: se creía tan bella como los astros del cielo. Cuando
llegaba la noche, caminaba en soledad por la playa mirando las estrellas y se
comparaba con ellas. Nada le gustaba más que quedarse horas mirando al
firmamento hasta el amanecer sin dejar de pensar: ¿Será Venus más hermosa
que yo?
Aunque todo aquel que la veía se enamoraba al instante, ella rechazaba a
todos sus pretendientes porque consideraba que nadie la merecía. Su familia
le presentaba distinguidos muchachos para que eligiera al más apropiado,
pero ninguno le parecía conveniente. Sentía que era incapaz de amar a nadie
porque a quien más amaba, era a sí misma.
Un día, su familia se hartó de la situación ¡Ya tenía edad para casarse y su
obligación era, quisiera o no, escoger un marido cuanto antes! La rondaban
muchos chicos y todos eran excelentes partidos: guapos, ricos, educados… ¡No
había excusa para demorarlo más!
La princesa se negó en rotundo, afirmando que no quería a nadie y que su
único deseo era estar sola. No necesitaba un marido y no deseaba compartir
su vida con una persona por la que no sentía nada.
Sintiéndose muy desgraciada, salió corriendo hacia la playa. Era el lugar donde
más le gustaba refugiarse, lejos de todo el mundo. Allí, junto a la orilla del mar,
lloró sin consuelo. Lo único que anhelaba era ser tan hermosa como las
estrellas del cielo y que todo el mundo la admirara ¿Acaso era mucho pedir?
La luna y las estrellas, desde lo alto, la miraban con estupor porque no
comprendían que fuera tan vanidosa ¡En la vida había cosas más importantes
que la belleza exterior! Se reunieron y llegaron a la conclusión de que debían
hacer algo para que dejara de ser una muchacha frívola y orgullosa. Al final,
tomaron una decisión unánime: convertirla en estrella, pero no en una
brillante y reluciente como ellas, sino en una pequeña y sencilla estrella de
mar.
Y así, como por arte de magia, Acafala se transformó para siempre en una
estrella amarillenta, sin brillo, condenada a pasar el resto de sus días en las
profundidades del océano. A partir de ese día, vivió en la oscuridad, rodeada
de silencio, y sin poder contemplar los astros del cielo a los que tanto adoraba.
Dice la leyenda que ésta fue la primera estrellita de mar que existió y que,
desde entonces, todas las estrellas marinas del mundo, son igual de calladas y
solitarias que la princesa Acafala.
LA LEYENDA DEL CRISANTEMO
Adaptación de la antigua leyenda de Japón
Hace muchos años, en un pueblecito del lejano Japón, vivía un humilde
matrimonio con su pequeño hijo. Los tres formaban una familia feliz hasta que
un día el niño cayó enfermo. Todas las mañanas se levantaba ardiendo de
fiebre y con la carita pálida como la luna en invierno, pero nadie sabía qué le
pasaba ni cuál era el origen de sus males.
Los padres probaron todo tipo de pócimas y mejunjes, pero ninguno de los
tratamientos surtió efecto y el chiquillo no hacía más que empeorar.
Desesperados, pensaron que solo les quedaba una oportunidad: visitar al
anciano de barbas blancas que vivía en el bosque.
Según se contaba por toda la región no había hombre más sabio que él.
Conocía todas las hierbas medicinales y los remedios para cada enfermedad
por rara que fuera ¡Quizá pudiera curar a su hijo!
– ¡Querido, tenemos que intentarlo! Quédate con el niño mientras yo voy a
pedir ayuda al anciano del bosque ¡Solo él puede salvar a nuestro chiquitín!
Derramando lágrimas como gotas de lluvia, la madre se puso una capa de lana
y se adentró entre la maleza. Caminó durante una hora hasta que por fin divisó
una cabaña de madera rodeada por un cercado. Se acercó a la entrada, llamó
a la puerta con el puño y un hombre muy arrugado con barba blanca hasta la
cintura salió a recibirla.
– ¿Qué buscas por aquí, mujer?
– ¡Perdone que le moleste, pero necesito su ayuda!
– No te preocupes; percibo angustia en tus ojos y en tu voz… ¡Pasa y
cuéntemelo todo!
La mujer entró y se acomodó en un sencillo banco construido con un tronco.
Con el corazón encogido y los ojos hinchados de tanto llorar, explicó al anciano
el motivo de su visita.
– Señor, mi hijo de dos años está muy grave. Hace días que enfermó y no
conseguimos bajarle la temperatura ¡Tiene muchísima fiebre y el rostro blanco
como el mármol! No come nada y cada día está más débil. Si no encontramos
una cura para él me temo que…
– Lo siento, lo siento muchísimo…. Voy a ser muy sincero contigo: no conozco
el remedio para la enfermedad de tu hijo, pero puedo decirte cuántos días va
a vivir.
– ¿Cómo dice? ¡¿Y sin son pocos?! … ¡No sé si quiero saberlo!
– No pierdas la esperanza… ¡Nunca se sabe!
El anciano la miró con ternura y continuó hablando:
– Escúchame con atención: ve al bosque y busca una planta que da unas flores
amarillas llamadas crisantemos. Elige una de esas flores, córtala y cuenta los
pétalos; el resultado que obtengas será el número de días que va a vivir tu
pequeño, o lo que es lo mismo, sabrás si se va a curar o no.
La madre, rota de dolor, echó a correr en busca de la planta que el anciano le
había indicado. No tardó mucho en encontrar un arbusto cubierto de preciosas
flores amarillas. Se acercó, arrancó una flor y contó sus pétalos.
– ¡Oh, no, no puede ser! Sólo tiene cuatro pétalos… ¡Eso significa que solo va
a vivir cuatro días más!
Se derrumbó sobre el suelo y gritó con amargura durante un largo rato para
desahogarse, pero no se resignó a ese cruel destino. Decidida a alargar la vida
de su hijo por muchos años trató de calmarse, se sentó en una piedra y, con
mucha delicadeza, comenzó a rasgar los pétalos del crisantemo en finísimas
tiras hasta que cada uno quedó dividido en miles de partes.
Cuando terminó, regresó a la cabaña del anciano y le mostró la flor. El hombre,
con mucha paciencia, se puso a contar los pétalos, pero eran infinitos y le
resultó imposible.
Se atusó su larga barba blanca, suspiró y miró a la mujer con una sonrisa.
– Tengo buenas noticias para ti. Esta flor tiene miles y miles de pétalos, y eso
significa que tu hijito vivirá muchísimos años. Seguro que se casará y tendrá y
muchos hijos y muchos nietos, ya lo verás. Ahora, regresa junto a él y confía
en su recuperación.
– ¡Mil gracias, señor! Jamás olvidaré lo que ha hecho por mí y por mi familia.
La mujer, desbordante de felicidad, volvió a casa y entró en el cuarto de su
hijo. El chiquitín ya no estaba inmóvil en la cama, sino sentado sobre unos
almohadones, sonriente y comiendo un plato de sopa ¡Se estaba recuperando!
Pocos días después, el color sonrosado de sus mejillas indicó que había sanado
por completo.
Cuenta la leyenda que desde entonces los crisantemos ya no tienen cuatro
pétalos sino muchísimos, tantos que nadie es capaz de contarlos todos
¡Puedes comprobarlo cuando veas uno!
LA LEYENDA DE BAMAKO
Adaptación de la leyenda de África
Cuenta una vieja leyenda que hace miles de años no existía la luna. Cuando los
días se apagaban porque el sol se iba a descansar, las noches eran
completamente oscuras y por ninguna parte se veía un resquicio de luz. Los
seres humanos y los animales no acababan de acostumbrarse a esas tinieblas.
El temor se apoderaba de ellos y era raro ver algún ser vivo fuera de su hogar
cuando oscurecía.
En una pequeña aldea africana vivía una muchacha llamada Bamako. Era una
joven preciosa y querida por todos. Siempre estaba dispuesta a ayudar a su
familia y hacía todo lo que podía para que sus vecinos se llevaran bien y
vivieran en paz.
A menudo, la aldea de Bamako era atacada por soldados venidos de lejanas
tierras. Aprovechaban que por la noche no se veía nada para saquear todo lo
que encontraban a su paso. Los habitantes tenían tanto miedo a la oscuridad
que no salían de sus casas y los malvados soldados siempre conseguían
robarles sus caballos y la comida de los graneros.
Una noche, el dios N´Togini se le apareció a Bamako y le habló con voz suave
para no asustarla.
– Vengo a hacer un trato contigo porque sé lo mucho que amas a tu familia y
a la gente de tu pueblo
– Así es, señor – respondió la chica haciendo una pequeña reverencia de
respeto.
– Mira… Sé que lo estáis pasando mal por los ataques de los soldados. Mi
querido hijo Djambé vive en una gruta junto al río y siempre ha estado muy
enamorado de ti. Si aceptas casarte con él, te llevará al cielo y tu precioso
rostro iluminará las noches. Gracias a tu luz, ya no habrá oscuridad sobre la
tierra y tus vecinos podrán defenderse de sus enemigos.
Bamako, cuyo corazón era tan grande que no le cabía en el pecho, aceptó con
humildad.
– Dígame, señor… ¿Qué tengo que hacer?
– Sobre la gruta donde vive mi hijo hay una roca que asoma sobre el río. Esta
noche ve allí y lánzate al agua. No temas, porque Djambé te cogerá en brazos
y te subirá a lo más alto del firmamento.
Bamako no dudó en decir que sí. Pensar que podía ayudar a alejar el peligro
de su pueblo le hacía mucha ilusión. Cuando el sol se puso y sólo se oía el canto
de los grillos, la valiente Bamako corrió hasta la roca y se lanzó al río, cayendo
en los mullidos brazos del joven Djambé. Con cuidado, el hijo del dios la llevó
más arriba de las nubes y allí se quedaron a vivir para siempre.
Desde entonces, la resplandeciente cara de Bamako iluminó todas las noches
del año y los habitantes ya no tuvieron miedo. Cada vez que se acercaban los
soldados, los veían llegar y salían a defenderse con uñas y dientes. Con el
tiempo, los ladrones dejaron de acechar la aldea y la paz regresó al pequeño
pueblo.
Nadie olvidó jamás lo que Bamako hizo por ellos y se cuenta que todavía hoy
en día, muchos en la aldea lanzan besos al cielo esperando que la dulce
muchachita los recoja.
LA LEYENDA DEL ARROZ
Adaptación de una leyenda de la India
Cuenta una antiquísima leyenda hindú que, hace cientos de años, los granos
de arroz eran mucho más grandes que los que conocemos hoy en día. Por
aquel entonces, su cultivo era fundamental para los habitantes de la India,
pues debido a su enorme tamaño, mucha gente podía alimentarse. Lo cierto
es que casi nadie pasaba hambre, ya que unos pocos granos en el plato,
bastaban para llenar la tripa y dejar saciado a cualquiera.
Los campesinos disfrutaban además de una gran ventaja ¿Sabes cuál? ¡Pues
que no hacía falta ir a recogerlos! Cuando los granos estaban maduros,
pesaban tanto que se caían solos de sus tallos y rodaban hasta los graneros
que, muy hábilmente, habían sido construidos cerca de las plantaciones para
que el arroz entrara fácilmente por la puerta.
Un año, la cosecha fue increíble. Las plantas de arroz crecieron fuertes y
robustas y los granos alcanzaron el tamaño más grande nunca visto. Todos
pensaron que sus graneros se habían quedado pequeños y que era una pena
que, por no poder almacenarlo todo, una gran parte del cereal se pudriera. La
única solución que se les ocurrió fue ampliar sus graneros.
Sin dudarlo ni un segundo, se pusieron manos a la obra. Todos los campesinos,
ayudados por sus familias, trabajaron día y noche para que las obras estuvieran
terminadas a tiempo. Se dieron mucha prisa y se esforzaron al máximo, pero
no lo consiguieron: antes de acabar las reformas de los almacenes, los
primeros granos de arroz comenzaron a desprenderse de la planta y a rodar
hasta sus puertas.
En uno de los graneros a medio hacer, estaba una mujer anciana sentada junto
a la entrada. Vio llegar un grano de arroz y, rabiosa, se acercó a él y le dio un
pisotón al tiempo que gritaba:
– ¡Maldita sea! ¡Todavía no están listos los graneros! ¿No podrías esperar un
poco más en la planta?
Debido al fuerte golpe, el grano de arroz se rompió en mil pedazos que se
esparcieron por el suelo. Momentos después, se escuchó una voz suave y
melancólica que venía de uno de esos trocitos.
– ¡Señora, es usted una desagradecida! A partir de ahora, no vendremos a
vuestros hogares, sino que seréis vosotros quienes iréis a buscarnos al campo
cuando nos necesitéis.
Desde ese día, los granos de arroz son pequeñitos y los campesinos se ven
obligados a levantarse cada mañana para realizar el duro trabajo de
recolectar este cereal en los humedales.
LA LEYENDA DEL MAÍZ
Adaptación de la leyenda mexicana (azteca)
Hace varios siglos, antes del descubrimiento de América, en México vivían los
aztecas. Cuenta la leyenda que se alimentaban de raíces de plantas que iban
encontrando y de los animales que conseguían cazar cada día.
Su mayor deseo era comer maíz, pero no podían porque crecía escondido
detrás de unas altas y escarpadas montañas, imposibles de atravesar.
Un día, pidieron ayuda a varios dioses y éstos, deseando prestar ayuda a los
humanos, probaron a separar las gigantescas montañas para que pudieran
pasar y llegar hasta el maíz. No sirvió de nada, pues ni los dioses, utilizando
toda la fuerza que tenían, lograron moverlas.
Pasó el tiempo y, estaban tan desesperados, que suplicaron al gran dios
Quetzalcóatl que hiciera algo. Necesitaban el maíz para hacer harina, y con ella
poder fabricar pan. El dios se comprometió a echarles una mano, pues su
poder era inmenso.
A diferencia de los otros dioses, Quetzalcóatl no quiso probar con la fuerza,
sino con el ingenio. Como era un dios muy inteligente, decidió transformarse
en una pequeña hormiga negra. Nadie, ni hombres ni mujeres, ni niños ni
ancianos, comprendían para qué se había convertido en ese pequeño insecto.
Sin perder tiempo, invitó a una hormiga roja a acompañarle en la dura travesía
de cruzar las altas montañas. Durante días y con mucho esfuerzo, las dos
hormiguitas subieron juntas por la dura pendiente hasta llegar a la cumbre
nevada. Una vez allí, iniciaron la bajada para pasar al otro lado. Fue un camino
muy largo y llegaron agotadas a su destino, pero mereció la pena ¡Allí estaban
las doradas mazorcas de maíz que su pueblo tanto deseaba!
Se acercaron a la que parecía más apetitosa y de ella, extrajeron uno de sus
granos amarillos. Entre las dos, iniciaron el camino de regreso con el granito
de maíz bien sujeto entre sus pequeñas mandíbulas. Si antes el camino había
sido fatigoso, la vuelta lo era mucho más. La carga les pesaba muchísimo y sus
patitas se doblaban a cada paso, pero por nada del mundo podían perder ese
granito del color del sol.
Los aztecas recibieron entusiasmados a las hormigas, que llegaron casi
arrastrándose y sin aliento ¡Qué admirados se quedaron cuando vieron que lo
habían conseguido!
La hormiga negra, que en realidad era el gran dios, agradeció a la hormiga roja
el haberle ayudado y prometió que sería generoso con ella. Después entregó
el grano de maíz a los aztecas, que corrieron a plantarlo con mucho mimo. De
él salió, en poco tiempo, la primera planta de maíz y, de esa planta, muchas
otras que en pocos meses poblaron los campos.
A partir de entonces, los aztecas hicieron pan para alimentar a sus hijos, que
crecieron sanos y fuertes. En agradecimiento a Quetzalcóatl comenzaron a
adorarle y se convirtió en su dios más amado para el resto de los tiempos.
LA LEYENDA DEL TAMBOR
Adaptación de la leyenda de África
Cuenta una vieja leyenda de África que hace cientos de años, por aquellas
tierras, los monos se pasaban horas contemplando la Luna. Se reunían por las
noches cuando el cielo estaba despejado y se quedaban pasmados ante su
hermosura. Podían estar horas sin pestañear, fascinados por tanta belleza. A
menudo comentaban que, si vista desde lejos era tan bonita, de cerca habría
de ser aún más espectacular.
Un día decidieron por consenso que, para comprobarlo, viajarían hasta la ella.
Como los monos no tienen alas, su única opción era subirse unos encima de
otros formando una larga torre. Los más fuertes se quedaron en los puestos
de abajo y los más flacos fueron trepando con agilidad, hasta formar una
inmensa columna de monos. La torre parecía sólida, pero resultó no ser así.
Era demasiado alta y a los que estaban en la base les fallaron las fuerzas. El
resultado fue que empezó a tambalearse y se derrumbó. Miles de monos
cayeron al suelo. Para ser más exactos, cayeron todos menos uno, pues el que
estaba arriba del todo logró engancharse con la cola al cuerno de la Luna.
La pálida Luna se echó a reír. Le parecía muy gracioso ver a ese monito tan
simpático colgado boca abajo agitando los brazos. Le ayudó a ponerse en pie
y, para darle las gracias por tan improvisada visita, le regaló un tambor ¡El
mono se puso muy contento! Nunca había visto ninguno porque en la tierra
los tambores todavía no existían. La Luna se convirtió en su maestra y le
enseñó a tocarlo ¡Quería que se convirtiera en un buen músico!
Pero como siempre, todo lo bueno se acaba y llegó el momento de regresar a
casa. La Luna se despidió con ternura del mono y preparó una larga cuerda
para que se deslizase por ella. Sólo le hizo una advertencia: no debía tocar el
tambor hasta que llegara a la tierra. Si desobedecía, cortaría la soga.
El mono prometió que así sería, pero durante el trayecto de bajada no pudo
resistir la tentación y, a mitad de camino, comenzó a golpear su tambor. El
sonido resonó en el espacio y llegó a oídos de la Luna, que muy enojada, cortó
la cuerda. El mono atravesó las nubes y el arco iris a toda velocidad, cayendo
en picado sobre la tierra.
¡El golpe fue morrocotudo! Le dolía hasta el último hueso y se hizo heridas
importantes. Por suerte, una muchacha de una tribu cercana le encontró
tirado junto a su tambor y, apiadándose de él, le cuidó en su cabaña hasta que
consiguió recuperarse.
Según dice la leyenda, ese fue el primer tambor que se conoció en África. A los
indígenas les gustó tanto cómo sonaba que comenzaron a fabricar tambores
muy parecidos. Con el tiempo, este instrumento se hizo muy popular y se
extendió por todo el continente. Hoy en día, de norte a sur, resuenan tantos
tambores, que se dice que la Luna escucha sus tañidos y se siente complacida.
LA LEYENDA DEL CANGURO
Adaptación de la antigua leyenda de Australia
Cuenta una antiquísima leyenda australiana que, en sus orígenes, los canguros
tenían cuatro patas como hoy en día, pero las cuatro de la misma longitud.
Como los gatos, los perros o los leones, utilizaban todas las patas a la vez para
caminar y para correr.
Así fue durante muchos años, hasta que un día apareció en las llanuras donde
vivían las familias de canguros, un cazador. El hombre, que tenía la piel tostada
por el sol, iba armado con lanzas y rastreaba el terreno buscando animales
para comer.
Un canguro que descansaba bajo la sombra de un árbol, le vio aparecer entre
la maleza. A pesar de que no había estado jamás frente a ningún humano, su
instinto le dijo que las intenciones que traía no eran precisamente buenas:
tenía el rostro tenso, se movía despacio procurando no hacer ruido, miraba
con sigilo a un lado y a otro, y llevaba la mortífera lanza en alto, dispuesto a
atacar en el mismo momento que viera un animal que pudiera atrapar.
El canguro se puso en alerta. Le tenía muy cerca y su única opción era escapar
cuanto antes. En el fondo, pensó que lo tendría fácil ¡El hombre tenía dos patas
y él cuatro, así que no había duda de que correría mucho más rápido! Se
levantó del suelo y a la de tres, echó a correr a toda velocidad. El humano
escuchó un ruido y descubrió al animal poniendo pies en polvorosa. Sin
dudarlo, comenzó a perseguirle.
El canguro corría y corría sin parar, pero el hombre iba pisándole los talones.
Sí, él tenía cuatro patas, pero las dos patas de su enemigo eran más largas y
musculosas ¡Las cosas estaban poniéndose difíciles!
La persecución duró al menos dos horas y el canguro ya no podía más. Por
suerte, la noche cayó sobre la llanura y, en un despiste de su acosador, logró
camuflarse entre unos matorrales. Ahí se quedó, inmóvil, esperando a que el
enemigo de dos patas se alejara. Pero no… En vez de regresar a su hogar,
decidió juntar unas ramas y encender una hoguera para calentarse y esperar
allí hasta el amanecer.
El pobre canguro sabía que tenía que salir de su escondite porque en cuanto
aparecieran los primeros rayos de sol, el cazador retomaría su búsqueda y al
final, caería en sus redes. Había aprendido que correr no le había servido de
nada, así que lo mejor, sería intentar huir despacito, sin hacer ruido. Se le
ocurrió levantar las patas delanteras y se fue alejando en absoluto silencio,
caminando de puntillas con las dos patas de atrás.
Cuando estuvo bien lejos del peligro, se dio cuenta que de esta manera le había
resultado muy fácil escabullirse. Caminar sobre las patas traseras era genial,
pero ¿y qué tal si probaba a saltar? Lo intentó y al principio, cada vez que daba
un brinco, se caía de culo, pero sabía que era cuestión de práctica y con tesón
consiguió que sus saltos fueran grandes y precisos.
¡Se sintió maravillosamente bien! A partir de ahora, podría escapar de
cualquiera que intentara hacerle daño. Ningún hombre, por rápido que fuera,
podría compararse a un experto canguro saltarín como él.
Regresó a la llanura muy contento y contó a las familias de canguros lo que
había descubierto. Siguiendo sus consejos, todos se pusieron a ensayar para
lograr un mecanismo perfecto de salto.
¡La iniciativa tuvo muchísimo éxito! Poco a poco, los canguros de toda Australia
dejaron de utilizar las patas delanteras para caminar. Con el tiempo, su cuerpo
fue evolucionando y se volvieron más cortitas, mientras que las traseras se
hicieron fuertes y elásticas como muelles.
LA LEYENDA DEL CENOTE ZACÍ
Esta historia se centra en un poblado llamado “Zací” que significa gavilán
blanco, se cuenta que hace un tiempo existían dos familias que compartían el
poderío del pueblo, Los Cocom y los Cupules.
La gran curandera y hechicera (x-men en maya) del pueblo era la jefa de la
familia de los Cocom, una anciana fuerte e influyente quien tenía una nieta
llamada Zac-Nicté o flor blanca.
Por el otro lado Halach Huinic descendiente de la familia de los Cupules tenían
un hijo, el príncipe Hul-kin, los dos adolescentes tuvieron una amistad que
culminó con un amor.
El cacique al darse cuenta de esta relación tomo la decisión de enviar lejos al
joven hacia un poblado en el cual ya había pactado un casamiento para que
Hul-kin se casara con la princesa de ese lugar.
Zac-Nicté se sentía triste y desolada al darse que su amado príncipe había
partido, ella perdió su alegría que la caracterizaba y aquel brillo en sus ojos ya
no se veía más, así que sin saber que más hacer, le confesó a su abuela que se
encontraba embarazada de Hul-kin.
La abuela que era la hechicera más poderosa del pueblo le prometió que usaría
todo su poder para traer de vuelta a su amado príncipe, pero él, estando en
aquel poblado lejano, se había olvidado de ella gracias a la hermosura de su
nueva pareja.
Un día Zac-Nicté al darse cuenta de la boda de Hul-kin tomo la decisión de
atarse una piedra a su hermosa cabellera y arrojarse al fondo del cenote maya,
hoy en día es conocido como el cenote Zací.
Justo en ese instante el príncipe sintió un enorme mal exactamente en el
corazón, esto lo llevó de vuelta a Zací solo para darse cuenta de que su querida
había muerto.
Preso del mal, Hul-kin además se lanzó al cenote dejándose ahogar para
demostrarle a Zac-Nicté su amor incondicional.
La hechicera al notar este acto dijo: “te he cumplido Zac-Nicté, te he traído
otra vez a tu amor”, de forma simultánea que arrojaba una maldición al
cenote, el cuál cobraría la vida de algún joven para honrar el cariño de Zac-
Nicté y Hul-kin.
En la actualidad se puede hallar el cenote Zací como un lugar turístico, pero la
historia sigue viva en Valladolid, todos los años, cuando el manto verde del
agua se torna a un tono obscuro, se ahoga una persona, cumpliéndose de esta
forma la maldición de la hechicera. Todos los cuerpos aparecen precisamente
a los 3 días.
Los únicos que jamás salieron fueron los cuerpos de Hul-kin y Zac-Nicté. Sus
almas permanecen unidas en el fondo del cenote.
mitos
LA CAJA DE PANDORA
En la mitología griega se menciona la Caja de Pandora como un curioso regalo
de los dioses...
Cuentan que, tras haber robado el titán Prometeo el fuego de los dioses
para regalarlo a los hombres y el castigo que Zeus le impuso por tamaña
osadía, su hermano Epimeteo recibió como regalo de los Olímpicos una
compañera: Pandora. Ésta fue dotada con todos los encantos que los dioses
podían proporcionarle: Afrodita le dio la belleza, Hermes la elocuencia, Atenea
la sabiduría, Apolo la música...
Cuando Pandora se presentó ante Epimeteo, lo hizo acompañada de otro
regalo de Zeus: una caja cerrada, que bajo ningún concepto debía ser abierta.
Epimeteo, deslumbrado ante la gracia y la belleza de Pandora, ignoró la
promesa hecha a su hermano Prometeo de no aceptar jamás regalo alguno de
los dioses olímpicos, pues eran astutos y traicioneros, y la aceptó como
compañera, aceptando al mismo tiempo la caja que la acompañaba, que
escondió en lugar seguro...
Pero la curiosidad pudo con Pandora, y un día que Epimeteo dormía le robó
la llave del lugar donde escondía la caja, y la abrió para espiar su contenido. Al
levantar la tapa, grande fue su desilusión al encontrarla vacía, pero era porque
en ese mismo momento escaparon de ella todas las desgracias y males que
podían afectar al hombre, y se extendieron por el mundo: enfermedades,
sufrimiento, guerras, hambre, envidia, ira... Mas todavía le dio tiempo a
vislumbrar en el fondo de la caja algo que aún no había escapado, y corriendo
la cerró. Lo que pudo conservar en el fondo de la caja fue la Esperanza, que no
consiguió escapar. De ese modo fue sellado el destino de todos los hombres,
que a partir de entonces padecieron toda suerte de males..., pero incluso en
medio de los más terribles de ellos, siguen conservando la Esperanza...
EL CONEJO EN LA LUNA
Hace algunos siglos, el dios Quetzalcóatl tomó la decisión de viajar por todo el
mundo. Para que no lo reconocieran, cambió su aspecto de serpiente
emplumada por el de un humano. Al llegar a la Tierra, caminó montañas y
recorrió bosques. Al terminar la travesía, sintió cansancio y hambre, entonces
optó por sentarse en una roca para descansar.
Era una noche de verano, donde una luna de color naranja parecía contemplar
todo desde lo alto. El dios pensó que aquella era lo más precioso que había
visto en su vida. Tiempo después, se dio cuenta de que junto a él estaba un
conejo que lo miraba mientras masticaba algo de comida
– ¿Qué comes, lindo conejito?
– Hierba fresca. ¿Quieres un poco?
– Gracias, pero los humanos no comemos eso.
– ¿Y entonces qué comerás? ¿Te ves cansado y con apetito?
– Tienes razón? Creo que si no encuentro comida moriré de hambre.
– Soy un pequeño conejo, pero si quiere puedes comerme para sobrevivir.
– Me emocionan tus palabras. Por eso a partir de hoy serás recordado para
siempre. Te lo mereces por ser tan bondadoso.
Quetzalcóatl tomó al conejo y lo levantó tan alto que su figura quedó impresa
en el semblante de la luna. Después lo bajó de nuevo hasta el suelo y el conejo
pudo admirar su propia imagen en aquella perfecta noche.
– Pasarán los siglos y los hombres irán y vendrán. Pero ahí estará plasmado
siempre tu recuerdo.
Así fue como la promesa del dios se cumplió, y desde entonces, cuando la luna
está llena, brillante y redonda, se alcanza a asomar la silueta de un generoso
conejo, que incólume se postra en el satélite natural que vigila todas las noches
de la Tierra.
EL MITO DE SÍSIFO
Sísifo era el rey de Ephyra, una rica ciudad de Corinto, en la actual Grecia. Su
padre era el rey Eolo de Tesalia y su madre se llamaba Enarete. Estaba casado
con la ninfa Merope y tenían cuatro hijos.
Sísifo era un rey muy astuto y consiguió que su ciudad prosperase gracias al
comercio. Sin embargo, para lograr esa prosperidad, el rey recurría muchas
veces a trucos y engaños. No solo eso, sino que no era nada hospitalario con
las personas que visitaban su pueblo y les trataba fatal la mayor parte de las
veces.
Un día, vio como el dios Zeus secuestraba a la ninfa Egina. Sísifo se lo fue a
decir al padre de la joven, el rey Asopo:
- He visto cómo Zeus secuestraba a tu hija. Puedo decirte dónde está si me das
algo a cambio.
- ¿Qué es lo que quieres? - respondió Asopo.
- Deseo un manantial para mi ciudad, una fuente para que la gente pueda
beber y lavarse.
- Así será- le prometió Asopo.
Con la información que Sísifo le dio, la ninfa pudo ser liberada. En
consecuencia, el dios Zeus se enfadó muchísimo con Sísifo y decidió castigarle
para siempre. Le pidió a Tánatos, el dios de la muerte, que se lo llevara y lo
encadenara en el Inframundo, un lugar similar al infierno para los griegos. Zeus
se olvidó de que Sísifo era muy astuto. Tan listo era que logró librarse de
Tánatos y hacer que fuese él quien acabase encadenado.
Al estar la muerte encadenada, ningún mortal podía ir al inframundo. Esto hizo
que Hades, el rey del inframundo y hermano de Zeus, enfureciese. Le comentó
a su hermano su enfado y este le prometió que le pondría remedio. Zeus le
dijo que enviaría a Ares, el dios de la guerra, a liberar a Tánatos de sus cadenas
y, en su lugar, llevar a Sísifo al inframundo de nuevo. De nuevo, logró librarse
gracias a sus engaños.
Zeus y Hades, hartos de los engaños de Sísifo, le impusieron un castigo
ejemplar. Le condenaron a empujar para siempre una pesada piedra por la
ladera de una empinada montaña. Al llegar arriba, la roca rodaría de nuevo
hasta el valle y así eternamente teniendo que volver a empujarla ladera arriba.
Ese fue su castigo y, de este modo, Sísifo aprendió la lección y la necesidad de
lograr las cosas sin recurrir a engaños.
EL MITO DE ECO Y NARCISO
Eco era una ninfa del bosque que protagonizó varios mitos y leyendas. Era muy
charlatana y juguetona, y solía entretener así a la diosa Hera, mientras su
esposo, Zeus, aprovechaba para irse a hacer de las suyas.
Cuando Hera se enteró de las infidelidades de Zeus, condenó a la ninfa Eco a
no poder hablar por sí misma, sino sólo repetir las últimas palabras de lo que
escuchara. Asustada y maldita, Eco abandonó los bosques que solía habitar y
se recluyó en una cueva cerca de un riachuelo.
Por otra parte, Narciso era un joven de gran belleza que, al nacer, el adivino
Tiresias predijo que ver su propia imagen en un espejo causaría su perdición.
Advertida, su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que Narciso
pudiera verse reflejado.
Así creció ignorando la enorme belleza con la que contaba y se volvió un
muchacho muy introvertido. Le gustaba dar largas caminatas, sumergido en
sus pensamientos, y en una oportunidad pasó cerca de la cueva de Eco, que al
verlo –sin que él la notara- quedó fascinada por él.
Narciso repitió varias veces el paseo cerca de la cueva de Eco, y ella siempre le
esperaba y le seguía de lejos para admirarlo. Un día, sin darse cuenta, la ninfa
pisó una ramita seca y el ruido hizo que Narciso la descubriera. Le preguntó
que hacía allí y por qué lo seguía, pero ella no pudo más que repetir las últimas
palabras. Él continuó hablando y ella repitiendo, sin poder decir lo que
realmente quería.
Finalmente, y con ayuda de animales del bosque, Eco pudo confesarle su amor
a Narciso. Esperanzada, la pobre Eco sólo recibió de parte de Narciso una risa
que le rompió el corazón y regresó a su cueva llorando. Allí permaneció sin
moverse, repitiendo las últimas palabras de Narciso: «qué tonta… tonta…», y
así se consumió, volviéndose una con la cueva y dejando sólo su voz flotando
en el aire.
Otra versión cuenta que Eco era una ninfa del agua y que sí podía hablar
cuando conoció a Narciso, pero éste pasaba horas mirando su reflejo en el
estanque. La ninfa le pidió ayuda a Afrodita, puesto que el joven la ignoraba.
Afrodita le dijo que haría que Narciso le prestara atención sólo por unos
minutos y que en ese tiempo ella debía enamorarlo. De lo contrario, quedaría
condenada a repetir las últimas palabras de los hombres. Claro que la pobre
ninfa no lo logró.
Sin embargo, Narciso no salió impune. Se dice que la diosa Némesis, que había
presenciado todo, aprovechó uno de los paseos de Narciso para despertar en
él una poderosa sed. El joven recordó el riachuelo junto a la cueva de Eco al
beber de él, vio su imagen reflejada en el agua. Tal como había predicho
Tiresias, su propia imagen causó su perdición, pues quedó tan admirado de
ésta que ahí mismo murió de inanición. Otras versiones dicen que se ahogó al
querer reunirse con su amado reflejo en el agua. Allí donde él murió, surgió
una flor que lleva su nombre: el Narciso, que crece sobre las aguas,
reflejándose en ellas.
EL MITO DE PROMETEO
Prometeo era un titán hijo de Jápeto y la oceánida Asia. De sus hermanos,
Prometeo era el más astuto y valiente de todos, tan osado que se atrevía a
desafiar a los mismísimos dioses del Olimpo. Tras la Titano maquia, la guerra
que enfrentó a dioses y titanes, Zeus quiso poblar con seres vivos el mundo
sobre el que reinaría y encargó esta tarea a Prometeo y su hermano Epimeteo.
Este segundo se encargó de crear a todos los animales y les concedió
propiedades que les ayudaran a sobrevivir como el pelaje para protegerse del
frío, las garras para cazar, la velocidad o una gran fuerza. Por su parte,
Prometeo utilizó barro para crear a unos seres más delicados y complejos que
casi recordaban a la imagen de los dioses: los hombres. El titán les concedió
una gran inteligencia y habilidades extraordinarias como la de caminar
erguidos, construir herramientas o refugios, domesticar animales salvajes y
recolectar alimentos de la naturaleza.
Prometeo estaba encantado con su nueva creación y los hombres le adoraban
por haberles dado la vida, pero para el titán no era suficiente. En un momento
de imprudencia, y quién sabe si deseando el bien de la humanidad o queriendo
fastidiar a los dioses, Prometeo robó una chispa del carro de Helios, dios del
Sol, y se la entregó a los hombres para que pudieran usar el fuego a placer y
estar más igualados respecto a los dioses. El fuego era considerado un
elemento sagrado, un don reservado solo para los habitantes del Olimpo y sus
secuaces y a Zeus no le gustó nada que Prometeo le hubiera desafiado por lo
que entró en cólera contra el titán, tal vez para ocultar el miedo de que los
hombres se hicieran demasiado poderosos y usurparan su lugar.
Como venganza, Zeus ordenó a Hefesto que creara a la primera mujer,
Pandora, y se la ofreció a Prometeo como esposa, pero este la rechazó
temiendo que fuera una trampa. Entonces el señor del Olimpo hizo lo propio
con Epimeteo, que se enamoró de la joven y aceptó casarse con ella. En la
boda, Pandora recibió como regalo una vasija (que no una caja) que no debía
abrir nunca, pero la mujer no pudo resistir la curiosidad y miró dentro del
regalo. Al abrir la vasija, Pandora liberó todos los males existentes (vejez,
tristeza, hambre, locura, enfermedad, crimen) que desde entonces acecharían
a los hombres. De forma indirecta, Zeus había castigado a Prometeo haciendo
daño a aquello que más amaba: la humanidad.
El mito podría haber terminado ahí, pero Prometeo no era de los que se
rendían fácilmente. Se le encargó idear un sacrificio con el que los hombres
pudieran adorar a los dioses del Olimpo y el titán sacrificó dos bueyes y le dio
a elegir a Zeus: un montón de huesos ocultos bajo la grasa y la piel del animal
o toda la carne que se podía consumir escondida con las tripas y la sangre para
darle un aspecto repulsivo. Zeus eligió los huesos pensando que así se quedaba
con las partes más apetecibles de los animales, cayendo en la trampa de
Prometeo y permitiendo a los hombres quedarse con la carne de los sacrificios.
El segundo engaño tuvo para Prometeo un coste muy alto. Zeus ordenó a
Hefesto que encadenara al titán en el Cáucaso con unas cadenas irrompibles y
mandó a un águila para que devorara sus entrañas eternamente. Como el titán
era inmortal y el águila no podía matarlo, la carne de Prometeo se regeneraba
por la noche y el ave volvía a la mañana siguiente para seguir comiendo. La
angustia de Prometeo terminó cuando Hércules, conmovido por el sufrimiento
del titán, mató al águila de un flechazo y lo liberó.
¿POR QUÉ LOS OSOS POLARES TIENEN
LA COLA CORTA?
Un frío día de invierno un gran oso polar deambulaba de aquí para allá
buscando comida cuando de repente pasó por delante de él una zorra que
llevaba varios peces en una bolsa.
El oso estaba muerto de hambre y sintió que la boca se le hacía agua al ver el
suculento manjar que la zorra se iba a zampar. Levantó la voz y le preguntó:
– ¡Hola, amiga! Veo que has tenido suerte y hoy vas a cenar como una reina…
¿Dónde has conseguido ese estupendo botín?
La zorra se paró en seco y con cara de despreocupación le dijo:
– Sencillo, amigo, simplemente fui a pescar.
– ¿A pescar? ¡Pero si el lago está helado!
La zorra, que era muy sabionda, se lo explicó de forma sencilla para que lo
entendiera.
– ¡Amigo, no te enteras! El lago está helado en la superficie, pero no en el
fondo. Haz un agujero en el hielo con tus garras y después prueba a meter la
cola en el agua. En cuanto los peces la vean se acercarán y se agarrarán a ella
para mordisquearla. Cuando notes que han picado unos cuantos, da un tirón
fuerte y ya está ¡Comida fresca y abundante para ti!
– ¡Uy, pues sí que parece muy fácil!…
– Lo es, pero te advierto que el agua está muy fría. Tienes que aguantar lo más
que puedas porque cuantos más peces se peguen a tu cola mejor será la
recompensa, pero tampoco te pases porque las consecuencias pueden ser
nefastas. Yo diría que máximo cinco minutos.
– ¡Entendido! Muchas gracias por tu ayuda y tus buenos consejos.
– ¡De nada, amigo, que tengas mucha suerte!
La zorra continuó su camino y el gran oso blanco apretó el paso para llegar
cuanto antes al lago. Como ya sabía se encontró con que no había agua sino
una enorme plancha blanca que sólo servía para patinar o como mucho, para
jugar un rato a tirar piedras y verlas rebotar. Animado por la sugerencia de la
zorra, hizo un agujero con las patas, sentó sobre él su enorme trasero, y dejó
caer su larga cola dentro del agua.
– ¡Brrrr, brrrr! ¡Qué fría está!
El oso sentía que el frío se apoderaba de todo su cuerpo, pero intentó no
moverse ni una pizca. Armado de paciencia esperó y esperó hasta que los
peces empezaron a arremolinarse junto a su cola. En seguida percibió unos
mordisquitos muy suaves y calculó que serían unos diez o doce peces nada
más.
– Parece que el plan funciona, pero tengo mucha hambre y necesito pescar al
menos tres docenas. Aguantaré un ratito más a ver…
Dejó pasar no cinco sino diez minutos y el pobre ya no soportaba más la gélida
temperatura del agua, así que se levantó de golpe y dio un fuerte tirón.
Desgraciadamente la cola se había congelado como si fuera una estalactita de
hielo y se partió de cuajo casi desde la raíz.
Por ser demasiado avaricioso el oso polar se quedó ese día sin comer, pero lo
realmente curioso de esta historia es que, desde entonces, él y sus congéneres
nacen con la cola pequeñita y muy corta.
LA PIEL DEL VENADO
Cuenta la historia que hace cientos de años los venados corrían libres por la
península del Yucatán. Aunque el lugar era ideal porque tenía un clima
fantástico y alimentos en abundancia, había algo que les hacía sentirse
infelices y les obligaba a vivir en un continuo estado de alerta: su propia piel
de un color tan claro y brillante que se veía a gran distancia, y por tanto, les
convertía en presas fáciles de capturar.
Un día, un joven venado estaba bebiendo agua fresca en un riachuelo. De
repente, un grupo de cazadores empezó a dispararle flechas desde una colina
cercana. Ninguno dio en el blanco, pero él, aterrorizado, comenzó una huida
desesperada. Corrió y corrió sin rumbo fijo, y cuando pensaba que los tenía
demasiado cerca y le iban a atrapar, el suelo se hundió bajo sus pies y cayó al
vacío.
Una vez tocó fondo miró aturdido hacia arriba y se dio cuenta de que había ido
a parar a una cueva oculta entre la maleza. Desde ese lugar oscuro y húmedo
podía escuchar las voces de sus atacantes merodeando por la zona, así que
intentó no mover ni un músculo y mucho menos hacer ruido. Al cabo de un
rato los murmullos se fueron haciendo más débiles y respiró aliviado. ¡No
había duda de que los hombres pensaban que su pieza de caza se había
esfumado y se daban por vencidos!
Estaba a salvo, sí, pero una de las patitas le dolía muchísimo.
– ‘¡Ay!… ¡Ay!… ¡Qué torcedura tan inoportuna! … ¿Qué voy a hacer ahora si no
me puedo levantar para salir de este agujero?’
No sabía nuestro amigo ciervo que se encontraba en la morada de tres genios
buenos y compasivos que, nada más escuchar los quejidos, acudieron veloces
en su ayuda.
El más anciano le saludó con amabilidad en nombre de todos.
– ¡Buenos días! Veo que por pura casualidad has encontrado nuestro humilde
hogar ¡Sé bienvenido!
El pobre se sintió un poco apurado.
– Os pido disculpas por la intromisión, pero iba escapando de unos cazadores
y al pasar junto a unos matorrales noté el suelo blando y… ¡zas!… ¡Aparecí
aquí! Me he librado de ellos, pero ¡estoy herido!
– Veamos, ¿dónde te duele?
– ¡Ay, aquí, en la pata izquierda, junto a la pezuña!
– ¡Tranquilo! Tú quédate quieto que nosotros nos ocuparemos de todo.
Con mucho cariño y máximo cuidado los tres genios embadurnaron la pata
dañada con un ungüento a base de frutos silvestres, perfecto para bajar la
inflamación y calmar el dolor. Después lo ayudaron a tumbarse sobre un
cómodo colchón y le prepararon algo de comida para reponer fuerzas. Tan a
gusto se encontró que le entró sueño y se quedó dormidito como un bebé.
El venado recibió todo tipo de atenciones y mimos durante una semana hasta
que se recuperó. Una vez se encontró en plena forma y sin molestias para
caminar, decidió que había llegado el momento de regresar junto a la manada.
– Amigos, es hora de que me vaya. ¡Jamás olvidaré estos días en vuestra
compañía! ¡Gracias, gracias, gracias!
De nuevo, el mayor fue quien puso voz al sentimiento del pequeño clan.
– ¡Ha sido un placer! Nosotros también te llevaremos siempre en nuestro
corazón y esperamos que nos visites de vez en cuando. Por cierto, antes de
que te vayas queremos hacerte un regalo, concederte un don, ¡que para eso
somos genios! Dinos… ¿cuál es tu mayor deseo, lo que más te gustaría tener?
El ciervo se quedó unos segundos calladito, a ver si se le ocurría algo realmente
útil.
– Bueno, la verdad es que no necesito nada material, pero confieso que me
angustia el color de mi piel. Sé que es hermosa, pero tan clara que los
cazadores me detectan desde muy lejos, como vosotros mismos habéis podido
comprobar. Me encantaría pasear seguro por el bosque y llevar una vida
relajada de una vez por todas.
El viejo genio estuvo de acuerdo y aplaudió.
– ¡Buena elección! Eres un cervatillo muy sensato, ¿lo sabías? ¡Ven, anda,
síguenos!
Salieron los cuatro fuera de la cueva y la luz del sol los deslumbró ¡Qué
maravilla poder sentir después de tantos días el calorcito y la brisa suave de la
primavera! El venado respiró profundamente para llenarse del aroma de las
flores y en pleno disfrute escuchó la voz de otro de los genios.
– ¡Túmbate que vamos a solucionar tu problema en un periquete!
El animal se dejó caer sobre la fresca hierba verde y los genios se pusieron
manos a la obra: cogieron tierra oscura y la frotaron con gran habilidad sobre
su pelaje. Cuando acabaron la tarea de untar, se agarraron de las manos,
formaron un círculo y rogaron al sol que calentara un poquito más fuerte. La
enorme estrella amarilla accedió a la petición y sus rayos chamuscaron lenta y
suavemente la delicada piel del animal.
El tercer genio fue quien indicó que habían terminado.
– ¡Ya está, ya puedes levantarte!
El venado comprobó, completamente fascinado, que el color perla de su pelo
se había transformado en un elegante tono marrón tostado. El genio más
viejecito, que era el que más hablaba, le informó sobre su nueva situación.
– A partir de ahora tú y tus compañeros luciréis un color de piel mucho más
parecido al de la tierra que pisáis, lo cual os permitirá camuflaros fácilmente y
evitará que los enemigos os vean. Dinos, ¿te gusta el resultado?
– ¡Oh, sí, me encanta! Esto será un seguro de vida para todos los miembros de
mi especie… ¡Es un detalle maravilloso! ¡Os quiero muchísimo!
Para demostrar su infinito agradecimiento, el venado lamió la carita de los
genios y les dio un fortísimo abrazo. Después, sin mirar atrás para que no
vieran sus lágrimas de emoción, tomó el camino a casa bordeando la extensa
llanura.
Dicen que, desde ese día, gracias al regalo de los genios buenos, los venados
viven mucho más tranquilos en las increíbles tierras del Yucatán.
¿POR QUÉ LOS PERROS SE HUELEN LA
COLA?
En un pueblo de Centroamérica se cuenta que hace muchísimos años, los
perros se sentían muy tristes. Según esta historia, los cachorritos, desde que
nacían, se comportaban de manera bondadosa con los humanos, les ofrecían
su compañía sin pedir nada a cambio y siempre trataban de ayudar en las
tareas del campo hasta que la vejez se lo impedía.
Desde luego, los hombres y mujeres de las aldeas no podían quejarse, pues no
había en el mundo amigos más fieles y generosos que ellos.
La razón de su desconsuelo era que, a pesar de todo eso, algunas personas los
trataban mal y no les daban ni un poco de cariño. Con toda la razón,
consideraban que merecían un trato más digno y respetuoso por parte de la
raza humana.
Un buen día, varias decenas de perros se reunieron en un descampado para
poner fin a esa situación tan injusta. Hicieron un gran corro y debatieron largo
y tendido con el fin de encontrar una solución. Después de deliberar y estudiar
los pros y los contras, llegaron a una conclusión: lo mejor era pedir ayuda al
bueno y poderoso dios Tláloc. Él sabría qué hacer y tomaría medidas
inmediatamente.
Redactaron una carta para entregársela al dios y el perro más anciano la firmó
en nombre de todos. Después, se hizo una votación. Salió elegido un perro
negro de cuerpo musculoso y famoso por tener muy buen olfato para llevar a
cabo la importante misión: recorrer cientos, quizá miles de kilómetros, hasta
encontrar al dios Tláloc y entregarle el mensaje.
¡Qué orgulloso se sintió el joven perrito de poder representar a su comunidad
y de que todos confiaran en sus capacidades! Sin embargo, cuando estaba listo
para partir, surgió un pequeño problema: ¿Dónde debía guardar la carta?
En las patas era imposible porque necesitaba las cuatro para caminar día y
noche; tampoco podía ser en el hocico, ya que el papel llegaría húmedo y
además tendría que soltarlo cada vez que quisiera comer o beber ¡El riesgo de
perderlo o de que se lo llevara el viento era muy alto!
Al final, todos se convencieron de que lo mejor sería que guardara la carta bajo
la cola, sin duda el lugar más seguro. El perro aceptó y se despidió de sus
amigos con tres ladridos y una sonrisa.
Desgraciadamente, han pasado muchos años desde ese día y el pobre perro
aún no ha regresado. Se cree que el dios vive tan lejos que todavía sigue
caminando sin descanso por todo el mundo, decidido a llegar a su destino.
Después de tanto tiempo, sucede que los demás perros ya no se acuerdan muy
bien de su cara ni del aspecto que tenía; por eso, cuando un perro se cruza con
otro al que no conoce, le huele la cola para comprobar si esconde la vieja carta
y se trata del valeroso perro negro de cuerpo musculoso y buen olfato que un
buen día partió en busca del dios Tláloc para pedirle ayuda.
LOS COLORES DE LOS PÁJAROS
Hace cientos y cientos de años, todos los pájaros del mundo eran de color
marrón. Los bosques estaban poblados de aves grandes, medianas y
pequeñas, pero todas con el mismo plumaje serio y aburrido.
Esta condición no les gustaba nada. Sentían mucha envidia del color carmesí
de las rosas en primavera, del naranja intenso de los peces payaso, del
sofisticado pelaje blanco y negro de las cebras… Estaba claro que, a la hora del
reparto de colores, a ellas les había tocado la peor parte.
Un día se pusieron de acuerdo para acabar con esta situación. Hartas de
considerarse los seres más feos del planeta, decidieron pedir ayuda a la Madre
Naturaleza.
El águila, valiente y decidida como ninguna, fue la que se encargó de solicitar
una audiencia. Dos semanas más tarde, miles de pájaros descontentos con su
aspecto fueron convocados a la mayor reunión de animales alados jamás vista
hasta entonces. Los nervios flotaban en el ambiente porque todos tenían un
ferviente deseo y esperaban que les fuera concedido.
La Madre Naturaleza acudió al bosque y les recibió a la hora convenida. Al
principio fue complicado que reinara el silencio porque había un tremendo
alboroto, pero cuando por fin dejaron de piar, graznar, gorjear y silbar, la
Madre Naturaleza habló.
– ¡Por favor, silencio! Me habéis llamado porque estáis disgustados con
vuestro color. A mí me parece que el tono madera que lucís es precioso, pero
si no vosotros no estáis conformes, vamos a intentar solucionarlo. Os llamaré
uno por uno y os ruego que respetéis el turno ¿De acuerdo?… ¡A ver, urraca,
acércate a mí! Tú serás la primera en hacer tu petición.
La urraca se acercó lo más deprisa que pudo.
– Verá usted, señora… Yo había pensado cambiar el marrón por un negro bien
brillante, salpicado con unas cuantas plumas blancas en el pecho ¿Qué le
parece?
– ¡Sin duda has tenido una idea muy acertada! ¡Vamos allá!
La Madre Naturaleza cogió el pincel más fino que tenía, una paleta con infinitos
colores, y pintó el plumaje de la urraca hasta que quedó perfecto.
¡El animal no cabía en sí de gozo! Extendió las alas y, entre aplausos, se paseó
estirando el cuello para que pudieran admirarle bien.
Segundos después, un periquito chiquitín y muy espabilado dio unos saltitos y
se posó en los pies de la Madre Naturaleza.
– ¡Me toca a mí! ¡Me toca mí!
La Madre Naturaleza se rio con ternura.
– ¡Ja, ja, ja! Tranquilo, pequeño. Te escucho.
El periquito estaba muy excitado y empezó a hablar atropelladamente.
– ¡Yo quisiera ser azul como el cielo! ¡¡Y tener la cabecita y el cuello blancos
como las nubes!
– ¡Fantástico! ¡Muy buena elección!
La Madre Naturaleza escogió un tono tirando a añil, y como el periquito era
poquita cosa, terminó en un santiamén. El pajarillo se encontró guapísimo y se
pavoneó de aquí para allá ante un público rendido a sus pies.
Después del periquito, le tocó al pavo real.
– ¡A mí me resulta muy difícil escoger porque me encantan todos los colores!
¿Qué tal un poco de cada uno?
– ¡No es fácil lo que pides, pero me parece estupendo! Quédate bien quieto
que este va a ser un trabajo laborioso y necesito concentración.
El pavo real contuvo la respiración y no pestañeó hasta que la Madre
Naturaleza le dijo que había terminado. El resultado fue soberbio, sin duda uno
de sus mayores logros en tantos años creando y diseñando animales por todo
el planeta. Los presentes se quedaron boquiabiertos y reconocieron que el
pavo real se había convertido en el paradigma de la elegancia y el buen gusto.
El canario se dio prisa por ser el siguiente. Pidió un único color, pero le rogó
que fuera especial y, sobre todo, bien visible desde la distancia. La Madre
Naturaleza meditó un momento y después le aconsejó basándose en su
dilatada experiencia.
– Yo creo que el ideal para ti es un amarillo intenso ¡Creo que te sentaría bien
y te haría parecer más alegre de lo que ya eres!
– ¡Uy, qué ilusión, así todos se acercarán a mí! ¡Con lo que me gusta tener
espectadores mientras canto!
La Madre Naturaleza le hizo un guiño y le cubrió con un deslumbrante tono
que recordaba los limones maduros. Todos estuvieron de acuerdo en que era
un color bellísimo que realzaba el atractivo del canario.
Y así, una tras otra, fueron desfilando ante ella todas las aves del bosque.
Cuando terminó, suspiró satisfecha por el buen trabajo realizado.
– Menos mal que ya no queda nadie porque se han agotado los colores de la
paleta. He de decir que teníais razón ¡Con todos esos colores estáis mucho más
bellos!
Los miles de pájaros aplaudieron y vitorearon a la Madre Naturaleza. Estaban
tan agradecidos y tan felices… Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, se
despidió.
– Espero que a partir de hoy os sintáis mejor con vosotros mismos. Y ahora, si
me disculpáis, debo irme. Estoy agotada y creo que me merezco un buen
descanso.
Empezó a recoger los utensilios de pintura y cuando ya tenía casi todo
guardado, vio un joven y regordete gorrión que se le acercaba con cara de
desesperación. El pobre gritaba y hacía aspavientos para llamar su atención.
– Por favor, por favor, no se vaya ¡Espere, señora! ¡Falto yo!
La Madre Naturaleza le miró con tristeza.
– ¡Oh!, ¡cuánto lo siento, chiquitín!… Ya no hay nada que pueda hacer… ¡No
me queda ningún color!
El gorrión se tiró al suelo y comenzó a llorar desconsolado ¡Había llegado
demasiado tarde!
A la Madre Naturaleza se le encogió el corazón. Era duro pensar que había
ayudado a todos los pájaros del mundo menos a uno y se sentía fatal ¿Qué
podía hacer para solucionarlo?
De pronto, se le iluminaron los ojos. En la paleta de colores, quedaba una
gotita amarilla de pintura que le había sobrado de pintar al canario. Se agachó,
acarició la cabecita del gorrión y le dijo con su dulce voz:
– Levántate, amigo. Sólo me queda una gota amarilla, pero es para ti ¿Dónde
quieres que te la ponga?
El gorrión se incorporó, se frotó los ojillos para enjugar sus lágrimas, y una
enorme emoción recorrió su cuerpo.
– ¡Aquí, señora, en el pico!
La Madre Naturaleza acercó un pincel redondo a su carita y dejó caer con
suavidad la pizca de pintura en el piquito, tal como era su deseo. El gorrión,
batiendo las alas a toda velocidad, se acercó a una charca para mirarse y se
volvió loco de contento al ver lo bien que le quedaba. Todo el bosque estalló
en aplausos de alegría. La Madre Naturaleza, por fin se despidió.
– Me voy, pero si algún día volvéis a necesitar mi ayuda, contad conmigo ¡Hasta
siempre, queridos míos!
Desde ese lejano día, los bosques no volvieron a ser los mismos, pues se
llenaron de aves de colores y de muchos gorriones que lucen una motita
amarilla en su carita ¡Fíjate bien la próxima vez que veas uno!
LA CASA DEL SOL Y LA LUNA
Cuentan que hace miles de años el Sol y la Luna se llevaban tan bien, que un
día tomaron la decisión de vivir juntos. Construyeron una casa espaciosa,
bonita y muy cómoda, e iniciaron una tranquila vida en común.
Un día, el Sol le comentó a la Luna:
– Había pensado invitar a nuestro amigo el Océano. Nos conocemos desde el
principio de los tiempos y me gustaría que viniera a visitarnos ¿Qué opinas?
– ¡Es una idea fantástica! Así podrá conocer nuestra casa y pasar una tarde con
nosotros.
Al Sol le faltó tiempo para ir en busca de su querido y admirado colega, con
quien tantas cosas habían compartido durante miles de años.
– ¡Hola! He venido a verte porque la Luna y yo queremos invitarte a nuestra
casa.
– ¡Oh, muchas gracias, amigo Sol! Te lo agradezco de corazón, pero me temo
que eso no va a ser posible
– ¿No? ¿Acaso no te apetece pasar un rato en buena compañía? Además, estoy
seguro de que nuestra nueva casa te encantará ¡Si vieras lo bonita que ha
quedado!
– No, descuida, no es eso. El problema es mi tamaño ¿Te has fijado bien? Soy
tan grande que no quepo en ningún sitio.
– ¡No te preocupes! Dentro está todo unido porque no hay paredes, así que
cabes perfectamente ¡Ven, por favor, que nos hace mucha ilusión!…
– Bueno, está bien… Mañana a primera hora me paso a veros.
– ¡Estupendo! Contamos contigo después del amanecer.
Al día siguiente, el Océano se presentó a la hora acordada en casa de sus
buenos amigos. La verdad es que desde fuera la casa parecía realmente
grande, pero, aun así, le daba apuro entrar. Tímidamente llamó a la puerta y
el Sol y la Luna salieron a recibirle. Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, se
adelantó unos pasos.
– ¡Bienvenido a nuestro hogar! Entra, no te quedes ahí fuera.
Abrieron la puerta de par en par y el Océano comenzó a invadir el recibidor.
En pocos segundos, había inundado la mitad de la casa. El Sol y la Luna tuvieron
que elevarse hacia lo alto, pues el agua les alcanzó a la altura de la cintura.
– ¡Me parece que no voy a caber! Será mejor que dé media vuelta y me vaya,
chicos.
Pero la Luna insistió en que podía hacerlo.
– ¡Ni se te ocurra, hay sitio suficiente! ¡Pasa, pasa!
El Océano siguió fluyendo y fluyendo hacia adentro. La casa era gigantesca,
pero el Océano lo era mucho más. En poco tiempo, el agua comenzó a salir por
puertas y ventanas, al tiempo que alcanzaba la claraboya del tejado. Sus
amigos siguieron ascendiendo a medida que el agua lo cubría todo. El Océano
se sintió bastante avergonzado.
– Os advertí que mi tamaño es descomunal… ¿Queréis que siga pasando?
El Sol y la Luna siempre cumplían su palabra: le habían invitado y ahora no iban
a echarse atrás.
– ¡Claro, amigo! Entra sin miedo.
El Océano, por fin, pasó por completo. La casa se llenó de tanta agua, que el
Sol y la Luna se vieron obligados a subir todavía más para no ahogarse. Sin
darse apenas cuenta, llegaron hasta cielo.
La casa fue engullida por el Océano y no quedó ni rastro de ella. Desde el
firmamento, gritaron a su buen amigo que le regalaban el inmenso terreno
que había ocupado. Ellos, por su parte, habían descubierto que el cielo era un
lugar muy interesante porque había muchos planetas y estrellas con quienes
tenían bastantes cosas en común. De mutuo acuerdo, decidieron quedarse a
vivir allí arriba para siempre.
Desde ese día, el Océano ocupa una gran parte de nuestro planeta y el Sol y la
Luna lo vigilan todo desde el cielo.
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