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MARCO ANTONIO CORCUERA

Pareciera que el tiempo y la distancia,


que el ancestro reúne y circunscribe,
nos hubiera otorgado la prestancia

heredada del padre que nos vive


y al darnos de vivir él se alimenta.
Río que en dos torrentes sobrevive

con una misma sed, y tan violenta


que no lo sacia nada ni desvía
y, más aún, lo encausa y acrecienta.

Río que es en nosotros Poesía


del amar que llevamos y traemos,
sin saber de quién es, si tuya o mía,
la parte del cantar que nos debemos;
pues al ser de los dos, ya sin medida,
en dulce condominio la tenemos.

Ella nos hace y hace que a la vida


y a la muerte nombremos con respeto.
A la muerte llegar, no es despedida:

nadie ha desentrañado su secreto.


La vida, en cambio, desenigma todo:
es simple, sin misterio, su alfabeto.

Es preciso alabarla de algún modo.


Su límite sin fin es el latido,
y su estancia el poema, nada y todo.

Ambas dan la medida del olvido


donde perece lo imperecedero;
motivos por los que hemos padecido.

Propongámonos siempre lo primero:


deslindar circunstancia y pensamiento
para ofrendar el corazón entero
a la causa del hombre y su contento.
Si hay pesadumbre en el vivir consciente
que nos hace verter el sentimiento

en lo que es necesario y suficiente,


cada cual, con el pecho descubierto,
para sentir, lo que en verdad se siente.

Pero dejemos este tema abierto,


si acaso lo prefieres; y, entretanto,
sintonicemos juntos el concierto,

distinguiendo, a la vez, en cada canto,


entre silencios, lo que deja oír
el poeta en su gozo y en su llanto:

Teresa, la que muere por morir


conservando intocado su querer,
con esa su manera de dexir.

Sor Juana, cuyo inútil padecer


la lleva a clausurarse en el amor
de Dios, pero mantiénese mujer,
disimulando un tanto su pudor
en envoltura casi sobrehumana.
Las Doloras del viejo Campoamor.

Ayer naciste y morirás mañana,


tránsito en la existencia de la rosa
que Góngora reprende por liviana.

La serranilla de la Finojosa.
La copla, la cantiga, la canción,
la endecha, las letrillas y la glosa,

hojas caídas por el viento, son.


¡Oh tiempos idos que no volverán
aunque jamás se van del corazón

partiéndolo en mitades como el pan!


¿No escuchas los clarines de Darío,
pífanos y timbales, que aún están

yendo y viniendo por el mismo río


en un cortejo ilímite y triunfal?
¿Y no sientes arder aún el frío
de la muerte en la nupcia de cristal
donde el Amado enternece a su amada,
como el Ave María en el Misal,

vuelta a la fuente de que fue creada?


Pensé, mas fue engañoso pensamiento:
verdad, más que oración inacabada,

escrita en la penumbra del convento


por Fernando El Divino sevillano.
Inapelable verso, cuyo acento

sentencia que la cifra de lo arcano,


en la voz del poeta, dios pequeño,
no ha sido nunca sentimiento vano.

Si la vida, al final, es sólo sueño


y baja como río hacia la mar
que es el morir, será aún sin fuego, leño

que se ha de consumir e se acabar.


¿No has visto por los cielos azulosos
infinitos y profundos, caminar
otra Luna de luz, lenta entre borrosos
nubarrones, en la cruda madrugada,
tal en los senderos blancos, arenosos,

permanece su sombra proyectada?


Soy, el que sabe que no es más que un eco,
dice Borges en frase moldeada.

¿Es acaso la vida sólo un fleco


que va agitando el viento, sin sentido?
Ya está Borges dormido en suelo seco

como gajo de un árbol desprendido.


César Vallejo ha muerto, pero vive
sin sírvete, sin Jueves, sin vestido.

Desde Vallejo, César nos escribe.


Retorcida raíz se robustece
en su tenso lenguaje si percibe

la nota más sensible que acaece:


¿Para sólo morir es que morimos
a cada instante que la muerte crece?
Nada compensará lo que sufrimos.
¡Hombre de la palabra redimida,
por todas estas cosas te seguimos

y así mismo añoramos tu partida!


Descubriendo sus campos de Castilla,
polvorientos, Machado, les da vida

en cada serrijón, en cada villa,


encinando paisajes de verano
va regando en el surco la semilla

del más puro decir en castellano.


Sencillos, claros, son sus ecos. Ellos
le devuelven al ser su ser humano.

Valencia conduciendo sus camellos;


Lorca, con sus gitanos y sus moros;
Blanco y sus negros angelitos bellos;

con sus toros burlados, con sus toros,


Miguel, nuestro Miguel, enardecido;
formando rondas, redondillas, coros,
en lo más entrañable y más querido.
El barro ya más barro en tierra buena.
León Felipe, cuyo salmo herido

a su iracundo amor nos encadena;


hablando Juan Ramón a su Platero.
Persona de ojos de azabache, ensena

el verdor de los campos y el estero.


Hay en las Rimas de Gustavo, hechizo.
Y San Juan de la Cruz, con el acero,

que manejó tan diestro como quiso


en la copla punzante y perfilada,
glosando a Sor Teresa en lo castizo.

Garcilaso, El Maestro, con su espada,


no menos que su pluma enaltecida,
amando a una Isabel desamorada.

¡Se encuentra la existencia detenida


cuando se escucha, así, silentemente,
tanta memoria, Arturo, tanta vida,
aunque nunca será lo suficiente!
¿Quién otea el mañana, quién lo sabe?
Ni siquiera seguro está el presente,

todo en la vida miserable, cabe.


Escuchemos los dos la sinfonía:
desde el Discurso que Amarilis sabe

decir en loor a Diosa Poesía:


La Epístola a Belardo, tan mentada,
que Lope la divulga y la confía.

Melgar en el lamento a su adorada:


¿Por qué a verte volví, Silvia querida?
En andina romántica tonada

donde alma popular resulta herida.


La sátira punzante de Segura
como espina que encuéntrase escondida.

Género que en nosotros se inaugura.


El que logró subir, arriba queda.
Lacra que en realidad ya nadie cura,
dando apariencia de una fina seda.
¡Oh recuerdo! ¡mentira del pasado!
¡Oh esperanza! ¡mentira venidera!

Ilusiones perdidas que han quedado.


Prada al amor perfila e interpela
entre lo bueno y entre lo malvado.

Sobre la cordillera un cóndor vuela.


¿Inca o Emperador, vate o guerrero?
ser uno de los dos Chocano anhela.

¿En Alma de su América es Ibero,


como orgulloso rima su Blasón?
Yerovi con lenguaje tan ligero

bautiza a su damita de Ilusión


y sin saber jamás cuál es mejor
entre todos reparte el corazón.

Ureta nada quiere con amor,


en sus versos hay sombras de misterio.
Muere en un vaso cortesana flor.
Va cruzando los claustros en salterio
encantada monjita silenciosa.
Llega el instante resignado y serio

en que la madre, que antes era hermosa,


mira el lugar del hijo fallecido,
(en la cena pascual), mientras solloza.

Parra vive del fútbol un partido.


(Polirritmo dinámico a Gradín)
Narra el hábil dribleo entretenido,

con que antes de llegar al camerín,


el mago jugador que lo recrea,
en increíble gol, le pone fin.

Entre dos reyes rojos la pelea


Y el alto vuelo de los alcoranes
Eguren con la imagen los rodea,

puliendo la figura, los afanes;


dúctil en el manejo y la estructura,
donde suele poner los ademanes,
versa de Volatín una aventura;
en un sueño frutal y desprendido
cuyo sabor al despertar perdura

y le concede al verso su sentido.


En su Nave Dorada y fugitiva
con Alcides me abrazo y me despido.

Barca que va cruzando a la deriva,


con sencillez esbelta y con decoro,
la mar que la mantiene siempre viva.

En su Ecuestre Tortuga César Moro


descubriendo un lenguaje liberado
de ataduras formales, de tesoro,

en la vida muy pocas veces dado.


Luis Valle Goicochea y su ternura
con el diminutivo tan alado.

En su palabra crece y se madura


de tanto amor, de tanto amor vertido.
Good Bye, Miss Lucy King, cuya figura
queda como señal de que ha partido.
Martín Adán recurre a la Espinela
con lenguaje difícil, elidido;

donde la rima escala y se nivela


en el lenguaje con el que se viste
La Casa de Cartón de su novela.

Pobre Oquendo, tan pálido, tan triste


con sólo cinco metros de poemas.
Cazador solitario que no asiste

en adornar su prosa con zalemas


Solitaria columna de rocío
en sus Imprecaciones, cuyos temas

a Manuel lo convierten en bravío.


Los hemos conocido y admirado,
pero sigamos este desafío:

veo el rostro de Paulo a tu costado,


con esa voz pastosa que envolvía
el relato que había trasladado
a los dominios de la poesía.
Este viejo cazurro Alberto Hidalgo,
que tanto por la Patria padecía.

Sebastián, nuestro amigo, por quien salgo


a encontrar su recuerdo detenido
para alegrarme la memoria en algo.

Momento aquel, ya casi desleído.


Pero hay otro igualmente palpitante;
se fue con Juan Gonzalo y no se ha ido.

Vuelve el camino como el caminante,


a proseguir su ruta y su destino,
así, como se dice: Dios mediante.

Él se fue con la nada con que advino.


La ternura fue todo su equipaje
y la sed, que bebió: su único vino.

Javier se fue también. Río de viaje


entre pájaros y árboles cantados,
presagiando la hora y el paraje.
Se fue a llover su vida por los prados
que si bien eran zona montañosa,
hasta entonces estaban desolados.

¡Qué gesta más doliente y más hermosa,


morir como se quiere no en derrota:
es cumplir el destino de la rosa!

Wilfredo delineando su gaviota


en el mar de su mundo marinero.
Fresco su verso, como el agua, brota.

En la vida bohemia: tabernero.


¡Todo bohemio es sin quererlo artista!
Tan sólo comparable en lo amiguero,

a Carlitos Berríos, sonetista.


Todos se fueron ya, quién sabe a dónde.
¿Por qué, entonces, están tan a la vista

de nuestro corazón, donde responde


el eco de sus voces anudadas
tal vez clamando, a aquél que las esconde,
les permita volver iluminadas!

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